Orígenes de la historiografía marxista

Orígenes de la historiografía marxista
Karl Marx

Karl Marx nació en Tréveris, en 1818, en el seno de una familia burguesa judía convertida al protestantismo y atraída por el espíritu de la Ilustración.

Realizó sus estudios, entre los años 1830 y 1835, en el instituto de Tréveris, y después, entre 1835 y 1840, en las universidades de Bonn (Humanidades) y Berlín (Derecho y Filosofía). Defendió su tesis sobre el pensamiento griego (el estoicismo, el epicureísmo, etc.) en Jena en 1841.

Colaboró en revistas -Gaceta renana, los Anales franco-alemanes- y, tras un largo noviazgo, se desposó con Jenny von Westphalen, en 1843. El “joven Marx” asimiló la filosofía de Hegel y después la puso en duda, dialogó con los “jóvenes hegelianos” –Arnold Ruge, Bruno Bauer, Ludwig von Feuerbach– y redactó sus primeros “cuadernos de trabajo” –Manuscritos económicos y filosóficos (1844), La ideología alemana (1845-1846)-.

Entre 1844 y 1850 vivió en París, Bruselas, Colonia y Londres. Trabó con Friedich Engels una amistad a toda prueba y una entente intelectual fructífera. Entró en contacto con los socialistas franceses, polemizando con Pierre-Joseph Proudhon –Miseria de la filosofía (1847)-. Participó en la Liga de los Comunistas y se entusiasmó con las revoluciones europeas –Manifiesto del partido comunista (1848)-. Estudió especialmente los acontecimientos que se desarrollaron en Francia –La lucha de clases en Francia (1850); El 18 de Brumario de Luis Bonaparte (1852)-.

A partir de 1851, Marx y su familia se instalaron con carácter definitivo en Londres, y vivieron de los artículos que Marx escribía para grandes diarios como el New York Tribune o el Neue Rheinische Zeitung, beneficiándose de vez en cuando de la ayuda financiera que le prestaba su amigo Engels.

En 1864, Marx intervino en la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, cuyos “estatutos” y “discurso inaugural” redactó. En los años siguientes se enfrentaron, en el seno de la organización, los amigos de Marx con los partidarios de Proudhon y, después, con los de Mijaíl Bakunin. Tras la experiencia de la Comuna –La guerra civil en Francia (1871)-, los marxistas abandonaron la AIT, dominada por los anarquistas.

Durante más de treinta años, Marx consagró lo esencial de su energía a leer muchísimo, a acumular voluminosos cuadernos y a publicar algunos bosquejos –Los principios de economía (1857), La crítica de la economía política (1859)-, hasta llegar a la publicación de su obra más importante: el libro I de El Capital, en 1867. Después, Marx continuó dedicado a su tarea, pero la enfermedad le fue debilitando, y murió en 1883. Engels acabó El Capital, a partir de las notas dejadas por su amigo y de sus propias reflexiones, publicando el libro II en 1885 y el libro III en 1894.

El materialismo histórico

El marxismo apareció durante la segunda mitad del siglo XIX, en un momento en que el historicismo era la tendencia historiográfica dominante tanto en Europa como en Norteamérica.

La nueva corriente de pensamiento, conformada inicialmente a partir de los escritos de Karl Marx y, en menor medida, de Friedrich Engels, tuvo las siguientes raíces intelectuales:

La filosofía clásica alemana.

Marx estudia la filosofía de Hegel. En su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1843) demuestra que la sociedad civil es la que determina el Estado y no al revés.
Además, revisa con Engels la filosofía idealista en La Sagrada Familia, Las Tesis sobre Feuerbach y otros cuadernos de La ideología alemana. Afirma “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”.

La economía política inglesa y francesa. Marx estudia a los economistas ingleses (Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill) y franceses (Jean-Baptiste Say, Jean Charles Leonard de Sismondi), descubriendo el mecanismo de la alienación del obrero respecto a su trabajo y el carácter dialéctico de la historia (enfrentamiento entre los hombres).
El socialismo y el comunismo franceses. Conoce a los socialistas y comunistas franceses (Henri de Saint-Simon, François Babeuf), de los que utiliza el concepto de clase. Y estudia las revoluciones de 1848.

El marxismo surgió como consecuencia de un intento de comprensión de la realidad de aquella época, del contexto histórico de la industrialización europea, marcado por las transformaciones económicas, las corrientes migratorias, el desarraigo de las comunidades campesinas, la extensión de la miseria social urbana y la generación de una nueva clase social (el proletariado obrero industrial).

Dicho análisis llevó a Marx a formular una nueva filosofía de la historia, que fue denominada “materialismo histórico”. El pensador alemán expone dicha tesis en obras como La ideología alemana o Contribución a la crítica de la economía política:

Necesidades básicas. El materialismo histórico partía de la idea de que los hombres tienen necesidades vitales básicas, de las que depende su supervivencia (alimento, ropa, vivienda, etc.). Dichos bienes de primera necesidad han de ser producidos.
Fuerzas productivas. Para la fabricación de dichos bienes son empleadas las fuerzas productivas. Estas son materiales y humanas. Comprenden las fuentes de energía (leña, carbón, petróleo, etc.), las materias primas (algodón, caucho, hierro, etc.), la maquinaria (molinos de viento, máquina de vapor, cadena de montaje, etc.), los conocimientos científicos y técnicos, y los propios trabajadores.
Relaciones sociales de producción. La fabricación de dichos bienes genera relaciones sociales de producción que los hombres tejen entre sí con el objeto de producir y repartirse bienes y servicios.

En el Occidente medieval eran el marco del dominio señorial, con el reparto de tierras entre la reserva y los feudos, el sistema de corveas, las detracciones de tasas, las diversas categorías de campesinos (siervos, manumisos, colonos, propietarios de alodios), y la organización de la comunidad campesina (con la rotación de cultivos, pastos comunales, landas y bosques comunales).
En las sociedades industriales occidentales diversos factores influyen sobre las relaciones de producción:
La propiedad del capital (que permite tomar decisiones, elegir las inversiones, repartir beneficios).
El funcionamiento de las empresas (con el personal jerarquizado, la disciplina del taller, la fijación de normas y horarios).
La situación de los obreros (que varía según los salarios, el procedimiento de contratación y de despido y la importancia de los sindicatos).

Modos de producción o infraestructura económica. La combinación de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción origina un modo de producción (o infraestructura económica), que determina la morfología de la sociedad (sus aspectos políticos, jurídicos, ideológicos, culturales, religiosos, intelectuales, etc.).

Marx reconoció la existencia de muchos modos de producción a lo largo de la Historia. No obstante, únicamente analizó cinco; cuatro que habían existido ya y un quinto, el comunista, que había de sobrevenir, en su opinión, tras el capitalista:

Asiático. Relación de producción: régimen marcado por el Estado. Ejemplos: Egipto faraónico, China imperial, Perú incaico.
Antiguo. Relación de producción: esclavitud. Ejemplos: Mundos helenístico y romano.
Feudal. Relación de producción: servidumbre. Ejemplo: Occidente medieval señorial.
Burgués-capitalista. Relación de producción: trabajo asalariado. Ejemplo: Occidente tras la revolución industrial.

Los modos de producción podían coexistir en ciertos momentos históricos. Por ejemplo, en el siglo XVIII, en el que aparece el trabajo asalariado en la Europa Occidental, en la Oriental se implanta la servidumbre y en América se extiende el modo esclavista.

Además, se podían reproducir en formaciones sociales muy distintas entre sí; por ejemplo, el feudal tuvo vigencia en el Sacro Imperio Romano Germánico del siglo XI, en la Francia de los Capetos del siglo XIII o en el Japón de los Tokugawa en el siglo XVIII.

Superestructura jurídica y política. A partir de la infraestructura económica se construye la superestructura jurídica y política, a la que corresponden las formas de conciencia social. Esta superestructura la componen las formas de las relaciones jurídicas, las instituciones políticas y las formas de estado.
Conciencia social. La conciencia social se manifiesta en diferentes “formas ideológicas”: obras literarias, ensayos filosóficos, doctrinas religiosas, creaciones artísticas. En contra del idealismo hegeliano, Marx pensaba que las condiciones materiales de la existencia eran las que determinaban la ideología. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; es la realidad social la que determina la conciencia de los hombres.

Marx reflexionó sobre la evolución de la Historia, que tenía como marco de referencia los distintos modos de producción. Creía que la Historia no era lineal y que podía pasarse de un modo de producción a otro por dos vías: la revolucionaria (corta y brusca) o la reformista (más larga y lenta). Para explicar el cambio de infraestructura partía del método dialéctico de Hegel para afirmar que la lucha de clases es el motor de la Historia. La contradicción entre la clase trabajadora y los propietarios de los medios de producción y de las plusvalías llevaba a la lucha de clases, a la revolución, a la destrucción de la infraestructura y a su sustitución por otra nueva.

Un ejemplo de este proceso de cambio de modo de producción fue, según Marx, el que experimentó Francia tras la Revolución (del feudal al capitalista). En el siglo XVIII, el desarrollo económico, el progreso de las ciencias y de las técnicas, la renovación de los cultivos y el crecimiento de la población chocaron con el orden antiguo, la administración monárquica, el marco señorial y el sistema corporativo gremial. Fruto de la lucha de clases, sobrevino la Revolución y, después, la estabilización del Imperio entre 1789 y 1815. Posteriormente, en el siglo XIX, se introdujo la sociedad capitalista liberal, dirigida por una burguesía de empresarios que explotaba a la masa de los obreros asalariados.

En El Capital Marx describió el modo de producción capitalista. En este, existían dos clases sociales antagónicas, que tenían distintas funciones económicas:

La burguesía (clase dominante, propietaria de los medios de producción y acaparadora de las plusvalías generadas por la comercialización de mercancías en el mercado).
El proletariado (clase dominada, obligada a trabajar con los medios de producción de la burguesía, a cambio de un salario siempre inferior al valor de su trabajo en el mercado).

La explotación social del proletariado por la burguesía era la causa de la lucha de clases propia del capitalismo, que había de llevar, tras la revolución, al modo de producción comunista. Como podemos apreciar, Marx concedía al hombre un papel activo en la Historia; el proletario podía y debía luchar para cambiar la infraestructura.

El análisis marxista no pretendía ser solo una interpretación de la realidad histórica, sino que pretendía promover una revolución proletaria que acabase con el modo de producción capitalista e instaurase un nuevo modo de producción (el comunista) que llevase a la formación de una sociedad sin clases ni explotación humana. De hecho, Marx propuso en varias obras (como El manifiesto comunista o El 18 de Brumario de Luis Bonaparte) la intervención política inmediata: la movilización del proletariado, la revolución y la ejecución del programa político comunista. El ejemplo más claro de esta faceta activista lo encontramos en la consigna final de El manifiesto comunista: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

La influencia de Marx sobre la historiografía fue mínima durante la segunda mitad del siglo XIX. Aparte de algunos casos aislados (como Jean Jaurés en Francia o Franz Mehring en Alemania), la práctica totalidad de los historiadores permanecieron fieles a la corriente historicista. El marxismo no ganaría protagonismo entre el gremio de los historiadores hasta la Primera Guerra Mundial y el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia.

La deformación dogmática

Tras la muerte de Engels en 1895 tanto los pensadores como los dirigentes políticos de los distintos partidos socialistas hallaron dificultades a la hora de interpretar las obras y las ideas de Marx. A partir de este momento, el marxismo fue simplificado y sufrió dos tipos de deformaciones:

El “cientifismo”. Las ideas de Marx fueron consideradas un corpus doctrinal cerrado y definitivo y no fueron desarrolladas con nuevas reflexiones filosóficas ni nuevas investigaciones sobre la sociedad.
El “economicismo”. Se reafirmó la primacía de los aspectos económicos, descuidándose otros aspectos tratados en las obras de Marx.

Los principales teóricos de este marxismo empobrecido fueron Karl Kautsky en Alemania y Jules Guesde, Paul Lafargue y Gabriel Deville en Francia. Aunque en la Segunda Internacional varias corrientes (austromarxistas, revisionistas e izquierdistas) rechazaron los planteamientos simplificadores, las versiones “kautskystas” y “guesdistas”, destinadas a la difusión del marxismo entre las masas, fueron las que prevalecieron en el tránsito del siglo XIX al XX

Esta tendencia economicista, de orientación más reformista que revolucionaria, se invirtió gracias a Vladímir Ilich Lenin. Lenin reavivó los planteamientos originales de Marx en dos líneas de trabajo:

La utilización del materialismo histórico como método de investigación para la comprensión de situaciones históricas concretas (en obras como La evolución del capitalismo en Rusia o El imperialismo, estadio supremo del capitalismo).
La recuperación de la praxis revolucionaria, del activismo político. En su obra ¿Qué hacer? perfiló el modelo de un partido revolucionario capaz de luchar contra la autocracia zarista; y en El estado y la revolución definió la estrategia de la toma del poder, que implicaba la dictadura del proletariado. No obstante, no se limitó al ámbito teórico. Al contrario, puso en ejecución sus ideas dirigiendo el partido bolchevique en la Revolución de Octubre que consiguió movilizar a las masas y apoderarse del Estado ruso en 1917. Logró eliminar a los partidos rivales, vencer al ejército blanco y rechazar las presiones exteriores entre 1917 y 1921. Y entre 1921 y 1924 trabajó en la reparación de los estragos de la guerra civil y en la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Tras la muerte de Lenin se desencadenaron luchas de facciones para apoderarse de la dirección del partido bolchevique, que terminaron con el triunfo de Stalin, que incrementó el terror policíaco, impuso la colectivización agraria y construyó la industria pesada.

Desde entonces, el “marxismo-leninismo” se convirtió en un sistema ideológico instrumentalizado políticamente para justificar la dictadura del partido-estado. Y este propósito de legitimar las acciones gubernamentales llevó a una regresión del marxismo. La era stalinista se caracterizó por una vuelta a la desviación “cientifista”. Los distintos teóricos intentaron presentar el materialismo histórico como una ciencia exacta, capaz de establecer leyes que permitiesen conocer el pasado y prever el futuro, lo que limitó su desarrollo.

El más claro ejemplo de esta deformación cientifista y utilitarista del pensamiento marxista es la obra titulada La historia del partido comunista (bolchevique) de la URSS, redactada por una comisión de la que formó parte el propio Stalin y aprobada por el comité central del PCUS en 1938. En ella se aprecian claramente las dos desviaciones apuntadas:

La estricta utilización de las ideas principales marxistas, como la lucha de clases, para la interpretación de los acontecimientos y los procesos históricos.
La manipulación premeditada (voluntaria o forzada) de la historia, que se adapta a las necesidades políticas del “presente” de los gobernantes. Ejemplos de esta tendencia son la valorización de los dirigentes de la revolución bolchevique o de las actuaciones posteriores de Lenin y Stalin, o la crítica a los líderes de la oposición de este último (como León Trotsky o Nikolái Bujarin, entre otros).

La visión de la historia concebida en la época de Stalin permaneció casi intacta durante los mandatos de Nikita Kruschev y Leonid Brézhnev. De hecho, el propio Kruschev llegó afirmar en 1956: «Los historiadores son peligrosos. Son capaces de poner todas las cosas patas arriba. Hay que vigilarlos».

La enseñanza de la Historia en la URSS también fue controlada por el Partido Comunista y tuvo una orientación doctrinaria y propagandística. Una Instrucción oficial de 1934 dirigida a los historiadores soviéticos ponía claramente de manifiesto la línea pedagógica que los profesores de Historia habían de seguir:

“Una buena enseñanza de la Historia debe crear la convicción del inevitable fracaso del capitalismo […] y que en todo, en el ámbito de las ciencias, de la agricultura, de la industria, de la paz y de la guerra, el pueblo soviético marcha a la cabeza de las demás naciones, que sus importantes acciones no tienen igual en la Historia. […] Es importante insistir sobre las guerras y los problemas militares para sostener el patriotismo soviético1”.

La historiografía marxista británica
Características y orígenes

De forma paralela al relanzamiento de la corriente de los Annales tras la Segunda Guerra Mundial, en el contexto histórico de la Guerra Fría, la historiografía marxista comenzó un período de gran expansión en Gran Bretaña. El hito fundamental de tal proceso de crecimiento fue la fundación en 1952 de la revista Past and Present, promovida por un grupo de historiadores de inspiración marxista, al que pertenecían el arqueólogo Veré Gordon Childe, el medievalista Rodney Hilton, el modernista Christopher Hill, el contemporanista Eric J. Hobsbawm y un economista que había sido maestro de la mayoría e introductor del marxismo en la Universidad de Cambridge: Maurice Dobb. A su lado colaboraron historiadores y profesionales de las ciencias sociales.

Las características principales de la historiografía marxista británica fueron las siguientes:

Reacción contra los vicios cientifistas y utilitaristas de la historiografía marxista soviética.
Superación del determinismo economicista (infraestructura) y valoración de factores típicos de la superestructura (sociales, políticos, jurídicos, culturales, ideológicos, religiosos, etc.).
Desarrollo de estudios sobre un tema común: los orígenes, el desarrollo y la expansión del capitalismo, teniendo en cuenta sus cambios económicos y también sociales.
Realización de estudios empíricos con el apoyo de métodos de otras ciencias humanas.
Preocupación común por el estudio teórico del concepto marxista de la lucha de clases.
Desarrollo de la teoría de la determinación de clases, que defiende la importancia capital de la lucha de clases en la Historia.
Desarrollo de una nueva perspectiva histórica: la “historia desde abajo” o la “historia de abajo a arriba”, centrada en las experiencias, acciones y luchas de las clases bajas (el pueblo llano, los campesinos, la clase trabajadora) en oposición a la historia de las clases dirigentes o las élites.
Participación en la formación en Gran Bretaña de una conciencia política socialista y democrática.

Por otra parte, si bien se reconoce de forma generalizada que el hito fundamental del desarrollo de la corriente historiográfica marxista británica fue la fundación de la revista Past and Present, no existe acuerdo en torno al tema del origen y las influencias intelectuales de la tendencia. Varios historiadores han estudiado este tema, llegando a conclusiones distintas.

Raphael Samuel analizó la historiografía marxista británica desde 1880 hasta 1980, en The British Marxist Historians, y llegó a la conclusión de que la tradición historiográfica marxista fue desarrollándose progresivamente, en contacto con diversas influencias:

La influencia de los historiadores democráticos radicales y liberales, como los Hammond.
El influjo de los historiadores socialistas no marxistas, como G.D.H. Cole o R.H. Tawney.
La influencia del inconformismo protestante (especialmente apreciable en algunos de los principales historiadores marxistas británicos, como Hill o Thompson).
El contacto con otras corrientes intelectuales y políticas, como el anticlericalismo o el progresismo.

Eric Hobsbawm, al contrario que Samuel, afirmó en The Historians’ Group of the Communist Party que la tradición historiográfica marxista comenzó con la formación del grupo de historiadores del Partido Comunista, justo después del fin de la Segunda Guerra Mundial (1946). La iniciativa fue promovida por especialistas, como Maurice Dobb, Christopher Hill, Victor Kiernan, John Saville, Eric Hobsbawm o Rodney Hilton, de distintas generaciones, comprometidos intelectual y políticamente por las consecuencias de la guerra, la oposición al fascismo y la pertenencia activa al Partido Comunista, y unidos por la ideología marxista y la voluntad de estudiar de forma organizada la Historia y de divulgarla a través de estudios individuales y proyectos conjuntos.

Hobsbawm reconocía únicamente la influencia previa de Dona Torr, periodista e historiadora británica, conocedora erudita del marxismo, que participó en la fundación del Partido Comunista en 1920 y promovió la publicación de escritos marxistas (tanto textos de Marx y Engels, como estudios sobre el marxismo y el movimiento obrero). Torr no participó directamente en la fundación del grupo, pero se sumó a él y puso su apasionamiento, trabajo, experiencia y conocimientos a disposición de los demás historiadores.

Un tercer teórico, Richard Johnson, estudió en Culture and the Historians la ensayística histórica británica. Afirmó que la tradición historiográfica marxista surgió como consecuencia del interés que se generalizó tras la Segunda Guerra Mundial entre los historiadores socialistas (marxistas y no marxistas) por estudiar la influencia de los aspectos culturales en la Historia. Diversos historiadores, como Hill, Hilton, Hobsbawm o Thompson, participaron de esta tendencia, alejándose de las explicaciones históricas tradicionales marxistas, de carácter más economicista. El nuevo enfoque historiográfico recibió la denominación de “marxismo cultural” o “culturalismo”.

La revista Past and Present

El hito fundamental del proceso de crecimiento de la corriente historiográfica marxista británica fue la creación en 1952 de la revista Past and Present. La creación fue promovida por el grupo de historiadores del Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB), encabezado por Maurice Dobb, Rodney Hilton, Christopher Hill, Eric Hobsbawm y John Morris (a quien se le reconoce un protagonismo principal en la organización inicial de la revista).

No obstante, no fue una revista limitada a los estudios marxistas históricos. De hecho, publicó trabajos de historiadores no marxistas afines o con intereses investigadores comunes y acogió en su consejo de redacción a historiadores no marxistas (como Lawrence Stone) y a sociólogos y antropólogos.

Sus principales objetivos fueron:

Criticar los estudios históricos no marxistas.
Explicar las transformaciones sociales a lo largo de la Historia.

Con el paso de los años, Past & Present se convirtió en una de las revistas líderes en los estudios históricos, contribuyendo notablemente al desarrollo de la historia social y de la sociología histórica.

Algunos historiadores del grupo inicial siguen en la actualidad ligados con la revista. Hill es presidente de la Past & Present Society. Y Hilton y Hobsbawm son director y vicedirector del comité editorial. Su trabajo colectivo en la revista ha persistido en el tiempo al margen de las diferencias políticas. De hecho, la cohesión del equipo editorial se mantuvo pese a que algunos de sus representantes (entre ellos, Hilton, Hill o Thompson) abandonaron el Partido Comunista como consecuencia de la invasión soviética de Hungría en 1956 y del fracaso de la oposición a esta por parte del Partido, y el grupo de historiadores se resintió.

Los principales temas abordados en la revista han sido la Historia Moderna, la de Gran Bretaña y la de Europa. Aunque en su origen, los números aparecieron con periodicidad bimestral, posteriormente la revista se hizo trimestral. En la actualidad, ya han sido publicados más de 200 números.

Estructuralismo y culturalismo

En el período de entreguerras el italiano Antonio Gramsci y el húngaro Georg Lukács (autor de la obra Historia y conciencia de clase) encabezaron la crítica al marxismo cientifista, poniendo en duda:

El determinismo económico en la explicación histórica marxista (afirmando la importancia de aspectos de la superestructura, como la conciencia de clase, los sistemas de ideas).
La concepción mecánica de la relación entre la infraestructura y la superestructura (que negaba la capacidad humana para intervenir en la Historia).

Las críticas fueron el germen de una nueva visión del marxismo, la “culturalista”, que sería desarrollada por el marxismo británico y que presenta las siguientes características básicas:

Concedía importancia a la superestructura en la explicación de la historia.
En contra del determinismo económico, defendía que la conciencia individual y colectiva puede convertir al hombre en un sujeto activo en la historia, a la hora de enfrentarse a los problemas de su tiempo.

Tras la aparición de esta nueva corriente, el historiografía marxista siguió desarrollándose en líneas diferentes: la estructuralista y la culturalista.
Neomarxismo estructuralista

La línea neomarxista estructuralista presenta los siguientes rasgos generales:

Inspiración en los planteamientos de Louis Althusser.
Interés historiográfico común: analizar y explicar los mecanismos y factores de los cambios de modos de producción.
Importancia de las fuerzas productivas, las relaciones sociales y la lucha de clases en la evolución histórica (en los cambios de los modos de producción).
Rechazo del determinismo económico puro para justificar los cambios históricos.
Devaluación de la influencia del hombre sobre la historia.
Refuerzo del carácter científico del marxismo (restándole valor a los aspectos ideológicos-filosóficos, que no son considerados científicos).
Valoración de la política como elemento regulador de las relaciones sociales.
Idea común: la historia tiende al surgimiento del comunismo y la sociedad sin clases.

Entre los representantes de esta corriente, podemos destacar a Maurice Dobb, Paul Sweezy, Robert Brenner, Guy Bois e Inmanuel Wallerstein.
Neomarxismo culturalista

La línea neomarxista culturalista o humanista presenta las siguientes características generales:

Rechazo de la idea marxista de que la sociedad determina la ideología o conciencia social.
Atención especial por la lucha de clases:
Alejamiento del determinismo económico para explicar la lucha de clases.
Valoración de la importancia de la conciencia social sobre la lucha de clases.
Concepción de la lucha de clases como una lucha de dominación no solo económica, sino también social y cultural.
Importancia del concepto de cultura popular (conjunto de tradiciones y valores populares).
Valoración de la influencia del hombre sobre la evolución histórica.
Suma de aspectos políticos, culturales, sociales e ideológicos a los económicos en la explicación de las relaciones sociales de producción.
Análisis de abajo a arriba (la conciencia individual y colectiva del hombre puede influir en la lucha social, y manifestarse políticamente bajo diversas formas de resistencia más o menos violentas).

Su principales representantes fueron E. P. (Edward Palmer) Thompson, Christopher Hill, George Rudé, Eric Hobsbawm, Eugene Genovese, Carlo Ginzburg, Giovanni Levi o Carlo Poni.

El debate sobre la transición al capitalismo
El origen del debate y Maurice Dobb

El debate sobre el capitalismo.

En 1946 Maurice Dobb publicó la obra Studies in the Development of Capitalism. En ella, estudió y amplió el planteamiento marxista del origen y el desarrollo del modo de producción capitalista. Ello dio inicio a un debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo que analizó aspectos económicos, sociológicos, filosóficos e históricos, y promovió el desarrollo de conceptos como relaciones y modo de producción, (infra)estructura y lucha de clases.

De cualquier forma, el estudio este tema no ha sido únicamente abordado por marxistas, ni comenzó tras la publicación de la obra de Dobb. La citada transición fue objeto de análisis de distintos economistas (como el propio Adam Smith, en La riqueza de las naciones) o sociólogos (como Saint-Simon, Durkheim en La división del trabajo social, o Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo). En la actualidad, el nacimiento del capitalismo sigue siendo un tema interesante para los investigadores de las distintas ciencias sociales, marxistas o no, especialmente por sus implicaciones políticas.

Explicaciones previas sobre el origen del capitalismo.

Dobb comienza su estudio del capitalismo recuperando varias explicaciones sobre su origen:

Origen según Werner Sombart y Max Weber:
Sombart creía que el origen estaba en el espíritu empresarial emprendedor burgués.
Weber pensaba que el origen radicaba en la ideología protestante (especialmente, calvinista-puritana), que impulsó la búsqueda de ganancias.
Origen según Henri Pirenne. El historiador belga situaba el origen del capitalismo en el siglo XII europeo, cuando la producción de manufacturas comenzó a dirigirse al mercado y una clase de mercaderes, ávida de acumular riqueza, desarrolló el comercio exterior a gran escala.
Origen según Karl Marx.
El capitalismo como modo de producción surgió cuando los propietarios de los medios de producción contrataron a trabajadores libres para elaborar productos a cambio de un salario, quedándose las plusvalías de la comercialización de las mercancías a modo de beneficio.
Marx y Engels reconocieron la existencia de una relación entre el capitalismo y el espíritu de expansión económica de los siglos XVI y XVII. Y señalaron algunos factores que promovieron el tránsito del feudalismo al capitalismo: la existencia de una tradición comercial previa (fundamentalmente medieval), la influencia de la ideología protestante, la expansión geográfica mundial del mercado comercial (con la correspondiente competitividad empresarial a nivel particular e incluso estatal) y el desarrollo del sistema colonial de explotación económica.

El origen del modo de producción capitalista para Maurice Dobb.

Dobb criticó las definiciones del “espíritu del capitalismo” y del “capitalismo como comercio”, porque, en su opinión, eran demasiado generales y no ilustraban adecuadamente el desarrollo histórico de los últimos siglos. Y se quedó con la marxista porque creía que explicaba mejor el fenómeno analizado y porque, además, consideraba el estudio de aspectos sociales y económicos (al tratar sobre el modo y las relaciones sociales de producción). A partir de esta definición marxista, desarrolló la suya.

El historiador británico creía, no obstante, que no era suficiente relacionar una época histórica concreta (los siglos bajomedievales y modernos) con el modo de producción (capitalista). Pensaba que era más adecuado realizar un estudio “dinámico” del proceso histórico que llevó al origen del capitalismo y a la sustitución del modo de producción feudal por el capitalista; un análisis que tuviese en cuenta tanto los períodos de estabilidad, en los que se producían modificaciones graduales y continuas del modo de producción, como aquellos de revolución social, en los que los cambios se aceleraban, alterando bruscamente el curso de los acontecimientos y marcando la transición a un nuevo modo de producción. Dobb afirmaba que el motor de dichos cambios era la estructura social de clases y, en concreto, la lucha entre las dominantes y las dominadas en el marco del modo de producción.

De acuerdo con estas premisas teóricas, Dobb expuso su propia interpretación sobre el origen del capitalismo y la relación entre el modo feudal y el capitalismo. Situó el inicio de la era capitalista en Inglaterra y lo dató en la segunda mitad del siglo XVI y en los primeros años del XVII, cuando se formó una clase burguesa mercantil capitalista, propietaria de los medios de producción, que comenzó a contratar a trabajadores asalariados para lograr incrementar la producción (putting-out system) y poder beneficiarse del comercio a gran escala.

Dobb señaló dos momentos clave en la historia del capitalismo:

El primero lo situó en las revueltas de la Inglaterra del siglo XVII, un período de transformaciones sociales y políticas en el que la nueva clase social capitalista se convirtió en la clase dominante del nuevo modo de producción, desplazando a los detentadores del poder económico y social del orden anterior.
El segundo fue la revolución industrial a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

En cuanto al modo de producción feudal, Dobb lo definió como un modo de producción basado en la relación socio-económica de servidumbre de la clase dominada (fundamentalmente campesina) hacia los señores feudales. Situó su crisis en el siglo XIV y su final en el siglo XVII, tras las citadas revueltas inglesas. Dobb comentó que las causas de la desintegración progresiva del feudalismo fueron inherentes al propio modo de producción: la necesidad creciente de ingresos de los señores les movió a incrementar la presión y las demandas sobre los campesinos, lo que conllevó la marcha progresiva de los trabajadores a las ciudades con el consecuente abandono de los campos, y el descenso de la productividad. Esta tendencia, iniciada en el siglo XIV, afectó en distinta medida a los señores feudales en función de diversos factores. Entre ellos, señaló la realización o no de concesiones económicas a los trabajadores (como la remuneración en metálico por el trabajo), el grado de presión sobre ellos, la mayor o menor fuerza de la oposición campesina, el poder militar o político de los señores, o la voluntad real de reforzar la autoridad señorial o por debilitarla. Dobb concluyó afirmando que el declive del feudalismo se debió a su ineficacia como modo de producción, y que las causas de la crisis y el final de este orden se hallaban en las relaciones económicas de explotación entre la clase dominante y la dominada.

Por su parte, el capitalismo no se desarrolló hasta que el feudalismo entró en estado avanzado de desintegración. Para Dobb, la revolución capitalista comenzó a principios del siglo XVII cuando algunos productores agrícolas y manufactureros acumularon capital, se dedicaron al comercio y organizaron la producción de forma capitalista, invirtiendo beneficios en el pago de asalariados para incrementar la producción y en la mejora de los medios de producción (acumulación de propiedades agrícolas y avances metodológicos o tecnológicos).

En resumen, Dobb concluyó que las causas de la sustitución del modo de producción feudal por el capitalista fueron:

la aparición de las luchas y revueltas en la Inglaterra del Seiscientos, en las que el modo de producción y el orden social feudal fueron depuestos;
y el desarrollo de las relaciones capitalistas en la agricultura y en la industria manufacturera, que dio origen al modo de producción capitalista.

El debate sobre la transición del modo de producción feudal al capitalista

La interpretación de Dobb en sus Studies in the Development of Capitalism dio origen a un debate historiográfico en el que participaron numerosos historiadores.

