Teoría Crítica del Derecho. Susana Boneno.

El estudio del derecho comparte una matriz de epistemología común a ciertos paradigmas predominantes en momentos históricos determinados. Así la misma noción de derecho implica la asunción de un modelo no exento de connotaciones ideológicas, el que le da forma y le permite, a su vez, construir esquemas conceptuales jurídicos, acordes a dicha perspectiva.

En el escenario jurídico, los dos modelos más relevantes, el iusnaturalismo y el positivismo jurídico, han sido los enclaves sobre los cuales se montaron la mayoría de las teorías jurídicas, más allá de las distintas vertientes que surgieron de dichas matrices. La polémica entre ambos puede analizarse a muchos niveles y desde diferentes ángulos, pero éste no es el objeto de nuestro trabajo.

En este ensayo pretendemos hacer referencia a los aportes y limitaciones que implican ambas perspectivas para la praxis jurídica, dando cuenta de su aparente irreconciabilidad en virtud del antagonismo manifiesto en sus presupuestos ontológicos y epistemológicos. En segundo lugar apuntamos a exponer un abordaje del fenómeno jurídico distinto a los tradicionalmente conocidos, reivindicando la potencialidad transformadora para la teoría jurídica que éste implica.

Respecto de la posición iusnaturalista, su pervivencia y antigüedad hace que su caracterización presente algunas dificultades. El iusnaturalismo de Hobbes tiene, por ejemplo, una gran distancia ideológica de Leibniz, tanto como el de Santo Tomás de Dworkin.

Sin embargo, a pesar de que han existido distintos tipos históricos de iusnaturalismo, existe al decir de autores como Elías Díaz un “ideario mínimo común iusnaturalista”[1] que comparten distintos pensadores. Este ideario se manifiesta a través de un discurso ético que aspira en todas sus variantes a una aproximación a la justicia, de allí que se orienten a identificar lo justo con una serie de principios, más o menos amplios según el autor o la escuela de que se trate.

Estos derivan de la naturaleza, que es interpretada también de distintas maneras, y son cognoscibles por el hombre. Algunos de estos principios revisten el carácter de inmutabilidad y universalidad. En términos generales los autores iusnaturalistas parecen estar de acuerdo en afirmar, que por encima de las leyes humanas existe otro derecho, llamado natural, sobre el que deben asentarse los ordenamientos jurídicos positivos, al menos en sus principios fundamentales.

Estas líneas de estudio, al hacer depender los ordenamientos jurídicos positivos de su adecuación a ciertos principios superiores, evidencian un problema fundamental y es el referido al valor del contenido de la norma jurídica. De acuerdo a esta ideología, la norma jurídica, invariablemente debe ser justa, en tanto el derecho natural, propio de todos los hombres reviste esta característica. Así aparece el planteo de la justicia como eje central del discurso iusnaturalista.[2]

Por el contrario para los iuspositivistas el planteo del derecho encuentra otro camino, partiendo de la afirmación básica que el derecho es simplemente el derecho positivo, entendiendo por tal los ordenamientos jurídicos vigentes en cuanto fenómenos sociales y variables históricamente.

Y en consecuencia, la calificación de algo como derecho es independiente de su posible justicia o injusticia. Recordaremos aquí la escuela kelseniana y sus seguidores, preocupados por distinguir el valor del derecho del de su validez, es decir la cuestión de si una norma es justa del problema de si ésta existe (si es válida).

Así sostienen que el primer problema no le compete a la Teoría del Derecho, ya que el planteo de cuestiones tradicionales de la especulación iusfilosófica tales como preguntarse si existe la justicia o si existen criterios objetivos de justicia, no dejan de ser pseudo problemas cuya respuesta depende de cierta ideología.[3]

Este positivismo profundamente  anti metafísico, lucha por desagregar las cuestiones valorativas del derecho y elevar el concepto de seguridad jurídica por sobre cualquier axiología. Esto im plica asumir por parte del positivismo, entre otras cuestiones, que la norma jurídica expresa un valor, p e ro no absoluto al estilo iusnaturalista, sino relativo, en tanto ella es expresión de la orientación política del legislador , y en cuanto tal refleja un valor relativo al de ciertos hombres.

Las disputas cruzadas fueron y son variadas, se construyeron teorías y elaboraron modelos que realizaron aportes de gran significación para la ciencia jurídica.

EL PUNTO COMUN

Sin embargo, y a pesar de tal divorcio epistemológico, existe un lugar donde los conceptos primarios de estas líneas sirven como recursos capaces de legitimar un discurso jurídico específico. Este discurso se monta sobre un punto de inflexión en el que la teoría pierde su sentido epistemológico originario y transparenta un efecto quizá no buscado. Con esto nos referimos a que aquellas posiciones antagónicas mencionadas, la iusnaturalista y la positivista, se unen en una forma de trabajo específica por parte de quienes producen y aplican el derecho, moldeando de esa forma una particular praxis jurídica.

Para ello, los principios iusnaturalistas ofrecen recursos discursivos que nunca pueden ser refutados desde la perspectiva analítica del positivismo, en tanto no se ajustan a ningún criterio empírico de comprobación. ¿Quién puede asegurar o negar la existencia de un derecho natural a la justicia? Digamos que no existe ningún lugar superior desde el que se pueda negar algún tipo de iusnaturalismo.

Por otra parte es el iuspositivismo el que brinda los instrumentos ciertos y eficaces capaces de confirmar el modelo de seguridad jurídica más acorde para expiar los excesos de metafísica del iusnaturalismo, considerado poco riguroso desde la modernidad racionalista.

Es decir, allí donde los principios eran lógicamente incomunicables se funden hoy en la cuestión práctica de cómo los efectos de estos discursos actúan como guía y representación de una praxis jurídica.

Es el enclave de dos discursos que permiten moldear el sentido común de una práctica jurídica cotidiana; una lógica irrefutable que opera a partir de fundamentar desde la faz teórica la existencia de principios naturales y desde el punto de vista metodológico, separa con su bisturí analítico la paja del trigo.

Nos referimos a una forma estratégica de manipulación conceptual, capaz incluso de desmembrar el sentido originario de los conceptos mismos, en tanto los desvincula de sus matrices epistemológicas originarias.

Las representaciones que tal discurso, magníficamente unificado brinda, sirven como garante de una pureza principista y metodológica. Y así se aspira a que en la construcción del escenario jurídico y social, el jurista de oficio no pueda ser visto como operador de las relaciones sociales, ni como manipulador de las estructuras de poder, sino más bien como un respetuoso de principios éticos y realizador técnico de los textos legales.

EL ABORDAJE CRÍTICO DEL DERECHO

La necesidad de desmontar este discurso jurídico y de responder a una serie de preguntas negadas anteriormente, llevan a la constitución de un saber del derecho que puede rotularse como crítico.

Este tipo de conocimiento del derecho surgió ante la cuestión de responder a problemáticas que por su propio peso tiñeron el tradicional horizonte especulativo, y ante la convicción de que el conocimiento conceptual o metafísico del derecho eludía la posibilidad de explicar los efectos sociales y los entramados políticos de la praxis jurídica.

De igual manera la función de jueces y juristas trasuntaba esa independencia dogmática frente a una realidad que a ojos vista era incapaz de contenerse en las cavas metafísicas del iusnaturalismo y en la furia positivista por expulsar los contenidos de las normas jurídicas.

De igual forma que en las posiciones mencionadas, el conocimiento crítico del derecho admite variadas líneas de trabajo, pero podemos afirmar consecuentemente con Russo[4] “que se trata de un conjunto de ideas producidas a partir de diferentes marcos conceptuales que se relacionan de manera flexible y problemática e intentan aprehender las condiciones históricas y las estructuras político sociales que confluyen en el estudio del derecho, además pretenden comprender los sentidos sociales del trabajo teórico aceptado como discurso competente de los juristas”.

El conocimiento crítico del derecho trabaja por erigirse como una revisión epistemológica capaz de operar sobre el discurso jurídico institucionalmente sacralizado, introduciendo necesariamente la temática del poder a fin de diluir los intentos iuspositivistas y iusnaturalistas de colocar fuera de lo jurídico al ámbito político.[5]

Se trata de evidenciar el valor político de las verdades jurídicas a partir del análisis de los discursos competentes, el que opera como una unificación de verdades por efecto de una praxis jurídica, que analíticamente constituye el “sentido común teórico de los juristas”.[6]

La teoría crítica remonta sus orígenes a la corriente de “Critique du Droit” en Francia, la cual consagraba a un grupo de juristas franceses que se proponían una empresa teórica y pedagógica destinada a desmontar los supuestos políticos y epistemológicos de las teorías tradicionales. En la base

del movimiento existía un rechazo a las concepciones dominantes en las escuelas de derecho francesas, donde según Cárcova[7] “reinaba el individualismo, el aislamiento intelectual, la suspicacia frente a las preocupaciones teóricas y un antimarxismo primario”.

En contraposición, la nueva corriente trabaja haciendo uso de categorías materialistas con el fin de penetrar en la comprensión profunda de la naturaleza y del rol del derecho. Pero sus abordajes rechazan el reduccionismo implícito en la metáfora estructura y superestructura y se orientan más en las conceptualizaciones althuserianas, alejándose así de la ortodoxia y ganando riqueza conceptual.

Frente a los enfoques tradicionales que tratan de presentar al Estado como emanación del interés general y a su orden jurídico como instrumento de realización de ideales universales y ya históricos de justicia, pretenden demostrar que son las condiciones histórico materiales de la vida social las que explican las formas y funciones de las instituciones jurídicas , que tienen su especificidad, pero pueden comprenderse sólo a partir de su inclusión en la totalidad.

Dentro del mismo movimiento, uno de sus exponentes, Jeammaud, al realizar un balance autocrítico de sus producciones, reivindica sus éxitos parciales, fundamentalmente por haber instalado un campo de reflexión alternativo. Pero por otro lado hace presente la necesidad de seguir trabajando sin aferrarse exclusivamente a las tesis materialistas y de continuar esfuerzos teóricos penetrando en enclaves ajenos a esta tradición.

En la misma época que “Critique du Droit”, en el Congreso Internacional de Filosofía jurídica realizado en 1975 en la Universidad de Belgrano son presentados los primeros trabajos que expresaban esta corriente en Argentina, la que cuenta entre sus miembros más destacados a Enrique Marí, Alicia Ruiz, Ricardo Entelman y Carlos Cárcava.

Esta nueva perspectiva de abordaje jurídico define al derecho como “una práctica social específica que expresa los niveles de acuerdo y de conflicto de los grupos sociales que operan al interior de una formación económica social determinada, práctica de naturaleza discursiva, discurso ideológico y discurso del poder“.[8]

Así, consideran que los orígenes del poder en la sociedad, los lugares donde los conflictos sociales se generan, las formas en que se establecen las sumisiones, permanecen ocultas. Por eso la teoría crítica del derecho propone una lectura descriptiva, explicativa y crítica del discurso del derecho.[9]

Es imprescindible desmitificar ese lugar que pretende aparecer como “neutro”, donde se construyen las verdades jurídicas, y para ello es necesario evidenciar y analizar los espacios institucionales desde los que se pauta una interpretación polisémicamente controlada de las instancias discursivas , con el fin de producir conceptos legitimadores. Esta es la manipulación conceptual mencionada, aquella que los elabora cuidadosamente con el fin de mantener y reproducir el lugar sagrado desde donde se ejerce el poder de los significados jurídicos.

La teoría crítica propone categorías analíticas que permitan dar cuenta de la inserción del derecho en las formas históricas de la sociabilidad, para lo cual carecían de utilidad las provenientes de las teorías tradicionales.

Sus expositores sostienen la necesidad de conceptualizar una teoría de la ideología que “se hiciera cargo de los niveles del imaginario social y su articulación múltiple con el mundo de las normas, las prácticas institucionalizadas, el rol de los juristas y las representaciones de los súbditos”.[10]

Los representantes de la teoría crítica en nuestro país basan sus trabajos en categorías provenientes del marxismo pero en un contexto heterodoxo, que en sus presupuestos epistemológicos incluye también a autores franceses de tradiciones intelectuales distintas e incluso distantes del marxismo, como Bachelard, Canguilhem o Foucault. A diferencia de la “Critique du Droit” francesa, la Argentina asume desde su comienzo un camino más ecléctico.

Otro aspecto a destacar de esta línea de pensamiento, y que coincide con nuestro propio abordaje del derecho -desde la ciencia política- se refiere a la posición asumida para dar cuenta de la especificidad de lo jurídico a partir de la necesaria comprensión de la totalidad estructurada que lo contiene.

Esto es la totalidad social; por ello sostienen la necesidad de constituir un saber multi y trans disciplinario desplegado como lugar de intersección de múltiples conocimientos: históricos, políticos, económicos, psicoanalíticos, etc., no mediante un ingenuo recurso de mera adicción sino como un intento de síntesis productiva.

Así, la teoría crítica se interroga y aborda la relación del derecho con los elementos que son propios del imaginario en las sociedades modernas. “En ellas el derecho se materializa como discurso, esto es, como un proceso social de producción de sentidos. Es más que palabras, es también comportamientos, símbolos, conocimientos, es lo que los jueces interpretan, los abogados implementan, los litigantes declaran, los teóricos producen, los legisladores sancionan y los doctrinarios critican”.[11]

Buena parte del imaginario social está puesto en el derecho, pero esta visión del orden jurídico como comunicación simbólica no ha sido muy considerada a pesar de estar presente en él las dos estructuras simbólicas fundantes: mitos y ritual. Los ritos o ceremonias tan frecuentes en el derecho, operan como refuerzos de las creencias que él mismo inculca y por ello se convierten en condición necesaria de su efectividad.

Así son una forma de transformar el poder en orden en tanto permiten que se proyecte como una cosmovisión que ordena y da sentido a la vida social y ese orden se refleja en mitos, aunque racionalizado en mitos profanos por efecto de la secularización.

Ese campo del imaginario social sostiene Marí[12] “no ha sido considerado por la teoría jurídica y política de tendencia tanto iusnaturalista como positivista, más preocupados por construir los montajes referenciales en sus respectivas regiones de lo divino y natural o de la justificación racional, que en desmontar o producir una reflexión crítica sobre sus modos de funcionar”.

El discurso jurídico reconoce, según Entelman R., distintos niveles: el primero se refiere a las manifestaciones del derecho por parte de quienes poseen el poder para crearlo, se trata del discurso normativo en sus distintas formas: normas, reglamentos, contratos, etc.

El segundo está constituido por las producciones teóricas y prácticas realizadas sobre el primer nivel, es decir el trabajo de juristas, abogados, etc. El tercer nivel es el referido a quienes manifiestan el impacto de los dos niveles anteriores, es el discurso de los súbditos y usuarios del derecho. Es allí donde se condensa el imaginario social a partir de las representaciones que los dos niveles construyen, las imágenes, mitos y ficciones.

Este discurso jurídico es un discurso conformador de realidades en tanto asigna significaciones especiales; construye destinatarios de sus verdades y constituye los “enemigos” del sentido común jurídico.

Así tomamos a Entelman[13] cuando dice: “Ahora el discurso jurídico se hace cargo de ser el discurso del poder, pero no porque tiene que vérselas con las normas que atribuyen los Poderes o con las menciones normativas de los hombres transformados en sujetos de derecho,sino porque es el discurso cuyo propio proceso de producción consiste en la expresión de los lugares de la trama del poder constituido en las prácticas sociales”.

Poder para el que las representaciones colectivas, el ámbito de lo imaginario y de lo simbólico es un lugar estratégico, de importancia capital en tanto es allí donde se constituyen los principios de su legitimación. Cabe decir, que para los críticos del derecho el concepto de poder es una idea de relación al estilo de Foucault, no es una cosa ni un instrumento que posea un lugar fijo en la estructura social. De allí que esta idea nos permite hacer mención de una doble función que apareja el derecho en tanto torneado ideológicamente:

“Así, cuando el derecho nos promete igualdad no sólo nos escamotea la percepción de nuestra desigualdad real, también legitima nuestro reclamo por la igualdad. De tal suerte que el carácter ideológico del derecho tiene un doble papel, por una parte reconduce las relaciones de poder pero, por la otra, al legitimar el reclamo, posibilita la reformulación y la transformación progresiva de las relaciones de poder”. [14]

La conformación de una teoría explicativa de los fenómenos del poder no se agota en el reclamo del cambio de poder, al estilo revolucionario, sino en principio, apunta a tratar de desmontar ciertas ficciones fundantes del discurso jurídico que han esclerosado los principios de legitimación del mismo, como es la noción misma de sujeto. Al respecto explica Alicia Ruiz:[15]

“La estructura del derecho moderno se organiza y se sostiene en torno a la categoría de ‘sujeto ‘. Discutir esta noción, desmontarla, supone someter a revisión todo el discurso jurídico. El sujeto de derecho, libre y autónomo, es una categoría histórica propia de una forma peculiar de lo social y de la política de una cierta organización de lo simbólico y de un peculiar imaginario social. Ese sujeto libre para actuar y con autonomía de voluntad para decidir, corresponde a una manera de conceptualizar al hombre y a su naturaleza.

El hombre, lo humano, no son realidades dadas que preexistan al discurso que los alude.

En el derecho siempre hay un hombre interpelado como si su constitución como tal fuera precedente a ese derecho. Sin embargo la complejidad de la cuestión reside justamente, en explicar cómo el derecho interpela al sujeto que al mismo tiempo constituye. Cuando la ley nos nombra como ‘padre’ u ‘homicida’, ‘comerciante’, ‘mayor de edad’, ‘fallido’, deudor, ‘acreedor’, en cada una de esas maneras de mencionarnos pareciera que nosotros, cada uno de nosotros existe ya como sujeto.

En este supuesto reside la estructura ficcional que mantiene la integridad del discurso. Es como si en el origen hubiese un sujeto al cual calificar, permitir, prohibir y fuera por esto que la ley puede aludirlo, otorgarle un lugar en el campo de la legitimidad o excluirlo de él.”

Para los críticos, no hay sujeto antes…fuera o más allá de cada interpelación concreta y el sujeto constituido-interpelado, lo está en ambos sentidos, según un modelo de hombre presupuesto. Así: “El sujeto es una ficción ligada a una concepción del hombre generalmente silenciada”.[16]

No existe un “hombre en abstracto” en el derecho, su neutralidad es aparente. El sujeto es una ficción, pero sus efectos son diversos según el humanismo presupuesto de que se trate.

A MODO DE CONCLUSION

Como sus propios representantes lo sostienen su orientación iusfilosófica “avanza en territorios donde es lícita la intersección de los saberes y en donde los límites se desdibujan y los discursos se interpenetran”.[17]

Ello presupone una ruptura epistemológica con otros abordajes del derecho en tanto se concibe al mismo como una instancia específica de la totalidad social, de allí la necesidad de construir una teoría que no se desvincule del fenómeno en su conjunto, y en ese marco focalizar el análisis de sus aspectos específicos.

Estas afirmaciones ponen en crisis los modelos canónicos de ciencia jurídica, evidenciando los límites explicativos de las concepciones aceptadas. Esta crítica, y éste podría ser el corolario, instala el debate sobre la pretendida neutralidad del derecho, que se vincula con la percepción del

discurso jurídico como ordenado y coherente, organizado de tal modo que se torna autosuficiente y autorregulado.

Desde nuestro punto de vista resultan sumamente relevantes los efectos de este cuestionamiento, en tanto apunta a evidenciar el derecho como discurso legitimador del poder en el Estado Moderno. La estructura del discurso jurídico es fundamental para que el derecho cumpla este papel, en tanto se presenta coherente y ordenado, pero encubriendo y desplazando el lugar real del conflicto social.

Develar la complejidad y las remisiones al poder que apareja el discurso jurídico permiten coadyuvar a lograr que se destruya la ilusión de una ciencia neutral y de un objeto de límites precisos.

“Que exige explicar cómo y por qué hay tanto de ‘no racionalizable’ en sus mecanismos de constitución y funcionamiento … “.[18]

A partir del primer velo ya nada podrá ser igual , queremos creer.


[1] Elias Díaz: De la maldad estatal, la soberanía popular. Ed . Debate. 1984. pág. 96.

[2] Este ideario común permite diferenciar estas posiciones de otras valorattvas pero no iusnaturalistas ni positivistas, al respecto véase De nuevo sobre el problema del Derecho Natural de José Delgado Pinto. Ed. Universidad de Salamanca. 1982. cit. por Elías Díaz. De la maldad estatal , la soberanía popular. op. cit. pág. 96.

[3] Podemos al respecto recordar a Kelsen. ~AI hacer depender la aceptación de una norma de su correspondencia con un sistema de valores, que pretendemos exclusivo, incurrimos en ideología, pues nos privamos de la posibilidad de describir al derecho positivo tal como es, juzgándolo. en cambio, a la luz de lo que deseamos. Esta es la tesis que tozudamente sostuvo durante años Hans Kelsen. Roberto Vernengo. Curso de Teoría General del Derecho. Ed. De palma. Buenos Aires. 1985. pág. 151.

[4] Eduardo A. Russo. “Sobre ciertos abusos de la analiticidad” en Interpretación de la ley. Poder de las significaciones, significaciones del poder. Vol. 1. Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires. 1987. pág.19.

[5] “EI principal concepto que los estudios jurídicos y políticos tienen en común es el del poder… pero he tenido que constatar con cierta sorpresa que los juristas y politólogos usan el mismo término ‘poder’. del que ni unos ni otros pueden prescindir, ignorándose entre sí por completo.” Norberto Bobbio. Contribuciones a la teoría del derecho. Ed. debate 1980. pág. 355.

[6] Aquí podríamos recordar lo que al respecto dice Foucault: “Cada sociedad tiene su régimen de verdad. su ‘política general’ de la verdad, es decir: los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos …el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero” . En Un diálogo sobre el poder. Ed. Alianza Materiales . 1981. pág. 143.

[7] Carlos Cárcava. “Teorías Jurídicas alternativas”. En C. Cárcova. Teorias Juridicas alternativas.

Escritos sobre Derecho  y Política. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. 199:3. pág. lB.

[8] B. Carlos Cárcova. “Derecho y Política en los tiempos de la Reconversión”. en op. cit. pág. 60.

[9] “Cuando el derecho organiza los poderes del Estado, instituye órganos, dice quién manda y quién obedece, designa los que pueden ejercer los rituales, oculta la referencia implícita –que el poder no se genera ni está en tales poderes… que esos órganos y hacedores de rituales a quienes redistribuye la palabra, hablan en nombre de otros que están ocultos y ausentes-, encubre y desplaza el problema del poder constituyendo los símbolos del poder-. Ricardo Entelman. “Discurso normativo y organización del poder- en Materiales para una teoría critica deI derecho. Abeledo Perrol. Buenos Aires. 191. Pag. 303

[10] Carlos Cárcova. D/J. cit. pág. 20.

[11] Carlos Cárcova. op. dt. pág. 44.

[12] Enrique Marí. Racionalidad e imaginario social en el discurso del orden”. En Derecho y Psicoanálisis. Ed. Hachette. Buenos Aires. 1987.

[13] Ricardo Entelman. -Discurso normativo y organización del poder. en E. Marí, A. Ruiz., y otros. Materiales para una teoría critica del derecho. Abeledo Perrol. Buenos Aires . 1991. pág. 300.

[14] Carlos Cárcova. &p. cit. pág. 84.

[15] Alicia Ruiz. Aspectos ideológicos del discurso.  op. cit. pág. 197.

[16] Alicia Ruiz. op . cit. pág. 197 .

[17] Carlos Cárcova. Prólogo en Materiales para una teoria critica del Derecho. op. cit. pág. 7.

[18] Enrique Marí . “Moi Pierre Riviere … o el mito de la uniformidad semántica” . En el Discurso juridico. Perspectiva psicoanalítica, otros abordajes epistemológicos. Hachette. Buenos Aires. 1982″.

A Teoria do Direito e a teoria do humanismo realista. Eduardo C. B. Bittar. 2018

A ‘re-construção’ da Teoria do Direito

É no encontro sinérgico de várias fronteiras de estudos e pesquisas, nos campos da Teoria da Linguagem, da Teoria da Democracia e da Teoria da Sociedade[1] que formulei, recentemente, a Teoria do Humanismo Realista (THR), que figura como uma nova perspectiva metodológica dentro das diversas concepções atualmente existentes da Teoria Geral do Direito (TGD).[2]

Ela elabora, sintetiza e reúne elementos que vieram se sedimentando em etapas anteriores como premissas de trabalho para uma compreensão reflexiva do Direito. Em verdade, dentro de meu percurso de estudos e pesquisas, ela se afigurava como tendência geral e inclinação dos meus trabalhos, especialmente nos artigos publicados nos últimos cinco anos,[3] tendo recentemente encontrado uma versão mais sistemática, objetiva e sintética.

