Lección para la izquierda

San Salvador 29 de abril de 2016.- La derecha parlamentaria se negó ayer a aprobar la necesaria y urgente reforma previsional impulsada por el gobierno.

Como buenos soldados de los intereses hegemónicos y fieles sirvientes de las grandes empresas, los diputados de ARENA, GANA, PCN y PDC acataron obedientes la orden dada por las administradoras privadas de fondos de pensiones (AFPs) a través de un campaña publicitaria que los grandes medios comerciales autoproclamados “libres e independientes” no tuvieron escrúpulos en difundir.

La reforma pretende modificar parcialmente el actual sistema privado que ha generado a las AFPs 280 millones de dólares en ganancias y al Estado deudas por más 3,400 millones. La propuesta es crear un sistema de reparto público privado que permita al gobierno pagar las pensiones de los jubilados que ya no cotizan y evitar un mayor endeudamiento público.

Esto, lógicamente, reduciría los márgenes de ganancias de las grandes empresas y daría un respiro presupuestario el gobierno de izquierda. Ésa es la verdadera razón de los hipócritas legisladores de la derecha oligárquica y de los que se dicen “derecha social y popular”, que no se diferencian y cierran filas cuando sienten amenazado el status quo neoliberal por propuestas de cambios estructurales.

Lo actuado ayer por los diputados AFPs es también un llamado al gobierno y al FMLN. Si quiere profundizar los cambios iniciados, la izquierda gobernante tendrá que volver a sus orígenes, aliarse con las organizaciones sociales y recuperar las mística de la movilización popular.

Gobierno y partido deberían revisar los conceptos de “gobernabilidad”, “realismo político” y otros con los que suelen justificar la actitud cómoda de negociar votos con la derecha gansteril en vez de aportarle a presionar y cambiar la correlación parlamentaria a través de la movilización social.

La izquierda oficialista debería tener claro que sus “aliados” de la derecha jamás van apoyar una reforma tributaria progresiva, una ley de agua que no sea privatizadora y otras medidas que beneficiarían al país pero afectarían los intereses empresariales. Estos “aliados”, incluso, en algún momento se pueden volver en su contra, como le sucedió al gobierno del PT en Brasil.

En conclusión, los diputados AFPs le han dado una oportuna lección política al gobierno y al FMLN. Ya veremos si esta lección es aprendida o no.

¿Y el Plan El Salvador Seguro?

¿Y el Plan El Salvador Seguro?
Mientras que el gobierno está empeñado en controlar el vapor que sale de la olla hirviente, el Plan El Salvador Seguro es una propuesta para apagar el fuego que hace hervir a la olla.
Por Mario Vega*28.abr.2016 | 19:39

La responsabilidad del Estado de perseguir el delito es irrenunciable. Su deber es proteger la vida y los bienes de los ciudadanos tomando las medidas que sean necesarias y suficientes para ello. Ese deber no debe delegarlo o trasladarlo a los ciudadanos pues, tal cosa, sería una renuncia a su responsabilidad y un signo peligroso de debilitamiento de la institucionalidad. El límite para las medidas de persecución al delito son el respeto a los derechos humanos, los cuales son inalienables. También el respeto a la legalidad, a los protocolos y a los tratados internacionales. En medio de la vorágine violenta que vivimos es escandaloso que no se hagan esfuerzos por frenar, investigar y mucho menos castigar las evidentes y múltiples violaciones a esos principios.

No se puede resolver la barbarie con más barbarie, no se puede resolver la impunidad con más impunidad, no se puede resolver la crueldad con más crueldad, no se puede vencer la violencia con más violencia. Mientras tanto, el trabajo de prevención de la violencia sigue siendo una materia siempre postergada. Por muchos intentos que los funcionarios hacen por afirmar que las medidas extraordinarias son una extensión del Plan El Salvador Seguro, del Consejo Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana, nada más alejado de la verdad. El plan no contempla medidas específicas de carácter punitivo ya que no es su función y tampoco lo que se le ha pedido hacer. El Plan El Salvador Seguro es una propuesta a favor de la prevención de la violencia yendo a las raíces que la provocan. Mientras que el gobierno está empeñado en controlar el vapor que sale de la olla hirviente, el Plan El Salvador Seguro es una propuesta para apagar el fuego que hace hervir a la olla.

La impresión de estos meses es que el Plan El Salvador Seguro ha sido dejado de lado para priorizar el aspecto represivo. Como ya se dijo, la prevención no sustituye y tampoco es opuesta a la represión. Pero, dado que no se percibe la misma contundencia en el tema de la prevención ni se decretan medidas extraordinarias de prevención de la violencia, el sabor que queda es que se está postergando todavía más el esfuerzo que debió haberse iniciado hace dos décadas atrás. De esa manera, se nos conduce por un callejón sin salida en donde los supuestos logros en el campo represivo no podrán ser sostenibles en el tiempo. El incremento del aprisionamiento y el endurecimiento de las leyes nos conducen a un colapso mayor del sistema penitenciario y deteriora mucho más la ya casi nula capacidad del Estado para rehabilitar a los reclusos.

Mientras tanto, las condiciones de marginalidad y desarraigo continúan incrementándose y fortaleciendo el ciclo migratorio que conduce a más hogares rotos y éstos a mayor negligencia infantil y ésta a mayor incorporación a las pandillas y éstas a mayores migraciones. La verdad es que no se está haciendo nada significativo ni sostenido para romper con ese ciclo que alimenta interminablemente a las pandillas. El Plan El Salvador Seguro es una apuesta limitada en su alcance y en el tiempo. Pero es un primer paso para comenzar. Pero si ni siquiera se comienza por allí, no hay motivos para que las personas sensatas puedan abrigar algún tipo de esperanza de solución cierta.

*Pastor general iglesia Elim

La fractura geopolítica de Sudamérica empieza en Brasil

La fractura geopolítica de Sudamérica empieza en Brasil
Rafael Bautista S.

ALAI AMLATINA, 28/04/2016.- Si la diplomacia abierta está diseñada para el consumo informativo (pues algo se tiene que informar), la política exhibida mediáticamente está concebida para moldear opinión pública. Ninguna tiene, como misión, orientar y, menos, generar una relación crítica con los hechos políticos (el nuevo circo romano es virtual); lo que se informa no contiene nada que no sea lo permitido por la función asignada, es decir, lo que se sabe es apenas lo que una administración selectiva de información permite saber (este control, por supuesto, no es del todo perfecto; su éxito es proporcional al grado de domesticación producida). La interpretación de los hechos políticos es, de ese modo, circunscrita dentro de los márgenes permisibles que establece un poder estratégico que sabe la importancia del manejo de la información.

La diplomacia abierta es un concepto que sintetiza la visión aristocrática de la democracia moderna: el pueblo no tiene por qué saber lo que realmente está en juego. El pueblo obedece, no decide. Quienes deciden son los protagonistas de la diplomacia profunda y son los artífices de la política real. Lo que se ve es apenas el teatro mediático, la tragicomedia política; pero la trama, el argumento y el meollo del asunto, no pueden exhibirse, ni siquiera en el propio desenlace. Porque descubrir esto es revelar los propósitos del nivel profundo y esto significa desenmascarar al poder detrás del trono.
Hoy en día, la mediocracia ha monopolizado toda mediación entre individuo y realidad, haciendo de la opinión pública su patrimonio privado. La información se ha convertido en un recurso estratégico de control político, haciendo de ésta la marca registrada de todo fenómeno comunicacional; pero no es la información, en sí, lo que produce conocimiento, sino la reflexión que tematiza el sentido que contiene la información; tampoco es el contacto directo con los hechos lo que permite comprensión sino el tener perspectiva, así como la objetividad no se mide por la neutralidad sino por los criterios éticos que se asume. Entonces, para tener una visión clarificada de los acontecimientos, hay que superar el cerco mediático y desenmarañar los contenidos informativos que propaga la prensa y, de los cuales, ni ella misma es consciente.

Lo que sucede en Brasil no puede sopesarse a partir de lo que se exhibe mediáticamente; esa información sólo produce confusión y no permite entrever lo que realmente está en juego. Las denuncias de corrupción gubernamental es un teatro montado para los ingenuos en geopolítica, que es el modo como se está definiendo la nueva reconfiguración global. En ese sentido, la posible destitución de la presidenta Dilma no está lejos de todo lo que ha venido aconteciendo desde el golpe en Honduras y Paraguay.
Bajo la nueva nomenclatura implantada por las guerras de cuarta generación, un golpe de Estado puede ahora prescindir del uso de la fuerza militar. El “impeachment” es una nueva modalidad del concepto de “golpe suave”, que se impone el “smart power” como una forma de reducir las expectativas democráticas de los pueblos, sin alteración del orden constitucional y promovida por la propia institucionalidad democrática. Lo que pareciera un contrasentido no es más que la constatación de una capitulación jurídica que la izquierda continental no ha sabido tematizar.
Algo que la visión economicista de la izquierda latinoamericana no entiende es que el neoliberalismo no es simplemente un modelo económico. No es políticamente que el neoliberalismo penetra en nuestros Estados sino jurídicamente. La doctrina del shock nos muestra cómo el dogma neoliberal penetra en nuestras sociedades pero no nos enseña cómo llega a encarnar en la estructura misma del Estado. Lo que sucede en Brasil es muestra del modo cómo el régimen normativo de los Estados es capturado por el concepto de derecho que patrocina la actual hegemonía financiera del dólar-centrismo.
Algo que el marxismo standard no ha llegado a aclararse es que el capitalismo es imposible sin un marco jurídico que haga posible el desarrollo de la lógica del capital. Marx mismo señalaba que, en realidad, no vemos relaciones económicas sino, vemos estas relaciones en el espejo de las relaciones jurídicas. Sin un derecho que justifique y legitime el robo y el despojo (al ser humano y a la naturaleza) que son, en última instancia, el contenido del concepto de riqueza moderna, el capitalismo sería imposible.
El régimen normativo que inaugura el derecho moderno-liberal es lo contenido en la subjetividad moderna que promueve el capitalismo. Desde Hegel, el derecho expresa la propiedad, como determinación de la libertad del individuo moderno; es decir, el derecho moderno es concebido para la defensa de la apropiación de lo que era común, por eso “lo privado” de la “propiedad privada” es la “privación” que se hace a los demás de lo que era común. Es un derecho pensado para los ricos. Si este derecho estructura el régimen normativo de un Estado, entonces se entiende que ese Estado desarrolle únicamente una política antipopular.
Por eso el neoliberalismo realiza un desmontaje del carácter nacional de nuestros Estados y reconfigura nuestras constituciones a merced del nuevo sujeto del derecho actual: el capital transnacional. Los nuevos tratados comerciales, como la Alianza del Pacífico (extensión del Trans Pacific Partnership o TPP, y del Trade In Services Agreement o TISA), son clara muestra de ello, estableciendo una subordinación de los propios Estados a una legislación global que protege a las empresas de todo reclamo de soberanía.
Nuestros gobiernos habían originado una recuperación del carácter nacional de nuestros Estados, pero sin alteración del régimen normativo que había implantado previamente el neoliberalismo. Ahora, cuando se había logrado, aunque sea mínimamente, la estabilidad requerida para impulsar las economías, es desde el propio sistema constitucional que se produce una recaptura del poder. Otra vez, la izquierda entrega en bandeja de plata un país a merced de un nuevo asalto conservador.
Algo que ya debía ser asunto de evaluación politológica es la empecinada denuncia de presidencialismo que promovía la derecha continental. Una de las premisas de la democracia neoliberal, inventada por los think tanks gringos, es la distribución del poder político, recortando atribuciones constitucionales que pudiese tener una cabeza –no disciplinada– gubernamental, para desviarlo al legislativo sobre todo, donde es posible establecer la lógica de los lobbies y, de ese modo, controlar siempre al ejecutivo. Esa es la democracia gringa, donde el presidente no ejerce poder, simplemente lo administra; por eso el voto es irreal, porque el presidente, aunque prometa todo, no puede hacer nada, y el poder detrás del trono actúa cómodamente desde las cámaras. Por eso, a este tipo de democracia le incomoda que un presidente pretenda recuperar atribuciones constitucionales, desde las cuales pueda promover una radical transformación del Estado.
Es curioso cómo las acusaciones de corrupción gubernamental siempre aparecieron una vez que aparecía la predisposición de realizar una “limpieza” estatal. Eso sucede en Brasil y es hasta titular en el New York Times del 15 de abril: “ella no robó nada, pero está siendo juzgada por una banda de ladrones”. Esta situación comienza desde que Dilma, el 2011, efectúa “limpiezas” en organismos públicos.
Algo que es fundamental en la implantación del neoliberalismo es la generación de una cultura de corrupción política, pues sólo de ese modo pueden los mismos connacionales coadyuvar a un desmantelamiento del carácter nacional del Estado. De ese modo la política se convierte en subsidiaria de la economía: las empresas financian campañas políticas y compran políticos para influenciar al propio poder político (el poder de Eduardo Cunha en el Congreso brasileño –el principal impulsor del “impeachment” contra Dilma–, proviene precisamente del poder que le brindan los políticos favorecidos del montaje de corrupción que originó a través de acuerdos con empresas ligadas al financiamiento de campañas y compra de políticos, a cambio de favores e influencia legislativa para hacerse de contratos públicos y estatales). El neoliberalismo no sólo promueve la desregulación bancaria sino también la inmoralidad política. La política se vuelve administradora del poder recortado que le otorga el poder económico. El Estado mismo se encuentra, una vez desmantelado, a merced del ingreso que puedan proporcionarle sectores empresariales.
Estos sectores se hallan, desde el neoliberalismo, demasiado comprometidos con el dólar. De modo que sus intereses no encajan en una recuperación del carácter nacional del Estado. Que Eduardo Cunha sea el aliado principal del vicepresidente Temer, señala una orquestación congresal que busca algo más que una simple destitución constitucional. Se trata de algo que sólo puede hurgarse en la política profunda y que escapa a las consideraciones meramente locales. Lo que está en juego en Brasil es el destino mismo de Sudamérica; no porque en Brasil se dirima una fatalidad sino que el desenlace del “impeachment” establecerá, en lo venidero, el derrotero geopolítico de toda Sudamérica en el nuevo tablero geopolítico multipolar.
La destitución de Dilma provocaría la sucesión constitucional, es decir, la asunción a la presidencia de su vicepresidente Temer, quien es el favorito, en esta contienda, de los intereses gringos. Temer es la versión brasilera de Macri, cuya misión inmediata es, y así lo está demostrando, reponer en Argentina una economía alineada a la hegemonía del dólar. De ese modo se repondría el proyecto de las elites, que no es otro que un neomonroeismo más implacable, en una situación global ya no tan halagüeña para USA. No se trata sólo de destituir a Dilma sino de anular también a Lula, para una re-cooptación absoluta de la economía del gigante sudamericano. Detrás de todo el teatro mediático se encuentra la restauración neoliberal en condiciones que ameritan la urgencia de USA por aislar a Sudamérica de la influencia de China y Rusia y de toda opción que signifique, para nuestros países, separarse de la hegemonía gringa.

El factor geopolítico viene por ese lado. Tanto USA como Rusia ya han venido declarando su más que seguro abandono, no sólo de Siria sino de todo el Medio Oriente. Esto supondría no sólo el desentenderse de los conflictos suscitados allí sino el mudar el propio teatro de conflagración geopolítica global a otra parte del mundo. USA concentra su poder bélico en el Extremo Oriente, pero su más actualizado neomonroeismo está concentrando sus esfuerzos en recuperar, lo que considera su continente, de toda influencia que merme en algo su importancia. Desde la doctrina Bush, USA ha ido perdiendo presencia en casi todo el mundo; el propio empecinamiento en Irak y Afganistán le costó, entre otras cosas, perder su control sobre Sudamérica.

Tanto Ucrania como Siria han mostrado la fractura de un mundo unipolar y que está propiciando una nueva guerra fría. Dos bloques antagónicos se enfrentan en todo conflicto que persigue la reposición de un mundo unipolar: por un lado USA, su brazo armado (la OTAN), su brazo político (la Unión Europea), y su brazo financiero (la Banca israelí-anglosajona); por el otro, los BRICS, además del Grupo de Shanghai, pero sobre todo Rusia y China. Brasil forma parte de los BRICS y, una unión más estrecha entre Brasil y China, supondría el fin de la hegemonía gringa en Sudamérica.

La restauración neoliberal en Brasil persigue la desconexión entre estos dos gigantes. Si Brasil corre la misma suerte que Argentina, entonces el futuro del MERCOSUR, la UNASUR y el ALBA se hallan seriamente comprometidos y nuestros países, que no pueden vivir al margen de una integración económica, estarían a merced de los tratados comerciales promovidos por el capital transnacional. La Alianza del Pacífico ha sido diseñada para eso, pues dentro de la doctrina Obama, un punto primordial es la contención de China. Si USA promueve esta contención en la propia área de influencia de China, con mayor razón en lo que consideran los gringos su backyard.

Para estos fines el Council of Foreign Relation o CFR ha diseñado el concepto geopolítico de “North-America”, donde éste se expande hasta Venezuela, como parte de un Caribe ampliado (que USA siempre consideró como su Mar Mediterráneo). Este concepto establece la prioridad de contar con los recursos naturales y energéticos que proveen las cuencas del Orinoco y del Amazonas, como base material para garantizar la reposición de la supremacía gringa en el continente. La anulación geopolítica de Sudamérica es esencial para esta reposición. Esta fue la claridad que tenía el presidente Chávez (por eso era urgente su desaparición). Ningún otro presidente, ni siquiera Lula, ha mostrado consciencia de esta perspectiva geopolítica, necesaria a la hora de ingresar de modo soberano a una nueva reconfiguración del tablero geopolítico global.
Deshacer una integración regional sudamericana, de carácter soberano, es fundamental para debilitar al BRICS, sobre todo a Rusia y China, pues el cordón geoestratégico de las potencias emergentes tendrían que recluirse al viejo continente, una vez rota la continuidad que proporcionaban Sudáfrica y Brasil (desde Washington se orquesta las protestas estudiantiles en Hong Kong, la desestabilización en Sudáfrica, también las protestas contra la reelección de Putin, así como la confabulación con la familia Saudí y la banca, para bajar el precio del petróleo e implosionar las economías de Rusia, Irán y Venezuela); desconectar a Brasil supone aislar a Sudamérica de la expansión del pacífico y no permitir, bajo ninguna circunstancia, un ingreso en mejores condiciones, de nuestra región, en la nueva cartografía tripolar (USA-China-Rusia) que no conviene para nada a la supremacía gringa.
La carencia de una lectura global de un mundo en transición nos hizo perder la gran oportunidad de consolidar un proyecto regional cuando el Imperio estaba distraído en el Medio Oriente. La resistencia de los pueblos de Irak, Afganistán, Siria, Irán, etc., nos había dado la posibilidad de originar una primavera democrática en estos lados; pero el exitismo de lo logrado, que no era sólo merito nuestro, ahora nos descubre en una coyuntura ya no tan favorable, donde las dos más grandes economías de Sudamérica se van inclinando por una nueva capitulación mucho más entreguista que las anteriores. La colonialidad de nuestras elites, tanto económicas como políticas y hasta culturales, sólo pueden manifestar un ánimo de resignación y, aunque prodiguen un anti-imperialismo discursivo, esto sólo sirve para el berrinche momentáneo y la inculpación unilateral hacia afuera (hasta para admitir responsabilidades la izquierda sólo sabe mirar hacia afuera).
En esta coyuntura, donde la integración es más difícil y el quedar aislados cancelaría lo propositivo de nuestras revoluciones, es menester reponer de modo urgente las prerrogativas que pretendían una integración política y económica, además de financiera, regional. Nadie se va a salvar solo. La salida de esta emboscada no puede ser sino conjunta. Las críticas al interior de nuestros procesos no pueden perder de vista que, lo que está en juego, es la sobrevivencia misma de nuestros Estados. Si los gobiernos muestran algo de sensatez al respecto, debieran ser los primeros en ceder su exclusivismo e infalibilidad, para promover una nueva reconexión horizontal con el carácter popular-democrático que habían inaugurado nuestros pueblos, sobre todo indígenas. Una nueva integración no puede reducirse a lo meramente comercial sino que debe proponerse en los términos geopolíticos de una reposición geoestratégica de la región, para de ese modo permitirnos un ingreso, en las mejores condiciones, en el nuevo tablero geopolítico global.
Así como las políticas que adopta Macri son insostenibles, lo mismo sucedería con Temer en Brasil. El nuevo tipo de acumulación financiera que orquestan los nuevos tratados comerciales es decididamente más despiadada y solo puede conseguir los índices acumulativos que se proponen, despojando todas las conquistas sociales logradas en este periodo. Como en Argentina, lo que se produciría en Brasil es el caos (las conquistas sociales, y hasta culturales, han constituido un nuevo sentido común que será difícil anular). Pero este panorama no ensombrece las aspiraciones del capital financiero, pues para las finanzas, el caos y la guerra constituyen siempre oportunidades para generar ganancias espectaculares.
Si USA desiste del Medio Oriente, pues ya no puede contrarrestar la superioridad bélica rusa, le resta asegurar su área inmediata de influencia. Y si, para ello, promueve un concepto geopolítico de ofensiva estratégica, como es el “North-America” ampliado, entonces la anulación de Sudamérica supondría su balcanización. Esa es tristemente la constancia de toda reconfiguración geopolítica: donde no haya integración regional sólo resta su balcanización. Cuando todo se trata de sobrevivir –hasta de las potencias–, los fuertes no hallan otra manera de hacerlo sino a costa de los débiles. Y los débiles lo son porque, en semejante situación, anteponen sus particularidades y no apuestan por su complementación. En un mundo compartido, nadie es independiente del todo, ni siquiera los imperios; se es independiente en la medida en que se toma conciencia del grado de dependencia que se tiene, de modo de aprovechar esa dependencia (porque no es unilateral) y hacerla recíproca. La independencia es subjetiva, es decir, es el tipo de relación que establezco, lo que define mi condición.

Este panorama es también el que se viene definiendo en las elecciones que se llevaran a cabo en USA. La favorita del poder financiero y los lobbies es Hilary Clinton (a quien ya llaman “Killary”) y, si la nueva administración gringa recae en la parte más conservadora, que ya no es sólo la republicana, entonces la tercera guerra mundial pasaría a ser una opción inevitable. La visión provinciana euro-gringo-céntrica de la diplomacia y la política exterior del primer mundo no concibe un mundo compartido y esa limitante sólo admite la posibilidad de la guerra.
Toda la propaganda actual está diseñada para legitimar una situación límite. La develación de los “panamá papers” es una de las tantas estrategias de la guerra financiera contra los enemigos del dólar. No en vano, el consorcio que investiga estas cuentas off-shore es curiosamente patrocinado por la CIA, la fundación Ford y la fundación Soros. La curiosa selectividad informativa da muestras de una interesada pesquisa, donde aparecen personajes del “eje del mal”, para darle más candela al asunto. Otra función más del circo mediático que, pretendiendo defender la libertad y la legalidad, no hace otra cosa que no sea recortar aún más la libertad global; porque esta operación no afecta al sistema financiero, que necesita estos paraísos fiscales para, precisamente, evadir las leyes estatales; esta operación sólo busca eliminar la competencia y establecer como únicos paraísos fiscales a aquellos que se encuentran en las jurisdicciones de USA, Gran Bretaña, Israel y Holanda, de ese modo, tener el control total de todos los movimientos financieros globales, legales o no.
La importancia geoeconómica de Sudamérica es clara para las pretensiones del concepto “North-America”. Para una incorporación de nuestra región, en condiciones prometedoras, a un mundo multipolar, se requiere una apertura hacia el pacífico y una conexión estratégica –soberana– con el gigante asiático. De modo aislado esto no es posible y esto lo saben los gringos, por eso, anulando a Brasil se anula una apuesta conjunta. Sólo regionalmente se estaría en condiciones de negociación favorable con alguna potencia, de lo contrario, cualquier potencia sólo nos subsumiría en su proyecto expansivo.
El concepto de “North-America” subyace al disciplinamiento del Caribe, que empezó con el golpe en Honduras, la incorporación del México neoliberal como garante energético de esta restauración expansiva, la desestabilización de Venezuela, el golpe en Brasil, la defenestración de Cristina Kirchner (cuando mostró su entusiasmo de que Argentina formase parte del BRICS) y, hasta podría decirse: caen como anillo al dedo, la derrota de la izquierda en Perú y el terremoto en Ecuador (¿habrán estado activas las antenas del proyecto HAARP?). La actual guerra fría financiera, tiene fines geoestratégicos contra el BRICS; y el interés por reducir a Sudamérica en el concepto “North-America”, implosionando sus tres más grandes geoeconomías (Brasil, Argentina y Venezuela), hace preocupante la situación nuestra en esta encrucijada.
Sudamérica se encuentra polarizada entre lo que resta del ALBA y el auspicio imperial de la Alianza del Pacífico. Si Brasil es absorbido por la restauración neoliberal, su importancia como promotor de una integración regional (cosa que, hay que decirlo, nunca se propuso de modo decidido) habrá devenido en arrastrar a todos a la capitulación. El MERCOSUR sería excluido por la Alianza del Pacífico y USA controlaría de nuevo todo para su propio y exclusivo beneficio (el CAFTA ya está bajo su control). La fractura geopolítica daría lugar a una situación de caos y desestabilización regional y una posible balcanización.
Sudamérica sería el lugar de la definición geopolítica global, donde el supremasismo gringo fundaría sus pretensiones de restaurar su hegemonía única y la reposición de un mundo unipolar. Para ello cuenta con la complicidad de las burguesías locales y todo el sistema financiero mundial, que es capaz de colapsar cualquier economía vulnerable al patrón dólar. Ahora se comprenderá por qué era urgente y necesario el funcionamiento del Banco del Sur y la consolidación de una moneda regional. Sólo con la recuperación de nuestras reservas internacionales podía haberse dado un impulso decidido a nuestra independencia económico-financiera regional; esto involucraba la transformación de todo el marco jurídico imperante (mercado-céntrico y dólar-céntrico), pero eso fue, precisamente, lo que no fue posible para la perspectiva colonial de nuestros gobiernos. Puede que sean anti-neoliberales, pero su perspectiva no es post-capitalista. Por eso todo lo que han logrado se encuentra, ahora, a merced y el disfrute de una restauración neoliberal.
La tecnocracia neoliberal, presente en los ministerios del sector económico y financiero, son el caballo de Troya que no se supo descubrir a tiempo (mientras Dilma era defenestrada, vía el gigante mediático Globo, por su osadía de pronunciarse a favor de una independencia cibernética de Brasil, cometía la imprudencia de confiar a Joaquim Levy –un funcionario del FMI– las arcas de las finanzas brasileras, no haciendo otras cosa que facilitarle su labor de sabotaje; lo que le valió después ser nombrado jefe financiero del Banco Mundial). Como se dio cuenta el presidente Chávez –en el caso de Libia–: nuestros propios gobiernos fueron los encargados en reafirmar nuestra dependencia al sistema financiero, causante del actual e inminente colapso económico global. Por eso el primer mundo, gracias a nuestra dependencia, sigue estable, a pesar de su aguda crisis financiera. De las guerras multidimensionales que emprende USA contra el BRICS, las guerras geofinancieras son las que más éxitos le han deparado; no otra cosa significa el espionaje cibernético de la National Security Agency a la PETROBRAS y que hizo poner a Brasil de rodillas cuando develó sus cuentas secretas. También las sanciones económicas contra países determinados le han sido más efectivas que el poder militar.
¿Cómo salió de la recesión del 29 el posterior ganador de la segunda guerra mundial, o sea, USA? La guerra ha sido siempre, en el mundo moderno, el campo de oportunidades más apetecido del ámbito financiero. Lo grave en nuestro presente es que una conflagración global entre potencias, pasa por el uso de armamento nuclear. Pero hasta aquello entra en los cálculos imperiales a la hora de promover el desarrollo de bombas atómicas tácticas, que son municiones nucleares de pequeñas dimensiones, que se cree disminuyen los riesgos del uso de arsenal nuclear de dimensiones mayores, sin tomar en cuenta la peligrosidad que significaría la proliferación del uso masivo de estas armas de carácter táctico.
El concepto de “North-America” es una clara respuesta a la nueva visión estratégica que había nacido en la Escuela de Geoestrategia del Brasil, el 2008, y que se expuso en la llamada “Estrategia Nacional de Defensa”; tomando en cuenta los ámbitos nuclear, espacial y cibernético y configurando dos áreas estratégicas: el Atlántico Sur y el Amazonas. Esta estrategia ponía, como es debido, un interés detenido en los asuntos de seguridad nacional y defensa. Esto, que debía haber sido promovido por la UNASUR, en sus mejores momentos, ahora parece sólo constituir una anécdota. Este año, Brasil anunció, por medio de su ministro de comercio, Armando Monteiro, la aceptación de pagos, por parte de Irán, en divisas que no sean precisamente el dólar, con el fin de eludir las sanciones económicas de USA. El sistema financiero global puede aceptar el comercio sur-sur, pero si esto involucra hacerlo al margen del dólar, entonces la reacción no se deja esperar.