El economista marxista norteamericano Paul Sweezy fue el primero en criticar diversos aspectos de la concepción de Dobb:

Afirmó que Dobb había fracasado en su intento de definir el modo de producción feudal, al identificar feudalismo con servidumbre, obviando aspectos económicos del sistema, como la producción orientada a la autosuficiencia o el comercio local.
Criticó que Dobb no reconociese que el crecimiento del comercio fue una de las causas del declive del modo de producción feudal. (Recordemos que Dobb afirmó que la causa principal de su crisis fue la ineficacia del sistema feudal, motivado por las relaciones económicas de explotación entre las clases).
Cuestionó la concepción de Dobb sobre el período de tiempo que iba desde la crisis del siglo XIV hasta la disolución del modo de producción feudal en el XVII. Sweezy afirmó que la servidumbre prácticamente había desaparecido en tal período y que el sistema de producción de esta fase de transición había de llamarse “modo de producción pre-capitalista de bienes”.
Y, por último, en cuanto al origen del capitalismo, criticó la “vía revolucionaria” de la aparición de la clase capitalista entre los mismos productores.

Dobb respondió a las críticas de Sweezy:

Defendió su definición del modo de producción feudal, por estar basada en las relaciones sociales de producción entre las clases, y no en las relaciones económicas (que era en lo que se fundamentaba la del norteamericano).
Sobre la causa del declive del feudalismo, defendió su posición de que este había decaído por causas internas y externas, aunque fundamentalmente internas. Y afirmó la pobreza de la de la posición de Sweezy, que solo admitía una causa externa como causa del fin del modo de producción feudal (el comercio).
Acerca del intervalo de los dos siglos, criticó la existencia del modo de producción intermedio de Sweezy, afirmando que la clase dominante en aquella época seguía siendo la feudal.
Y, por último, defendió la “vía revolucionaria” señalando que uno de los grupos más avanzados, económica y políticamente, fue la clase de pequeños terratenientes, surgidos del mismo campesinado.

Esta polémica inicial marcó el origen de dos líneas diferentes de interpretación marxista: una económica, centrada en las relaciones de intercambio, que desarrolló las ideas de Sweezy; y otra política-económica, centrada en las relaciones sociales de producción y en la lucha de clases, que evolucionó las propuestas de Dobb. De todas formas, lo más valioso de la aportación de este último es que abrió un debate historiográfico que se ha prolongado en el tiempo y que ha implicado a numerosos historiadores.

Tras la respuesta de Dobb a Sweezy, entró en escena el japonés Kohachiro Takahashi, quien se alineó con Dobb al defender las causas internas en el declive del feudalismo. Sus aportaciones más interesantes tuvieron relación con la transición al capitalismo en Prusia y Japón, naciones en las que la revolución se realizó “desde arriba”, es decir, que nuevo modo de producción fue patrocinado y controlado por el Estado absoluto, que no hubo de enfrentarse a subversiones revolucionarias desde abajo” (como ocurrió en Inglaterra o Francia).

Después de conocer la aportación del japonés, Dobb insistió en que la desintegración del modo de producción feudal y la aparición del capitalista fueron procesos independientes. Y Sweezy les respondió a ambos defendiendo de nuevo la importancia del comercio, al resaltar el impacto que tuvo en la economía mediterránea; y también comentó que en el período intermedio hubo varias clases dirigentes compitiendo por el poder y la autoridad.

En los años 50, Rodney Hilton, Christopher Hill y Eric Hobsbawm participaron en el debate, realizando aportaciones destacadas.

Rodney Hilton criticó a Sweezy al afirmar que el motor del modo de producción feudal era la lucha continua de los señores por acumular bienes y por reforzar su posición dominante respecto a la clase dominada (y no la vertiente económica del sistema de producción feudal). Y apoyó la opinión de Takahashi de que las relaciones sociales de producción estructuraron el mercado y no al revés. Posteriormente, Dobb suscribió la importancia que Hilton asignó a la lucha de clases.
Christopher Hill criticó la tesis de Sweezy de que en el “período intermedio” había varias clases dirigentes, afirmando que hasta el siglo XVII la única clase dominante fue la clase feudal de los hacendados (la nobleza) y que su poder se puso de manifiesto en el surgimiento del estado moderno: la monarquía absoluta.
Eric Hobsbawm estudió la crisis del siglo XVII, la última fase de la transición general del modo de producción feudal al capitalista. Describió las distintas manifestaciones de la crisis en la Europa mediterránea, en la del noroeste, en las colonias españolas en América o en la Europa del este, lo que le permitió demostrar la importancia de las relaciones sociales en los modos de producción. Justificó dicha influencia en que el hecho de que las citadas relaciones sociales pusieron las bases de la revolución industrial en Inglaterra y la Europa noroccidental y, en cambio, retrasaron su progreso en la Europa oriental o, incluso, en Italia, donde, pese a que la industria había adquirido cierto desarrollo y a que existía una clase de comerciantes, la estructura social feudal inhibió o prohibió la apertura al capitalismo.

Contribuciones recientes al debate

Tras esta primera fase del debate, con predominio de historiadores británicos, la discusión se extendió por todo el mundo historiográfico y comenzaron a participar especialistas latinoamericanos, estadounidenses y de otros países de Europa y del Tercer Mundo.

Durante el período de postguerra, la interpretación historiográfica predominante fue la “teoría del subdesarrollo” o “dualismo”, que suponía la existencia de una división entre regiones capitalistas desarrolladas (industriales, comerciales, urbanas, modernas) y regiones “feudales” atrasadas (agrarias, montañosas, rurales, tradicionales, preocupadas por la subsistencia).

Oponiéndose a esta teoría, el economista y sociólogo alemán André Gunder Frank presentó su teoría del “desarrollo del subdesarrollo”, que defendía que el modo de producción vigente desde la conquista de América había sido el capitalista y que las regiones subdesarrolladas habían sido explotadas por las metrópolis, primero, y por las potencias dominantes de Norteamérica. Por tanto, no tenía sentido aplicarles la denominación de “regiones feudales”.

Las ideas de Frank fueron criticadas por teóricos argentinos como Rodolfo Puiggrós o Ernesto Laclau. Ambos afirmaron que el modo de producción vigente en la América Latina colonial era el feudal y que era un error identificar la economía mercantil con el modo de producción capitalista.

El debate continuó en los escritos de Immanuel Wallerstein y Eugene Genovese.

Influido por Sweezy, Immanuel Wallerstein trató de explicar el origen del capitalismo desarrollando un modelo teórico diferente del que utilizaban los marxistas (que era el modo de producción) para la comprensión de la historia: el sistema económico capitalista mundial. Wallerstein defendía que este sistema surgió en el siglo XVI y que ponía en relación distintas áreas del mundo:

Áreas centrales: la Europa del noroeste, que se apropiaba de los excedentes de producción de las demás áreas, buscaba la producción para la venta en el mercado con el objetivo de conseguir beneficios y tenía un régimen de división del trabajo basado en el arrendamiento y el trabajo asalariado.
Áreas semiperiféricas: la Europa mediterránea, en la que el régimen de división del trabajo era la aparcería.
Áreas periféricas: la Europa oriental y el Nuevo Mundo, en las que el régimen de división del trabajo se basaba en la esclavitud y el trabajo del campo a cambio del pago de rentas obligatorias.

El carácter capitalista del sistema unía a todas las áreas, independientemente de su desarrollo, de las características más o menos originales de su cultura, de la función que cumplían en él, o de las relaciones sociales de producción que se daban en ellas (aunque fuesen típicas de otros modos de producción).

El planteamiento de Wallerstein se caracterizaba por el determinismo económico. En su opinión, la economía influía en la estructura de clases, las relaciones sociales, las decisiones políticas e, incluso, en el desarrollo de la cultura y de las ideologías en las distintas áreas del sistema.

Eugene Genovese criticó el determinismo económico de Frank y Wallerstein, que argumentaban que el capitalismo europeo había convertido los sistemas sociales de los pueblos explotados en una variedad más de la cultura burguesa. En su interpretación histórica del Sur esclavista, Genovese afirmó la importancia de las relaciones sociales de producción y la estructura de clases derivada de estas como factores del desarrollo del capitalismo.

Otras contribuciones interesantes al debate sobre la transición son las que tienen en consideración los aspectos políticos. Destacamos las de Perry Anderson y Robert Brenner.

Influido por el marxismo estructuralista de Althuser y las ideas de Max Weber, Perry Anderson estudió el desarrollo de los estados absolutistas de la última fase de la época feudal, en relación con el nacimiento del modo de producción capitalista, comparando los estados de la Europa del este y los del oeste.

Reivindicó la importancia de los aspectos políticos e ideológicos, junto a los económicos, en la evolución histórica. Se centró especialmente en el estudio de los factores políticos porque pensaba que las luchas de clases se resolvían a nivel político en la sociedad. Por ello, llegó a afirmar que “la historia desde arriba” (de los Estados) era tan importante como “la historia desde abajo” (de las clases desfavorecidas). Y, en consecuencia, se dedicó al estudio del Estado, especialmente, el absolutista moderno.

En relación con el debate de la transición del modo de producción feudal al capitalista, Anderson señaló que la lucha de clases en el feudalismo llevó a un proceso de reivindicación de la tierra y este al crecimiento económico. Añadió que este modelo de expansión estuvo vigente entre los siglos XI y XIII, y que entró en crisis en el XIV. Y que el nacimiento del estado absolutista entre el XV y el XVI fue un intento de las clases privilegiadas de reforzar su posición dominante sobre las masas campesinas; el nuevo Estado moderno fue “la nueva coraza política de una nobleza amenazada” más que un arma de la naciente clase capitalista en contra de la vieja clase feudal dirigente.

Anderson defendió que el feudalismo, por sí mismo, no dio origen al capitalismo, sino que este fue posible gracias a la concatenación de antigüedad y feudalismo que se produjo durante el Renacimiento. En esta época se dieron tres circunstancias que llevaron al origen del capitalismo:

El redescubrimiento del mundo antiguo propició el renacer de la civilización urbana y la recuperación del Derecho romano, que permitió conocer la ley de la propiedad.
El descubrimiento del Nuevo Mundo facilitó la acumulación de capital en Europa.
El nacimiento del sistema estatal europeo, bajo la forma del absolutismo, permitió la expansión del capitalismo mercantil y manufacturero.

Por último, analizaremos las aportaciones de Robert Brenner al debate. Este historiador norteamericano criticó los modelos demográficos y económicos (fundamentalmente comerciales) de interpretación de la transición al capitalismo porque no podían explicar satisfactoriamente determinados procesos históricos:

No podían justificar la distinta evolución del feudalismo en la Europa del oeste y en la del este a finales del período medieval y principios del moderno (la aparición de una población campesina prácticamente libre en la occidental y degradada hacia la servidumbre en la oriental).
Ni tampoco explicar el hecho de que el capitalismo se desarrollase antes en Inglaterra que en Francia, cuando ambos países experimentaron crecimientos poblacionales similares.

Brenner relacionó el declive del feudalismo con las manifestaciones de la lucha de clases en la época bajomedieval:

La intensificación del señorialismo desde el siglo XIV hasta el XVI, con el fin de reforzar las relaciones sociales de producción basadas en la servidumbre.
La distinta capacidad de los campesinos para oponerse a los señores y lograr asegurarse el control de tierras.

La renovación marxista no anglosajona

Antes de la Primera Guerra Mundial, en el contexto de la Segunda Internacional, los teóricos marxistas reaccionaron contra las deformaciones cientifista y economicista que estaba sufriendo el materialismo histórico.

En Austria surgió una generación de teóricos llamados “austromarxistas”, que desarrolló una teoría política marxista que, además de la revolución, admitía la llegada de la clase dominada al poder por la vía reformista de la socialdemocracia. Entre sus principales representantes cabe destacar a Max Adler (que pretendía incluir los aspectos éticos-políticos en la interpretación histórica marxista), Otto Bauer (que intentó combinar socialismo y nacionalismo) o Rudolf Hilferding.
En Alemania, Eduard Bernstein realizó una revisión completa de El Capital. Criticó aspectos centrales de la concepción marxista, como la teoría de la plusvalía, la importancia de la dialéctica o el determinismo económico en los cambios históricos. Y manifestó que la sociedad avanzaba hacia el socialismo movida por el impuso de los ideales morales. También cabe destacar la labor de Franz Mehring, como formador y divulgador de las ideas marxistas, y también como historiador; en este ámbito, realizó un estudio del rey sueco Gustavo Adolfo y de la Guerra de Treinta Años, justificando esta contienda, no en aspectos religiosos, sino en los intereses sociales y económicos de las clases.
En Francia, Jean Jaurés intentó realizar una síntesis entre la tradición democrática, heredada de la Revolución Francesa, y el socialismo de inspiración marxista. Jaurès opinaba que el motor de la historia no eran las relaciones sociales de producción, sino la contradicción entre las aspiraciones altruistras del hombre y su negación en la vida económica.

Tras la revolución de 1917, los bolcheviques adquirieron un gran prestigio intelectual entre los teóricos marxistas, que se mantuvo prácticamente intacto durante 40 años. No obstante, diversos teóricos lucharon contra la “esclerosis” dogmática stalinista:

En Italia, Antonio Gramsci realizó una nueva reflexión del marxismo, que criticaba la simpleza del recurso al determinismo económico para explicar la política y la ideología, aspectos que consideraba que mantenían cierta autonomía respecto a las luchas de clases y las estructuras económicas. Gramsci inventó conceptos, como “catarsis” para aludir a la toma de conciencia que lleva a la clase dominada a luchar por la libertad en el marco de un nuevo modo de producción, o “bloque histórico” para hacer referencia a la alianza de muchas clases o fracciones de clase. El Partido Comunista Italiano, influido por el stalinismo, se abstuvo durante mucho tiempo de difundir la obra de este innovador teórico.
Junto a Gramsci, también son reseñables las críticas del húngaro Georg Lukács y el alemán Karl Korsch a las deformaciones cientifista y economicista del marxismo.
En Francia, algunos integrantes de la Escuela de los Annales, como el propio Marc Bloch, o cercanos a tal corriente, como Ernest Labrousse, se vieron influidos por determinados aspectos de la concepción marxista de la historia (como la definición de las clases o la influencia de los aspectos económicos sobre las distintas capas sociales).
En Alemania, diversos teóricos marxistas, críticos del cientifismo, se reunieron en torno a la llamada Escuela de Frankfurt, dirigida por Max Horkheimer. Entre sus representantes más destacados podemos citar a Siegfried Kracauer y a Walter Benjamin, autor de las conocidas Tesis sobre la filosofía de la historia.

A finales de la década de 1950 y principios de la de 1960 se empezó a romper la hegemonía intelectual marxista soviética. Los planteamientos críticos de Gramsci o Luckács comenzaron a ser conocidos en los círculos militantes.

En Francia, Louis Althusser formó un equipo de jóvenes intelectuales comunistas y comenzó una productiva labor editorial. Analizó profundamente la obra de Marx. Presentó una nueva concepción de la historia en el que le restaba al hombre capacidad de influencia, “una historia sin protagonista”, movida por la lucha de clases.

En los años 60 y 70 del siglo XX, la influencia del marxismo se extendió de la historia económica a la historia de las mentalidades, como puede apreciarse en la producción historiográfica de autores como el medievalista Georges Duby. Así mismo, historiadores marxistas, como Michel Vovelle o Regine Robin, se aproximaron a ámbitos de estudio típicos de la superestructura, como la propia historia de las mentalidades o de la lingüística. También destacaron las figuras de los marxistas Albert Soboul (especialista en la Revolución Francesa) y Pierre Vilar (hispanista, autor de la conocida obra Cataluña en la España Moderna), quien estudió las convergencias entre la corriente de los Annales y la historiografía marxista.

En esos años se formó en Polonia la Escuela de Poznan, cuyos principales representantes fueron Witold Kula y Jerzy Topolsky.

Por último, cabe destacar la influencia de los historiadores marxistas (especialmente, los británicos) sobre la historiografía norteamericana, especialmente patente desde la fundación en 1969 del Shelby Cullom Davis Center for Historical Studies, de la Universidad de Princeton, bajo la dirección de Lawrence Stone.

1 Citado en Marc Ferro, Cómo se cuenta la Historia a los niños en el mundo entero, p. 239. G. Barraclough, Main Trends in History, pp. 21-28. E. Breisach, Historiography, cap. 25. S. H. Barón y N.W. Heer, «The Soviet Union: Historiography Since Stalin», en G. Iggers y H. Parker, International Handbook of Historical Research, cap. 15. J. Fontana, op cit, pp. 214-226.

Introducción a la historiografía del siglo XX

Introducción a la historiografía del siglo XX
por Antonio Carrasco

1. La explicación en la historia
En general, los hechos del pasado suelen ser transmitidos por medio de la narración. Esta narración puede limitarse a contar lo que sucedió sin emitir juicios o valoraciones personales (descripción) o puede intentar dar respuesta a las causas que motivaron dichas circunstancias (explicación). Los cronistas, antiguos y modernos, solían quedarse en el plano puramente descriptivo, “contaban cosas”. El historiador va más allá y trata de explicar las causas, las circunstancias, la influencia de la personalidad de los protagonistas individuales o colectivos en los fenómenos históricos.

Cuando tratamos de explicar los hechos y las conductas del pasado solemos hacerlo desde dos perspectivas, que derivan en dos tipos de explicaciones: la causal y la intencional.
La explicación causal es la más usual en la historia y posiblemente la más propiamente histórica. Es la que trata de explicar las causas múltiples de los hechos históricos.
La explicación intencional o motivacional es la que trata de establecer los motivos que llevaron a los protagonistas (individuales o colectivos) a actuar de una determinada manera y las consecuencias de sus acciones. Tienen, por tanto, una naturaleza psicológica y requieren empatía, es decir, una identificación mental con los protagonistas; hemos de ponernos en su situación para poder comprender sus acciones y decisiones.
En la historia, es posible combinar ambas explicaciones y llegar a una explicación integrada. Ambas son complementarias, ya que las acciones de los protagonistas no tuvieron siempre los efectos esperados y las causas de los hechos históricos suelen ser múltiples, dada la complejidad de las relaciones sociales.
2. La historiografía en el siglo XX e inicios del XXI
La historiografía ha suscitado gran interés entre los historiadores. Algunos autores han reconocido dos fases en la construcción del saber histórico: una anterior al siglo XIX, que arranca de la tradición clásica de Heródoto y consiste fundamentalmente en narrar “cosas del pasado”; y otra iniciada a comienzos del siglo XIX que recoge el pensamiento de la escuela alemana, que le da estatus de ciencia humana a la Historia.

Como ciencia, la Historia tiene un ámbito de estudio que no es el pasado en sí, ya que este es inexistente e inaprehensible. Su campo de estudio lo constituyen las “reliquias del pasado”, el conjunto de restos y vestigios del pasado que perviven en el presente bajo diversas formas. Al trabajar con estas reliquias, el conocimiento no es el pasado, sino una parte fragmentaria y parcial del pasado.
Veamos los paradigmas historiográficos más comunes en nuestro tiempo y sus antecedentes más significativos.
2.1. El nacimiento de la historiografía: historicismo y positivismo
La ciencia histórica nace en Alemania en el tránsito del siglo XVIII al XIX. El historicismo es la cuna de la historia académica del siglo XIX y de toda una tradición de crítica de las fuentes históricas.
Uno de sus principales representantes, Leopold von Ranke, entendía la Historia como un discurso fuertemente unitario en el que la política desempeñaba un papel fundamental en torno al cual se desarrollaba el discurso histórico. Era una Historia nacida al calor de la lucha por la unidad alemana y justificadora del Estado-Nación propio de la ideología nacionalista y liberal de los años centrales del siglo XIX. En ella, las ideas políticas y los principios morales de los protagonistas individuales (los reyes, los jefes de Estado o los grandes personajes) dejaban de lado la historia de las colectividades, la historia económica o la historia social. Esta historiografía estaba claramente influida por el positivismo. Los historiadores aparecieron como una clase profesional, lo que les llevó a considerar su disciplina como ciencia.
La influencia alemana hizo que se extendiese por Europa una visión de la historia reducida a la mera reconstrucción de acontecimientos, basada en el estudio de los documentos.
Frente a esta forma de hacer historia surgieron a finales del siglo XIX, al margen de los círculos académicos, nuevas alternativas historiográficas: las teorías de Marx y de algunos sectores de la historiografía dominante:
El pensamiento marxista suponía una subversión profunda de la historiografía. Incidía en la historia del movimiento obrero y en ciencias sociales, como la Economía y la Sociología. Así mismo, entre los historiadores académicos surgió el cultivo de la historia económica y social, al centrarse en el estudio de las relaciones entre el Estado eje del análisis historicista, la sociedad y la economía.
Los primeros cambios se produjeron en los Estados Unidos y en Francia:

En EE. UU., surgió la idea de la que la Historia era una ciencia social más y, por lo tanto, tenía que contribuir al descubimiento de las leyes del desarrollo humano. Así nació la historia científica, llamada “New History”, como una rama de las ciencias sociales.
No obstante, fue en Francia donde nació la historia social. Hacia 1900, en torno a Henri Berr, nació una nueva clase de historia apoyada por las nuevas ciencias sociales (“humanas”, según la terminología francesa): geografía, economía y sociología. Esta nueva historia se enfrentó con la historia académica y de la confrontación salieron beneficiados los que han sido considerados padres de la historia social: Lucien Febvre y Marc Bloch, fundadores en 1929 de la revista Annales d’histoire économique et sociale.
La transición de la historiografía positivista o historicista-metódica no se produjo hasta el período de entreguerras. La primera alternativa fue la formada en torno a la s Annales.
2.2. El cambio cualitativo: de Annales a la Nouvelle Histoire
La llamada Escuela de los Annales, formada en la década de los 30 del siglo XX, como reacción a la historia académica, intentó una reconstrucción del pasado sobre bases científicas tomadas de otras ciencias humanas o sociales, para acabar desintegrándose en los años 70 en múltiples direcciones. Su objetivo era hacer una historia global, total, partiendo de la premisa de que los aspectos sociales y económicos formaban parte de la Historia.
Así mismo, la Escuela de los Annales amplió el concepto de documento histórico: además de los documentos escritos (como señalaban Langlois y Seignobos a finales del siglo XIX), también fueron considerados documentos históricos todas las huellas del pasado humano: las obras de arte, los restos arqueológicos, los testimonios orales y las imágenes.
La nueva historia nació con dos objetivos: sacarla de la rutina de la escuela “metódica” y primar lo económico y lo social en detrimento de lo narrativo-factual y de lo exclusivamente político.
La Escuela de los Annales tuvo tres “generaciones” de historiadores:
La primera generación nació en 1929 y tuvo como principales representantes a Marc Bloch y Lucien Febvre. Fue la etapa de formación de la corriente y se caracterizó por el rechazo al historicismo, la búsqueda de nuevos objetivos de estudio, con énfasis especial en lo social.
La segunda generación comenzó tras 1945, en torno a Fernand Braudel, y llegó hasta los años 70. Fue la etapa de mayor influencia de la Escuela. Se caracterizó por la introducción de propuestas tomadas de otras ciencias sociales.
La tercera generación, la de la Nouvelle Histoire o Nueva Historia, tuvo como principales representantes a Jacques Le Goff, George Duby, Pierre Chaunu, François Furet, Jacques Revel, André Burguière y Roger Chartier. Fue la etapa de la fragmentación del objeto de análisis y la búsqueda de nuevos caminos por el análisis de nuevos temas (como la mujer, la vida privada, la infancia o la familia) o por el uso de nuevos métodos (como el estudio de las mentalidades).
La corriente de pensamiento historiográfico de los Annales se extendió a otros países. En España penetró durante los años 50 del siglo pasado. De la mano de Jaume Vicens i Vives fueron incorporados a los estudios históricos los aspectos económicos y sociales, así como el estudio de un nuevo sujeto histórico: las masas.
La Escuela de los Annales ha recibido diversas críticas. Entre ellas, las principales han sido la ausencia de una concepción historiográfica propia y la primacía de los aspectos económicos sobre los sociales.
Desde los años 70 la Escuela se fragmentó, alcanzando un alto grado de especialización, que ha llevado a la aparición de múltiples “historias” (del libro, de las mentalidades, de la familia, de la vida privada, de la alimentación, del sexo, de la infancia, de la vejez, etc.).
2.3. La aportación del marxismo
El marxismo es el otro gran pilar sobre el que se apoya la historiografía contemporánea. La llegada del marxismo a la Historiografía es relativamente tardía. Desde la muerte de Engels, en 1895, hasta la incorporación del método de análisis del materialismo histórico a la construcción de la explicación histórica pasó casi medio siglo. Las primeras aportaciones de la nueva historiografía marxista se produjeron durante el período de entreguerras. En España, la dictadura franquista impidió su desarrollo hasta mediados los años 70.
El materialismo histórico pretendía explicar el pasado sobre la base de una teoría general del movimiento de las sociedades, en la que se incluyen conceptos “básicos” marxistas (clases, lucha de clases, superestructura, infraestructura), entre los que el más importante es el modo de producción. La historiografía marxista tuvo representantes ilustres en Francia y en Gran Bretaña: Entre los franceses, podemos destacar a Pierre Vilar.
La nueva historiografía marxista británica se desarrolló en torno a la revista History Workshop, fundada en 1975. Se centró en la historia social del trabajo y en el compromiso político de sus representantes.
2.4. Estructuralismo e Historia

La historia estructural o de las estructuras fue una tendencia centrada en Francia y muy relacionada con la Escuela de los Annales. Estudia las regularidades, los hechos cotidianos, que se repiten, frente a los sucesos excepcionales, únicos o singulares que caracterizan a la historia narrativa tradicional. Las estructuras son fenómenos geográficos, ecológicos, técnicos, económicos, sociales, políticos, culturales y psicológicos, que permanecen constantes durante un período largo de tiempo y que evolucionan de manera casi imperceptible. Frente a la estructura se halla la coyuntura, las fluctuaciones manifiestas en el contexto de la estructura. El tiempo de las estructuras es muy lento (“tiempo largo”, según Braudel), mientras que el de las coyunturas es un “tiempo corto”.
La historia estructural es una historia de poblaciones totales, es decir, del conjunto de personas que viven en un lugar objeto de estudio, que no excluye el análisis de las individualidades o de las elites, en el sentido de minorías innovadoras y no de grupos de privilegiados. Es, además, una historia biológica, relacionada con la alimentación, la sexualidad, la enfermedad, las actitudes con respecto al cuerpo. Se interesa por los acontecimientos de larga duración, por lo que una revolución tiene un carácter de proceso que conmueve estructuras históricas. Las revoluciones estructurales son silenciosas e imperceptibles, como, por ejemplo, las revoluciones neolítica o demográfica.
2.5. New Economic History y cuantitativismo
Si bien la cuantificación de los sucesos históricos comenzó en los años 30 del siglo XX, la defensa de un paradigma cuantitativista para explicar los hechos del pasado humano apareció en Francia y los Estados Unidos en los años 70, se extendió durante los 80 y ha entrado en crisis desde entonces. En la historiografía cuantitativista se pueden distinguir dos tendencias:
La cliometría, la auténtica historia cuantitativa, que matematiza la explicación del pasado mediente la elaboración de modelos cuantitativos. Un ejemplo de esta línea es la “New Economic History”, desarrollada en los años 60 en los Estados Unidos y con aplicación a la historia económica.
La historia estructural-cuantitativista, que utiliza con frecuencia la estadística o la informatización de datos numéricos como complemento o instrumento auxiliar de una explicación histórica puramente verbal y no matematizada. Esta tendencia está muy presente en la tercera generación de la Escuela de los Annales y abarca temas muy variados, generalmente en el ámbito de lo social.
2.6. La crisis de los grandes paradigmas

La crisis de los grandes paradigmas es el nombre de un período de la Historiografía iniciado a finales de la década de los 70 del siglo XX, que se agranda con el hundimiento del socialismo (1989) y conduce a la incertidumbre de los 90, agravada en los inicios del siglo XXI por los efectos de la globalización, la expansión del terrorismo y las consecuencias de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Frente a los paradigmas de la historia marxista, la historia estructural, el cuantitativismo o la Nouvelle Histoire, ha surgido en los últimos años una reivindicación de la historia narrativa, una vuelta al relato histórico, que no supone una vuelta a los modos de hacer historia del siglo XIX. Este retorno, unido a la inmensa fragmentación que ha experimentado la historiografía en las últimas dos décadas, son síntomas claros de la crisis de la historia analítica como ciencia.
Esta crisis de los grandes modelos historiográficos no supone, en cambio, una pérdida de interés por la Historia. Al contrario, el crecimiento de los problemas políticos a escala global hace mayor la necesidad de información que el conocimiento del pasado proporciona para la comprensión del presente. En esta “era de la incertidumbre” la Historia es necesaria. Este hecho y la creciente demanda de novela histórica revelan la atracción que siente el ser humano por el conocimiento, el estudio y la lectura sobre las raíces históricas de las distintas culturas existentes en el planeta.
La vuelta a la historia narrativa se planteó a finales de los años 70 y comienzos de los 80. Surgió como consecuencia de un debate mantenido en la revista Past and Present entre Lawrence Stone y otros autores, entre los que cabe destacar al marxista Eric Hobsbawm:
Stone comentaba la existencia de un cansancio de la historia sociológico-estructural dominante, en la que se relegaban los factores intelectuales, culturales, religiosos, psicológicos e incluso políticos por un determinismo económico-demográfico en el que la cuantificación tenía un papel relevante. Este cansancio había llevado a un resurgimiento del interés por los factores culturales y políticos o por la historia de las ideas, aunque concebidos de forma muy distinta a los de la historia tradicional del historicismo y el positivismo.
Howsbawm criticó la exposición de Stone, asegurando que los cambios historiográficos producidos no tenían tal importancia y defendiéndose del reduccionismo economicista en que habían caído algunos historiadores marxistas o de la Nouvelle Histoire. Así mismo, afirmó que los marxistas británicos nunca perdieron el interés por los acontecimientos o la cultura y que tampoco aceptaron nunca el determinismo económico que consideraba a la “superestructura” siempre dependiente de la “infraestructura”.

La vuelta a la historia narrativa ha dado paso a la “microhistoria”, en contraposición a los grandes análisis estructurales. De esta manera, han surgido la historia de la vida cotidiana, de la vida privada, o la “nueva historia social de la política”, en la que los dos objetivos básicos son el poder y los hechos que se relacionan con él.
De la crisis de los grandes paradigmas han surgido nuevas formas de hacer historia, que han marcado la historiografía de los últimos 15 años; entre esas nuevas formas historiográficas destacan las siguientes:
La microhistoria. Tiene su origen en Italia, tras la publicación en 1976 por Carlo Ginzburg del libro El queso y los gusanos. El cosmos de un molinero del siglo XVI. Se basa en la reducción de la escala de la observación, en un análisis microscópico y en un estudio intensivo del material documental. Es más una práctica historiográfica que un paradigma teórico. Las relaciones con la antropología y otras ciencias sociales y su proximidad a la historia local la hacen estar próxima a la creación literaria y la narración.
La nueva historia cultural. Influida por la antropología y la lingüística, incide en el mundo de las “representaciones”. Va más allá de la historia de las mentalidades y la tradicional historia cultural o intelectual. Pretende el estudio de las creencias populares colectivas como objeto etnográfico, lo que se ha llamado el “imaginario colectivo”. En este sentido, sería una especie de antropología histórica, pero que más que describir las prácticas socioculturales del pasado, resalta la manera en que esas formas se representan en la mente de los distintos grupos sociales.
La ciencia histórica socioestructural o historia socioestructural. Es la más renovadora de todas estas nuevas formas de hacer historia. Su máximo representante es Christopher Lloyd, que se inserta dentro de la amplia vía de la historia social. Ligada a la sociología histórica, defiende un estatus “científico” que se niega a las otras dos corrientes señaladas, enmarcadas en el narrativismo. La historia socioestructural pretende descubrir la real estructura oculta de la sociedad, el proceso real del cambio social estructural

Pierre Bourdieu, trayectoria de un sociologo

Ocho días después de su muerte, el semanario Nouvel Observateur1 publica un texto inédito con el título “Yo tenía 15 años: Pierre Bourdieu”,2 presentado como extracto de una obra autobiográfica subtitulada: … Esbozo de socioanálisis. La editorial critica un pretendido consenso en torno a la muerte de Pierre Bourdieu y evoca las relaciones difíciles entre el intelectual y el semanario. Incluye otro texto de J. Juliard, “La miseria de la sociología”, en el que habla del “fracaso” de Bourdieu, y de sus seguidores. Mediante un comunicado contra la revista, la familia protesta con indignación por publicar sin autorización y por daño moral a su memoria.

