Balance político del año 2016
diciembre 26, 2016 Voces Comentar
Publicado en: Actualidad, Contracorriente – Dagoberto Gutiérrez, Nacionales, Voces Ciudadanas
Dagoberto Gutiérrez
La palabra balance hace referencia a la balanza, es decir, al instrumento que se utiliza para determinar los pesos de las cosas mediante un fiel con dos brazos, uno de los cuales contiene el peso que funciona como patrón y el objeto cuyo peso se determina. En la realidad política, las cosas no funcionan exactamente así, y mucho menos cuando se trata de sociedades humanas sometidas a los huracanes de la lucha de clases.
Esta última es determinada por una sociedad como la salvadoreña, profundamente dividida y enfrentada entre aquellos sectores dueños absolutos y completos de la riqueza, que son una minoría cada vez menor, y los dueños también absolutos de la pobreza y la existencia precaria. Entre ambos sectores no existe ninguna posibilidad de acuerdos o de negociación alguna, toda vez que la minoría opulenta y poderosa sabe muy bien que su poder omnímodo depende de la forma y profundidad de su control sobre esa mayoría irredenta. Esta realidad incontrastable es la que determina, dentro de su turbulenta relación, los acontecimientos políticos, económicos e ideológicos más encendidos.
Parecen ser dos los hechos fundamentales que caracterizan, en el marco ya explicado, el año político que estamos pensando: 1) el derrumbe del proyecto político levantado hace 25 años en el filo del fin de la guerra civil y 2) el despliegue vigoroso y sangriento de la guerra social. Ambos acontecimientos parecen contener, en su relación íntima, las causas y los efectos que determinarán el desenlace de la crisis histórica que conmueve a nuestro país.
Recordemos que al final de la guerra civil ocurrieron varios hechos: a) el fin de la fuerza armada como clase gobernante, b) la permanencia y consolidación de la oligarquía como clase dominante, c) la incorporación de sectores de la antigua guerrilla como clase gobernante, junto y en coalición con ARENA y sectores tecnócratas, d) la disolución de los antiguos movimientos sociales y e) la constitución de gobiernos aparentemente de izquierdas, pero realmente de derechas, encargados de aplicar con impunidad asegurada, un descarnado y completo modelo neoliberal.
Todo este juego perverso estuvo arropado por la bandera de la paz, que apareció ante los ojos y el corazón de millones de personas, como el logro más importante y valioso del fin de la guerra civil. Con este discurso pacifista se logró la paralización del accionar político del pueblo y con la idea bien instalada en la cabeza política de la gente, se logró hacer pensar que la izquierda, al fin, estaba gobernando, y es más, que había llegado la hora de los cambios y hasta de las transformaciones.
Este fue el escenario construido luego de que la guerra civil concluyera, y con estas candelas encendidas y con los ramos de flores de las esperanzas, los sectores populares pasaron a confiar en que al final de los tiempos, la lucha había dado sus frutos y empezaron a mirar hacia arriba, hacia los gobernantes, y en cierto modo dejaron de mirar hacia abajo, hacia los gobernados, hacia ellos mismos, hacia su realidad, hacia sus condiciones reales. Se trató y se trata de un proceso complejo de enajenación dentro del cual la gente, entendida como los seres humanos que viven, que sufren, que esperan y aspiran, renunciaran a ser pueblo, es decir, sujetos, dueños de su propio destino, y se convirtieran en simples actores políticos, cumpliendo un papel previamente asignado por los poderes establecidos. Los poderes políticos montados lograron establecer el convencimiento de que la única política valiosa era la de acudir a votar el día de la votación, y entre más masivo fuera más saludable resultaba, al fin y al cabo, de la política se encargarían los hombres y mujeres de izquierda que ascenderían, a través del voto, a su condición de gobernantes.
Este diseño es el que durante este año se ha hundido y ha dejado de funcionar. A este hundimiento, con sus oleadas de consecuencias, es a lo que se llama crisis histórica, porque todos los aspectos fundamentales en los terrenos ideológicos, políticos y económicos, han entrado en crisis, casi al mismo tiempo y con consecuencias casi concertadas.