La corrupción, el “impeachment”, la destitución de Dilma, etc., son parte del circo montado para el gran público. Pero lo que se apuesta en ese circo es otra cosa. El destino de toda Sudamérica está en juego, mientras se incentiva, también mediáticamente, la desilusión y el desencanto de nuestros procesos (que van más allá de los avatares de los circunstanciales gobiernos). El desenlace de lo que suceda en Brasil, marcará la disposición geoestratégica, ya sea de reclusión o expansión, del BRICS. Si Brasil cae, la supremacía gringa tendrá una carta estratégica para enfrentar a las potencias emergentes y contará, de nuevo, con nuestros recursos, para una nueva reconquista del mundo.

La Paz, Bolivia, 27 de abril del 2016

– Rafael Bautista S. es autor de “la Descolonización de la Política. Introducción a una Política Comunitaria”. Dirige el “taller de la descolonización” en La Paz, Bolivia
rafaelcorso@yahoo.com

Imparable el avance de la derecha en AL

“Imparable el avance de la derecha en AL”: Pérez Esquivel
Por Blanche Petrich sáb, 16 abr 2016 00:30 – La Jornada

Cien días y ninguna flor. No es un poema, sino una de esas frases que saltan de pronto en la conversación con Adolfo Pérez Esquivel, el activista de derechos humanos que durante la dictadura argentina soportó 14 meses de cárcel y tortura y en 1980 recibió el Premio Nobel de la Paz. Se refiere a los resultados que están a la vista a 100 días del gobierno de Mauricio Macri.

Enumera: los despidos de empleados y trabajadores de empresas públicas y privadas llegan a 110 mil. Y aunque el nuevo mandatario prometió en su campaña “pobreza cero”, según un estudio de la Universidad Católica de Argentina, el nuevo gobierno sumó dos millones de nuevos pobres a la estadística. “Y es que Macri se planteó la gobernabilidad del país como una gran empresa. Sus ministros son empresarios. Y éstos, cuando ven que una empresa no le rinde la achican. Claro, también es cierto que Cristina Fernández le dejó un panorama complicado porque durante sus últimos días en la presidencia hizo muchas contrataciones indiscriminadamente”.

Cita críticamente las primeras medidas de gobierno “que solo juegan con la pobreza de la gente”: la eliminación de las retenciones fiscales a las empresas mineras y a los agricultores sojeros, el acuerdo de pagar a los deudores de los fondos buitres, “una deuda injusta, tremenda. Ilegítima”.

Y a ello se suma el desmontaje gradual de importantes avances que se lograron en 12 años en materia de derechos humanos. Pero más que enumerar lamentos y entuertos, Pérez Esquivel subraya un ángulo de análisis poco explorado hasta ahora en el escenario postelectoral de Argentina: “¿Por qué pasó lo que pasó, después de 12 años de gobiernos kirchneristas? Es la primera vez en la historia de Argentina que llega al gobierno un partido de derecha por la vía de las elecciones. Cuando veo esto no puedo dejar de hacer una lectura a nivel continental, porque no hay casualidades ni hechos aislados”.

Este defensor de derechos continental, nativo del barrio porteño de Santelmo que empezó su activismo en las comunidades eclesiales de base, aclara de entrada que él no se identifica con el kirchnerismo “aunque rescato algunas cosas positivas de ese periodo y las apoyé desde una posición de independencia.”
Desde esta postura crítica, con frecuencia confrontada sobretodo en la administración de Cristina Fernández, habla con La Jornada.

Políticas de derechos humanos vrs militancia partidaria
—Lo que se construyó en Argentina en cuestión de derechos humanos, de justicia transicional, memoria histórica en los últimos 12 años es muy interesante; en algunos casos son acciones referentes para América Latina…

—En algunas cosas sí, en otras no. Por ejemplo, fue bueno que cuando las organizaciones de derechos humanos reclamamos a Néstor Kirchner la nulidad de las leyes de impunidad, tuvo la voluntad política de hacerlo. Se abrieron las compuertas para juzgar los crímenes lesa humanidad. Esto lo apoyamos 100 por ciento. Pero también el kirchnerismo se quiso apropiar de la política de derechos humanos y manejarla políticamente. Hubo organismos que se sumaron a la militancia política partidaria. Nosotros, en el Servicio por la Par y la Justicia (Serpaj) y otras organizaciones de esta corriente, nos pareció que teníamos que ser independientes. Comprendo que madres, abuelas, familiares que nacieron con el fin de saber el paradero de sus seres queridos, no trabajaron la política de derechos humanos en su integridad. Y yo respeto eso. Pero algunos se incorporaron políticamente a los gobiernos de los Kirchner. Fueron muy subvencionados y frente a graves violaciones de derechos humanos que ocurrieron en estos tiempos guardaron silencio. Nosotros, en cambio, fuimos muy marginados. Hoy hay una división entre los que tienen una inclinación partidista y los que no la tienen. Y esto tiene un costo político. No hay unidad y tenemos que ser conscientes de ello. Pero si algunos defensores se quedan únicamente en la época de la dictadura, nosotros preguntamos ¿qué pasa hoy?

—¿Qué casos puede citar de este periodo?
—Muchos. El caso de la mega-minería, persecuciones de dirigentes opositores, daños ambientales, aumento del cáncer en el caso del glifosato en los cultivos de soja. Hay constancias incluso de nacimiento con malformaciones. Y la consecuente violación a los derechos de las comunidades indígenas y campesinas.
—En el terreno de los derechos humanos ¿qué medidas de las que ha tomado Macri recientemente critica usted?
—Un ejemplo; cuando nos reunimos con el nuevo secretario de Derechos Humanos Claudio Abruj nos aseguró que el gobierno va a respetar los jucios. Es mentira: no les corresponde a ellos respetar o no los juicios, ese es un tema estrictamente judicial. Lo que van a hacer es otra cosa, quitarle apoyo a las organizaciones, campañas de desprestigio. Ya empezaron. En el Archivo de la Memoria Histórica que se creó en la ex ESMA (la macabra Escuela Mecánica de la Armada, por donde pasaron cinco mil argentinos que fueron torturados, asesinados, desaparecidos) nos echaron a todos. Otro ejemplo es el intento de desacreditar a las organizaciones. En Clarín, Jorge Lanata, un columnista muy de derecha, escribe que hay que crear nuevos organismos de derechos humanos creíbles. ¿Creíbles para quién? Para ellos, el nuevo oficialismo; para llevar agua a su molino, para que respondan a las políticas neoliberales que quieren imponer.

La derecha avanza
A Pérez Esquivel, que a partir de agosto tendrá una cátedra en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, le parece “imparable” el avance de la derecha en América Latina. “Desde el golpe de Estado de Honduras, Venezuela, Paraguay; de ahí en adelante; los llamados golpes blandos, en complicidad con los poderes judicial, político y empresarial. Y en este panorama no podemos dejar a un lado a Haití, donde después del golpe de Estado (el segundo golpe fue en 2004) las tropas de la Minustah se instalaron definitivamente. Hasta ahora, que se gesta el golpe que amenaza a Brasil.

—¿Ve el riesgo de una marcha atrás en Argentina?
–En cuanto a la marcha atrás, a la sociedad este momento no lo agarra tan desprevenida. En todos estos años aprendimos muchas cosas. Lo que falta hacer es un trabajo de construcción colectiva, de propuestas de alternativas, si no nos quedamos con los lamentos y éstos no construyen. En los últimos años creció mucho, y no por el gobierno, el trabajo de la memoria. Fue por eso que el 24 de marzo de este año –40 aniversario del golpe de Estado— hubo una movilización extraordinaria, donde dominaban los jóvenes que no vivieron lo que nosotros vivimos.
—Por cierto que el aniversario de la dictadura y esa movilización coincidió con la visita de Barack Obama.
—Macri lo quiso llevar esa fecha para bloquear la atención sobre la movilización. Y lo logró en parte. Clarín no publicó en el periódico impreso nada en primera plana. La Nación apenas unos párrafos. Nada de televisión, apenas unos flashes.

—Se ha documentado, en el tema de represión y derechos humanos, que hoy día el mayor número de víctimas son defensores del medio ambiente, de la naturaleza y sus territorios, debido a la expansión de los megaproyectos de grandes corporativos, fuerzas de seguridad, clase política.
—Eso no es de ahora, viene de hace muchos años. Hay que hablar de Chico Mendes en la Amazonía brasileña. Pero se ha agudizado en los últimos tiempos. El caso más ilustrativo es Colombia, donde hay grandes cantidades de desplazados internos por la presión de los grupos paramilitares. Ahora sus tierras, de las que fueron despojados, se las están entregando a grandes empresas para la explotación minera, petrolera, agroindustrial. El caso de Ecuador, con el caso de Chevron, que huye del país porque la justicia lo condena a pagar millones de dólares por daños ambientales. ¿Y qué hace? Se va a Argentina. Y Cristina Kirchner lo recibe y le entrega las tierras de Vaca Muerta, en Neuquén, para que las explote con fracking. Te voy a contar una cosa.

En 2012 fue la última vez que vimos a Fidel Castro, con Atilio Borón, Stella Calloni, otros amigos. Y Fidel nos dijo: cuidado que eso del fracking va a entrar a Argentina y va a causar más daños que el petróleo tradicional. No porque fuera una premonición sino porque es un analista muy agudo. Y eso está pasando. Y esos territorios son del pueblo mapuche, con lo cual se violan sus derechos con total impunidad. Monsanto ingresa a Argentina con total impunidad también bajo el gobierno de Cristina y ahora está tratando de regularizar sus patentes. Hay un trabajo muy interesante de Frei Betto sobre desarrollo y capitalismo, y dice que los gobiernos progresistas siguen utilizando los mismos parámetros y objetivos que los gobiernos capitalistas neoliberales. Y ahí está China. Argentina le entregó también en Neuquén un territorio de más de 350 hectáreas. Para entrar ahí se necesita permiso de la embajada china. Frente a esto, uno se pregunta ¿cuáles son los gobiernos progresistas y cuáles los neoliberales? Tenemos serias dudas hacia donde caminamos.

¿Y el ciclo progresista?
—¿Entonces cuál es el saldo del llamado ciclo progresista?
—Hubo cosas muy positivas que apoyamos, como la creación de Unasur, de Celac. Son avances, pero falta generar conciencia de integración continental. Eso lo tenía muy claro Hugo Chávez. Pero todavía a nivel continental no tenemos los instrumentos necesarios de soberanía y autonomía; mientras tanto vamos a seguir boyando en la tormenta y seguiremos sujetos a los intereses de las grandes corporaciones, sin capacidad de decisión. Así seguiremos girando y dando más vueltas que el perro para acostarse.

—Quizá en este momento la nube más negra en el horizonte es la posibilidad de que se concrete el golpe en Brasil.
—Está en camino. Eso va a afectar a todo el continente. Es esta derecha que ya tiene la experiencia de Honduras, de Paraguay, de Venezuela, Y los medios de comunicación cumplen un rol clave. O Globo es como Clarín en Argentina.
—¿Ve posibilidades de que última hora se pueda conjurar el golpe en Brasil?
—Esperemos. No hay ninguna justificación para llevar a Dilma Rousseff a un juicio político. Aquí hay un problema clave y es que tenemos democracias delegativas, no participativas. Los pueblos quedan al margen, solo como espectadores y solo se les toma en cuenta cada elección.

—En el ciclo progresista ¿los gobiernos fueron capaces de crear un antídoto, una capacidad de contener esta oleada de derecha?
—No, no lo creo. No hubo una propuesta alternativa; predominaron los discursos progresistas por un lado –con cosas muy buenas— y por otro las políticas neoliberales. En todo el continente hay fuerzas muy interesantes, pero no están articuladas. Las izquierdas están muy fraccionadas. Creo que se olvidaron de dos operaciones matemáticas básicas, sumar y multiplicar. Siempre están dividiendo y restando, no logran consolidar un frente. Estoy pensando más allá de Argentina, estoy pensando en el continente. Pero sí, en el caso argentino, el gobierno de Cristina, más que el de Néstor, fue más de confrontación que de diálogo. Y eso provocó muchas divisiones que restó fuerza a la acción conjunta. Eso es lo que hay que tratar de recomponer ahora.

La crisis del ciclo progresista en Latinoamérica

Maristella Svampa y la crisis del ciclo progresista en Latinoamérica

Gerardo Muñoz – 31-03-2016

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Maristella Svampa es socióloga e investigadora del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) en la Universidad de la Plata. Es autora de una docena de libros que han tenido un gran impacto en la discusión en torno a la política regional, los movimientos sociales, y la función del Estado en América Latina. Entre sus más recientes libros se encuentran 15 mitos y realidades sobre la minería transnacional en Argentina (Colectivo Ediciones Herramientas, 2011); Maldesarrollo: la Argentina del extractivismo y del despejo (co-escrito con Enrique Viale, Katz, 2014), y más recientemente Debates Latinoamericanos: Indianismo, Desarrollo, Dependencia, y Populismo (Edhasa, 2016). A lo largo de esta década, el trabajo crítico de Svampa ha sido un enorme esfuerzo de compresión de los actores progresistas de la región, así como de interrogación sobre la configuración geopolítica en su entrecruzamiento entre la forma estatal y el capital transnacional. Su conocida tesis del “consenso de los commodities” ha influido transversalmente en la reflexión latinoamericanista de esta década, expandiendo los modelos analíticos por los cuales entendemos la llamada ‘Marea Rosada’ latinoamericana, esto es, el ciclo de gobiernos progresistas que ascendieron al poder tras la elección de Hugo Chávez en 1999. Asimismo, el análisis de Svampa sobre las nuevas formas del extractivismo (mega-minería, fracking, desforestación, entre otras), constitutivas de los procesos de acumulación en curso, ha contribuido a precisar los pliegues internos en las políticas redistributivas y sus diseños desarrollistas. En la entrevista que sigue, la socióloga retoma varias preguntas centrales a su trabajo a la luz del llamado ‘agotamiento del fin de ciclo progresista’; un momento en el cual parece que atestiguáramos el descenso de los gobiernos progresistas tras la derrota política en Argentina, la sucesión de Nicolás Maduro en Venezuela, y la derrota del referéndum en Bolivia. En esta coyuntura, Svampa sitúa su reflexión política a partir de un horizonte de democracia radical –contra todos los identitarismos asumidos– que traza una experiencia compartida que llama “un bien común de la humanidad” y la potencia de pensar la política de otro modo.

—¿Cómo evalúa el agotamiento del ciclo de los gobiernos progresistas a la luz del contundente triunfo electoral de Mauricio Macri en las pasadas elecciones de la Argentina? ¿Podríamos hablar, efectivamente, de un “fin de ciclo en la región” y ascenso de un nueva derecha regional, a partir de síntomas que también se explicitan en Brasil, Ecuador, o Venezuela?

—Empecemos por lo primero. Desde hace un tiempo vengo hablando de un fin de ciclo en la región, lo cual no incluye solamente a la Argentina. Entre 2000 y 2015, mucha agua ha corrido bajo el puente en América Latina. A lo largo de estos quince años, los diferentes gobiernos progresistas pasaron de ser considerado una nueva izquierda latinoamericana, concitando fuertes expectativas de renovación política, a ser conceptualizados, de un modo más tradicional, en términos de populismos del siglo XXI. En el pasaje de una caracterización a otra, algo importante se perdió, algo que evoca el abandono, la pérdida de la dimensión emancipatoria de la política y la evolución hacia modelos de dominación de corte tradicional, basados en el culto al líder y su identificación con el Estado.

Sobre el ascenso de las derechas. Quisiera alejarme de las lecturas conspirativas, y ello, no porque considere que las derechas no hayan hecho o no hagan nada por erosionar la legitimidad de los gobiernos progresistas. Sabemos que lo hacen. Pero creo que la posibilidad de ascenso de nuevas derechas se debe, en gran parte, a los errores y desmesuras de los gobiernos progresistas, que han venido acentuando las dimensiones menos pluralistas que encierra el dilema populista, visibles en la concentración del poder en el presidente y en la manifiesta intolerancia hacia las disidencias. Por otro lado, la consolidación de una matriz extractivista ha mostrado sus limitaciones, en un contexto de fuerte caída de los precios internacionales de los commodities (algunos lo llaman el fin del superciclo de los commodities). Esto no solo parece haber puesto un límite a las “ventajas comparativas” que alentaron la expansión económica durante casi una década (2003-2013), sino que inserta a los diferentes países en una crisis económica cada vez mayor, que ilustra la incapacidad de estos gobiernos por transformar las matrices productivas y la dependencia y consolidación de un patrón primario-exportador. En este marco, se evidencian también la volatilidad de los logros, a través del aumento de la pobreza y la insatisfacción de los sectores medios.

Si vamos al caso de la Argentina, no hubo un triunfo incontestable de la derecha. Macri ganó por casi dos puntos, y fue el primer sorprendido en los resultados de la primera vuelta, que abrieron paso al ballotage [segunda vuelta electoral]. En realidad, el kirchnerismo fue el artífice de su propia derrota. Hay que tener en cuenta que el kirchnerismo ya hace rato que dejó de ser una expresión de la centro izquierda, aun si se aseguró el cuasimonopolio de este espacio en la última década, y esto sin duda explica parte del agotamiento de una sociedad, frente a la sobreactuación y la binarización de la política que el kirchnerismo alimento hasta la exasperación. Una señal del estado terminal del progresismo peronista fue sin duda el apoyo a la candidatura del multifacético Aníbal Fernández (acusado de ser un aliado del narcotráfico), desestimando las denuncias acerca de su complicidad con la policía y el negocio del narcotráfico en la provincia, como si ello fuera solo parte del “relato” de la oposición [1]. En fin, fueron muchos los factores: corrupción y enriquecimiento de la clase gobernante que alcanza incluso a la familia presidencial y al vicepresidente, capitalismo prebendario (el llamado “capitalismo de amigos”), sostenida inflación desde 2007 y una importante degradación de la situación económica [2].

—¿Cómo lee la llegada de Cambiemos-PRO y del macrismo a la escena política argentina? ¿Estamos ante un reacomodo de ciertas políticas económicas del kirchnerismo, o es simplemente una restauración neo-conservadora? ¿O tal vez una combinación de ambas?

—El nuevo gobierno de Macri presenta rupturas pero también continuidades respecto del gobierno saliente. Voy a enumerar sólo algunas de ellas. Para comenzar, en términos de rupturas, hay que señalar aquellas de tipo ideológico: a partir del 10 de diciembre de 2015, la Argentina dejó de ser gobernada por un régimen identificado con un populismo de alta intensidad, asentado en la concentración del poder, la intolerancia a las disidencias y el hiperliderazgo de Cristina; para pasar a ser gobernada por una derecha aperturista, basada explícitamente en un modelo de “comunidad de negocios”, proempresarial, pero que no desdeña el trabajo territorial y entiende la política como gestión y marketing [3].

No creo sin embargo que esta ruptura ideológica signifique una vuelta sin más al neoliberalismo de los años noventa. No dudo en que esto conducirá a un escenario más desigualador en lo social, pero también esto dependerá de los límites que la sociedad argentina coloque al nuevo gobierno. Los despidos en el ámbito público, la espiral inflacionaria pre y pos-devaluatoria, las medidas proempresariales, el descomunal aumento de las tarifas de servicios y los tímidos anuncios relativos a lo social, muestran un gobierno que tiende a mirar hacia un solo lado y éste no es precisamente el de las grandes mayorías.

Por otro lado, no hay que olvidar que vivimos en una sociedad diferente a la de hace dos décadas, visible en la capacidad de protesta social y el expandido lenguaje de derechos. Todo ello, en principio, hace pensar que habría poco espacio para un tal retroceso. No por casualidad el presidente electo Mauricio Macri parece querer plantarse en un espacio de geometría variable, de oscilación entre, por un lado, un desarrollismo con menos Estado y un reconocimiento de la importancia de lo social, y, por otro lado, un neoliberalismo postnoventista, de tipo aperturista, al estilo del ex presidente chileno Sebastián Piñera. Cómo se dará ese equilibrio o tensión entre uno y otro, cuál de las dos tendencias prevalecerá, todavía es temprano para afirmarlo, pero los dos primeros meses de gestión marcan una tendencia al neoliberalismo desarrollista en clave empresarial.

Por otro lado, habrá continuidad con el kirchnerismo respecto del extractivismo, desde la megaminería (el gobierno ya anunció por decreto la quita de las retenciones a las mineras), impulso al fracking, al acaparamiento de tierras y el agronegocios. Es cierto que la elección de consejeros delegados de empresas para los diferentes ministerios alertó a muchos y, en especial, a las poblaciones afectadas por el extractivismo, lo cual no significa que éstas coman vidrio respecto del pasado reciente. Después de todo, Miguel Galuccio, el CEO de YPF, venía de una multinacional casi más importante que la Shell y el secretario de minería del kirchnerismo, Jorge Mayoral, es socio de empresas proveedoras de la Barrick Gold. De un modo particularmente eficaz, el kirchnerismo supo consolidar una poderosa comunidad de negocios, aunque articulara el lenguaje de las mediaciones políticas y una épica progresista, y contara con el silencio cómplice de tantos intelectuales. En esta línea, el escenario planteado por Macri supone un ajuste social y más extractivismo, con lo cual tendremos muy probablemente nuevas situaciones de represión y de menoscabo de la democracia [4].

—Hay dos libros recientemente publicados, La razón neoliberal: economías barrocas y pragmática popular (Tinta Limón 2015) de Verónica Gago, y su Maldesarrollo: la argentina del extractivismo y el despojo (Katz, 2014) (en colaboración con Enrique Viale), que ponen sobre la mesa los límites del modelo económico de distribución de la renta y la persistencia de un patrón flexible de acumulación y desarrollo. También pienso aquí el trabajo pionero sobre el patrón flexible de acumulación desarrollado en el importante The Other Side of the Popular: Neoliberalism and Subalternity in Latin America (Duke University Press, 2002), del latinoamericanista Gareth Williams. Este modelo económico pareciera consistir de complejos registros que trabajan simultáneamente niveles macro y micro, que disputan la inclusión al consumo y modelos más globales de extractivismo. ¿Cómo pensar la heterogénea composición de la economía actual en la región? ¿Cómo entiende la relación entre consumo y acumulación en los procesos populares de la región en los últimos años de progresismo?

—El tipo de producción que hoy se impone de la mano de la comodificación de la naturaleza [conversión de la naturaleza en mercancía. Commodity en inglés significa mercancía] y de la vida social viene asociado a determinados patrones e imaginarios sociales de consumo. Quiero decir, contribuyen a consolidar un modo de vida, hoy hegemónico, relacionado con determinadas ideas sobre el progreso que permean nuestro lenguaje, nuestras prácticas, nuestra cotidianeidad, acerca de lo que se entiende por calidad de vida, por buena vida y desarrollo social. Ulrich Brandt habla de un “modo de vida imperial”, para referirse a la universalización “de un modo de vida que es imperial hacia la naturaleza y las relaciones sociales y que no tiene ningún sentido democrático, en la medida que no cuestiona ninguna forma de dominación. El modo de vida imperial no se refiere simplemente a un estilo de vida practicado por diferentes ambientes sociales, sino a patrones imperiales de producción, distribución y consumo, a imaginarios culturales y subjetividades fuertemente arraigados en las prácticas cotidianas de las mayorías en los países del norte, pero también, y crecientemente, de las clases altas y medias de los países emergentes del sur”.

En este sentido, los progresismos han sido muy poco innovadores en lo que respecto a los patrones de consumo, porque han alentado el modelo del ciudadano consumidor o una inclusión por el consumo, antes que un modelo de ciudadanía anclada en derechos. Esto no sucedía en los años setenta y comienzos de los ochenta, cuando una parte de la izquierda latinoamericana, pese a que era bastante refractaria a la problemática ambiental, pensaba en términos de “necesidades básicas” y cuestionaba la universalización del modelo de consumo de las sociedades del norte, el cual, de expandirse a los sectores más ricos de las sociedades del sur, no sólo implicaría mayor concentración de privilegios y riqueza, sino que generaría un modelo de desarrollo insostenible. Subrayo esto porque hoy los gobiernos progresistas están lejos de cuestionar el consumo; más aún lo glorifican. Recuerdo que en 2015, Cristina Fernández de Kirchner se vanaglorió de que los argentinos éramos los mayores consumidores de bebidas gaseosas en el mundo [5]. Estamos alejándonos de aquel imaginario que asocia la Coca-Cola con Estados Unidos, país en el cual hay una campaña en contra del consumo de gaseosas, a raíz del aumento de la obesidad. Latinoamérica es un mercado en alza para muchos consumos, que se convierten en símbolos aspiracionales, lo cual aparece avalado por los diferentes gobiernos, que se arrogan luego una retórica antisistémica.