Este conflicto muestra las polémicas que se agudizaron después de la muerte del sociólogo y da cuenta de algunas reacciones que suscitaban sus obras. Los trabajos de Bourdieu molestaban; lo percibía y estaba encantado porque para él era un signo de la pertinencia de sus análisis.3 Muchas veces, las polémicas nacían de malentendidos. Por ejemplo, se le reprochó ser determinista y negar la libertad individual por su denuncia de los mecanismos de reproducción de las relaciones de dominación. Él explicó en numerosas ocasiones que el análisis sociológico “ofrece algunos de los medios más eficaces para acceder al conocimiento de los determinismos sociales, lo que permite conquistar a los determinismos”.4 Cada explicación era pretexto para nuevas controversias. Bourdieu señala lo que él considera el origen de muchas de estas discusiones:

Me parece que la resistencia que tantos intelectuales oponen al análisis sociológico ¬siempre sospechoso de ser burdo, reduccionista, y particularmente odioso cuando se aplica directamente a su propio universo¬, tiene sus raíces en una especie de punto de honor, mal colocado, que les impide aceptar la representación realista de la acción humana que es la primera condición del conocimiento científico del mundo social […] que les hace ver en el análisis científico un atentado a su libertad.5

La experiencia sociológica de Pierre Bourdieu es un intento de conquista de sus propios determinismos, como lo podemos insinuar en un breve recorrido histórico.
En este texto retomaremos algunos elementos biográficos del polémico autor a partir de su propia autocomprensión, para esbozar su trayectoria individual en su contexto social. Bourdieu nos advierte que la vida no “constituye un todo, un conjunto coherente y orientado, que puede y debe ser aprehendido como expresión unitaria de una intención subjetiva y objetiva, de un proyecto”,6 se acerca más a la novela moderna ligada al descubrimiento de que “lo real es discontinuo, formado de elementos yuxtapuestos sin razón, donde cada uno es único, […] difíciles de aprehender porque surgen sin cesar de manera imprevista, fuera de lugar, y de manera aleatoria”.7 En este escrito no pretendemos presentar un hipotético “todo”, ni deducir una lógica de causa efecto, ni de sentido y fin de las acciones de la trayectoria bourdieuniana, sino introducir algunos elementos centrales de su proceso intelectual. El eje que atraviesa este trabajo es la referencia del autor a la reflexión de su vivencia o búsqueda de conquista de sus propios determinismos.

Recorreremos su lugar de nacimiento, sus estudios, primeros empleos e investigaciones, acontecimientos internacionales, algunos temas de investigación, su nombramiento en el Colegio de Francia, su posicionamiento público, su perspectiva interdisciplinaria, y el significado que tenía para él la sociología.
Pierre Bourdieu acumuló una amplia producción sociológica durante cuarenta años. Publicó una treintena de obras y más de doscientos artículos. Decenas de libros se han escrito sobre su teoría y otros tantos para rebatirla. En Francia no hay manual de sociología que no contenga una referencia a su obra.8 La noticia de su muerte llenó las primeras páginas de los diarios y noticiarios, y se publicaron numerosas reacciones de intelectuales y periodistas.9

La importancia actual de su pensamiento no debe hacernos olvidar que es el fruto de una larga aventura, de una trayectoria individual en su contexto social. Él mismo nos señala: “… la conversión que he tenido que hacer para llegar a la sociología no fue sin relación con mi trayectoria social”.10

Detenerse en algunos datos biográficos no es un ejercicio inútil, aunque esta labor puede complicarse dado que Bourdieu era renuente a comentar cuestiones personales: “… constantemente estoy expuesto a que me planteen preguntas personales a las cuales yo me esfuerzo en resistir […] puede ser, por defender la autonomía, pagada cara, de mi discurso en relación con la persona singular que soy…”.11
Una parte de su sociología está fundada en las prácticas individuales y colectivas: en el complejo concepto de habitus que se construye en la historia individual y colectiva. Coherente con su pensamiento decía: “ como todo el mundo, yo tengo el gusto y las preferencias que corresponden a mi posición en el espacio social …”.12 Así, él aplica el habitus como historia incorporada a su propia experiencia.

El recorrido intelectual de Pierre Bourdieu está marcado por una serie de rupturas personales: con su medio de origen, con su formación inicial, y con las corrientes intelectuales dominantes, así como por la confluencia de la herencia legada por tres padres fundadores de la sociología: Durkheim, Marx y Weber:13

Por mi parte establezco con los autores relaciones muy pragmáticas: recurro a ellos como a “compañeros” en sentido de la tradición artesanal, a quien uno puede demandar que le echen la mano en situaciones difíciles […] Los autores ¬Marx, Durkheim, Weber, etcétera¬ representan los referentes que estructuran nuestro espacio teórico y nuestra percepción de este espacio”.14

Asimismo, se ve influenciado por los acontecimientos en el plano internacional y nacional. Vive el fin del estalinismo (Stalin muere en 1953) y la guerra fría, con los bloques socialista y capitalista. En los sesenta, las reivindicaciones nacionalistas toman fuerza en movimientos de descolonización. Francia estaba en los llamados “’treinta gloriosos’ años de prosperidad económica, desarrollo de la clase media y fortalecimiento de la clase obrera”.15 Bourdieu guarda distancia del movimiento estudiantil del 68, pero es uno de los primeros en apoyar el sindicato Solidarnosc contra la represión del poder comunista polonés. Vive la caída del muro de Berlín y las presidencias de François Miterrand con la desilusión social por las políticas “socialistas” (malestar que da pie a su libro La miseria del mundo).16

A principios de los noventa, ocurre la guerra del Golfo Pérsico, contra la que milita y se opone a Alain Touraine. En 1995, llama a los intelectuales a sostener a los huelguistas ferroviarios y participa en las manifestaciones contra el plan Juppé sobre los jubilados. En julio de 2000, viaja a Millau al proceso de José Bové17 y de militantes de la confederación campesina.18 Bourdieu defiende sus tomas de posición pública: “Si yo he debido, para ser eficaz, comprometerme en persona y con nombre propio, siempre ha sido con la esperanza […] al menos de romper la apariencia de unanimidad que constituye lo esencial de la fuerza simbólica del discurso dominante”,19 que predica “la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto”.20

Bourdieu nace en 1930 en Denguin, un pueblito de los Pirineos del Atlántico en la provincia de Béarn, al suroeste de Francia. Estudia filosofía en la Escuela Normal Superior (1951-1954) y pasa el examen como profesor en 1955. Su carrera académica lo lleva a cambiar su lugar de residencia y a conocer otros medios sociales. Él mismo se considera un “tránsfuga” que circula por “medios sociales muy diversos”. Experiencias que enriquecerán su trabajo sociológico posterior.
Dejemos hablar al sociólogo mismo:

Yo pasé la mayor parte de mi juventud en un pequeño pueblo alejado al sudoeste de Francia. Y no pude satisfacer las demandas de la institución escolar sino renunciando a muchas de mis experiencias y primeras adquisiciones y no solamente a un cierto acento […] La etnología y la sociología me permitieron reconciliarme con mis primeras experiencias y asumirlas sin perder nada, yo creo, de aquello que adquirí posteriormente. Esto es algo que no es común entre los tránsfugas, que frecuentemente sienten un profundo malestar, a veces una gran vergüenza sobre sus orígenes y sus experiencias originarias. La investigación que llevé a cabo alrededor de 1960, en aquel pueblito, me ha permitido descubrir más cosas sobre mí mismo que cualquier otra forma de introspección. […] Leyendo Flaubert, descubrí que había estado, como él, profundamente marcado por otra experiencia social, la del internado. Flaubert escribe en alguna parte que “cualquiera que ha conocido el internado a la edad de diez años, sabe todo de la sociedad”. […] A veces me pregunto dónde adquirí la aptitud para comprender y hasta anticipar las experiencias de situaciones que yo no conocía en primera persona, como el trabajo en cadena, o la rutina monótona del trabajo de oficina descalificado. Yo creo que en mi juventud y a lo largo de mi trayectoria social, que me ha llevado, como es seguido el caso de las gentes en ascensión, a atravesar medios sociales muy diversos, yo tomé toda una serie de fotografías mentales que mi trabajo sociológico se esfuerza en desarrollar.21

Según nos relata Mounier, en lugar de seguir la carrera universitaria clásica22 se va a Argelia, aún colonia francesa, como profesor de la Facultad de Letras (1958-1960), en donde comienza un trabajo etnológico sobre la sociedad kabylia.23 Sus contribuciones sobre el espacio simbólico de la casa kabylia, el matrimonio árabe y las transformaciones sociales provocadas por la industrialización de Argelia lo llevan a criticar el modelo antropológico dominante de la época, el estructuralismo de Lévi-Strauss.24 Bourdieu reconoce que llevaba un etnólogo dentro: “Yo me pensaba como filósofo y me ha tomado mucho tiempo reconocer que me había convertido en etnólogo”.25 Y de nuevo vemos su lucha contra sus determinismos: “Lo que yo hago en sociología y en etnología, lo hago tanto contra mi formación como gracias a mi formación…”.26
Como sociólogo se dedica a estudiar las prácticas culturales y la escuela con la dirección de Raymond Aron, y aplica la sociología de la práctica que él había esbozado en su crítica al estructuralismo.27 En su obra Los herederos,28 la escuela se presenta como una institución que reproduce las relaciones sociales de dominación. Esta reproducción se efectúa por la generalización de un sistema de valores que privilegian “la inteligencia”, “el don”, “las capacidades”, lo que legitima así el fracaso escolar y los mecanismos de selección social. Los hijos de clases populares parecen excluirse ellos mismos para dejar el lugar a los “herederos”. La escuela “no está hecha para todo el mundo” y todo el mundo puede darse cuenta porque las categorías sociales dominadas sólo acceden a los primeros escalones del sistema educativo para salirse luego, convencidos de la legitimidad de su fracaso.29
Más tarde en La reproducción,30 profundiza el estudio del sistema escolar, cuya principal función es justificar a los ojos de todos la legitimidad de los nuevos títulos escolares. Analiza con detalle las grandes escuelas de enseñanza francesa en La nobleza de Estado, y muestra cómo la acción pedagógica31 funciona como un rito de institución, que se dirige a producir un grupo separado y sagrado, “la consagración escolar debe hacer que se reconozca la frontera de la élite tanto a aquellos que excluye como a aquellos que incluye”, “el proceso finaliza con la producción de una nobleza”.32
Nombrado por Aron a la cabeza del Centro Europeo de Sociología Histórica, se pelea con él en 1968. Esta ruptura le permite la independencia teórica y práctica que necesitaba: su propio laboratorio (el Centro Europeo) y su propia revista (Actas de la Investigación en Ciencias Sociales).33 Después tendrá sus propias colecciones: “El sentido común”, en editorial Minuit (1964 ¬1992)34 y “Liber”, en Seuil (1989). Esta última apoyada por su asociación (Raisons d’agir ¬Razones para Actuar).35
La singularidad de su trayectoria36 no impidió un desarrollo exitoso en las entidades académicas: inició su carrera como asistente en la Facultad de Letras de Argelia, luego en la de París (1960-1961); maestro de conferencias en Lille (1961-1964); director de estudios en la Escuela Práctica de Altos Estudios (1964); director de laboratorio de la misma escuela en Ciencias Sociales; director del Centro de Sociología de la Educación y de la Cultura (cnrs).37
Su carrera profesional culminó como profesor del Colegio de Francia (titular de la silla de sociología desde 1981). Bourdieu explica la experiencia de su nominación en la institución académica más prestigiosa de Francia:
No es por azar que el momento en que fui nombrado al Colegio de Francia coincidió con un trabajo de profundidad38 sobre lo que yo llamo la magia social de la consagración y sobre los “ritos de institución”. ¿Cómo habría podido no intentar saber lo que implicaba el hecho de ser así consagrado? Al reflexionar sobre lo que estaba viviendo, buscaba asegurarme un cierto grado de libertad en relación a lo que me pasaba.
Pero hacer una sociología de los intelectuales, hacer una sociología del Colegio de Francia, de lo que significa el hecho de dictar una conferencia inaugural en el Colegio de Francia, en la conferencia inaugural misma en el Colegio de Francia, es decir, en el momento mismo en el que uno está atrapado en y por el mismo juego, es afirmar, si no la posibilidad de liberarse de ello completamente, al menos la posibilidad de hacer un esfuerzo en ese sentido […] si yo tengo una pequeña oportunidad de no quedar abrumado por la consagración se la debo al hecho de haber trabajado en el análisis de la consagración.39
De esta manera, el analista y crítico de los ritos de consagración llega a ser, él mismo, consagrado y convertido en noble, pasa a formar parte de la nobleza de Estado. No obstante, el consagrado es consciente de los mecanismos de selección social del sistema escolar y académico. De una entrevista a Malik, joven de origen árabe de diecinueve años, Bourdieu destaca: “… y poco a poco fui percibiendo que era más un ‘establecimiento basurero’ que otra cosa […] es duro cuando uno se da cuenta.40 Malik, “no cesa de dar testimonio, de mil maneras, que él sabe siempre perfectamente, donde está, que su escuela es una ‘secundaria basurero’ ¬lycée poubelle¬.
Él describe con una gran economía de medios, como él comprende muy rápidamente donde él ha terminado por fracasar al descubrir que aquellos que están sentados delante de él, al lado, y atrás ¬en su salón de clase¬, son como él”,41 es decir, rechazados de otras escuelas. Así, “ellos arrastran sin convicción una escolaridad que ellos saben sin futuro”.42
Pierre Bourdieu no fue el rechazado de la sociología francesa que pudiera pensarse. Tampoco fue un hombre aislado, sino que supo rodearse de un equipo de investigadores que retomaron y desarrollaron sus temas predilectos. En una palabra supo hacer escuela y conseguir una posición importante en el campo intelectual francés.43
Bourdieu insistió en el carácter integrado de su trabajo, en el que la teoría y la práctica son indisociables, y las tesis no pueden ser comprendidas y expuestas por separado de las condiciones y de los protocolos de la investigación sociológica. No se puede disociar el concepto de habitus o el de campo, por ejemplo, sin referirse al contexto de su obra. Esta característica hace difícil la elaboración de resúmenes, o textos introductorios. Otros obstáculos para la comprensión y la difusión de su obra son el estilo complicado de su redacción, la amplia producción editorial y el ruido44 de los comentadores y críticos.45
A pesar de las dificultades de su difusión, podemos afirmar la existencia de una corriente o polo sociológico46 representado por Pierre Bourdieu, que él mismo ha bautizado: “Si yo tuviera que caracterizar mi trabajo en dos palabras […] yo hablaría de constructivismo estructuralista o estructuralismo constructivista…”.47
Al final de su carrera, Bourdieu fue haciendo explícito cada vez más su posicionamiento público ante los acontecimientos de Francia, de Europa y de la sociedad global. En uno de sus textos recientes, “Contra la política de despolitización”,48 llamó a “restaurar la política, es decir, la acción y el pensamiento”. Propuso la agrupación (no la unificación ni posible ni deseable) de movimientos sociales y sindicales dispersos, mediante una coordinación de las reivindicaciones y de las acciones que sobrepase la fragmentación, que escape a la vez a los riesgos de la monopolización (que obsesiona a los movimientos) y al inmovilismo por el miedo casi neurótico del riesgo.
Señaló también la división entre investigadores y militantes: diferentes por su formación y trayectoria social los investigadores involucrados en un trabajo militante y los militantes dedicados a una tarea de investigación deben aprender a trabajar juntos, y deshacerse de las rutinas y los prejuicios, gracias a modos de comunicación y de debate de nuevo tipo. Según él, sólo un movimiento social europeo de todas las fuerzas acumuladas de las diferentes organizaciones y países será capaz de resistir a las fuerzas económicas e intelectuales de las grandes empresas y a la armada de consultantes, expertos y juristas reunidos en sus agencias de comunicación, oficinas de estudio y consejos en lobbying.49
La sociología de Pierre Bourdieu tiene una amplia influencia. Demostró capacidad de jugar con las fronteras no sólo de las especialidades de la sociología, sino que entabló un diálogo entre los sociólogos de diferentes nacionalidades, e invitó a trabajar en una perspectiva interdisciplinaria, particularmente con la filosofía, la antropología, la economía y la historia. Sobre esta última nos afirma:
… la separación de la sociología y de la historia me parece desastrosa, y totalmente sin justificación epistemológica: toda sociología debe ser histórica y toda historia sociológica […] lo arbitrario de la distinción entre historia y sociología es particularmente visible al nivel más elevado de la disciplina: yo pienso que los grandes historiadores son también grandes sociólogos.50
Escudriñemos las herramientas que nos ha dejado en sus planteamientos teóricos, en sus conceptos, en los resultados de sus investigaciones y en su participación política. Escuchemos los argumentos de sus comentaristas y críticos. Estas controversias alimentan el debate científico, social, político sobre el mundo que nos tocó vivir. Qué mejor manera de concluir que el autoanálisis de Bourdieu:
Para mí, la sociología ha jugado el rol de un socioanálisis que me ha ayudado a comprender y a soportar cosas (comenzando por mí mismo) que yo encontraba insoportables anteriormente …51
… la sociología era la mejor cosa a hacer por mí, si no para sentirme en acuerdo con la vida, al menos para encontrar más o menos aceptable el mundo en el cual yo estaba condenado a vivir …52
En este sentido limitado, pienso que yo tuve éxito en mi trabajo: realicé un tipo de autoterapia que, yo espero, haya producido al mismo tiempo herramientas que puedan tener alguna utilidad para los otros.53

Bibliografía
Accardo, Alain y Philippe Corcuff. La sociologie de Bourdieu, Textes choisis et commentés. Le Mascaret, 1986.
Bonnewitz, Patrice. Premières leçons sur La sociologie de P. Bourdieu. París: puf, 1997.
Bourdieu, Pierre. Science de la science et réflexivité. París: Raison d’agir, 2001.
______ Contre-feux. París: Raison d’agir. 1998.
______ Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action. París: Seuil, 1994.
______ La misère du monde. París: Seuil, 1993.
______ y Loïc J. D. Wacquant. Réponses. París: Seuil, 1992.
______ La noblesse d’État. Grandes ecoles et esprit de corps. París: Minuit, 1989.
______ “Choses dites”, Minuit, 1987, pp. 16-17.
Bourdieu, Pierre, J. C. Chamboredon y J. C. Passeron. El oficio del sociólogo. Argentina: Siglo XXI, 1975.
Lahire, Bernard. Le travail sociologique de Pierre Bourdieu. Dettes et critiques, 1999.
Mounier, Pierre. Pierre Bourdieu, une introduction. París: Pocket/La Découverte, 2001.
Sciences Humaines, número especial: “L’oeuvre de Pierre Bourdieu”, 2002.
Le Monde, enero-febrero de 2002.

Notas
1 “Une polémique oppose la famille de Pierre Bourdieu au ‘Nouvel Observateur’”, Le Monde, 8 de febrero de 2002.
2 Todas las traducciones del presente texto son mías.
3 Mounier, Pierre Bourdieu, une introduction, Pocket/La Découverte, 2001, p. 10.
4 P. Bourdieu, Raisons pratiques. Sur la théorie de l’action, Seuil, 1994, p. 11.
5 Idem.
6 “L’illusion biographique”, en Bourdieu, op. cit., p. 81.
7 Robbe-Grillet, Le mirroir qui revient, París, Minuit, p. 208, citado por Bourdieu, op. cit. p. 83.
8 Por ejemplo, el Dictionnaire de sociologie, 1997, Hatier, París, le dedica siete páginas: “Bourdieu […] constituye una referencia sociológica para los intelectuales de todas las disciplinas, él es sin duda el sociólogo más leído, aun si él piensa seguido ser incomprendido o mal comprendido…”.
9 “Pierre Bourdieu ha muerto”, tituló el diario Le Monde y desplegó la noticia a dos páginas, sus principales espacios cubrieron la noticia. Algunos ejemplos de los numerosos artículos aparecidos: Jügen Habermas: “Humanista comprometido”, Le Monde, 25 de enero de 2002; “Bourdieu: la tristeza”, por Annie Ernaux, Le Monde, 5 de febrero de 2002; “Pierre Bourdieu, 71, pensador francés y crítico de la globalización”, New York Times, 25 de enero de 2002; “La sosegada irreverencia de un hombre bueno”, por M. A. Bastenier, El País, 25 de enero de 2002.
10 Bourdieu y L. J. D. Wacquant, Réponses. Pour une antropologie réflexive, Seuil, 1992, pp. 175-176.
11 Idem.
12 Idem.
13 Patrice Bonnewitz, Premières leçons sur La sociologie de P. Bourdieu, puf, 1997, pp. 3 y 11.
14 Bourdieu, Choses dites, pp. 39-40, citado por P. Bonnewitz, op. cit., p. 11.
15 Bonnewitz, op. cit., p. 5.
16 Bourdieu, La misère du monde, París, Seuil, 1993, p. 950, en el que presenta los testimonios de hombres y mujeres que confiaron su malestar, sus sufrimientos y dificultades para existir en la sociedad francesa.
17 Agricultor francés célebre por oponerse a la globalización.
18 Cfr. Monnot y Zappi, “Adversaire de la pensée unique”, Le Monde, 25 de enero de 2002.
19 Bourdieu, Contre-feux, Liber-Raisons d’agir, 1998, p. 8.
20 Ibid., p. 110.
21 Bourdieu y Wacquant, p. 176.
22 Mounier, op. cit., pp. 14 y ss.
23 Bourdieu, Sociologie de l’Algérie, París, puf, 1958; “Célibat et condition paysanne”, Études rurales, núm. 5-6, 1962, pp. 32-136; “La hantise du chômage chez l’ouvrier algérien”, Sociologie du travail, núm. 4, pp. 313-331.
24 Mounier, op. cit., p. 14.
25 Bourdieu, “Choses dites”, pp. 16-17, citado por Bonnewitz, op. cit., p. 8.
26 Bourdieu y Wacquant, p. 176.
27 Mounier, op. cit., p. 14.
28 Bourdieu y Passeron, Les héritiers. Les étudiants et la culture, París, Minuit, 1964.
29 Cfr. Mounier, op. cit., pp. 133 y ss.
30 Bourdieu y Passeron, La reproduction. Elements pour une théorie du système d’enseignement, París, Minuit, 1970.
31 Mounier, op. cit., p. 149.
32 Bourdieu, La noblesse d’Etat. Grandes Ecoles et esprit de corp, París, Minuit, 1989.
33 Actes de la recherche en sciences sociales.
34 “Pierre Bourdieu”, Notice bio-bibliographique éditée par le Collège de France, 1999.
35 Mounier, op. cit., pp. 14-15.
36 El recorrido intelectual de Pierre Bourdieu se construyó sobre una triple ruptura: con la filosofía académica (escolástica), con la antropología estructural, y con la sociología aroniana (de Raymon Aron): Mounier, op. cit., p. 15.
37 Cfr. Mounier, op. cit., p. 15.
38 Bourdieu, “Éprouve scolaire et conécration sociale. Les classes préparatoires aux grandes écoles”, Actes de la recherche en sciences sociales, núm. 39, 1981, pp. 3-70; Bourdieu, Ce que parler veut dire. L’économie des échanges linguistiques, París, Fayard, 1982.
39 Bourdieu y Wacquant, pp. 181-182.
40 Bourdieu, La misère du monde, Seuil, 1993, p. 611.
41 Ibid., p. 608.
42 Ibid., p. 603.
43 Mounier, op. cit., p. 15.
44 Hay una lista grande de artículos y panfletos contra Bourdieu: “El diablo y el Bourdieu”; “El sabio y la política. Ensayo sobre el terrorismo sociológico de Pierre Bourdieu”; “El periodismo según Bourdieu”; “El populismo de izquierda”. Diccionnaire critique de sociologie, París, puf, 1982, califica la teoría de Bourdieu de la dominación de “Ideológica”. Obras de crítica moderada como lahire, Bernard, 1999. Cfr. Mounier, op. cit., p. 215.
45 Cfr. Mounier, op. cit., pp. 15-16.
46 Con riesgo de simplificar retomamos el esquema que propone Bonnewitz de cuatro polos sociológicos en Francia, uno de los cuales estaría representado por Bourdieu: a) el individualismo metodológico representado por Raymond Boudon; b) la aproximación estratégica de Michel Croizier (relaciones de poder en organizaciones, actores y sistema); c) la sociología de la acción, y el estudio de los movimientos sociales de Alain Tourain; y d) el estructuralismo constructivista de Bourdieu. Bonnewitz, op. cit., p. 9.
47 Bourdieu, Choses dites, Editions de Minuit, 1987, p. 147, citado por Bonnewitz, op. cit., p. 10.
48 Publicado en diferentes revistas: Ecología Política, núm. 21, 1987, 2001; Memoria, núm.155, enero de 2002; y lo envió también a Porto Alegre (fsm-2002), “Contra la política de despolitización. Hay que restaurar la política, es decir, la acción y el pensamiento”.
49 Idem.
50 Bourdieu y Wacquant, p. 67.
51 Ibid., p. 182.
52 Ibid., p. 183.
53 Idem.

El concepto de habitus de Pierre Bourdieu y el estudio de las culturas populares en México

El concepto de habitus de Pierre Bourdieu y el estudio de las culturas populares en México
Patricia Safa
En la actualidad, el tema de la globalización es controvertido y el de la diversidad cultural, muy complejo. Ambos se encuentran relacionados y su discusión se vuelve central para el estudio de las culturas populares. Desde ciertas posiciones, la velocidad de los cambios actuales nos exige comenzar de nuevo y dudar de viejos conceptos, repensar perspectivas teóricas y ser inventivos en las estrategias metodológicas. Para otros, en contraste, la globalización es tan vieja como lo es el afán expansionista del mundo occidental, primero bajo el ropaje del colonialismo y el imperialismo, y ahora arropado en el neoliberalismo y la “mundialización” de la cultura (Ortiz 1994 y 1996); es decir, lo que predomina en esta discusión son los desacuerdos y no los consensos. Este trabajo se propone reflexionar sobre la diversidad cultural contemporánea a la luz del concepto de habitus propuesto por Pierre Bourdieu, para introducir en esta discusión la pregunta sobre cómo se construyen las relaciones de poder en el remolino de la complejidad cultural contemporánea.
El estudio de las culturas populares: distintos puntos de partida
El mundo contemporáneo se caracteriza por su complejidad. Se han trastocado las economías mundiales, los flujos culturales se han intensificado y los territorios no son como solíamos pensarlos. Por lo mismo, se afirma que el principal reto es romper con el encapsulamiento de los objetos de estudio y la mirada acostumbrada de “lo popular”, ya que la “otredad” se ha transformado (Augé 1995). Como lo que predomina “es la sensación de que todos estamos en un mismo mundo con sus implicaciones económicas y políticas” (Ulf Hannerz 1998), parece que deberíamos aceptar la pérdida de la integridad de las culturas. En esta discusión se cuestionan dos tradiciones que han abordado el estudio de la cultura: la antropología y las perspectivas gramscianas.
Uno de los aportes más importantes de la antropología fue la apología del relativismo cultural, que sostiene que todas las sociedades y grupos sociales poseen una cultura a partir de la cual se construye el sentido y la cohesión, lo que permitía entender su permanencia en el tiempo (véase Kahn 1975). Fue una tradición que legitimó el reconocimiento de la diversidad cultural entre los pueblos, pero que también pensó al binomio pueblo-cultura como un todo integrado y coherente.
La antropología se definió como disciplina a partir del estudio de la alteridad construida desde parámetros etnocéntricos, muchas veces al servicio del colonialismo, con base en los cuales se definió lo extraño y distinto como “primitivo” o “tradicional”. Si bien celebró el relativismo cultural, también legitimó el establecimiento de relaciones asimétricas de asimilación y subordinación (Pratt 1999). Lo anterior fue duramente criticado sobre todo por los llamados “posmodernos”, que pusieron en tela de juicio la llamada “objetividad” científica de los textos etnográficos que no consideraban la posición y perspectiva del autor en sus descripciones (véase Clifford y Marcus 1986; Geertz, Clifford y otros 1991; y Rosaldo 1991).
Lo popular, en este sentido, ha sido una construcción arbitraria, es decir, histórica, de los mismos antropólogos para explicar la diversidad cultural que permanece en la modernidad. El discurso sirvió para legitimar tanto la vocación intervencionista de los países centrales como los cantos del nacionalismo de los llamados países del tercer mundo que vieron en lo popular sus raíces y especificidad, pero que, en el presente, requerían su incorporación al mestizaje, base del desarrollo (García Canclini 1989).
La tradición gramsciana, en cambio, concebía como un problema político la fragmentación y diversidad de las culturas populares (Gramsci 1970); también celebraba su existencia como una manifestación de resistencia (Satriani 1978). A diferencia de la antropología, que desdibujó las relaciones de poder en la construcción de la alteridad, desde el marxismo lo popular se definió como lo subalterno; es decir, como una relación de poder que se construye en oposición a lo hegemónico (véase Cirese 1979). En este caso, la crítica surge por la unilateralidad del análisis al definir el poder como fatal omnipresencia o, por el contrario, por la exaltación de lo popular en virtud de su capacidad subversiva (véase Willimas 1980).
La dicotomía acostumbrada, subalterno-hegemónico, dejó de funcionar cuando las fronteras territoriales y sociales perdieron claridad gracias al movimiento de personas, culturas y mensajes. Sin embargo, el tema del poder, y el de las desigualdades socioculturales, sigue siendo central, si no queremos caer en la tentación de ver la globalización sólo como un difusionismo radical en el que el estudio del poder se diluye. Como algunos autores señalan, la globalización es un fenómeno parcial porque “no es de todos ni para todos” (Garretón 1999). Por ello, para el estudio de las relaciones de poder que se construyen en la cultura no hay que olvidar la propuesta de Pierre Bourdieu.
El habitus de clase y las prácticas de distinción
Podríamos decirlo de un modo aparentemente paradójico: si bien la obra de Bourdieu es una sociología de la cultura, sus problemas centrales no son culturales. Las preguntas que originan sus investigaciones no son: ¿cómo es el público de museos? o, ¿cómo funcionan las relaciones pedagógicas dentro de la escuela? Cuando estudia estos problemas está tratando de explicar otros, aquellos desde los cuales la cultura se vuelve fundamental para entender las relaciones y las diferencias sociales (García Canclini 1986: 9).
Para explicar la manera en que se construyen las relaciones de poder, Bourdieu investiga cómo se articula lo económico y lo simbólico. Para este autor, las clases se distinguen por su posición en la estructura de la producción y por la forma como se producen y distribuyen los bienes materiales y simbólicos en una sociedad. La circulación y el acceso a estos bienes no se explica sólo por la pertenencia o no a una clase social, sino también por la diferencia que se engendra en lo que se considere como digno de transmitir o poseer. La cultura hegemónica se define como tal por el reconocimiento arbitrario, social e histórico de su valor en el campo de lo simbólico. Por lo mismo, la posesión o carencia de un capital cultural que se adquiere básicamente en la familia permite construir las distinciones cotidianas que expresan las diferencias de clase. Es decir, en la medida en que existe una correlación entre posición de clase y cultura, dos realidades de relativa autonomía, las relaciones de poder se confirman, se reproducen y renuevan.
El habitus es el concepto que permite a Bourdieu relacionar lo objetivo (la posición en la estructura social) y lo subjetivo (la interiorización de ese mundo objetivo). Este autor lo define como:
Estructura estructurante, que organiza las prácticas y la percepción de las prácticas […] es también estructura estructurada: el principio del mundo social es a su vez producto de la incorporación de la división de clases sociales. […] Sistema de esquemas generadores de prácticas que expresa de forma sistémica la necesidad y las libertades inherentes a la condición de clase y la diferencia constitutiva de la posición, el habitus aprehende las diferencias de condición, que retiene bajo la forma de diferencias entre unas prácticas enclasadas y enclasantes (como productos del habitus), según unos principios de diferenciación que, al ser a su vez producto de estas diferencias, son objetivamente atribuidos a éstas y tienden por consiguiente a percibirlas como naturales (1988b: 170-171).
Es decir, y como Néstor García Canclini me explicó como maestro que dominaba el pensamiento de Bourdieu y comprendía la complejidad de su lenguaje, el habitus es:
a) Un sistema de disposiciones duraderas, eficaces en cuanto esquemas de clasificación que orientan la percepción y las prácticas ¬más allá de la conciencia y el discurso¬, y funcionan por transferencia en los diferentes campo de la práctica.
b) Estructuras estructuradas, en cuanto proceso mediante el cual lo social se interioriza en los individuos, y logra que las estructuras objetivas concuerden con las subjetivas.
c) Estructuras predispuestas a funcionar como estructurantes, es decir, como principio de generación y de estructuración de prácticas y representaciones.
Los diversos usos de los bienes culturales, afirma Bourdieu, no sólo se explican por la manera como se distribuye la oferta y las alternativas culturales, o por la posibilidad económica para adquirirlos, sino también, y sobre todo, por la posesión de un capital cultural y educativo que permite a los sujetos consumir ¬asistir y disfrutar¬ las alternativas factibles. Para este autor, condiciones de vida diferentes producen habitus distintos, ya que las condiciones de existencia de cada clase imponen maneras de clasificar, apreciar, desear y sentir lo necesario.
El habitus se constituye en el origen de las prácticas culturales y su eficacia se percibe “[…] cuando ingresos iguales se encuentran asociados con consumos muy diferentes, que sólo pueden entenderse si se supone la intervención de principios de selección diferentes” (1988b: 383): los gustos de “lujo” o gustos de “libertad” de las clases altas se oponen a los “gustos de necesidad” de las clases populares. La complejidad de este pensamiento, Néstor García Canclini (1986) la esclarece al describir los fundamentos que sostienen la propuesta:
1) […] las prácticas culturales de la burguesía tratan de simular que sus privilegios se justifican por algo más noble que la acumulación material […] Coloca el resorte de la diferenciación fuera de lo cotidiano, en lo simbólico y no en lo económico, en el consumo y no en la producción. Crea la ilusión de que las desigualdades de clase no se deben a lo que se tiene, sino a lo que se es. La cultura, el arte y la capacidad de gozarlos aparecen como “dones” o cualidades naturales, no como resultado de un aprendizaje desigual por la división histórica entre las clases (p. 19).
2) La estética de los sectores medios. Se constituye de dos maneras: por la industria cultural y por ciertas prácticas, como la fotografía, que son características del “gusto medio”. El sistema de la “gran producción” se diferencia del campo artístico de élite por su falta de autonomía, por someterse a demandas externas, principalmente a la competencia por la conquista del mercado (p. 19).
3) … Mientras la estética de la burguesía, basada en el poder económico, se caracteriza por “el poder de poner la necesidad económica a distancia”, las clases populares se rigen por una “estética pragmática y funcionalista”. Rehúsan la gratuidad y futilidad de los ejercicios formales, de todo arte por el arte. Tanto sus preferencias artísticas como las elecciones estéticas de ropa, muebles o maquillaje se someten al principio de “le elección de lo necesario”, en el doble sentido de lo que es técnicamente necesario, “práctico”, y lo que “es impuesto” por una necesidad económica y social que condena a las gentes “simples” y “modestas” a gustos “simples” y “modestos” (pp. 20-21).