A Teoria está contida e expressa no recente livro Introdução ao Estudo do Direito: humanismo, democracia e justiça (2018),[4] onde os argumentos estão desenvolvidos de forma mais ampla, sabendo-se que a obra nasce derivada de influências da tradição filosófica da Teoria Crítica da Escola de Frankfurt (Frankfurt Schüle).[5]

Entre outras tarefas, a Teoria do Humanismo Realista (THR) procura dar conta da avalanche de mudanças que re-cambiou o Direito Positivo contemporâneo. Nestas últimas três décadas, as técnicas legislativas vieram se alterando, os ‘novos’ direitos vieram emergindo, o rol das fontes do Direito veio se alterando, o espectro de sujeitos de Direito se ampliou, a tecnologia potencializou a cidadania, a legislação se ‘des-codificou’, os princípios do Direito se disseminaram, o Direito sumular se consolidou, o ensino jurídico se expandiu, o diálogo entre as fontes do Direito tornou-se nova técnica de solução de antinomias jurídicas, de forma a se constatar que categorias, conceitos, práticas e instituições movimentaram o Direito brasileiro contemporâneo.

Somem-se a estes fatores, atualmente, os avanços da tecnociência, a cultura da informação, a virtualização dos procedimentos, a mudança dos valores predominantes, a busca pela efetividade dos direitos humanos e a crise da democracia representativa. Seria possível fazer tabula rasa de todas estas mudanças? Seria possível negá-las ou ignorá-las?

 Se a resposta é obviamente negativa, a Teoria do Humanismo Realista (THR) procura absorver estas alterações, tomando-as como inovações contemporâneas do Direito que merecem o status da re-qualificação da própria forma como a Teoria Geral do Direito (TGD) lida, interpreta e avalia o Direito Positivo.

É aí que se insere a tarefa de ‘re-construção’ que, em verdade, aqui quer apenas dizer ‘re-significação’. A partir daí, percebe-se que a Teoria Geral do Direito (TGD) está desafiada a se ‘re-mon-tar’, por todas as suas peças, engrenagens e esquemas, pois o desafio se deve não somente ao impacto transformador trazido pela Constituição Federal de 1988 — tomada enquanto paradigma constitucional cidadão — mas também em função das profundas transformações sócio-culturais das últimas três décadas.

Por isso, a ‘re-construção’ da Teoria Geral do Direito (TGD) passa a ser um desafio contemporâneo, algo que decorre do próprio estado de crise, no qual se encontra imersa a sociedade global. É a partir daí que novas tendências teóricas começam a se afirmar na Teoria do Direito, promovendo importantes ajustes ao cenário pós-moderno.[6]

 Em síntese, pode-se dizer que a Teoria do Humanismo Realista nasce como uma reação: a) à tradição positivista, e à enraizada concepção de formação legalista e cultivo do conceito-vazio, que separa sociedade e norma jurídica, que dicotomiza ser e dever-ser, privilegiando a forma-Direito ao processo social que conduz ao Direito-norma; b.) ao cenário contemporâneo de crise (econômico-financeira, política, moral e social), propondo o aprofundamento da consciência democrática, o desenvolvimento de um convívio social centrado em valores republicanos de cidadania, e a superação das marcas do passado colonial, visando-se o desenvolvimento político, social, econômico, técnico-científico e moral como processos modernizantes associados; c.) ao cenário de ascensão da pós-verdade, na medida em que propõe o fortalecimento da consciência crítico-reflexiva, e a aposta na autonomia da razão; d.) ao especialismo da Ciência do Direito fragmentada, reagindo pela tarefa de uma Teoria Geral que fornece visão abrangente, ali onde a cegueira dos micro-universos de discurso aparecem como consequência da cissiparação das especialidades técnicas; e.) ao burocratismo-formalista das instituições de justiça, propondo nos processos de humanização dos serviços de justiça uma tarefa importante para o exercício da cidadania; f.) à monologia legiferante, empoderando pela participação cidadã o(a)s parceiro(a)s do Direito à construção deliberativa dos conteúdos históricos de justiça que comporão os textos legais; g.) à cultura da violência, fortalecendo o escopo do Direito no enfrentamento das injustiças, da opressão social, das exclusões sociais, da pobreza, da fome e das desigualdades sócio-econômicas.

A Teoria do Direito no Brasil: um cenário em transformação

A Teoria do Direito viveu, no Brasil, certa estagnação nas últimas décadas. E isso porque a Teoria do Direito esteve durante longo tempo sob o domínio do positivismo jurídico. Este cenário se apresentou, especialmente, durante o século XX,[7] onde a presença da relação entre Direito Privado e o Positivismo Normativista de Hans Kelsen[8] marcaram a Ciência do Direito.[9]

Ora, com a crise do positivismo jurídico, inovações advieram neste campo, a partir de inúmeras perspectivas teóricas. Assim é que ao final do século XX, sente-se uma mais expressiva presença do linguistic turn,[10] e a Teoria do Direito se pluraliza em diversas perspectivas teóricas, sob a influência de correntes mais recentes. Assim, após um período de crise e de sucessivo abandono, dá-se um re-florescimento da Teoria Geral do Direito,[11] constatada a sua importância para uma visão geral acerca do estado do Direito Positivo, seus principais conceitos e as estruturas de sua compreensão.

Mas, guardadas estas características dos movimentos internos da Ciência do Direito atualmente, uma Teoria Geral do Direito continua sendo um empreendimento útil para uma compreensão abrangente do Direito, desde que baseada na interdisciplinaridade com outras fronteiras científicas das Ciências Humanas, no diálogo inter-áreas das Ciências do Direito e, também, situada diante dos desafios concretos da realidade brasileira. A capacidade de trânsito inter-áreas faz da Teoria Geral uma teoria poliglota, e, também, uma teoria polivalente, abrangente e basilar do Direito.[12]

A Teoria do Humanismo Realista (THR) entende que a Ciência do Direito não é capaz de produzir o entendimento sobre a complexa e mutável ‘realidade social’, sem recorrer à interdisciplinaridade, à interconexão entre saberes e ao diálogo com as Ciências Humanas (Antropologia; Sociologia; História; Filosofia; Ciência Política; Semiótica), para exercer a sua função social – no plano da reflexão, da crítica e da epistéme – com precisão, acuidade e responsabilidade.

A Teoria do Humanismo Realista e a Teoria Tradicional do Direito

Em especial, quando se trata da realidade brasileira, estando-se diante de uma sociedade desigual, injusta, violenta e que preserva traços autoritários nos processos de socialização, é decisivo o papel da Teoria do Humanismo Realista (THR) que seja capaz de renovar o compromisso com a justiça social, a democracia e os direitos humanos, apesar do contexto histórico refratário.

É assim que, enquanto Teoria Crítica nascida no contexto da modernidade periférica brasileira — a realidade específica brasileira — a Teoria do Humanismo Realista (THR) propõe uma abordagem que cultiva o que tem validade universal — enquanto assume uma visão humanizadora das relações jurídicas e do papel das instituições reguladoras de direitos — ao mesmo tempo em que cultiva o que tem utilidade local — enquanto adaptada às necessidades humanas concretas, bem como às dinâmicas e realidades empíricas locais.

A tensão entre a forma do Direito e a contextualidade da incidência do Direito não é aqui eliminada,[13] mas considerada como o fator de distinção do modo como a Teoria do Humanismo Realista (THR) considera o desafio de regência e tutela dos direitos e da dignidade de cada humano, em sua humanidade situada e circunscrita, contextualizada cultural, social, econômica e historicamente.

Ainda que o Direito seja um fenômeno global, presente em diversas culturas e povos, a forma com a qual se expressa obedece às dinâmicas históricas, sociais, econômicas, culturais e políticas específicas, sempre locais.

Assim, a forma universal é seguida dos conteúdos e das dinâmicas locais. Por isso, para compreender o Direito Brasileiro, e lidar com seus peculiares desafios, é necessário estudá-lo considerando-se a história, a cultura e a realidade brasileiras, para que a Teoria possa servir às necessidades humanas, reais e concretas, num cenário próprio em que cidadãos(ãs) disputam direitos e deveres.

É aí que a Teoria do Humanismo Realista (THR) entende que a Teoria deve ser apropriada à prática jurídica dentro da realidade brasileira e seus desafios, sendo capaz de compreender a importância do ajustamento recíproco entre processos de modernização (sempre acelerados, excessivos, distorcidos e excludentes) e processos de promoção de justiça (entendida como reequilíbrio, reflexividade social e reclamo de ajustamento recíproco entre sociedade-indivíduo-sociedade), e contribuir para a redução de desigualdades, injustiças, violências, exclusões, distorções, invisibilidades e formas de opressão.[14]

Por isso, e para finalizar, é importante afirmar a específica contribuição que a Teoria do Humanismo Realista (THR) pode trazer à Teoria do Direito contemporânea. O ponto central da Teoria do Humanismo Realista é a atitude de manter acesos, da tradição da Teoria Crítica, seus ideais emancipatórios, re-ligando dois aspectos que foram desconectados pela Teoria Tradicional do Direito: de um lado, a institucionalidade do Direito e, de outro lado, a emancipação da Sociedade.

Entende-se, a partir desta concepção, que o Direito deve ser capaz de promover a conservação social de conquistas de direitos e a estabilização de padrões racionais de socialização, através de normas de conduta exigíveis, ao mesmo tempo em que deve ser capaz de induzir transformações na sociedade, para que esta se torne – dentro de seu próprio processo de modernização – mais justa, mais solidária, mais igualitária, inclusiva e capaz de promover o desenvolvimento integral da pessoa humana, sua inserção na vida social e a realização do respeito à dignidade de todo(a)s e de cada um(a).


[1] A este respeito, vide Bittar, Linguagem jurídica: Semiótica, Discurso e Direito, Saraiva, 7.ed., 2017; Bittar, Democracia, justiça e emancipação social, Quartier Latin, 2013; Bittar, O Direito na pós-modernidade, Atlas, 3.ed., 2014.

[2] Reale, Lições preliminares de direito, 27.ed., 2004; Telles Junior, Iniciação na ciência do direito, 2001; Ferraz Junior, Introdução ao estudo do direito: técnica, decisão, dominação, 6.ed., 2010; Diniz, Compêndio de introdução à ciência do direito, 22.ed., 2011; Mascaro, Introdução ao estudo do direito, 2.ed., 2011; Poletti, Introdução ao direito, 4.ed., 2012; Betioli, Introdução ao direito, 12.ed., 2013; Dimoulis, Manual de introdução ao estudo do direito, 6.ed., 2014; Abboud, Carnio, Oliveira, Introdução à Teoria e à Filosofia do Direito, 3.ed., 2015; Pugliesi, Por uma teoria do direito, 2005; Maciel, Teoria Geral do Direito, 2004; Marques (Coord.), Diálogo das fontes: do conflito à coordenação de normas do direito brasileiro, 2012; Barzotto, Teoria do Direito, 2017; Abboud, Carnio, Oliveira, Introdução à Teoria e à Filosofia do Direito, 3.ed., 2015; Marques, (Coord.), Diálogo das fontes: do conflito à coordenação de normas do direito brasileiro, 2012; Barroso, Curso de direito constitucional contemporâneo, 4. ed. 2013; Pinheiro, Matos, Por um conceito hermenêutico de direito: Delimitação histórica do termo ‘hermenêutica’ e sua pertinência ao direito, in Revista do Instituto de Hermenêutica Jurídica, v. 14, 2016, ps 169-194; Macedo, Teoria do Direito contemporânea, 2017.

[3] Bittar, Democracia e Direitos Humanos: diagnóstico do tempo presente a partir da realidade brasileira contemporânea, in Revista Interdisciplinar de Direitos Humanos – RIDH, Dossiê Democracia, ética e direitos humanos em Tempos Sombrios (VIOLA, Solon Eduardo Annes; CARDOSO, Clodoaldo Meneguello, orgs.), OEDH, UNESP, Vol. 5, n. 02, p. 79-116, jul.-dez., 2017(9); Bittar, Crise política e Teoria da Democracia: contribuições para a consolidação democrática no Brasil contemporâneo, in Revista de Informação Legislativa, Ano 53, no. 211, Brasília, Senado Federal, Secretaria de Editoração e Publicações, Julho/Setembro – 2016, ps. 11 a 33; Bittar, O Decreto no. 8.243/ 2014 e os desafios da consolidação democrática brasileira, in Revista de Informação Legislativa, Ano 51, N. 203, Senado Federal, Jul./Set. – 2014, ps. 07-38.

[4] Este texto expõe argumentos fundamentais que se encontram aprofundados e desenvolvidos no livro em que se encontra desenvolvida a Teoria do Humanismo Realista. A este respeito, consultar Bittar, Introdução ao Estudo do Direito: humanismo, democracia e justiça, São Paulo, Saraiva, 2018, especialmente ps. 27-55 (Capítulo 1).

[5] Habermas, Direito e democracia: entre facticidade e validade, Volumes I e II, 2.ed., 2003; Honneth, O direito da Liberdade, 2015; Forst, Contextos da justiça: filosofia política para além de liberalismo e comunitarismo, 2010.

[6] A exemplo de Abboud, Carnio, Oliveira, Introdução à Teoria e à Filosofia do Direito, 3.ed., 2015; Marques, (Coord.), Diálogo das fontes: do conflito à coordenação de normas do direito brasileiro, 2012; Barroso, Curso de direito constitucional contemporâneo, 4. ed. 2013; Pinheiro, Matos, Por um conceito hermenêutico de direito: Delimitação histórica do termo ‘hermenêutica’ e sua pertinência ao direito, in Revista do Instituto de Hermenêutica Jurídica, v. 14, 2016, ps 169-194; .Macedo, Teoria do Direito contemporânea, 2017.

[7] A respeito, consulte-se, na perspectiva histórica, Kelly, Uma breve história da Teoria do Direito Ocidental, 2010.

[8] Kelsen, Teoria pura do Direito, 4.ed., 1976.

[9] ]“A teoria crítica estréia onde finalizam usualmente os propósitos da tradicional teoria geral” (Fachin, Teoria Crítica do Direito Civil, 2.ed., 2003, p. 86).

[10] A este respeito, Ferraz Junior, Teoria da norma jurídica, 3.ed., 1997. A respeito de obras mais recentes, consulte-se Adeodato, Uma teoria retórica da norma jurídica e do direito subjetivo, 2011, e, também, Streck, Verdade e consenso, 3.ed., 2009.

[11] Destacam-se: Streck, Verdade e consenso, 3.ed., 2009; Abboud, Carnio, Oliveira, Introdução à Teoria e à Filosofia do Direito, 3.ed., 2015; Adeodato, Uma teoria retórica da norma jurídica e do direito subjetivo, 2011; Marques, Diálogo das fontes: do conflito à coordenação de normas do direito brasileiro, 2012.

[12] “Graças ao seu poliglotismo, a filosofia pode tratar de semelhantes intuições, feridas do ‘mundo da vida’, e fazê-las valer perante modelos científicos que não atingem estas mesmas intuições”(Habermas, Textos e contextos, 1991, p. 46).

[13] Seguindo-se de perto a leitura de Habermas em torno da tensão entre Faktizität e Geltung. A respeito, vide Habermas, Direito e democracia, Vol. 1, 2003, ps. 54-55.

[14] “…a teoria do Direito, ao contrário das teorias jusfilosóficas de justiça, movimenta-se nos limites de ordens jurídicas concretas” (Habermas, Direito e democracia, vol. 01, 2003, p. 243-244).

Whatsapp: rebelión en la granja. Migue Ran. Enero 2021

En este momento, enero de 2021, hay un silencioso terremoto. Muchas personas ni siquiera lo han notado, pero un gigante de la tecnología está sintiendo los golpes. Las dimensiones del fenómeno son a escala planetaria. Estamos hablando de millones de personas, de millones de dólares, de geopolítica, de actores de poder de primera línea. De una batalla en una guerra entre gigantes: whatsapp vs telegram, ¿Usa vs Rusia?.

¿Qué está pasando?

Pasó un cambio, otro más, en las políticas de privacidad de whatsapp (que nos llegó a todos) porque Mark Zuckerberg quiere unificar nuestros datos en sus empresas facebook y whatsapp.

Acostumbrado a poner las reglas de juego en el planeta como se le antojan, lo hace sin demasiado cuidado. Sin querer, ha generado una reacción de los usuarios que se han empezado a pasar de a millones a otras plataformas de mensajería, sobre todo a Telegram (¡Que para colmos geopolíticos es una empresa Rusa!).

Protocolo de Crisis

No tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas: En este momento en las oficinas de facebook (dueña de whatsapp) están despĺegando un protocolo de crisis. ¡Necesitan parar la sangría! Están sacando comunicados en todos los idiomas, haciendo encuestas, instruyendo a sus periodistas y sus influencers “amigos” para que transmitan un mensaje “correcto” (la nota de TN tecnología es un buen ejemplo). Están desplegando una política de control de daños. Sus usuarios se están instalando otras aplicaciones para chatear y hay que detenerlos.

En las oficinas de Telegram tampoco duermen hace días: De repente y sin aviso, cae maná del cielo. ¡millones de usuarios nuevos! Este David quiere asestar más golpes a Goliat: sus periodistas e influencers también se mueven, escriben, el equipo de traductores reproduce en todos los idiomas. David y Goliat contemplan todos los métodos: comunicados, notas “casuales”, trapos sucios y fake news. Es la guerra y vale todo.

La necesidad de rebelarse

Es un combate entre capitalistas, pero este terremoto se debe a otro fenómeno: Estamos ante una insurrección de los usuarios.

Y no, no es el mayo francés. Es una insurrección limitada a lo virtual donde nos cambiamos al servicio de un capitalista más chico. Pero la rebelión es salud y les recuerda a los monstruos que estamos vivos.

Los usuarios se sienten presos de las empresas y aprovecharon la oportunidad: Un cambio de políticas de Whatsapp, un poco más agresivas, dió la señal de largada.

La rebelión necesita la posibilidad del triunfo: nadie va a empezar una pelea que cree que va a perder: Y lo que empezó como un acto individual, funcionó y entonces se convirtió en un movimiento de millones.

Entonces Mark Zuckerberg, que parecía invencible, empezó a sentir los golpes. Y millones de usuarios sienten, de repente, que al monstruo le entran las balas. ¡Podemos hacerle daño!

Esta rebelión muestra nuestra fuerza pero también nuestra debilidad: ¿Empoderarnos consiste es que las reglas de juego las ponga una empresa más débil? De última sólo estamos cambiando de aplicación para comunicarnos pero seguimos sin tener control sobre nuestro principal canal de comunicación en nuestra vida ni sobre toda la tecnología que usamos cotidianamente.

Seguiremos presos de Whatsapp

Aunque muchos migremos a Telegram u otra app, lo que es muy bueno, igual seguiremos atrapados en Whatsapp y Mark Zuckerberg lo sabe. Es que muchas personas, amigos y familiares simplemente no se pueden cambiar(1) y si queremos seguir comunicados con ellos debemos mantener whatsapp en nuestros dispositivos, nos impongan las reglas que nos impongan. Son un monopolio y nuestra comunicación pasa por sus carriles y por sus reglas. En algunos países, España por ejemplo, los menores de 45 años usan telegram para el trabajo y amigos, y whatsapp para los padres, abuelos y la familia. No tenemos la posibilidad de desinstalar Whatsapp.

Si no podemos dejar Whatsapp, ¿por qué la preocupación de Mark?

Porque si whatsapp pasa a ser la red de los abuelos y padres, a largo plazo está muerta.

Cuando Mark Zuckerberg se dio cuenta de que Facebook se convirtió en la red social donde estamos con nuestros abuelos, decidió comprar Whatsapp e Instagram que son más juveniles.

Cada nueva generación quiere una red social donde no estén sus padres. La disputa con la red Tic Toc tiene que ver con la edad de sus usuarios. USA sabe que la red de sus adolescentes no puede ser china. La disputa es por los jóvenes de 12 a 17 años.

Pensar una política tecnológica revolucionaria

Esta Rebelión, distinta, hay que estudiarla. Facebook, google, el departamento de estado, el kremlin y todos ellos ya la están estudiando. Por ejemplo, es muy probable que el próximo cambio Whatsapp lo ensayé primero en algún mercado pequeño antes de pasarlo a escala planetaria.

Pero nosotros, los revolucionarios, tenemos que sacar nuestras conclusiones y no burlarnos de esta “lucha de clases en los dispositivos”. La Tecnología es cotidianamente importante para nuestro pueblo y necesitamos pensar una política tecnológica antisistemica, anticapitalista y revolucionaria. Fuente: Kaos en la red (20 Ene, 2021)

Modernidad y tradición en el pensamiento latinoamericano en los siglos XIX y XX. Hugo Cancino

I. Introducción

El presente trabajo es un eslabón preliminar de un proyecto de larga duración que hemos emprendido sobre la problemática de la Modernidad y la Tradición en el pensamiento latinoamericano contemporáneo. En esta tarea de vastos y ambiciosos alcances nos proponemos releer textos centrales de nuestros pensadores a partir de la perspectiva de la Modernidad y de la Tradición, dicotomía que ha sido uno de los ejes articuladores del discurso intelectual, desde el período de construcción de los estados nacionales, y de los imaginarios e identidades nacionales desde mediados del siglo XIX.

Esta contribución constituye sólo un punteo general, a modo de ensayo de las problemáticas y los tópicos que vamos a abordar en nuestro proyecto. La “Modernidad” en nuestra América ha sido uno de los ejes de la reflexión de la Red Internacional de Historiadores Latinoamericanistas de las Ideas, de la Cultura y de los Intelectuales que contribuimos a fundar 1996.

Nuestros encuentros en los congresos y simposios internacionales latinoamericanistas han colocado siempre en el marco del debate el rol de los intelectuales “modernos”, y de las articulaciones complejas de sus discursos con la matriz discursiva europea, la cual no puede reducirse a una mera reproducción imitativa de los discursos europeos, sino que a una relectura y por cierto una recreación de ellos, a partir de la tradición, es decir el universo significativo de nuestra América.

Sin embargo, en nuestros debates y en muchos ensayos que trabajan la problemática de la Modernidad, el polo antagónico de este discurso, la “Tradición” aparece oculta, no expresada, desdibujada, como un supuesto que no requiere una teorización[1]. La “Tradición” es leída en esta perspectiva como la negatividad de la “Modernidad”.

En este ensayo, pretendemos otorgarle a la “Tradición” un status de relevancia no sólo como un discurso, sino, como códigos, valores, símbolos y signos que forman parte de la actividad, de las práxis de nuestra cultura.

1.1. La Modernidad

La “Modernidad” puede conceptualizarse como el movimiento filosófico que irrumpió en la Francia prerevolucionaria en el siglo XVIII y que bajo la denominación de “Iluminismo” situó la crítica del antiguo régimen, es decir, la tradición católica, feudal y monárquica en el centro de su discurso, postulando el rol central de la razón y de la ciencia para analizar los fenómenos físicos, naturales y sociales[2].

La razón fue conceptualizada como instrumento para trasformar el mundo, vencer a las fuerzas de la tradición, supuestamente culpables de la “ignorancia”, las supersticiones y los prejuicios y extender la “luz”, la “razón” y la ciencia a toda la Humanidad[3].

Las matrices o los antecedentes remotos de este movimiento intelectual pueden rastrerse en el Renacimiento y en la Reforma protestante que situaron el hombre y al individuo en el centro, como actor, como lector e intérprete, como productor de significados, como sujeto autónomo. La rebelión en contra de las verdades establecidas, reveladas e institucionalizadas, es parte insustituible del movimiento Ilustrado, es decir de la Modernidad naciente, de ahí su carácter radical, subversivo y revolucionario[4].

El pensamiento ilustrado, se constituye en la matriz, en el referente de todas las utopías y paradigmas sociales de los tiempos contemporáneos que se abren convencionalmente con la Revolución francesa. Del liberalismo que exalta los Derechos y libertades ciudadanas frente al poder del Estado despótico que construye el concepto de “sociedad civil”, como una esfera asociativa plural, libre y autónoma frente al Estado y como la organización consciente de los ciudadanos, deliberante y crítica frente a poder del soberano o al Poder, en sus intentos de expropiar al pueblo a la sociedad política del su autonomía, derechos y fueros[5].

En el liberalismo radical se encuentran los primeros antecedentes de una crítica al poder totalitario. La “Modernidad”, surge consecuencialmente articulada con la idea de cambio, de revolución, de “progreso“. Ello no implica, que el Movimiento no registrara distintos cursos tendenciales, algunos orientados a la reforma de la tradición y no a la ruptura radical con el pasado. Sin embargo, en el eje del movimiento está la idea fuerza de cambio cultural y social.

La idea que ningún discurso, institución o sistema de valores establecidos es eterno, e inamovible. La idea de “cambio” histórico, o de “progreso” indefinido está inscrito en las ideas fuerzas del movimiento[6]. El postulado que atribuye a la razón a la ciencia y a la tecnología, la función de construir un orden político y social y un Estado racional[7] que permitiría a los hombres alcanzar la felicidad, la plenitud humana, en la tierra, en un incesante movimiento de “mejoramiento e innovación incesante”[8].

Tal vez hay aquí una concepción teleológica de la historia en una versión secularizada, que percibe la Modernidad como el comienzo de una nueva era donde los hombres se han liberado de las necesidades, gracias al triunfo de la razon instrumental[9].