Gran parte de la pregnancia de la noción de desarrollo se debe al hecho de que los patrones de consumo asociados al modelo hegemónico permean al conjunto de la población. Más claro: hoy, la definición de qué es una “vida mejor” aparece asociada a la demanda por la “democratización” del consumo, antes que a la necesidad de llevar a cabo un cambio cultural respecto del consumo y la relación con el medio ambiente, en función de una teoría diferente de las necesidades sociales y del vínculo con la naturaleza. La congruencia entre patrones de producción y de consumo, la generalización en los países del norte, pero también del sur, de un “modo de vida hegemónico”, hace notoriamente más difícil la conexión o articulación social y geopolítica entre las diferentes luchas (sociales y ecológicas, urbanas y rurales, entre otras); y de sus lenguajes emancipatorios.

—En el cruce con la crisis del progresismo epocal vemos un retorno explicitado de lo teológico político. ¿Cómo ve la complejidad que agrega Francisco al mapa latinoamericano actual? Hay algunos que piensan que puede darse la posibilidad de una alianza con cierto franciscanismo como novedad contestaría que inserta el Vaticano en la escena internacional. Esta es la tesis fuerte de Gianni Vattimo, explicitada en el Foro de Emancipación y la Igualdad celebrado en Buenos Aires, donde vaticinó que el Vaticano era una Cuarta Internacional Comunista [6]. ¿Cuáles serían las condiciones o límites de tal alianza?

—Soy bastante escéptica en eso. Sin duda la emergencia de Francisco (un papa peronista), agrega complejidad al escenario latinoamericano actual, pero tengo la impresión de que este rol es sobredimensionado en Europa. Y este sobredimensionamiento tiene menos que ver con la realidad latinoamericana y mucho más con cierto vacío ideológico que uno puede percibir en Europa, más allá de las izquierdas promesantes, como la surgida, por ejemplo, en España. En América Latina, pese a la crisis actual de los progresismos, no existe tal vacío, porque hay un telón de fondo que es otro, constituido por las organizaciones y movimientos sociales, que han contribuido o contribuyen a la emergencia de un nuevo lenguaje de valoración (del territorio, de la Naturaleza) y una nueva gramática política.

Por otro lado, los pueblos latinoamericanos son muy creyentes, pero el catolicismo ha ido perdiendo espacio frente al avance de los pentecostales, cuyo carácter conservador y reaccionario es muy preocupante, y que van ocupando cada vez más lugares políticos (sea como bloque parlamentario, en Brasil, o aliados dentro del MAS en Bolivia o en el marco de las organizaciones indígenas alineadas con el gobierno, como en Ecuador). Francisco es una figura de referencia y su nueva encíclica Laudato Si, va en la línea del cuestionamiento de los extractivismos que hoy alientan los gobiernos, sean de derecha o izquierda y es sin duda una fuente de apoyo para organizaciones socioterritoriales y ambientales. Pero su prédica ecologista tiene poco eco en los gobiernos actuales.

—Bolivia aparece en la coyuntura como uno de los países que parece escapa al agotamiento generalizado del mapa político latinoamericano (más allá de su derrota en el referéndum a otro término presidencial de Morales). Pero, ¿hasta qué punto es el horizonte hegemónico comunitario –avanzado por el propio vicepresidente Álvaro García Linera durante todos estos años queda muy claro en sus intervenciones publicadas en el sitio de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional [7]– sustentable en condiciones de extractivismo o de dominación interna dada al interior de la lógica misma de la hegemonía?

—No hay dudas de que el gobierno de Morales significó una redistribución del poder social, en un país donde históricamente las mayorías indígenas han sido objeto de racismo y de exclusión. También es cierto que la tarea política no fue fácil, pues en los primeros años debió hacer frente a las oligarquías regionales, que amenazaban con la secesión. Sin embargo, esta situación de “empate catastrófico” finalizó hacia 2009, año en el que además se aprobó la nueva constitución plurinacional del Estado y comenzó así una nueva etapa, que marcaría la creciente hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS) y la importancia cada vez mayor del liderazgo de Evo Morales. Política de bonos (planes sociales), distribución de tierras (nueva reforma agraria), crecimiento y estabilidad económica, nacionalización de empresas estratégicas, fueron las insignias del gobierno, acompañado por el avance de la frontera hidrocarburífera y del agronegocios.

Sin embargo, conflictos emblemáticos, como el del TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isidoro Secure), por la construcción de una carretera, sin consulta a las poblaciones originarias, reconfiguraron el tablero político, develando la política real del gobierno, más allá de los discursos eco-comunitarios en defensa de la Pachamama. El ala indigenista y más autonómica del gobierno fue sucumbiendo así al ala estatista, orientada cada vez más hacia un esquema de dominación populista tradicional. La defensa del modelo extractivo estaría a cargo del vicepresidente Álvaro García Linera, quien lanzaría ya en ocasión del TIPNIS la acusación de “ambientalismo colonial”, anatema que mezclaría las agencias de cooperación internacional con las ONG de izquierda y organizaciones indígenas díscolas. “Coyuntura reveladora”, como diría el politólogo Luis Tapia (ex compañero de Linera en el grupo de intelectuales del grupo Comuna), después del TIPNIS, nada sería lo mismo en Bolivia [8]. Lo cierto es que en los últimos años el partido en el gobierno fue avanzando en el reemplazo de las organizaciones indígenas díscolas (marginando a los rebeldes y creando estructuras de poder reconocidas por el Estado); en el estrangulamiento del periodismo crítico, quitándole a éste la pauta oficial, y generando un creciente proceso de autocensura en los medios no oficialistas; en fin, en la amenaza de expulsión a las ONG críticas y de izquierda, para las cuales el gobierno prepara una nueva ley, con fines disciplinadores.

Es en ese preocupante marco de tentativa de cierre de los canales de expresión que el gobierno lanzó la propuesta de “repostulación” del binomio gobernante, el cual acaba de obtener un no (51,56% por el no contra el 48,44 por el sí), en un contexto en el cual la oposición política es débil y fragmentada (más allá de que gobierne varios departamentos o de que el oficialismo haya perdido en el último referéndum autonómico) [9]. Además, la concentración de poder obtura la posibilidad de emergencia de nuevos liderazgos políticos desde abajo. Si hubiese ganado el sí, Evo Morales y García Linera hubiesen tenido la posibilidad de permanecer veinte años consecutivos en el gobierno. Hace sólo diez años, estos mismos dirigentes se hubieran levantado indignadísimos contra cualquier otro político o partido que buscara perpetuarse en el poder y, sin embargo, a la hora actual, pueden sostener sin sonrojarse que solo la permanencia del actual binomio gobernante puede garantizar la continuidad de los cambios realizados, en el marco de un gobierno popular, e impedir el siempre temido retorno de la derecha.

El tema de las re-reelecciones no es nuevo en la coyuntura latinoamericana y ha sido motivo de polarizaciones sociales. En 2013, Cristina Fernández de Kirchner tanteó la posibilidad y se encontró con que la sociedad ponía un límite a sus aspiraciones re-reeleccionarias. Desde Ecuador, Rafael Correa también tuvo que renunciar a la re-reelección, luego de un 2015 atravesado por conflictos que lo cuestionan, tanto por derecha como por izquierdas. En realidad, que yo sepa, los únicos que lograron que se aprobara la reelección indefinida fueron el venezolano Hugo Chávez, en 2009, en su segundo intento; y el sandinista Daniel Ortega, en Nicaragua, quien va en la línea de los gobiernos claramente autoritarios. Los gobiernos citados –más allá de sus diferencias– ilustran un proceso de concentración de poder en el ejecutivo, en el marco de esquemas hiperpresidencialistas y terminan por apostar a una lectura mesiánica de la historia, porque en definitiva consideran que el cambio histórico se debe a las orientaciones del líder o la lideresa, y no al cambio de correlación de fuerzas sociales [10].

En mi opinión, menudo favor le haríamos a las izquierdas latinoamericanas si dejáramos estos temas a la derecha política, pues ni la defensa de las libertades ni la crítica a la concentración del poder tienen copyright ideológico. Además, en línea con lo que sostiene Roberto Gargarella, es casi imposible pensar que la ampliación y promoción de la participación popular y la concentración del poder vayan juntas [11]. Y la reelección va en la clara línea de la concentración del poder. Por último, son precisamente los sectores más vulnerables y las izquierdas las víctimas recurrentes del cierre de espacios políticos y de los procesos de violación de derechos humanos. En suma, volviendo a Bolivia, quizá porque es el país que más expectativas políticas despertó en el continente, es que hoy éste se convierte en un caso testigo que pone a prueba la inteligencia crítica de las izquierdas latinoamericanas.

—En muchos discursos críticos latinoamericanistas (producidos dentro y fuera de América Latina) ha venido surgiendo con mucha fuerza la apuesta ‘comunitaria’ o de lo ‘común’. El “giro comunitario” (‘turn to the commons’) busca acceso “directo a la democracia”, y se posiciona contra la verticalidad institucional del Estado, así como contra la función carismática de los populismos. Pero el discurso de lo común o de lo comunal está también instalado en las retóricas de algunos estados (como el venezolano o Bolivia) [12]. ¿Hasta qué punto puede el comunitarismo (identitario) ser horizonte democrático de emancipación?

—Los conceptos en construcción suelen ser conceptos en disputa. Así, hay una disputa simbólica en torno a los nuevos conceptos horizontes y un peligro de vampirización de los mismos, que pueden ser vaciados de su potencialidad o tergirversados. Es el peligro de la “convergencia perversa”, como advertía ya Evelina Dagnino, al referirse a conceptos como el de “participación democrática”, allá en los años noventa, a partir de su utilización por parte del Banco Mundial y los gobiernos neoliberales. Esto hoy sucede no solo con el concepto de “bienes comunes” sino también con el de buen vivir, instalado en la retórica gubernamentales en países como Ecuador y Bolivia, en menor medida en Venezuela [13]. Asimismo, ambos aparecen en la retórica pro-establishment de ciertos organismos internacionales.

Por encima de las disputas, hay que destacar que la gramática de lo común aparece como un elemento de convergencia entre los países del norte y del sur. Hay que destacar empero los matices: mientras que en los países del norte la gramática de lo común se define en favor de lo público, esto es, en contra de las políticas de ajuste y privatización (el neoliberalismo), contra la expropiación del saber y la nueva economía del conocimiento (el capitalismo cognitivo y sus formas de apropiación) y sólo más recientemente en contra del extractivismo (particularmente, contra la utilización de la fractura hidráulica o fracking), en nuestros países periféricos, lo común se focaliza más bien contra las variadas formas el neoextractivismo desarrollista, lo cual abarca desde procesos de acaparamiento de tierras, la privatización de las semillas y la sobreexplotación del conjunto de los bienes naturales.

Desde una mirada compenetrada con la realidad latinoamericana, el belga François Houtard asocia los bienes comunes con el bien común de la humanidad, por su carácter más general, el cual implica los fundamentos de la vida colectiva de la humanidad sobre el planeta: la relación con la naturaleza, la producción de la vida, la organización colectiva (la política) y la lectura, la evaluación y la expresión de lo real (la cultura). Sin embargo, no se trataría de un patrimonio, sino de un “estado” (bien estar, bien vivir) resultado del conjunto de los parámetros de la vida de los seres humanos, hombres y mujeres, en la tierra [14]. En definitiva, el Bien Común de la Humanidad como horizonte democrático de emancipación alude a la defensa de la vida y de su reproducción, hoy amenazada. Su potencialidad, en el marco de la crisis civilizatoria y ambiental, es muy grande.

—Por último, en Maldesarrollo ha reflexionado en torno al papel de las mujeres en cuanto a resistencias no domesticadas por el poder estatal, sino acentuadas en lógicas de solidaridad y de lo común. Ustedes escriben: “…es necesario subrayar el rol de los feminismos populares en la emergencia de un ethos procomunal, en especial aquellos visiones ligadas a la economía feministas y al ecofeminismo, sustentado en la ética del cuidado y valores como la reciprocidad y la complementariedad” [15]. ¿Piensa que los feminismos y las nuevas luchas por los reaparecen ahora al centro de la agenda frente al agotamiento de los progresismos estatales?

—No sé si estas nuevas luchas aparecerán en el centro de la agenda, con la crisis de los progresismos. No olvidemos que los progresismos han absorbido parte de la energía creativa de numerosos movimientos y organizaciones sociales, a las cuales beneficiaron con algunas medidas o políticas, pero les quitaron autonomía, en el sentido de restarle capacidad para fijar una agenda otra, una agenda política independiente del gobierno.

Por supuesto, hay numerosas luchas territoriales, socioambientales, indígenas, feministas que a través de la persistencia, del empecinamiento por la defensa de la vida y su reproducción, por la búsqueda de vínculos no depredadores con la naturaleza, a partir de una mirada que enfatiza la ecodependencia, que abren también a nuevas ontologías relacionales, que cuestionan las visiones duales y jerárquicas, y se presentan como independientes del mercado y del Estado. Pero el peligro es que, ante el fracaso de los progresismos estatales, y la pérdida de poder de organizaciones y movimientos sociales vinculados orgánicamente a éstos se vaya difundiendo un gran desencanto y que la nueva gramática de la vida, de lo común, basadas en el principio de la complementaridad y de la reciprocidad, sean consideradas irrealistas. Sabemos que es necesario recrear la idea misma de un proyecto de izquierda plural, democrático, emancipatorio, pero no es lo mismo hacerlo ahora que quince años atrás. La experiencia de los gobiernos progresistas ha abierto numerosas heridas, no sólo en los movimientos y organizaciones sociales sino también en el pensamiento crítico latinoamericano.

Gerardo Muñoz es estudiante de doctorado en cultura latinoamericana y pensamiento político en Princeton University. Su tesis investiga la relación entre Estado y las fisuras de la hegemonía en los siglos diecinueve y veinte en América Latina. Es miembro del colectivo académico Infrapolitical Deconstruction.

Notas:

1.Sobre la acusación del nexo de Aníbal Fernández con el narcotráfico, ver Jorge Lanata presentó un informe que vincula a Aníbal Fernández con el narcotráfico.

2. Los principios de “nueva patria contratista” y “capitalismo de amigos” son desarrollados por Svampa en su Maldesarrollo: la argentina del extractivismo y el despejo (Katz, 2014).

3. El ideólogo del “marketing político” en la campa de Mauricio Macri, Jaime Duran Barba ha desarrollado esto en su El arte de ganar: Cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas (Debate, 2011).

4. Maristella Svampa. Estruendos en la mina. Revista Ñ, 22 de febrero, 2016.

5. Diego Valeriano. Consumamos, lo demás no importa nada.

6. Intervención de Gianni Vattimo en el Foro de la Emancipación y la Igualdad, aquí.

7. Ver las publicaciones Geopolítica de la amazonia (2012) y Socialismo comunitario: un horizonte de época (2015). Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia.

8. Luis Tapia. El Leviatán criollo. La Paz: autodeterminación ediciones, 2014.

9. Resultados oficiales del Tribunal Supremo Electoral de Bolivia, aquí.

10. Maristella Svampa. La sociedad excluyente: la Argentina bajo el signo del neoliberalismo. Buenos Aires: Taurus, 2005.

11. Roberto Gargarella. La sala de máquinas de la Constitución: dos siglos de constitucionalismo en América Latina (1810-2010). Buenos Aires: Katz, 2014.

12. Tres contribuciones fundamentales sobre el llamado giro comunitarismo en América Latina son Dispersar el poder: los movimientos sociales como poderes antiestatales (Ediciones desde abajo, 2007) de Raúl Zibechi; Los ritmos del Pachakuti: movilización y levantamiento popular-indígena en Bolivia (Tinta Limón, 2008) de Raquel Gutiérrez Aguilar; y “Se han adueñado del proceso de lucha”. Horizontes comunitario- populares en tensión y la reconstitución de la dominación en la Bolivia del MAS (SOCEE/Autodeterminación, 2015) de Huáscar Salazar Lohman.

13. Sobre el concepto de ‘buen vivir’, ver Plurinacionalidad y Vivir Bien/Buen Vivir: dos conceptos leídos desde Bolivia y Ecuador post-constituyente (Ediciones Abya-Yale, 2015) de Salvador Schavelzon.

14. François Houtart. ‘From common goods to the common good of humanity’. HAOL, No. 26, Otoño, 87-102.

15. Maristella Svampa, Maldesarrollo. 398.

En Amérique latine, remplacer le futur par le passé ?

En Amérique latine, remplacer le futur par le passé ?

Christophe Ventura 29 janvier 2016

Pays : Amérique latine & Caraïbes Thèmes : Relations entre mouvements sociaux & gouvernements Virage à gauche de l’Amérique latine Source : Mémoire des luttes

La question est posée et fait déjà couler beaucoup d’encre : assistons-nous à la fin d’un cycle en Amérique latine ? [1]Incontestablement, les mauvaises nouvelles s’amoncellent sur le sous-continent. Elles sont d’abord d’ordre économique. Le ralentissement durable de l’économie mondiale maltraite de diverses façons les pays de la région. Ceux du Cône Sud, largement dépendants de l’exploitation et de l’exportation de leurs ressources naturelles vers les marchés mondiaux sont particulièrement affectés par la stagnation des économies européennes et, surtout, la nette décélération de la croissance de la Chine (second partenaire commercial de l’Amérique latine) et des pays émergents. Ceux d’Amérique centrale (auxquels nous ajouterons le Mexique) bénéficient plus sensiblement de la reprise confirmée de l’économie des Etats-Unis. En effet, leurs économies productrices de matières premières et de biens intermédiaires demeurent largement arrimées aux chaînes de valeurs globales des entreprises transnationales de la première puissance mondiale.

Ces tendances rappellent la persistance des fragilités du modèle de développement économique latino-américain. Essentiellement basé sur l’extractivisme, il est devenu, une décennie après l’arrivée au pouvoir des gouvernements progressistes, plus primarisé que jamais et reste fondamentalement tributaire des marchés et des capitaux internationaux, fussent-ils occidentaux ou chinois.

Les économies latino-américaines plongent à mesure que se prononce la chute des cours des matières premières (près de 32 % en moyenne depuis 2012, 44 % pour le pétrole rien qu’en 2015, près de 50 % pour le gaz naturel, 30 % pour les métaux, 17 % pour les aliments, 16 % pour le soja, etc. [2]) et que la faiblesse structurelle de la demande intérieure régionale interdit la compensation des effets des chocs globaux.

Enfin, les annonces de la Réserve fédérale américaine (Fed) relatives à la hausse de ses taux d’intérêts [3] affolent les banques centrales et les gouvernements latino-américains. Ces derniers se préparent, médusés, à subir la dépréciation de leurs monnaies, une fuite de capitaux vers l’économie américaine et une nouvelle poussée d’inflation importée.

Depuis 2013, la région traverse ainsi une crise économique qui s’approfondit. Ses conséquences sociales sont désormais palpables. Pour la première fois en 2014, la pauvreté n’a pas baissé dans la région tandis que l’indigence a même augmenté. En 2015, l’Amérique latine aura connu sa plus faible croissance depuis 2009 (-0,4 %). L’Argentine, le Brésil – première puissance régionale – et le Venezuela sont les pays les plus touchés [4].

Les poussées inflationnistes, le retour du chômage dans plusieurs pays, la multiplication des scandales de corruption s’ajoutent à cette crise pour délégitimer les gouvernements et les classes politiques, notamment ceux issus de la vague « progressiste » des années 2000. Ces derniers n’ont pas endigué ces phénomènes, ni modifié les structures économiques. Désormais, financer des politiques sociales en faveur de l’inclusion des secteurs les plus fragiles de la société et développer, dans le même temps, des politiques publiques [5] à destination des nouvelles classes consommatrices qui ont bénéficié de leur action ces dernières années devient, pour tous les gouvernements, un casse-tête insurmontable.

En Argentine et au Brésil, ces gouvernements gèrent la fin d’un pacte objectif scellé dans les années 2000 – pendant les années d’abondance – avec des secteurs de la bourgeoisie locale. Ces derniers tiraient généreusement profit du « boom » des exportations, notamment vers la Chine, tout en acceptant qu’une part des revenus de la rente fasse l’objet d’une redistribution sociale élargie, elle-même génératrice d’une augmentation des revenus disponibles pour la consommation intérieure.

Avec la crise et l’essoufflement des rendements économiques et financiers, ces secteurs considèrent que pour retrouver des marges de manœuvre, il convient désormais de délaisser le modèle antérieur et de relâcher l’axe prioritaire Sud/Sud (notamment avec la Chine). Ils prônent dorénavant pour leurs pays une (ré)insertion plus marquée aux courants dominants du libre-échange et de la finance internationale, auprès des Etats-Unis et de l’UE notamment, et en misant sur les négociations d’accords commerciaux bi-nationaux, bi-régionaux ou « méga-régionaux » [6] .

Le nouveau président de droite argentin Mauricio Macri, soutenu par le ministre des affaires étrangères de l’Uruguay Rodolfo Nin Novoa – dont le pays entame la présidence pro-tempore du Marché commun du Sud (Mercosur) pour le premier semestre 2016 –, est porteur de cette orientation [7] . Ainsi, M. Macri souhaite rapprocher le premier bloc commercial latino-américain de la libérale Alliance du Pacifique dont les membres (Chili, Colombie, Mexique, Pérou) sont les principaux partenaires des Etats-Unis dans la région. Le Brésil, enlisé, hésite.

Une nouvelle page s’écrit en Amérique latine. Sur fond de crise économique, les gouvernements progressistes, au pouvoir depuis dix ou quinze ans, entrent dans un cycle de contre-performances électorales, tandis que les mouvements populaires qui les ont souvent portés au pouvoir se divisent sur la question de leur rapport avec eux (entre secteurs critiques des politiques extractivistes ou néo-développementalistes et secteurs syndicaux, politiques qui maintiennent leur soutien).

Par ailleurs, l’articulation entre ces différents acteurs a perdu de son dynamisme à mesure que les composantes gouvernementales des processus étaient absorbées par la gestion courante des institutions et des campagnes électorales d’une part, et que, d’autre part, nombre de cadres des formations politiques et de mouvements sociaux s’intégraient aux rouages de l’Etat d’où ils observaient la réalisation des exigences sociales les plus immédiates.

Dans ces conditions, les oppositions politiques de centre-droit et de droite ont compris qu’elles bénéficiaient d’une configuration plus favorable à leur retour au pouvoir. Plus que jamais soutenues par de puissants intérêts médiatiques, économiques et politiques dans leur pays, la région, les Etats-Unis et l’Union européenne, elles sont alors repassées à l’offensive. Dans les phases électorales, les secteurs les plus intelligents de la droite – opposés à d’autres plus radicaux et violents – ont su modérer leur stratégie, leurs discours et leurs programmes, afin de tenir compte des réalités sociologiques, ainsi que du niveau d’ancrage et d’organisation des pouvoirs populaires (syndicats, mouvements sociaux, partis, etc.).

En résumé, ils ont pris acte du rapport de forces dans la société, de l’hégémonie culturelle, sociologique et sociale de leurs adversaires et misé sur le fait que la composante politique et étatique de ces processus pouvait dorénavant constituer leur talon d’Achille.

S’inspirant même de la culture, des codes et des pratiques du mouvement social propres à leurs adversaires – en gagnant la rue contre la gauche, en suscitant leurs propres mouvements sociaux revendicatifs sur les questions de corruption, de gestion du pouvoir et de la démocratie –, ces droites ont progressivement peaufiné un discours axé autour du thème du « changement » dans la continuité. Et aux héritiers des droites antidémocratiques latino-américaines de prêter serment en faveur de la conservation des acquis sociaux et démocratiques des gouvernements progressistes. Mais sur un mode nouveau.

Nouvelles têtes, nouvelle « gestion » promise, « mieux », plus « propre », plus « sûr », plus « uni », plus « démocratique », plus « ouvert et flexible ». Voici le marketing politique des forces de la restauration libérale et du réalignement avec Washington et, secondairement, l’UE en Amérique latine.

Une jeune et emblématique dirigeante de cette nouvelle génération a donné le “La” le soir même de son élection inattendue à la tête de la puissante province de Buenos Aires en Argentine contre l’expérimenté bras droit de l’ancienne présidente Cristina Kirchner, Aníbal Fernández [8] . Dans un lapsus linguæ à la puissance de vérité incomparable, María Eugenia Vidal, membre de la coalition de droite « Cambiemos » dirigée par Mauricio Macri (alors en chemin vers le second tour de l’élection présidentielle), déclarait le 25 octobre 2015 [9] dans l’euphorie de sa victoire : « Aujourd’hui, nous remplaçons le futur par le passé » (« Hoy, cambiamos futuro por pasado »). La dirigeante, plantée face à son auditoire abasourdi par une telle maladresse, dû se reprendre instamment et corriger : « … le passé par le futur ! » (« Hoy, cambiamos pasado por futuro ») [10] .

Et pourtant, il s’agit bien du projet réel, historique en tendance, des droites. Sur fond d’affaiblissement économique, d’usure du pouvoir, de désaffiliation électorale au sein des camps progressistes [11] , ces forces remportent désormais des batailles au cœur des moteurs sud-américains.

Dans le même temps, rarement les gouvernements post-néolibéraux, notamment celui du Venezuela, ont dû faire face à autant de pressions, d’initiatives de disqualification et d’entreprises de déstabilisation que lors des deux dernières années. Partout, les oppositions ont utilisé sur le terrain trois leviers pour les harceler : la rue, les médias et les appareils judiciaires (souvent en faveur, directement ou naturellement, de leurs intérêts) [12] . Au Venezuela, où la situation de polarisation politique et sociale est la plus exacerbée, elles ont développé une stratégie de la tension en 2014, accompagnée d’actions violentes et de guerre économique.

Argentine, Brésil, Venezuela. Les trois puissances régionales qui avaient favorisé la vague progressiste dans toute la région sont désormais celles par lesquelles s’insinue le reflux. Mais dans quelles conditions et avec quelles perspectives ?

L’élection de Mauricio Macri en Argentine a matérialisé la nouvelle situation. Cependant, la configuration qui se dessine révèle de nouvelles incertitudes. En effet, ici comme ailleurs, les partis de centre-droit et de droite ne semblent pas en mesure de remporter des victoires totales, ni même peut-être durables.

Toujours associées aux effondrements des années 1990, elles ne sont pas plébiscitées, ne suscitant pas de vote d’adhésion franc. Ainsi, en Argentine, la Chambre des députés et le Sénat restent dominés par les forces « kirchnéristes », tout comme de nombreuses provinces du pays. Au Venezuela, la « cohabitation » fonctionne de manière inversée : l’Assemblée nationale dispose d’une nouvelle majorité, tandis que le pouvoir exécutif reste chaviste, comme de nombreux Etats et une majorité de villes [13]. Au Brésil, c’est l’ensemble de la classe politique, qu’elle soit associée à la majorité ou à l’opposition, qui est rejetée par la population. Le système politique de la première puissance régionale traverse une crise structurelle qui dépasse celle du Parti des travailleurs.