Con la introducción del concepto de habitus, Bourdieu busca explicar el proceso por el cual lo social se interioriza en los individuos para dar cuenta de las “concordancias” entre lo subjetivo y las estructuras objetivas Para él, la visión que cada persona tiene de la realidad social se deriva de su posición en este espacio. Las preferencias culturales no operan en un vacío social, dependen de los límites impuestos por las determinaciones objetivas. Por ello, la representación de la realidad y las prácticas de las personas son también, y sobre todo, una empresa colectiva:
[…] las regularidades que se pueden observar, gracias a la estadística, son el producto agregado de acciones individualmente orientadas por las mismas restricciones objetivas (las necesidades inscritas en la estructura del juego o parcialmente objetivadas en las reglas) o incorporadas (el sentido del juego, él mismo desigualmente distribuido, porque hay en todas partes, en todos los grupos, grados de excelencia) (Bourdieu 1988a: 71).
Sin embargo, esta exposición de las mediaciones entre lo económico y lo cultural, que es lo que lleva a analizar las relaciones de poder, tan convincente y acabada, ¿nos permite explicar las discordancias entre condiciones objetivas y aspiraciones personales? Esta pregunta es ineludible para profundizar en la relación entre diversidad cultural y desigualdades sociales.
Las culturas populares y la diversidad cultural
La homogeneización cultural es afín a la globalización por ser un fenómeno que busca ser totalizador e incluyente, aunque parcial (no es de todos o para todos). Esta inclusión, sin embargo, es etnocéntrica porque subsume las diferencias al modelo de modernidad occidental. Como fenómeno parcial, se destaca la acción de actores por excelencia de la globalización, como son los migrantes transnacionales, los organismos de regulación internacional y los empresarios del mundo (Castells 1999).
En este proceso, los medios de comunicación han tenido un papel protagónico para la distribución de mensajes y productos culturales que forman parte de nuestra vida cotidiana, lo que ha permitido, desde la perspectiva de algunos autores, “la construcción de un imaginario mundial” y la “democratización” de la cultura cuando la alteridad y lo popular se fusionan (Ortiz 1996).
Por otra parte, es necesario reconocer que “lo popular” supone la diferencia y la fragmentación; por lo mismo, si bien la “modernidad-mundo” se basa en el consumo individualizado, se requiere estudiar las estrategias diferenciales de apropiación de estos productos culturales y las nuevas formas en las que se construye “la distinción” y el “gusto masificado”. Ulf Hannerz (1998), por ejemplo, propone no pensar a las culturas populares como “indefensas” frente a la globalización; como consumidores pasivos de objetos y productos “chatarra” o de desecho de los países avanzados.
Aunque “existen antenas de televisión en todo el mundo”, señala, lo importante es estudiar cómo se ejerce esta influencia, por qué ciertos productos viajan mejor que otros, y la manera como la gente, las organizaciones y las comunidades también usan estos medios para difundir y dar a conocer sus propios movimientos y opciones culturales. Aquí puede resultar de especial relevancia la propuesta de Bourdieu para explicar cómo se construyen las relaciones de poder desde la cultura. Su propuesta nos obliga a cuestionar los efectos de la publicidad y preguntar sobre la influencia de los medios de comunicación en las audiencias no en relación con los mensajes que buscan transmitir, sino por el modo como las personas consumen ciertos objetivos o manifiestan, por ejemplo, sus preferencias televisivas.
Para Bourdieu, los cambios y transformaciones de los modelos culturales y de valores no son el resultado de sustituciones mecánicas entre lo que se recibe del exterior y lo propio, entre las tradiciones y las costumbres del lugar de origen y el nuevo contexto que se encuentra gracias a la migración (Bourdieu 1999). Considera que no cambian al mismo ritmo las estructuras económicas y las disposiciones culturales. Coexisten, afirma, tanto a nivel individual como colectivo. Para comprender los procesos de adaptación, sugiere estudiar esta coexistencia de las nuevas condiciones y las disposiciones adquiridas con anterioridad.
Explica, por ejemplo, cómo las relaciones de parentesco, de vecindad y de camaradería tienden a reducir el sentimiento de imposición de una arbitrariedad que sienten los migrantes cuando carecen de control sobre sus nuevas condiciones de vida, cuando buscan trabajo, vivienda o educación para sus hijos. En el remolino que engendra el traslado, los migrantes están obligados a innovar e inventar prácticas que les permitan adaptarse. Para Bourdieu, el habitus es el principio generador de éstas, pero de acuerdo con las coyunturas y las circunstancias en contextos específicos (Bourdieu y Wacquant 1995: 90). Es decir, nos alerta a no olvidar los límites que imponen las condiciones objetivas, y las negociaciones que las personas establecen con sus propias tradiciones y costumbres.
William Rowe y Vivian Schelling (1993), por ejemplo, para explicar la diversidad cultural que se construye a partir de las desigualdades sociales, recuerdan que lo popular “se vio condicionado en una forma determinante por su posición en la periferia del sistema capitalista mundial” (p. 63), lo que generó grandes disparidades al interior de las sociedades dependientes. Lo popular, casi siempre identificado con lo rural o lo tradicional, en el campo y en la ciudad, con la migración no desaparece, por el contrario, “condujo al surgimiento de complejas formas mixtas de vida social, caracterizadas por la articulación de elementos precapitalistas y capitalistas” (op. cit.: 64). En el caso de México, el crecimiento urbano de las grandes ciudades permitió la incorporación de antiguos pueblos y barrios a la mancha urbana, lo que no condujo al exterminio de formas de organización comunitaria, instituciones y prácticas como las fiestas del santo patrón que cada año convocan a la población a refrendar la identidad local y, a partir de este eje, negociar sus condiciones de vida (ver Safa 1998).
En esta misma línea, Néstor García Canclini (1989) cuestiona las delimitaciones claras entre lo tradicional y lo moderno, y pone en entredicho la separación arbitraria entre lo culto, lo popular y lo masivo, ya que no se halla “donde nos habituamos a encontrarla” (p. 14). Propone “generar otro modo de concebir la modernización latinoamericana: más que como una fuerza ajena y dominante, que operaría por sustitución de lo tradicional y lo propio, como los intentos de renovación con que diversos sectores se hacen cargo de la heterogeneidad multitemporal de cada nación” (op. cit.: 15). En este contexto de cambios y reacomodos característicos del mundo contemporáneo, la diversidad no sólo permanece, sino, gracias a la cercanía, es más evidente y cotidiana. Por lo mismo, es una época en la que las culturas populares se manifiestan en ropajes muy diversos y, a veces en tensión, se fortalecen los sentimientos nacionales, étnicos e identitarios.
Un pensamiento similar lo desarrolla Ulf Hannerz (1992) cuando propone pensar tanto la autonomía como el desdibujamiento de las fronteras entre las culturas como “un asunto de grado y no como un hecho”, ya que “si la cultura no es un todo integrado tampoco se encuentra desintegrada”. Sería un grave error pensar que “las culturas populares” se encuentran moribundas y en vías de extinción gracias a los intentos de homogeneización que la mundialización de la cultura promueve; por el contrario, se entremezcla con lo moderno no como algo ajeno y extraño, o como reminiscencias del pasado.
Ni la cultura popular ni las identidades ¬individuales o colectivas¬ son estáticas o ahistóricas; por el contrario, se construyen y reconstruyen en el movimiento que provoca la migración, por la exposición cotidiana a los mensajes transmitidos por los medios de comunicación, por la generalización y acceso a la educación, y sobre todo porque están vivas. Si bien es válida la crítica a muchos movimientos locales que se articulan a la identidad comunitaria y a las tradiciones “por su olor a pasado, por su pesadez, por ser la base de nuevos fundamentalismos, por su cuota de exclusión y localismo” (Ortiz 1996), no hay que olvidar que se activan porque persisten, o se profundizan, las desigualdades sociales y culturales.
Las culturas populares: en desventaja pero contemporáneas
En suma: la globalización unifica e interconecta, pero también se estaciona de maneras diferentes en cada cultura. Quienes reducen la globalización al globalismo, a su lógica mercantil, sólo perciben la agenda integradora y comunicadora. Apenas comienzan a hacerse visibles en los estudios sociológicos y antropológicos de la globalización su agenda segregadora y dispersiva, la complejidad multidireccional que se forma en los choques a hibridaciones de quienes permanecen diferentes. Poco reconocidas por la lógica hegemónica, las diferencias derivan en desigualdades que llegan en muchos casos hasta la exclusión (Néstor García Canclini 1999: 4).
En este ejercicio, considero que el concepto de habitus de Bourdieu no sólo continúa vigente, sino que su preocupación por el estudio del poder en la cultura es ineludible. Las ciudades, más que las zonas rurales; los sectores de las clases altas y medias, con mejor nivel educativo y recursos económicos y educativos, más que los sectores populares; los “cosmopolitas” y menos los “espectadores” del mundo, acompañan mejor a la globalización y a la “mundialización” de la cultura. La migración legal e ilegal expone a estos sectores a nuevos panoramas culturales. En ellos se insertan de acuerdo con sus propios patrones y tradiciones culturales, y también, como afirma Bourdieu, en una posición de subordinación y fragilidad por el racismo, el maltrato y la discriminación.
Considero dudosa la “democratización” de la cultura que la globalización fomenta cuando algunas manifestaciones de “lo popular” entran en el circuito cultural mundializado como ejemplo de “lo exótico”. En el mundo contemporáneo, la diversidad cultural no es sinónimo de pluralidad. La “diferencia”, vinculada a condiciones de desigualdad, dibuja el rostro de una multiculturalidad jerarquizada, fragmentada y excluyente. Lo anterior permite pronosticar un futuro poco alentador para los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Esto es así, como señala Bourdieu, porque la cultura importa como un asunto que no es ajeno a la economía y a la política.
Referencias bibliográficas
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La batalla por las comunidades

La batalla por las comunidades

Por Mario Vega*
Jueves, 9 de Julio de 2015

Al hablar de la violencia social se afirma con frecuencia que un elemento para lograr su mitigación es la recuperación de los territorios por parte de los cuerpos de seguridad. Dado que la confrontación entre autoridades y pandillas no es una guerra de posiciones, más que de territorios geográficos se trata de conquistar las comunidades que viven en esos territorios. Las pandillas, nacen, viven, se nutren y se multiplican con las comunidades. Son el ámbito natural en el cual se mueven, pues son el resultado de lo que la sociedad es.

Por su parte, la policía comunitaria es un esfuerzo de las autoridades por insertarse en el tejido social para que los ciudadanos vean a las fuerzas del orden como aliados. Es un intento por disputar la confianza de las comunidades a las pandillas y poder incidir con acciones de prevención a la violencia al mismo tiempo que se la combate con los recursos de ley.

Los logros que la estrategia de la policía comunitaria puedan producir son desbaratados por la estrategia de los batallones de reacción inmediata que no reconocen otros protocolos o procedimientos que los del uso desmedido de la fuerza. Ingresan a las comunidades enmascarados, portando armas de guerra, con despliegue de helicópteros y tanquetas, derribando puertas con almádanas y deteniendo a quienes olvidaron sus documentos o que simplemente se encontraban en sus casas.

Los falsos positivos, o personas inocentes que son detenidas y presentadas como culpables o sin las pruebas requeridas para su detención, constituyen una violación a los derechos humanos y uno de los elementos que mayor repulsión produce en las comunidades.

La misma Policía Nacional Civil reporta que el 84% de las personas que captura quedan posteriormente en libertad, no sin antes haber sido humillados, expuestos a los medios de comunicación, a veces golpeados, y perdiendo empleos por encontrarse detenidos. De un total de 17,534 detenciones que ha realizado en los primeros seis meses del año, solamente 1,630 tenían orden administrativa y otros 1,300 orden judicial de arresto. Los restantes 14,604 fueron detenidos sin que se les imputara ningún delito. Solamente por el criterio subjetivo de algún agente u oficial.

Las capturas arbitrarias tienen como objeto el dar la impresión de eficacia, tanto hacia las jefaturas de la PNC y del Ejército, como ante la opinión pública. Para efectos de combate al delito no tienen ningún resultado y en la batalla por ganar el favor de las comunidades son una gran pérdida en lugar que algo que los vecinos agradezcan.

En el icónico caso del asesinato de dos soldados que custodiaban una estación del Sitramss, de las 53 capturas que se produjeron, todos quedaron en libertad. Aun cuando se mencionó que el hombre que fue fotografiado al huir del lugar de los asesinatos había sido capturado, días después se reconoció que tal cosa era un error. A pesar del operativo de fuerza y de las múltiples capturas ninguno de los hechores auténticos ha sido detenido.

Estas acciones de fuerza que no poseen ninguna eficacia contra el delito, deterioran cada vez más la poca confianza que la ciudadanía tiene en las autoridades. Si esto no se corrige pronto, las inversiones que se planean como parte de la implementación del Plan El Salvador Seguro, del Consejo Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana, no producirán los resultados esperados. Serán acciones semejantes a las de Conara en tiempos de la guerra. Un intento infructuoso por ganar a las comunidades.

*Colaborador de El Diario de Hoy.

Schafik Handal y su amistad con Raúl Castellanos Figueroa

Schafik Handal y su amistad con Raúl Castellanos Figueroa Roberto Pineda 10 de julio de 2015

La inesperada muerte en Moscú en octubre de 1970, del dirigente comunista salvadoreño Raúl Castellanos Figueroa, entristeció a centenares de luchadores sociales y militantes del PCS de esa época. Y ocasionó que los comunistas desafiaran al régimen militar y salieran de la clandestinidad a marchar acompañando sus restos mortales por las calles de San Salvador, con la bandera roja de la hoz y el martillo, por vez primera después de la derrota de la revolución de enero de 1932.

Raúl, de 46 años, docente de la UES, militante del PCS desde 1950, hijo del también comunista Jacinto Castellanos Rivas y esposo de la revolucionaria costarricense Rosa Braña, había pertenecido al comité secreto de huelga que logró en mayo de 1944 la renuncia del General Martínez, y fue uno de los dirigentes principales del Frente Nacional de Orientación Cívica, que enfrentó victoriosamente al Coronel José María Lemus, así como del Partido Revolucionario Abril y Mayo.

Era una persona muy respetada y apreciada. En el cementerio Schafik Handal pronunció las palabras de despedida para este cercano amigo y camarada de lucha. Con lagrimas en los ojos, y voz entrecortada, inició Schafik afirmando que “es grande la tristeza que oprime los corazones de nosotros, los comunistas, en este momento en que cumplimos la dolorosa tarea de entregar a la madre tierra los restos de nuestro querido camarada, Raúl Castellanos Figueroa.”

“Recordamos aquellas audaces tareas tuyas como Director de Opinión Estudiantil clandestina que desafiando la persecución policial, salía a las calles, y recorría d emano en mano del innumerable pueblo, serpenteando o restallante como látigo de castigo sobre las espaldas de la sanguinaria tiranía del General Maximiliano Hernández Martínez.”

Agrega que “recordamos tu valiente y ejemplar trabajo como miembro de aquel glorioso Comité de Huelga estudiantil que organizó y dirigió hasta la victoria la Huelga General de Brazos Caídos que derrumbó a Martínez el 9 de mayo de 1944, cuando éste ahogaba en sangre contra el paredón de los fusilamientos a mansalva en las calles de San Salvador, a tantas decenas de patriotas, civiles y militares, que el 2 de abril se alzaron en armas contra la tiranía.”
Enfatiza que “aunque nuestro Partido era en extremo débil, sus miembros, desde su dirigencia hasta la base, participaron en los combates de Abril y Mayo de 1944, incluso con los fusiles del inolvidable 6o. Regimiento de San Salvador y del 5to. Regimiento de Santa Ana.”
Recuerda que en plena guerra fría “era muy difícil entonces decidirse a tomar el camino de los comunistas, pero tú, Raúl, te hiciste comunista en esos años, cuando la victoria revolucionaria apenas podía vislumbrarse en el lejanísimo porvenir, más como una deducción teórica que como una posibilidad reala la vista de todos, como sí lo es soy.”
“Y más difícil aún resultaba unirse al Partido Comunista de El salvador, aplastado bárbaramente en 1932, cuando aún no había cumplido dos años de existencia y desde entonces calumniado sin posibilidad de respuesta ni defensa, perseguido implacablemente, reducido a la mínima expresión de un puñado de un puñado de firmes obreros, campesinos e intelectuales revolucionarios.”
Indica que “Raúl al conocer la noticia de tu muerte, hemos recordado que te hiciste miembro de la Juventud Comunista en México, en estas condiciones difíciles para el socialismo y para el movimiento comunista del mundo, cuando eras allá un brillante alumno de la Facultad de Economía. “
“Y hemos recordado que retornaste a nuestro país en 1950 y que, despreciando las magnificas oportunidades que se te abrían para que hicieras carrera y amasaras fortuna como funcionario público, preferiste tomar un lugar ene e combate y sacrificio en este querido Partido Comunista nuestro, que estaba entonces soterrado bajo la montaña de la difamación esparcida a diario durante 18 años, soterrado en la clandestinidad profunda, inexistente para la casi totalidad de nuestro pueblo trabajador, a cuya causa se encuentra entregado invariablemente desde su fundación , un soleado día de marzo de 1930 a orillas del Lago de Ilopango.”
Subraya Schafik que “hemos recordado Raúl, las persecuciones de 1951 y 1952, la valiente y serena actuación tuya en la clandestinidad personal, reagrupando las escasas y dispersas fuerzas de nuestro maltratado Partido y del renacimiento del movimiento obrero sindical, cuya destrucción era el verdadero objetivo de la reacción que nos reprimía con el pretexto de truculentas historietas sobre inventados planes del Partido Comunista para un levantamiento armado.”
“Hemos recordado, Raúl, tu anónimo trabajo de años ayudando a la formación de los militantes obreros y campesinos, tu trabajo anónimo formando a los jóvenes comunistas universitarios. A muchos de nosotros tu nos guiaste en nuestros primeros pasos, cumpliendo la tarea que te había encomendado el Comité Central. Hemos recordado, Raúl, tu trabajo de organización e impulso a la solidaridad con el pueblo cubano cuando luchaba por derribar la tiranía de Batista y en su patria las calles de las ciudades y las escarpadas alturas de la Sierra Maestra parían héroes y mártires…”
Comparte que “en octubre de 1962 te capturó la policía precisamente cuando en la Plaza Libertad, y bajo la persecución que ya casi duraba dos años en contra tuya y de decenas de de nosotros, saliste, como tantas otras veces, para encabezar a solidaridad de nuestro pueblo hacia Cuba Socialista, que sufría el bloqueo militar de Estados Unidos, la inminente amenaza de los bombardeos y el sangriento desembarco de los marinos yanquis.”
“Hemos recordado, Raúl, estos últimos veinte años de la vida de nuestro Partido y de tu vida y hemos comprobado que no se puede separar una de la otra. Tus horas, meses y años han estado intima y totalmente ligados a la vida de nuestro Partido, a las luchas promovidas por él, a las luchas de los trabajadores.”
“Fuiste siempre un gran impulsor de la solidaridad de nuestro Partido y nuestro pueblo con la lucha de todos los pueblos del mundo. Desarrollaste en nuestras filas el cariño y la fraternidad hacia el gran partido de Lenin, el Partido Comunista de la Unión Soviética, hacia los Partidos Comunistas y Obreros que gobiernan y dirigen la construcción de la nueva sociedad en los países socialistas de Europa, Asia y América.”
Indica Schafik que “fuiste tú, Raúl, quien pronunció el año pasado el último discurso de nuestra campaña de denuncia contra el peligro de guerra entre El Salvador y Honduras, campaña de denuncia del fondo reaccionario y anti-popular de esa guerra y del papel criminal que en ese conflicto jugaba el imperialismo yanqui y las oligarquías terratenientes y capitalistas en general de ambos países. Apenas unas horas antes del estallido de la guerra, tu pronunciabas en Santa Ana ese discurso del más profundo amor al pueblo salvadoreño y al pueblo hondureño y encendido en llamas de quemante acusación contra los explotadores de los dos pueblos…”
Enfatiza que “Raúl fue un firme partidario de la unificación de las fuerzas democráticas y populares de nuestro país. Son testigos de sus afanes unitarios, los dirigentes de todos los partidos y organizaciones sociales democráticas en nuestro país. Raúl combatió el sectarismo en nuestras filas y se ganó el cariño de todos los que, fuera de ellas se relacionaron con él, lucharon o trabajaron junto con él.”
Agrega que “Raúl fue un intransigente defensor de la unidad interna del Partido Comunista de El Salvador y la defendió siempre, convencido de que la unidad de los comunistas dentro de su Partido es una condición decisiva y una garantía para promover y desarrollar la organización, la lucha y la unidad de la clase obrera y de todo el pueblo.”
“Camarada Raúl! Has llegado al final de tu primera jornada de lucha revolucionaria…Al finalizar esta primera jornada has hecho de tu muerte un postrer aporte a la causa de nuestro Partido, rompiendo la conspiración de silencio , el bloqueo de silencio mantenido en su contra durante 30 años. Tú has hecho Raúl, que nuestro pueblo sepa hoy que existe el Partido Comunista de El Salvador…”
Explica que “nuestro Partido ha sufrido mucho, tú lo sabes bien. Se cuentan por miles nuestros muertos y no hay cárcel del país que no esté ligada a nuestra historia. Quisiéramos reunir a todos nuestros muertos, pero no podemos porque sus huesos desaparecieron en la humedad de la tierra de los zanjones donde fueron sepultados después de masacrarlos. Sólo unos cuantos están aquí regados en estos cementerios, pero aunque solo sea a estos, los iremos reuniendo aquí en esta tumba junto contigo Raúl.”
“Con el tiempo y de acuerdo a nuestras posibilidades vendrán aquí Martí, Luna, Agustín Farabundo, Alfonso Zapata, Saúl Santiago Contreras, Oscar Gilberto Martínez, Modesto Ramírez, Ismael Hernández, Fidelina Raimundo y tantos otros. Raúl ahora comienzas tu segunda y eterna jornada revolucionaria ¡ Ya no estarás físicamente presente , pero tus opiniones, tus enseñanzas, tu ejemplo, continuaran sirviendo por siempre a nuestro Partido, formarán nuevas generaciones de comunistas, y cuando la revolución triunfe en nuestro país, ayudarán a educar a todo el pueblo.”
Se despide Schafik en nombre de “todos y cada uno de los miembros de nuestro Partido Comunista. Créeme que cada una de estas palabras nos duelen a todos…Compañero, amigo, camarada…adiós.”

La visita del Papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay es una visita diferente.

La visita del Papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay es una visita diferente. Roberto Pineda 9 de julio de 2015

La actual cabeza de la iglesia universal, el Papa Francisco I, visita al continente de la lucha y la esperanza. El norte visita al sur. El Vaticano visita a sus provincias de la fe. Es el encuentro de dos mundos. Ya había ocurrido en el pasado. Hay continuidad y ruptura, pero más ruptura que continuidad. Juan Pablo II visitó Nicaragua en 1983 y regañó al sacerdote sandinista Ernesto Cardenal. De la misma manera Benedicto XVI visitó América Latina sin pena ni gloria. Pero esta visita es diferente.

El mundo del capitalismo globalizado es el mismo pero la visita es diferente. Antes las cabezas europeas del Vaticano venían y se sorprendían por la increíble pobreza de los pobres y se apiadaban de ellos. Hoy el Papa Francisco viene y denuncia la pobreza y se reúne para escuchar a los pobres que luchan contra la pobreza.
Y reconoce con simpatía el camino de la lucha como medio para superarla a la vez que identifica y condena a los que se aprovechan de esta. Es la solidaridad y el respeto de Baltazar, Melchor y Gaspar ante la luz que irradia la estrella de la esperanza. Ya no es una estrella solitaria.

El mundo del capitalismo globalizado es el mismo pero el mensaje del Papa es diferente. Nacido en la Argentina de Gardel, del Che y de Evita Perón, es un Papa que habla desde el idioma de los oprimidos, de los que sufren, pero también desde el idioma de la rebeldía, de la fe en la resistencia, de los que sueñan con un mundo nuevo, como lo soñó Jesús de Nazaret y sus seguidores.

El mundo del capitalismo globalizado es el mismo pero América Latina es diferente. El Papa Francisco visita a dos países, Ecuador y Bolivia, con gobiernos y sectores populares, particularmente indígenas, que encabezan profundos procesos de transformaciones, de recuperación de la soberanía nacional, de enfrentamientos con las oligarquías y el imperio. Es una nueva América Latina que recibe a un nuevo Papa. Es un encuentro subversivo, inédito.

El mundo del capitalismo globalizado es entonces desafiado hoy desde el Vaticano, desde América Latina e incluso desde la Europa de los pueblos, desde la Europa de la Dignidad Popular que en Grecia, en España, en Irlanda, en Portugal, en Italia se enfrenta contra la Europa del Euro, la Europa de la Troika, la Europa de las amenazas y la imposición. La lucha continúa, porque Ecuador, Bolivia, Venezuela y Cuba están en el NO de Grecia. Amén.

Grecia, l’ombra di “Prometeo”

Grecia, l’ombra di «Prometeo»
di Manlio Dinucci

Il futuro della Grecia non sarà dettata dalla condizione economica, ma con la sua scelta di rimanere alleato di Washington o l’interruttore sul lato di Russia e Cina. Il geografo Manlio Dinucci ricordare qui i problema.
Rete Voltaire | Roma (Italia) | 7 luglio 2015
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Il «testa a testa» nel referendum greco, propagandato dai grandi media, si è rivelato una sonora testata nel muro per i fautori interni e internazionali del «Sì». Il popolo greco ha detto «No» non solo alle misure di «austerità» imposte da Ue, Bce e Fmi, ma, di fatto, a un sistema – quello capitalistico – che soffoca la democrazia reale.

Le implicazioni del referendum vanno al di là della sfera economica, coinvolgendo gli interessi politici e strategici non solo di Bruxelles, ma (cosa di cui non si parla) quelli di Washington. Il presidente Obama ha dichiarato di essere «profondamente coinvolto» nella crisi greca, che «prendiamo in seria considerazione», lavorando con i partner europei così da «essere preparati a qualsiasi evenienza». Perché tanta attenzione sulla Grecia? Perché è membro non solo della Ue, ma della Nato. Un «solido alleato», come la definisce il segretario generale Stoltenberg, che svolge un ruolo importante nei corpi di rapido spiegamento e dà il buon esempio nella spesa militare, alla quale destina oltre il 2% del pil, obiettivo raggiunto in Europa solo da Gran Bretagna ed Estonia.

Nonostante che Stoltenberg assicuri «il continuo impegno del governo greco nell’Alleanza», a Washington temono che, avvinandosi alla Russia e di fatto alla Cina, la Grecia di Tsipras comprometta la sua appartenenza alla Nato. Il premier Tsipras ha dichiarato che «non siamo d’accordo con le sanzioni alla Russia» e, al vertice Ue, ha sostenuto che «la nuova architettura della sicurezza europea deve includere la Russia». Nell’incontro Tsipras-Putin, in aprile a Mosca, si è parlato della possibilità che la Grecia diventi l’hub europeo del nuovo gasdotto, sostitutivo del South Stream bloccato dalla Bulgaria sotto pressione Usa, che attraverso la Turchia porterà il gas russo alle soglie della Ue [1].

Vi è inoltre la possibilità che la Grecia riceva finanziamenti dalla Banca per lo sviluppo creata dai Brics (Brasile, Russia, India, Cina, Sudafrica) e dalla Banca d’investimenti per le infrastrutture asiatiche creata dalla Cina, che vuole fare del Pireo un importante hub della sua rete commerciale.

«Una Grecia amica di Mosca potrebbe paralizzare la capacità della Nato di reagire all’aggressione russa» [2], ha avvertito Zbigniew Brzezinski (già consigliere strategico della Casa Bianca), dando voce alla posizione dei conservatori. Quella dei progressisti è espressa da James Galbraith, docente di relazioni di governo e business all’Università del Texas, che ha lavorato per alcuni anni con Yanis Varoufakis, divenuto ministro delle finanze greco (ora dimissionario), al quale ha fornito «assistenza informale» in questi ultimi giorni [3].

Galbraith sostiene che, nonostante il ruolo svolto dalla Cia nel golpe del 1967, che portò al potere in Grecia i colonnelli in base al piano «Prometeo» della Nato, «la sinistra greca è cambiata e questo governo è pro-americano e fermamente membro della Nato». Propone quindi che, «se l’Europa fallisce, possono muoversi gli Stati uniti per aiutare la Grecia, la quale, essendo un piccolo paese, può essere salvata con misure minori, tra cui una garanzia sui prestiti» [4].

Ambedue le posizioni sono pericolose per la Grecia. Se a Washington prevale quella dei conservatori, si prospetta un nuovo piano «Prometeo» della Nato, una «Piazza Syntagma» sulla falsariga di «Piazza Maidan» in Ucraina. Se prevale quella dei progressistiti, una operazione di stampo neocoloniale che farebbe cadere la Grecia dalla padella nella brace. L’unica via resta quella di una dura lotta popolare per la difesa della sovranità nazionale e della democrazia.
Manlio Dinucci

Fonte
Il Manifesto (Italia)

[1] “Möglicher Deal zwischen Athen und Moskau : Griechenland hofft auf russische Pipeline-Milliarden”, Von Giorgos Christides, Der Spiegel, 18. April 2015. «Poutine et Tsípras examinent le projet Turkish Stream», Anadolu Agency, 7 mai 2015. «Soutenu par Poutine, Tsípras signe un accord avec Gazprom», par Benjamin Quenelle, Les Échos, 22 juin 2015.

[2] « La Grèce pourrait “paralyser” l’Otan, estime Brzezinski », AFP, 25 mars 2015.

[3] Modeste proposition pour résoudre la crise de la zone euro, Yánis Varoufákis, James K. Galbraith et Stuart Holland (préface de Michel Rocard), Les Petits matins,‎ 2014 (ISBN 978-2363831248)

[4] “US must rally to Greece”, James K. Galbraith, The Boston Globe, February 19, 2015.

Literatura Nicaraguense

Literatura Nicaraguense
Capitulo
Sergio Ramírez

Antecedentes

Raíces del mestizaje.