Kant postuló la construcción de un orden internacional regulado por reglas racionales para el establecimiento de la “paz eterna”[10]. El discurso de la Modernidad asumió un carácter universalista al conceptualizar al mundo como “Humanidad”, como fraternidad de todos los hombres, más allá de sus identidades étnico-culturales, o creencias religiosas. Todos ellos mediante el uso de la razón podían transformar sus mundos, “civilizar” es decir hacer habitables los espacios “salvajes”, edificar sociedades civiles, contornos organizados, racionalmente y alcanzar la felicidad. En definitiva derribar los muros, las fronteras, hacer de este movimiento de ideas y de mentalidades un curso universal.

Desde su gestación la Modernidad fue un movimiento hacia la universalidad. El proyecto marxista de una sociedad justa y comunitaria, a escala global, creando la hermandad de los productores directos, luchando contra el capitalismo internacional, fue generada en la matriz de la Modernidad. Tanto el proyecto de la burguesía revolucionaria como el proyecto socialista se fundaron en la misma concepción de la razón instrumental, y una fe mesiánica en el triunfo de las fuerzas racionales en contra del antiguo orden conservador[11].

La Modernidad trajo consigo el fenómeno que Max Weber denominara como el “desencantamiento del mundo”[12], en el cual los fenómenos naturales y sociales son explicados a través de una causalidad objetiva, que tiende a establecer leyes, regularidades y tendencias de desarrollo, en vez de atribuir su génesis a la intervención de fuerzas mágicas. Las instituciones ya no se fundan en una legitimidad sacrada. Dios y la Iglesia se dejan fuera de la esfera pública. La esfera religión es concebida como espacio privado en este proceso de secularización y racionalización.

1.2.- La Tradición.

Como lo hemos indicado con antelación, el concepto de Tradición insurge generalmente, en los trabajos acerca de la Modernidad, insuficientemente perfilado, él aparece más bien como el polo negativo del binomio Modernidad-Tradición[13].

En la definición implícita en este discurso, se puede colegir que la Tradición es la antítesis de la Modernidad, es decir su negatividad pura[14]. En esta comprensión, la Tradición es definida como inmovilismo, ignorancia, prejucio, superstición, reproducción de los sistemas de valores, de las lenguas, mentalidades y actitudes de pasado remoto. Este universo que estaría regulado por reglas y prácticas inalterables no habría estado regido por la razón, sino que los sentimientos, y los prejuicios, lo irracional, la magia.

La tradición sería como la pre-historia de los pueblos y sociedades. La Modernidad sería el signo del comienzo de la Historia, entendida ésta como un proceso orientado por la razón instrumental. Una Historia, cuyas supuestas “leyes”, regularidades y claves podían ser develadas por la ciencia[15]. Una historia secular y no una historia sagrada.. En la Tradicionalidad, las creencias religiosas o actitudes mágicas le habría impedido a los hombres comprender su propia práxis, darle un sentido a sus vidas.

En definitiva, la “Tradición” o el estadio de la Tradición seria para los modernizadores, la “Oscuridad”, la ausencia de la “luz” del conocimiento impuesta por las clases dominantes para rutinizar su dominación. Hans-Georg Gadamer ha

contribuido significativamente en sus trabajos a un re-examen de la Tradición y una crítica profunda de la visión negativa de ésta que emana de la filosofía del Movimiento Ilustrado[16].

Esa conceptualización que separa abruptamente Modernidad y Tradición, que niega la idea de un “continum” ha signado el pensamiento moderno post-ilustración, y las Ciencias Humanas y Sociales[17]. Gadamer nos propone una revalorización de la Tradición, un retorno a las matrices de la cultura, a los orígenes[18].

Así como una persona no puede renunciar a su historia, porque ella parte sustantiva de su ser, del mismo modo un pueblo, una cultura no puede renunciar a su pasado. El pasado es parte integrante de su cultura. La tradición en esta comprensión debe entenderse como un horizonte histórico y existencial, como un punto de partida para cualquiera lectura y práxis. La tradición es un universo plural, con contenidos diversos, con sus contradicciones y conflictos. El problema sería a cual vertiente de la tradición cultural hay que referirse.

Tradición y tradicionalismo son dos conceptos diferentes. La tradición es un antecedente necesario para proyectarse hacia la Modernidad, para repensar la Modernidad, en un universo cultural, significativo y simbólico que proviene del pasado y dirimir qué vertientes, sistemas de valores, de ese pasado deben formar parte de una nueva cultura. El “Tradicionalismo” por el contrario es una lectura fundamentalista de la tradición, donde se busca la “ verdad” de la vida en la palabra revelada. Es la reproducción acrítica de los paradigmas, códigos y valores del pasado. En esta posición no hay diálogo con la Modernidad, sino rechazo total. Tradicionalismo y Modernidad serían conceptos polares y en consecuencia excluyentes.

II.- La recepción del discurso de la Modernidad en América Latina en el siglo XIX.

La contrucción del Estado Nacional, de las identidades e imaginarios nacionales.

La primera generación de intelectuales post-coloniales y las élites políticas y militares afrontaron la tarea de diseñar la nación, construir el universo simbólico de la nación, definir las identidades culturales[19]. Las élites criollas que asumieron el liderazgo de los movimientos de emancipación de la madre Patria, habían sido socializadas en las normas, códigos y sistemas de valores occidentales. La tradición hispánica jurídica, religiosa, y la cultura política de esa vertiente fue imbricada con los contenidos de la filosofía de la Ilustración a finales del siglo XVIII.

Una extraña combinación de ideales liberales, racionalistas, y los conceptos centrales de esa tradición se articularon con la tradición hispánica, especialmente con la filosofía neo-tomistica[20].

En este espacio ideológico, no hubo ningún componente referencia o alusión a la tradición cultural indígena. Los pueblos indígenas fueron imaginados como parte de un pasado remoto y heroico, en la gestación idealizada de la nacionalidad[21].

De esta matriz, no fueron extraidos ningún paradigma para construir a los nuevos estados. Al asumir las élites la Modernidad europea, cómo el único modelo válido para construir el Estado, el sistema político, la cultura, para ser parte de las naciones “civilizadas” siempre en camino hacia el “progreso”, los pueblos indígenas fueron considerados como representantes de los espacios “salvajes”[22].

La civilización o más bien el proceso civilizatorio debía ser introducido, irradiado a través del sistema educacional y mediante el uso de la coacción directa. La denominada “pacificación de la Araucanía” en Chile y la “conquista del desierto” en Argentina, son ejemplos elocuentes de los procesos de erradicación de la tradicionalidad indígena y de los métodos de imposición del proyecto de modernización desde arriba de las élites del poder.

Los ajustes de cuentas con la Iglesia católica, especialmente con su institucionalidad que había estado integrada al sistema de dominación colonial, son también esfuerzos por erradicar ideológica y materialmente el pasado colonial[23]. La Tradición es entendida como pasado hispánico y la Tradición cultural de los pueblos autóctonos[24]. Ambas dimensiones de la tradición son negadas y refutadas. La verdadera historia comenzaba con la construcción del Estado nacional y la “invención” de la Nación. El discurso religioso es percibido como “prejuicios”, supersticiones productos de la falta de difusión del método científico. Los pueblos indígenas son entendidos como expresiones o remanentes de la “barbarie”[25].

El proyecto de la Modernidad de las élites es un proyecto civilizador construido a partir del paradigma de la civilización occidental[26]. Su método es autoritario, es decir es una Modernidad introducida y

organizada desde arriba, desde el Poder, utilizando para ello tanto los aparatos ideológicos de Estado, como el sistema escolar hasta la  compulsión y la guerra, la violencia directa, para erradicar a las resistencias de los pueblos “salvajes”. La secularización del Estado, de las instituciones educacionales y de la organización de la familia, es un paso importante de los procesos hacía la Modernidad.

La adhesión de las élites al ideario positivista de August Comte desde mediados del siglo XIX en muchos países latinoamericanos, demuestra los esfuerzos de estos grupos de encontrar un paradigma que les proporcionara una visión de la historia, un proyecto de sociedad y un sistema de valores que sustituyera la concepción del mundo católico.

El positivismo no funcionó en este contexto como un programa, sino como una fe, una creencia en el poder de la razón y de la ciencia[27]. ¿Cómo leyeron los pensadores latinoamericanos del período a los autores europeos de la Modernidad?

Se ha sostenido que las élites imitaron servilmente los discursos jurídicos, políticos y filosóficos de la Europa de la Modernidad, y que no hubo en ellos ningún esfuerzo de adaptar sus discursos a la “realidad” latinoamericana o de contextualizarlo en ella[28]. Esta aserción es relativamente cierta. Los intelectuales leyeron a los clásicos de la Modernidad insertos en su tradición cultural. No existe la lectura a partir de un vacio cultural, de una “tabula rasa” epistemológica. Toda lectura, supone una interpretación y una recreación de un texto a partir del contexto histórico-cultural y

existencial del sujeto que lee[29]. Ello explica que la Modernidad del siglo XIX y gran parte del siglo XX en América Latina, nunca llegó a realizarse. Fue una Modernidad incompleta[30], que asumió las adquisiciones tecnológicas, los avances científicos, que mostró la fascinación de las élites latinoamericanas por el progreso científicotecnológico europeo, pero que no incorporó asumió, los valores, cultura política, en definitiva la democracia y el pluralismo de la Modernidad occidental[31].

En la certera expresión de Jorge Larraín fue ésta una “Modernidad oligárquica” y en consecuencia excluyente[32]. Los sectores populares y subalternos quedaron afuera del Estado y de la naciente sociedad civil. Un común denominador del discurso y la praxis de la primera generación de pensadores latinoamericanos fue el rechazo en bloque a la cultura hispánica y a la tradición indígena[33].

Los paradigmas de la Modernidad y el progreso debían buscarse en los países más avanzados de Europa occidental: Francia e Inglaterra. América Latina debía erradicar radicalmente ambas herencias para conquistar un sitio en las naciones “civilizadas”[34]. Esta formulación se localiza en los escritos de Lastarria, Sarmiento y Alberdi y muchos otros pensadores latinoamericanos[35].

En esta relación, ellos no percibieron ninguna forma de conciliación de la dicotomía Tradición y Modernidad. El trayecto hacia el “progreso” y su asunción suponía desmontar las mentalidades, los valores, y las creencias de la Tradición[36]. Tal vez fue el cubano José Martí, el primer pensador que aceptando los logros tecnológicos y científicos de la Modernidad y su cultura democrática, percibiera junto con ello el sentido de la cultura y tradición latinoamericana, como un universo significativo, que no podía ser negado, por ser parte constitutiva, eje de la identidad latinoamericana[37]. La Modernidad debía ser bienvenida y asumida, pero ella debía ser leída, interpretada a partir de las matrices culturales de Nuestra América[38].

Martí que conoció por dentro la Modernidad norteamericana, durante sus años de exilio admiró los logros de esa cultura, pero criticó el pragmatismo, el individualismo extremo de esa modernidad, y la deshumanización y enajenación introducida por el industrialismo[39].

Martí, nos parece, el primer pensador latinoamericano, que valoró las dimensiones positivas de la Tradición latinoamericana, a la vez que repudió y críticó los elementos despóticos y autoritarios de la cultura política latinoamericana.

III. América Latina entre la Tradición y la Modernidad en el Siglo XX.

Simultaneamente con la fascinación de las élites intelectuales por la Modernidad en sus dimensiones tecnológicas y cientifistas, irrumpe en círculos literarios un desencanto manifiesto por los aspectos pragmáticos y materialistas de la Modernidad en su versión norteamericana. La pujanza y el espíritu pionero de la Modernidad en los EEUU había despertado la admiración de la élites. Algunos, por ejemplo, Francisco Bilbao, conceptua lizaron la experiencia norteamericana como la realización plena de los tiempos modernos[40].

La velocidad, la pujanza de la vida, la búsqueda incesante de nuevos derroteros fueron percibidos como expresiones dignas de emularse en Nuestra América. La conquista de Texas y los territorios del norte de México, por los EEU la doctrina Monroe, y del “destino manifiesto”, fueron generando una creciente desconfianza hacia la política exterior norteamericana con respecto a Latin America. La política del “Big Stick” implementada por la administración de Theodore Roosevelt, que condujo a sucesivas ocupaciones norteamericanas de países del Caribe y Central América[41], acentuaron el distanciamiento de las élites latinoamericanas del paradigma de Modernidad norteamericana. En la corriente literaria “modernista”[42], cuyos representantes más destacados fueron el poeta nicaragüense Rubén Dario[43] y los pensadores José Enrique Rodó y José Vasconcelos[44], se pueden encontrar las primeras formulaciones de una crítica al “imperialismo” norteamericano, a su forma de modernidad y a la vez la asunción por parte de ellos, de un segmento de la Tradición Latinoamericana, la Hispanidad y la Latinidad[45].

Ellos reivindicaron la matriz hispánica, los valores de esta tradición, el espiritualismo de ella y los confrontan con una supuesta concepción pragmática de la vida, unos valores materialistas que se contraponen dilemática y drásticamente con la civilización latinoamericana.

3.2.- En el discurso marxista inspirado en la revolución rusa y subordinados a los dictados de la III Internacional no hay, a excepción de José Carlos Mariátegui, cuyo pensamiento analizaremos más adelante, ninguna valoración positiva de la tradición cultural latinoamericana[46].

El proyecto reformista o revolucionario acuñado en esta matriz ideológica es en definitiva un proyecto de Modernidad, que suponía romper, destruir las bases tradicionales de la sociedad, como condición para el triunfo de la revolución socialista, que instauraría en el poder la racionalidad del sujeto revolucionario modernizador el proletariado.

Tanto en la versión stalinista de la revolución: “la revolución por etapas” o en la tesis de la “revolución permanente” propuesta por León Trostky, participan del mismo rechazo y desdén a las culturas pre-modernas representada por los pueblos autóctonos de Nuestra América[47]. El pasado hispánico y el discurso y las prácticas religiosas son percibidas como rémoras, enajenación de las masas del pensamiento y método científico expresado por el marxismo leninismo, como “ideologías” propias del mundo “feudal” o semi-feudal que la Modernidad proletaría debe abatir.

No se registrarán cambios sustantivos con respecto a esta problemática en el discurso y práctica de los partidos comunistas a lo largo del siglo XX, los que fueron incapaces de leer y de interpretar la compleja realidad étnica y cultural de América Latina.

El pensamiento de José Carlos Mariátegui es tal vez la única excepción en el marxismo latinoamericano, de un proyecto de releer y valorar la tradición latinoamericana[48], en especial, las culturas indígenas como un presupuesto para pensar y elaborar un paradigma de revolución para América Latina[49]. Mariátegui valora al interior de esa tradición, las instituciones y el espíritu comunitario de los pueblos andinos[50].

Parodiando al escritor italiano Mario Missiroli, Mariátegui asevera que la “revolución ya está contenida en la tradición. Fuera de la tradición no está sino la utopía”[51]. Sin embargo, no se trata, en la perspectiva de Mariátegui de respetar y de venerar cualquiera tradición; Para él, se trata de que seleccionar “cuál tradición o cuales” deben incorporarse a un proyecto revolucionario, que conjugue la tradición y la modernidad[52].

Mariátegui nos propone elaborar una teoría de la tradición e impugnar a los “tradicionalistas”, que conciben el pasado como “fetiche” como reproducción cultural del pasado[53]. Mariátegui reconoce que la Modernidad es una parte de la cultura latinoamericana y que el proceso de la conquista y de la colonización nos arrojó en los circuitos de la civilización occidental, y que

consecuencialmente ella está incorporada en nuestros lenguajes jurídicos, políticos y estéticos[54]. Para él no es posible excluirse de este proceso que está universalizado ni de la ciencia y tecnología occidental[55].

3.4.- En el proyecto originario del movimiento Aprista, elaborado por Haya de la Torre en la década de los veinte, se intentó una lectura del Marxismo, a partir del horizonte histórico-cultural latinoamericano, formulándose la idea de articular las vertientes de la cultura indígena con las adquisiciones de la Modernidad Europea, principalmente en su dimensión científica-tecnológica[56].

Segun el APRA en el Incanato se localiza una energía histórica, una tradición, que no puede ser desestimada para América Latina a la hora de construir una alternativa de cambio para América Latina[57]. En el discurso ideológico de los movimientos populistas[58], por ejemplo en el Peronismo, la dimensión de la Tradicionalidad y de la Modernidad se articula[59].

El discurso populista interpela a vastos sectores sociales en nombre de la nación amenazada por el imperialismo aliada a la oligarquía local, para constituir los llamados movimiento de masas “nacionales” y “populares”[60].

Sin embargo, los proyecto populistas fueron proyectos incompletos de Modernidad y de Modernización. A este respecto, se puede mencionar el proyecto de sustitución de importaciones. La tradición sociológica marxista y de la Teoría de la Dependencia ha desestimado en sus análisis destacar los rasgos tradicionales de todo populismo, al sobrevalorar su proyecto desarrollista modernizante[61].

Otro componente “no moderno”, es decir “tradicional”, es la  forma “personalista” y “carismática” que presenta el liderazgo de los movimientos populistas. En consecuencia, el discurso populista es un discurso hibrido, que rescata, la tradición, que es usada como un elemento decisivo de su movilización para realizar un proyecto de modernización en la esfera económica.

En el pensamiento de la CEPAL, antecedente de la Escuela de la Dependencia, se configuró un modelo de desarrollo hacia adentro, que paradojalmente no contemplaba una reflexión sobre la tradición[62]. El modelo se orientaba a la construcción de una Modernidad reclusa a los impulsos, y a la articulación cultural con los centros metropolitanos de la Modernidad. Se enfatizaba en este paradigma el impulso hacía un proceso la sustitución de importaciones, que traería consigo la urbanización e industrialización, los cuales traerían consigo un proceso de secularización y racionalización del Estado, el reino de la razón instrumental, y los beneficios de la tecnología[63].

En este relación, el pasado, en sus diversas y complejas estructuras mentales y culturales, es inteligido dentro de esta visión economicista de la historia y el desarrollo social como un obstáculo para el “desarrollo” de la Modernidad, más que un aporte para un modelo de desarrollo que se fundara partir de la realidad latinoamericana. En los planteamientos de la escuela dependista, se radicaliza el modelo de la CEPAL, al formular la contradicción centro-períferia, metropoli -satélite, como una contradicción que sólo se resuelve con  una ruptura drástica con la metrópoli, para construir una sociedad socialista “independiente) del mercado capitalista mundial[64].

Este paradigma, inspirado en una relectura lectura del imperialismo de Lenin, a pesar de estar impregnada de un discurso Tercer mundista, no percibe la tradición latinoamericana, por ejemplo, las culturas indígenas. La ruptura con la modernidad metropolitana, para construir una modernidad auto centrada, desestima la tradición como un obstáculo hacia la construcción de la Modernidad socialista.

El discurso originario de la Revolución Cubana, se inscribió en una lectura e invocación de la Tradición nacional , representada por el pensamiento de José Martí, y por las luchas populares de la revolución de 1933[65]. El pensamiento políticoideólogico del Movimiento “26 de Julio” apeló a la vertiente del latinoamericanismo y a la tradición nacional y popular, de este modo pudo interpelar a vastos sujetos sociales[66]. La conversión de la revolución en revolución socialista y la adscripción de la élite al discurso marxista-leninista modificó drásticamente la relación del discurso de la revolución con su tradición nacional. Martí continuó siendo una referencia retórica del discurso revolucionario, pero el eje de articulación del discurso paso a ser la versión canonizada del discurso marxista[67].

A partir de este paradigma, el proceso revolucionario se proyectó como una modernización autoritaria, burocrática y articulada con una estilo caudillista de liderazgo político[68]. Este último rasgo era lo único que se reivindicaba de la tradición: la cultura política despótica de raíz hispánica.

En el pensamiento latinoamericano contemporáneo del siglo XX se pueden localizar dos corrientes ideológicas polarizadas que encuentran su eje de identificación en el rechazo en bloque a la Modernidad: el “Hispanismo”[69] y el “Indianismo”[70].

Para el Hispanismo, la matriz de la cultura de Hispanoamérica y por lo tanto su eje identitario, yace en la tradición creada a partir de la conquista y colonización de América Latina[71]. El catolicismo es concebido como una doctrina inmutable, un sistema de valores y una concepción del mundo y de organización de la sociedad, es el eje de la tradición. La filosofía de la Ilustración, la influencia de la Revolución Francesa, es decir, la matriz de la Modernidad, nos habrían apartado de esta tradición fundacional de nuestra cultura. La Modernidad sería un fenómeno ajeno al ser latinoamericano.

En el Movimiento indianista que irrumpió en la década de los 80, el

eje de la tradición lo constituye el legado cultural de las altas culturas andinas y mesoamericanas[72]. En ellas se encontraría una concepción del mundo, una filosofía de la vida, un sistema de valores, y un estilo de vida comunitario que representaría el antagonismo, con la civilización occidental, con su sus valores individualistas, con su fetichitización de la tecnología y la ciencia. No habría, para los indianistas, otra via para salir de la Modernidad, que el retorno a las culturas vernáculas.

La crisis del Estado populista y del paradigma socialista, trágicamente precipitada en el Cono Sur de América Latina, con sangriento golpe militar en Chile en septiembre de 1973, que clausuró la Vía Chilena al Socialismo, abrió dramáticamente la era de los experimentos neo-liberales en la región. El pensamiento neoliberal se encarnó en la práxis de los sistemas autoritarios, postulándose como el único modelo de desarrollo viable para superar la crisis del Estado populista. En el discurso neo-liberal se hipostasia el rol del mercado, como el único dispositivo que puede generar desarrollo y bienestar[73].

Este discurso lleva a su consumación la visión utópica del proyecto del discurso de la Ilustración de crear un sociedad feliz, sin conflictos, sobre la base de la observancia de los principios de la razón y de la ciencia. En esta perspectiva discursiva, la tradición no existe o es una categoría o una época, que debe negarse. La Historia comenzaría con la era Neo-liberal. No hay desarrollo ni salvación, sino en el mercado libre, que crearía un mundo de consumidores satisfechos. Los pueblos indígenas y los enclaves tradicionales se disolverían paulatinamente al integrarse en la corriente de la Modernidad.

Conclusiones

Desde la recepción de los discursos de la Modernidad a mediados del siglo XIX, los pensadores latinoamericanos fascinados por los paradigmas ideológicos, institucionales, políticos, estéticos, etc. de la Modernidad Europea han rechazado, salvo muy pocas excepciones, a la tradición latinoamericana en sus plurales expresiones. Este rechazo, ha sido una renuncia de las elites a situar su reflexión, práxis y discursos en el horizonte de la historia de sus pueblos, en el universo plasmado por la fusión de culturas, que desde la colonización hispánica fue creando una cultura mestiza, aunque las culturas aborígenes sobrevivieron en enclaves de resistencia a la represión de los estados nacionales.

Los procesos de modernización que crearon un paisaje urbano y que organizaron el paisaje, la producción y la cultura en casi un movimiento sincrónico, de adaptación de los modelos europeos, no lograron consumar la Modernidad en sus dimensiones políticas: la creación de sistemas democráticos, el fortalecimiento o creación de sociedades civiles que limitaran el ejercicio autoritario del poder.

La Modernidad entendida sólo como racionalización del sistema económico que llevó a las élites a fines del siglo XX a adoptar el paradigma neo-liberal, es decir el capitalismo salvaje, no ha conducido hasta ahora a la construcción de sistemas democráticos plenos, que realicen radicalmente el discurso político del liberalismo clásico. Hasta ahora, el dilema Modernidad o Tradición que ha signado los debates desde las primeras décadas del establecimiento de los estados nacionales, ha continuado sin resolver, sin encontrar una síntesis de la Modernidad con las tradiciones culturales, de nuestros pueblos. Entre estas últimas aquellas culturas que ya existian antes de las llegada de los conquistadores.

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[1] Véase por ej.: JORGE LARRAÍN IBÁÑEZ: “Modernidad, Razón e Identidad en la América Latina”, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1996.

[2] Sobre los antecedentes filosóficos de este movimiento se sugiere ver la obra ya clásica de PAUL HAZARD: “La Crise de la conscience européenne”, tomo I- II, Gallimard, Paris, 1961.

[3] Véase para una discusión del concepto de Modernidad y sus raíces filosóficas: JÜRGEN HABERMAS: “The Philosophical Discourse of Modernity”, Polity Press, Cambridge, 1998; ALAIN TOURAIN: “Crítica de la Modernidad”, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1993, pp. 13-51.; JORGE LARRAÍN IBAÑEZ : op.cit., pp. 17-54.

[4] Sobre la dimensión política de la Modernidad y especialmente sobre su discurso revolucionario, véase: JOHN SCHWARZMANTEL: “The Age of ideology”, MacMillan Press, London, 1998, pp. 17-60.

[5] Véase sobre la idea de “Sociedad Civil” y el concepto de “Ciudadanía”: J. SCHWARZMANTEL : Op.cit., pp. 31.39.

[6] Ver: J.B. BURY: “The Idea of Progress. An Inquiry into its origin and Growth”, Dower Publications, New York, 1960, pp. 144-216.

[7] Para una discusión del concepto y un análisis de este proceso paradigmático, véase: MAX WEBER: “Economía y Sociedad”, Tomo II, Fondo de Cultura Económica, México, 1994, pp. 1047-1117.