Le nouveau panorama se révèle complexe, inédit et non homogène. Les performances économiques des années 2000 et 2010 sont épuisées. Des blocs politiques et sociaux rivaux se font face dans les institutions et la société. Dans ces conditions, chaque scénario s’écrira selon les spécificités des conjonctures nationales (politique, sociale, judiciaire, médiatique) et un calendrier électoral régional qui s’étale jusqu’à la fin de la décennie en cours.

L’instabilité et la conflictualité permanentes pourraient caractériser ce nouveau cycle dans plusieurs pays clés (Venezuela, Brésil).

Faut-il alors officialiser la fin du cycle ouvert au début des années 2000 en Amérique latine ? Il est trop tôt pour l’affirmer mais il semble néanmoins acquis qu’une nouvelle séquence s’ouvre dans la région, caractérisée par la fin de l’hégémonie des forces organisées de gauche et, surtout, celle de la « magie » latino-américaine qui a offert un récit singulier sur la scène mondiale au commencement du 21e siècle.

Dans cette nouvelle époque plus « normalisée » qui s’ouvre, les forces progressistes et la gauche conserveront des bases socio-politiques et institutionnelles fortes dans les sociétés. Le renforcement des droites est rendu possible par l’affaiblissement des gouvernements et par leur engagement aussi momentané que contraint à offrir des garanties quant aux « acquis ». Parfois divisées au-delà de leur association contre les gouvernements progressistes, il leur sera difficile de gouverner frontalement et d’imposer leur agenda néolibéral à des processus enracinés et sociologiquement majoritaires.

Le remugle libéral se répand d’ores et déjà. Les annonces de dévaluation en Argentine avec perte de pouvoir d’achat pour la population, de mesures d’austérité et de « détricotage » de plusieurs lois de protections sociales et du droit du travail dans les trois pays se succèdent [14] Pourtant, la droite et ses alliés ne pourront pas, d’emblée, actionner leur rouleau compresseur dans des sociétés qui n’ont jamais été aussi organisées sur le plan de la combativité sociale [15] et éduquées et vivantes en matière de participation démocratique.
Après quinze ans d’expériences progressistes, les sociétés latino-américaines ont passé des seuils normatifs en matière d’avancées civiques, politiques, culturelles et sociales. Ces sociétés ont changé, pour longtemps. Le précédent Sebastián Piñera au Chili est là pour le rappeler. C’est devant la puissance des mouvements étudiants opposés à son plan de privatisation de l’université que le président de droite a préparé la défaite de son camp en 2014, laissant place au retour du gouvernement de centre-gauche (plus à gauche) de Michelle Bachelet.

Pour ces mêmes raisons, les gouvernements progressistes s’éloigneront de leurs bases populaires chaque fois que leurs choix économiques s’aligneront sur ceux d’un recentrage austéritaire et atlantiste. Dans ces conditions, la multiplication de tensions sociales pourrait alors déboucher sur l’augmentation des contestations contre les gouvernements en place, qu’ils soient de droite ou de gauche.

Donner priorité au développement d’un marché intérieur latino-américain, capable de renforcer l’autonomisation de la région face à ses multiples dépendances, constituerait une piste pour s’échapper de l’enclos dans lequel sont enfermés les gouvernements et les pays de la région. Mais un tel projet, nécessairement de long terme et qui ne répond pas à la demande de résolution des urgences actuelles, exigerait des pays du sous-continent qu’ils s’unissent pour mettre en place de chaînes de valeurs productives et complémentaires au service d’un autre modèle de développement. Or, la perspective d’un approfondissement de l’intégration politique de la région semble aujourd’hui plus incertaine.

Les processus de transformation en Amérique latine traversent une crise qui exige pour sa résolution trois dynamiques combinées : une rénovation des projets et des pratiques, une remobilisation populaire sans laquelle rien ne pourra advenir, un cap géoéconomique pour la région.

La nouvelle dynamique des droites se déploie quant à elle dans une configuration qui la contient pour le moment. Et ce, d’autant plus qu’elle intervient dans un contexte international qui va continuer à se détériorer et que les alliés traditionnels des droites latino-américaines dans le monde sont affaiblis, affectés par un déclin relatif d’hégémonie.

L’avenir de l’Amérique latine paraît plus indécis et ouvert que jamais.

La lulización de la izquierda latinoamericana (Sept. 2014)

La lulización de la izquierda latinoamericana
Por Pablo Stefanoni*

Después de más de una década de gobiernos populares –quince años en Venezuela y ocho en Bolivia y Ecuador– la “etapa heroica” de las izquierdas latinoamericanas en el poder ha quedado atrás. Hoy la crisis venezolana le ha dejado libre a Brasil el camino hacia el liderazgo regional con su exitoso modelo económico neodesarrollista.

esde fines de los años 90, América Latina viene transitando lo que a falta de términos más precisos se ha definido como pos-neoliberalismo, y que el presidente ecuatoriano Rafael Correa denominó “cambio de época”. Se trata, sin duda, de una variedad de experiencias difícilmente reductibles a la extendida clasificación de las “dos izquierdas”. Este clivaje, que Álvaro Vargas Llosa sintetizó –apelando a metáforas maniqueas– como izquierdas vegetarianas (Chile, Brasil, Uruguay) contra izquierdas carnívoras (Venezuela, Bolivia, Ecuador) corre el riesgo de congelar imágenes demasiado acotadas de procesos atravesados por una gran diversidad de pliegues y ángulos de análisis –y tampoco capta las convergencias entre ambas orillas–. Problemas similares encontramos con quienes, desde la izquierda radical, realizan la misma disección pero colocando del lado correcto a los gobiernos revolucionarios y del negativo a los reformistas. Que recientemente un largo artículo en The New York Times elogie la gestión macroeconómica de Evo Morales con el término “prudente” (1), que La Nación –“el diario de la oligarquía argentina”– titule un artículo “Bolivia da la nota” (2) o que el programa “Dinero” de la CNN le haya entregado la “medalla de oro” al país andino diciendo que “Bolivia está mejor desde 2005” (3) constituyen ilustrativas advertencias tanto para los antipopulistas furibundos como para quienes creen que en el bloque bolivariano se estaría transitando la salida del capitalismo. Lo mismo ocurre con el interesante proceso ecuatoriano, que combina transformaciones profundas –e incluso refundacionales– con un nacionalismo dolarizado.

En el análisis de las experiencias de las izquierdas en el poder no puede dejarse de lado el hecho de que esos gobiernos de cambio son precisamente pos-neoliberales porque, si bien buscan revertir los efectos de la “larga noche” del Consenso de Washington, se proponen recuperar el rol del Estado en sociedades profundamente modificadas por esas reformas estructurales y por el actual capitalismo globalizado, individualista y consumista que el italiano Raffaele Simone ha llamado “el monstruo amable” (4), y en general se busca evitar volver al viejo estatismo cuya crisis habilitó las privatizaciones. En casos como Bolivia y Ecuador, los gobiernos populares han hecho del crecimiento y la estabilidad económica una de sus banderas. Por eso Evo Morales acumuló uno de los stocks de reservas internacionales más altos del mundo en relación al PIB, uno de los logros que precisamente resaltaban The New York Times y el Fondo Monetario Internacional (5). Esto, sin duda, distingue a estas dos naciones bolivarianas de Venezuela, donde parte de la complicada situación que atraviesa Nicolás Maduro se vincula a un manejo de la economía con fuertes tendencias redistributivas pero también derrochadoras y desinstitucionalizantes.

El fin del socialismo del siglo XXI

Después de más de una década del giro a la izquierda (quince años en Venezuela y ocho en Bolivia y Ecuador), la “etapa heroica” ha quedado atrás: se visualiza un amesetamiento de la integración antiliberal –por ejemplo en el caso de la Unasur (6)– y las izquierdas han perdido el monopolio de las banderas del cambio. Una nueva derecha, capaz de combinar populismo securitario, liberalismo cultural y una “cara social”, ha comenzado a desafiar al bloque pos-neoliberal en el terreno regional (por ejemplo, mediante la eficaz instalación simbólica de la Alianza del Pacífico como una mejor y más moderna alternativa para la región) y en los espacios nacionales: Sergio Massa y Mauricio Macri en Argentina, Henrique Capriles en Venezuela o Mauricio Rodas, quien acaba de ganarle al correísmo la alcaldía de Quito, en Ecuador.

Esto no significa que la izquierda no conserve posibilidades de ganar en varios países (Evo Morales, Dilma Rousseff y Tabaré Vázquez corren hoy con ventaja para ser reelegidos de manera consecutiva o con delay, y la propia Michelle Bachelet derrotó por amplio margen a la derecha en diciembre pasado). Pero lo que en algún momento se imaginó como un tránsito lineal a algún tipo de socialismo del siglo XXI estaba más ligado al hiperactivismo voluntarista de Hugo Chávez que a un consenso regional, y la crisis venezolana ha dejado el camino libre a un Brasil que promueve un capitalismo desarrollista muy vinculado a sus transnacionales. Brasil juega a la vez el rol de “locomotora regional” y de subpotencia con sus propios intereses en el juego global. Parte de este rol se puede ver en el aumento de su influencia en Cuba, donde ha incrementado notablemente su presencia económica (y política) de la mano del aura de Lula. Si Fidel Castro era un estrecho aliado –político y emocional– de Chávez, no es sorprendente que los más fríos militares cubanos, que controlan los sectores estratégicos de la economía, y la élite tecnocrática “raulista” tengan más afinidad con los brasileños, aunque por el momento sigan dependiendo del petróleo venezolano (7). El diario El País, por ejemplo, informó que Lula llevó en uno de sus viajes a La Habana al llamado “rey de la soja”, el ex gobernador de Mato Grosso, Blairo Maggi, para enseñarles a los cubanos a producir la oleaginosa con mejor calidad (8).

Tampoco el ex sindicalista de San Pablo se privó de aconsejar –no sin una dosis de paternalismo– al presidente venezolano: “Maduro debería intentar disminuir el debate político para dedicarse enteramente a gobernar, establecer una política de coalición, construir un programa mínimo y disminuir la tensión” (9).

El consenso neodesarrollista

En todas partes, las izquierdas en el poder han combinado una ampliación de las fronteras extractivas con un despliegue de políticas sociales en el marco de un cierto consenso desarrollista. Ello ha generado una serie de conflictos ambientales (en Argentina, Perú, Ecuador, Brasil y Bolivia) y numerosos debates acerca de la reprimarización de las economías, la creciente influencia china, las infraestructuras y explotaciones en áreas protegidas (como el caso del TIPNIS en Bolivia y de Yasuní en Ecuador) y los problemas del extractivismo en la propia integración regional (10). En los casos argentino, brasileño y paraguayo se suma al debate la sojización, que desde hace años ha transformado profundamente la producción agraria y la vida rural, precisamente impulsada por la demanda asiática.

Pero este imaginario desarrollista no opera sólo en las grandes economías regionales. Rafael Correa viene de inaugurar, con lágrimas en los ojos, la Ciudad del Conocimiento Yachay (11). Concebida en su inicio con apoyo surcoreano, esta “ciudad” busca fomentar la economía del talento en estrecha alianza con varias empresas y centros de investigación del exterior. Evo Morales, con la misma emoción siguió desde China el lanzamiento del satélite boliviano Túpac Katari (TKSAT-1), en el que el Estado invirtió 300 millones de dólares; en una reciente entrevista nombró tres veces a Corea del Sur, a la que se mira con interés en Bolivia y Ecuador.

Frente a estas ilusiones desarrollistas, han surgido algunos discursos impugnadores con un peso político relativo. Una parte de ellos refiere a los conflictos socioambientales realmente existentes y busca deconstruir un “Consenso de los Commodities” que habría reemplazado al Consenso de Washington de los años 90 (12). Otra parte, no siempre en relación directa con la primera, enarbola el discurso del “buen vivir”, supuestamente vinculado a las cosmovisiones indígenas, pero que debido a su carácter demasiado genérico y “filosófico” carece de apoyo social significativo frente a la integración vía el consumo que predomina desde Brasil hasta Bolivia y genera la base social de los gobiernos progresistas.

Pero la duda de fondo es si estos países podrán superar la actual dependencia de las materias primas.

¿Progresistas o populares?

En el terreno ético-moral, los nuevos gobiernos se enfrentan a otra tensión: a menudo son más populares (y antiliberales) que progresistas. Si en Argentina el kirchnerismo mantiene su oposición a discutir el aborto, pero avanzó de manera inédita en los derechos de las diversidades sexuales, en el resto de la región las izquierdas en el poder se mostraron más cautelosas en la ampliación de los derechos civiles a este sector de la sociedad.

Un ejemplo es Rafael Correa. Aunque en diciembre de 2013 se reunió con colectivos LGBTI, en la primera cita de un mandatario ecuatoriano con ese sector, poco después lanzó un virulento alegato contra los “excesos de la ideología de género”. “De repente –dijo Correa– hay unos excesos, unos fundamentalismos en los que se proponen cosas absurdas. Ya no es igualdad de derechos, sino igualdad en todos los aspectos, que los hombres parezcan mujeres y las mujeres hombres. ¡Ya basta!” (13). Fiel a su adhesión al catolicismo, amenazó con renunciar si proseguía la discusión sobre el aborto en su propio partido, donde varios dirigentes defienden la despenalización. A pesar de esto, desde fines de 2012 se promueve como política de Estado la píldora del día después en los hospitales públicos (14), dejando ver que todos estos procesos no se resumen solamente en las declaraciones de los líderes.

En Bolivia, Evo Morales llamó a silencio a los ministros y ministras que apoyaron la apertura del debate sobre la interrupción del embarazo. Y más recientemente, el Parlamento aprobó un nuevo Código del Niño y la Niña que establece que la vida comienza desde la concepción. Aunque en casos de violación se puede solicitar a la justicia una interrupción del embarazo, el Código introduce un nuevo candado para discutir el tema. En cuanto a diversidad sexual, aunque se ha creado una Unidad de Despatriarcalización dependiente del Viceministerio de Descolonización, los avances han sido muy moderados. Sin duda, como decía una de las marchas del orgullo gay de los años 2000, “Bolivia es más diversa de lo que te contaron”, es decir, la diversidad no se agota en lo étnico-cultural. Pero el Código de Familias en proceso de modificación sigue estableciendo para matrimonios e incluso uniones de hecho el requisito de que los mismos sean entre un hombre y una mujer.
En el caso ecuatoriano, la nueva Constitución sí avala las uniones civiles: el artículo 68 reconoce “la unión estable y monogámica entre dos personas” sin especificar el sexo (15).

En Argentina, la ley de matrimonio igualitario y la de identidad de género, que permite cambiar de género en el documento de identidad con sólo presentarse en el registro civil, se ubican entre las normas más avanzadas del mundo en términos de reconocimiento de derechos. Significativamente, en lugar de quitarle votos al gobierno, esas decisiones dieron lugar a spots de campaña electoral. También el matrimonio igualitario se aprobó en Uruguay y en Brasil (pero por decisión judicial, no política).

Todo ello remite no obstante a la capacidad de movilización social: en muchos países es mucho más fuerte la convocatoria de los grupos católicos y evangélicos que la de los LGBTI (el tema de la expansión evangélica entre los sectores populares sigue siendo poco abordado por las izquierdas). Y a menudo las propias organizaciones LGBTI se encuentran divididas, actúan de manera autorreferencial –con fuertes divisiones faccionales– y la consigna de la lucha por el matrimonio igualitario genera divisiones internas, todo lo cual contribuye a fortalecer a las tendencias conservadoras al interior de los gobiernos (16).

Presente y futuro

Con luces y sombras, América Latina cambió en muchos sentidos, y las izquierdas contribuyeron a ello. Hoy, con la experiencia venezolana en crisis y sin capacidad de liderazgo regional, las supuestas “dos izquierdas” parecen converger en una: con tonalidades más lulistas, como ha observado Franklin Ramírez. De este modo, se apuesta a un modelo de crecimiento, regulaciones de los mercados y distribución (entre la inclusión y la ciudadanía asistida según los casos) (17). El pos-neoliberalismo tiende a uniformizarse en una vía menos antisistémica, con más o menos profundidad de acuerdo a las reformas estructurales que cada gobierno ha efectuado: por ejemplo Ecuador y Uruguay avanzaron en reformas impositivas ausentes en Argentina. Los acuerdos de Evo Morales con la burguesía de Santa Cruz pueden incluirse en esta tendencia. Y en cualquier caso, esta deriva lulista reduce los experimentos económicos “poscapitalistas” a un espacio marginal.

El hecho de que las nuevas derechas no tengan abiertamente en su agenda propuestas reprivatizadoras, y a veces incluso compitan con los gobiernos progresistas por las propuestas de mayor inclusión, más allá de la sinceridad con la que eso se exprese, da cuenta de un clima de época, que presenta nuevos escenarios y dificultades. Para las izquierdas nacional-populares, la posibilidad de derrota electoral está fuera de su horizonte. El problema para los partidos que se consideran la expresión indiscutida de la sustancia del pueblo es que “no pueden” perder, y ni siquiera pensar en abandonar transitoriamente el poder sin leer el retroceso como una contrarrevolución. En ese marco, cualquier medida institucional para asegurar la alternancia en el poder parece menor frente a las necesidades del pueblo o de la revolución. Pero como las actuales revoluciones (“ciudadana” en Ecuador, “bolivariana” en Venezuela, “democrática y cultural” en Bolivia) fueron habilitadas por triunfos electorales, también los electores podrían quitarles el respaldo. Todo ello obliga a forzar reelecciones indefinidas. El propio Correa, después del traspié en las recientes elecciones locales, se mostró dispuesto a rever su decisión de no buscar otra reelección, aunque buena parte de la cúpula de Alianza País se ha pronunciado en contra. En el caso de los gobiernos más reformistas, se buscó resolver la continuidad con mayor institucionalidad en los partidos y con reelecciones no consecutivas: Bachelet ya retornó al poder, Tabaré espera su turno y Lula funciona como reserva frente a cualquier traspié de Dilma y como posible candidato a futuro. Todo esto demuestra que incluso en las izquierdas partidarias más institucionalizadas no hay un nítido proceso de recambio de elites y que el peso de los líderes es enorme: para decirlo en pocas palabras, más lulismo que petismo.

En cualquier caso, las izquierdas enfrentan hoy el desafío de pensar nuevas agendas para profundizar los cambios: la referencia a la larga noche neoliberal resulta cada vez menos eficaz en la medida en que las generaciones más jóvenes no la vivieron y las otras comenzaron a olvidarla y a plantear demandas vinculadas a los nuevos problemas. Brasil vive precisamente esas tensiones, con un PT más estatalizado y anquilosado y una nueva generación que plantea nuevas reivindicaciones en relación al espacio público, la educación, el ambiente, el transporte o los gastos de la Copa del Mundo, en medio de una desaceleración de la economía. En Bolivia, los nuevos sectores incluidos en el consumo pronto serán indígenas de una naturaleza diferente a los antiguos excluidos por el capital étnico de la blanquitud de la piel. El caso uruguayo merece aún más análisis, con su combinación de audaces medidas societales (legalización del aborto y de la marihuana) y políticas económicas más bien convencionales y pro-inversión extranjera.

En síntesis: a diferencia de los primeros años, donde la oposición era fácilmente asimilable al ancien régime neoliberal, hoy el destino de las izquierdas se juega en su creatividad, su apertura a las nuevas formas de hacer política y su capacidad para mantener la estabilidad y el crecimiento. Y no menos importante, en su habilidad para evitar que la bandera del cambio les sea arrebatada por una derecha posmoderna con nuevas caras, discursos renovados y candidatos más jóvenes y más entrenados para desplegar sus campañas en los escenarios pos-neoliberales pavimentados por las propias izquierdas.

1. William Neuman, “Turnabout in Bolivia as Economy Rises From Instability”, The New York Times, 16-2-14.
2. “Bolivia da la nota: ya es uno de los países más pujantes de la región”, La Nación, 13-4-14.
3. http://www.economiayfinanzas.gob.bo/index.php?opcion=com_media&ver=video&id_item=100&categoria=31&idcm=761
4. José Fernández Vega, “El monstruo amable. Nuevas visiones sobre la derecha y la izquierda”, Nueva Sociedad, Nº 244, marzo-abril de 2013.
5. Las reservas internacionales ya superan el 50% del PIB.
6. Véase Nicolás Comini y Alejandro Frenkel, “Una Unasur de baja intensidad. Modelos en pugna y desaceleración del proceso”, Nueva Sociedad, Nº 250, marzo-abril de 2014.
7. “Necesitamos reducir el papel del Estado en la sociedad, y no soy del Tea Party por decir eso”, señaló hace poco un ex diplomático, y aún consejero del gobierno.
8. “El sueño secreto de Lula con Cuba”, El País, 6-3-14.
9. El Universal, Caracas, 8-4-14.
10. Eduardo Gudynas, “Izquierda y progresismo: Dos actitudes ante el mundo”, El Desacuerdo, La Paz, 17-4-14.
11. “Ecuador inaugura su ‘Silicon Valley’”, El País, 6-4-14.
12. Maristella Svampa, “‘Consenso de los Commodities’ y lenguajes de valoración en América Latina”, Nueva Sociedad, Nº 244, marzo-abril de 2013.
13. Noticias eclesiales, 11-1-14, http://www.eclesiales.org/noticia.php?id=002097
14. “Ministerio de Salud de Ecuador entregará la pastilla del día después de forma gratuita”, El Universo, Quito, 26-3-13.
15. “Doce parejas homosexuales legalizaron su unión de hecho en Ecuador”, Sentido G, 2-7-10.
16. Sobre las estrategias en la lucha de las organizaciones LGBTI y las tensiones al interior de los movimientos, ver: Bruno Bimbi, Matrimonio igualitario, Planeta, Buenos Aires, 2010.
17. Franklin Ramírez, “La confluencia post-neoliberal”, mimeo, Quito, 2014.

  • Jefe de Redacción de la revista Nueva Sociedad.

Redes y territorios, articulaciones y tensiones

REDES Y TERRITORIOS: ARTICULACIONES Y TENSIONES

XII ENCUENTRO DE GEOGRAFOS DE AMERICA LATINA
MONTEVIDEO, 3 AL 7 DE ABRIL DE 2009
Jorge Blanco – Instituto de Geografía – Universidad de Buenos Aires – Argentina

I. Introducción

Uno de los rasgos característicos del mundo contemporáneo es la presencia cada vez más destacada de diversas formas de circulación: de bienes, de personas, de informaciones, de ideas, de imágenes, de capitales, siendo uno de los componentes esenciales del funcionamiento actual del capitalismo y de los procesos contemporáneos de organización territorial.

En estrecha asociación con la aceleración de estas diversas formas de circulación, en los últimos años ha sido notable la incorporación de perspectivas relacionales en las discusiones en geografía y otras ciencias sociales. Estas perspectivas traen a un primer plano la discusión del papel de las redes en la conformación y el análisis del territorio y plantean nuevos desafíos teóricos y metodológicos.

Este trabajo se propone como objetivo principal indagar, desde un punto de vista teórico, en la relación entre redes y territorios. Esto implica explicitar qué entendemos por redes y desplegar un conjunto de relaciones entre redes y territorios. Tomaremos las ideas de articulación y tensión que queremos incorporar a la noción de red como guía orientadora de esa búsqueda. En este sentido, entendemos que es muy estimulante indagar a través de los juegos de oposición que los actores tienen capacidad de desarrollar a través de y con las redes.

Algunos de los aportes de la perspectiva relacional en el análisis del territorio están vinculados con la capacidad para plantear las escalas de las prácticas sociales como construcciones sociales y no como niveles escalares fijos, que confinan las prácticas de los actores; en sostener una mirada extrovertida de los lugares; en ser adaptables a considerar un conjunto variable de geometrías del poder (Massey, 2005) y en poner en cuestionamiento el determinismo tecnológico en relación con las transformaciones territoriales.

Las redes son un elemento privilegiado en esta perspectiva relacional. Cuestiones tales como la inclusión y la exclusión, la fragmentación y la articulación, la circulación y el control, la fluidez y la viscosidad, la hipermovilidad y la inmovilidad, la cercanía y la lejanía, la presencia y la ausencia, son abordadas en el trabajo. Una pregunta que acompaña este desarrollo es si existen dos lógicas en el territorio que, en principio, podríamos denominar como areal y reticular, respectivamente. Esto lleva a
tomar en cuenta, de manera simultánea, las escalas en las que diversos procesos sociales cobran sentido y las múltiples interacciones que se producen en lo local como consecuencia de esos procesos variables multiescalares.

II. Acerca de la definición de redes

En este marco, es preciso reconsiderar la noción de redes y tratar de reconstruir las relaciones entre redes y espacio geográfico/territorio1. Desde la geografía, las redes han sido vistas, a menudo, simplemente como objetos técnicos, fragmentados y disociados de las acciones que los originan y son por ellos condicionadas, o han sido abordadas como formalizaciones geométrico-matemáticas aprehensibles fundamentalmente desde una perspectiva cuantitativa. Frente a estas aproximaciones, coincidimos con Paul
Claval (2005) en que la perspectiva de redes puede aportar a la disciplina de dos maneras fundamentales “1. enseñando a leer, por detrás de las formas visibles, las redes que las estructuran y los flujos que las animan; 2. mostrando los estrechos lazos que existen entre las formas sociales y las estructuras espaciales”

La incorporación de la perspectiva de las redes coloca en primer plano las relaciones, los flujos que conectan distintos sujetos/actores/territorios formando un conjunto articulado. La noción de red es polisémica, en el sentido de admitir una pluralidad de significados. Daniel Parrochia describe la red como “un conjunto de objetos interconectados y reunidos por sus intercambios de materia e información” (citado por Gras, 2001). Gras considera la definición insuficiente y agrega: las redes “son flujos, nodos, contactos a larga distancia siguiendo vías” (Gras, 2001:130).

Esta primera caracterización, que alude a los componentes de la red y a destacar, aunque tibiamente, la articulación, puede hacerse más compleja. En las redes pueden distinguirse al menos tres dimensiones: la infraestructura, que remite al conjunto de elementos materiales que permite establecer la relación; los flujos, que rediseñan las redes en la utilización efectiva de la infraestructura; y la infoestructura, que designa la red regulatoria que hace funcionar las redes (Offner, 2000; Pumain – Saint Julien;
2004). Todos estos elementos son articulados para su funcionamiento efectivo por los operadores de las redes, que gerencian y organizan el conjunto.