La cultura contemporánea de Nicaragua es, como toda la cultura latinoamericana de hoy, producto de un mestizaje en el que participan diversos elementos; vale decir, de la fusión de vertientes culturales que se arraigan en el mundo indígena náhuatl, maya, chorotega, conforme las corrientes migratorias que bajaron del norte desde México; y rama-chibcha, sumo y mísquito, conforme las que bajaron del sur. En este sentido, por su posición geográfica, situada en el ombligo mismo de América, Nicaragua ha sido desde la remotidad de los tiempos una tierra de confluencias, tanto humanas como ecológicas. Aquí confluyeron razas aborígenes, y también la flora y la fauna del continente.

Nuestra mestizaje se nutre luego de aportes europeos, especialmente el español peninsular al producirse la conquista, cuyo aporte más trascendental es la lengua castellana. Pero este mestizaje tiene, además, la particularidad de un doble signo: uno predominantemente indígena y español hacia la costa del océano Pacífico, y otro predominantemente indígena, negro y británico, hacia la costa del Caribe, cuyo aporte más visible es el inglés como lengua. Sin embargo, el elemento negro está presente en ambas culturas mestizas.

Las artes y las letras de Nicaragua, por lo tanto, no son ajenas a la condición esencial de este mestizaje múltiple, que se refleja en nuestra propia identidad cultural. La arquitectura, la pintura, la escultura, los textiles, la cerámica, las costumbres y usos culturales, el habla diaria, y la literatura oral y escrita, revelan la confluencia de todos esos aportes, que se presentan entreverados, y de su misma mezcla nace la hermosa riqueza de nuestra cultura.

Poco queda y poco se sabe de la literatura indígena. Los códices precolombinos, los primeros o más remotos libros hechos sobre tiras de cuero de venado, “tan largas como diez o doce pasos y tan anchas como una mano”, según el cronista, que eran una suerte de plegables, fueron destruidos y quemados por Fray Francisco de Bobadilla, en una plaza pública de lo que hoy se conoce como el antiguo casco urbano de Managua, y su pictografía, que fue la primera forma de escritura, ha quedado, por tanto, perdida también desde la segunda década del 1500.

No obstante, suele afirmarse que el vestigio literario más antiguo se debe a los nicaragua, tribu náhualt coetánea de los chorotegas, y que consiste en un himno religioso al sol. Gracias a hallazgos producidos en los siglos XIX y XX, se conocen algunos pocos poemas de los indios subtiavas. Y en lo que respecta al Caribe, han sobrevivido poemas sumos, canciones miskitas, un canto caribe y un texto rama, lengua esta última, por desgracia, en franco proceso de extinción. Hay también hermosos ejemplos de cuentos maygnas (o sumos) y miskitos, conservados en la tradición oral y recogidos por investigadores.

Los cronistas de Indias.

Los cronistas españoles que acompañaron a los conquistadores, o que protagonizaron ellos mismos hazañas de conquista, nos dejaran las primeras noticias sobre el territorio nicaragüense, y un testimonio de las impresiones que les produjo esta pequeña parte del Orbe Novo, avistada por Cristóbal Colón en su cuarto y último viaje en 1502. Las crónicas españolas constituyen fuentes indiscutibles de nuestra antropología, de la historia, y de nuestra literatura, sobre todo porque su lenguaje descriptivo, hermoso en sus precisiones sobre el mundo nuevo que el ojo de los cronistas va descubriendo, es fruto del asombro ante la maravilla de lo desconocido.

La crónica de mayor antigüedad sobre Nicaragua la hallamos en el libro Décadas del Nuevo Mundo, de Pedro Mártir de Anglería, escrito en latín entre 1494 y 1526, en los albores de la conquista, y donde se refiere a la expedición de Gil González Dávila; y, entre otras cosas, a las plazas y la orfebrería, y el sacrificio de víctimas humanas por los aborígenes.

No menos importante es también la Historia General y Natural de las Indias, del capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, “primer cronista del Nuevo Mundo”, aparecida en 1526, donde encontramos un inventario sin precedentes sobre nuestra naturaleza, pájaros, frutos, árboles; y noticias hoy preciosas sobre los pobladores aborígenes, sus costumbres y sus formas de organización social. Entre otros muchos, también hace referencia a nuestro país Fray Bartolomé de las Casas, principalmente en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, del año 1552.

Los bucaneros y corsarios.

Documentos de gran valía son también los relatos y crónicas de los corsos y piratas ingleses, franceses y holandeses que tuvieron por teatro de sus correrías la costa del Caribe, y en ocasiones lograron penetrar hasta Granada, el puerto más importante, en el Gran Lago de Nicaragua; los poblados de Las Segovias, remontando los ríos; y el puerto del Realejo y la ciudad de León, en el Pacífico.

La geografía de Nicaragua, abierta tanto al océano Pacífico como al mar Caribe, y en este último teatro, a la lucha entre la corona española y la corona inglesa por su dominio, crea una dualidad de vivencias, de las que no podemos separar las aventuras de estos corsarios, que dejaron testimonio de sus aventuras en libros cargados de valor literario. Los más importantes de entre ellos son Piratas de América de John Esquemeling, cirujano de la expedición de Henry Morgan para la toma de Portobelo en 1668, publicado en Holanda en 1678, y que contiene valiosas referencias sobre Nicaragua; y Un nuevo viaje alrededor del mundo de William Dampier, aparecido en Londres en 1697, y que habría de influenciar a Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver (1726), y a Daniel Defoe, autor de Robinson Crusoe (1719); en efecto, la historia del náufrago solitario, abandonado en una isla desierta, está contenida en el capítulo VI de la obra, que habla “del mískito (nicaragüense) que vivió solo durante más de tres años en la isla de Juan Fernández, su habilidad y astucia”.

La literatura oral del mundo rural.

A lo largo del período colonial, nuestra literatura es fundamentalmente anónima y oral, fruto de la hacienda ganadera que convoca a los peones alrededor de las fogatas. Es en ese espacio de comunicación se difundirán y mutarán, bordoneados en las guitarras, los romances llegados de España, que todavía sobreviven, y allí mismo nacerá nuestra narrativa híbrida, que se transmitirá en delante de generación en generación, y de boca en boca. De parecida manera, los cuentos del Caribe que han llegado hasta nosotros, se inventan en las pequeñas aldeas de pescadores indígenas juntos a los ríos, con una carga muchas veces religiosa, de tributo a la naturaleza deificada.

Esta tradición oral se vuelve, así, la mejor expresión de nuestro mestizaje cultural, y de allí nacen las leyendas, las consejas, los cuentos de camino (como el del Tío Coyote y el tío Conejo), donde los animales pasan a encarnar la condición humana, con todas sus trampas, astucias y debilidades; las que se refieren a deidades de origen claramente indígena (la Cegua, mujer encantada que atrae a la perdición a los hombres descarriados; el Cadejo, un perro mítico de doble naturaleza: el Cadejo negro, que persigue a los transgresores nocturnos; y el Cadejo blanco, que ampara en los caminos a los bien portados). Surgen también en los ambientes de las ciudades coloniales las historias de aparecidos incubadas en los ambientes nocturnos, que se prestan para el temor, el que a su vez despierta la imaginación (frailes sin cabeza, jinetes fantasmas, como en el caso de Arrechavala, muy popular en la ciudad de León).

La poesía de la época colonial es también anónima, y se expresa en dos vertientes: una popular, que tiene un claro origen español y que se expresa en los romances, ya mencionados, escritos para cantarse, y que cuentan historias de amor desgraciados; la otra es culta, escrita por frailes y letrados, y su ánimo es más que nada religioso, de alabanza a Dios y comunicación espiritual con la divinidad, (cantos y loas a la Virgen María, novenas y trisagios). Dentro de este género culto debemos situar también las piezas de teatro destinadas a representarse en los portales de las iglesias y en las plazas (logas al Niño Dios, pastorelas), también bajo inspiración religiosa.

El Güegüense, síntesis del mestizaje.

Pero nuestra literatura mestiza de la colonia tiene su más acabada expresión en El Güegüense o Macho Ratón, comedia bailete, de procedencia anónima, escrita a mediados del siglo XVII en una mezcla de español y náhuatl. Recogida por el investigador alemán Carl Hermann Berendt en Masaya en 1874, quien la copió de los papeles conservados por el doctor Juan Eligio de la Rocha, fue difundida en 1883 por el estadounidense Daniel G. Brinton.

Esta “comedia maestra”, como la calificó José Martí, se solía representar durante las fiestas patronales en las calles de Nandaime, Masaya, Catarina, Niquinohomo, Masatepe y Diriamba, los pueblos de la meseta, por actores populares enmascarados y vestidos con los trajes de vistoso colorido que corresponden a los personajes de la obra, una tradición ya perdida.

Mucho se ha escrito sobre El Güegüense, relacionando a sus personajes con la esencia del ser nicaragüense, principalmente el propio Güegüense, el anciano comerciante, matrero y enredador, que se finge sordo frente a la autoridad encarnada por el Gobernador Tastuanes, y trata de confundir también al Alguacil Mayor, para burlarlo y no pagar los impuestos a la corona; un papel de burla y enredo en que la ayudan sus don Forsico, su hijo, y don Ambrosio, su hijastro.

El ingenio y la picardía, expresados en frases de doble sentido, vienen a ser una forma de resistencia embozada frente al poder y la burocracia. Como señala Jorge Eduardo Arellano, El Güegüense “funde el teatro y la danza, la denuncia social y el elemento lírico, el lenguaje formalista y el procaz, la resignación y el insulto, la conciencia rebelde y el pacto cómplice; asimismo, logra a la perfección al protagonista, producto del ser esencialmente mestizo”.

El Güegüense, es una obra plena de valores literarios y lingüísticos. Pero desgraciadamente no fue capaz de generar una tradición teatral en el país; y el teatro sigue siendo hasta hoy el más débil y esporádico de nuestros géneros literarios.

Del período colonial son también los informes y escritos burocráticos que se alejan de cualquier género creativo; salvo la mención que debemos hacer de la crónica de la visita pastoral del Obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz, de mediados del siglo XVIII, donde hace una extensiva relación de los poblados nicaragüenses, con minuciosidad y gracia.

Los viajeros.

Los albores de la época republicana son precarios. A diferencia de Guatemala, donde surgió una literatura ligada a las ideas liberales que animaron la independencia de Centroamérica, proclamada en 1821, y representada principalmente por el narrador José de Irrisari y el poeta José Batres Montúfar, en Nicaragua la primera mitad del siglo XIX es muy pobre en creaciones individuales. Fue un período en que las luchas fratricidas consumieron al país, y no hubo ningún sustento a la estabilidad, al grado que se le conoce como “la época de la anarquía”.

En este punto vale la pena mencionar, sin embargo, a los diplomáticos, arqueólogos y naturalistas extranjeros que viajaron a Nicaragua en diferentes épocas del siglo XIX y escribieron libros sobre sus experiencias, dejando uno testimonio muy vivo de nuestra geografía, de los acontecimientos históricos que les tocó testificar, y de nuestra cultura y costumbres.

Pero para hablar de los viajeros, debemos remontarnos atrás, y mencionar como precursor el libro Nueva relación que contiene los viajes de Tomás Gage en la Nueva España, aparecido en Inglaterra en 1648. Su autor, el fraile irlandés Tomás Gage, un aventurero en cuyo relato es imposible distinguir la fantasía de la realidad, llama allí a Nicaragua “el paraíso de Mahoma”, asombrado ante la exuberancia de la naturaleza.

Los más importantes de entre los viajeros del siglo XIX son Orlando W. Roberts, con su Narración de los viajes y excursiones en la costa oriental y el interior de Centroamérica, publicado en Edimburgo en 1827; Ephraim George Squier, enviado diplomático de los Estados Unidos quien escribió Nicaragua, sus gentes y paisajes, publicado en Londres en 1852, y traducido admirablemente al castellano nicaragüense por Luciano Cuadra; Julius Fröbel, autor de Siete años de viaje por Centroamérica…publicado en Londres en 1859; Pablo Levy, autor de Notas geográficas y económicas sobre la República de Nicaragua, publicado en Francia en 1871; Thomas Belt, autor de El naturalista en Nicaragua, aparecido en Londres en 1874; y Carl Bovallius, quien escribió Viaje por Centroamérica (1881-1883), publicado en Suecia.

LA POESIA

El fenómeno capital de Rubén Darío.

Nicaragua es durante el siglo XIX un país de muy escasa población, la mayor parte de ella analfabeta, y todavía en espera de la modernización económica que las revoluciones liberales habían venido prometiendo en el continente americano desde las luchas de independencia. Y aún a pesar de nuestra marginalidad, y la muy escasa tradición cultural, habrá de ocurrir aquí el suceso de mayor relevancia en la historia literaria del continente, y que conmoverá luego los cimientos de la poesía de habla española: el nacimiento del poeta Rubén Darío en una pequeña aldea rural del departamento de Matagalpa en el año de 1867.

Darío (bautizado como Félix Rubén García Sarmiento), vivió su infancia y adolescencia en la ciudad de León, que era entonces el centro cultural y académico más importante de Nicaragua, sede episcopal y sede universitaria; allí sería conocido como “el poeta niño”, por su asombrosa facilidad de escribir versos rimados, y su fama alcanzaría pronto a toda Centroamérica.

Su primera salida fuera de las fronteras la hizo a El Salvador, en busca de horizontes diferentes; pero en 1886 emprendió su viaje decisivo a Chile, donde publicó Azul en 1888, un libro compuesto de poesías y cuentos que marca el nacimiento del modernismo, y que fue elogiado por Don Juan Valera desde Madrid, en sus Cartas Americanas. En Santiago de Chile haría también sus primeras armas de periodista, un oficio que ejerció con gran éxito toda su vida; desde entonces, comienza a escribir para el diario La Nación de Buenos Aires, fundado por Bartolomé Mitre.

En 1892 viajó por primera vez a España, como parte de la delegación oficial de Nicaragua a las fiestas del cuarto centenario del descubrimiento de América, y se relacionó con los intelectuales consagrados de la época: el propio Valera, doña Emilia Pardo Bazán, Castelar, Núñez de Arce, Campoamor; y el año siguiente recibió el nombramiento de Cónsul de Colombia en Argentina, país al que viajó por la vía de Nueva York, donde se encontró con José Martí, y París, donde conoció a Verlaine.

La vida sentimental de Darío fue muy trágica. Antes de su viaje a Argentina habría de ocurrir, en el trance de dar a luz, la muerte de su joven esposa Rafaela Contreras, con quien se había casado durante su segunda estancia en El Salvador; y el hijo nacido de ese parto fatal, Rubén Darío Contreras, vivió siempre lejos de él. Al enviudar, fue forzado a contraer matrimonio en Managua con Rosario Murillo, un episodio del que siempre conservó dolorosos recuerdos.

En Buenos Aires habría de vivir hasta el año de 1898. Aquella fue una época clave para su obra literaria, reconocido ya en los cenáculos literarios, y mientras su fama se hacía cada vez más creciente en el extranjero. Ese año de 1898 parte para España, comisionado por La Nación para escribir una serie de reportajes sobre las consecuencias de la derrota española en la guerra contra Estados Unidos por la posesión de Cuba; artículos que reunirá más tarde en su libro España Contemporánea (1901).

Es durante este viaje que conocerá a los poetas de “la generación del 98”: Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, los hermanos Manuel y Antonio Machado, Juan de Dios Peza, Azorín, a quienes habrá de capitanear en el movimiento modernista. Este movimiento, que rompe el anquilosamiento de la lengua castellana y le insufla un nuevo aliento renovador, contó también seguidores del otro lado del Atlántico: Amado Nervo, Gutiérrez Nájera, Leopoldo Lugones, Rafael Arévalo Martínez, Barba Jacob, José Santos Chocano.

Es también entonces cuando conoció en Madrid a la mujer que lo acompañaría ya toda su vida, la campesina Francisca Sánchez, (“la princesa Paca”, como solía llamarla Juan Ramón Jiménez), originaria de la aldea de Navalsauz, en la sierra de Gredos. El mismo le enseñaría a leer y escribir, y al hijo de ambos, Rubén Darío Sánchez, lo declaró su heredero universal.

En 1899, encontrándose aún en Madrid, el mismo diario La Nación lo envió a cubrir la Exposición Universal de París, y así habrá quedarse en Francia por una larga época, un período decisivo también en su producción literaria; el gobierno de Nicaragua lo designó entonces Cónsul en esa ciudad. En 1905, apareció en España su libro de poemas más trascendental, Cantos de vida y Esperanza.

A finales del año de 1906 regresó de manera triunfal a Nicaragua. Fue recibido como un héroe en León, Managua y Masaya, entre grandes demostraciones populares que arrastraron al país entero; y al volver a Europa en 1907, presentó cartas credenciales ante el Rey Alfonso XIII como Embajador ante la Corte de Madrid, nombrado por el régimen liberal del General José Santos Zelaya. Difícilmente pudo ejercer este cargo, pues desde Managua le escatimaban los sueldos, y terminó cerrando la embajada para volver, lleno de deudas, a París.

En 1907 se publicó en España otro de sus libros claves, El canto errante, y el año siguiente El viaje a Nicaragua e Intermezzo Tropical; en 1910, también en Madrid, apareció El poema del otoño y otros poemas.

A finales de 1914 dejó para siempre Europa, rumbo a Nueva York, cuando empezaban a soplar ya los vientos de las Primera Guerra Mundial, recién publicado en Barcelona su Canto a la Argentina y otros poemas. Después de una estancia de pocos meses en Nueva York, donde se suponía iba a iniciar una gira continental para predicar a favor de la paz, cansado y enfermo recaló primero en Guatemala, por invitación del dictador Manuel Estrada Cabrera, y a finales de 1915 regresó a Nicaragua, el año en que aparecía, también en Barcelona su autobiografía La vida de Rubén Darío escrita por él mismo.

Murió en León el 6 de febrero de 1916. Sus funerales, que duraron una semana, resultaron apoteósicos, y fue enterrado con honores de Príncipe de la Iglesia en la Catedral Metropolitana, la misma en que había sido bautizado.

La historia de la literatura en lengua española debe de contarse antes de Darío y después de él. Desde América, le tocó descubrir, casi simultáneamente, el romanticismo, el parnasianismo y el simbolismo. Supo de todas las escuelas, de todos los poetas, de pintores y de músicos, de Grecia, de Roma, de Chibcha y Palenque, de la ciencia moderna y antigua, y todo lo que creó, como lo advertía en su tiempo Juan Valera, es “bronce corintio” y es “mármol de Jonia”. Por la magnitud de su creación y de su arte, por sus innovaciones en la métrica y el estilo, Darío dio nombre a toda una época en la lírica del idioma, el modernismo.

Ninguno de los poetas modernistas de América y España, seguidores suyos, puede explicarse sin su influencia. Así como tampoco hubieran sido posibles después Federico García Lorca y Rafael Alberti, o César Vallejo y Pablo Neruda, Jorge Luis Borges y Octavio Paz.

En Nicaragua, Rubén Darío no sólo tiene una significación literaria, sino que encarna la identidad cultural de la nación. El hecho de que un país pobre, desde la oscuridad del siglo XIX haya sido capaz de dar un genio universal de su calibre, representa una síntesis, y a la vez un impulso permanente que habrá de marcar a Nicaragua como entidad nacional.

Por otra parte, Darío funda nuestra literatura, y siendo él moderno, le abre las puertas de la modernidad a esa literatura, que no se quedó estática en la escuela modernista que él mismo fundó, y que ganó en su tiempo muchos adeptos de todo tamaño; por el contrario, su impulso creador fue capaz de engendrar un proceso dinámico que ha dado una generación tras otra de escritores, sobre todo en la poesía, la vertiente más poderosa abierta por Darío en su propia tierra natal, como se verá más adelante.

En este ámbito propiamente tal del modernismo, Nicaragua contará con poetas menores en apariencia que, de haber tenido una verdadera y oportuna difusión, habrían logrado una mayor proyección en América y serían justamente valorados; tal es el caso de Román Mayorga Rivas (1861-1925), anterior realmente a Darío, y quien vivió y escribió en El Salvador; Santiago Argüello (1971-1940), a quien se vio en su época como el sucesor más probable de Darío en Nicaragua, y hoy prácticamente olvidado; Lino Argüello (1887-1937) un poeta bohemio, de creaciones muy populares, romántico y neosimbolista, el poeta de las novias muertas y los amores platónicos exacerbados; todos los anteriores leoneses. Y el provinciano e intenso Ramón Sáenz Morales (1891-1927), nacido en Managua, cuyos acuarelas de la vida rural conservan fresco su encanto; o el epigramático Rafael Montiel (1887-1973), nacido en Masaya.

Los postmodernistas.

Tres poetas nacidos en la ciudad de León —conocidos como los tres grandes— apuntalan de manera vigorosa el proceso cultural orgánico que surge con Rubén Darío: Azarías H. Pallais (1885-1954); Alfonso Cortés (1893-1969) y Salomón de la Selva (1893-1958).

Azarías H. Pallais —el padre Pallais— hizo sus estudios de sacerdocio en Bélgica y en Italia, y solía firmar todos sus poemas “en Brujas de Flandes”. Aparece en los funerales mismos de Rubén Darío pronunciando un discurso magistral que rompía ya con los moldes retóricos. Fue un sacerdote contestario que hizo verdadera profesión de fe por los pobres; rebelde a las jerarquías, y a toda clase de poder, llevó siempre con orgullo su sotana raída, ya fuera como Director del Instituto Nacional de Occidente en León, o como cura párroco del puerto de Corinto, siempre en comunión con la gente pequeña, prostitutas, rateros, borrachines. Al firmar sus poemas “en Brujas de Flandes”, agregaba: “y no pertenece, gracias a Dios, a la Sociedad de Escritores y Artistas Americanos”, repitiendo el dictum de Rubén en su Letanía de Nuestro Señor Don Quijote: “de las epidemias de horribles blasfemias de las Academias, líbranos Señor”.

De este afán de libertad y rebeldía frente al mundo surge también su poesía, que es contestaria de las formas tradicionales, y busca cauces nuevos y experimentales, cantando a las pequeñas cosas, como San Francisco de Asís, con acentos copiados de la propia naturaleza. Sus libros de poesía fueron: A la sombra del agua (1917); Espumas y estrellas (1918); Bello tono menor (1928); Caminos (1931), y Piraterías (1951); y en prosa, El libro de las palabras evangelizadas (1968).

Alfonso Cortés fue víctima de la locura desde la edad de treinta años. Ernesto Cardenal, quien pasó parte de su infancia en León, habría de recordarlo encadenado a la ventana de rejas de la misma casa donde había vivido Darío. Pasó buena parte de su vida en la reclusión de asilos mentales en San José, Costa Rica, y en Managua. Un poeta de honda sustancia metafísica, creó un universo irrepetible, en el que las preguntas sobre la existencia y la muerte, el tiempo y el espacio, tienen una resonancia sideral, como en sus poemas La canción de los astros, y Un detalle (bautizado por José Coronel Urtecho como Ventana).

Como Rimbaud y Lautréamont, su poesía surge de las entrañas del subconsciente, de donde brotan el sueño, el mito, la clarividencia, la alucinación y la locura. Su producción poética fue muy abundante, pero desigual, y sus mejores poemas corresponden a la época de su juventud, cuando entraba ya en el territorio de la alienación mental. Sus poemas más trascendentales fueron reunidos por Ernesto Cardenal en el libro 3O poemas de Alfonso, publicado en Managua en 1952.

Salomón de la Selva marchó a los trece años a los Estados Unidos, con una beca del gobierno del General Zelaya, y fue alumno del prestigioso Williams College, y de la no menos prestigiosa Universidad de Cornell, la misma a la que varias décadas después llegaría Vladimir Nabokov como profesor visitante; allí, según su propio decir, Salomón encontró el mejor de los tesoros para su formación en su vetusta biblioteca. Se formó, por lo tanto, como un poeta de dos culturas y de dos lenguas; figuró entre los colaboradores principales de la legendaria revista Poetry de Chicago, y tuvo estrecha amistad con los escritores norteamericanos contemporáneos suyos, entre ellos Edna St.Vincent Millay, y Stephen Vincent Benet.

Pero también entonces alternó en los círculos socialistas de Nueva York, enamorado de las luchas obreras, convencido de que “al arte era preciso llevar la vida misma con toda su crueldad y su rudeza”. Eran también los tiempos en que Nicaragua se encontraba intervenida militarmente por los Estados Unidos, y su voz habría de alzarse no pocas veces contra el ultraje a nuestra soberanía.

Escribió en inglés los poemas de su primer libro Tropical Town and other poems, publicado en Nueva York en 1918, que es un canto de nostalgia por su tierra natal; y en español el segundo, El Soldado Desconocido, aparecido en México en 1922 con portada de Diego Rivera; este libro, uno de los más bellos de la obra de Salomón, recoge sus experiencias como soldado en Europa durante la I Guerra Mundial, en la que habría de combatir “bajo la bandera del rey don Jorge V; enseña que fue de la madre de mi padre”; ya que Salomón se sentía un mestizo de tres sangres, como canta en ese libro: que un día/ se estremeció mi barro de antigua bizarría/ hispana, inglesa e india, mis tres sangres…

Salomón es el iniciador de la poesía vanguardista en Mesoamérica y el Caribe. Desde los fundamentos de la herencia modernista, volverá siempre a los temas paganos, fiel a las seducciones del mundo grecorromano, a los cuales mezclará los temas indígenas americanos; y para semejante empresa fundadora habría de ser clave su formación literaria sajona.

Vivió años importantes de su carrera literaria en México, y también en Europa, habiendo muerto en París. E igual que Darío, y que Alfonso Cortés, está enterrado en la Catedral de León, un panteón ilustre del que sólo falta el Padre Pallais, que reposa en Corinto. Fuera de los libros de poemas ya mencionados, otros importantes suyos son: Evocación de Horacio (1949); La ilustre familia (1954); Canto a la independencia nacional de México (1955); Evocación de Píndaro (1957); y Acolmixtli y Nezahuatlcóyotl (1958).

El movimiento de Vanguardia.

Hacia 1931, con el llamado Movimiento de Vanguardia, comienza a gestarse en la ciudad de Granada la renovación literaria en Nicaragua, fenómeno que ocurre en los años de la segunda intervención norteamericana, que fueron también los de la lucha por la soberanía nacional emprendida por el General Augusto C. Sandino en las montañas de Las Segovias (1927-1932). De esta manera, el eje de la literatura nacional se desplazaría de León a Granada.

El capitán de este movimiento fue José Coronel Urtecho (1906-1994), quien al regresar de los Estados Unidos, a la edad de 21 años, trajo consigo todo el bagaje de la poesía moderna de los Estados Unidos, una influencia y una marca que habría de permear desde entonces no sólo a la generación de Vanguardia, sino también a toda los poetas nicaragüenses de generaciones sucesivas; la Antología de la poesía norteamericana (Madrid, 1949) que de manera conjunta tradujo con Ernesto Cardenal, viene a ser prueba de ese aporte. Y al mismo tiempo, al volver de Francia para esa misma época Luis Alberto Cabrales (1901-1974), otro de los fundadores del movimiento, la poesía francesa de vanguardia que él importó, completaría una doble influencia decisiva.

Además de los dos poetas antes mencionados, los miembros más destacados del Grupo de Vanguardia, que solían reunirse en la torre de la Iglesia de la Merced, son Pablo Antonio Cuadra (1912); Joaquín Pasos (1914-1947); y además, Octavio Rocha (1910-1986); Alberto Ordóñez Argüello (1913-1991); Luis Downing Urtecho (1913-1983), y el caricaturista y grabador Joaquín Zavala Urtecho (1911-1971), más tarde fundador de la Revista Conservadora, una institución en sí misma para la cultura nacional. Junto con ellos aparece Manolo Cuadra (1907-1957).

Los jóvenes vanguardistas empiezan por romper lanzas no sólo contra la herencia modernista de Darío, que para entonces ha pasado a ser parte de una cultura nacional adocenada y mediocre, sino también contra los valores y los estilos de vida de la burguesía formada por finqueros y comerciantes, y contra su estulticia, su mal gusto e ignorancia cultural, tal como puede verse en La Chinfonía Burguesa, un juguete teatral escrito al alimón entre Coronel Urtecho y Joaquín Pasos, que es una especie de manifiesto artístico del grupo de Vanguardia.

De este modo, los vanguardistas comienzan por ensañarse en su propia clase social y en sus mismos familiares, ya que los más notables de entre ellos pertenecen a la aristocrática burguesía granadina. Pero al mismo tiempo que a través de sus manifiestos y poemas despliegan sus posiciones contestatarias antiburguesas, también reclaman una cultura nacional, que sea tanto vernácula como universal; un reclamo que termina buscando el regreso a la tradición patriarcal incontaminada de gustos burgueses e influencias extranjeras impuestas, como la que representa la intervención militar.

Este reclamo por lo propio, y por lo tradicional, que busca el regreso a las raíces, se extiende al habla popular, la artesanía, la música, la historia, la moda y los modos de vida, y aún la política. De este nacionalismo exacerbado, que tiene además un sedimento muy católico, los vanguardistas pasarían después a un falangismo inspirado en Primo de Rivera, y a reclamar un líder perpetuo que pueda traer estabilidad a largo plazo a Nicaragua. Este salvador, celebrado por ellos, no sería otro que Anastasio Somoza García, el fundador de la dinastía.

Más allá de sus posiciones políticas, que más tarde o más temprano terminarían por abandonar, o por variar, los escritores de la generación de Vanguardia se cuentan entre los más brillantes de la historia cultural de Nicaragua, y su impulso de ruptura fue decisivo para dar impulso a la modernidad literaria.

José Coronel Urtecho, poeta, narrador, ensayista, historiador, y conversador ingenioso e inagotable, fue un escritor de dedicación y vocación absoluta, y de magisterio permanente para sucesivas generaciones de escritores nicaragüenses; siempre prefirió su retiro del río San Juan, su verdadero habitat en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, donde murió y está enterrado al lado de su esposa, María Kautz, que es en mucho sentidos un personaje de nuestra literatura.

Su poesía, que no desprecia los parámetros clásicos, busca en otros momentos romperlos, y desde la perfección del soneto va hacia los poemas descriptivos —hacia lo que el mismo bautizó como “exteriorismo”— poemas que toman la forma de cartas, o crónicas, o relatos, como el inolvidable Pequeña biografía de mi mujer.

Sus poemas fueron reunidos por primera vez en un libro en 1970 bajo el título de Pol-la d´ananta katanta paranta (un verso de Homero que en parte significa: y por muchas subidas y caídas, vueltas y revueltas dan con las casas). Su otro libro de poesía es Paneles del Infierno (1980), en celebración de la revolución sandinista.

Luis Alberto Cabrales, uno de los vanguardistas que no pertenecía a las encumbradas familias granadinas, pues nació en Chinandega, ejerció como crítico literario, ensayista, pedagogo, periodista, y duro polemista, permaneció atrincherado siempre en su ideología de extrema derecha, (admirador de Charles Maurrás desde sus años en Francia); una ideología que, como en el caso de Jorge Luis Borges, no dejaba de servirle como un arma de provocación.

Su obra poética es muy breve, tal como el título de su único libro lo proclama: Opera Parva publicado de manera tardía en 1961. Sus poemas, todos ellos muy bien cuidados, tiene un hondo acento rural y provinciano, y en los temas amatorios reflejan una intensa desolación. En uno, Canto a los sombríos ancestros, evoca su veta de sangre negra: Tambor olvidado de la tribu/lejano bate de mi corazón nocturno// Mi sangre huele a selva del África./Sombría noche luciérnaga,/ sombría sangre tachonada de estrellas…

Pablo Antonio Cuadra se incorporó a los dieciocho años al movimiento de Vanguardia, y fue uno de sus más entusiastas animadores; y desde entonces, su papel ha sido clave en la difusión de la literatura nicaragüense a través de diferentes revistas, desde la aparición de los Cuadernos del Taller San Lucas en 1943, a El Pez y la Serpiente, fundado también por él a finales de los cincuenta. Y sobre todo, a través del magisterio ejercido por varias décadas desde La Prensa Literaria, el suplemento cultural semanal del diario La Prensa.

Al mismo tiempo, fue dentro del grupo el principal impulsor de la búsqueda de las raíces culturales, donde debía hallarse el verdadero ser nicaragüense; un impulso que lo llevó a rastrear las consejas y cuentos populares, los bailetes y representaciones de teatro callejero, los corridos y canciones anónimas, que a su vez iban a prestar ritmos y sonoridades a la nueva poesía que se forjaba.