[8] NESTOR GARCÍA CANCLINI: “Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la Modernidad”, Grijalbo, México, 1989, p. 21.

[9] ALAIN TOURAIN: op.cit., p. 24.

[10] ENMANUEL KANT: “Den evig fred”, Gyldendal, Copenhague, 1997.

[11] Para un análisis crítico de esta concepción, ver: GEORGE SABINE: “Historia de la teoría política”, Fondo de Cultura Económica, México, 1963, pp. 543-578.

[12] MAX WEBER: “La ética protestante y el espíritu del Capitalismo”, Ediciones Península, Barcelona, 1969, pp. 124-125.

[13] En el excelente trabajo del Prof. Dr. ÁDAM ANDERLE: “Modernidad e identidad en América Latina”, la Tradición, aparece representada en sus matrices reaccionarios, como es el caso del nacionalismo conservador y el discurso hispanista. Sin embargo, no hemos encontrado en este ensayo un intento de definir la Tradición teóricamente y de perfilar sus tendencias. A. ANDERLE: “Modernización e identidad en América Latina”, Editorial Hispánia, Szeged, Hungría, 2000; En esta misma perspectiva se pueden situar los siguientes trabajos, en los cuales la Tradición constituye el sujeto ausente del relato: EDUARDO MEDIETA: “Modernidad, posmodernidad y poscolonialidad: una búsqueda esperanzadora del tiempo”, Http//ensayo.rom.uga.edu/crítica/teoría/castro/mendieta/html; SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ:“ Latinoamericanismo, Modernidad, Globalización. Prolegómenos a una crítica postcolonial de la razón”: Http//ensayo.rom.uga.edu/cr´tica/teoría/castro/castro/castroG.html

[14] Como señala certeramente ANTHONY GIDDENS: “ You can treat the Global Age to day as a battle between modernity and tradition. The Social Sciences often talk of Modernity, buth seldom about tradition”, “Runaway World: The Reith lectures, 24 nov. 1999, occasional paper, London School of Economy, 1999, p. 1. Giddens agrega que se han escrito muchos libros acerca de la Modernidad, “but its very difficult to find many systematic discussions of tradition or books which are specifically about tradition”, op. cit., p. 3

[15] E.J.HOBSBAWN: “The Age of Revolution 1789-1848”, New American Library, 1962, New York, 1962, p. 278.

[16] Veáse: HANS-GEORG GADAMER: “Truth and Method”, Sheed & Ward, London, 1996, pp. 265-312

[17] GADAMER : op.cit., pp. 282-285.

[18] Op.cit., pp.271-277: Veáse además: JØRGEN HASS: “Tradition og fornuft. Gadamers teori om forståelsens historiskhed”, en CARL HENRIK KOCH et al.(Eds.): “Filosofisk Studier”, Tomo 3, Copenhague, Filosofisk Institut, 1980, pp. 33-61.

[19] Véase al respecto nuestro artículo: “Nation og nationale identitet i det post-koloniale samfund I Latinamerika, ca. 1824-1880”, en ”Den Jyske Historiker”, No. 81, agosto 1998, Aarhus Universitet, Historisk Institut, Dinamarca, pp. 9-20.

[20] Para una discusión de esta problemática, véase: PABLO CRISTOFFANINI: “Dominación y legitimidad política en Hispanoamérica”, Aarhus University Press, Dinamarca, 1992, pp. 27-53.

[21] Esta representación idealizada se puede localizar en los himnos nacionales, en los escudos de armas, en la estatuaria y en la plástica del siglo XIX y en la historiografía legitimadora del Estado Nacional.

[22] Ver al respecto: JUAN BAUTISTA ALBERDI: “Bases y puntos de Partida para la Organización de la República Argentina. Derivados de la Lei que preside el Desarrollo de la Civilización en América del Sud”, Imprenta “El Mercurio”, Valparaíso, Chile, 1852, pp. 49-150; JOSÉ VICTORINO LASTARRIA : “Discurso de Inauguración de la Sociedad Literaria”, 3 de mayo de 1842”, en J.V. LASTARRIA: “ Recuerdos Literarios”, Editorial Zig-Zag, Santiago de Chile, pp. 95-106.

[23] Sobre este proceso ver: TULIO HALPERIN-DONGHI: “The Aftermath of Revolution in Latin America”, Harper Torchbooks, New York, 1973, pp. 94-110.

[24] Esta tesis es uno de los componentes centrales del célebre ensayo del pensador argentino DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO: “Facundo. Civilización y Barbarie”, en D.F. SARMIENTO: “Obras”, Tomo I, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1961. Sobre esta problemática veáse nuestro trabajo ( en colaboración con MARIA C. CASTRO-BECKER): “Europa como paradigma y referente del discurso civilizatorio de Alberdi y Sarmiento en el contexto de la formación del Estado Nacional”, en MARÍA JUSTINA SARABIA VIEJO (Coordinadora): “Europa e Iberoámerica: cinco siglos de intercambio”, Actas, Vol. III, IX Congreso Internacional de Historia de América, Sevilla, 1992, pp. 129-146.

[25] Para una discusión del concepto de “barbarie” en el contexto de las sociedades latinoamericanas post-coloniales, véase: TULIO HALPERIN-DONGHI: “Politics, Economics and Society in Argentina in the Revolutionary Period”, Cambridge University Press, Cambridge, 1975, pp. 372-373; ABELARDO VILLEGAS: “Reformismo y Revolución en el pensamiento latinoamericano”, Fondo de Cultura Económica, México, 1977, pp. 28-31.

[26] Nos hacemos partícipes a este respecto de los conceptos de “civilización” y “proceso civilizatorio” formulado por Norbert Elias. De acuerdo a este autor, el concepto de civilización abarca desde los códigos linguísticos, a los códigos de comportamineto y de ética, a las formas de organización de la vida cotidiana, a la modelación del entorno ecológico y a la vida material. NORBERT ELIAS: “ The Civilizing Process”, Vol. I I, Pantheon Books, New York, 1982, pp. 229-270.

[27] Ver: RALPH LEE WOODWARD ( Ed.): “Positivism in Latin America, 1850-1900. Are Orden and Progress Reconciliable?”, D.C. Heath and Company, London, 1971.

[28] Gustavo Beyhaut escribe sobre la “europeización de las élites latinoamericanas”, que se expresaba en su “falta de originalidad y un profundo sentido imitativo de lo europeo”. GUSTAVO BEYHAUT: “Raíces contemporáneas de América Latina”, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964, p. 66. Ver tambien pp. 67-71; Una posición más moderada sobre esta problemática ha sido expuesta por Juan Marichal. Este autor postula que hubo una suerte de sincronía entre la primera generación de intelectuales nacionales en América Latina, y el desarrollo intelectual europeo de la época. Juan Marichal agrega, que esta generación mostró “clara y deliberada voluntad de sincronía intelectual”-pero que- “no fue, sin embargo, una generación puramente imitadora de su coetánea transatlántica: muy al contrario, porque se observa en ella la función matizadora”., JUAN MARICHAL : “Cuatro fases de la historia intelectual latinoamericana 1810-1970”, Ediciones Cátedra, Madrid, 1978, p.47-48.

[29] Para una discusión sobre los principios de una lectura hermenéutica, ver: GADAMER: op.cit., 281-285.

[30] Para una discusión de esta tesis sobre la Modernidad incompleta, véase: JAIME ANTONIO PRECIADO CORONADO: “La Modernidad no resuelta de América Latina”, Http://mail.ufg.edu/red/modernidad.html.

[31] Nos sentimos deudores e inspirados en la obra del filósofo y politólogo boliviano HUGO C.F. MANSILLA , que ha expuesto esta tesis en su libro: “Tradición autoritaria y modernización imitativa. Dilemas de la identidad colectiva latinoamericana” Plural Editores, La Paz, Bolivia, 1997.

[32] JORGE LARRAÍN: “ Modernidad, Razón e Identidad en América Latina”, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, pp. 224-242

[33] Refiriéndose a este proceso de “desespañolización” de América Latina, escribe Leopoldo Zea que los “emancipadores mentales de la América Hispana se entregaron a la rara y difícil tarea de arrancarse una parte de su propio ser, su pasado y su historia”. LEOPOLDO ZEA: “América como conciencia”, Universidad autónoma de México, 1976, p. 88.

[34] “Tenemos un deseo muy natural en los pueblos nuevos, ardientes, que nos arrastra y nos alucina; tal es el de sobresalir, el de progresar en la civilización, y de merecer un lugar al lado de esos antiguos emporios de las ciencias y de las artes, de esas naciones envejecidas en la experiencia, que levantan orgullosas sus cabezas, en medio de la civilización europea” ., JOSÉ VICTORINO LASTARRIA: “Discurso inaugural en la Sociedad Literaria” 1842, en LASTARRIA: Op.cit. 99 ( la cursiva es nuestra).

[35] Una notable excepción a esta actitud esta representada por Andrés Bello, cuyo discurso filosófico se inscribía en el c. Bello admitía la necesidad de recibir la influencia europea y repensarla a la luz en las realidades nacionales; ver: ANDRÉS BELLO en RAYMUNDO RAMOS (Ed.): “Ensayo político latinoamericano en la formación nacional”, ICAP, México, 1981, pp. 110-125.

[36] Esta actitud mental se puede apreciar en el poema del poeta chileno Jacinto Chacón, institulado “Edad Moderna” (1846), en uno de cuyos versos se lee: “Marchad más nunca a ciegas mi Patria no ignorante en brazos del pasado tu espíritu abandones. El Libro de la Historia comprendes que vas adelante. La Europa lo descifra: escuchad sus lecciones. Lo fataliza Vico, Bossuet lo profetiza, Guizot lo desarrolla y Herder lo profundiza”., Citado por BERNARDO SUBERCASEAUX: “Cultura y sociedad liberal en el siglo XIX (Lastarria, ideología y literatura)”, Editorial Aconcagua, Santiago de Chile, 1981, p. 58 ( la cursiva es nuestra).

[37] Hemos trabajado este tópico en la obra de José Martí en nuestro artículo: “José Martí y el paradigma de la Modernidad”, en HUGO CANCINO y CARMEN DE SIERRA ( Coordinadores): “Ideas, cultura e Historia en la creación intelectual de América Latina, siglos XIX y XX”, Biblioteca Abya-Yala, Quito, Ecuador, 1998, 301-324; Para Martí “Nuestra América” debería “entrar en esa gran corriente de inventos útiles, de enérgicos libros, de aparatos industriales, que el viejo mundo y el septentrión del nuevo, arrojan en su seno la elocuencia de tantos sabios, la vivacidad de tantas obras…libros ambulantes, magníficos resúmenes del desarrollo espiritual e industrial moderno”., JOSÉ MARTÍ: “Revista Guatemalteca”, en MARTÍ: “Política en Nuestra América”, Editorial Siglo XXI, México, 1977, p.56.

[38] Véase: JOSÉ MARTÍ: “Nuestra América”, en “Revista Ilustrada”, New York, 10 de enero, 1891 y S. REDONDO DE FELDMAN y A. TUDISCO (Eds.): “José Martí Antología crítica”, Las Américas Publishing, New York, 1968, pp.; 245-252; “Madre América” (1889), en op..cit. pp. 237-244.

[39] JOSÉ MARTÍ: “La verdad sobre los Estados Unidos”, “Patria”, Nueva York, 23 de marzo de 1894, en S.REDONDO DE FELDMAN y A.TUDISCO: op.cit., p. 178-179; ver además: P.ESTRADE: “José Martí: Des fundaments de la Democratie en Amérique Latine”, Éditions Caribénnes, Université de Lille III, 1987.

[40] “Hoy es la primera nación en la agricultura, en la industria, en la navegación…Es la nación que hace más descubrimientos, que inventa más máquinas, que transforma con más rapidez la naturaleza a su servicio. Es la nación creadora…Derribaron las selvas, poblaron los desiertos, recorrieron todos los mares. Despreciando tradiciones y sistemas y creando un espíritu devorador del tiempo y del espacio”., FRANCISCO BILBAO: “El Evangelio Americano” (1845), Editorial Ercilla, Santiago de Chile, 1941, pp. 61-62.

[41] Ver: ALONZO AGUILAR: “Pan-Americanism form Monroe to the Present”, Monthly Review Press, 1968, pp. 43-66.

[42] Véase: MAX HENRÍQUEZ UREÑA: “Breve Historia del Modernismo”, Fondo de Cultura Económica”, México, 1978.

[43] Véase el poema de Rubén Dario: “Oda a Roosevelt”, en RUBÉN DARIO: “Canto de vida y esperanza”, Colección Austral, Madrid, 1971, p. 50. El texto poético de Dario exalta el antogonismo entre la civilización norteamericana y al civilizacion de Hispanoamérica.

[44] Vasconcelos enfatiza el status del mestizaje en la creación de una civilización sintetizadora en Hispanoamérica. Vasconcelo crítica la concepción materialista- pragmática de la vida en su versión norteamericana y subraya los valores espirituales y humanista de la cultura latinoamericana. JOSÉ ENRIQUEZ RODÓ: “La raza cósmica”, Espasa-Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1948, pp. 1-57.

[45] Véase: JOSÉ ENRIQUE RODO: “Ariel” (1909), Cambridge University Press, editado en español con una introducción en inglés de Gordon Brothestan, 1967; NORMA VILLAGÓMEZ ROSAS: “Trayectoria de Calibán en el ensayo latinoamericano”., en HORACIO CERRUTTI GULDBERG (Ed.): El ensayo en Nuestra América Para una reconceptualización”, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, pp. 519-535; WILLIANS REX CRAWFORD: “ A Century of Latin American Thougth”, Harvard University Press, 1967, pp. 79-84.

[46] Para una discusión sobre el marxismo en América Latina, véase: DONALD C. HODGES: “The American Revolution from Apro-Marxism to Guevarism”, William Morrow & Company, New York, 1974; SHELDON B. LISS: “Marxist Thought in Latin America”, University of California Press, 1984; MICHAEL LOWY: “Le Marxisme en Amérique Latine. Anthologie”, Francois Maspero, Paris, 1980: ROBERT ALEXANDER: “Comunism in Latin America”, Rutgers University Press, New York, 1957.

[47] Ver: DONALD C. HODGES: op.cit. , pp. 36-135:

[48] Nos hemos ocupado de esta problemática en nuestro trabajo: “Mariátegui entre la Modernidad y la Tradición: para una lectura hermenéutica de su discurso”, en HUGO CANCINO T., SUSANNE KLENGEL y NANCI (Eds) , Vevuert-Iberoamericana, Frankfurt, 1999, pp. 48-73.

[49] Sobre el marxismo de Mariátegui, se recomienda ver: JOSÉ ARICO (Ed.): “Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano”, Cuadernos Latinoamericanos”, No. 60, Pasado y Presente/ Siglo XXI, Buenos Aires, Argentina, 1978; JOHN BAYNES: “Revolution in Peru: Mariátegui and the Myth”, The University Of Alabama Press, 1972; RAIMUNDO PRADO: “ El Marxismo de Mariátegui”, en DAVID SOBREVILLA ALCÁZAR (Ed.): “El marxismo de José Carlos Mariátegui”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1995, pp. 24-47.

[50] JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI: “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1978, p. 336.

[51] MARIÁTEGUI: “La tradición nacional”, en “El Mundial”, Lima, 2 de diciembre, 1927, en MARIÁTEGUI: “Peruanicemos al Perú”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1978, p. 122.

[52] JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI: “La tradición nacional”, op.cit., p. 123.

[53] MARIÁTEGUI: “Heterodoxia de la tradición” ( en “El Mundial”, Lima, 25 de noviembre 1927), en MARIÁTEGUI: “Peruanicemos al Perú”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1978, pp. 117-120.

[54] “Con la conquista, España, su idioma y su religión entraron perdurablemente en la historia peruana, comunicándola y articulándola con la civilización occidental”., MARIÁTEGUI: “La tradición nacional”, en op.cit., p. 129.

[55] Mariátegui reconoce los aportes de la Modernidad europea a la cultura latinoamericana, expresando que en “cuya ciencia y en cuya técnica, solo romanticos utopistas, pueden dejar de ver adquisiciones irrenunciables y magníficas del hombre moderno”…MARIÁTEGUI: “La cruzada proindígena” (en “Boletín de defensa indígena”, enero de 1927, del “Amauta” No. 5), en MARIÁTEGUI: “Ideología y política”, Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1978, p.165.

[56] Véase: VICTOR RAÚL HAYA DE LA TORRE: : “Treinta años de Aprismo”, Editorial Monterrico”, Lima, Perú, 1986, pp. 20-58; ABELARDO VILLEGAS: “ Reformismo y revolucion en el pensamiento Latinoamericano”, Siglo XXI Editorial, Mexico, 1977, pp. 165- 179

[57] Ver: VICTOR RAÚL HAYA DE LA TORRE: “ El antimperialismo y el APRA”, Lima, Perú, 1985, pp. 126-139.

[58] Para una discusión sobre la problemática del populismo véase el sugestivo trabajo de Ernesto Laclau: “Towards a Theory of Populism”, en ERNESTO LACLAU: “Politics and ideology in Marxist Theory”, NLB, London, 1977, pp. 143-198.

[59] La exaltación de los héroes del pasado nacional y de las matrices ideológicas y simbólicas de la nacionalidad son un componente del discurso peronista y de todos los populismos en América Latina. En el campo cultural, se enfatiza lo “criollo”, nativo frente a lo foráneo. El poder de fundación carismática del líder y la personalización del poder son también componentes de la dimensión tradicional del movimiento. La modernidad del movimiento aparece constituida por su proyecto de industrialización sustitutiva y por su programa de racionalización de la administración, por la planificación y dentro de ello el rol del Estado y de la burocracia.

[60] Denominación acuñada por Gino Germani, en “Democracia representativa y clases populares”, en GINO GERMANI, TORCUATO S.DI TELLA y OCTAVIO IANNI: “Populismo y contradicciones de clase en América Latina”, Serie Popular Era, México, 1977, pp. 30-37.

[61] Un ejemplo de nuestro aserto es el trabajo de FERNANDO HENRIQUE CARDOSO y ENZO FALLETTO “Dependencia y desarrollo en América Latina”, Fondo de Cultura Económica”, México, 1976; pp. 102-129.

[62] Un excelente análisis del pensamiento de la CEPAL se encuentra en JOSEPH L. LOVE: “Economic Ideas and Ideologies in Latin America”, en LESLIE BETHELL (Ed.): “The Cambridge History of Latin America”, Vol. VI, Part 1, Cambridge University Press, 1994, pp. 393-441.

[63] Para una discusión sobre el paradigma de la CEPAL, se recomienda ver: CRISTÓBAL KAY: “Latin American Theories of Development and Underdevelopment”, Routledge, New York, 1993, pp. 25-71.

[64] Véase: ANDRE GUNDER FRANK: “Capitalism and Underdevelopment in Latin America”, Monthly Review Press, New York, 1969; “Latin America: Underdevelopment or Revolution”; Monthly Review Press, 1970

[65] Véase a este respecto el trabajo de FERNANDO MIRES: “Cuba: La revolución no es una isla”, Ediciones el Hombre Nuevo, Medellín, Colombia, 1978, pp. 29-38, pp. 122-125.

[66] Una fuente inestimable para el estudio de la ideología originaria de la Revolución Cubana, es el discurso de Fidel Castro: “La Historia me absolverá”, Ediciones Punto Final, Santiago de Chile, 1969. Este discurso fue pronunciado por Fidel, en el tribunal que lo juzgara por el delito de insurrección 16 de octubre de 1953; Véase también: “Nuestra razón: Manifiesto-Programa del Movimiento 26 de Julio”, en MARIO LLERENA: “The Unsuspected Revolution The Birth and Rise of Castroism”, Cornell University Press, London, 1978, pp. 275-304

[67] Sobre el marxismo-leninismo y el pensamiento de José Marti en la ideología de la revolución cubana, véase FIDEL CASTRO: “La primera revolución socialista en América”, Informe al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, 17-22 diciembre de 1977, Siglo Veintiuno Editores, México, 1976, pp. 11-59.

[68] Para una discusión de esta problemática, véase: H.C.F.MANSILLA: “Tradición autoritaria y modernización imitativa. Dilemas de la identidad colectiva en América Latina”, Plural Editores, La Paz, Bolivia, 1997, pp. 86-90.

[69] Un buen estudio de las fuentes del “Hispanismo” es la obra de FREDERIK PIKE: “Hispanismo”, University of Notre Dame Press, 1971.

[70] El sociólogo Jorge Larraín Ibáñez denomina a esta última corriente como “neoindigenismo”, para diferenciarla del “Indigenismo”, movimiento cultural, político y literario de los años 1920-30. JORGE LARRAÍN IBAÑES: op.cit. pp. 169- 176: Hemos optado por usar la denominación “indianismo” que los nuevos movimientos de los pueblos indígenas han acuñado para precisamente diferenciarlo del “Indigenismo” cuyo impulso se encontraba en intelectuales de origen mestizo o blancos.

[71] Dentro de esta posición, se sugiere ver: JAIME EYZAGUIRRE: Hispanoamérica del dolor”, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1947; OSVALDO LIRA: “Hispanidad y mestizaje”, Editorial Covadonga, Santiago de Chile, 1985; CARLOS CAUSIÑO: “Razón y ofrenda. Ensayo en torno a los límites y perspectivas de la sociología en América Latina”, Cuadernos del Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1990.

[72] Véase: CONSEJO INDIO DE SUDAMÉRICA: “Conclusiones I Congreso de Movimientos Indios de Sudamérica”, Ollantaytambo, 27 de febrero al 3 de marzo, 1980, Mimeo. La Paz, Bolivia, 1980

[73] Para una discusión sobre el paradigma neoliberal véase: FERNANDO MIRES: “La revolución que nadie soño o la otra modernidad”, Nueva Sociedad, Caracas, Venezuela, 1996; H.C.F. MANSILLA: “Espirítu Crítico y nostalgia aristocrática. Ensayos dispersos sobre las limitaciones de la Modernidad”, Ediciones, Cima, 1999, pp. 112-120.

The wisdom of surrender. Andy Wimbush.2020

Samuel Beckett’s writing often seems to have a religious air about it. Take his most famous play, Waiting for Godot (1953). Two Chaplinesque tramps – Vladimir and Estragon – wait at a crossroads by a tree for someone who might provide an answer to their prayers: Mr Godot. This is a man who has a suspiciously divine white beard, who ‘does nothing’, and who remains frustratingly absent, despite repeated promises of his imminent arrival.

Vladimir and Estragon pass the time by singing, eating radishes, play acting, and arguing. One of their first bits of comic back-and-forth concerns a discrepancy between the gospels in the Bible. Why is it, Vladimir wonders, that only one of the evangelists mentions that, of the two thieves crucified alongside Jesus, one had repented and was saved while the other mocked him and was damned? The penitent thief is mentioned in the Gospel of Luke, but not in Matthew, Mark or John. ‘One out of four,’ mutters Vladimir. ‘Of the other three, two don’t mention any thieves at all and the third says that both of them abused him.’

Estragon can’t quite see the point of Vladimir’s musings. ‘Well?’ he says. ‘They don’t agree, and that’s all there is to it.’ But Vladimir needs Luke’s version to be true. If one of the thieves was saved, he thinks, that’s a ‘reasonable percentage’. There’s a 50/50 chance of salvation. A 50/50 chance, perhaps, of getting out of the play’s purgatorial cycle of non-action. For Waiting for Godot is, as one critic quipped, a play in which ‘nothing happens, twice’.

While it might be possible to find some fragments of theology in such exchanges – some musings on the nature of God or perhaps his absence – I suspect that the religiosity of Beckett’s work stems more from this preoccupation with salvation, from what we might call Beckett’s soteriology. The theistic religions are, of course, soteriological: for instance, Christianity preaches both being ‘born again’ at baptism and then inheriting eternal life after death. But soteriology is also found in non-theistic religions such as Buddhism, where the aim of religious practice is nirvana, both in this life and after death. And there are also soteriologies in various schools of ‘therapeutic’ philosophy: the Stoics, Sceptics and Epicureans, for instance, promised variations on ataraxia, a state of serene contentment immune from life’s vicissitudes. The common thread to all these soteriologies is the promise of an end to suffering. As the Book of Revelation puts it: ‘He will wipe away every tear from their eyes, and death shall be no more, neither shall there be mourning, nor crying, nor pain anymore, for the former things have passed away.’

Despite Beckett’s reputation as the Eeyore of 20th-century literature, hopes for such an end are surprisingly common in his work. In Murphy (1938), for instance, the novel’s eponymous hero yearns for a ‘self-immersed indifference to the contingencies of the contingent world’. In the novel Malone Dies (1951), one of Beckett’s most bitter and jaded narrators is confident that ‘beyond this tumult there is a great calm, and a great indifference, never really to be troubled by anything again.’