Milton Santos, refiriéndose a las definiciones de redes, sostiene que se encuadran en dos matrices: “la que sólo considera su aspecto, su realidad material, y otra, en la que también debe ser tenido en cuenta el dato social” (1996: 208-209)2 Resulta central destacar, por lo tanto, la presencia de dos componentes articulados: una arquitectura formal y una organización social. La primera hace referencia, básicamente, a los componentes materiales; la segunda pone de relieve que las características que adoptan esos componentes materiales no son inteligibles sin desvendar quiénes son los actores que conforman y comandan esa red.
1 Dejamos planteado aquí que, según el plano que adoptemos, podemos hablar de espacio geográfico o de territorio. Entendemos esta distinción en términos de una conceptualización abstracta y general (el espacio geográfico) y otra, con referencias empíricas concretas (el territorio). Este último reconoce todas las características del espacio geográfico, pero remite a una porción de superficie terrestre apropiada y transformada, usada por determinada sociedad, sobre la que se despliegan las relaciones de poder, las disputas de clase y de la diversidad e igualdad social, los procesos de identificación, pertenencia y representación colectiva, los proyectos de los actores. (Raffestin, 1993; Blanco, 2007a)
2 En la Geografía del siglo XX hay dos momentos importantes de producción sobre el tema de las redes. A mediados de siglo, en el marco de la perspectiva neopositivista, numerosos geógrafos anglosajones trabajaron con redes, especialmente con las de transporte, con una aproximación cuantitativa. Surgen de allì numerosos indicadores cuantitativos para analizar forma, densidad, grados de centralidad, etcétera. También se aplican modelos para describir y predecir los flujos en las redes. A partir de la década de
1980 hay una reaparición significativa del concepto de redes en el temario geográfico, pero en esta oportunidad es en el marco de la geografía crítica e incorporando la cuestión de los actores como eje para el análisis (Blanco, 2007b)

No debe confundirse esta doble composición con una diferenciación entre redes técnicas y redes sociales, ya que las propias redes técnicas deben ser consideradas tanto en sus aspectos materiales como organizacionales y, de manera simétrica, las redes sociales requieren para desplegarse de componentes materiales. Esta confusión suele ser habitual en lo que se refiere a las redes técnicas (transporte, telecomunicaciones, energía, entre otras), que suelen ser cosificadas y autonomizadas de los complejos procesos sociales que se articulan con esos objetos técnicos en red.

Proponemos, en cambio, que las redes técnicas sean analizadas como un conjunto de objetos (en red, es decir, concebidos como articulados con otros objetos y solo aprehensibles cuando son vistos en esa articulación en una cadena de actores y tecnología), que son al mismo tiempo concreciones y portadores de proyectos. En términos de concreciones, porque las redes
condensan iniciativas, proyectos y políticas de los actores, fijando materialidad en el territorio (Raffestin, 1993).

En términos de su capacidad de ser portadoras de nuevos proyectos, porque habilitan la concreción de nuevas formas de producción y reproducción social a partir de la existencia de esas redes. En cierta medida, la articulación de objetos y acciones, de materialidad y decisiones sociales, propuesta por
Milton Santos (1996) para definir el espacio geográfico, vuelve a reproducirse en esta conceptualización de la red.

Las redes, así concebidas, requieren incorporar una perspectiva dinámica: se puede rastrear su génesis lo que lleva a indagar acerca de su concepción, de su incorporación en la agenda pública, su construcción, su conformación y su funcionamiento y sus transformaciones, lo que implica también concebirlas como cambiantes, inestables, inacabadas, móviles en el tiempo (Musso, 2001; Raffestin, 1993). Esta dinámica puede rastrearse tanto en la configuración material de las redes es decir, en la ampliación, extensión, diversificación, cambio técnico, obsolescencia, como en las operaciones de los actores, que imaginan y deciden estos procesos de cambio.

En este sentido puede decirse que cada red es producida y reproducida constantemente por los actores que tienen dominio y capacidad de gestión sobre ella.

Esta visión dinámica se traduce en el interés por los procesos de reticulación, es decir, por aquellos procesos que canalizan y facilitan interacciones e intercambios entre puntos privilegiados, que aparecen como los nodos o los cruces puestos en conexión por trayectos selectivos. Los procesos de reticulación, en este sentido, son ineludiblemente históricos. La historia de la reticulación es, por lo tanto, la de los procesos de conformación de las redes en sus aspectos organizacionales y de su arquitectura material, impulsados por actores que intervienen en un cierto marco normativo.

Vistas así, las redes ponen foco en las relaciones entre
lugares/sujetos/técnicas/territorios/comunidades y plantean un espacio de posiciones relativas y con significados diversos espacio dinámico, móvil e inestable, sometido a las decisiones de comando y control de la red y a códigos de funcionamiento. Tal vez sea más apropiado decir que es la secuencia no lineal de actores/lugares/objetos técnicos y tiempo, conformando un espacio relativo, la que requiere ser investigada.3 Cada uno
de los términos de esta secuencia se vincula dialécticamente con los demás, de modo que no son comprensibles las acciones descontextualizadas de los lugares, del tiempo y de los objetos técnicos preexistentes.
3 Formulamos esta idea utilizando muy libremente la teoría del actor-red propuesta por Bruno Latour (2008).

De manera similar, los objetos técnicos sólo cobran sentido vinculados con las acciones que les dieron origen y los recrean, en un cierto lugar y tiempo.

Esta reorientación del concepto de redes lleva implícita la discusión con respecto a otros conceptos centrales de la geografía, tales como los de espacio y territorio. En efecto, la modalidad con la que se incorporan las redes en el análisis geográfico está íntimamente ligada a la concepción de espacio geográfico y de territorio.

En este sentido, entendemos el espacio geográfico como una instancia de la totalidad social (Santos, 1996, Massey, 1985; Soja, 1985), Según esta perspectiva el espacio participa como condicionante de los procesos sociales al mismo tiempo que como su producto, en una secuencia de opuestos como productor-producido, subordinantesubordinado, presupuesto-concreción (Soja, 1985; Hiernaux y Lindón, 1993).

En palabras de Massey (1985: 12), “el espacio es un constructo social –sí. Pero las relaciones sociales están construidas sobre el espacio, y eso marca una diferencia”. La misma autora amplía que “comprender la organización espacial de la sociedad, por tanto, es crucial. Es central para nuestra comprensión de las maneras cómo funcionan los procesos sociales; para nuestra conceptualización de alguno de aquellos procesos, probablemente, y para nuestra capacidad para actuar sobre ellos políticamente, con certeza” (Massey, 1985:17)

El carácter de condicionante no debe confundirse con un nuevo tipo de determinismo del espacio sobre la sociedad; por el contrario, es una invitación a pensar en las condiciones en que los procesos sociales se territorializan, en la fijación y acumulación en el territorio de las decisiones sociales de diferentes momentos y en el territorio como un medio a través del cual las relaciones sociales son producidas y reproducidas.

Incorporamos, además, una perspectiva relacional, a partir de los trabajos de Doreen Massey, que conceptualiza al espacio a través de tres proposiciones. Según la primera, el espacio “se constituye a través de interacciones, desde lo inmenso de lo global hasta lo ínfimo de la intimidad” (Massey, 2005:104), debiéndose destacar el carácter constitutivo de las mismas, es decir, considera que las interacciones son parte esencial y distintiva del espacio, lo que es diferente de atribuirle a éste una cierta cualidad derivada de las interacciones.

Según la segunda proposición, el espacio “es la esfera de la posibilidad de existencia de la multiplicidad; es la esfera en la que coexisten distintas
trayectorias, la que hace posible la existencia de más de una voz” (Massey, 2005:105).

Según la tercera proposición, el espacio está en proceso constante de formación, ya que es producto de las relaciones “necesariamente implícitas en las prácticas materiales que deben realizarse” (Massey, 2005:105), o sea, que resultan de un proceso permanente de re-producción.

Es en este marco que se hace necesario pensar las redes en relación con el conjunto de objetos técnicos ya fijados en el territorio, y con el conjunto de prácticas y estrategias que despliegan los actores sobre el territorio. Creemos que este es un punto de partida muy estimulante para repensar las relaciones entre tecnología y territorio, el papel de los objetos técnicos, el contexto de intervención vía redes en el territorio y la noción de impacto territorial que, lejos de presentarse como una acción externa que “recibe” un territorio dado, está intrínsecamente ligada con los procesos en curso, con las estrategias de los actores, con la apertura de posibilidades para acelerar tendencias preexistentes o asociar nuevos procesos con esos objetos técnicos (Offner, 1993; Silveira, 2003; Blanco, 2006).

Como señala Claval (2005) la relación entre formas sociales y
estructuras espaciales “no toma jamás la forma de relaciones de causalidad directa: se trata de correspondencias complejas”

III. Juegos de articulaciones y tensiones en las redes

Decíamos en la introducción que una vía para indagar en las relaciones redes/territorio era a través de los juegos de articulaciones y tensiones. De la definición de articulación rescatamos dos acepciones que pueden ser de interés para nuestro trabajo. La primera plantea “la unión de dos o más piezas de manera que permita el movimiento relativo entre ellas” o que “mantengan entre sí algún grado de libertad de movimiento” (RAE, 2008). La segunda remite a la organización de “diversos elementos para lograr un conjunto coherente y eficaz” (RAE, 2008)

De la definición de tensión, interesa particularmente el “estado de oposición u hostilidad latente entre personas o grupos humanos, como naciones, clases, razas, etc.” (RAE, 2008)

Podemos retomar ambos términos destacando que, en tanto que uno de ellos remite a la unión y a la vinculación de elementos y procesos, con cierta rigidez (y algún grado de libertad) tendiendo a lograr coherencia y eficacia; el otro concepto pone en juego la dinámica, el malestar, los intereses encontrados, la latencia de los conflictos derivados de, podemos precisar nosotros, acciones y estrategias de articulación. Refiriéndose a las relaciones de trabajo, De Urquijo (2007) señala que “la tensión social representa un momento de los antagonismos sociales anterior al conflicto abierto, simultáneo con los
conflictos latentes y concomitante para con los conflictos resueltos parcial y
temporalmente. La tensión, en consecuencia, es un fenómeno constante”

Es decir, que mediante el juego de articulación y tensión lo permanente en el territorio es la inestabilidad, la posibilidad de conflicto, la confrontación de intereses.

Las redes son elementos constitutivos del territorio que remiten de manera inequívoca a relaciones con otros territorios. “No existe territorio sin red” afirman Pumain y Saint-Julien (2004), dando cuenta que, en el proceso de apropiación efectiva de una porción de la superficie terrestre, es necesario el control de la movilidad, el establecimiento de lazos permanentes entre los lugares. Circular y comunicar son aspectos centrales del ejercicio del poder, y se realizan por medio de redes, agrega Raffestin (1993).

Amin(2008), refiriéndose al nuevo orden de funcionamiento del capitalismo global realiza una extensa enumeración de redes: de telecomunicaciones y transporte (alrededor, debajo y encima del mundo); redes corporativas y cadenas de proveedores que vinculan lugares distantes; rutas de emigración, turismo, viajes de empresa, asilo y terror
organizado de alcance transnacional; redes transhumantes de lo viral, animal y vegetal a escala microscópica, corporal, aérea, epidemiológica, planetaria; espacios de relación emocional que van desde el hogar hasta las redes culturales mundiales; incluye registros políticos que exceden ampliamente la comunidad local y el Estado Nación, como la organizaciones internacionales y los movimientos sociales globales.

La creciente importancia de los flujos de todo tipo (personas, bienes, información, ideas, órdenes, capitales) genera cambios en la organización del territorio, llevando a algunos autores, como Pierre Veltz (1999), a hablar de territorios en redes, discontinuos y segmentados, articulados por múltiples redes superpuestas y enmarañadas, en tensión con la vieja concepción del territorio de zonas.

Amin (2008:335) afirma que, en el momento actual, “las ciudades y las regiones aparecen sin ninguna promesa automática de integración territorial o sistémica puesto que se construyen a través de la espacialidad de flujo, yuxtaposición, porosidad y conectividad relacional”

La articulación de escalas a través de las redes es un aspecto central de la relación con el territorio; por esta vía la “economía global está inmediatamente presente en la economía local” (Veltz, 1999:60). Los actores se despliegan de esta manera en las distintas instancias territoriales, vinculando los lugares con lo global, a través del proceso de
construcción social de la escala, mediante las relaciones de producción capitalistas, reproducción social y consumo (Marston, 2000).

Esta autora considera que “el punto fundamental es que la escala no es necesariamente un patrón jerárquico preordenado para ordenar el mundo –local, regional, nacional y global. Es, en cambio, un producto contingente de las tensiones que existen entre las fuerzas estructurales y las prácticas de
los agentes humanos” (2000:220).

El papel de las telecomunicaciones no es menor en este ejercicio de las prácticas sociales vía las teleacciones (Silveira, 2005). “Las redes de la comunicación instantánea tienden un puente inmaterial entre los diversos ‘lugares’ del territorio. Estas redes inmateriales permiten una articulación inédita entre los diferentes niveles escalares (continente, estados, regiones, ciudades…) Los dos extremos –local y global- se encuentran, de hecho, aproximados de manera novedosa a causa de los usos de las
nuevas tecnologías de la información (telecomunicación, informática, transmisión de imágenes).

La irrupción de una casi instantaneidad –que cobra todo su sentido por las
transmisiones de banda ancha en redes confiables, que permiten acceder al mundo entero- plantea en nuevos términos la noción de espacio geográfico” (Bakis, 2001:69).

Al tiempo que se producen estas articulaciones, las redes son frecuentemente vistas como vehículos de tensiones. En realidad, según nuestro planteo, articulaciones y tensiones son indisociables y no pueden ser vistas separadamente.

En este sentido, cuando Pierre Musso reconstruye la génesis del concepto de red destaca que, en sus orígenes, el término estuvo asociado con la red de pesca y con el tejido. Y señala que en estos elementos simples ya emergen pares de opuestos: “la red de pesca retiene los sólidos y deja pasar los fluidos, el tejido cubre el cuerpo y lo deja respirar, lo oculta y lo revela a la vez” (Musso, 2001:196)

Aunque cargada con un origen biologicista, Musso (2001:215) destaca una metáfora inquietante que recoge la “ambivalencia de la vida (circulación de los flujos, la red que funciona) y de la muerte (desperfecto, la red no funciona más)”, como consustanciales a las redes. Con un leve desplazamiento de sentido no es difícil imaginar las situaciones conflictivas derivadas de redes técnicas que no funcionan o que sufren “repentinos” desperfectos traducidos en caos urbano, situaciones de aislamiento, emergencias sanitarias, dejando al descubierto la fragilidad en el funcionamiento del territorio derivada de su dependencia de las redes.

En estrecha vinculación con el par circulacióninterrupción de la circulación, Musso señala la dimensión de circulación-vigilancia que exhibe el poder a través de las redes: “la figura de la red está siempre lista para ser
invertida: de la circulación a la vigilancia, o de la vigilancia a la circulación. Según el modo de funcionamiento de la red, estamos de un lado o del otro, porque la metáfora de la red es, en principio, bicéfala: vigilancia de la circulación y circulación de la vigilancia” (2001:216).
Las conexiones, las vinculaciones, la circulación y la comunicación se realizan en un marco de alta selectividad. Por su propia definición, las redes articulan puntos selectos en una geometría variable. Esa inclusión remite inmediatamente a la exclusión de los no incluidos, porque la conexión solidariza los elementos pero, al mismo tiempo, tiene el potencial de excluir (Dias, 2005). Y son los actores, operadores de ese dispositivo de
socialización, los que concretan la selectividad, la inclusión y la exclusión. Es así como el crecimiento de las disparidades en cuanto a la difusión de las tecnologías de punta no puede sino acentuar las disparidades sociales ya efectivas. El acceso a los productos, a la red y a los servicios implica costos no despreciables, que resultan selectivos en relación con aquellos incluidos y aquellos excluidos (Bakis, 2001).

Las disputas entre lugares para formar parte de la red –como sucede frecuentemente cuando se pone en marcha un proyecto de líneas de transporte de alta velocidad, por ejemplo- ilustran bien estas diferencias entre “ser o no ser” un nodo de la red.

La red materializa otra situación de tensión: aquella que opone la hipermovilidad a la inmovilidad. La hipermovilidad del mundo actual es altamente selectiva: diferentes grupos sociales y diferentes individuos se posicionan de manera diferencial en relación con los flujos y las conexiones: “algunas personas son más responsables por esa movilidad que otras, algunas dan inicio a los flujos y movimientos, otras no; algunas se quedan más que otras en el extremo receptor: algunas están efectivamente aprisionadas
por esa movilidad” (Massey, 2000).

Es necesario recalcar, además, que esa hipermovilidad está acompañada por mayores instancias de segregación y de fijación estrictamente delimitada, como lo muestra el ejemplo del auge de las comunidades cerradas, o la generalización de las condiciones de inmovilidad derivadas de situaciones de desempleo y exclusión, en lo que autores como Hughes, Lash y Urry denominan el “gueto inmovilizado” (citados por Haesbaert, 2004).

Ejemplos evidentes de esta duplicidad hipermovilidad-inmovilidad son corrientes en las grandes metrópolis latinoamericanas, con sectores sociales y recortes del territorio asociados con la velocidad y la globalización, en tanto que otros grupos y recortes territoriales permanecen limitados aún para el ejercicio de sus derechos básicos como el acceso a la educación y la salud y del propio derecho a la movilidad.
De la misma manera puede pensarse esta par de opuestos para las telecomunicaciones, como sostiene Michael Dear (citado en S. Graham; 2000): “Con la telemática, las coordenadas de tiempo y espacio se han ensanchado a dimensiones aún desconocidas, para los grupos de elites altamente móviles, mientras que para las minorías, los pobres, las mujeres y discapacitados, el prisma del tiempo y el espacio se cierra rápidamente hasta convertirse en una prisión temporo – espacial”.

Por su parte, Milton Santos señala un nuevo par de opuestos en relación con las redes, ya que afirma que las redes provocan orden y desorden de manera paralela: “Cuando es visto por el lado exclusivo de la producción de orden, de la integración y de la constitución de solidaridades espaciales que interesan a ciertos agentes, este fenómeno es como un proceso de homogeneización. Su otra cara, la heterogeneización es ocultada. Pero ella está igualmente presente” (Santos, 1996:222).

Las redes reproducen, de manera no mecánica y en un cuadro dinámico, las diferencias en el territorio, y ellas mismas se apoyan en las heterogeneidades del propio territorio. Las políticas en red de
las grandes compañías transnacionales a menudo revelan un marcado orden interno, en el que cobran coherencia y sentido sus decisiones, y una significativa tensión con los lugares de articulación, donde frecuentemente esas decisiones son disruptivas y desatan procesos con graves efectos en el ámbito local. Las producciones de enclave, como las explotaciones mineras transnacionales, son otro ejemplo de esta tensión entre orden y desorden.

Las redes se presentan, asimismo, como las garantes de la fluidez, de la facilidad de movimiento que asegura la eficiencia y la velocidad de los flujos. El imperativo de la fluidez del mundo contemporáneo está asociado con fuertes transformaciones en el territorio. Santos (1996) señala una cuestión crítica en relación con la fluidez: no es una categoría técnica, sino una entidad sociotécnica, ya que en las innovaciones técnicas están operando nuevas normas de acción, como la desregulación. Frente a esta fluidez,
se reconocen los espacios viscosos.

A menudo en la conformación de redes técnicas de circulación se oponen la fluidez a cierta escala con la viscosidad a otra. Este tipo de problema es frecuente en los corredores de transporte como los llamados corredores
bioceánicos, proyectados para garantizar la fluidez entre los extremos y puntos
significativos, que niegan las necesidades en las sucesivas escalas locales de circulación articuladas con el corredor.

En último lugar, para este enunciado provisorio y no exhaustivo, queremos señalar las articulaciones y tensiones que se producen en torno a los procesos de fijación y obsolescencia de las redes. En cuanto a la fijación, ya hemos señalado algo en relación con la disputa territorial por la localización/integración como nodo de una red; hay, además, articulaciones con normas técnicas y códigos de funcionamiento de las redes en las que aparecen vinculados actores, tales como las empresas y los diversos organismos estatales, con capacidad para planificar, ejecutar, regular y controlar el funcionamiento de esa red.

La obsolescencia, por su parte, puede pensarse también como técnicoinstitucional, recuperando la íntima relación que planteamos entre arquitectura material de las redes y organización social. De este modo, en el par fijación – obsolescencia se recuperan las estrategias y prácticas de los actores frente a una visión que, en apariencia, remite esta dicotomía a consideraciones de orden técnico. Los procesos de expansión y
renovación de las redes de servicios urbanos pueden ser un buen ejemplo de campo de decisiones en los que se manifiestan estas cuestiones. En estos procesos es frecuente la necesidad de elegir normas de funcionamiento que vuelven obsoletas otras normas o que proyectan en el tiempo ciertas normas que deberán mantenerse so pena de costos altísimos.

IV. ¿Dos lógicas en el territorio?

Una discusión que ha recibido atención en los últimos años plantea a modo de hipótesis la posibilidad de reconocer dos lógicas en el territorio, en las que se ponen en juego dominios areales y reticulares. Las lógicas, en tanto tales, remiten al sistema de acciones, a los contextos, normas y regulaciones en los que se concretan las intencionalidades de los actores. Lógicas necesariamente delimitadas y confinadas en recortes territoriales, como las lógicas de ejercicio del poder político, se tensan en la relación con procesos que sólo se hacen comprensibles cuando se los mira en un conjunto relacional. Caben aquí como ejemplos no sólo los procesos económicos, como los propios de las modalidades actuales de reproducción del capital por parte de los
actores más dominantes, sino también los asociados con, por ejemplo, las dimensiones culturales y ambientales.
Leila Dias sostiene que la lógica de las redes es definida por los agentes que diseñan, modelan y regulan las mismas, y en las que despliegan sus estrategias. A esta lógica se opone la que resulta de la concepción del territorio como arena de oposición entre el mercado y la sociedad civil, el primero de los cuales singulariza en tanto que la segunda incluye sin distinción a todas las personas (Dias, 2004 citando a Santos).

Otra dimensión de este planteo resulta de considerar la lógica territorial como resultado “de mecanismos endógenos relaciones que suceden en los lugares entre agentes conectados por los lazos de proximidad espacial y mecanismos exógenos -que hacen que un mismo lugar participe de varias escalas de organización espacial.”(Dias, 2004:168)

David Harvey coloca en otros términos la misma discusión, al hablar del nuevo imperialismo. Harvey distingue dos vectores que se fusionan contradictoriamente en su definición: “El primer vector de la definición de imperialismo se refiere a las estrategias políticas, diplomáticas y militares empleadas por un Estado (o una coalición de Estados que operan como bloque de poder político) en defensa de sus intereses y para alcanzar
sus objetivos en el conjunto del planeta. El segundo vector atiende a los flujos de poder económico que atraviesan un espacio continuo y, por ende, entidades territoriales (como los Estados o los bloques de poder regionales) mediante las prácticas cotidianas de la producción, el comercio, los movimientos de capital, las transferencias monetarias, la migración de la fuerza de trabajo, las transferencias tecnológicas, la especulación
monetaria, los flujos de información, los estímulos culturales y otros procesos similares.” (Harvey, 2004:39)

Siguiendo a Arrighi, Harvey identifica dos lógicas: territorial y capitalista, que
presentan diferencias entre sí, en términos de motivaciones e intereses de los agentes, en el grado y modalidades de participación pública. “El capitalista opera en un continuo espacio-temporal sin límites, mientras que el político lo hace en un espacio segmentado territorialmente y, al menos en las democracias, en un lapso temporal dictado por determinados ciclos electorales. Por otra parte, las empresas capitalistas vienen y van,
desplazándose de un lugar a otro, se fusionan o quiebran, pero los Estados son entidades de larga vida, no pueden emigrar y se ven confinados, excepto en circunstancias excepcionales de conquista geográfica, dentro de límites territoriales fijos.” (Harvey, 2004:40)
Los procesos geográficos de acumulación de capital son difusos, en ellos operan agentes individuales “en un movimiento molecular que da lugar a fuerzas múltiples que se entrecruzan, a veces contrarrestándose y otras veces reforzando ciertas tendencias conjuntas. No resulta fácil controlar estos procesos sino de forma indirecta, y a menudo sólo después de constatar tendencias ya establecidas. Los dispositivos institucionales del Estado tienen un papel determinante en la configuración del marco en que tiene lugar la
acumulación de capital, (…) pero, incluso en los Estados autoritarios o los que se denominan “desarrollistas” en virtud de las estrechas conexiones internas entre política estatal, finanzas y desarrollo industrial, encontramos procesos moleculares que escapan a todo control” (Harvey, 2004:40-41)

Y concluye que la relación entre estas dos lógicas debe considerarse “como algo problemático –y con frecuencia contradictorio (esto es, dialéctico)- más que funcional o unilateral.” (Harvey, 2004:41)

Una manera más general de enfocar la cuestión, pero que remite de manera clara a las articulaciones y tensiones, es la presentada por do Río (2006) que, al estudiar cuencas hídricas en el cono sur (un campo típico de estudio de redes), aporta la idea de superficie de regulación para referirse al ámbito de ejercicio de la capacidad normativa sobre una porción del territorio. Al utilizar el término superficie remite a continuidad y delimitación precisa, características que pueden oponerse a la discontinuidad y flexibilidad de delimitación de las redes. Podría enmarcarse en este planteo la
articulación contradictoria entre las topologías de las empresas (Silveira, 2005) y los diferentes marcos de ejercicio de poder por parte de los actores estatales.

Las distintas geometrías del poder de las que habla Doreen Massey (citada por Haesbaert, 2004) para referirse a las desigualdades de configuración, de origen y de distribución del poder, son abarcativas de ambas instancias: poder ejercido en redes de alcances variables interactuando con el poder ejercido en ámbitos de continuidad territorial delimitados.

V. Repensando el territorio desde las redes

Las redes son el vehículo de articulaciones y tensiones que obligan a repensar las miradas sobre el territorio. Al respecto, Haesbert (2004:179) sostiene que “gracias a la fluidez creciente en los/de los espacios y a la predominancia del elemento red en la constitución de territorios, conectando sus parcelas discontinuas, tenemos el fortalecimiento ya no de un mosaico patrón de unidades territoriales en áreas, vistas muchas veces de manera exclusiva entre si y a las cuales denominamos territorioszonas, sino una miríada de ‘territorios-red’ marcada por las discontinuidades y por la fragmentación (articulada) que posibilita el pasaje constante de un territorio a otro, en un juego que denominaremos aquí, más que como desterritorialización o declinación de los territorios, de su ‘explosión’ o, en términos más consistentes de una multiterritorialidad”.

La multiterritorialidad se destaca así por la posibilidad de conexión a diversos territorios, entendidos “como el espacio imprescindible para la
reproducción social, ya sea de un individuo, de un grupo o de una institución”
(Haesbaert, 2004:180). Esta propuesta intenta incorporar entonces las lógicas reticulares y areales a través de la posibilidad de distintas territorializaciones a las que dicho autor clasifica en: más cerradas, tradicionales y exclusivistas, más flexibles y efectivamente múltiples, según admitan o no pluralidad de poderes e identidades, superposición de jurisdicciones, intercalación de territorios o superposición de funciones, controles y simbolizaciones.