El gran sustrato de la poesía de Pablo Antonio es lo telúrico, (el paisaje de los llanos, los montes y los árboles, la hacienda ganadera, y los campesinos que habitan ese paisaje, desde la aparición de Poemas Nicaragüenses, publicado en Chile en 1934, a la evocación de lo indígena en El Jaguar y la Luna (1959), y que tendrá su mejor culminación en sus poemas del Gran Lago de Nicaragua, contenidos en Cantos de Cifar (1971); una poesía que sin abandonar su aliento lírico, se torna narrativa y por tanto, doblemente reveladora. Otros libros de poesía suyos, importantes de mencionar, son: Canciones de Pájaro y señora (1929); Canto Temporal (1943); Doña Andreíta y otros retratos (1971); Esos rostros que asoman en la multitud (1976); y Siete árboles contra el atardecer (1980).

Alberto Ordóñez Argüello, nació en el poblado de Buenos Aires, en Rivas, y vivió casi toda su vida en el exilio en Guatemala y Costa Rica. Entre sus libros de poesía deben ser recordados Tórrido sueño (1955); y Amor en tierra y mar (1964); así como es memorable su pieza de teatro La novia de Tola. Octavio Rocha, por su parte, no dejó ningún libro, y después de los años juveniles del movimiento de Vanguardia se dedicó a actividades comerciales.

El poeta más representativo del grupo de Vanguardia, y uno de los cimeros de la literatura nacional es Joaquín Pasos. Un poeta precoz, que escribía poesía con facilidad desde niño, y que llegó a resumir, según el criterio de Manolo Cuadra, las dos tendencias fundamentales en que se debatía en el mundo la poesía de vanguardia: la claridad y el hermetismo —las dos hemisferios que constituían, a la vez., su propia naturaleza— un doble don que conservó hasta su muy temprana muerte.

Su grandeza está en el poder que tiene de convertir el lenguaje poético en un lenguaje común, o viceversa, dentro de una transparencia que se vuelve mágica; o como escribe Ernesto Cardenal, purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo/ en el que un día se escribirán los tratados de comercio/ la Constitución, las cartas de amor, y los decretos…Su poema Canto de guerra de las cosas, escrito en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, es uno de los grandes momentos de nuestra literatura.

Sus poesías sólo fueron recogidos muy parcialmente después de su muerte en Breve Suma (1947), un cuaderno publicado por la Editorial Nuevos Horizontes en Managua; pero la primer antología importante de su obra, seleccionada por Ernesto Cardenal, apareció en México en 1962 bajo el título Poemas de un joven. Los poemas fueron agrupados de acuerdo al plan que Joaquín había diseñado para su obra inédita: Poemas de un joven que no ha viajado nunca (que incluía sus poemas sobre países que nunca visitó, pues prácticamente no salió de Nicaragua); Poemas de un joven que no ha amado nunca (que incluía sus poesías de amor); Poemas de un joven que no sabe inglés (que incluía sus poemas en esa lengua, que aprendió sin maestro desde niño); y además, Misterio indio, sus poemas de temática indígena.

Manolo Cuadra, quien nació en Malacatoya, un poblado de las riberas del Gran Lago de Nicaragua, cercano a Granada, fue uno de los más importantes fundadores del movimiento de Vanguardia, experimentador de formas y de estilo, buscador incansable de nuevas expresiones; pero su propia historia personal, y sus ideas, habrían de apartarlo del común del grupo.

Se alistó como soldado raso en la Guardia Nacional, recién creada por las fuerzas de ocupación norteamericanas, y fue destacado a las montañas de Las Segovias en la guerra contra Sandino, una experiencia de la que surgiría su libro de cuentos Contra Sandino en la montaña (1942), del que se hablará más tarde. Debemos adelantar, sin embargo, que este libro significó para él un principio de conversión política, pues pasó a identificarse con el ideario de Sandino, con la izquierda, y con las luchas obreras, “para vivir entre los afligidos, tanto por temperamento como por aflicción”, como él mismo señala, no sin humor. Esta nueva actitud lo haría entrar en choque con sus antiguos compañeros de la Vanguardia, que lo acusaron de comisario político del recién fundado PTN (el Partido Trabajador Nicaragüense, de identidad comunista).

Su vida, y su literatura se entreveran de modo que una es espejo de la otra. Además de soldado, fue telegrafista, boxeador aficionado, peón bananero en las plantaciones de la United Fruit en Costa Rica, propietario de una pulpería, periodista y humorista; y como se ha dicho, militante de izquierda, opositor a la dictadura de Somoza por lo que fue a dar a la cárcel, al confinamiento, y al exilio. Sus poemas aparecieron reunidos poco antes de su muerte en Tres Amores (1955); y sus ensayos literarios fueron publicados en 1994 bajo el título El gruñido de un bárbaro (edición de Julio Valle Castillo).

La Postvanguardia: los tres Ernestos.

En el espacio intermedio entre la Vanguardia y la generación siguiente de Postvanguardia, es necesario colocar a Enrique Fernández Morales, (1918-1982), nacido en Granada, un artista polifacético, pues fue también pintor y dibujante, narrador y dramaturgo. Sus libros de poemas, de una textura muy íntima, son Retratos (1962) y Aunque es de noche (1977); y también a Francisco Pérez Estrada (1919-1982), autor de Chinazte (1968), poemas de temática indígena; y Juan Francisco Gutiérrez (1920-1995), nacido en Diriamba, autor de Tú, mi residencia (1952) y La libertad y el amor (1962).

Luego vendrá la generación que ha dado en llamarse la postvanguardia, o de los años cuarenta, que no tuvo ninguna expresión orgánica, ni se dio a conocer por medio de manifiestos en cuanto al papel de la literatura y el arte, como su antecesor el movimiento de Vanguardia; pero sí llevó adelante el proceso de renovación de la literatura nicaragüense, con un nuevo aliento y una nueva visión estética en la obra de tres creadores de una misma generación, los tres de una magnífica calidad: Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985); Carlos Ernesto Martínez Rivas (1924-1998); y Ernesto Cardenal (1925). Los tres, por una coincidencia cabalística para nuestra literatura, tuvieron por nombre Ernesto.

Esta, para empezar, es una generación más cosmopolita que la anterior; formados igual que la gran mayoría de los poetas de la Vanguardia en el Colegio Centroamérica de los Jesuitas, en Granada, Martínez Rivas y Cardenal aprendieron allí fundamentos básicos de la literatura clásica a través del magisterio del Padre Angel Martínez SJ, poeta él mismo, y partieron luego en busca de horizontes diferentes, a Europa, a México, a los Estados Unidos, como habría de hacerlo Mejía Sánchez. Se trata de escritores ya modernos de nacimiento, que se entrenan en el conocimiento de su oficio desde una perspectiva renovada, y renovadora.

Ernesto Mejía Sánchez, nacido en Masaya, se trasladó muy joven a México para seguir la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma, donde también estudiaría Ernesto Cardenal. Luego obtienen su doctorado en Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, y se incorpora como investigador al Colegio de México bajo el magisterio de don Alfonso Reyes, cuyas obras completas se encargó de preparar a la muerte de este último. Su primer aporte a la literatura nacional sería la recopilación de Romances y corridos nicaragüenses, que publica en México, fruto de sus trabajos anteriores en el Taller San Lucas al lado de Pablo Antonio Cuadra .

Mejía Sánchez ya no regresó más a Nicaragua, y se quedó en México dedicado a sus tareas académicas, que también lo llevaron por Europa y los Estados Unidos, convirtiéndose en un afamado crítico y conferencista. Es el investigador más serio y sistemático de la obra de Rubén Darío con que ha contado Nicaragua.

Su vida en México fue al de un verdadero exiliado político. Adversario decidido de la dictadura de la familia Somoza, dirigió a finales de los años cincuenta la publicación de una antología de poesía política nicaragüense, en la que los autores vivos aparecían como anónimos. Al triunfo de la revolución sandinista, fue designado embajador en Madrid, y luego en Buenos Aires. Murió en Mérida, Yucatán.

La abundancia de su obra crítica, y su vasto conocimiento erudito de la literatura americana, ha hecho que su poesía no tenga el primer plano que merece. Toda su vida pasó escribiendo las partes de un mismo libro, Recolección al mediodía, publicado por primera vez en 1972 en Nicaragua, luego en México en 1980, y finalmente en Nicaragua otra vez en 1985. Es un solo corpus, al cual fue agregando nuevos poemarios, porque su temática es como un fluir de aguas que cambian de cauce o de velocidad, o de tonalidad en sus colores; pero son las mismas aguas que dejarán, en su discurrir, uno de los poemas maestros de la literatura nicaragüense: La carne contigua.

Este libro único y definitivo suyo, incluye Ensalmos y Conjuros (1947); La carne contigua (1948); El retorno (1950); La impureza (1951); Contemplaciones europeas (1957); Vela de la espada (1951-1960); Poemas familiares (1955-1973); Disposición de viaje (1956-1972); Poemas Temporales (1952-1973); Historia natural (1968-1975); Estelas/Homenajes (1947-1979); y Poemas dialectales (1977-1980). Mejía Sánchez creó un género nuevo, el del prosema, textos breves de sustancia lírica, pero de ánimo narrativo, escritos en prosa.

Carlos Martínez Rivas nació en Guatemala y murió en Managua. Igual que Rubén Darío y Joaquín Pasos, fue un poeta precoz, un “poeta niño”, desde sus años escolares en el Colegio Centroamérica, y desde entonces, también, un lector de memoria y energía inagotables. Ya a los dieciocho años había escrito un poema adolescente que aún deslumbra por su novedad y su frescura, El paraíso recobrado (1944), en contrapunto al Paraíso Perdido de Milton, que cita como epígrafe.

A finales de los años cuarenta vivió en Madrid y en París, años intensos y novedosos de la postguerra donde conoció a Octavio Paz, a Julio Cortázar, al pintor peruano Fernando de Szyslo, y a la escritora Blanca Varela, peruana también. Fueron años de bohemia, pero también de devoto aprendizaje cultural, como lo demuestran sus lúcidos y penetrantes trabajos críticos sobre pintura, fruto de sus constantes visitas a los museos. A su regreso a Nicaragua, el suicidio de su madre habría de producir una marca indeleble en su vida, y en su obra.

Su libro capital, La Insurrección Solitaria, apareció en México en 1953, una edición de reducido tiraje y prácticamente clandestina, la mayoría de cuyos ejemplares se echaron a perder al quedar guardados en una casa hacienda cercana a Managua, cuando Carlos partió para Los Ángeles, California, donde habría de residir por varios años, trabajando como oficinista de una agencia aduanera. La insurrección solitaria tuvo luego otras ediciones en Costa Rica, Nicaragua y México, pero nunca difusión masiva; y, sin embargo, es el libro que más influencia ha tenido entre los poetas de cada nueva generación de escritores en Nicaragua.

Al dejar Los Ángeles a comienzos de los años sesenta, obtuvo un cargo diplomático en Madrid, y de allí se trasladó a San José, Costa Rica, llamado por el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), donde trabajó por varios años, hasta su regreso a Nicaragua en 1977. Epítome de la imagen del poeta maldito —y él mismo solía verse en el espejo de Baudelaire— la rebeldía de su poesía en contra del espíritu burgués, que es la esencia de La insurrección solitaria, lo llevó también a su vida, rebelde ante la sociedad y aún consigo mismo.

Al mundo de las conveniencias, de la mediocridad, de la rutina adocenada, de los matrimonios concertados, Ten cuidado de los casados que se retiran temprano./ Témeles… opuso siempre su propio mundo contaminado, el difuso/terco mundillo del amanecer/la pululante línea de la imperfección y el anonimato… que es su divisa de autenticidad, volcar el matrimonio/¡hacerlo saltar en astillas! De esta pasión rebelde surge una voz muy imitada, pero irrepetible, un andamiaje construido en base a las precisiones sin concesiones del lenguaje, que resultan en imágenes incomparables en su belleza sugestiva.

Octavio Paz escribió sobre él: “A diferencia de otros rebeldes, Martínez Rivas no quiere ser dios, ángel o demonio; si pelea, es por alcanzar su cabal estatura de hombre entre los hombres. Su rebelión es contra lo inhumano. La rebelión solitaria es legítima defensa, pues ahí, enfrente, actual y abstracta como la policía, la propaganda o el dinero, se alza La ola de la Tontería, la ola/ tumultuosa de los tontos, la ola/ atestada y vacía…/

En sus años de Los Ángeles escribió los poemas, Infierno de Cielo y Dos murales U.S.A., que junto con cuadernos posteriores, entre ellos Carmina Figurata y Calcoholmanías, y otros muchos poemas dispersos en revistas y periódicos, o aún inéditos, representan una continuidad de La insurrección solitaria. Precisamente, con la colección Infierno de Cielo y antes y después, que incluye parte de los poemas mencionados, ganó en Nicaragua en 1984 el Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, publicada de manera póstuma en 1999.

Pero, igual que en el caso de Mejía Sánchez, todos forman parte de un mismo y único libro, La insurrección solitaria, como él siempre quiso; aunque nunca se atrevió a completarlo, aterrado frente al espectro de la imperfección, que lo llevó a corregir sus textos sin descanso, y mandarlos a publicar en facsímil, cuando accedía a ello, para evitar los errores de imprenta. Consciente de su propio genio y, al mismo tiempo, rebelde consigo mismo, vivió y padeció su propia insurrección solitaria. Sometido a un lento pero sistemático proceso de autodestrucción a través del alcoholismo, su producción literaria fue cada vez más escasa, aunque nunca dejó de tener la calidad sostenida que es marca de toda su obra.

Ernesto Cardenal, de familia granadina, y emparentado con los capitanes del movimiento de Vanguardia, representa mejor que ninguno otro de su generación el vínculo con los poetas de la anterior, y sobre todo con el magisterio de José Coronel Urtecho. Estudio la carrera de Filosofía y Letras en México, y luego siguió sus estudios en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Su Antología de la poesía nicaragüense, publicada en Madrid en 1947, pudo revelar lo que hasta entonces era el fenómeno permanentemente creativo de nuestra poesía desde Darío.

Participó de manera indirecta en la rebelión de abril de 1954, en contra de la dictadura de Somoza, en la cual estaban comprometidos varios de sus amigos de juventud, y de esa experiencia resultó Hora Cero, uno de sus mejores poemas publicado en 1960 en México, y que por su carácter descriptivo, prestando hechos a la realidad para trasponerlos al territorio de la lírica, abre paso a la corriente exteriorista. Esta corriente caracterizará en adelante la obra de Cardenal, y se consolidará como uno de los dos ejes de influencia en la poesía nicaragüense; el otro eje será la corriente intimista, o interiorista de Martínez Rivas.

En 1957 Cardenal se decidió por la vocación del sacerdocio e ingresó en el monasterio de Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky, Estados Unidos, donde desarrolló una estrecha e instructiva amistad con Thomas Merton, su maestro de noviciado. Pasó de allí al monasterio de padres Benedictinos en Cuernavaca, y terminó sus estudios sacerdotales en La Ceja, Colombia, para ordenarse por fin en Managua.

A mediados de los años sesenta fundó su célebre comunidad campesina en el archipiélago de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua. En 1977, los jóvenes de la comunidad se integraron a la guerrilla del FSLN que atacó el cuartel de San Carlos, en la desembocadura del Gran Lago en el río San Juan, ya cuando Cardenal estaba comprometido con la causa revolucionaria. La comunidad fue asolada por la Guardia Nacional, y él pasó a vivir en el exilio en Costa Rica hasta el triunfo de la revolución, cuando fue designado Ministro de Cultura.

La obra de Cardenal se caracteriza por su rica diversidad, de modo que cada libro de poesía suyo significó, desde el principio, no sólo un reto distinto, sino una temática distinta, tocando temas vinculados a la sensibilidad de cada momento; pero en todas esas etapas estará presente esa característica ya dicha del exteriorismo, bautizado así por Coronel Urtecho, y que el propio Cardenal define así: “El exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva, narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos, datos exactos y cifras y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura”.

Después de Hora Cero, ya citado, Cardenal habría de publicar Epigramas (1961), escritos al estilo de Cátulo y Marcial, los dos grandes poetas latinos, maestros de la esgrima verbal, a los cuales también tradujo; estos epigramas, sobre temas políticos, y sobre todo de amor, han continuado siendo sumamente populares entre sucesivas generaciones de jóvenes, que los recitan de memoria.

Luego vendría Salmos (1964), que le dio gran renombre al ser traducido a todos los idiomas europeos, una invocación contra todos los males del capitalismo y el totalitarismo, las guerras y la deshumanización, escrito con los acentos de los profetas del antiguo testamento; y ese mismo año Gethsemani Ky, sus poemas del monasterio trapense. En 1965 aparece su muy conocido Oración por Marylin Monroe, y en 1967 El estrecho dudoso, un largo poema escrito en base a las crónicas de la conquista española.

En 1969 se publica Homenaje a los indios americanos; en 1972, Canto Nacional, una hermosa entonación en alabanza de Nicaragua, que es, al mismo tiempo, un compendio de flora, fauna, paisajes, y que habla también de la injusticia y de la lucha por una sociedad distinta, escrito en homenaje al FSLN, entonces formado por guerrilleros clandestinos; y en 1973 Oráculo sobre Managua, tras la destrucción de la capital por el terremoto del año anterior.

Su poesía de los años de la revolución sandinista está contenida en Vuelos de victoria (1985), y más tarde habrá de publicar Los ovnis de oro (1988), de nuevo sobre temas indígenas. Cántico Cósmico (1989) representa ya una nueva etapa de su poesía, mucho más ambiciosa, donde explora, utilizando los parámetros de la física cuántica, la existencia del ser en función del universo, y entre tanto el amor, y la muerte; un tema que será completado en Telescopio en la noche oscura (1993).

Su obra en prosa incluye Vida en el amor (1966); En Cuba (1972); El Evangelio de Solentiname (1985); y sus memorias que han comenzado a publicarse en 1998 bajo el título de Vida perdida.

Los años cincuenta.

Lea generación de poetas de la siguiente década incluye principalmente a Guillermo Rothschuh Tablada (1926), Fernando Silva (1927), Raúl Elvir (1927-1998), Ernesto Gutiérrez (1929-1988), y Mario Cajina-Vega (1929-1995); y un poco más tarde a Octavio Robleto (1935), Horacio Peña (1936) y David McField (1936).

Fernando Silva nació en Granada. Médico de profesión, sus poemas juveniles están contenidos en su libro fundamental Barro en la sangre (1952), donde la tradición vernácula ensayada por el movimiento de Vanguardia florece con gracia por última vez; y es autor de otro libro de poemas de la misma línea titulado Agua arriba (1968). Pero su obra literaria está expresada con mayor ventaja en sus cuentos, como veremos adelante. Es el caso también de Mario Cajina-Vega, nacido en Masaya y educado en Estados Unidos, Inglaterra y España, quien se distinguió más como narrador; periodista, ensayista, y editor de vocación, escribió un solo libro de poemas, Tribu (1961).

Guillermo Rothschuh Tablada, nació en Juigalpa, cabecera del departamento de Chontales. Educador, fue clave en la forja de una generación de jóvenes nicaragüenses, varios de ellos escritores, y otros dirigentes políticos, que surgieron de las aulas del Instituto Nacional Central Ramírez Goyena, que él dirigió. Sus poemas, que son también telúricos, y que exaltan la tierra chontaleña, tierra ganadera, están contenidos en Poemas chontaleños (1960); otros libros de poemas suyo son Cita con un árbol (1965) y Veinte elegías al cedro (1973).

Raúl Elvir nació en Comayagüela, Honduras, pero llegó a Nicaragua en el año de 1939, y vivió desde entonces entre nosotros. Ingeniero civil de profesión, su poesía está basada en una observación meticulosa de la naturaleza, a la que describe con amoroso empeño. Esta aproximación panteísta del paisaje nicaragüense, le dio un conocimiento muy especial, absolutamente familiar, de nuestra fauna, principalmente los árboles, y los pájaros, sobre los que escribió un libro aún inédito. Sus más importantes libros de poesía son La rama y el cielo (1960) y Círculo de fuego (1971), que volvió a editarse en 1999, tras su muerte acaecida en Managua, aumentado con sus poemas inéditos.

Ernesto Gutiérrez nació en Granada. Ingeniero también de profesión, se especializó en Hidrología. Además, fue profesor universitario, director de la Editorial Universitaria en la Universidad de León, y al triunfo de la revolución embajador en Brasil y ante la UNESCO.

Su primer libro es Yo conocía algo hace tiempo (1953), y luego aparecieron Años bajo el sol (1963), Terrestre y celeste (1969), Poemas políticos (1971), y Temas de la Hélade (1973). Su poesía marca una visión gozosa y a la vez desgarrada de la existencia, entre la alegría de vivir y el espanto ante la muerte. Una antología suya, bajo el título En mí y no estando, seleccionada por Carlos Martínez Rivas y Sergio Ramírez, con prólogo de este último, fue publicada en Costa Rica en 1974, y de manera ampliada en Nicaragua en 1983. Murió en Managua, tras una enfermedad muy prolongada.

Octavio Robleto, nacido en Juigalpa, ha ligado siempre su poesía al sentimiento más puro hacia la naturaleza, una lírica bucólica que va a dar siempre a las cosas sencillas del campo. Sus libros de poesía más destacados son Vacaciones del estudiante (1964); Enigma y Esfinge (1965); El día y sus laberintos (1976); y Laberinto de vigilias (1999), que incluye las breves prosas Noches de Oluma.

Horacio Peña nació en Managua. Por largo tiempo fuera de Nicaragua, publicó su primer libro de poemas en 1961, La espiga en el desierto; en 1967 ganó el Premio Internacional de poesía del centenario de Darío, con su libro Ars Moriendi, y publicó en 1970 La soledad y el desierto. Su poesía, que tiene generalmente un tono elegíaco, abre interrogantes sobre la soledad, la enajenación del individuo, y la muerte, tal como puede apreciarse en los títulos de sus libros. Por su parte, David McField, nacido en Bluefields, exalta la negritud buscando en su poesía de acentos sociales, los ritmos del caribe; su libro mas conocido es Poemas para el año del elefante (1970).

El Frente Ventana y la Generación Traicionada.

A comienzos de la década de los sesenta aparecieron en el país dos grupos literarios antagónicos en cuanto a sus posiciones sobre el papel de la literatura y el arte en la sociedad: el Frente Ventana, surgido en las aulas universitarias en León, y encabezado por Fernando Gordillo (1940-1967) y Sergio Ramírez (1942); y la Generación Traicionada, formada en su mayoría por jóvenes recién salidos del Instituto Ramírez Goyena de Managua, y encabezada por Roberto Cuadra (1940), quien muy pronto habría de desaparecer de la escena literaria; Edwin Yllescas (1941), Iván Uriarte (1942), y Beltrán Morales (1944-1986), quien pasó luego al Frente Ventana.

Los miembros del Frente Ventana pertenecían a su vez a la llamada Generación de la Autonomía, toda una pléyade de muchachos que bajo el liderazgo del Rector de la Universidad Nacional, el doctor Mariano Fiallos Gil, humanista y escritor, participaron en la conquista y consolidación de la autonomía universitaria, un gran hito cultural para el país. Esta generación, bautizada con sangre en la masacre estudiantil del 23 de julio de 1959, habría de desembocar tanto en la política como en la literatura, bajo un reclamo revolucionario que daría como fruto la creación del FSLN en 1963.

Eran los años en que crecía en Nicaragua un gran fermento de rebeldía, marcados por el triunfo de la revolución cubana, la lucha de los movimientos de liberación nacional en África y Asia, y los primeros movimientos guerrilleros en Nicaragua; y, además, por el cierre de los espacios democráticos y la falsificación de las elecciones, impuestos por la dictadura.

En este contexto, el Frente Ventana centraba sus posiciones en el reclamo por una literatura de raíces nacionales, que al tiempo de buscar la excelencia literaria, estuviera comprometida con las luchas sociales y con el cambio profundo de las estructuras injustas. Estas posiciones estaban contenidas en los antimanifiestos y antieditoriales publicados en las páginas de la revista experimental Ventana, que dirigida por Gordillo y Ramírez se publicó entre 1960 y 1964.

La Generación Traicionada, bajo la influencia de la beat generation de Estados Unidos (Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Jack Kerouack), lo que proclamaba era el rechazo a la civilización de consumo que creaba soledad y frustración en las grandes ciudades, las selvas de cemento, como en el célebre poema Howl (Aullido) de Ginsberg.

La polémica entre los dos grupos se desarrolló en las páginas de Ventana, que acogía en sus páginas los manifiestos y colaboraciones literarias de los miembros de la Generación Traicionada; e igualmente en las páginas de La Prensa Literaria. En una segunda breve etapa, la revista Ventana fue dirigida por Beltrán Morales y Michéle Najlis.

En octubre de 1961, el Frente Ventana organizó en León la Primera mesa redonda de poetas jóvenes de Nicaragua, donde además de los dos grupos en pugna participaron otros, como el Grupo U de Boaco, que encabezaban Flavio Tijerino y Armando Incer, así como escritores que no pertenecían a ningún bando; y si en algo coincidían todos, era en el rechazo de la mala literatura, en busca de nuevos caminos de originalidad y renovación.

Fernando Gordillo, nacido en Managua, fue atacado por una extraña enfermedad, miastenia gravis, y murió muy joven, también en Managua. A pesar de esa desgraciada circunstancia tuvo una vida intelectual intensa, marcada por la honestidad a toda prueba y por el desafío intelectual; poeta, ensayista, crítico literario y narrador, fue también activista político infatigable, aún desde la silla de ruedas a que se vio condenado, y se convirtió en el ideólogo más notable de su generación. Todos sus escritos, tanto en verso como en prosa, fueron reunidos por Sergio Ramírez en Obra, publicado en Managua en 1989, y en ellos se refleja el compromiso que animó toda su vida.

Sergio Ramírez nació en Masatepe. Se graduó de abogado y pasó luego a trabajar en Costa Rica para el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA), del que fue Secretario General durante dos períodos. Vivió en Alemania, con una beca de escritor y luego, incorporado a la lucha revolucionaria, encabezó el Grupo de los Doce. Formó parte de la Junta de Gobierno que sustituyó a Somoza en 1979, y luego fue Vicepresidente. Su obra literaria se consolidó en el género narrativo, como novelista y cuentista, además de ensayista.

Edwin Yllescas, nacido en Estelí, se graduó de abogado. Su poesía de toda una vida no se publicó sino en 1996, por decisión propia, bajo el título Algún lugar en la memoria. El libro está compuesto por ocho libretas de versos, en los que según sus propias palabras “habla con la precisa e inexacta locura del asombro. Con alegría, pero también con tristeza y desolación”; una poesía provocadora que es consecuencia de una búsqueda existencial, y también de estilos emergentes.

Iván Uriarte, nacido en Jinotega, se graduó en la Universidad de Pittsburgh. Su primer cuaderno de poesía fue 7 poemas atlánticos (1968), memoria de un viaje por el río Escondido, que tiene una dimensión de encanto telúrico; y ha publicado también Éste que habla (1969), Los bordes profundos (1999), y Pleno día (1999), en los que busca la creación de atmósferas que son a la vez íntimas, llenas de sugerencias, y la afirmación de un universo verbal muy propio.

Beltrán Morales, nacido en Managua, fue el más joven de los escritores de la época del Frente Ventana y la Generación Traicionada, y su poesía representó el mejor de los testimonios críticos de su generación, una poesía ácida y descarnada, contestaria hasta el fondo, pero nutrida de un brillante lirismo: “cada molécula de su organismo era poeta como en Joaquín Pasos”, señalaría Carlos Martínez Rivas. Un enfant terrible que fue capaz de ejercer influencia entre otros poetas de las siguientes generaciones, a pesar de su temprana muerte, acaecida en Managua.

Entre sus libros de poesía figuran Algún sol (1969), Agua Regia (1972), y Juicio final andante (1976); su Poesía completa fue publicada por la Editorial Nueva Nicaragua (ENN) en 1989. El afán purificador que lo poseyó siempre, lo llevó también a la crítica literaria, que ejerció sin concesiones, y que quedó recogida en dos libros: Sin páginas amarillas (1975) y Malas notas (1989).

A la generación de los años sesenta, una de las más ricas y variadas en la historia literaria del país, pertenecen también Napoleón Fuentes (1941), Luis Rocha (1942), Francisco Valle (1942), Alvaro Gutiérrez (1943), Carlos Perezalonso (1943), Fanor Téllez (1944), y Julio Cabrales (1944); así como Francisco de Asís Fernández (1945) y Jorge Eduardo Arellano (1946), que encabezaron en Granada el grupo Los Bandoleros. Es también la década en que habría de surgir toda una pléyade de mujeres escritoras, principalmente poetas, de las que se hablará por aparte.

Napoleón Fuentes, nacido en Diriamba, dirigió la revista Taller, editada en la Universidad Nacional, en León, a partir de 1967, y que de alguna manera fue sucesora de Ventana. De entre sus libros de poemas hay que mencionar El techo iluminado (1975) y Esta palabra que quema (1982), este último una antología de su obra poética.

Luis Rocha, nacido en Granada, estuvo vinculado a los movimientos de rebeldía literaria y política desde su adolescencia, y desarrolló casi desde entonces una sólida actividad cultural, primero desde La Prensa Literaria y la revista El Pez y la Serpiente al lado de Pablo Antonio Cuadra; y más tarde como director de El Nuevo Amanecer Cultural, el suplemento literario de El Nuevo Diario. Su primer libro de poemas Domus Aurea (1969), es una celebración del amor doméstico, como comunión. Sus otros libros son Poemas (1970), Ejercicios de composición (1974) y Phocas, versiones e interpretaciones (1983), Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío; y La vida consciente (1996) que es una antología de toda su poesía y prosa.

Francisco Valle, nacido en León, es uno de los poetas más singulares de nuestra literatura, y un cultor del surrealismo en busca de nuevos cauces; lo que podríamos llamar una voz solitaria. Su primer libro de poemas, Casi al amanecer apareció en 1964, y ha publicado también Laberinto de espadas (prosemas, 1974, 1996), La puerta secreta (1979), Luna entre ramas (1980) y Sonata para la soledad (1981).

Alvaro Gutiérrez, nacido en Diriamba, y dibujante también, ensaya en Asociación para delinquir –varia invención- (1997) una atractiva mixtura de poesía y prosa. Fanor Téllez, nacido en Masaya, poeta, crítico y ensayista, es otra voz solitaria, y su poesía amatoria alcanza esferas de nítida belleza . Ha publicado La vida hurtada (1973), Los bienes del peregrino (1974), El sitial de la vigilia (1975), El don afluente (1977), Edad diversa (1993), Boca del vino (1998) y Oficio de amarte (1999). Carlos Perezalonso, nacido en León, ha publicado El otro rostro (1971), Vida, el sol (1976), y Cegua de la noche (1990); su poesía sabe entrar en las honduras de la nostalgia.

Julio Cabrales, nacido en Managua, hijo del poeta Luis Alberto Cabrales, es uno de los escritores con mayor genio poético de su generación, pero quedó atrapado desde muy joven por la enajenación mental, igual que Alfonso Cortés. Su obra, sin embargo, es muy intensa y luminosa, aunque breve, y está contenida en el libro Omnibus publicado en 1975.

Francisco de Asís Fernández, nacido en Granada, ha mantenido una constante exploración en su vida de poeta, desde los años de su adolescencia, en temas que van de la celebración del amor, a la política. Sus principales libros son Pasión de la memoria (1986), que incluye sus libros anteriores; Friso (1996), y Árbol de la vida (1998). Por su parte Jorge Eduardo Arellano, nacido también en Granada, es un notable polígrafo: investigador histórico, antólogo, crítico de arte y literatura; poeta, y narrador. Ha publicado un libro de poesía, La estrella perdida (1969); y en el campo narrativo Historias nicaragüenses (1974) y Timbucos y Calandracas (1982).

Las mujeres toman el relevo.

La aparición de las voces femeninas en la poesía nicaragüense tiene el carácter de un verdadero relevo, porque su presencia nutrida, y la calidad de las escritoras, vienen a marcar un nuevo rumbo para nuestra literatura, y a darle una nueva fortaleza.

Los antecedentes más notables de la poesía femenina nicaragüense se encuentran en Piedad Medrano Matus (1914), que tomó los hábitos religiosos de la orden de La Asunción bajo el nombre de Madre Rosa Inés, autora de un solo libro de poesía mística, El amor que me cautiva (1998); en María Teresa Sánchez (1918-1994), animadora del Círculo Nuevos Horizontes en los años cuarenta, y autora de varios poemarios entre los que destacan Sombras (1939) y Poemas de la tarde (1963); y también en Mariana Sansón Argüello (1918), que escribe una poesía de carácter íntimo y subjetivo, mejor resumida en su libro Las horas y sus voces (1986).