It turns out that Beckett himself had good reason to wish to get beyond the tumult of this world and its woe. He had, since his 20s, been plagued by anxiety attacks. For many years, he would often wake up in the middle of the night, drenched with sweat, his heart racing faster and faster, until he found himself in a state of panic, even paralysis. He told a friend that it was like being attacked by a ‘demon’ that wanted to ‘disable’ him with ‘sweats & shudders & panics & rages & rigors & heart burstings’. In Beckett’s early fiction, his literary alter-egos tend to have the same affliction. One character, Belacqua Shuah, has a ‘pulsing snowball of his little heart that went pit-a-pat’, a ‘bitch of a heart’ that ‘knocks hell out of his bosom three or four nights in the week’. Murphy has an ‘irrational heart’ that one moment it ‘seemed on the point of seizing’ and the next ‘on the point of bursting’. And it’s no surprise that one of Beckett’s favourite poems from this time – one that he could recite from memory – was ‘A se stesso’ or ‘To Himself’ (1833) by the Italian pessimist Giacomo Leopardi:

  Or poserai per sempre,

    Stanco mio cor. Perì l’inganno estremo,

    Ch’eterno io mi credei. Perì. Ben sento,

    In noi di cari inganni,

    Non che la speme, il desiderio è spento.

    Posa per sempre. Assai

    Paliptasti.

Now you’ll rest forever,

    worn-out heart. The ultimate illusion

    that I thought was eternal died. It died.

    I know not just the hope but the desire

    for loved illusions is done for us.

    Be still forever.

    You have beaten enough.

    (translated by Jonathan Galassi, 2010)

While literature might have offered a salve to his worn-out heart, medical science was, unfortunately, not so forthcoming. Dublin’s heart doctors could find nothing physically wrong with Beckett and so, in 1933, he set out for London in search of a psychotherapeutic solution that was, at that time, unavailable in Ireland. He began treatment with the psychoanalyst Wilfred Bion at the Tavistock Clinic in Bloomsbury. During this period, he also took extensive notes from psychology books and attended Carl Jung’s lectures on analytic psychology. After a year, however, Beckett was forced to concede that therapy had been an ‘expensive canular’ that had failed ‘to render the business of remaining alive tolerable’.

Beckett saw quietism as both the cause of his affliction and its unforthcoming solution.

It was at this point that one of Beckett’s friends decided that a spiritual solution might be in order. Perhaps this was not so much an affliction of the body or of the mind but rather of the soul. Soteriology, not medicine, would be the solution. The friend in question was Thomas MacGreevy, another young Irish writer, whom Beckett met in Paris in the late-1920s. Both men were champions and mentees of James Joyce, and they had kept up an intimate correspondence since they first met. MacGreevy was concerned about Beckett’s panic attacks and wrote to him in the spring of 1935 to recommend that he read The Imitation of Christ by Thomas à Kempis. This classic of Christian contemplative literature, likely written in the 15th century, might just bring some calm to Beckett’s weary heart. While MacGreevy himself was a Catholic, he was keenly aware that his dear friend Sam was not only a self-described ‘dirty low-church’ Protestant but an apostate Protestant at that. Beckett’s childhood faith, impressed upon him by his almost puritanical mother, had promptly dried up in his teenage years. MacGreevy therefore wisely suggested that Beckett could read The Imitation of Christ in a secular manner, perhaps by substituting the objectionable word ‘God’ with terms such as ‘goodness’ or ‘disinterestedness’.

Beckett wrote back to say that he was grateful for MacGreevy’s concern, but pointing out that he had actually read the book some years ago, and didn’t find it especially helpful:

   All I ever got from the Imitation went to confirm & reinforce my own way of living, a way of living that tried to be a solution & failed. I found quantities of phrases like qui melius scit pati, majorem tenebit pacem [he who knows how to suffer well shall find the most peace], or Nolle consolari ab aliqua creatura magnae puritatis signum est [to refuse comfort from any creature is a sign of great faith], or the lovely per viam pacis, ad patriam perpetuae claritatis [by the way of peace to the country of everlasting clearness] that seemed to be made for me and which I have never forgotten. Am[on]g many others. But they all conduced to the isolationism that was not to prove very splendid. What is one to make of ‘seldom we come home without hurting of conscience’ and ‘the glad going out & sorrowful coming home’ and ‘be ye sorry in your chambers’ but a quietism of the sparrow alone upon the housetop & the solitary bird under the eaves? An abject self-referring quietism indeed.

This letter shows that Beckett was drawn to the promise of spiritual release: the Latin phrases he cites all describe a kind of transcendent peace, a peace that is found by going into suffering rather than resisting or shying away from it. But Beckett also acknowledges the dangers of such unearthly priorities. The Imitation of Christ, he says, promotes ‘isolationism’. Don’t go out, it says. Remain in your cell. Shun the company of others. Beckett then proceeds to explain to MacGreevy it was precisely this aloofness and distance from other people that caused his panic attacks to worsen in the first place.

Beckett’s word for the attitude that he finds in The Imitation is ‘quietism’, a term that crops up in several of his letters and notebooks from the 1930s. And it seems from this letter that he saw quietism as both the cause of his affliction and its unforthcoming solution. It is, as one of his later novels says about religion, both ‘poison and antidote’.

While he was no closer to a cure for his anxiety attacks, Beckett had begun to see that his personal problems might nevertheless be useful for his growth as a writer. In a diary entry from 1937, he confessed his hope that he might be able to put his suffering to artistic ends and ‘turn this dereliction, profoundly felt, into literature’. Quietism, it turned out, provided a means to do so.

 Quietism has a history, and it was one that Beckett knew a fair bit about. Towards the end of the 17th century, Christian mystics in Spain and France were reviving a method of contemplative prayer that had been first popularised by Teresa of Ávila (1515-82) and John of the Cross (1542-91). Known as the ‘prayer of quiet’, this method of contemplation involved doing as little as possible. Whereas other forms of prayer might make use of thoughts or images, in the prayer of quiet, all forms of mental activity are discarded. The devotee abandons his or her own will and surrenders completely to God.

The most outspoken advocate of the prayer of quiet in the 17th century was a Spanish priest named Miguel de Molinos (1628-96). In 1675, Molinos published a manual of prayer called The Spiritual Guide that became an instant bestseller. It was translated into several languages and went through many print editions. In the book, Molinos advises each Christian soul to ‘shrink into its own nothingness … without heeding, thinking or minding any sensible thing’. This act of silent surrender would enable the devout soul to proceed through various stages of purgation until, at last, it entered a state of deep equanimity and mental stillness. In Malone Dies, Beckett imagines something similar: ‘a last prayer, the true prayer at last, the one that asks for nothing’. Rather scandalously, Molinos also claimed that the soul in such a state would be so resigned and passive that even the wish for salvation would disappear: the soul would gladly go to hell, if God so wished it. The final step was ‘annihilation’: a complete erasure of the soul, the self, and the will, and then union with God. The soul, Molinos explained, passes into the state of ‘nothingness where it scorns itself, abhors itself, and confounds itself, knowing that it is nothing, that it can do nothing, and that it is worth nothing.’

Unfortunately for Molinos and the other Quietists, as they came to be known, the late-17th century was not an auspicious time for inward mystics. The Counter-Reformation was now in full swing and the Inquisition was keen to root out anything that smacked of Protestantism. With its emphasis on individual prayer, its iconoclastic tendencies, and its neglect of the external trappings of the Catholic Church, Quietism was viewed suspiciously by the Church authorities. In the end, Molinos was arrested on suspicion of heresy in 1685, condemned by Pope Innocent XI and, under threat of torture, confessed to his supposed crimes, after which he spent the remainder of his life in prison.

He found in Schopenhauer’s work ‘an intellectual justification of unhappiness’

Thanks to this history, ‘quietism’ has become a pejorative term, reserved for heretics, defeatists and navel-gazers. Nevertheless, it was embraced by a thinker who had a significant influence on Beckett’s personal outlook and literary vision: the German philosopher Arthur Schopenhauer (1788-1860). Although Schopenhauer was an atheist and wrote caustically about religion’s absurdities and horrors, he nevertheless had a great admiration for what he called the ‘saintly souls’ of mystical religion: the ‘pietists, quietists, pious enthusiasts’. While such saints were useless as metaphysicians, they were extremely valuable, Schopenhauer thought, as guides to the highest happiness. He could do without their dogma, but he cherished them as soteriological geniuses.

Schopenhauer saw life as an endless parade of suffering: a ‘balls-aching world’, in Beckett’s own colourful summary. Every living thing, Schopenhauer argued, is really a manifestation of a monistic ‘Will’: a drive, an urging, a craving that goads us into a fight for survival, procreation, competition and struggle. But the Will cannot be satisfied, and so neither can we:

   All striving comes from lack, from a dissatisfaction with one’s condition, and is thus suffering as long as it is not satisfied; but no satisfaction is lasting; instead, it is only the beginning of a new striving. We see striving everywhere inhibited in many ways, struggling everywhere; and thus always as suffering; there is no final goal of striving, and therefore no bounds or end to suffering.

The only permanent solution to this terrible situation is renunciation of the will. We have to learn to give up all effort and struggle and craving. Then, and only then, will we see through the illusion of separate existence, and discover a ‘peace that is higher than all reason’.

This is why the quietists and the mystics were useful to Schopenhauer. Their kind can be found, he alleges, in all religions and they can, through their attitude and disposition, teach us the way to surrender.

Beckett started reading Schopenhauer in 1930, when he was doing research for his first book: a work of literary criticism on Marcel Proust. He soon found a deep affinity with Schopenhauer’s pessimistic worldview and, to the amused bewilderment of all his friends, quickly read as much of the philosopher’s work as he could get his hands on. Beckett told MacGreevy that he had found in Schopenhauer’s work ‘an intellectual justification of unhappiness’. It was also no doubt significant for Beckett that Schopenhauer had claimed that the most appropriate symbol and indeed synonym of the will was the ‘heart, this first mover of animal life’. If calming the will was tantamount to calming the heart, then maybe Schopenhauer – and quietism – held the promise of healing his affliction.

Although Beckett might have first come to quietism for personal relief, it proved instrumental in helping him develop as a writer. A crucial link between Schopenhauer’s therapeutics of salvation and the creation of literature came via Beckett’s admiration for the French novelist André Gide (1869-1951). Gide shared many of Beckett’s literary interests: not just Proust and Schopenhauer, but also the Russian novelist Fyodor Dostoevsky (1821-81). And it was Dostoevsky who was, according to Gide, the paradigmatic quietist novelist, the author who took the attitude of renunciation and surrender and turned it into a way of writing.

According to Gide, Dostoevsky’s writing ‘leads us to a sort of Buddhism, or at least quietism’. Dostoevsky had himself adopted an attitude of ‘gentle and total resignation’ that brought him – like Molinos and Schopenhauer before him – to a level of mind ‘where the limits of being fade away, where the sense of the individual and the sense of time are lost, the plane where Dostoevsky sought – and found – the secret of happiness’. Dostoevsky then, at least as Gide describes him, was a master of soteriology, a genius of the inner world. But Gide then explains how this inner renunciation can help to form an aesthetic:

    It is this abnegation, this resignation of self, which allows the most contrary sentiments to live together in Dostoevsky’s soul, which preserves and safeguards the extraordinary wealth of antagonisms which struggle within him.

Just as the sage who has quietened their will can thus endure any vicissitude or eventuality – including damnation – the writer who relinquishes control can allow their work to accommodate contradiction and discord. Characters no longer need to be artificially controlled. A writer can embrace imperfection and powerlessness. A text can accommodate contrasting ideas and moods, perhaps in a manner similar to what the poet John Keats called ‘negative capability’: ‘capable of being in uncertainties, mysteries, doubts, without any irritable reaching after fact and reason.’ Or as Beckett put it himself in an interview from 1961:

    there will be a new form; and … this form will be of such a type that it admits the chaos and does not try to say that the chaos is really something else … To find a form that accommodates the mess, that is the task of the artist now.

A quietist literature can accommodate its mess because it can surrender control. In his prose fiction, Beckett increasingly felt able to break down what might be expected from a novel and from a story. By the time he came to write his major postwar novels – the ‘trilogy’ of Molloy, Malone Dies and The Unnamable (all first published in French, between 1951 and 1953, and later adapted by Beckett into English) – the accommodation of the mess was complete. Molloy is narrated by a man who is unsure whether he’s writing a diary or dictating to an audience. He often finds himself at a remove from his body, with a disintegrating sense of self and world. And he sees himself as a kind of ‘contemplative’ who has, in true Schopenhauerian fashion, abandoned his will to live:

    My life, my life, now I speak of it as of something over, now as a joke which still goes on, and it is neither, for at the same time it is over and it goes on, and is there any tense for that?

Molloy’s narration eventually collapses midway through the novel. He starts to doubt whether he is really telling us his own story or is rather making it up, compelled by some other presence, some voice that pushes the whole novel onwards. Perhaps, Molloy wonders, he is ‘merely complying with the convention that demands you either lie or hold your peace’. As the trilogy progresses, each subsequent narrator confesses that he’s the author who’d made up the previous narrator. The fictions keep collapsing, keep revealing themselves as fiction, but we don’t seem to get any closer to the authorial presence underneath all the stories.

It seems then that Beckett’s experiments with quietism in the 1930s eventually led to an aesthetic of incoherence, mess and powerlessness that shaped his most celebrated novels. ‘I’m working with impotence, ignorance,’ Beckett told one interviewer. ‘I don’t think impotence has been exploited in the past.’

But what of the preoccupation that we started with? That wish to be free from anguish and pain? That hope for some kind of salvation?

‘It was always there I huddled, in the innermost place of human frailty and lowliness’

In his later years, Beckett occasionally seemed keen to distance himself from soteriological systems. In 1986, just three years before his death, he told an interviewer that, unlike Schopenhauer, unlike Leopardi and unlike certain ‘oriental thinkers’, he didn’t propose a ‘way out’ or a ‘hope of an answer’ or a ‘solution’. The only solution, Beckett said, grimly, was death.

While this might seem to be the final word on the matter, it’s worth recalling that, for the quietists such as Molinos, the truest beatitude – and perhaps even the truest salvation – was found in the renunciation of hope for salvation. The theologian William Inge called this ‘the mystic paradox’ in a book on Christian mysticism that Beckett read and took notes on in the 1930s. According to Inge, Thomas à Kempis ‘wrote and then erased in his manuscript’ the statement that ‘it would be better to be with Christ in hell than without Him in heaven.’

The mystic paradox is pithily expressed in a maxim of the French aphorist Nicolas Chamfort, translated and versified by Beckett:

    Hope is a knave befools us evermore

    Which till I lost no happiness was mine.

    I strike from hell’s to grave on heaven’s door

    All hope abandon ye who enter in.

Beckett would often inscribe the maxim in copies of his play Endgame (1957) for his friends. Chamfort’s words, Beckett said, were the perfect rejoinder to all those readers and audiences who had, erroneously, found ‘affirmations of expressions of hope’ in his work. It is worth noting, however, that hope is the only casualty of Chamfort’s erasure and re-engraving. Happiness and even heaven are, remarkably, left intact. Chamfort’s point was merely that, in order to reach happiness or heaven, we must abandon hope for them through resignation and giving up. Or put another way, resignation of hope is the only happiness and heaven we are likely to attain.

Beckett’s own embrace of such an attitude can be seen in a beautiful letter he wrote in 1968 to Barbara Bray, a BBC producer he met while working on his radio plays who became a close confidante and companion. Bray’s husband had died in an accident and she had written to Beckett to share the news. He replied:

    Far from being troubled by your letter I am very touched that you should tell me about your great sorrow. I wish I could find something to comfort you. All I could say, and much more, and much better, you will have said to yourself long ago. And I have so little light and wisdom in me, when it comes to such disaster, that I can see nothing for us but the old earth turning onward and time feasting on our suffering along with the rest. Somewhere at the heart of the gales of grief (and of love too, I’ve been told) already they have blown themselves out. I was always grateful for that humiliating consciousness and it was always there I huddled, in the innermost place of human frailty and lowliness. To fly there for me was not to fly far, and I’m not saying this is right for you. But I can’t talk about solace of which I know nothing.

After some careful disclaimers about his lack of useful wisdom, Beckett makes the astonishing suggestion that Bray should move towards ‘the heart of the gales of grief’, since it is there that these gales have ‘already … blown themselves out’. His description suggests a place of stillness and peace in the midst of suffering, perhaps like the eye of a hurricane. Beckett’s solution is paradoxically both an escape – as suggested by the word ‘fly’ – and also a courageous refusal to turn away from pain. He suggests that the movement out of pain is one that flies right into it, that embraces it whole-heartedly, that resigns itself and surrenders to it. Salvation is found, oddly enough, in a place of weakness, humility and lowliness, right in the midst of suffering. This is Beckett’s mystic paradox. And so, Vladimir, interminably waiting for Mr Godot, needn’t have weighed the odds of salvation quite so anxiously. For the quietist, salvation and damnation, heaven and hell, weal and woe, suffering and its end, are not distant poles, but perhaps two sides of the same coin. As Thomas à Kempis put it, in that phrase that Beckett confessed was made for him: ‘he that can well suffer shall find the most peace’

Que todo cambie para que todo siga igual. Enric Juliana. 2013

Las épocas de crisis son tiempos de sospecha. El consenso se rompe. Los vínculos de confianza se debilitan. Los recelos se agrandan. Los enfrentamientos se hacen más ásperos. Los sentimientos se agrietan. La angustia se difunde. En tiempos de crisis incluso se sospecha del cambio.

Los que sueñan con un nuevo orden temen que el cambio sea secuestrado por los conservadores inteligentes, capaces de virar en el último momento para no verse arrastrados por la corriente adversa. En sentido contrario, los conservadores sensibles sospechan de la quietud y se esfuerzan, neuróticamente, a veces, en interpretar las señales y demandas que ignoran los conformistas y los soberbios.

La vida en alerta –una inestable mezcla de inquietud, angustia y curiosidad- es uno de los grandes motores de la evolución humana. El célebre arranque de la película “2001, Odisea en el espacio”, de Stanley Kubrick, nos lo recuerda.

Desde hace medio siglo existe una interesante figura literaria para describir la astucia conservadora ante el cambio. Lampedusa. Un cambio lampedusiano es aquel que describe un círculo y vuelve a colocar las cosas en su punto de partida, al menos en apariencia. En los actuales momentos de crisis, esa palabra de origen siciliano vuelve a ser utilizada con profusión. Para muchas personas es una expresión cínica, cuyo mero enunciado revela una pérfida enemistad con el cambio verdadero y sincero. En una España donde aún prevalece el tópico del “ir de frente” -y “a lo hecho, pecho”-, el oblicuo movimiento lampedusiano no goza de muy buena prensa.

Hoy vamos a recordar sus orígenes. La frase “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, la escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa en la novela “El Gatopardo”, una de las grandes obras de la literatura italiana del siglo XX. En castellano resulta una frase seca, acerada, terriblemente cínica. En el original italiano hay más musicalidad y movimiento: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi”. Tomasi di Lampedusa (1896-1957), duque de Palma y príncipe de Lampedusa, fue un noble siciliano, autor de esa única novela, ambientada en su tierra natal durante la Unificación Italiana de 1861.

A su vez, Lampedusa es el nombre de una de las islas más meridionales de Italia (a 205 km. de Sicilia y a sólo 100 km. de las costas de Túnez). Geográficamente africana, es una pequeña isla conocida estos últimos años por ser el punto de arribada de miles de inmigrantes provinentes de Libia y Túnez sin documentación.

Primera paradoja: Lampedusa es hoy un lugar muy poco lampedusiano. Ha conocido con intensidad el cambio de época, para convertirse en punto crítico de una de las fronteras más inestables del mundo: la que separa Europa de África. Nada volverá a ser igual en la isla de Lampedusa.

El duque de Palma (nada que ver con el atribulado duque consorte español) no tuvo suerte con su novela. Giuseppe Tomasi di Lampedusa murió en 1957 antes de ver publicada su obra. El Gatopardo, el más ágil de los felinos, es el emblema de los Salina, una aristocrática familia siciliana que asiste al derrumbe del Absolutismo borbónica en la Italia meridional. La historia del príncipe Fabrizio Salina, en el tránsito del reino de las Dos Sicilias a la Italia Unificada, tras el legendario desembarco de Garibaldi en Marsala, no gustó a las grandes casas editoriales.

Años cincuenta. Años de posguerra y de los primeros albores del consumismo. La nostalgia no estaba de moda. Creían que era un texto demasiado melancólico, alejado del gusto de una época con tres vértices: el neorrealismo, todavía fuerte; el incipiente vanguardismo, y su denominador común, la crítica social. Rechazaron la novela, las editoriales Einaudi y Mondadori, dos de las grandes columnas del templo cultural italiano.

Fallecido el autor, el manuscrito de “Il Gattopardo” acabó olvidado en una caja fuerte del Círculo Italiano del Libro, en Roma. Lo rescató de las telarañas Elena Croce, socia del citado club. Elena, hija del gran filósofo italiano Benedetto Croce, entregó el texto a un amigo escritor llamado Giorgio Bassani, que en aquel momento trabajaba para la editorial Feltrinelli, con sede en Milán. Entusiasmado, Bassani aconsejó su inmediata publicación. El libro tuvo un éxito fulgurante. Una primera edición de 30.000 ejemplares se agotó en pocos días. Feltrinelli había dado en el clavo.

Un año después, en 1959, “Il Gattopardo” obtenía el Premio Strega, el más prestigioso galardón de la literatura italiana. La crítica se hallaba perpleja y dividida. Destacados periodista y escritores de izquierda, como Elio Vittorini, Alberto Moravia y Mario Alicata (máximo responsable de la comisión de Cultura del PCI) tacharon la novela de “decadente” y “reaccionaria”. La crítica católica tampoco fue clemente.

“Es moralmente inaceptable la atmósfera de derrota y muerte que transmite este libro”, escribió Gabriele De Rosa, una de las figuras intelectuales más destacadas de la Democracia Cristiana. El poeta Eugenio Montale, futuro premio Nobel de Literatura (1975) fue uno de los primeros en defender su gran calidad literaria.

El editor Giangiacomo Feltrinelli cosechó un enorme éxito editorial y Giorgio Bassani demostró tener muy buen olfato. Cuatro años después, Bassani también escribiría una extraordinaria novela: “El jardín de los Finzi-Contini”. Otra historia melancólica. “El Gatopardo” tuvo un segundo triunfo con la excelente versión cinematográfica dirigida por Luchino Visconti, con Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale en los papeles principales.

Segunda paradoja: el aristócrata Visconti, gran creador de atmósferas decadentes, era un cineasta de izquierdas, muy próximo al PCI, al que poco importaron los recelos de sus correligionarios. Hizo una gran película. En el film, el pasaje clave de la novela transcurre con gran rapidez. El momento en que el joven Tancredi le dice a su tío, el príncipe Salina, que hay que apoyar a los revolucionarios garibaldinos para que las cosas sigan en su sitio en Sicilia.

Feltrinelli, Bassani y Visconti erigieron el mito de Lampedusa y en Italia comenzó a hablarse de “gattopardismo” en referencia al cambio cínico cuyo fondo pretende que las cosas sigan igual. La novela transmite, sin embargo, un mensaje mucho más matizado y sutil: el príncipe Salina sabe desde el primer momento que su mundo decae, sin remisión posible. Visconti lo retrató muy bien –quizá con demasiado perfeccionismo- en la maravillosa escena del vals, en la que el príncipe baila con la joven Angelica Sedara, prometida de su sobrino e hija de la nueva burguesía rural ascendente.

El viejo Salina sabe que las cosas van a cambiar, aunque él tenga la astucia de ponerse al frente de los acontecimientos. Da dinero a su sobrino Tancredi para que se una a los garibaldinos, pero se niega a aceptar el cargo de senador que le ofrece un enviado piamontés de la nueva Italia unificada. Es una novela de gran belleza literaria, con dos finales.

Primer final, la muerte de Don Fabrizio:

“Era Ella, la criatura anunciada tantas veces, que venía a buscarle. El tren debía esta a punto de partir. Ella acerco su rostro y, cara a cara, levantó el velo. Y así, púdica y dispuesta a la posesión, le pareció más bella de cuanto la podía haber entrevisto en los espacios siderales. El fragor del mar se calmó totalmente”.

Segundo final, el viaje de Bendicò (cuerpo disecado del perro cazador preferido del príncipe) al cubo de la basura:

“Mientras recogían la piltrafa, sus ojos de vidrio miraron con el humilde reproche de las cosas que se descartan y que se quieren anular. Salió por la ventana y durante el vuelo su figura se recompuso por un instante. Después halló la paz en un montón de polvo, lívido”.

Dos finales y una última paradoja: el editor Feltrinelli. Hombre muy culto, hijo de una familia rica, antifascista hasta la médula –de joven había formado parte de la resistencia partisana-, el izquierdista Giangiacomo Feltrinelli desobedeció como editor el dogmatismo comunista. Publicó “El Gatopardo” en contra de la opinión de la crítica de izquierdas y fue el primer editor en Europa (1957) de “El Doctor Zhivago”, la gran novela de Boris Pasternak, prohibida por los soviéticos. Vendió centenares de miles de ejemplares de ambos libros.