Diversas consecuencias se abren sobre las políticas territoriales a partir de esta
perspectiva. Sólo vamos a señalar aquí la importancia que le atribuimos para pensar cuestiones tales como la planificación territorial, la regionalización o el desarrollo local, a menudo planteadas en recortes territoriales cerrados o en una instancia reticular que atiende sólo a algunas de las múltiples relaciones que se vinculan con esas redes.

Amin, en referencia a la importancia de concebir las ciudades o regiones en términos territoriales o relacionales, afirma que esa diferencia tiene una importancia “políticamente significativa” porque estas dos lecturas del lugar remiten “no sólo al alcance y la amplitud de la actividad política local sino también a lo que se considera importante políticamente a escala local” (Amin, 2008:336) El mismo autor aboga por una política local “topológica (es decir, donde lo local agrupa conjuntamente diferentes escalas de la acción/práctica social)” (Amin, 2008:342)

Entendemos que estas cuestiones pueden ser resignificadas a la luz de reconocer y hacer inteligible estas múltiples lógicas, articulaciones y tensiones en el territorio, visto desde una perspectiva relacional y la consiguiente posibilidad de plantear una estrategia apropiada para el logro de los objetivos propuestos.
A lo largo del trabajo se ha ensayado la presentación de algunos aspectos de la relación entre procesos sociales que se desarrollan en la tensión entre la lógica areal y la lógica reticular; la primera expresando las vinculaciones de proximidad y continuidad y la segunda enfatizando las vinculaciones a distancia entre puntos conectados por actores que se explican más por su pertenencia a ese conjunto que por sus relaciones locales.

Creemos que la perspectiva relacional promueve una mirada más compleja sobre los territorios, que no pueden ser explicados por las articulaciones de proximidad o presencia sino son entendidas en el sentido con que las coloca Haesbaert cuando afirma que “lo espacialmente distante se puede hacer ‘presente’ en una disociación entre presencia aquí (espacial) y presencia ahora (temporal)” (Haesbaert, 2004:176).

No obstante, pareciera que aún resta por profundizar en esta línea siendo que estos puntos conectados en una red están localizados y forman parte, en consecuencia, de un sistema de objetos históricamente articulados y situados con los que necesariamente tiene algún tipo de interacción interna. La índole de estas articulaciones, las resistencias y las cooperaciones, las alianzas y las oposiciones, las sinergias y las inviabilidades de los distintos procesos reticulares y areales subsisten como objeto de una indagación más profunda.

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Globalismo financiero, territorialidad, “progresismo” y proyectos en pugna

Globalismo financiero, territorialidad, “progresismo” y proyectos en pugna

Gabriel Merino** Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Geografía

Resumen

El presente artículo constituye un intento de sistematización de avances
de investigación expuestos en diferentes trabajos (Formento y Merino, 2011;
Merino 2011a; 2011b; 2011c; 2011d), en los cuales fue tomando cada vez mayor relevancia la cuestión del territorio.

En este sentido, nos focalizaremos en cuatro ejes que consideramos claves desde nuestra perspectiva. En primer lugar, el capital financiero transnacional, su territorialidad y la construcción de lo que llamaremos, como tendencia, un Estado Global.

En segundo lugar, las formas en las que dicha territorialidad se expresa en lo local, entendiendo lo local como parte del territorio en disputa por parte de distintos proyectos, fuerzas e intereses.

En tercer lugar, desarrollaremos un eje integrador que hace al objetivo del trabajo: analizar las contradicciones que atraviesan al Estado y en particular al Estado-nación y cómo las mismas se manifiestan en el territorio como territorialidades contrapuestas, impulsadas por proyectos
políticos-estratégicos enfrentados.

En cuarto lugar, a partir de estas consideraciones y sólo a modo de graficar
algunas de las afirmaciones expresadas, plantearemos una discusión en torno
a la manera en que algunos autores entienden el “progresismo” asociado a la
nueva lógica del capital financiero transnacional y su configuración territorial.

Introducción

En la Geografía, el concepto de territorio presenta diferentes significados:
en algunos casos refieren a los aspectos naturales de la superficie terrestre,
en otros a la relación Estado-espacio y, más recientemente, a la construcción y disputas de espacios por parte de diferentes actores sociales. En su acepción más general, implica apropiación, ejercicio de dominio y control de una porción de la superficie terrestre, pertenencia y proyectos de una sociedad; se trata de un espacio1 apropiado, delimitado y dotado de identidad. Las acepciones específicas ponen énfasis en algunas dimensiones particulares, como las culturales y políticas (Blanco, 2007).

En este trabajo se pone énfasis en la dimensión política, en los múltiples poderes que se manifiestan en las estrategias regionales y locales de los actores sociales, entre los que se incluye al Estado. Partimos del concepto planteado por Lopes de Souza (1995; p. 78), según el cual territorio es “el espacio definido y delimitado por y a partir de relaciones de poder”.

Como afirma Manzanal (2007; p. 20), “Adentrarse en la comprensión del
accionar concreto y simbólico de actores y sujetos (individuales o colectivos)
nos remite al estudio del poder como sucede con la indagación que se refiere
a la producción de los territorios”.

En este sentido, denominaremos territorialidad al conjunto de elementos materiales y simbólicos que determinado bloque de poder (sujeto) pretende producir en el territorio de acuerdo con su proyecto político estratégico, lo que da lugar a configuraciones territoriales, entendidas como formas particulares de apropiación, delimitación e identidad de un espacio en momento histórico determinado.

En un Estado se enfrentan y coexisten diferentes territorialidades, planteadas por distintos proyectos político-estratégicos. En este sentido, la territorialidad2 dominante de un Estado es la resultante o la que se impone, producto de la correlación de fuerzas económicas, políticas, militares, ideológicas y culturales. Esta puede estar dominada y ser funcional a la lógica de la fracción de capital más avanzada, la del proyecto financiero global, subordinando el territorio a la misma; o, por el contrario, pueden desarrollarse proyectos estratégicos antagónicos al financiero global, con otras territorialidades.

Esto no quiere decir que en dicho territorio no existan y no se produzcan configuraciones de diferentes territorialidades, lo que implica romper la noción de homogeneidad en la relación de Estado, gobierno y territorialidad.

Por ejemplo, en Cuba, uno de los Estados más enfrentado a los intereses financieros globales (no importa aquí la valoración positiva o negativa del régimen y de dicha situación), en ciertos lugares turísticos construidos para extranjeros y con el fin de que queden divisas para el país, la configuración territorial de los mismos responde estrechamente a los intereses del capital extranjero concentrado. Sin embargo, esta “concesión” es parte de una estrategia del Estado cubano para conseguir el financiamiento necesario para desarrollar y sostener su propio proyecto; es decir, se convive con otra territorialidad y constituye una táctica de un proyecto político estratégico contrapuesto.

En todo territorio existen intereses, clases, fracciones de clases y/o grupos
con proyectos estratégicos diferentes y en pugna, lo que da lugar a una
correlación de fuerzas entre los mismos. El gobierno y la política de gobierno son la resultante de dicha correlación de fuerzas. Para abordar el análisis de fuerzas y su dinámica se hace necesario diferenciar entre táctica y estrategia: una coyuntura táctica expresa una lucha entre estrategias en un encuentro3, en un enfrentamiento práctico; expresa una foto de dichas correlaciones de fuerzas, una cristalización resultante, en la que no se hacen directamente visibles las estrategias sino que aparece como tendencia y ‘rumbo’ dominante.

La situación táctica da cuenta del uso de la fuerza en un encuentro de acuerdo
con ciertas estrategias e, incluso, de acuerdo con la influencia de actores que
no se involucran ni poseen un grado de organización para desarrollar una
estrategia clara y consciente, pero que juegan un rol fundamental como parte
de las fuerzas en ese encuentro.

En un territorio existen distintos discursos para distintos actores y distintos momentos y, por lo tanto, no se puede analizar desde hechos puntuales y tácticos la totalidad de un proceso sin caer en miradas parciales. Desde una visión determinada se puede destacar Puerto Madero, en tanto símbolo de construcción y reestructuración del territorio por parte del globalismo financiero en Argentina, como expresión característica y típica de una territorialidad dominante, y desde allí sacar conclusiones sobre el gobierno y el Estado en Argentina en la actualidad.
Por el contrario, desde otra visión se podrían sacar conclusiones opuestas haciendo hincapié en otros hechos o situaciones: por ejemplo, se puede citar la construcción de 501 viviendas sociales en La Rioja (inauguradas el 8 de septiembre de 2009), o de 230 viviendas en Malvinas Argentinas (5 de octubre de 2009), etc., lo que daría cuenta de la política habitacional impulsada desde el Estado, que concibe la vivienda como un derecho social, contrapuesta a la visión neoliberal para la cual la vivienda es siempre, para todos los sectores, una mercancía objeto de negocios inmobiliario.

Discursos posicionados tanto en un caso como en otro para dar cuenta del
conjunto, de la totalidad de las relaciones Estado-territorio, dejan de analizar
la complejidad, contradicciones y disputas entre diferentes territorialidades, así como las cuestiones tácticas y estratégicas.

El concepto de proyecto político-estratégico no refiere a una suerte de
super-planificación orquestada por un actor dominante que desde un escritorio
controla, cual titiritero, a todos los actores y elementos que tiene por
debajo. El concepto de proyecto político-estratégico implica que una fracción social tiene un grado de desarrollo en su organización económica, política, ideológica, cultural –organización, conciencia, heterogeneidad de sectores y homogeneidad en cuanto a sus objetivos en términos gramscianos (Gramsci, 2008; pp. 51-61) – para plantear una determinada “forma de vida” o, como se dice habitualmente, un “modelo” o “sistema” social.

No utilizamos estos últimos conceptos (modelo o sistema social) ya que desde nuestra mirada presentan algunos problemas. El concepto de “modelo” tiene un sesgo economicista ya que refiere, por lo general, sólo a un proyecto económico, aunque en realidad implique además de un conjunto de determinaciones económicas, una territorialidad, ciertas ideas-fuerza centrales, una identidad cultural, una matriz ideológica, una concepción política-institucional y una concepción de la organización política, más o menos desarrolladas, con matices, contradicciones y disputas en su interior, pero con una homogeneidad y articulación suficiente entre actores económico-sociales, políticos e ideológicos-culturales.

Es decir, el concepto de modelo invisibiliza muchas veces un conjunto de
elementos y supuestos arriba señalados. El concepto de sistema social, en
su acepción más vulgarizada, tiene tres problemas centrales que aquí sólo
mencionaremos: impide ver al interior del capitalismo los distintos proyectos
en pugna, impide ver la transformación social en tanto proceso y tiende a
tener una carga fuertemente estructuralista que pierde de vista la dinámica histórica y el lugar de las fuerzas subjetivas y los actores.

Por otra parte, el concepto de proyecto político-estratégico nos permite
pensar en términos integrales, para no hacer de divisiones analíticas (economía,política, cultura, ideología, estrategia) divisiones orgánicas (Gramsci, 2008; p. 38). Es decir, la realidad no existe por cajones fragmentados sino que es una, aunque frecuentemente sea dividida para su análisis sin una posterior instancia de integración. El concepto de proyecto político-estratégico nos permite observar los vínculos orgánicos entre los actores (y sus matices y contradicciones), los momentos en la construcción de la fuerza político social, la homogeneidad de un grupo social en cuanto a su adhesión a ciertas ideas-fuerza, el desarrollo de las alianzas, su nivel de influencia (poder) en un Estado en el desarrollo de las luchas por la hegemonía y sus luchas por imponerse al interior de los partidos políticos e instituciones, y los modos de territorialidad que supone cada uno.

Por último, es importante indicar por qué introducimos el concepto de
progresismo sobre el final del artículo, donde tratamos de poner en juego el
conjunto de conceptos desarrollados para dar cuenta del proceso político en
Argentina y de cómo en dicho proceso se producen territorialidades contradictorias.

Partimos para ello de la problematización que hacemos con un texto de
la socióloga Maristella Svampa (2008), en el cual, dicho esquemáticamente,
se realiza una asociación entre el gobierno kirchnerista de la Argentina, el
progresismo bajo el que se lo puede identificar ideológicamente, y Puerto
Madero como símbolo y expresión de ese progresismo que sigue reproduciendo la exclusión neoliberal con sutilezas y matices bajo una promesa de inclusión.

Para debatir con esta mirada, definimos lo que es para nosotros el
progresismo “financiero” o progresismo de “mercado” como formación ideológica específica dentro del liberalismo, su asociación con el proyecto financiero global, y desde allí problematizamos la tesis de la autora, con el objetivo de traducir en términos concretos nuestra propuesta de análisis.

El problema que atraviesa nuestro trabajo –que surge a partir de investigaciones y análisis de la crisis global, la crisis del neoliberalismo y la
“transición” abierta en Argentina y en Latinoamérica– es cómo observar y
dar cuenta del enfrentamiento en Argentina entre territorialidades de proyectos políticos estratégicos contrapuestos, que producen configuraciones territoriales contradictorias y que se manifiestan como contradicciones en el gobierno y en el Estado. Para ello, en este artículo específico, trabajamos en torno a dos proyectos políticos estratégicos –el proyecto financiero global y el proyecto productivo regional-latinoamericano–, siendo conscientes de que se trata de una construcción teórica que esquematiza y quita complejidad de análisis, pero que creemos adecuada en relación con el propósito de esta presentación.

La territorialidad del proyecto financiero global

Toda forma de capital genera una territorialidad y desarrolla determinado espacio. El Estado nación se forjó sobre la base del desarrollo de las relaciones de producción capitalistas emergentes, poniendo en crisis las relaciones de producción feudales así como su organización espacial –los feudos–, que impulsaron el mercado nacional, la unificación de una normativa legal nacional, el monopolio de la coerción legítima para hacer cumplir la normativa, instituciones creadas por los intereses dominantes, etc.

La burguesía naciente impulsó la creación del Estado-nación; es decir, el capital como relación social de producción logró imponerse en el modo de territorialidad desplegada por un determinado Estado y determinar la forma de dicho Estado, el Estado-nación; que es la forma político institucional del control de un territorio “nacional” (referencia y construcción de una identidad) a través de una estructura administrativa y el monopolio de la violencia legítima (Weber, 1964).

En la actualidad, el capital financiero transnacional constituido por las redes transnacionales, los fondos financieros de inversión global y el conjunto de empresas multinacionales que son parte de las mismas, imponen una lógica transnacional del capital sobre el espacio, tendiente a la conformación de una territorialidad global y, por lo tanto, como tendencia, de un Estado Global (Formento y Merino, 2011).

Dicha tendencia es lo que en buena medida observa Sassen (2007) cuando afirma que se “está produciendo es una multiplicación de actores no estatales y de procesos transfronterizos que generan cambios en el alcance, la exclusividad y la competencia de la autoridad estatal sobre
el territorio nacional” (Sassen, 2007; p. 27). El concepto de Estado Global se
utiliza en el sentido de la delegación de poderes y legitimidad para la toma de decisiones a un conjunto de instituciones globales y actores de escala global; es decir, el llamado proceso de “globalización” implica, necesariamente, nuevas formas de soberanía y nuevos requerimientos de dominio político económico sobre el territorio, orientados estratégicamente en relación con lo expresado por el banquero global Edmond de Rothschild: “La estructura que debe desaparecer es la nación”4 (Ver García Delgado, 1998).

En este nuevo esquema de dominio, que implica una institucionalización
del poder transnacionalizado, quedarían subordinados todos los intereses
y actores que no poseen escala global, que no están organizados en redes
financieras globales que apalancan a sus empresas en cada rincón del globo,
que no controlan la tecnología de punta en lo que se refiere a la organización empresarial, que no poseen la inteligencia estratégica para controlar el nodo central del proceso de acumulación actual –el sistema financiero global–, el cual subordina, contiene y participa en todas las ramas de producción, apropiándose dominantemente de la riqueza producida socialmente.

Por ejemplo, para tener una noción de la escala aducida, el fondo financiero de inversión global Berkshire Hathaway constituye una red financiera de tamaño mediano (casi más parecido a una corporación financiera multinacional que a una red financiera global) que posee acciones, en el porcentaje señalado, en las siguientes empresas multinacionales5.

Tabla 1: Porcentajes del control accionario de empresas multinacionales por parte de Berkshire Hathaway

American Express Co. 11,8
BYD Electronic Co 10
Coca Cola Co. 8,3
Fruit of the Loom, Inc. 100
Garan Inc 100
General Re Corp. 100
IBM 5
Iron Mountain Inc 4,53
Johns Manville Corp 100
Kraft Food Inc s/d
Liz Claiborne, Inc. 9
Marmon Holdings 60
MEC (MidAmerican Energy Holdings) Co. 100
Moody’s 16,1
Netjets Inc 100
Pacificorp 100
Russell Corp. 100
Sanofi-Aventis 0,3
See’s Candies, Inc 100
Swiss Reinsurance Group 3,03
Tesco 2,9
The Gap Inc. 1,8
The Washington Post Co 22
Torchmark Corp. 1,7
USG Corp 15
Walt-Mart Stores 3,6
Wells Fargo & Co. 3,3
Wrigley JR Co. 10

Fuente: Transnationale.org, Cnn. expansión y Financial Times

Las redes financieras globales, como aquella a la que pertenece el banco
británico HSBC (el 80% de cuyos ingresos provienen de fuera del Reino Unido), multiplican por varias veces la escala del ejemplo dado y su nivel de versificación, y se encuentran completamente esparcidas en el mundo.

Dado su nivel de transnacionalización, devienen en sujetos centrales de una nueva forma de expansión y colonización del capital. Como afirma Zizek (2008), para las redes globales sólo debe haber colonias, no países colonizadores; incluso estos devienen en territorios a colonizar.

“En un principio el (desde luego, ideal) el capitalismo se circunscribe a los confines del Estado-Nación y se acompañado del comercio internacional (el intercambio entre Estados-Nación soberanos); luego sigue la relación de colonización, en el cual el país colonizador subordina y explota (económica, política y culturalmente) al país colonizado. Como culminación de este proceso hallamos la paradoja de la colonización en la cual solo hay colonias, no hay países colonizadores: el poder colonizador no proviene más del Estado-Nación, sino que surge directamente de las empresas globales” (Zizek, 2008; p. 171).

Alguna de las características centrales que adopta el Estado Global son:
1. Máxima liberalización del comercio mundial y de la circulación de capitales, impulsada a través de la Organización Mundial del Comercio
(OMC) y por las instituciones financieras;
2. Constitución de un Gobierno Global (lo que implica la subordinación de
las formas de soberanía nacionales y regionales) articulado a través de
la institucionalización del G-20 como ámbito del multilateralismo unipolar, contrapuesto al multilateralismo multipolar que pretenden otros
bloques de poder nacionales-regionales;
3. Desarrollo de Fuerzas Armadas Globales, subordinación de las Fuerzas
Armadas nacionales e impedimento del desarrollo de las regionales, salvo que estén articuladas y subordinadas por las fuerzas armadas a las globales;
4. Democracia Global de Mercado (Ver Milton Santos, 1996)6, con mayorías desorganizadas, desarticuladas y desmovilizadas como pueblo y
organizadas como población, es decir, fragmentadas e individualizadas,
participando globalmente como audiencia y cibernautas globales: ciudadano global-súbdito (categoría “gente”);
5. Dinero Global-electrónico, que es la forma de la Moneda Global, instrumentado a través de los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI,
otros organismos multilaterales y la banca transnacional7.
6. Desarrollo de la Red de ciudades financieras globales.

Para las redes transnacionales (que tienen principalmente ascendencia
angloamericana), la superación de EE.UU.como única superpotencia mundial, con su particular lógica territorial configurada bajo formas capitalistas anteriores, se vuelve necesaria para avanzar hacia el nuevo formato imperialista donde no exista una potencia hegemónica central excluyente, sino un imperialismo desplegado en una red jerarquizada de ciudades financieras globales:

Nueva York, Londres, París, Tokio, Shangai, Frankfurt, Moscú, Singapur, Hong Kong, Bombay, Sydney, Johannesburgo, San Pablo, México DF, Buenos Aires, etc. Estas cities financieras constituyen los nodos principales que darían forma al Estado Global, cuya territorialidad es el Globo como conjunto. Esto es lo que en parte observan Negri y Hardt (2002), aunque sin observar los bloques de poder que se enfrentan y los proyectos estratégicos en juego, que dan lugar a territorialidades opuestas a la del proyecto financiero global con conducción angloamericana y a la conformación de Estados Regionales (Unión Europea-zona euro) y/o fortalecimiento de Estados-nacionales (Rusia).

Para la Red Financiera Transnacional, su centro físico-administrativo en
su forma estatal ideal lo constituye la red de ciudades financieras globales,
en la que lo único centralizado es el “cerebro” de la red vertebrado por el
proyecto estratégico neoliberal global. Por lo tanto, en su desarrollo entra
en contradicción con las formas jurídicas estatales nacionales y regionales,
las cuales, aunque pueden servir de impulso y desarrollo, se vuelven como
murallas que taponan los flujos globales si no están subordinadas como estructuras administrativas al orden global.

En este sentido, Estados Unidos, que fue el garante del propio desarrollo de las redes financieras globales angloamericanas y de la globalización neoliberal en general a partir de la caída del sistema de Bretton Woods I en los ‘70, y que ocupó dicho rol como potencia mundial central para regir los designios mundiales, ahora se convierte en un obstáculo para el desarrollo de los intereses angloamericanosglobalistas.

El Estado imperialista norteamericano, comandando al conjunto
de instituciones mundiales erigidas después de la Segunda Guerra Mundial
y reestructuradas a partir de la crisis de los ‘70, es una cristalización de una
relación de producción anterior que está en contradicción con el desarrollo de las fuerzas productivas globales, por lo cual los intereses más dinámicos que encarnan este desarrollo de las fuerzas productivas son como dinamitas para esas murallas. La sustitución del dólar como moneda hegemónica y la caída de la Reserva Federal como cuasibanco central global se vuelven necesarias en determinado momento del desarrollo de las fuerzas productivas globales.

La forma de avanzar hacia el Estado Global, articulado en la red de ciudades
financieras globales, cabeceras de los principales mercados regionales
(expresados en los países que conforman el G-20), no es otra cosa que
lo que se conoce comúnmente como proceso de globalización: un proceso
dialéctico de subordinación de lo local a lo global-transnacional, en el que
lo local son las áreas de negocios regionales que el capital financiero transnacional impone a cada región. Mediante la conformación de áreas de libre comercio se subordinan las estructuras productivas locales, y se destruyen los sectores productivos autónomos desarrolladores de otras formas de soberanía.

Se territorializa un nuevo espacio local definido por lo global, donde
la Nueva División Internacional del Trabajo asigna la función a cumplir. Por
ejemplo, en el caso de la Argentina y el Mercosur, el país y la región deben
ser fundamentalmente productores de alimentos, energía, minerales y reserva de biodiversidad y agua dulce para el Estado Global, lo que incluye en términos productivos a sólo un tercio de la población total (como se vio en los ‘90) mientras que el resto se va hundiendo en las distintas formas de la marginalidad y la exclusión.

Buenos Aires y San Pablo vendrían a ser los centros financieros desde los cuales se coordina estratégicamente dicho proyecto. Justamente, es a través de la constitución de áreas de libre comercio por región, regionalizando el Globo (pero en contraposición al desarrollo de bloques de poder autónomos), como se desarrolla el proceso de globalización desde lo local, al mismo tiempo que se va transnacionalizando la escala de negocios y se desarrolla la infraestructura comunicacional para ello. Bajo esta estrategia se debilitan los poderes estatales nacionales y regionales y se avanza hacia el globalismo financiero.

En este sentido, el magnate y filántropo David Rockefeller afirmó: “El mundo está más preparado para un gobierno mundial. La soberanía supranacional de una élite intelectual y de los banqueros mundiales es preferible a la autodeterminación nacional practicada durante los últimos siglos”. William Benton, otro personaje de los centros de poder mundial, añade: “El nacionalismo es el mayor obstáculo para el desarrollo
de una mentalidad mundial. Estamos al inicio de un largo proceso de
rompimiento de los muros de la soberanía nacional” (citado en Somos Sur: “El NOM y el Saqueo de Bolivia”. Dic. 2006. Cochabamba-Bolivia).

El Estado global no es producto del ultraimperialismo tal y como lo veía
Karl Kautsky, ni una suerte de Imperio global en donde convergen todos los
actores dominantes del globo mediante acuerdos, negociaciones o por la
propia lógica estructural del capitalismo (Negri y Hardt, 2002). Por el contrario, no es más que la forma que adopta el desarrollo del imperialismo dominante y más avanzado en lucha con otro conjunto de proyectos estratégicos que pugnan por establecer otro tipo de orden mundial, como también para extraer, perpetuar y mejorar la extracción de riqueza sobre el trabajo. Por lo tanto, el impulso hacia el Estado global implica un escenario de agudización de las contradicciones a nivel mundial que se traduce en una profunda crisis económica, política, militar y cultural (Formento y Merino, 2011).

Muchas de estas ciudades que para el poder financiero transnacional global
deben ser parte de la red de ciudades financieras globales pueden, a
la vez, constituir cabeceras de proyectos estratégicos contrapuestos, relacionados con otra territorialidad y con influencia de otras fracciones de capital que necesitan construir bloques regionales.

Aquí se produce una lucha entre territorialidades contrapuestas, que corresponden a proyectos estratégicos diferentes y antagónicos entre sí, las cuales producen cristalizaciones espaciales diferentes, pero que al mismo tiempo pueden converger en puntos comunes en cuanto a las repercusiones espaciales de los procesos moleculares de acumulación de capital en el espacio-tiempo (Harvey, 2004).

Es decir, París-Frankfurt-Berlín es el eje del proyecto estratégico Unión Europea, que se desarrolla como Bloque de Poder Regional, como un Estado Regional desde el cual posicionarse como actor en las relaciones de poder mundiales en contraposición a la subordinación bajo las fuerzas globales como imperialismo de segundo orden. Sin embargo, la lógica del capital franco-alemán en Argentina no se diferencia en muchas de sus manifestaciones territoriales (como en el impulso al proceso de privatización) en lo que se engloba en términos generales como neoliberalismo.

También impulsa las privatizaciones pero quiere a las empresas bajo su control, incluso a sus propias empresas estatales. Puerto Madero, como agregado neoliberal de Buenos Aires en la década de 1990, es la expresión del globalismo financiero en particular y de la lógica del capital concentrado en general, que se plasma en un territorio determinado.

La conducción de la globalización de la fase superior de la espacialidad
capitalista produce una reestructuración del territorio ya que implica una nueva territorialidad, una de cuyas principales manifestaciones es la creación de las ciudades globales como centros privilegiados de concentración del gran
capital financiero, donde se concentran los procesos de gestión y decisión
global-local. Puerto Madero como desarrollo neoliberal de la city de Buenos
Aires es parte de esa red urbana global que sustenta la generación y las alteraciones que la globalización impone a los centros urbanos preexistentes
(Lobato Correa, 1998).