Este derrumbe parece poner el reflector sobre el otro acontecimiento que es, en realidad, concomitante con este derrumbe del que hablamos, porque se trata, precisamente, de la guerra social que se hace cada vez más evidente y al mismo tiempo más iluminador de aquellos senderos llenos de corrupción y engaño por los que el proceso ha transcurrido durante todas estas décadas. Se trata de una guerra que es lógicamente ignorada y negada por los sectores gubernamentales, pero reconocida y tratada como tal por el resto de la sociedad, tanto por los poderosos como por los débiles, tanto por los dueños del capital como por los dueños de la miseria, tanto por las poblaciones que viven en las comunidades como por las minorías opulentas de las que forman parte los sectores gobernantes. Es igualmente reconocida esta guerra, aunque con reticencias, por potencias amigas de los sectores gobernantes y de los dominantes. En todo caso, lo fundamental es que este fenómeno político está pasando a ser entendido como guerra por el pueblo que la sufre, que la vive todos los días, que la trata en su existencia y la experimenta como una especie de condición ineludible, sin que el gobierno haga algo para librarlos del poder que atenaza y controla las vidas. Esto quiere decir que el gobierno aparece como una fuerza incapaz e impotente, y como una fuerza cada vez más interesada en que ese fenómeno de la guerra sea entendido como proceso simplemente delincuencial con el que en determinadas condiciones se puede llegar a entendimientos fuera de la luz pública.
La negación de la calidad de guerra a este fenómeno resulta del hecho de que se trata de la consecuencia inevitable de aquel diseño político y económico que se montó sobre la espalda y la vida de millones de personas que fueron marginadas totalmente de la vida económica, la vida política, la vida social y cultural, de la salud y la educación. En consecuencia, fueron reducidos a simples cosas que se pueden comprar y se pueden vender como mercancías en un mercado inclemente en el que todo se compra y todo se vende.
Recordemos que esta exclusión total fue lo que generó aquella reacción popular de sobrevivencia de los grupos iniciales conocidos como maras, que al negarse a morir y a ser tratados como cosas, decidieron desconocer el orden que también los desconocía, y pasaron a construir en las sombras un nuevo orden que en realidad resulta ser una especie de copia del orden al que repudian. Esto es así porque el mundo que niegan resulta ser el mundo que viven y también el que construyen, porque es el único que conocen y viven todos los días: el mundo construido por las pandillas es dominado por la violencia, que también caracteriza la vida de la sociedad salvadoreña, el mundo de la pandilla desconoce la ley, de la misma manera que ocurre en la sociedad, el mundo de la pandilla desprecia el orden político de los partidos y de los funcionarios, tal como ocurre en la sociedad, el mundo de las pandilla es regido por la lógica del mercado, tal como ocurre en el resto de la sociedad, y finalmente, en el mundo de las pandillas se construyen poderes basados en la ilegalidad y la fuerza, tal como ocurre en la sociedad. Finalmente, podemos afirmar que el modelo de poder construido durante esta guerra a la que nos referimos es tomado de la sociedad misma que es la que ha dado a luz a esta guerra social.
Esta circunstancia no resulta inesperada porque las pandillas no expresan la posibilidad de construir una sociedad diferente ni un orden nuevo, y son por eso, una especie de reflejo y un producto legítimo de esta sociedad que tiene, que puede y debe ser sustituida por una nueva y diferente, por un nuevo orden, por nuevos poderes y nuevos seres humanos que se construirán precisamente durante el proceso de transformación de esta sociedad en otra totalmente diferente, donde ella misma sea dueña de los medios de producción, donde los seres humanos disfruten su trabajo y los frutos del mismo, donde las personas tengan acceso a la educación, a la ciencia, a la salud y a la dignidad. Todo este proceso de transformación revolucionaria es el que está apareciendo construido por las victimas de hoy, pero por todos aquellos y aquellas que dejando de ser objetos y de ser clientes electorales, decidan asumirse como dueños de su historia.
De eso se trata y esa es la luz encendida más fulgurante al final de este año político.
San Salvador, 22 de Diciembre del 2016.