El 15 de marzo de 1972, Feltrinelli fue hallado muerto al pie de una torre de alta tensión cerca de Milán, instalación que, al parecer, había intentado derribar con una carga de explosivos. Totalmente convencido de la inminencia de un golpe fascista en Italia (golpe que no llegó a producirse), había fundado clandestinamente los Grupos de Acción Partisana (GAP), en paralelo a las Brigadas Rojas. Le estalló el explosivo que transportaba por un extraño fallo en el temporizador. El singular editor de “El Gatopardo” nunca fue lampedusiano.

Inflexión decolonial: características e historia. Eduardo Restrepo.2010

Desde hace algo más de una década un grupo de intelectuales nacidos en países de América del Sur y el Caribe, cuyo trabajo se realiza en dichos países y en universidades de los Estados Unidos, ha ido conformando una colectividad de argumentación alrededor de un conjunto de problematizaciones de la modernidad y particularmente sobre el significado de dicha experiencia en la perspectiva de quienes la han vivido desde una condición subalterna.

Como resultado de dicho trabajo, se ha producido un cuerpo de conceptualizaciones, categorías y formas de argumentación cuya incidencia ha sido notoria en algunos países de la región. El volumen de publicaciones y eventos académicos promovidos por el grupo, así como la circulación y apropiación del enfoque y categorías propuestas en espacios diversos, dentro y fuera de la academia, hacen parte de las razones que nos animan a elaborar una contribución a una introducción crítica de este proyecto.

Nuestro propósito con este libro es doble. Por un lado, esperamos presentar ante lectores no familiarizados con la inflexión decolonial algunos de los conceptos y discusiones centrales elaborados en los últimos años por esta colectividad de argumentación; en este sentido, se puede considerar como una inducción que no supone un lector iniciado en estos debates.

Sabemos que para los no iniciados puede ser una experiencia frustrante el intentar leer un artículo o libro escrito por algunos de los miembros de la colectividad de argumentación o simplemente escucharlos en sus presentaciones en eventos académicos; en mucho, esta experiencia se deriva de la terminología que se ha ido consolidando al interior de la colectividad, que supone unos bagajes académicos y refiere a significados bastante específicos.

Diferencia imperial, transmodernidad, diferencia colonial, paradigma otro y pensamiento fronterizo, entre otros, son empleados con frecuencia para elaborar sus argumentaciones. Este libro busca, entonces, operar como entrada para los lectores no iniciados en la madeja de problemáticas visibilizadas y conceptos acuñados en el marco de la inflexión decolonial.

Por otro, tenemos el propósito de contribuir a la consolidación de esta colectividad de argumentación, no sólo al presentar —esperamos de forma adecuada— algunas de sus elaboraciones centrales, sino también al formular algunas críticas que se derivan de sus planteamientos o de la forma como son (mal) interpretadas por quienes han tenido la posibilidad de leer o escuchar tales planteamientos.

Las críticas que plantearemos no buscan desconocer los múltiples aportes que esta colectividad de argumentación ha realizado al poner sobre la mesa una serie de problematizaciones asociadas a los efectos de la colonialidad en la estructuración de nuestro presente así como al ofrecernos un conjunto de categorías para pensar (y posiblemente hacer) el mundo de otra forma. Al contrario, buscan invitar a pensar puntos que, tal vez, en esta colectividad no se han vislumbrado suficientemente o que, también puede ser, quienes nos hemos acercado con cierto detenimiento a sus textos y conversaciones no hemos comprendido.

De cualquier forma, esperamos que nuestra lectura crítica sea relevante, tanto para exponer algunos elementos centrales que constituyen sus líneas de argumentación, como para dejar abiertos interrogantes frente a algunos de ellos.

En esto queremos ser muy claros: nos tomamos el trabajo de escribir este libro y de haber diseñado y dictado dos cursos sobre inflexión decolonial para estudiantes de diferentes países de América Latina porque consideramos que gran parte de lo que han argumentado los miembros de esta colectividad realmente importa, tanto en términos conceptuales como en sus implicaciones políticas. Obviamente, de esto no se deriva que no pueda ser objeto de críticas, ni que el único lugar posible en la conversación es el de simplemente aplaudir todo lo que plantean por la supuesta justeza de sus posiciones morales y éticas.

Algunos rasgos constitutivos de la inflexión decolonial

Comenzaremos identificando una serie de rasgos en los que confluye el grueso de los participantes de la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial. Estos rasgos refieren a una serie de planteamientos y supuestos que configuran su especificidad conceptual; hemos seleccionado seis que nos parecen centrales, pero somos conscientes de que otros podrían ser indicados, así como se podría hacer énfasis no contemplados en los que hemos resaltado.

Los puntos que mencionaremos ahora a vuelo de pluma serán retomados en los distintos capítulos del libro para explicarlos con mayor detenimiento; allí esperamos ofrecer matices argumentales a lo presentado ahora de forma más gruesa. La idea es elaborar una primera visión general de los contornos y especificidades de la inflexión decolonial; no sobra indicar que este ejercicio se hace con fines expositivos y responde más a nuestro interés pedagógico que a la forma en que los participantes de la colectividad de argumentación ha tendido a presentar sus elaboraciones. Esperamos que sean un punto de entrada pertinente y clarificante.

1. Distinción entre colonialismo y colonialidad.

El colonialismo refiere al proceso y los aparatos de dominio político y militar que se despliegan para garantizar la explotación del trabajo y las riquezas de las colonias en beneficio del colonizador; como veremos, en diversos sentidos los alcances del colonialismo son distintos a los de la colonialidad, incluso más puntuales y reducidos.

La colonialidad es un fenómeno histórico mucho más complejo que se extiende hasta nuestro presente y se refiere a un patrón de poder que opera a través de la naturalización de jerarquías territoriales, raciales, culturales y epistémicas, posibilitando la re-producción de relaciones de dominación; este patrón de poder no sólo garantiza la explotación por el capital de unos seres humanos por otros a escala mundial, sino también la subalternización y obliteración de los conocimientos, experiencias y formas de vida de quienes son así dominados y explotados.

La noción de colonialidad se remonta a los planteamientos del sociólogo peruano Aníbal Quijano (1992, 2000a, 2000b), más concretamente a su noción de colonialidad del poder. Más adelante nos detendremos a analizar esta categoría, identificando algunos de los desplazamientos conceptuales en el trabajo de Quijano, así como diversas lecturas que del concepto han hecho miembros de la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial.

Por ahora baste decir que colonialidad es un patrón o matriz de poder que estructura el sistema mundo moderno, en el que el trabajo, las subjetividades, los conocimientos, los lugares y los seres humanos del planeta son jerarquizados y gobernados a partir de su racialización, en el marco de operación de cierto modo de producción y distribución de la riqueza.

En términos analíticos, no podemos confundir el colonialismo (una forma de dominación político-administrativa a la que corresponden un conjunto de instituciones, metrópolis/colonias) con la colonialidad (que refiere a un patrón de poder global más comprehensivo y profundo). Una vez concluye el proceso de colonización, la colonialidad permanece vigente como esquema de pensamiento y marco de acción que legitima las diferencias entre sociedades, sujetos y conocimientos.

Para decirlo en otras palabras, el colonialismo ha sido una de las experiencias históricas constitutivas de la colonialidad, pero la colonialidad no se agota en el colonialismo sino que incluye muchas otras experiencias y articulaciones que operan incluso en nuestro presente.

Dada esta central distinción analítica entre colonialismo y colonialidad, no se puede confundir tampoco descolonización y decolonialidad. Con descolonización se indica un proceso de superación del colonialismo, generalmente asociado a las luchas anticoloniales en el marco de estados concretos. La descolonización se tiende a circunscribir a lo que se ha denominado independencias políticas de las colonias, que para las Américas empieza a finales del XVIII y aún no termina (piénsense en el caso de Puerto Rico o Martinica) y en África y Asia se despliega con particular intensidad en el siglo XX.

La decolonialidad, en cambio, refiere al proceso que busca trascender históricamente la colonialidad (o, como quedará claro en el siguiente punto, la modernidad/colonialidad). Por eso, la decolonialidad supone un proyecto con un calado mucho más profundo y una labor urgente en nuestro presente; supone subvertir el patrón de poder colonial, aun luego de que el colonialismo ha sido quebrado.

2. La colonialidad es el ‘lado oscuro’ de la modernidad.

A diferencia de muchos teóricos de la modernidad, que sólo ven en ella un proyecto emancipador, la inflexión decolonial llama la atención sobre su cara menos visible (incluso oculta), que es la colonialidad. Si aquellos teóricos de la modernidad consideran al colonialismo como una ‘desviación’ o un ‘momento’ superado de la modernidad, para la inflexión decolonial la modernidad se encuentra indisolublemente asociada a la historia del colonialismo y a la colonialidad; por ello es necesario clarificar que: “La colonialidad no es equivalente al colonialismo. No se deriva de la modernidad ni antecede a ella. La colonialidad y la modernidad constituyen dos lados de una misma moneda” (Grosfoguel 2006: 27).

Esto es, no hay modernidad sin colonialidad y, a su vez, la colonialidad supone a la modernidad; de ahí que se afirme que la relación entre modernidad y colonialidad es de co-constitución: no puede existir una sin la otra.

Por eso es que se tiende a escribir modernidad/colonialidad; la barra oblicua “/” indica precisamente esta relación de constitución mutua de los dos términos, así como la jerarquización entre los mismos. La colonialidad no es conceptualizada como una contingencia histórica superable por la modernidad ni como su ‘desafortunada desviación’.

Al contrario, la colonialidad es inmanente a la modernidad, es decir, la colonialidad es articulada como la exterioridad constitutiva de la modernidad. Así, las condiciones de emergencia, existencia y transformación de la modernidad están indisolublemente ligadas a la colonialidad como su exterioridad constitutiva.[1]

Esto es menos complicado de lo que parece a primera vista. Cuando se dice que la colonialidad es producida por la modernidad, ello se refiere a que cuando algo o alguien es imaginado o definido como moderno al mismo tiempo está implícitamente indicando un algo o alguien que no lo es. No hay un nosotros (modernidad) sin que al mismo tiempo se defina un no-nosotros, un ellos (nomodernidad).

Al definir un espacio, al trazar unos bordes, al mismo tiempo se define un interior y un exterior. Entonces, si se entiende la modernidad como un proyecto civilizatorio, lo que está en juego con ella es la configuración de un nosotros-moderno en nombre del cual se interviene sobre territorios, grupos humanos, conocimientos, corporalidades, subjetividades y prácticas, que en su diferencia son producidas como no-modernas. Es precisamente esa exterioridad de la modernidad, esa diferencia, la que en la inflexión decolonial se denomina diferencia colonial.

Nociones como colonialidad del saber y colonialidad del ser se derivan de esta conceptualización, como lo veremos en los capítulos respectivos.

3. Problematización de los discursos euro-centrados e intra-modernos de la modernidad.

El grueso de las narrativas históricas, sociológicas, culturales y filosóficas que circulan sobre la modernidad, incluso ensus versiones críticas, son el resultado de enfoques euro-centrados e intra-modernos (cfr. Escobar 2003). Es decir, de un lado suponen que la modernidad se origina en Europa y que de allí es exportada o se difunde, con mayor o menor éxito, a otros lugares del mundo y, deotro, asumen que la modernidad se entiende desde problemáticas y categorías modernas.

En contraposición a este supuesto, la inflexión decolonial argumenta que hay que entender a Europa desde una perspectiva de sistema-mundo, en la que Europa misma es también resultante de este sistema geo-político, incluyendo las tecnologíasde gobierno y las formaciones discursivas que la producen comotal.

Este punto es fascinante porque descentra concepciones quetienen una profunda fuerza en el sentido común hasta el punto deser impensables, puntos ciegos, para muchos importantes filósofos yteóricos de la modernidad; cuestiona tanto la supuesta vocación de poder universalizante de la modernidad como el imaginario de su etiología exclusivamente intra-europea y eurocentrada.

Varios académicos (no sólo los de la inflexión decolonial) han demostrado que no pocos de los aspectos asociados a la modernidad (en cuanto a instituciones, subjetividades, formaciones políticas) fueron ‘inventados’ e implementados primero en los territorios coloniales para después ser importados e instrumentalizados en Europa.[2]

Además han mostrado cómo lo que ocurre en un lugar determinado (digamos la posibilidad de fuerza de trabajo ‘libre’ propia del obrero industrial en Inglaterra) no se explica exclusivamente por factores locales, sino por la ubicación de éste en un sistema-mundo (donde, por ejemplo, se requiere del trabajo esclavizado en el Caribe).

Esto último tiene que ver con el punto siguiente: la perspectiva analítica no es la nación, el país o la localidad aislada, sino que hay que entender lo que sucede y las características de estos lugares en su relación con el sistema-mundo.

4. Pensar en términos de sistema mundializado de poder.

La inflexión decolonial no se queda en el análisis de países, estados o regiones aisladas, sino que intenta comprender lo que sucede en un país o región, en relación con un sistema mundializado de poder. El sistemamundo es la unidad de análisis de la inflexión decolonial, no el estadonación o la región como si existieran por sí mismas (Grosfoguel 2006).

Este énfasis analítico en el sistema mundializado de poder es lo que constituye la perspectiva geopolítica de la inflexión decolonial pues, dado que no existe modernidad sin colonialidad, es necesario pensar en términos de sistema mundo moderno/colonial.

La perspectiva del sistema mundializado de poder es clave para entender cómo se produce la modernidad, expandiendo a escala planetaria las formas políticas y económicas imaginadas como propias de la experiencia europea, y sus repercusiones en todos los ámbitos de la vida hasta el presente. El sistema mundo moderno es producido en el proceso de expansión colonial europea que conecta por primera vez las diferentes regiones del planeta, dándole así una nueva escala (global).

Desde entonces, las experiencias locales de cualquier región del planeta se hacen impensables por fuera de su interconexión en el marco de este sistema mundial. Ahora, ello no quiere decir que la modernidad ‘llega’ a todas partes de la misma manera, o que no es posible entonces un afuera de la modernidad, como ya señalamos.

5. Antes que un nuevo paradigma la inflexión decolonial se considera a sí misma como un paradigma otro.

Lo que estos autores buscan no es consolidarse como un nuevo paradigma teórico dentro de la academia (como lo son el postestructuralismo, la postcolonialidad, etc.), sino cuestionar los criterios epistémicos de producción del conocimiento académico articulados al eurocentrismo y a la modernidad.

De ahí que pretenda consolidar un conocimiento no eurocéntrico y desde la herida colonial, es decir, un paradigma otro emergente desde la diferencia colonial. Esto lo ha argumentado en repetidas ocasiones Walter Mignolo cuando afirma que lo que se busca no es sólo cambiar los contenidos, sino también los términos y las condiciones de conversación. En el mismo sentido, Escobar subraya que “El objetivo es labrar nuevas formas de análisis, no contribuir a los ya establecidos sistemas de pensamiento (eurocéntrico), sin importar cuán críticos sean éstos” (2003: 70).

La crítica al eurocentrismo desde la inflexión decolonial pasa por reconocer que todo conocimiento es un conocimiento situado histórica, corporal y geopolíticamente. La pretensión eurocéntrica de un conocimiento sin sujeto, sin historia, sin relaciones de poder, un conocimiento desde ningún lugar, como ‘la mirada de dios’, descorporalizado y deslocalizado, es profundamente cuestionada.

En oposición a esta pretensión, la inflexión decolonial se piensa como un paradigma otro, que tiene en consideración la geopolítica y la corpopolítica, esto es, la situacionalidad geohistórica y corporalizada que articula la producción de conocimiento.[3]

Un conocimiento situado, y situado específicamente desde la diferencia colonial, es lo que constituye la inflexión decolonial como paradigma otro.

6. La inflexión decolonial aspira a consolidar un proyecto decolonial.

La crítica epistémica que supone la inflexión decolonial como paradigma otro no sólo busca problematizar la colonialidad del saber, encarnada en las formaciones y establecimientos académicos eurocentrados y las narrativas modernistas (cristianismo, liberalismo y marxismo).[4]

También busca contribuir a hacer posible otros mundos desde intervenciones decoloniales que comprenden las diversas dimensiones de la existencia:

“[…] el problema es que el proyecto decolonial no es solamente nombrar las estructuras de poder, es el proyecto de diversalidad epistémica, para descolonizar hay que pasar por la diversidad epistémica. Estamos dando un paso, lo que estamos hablando no es la producción de un saber académico sobre, sino de pensar un proyecto junto y con, en un proyecto político de descolonización, de la colonialidad del poder, del saber y del ser y de la naturaleza.”[5]

En este sentido la inflexión decolonial refiere una ética y una política de la pluriversalidad. En oposición a diseños globales y totalitarios en nombre de la universalidad (que fácilmente corren el riesgo de hacer a un particular eurocentrado representar lo universal), la pluriversalidad constituye una apuesta por visibilizar y hacer viables la multiplicidad de conocimientos, formas de ser y de aspiraciones sobre el mundo.

La pluriversalidad es la igualdad-en-la-diferencia o, parafraseando el eslogan del Foro Social Mundial, la posibilidad de que en el mundo quepan muchos mundos.

En el capítulo sobre interculturalidad profundizaremos este aspecto de la inflexión decolonial como proyecto ético y político orientado por la pluriversalidad. Por ahora es relevante indicar que no se refiere a una posición desde el multiculturalismo ni, mucho menos, desde los horizontes políticos trazados por la izquierda.

Como lo ha planteado Mignolo, en entrevista con Nelson Maldonado-Torres: “[…] el proyecto modernidad/colonialidad es crítico tanto de la derecha como de la izquierda. Se posiciona frente a las ideologías imperiales, racistas, sexistas y no comulga con la izquierda marxista. Esto es: el pensamiento decolonial es desobediente tanto epistémica como políticamente” (Maldonado-Torres 2007b: 194).

En síntesis, podemos afirmar que la inflexión decolonial se caracteriza por una serie de desplazamientos/problematizaciones en formas dominantes de comprender la modernidad (desde perspectivas históricas, sociológicas, culturales y filosóficas). La inflexión decolonial se inspira en la idea de Aníbal Quijano de que la colonialidad hay que entenderla en perspectiva del sistema mundo y su patrón de poder global, en el que se diferencian y jerarquizan las poblaciones del mundo apelando al discurso racial en aras de su explotación capitalista.

Como lo ha argumentado Escobar (2003), para el colectivo de argumentación de la inflexión decolonial la modernidad es un asunto esencial; un cuestionamiento a la modernidad desde la perspectiva de la colonialidad es tal vez su problema central. Sus preguntas y propuestas teóricas, están enfocadas a la comprensión de la experiencia de la modernidad. La inflexión decolonial también invoca una epistemología, un sujeto y un proyecto político que cuestionan los modelos eurocentristas del conocimiento y la agencia.

Por tanto, entendemos la inflexión decolonial como una corriente intelectual definida en torno a una serie de problematizaciones, que ha elaborado un sistema más o menos coherente de conceptos para dar cuenta de éstas, y que ha constituido una narrativa sobre sus genealogías y alcances intelectuales y políticos. A nuestra manera de ver, los intelectuales asociados a la configuración y consolidación de este proyecto decolonial buscan contribuir, mediante intervenciones decoloniales, a hacer posible la transformación no sólo de los contenidos sino también de los términos (de las condiciones) de las conversaciones sobre el sistema mundo moderno/colonial y sus diversas articulaciones locales.[6]

Inflexión decolonial y enfoques teóricos contemporáneos

Una vez indicadas estas características compartidas grosso modo por los exponentes de la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial, nos preguntamos por las distinciones entre este pensamiento y ciertos enfoques teóricos como la teoría poscolonial, los estudios culturales y los estudios de la subalternidad, entre otros.

Presentamos las distinciones en términos de los proyectos intelectuales (y políticos) que se agencian, y no de las etiquetas en sí mismas, pues lo que está en juego no son los nombres, sino las distintas genealogías, trayectorias y articulaciones de las agendas y apuestas intelectuales que suponen.

En la introducción al número temático sobre Globalización y opción decolonial de la revista Cultural Studies, Mignolo (2007a) establece una serie de distinciones entre este pensamiento y otras corrientes intelectuales con las que suele confundírselo como la teoría postcolonial y los estudios culturales o con corrientes críticas como el marxismo. Aunque tomaremos algunos de sus planteamientos, para establecer estas distinciones haremos nuestras propias interpretaciones en cuanto a los enfoques teóricos contemporáneos.

Con la teoría postcolonial.

No hay que confundir la inflexión decolonial con la teoría postcolonial. La teoría postcolonial o los estudios poscoloniales se refieren a la experiencia colonial como estructurante tanto del colonizado como del colonizador, y esto no sólo en el pasado sino también en el presente. El colonialismo continúa teniendo efectos estructurantes de subjetividades, corporalidades, conocimientos, espacialidades y prácticas sociales.

El trabajo de Edward Said ([1978] 2004), Orientalismo, constituye un referente fundacional de los estudios poscoloniales y de la teoría poscolonial, aunque autores anteriores como Franz Fanon son ‘redescubiertos’ e incorporados en sus genealogías. Dos de los autores más visibles identificados con los estudios postcoloniales o la teoría postcolonial son Homi Bhabha y Gayatri Spivak.

Tres son los principales aspectos que diferencian la inflexión decolonial de los estudios postcoloniales o teoría postcolonial.

Primero, la distinción entre colonialidad y colonialismo que referíamos anteriormente; la inflexión decolonial opera dentro del espacio de problematización abierto por la colonialidad, mientras que el de los estudios postcoloniales en el constituido por el colonialismo. Segundo, las experiencias históricas y los locus de enunciación son diferentes: el de la inflexión decolonial es la diferencia colonial que se remonta a la colonización de América Latina y el Caribe por las primeras potencias europeas España y Portugal, entre los siglos XVI y XIX, en el contexto de la primera modernidad[7]; mientras que los estudios postcoloniales se refiere a la colonización de Asia y África del XVIII al XX, por parte de las potencias del norte europeo (Francia, Inglaterra, Alemania) en el contexto de la segunda modernidad.

Finalmente, como lo plantea Mignolo, “[…] el pensamiento decolonial se diferencia de la teoría poscolonial o de los estudios poscoloniales en que la genealogía de estos se localiza en el postestructuralismo francés más que en la densa historia del pensamiento planetario decolonial” (2007b: 27).

En el mismo sentido, en su introducción a un libro colectivo titulado El giro decolonial: reflexiones para un diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel precisaban: “Introducimos aquí una distinción temática y epistémica entre la perspectiva de los estudios poscoloniales anglosajones (“Postcolonial Studies”) y la perspectiva de los estudios poscoloniales latino/latinoamericanos, que identificamos en este libro como una ‘perspectiva decolonial’” (Castro-Gómez y Grosfoguel 2007: 14).

En suma, mientras la inflexión decolonial se refiere a experiencias y trayectorias intelectuales y políticas propias de América Latina (el temprano colonialismo hispano-lusitano y corrientes intelectuales como la teoría de la dependencia y la filosofía de la liberación), los estudios postcoloniales o la teoría postcolonial expresan conceptualmente otro tipo de experiencias como la situación postcolonial de la India, la subyugación de ‘lo oriental’ y la actual colonización Palestina, alimentados por una línea intelectual donde figuran fuertemente Foucault, Gramsci, Derrida y Lacan.

Estas distinciones no significan que no se pueda trazar ciertas confluencias entre la inflexión decolonial y las teorías o estudios postcoloniales. Una de las más obvias es la preocupación por cómo ciertas relaciones de poder asociadas a las experiencias históricas de la sujeción colonial tiene implicaciones en nuestro presente, tanto de los grupos poblacionales que fueron sometidos al dominio colonial como de aquellos que operaron como colonizadores. Aunque se diferencien en la conceptualización, en los anclajes históricos y en la imaginación geopolítica, ambas corrientes están intentando desentrañar estas implicaciones en la imaginación teórica y política que definen los cerramientos y aperturas de nuestro presente.

Con el postestructuralismo.

El postestructuralismo es una corriente teórica que se asocia al ‘giro discursivo’ (es decir, que argumenta que el mundo está discursivamente constituido, pero que éste no es sólo discurso), a una redefinición de la agencia del sujeto y la destotalización de la noción de estructura. En este sentido, la teoría post-estructuralista ha cuestionado los modelos existentes de la subjetividad e identidad en tanto suponen la noción liberal burguesa del individuo autónomo que preexiste a las relaciones sociales.

Específicamente, el postestructuralismo consiste en el conjunto de posibilidades analíticas que se desprenden del giro discursivo (que se diferencia del textual y del hermenéutico), argumentando (1) que la realidad social es discursivamente constituida (que no es lo mismo que decir que es sólo discurso ni, menos aún, que el discurso es igual al lenguaje) problematizando así la distinción ontológica entre lo real y la representación; (2) que los sujetos son producto de condiciones históricas específicas desde las cuales articulan su agencia, la cual no se agota en la reproducción de sus condiciones de emergencia; y (3) la noción de totalidad social es solo provisionalmente cerrada y es un punto de llegada del análisis antes que uno de partida.