Si bien Buenos Aires no cumple con todas las condiciones de una ciudad
global (Bassols Batalla; 1998), por su condición de ciudad del Tercer Mundo
y por ciertas falencias estructurales, Puerto Madero constituye la reestructu
ración y producción espacial durante los años ‘90 para serlo, con la entrada
de lleno de la Argentina al dominio del capital financiero transnacional y su proyecto neoliberal.

Como afirma Svampa para el caso particular de Puerto Madero, pero
que es un rasgo general de las cities8 globales, son espacios incluyentes excluyentes con formas sutiles de segregación en los espacios públicos. La
city es la máxima expresión del dominio de lo privado hecho público, a donde
cualquiera puede ir pero estará permanentemente cercado por un conjunto
de dispositivos, dentro de los cuales el arancelamiento de los movimientos y
los accesos es uno de los puntos principales.

Desde dicha city se controlan y organizan las principales áreas de
negocios locales para el mercado global. Una de las principales fuentes
de valorización del capital en Argentina es la producción y exportación de
materias primas, básicamente agrarias, y alimentos, y es en la city financiera
desde donde se realizan las tareas estratégicas que hacen a la comercialización: control de la biotecnología y del paquete tecnológico aplicado al agro (semillas, fertilizantes, agrotóxicos, etc.), estructuración de las unidades de negocios organizados en “pools de siembra” y distintos fondos de inversión orientados al agro, gerenciamiento estratégico y operativo del proceso de producción-distribución-realización, y el control de la logística, la infraestructura comunicacional y los puertos.

Esta lógica del capital global impone su territorialidad en el territorio argentino, desplegando hilos capilares políticos-económicos-culturales que se expanden por todo el Mercosur. El “modelo sojero”, como algunos lo llaman, o, mejor dicho, el proyecto financiero agoalimentario-extractivo exportador (que incluye también a otras industrias extractivas como la minería y la energía) es la forma particular que adopta localmente el proyecto financiero global comandado principalmente por las redes financieras angloamericanas, que va configurando el espacio de acuerdo con esta lógica: tanto la city porteña con su re-estructuración y expansión, como la frontera “sojera” y la reestructuración del espacio agrario a partir del control absoluto del proceso productivo por parte del capital financiero transnacional (con sus multinacionales exportadoras, biotecnológicas, químicas, etc), son sus manifestaciones más contundentes.

El Progresismo financiero o de mercado, como síntesis entre los vestigios
socialdemócratas y la legitimación llamada “economía de mercado”, es
una de las dos grandes formas ideológicas del globalismo financiero neoliberal en oposición al neoconservadurismo neoliberal (que es la forma ideológica apegada al viejo imperialismo norteamericano, en situación de crisis y retroceso).

La propuesta de la Tercera Vía por parte de Antony Giddens (1998)
es uno de los sustratos teóricos más fuertes del progresismo “financiero”, el cual políticamente fue puesto en práctica por el laborismo británico con Tony Blair en los ’90, como también (aunque sin la referencia directa a la propuesta de la Tercera Vía pero si en las políticas de gobierno) por la administración demócrata de los Estados Unidos encabezada por Bill Clinton.

Tanto Bill Clinton como Tony Blair representaron la fracción al interior de sus respectivos partidos que rompió absolutamente con los lineamientos hasta entonces dominantes y pasaron a expresar los intereses de la globalización neoliberal, incluyendo ciertas “agendas sociales” en el programa de la city financiera9.

La fracción más avanzada del capital tiende a ser “progresista”, en los
términos así planteados, en tanto representante principal del desarrollo de las fuerzas productivas en su forma capitalista actual. Esta fracción debe poner en crisis las relaciones de producción, las relaciones de propiedad, las formaciones institucionales, etc., que se contraponen a su propio desarrollo y, por lo tanto, encarnan el “progreso” y la “modernización” de las fuerzas productivas según sus propios términos y significados.

Para otros sectores, esta dinámica puede significar un retroceso, como lo fue en la Argentina neoliberal para el desarrollo industrial autónomo, el desarrollo estatal-público y las conquistas populares. En tanto la “globalización” es la forma en que aparece el dominio mundial del capital financiero transnacional, la forma más avanzada del capital, el “progresismo” como última expresión del liberalismo lo expresa (además del neoliberalismo clásico de base liberal) y lo articula políticamente, y deja a la “derecha” y al “conservadurismo” a quienes se oponen a este proceso.

“Los socialdemócratas necesitan responder al proteccionismo económico y
cultural, el territorio de la extrema derecha, que ve a la globalización como
una amenaza a la integridad nacional y a los valores tradicionales. Evidentemente, la globalización económica puede tener efectos destructivos sobre la autosuficiencia local. Pero el proteccionismo no es sensato ni deseable. Incluso si se consiguiera que funcionara, crearía un mundo de bloque económicos egoístas y probablemente belicosos” (Giddens, 1998; p. 80).

El gobierno global del multilateralismo unipolar; el ecologismo desde
una perspectiva parcial escindido de las cuestiones sistémicas; los derechos
humanos escindidos de los derechos sociales y desde una perspectiva individualista; el desarrollo de energías alternativas pero controladas por las transnacionales; el desarrollo de la participación de la sociedad civil a través de las ONGs en sintonía con los intereses del capital concentrado desmantelando articulaciones políticas que pueden desarrollar proyectos alternativos; la deslegitimación de los sindicatos, centros de estudiantes y movimientos que no le son funcionales como las “formas tradicionales de la política”; la regulación internacional como institucionalización del poder transnacionalizado que le da estabilidad sistémica y sanciona el dominio formal de un interés particular a través del Estado Global: todos ellos son los ejes centrales de este “progresismo” financiero global.

El Progresismo (así entendido) es al globalismo financiero neoliberal que
puja por institucionalizar el poder transnacionalizado y crear una forma de
soberanía global, lo que el neoconservadurismo (Mann; 2003) y el Tea Party10 son al imperialismo americano de viejo tipo centrado en el complejo industrial militar, el dólar y el Estado norteamericano como superpotencia excluyente del globo.

La territorialidad para el proyecto productivo regionallatinoamericano11
12
Así como el G-2013 en su propuesta original intenta ser el instrumento
concreto de desarrollo del gobierno global, del multilateralismo unipolar del
proyecto financiero global, desde otros polos de poder emergentes se puja
para que sea un espacio de consolidación del multilateralismo multipolar; es
decir, la formalización de la existencia de varios polos de poder mundial.

Lo mismo sucede con los llamados BRIC (los principales países emergentes:
Brasil, Rusia, India y China): así como desde Londres y Nueva York se los
legitimó globalmente, promoviendo las inversiones en dichos países, y se los
denominó con ese nombre14 para encasillarlos como mercados emergentes
dinámicos a través de los cuales extender y profundizar la globalización financiera subordinando otros bloques de poder, desde algunos de estos países se intenta constituir una coordinación entre los bloques de poder emergentes enfrentados al dominio de las redes financieras transnacionales y a los polos de poder dominantes, lo que da lugar a configuraciones territoriales que expresan profundas contradicciones y lógicas contrapuestas. En este sentido, los llamados países emergentes son territorios en pugna entre distintos proyectos estratégicos en el escenario global, que se debaten fundamentalmente entre la subordinación al proyecto neoliberal o el desarrollo de proyectos políticos estratégicos propios, los que contienen múltiples contradicciones en su interior.

La crisis financiera internacional es, de forma similar a la crisis de los
años ‘30, una crisis estructural que da cuenta de un cambio de época en un
escenario de enfrentamiento por la configuración de un nuevo orden mundial.
La pugna entre bloques de poder mundial, que se agudiza día a día a
medida que se fortalecen nuevos polos de poder, constituye una oportunidad
estratégica para los actores y clases subordinadas del orden mundial para
desarrollar proyectos políticos estratégicos propios y emerger como actores
con capacidad autónoma, con posibilidades de articular entre sí (Formento y
Merino, 2011).

Distintos autores coinciden (Sader, 2009; García Linera, 2008) en que a partir del nuevo milenio varios países de Latinoamérica empiezan a transitar caminos contrapuestos al neoliberalismo (en sus distintos formatos,
matices y fracciones, tanto “progresista” como neoconservador), expresando
en los gobiernos intereses correspondientes a proyectos históricos que se
encontraban subordinados y excluidos. Es decir, hay un cambio en las correlaciones de fuerzas favorables a las clases y fracciones subordinadas, que encuentran la posibilidad de, en mayor o menor medida, ponerle freno al avance del neoliberalismo, imponer ciertas conquistas a través de políticas de Estado y cambiar las mediaciones políticas-institucionales a su favor (por lo menos parcialmente), lo que da lugar a nuevas configuraciones territoriales.

Tanto los grupos económicos locales industriales que venían perdiendo terreno frente al capital financiero transnacional y las multinacionales, como los sectores de pequeña y mediana burguesía local que bajo el proyecto neoliberal quebraron, apenas sobrevivieron o quedaron de apéndices del capital concentrado en su proceso de tercerización, como obviamente la gran mayoría de los trabajadores obreros, técnicos y profesiones (ocupados y desocupados) que sufrieron un retroceso impresionante en toda la región en cuanto a sus condiciones de vida y condiciones de trabajo, comenzaron a encontrar, tanto en la crisis del centro del poder mundial como en el desarrollo de sus fuerzas en los procesos de resistencia, la capacidad de desarrollar procesos instituyentes.

Estos procesos se manifiestan de muchas maneras. Una de ellas se dio
en la Cumbre de las Américas realizada en la ciudad de Mar del Plata en el año 2005, en la que estaba estipulado que se firmara la constitución del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA); es decir, la imposición de las políticas de los Estados Unidos a todo el continente americano. Los grupos
neoconservadores y el gobierno de Bush tenían como objetivo central en
dicho año anexar en forma definitiva y directa lo que históricamente, desde
la doctrina Monroe, consideraron su área de influencia: Latinoamérica y el
Caribe.

Por otro lado, los neoliberales globalistas-multilateralistas rechazaban un ALCA que se constituyera en un bloque de poder americano excluyente, como extensión territorial de los Estados Unidos y el dólar, impulsando en su lugar el desarrollo de una gran área de libre comercio: un ALCA meramente comercial como continuidad del denominado “Mercosur económico” (opuesto al “Mercosur político”), del área de libre comercio de la región andina (CAN) y del área de libre comercio de Centro América y el Caribe, con el objetivo estratégico de establecer acuerdos de libre comercio entre la mayor cantidad de países y regiones.

Pero en la Cumbre, frente a una postura como a la otra, y en medio de dicha fisura, el eje Brasil-Argentina-Venezuela desarrolló una posición propia, rechazando subordinarse al ALCA como también a ser un “Mercosur económico”. La incorporación de Venezuela al MERCOSUR, hasta ese entonces el principal Estado de Sudamérica enfrentado a la hegemonía
estadounidense en el continente, fue la clave en la construcción del
MERCOSUR político, para avanzar desde allí con dos instrumentos centrales
de integración regional autónoma: el ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) y la Unión Suramericana, llamada posteriormente UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas).

Según se señala en un editorial del periódico New York Times, representativo de la visión del proceso regional por parte del establishment estadounidense, “… el pago de 9.800 millones de dólares es un hecho simbólico importante y una señal más de que el presidente Néstor Kirchner parece estar concentrando más poder en sus manos e inclinando el gobierno hacia la izquierda. Desde una victoria electoral en octubre, Kirchner avanzó para establecer una alianza con el líder populista de Venezuela, Hugo Chávez, y para extender el control estatal en la economía, el poder judicial y los medios de comunicación (…) se asoma la amenaza antiinflacionaria y
Kirchner respondió de una manera estatista, intentando imponer controles de
precios a ciertos productos esenciales (…) Chávez ya compró más de 1.000
millones de dólares en bonos y podría comprar otros 2.000 millones más. Eso,
más las fuertes exportaciones, le dieron a Kirchner el margen que necesita
para cancelar las obligaciones con el FMI y postergar futuras negociaciones
sobre cuestiones como política monetaria y tarifas de servicios públicos”15.

El desarrollo de un bloque de poder regional a través del ALBA y de
la UNASUR como estrategia territorial del proyecto de integración regional autónoma se asienta en los presupuestos que a continuación describiremos.

El crecimiento de lo público-estatal se contrapone a la lógica del capital
concentrado que pretende controlar de forma privada la administración del territorio. En el caso argentino, el desarrollo del Estado público ya empieza a ser visto como un serio peligro por parte de los intelectuales más representativos del neoliberalismo local, que lo caracterizan como estatismo.

Un ejemplo de ello es el siguiente editorial del diario La Nación: “En sus tres años de gestión, el gobierno del presidente Kirchner ha estatizado Aguas Argentinas (hoy llamada AySA), el Correo, el ferrocarril General San Martín, los yacimientos carboníferos de Río Turbio, el espacio radioeléctrico, la energética Enarsa, la satelital Arsat y la aerocomercial Lafsa, avanzando además como socio en Aerolíneas Argentinas y Aeropuertos Argentina 2000. Esta lista es demasiado amplia para pensar que nos hallamos sólo ante una serie de episodios aislados. Se trata más bien de una tendencia. Lo que vuelve con Kirchner es la fe en el Estado como protagonista económico”16.

Años después, con un proceso de estatización mucho mayor (AFJP, Aerolíneas Argentinas, Fábrica de Aviones de Córdoba) y de control estatal de
la economía (precios, tarifas, tipo de cambio, aranceles a las importaciones
considerados proteccionistas, aranceles a las exportaciones, intervención en
los mercados, etc.), el mismo autor se preguntará, “¿Tendrá algo que ver este
descomunal retroceso con el hecho de que nuestra creencia fundamental
haya dejado de ser “liberal” para convertirse en “estatista”? El gobierno de
los Kirchner encarna una exageración, casi una caricatura, del estatismo”17.

El llamado “estatismo” es en realidad el fortalecimiento de los Estados nacionales insertos en bloques de poder regionales, que tienden a ser Estados regionales en tanto formas de ejercicio de la soberanía de escala regional, estructurados mediante un proceso de integración por el cual ciertos poderes, que no se pueden ejercer efectivamente por parte del Estado nacional aislado y subordinado por los distintos polos de poder mundial, comienzan a ejercerse efectivamente mediante la cooperación regional.

Por ejemplo, la sanción de barreras proteccionistas para favorecer ciertas industrias contra la competencia de transnacionales y multinacionales; el desarrollo de ciertas industrias estratégicas (naval, nuclear, aeronáutica, etc.) que otorgan grados mayores de independencia económica relativa; la promoción de determinadas formas culturales y sentidos-visiones nacionales-latinoamericanas a través de medios estatales-regionales e instituciones culturales y educativas; el aumento del presupuesto y la inversión pública (como el récord en Argentina de inversión pública sobre PBI que creció un 322,5% entre 2003 y 2009, saltando de una participación del 8% al 15% en la Inversión Bruta Interna Fija); el crecimiento y recuperación parcial del tejido industrial (cuadruplicación de los obreros metalúrgicos totales, creación de 90.000 PYMES entre 2003 y 2007, etc.); la integración regional autónoma y el desarrollo de las relaciones estratégicas Sur-Sur en el plano económico, político y militar; la integración energética y el desarrollo de mayores grados de independencia relativa con respecto a los organismos internacionales; el proyecto de desarrollo de un sistema financiero regional (Banco del Sur y Fondo del Sur) para ganar grados de autonomía respecto del sistema financiero global; y la conformación en 2008 de un Consejo
de Defensa del Sur.

Más allá de estos breves ejemplos locales, las características centrales
que adopta el proyecto productivo regional-latinoamericano como tendencia son:
1. Proteccionismo industrial, y regulación estatal y pública de la circulación
del capital financiero transnacional y sus multinacionales.
2. Desarrollo o recuperación (parcial o total) de empresas estatales y
mixtas con predominio estatal en las áreas de producción estratégicas,
e incentivo del desarrollo industrial nacional-regional.
3. Constitución progresiva de un gobierno regional a partir del desarrollo
de instituciones regionales.
4. Democracia participativa regional y democracia social, en las que los
intereses anteriormente excluidos de las decisiones pasan a ser parte
del gobierno y del Estado.
5. Desarrollo de instituciones financieras públicas nacionales y regionales
como el proyecto de desarrollo del Banco del Sur.
6. Fuerzas Armadas regionales defensivas y articuladas en un Consejo
de Defensa del Sur constituido en 2008 (Sepúlveda Muñoz, 2010).
7. Desarrollo de empresas estratégicas estatales regionales mediante el
desarrollo de proyectos conjuntos.
8. Cooperación Sur-Sur.
9. Desarrollo endógeno de la infraestructura regional orientada hacia la
integración.

Si bien difieren los niveles de concreción existentes de los ejes mencionados
en los distintos países de la región orientados por posiciones contrarias
al neoliberalismo, e inclusive muchos de ellos son planes esbozados de los
cuales se dieron sólo los primeros pasos, no puede dejar de observarse que
existe una importante aceleración en el avance del proceso de integración
regional bajo los parámetros señalados.

Gobierno y correlación de fuerzas

Sostenemos como hipótesis de trabajo que en la producción y reproducción
del espacio en el territorio argentino existe una pugna entre las dos
territorialidades descriptas anteriormente, en un proceso de agudización que
coincide con el proceso general latinoamericano. Es una lucha por la soberanía, en la que desde ambos proyectos políticos-estratégicos en pugna existen además múltiples posiciones y sujetos que confluyen y se enfrentan.

No es lo mismo para el proyecto productivo de integración regional la conducción por parte de ciertos grupos económicos locales y grandes industriales nacionales que la conducción por parte de los trabajadores organizados en sus distintas fracciones (o de campesinos-pueblos originarios en alianza con el movimiento obrero organizado, como en Bolivia), que le da otro carácter social al proceso, configurando transformaciones con alta radicalidad, inclusión y perspectivas poscapitalistas (Sader, 2009; García Linera, 2008). La relación de fuerzas existente entre los distintos actores que son parte de la alianza de gobierno es lo que imprime las características centrales del mismo.

Los enfrentamientos entre la territorialidad del proyecto financiero
global sostenido desde el eje Mercado-Servicios-Finanzas y la territorialidad del proyecto productivo de integración regional sostenido desde el eje Estado-Producción-Trabajo se expresa como contradicciones del proceso político-económico que se desarrolla.

Esta contradicción principal, como las contradicciones al interior de cada polo, se visualizan en la correlación de fuerzas del Estado y se traduce en las contradicciones de la propia alianza de gobierno. En tanto los poderes existen en el Estado de correlación de fuerzas de un territorio determinado, necesariamente influyen y forman parte de la administración práctica del Estado y, por lo tanto, en la política resultante del gobierno. Negar esta realidad es sesgar la mirada a la perspectiva que brota en la superficie donde circula y se administra el poder –el plano coyuntural, lo que habitualmente se denomina el gobierno–, dejando de lado la perspectiva de dónde se produce el poder –lo estructural, es decir, el Estado, la
sociedad política más la sociedad civil, la hegemonía revestida de coerción, la correlación de fuerzas en un territorio (Gramsci, 2008; pp. 151-161).

Esta inversión de la mirada, que es la forma en que se invisibiliza la estructura de poder (dominación), produce cierta percepción “voluntarista” desde la cual se cree que la construcción de lo social radica meramente en las decisiones de los individuos y en sus intenciones, sin tener en cuenta las condiciones históricas y las correlaciones de fuerzas existentes que se imponen más allá de la voluntad individual, por la cual se reduce la mirada del Estado y el Poder al “gobierno”, se reduce la lucha entre proyectos estratégicos, clases sociales y fracciones de clase a disputas entre individuos, intenciones personales y sentimientos, y se reduce la mirada de la realidad en sus múltiples e infinitas contradicciones a un juicio puro y lineal de los procesos históricos. Obviamente que la voluntad política y las decisiones individuales pesan e influyen en los procesos históricos, pero las mismas deben analizarse en el marco del desarrollo de las fuerzas subjetivas y de las condiciones objetivas.

Desde esta perspectiva, podemos afirmar que en el gobierno argentino
(en este segundo nivel político coyuntural) se encuentra expresada la lucha
entre ambas territorialidades en tanto conviven distintos intereses y proyectos en pugna. Es decir, se puede afirmar con elementos de la realidad que el gobierno (como ficción ideológica de homogeneidad) es “Puerto Madero como metáfora” del proyecto financiero global y es también las concesiones a la industria minera controlada por las transnacionales, como a la vez es la reactivación del plan nuclear nacional, el desarrollo de la industria naval a partir de la recuperación de los astilleros estatales, el incremento exponencial de la inversión pública, y la construcción de la UNASUR como bloque regional de poder autónomo, etc.

Y estas contradicciones se dan porque en el gobierno del Estado se
manifiesta, administra y realiza la correlación de fuerzas entre proyectos
estratégicos, que a su vez se cristalizan en políticas de gobierno que inciden en la configuración del territorio, el que a su vez participa constantemente en la producción y reproducción de dichas relaciones de poder. Sin embargo, la resultante que marca el rumbo del gobierno da cuenta, como lo marcan los propios intelectuales del neoliberalismo, del avance progresivo de uno de los polos de la contradicción principal que expresa a las clases, fracciones y grupos anteriormente excluidos del gobierno.

En este sentido, la pregunta por cuál es la territorialidad dominante en
Argentina es sumamente compleja ya que no existe hegemonía por parte de un proyecto político estratégico determinado. La territorialidad hegemónica hace una década está en crisis a nivel mundial y regional, aunque para el proyecto financiero global dicha crisis es el tránsito hacia la institucionalización de la lógica territorial global en consonancia con la lógica del capital financiero transnacional –como superación de dicha lógica del plano puro de lo económico, ya que implica la institucionalización de un poder.

Sin embargo, para la región, dicha crisis es la oportunidad histórica por la cual vienen avanzando otros proyectos estratégicos con otras territorialidades, produciendo configuraciones territoriales e institucionalizaciones propias que reflejan las contradicciones existentes, y que al mismo tiempo profundizan la crisis.

El debate sobre el progresismo

A partir de las consideraciones de Svampa sobre Puerto Madero como
metáfora del progresismo y del kirchnerismo (Svampa; 2008), surge un
conjunto de reflexiones críticas, según lo expuesto anteriormente. El “progresismo” es el concepto analizado por el artículo de Svampa tanto en un nivel táctico como estratégico (aunque dichos niveles parecieran diluirse) para
dar cuenta del proceso político-económico-social de los últimos años. Dicho
concepto pareciera constituir el elemento articulador entre ambos niveles,
aunque no de forma explícita, con el uso de una particular construcción espacial–Puerto Madero– para articular territorialidad y gobierno.

Para esta autora, hay un progresismo en el plano político, un tanto indefinido, ambiguo, confuso y contradictorio, encarnado en la figura de “los Kirchner”, el cual se correspondería con un “progresismo” en el plano estructuralestratégico, definido como “una promesa de cruce, de ilusión de contactos, que alimenta los entusiasmos de más de uno, pero que a ciencia cierta no afecta en nada la matriz elitista fuertemente incrustada en la cartografía de nuestra sociedad” (Svampa, 2008; p. 228).

Según Svampa, Puerto Madero es su manifestación espacial: la zona
exclusiva pero a la vez pública de la ciudad de Buenos Aires desarrollada a partir de los años ‘90, que es símbolo de capitalismo, elitismo, neoliberalismo y a la vez un régimen de inclusión-exclusión sutil y tácito, en el que lo público y lo privado coexisten bajo el manto de una promesa de inclusión ficticia. Se contrapone al barrio privado, a la exclusión explícita, al elitismo explícito como forma territorial de los ‘90, del neoliberalismo crudo, pero que al mismo tiempo es más elitista y exclusivo.

Expresa una contradicción y contiene un doble discurso. Puerto Madero aparece entonces como metáfora y como “clave” del progresismo excluyente y neoliberal, expresado en lo político-institucional por el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, con su núcleo contradictorio y su doble discurso, es decir, como expresión política de esta contradicción, de este progresismo excluyente y elitista, que plantea continuidades estructurales con la lógica neoliberal pero que se procesan de una forma solapada, no explícita, bajo una promesa de cambio e inclusión.

“La evolución y actual fisonomía de Puerto Madero constituye efectivamente una metáfora del progresismo, que, lejos de apuntar a un futuro de inclusión, ilumina sus dobleces y nos advierte acerca de sus continuidades y limitaciones: el barrio expresa la contundente concentración de la riqueza, amplificada en los años noventa y consolidada en los últimos años, al tiempo que ofrece una cierta flexibilización de las fronteras, anteriormente rígidas, por medio de la creación de algunos vasos comunicantes” (Svampa, 2008; p. 226).

Para la autora no se trata de un doble discurso, de una discursividad
“progresista” que no se corresponde con la materialidad de Puerto Madero:
es la misma que se expresa en la política del gobierno. Por lo tanto, la discursividad se corresponde con una materialidad cristalizada en la producción y reproducción de un espacio. Y de hecho, esta correspondencia es sostenida por el actor político: es la misma presidenta Cristina Fernandez de Kirchner quien asoció en un discurso progresismo y modernidad con Puerto Madero, lo cual es citado por la autora para establecer el cruce. Sin embargo, para observar si ello es una táctica o es parte de una estrategia que define el rumbo de un gobierno, no basta con el análisis de una configuración territorial
particular y de un discurso en un contexto dado. Por otro lado, si ello fuera
así, cómo podrían explicarse los avances cada vez más manifiestos de lo que
denominamos como proyecto productivo regional-latinoamericano, que son producto de políticas centrales impulsadas por el gobierno18.

Como decíamos al principio del artículo, la elaboración de conclusiones
generales a partir de la consideración de configuraciones territoriales
particulares puede llevar a incurrir en análisis parciales, desde perspectivas
ideológicas contrapuestas. De hecho, podríamos incidir en el mismo tipo de
análisis en Bolivia, si se observa la matriz económico-productiva en general,
así como en particular la territorialidad imperante en ciertas prefecturas, en
donde se impone la lógica del capital financiero transnacional (y sus distintas multinacionales extractivas exportadoras de materias primas) de forma descarnada.

Se puede concluir que el proceso político social de dicho país –uno de los más radicales de la región– está siendo dominado por la lógica del capital financiero transnacional, con el cual el gobierno se limita a ejercer
ciertos controles, más allá de la nacionalización parcial en el área de hidrocarburos. Con ello, se caería en un análisis completamente sesgado tanto del proceso político como, necesariamente, del territorio. En tanto existan y posean influencia en la estructura económica-social fracciones de capital que impulsan el proyecto financiero global, van a producir manifestaciones espaciales de acuerdo con sus intereses, y van a formar parte del Estado como fuerza y proyecto estratégico en disputa que logra influir en la resultante de las relaciones de poder. Sin embargo, ello no quiere decir que definan hegemónicamente, como tampoco dominantemente, el rumbo político estratégico de un gobierno, de un Estado y de un territorio.