Mención aparte merece Claribel Alegría (1924), que aunque enlistada entre los escritores salvadoreños, por haber emigrado muy niña a ese país, nació en Estelí y vive de nuevo en Nicaragua. Dueña de una hermosa y sensible voz poética, que explora siempre nuevos caminos, ha publicado, entre otros libros de poesía, Anillo de silencio (1948), Huésped de mi tiempo (1961), Sobrevivo (1978), Suma y sigue (1981), y Luisa en el país de la realidad (1986).

Pero el panorama literario nicaragüense había sido dominado por los autores masculinos, hasta que a partir de los años sesenta irrumpe una pléyade de mujeres que habrá de marcar las décadas siguientes. Entre ellas destacan Vidaluz Meneses (1944), Ana Ilce Gómez (1945), Gloria Gabuardi (1945), Michéle Najlis (1946), Gioconda Belli (1948), Daisy Zamora (1950), Rosario Murillo (1951), y Yolanda Blanco (1954); todas ellas adquieren un compromiso en la lucha contra la dictadura somocista, y su obra plantea una doble liberación, la de la mujer, y la del país.

Vidaluz Meneses, nacida en Matagalpa, despunta en 1975 con Llama Guardada, que es una celebración de la intimidad de la mujer, y a la vez un reclamo de participación en la vida cotidiana y sus desafíos, no sólo la vida doméstica. Otro de sus libros, Llama en el aire, es una antología de sus poemas escritos entre 1974 y 1990.

Ana Ilce Gómez, nacida en Masaya, explora la palabra misma, buscando hacer de la poesía una verdadera fiesta verbal, con rigor de orfebre; y preservando a la vez la lucidez del misterio. Su único libro es Las ceremonias del silencio (1975). Y Gloria Gabuardi, nacida en Managua, busca un nuevo nivel de la poesía amatoria, que se vuelve combativo en Defensa del amor (1986).

Michéle Najlis, nacida también en Managua, hija de inmigrantes franceses, apareció en el panorama de las letras cuando aún estudiaba en el Colegio La Asunción, y estuvo muy cercana desde el principio al Frente Ventana. Su primer libro El viento armado (1969) contiene sus poemas de esos primeros años de hallazgos, que obtienen continuidad en Augurios (1980), Ars combinatoria (1989), Caminos de la Estrella Polar (1990), y Cantos de Efigenia (1991).

La aparición en 1973 de Sobre la grama de Gioconda Belli, nacida en Managua, significó un vuelco no sólo para la poesía femenina, sino para toda nuestra literatura. En este libro la mujer hablaba por sí misma, desde su propia sensibilidad y sensualidad, consagrando el sexo como una categoría pura, de goce de los sentidos y plenitud espiritual. A este libro siguieron Línea de fuego (1978), donde incorpora los temas de la lucha política, que ganó el Premio Casa de las Américas en Cuba; Amor insurrecto, y De la costilla de Eva (1987); El ojo de la mujer (1991) y Apogeo (1997), sus poemas de la madurez.

En una línea novedosa se presenta también Daisy Zamora, nacida en Managua. En su voz la mujer desafía a través de su sensibilidad los convencionalismos, y ofrece sus poemas como un don de rebeldía y de aciertos verbales, comunicando una aura diferente a sus experiencias de la vida cotidiana. Sus libros más importante son La violenta espuma (1981), En limpio se escribe la vida (1988), y A cada quien la vida (1994).

Rosario Murillo, nacida también en Managua, fue promotora del Grupo Gradas en los años de la lucha contra la dictadura de Somoza. Entre sus libros de poesía, donde la rebeldía del amor se junta a la rebeldía en el combate, figuran Gualtayán (1975), Sube a nacer conmigo (1977), Un deber de cantar (1981), y En las espléndidas ciudades (1985). Y finalmente Yolanda Blanco, nacida en León, quien recupera en la sustancia de su escritura la dimensión telúrica, y es autora, principalmente, de Así cuando la lluvia (1974), Cerámica Sol (1977), Penqueo en Nicaragua (1981), y Aposentos (1984).

Voces siempre nuevas.

No hay duda de que para los poetas de las nuevas generaciones quedan patentes las dos influencias fundamentales de que se ha hablado antes: la del exteriorismo de Ernesto Cardenal, y la de rebeldía intimista, el interiorismo de Carlos Martínez Rivas; son dos marcas insoslayables.

Leonel Rugama (1949), nacido en Estelí, aparece en tiempos de compromiso, y cuando la literatura comenzaba a ocupar un lugar inseparable en la lucha por una nuevo orden social en Nicaragua. Pero Rugama, quien murió en combate desigual a la edad de 21 años, enfrentando a tropas de la Guardia Nacional en un barrio del oriente de Managua en 1970, no sobrevivió para las letras por su acción heroica, sino porque logró plasmar en sus poemas un nuevo lenguaje, muy intenso, y sin más adornos que los de la realidad misma. Sus poemas, que no llegaron a ser muy numerosos, fueron recogidos por primera vez en una edición especial de la revista Taller (1970), y luego en el libro La tierra es un satélite de la luna (1983).

A esta misma generación pertenece Erick Blandón (1951), nacido en Matagalpa; dueño del don de la ironía, sus creaciones se deslizan con gracia de la poesía a la prosa, como en Aladrarivo (1975) y Juegos prohibidos (1982). Alvaro Urtecho (1951), nacido en Rivas, quien es además crítico literario, muestra el don de enlazar la nostalgia de los recuerdos a una escritura lírica, de inventarios precisos, y evocadora por sus retablos verbales. Es autor de Cantata estupefacta (1986), Cuadernos de la provincia y Esplendor de Caín (1994).

Julio Valle Castillo (1952), nacido en Masaya, se formó en México bajo el magisterio de Ernesto Mejía Sánchez. Es el intelectual polifacético por excelencia: poeta, ensayista, crítico de arte y literatura, antólogo e historiador de nuestra literatura, y, además, novelista, todos sus oficios los ejerce con rigor. Su poesía responde al exteriorismo, pero saber dar un paso adelante para renovarlo, y hacerlo más vital. Desde Materia Jubilosa (1986) su itinerario traza una curva ascendente hasta Con sus pasos cantados, que reúne su poesía de 1968 a 1986.

Reafirmando esta tendencia de renovación permanente, aparecen Anastasio Lovo (1952), nacido en Estelí, autor de Sonatas del poder (1990); Juan Carlos Vílchez (1952), nacido también en Estelí, médico, autor de Viaje y círculo (1992) y Versiones del Fénix (1999); Alejandro Bravo (1953), nacido en Granada, autor de Tambor con luna (1981); Gustavo Adolfo Páez (1954), nacido en Jinotepe, además actor y director de teatro, autor de El límite del tiempo (1997); Manuel Martínez (1955), nacido en Managua, autor de Tiempos, lugares y sueños (1986), y Engranajes del tiempo (1996); Fernando Antonio Silva (1957), nacido en Managua, director de Taller en su última época, y autor del libro de poesía Los ojos cristalinos en el espejo (1982) y El tiempo cosechado (1995) que reúne sus poemas escritos entre 1975 y 1995.

Ernesto Castillo Salaverry (1957-1978), nacido en Managua, murió combatiendo muy joven contra la Guardia Nacional en las calles de León, y en 1981 se publicó su Antología póstuma. Su poesía es como un diario de combate, tejido por el amor y la nostalgia.

Erick Aguirre (1961), nacido en Managua, periodista, narrador y crítico literario, su poesía se convierte en una crónica de la vida contemporánea, y de los encantos y desencantos de la generación de jóvenes que vivió la revolución sandinista. Sus libros son Pasado meridiano (1995), y Conversación con las sombras (1999).

Entre las últimas escritoras, que por la diversidad e intensidad de sus voces se suman a las anteriores, deben ser mencionadas Karla Sánchez (1958), nacida en León, autora de El árbol que crece en el centro de la sala (1996) y A la luz más cierta (1998); Marianela Corriols (1965), nacida en Estelí, autora de Conversaciones elementales (1985); Blanca Castellón (1968), nacida en Managua, autora de Flotaciones (1998); y Carola Brantome (1961), nacida en San Rafael del Sur, autora de Más serio que un semáforo (1995) y Marea convocada (1999), una poesía en la que se aventura a encontrar correspondencias ocultas en las palabras; y Marta Leonor González, nacida en Managua, autora de Huérfana embravecida (1999).

LA NARRATIVA

Otra vez Darío.

Si Rubén Darío, padre y maestro mágico, como él mismo diría de Verlaine en su magistral Responso, representó un hito para la poesía, no menos importante fue su marca revolucionaria en la prosa, como cuentista, y como cronista de prensa. Pero en lo que se refiere a Nicaragua, no engendró un fenómeno de desarrollo constante en la narrativa nacional, tal como logró hacerlo la poesía.

Sus Cuentos Completos, editados en México en 1950, y luego en 1986, por Ernesto Mejía Sánchez y Raymundo Lida, muestran una progresión desde el modernismo propiamente dicho, con sus claros acentos afrancesados, pasando por el realismo naturalista, hasta lo propiamente moderno, lo que es ya aventura y experimentación transformadora en la prosa. Y tampoco hay que olvidar sus cuentos en verso, que tanta fama popular la dieron: La Cabeza del Rawí, El negro Alí, La Sonatina, Los motivos del lobo, etc.

Y en sus crónicas periodísticas, muchas de ellas narrativas, palpita el espíritu de la época que le tocó vivir, que fue de avances y descubrimientos, la de fundación de toda una civilización emergente en la vuelta del siglo, cuando se fundó también todo el arte contemporáneo. El telégrafo inalámbrico, el cable submarino, las rotativas, son instrumentos de esa civilización que imprimen a la prosa dariana una nueva velocidad, y un nuevo acento, imbuido de lo moderno, igual que en sus cuentos, y en su poesía, como queda patente en su estupenda Epístola a Juana Lugones, que es una síntesis de novedad, narrativa también, en la expresión literaria.

Darío intentó en 1886, junto con el chileno Eduardo Poirier, una primera novela, Emelina, escrita para un concurso; y luego otras tres que nunca terminó: El hombre de oro (1897), durante sus años argentinos; La isla de oro (19O6) iniciada en Mallorca; y Oro de Mallorca (1913), de la que consiguió unos cuantos capítulos, y que vale más bien por lo que tiene de confesión autobiográfica.

Un oficio casi ausente.

El antecedente más lejano de nuestra narrativa es Amor y constancia (1878), una novela muy breve del historiador José Dolores Gámez (1851-1918), nacido en Rivas; cargada de datos históricos, no logra alzar vuelo como obra de imaginación. Gustavo Guzmán (s/d), nacido en Granada, escribió las novelas El Viajero (1887) Margarita Roccamare (1892), En París (1893) y En Italia (1897), composiciones librescas, de ambientes europeos, como era de uso entonces; y Carlos J. Valdés (s/d), nacido en Masaya, publicó la novela de costumbres Lucila (1887).

Al entrar el siglo XX, lo que encontramos es un arrastre anacrónico de temas característicos del siglo anterior: los cuadros de costumbres, como en la novelita La última calaverada (1913) o Cuentos de tío Doña (1913), de Anselmo Fletes Bolaños (1878-1930), nacido en Granada. O las Leyendas Coloniales (1951) de Gustavo Adolfo Prado (1881-1939), nacido en León, escritas al estilo del peruano don Ricardo Palma, publicadas en periódicos a partir de 1918. En 1927 aparece Entre dos filos, novela también costumbrista de Pedro Joaquín Chamorro Zelaya (1880–1952), abogado y periodista nacido en Granada, quien escribió también El último filibustero (1933), una novela histórica sobre William Walker.

El tema de la guerra de Sandino será abordado por Salomón de la Selva en una novela publicada de manera póstuma, La guerra de Sandino o pueblo desnudo (1985), escrita en México en 1935; y siempre dentro de la línea de la novela histórica escribió en 1942 otra novela, La Dionisiada (1975), sobre el tema de la revolución liberal del fines del siglo XIX, y que igualmente fue publicada en Nicaragua después de su muerte. Estas novelas no alcanzan, sin embargo, la calidad de su poesía.

Un caso singular es el de Carlos A. Bravo (1882-1975), nacido en san Miguelito, junto al Gran Lago de Nicaragua. Lejos de todo anacronismo, estableció su propia modernidad en base a la excelencia de su prosa narrativa, la que supo utilizar a fondo para describir el paisaje y sus sensaciones, paisajes a la vez telúricos y humanos. Sus escritos fueron reunidos en Nicaragua, teatro de lo grandioso (1993).

El tema de la intervención norteamericana en Nicaragua será tratado en la novela Sangre en el trópico (1930) del periodista de oficio Hernán Robleto (1882-1968), quien nació en Camoapa y vivió casi toda su vida en México; también escribió, entre otras, las novelas Los estrangulados (1933), de igual acento antiimperialista; e Y se hizo la luz (1966), ya al final de su vida; y los libros de cuentos La mascota de Pancho Villa (1935), y Cuentos de perros (1943); así como el drama Miércoles de Ceniza .

Emilio Quintana (1908-1971), nacido en Managua, pasó del banco de zapatería a la mesa de redacción de los periódicos. Entra en el tema ya entonces en boga de la literatura bananera con Bananos (1942), un libro de cruda experiencia personal, pues el autor, fue, además, peón de las plantaciones de la United Fruit en Costa Rica. Escribió también las novela Agustín Rivera (1951), a la que llamó “esbozo para una novela del futuro”; y los libros de cuentos El cielo no es azul (1957); Diez bellos cuentos (1959), y Viejos y nuevos cuentos (1964).

Las guerras civiles entre liberales y conservadores serán el objeto de Sangre Santa (1940) de Adolfo Calero Orozco (1899-1980), nacido en Managua. Se trata de una novela de acentos costumbristas, como lo son también su segunda novela, Eramos cuatro (1977), y Cuentos Pinoleros (1944), Cuentos Nicaragüenses (1957) y Cuentos de aquí no más (1964). En todos ellos, con lenguaje amable, logra comunicarnos el mundo rural y provinciano.

José Román (1908-1993) también describe en su novela Cosmapa (1944) el universo bananero, pero desde la perspectiva del patrón culto y refinado, que opone su propia civilización a la barbarie de las costumbres de los peones; y es desde esa perspectiva del choque civilización y barbarie, ya en boga también entonces en América Latina, que explora el universo rural, sin poder despojar al lenguaje de sus frenos costumbristas. Suyas son también las novelas Los conquistadores (1966) y Cecilia Barbarosa, escrita entre 1973 y 1975 y publicada en 1997; y Maldito país, una crónica sobre Sandino escrita en 1933, y publicada en 1979.

Nuestros primeros narradores modernos.

La eficacia de todo ese enjambre de temas, intervención extranjera, explotación bananera, persecución política, estará dada por Manolo Cuadra, empezando con Contra Sandino en la montaña (1942), el libro que contiene sus cuentos de soldado; un libro que según el justo criterio de Lizandro Chávez Alfaro, funda la narrativa moderna en Nicaragua, pues abandona ya los trillados caminos costumbristas. Sus otros dos libros, Itinerario de Little Corn Island (1937) y Almidón (1945) son fruto de su experiencia política, en los que el relato autobiográfico no puede separarse de la ficción. Estas, y otras piezas de su prosa, fueron reunidas en Solo en la compañía (1992) con prólogo de Chávez Alfaro.

Mariano Fiallos Gil (1907-1964), nacido y muerto en León, consigue en su único libro de cuentos Horizonte Quebrado (1959) el mejor momento de la narrativa vernácula, por la excelencia del lenguaje, al que acierta a librar de los pesos muertos del regionalismo. Estos cuentos, escritos en su mayoría en los años cuarenta, vienen a emparejarse con la obra en prosa de los escritores del Movimiento de Vanguardia, en cuanto a la modernidad.

José Coronel Urtecho fue novedoso tanto en la poesía como en la prosa. Su narrativa incluye el admirable Rápido Tránsito (al ritmo de Norteamérica) (1953), una crónica que es en sí misma una escuela de narración, en la que junta sus experiencias en los Estados Unidos, en los años que él llama “mis gay twenties”, con reflexiones sobre la historia de Nicaragua y el río San Juan; dos noveletas, ambas escritas en 1938: Narciso, y La muerte del hombre símbolo; un esbozo de novela, Fragmentos relacionados, que junto con sus cuentos fueron recogidos por primera vez en un solo volumen, (EDUCA, 1971). Su Prosa Reunida, una edición ya más completa, apareció en 1985, publicada por la ENN.

Pablo Antonio Cuadra es autor también de narraciones, entre las que destaca el cuento Agosto, de sustancia telúrica. Y uno de los libros suyos más celebrado es El Nicaragüense (1967), en el que explora, de una manera lúcida e imaginativa, el carácter nacional. También escribió en teatro Por los caminos van los campesinos (1957).

Joaquín Pasos fue también, prosista y narrador de primera línea, como puede verse en Prosas de un joven (1995, prólogo y recopilación de Julio Valle Castillo). Ese libro reúne las proclamas del grupo de Vanguardia escritas por él; sus ensayos, sus ficciones (su cuento El Ángel Pobre es uno de las clásicos de la narrativa nicaragüense), sus escritos periodísticos, y algunas de sus cartas. Fue también un estupendo humorista, y sus ataques a la dictadura de Somoza en La Semana Cómica y Los Lunes de la Nueva Prensa lo llevaron no pocas veces a la cárcel.

Pero también los poetas de la siguiente generación, entrarán en el terreno de la narrativa. Ernesto Mejía Sánchez sintió siempre una vocación de narrador, y sus prosemas vienen a ser un puente entre ambas vertientes. Coronel Urtecho lo creyó el narrador de su generación, pero la verdad en que este género, su obra fue breve; comenzó a ordenarla en 1973, y sólo se publicó en México en 1998 bajo el título de Puro cuento, textos donde campea su acerada ironía verbal, y su ingenio. Y Ernesto Cardenal, que siempre está narrando en su poesía, ha escrito un único cuento El sueco, infaltable en cualquier antología.

Fernando Silva retoma en la década de los cincuenta el mundo rural campesino, y acierta a proyectarlo con una imaginativa recreación del habla popular nicaragüense. La temática de sus mejores cuentos está centrada en sus vivencias de niño en el puertecito de El Castillo junto al río San Juan, donde su padre era comandante. El personaje que cuenta es siempre ese niño, que evoca en un lenguaje plenamente nicaragüense el mundo de su infancia. Ha publicado Cuentos de tierra y agua (1965); Otros cuatro cuentos (1969); Ahora son cinco cuentos (1972); Puerto y Cuentos (1987); y El Caballo y otros cuentos (1996). Una antología personal, Cuentos, fue publicada en 1985 por la ENN. Es también autor de las novelas El Comandante (1969) y El Vecindario (1976).

Aunque de aparición tardía, Juan Aburto, (1918-1988), nacido en Managua, abre por primera vez la perspectiva de la narrativa urbana en el país, organizando su universo alrededor de la capital provinciana que todavía no llega a ser ciudad. Su íntima amistad con Joaquín Pasos y Manolo Cuadra le introdujo en el mundo de la bohemia, pero también en el de la literatura. No fue sino después de la muerte de sus camaradas que comenzó a publicar sus cuentos: Narraciones (1969; reeditada en 1983 por la ENN); El Convivio (1975); Se alquilan cuartos (1975); Los desaparecidos (1981); y Prosa Narrativa (1985).

Fernando Centeno Zapata (1922), nacido en León, abogado y periodista, sus narraciones son de acento social. Campesinos sin tierra, cortadores de algodón, habitantes de barriadas, vienen a ser los personajes de su mundo patético y descarnado. Ha publicado dos libros de cuentos: La tierra no tiene dueño (196O); y La cerca (1963). En 1996 apareció una antología personal suya, 1O cuentos.

También de aparición tardía como narrador es Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, (1924-1978), nacido en Managua. Convirtió al diario La Prensa en un bastión de la lucha contra la dictadura somocista, y su carrera de periodista combativo lo llevó muchas veces a la cárcel, y por fin a la muerte. Su libro Estirpe sangrienta (1957), además de ser un testimonio ejemplar, tiene una intensa calidad narrativa; y sus cuentos, escritos en los largos períodos de censura impuestos a La Prensa, están llenos de gracia, humor y agudeza: están reunidos en Jesús Marchena (1975), Richter 7 (1976) y El enigma de las alemanas (1977).

Otro puntal hacia la modernidad de nuestra narrativa es Mario Cajina-Vega, de quien se ha hablado antes como poeta. Sus cuentos están recogidos en Familia de cuentos (1969). Es un libro dividido en tres estancias que aprisionan, histórica y espacialmente, la realidad nicaragüense: el campo (Los caminos y los indios); la provincia (Las viejas paredes del pueblo); y la capital (Cinema XX), un reflejo y juego de imágenes narrativas. Otros libros suyos de prosa narrativa son Lugares (1964) y El Hijo (1976).

Narradores de oficio

Nuestro primer narrador de oficio es Lizandro Chávez Alfaro (1929), nacido en Bluefields (1929). En 1963 ganó el Premio Casa de Las Américas en La Habana, por su libro de cuentos Los Monos de San Telmo, y en 1969 fue finalista del Premio Seix Barral en Barcelona, con Trágame Tierra (1969), la primera novela que puede ser considerada como tal en la historia de nuestra literatura. Sus narraciones abren un período nuevo en el país, y con él el cuento y la novela se desprenden de todo amarre vernáculo o criollo, para entrar en la plenitud contemporánea.

Además, ofrece, como ningún otro escritor nicaragüense, una visión arraigada en la costa del caribe y entra, como en Trágame tierra, a desentrañar las claves de la historia nacional. Ha publicado también las novelas Balsa de Serpientes (1976) y Columpio al aire (1999); y los libros de cuentos Trece veces nunca (1977); Vino de carne y Hierro (1993), y Hechos y prodigios (1998).

Los cuentos de Fernando Gordillo aparecieron publicados en Obra bajo el aparte de Son otros los que miran las estrellas, título que él quiso dar a su libro de narraciones, en preparación al momento de su muerte. Los cuentos de Gordillo, teñidos de ironía. se abren a un espacio crítico de la realidad social y política de Nicaragua bajo la dictadura de Somoza, sin dejar de fuera la mediocridad cultural.

Sergio Ramírez figura entre los escritores latinoamericanos de la generación posterior al boom, y según el juicio de la crítica ha sabido hacer una lectura imaginativa de nuestra historia, en términos de la postmodernidad narrativa. Sus libros más destacados son: De tropeles y tropelías (fábulas, 1971) Charles Atlas también muere (cuentos, 1976); ¿Te dio miedo la sangre? (novela, 1978), finalista del Premio Rómulo Gallegos; Castigo Divino (novela, 1988) que recibió el Premio Internacional Dashie Hammett; Clave de Sol (cuentos, 1993); Un baile de máscaras (novela, 1995), que recibió en 1998 el Premio Laure Bataglione al mejor libro extranjero publicado en Francia. Su novela Margarita, está linda la mar ganó el Premio Internacional de Novela ALFAGUARA 1998, y en el 2000 el Premio Latinoamericano de Novela “José María Arguedas”, otorgado en Cuba. Sus Cuentos Completos aparecieron en 1998 (Alfaguara) con un prólogo de Mario Benedetti, y en 1999 publicó su libro de memorias sobre la revolución sandinista, Adiós Muchachos.

Edwin Yllescas ha escrito tres libros de prosa narrativa: El galeón de Jamaica o la Vela de los sueños (1994); Bares de la Memoria (1995), y La teoría del ángel (1999). En todos ellos sobresale una búsqueda sin cuartel de nuevas formas de expresión, en lo que podríamos llamar una inteligencia del lenguaje, pleno de sutilidades. Por su parte, Iván Uriarte construye el universo personal de sus narraciones, contenidas en La primera vez que el señor llegó al pueblo (1996), alrededor de la ciudad de Jinotega, la que explora desde sus recuerdos de infancia.

Entre los poetas que se manifiestan como narradores en la década de los ochenta debe mencionarse a Alejandro Bravo, autor de dos libros de cuentos, El mambo es universal (1982), y Reina de corazones (1993); y a Manuel Martínez, autor de Juegos de azar y otros relatos (1989), también un libro de cuentos. Y como narrador propiamente, a Carlos Alemán Ocampo (1941), nacido en Diriá, y conocedor de la región del Caribe. Ha escrito las novelas En esos días (1972), Boarding House San Antonio, (1985), y Vida y amores de Alonso Palomino (1995), concebida dentro de la vena de la picaresca. Tiene, además, el libro de cuentos Tiempo de llegada (1973).

Otra vez, las mujeres.

También en el campo narrativo han surgido con vigor las voces de las mujeres. Claribel Alegría, narradora también, escribió (con su marido Darwin J. Flakoll) la novela Cenizas del Izalco (1966); y el relato Pueblo de Dios y Mandinga (1985), mostrando en ambos un excelente dominio de la prosa.

Rosario Aguilar (1938), nacida en León, hizo un planteamiento novedoso, de gran hondura sicológica en el tratamiento de sus personajes al aparecer su primera novela corta Primavera Sonámbula (1964). En los años siguientes ha publicado Quince barrotes de izquierda a derecha, Rosa Sarmiento, Aquel mar sin fondo ni playa, y El guerrillero, reunidos en un solo libro en 1976; 7 relatos sobre el amor y la guerra (1986); La niña blanca y los pájaros sin pies (1992), y Soledad, tú eres el enlace (1995), un relato biográfico sobre la familia de ascendencia vasca de su madre.

Irma Prego (1933), nacida en Granada, ha publicado dos libros de cuentos, dotados de gracia: Mensajes del más allá ( 1989); y Agonice con elegancia (1996). Mercedes Gordillo (1938), nacida en Managua, ha publicado dos libros de cuentos de temas relacionados con la vieja Managua, y escritos con humor e ironía: El cometa del fin del mundo (1994), con el que ganó el Premio Nacional Rubén Darío; y Luna que se quiebra (1995).

Gloria Guardia (1940), aunque nacida en Panamá, los temas de sus novelas tienen que ver siempre con Nicaragua, la tierra de su madre: la primera de ellas, El último juego (1976), recrea los hechos del secuestro político ejecutado en Managua en 1974 por un comando del FSLN; y en la última, Libertad en llamas (1999), su tema es la guerra de Sandino. Isolda Rodríguez (Estelí, 1944), muy relevante en el campo de la crítica literaria, ha publicado dos libros de cuentos, La casa de los pájaros (1995), y Daguerrotipos y otros retratos de mujeres (1999), ambos de ánimo feminista. Y también está Milagros Palma (León, 1949), destacada antropóloga cultural que ha desentrañado el imaginario mestizo y el simbolismo de la relación entre los sexos; sus novelas Bodas de cenizas (1992), Desencanto al amanecer (1995), El Pacto (1996), y El Obispo (1998), exploran casi todas la realidad de los años contradictorios de la revolución, bajo una luz intensamente imaginativa.

Gioconda Belli, ya reconocida como poeta, se reveló también como novelista de mucho éxito con la publicación de La mujer habitada (1988), donde enlaza el mito indígena con la realidad política en planos paralelos, acudiendo al mismo tema del secuestro de 1974 utilizado por Gloria Guardia. Después publicó Sofía de los presagios (1990), donde retorna al mito, y Waslala: memorial del futuro (1996), que ofrece el descarnado panorama de una Nicaragua del siglo XXI, ya disuelta en su identidad, pero en la que de todos modos podemos reconocernos. (1996).

Otras escritoras a destacar son Mónica Zalaquett (1954), nacida en Chile, autora de la primera novela que abordó el tema de la guerra de los contras, Tu fantasma, Julián (1992); Gloria Elena Espinoza (1944), nacida en Jinotepe) autora de la novela La casa los Mondragón (1998), una zaga familiar que tiene por escenario la ciudad de León; y María Lourdes Pallais (1953, nacida en Lima, Perú), autora de una sola novela, La Carta (1987), las confesiones de una mujer sobre sus luchas y amores, escritas desde la cárcel.

La historia como motivo.

Una tendencia visible en la narrativa nicaragüense al final del siglo XX ha sido la exploración de los hechos históricos como una manera de recuperar la memoria del pasado en la ficción. En esta línea debemos colocar a Chuno Blandón (1939), nacido en San Rafael del Norte, con su novela Cuartel General (1988), cuyos hechos ocurren en su pueblo natal en los años de Sandino; a Ricardo Pasos Marciaq (1939), nacido en Managua, autor de las novelas El burdel de las Pedrarias (1995), que va a los años de la conquista; Rafaela, una danza en la colina y nada más (1998), que evoca a la heroína Rafaela Herrera en tiempos de la colonia; y María Manuela, piel de luna (1999), que tiene por escenario la costa de la Mosquitia; también ha publicado un libro de cuentos, igualmente de ambientación histórica, Las semillas de la luna (1995).

El poeta Julio Valle Castillo publicó en 1996 la novela Requiem en Castilla de Oro, sobre la figura del primer Gobernador de Nicaragua Pedrarias Dávila, el mismo personaje presente en la novela de Pasos, pero que Valle, entre la elegía y la ironía, utiliza para trazar una constante a través de toda la historia de Nicaragua. Enrique Alvarado (1935), nacido en Nandaime, acude en Doña Damiana (1998) a otro personaje fascinante de nuestra historia: Damiana Palacios, “La vengadora”, en tiempos de la guerra de Cerda y Argüello a comienzos del siglo XIX, y logra una novela de sostenida calidad literaria.

En otro filón de la historia, durante la década revolucionaria adquirió auge el género del testimonio. Los ejemplos más importantes fueron La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1986), del comandante guerrillero Omar Cabezas; y La marca del Zorro (1990), memorias del también comandante guerrillero Francisco Rivera (El Zorro), héroe de la liberación de Estelí, quien contó su historia al escritor Sergio Ramírez.

Así mismo, la revolución sandinista dejó una marca que empieza a hacerse visible en la narrativa. Tal es el caso de Orlando Núñez (1948), nacido en Managua, con Sábado de Gloria (1990), sobre los años de la insurrección contra la dictadura; una segunda novela suya es El vuelo de las abejas (1992). Erick Blandón, también poeta, presenta en la novela Vuelo de cuervos (1997) una visión crítica, e irónica, sobre la revolución vista desde sus mecanismos de poder; un tema que ya había ensayado con éxito en algunos de sus cuentos de Misterios gozosos (1994).

Entre los narradores que cierran el siglo XX, buscando una expresión más ligada a los temas urbanos, y a la desolación de la época post revolucionaria, están Erick Aguirre, ya mencionado como poeta, quien en su novela Un sol sobre Managua (1998) ofrece una aguda crónica de su propia generación, que entra en las aguas del desencanto.

Por otro lado, están los cuentistas Nicasio Urbina (1958), nacido en Buenos Aires, autor de El libro de las palabras enajenadas (1991), y El ojo del cielo perdido (1999), de excelente factura; Edwin Sánchez (1959), nacido en Jinotepe, autor de Sueño en relieve (1998); Douglas Carcache (1960), nacido en Granada, autor de Jueves de verano (1991), y El Designio (1994); Pedro Alfonso Morales (1960), nacido en León, autor de León es hoy a mí (1999). Y Leonel Delgado (1965), nacido en Jinotepe, que va en busca de un lenguaje novedoso en Road Movie (1996).

La escasa actividad editorial del país, que sumada a la ausencia de librerías y a la pobreza de las bibliotecas ha caracterizado la desolación del panorama literario en cuanto a la difusión de los autores, sufrió un cambio notable durante la década de la revolución, cuando aparecieron varias casas editoras respaldadas por el estado, la más importante de ellas la Editorial Nueva Nicaragua (ENN). Esta institución consiguió lo largo de su existencia la publicación de más de trescientos títulos, entre ellos las obras más notables de los escritores nicaragüenses de las viejas y nuevas generaciones.

Por otra parte, la Cruzada Nacional de Alfabetización emprendida en 1980, vino a abrir una oportunidad nunca antes contemplada en cuanto a la ampliación del mercado de lectores; pero esta posibilidad se frustró ante la imposibilidad de convertir a los recién alfabetizados en lectores sistemáticos, y el repunte posterior de los índices de analfabetismo ha venido a confirmar esta frustración.

EL TEATRO

Escenario casi desierto.

Como puede verse, la gran aventura cultural de nuestra historia ha sido la literatura, que ha dado sus más espléndidos frutos en la poesía, otros relevantes en la narrativa, y casi ninguno, por desgracia, en el teatro, como se ha señalado antes.