Inspirado en la genealogía foucaultiana y el deconstructivismo derrideano (sin que Foucault o Derrida sean postestructuralistas en sentido estricto), el postestructuralismo es una ‘invención’ estadounidense elaborada en los años ochenta.[8]

Aunque algunos autores asociados a la inflexión decolonial (como Escobar) han recurrido al postestructuralismo y reconocen sus aportes, la inflexión decolonial se enuncia como mucho más cerca de fuentes propias de la teoría crítica latinoamericana (como la filosofía de la liberación de Dussel, por ejemplo). Además para algunos autores de esta colectividad, el postestructuralismo sigue atrapado en el eurocentrismo y, por consiguiente, constituye un proyecto estrechamente ligado a la colonialidad del saber.

Refiriéndose tanto al postestructuralismo como el postmodernismo, Ramón Grosfoguel considera que estos: “[…] proyectos epistemológicos están atrapados en el canon occidental reproduciendo en sus esferas de pensamiento y de práctica una forma particular de colonialidad del poder y el conocimiento” (Grosfoguel 2006: 21).

No obstante, es una labor concreta por adelantar el explorar qué tan atravesadas por posiciones postestructuralistas están las elaboraciones específicas de cada uno de los autores que se identifican con esta colectividad de argumentación. Nuestra impresión es que algunos de ellos están más influenciados por el giro discursivo de lo que quisieran reconocer o pueden vislumbrar.

Con los estudios culturales.

Uno de los nodos más importantes de la inflexión decolonial es el doctorado en estudios culturales latinoamericanos en la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito.

Dirigido por Catherine Walsh, este programa ha formado ya varias cohortes de doctorantes, con un programa que cuyo énfasis son las categorías y postulados de la modernidad/colonialidad. En este sentido, se pudiera afirmar que existe una relación entre esta vertiente de estudios culturales latinoamericanos y la inflexión decolonial.[9]

No obstante, las modalidades dominantes de los estudios culturales (tanto en Gran Bretaña, como en los Estados Unidos, Australia y Asia) se remontan a unas genealogías y proyectos intelectuales y políticos de los cuales toma distancia esta colectividad de argumentación.

El trabajo de Stuart Hall, para mencionar a una de las figuras más visibles de los estudios culturales (y una de sus tendencias más interesantes dentro de las múltiples existentes), examina las relaciones entre la cultura y el poder desde una perspectiva contextualista que problematiza los reduccionismos de cualquier índole. Se alimenta del marxismo, del estructuralismo, del postestructuralismo, del psicoanálisis, de la teoría de la performatividad y de los estudios postcoloniales; en otras palabras, marcos conceptuales considerados desde la inflexión decolonial como eurocéntricos y, por tanto, problemáticos.

Mignolo subraya esta diferencia en las genealogías entre estudios culturales (tanto en sus articulaciones en Birmingham o en Latinoamérica) e inflexión decolonial en términos de que los primeros asumen el lado de la modernidad (así sea una modernidad periférica) mientras que el segundo se encuentra constituido por la herida colonial:

[…] La versión latinoamericana de los estudios culturales emergió en el horizonte con los trabajos de Néstor García Canclini y Jesús Martín Barbero […] García Canclini seguía más que todo la línea de Pierre Bourdieu y Jesús Martín Barbero, quien es español pero reside en Colombia, tomó elementos de su temprano interés en la Escuela de Frankfurt y del trabajo de ésta sobre medios. La versión de los estudios culturales de García Canclini y Martín Barbero se enfoca en los medios, en la ciudad y en las transformaciones tecnológicas en América Latina. Básicamente, su trabajo más importante pertenece a la perspectiva de la modernidad, así ésta sea periférica por venir de Latinoamérica. El programa de investigación de modernidad/ colonialidad, y su consecuencia necesaria, la de-colonialidad, se sitúa en un escenario que es radicalmente diferente: en el lado oscuro de la modernidad (Mignolo 2007a: 165).

Con los estudios de la subalternidad.

La distinciones han sido planteadas recientemente por Mignolo a partir de una metáfora: “[…] pensamiento decolonial y estudios subalternos son naranjas de distintas quintas; aunque naranjas al fin y al cabo” (Mignolo 2009: 271). Son naranjas en tanto comparten ciertos aspectos del pensamiento crítico derivado de las posiciones subalternizadas, pero diferentes naranjas en tanto hay unas trayectorias, énfasis y problemáticas que los diferencian. Los estudios de la subalternidad (o, estudios subalternos como más literal pero imprecisamente es traducido subaltern studies) se remontan al trabajo de un grupo de estudiosos de la India que buscaban cuestionar las vertientes dominantes en la historiografía elitista sobre su país (tanto la colonial como la nacionalista), desde una perspectiva que resalta la agencia de los sectores subalternos (Dube 1999).

Sus problematizaciones de las fuentes, la representación del subalterno y los límites de la historiografía que atraviesan la experiencia colonial y postcolonial de la India, son fundamentales. Los estudios de la subalternidad han sido influenciados, sobre todo en un comienzo, por Gramsci y, posteriormente, por el postestructuralismo (Mallon 2001).

Ahora bien, los estudios de la subalternidad compartirían con la inflexión decolonial el hecho de que buscan ser producidos desde la ‘herida colonial’, desde la ‘diferencia colonial’; esto es, desde el lugar de exterioridad constitutiva de la modernidad. En este sentido, contrastando los estudios de la subalternidad y los estudios postcoloniales (o teoría postcolonial), Mignolo anotaba:

“Una distinción epistémica y geopolítica debe ser realizada entre el proyecto de los estudios de la subalternidad y el proyecto de los estudios postcoloniales, en tanto que el primero se origina principalmente del impulso y la furia de la herida colonial, mientras que el segundo se origina principalmente del impulso y las condiciones de la academia occidental y el concomitante mercado de publicaciones (2005: 49).

En últimas, entonces, la distinción o de equivalencia entre la inflexión decolonial y los estudios de la subalternidad radica en cómo se entiende su relación con respecto a la subalternidad colonial. En un artículo enfocado en el trabajo de Guha y los estudios de la subalternidad, Mignolo (2001a) considera que existe un claro paralelismo entre las premisas de la inflexión decolonial y los planteamientos de Guha y los subalternistas de la India. No obstante, como ya ha sido argumentado, los estudios de la subalternidad poseen una especificidad en términos de problemática y trayectoria que puede confluir, pero no superponerse, con lo que aquí hemos identificado como la inflexión decolonial.

Con la tradición de teoría crítica latinoamericana.

La colectividad de argumentación de la inflexión decolonial se considera heredera de algunas de las contribuciones más originales de la teoría crítica latinoamericana. Como veremos en los siguientes dos capítulos, en el pensamiento crítico latinoamericano se encuentran enfoques como la teoría de la dependencia, la filosofía de la liberación, la pedagogía del oprimido, la investigación acción participativa y la teología de la liberación, entre otros.

La inflexión decolonial se considera continuadora de esta tradición, aunque esto no significa que no haga rupturas y críticas a estas corrientes. Además, algunas de estas expresiones de la teoría crítica latinoamericana están más cercanas a la inflexión decolonial que otras.

Con el marxismo.

Sobre este punto la diferencia es clara a los ojos de varios de los miembros de la colectividad de argumentación: en tanto el marxismo es una de las tres narrativas ideológicas de la modernidad (las otras dos son el cristianismo y el liberalismo) se toma distancia crítica del mismo. A pesar de lo acertado de sus cuestionamientos al capitalismo, al marxismo se lo considera atrapado en el eurocentrismo al hacer énfasis en la clase social como categoría analítica, extrapolando y universalizando una experiencia histórica europea al resto del mundo, desconociendo elementos como la raza considerada central en la articulación del modo de producción capitalista por fuera de Europa:

“Dado que la teoría económica y política europea se expandió y conquistó el mundo, es evidente que las herramientas que Marx ofreció en su análisis del capital son útiles fuera de Europa. Sin embargo, las subjetividades y el conocimiento en el mundo colonial y excolonial son tan importantes como divergentes de las experiencias europeas […] El pensamiento de-colonial se apoya en la discriminación racial (la jerarquía de seres humanos que ha justificado la subordinación política y económica de las personas de color y de las mujeres desde el siglo XVI) y desde luego también en la explotación de clase; en el sentido que la “clase” adquirió en Europa después de la Revolución Industrial. En las colonias, los trabajadores son sujetos de color.” (Mignolo 2007a: 164).

Por lo tanto, la inflexión decolonial no puede ser subsumida dentro del marxismo o, más generalmente, dentro de la izquierda. Si se define en un sentido amplio los proyectos decoloniales como aquellos que buscan la superación de la colonialidad, el marxismo en el mejor de los escenarios debería ser subsumido (sino diluido) por tales proyectos y no a la inversa (Mignolo 2007a: 164).[10]

La colectividad de argumentación de la inflexión decolonial

La noción de ‘comunidad de argumentación’ es utilizada por Escobar para caracterizar el grupo de modernidad/colonialidad: “El grupo puede ser considerado como una comunidad de argumentación que trabaja colectivamente en conceptos y estrategias” (2003: 70).

No obstante, dadas las frecuentes asociaciones homogenizantes y romantizantes de la noción de ‘comunidad’, para los propósitos de este trabajo hemos preferido recurrir al término de colectividad. La categoría de colectividad de argumentación es útil no tanto porque quienes participen carezcan de diferencias y énfasis distintos entre sí, sino porque resalta el hecho de que se viene conversando entre ellos en diferentes eventos, seminarios, diálogos vía internet y, por supuesto, en la escritura de sus propios textos a través de referencias mutuas.

Estas conversaciones no implican a todos de la misma manera, ya que son establecidas con mayor o menor intensidad y a diferentes ritmos, dependiendo de los momentos y los participantes de las mismas.

Los énfasis y trayectorias distintas son obvios para los mismos participantes de esta colectividad. Al respecto, Ramón Grosfoguel anotaba:

Mignolo llega de la semiótica y él pone mucho énfasis en la parte epistemológica y la economía política queda muy periférica en su trabajo. Quijano viene de otro lado y él pone más énfasis en los aspectos de la economía política. Yo trato de hacer un balance ahí. Dussel empezó a usar el concepto de colonialidad y lo usa muy periféricamente, porque él viene de la filosofía de la liberación y recientemente escuché que Quijano está usando el concepto de interculturalidad, o sea ha habido mutuas influencias, pero estos son los énfasis distintos.[11]

No obstante es un hecho que paulatinamente esta ‘colectividad de argumentación’ ha ido construyendo un vocabulario compartido, ha definido una serie de problemáticas y agendas de trabajo que la convocan, al tiempo que ha ido adquiriendo visibilidad en diferentes escenarios. En este sentido, ha configurado un proyecto tanto intelectual como político, que los mismos participantes de la colectividad ha llamado ‘proyecto decolonial’.[12]

Por tanto, una posible ruta para trazar la historia de esta colectividad es la de registrar los eventos en los cuales fue constituyéndose, pero sobre todo examinar en sus publicaciones cómo se ha ido incorporando y perfilando su específica modalidad, terminología y problemáticas de argumentación. Vale decir también que trazar la historia de esta colectividad es una labor que se dificulta por el hecho de que aún es un proceso que se está perfilando y sobre el cual no se cuenta con la distancia de los años que permita justipreciar sus múltiples líneas de emergencia y sus impactos en el campo intelectual y político.

Obviamente, como cualquier historia, son muchos los silencios y vacíos que quedan pendientes en relación con lo que esta colectividad ha sido.

Un punto de partida se remonta a un grupo de trabajo y la serie de eventos que realizó en la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Binghamton, a finales de los años noventa. En un congreso internacional en diciembre de 1998 organizado por Ramón Grosfoguel (profesor) y Agustín Lao Montes (estudiante de posgrado), titulado Transmodernidad, capitalismo histórico y colonialidad: un dialogo postdisciplinario, confluyeron el sociólogo peruano Aníbal Quijano (quien dictaba seminarios desde hacía muchos años en SUNY), el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, el semiólogo argentino Walter Mignolo y el sociólogo Immanuel Wallerstein (director del Centro Ferdinand Braudel, en SUNY).

Este evento puso en diálogo por vez primera a Mignolo, Quijano y Dussel, lo que constituirá uno de los enlaces más vitales y productivos de la colectividad. Igualmente, puso en evidencia las diferencias entre estos tres pensadores con respecto al enfoque de Wallerstein, en lo que respecta a su conceptualización de los orígenes de la modernidad en el sistema mundo (sobre este punto volveremos más adelante).

Otro punto de partida fue el congreso mundial de sociología, realizado en Montreal entre el 24 de julio y el 2 de agosto de 1998, en el que el sociólogo venezolano Edgardo Lander organizó un simposio titulado Alternativas al eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano contemporáneo. Allí entran en escena el antropólogo colombiano Arturo Escobar, el antropólogo venezolano Fernando Coronil y el mismo Edgardo Lander. Con parte de las ponencias presentadas allí, Lander editó un importante libro titulado La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (2000).

Entre los autores que contribuyeron con capítulos al libro, y que han mantenido presencia en las conversaciones adelantadas por esta colectividad, se encuentran: Edgardo Lander, Enrique Dussel, Walter Mignolo, Fernando Coronil, Arturo Escobar, Santiago Castro-Gómez y Aníbal Quijano.

En Bogotá, entre el 13 y el 15 de octubre de 1999, se realizó el Simposio Internacional La reestructuración de las ciencias sociales en los países andinos, organizado por el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, de la Universidad Javeriana. Dentro de los organizadores cabe destacar al filósofo colombiano Santiago Castro- Gómez, quien se ha mantenido como uno de los referentes de la colectividad. En este evento, las presentaciones y debates se articularon

“[…] en torno a la incidencia del eurocentrismo y el capitalismo en la construcción de los modelos analíticos de las ciencias sociales, el desafío planteado a las disciplinas por campos emergentes como los estudios culturales, la apertura de campos usualmente reacios al diálogo interdisciplinario como la filosofía, la historia y el derecho, y también en relación al papel de la universidad y de las facultades de ciencias sociales y humanidades ante los retos de la globalización […] (Castro-Gómez, Schiwy y Walsh 2002: 9). A partir de las ponencias del simposio se publicó en el año 2000 un libro con el mismo título del simposio, editado por Castro-Gómez.

Aunque gran parte de los capítulos se encuentran redactados en una clave distinta a la de la inflexión decolonial, también se encuentran contribuciones dentro de este marco; entre ellas las de Walter Mignolo y Edgardo Lander, así como de la argentina Zulma Palermo que desde entonces participa en la colectividad. Es por esos años que Mignolo recién empieza a articular en sus textos un estilo y vocabulario de argumentación hoy fácilmente asociado a la inflexión decolonial; en su capítulo se evidencia ya el tono, categorías y presupuestos centrales de la naciente colectividad, lo que se puede ver, por ejemplo, en la centralidad de las citas a Quijano y Dussel.

En una entrevista recientemente publicada, Mignolo reconoce que sólo hasta después de mediados de los noventa llega a conocer los trabajos de Quijano: “No conocía los trabajos de Aníbal Quijano antes de terminar The Darker Side, y sus tesis se convirtieron en una guía crucial para el segundo libro” (Maldonado-Torres 2007b: 193).[13]

No obstante, es en el prefacio a la edición castellana de su libro Historias locales/diseños globales, escrita en 2002 y publicada en 2003, que Mignolo incorpora de forma sistemática el vocabulario de la inflexión decolonial. En el prefacio, titulado “‘Un paradigma otro’: colonialidad global, pensamiento fronterizo y cosmopolitismo crítico”, Mignolo presenta una serie de categorías que hacen parte del vocabulario y problematización de la inflexión decolonial: diferencia colonial, diferencia imperial, paradigma otro, pensamiento fronterizo, locus de enunciación, geopolítica del conocimiento y sistema mundo moderno/ colonial, son algunas de las más evidentes.

Entre el 2 y el 4 de noviembre de 2000, confluyen gran parte de los que harán parte de la colectividad de argumentación en un taller realizado en Durham, en Duke University. Organizado por Walter Mignolo y Freya Schiwy, el título del taller fue Knowledge and the Known: Capitalism and the Geopolitics of Knowledge”. A él llegaron algunos de quienes habían participado en eventos anteriores, entre ellos Aníbal Quijano, Edgardo Lander, Arturo Escobar, Fernando Coronil y Santiago Castro-Gómez. También hubo nuevos participantes como Javier Sanjinés, y Catherine Walsh, quien desde entonces ha jugado un papel muy destacado en la consolidación de la colectividad, tanto por sus publicaciones y ponencias en diferentes eventos como por su papel de gestora del doctorado en estudios culturales latinoamericanos en la Universidad Andina Simón Bolívar en Quito, que se ha convertido en uno de los escenarios más importantes en la difusión y desarrollo del proyecto en la región.

El siguiente encuentro se organizó en Ecuador, entre junio 10 y 17 de 2001, precisamente a propósito de la discusión del lanzamiento del programa doctoral en estudios culturales latinoamericanos en Quito.

El evento, organizado por Catherine Walsh, se denominó: “Primer encuentro internacional sobre estudios culturales latinoamericanos: retos desde y sobre la región andina”. De este encuentro, Walsh editaría en 2003 un libro titulado Estudios culturales latinoamericanos. Retos desde y sobre la región andina. Las cohortes de estudiantes que hasta el momento han adelantado sus estudios en el programa doctoral en la Universidad Andina, han contado con una fuerte influencia de los trabajos de los miembros de la colectividad de la inflexión decolonial y, en buena parte, sus disertaciones pueden ser consideradas como elaboraciones dentro de este encuadre, tal como se observa en otro libro editado por Walsh en 2005a, que recoge artículos elaborados por doctorantes del programa.

Luego de esta serie de eventos, los miembros centrales de la colectividad han mantenido el intercambio académico, reuniéndose periódicamente y preparando publicaciones colectivas, al tiempo que un creciente número de personas se vincula a algunas de sus reuniones y publicaciones. Como resultado, luego de algo más de una década de trabajo, los problemas y categorías propuestos por la colectividad, han ido incorporándose en el lenguaje académico en la región y, en algunos casos, también por parte de algunas organizaciones.

Aunque las influencias son dispares y varían según países, áreas del conocimiento y hasta tipo de organizaciones, la recepción de la propuesta ha sido significativa, hasta el punto en que hoy muchos de los términos que han sido propuestos por la colectividad para desarrollar sus argumentos hacen parte de una especie de sentido común en varios sectores de la academia en países como Ecuador, Colombia y Estados Unidos. En otros lugares, aunque cuenta con menor acogida, el proyecto es conocido y ha dado lugar a interesantes debates como en España y Argentina. Finalmente, hay lugares donde el vocabulario, autores y textos asociados con la inflexión decolonial son prácticamente desconocidos como en Chile y Perú.[14]

Como parte de las estrategias de consolidación del proyecto, la colectividad ha promovido un creciente número de publicaciones, entre las que se encuentra la colección de textos publicados con la editorial Signo en cooperación con la Universidad de Duke; algunos de los títulos publicados evidencian los temas que han ido adquiriendo centralidad y las categorías que tienden a posicionarse, algunas de las cuales trataremos a los largo de este libro: (Des)Colonialidad del ser y del saber (videos indígenas y los límites de la izquierda) en Bolivia (Schiwy y Maldonado-Torres 2006); Interculturalidad, descolonización del estado y del conocimiento (Walsh, García y Mignolo 2006); Género y descolonialidad (Lugones, Jiménez-Lucena y Tlostanova 2008); La teoría política en la encrucijada descolonial (De Oto, Wynter y Gordon 2009).

Adicionalmente, las publicaciones muestran cómo se amplía el número de intelectuales vinculados al proyecto, al tiempo que se incorporan nuevas temáticas al debate. Desde mediados de la década de dos mil, no son sólo las figuras más destacadas de la colectividad las que coordinan las publicaciones en las que la centralidad de la inflexión decolonial se hace manifiesta, sino que nuevos nombres empiezan a figurar con propuestas editoriales. Tal es el caso del libro coordinado por Oliver Kozlarek (2007), De la Teoría Crítica a una crítica plural de la modernidad, que incluye algunos miembros de la

colectividad junto a interlocutores de la misma y otros autores no vinculados al grupo. Del mismo periodo son el número temático de la Cultural Studies Review, de 2007, coordinado por Mignolo y Escobar, y el libro colectivo de Mignolo y Heriberto Cairo 2008, Las vertientes americanas del pensamiento y el proyecto des-colonial.

De otra parte, desde el año 2003, en Colombia la Revista Tabula Rasa ha publicado en diversas ocasiones artículos de la colectividad, cumpliendo un destacado papel en la consolidación de la inflexión decolonial en el país.[15]

Otras publicaciones periódicas, como la Revista Nómadas, también han contribuido a la difusión de los debates de la colectividad, incluyendo a miembros consolidados y algunos nuevos simpatizantes.[16]

Lo interesante de estas y otras publicaciones es que permiten ver el proceso de difusión de la propuesta conceptual de la colectividad, los intentos de apropiación y uso en relación con nuevas problemáticas, así como la consolidación, tensiones y contradicciones en el trabajo académico realizado por quienes se vinculan al proyecto.

Más que una relación exhaustiva de las trayectorias de la colectividad, queremos señalar las formas mediante las cuales la colectividad ha ido generando condiciones de circulación de sus ideas y de ampliación de los participantes en el proyecto. Durante este periodo, se ha conservado el número de miembros centrales de la colectividad, es decir, de aquellos que han jugado un papel central en la elaboración de la propuesta programática de la inflexión decolonial.

Sin embargo, creciente número de interesados en la propuesta de la colectividad ha empezado a darle uso para pensar sus propias problemáticas. Habrá que esperar a que con el tiempo se decanten los alcances de esta propuesta; por ahora nos parece importante hacer una presentación de ese núcleo de categorías y autores sobre los que se ha constituido el proyecto, no sin antes insistir en el carácter provisional y parcial de nuestro ejercicio.

Acerca de este libro

Como ya habrán notado algunos lectores familiarizados con la literatura referida a la inflexión decolonial, en este libro hemos preferido el término decolonial al de descolonial. El concepto en inglés es el de decoloniality, sobre el que existe un consenso entre los diferentes autores de la colectividad de argumentación. Frente a su traducción al castellano, no hay una posición unánime. En un número reciente de la Revista Tabula Rasa, que recoge contribuciones de diversos autores de la colectividad, dos de sus más destacadas figuras escriben conjuntamente una introducción en la que prefieren el término descolonial (Grosfoguel y Mignolo 2008).

Por su parte, Catherine Walsh, otra de las figuras centrales, en su más reciente libro se inclina por el término decolonial, con la siguiente argumentación:

“Suprimir la “s” y nombrar “decolonial” no es promover un anglicismo. Por el contrario, es marcar una distinción con el significado en castellano del “des”. No pretendemos simplemente desarmar, deshacer o revertir lo colonial; es decir, pasar de un momento colonial a un no colonial, como que fuera posible que sus patrones y huellas desistan de existir. La intención, más bien, es señalar y provocar un posicionamiento —una postura y actitud continua— de transgredir, intervenir, in-surgir e incidir. Lo decolonial denota, entonces, un camino de lucha continuo en el cual podemos identificar, visibilizar y alentar “lugares” de exterioridad y construcciones alternativas” (2009: 14-15).[17]

Hemos decidido trabajar con el término de decolonialidad para enfatizar en la marcación de la especificidad del encuadre que es alimentado desde esta colectividad de argumentación que, por lo demás, tiene una no despreciable producción académica en inglés.

Consideramos, sin embargo, que descolonialidad y decolonialidad son términos intercambiables, y deben diferenciarse del de descolonización por razones que se plantearán en el primer capítulo.

La inflexión decolonial puede ser entendida de manera amplia como el conjunto de los pensamientos críticos sobre lado oscuro de la modernidad producidos desde los ‘condenados de la tierra’ (Fanon 1963) que buscan transformar no sólo el contenido sino los términos-condiciones en los cuales se ha reproducido el eurocentrismo y la colonialidad en el sistema mundo inferiorizando seres humanos (colonialidad del ser), marginalizando e invisibilizando sistemas de conocimiento (colonialidad del saber) y jerarquizando grupos humanos y lugares en un patrón de poder global para su explotación en aras de la acumulación ampliada del capital (colonialidad del poder).

De una manera más restringida, pero también más precisa, lainflexión decolonial se refiere a una serie de categorías y problemáticasacuñadas y decantadas en los últimos diez años por un colectivo deacadémicos, predominantemente latinoamericanos, que buscan visibilizar los efectos estructurantes en el presente de la colonialidad (cfr. Escobar 2003, Grosfoguel 2006, Grosfoguel y Mignolo 2008).

Este libro, sin embargo, no tratará de la inflexión decolonial en un sentido amplio sino en el más restringido, esto es, como una corriente de pensamiento articulada por un grupo de académicos en torno a una serie de problematizaciones, que ha elaborado un sistema más o menos coherente de conceptos para dar cuenta de éstas y que ha constituido una narrativa sobre sus genealogías y alcances intelectuales y políticos.

Subrayamos, entonces, que es de esta manera que se debe entender la noción de inflexión decolonial discutida en las siguientes páginas. No es la amplitud del pensamiento de los subalternos coloniales mismos en tanto crítica al poder de la colonialidad estructurante del sistema mundo moderno/colonial lo que abordaremos en este libro, sino la malla de conceptualizaciones que enuncia y dice interpretar este pensamiento desde una colectividad de argumentación compuesta principalmente por académicos, en lenguaje y por medios fundamentalmente académicos.