Como ya afirmamos, en todo territorio existen tantas manifestaciones
territoriales y lógicas como proyectos estratégicos, estrategias, partidos, intereses, clases, fracciones y grupos haya, concepción que es necesario tener presente en los análisis empíricos. Es decir, dichas manifestaciones ni siquiera se restringen a aquellos sectores con un grado de organización suficiente como para poner en juego proyectos estratégicos propios (formas de vida, modos de producción, ya sea modelos de capitalismo o sistemas sociales
alternativos). Incluso en plena hegemonía neoliberal, nunca el ejercicio del
poder es tan absoluto que los grupos y clases subordinadas no pueden desarrollarse, resistir, luchar, y por lo tanto generar manifestaciones espaciales, aunque sea en los planos gremiales y locales.

Por lo tanto, disputan y hacen al Estado en tanto fuerza social (aunque sea local) que produce poder aunque estén en una relación de dominación donde ocupen un lugar completamente subordinado. Toda fuerza disputa sobre un territorio y, por lo tanto, disputa la territorialidad resultante del Estado aunque lo niegue y aunque no tenga poder suficiente para disputar el Estado. Menos aún podemos aplicar alguna linealidad en el análisis territorial en Estados en plena crisis de hegemonía (crisis de los partidos, crisis del sistema político-institucional, en situaciones de empates “progresivos”, luchas y transiciones), que dan cuenta del profundo nivel de enfrentamiento entre proyectos estratégicos y en donde las transformaciones contrarias al proyecto financiero global y del “progresismo” financiero son cada vez más profundas.

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Notas
1 En este trabajo el concepto de espacio es entendido en su acepción
general, como extensión de la superficie terrestre.
2 Dicho concepto lo tomamos en parte del trabajo de David Harvey El
Nuevo Imperialismo. Desde nuestro punto de vista, el concepto más preciso
es el de modo de territorialidad, ya que la lógica es una forma que adopta un
contenido y en este caso hablamos claramente de un contenido, un modo. Sin
embargo, en tanto el contenido de dicho concepto se nutre en gran medida en
lo desarrollado por Harvey, tomamos esa referencia para plantear con claridad
las ideas de nuestro trabajo.
3 La noción de encuentro es tomada, en parte, de Karl von Clausewitz.
De la Guerra. Buenos Aires, Agebe, 2004.
4 Revista Enterprise, citado por Lozano, Martín, El Nuevo Orden Mundial,
Alba Longa, 1996.
5 Información extraída fundamentalmente del sitio electrónico de información
financiera “Transnationale.org”. Algunos datos pueden estar desactualizados
ya que la mayoría de ellos son de 2007 y 2008. Sin embargo, a modo de ejemplo de lo que es una red financiera global (en este caso, mediana), es
más que adecuada.
6 “…la versión política de esta globalización perversa es justamente la
democracia de mercado. El neoliberalismo es el otro brazo de esa globalización perversa. Ambos brazos Democracia de Mercado y neoliberalismo son necesarios para reducir las posibilidades de afirmación de las formas de vida cuya solidaridad se basa en la contigüidad, en la vecindad solidaria, es decir, en el territorio compartido” (Santos, 1996; p. 128).
7 Resulta interesante observar que, en este sentido, se pronunció fuertemente
el ex-director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, en febrero
de 2011, como medida central para transitar un camino de salida de la crisis.
Véase El País, Madrid, 11 de febrero de 2011.
8 Le decimos city en vez de ciudad por su connotación de city financiera,
como el lugar específico y dominante de una aglomeración urbana que es el
nodo central de los grandes negocios globales-locales.
9 Los cuadros fundamentales de los gobiernos pasaron a ser personas
formadas en las redes financieras transnacionales (incluso máximos directivos de las mismas) y en sus Thinks Tanks. Gordon Brown, en el caso del gobierno británico, estrechamente relacionado con el Lloyd’s Bank, o Summer y Rubin, en caso del gobierno norteamericano, vinculados al Citigroup, son algunos de los ejemplos más paradigmáticos por su peso en la política económica nacional y global.
10 El Tea Party, el “Motín del Te”, en referencia al movimiento antibritánico
que se levantó contra la suba de impuestos al té previa a la independencia
norteamericana, es un movimiento político social ultraconservador y heterogéneo, financiado por grandes corporaciones norteamericanas (especialmente petroleras) que emergió en los EE.UU. hace unos años y se fortaleció en su política anti-Obama.
11 Está claro que esta no es la única territorialidad contrapuesta a la del
proyecto financiero global neoliberal, ni que pueda tratarse de forma homogénea, pero este trabajo se reduce al análisis de dicha contradicción, que
consideramos como principal en la disputa por el control del territorio latinoamericano, y que en realidad reúne una multiplicidad de formas, procesos, sectores y contradicciones en su interior.
12 Gran parte de los datos empíricos y los argumentos que sirven de base
a las consideraciones aquí expuestas en lo que se refiere al “proyecto productivo”, fueron trabajadas en Adriani y Merino (2011), “Las transformaciones del sector industrial argentino. Proyectos en pugna entre el neoliberalismo y la posconvertibilidad”.
13 Grupo de los 20. Este grupo está conformado por Estados Unidos, Reino
Unido, Francia, Alemania, Japón, Canadá, Italia, Turquía, Argentina, Brasil,
México, China, Rusia, India, Australia, Sudáfrica, Arabia Saudita, Indonesia,
República de Corea, Unión Europea y España como miembro invitado.
14 La denominación de BRIC fue inventada por el ejecutivo de la banca
de inversión Goldman Sachs, Paul O’Neil.
15 Citado por el diario Clarín, Buenos Aires, 4 de enero de 2006.
16 Mariano Grondona, “El regreso de una ilusión estatista”, La Nación,
Buenos Aires, 18 de junio de 2006.
17 Mariano Grondona, “El estatismo, una elección equivocada”, La Nación,
Buenos Aires, 27 de septiembre de 2009
18 Los fundamentos empíricos de dichas consideraciones se encuentran,
entre otros trabajos, en Adriani y Merino, 2011; Merino, 2011d.

Recepción: 4 de mayo de 2011. Aceptación: 13 de septiembre de 2011

Geometrías del poder y la conceptualización del espacio

Geometrías del poder y la conceptualización del espacio11
Conferencia 1

Doreen Massey (Open University, Inglaterra)

La invitación que recibí a visitar Venezuela me explicó que les interesa a
ustedes el concepto de ‘power-geometry’ – la geometría del poder. Soy geógrafa, y ‘la geometría del poder’ es un concepto que inventé, en el contexto de mi trabajo, para enfatizar el carácter social del espacio – el hecho de que el espacio social (y el espacio en general) es producto de acciones, relaciones y prácticas sociales. Y por eso:
1. como producto social es, por consiguiente, abierto a la política (si lo
producimos, igualmente podemos transformarlo)
2. como producto social el espacio es, en su misma constitución, lleno de,
empapado de, poder social
3. y el poder, como sabemos, tiene múltiples formas (económica, política,
cultural; dominación, igualdad, potencia) y se realiza ‘en relación’, entre una
cosa (persona, nación, región, lugar) y otra
4. y por eso a su vez, el poder tiene una geografía.

Estaba tratando, por este concepto, de establecer ‘el espacio’ (como dimensión, así como es el tiempo) como cosa en juego en la política.

Además, este planteamiento de ‘power-geometries’ es una parte, un elemento, dentro de un tema más amplio – el tema de la (re)conceptualización del espacio. Mi propuesta es sencilla: que importa la conceptualización del espacio: que tiene efectos tanto intelectuales como políticos, y que – aunque normalmente no se reconozca – ‘el espacio’, y su conceptualización, plantea desafíos políticos importantes.

Entonces, empezaré con ‘el espacio’, y quisiera entrar en este tema propeniendo tres características del espacio, que son las siguientes:2
1 Conferencia dictada en la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 17 de setiembre, 2007.
2 Este argumento, y la conceptualización del espacio en general, es elaborado en Massey, For space, 2005, Sage.

*1. El espacio es producto de relaciones (y de la falta de relaciones). Es una
complejidad de redes, una malla, de vínculos, de prácticas, de intercambios, tanto a nivel muy íntimo (como él del hogar) como a los niveles de la ciudad, el país, lo global. Producimos el espacio en el manejo de nuestras vidas. (Ésta es una propuesta bien conocida en la geografía humana teórica, aunque no es bien utilizada en la práctica.)

Un ejemplo: Me di cuenta de esta característica del espacio en estudios de la
industria, y de la desigualdad entre regiones, en el Reino Unido.3 Es decir, se trató del espacio económico. En el Reino Unido el sur/sur-este (la región de Londres) tiene más empleo, ingresos mucho más altos, puestos que exigen un nivel más alto de educación o de formación, etc etc …. que lo tiene el norte del país. (Creo que hay, aquí, circunstancias parecidas entre Caracas y otras partes de Venezuela.)

¿Cómo representar o analizar esta desigualdad regional? ‘Normalmente’ (por
ejemplo en la imaginación del gobierno del Reino Unido y de capital) se
conceptualiza, esta geografía de desigualdad, como si hubiera dos regiones – dos territorios, distintos, con características diferentes. Es (se conceptualiza como) un espacio de territorios. Ésta es la concepción hegemónica y, creo yo, es una conceptualización que refuerza la geometría del poder hegemónica.

Pero esta geografía se puede conceptualizar de otro modo. Por ejemplo: digamos que hay una empresa. Su sede se encuentra en el sur-este, así como la dirección, la junta de directores y la sección de investigación. La producción material se encuentra en el norte. El resultado de esta distribución (y es una distribución típica) no es simplemente dos regiones con características distintas – conceptualizadas como si fueran entidades independientes – sino es que, en efecto, tenemos las relaciones de producción capitalista extendidas ‘en’ el espacio.

El poder de dirección va del sur al norte; las decisiones sobre inversiones se toman en el sur; las vidas de los obreros del norte dependen de las acciones en el sur; etc. Esto es un espacio de relaciones, y relaciones de poder.

No es decir que no existen ‘regiones’ o ‘territorios’, pero las regiones mismas,
sus características y sus identidades, son productos de relaciones dentro de un espacio más amplio.
3 Massey, Spatial divisions of labour, 1984, 2nd edn 1995, Macmillan/Palgrave.

O, mejor dicho, son las relaciones de producción capitalista las que
producen este espacio y estas regiones.
Este es el espacio entendido como producto de relaciones sociales – un espacio de vínculos llenos de poder – y es una forma básica, un ejemplo sencillo, de la geometría del poder. Es decir, el poder se constituye ‘en relación’; por eso hay una geografía del poder – una cartografía del poder.

Eso es la naturaleza de la desigualdad entre el sur-este y el norte en el Reino Unido. Claro que no es en estos términos que la discute el gobierno británico cuando enfrenta el llamado ‘problema regional’. Al contrario, el gobierno habla en términos de una región (el sur-este) que ‘tiene éxito’ y otra región que no lo tiene. Es una geografía casi ‘moral’ – el norte se ve como culpable de su fracaso económico. Para el gobierno, el problema es como el norte puede ‘mejorarse’ para competir con el sureste.

No hay ningún reconocimiento de las enlaces, las relaciones de poder, atando integralmente las dos regiones y sus fortunas económicas. No hay tampoco ningún reconocimiento político del hecho de que integral a las diferencias empíricas, económicas, entre regiones existe una desigualdad más importante – la del poder – una geometría del poder.

Y esta geometría del poder, en la cual domina el sur-este, existe no solo en la esfera económica, sino también en las de la cultura, del financiamiento, y de la esfera gubernamental. Cada espacio – económica, política, cultural – tiene sus geometrías del poder (aunque es importante subrayar que estas esferas son muy interconnectadas).

Pero hablar así, de la geografía del poder, y de las relaciones de poder, constituye una amenaza, un reto, mucho más peligroso a los que mandan, porque implica que lo que se necesita, en el espacio económico, es no solo una descentralización de empleo por ejemplo sino una política de relaciones del poder. Eso fue un ejemplo de un espacio nacional.

El mismo tesis se puede plantear a nivel internacional. En el campo internacional Londres no es simplemente centro financiero (cuestión de rama, sector …) sino también (y más importante) centro de poder dentro de la mundialización neoliberal. La globalización, igualmente, se puede
conceptualizar (debería conceptualizarse) como una complejidad de geometrías del poder. Y es esta geometría, tan desigual y con efectos tan nocivos – y no el hecho en sí mismo de ser global – la que debe ser en juego en la política. Y, de lo que yo conozca de Caracas y de Venezuela, eso es, precisamente, una meta aquí.
La meta no es acabar con la inserción global de la ciudad ni del país, sino tentar de construir otro modo, otra forma, de inserción dentro de la economía mundial – una forma alternativa de incorporación a dicha economía. El intercambio con Cuba (médicos/petróleo) se trata precisamente de una política de relaciones. Transforma una relación que habría podido ser de competencia (lo normal en un mundo neoliberal) en una relación de cooperación. Cambia el contenido de poder de la relación; y cambia el carácter del espacio. Esto es el caso también con el acuerdo con Londres. Son tentativas, creo yo, de transformar un poco la geometría del poder económico y internacional.

*2. La segunda característica del espacio es que: el espacio es la dimensión de la multiplicidad. Sin la dimensión del espacio, no podría existir multiplicidad (en el sentido sencillo de más de una cosa). Pero, también, sin la multiplicidad no podría existir tampoco el espacio. El espacio y la multiplicidad se producen, uno y otro, mutuamente. Es un argumento filosófico,4 pero con implicaciones políticos, y quisiera ejemplificarlo con un caso pragmático geopolítico.

Aún después de la caída de la Unión Soviética y el difundirse del neoliberalismo en todas partes del mundo, toda la evidencia demuestra que siguen haber diferencias marcadas entre países, regiones, lugares, en términos de distribución de ingresos, gastos sociales, movilidad social, compromiso a la solidaridad social, compromiso al ‘mercado libre’ etc. etc. Es decir, sigue la especifidad geográfica, (una forma de) la multiplicidad espacial. De un modo, los diferentes lugares exhiben maneras distintas de organizarse.

Es que son emblemáticos de políticas distintas. Por ejemplo (un hecho
pequeño, para mí inesperado) – la diferencia (en unas medidas) en desigualdad de ingresos entre los Estados Unidos y los países de Escandinavia es tan grande como la diferencia entre los Estados Unidos y México. Es decir, el capitalismo, aun neoliberal, no es la misma cosa en cada país. Es decir, aunque, como dije, los distintos lugares están vinculados, están constituidos mutuamente, siguen sus propias trayectorias. El modelo eeuu no está dominante en todas partes.

El reconocimiento de esto es, al mismo tiempo, el reconocimiento de la multiplicidad (la multiplicidad de trayectorias) que es el espacio social.
Además, esta ‘multipolaridad’ (como se llama en el debate político) es un aspecto necesario en cualquier democracia global. Y afirmar este hecho de especifidad geográfica también constituye una crítica conceptual a las narrativas del neoliberalismo (de la izquierda tanto como de la derecha) que hablen de un neoliberalismo inexorable, inevitable, imposible a resistir o a modificar.
4 Ver For space.

Las narrativas que, por lo tanto, implican que hay solo un futuro, un futuro neoliberal, para todos, todos los lugares. Pero, para que funcione este ‘democracia global’ es preciso que cada lugar haga explícito el acuerdo social sobre lo que se base – los valores éticos que se puedan realizar por la participación común en la negociada/disputada asociación sociopolítica que es ‘el lugar’.

A mi juicio es lo que está haciendo Venezuela en el foro internacional. Tiene
‘una voz’ en el mundo, y es suya. En el libro For space escribí yo:
We come to each place with the necessity, the responsibility, to
examine anew and to invent (Hay que entender cada lugar tomando en cuenta la necesidad, la responsabilidad, de analizar de nuevo, y de inventar.)

No estaba pensando en él, pero Simón Rodríguez, como saben ustedes muy bien, dijó: o inventamos o erramos. Creo que Simón Rodríguez fue buen geógrafo … es una manera excelente de evocar la multiplicidad de ‘lo espacial’, del espacio.

*3. Hasta aquí tenemos: 1. el espacio como producto de relaciones (formando una geometría del poder) y 2. el espacio como dimensión de la multiplicidad (la multiplicidad de entidades con sus propias trayectorias). La tercera proposición que tengo (muy breve, pero importante…y a consecuencias de las características ya mencionadas)… es que el espacio está siempre ‘bajo construcción’. Nunca es cosa acabada. Siempre hay relaciones que queden por hacerse (o no hacerse) y/o que se puedan modificar.

El espacio (las geometrías del poder que lo constituye) está siempre en vías de producción y – por eso – siempre abierto al futuro. Y – por eso a
su vez – abierto también a la política. El hacer del espacio es una tarea política. Si lo conceptualizamos de este modo, el espacio plantea un verdadero desafío a la política.

Aun más, para evadir este desafío, adoptamos frecuentemente imaginaciones (es decir, conceptualizaciones implícitas) alternativas del espacio. Creo que éste sucede en todas las esferas de la política, pero voy a fijarme por un momento en la política que tiene que ver específicamente con este mundo tanto ‘globalizado’ como desigual.

Quisiera darles a ustedes dos ejemplos entonces de esta evasión del desafío del
espacio. El primer es que, frecuentemente, transformamos el espacio en el tiempo. Por ejemplo, cuando planteamos preguntas sobre la pobreza y la desigualdad económica que se encuentran dentro de la globalización de corte neoliberal (pensemos en Mali, Nicaragua, Mozambique) la ‘explicaciόn’ que frecuentemente se ofrece es que estos países ‘están por detrás’ o ‘son atrasados’.

Del mismo modo, utilizamos una terminología de ‘países desarrollados’, países ‘en vías de desarrollo’, etc. O, otro caso, asimismo utilizamos ‘las grandes narrativas’ de la modernidad – del Progreso, de los Modos de Producción – imaginamos un mundo dentro del cual hay una sola
sucesión histórica de ‘períodos’.

En todos estos casos, la geografía desigual del mundo se está transformando en una cola histόrica. Es una transformación (una reorganizaciόn) de la geografía (una simultaneidad espacial de diferencias – una multiplicidad) en una (sola) historia. Es un modo de pensar que tiene una relación fuerte con la modernidad, y con el colonialismo y el imperialismo.

Entonces aquí tenemos dos efectos: primero, la supresiόn de la multiplicidad contemporánea del espacio, y segundo, la reducción al singular de la temporalidad. Aquí hay solo una cola histόrica (un modelo de desarrollo), y es una cola definida por ellos que son ya ‘desarrollados’ (es su historia a ellos).

Hay, en fin, solamente una voz. Y todo eso implica que ellos que se encuentren ‘por detras’ (entre comillas) en esta cola no tienen posibilidad – no tienen espacio – de definer un modelo que sea suyo propio. ‘Su futuro es predicho’, presagiado en el presente de otros paises. Quizás tales paises no querrían seguir el sendero de los países llamados desarrollados – claro que han habido, y hay, muchos ejemplos en América Latina.

Entonces hay que enfrentar explícitamente este modo de ‘ver’ el mundo – lo que sería al mismo tiempo enfrentar un entendimiento de lo que es ‘el
espacio’. Y es un entendimiento del espacio que se usa con el fin de ocultar la
posibilidad de otras maneras de desarrollar.

Eso es una argumentación bastante bien conocida. Pero hay más consecuencias de esta transformación del espacio en el tiempo que yo quisiera sugerir. Primero, es una imaginación que esconde la posibilidad (en verdad el hecho) de que la desigualdad en el mundo se produce en la actualidad – que es una característica estructural de la globalizaciόn capitalista de hoy. Esconde los efectos de las formas actuales de la relacionalidad del espacio (la geometría del poder), que no solamente hace menos probable que la mayoría de ‘los paises atrasados’ puedan desarrollarse sino también (y astutamente) deja a un lado la complicidad de los países ‘desarrollados’ dentro de la producción actual de esta desigualdad econόmica.

Oculta, precisamente, el poder. Segundo, disminuye de una manera (hace menos urgente) las diferencias entre paises (o regiones). Reduce estas diferencias a la ‘posición en la cola histόrica’. Y eso a su vez produce un efecto decisivo: niega la igualdad de voz. Es una manera de despreciar. Niega que somos verdaderamente coetáneos. Y la existencia de coetáneos – de una multiplicidad contemporánea – es una propiedad esencial del espacio.

Ambas consecuencias que acabo de indicar implican la eliminación – la
evasión – de desafíos éticos y políticos, y resultan de un modo específico de imaginar el espacio y el tiempo.

Es preciso aclarar aquí que no estoy criticando toda concepción del ‘desarrollo’ (agua limpia sin duda es mejor que agua sucia). Los problemas a los que me refiero son la singularidad de su forma supuesta y la cuestión de quien es que tiene el poder de definir esta forma. Mi intención es simplemente destacar primero la dificultad para reconocer la contemporaneidad de la diferenciación espacial, y segundo las pequeñas
maniobras de la imaginación que usamos para evitar hacerlo frente.

Los grandes poderes de la mundialización lo hacen. Nosotros científicos sociales lo hacemos. Lo hacemos todos en la vida cotidiana. Cada vez que caracterizamos una sociedad, un país, una cultura como ‘atrasado’ o ‘primitivo’ negamos su diferencia actual. Nos faltamos el respeto a los otros y – declara el filósofo Jacques Derrida – el respeto es una actitud, una disposición de ánimo, integral al verdadero reconocimiento
del espacio.

Y también: al ocultar las relaciones (las geometrías del poder) las que han
contribuido a producir estas características (‘atrasadas’etc) nos privamos a nosotros mismos de la posibilidad de entenderlas políticamente. En resumen, es preciso no transformar el espacio en el tiempo.

*El segundo ejemplo de la evasión del desafío del espacio es que
conceptualizamos – implícitamente – el espacio como una superficie. Hablamos de ‘viajar a través del espacio’. Es otra vez una imaginación colonial. Los ‘viajes de descubrimiento’ del ‘nuevo mundo’ se imaginaban (en Europa a lo menos) en un escenario dentro del que había solamente un agente, un actor (el viajero), el actor que descubrió ‘el nuevo mundo’, ‘los otros’. En este escenario (esta imaginación) hay solamente una historia (la del viajero).

Es como si ‘los otros’ no tuvieran ninguna historia antes de la llegada del viajero. Es una imaginación que hace muy difícil comprender que ‘los otros’, ‘el nuevo mundo’, ‘los indígenas’, también tuvieron sus trayectorias propias. Pensar en el espacio como si fuera superficie tiene el efecto de
privar a los otros de sus propias historias.

En este sentido, la insistencia política en ‘el encuentro’ en vez de ‘el
descubrimiento’ evoca también un espacio más activo – el espacio como una
simultaneidad de historias inacabadas, el espacio como un momento dentro de una multiplicidad de trayectorias. Si el tiempo es la dimensión del cambio, el espacio es la dimensión de multiplicidad contemporánea.

Por esta razón, el espacio es la dimensión de lo social. Es el espacio lo que
plantea la cuestión política más fundamental: ‘¿cómo vamos a vivir juntos; a convivir, co-existir?’ El espacio nos ofrece el desafío (y el placer y la responsabilidad) de la existencia de ‘otros’. Pero en muchos discursos políticos, y en los discursos dentro de las ciencias sociales, no se pone en obra. Eso tiene, creo yo, graves efectos políticos.

*Una etapa más: que trata del tema de la identidad, tanto la identidad de un lugar (ciudad, país, Caracas, Venezuela) como la identidad de grupos, de individuos, de capas sociales.

Si el espacio no es simplemente la suma de territorios, sino una complejidad de relaciones (flujos y fronteras; territorios y vínculos) implica que ‘un lugar’, un territorio, no puede ser tampoco simple y coherente. Al contrario, cada lugar es un nodo abierto de relaciones – una articulación, una malla – de flujos, influencias, intercambios, etc. La identidad de cada lugar (incluso su identidad política) es, por eso, el resultado de la mezcla distinta de todas las relaciones, prácticas, intercambios, etc … que se entrelazen ahí (dentro de este ‘nodo’) y producto también de lo que se
desarrolle como resultado de este entrelazamiento. Es lo que he llamado ‘un sentido global del lugar’, un sentido global de lo local.

Entonces: no hay lugares que existan con identidades ya fijadas (pre-determinadas) que luego tienen interacciones• los lugares adquieren sus identidades, en una parte en el proceso de la práctica de las relaciones ‘con’ otros y en otra parte de las relaciones internas• la identidad de un lugar siempre está en proceso de cambio, de formarse, de modificarse• lo local y lo global se constituyen mutuamente.

Igualmente, podemos conceptualizar la identidad de personas o de grupos sociales del mismo modo.

En las décadas pasadas se ha desarrollado en las ciencias sociales un debate
fuerte respecto a la conceptualización de la subjectividad y la identidad. Se plantea que nuestra identidad es, en su misma constitución, ‘relacional’. Que no existimos ‘en primer lugar’, como islas, y solamente después de esta constitución esencial, nos relacionamos. No somos individuos ‘antes’ de ser social (igualmente no hay lugares fuera de un contexto geográfico más amplio). Todos nosotros (y nuestros lugares) nos ubicamos, nos constituimos, por una red de relaciones de poder.

Más bien es que nuestra identidad se constituye en el proceso de relacionarse. Es una reconceptualización que tiene raíces feministas, anti-racistas, pos-coloniales …Y ha sido muy importante políticamente al romper los discursos ‘esencialistas’, al insister en la constitución social de la identidad.

Esta manera de imaginar la identidad nos puede conducir en múltiples
direcciones. Primero, implica que hay una cartografía de relaciones más amplia que la identidad misma. Somos articulaciones dentro de configuraciones geográficas más extensas. Y eso plantea la cuestión de nuestra relación social y política con esas geografías dentro de las cuales nuestras identidades se construyen; la geografía más amplia de nuestras responsabilidades políticas.

También implica que hay una geometría del poder dentro de cada lugar, que ‘la identidad’ de cada lugar es producto de negociación, conflicto, contienda, entre distintos grupos, grupos con intereses materiales, y posiciones social y políticas, distintivas. Ya hice referencia a ‘la
asociación negociada/disputada socio-política que es el lugar’. ‘Normalmente’ habrá un acuerdo social implícito, y por eso hegemónico, sobre lo que se base el funcionamiento cotidiano del lugar.

‘Lo social’ en este sentido es la esfera de prácticas cotidianas, implícitas; prácticas que, por su mismo carácter implícito, ocultan el acuerdo sobre lo que se basa. El acuerdo social se acepta como ‘normal’, dado por sentado. Aun el hecho de que es producto de una negociación no se ve (pero, claro, de hecho se base sobre una geometría de poder específíca). Pero de vez en cuando hay que poner en duda el acuerdo hegemónico, hacer explícito y visible el
acuerdo y su geometría de poder – y eso es el momento político.

*Lo que he estado tratando de hacer, en mis investigaciones, es poner en juego
como cosa política el espacio y el lugar. Pero eso a su vez implica que hay que
conceptualizarlos en términos de las geometrías del poder, y que el poder mismo tiene una geografía.