Frustrada la tradición que debió haber abierto El Güegüense, a la par de otras formas de teatro callejero y religioso, el escenario se queda prácticamente desolado en el siglo XIX, y sólo algunas obras teatrales, muy esporádicas, pueden mostrarse en el siglo XX. Entre ellas cabe mencionar el drama histórico en tres actos Los Contreras, de Félix Medina, sobre la figura de los herederos de Pedrarias Dávila; La chinfonía burguesa (1931), ya citada, escrita por José Coronel Urtecho y Joaquín Pasos en el despunte del movimiento de Vanguardia; Por los caminos van los campesinos (1937), de Pablo Antonio Cuadra, donde el tema son las guerras civiles en las que se ha utilizado como carne de cañón a los campesinos; La Novia de Tola (1939), de Alberto Ordóñez Argüello, y La cruz de Ceniza (1946), de Hernán Robleto.

Enrique Fernández Morales escribió tres piezas de teatro histórico: El milagro de Granada (1956), sobre la aparición de la imagen de la Virgen de Concepción en las aguas del Gran Lago; La niña del río (1960), sobre la heroína Rafaela Herrera, quien defendió el castillo de la Concepción en el río San Juan, del asedio de los ingleses; y El vengador de la Concha, sobre la guerra contra los filibusteros a mediados del siglo XIX. También escribió el monólogo Judas (1970).

El único dramaturgo que presenta una obra sostenida es Rolando Steiner (1936-1987), nacido y muerto en Managua; autor, entre otras, de las piezas Judith (1957), Antígona en el infierno (1958), y La pasión de Helena (1963); con temas, las dos últimas, del teatro clásico griego. Luego escribió su Trilogía del matrimonio, compuesta por Un drama corriente (1963), La Puerta (monólogo, 1966), y La mujer deshabitada (1970); a las que habría que agregar, por su temática, El tercer día (1965). Estas piezas contienen una aguda crítica de los modos de vida burgueses, sobre todo el matrimonio. Más tarde, La agonía del poeta (1977), sobre los últimos días de Rubén Darío, y La noche de Wiwilí (1982), sobre la masacre de campesinos que siguió al asesinato de Sandino. Otro dramaturgo es Alberto Icaza (1943), nacido en León, autor de la pieza Asesinato frustrado (1970). También aparece en este panorama Miguel de Jesús Blandón, con su pieza satírica El nacatamal de oro (1982), celebrada en numerosas representaciones.

La ausencia de una dramaturgia nacional tiene que ver, por supuesto, con la falta de la actividad teatral, que nunca ha dejado ser, salvo en contados casos, más que el fruto del entusiasmo de aficionados. Durante los años de la revolución esta actividad se multiplicó con sentido popular, y se formaron grupos teatrales campesinos, de barrio, en las fábricas, y aún en los cuarteles de policía y del ejército; pero no se dio un salto hacia la escritura dramática generalizada como hecho artístico, ni hacia el profesionalismo en la actuación.□

La crisis del neodesarrollismo y la teoría marxista de la dependencia

La crisis del neodesarrollismo y la teoría marxista de la dependencia

Nildo Domingos Ouriques*

  • Doctor en economía por la UNAM, es profesor del Departamento de Economía y Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de Santa Catarina, miembro del Instituto de Estudios Latino-Americanos (IELA-UFSC) y presidente del consejo editorial de Patria Grande. Biblioteca del Pensamiento Crítico Latino-Americano.

Resumen

La teoría marxista de la dependencia constituye el esfuerzo intelectual más logrado en décadas de desarrollo de las ciencias sociales latinoamericanas. Después de la profundización de la dependencia y del subdesarrollo en las últimas décadas a partir de la ideología del “libre-comercio” impulsado por el capital internacional y los Estados metropolitanos, volvieron con fuerza una vez más en América Latina las tradicionales teorías del desarrollo. Más allá de su incapacidad histórica para sacar a nuestros pueblos de un sistema en que las mayorías están condenadas a la explotación y la violencia, la reciente crisis en Brasil revela que el “neodesarrollismo” agotó rápidamente su capacidad de hegemonizar el debate intelectual y no pasa de ser un viejo camino para perpetuar el “desarrollo del subdesarrollo”.

Palabras clave: crisis, neodesarrollismo, teoría de la dependencia, Brasil.

Abstract

The Marxist theory of the dependency constitutes the best intellectual effort in decades of development of the latin american social sciences. After the deepening of the dependency an the underdevelopment in the last decades under the ideology of the “free trade”, which was boosted by the international bank stock and the metropolitan states, the traditional theories of development come back strongly once again in Latin America. Besides their historical incapacity to take our people from a system that the majorities are necessarily condemned to exploitation and to violence, the recent crisis in Brazil reveals that the “neodesarrollismo” quickly exhausted their capacity of hegemonizing the intellectual debate and it’s nothing more than an old way to perpetuate the “development of the underdevelopment”.

Key words: crisis, new-development, dependece theory, Brazil.

Introducción

La gran protesta social que emergió en Brasil en junio de 2013 es un suceso de gran significación para la lucha de ideas que vivimos en América Latina. Es también importante para crear un nuevo espacio político para la izquierda latinoamericana, sin las limitaciones que marcó su evolución reciente, libre de la fuerte influencia desarrollista que incorporó en la lucha de las décadas de 1980 y 1990, en contra del “neoliberalismo”. La mayor parte de los intelectuales neodesarrollistas se mostró tan sorprendida como también el gobierno del país que era hasta hace pocas semanas considerado un modelo a seguir, incluso para países periféricos de Europa. En este caso, como suele suceder, la sorpresa es hija de la apología. Es necesario afirmar que si bien la derecha tradicional —representada por Fernando Henrique Cardoso— y las fuerzas populares que apoyan el gobierno de Dilma Rousseff —representados por Luiz Inácio Lula da Silva— no terminan de entender la grave crisis que se ha abierto, es importante reconocer que la izquierda radical tampoco estaba preparada para intervenir en este fértil momento histórico para el país. Parte considerable de esta vacilación se debe al hecho de que se trata de una izquierda que abandonó por demasiado tiempo la mejor tradición teórica que se produjo en el continente, es decir, /a teoría marxista de la dependencia.

En este breve artículo analizamos de forma somera la evolución reciente de Brasil, el país de mayor desarrollo capitalista relativo en América Latina y que según la opinión dominante camina para ser la sexta economía del planeta medida por el producto interno bruto (PIB). El hecho de que la supuesta “gran transformación” ocurre cuando una fuerza política de origen en la izquierda del país conduce este proceso, hizo pensar a muchos analistas que finalmente el viejo desarrollismo habría encontrado las condiciones históricas concretas necesarias para revelar sus virtudes, razón por la cual vimos nacer en nuestros países el llamado “neodesarrollismo”, una especie de versión moderna del programa cepalino tradicional. Estas son las razones que nos llevan a revisar la experiencia reciente brasileña, especialmente importante después que miles de estudiantes y trabajadores realizan manifestaciones callejeras constantes y frente a las cuales la Presidencia y los poderes constituidos no encuentran todavía una respuesta satisfactoria, mientras la crisis se agudiza.

Lula, aparentemente, logró tal consenso que era considerado a un mismo tiempo ejemplo para la izquierda latinoamericana y para la burguesía de la región. Hace algunos meses fue la principal figura en el evento anual de los empresarios argentinos que se reúnen en torno del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA). No mucho tiempo después fue invitado de honor del presidente de México, Enrique Peña Nieto, para lanzar nada menos que en Chiapas, el “Programa hambre cero”, en el marco de la “Cruzada contra el hambre”. El ex presidente brasileño fue también panelista en la Conferencia del Sindicato de los Trabajadores de la Industria Automovilística y Aeroespacial de Estados Unidos, y no pocos gobiernos lo querían para dirigir la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur). En fin, un raro caso de consenso global tratándose de un ex líder obrero.

¿Qué hechos produjeron este casi increíble consenso? La respuesta, se solía decir, era resultado de una poderosa alianza de clase que permitía elevadas ganancias para los capitalistas y un fuerte programa de “inclusión social” para los de abajo. Según el relato dominante, Lula se apoyó en el fortalecimiento del mercado interno; fue sabio en mantener la estabilidad de la moneda creada por Fernando Henrique Cardoso (Plan Real); logró tasas elevadas de crecimiento del PIB; combinaba responsabilidad fiscal con una fuerte operación del Estado, además de apoyar con el Bando Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) las empresas brasileñas en su expansión mundial (especialmente en América Latina). El resultado no sólo fueron ocho años de estabilidad y paz social, sino que permitió que la línea política conducida por Lula lograra elegir a su sucesora, la presidenta Dilma Rousseff.

En resumen, los neodesarrollistas tenían un modelo para exhibir al mundo, especialmente en América Latina. El consenso era tal que hasta los ultraneoliberales —como el caso de Gustavo Franco en Brasil— asumieron sin ruborizarse que también ellos eran desarrollistas y que las divergencias partidistas no deberían impedir el reconocimiento de que hay conquistas que están más allá de la izquierda y la derecha.

Las bases económicas del éxito en Brasil

El Plan Real tenía premisas muy claras. Era básicamente resultado de un programa de ajuste estructural ultraortodoxo. La estabilidad de la moneda se logró en junio de 1994 a partir de elevadas tasas de interés —alcanzaron inicialmente 49.9%— que se mantuvieron altas durante todos estos años. De hecho Brasil fue el país con la más elevada tasa de interés del mundo durante los últimos años. La sobrevaluación de la moneda nacional (Real) frente al dólar no fue solamente un instrumento para lograr la estabilidad monetaria, sino que se mantuvo como una tendencia permanente. Además, todo el periodo está marcado por un sobreendeudamiento estatal sin precedentes en la historia del país, especialmente de la deuda interna. La expansión de la agricultura de exportación y el refuerzo del latifundio fueron también pilares del “modelo”, con tal fuerza que la reforma agraria fue completamente olvidada bajo el gobierno de Lula y todavía más en lo que va del de Rousseff.

Las medidas económicas expresaban un pacto de clase que pretendía larga hegemonía burguesa en Brasil. Las fracciones del capital —el productivo (nacional y extranjero), el financiero, el agrario y comercial— garantizaban no sólo el apoyo al gobierno sino que lograron incorporar una parte importante de los trabajadores mejor organizados en el país a partir de los poderosos fondos de pensión que, a lo sumo, representaban poco más de 3 millones de trabajadores. Después de las privatizaciones, estos fondos de pensión tenían capacidad para apoyar la inversión y entraron, por vez primera, en la esfera de la especulación con la deuda pública. Es cierto que no podían representar la totalidad de los trabajadores —la población económicamente activa en Brasil alcanza poco más de 100 millones— pero tenían fuerte influencia en las decisiones de la política económica y estrecha relación con los principales líderes del Partido de los Trabajadores (PT).

No obstante el optimismo de la última década, el pacto era, como afirmamos en otros ensayos, imposible de mantenerse sin fracturas. La tasa de interés permanentemente elevada produjo efectos inmediatos en las finanzas públicas. La deuda interna se elevó de los 64 mil millones en junio de 1994, a 740 mil millones cuando Fernando Henrique Cardoso terminó su segundo gobierno (1994-2002). Lula no sólo no interrumpió el proceso sino que dobló la apuesta: cuando el líder del PT termina su segundo mandato (2002-2010) la deuda interna alcanzó la cifra de 1 trillón y 500 mil millones de reales. La dinámica del endeudamiento se acentuó con la presidenta Dilma Rousseff, pues la deuda pública es en la actualidad ligeramente superior a los 3 trillones de reales. Las consecuencias de este superendeudamiento estatal todavía no cobran su precio plenamente, pero es indudable que en breve la burguesía aplicará una política de ajuste tradicional para recuperar la “salud financiera del Estado”. En este contexto, los programas sociales del gobierno —que según Lula sacaran a 40 millones de brasileños de la miseria y lanzaron otros 30 millones a la clase media— no podrían ser sino muy modestos, más allá del número de personas contempladas. La razón es sencilla: según información reciente, para 2012 el gobierno de Dilma Rousseff destinó 47.19% del presupuesto para el pago de la deuda, mientras que en 2011 había destinado 45.05%. Además, como indicó Marx, el supuesto de tal deuda no puede ser sino la drástica elevación de los impuestos que en 1993 representaban 25.72% del PIB —un año antes del inicio del Plan Real— y alcanzaron el 36.45% en 2002. Siguen desde entonces en ese nivel y más allá del griterío de las distintas fracciones de la burguesía, es imposible una disminución de los impuestos en las condiciones actuales.

Además del gravísimo tema de la deuda pública, una vez superada la fase de los elevados precios de los minerales en el mercado mundial, aliada con el mantenimiento de un tipo de cambio sobrevaluado en el país, los mega superávits comerciales que habían alcanzado en 2006 el monto de 46.5 mil millones de dólares en el gobierno de Lula mermaron rápidamente. De hecho, después del impacto de la crisis mundial del 2007/2008, el comercio exterior brasileño no dio muestras de recuperación. En perspectiva es fácil observar que bajo condiciones de sobrevaluación de la moneda, el superávit comercial era muy modesto (13.196 mil millones), pero la gran devaluación llevada a cabo por Cardoso pronto reveló su fuerza, y en los años siguientes Lula se benefició en gran medida de aquel terrible golpe sobre los salarios promocionado por su antecesor. Al contrario del discurso de Lula que afirmaba la existencia de una “herencia maldita”, la devaluación de Cardoso permitió a Lula los superávits comerciales que luego coincidieron con el auge de los precios de las materias primas y productos agrícolas, y el país exhibía así importantes superávits comerciales, suficientemente grandes para realizar la política social que apuntalaría sucesivas victorias electorales.

Así, el superávit comercial subió en el 2003 (24.8), 2004, (33.8), 2005 (44.9), 2006 (46.5) y, desatada la crisis mundial, comenzó a bajar de manera sostenida: 2007 (40.3), 2008 (24.9), 2009 (25.2), 2010 (20.1). En 2011 volvió a subir (29.7), pero en el contexto de una importante devaluación de los precios de las materias primas en el mercado mundial y frente a la imposibilidad de realizar una nueva devaluación, en función de la prioridad por el control de la inflación, dicho superávit no podrá alcanzar los montos del pasado. En este año (2013) la previsión es que no superará los 12 mil millones de dólares, cifra que exige del gobierno la profundización de la dependencia en relación con los capitales extranjeros para asegurar una modalidad perversa de equilibrio de la balanza de pagos. China es actualmente el principal importador de Brasil, superando con creces a Estados Unidos: mientras en 2012 el país asiático importó 41.2 mil millones de dólares de Brasil, Estados Unidos lo hizo por apenas 26.8 mil millones de dólares, seguido muy de cerca por Argentina con 18 mil millones de dólares.

La tendencia a la sobrevaluación de la moneda implicó una importante transformación en la burguesía industrial. Mientras los neodesarrollistas denuncian el proceso de “desindustrialización” y exigen en cambio medidas fiscales compensatorias para mitigar los efectos de la competencia con el capital extranjero, el sector de máquinas y equipos —decididamente la fracción más importante de la burguesía industrial— aprovecha la fuerza de la moneda nacional para importar en grandes cantidades máquinas y equipos de China, comercio que crece 10% al año. Así combinan elevación de la productividad del trabajo con extranjerización de la economía nacional, fortalecimiento del capital multinacional y ampliación de la dependencia tecnológica, que más que una brecha se volvió un verdadero abismo tecnológico. En resumen, esta reconfiguración de la burguesía industrial revela una vez más el carácter rapaz de aquella fracción de clase y una fuerte tendencia a la “burguesía compradora”. Según el Instituto de Estudios de Desarrollo Industrial (IEDI) —importante órgano de la burguesía industrial— el déficit de la balanza comercial para el sector en 2012 (50.06 mil millones de dólares) fue aún más elevado que en 2011 (48.7 mil millones de dólares). Hace diez años, revela el estudio, el superávit brasileño era de 7 mil millones de dólares en este renglón. Los sectores responsables por este radical cambio son los equipos eléctricos y mecánicos, productos químicos y transporte. La adquisición de máquinas y equipos responde por el 78.1% de la innovación de las empresas, mientras para investigación y desarrollo (I&D) sólo el 15%. Es importante no perder de vista que la tasa de inversión en el sector no supera el 19% en las dos últimas décadas.

No hay que olvidar tampoco un asunto decisivo en el momento actual. La tasa de interés permanentemente elevada en el país produjo un importante proceso de endeudamiento privado externo. Los capitales nacionales y extranjeros contratan préstamos internacionales a bajo costo con los bancos internacionales y lo emplean en el país en títulos de la deuda pública a tasas elevadas, con lo cual ganan miles de millones sin realizar ningún esfuerzo productivo. En efecto, ésta es la más importante fuente de la “república rentista” que los liberales denuncian todos los días, sin mencionar el estratégico tema del endeudamiento público. Una contradicción inmanente de este movimiento se debe al hecho de que las empresas contratan deudas con una moneda sobrevaluada, que al menor movimiento de devaluación ello implica golpes a su capacidad de pago, aunque puedan mejorar su capacidad exportadora, es obvio que los programas en infraestructura urbana —como el transporte colectivo, por ejemplo— más allá de ser carísimo, es también muy malo. Asimismo, las inversiones en salud y educación no pueden atender a una demanda creciente. Este pacto de clase se había agotado cuando Fernando Henrique Cardoso dejó la presidencia. Pero el pacto fue renovado en términos de legitimidad política cuando Lula da Silva, en vez de romper con esta dinámica, decidió prolongar su existencia. La explosión hubiera podido ocurrir antes si el país no se hubiese beneficiado de la elevación de los precios de las mercancías exportadas —básicamente productos agrícolas y mineros— pero se volvió inevitable cuando esos precios comenzaron a caer de manera sostenida en los últimos dos años. Por estos motivos las inversiones más importantes del gobierno no se refieren a infraestructura urbana destinada al consumo de masa, sino a la infraestructura de puertos y carreteras destinadas a fomentar una economía exportadora que implicó incluso un importante proceso de privatización de los principales puertos en el país.

Es en este contexto que también desaparece el mito del mercado interno pujante argüido por los neodesarrollistas, pues aunque es verdad que en muchas negociaciones entre el capital y el trabajo este último logró reajustes superiores a la productividad en algunas categorías, también es cierto que la situación de la fuerza de trabajo en el país no cambió significativamente: todavía 76% de la población económicamente activa sólo percibe hasta 3 salarios mínimos, el equivalente a 2 mil 34 reales. Según los datos del Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socio-Económicos (DIEESE), importante órgano de asesoría a los sindicatos, el salario mínimo necesario para un trabajador debiera alcanzar los 2 873.56 reales, es decir, un valor muy superior al que recibe la inmensa mayoría de la fuerza de trabajo en el país, hecho que sugiere un patrón de reproducción bastante regresivo.

En el marco de esta importante transformación de la burguesía brasileña, especialmente de su fracción industrial, verificamos también índices de crecimiento bastante modestos en los dos últimos años. En 2011 la tasa de crecimiento del PIB fue de 2.7% pero todavía más grave es su composición, pues la agropecuaria creció 3.9%, los servicios 2.7%, y la industria solamente 1.6%. En 2012, la tasa de crecimiento fue aún más baja y no pasó del 0.9% en un contexto de crecimiento apenas de los servicios (1.7%), mientras que la agricultura bajó a 2.3% y la industria disminuyó al 0.8%. Fue demasiado cómodo para los defensores del neodesarrollismo afirmar durante largo años que el país “volvió a crecer”, pues el gobierno de Cardoso logró tasas de crecimiento realmente muy bajas. Pero acá vale recordar a Marx para quien es “realmente muy cómodo ser liberal a costa de la Edad Media”. Es decir, las tasas de crecimiento —un indicador muy importante para el programa desarrollista— jamás fueron exuberantes y menos todavía cuando se las compara con los niveles chinos que dictan las reglas en escala global. En 2006, por ejemplo, año del más elevado superávit comercial, el crecimiento del producto fue de un modesto 2.9% y su composición tampoco fue muy alentadora, pues el sector agropecuario creció 3.2% y los servicios 2.4%, mientras que la industria lo hizo al 3%. En general se puede observar la enorme contribución de la agricultura en las tasas de crecimiento del producto y la débil participación de la industria. Además, la metodología del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) incluye en la producción industrial a la minería, razón por la cual sobreestima el índice; en definitiva, lo fundamental en economía política —lo sabemos desde Adam Smith— es la profundización de la división social del trabajo y, en consecuencia, el dato fundamental es la “industria de transformación” que en todos estos años ha tenido un desempeño muy bajo, como en 2005, cuando no superó el 1.3 por ciento.

Como señalé en otro ensayo, es posible que:

[…] el ejemplo más ilustrativo de la regresión industrial en el país puede ser observado en la exportación de aviones por la ex empresa estatal EMBRAER. Los apologistas del “modelo brasileño” no se cansan de decir que se trata de una empresa multinacional brasileña, con fábricas en Estados Unidos, Europa y China, y oficinas de mantenimiento en los cinco continentes. Los números son de hecho considerables, pues si en 2011 la empresa exportó 3 mil 924 millones de dólares, en 2012 la cifra subió todavía más, alcanzando 4 mil 746 millones de dólares. No obstante, los defensores del “modelo” brasileño exitoso olvidan informar que más del 90% de las piezas utilizadas en el avión “brasileño” son importadas.

Entonces ¿cómo explicar la menor tasa de desempleo (5.7%) en muchas décadas? Es indudable que más allá del bajo crecimiento industrial, la intervención estatal parasitaria logró resultados importantes. El superendeudamiento estatal no es en Brasil una “virtud” exclusivamente del Estado nacional, sino que alcanza también los estados y los grandes municipios del país. No puede existir duda que el nivel de endeudamiento público es responsable de la demanda de empleo —especialmente fuerte en función del apoyo a obras de infraestructura que generan muchos empleos en la construcción civil— mientras que la ampliación del crédito hacia los funcionarios públicos permitió otro tanto en la esfera del consumo, aunque con límites muy evidentes si consideramos que los salarios no superan los niveles de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Además, el apoyo del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) a los grandes grupos de la minería y también en alguna medida a los industriales (textil, alimentos, bebidas, etcétera) —más allá de las constructoras— ayudaran no solamente a fomentar el “mercado interno”, sino que también a consumir el excedente en ramas de baja productividad. Así se puede mantener el nivel de empleo por determinado periodo, pero será igualmente inevitable la elevación del desempleo en la crisis que se avecina.

Además, en la medida en que la tasa de desempleo cayó, la presión sobre la elevación de los salarios se hizo sentir plenamente. Desde ahí se puede comprender porqué en 2012 las huelgas volvieron a resurgir con fuerza en el país, en donde supuestamente emergió una pujante clase media, como afirman los optimistas desarrollistas. En efecto, mientras el número de huelgas en 2008 alcanzó 411 —cifra modesta para una situación de bajos salarios— en 2009 se elevaron a 518. En 2010 las huelgas no superan las 446, pero en 2011 volvieron a subir con fuerza (554) para finalmente alcanzar 873 en 2012, un año de intensa actividad sindical, muy similar a los números del gobierno de Cardoso, conocido por su hostilidad hacia los trabajadores. No hay que subestimar los números, pues el activismo sindical en defensa del poder de compra del salario se produce cuando las seis centrales sindicales —y especialmente la Central Única de Trabajadores (CUT)— están completamente alineadas con el gobierno. No hay dudas de que la luna de miel entre los trabajadores y el gobierno ha terminado y nuevas posibilidades para el sindicalismo de combate han emergido de la crisis actual.

En resumen, la política económica de los gobierno de Lula y hoy de Dilma Rousseff expresan las contradicciones profundas del capitalismo dependiente de mayor desarrollo relativo en América Latina. El auge del proceso de crecimiento coincide con la elevación de los precios de productos agrícolas y mineros en el mercado mundial, lo que permitió un aumento significativo del excedente en manos de la burguesía y del Estado. No obstante, cuando los precios de los productos minerales empezaron a caer y los productos agrícolas ya no se elevaron en el mismo ritmo —e incluso enseñan una tendencia ligera a la baja— no existen condiciones para mantener el mismo ritmo que produjo el optimismo burgués que llevó a Lula a la condición de un político de consenso mundial. Además, con las últimas decisiones del gobierno de Estados Unidos, de recuperar la capacidad de hacer política monetaria en la dirección de contener la fase de crédito barato hacia la periferia capitalista, no hay dudas de que el libre curso del endeudamiento estatal interno que permitió mantener inversiones públicas y apoyar la inversión privada por medio de medidas fiscales encuentra ahora poderosos obstáculos, razón por la cual muy posiblemente el país entrará en un nuevo ciclo de endeudamiento externo, sucesivas devaluaciones del real y enormes dificultades para mantener la estabilidad monetaria.

Vigencia de la teoría marxista de la dependencia

Expresión de un programa de investigación inconcluso, la teoría marxista de la dependencia representó la crítica más radical y fecunda a la teoría del desarrollo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). El desarrollismo, más allá de expresión ideológica de los intereses burgueses en América Latina, representó también el auge de la consciencia de clase de una burguesía dependiente, que el inolvidable André Gunder Frank no vaciló en llamar con gran dosis de razón de “lumpem-burguesía”. Más allá de la fuerza de la metáfora y de la imposibilidad de homogenizar el desarrollo capitalista en escala mundial, es un hecho que la clase responsable por llevar a cabo el programa desarrollista fue y sigue siendo débil para realizar la promesa burguesa en la periferia capitalista.

Hay, además, un nuevo escenario latinoamericano que abrió un espacio político inédito para el desarrollo de la teoría marxista de la dependencia. Es indudable que amplios sectores toman conciencia de los límites del capitalismo latinoamericano, fenómeno que muchos autores denominan “crisis del neoliberalismo”. Fue precisamente el avance de la conciencia de amplios sectores sociales de estos límites, aliado al mayor nivel de organización y reivindicación, la razón decisiva para la emergencia de gobiernos de orientación popular, con programas más o menos consecuentes, que todavía dominan la vida política de nuestro continente. No obstante, es igualmente importante observar que el programa neodesarrollista que orienta a dichos gobiernos, también empezó a revelar sus límites y la reciente explosión de la ira popular en Brasil es un ejemplo contundente del futuro próximo para todos los países latinoamericanos.

El desarrollismo gozó de gran apoyo popular en la década de 1950 y parte de la de 1960, pero fue incapaz de dar respuestas a las exigencias de su propia evolución: la plena distribución del ingreso, la democratización de la propiedad —especialmente importante en la reforma agraria— mayor grado de autonomía nacional, control creciente de la cadena productiva de valor en el país y fortalecimiento de la democracia como sistema político, entre otros. Así, precisamente cuando más se acercó a su ideal, cuando más parecía apto a realizar su promesa, las políticas desarrollistas fueron superadas por el terrorismo de Estado en la mayor parte de los países latinoamericanos y desplazados por la vieja y conocida dominación imperialista abierta. Parte de su crisis se debe precisamente a la aparición de la crítica marxista a los postulados del estructuralismo cepalino y los requerimientos de la teoría marxista de la dependencia, desafío lanzado de manera original por Ruy Mauro Marini en Dialéctica de la dependencia, un ensayo de interpretación marxista sobre el funcionamiento del capitalismo dependiente que constituye un programa de investigación inconcluso, por lo tanto, un programa que sigue abierto en el campo de las ciencias sociales latinoamericanas.

La emergencia del nacionalismo revolucionario en América Latina —especialmente importante en el caso de la Revolución democrática bolivariana en Venezuela, pero también en Ecuador y Bolivia— actualizó la vigencia de los postulados centrales de una teorización destinada a enfrentar con radicalidad la dura realidad de la dependencia y el subdesarrollo. En la misma línea, gobiernos de origen o vocación popular, relativamente comprometidos con la mejora de vida y trabajo de millones de latinoamericanos surgieron y terminan por enredarse en los mismos dramas del pasado, en las mismas trampas del viejo desarrollismo. En este contexto, es necesario reconocer que aun la Revolución democrática bolivariana perdió sus fuerzas originarias y en el futuro inmediato quizás tengamos un gobierno bolivariano, pero ya no más una Revolución bolivariana. La incapacidad de romper con la economía rentista en Venezuela ya no puede ser considerada un producto de la real y permanente acción imperialista en contra del proceso revolucionario; no es más posible ocultar las dificultades inherentes a la superación de la dependencia bajo las condiciones del rentismo petrolero y los límites del bloque popular en el poder. Las expropiaciones realizadas por el gobierno del presidente Hugo Chávez y aun el decisivo control sobre las divisas originadas por las exportaciones petroleras son condiciones necesarias para enfrentar las fuertes amarras de la dependencia, pero son notoriamente insuficientes. La construcción del socialismo —única vía de superación de la dependencia— es un desafío abierto en todo el continente. En la situación concreta de Venezuela, la estatización y el control de las divisas no impidieron una extraordinaria fuga de capitales que se realiza sin cesar desde 2007, y que representa de hecho la fuerza de una fracción financiera parasitaria con gran influencia en el gobierno.

Además, el otro país importante en América Latina —México— firmó un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá en 1994, hecho que lo volcó de manera definitiva hacia la dinámica de la acumulación en Estados Unidos. La burguesía mexicana renunció no solamente a cualquiera que fuera la modalidad ilusoria de “desarrollo autónomo”, sino que se sumó sin ceremonias a la condición de un país que renuncia a su soberanía en asuntos decisivos para un Estado nacional moderno. No obstante, el resultado económico, político y social es catastrófico para las mayorías en función de la elevación de la pobreza, de la grave crisis social y la dependencia económico-financiera sin precedentes. Este proceso enseña hacia amplios sectores sociales que la integración de un país dependiente con un país imperialista no implica una mejoría de cualquiera de los aspectos fundamentales de la vida de una nación, sino su agravamiento radical.

Finalmente, la reciente crisis brasileña, enseña que todas las modalidades de administración de la crisis y también los intentos de superación de los problemas clásicos inherentes al subdesarrollo y la dependencia en el marco del orden burgués fallaron. Enseña también que la clase obrera garantiza larga vida a la clase dominante cuando elude el enfrentamiento con los problemas estructurales de toda economía dependiente.

Las nuevas fuerzas sociales que emergen en este escenario de conflicto no podían haber olvidado los límites de la antigua promesa burguesa, es decir, la posibilidad de lograr la superación de la miseria, del rezago tecnoproductivo, superación del horizonte liberal de democracia en el marco del sistema capitalista. La herencia teórica de los intensos debates acerca de la dependencia y el subdesarrollo, especialmente la crítica marxista a la dependencia, poseen ahora una nueva posibilidad histórica para avanzar hacia la plena constitución de la teoría marxista de la dependencia, desafío lanzado hace 40 años por Ruy Mauro Marini en su clásico Dialéctica de ¿a dependencia. De hecho, el mantener la sobrexplotación de la fuerza de trabajo como rasgo esencial del “desarrollo del subdesarrollo” y la monumental transferencia de valor de la periferia latinoamericana hacia los países metropolitanos, por fuerza del pago permanente del servicio de la deuda externa y otros medios tradicionales, revelan que la consciencia crítica de nuestro continente debe asumir plenamente la tarea de llevar aquel desafío hasta sus últimas consecuencias. Además, los intentos recientes de integración regional que tienen en el Mercado Común del Sur (Mercosur) su más avanzada experiencia, revelan también que la dependencia es un obstáculo insuperable en el marco del capitalismo dependiente para la plena constitución de la Patria Grande, condición indispensable para una segunda y definitiva emancipación de América Latina. El agotamiento político precoz del neodesarrollismo —particularmente evidente en Brasil y Argentina— y las ambigüedades del nacionalismo revolucionario —en Venezuela— enseñan que sin la ruptura con el estatuto de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y el control pleno del excedente por parte de los Estados nacionales latinoamericanos, todo proceso de transformación social llevado a cabo por gobiernos de orientación popular será vano.

El capitalismo dependiente —este engendro monstruoso creado por la evolución histórica del capitalismo global— no es un adversario fácil. Pero en el marco de una grave crisis mundial y el papel reservado para la periferia en el mundo contemporáneo, no puede haber duda de que crecerá el radicalismo político entre los sectores más conscientes de las clases subalternas. Este radicalismo político tiene en la teoría marxista de la dependencia la mejor herencia teórica que produjeron las ciencias sociales en América Latina y las vanguardias políticas en décadas pasadas. Avanzar hacia su plena constitución, tal como señaló Ruy Mauro Marini hace más de cuatro décadas, es una grandiosa tarea teórica y práctica, imprescindible en momentos como los que vivimos.

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