La estructura del libro empieza con esta introducción en la que presentamos una caracterización general de los rasgos centrales que identificarían la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial. Igualmente, esbozamos el lugar de esta inflexión en relación con otros enfoques de la teoría social contemporánea como son los estudios postcoloniales o teoría postcolonial, el postestructuralismo, los estudios culturales, los estudios de la subalternidad y la teoría crítica latinoamericana. Y, finalmente, introducimos una breve historia del surgimiento y trayectoria de la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial.

A partir de este capítulo introductorio, el libro se divide en tres partes. La primera se refiere a los antecedentes y a la genealogía de la inflexión decolonial. Se examinan los aportes de los intelectuales caribeños Aimé Césaire y Franz Fanon, así como del sociólogo colombiano Orlando Fals Borda, en la conceptualización del colonialismo. Los dos primeros autores centrándonos en sus elaboraciones que lo asocian con la racialización y el racismo hacia las poblaciones colonizadas.

Del último haremos énfasis en sus reflexiones sobre el colonialismo intelectual y las condiciones de posibilidad de configuración de una ciencia propia. En esta primera parte, se presentan tres de las líneas constitutivas de la inflexión decolonial, a saber: la pedagogía del oprimido, la filosofía de la liberación y la teoría de la dependencia. Como lo argumentaremos, las influencias de la primera son más bien oblicuas, mientras que las de las segunda y tercera son más directas.

En la segunda parte se abordan las categorías y problemáticas centrales elaboradas por la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial. Empezamos con la categoría de sistema-mundo sugerida por el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein con base en sus apropiaciones de la teoría de la dependencia y la escuela de los anales (concretamente del trabajo de Fernand Braudel y su planteamiento sobre la larga duración), para desembocar en la noción de sistema mundo moderno/colonial propuesta por Walter Mignolo, ya dentro del enfoque de la inflexión decolonial.

Luego analizamos la categoría de ‘colonialidad del poder’ propuesta por el sociólogo peruano Aníbal Quijano a principios de los años noventa y que constituye, por así decirlo, la columna vertebral de la inflexión decolonial. En el siguiente capítulo se aborda la idea de raza que ha sido central en la argumentación de la colonialidad del poder, para pasar en el otro capítulo a presentar la colonialidad del saber y las geopolíticas del conocimiento. La colonialidad del ser y la interculturalidad cierran los insumos categoriales presentados en esta segunda parte.

La tercera y conclusiva parte del libro se centra en la formulación de una serie de críticas que han sido sugeridas sobre el enfoque de la inflexión decolonial. Estas críticas las organizamos en tres planos: críticas intra-decoloniales, inconsistencias y limitaciones conceptuales. En el planteamiento de estos cuestionamientos, hemos seguido algunos de los que han sido sugeridos por diversos autores, pero principalmente son el resultado de nuestro propio acercamiento y apropiación de los planteamientos adelantados por la colectividad de argumentación de la inflexión decolonial.

Con esta parte buscamos una intervención que, como lo plantea el epígrafe que escogimos para el libro, contribuya a evitar los prejuicios de la superioridad asumida de ciertos conocimientos, en este caso de los que se enuncian (supuesta o efectivamente) desde la diferencia colonial.


[1] Como veremos más adelante, un corolario de este planteamiento es que la modernidad no surge en los siglos XVII y XVIII con procesos como la Ilustración, la Revolución Industrial y la Revolución Francesa, sino que debe ser pensada mucho más atrás, en los siglos XV y XVI asociada a la constitución del sistema mundo moderno.

[2] Ver, por ejemplo, Trouillot (2003) y Mintz (1996).

[3] De ahí que Mignolo proponga una doble inversión a la idea del “pienso luego soy” cartesiano, a través del “Soy donde Pienso, en el cual se articulan la geo-política (marcada por la clasificación territorial imperial, por ejemplo, tercer mundo, países subdesarrollados, etc.) y la corpopolítica (cuerpos y lenguas que está fuera de la epistemología imperial)” (Maldonado-Torres 2007: 193).

[4] En este sentido, Arturo Escobar anota que: “[…] el programa MC [modernidad/colonialidad] debe ser entendido como una manera diferente del pensamiento, en contravía de las grandes narrativas modernistas—la cristiandad, el liberalismo y el marxismo— localizando su propio cuestionamiento en los bordes mismos de los sistemas de pensamiento e investigaciones hacia la posibilidad de modos de pensamiento no eurocentricos” (2003: 54).

[5] Conversación grabada con Ramón Grosfoguel en la Universidad Javeriana en noviembre de 2006, en la cual participaron, entre otros, Sandra Castañeda, Juan Camilo Cajigas y Eduardo Restrepo.

[6] Esto de transformar no sólo los contenidos sino también los términos (las condiciones mismas) de la conversación es una expresión sugerida por Walter Mignolo sobre la que volveremos en varias ocasiones a través del libro.

[7] Los conceptos de primera y segunda modernidad son planteados por Enrique Dussel; más adelante explicaremos en qué consiste esta distinción.

[8] Para profundizar en la caracterización del postestructuralismo, ver Escobar (1999: 22-25), Gibson-Graham (2002) y Laclau y Mouffe ([1990] 2000).

[9] Ver al respecto Walsh (2003 y 2005a).

[10] Sobre la tensa relación con el marxismo volveremos en el capítulo final del libro.

[11] Conversación grabada con Ramón Grosfoguel en la Universidad Javeriana en noviembre de 2006, en la cual participaron, entre otros, Sandra Castañeda, Juan Camilo Cajigas y Eduardo Restrepo.

[12] No sobra indicar que lo que en el presente libro hemos denominado colectividad de argumentación de la inflexión decolonial ha sido referido por sus miembros de múltiples maneras, entre las cuales cabe destacar: grupo de modernidad/colonialidad, proyecto modernidad/colonialidad, programa de investigación latinoamericano de modernidad/colonialidad, red de modernidad/colonialidad, proyecto modernidad/colonialidad/ decolonialidad o proyecto decolonial.

[13] Se refiere su libro The Darker Side of the Renaissance: Literacy, Territoriality, & Colonization, que fue publicado por vez primera en 1995. El segundo libro es el de Local Histories/Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges, and Border Thinking, que apareció en 2000.

[14] Comentarios realizados por Nelly Richard y Víctor Vich en una reunión de la Red Iberoamericana de Postgrados en Estudios y Políticas Culturales (Clasco-OEI). Lima, octubre de 2009.

[15] Es de anotar que, además de una significativa circulación de ejemplares impresos, la revista cuenta con versiones digitales completas: http://www. revistatabularasa.org/

[16] Ver en particular el número 26: http://www.ucentral.edu.co Inflexión decolonial: fuentes, conceptos y cuestionamientos 37

[17] La misma nota al pie de página se encuentra en Walsh (2010: 122).

Joe Biden en la Casa Blanca: ninguna ilusión. Atilio Borón. 21 de enero de 2021

Puede parecer un consejo vano, pero hay que recordar el torrente de ilusorias expectativas que despertó el triunfo de Barack Obama en 2008. Reflejo de la profunda penetración del mensaje neocolonial, los cánticos triunfalistas que destacados intelectuales de la “progresía” europea y latinoamericana entonaran en vísperas de la inauguración de su mandato fueron rápidamente acallados ni bien el afro-americano puso manos a la obra (secundado por Joe Biden) y dedicó ingentes esfuerzos a salvar a los bancos de la “crisis de las hipotecas sub-prime” olvidándose de los millones que fueron estafados por aquellos.

Dado que ya se escuchan, si bien con un tono aflautado, algunas letanías parecidas a las del 2008, parece oportuno recordar estos antecedentes para no caer en nuevas –y previsibles- frustraciones.

Biden llega a la Casa Blanca con un equipo étnicamente más heterogéneo que el de Donald Trump, casi en su totalidad conformado por varones blancos. Pero en todos los casos se trata de personas que más allá de su diversidad étnica y cultural están íntimamente ligadas al gran capital norteamericano.

El Departamento de Estado será dirigido por Anthony Blinken, un halcón moderado, pero halcón al fin, que cree que su país tendría que haber fortalecido su presencia en Siria para evitar la llegada de Rusia. Blinken apoyó la invasión a Irak en 2003 y la intervención armada en Libia que culminó con la destrucción de ese país y el linchamiento de Muammar El Gadafi. Ha dicho que “la fuerza debe ser un complemento necesario de la diplomacia”, en línea con el pensamiento tradicional del establishment. Por lo tanto, a no confundirse.

El Jefe del Pentágono propuesto por Biden es un afro-descendiente, Lloyd Austin, un general de cuatro estrellas con 41 años de actividad en el Ejército y cuya ratificación en el Senado puede verse comprometida por dos razones. Primero porque la ley establece que ese cargo sólo lo puede ocupar un militar que haya abandonado el servicio por lo menos siete años antes, y Austin recién lo hizo en el 2016. Segundo, porque hasta fechas recientes era miembro del Directorio de Raytheon, uno de los gigantes del complejo militar-industrial, gran proveedor de las fuerzas armadas de EEUU. Además Austin, un hombre con buen olfato para los negocios, es también socio de un fondo de inversión dedicado a la compraventa de equipos militares. Pequeñas incompatibilidades, dirán los medios hegemónicos, siempre tan complacientes con lo que ocurre en Washington.

La segunda línea del Departamento de Estado tiene como figura estelar, en el cargo de subsecretaria para Asuntos Políticos, nada menos que a Victoria Nuland. Este personaje es un super-halcón que en la Plaza Euromaidan de Kiev alentó y repartió botellitas con agua y pastelitos a las hordas (similares a las que asolaron el Capitolio el 6 de enero en Washington) que sitiaban la casa de gobierno de Ucrania y, en febrero de 2014, derrocaron al legítimo gobierno de ese país.

Una conversación telefónica entre el embajador de EEUU en Ucrania y Nuland, inesperadamente filtrada a la prensa, quedará para siempre en los anales de la historia diplomática porque cuando aquel le hizo saber que la Unión Europea no estaba muy de acuerdo con derrocar al gobierno de Víktor Yanukóvich la Nuland respondió con un seco “Fuck the European Union!” No está demás agregar que esta bella persona está casada con Robert Kagan, un ultraderechista autor de varios libros en donde exalta el Destino Manifiesto de Estados Unidos, defiende sin tapujos la ocupación israelí de Palestina y recrimina a los gobiernos europeos por su cobardía en acompañar a Estados Unidos en su cruzada civilizatoria universal. Todo queda en familia.

Por si lo anterior no fuera suficiente para disipar cualquier esperanza en relación al recambio presidencial en Estados Unidos termino con dos citas de un artículo que Joe Biden publicara en la revista Foreign Affairs.[i] Se titula “Por qué EEUU debe conducir nuevamente. Rescatando la política exterior después de Trump” y allí lanza un rabioso ataque en contra de Rusia y China.

De la primera dice que la sociedad civil rusa resiste con valentía la opresión del “sistema autoritario y la cleptocracia de Vladimir Putin”. Sobre China, reafirma la necesidad de “endurecer nuestra política” hacia el gigante asiático. De lo contrario, asegura, China continuará “robando la tecnología y la propiedad intelectual” de nuestras empresas. [ii]

Difícil que con personas como las que ha reclutado para los cargos clave de su administración y con una retórica como la que brota de su puño y letra el mundo pueda respirar tranquilo y confiar en que, ahora sin Trump, las tensiones del sistema internacional disminuirán significativamente.

[i] En Foreign Affairs, Marzo-Abril 2020, Volumen 99, Nº 2, pp. 64-76.

[ii] El periodista Rick Gladstone, en un artículo publicado en el New York Times del 7 de noviembre de 2020, después de su artículo en Foreign Affairs, asegura que Biden se refirió a Xi Jinping como “un matón”.

¿Puede hablar el sujeto subalterno? Gayatri Chakravorty Spivak. 1998


I Algunos de los más radicales enfoques críticos nacidos en Occidente hoy en día provienen del deseo interesado de conservar al sujeto de Occidente así como está, o conservar a Occidente como el único sujeto y tema.[1]

La teoría de los “efectos de sujeto/tema” pluralizados provoca la ilusión de socavar la soberanía del sujeto, mientras a menudo lo que hace es servir de cobertura para la supervivencia de ese mismo sujeto/tema de conocimiento. Aunque la historia de Europa como sujeto/tema está narrativizada en la ley, en la economía política y en la ideología occidentales, este sujeto/tema omnipresente y latente pretende no poseer “determinaciones geopolíticas”.

La muy publicitada crítica de la soberanía del sujeto, por lo tanto, funda, en realidad, un sujeto, un único tema. Mi argumentación al respecto va a basarse en la consideración de un texto de dos de los grandes representantes de este tipo de crítica:

“Intellectuals and power: a conversation between Michel Foucault and Gilles Deleuze” (“Los intelectuales y el poder: una conversación entre Michel Foucault y Gilles Deleuze”; citado como: Foucault, 1977).[2]

He elegido ese intercambio amistoso entre dos filósofos de la historia y activistas del post-estructuralismo, porque significa una síntesis entre una producción teórica autoritaria y la libre práctica de la conversación que permite una mirada en los rastros que va dejando tras sí la ideología. Los participantes en esta conversación hacen hincapié en las más importantes contribuciones de la teoría post-estructuralista francesa.

Insisten, en primer lugar, en que los entramados entre el poder/el deseo/el interés son tan heterogéneos que su reducción a una narrativa coherente puede resultar anti-productiva y que lo que se necesitaría sería una crítica persistente. En segundo lugar, afirman que los intelectuales deben intentar arribar a la separación y el conocimiento del discurso del Otro en la sociedad. A pesar de esto, los dos interlocutores ignoran sistemáticamente la cuestión de la ideología y la manera en que ellos mismos están inmersos en la historia intelectual y económica.

Aunque una de las primeras presuposiciones en la conversación entre Foucault y Deleuze es la crítica del sujeto autónomo, ella está enmarcada por dos concepciones del sujeto que son monolíticas pero anónimas y que aparecen insertas en los procesos revolucionarios: el maoísmo y la lucha obrera (Foucault, 1977: 205 y 217).

Sin embargo, los intelectuales pueden tener nombre y estar bien diferenciados, mientras que el maoísmo chino nunca tiene carácter operativo. Más bien el maoísmo aquí crea simplemente un aura de especificidad narrativa, que podría ser una trivialidad retóricamente anodina si no fuera porque, dada la excentricidad del maoísmo intelectual francés y de la subsecuente “nouvelle philosophie”, la apropiación inocente del nombre propio “maoísmo” da visibilidad internacional al nombre de “Asia” [referencia a otra compilación de entrevistas en inglés citada desde ahora como: Foucault, 1972-1977].[3]

La referencia de Deleuze a la lucha obrera es igualmente problemática; se trata obviamente de una genuflexión:

Somos incapaces de tocarlo <se refiere al poder>[4] en cualquier punto de su manifestación sin encontrarnos nosotros mismos enfrentados a una masa difusa, de modo tal que somos arrastrados… por el deseo de hacerlo saltar por los aires. Cada ataque revolucionario parcial o defensivo se halla ligado de esta manera a la lucha de los trabajadores. (Foucault, 1977: 217)

Esta visible trivialidad oculta en el fondo un repudio. Su afirmación revela, en rigor, la ignorancia de la división internacional del trabajo, un gesto que a menudo caracteriza a la teoría política del post-estructuralismo.[5] La invocación a la lucha obrera es funesta de puro inocente, dado que es incapaz de enfrentar al capitalismo global, que implica: la producción de un sujeto de los obreros y los que se hallan sin empleo dentro de las ideologías de Estado-nación en los países centrales; la creciente substracción de la clase obrera en la periferia de la producción de la plusvalía y, por ello, del entrenamiento “humanista” en el consumismo; y la presencia a gran escala de un trabajo para-capitalista, como también el estatuto estructural heterogéneo de la agricultura en los países periféricos.

Pero los problemas aquí presentados, como: ignorar la división internacional del trabajo, hacer de “Asia” (y a veces de “África”) algo visible (salvo que el tema sea visiblemente el “Tercer Mundo”) o re-implantar al sujeto jurídico de la sociedad capitalista, todos ellos son problemas comunes tanto al post-estructuralismo como a la teoría estructuralista. ¿Por qué se han de aceptar, en definitiva, tales enfoques que implican una exclusión justamente en intelectuales que representan nuestros mejores profetas de la heterogeneidad del Otro?

El eslabón con la lucha obrera se ubica en el deseo de hacer estallar el poder en cualquier punto de su decurso. Ese lugar está visiblemente ubicado en una valorización de todo tipo de deseo que destruya algún género de poder. Walter Benjamin puede ser una interesante autoridad al respecto cuando comenta la noción de política en Baudelaire por medio de comparaciones tomadas de Marx:

Marx fáhrt in seiner Schilderung der conspirateur de profession folgendermassen fort:(…) “Mit solcher Projektmachetei beschäftigt, haben sie keinen anderen Zweck als den nächsten des Umstürzes der bestehenden Regierung und verachten auf`s tiefste die mehr theoretische Aufklärung der Arbeiter über ihre Klassenintetessen. Daher ihr nicht proletarischer, sondern plebejischer Ärger über die habits noirs (schwarzen Röcke), die mehr oder minder gebildeten Leute, die diese Seite der Bewegung vertreten, von denen sie aber, als von den offiziellen Repräsentanten der Partei, sich nie ganz unabhängig machen können.” Die politischen Einsichten Baudelaires gehen grundsätzlich nicht über die dieser Berufsverschwörer hinaus.(…) Allenfalls hätte er Flauberts Wort “Von der ganzen Politik verstehe ich nur ein Ding: die Revolte zu seinem eigenen machen können”.[6]

En su descripción del conspirateur de profession Marx procede del siguiente modo: (…) “Con tales proyectos en la cabeza no tienen otra meta que la proximidad de la caída del régimen imperante y desprecian de todo corazón cualquier explicación aproximadamente teórica de los obreros sobre sus intereses de clase. De aquí proviene su enojo no proletario, sino plebeyo contra Los habits noirs (trajes negros), gente relativamente culta, que representan ese lado del movimiento, y de los que, sin embargo, en tanto representantes oficiales del partido, no se pueden independizar del todo.”

Las opiniones políticas de Baudelaire no sobrepasan en principio las de esos conspiradores profesionales. (…) De todos modos, podría haber hecho suya esa frase de Flaubert que dice: “De toda la política lo único que entiendo es una cosa: poder hacer suya la rebelión”. [Negrita de la autora][7]

El nexo entre la lucha obrera aparece así simplemente ubicado en el deseo. Por su parte, Deleuze y Guattari intentaron una definición alternativa del deseo, revisando la que había suministrado el psicoanálisis:

Le désir ne manque de rien, il ne manque pas de son objet. C’est plutôt le sujet qui manque au désir, ou le désir qui manque de sujet fixe; il n’y a de sujet fixe que par la répression. Le désir et son objet ne font qu’un, c’est la machine en tant que machine de machine. Le désir est machine, 1’objet du désir est encore machine connectée, si bien que le produit est prélevé sur du produire, et quelque chose se détache du produire au produit, qui va donner un reste au sujet nomade et vagabond.[8]

El deseo no carece de nada, no carece de su objeto. Es más bien el sujeto lo que le falta al deseo, o el deseo que carece de sujeto fijo; no existe sujeto estable más que por medio de la represión. El deseo y su objeto no forman otra cosa que una unidad: es la máquina, en tanto máquina de máquinas. El deseo es una máquina, el objeto del deseo también es una máquina conectada, aunque el producto tiene prioridad sobre el acto de producir y aunque de ese acto queda en el producto algo que va a dotar de un residuo al sujeto nómada y errático.

Esta definición no altera, con todo, la especificidad del sujeto deseante (o el residuo del efecto sujeto) que aparece apegado a instancias determinadas del deseo o de la producción de la máquina deseante. Y lo que es más: cuando la conexión entre deseo y sujeto es considerada irrelevante o cuando simplemente se la invierte, el efecto sujeto/tema que emerge de modo subrepticio se parece mucho más al sujeto/tema ideológicamente generalizado de los teóricos.

Éste puede ser el sujeto legal del capital socializado [socialized capital] —no del trabajo ni de su administración—, que exhibe un pasaporte “fuerte”, que hace gala de una moneda “fuerte” o “dura” y que posee un acceso supuestamente no cuestionado al proceso correspondiente. Éste no es, por cierto, el sujeto deseante como Otro.

El fracaso de Deleuze y Guattari al considerar las relaciones entre deseo, poder y subjetividad, hace a estos autores incapaces de articular una teoría del interés. En este contexto, su indiferencia frente a la ideología (instancia que está en la base de la comprensión del interés) es llamativa, pero coherente. El compromiso de Foucault con la especulación “genealógica”, por otra parte, le impide a este autor ubicar en los “grandes nombres”, como Marx y Freud, las divisorias de aguas en cierta corriente de la historia intelectual.[9]

Este compromiso ha creado una desafortunada resistencia en su obra hacia todo lo que sea “mera” crítica ideológica. Las especulaciones occidentales sobre la reproducción ideológica de las relaciones sociales pertenecen, por cierto, a la rama principal de las discusiones y es justamente dentro de esta tradición que Althusser afirma:

La reproducción de la fuerza de trabajo requiere no sólo de una reproducción de sus habilidades, sino también, al mismo tiempo, de una reproducción de su sumisión a la ideología dominante para los obreros, así como de una reproducción de la habilidad para manipular la ideología dominante de forma correcta hacia los agentes de la explotación y de la represión, de modo tal que también la provean para afirmar la dominación de la clase dominante en la palabra y por la palabra.[10]

Cuando Foucault considera la heterogeneidad huidiza del poder, no lo hace ignorando la inmensa heterogeneidad institucional que Althusser estaba tratando de catalogar. De modo similar, al hablar de las alianzas y sistemas de signos, del Estado y de sus máquinas de guerra (Mille plateaux), Deleuze y Guattari estaban abriendo el fuego en la misma dirección que Althusser. Sin embargo, Foucault no puede admitir que una teoría de la ideología desarrollada reconozca su propia producción material como institucionalización, ni tampoco como “instrumentalización efectiva para formar y acumular conocimiento” (Foucault, 1972-1977: 102).

Dado que tanto Foucault como Deleuze/Guattari parecen obligados a dejar de lado cualquier argumento que implique la mención del concepto de “ideología” (que consideran sólo como esquemática y no a nivel textual), se ven igualmente compelidos a diseñar una oposición mecánicamente esquemática entre interés y deseo. Por este motivo, se ubican a sí mismos entre los sociólogos burgueses que llenan el vacío de la ideología con un continuum del “inconsciente” o con una “cultura” para-subjetiva. La relación mecanicista entre deseo e interés aparece en toda su magnitud en frases como la siguiente: “Nunca deseamos en contra de nuestro interés, pues el interés siempre va detrás, encontrándose siempre donde el deseo lo ha colocado” (Foucault, 1977: 215). Un deseo indiferenciado es, entonces, el agente, y el poder se cuela dentro para crear los efectos de ese deseo, pues: “…el poder… produce efectos positivos a nivel del deseo y también a nivel del conocimiento” (Foucault, 1972-1977: 59).

La matriz para-subjetiva aparece entrecruzada con la heterogeneidad, que viene a dar en el sujeto innominado, por lo menos, para, aquellos obreros intelectuales que están bajo la influencia de la hegemonía del deseo. La carrera hacia la “última instancia” se da ahora entre la economía y el poder. Puesto que el deseo aparece tácitamente definido como un modelo ortodoxo, se lo presenta de manera unitaria como lo contrario al “ser engañado”.

Pero la ideología, considerada como “falsa conciencia” (el ser engañado) es lo que a justo título ha llamado la atención de Althusser. Ya Wilhelm Reich tenía en cuenta, en las décadas del 30 y del 40, ciertas nociones que implicaban una voluntad colectiva más que una dicotomía entre decepción y deseo no traicionado: “Debemos aceptar el grito de Reich: no, las masas no fueron engañadas; en un momento dado, deseaban, en rigor, un régimen fascista” (Foucault, 1977: 215).

Estos filósofos no abrigan la idea de una contradicción constitutiva; y es justamente en este punto donde se alejan de modo explícito de las izquierdas. En nombre del deseo, reintroducen al sujeto no dividido en el discurso del poder. Así Foucault parece a menudo contraponer las nociones de “individuo” y “sujeto”,[11] mientras que el impacto de esto en sus propias metáforas se halla intensificado quizás en el discurso de sus seguidores. Justamente gracias al poder que posee el término “Poder”, Foucault admite que usa esa “metáfora como un centro que va extendiéndose paulatinamente a su entorno”.

Pero el peligro consiste en que tales deslizamientos se tornan la regla antes que la excepción en manos menos cuidadosas. En ese punto de irradiación, animando un discurso efectivamente heliocéntrico, el lugar vacío del agente se llena con el sol histórico de la teoría: el Sujeto Europeo.[12]

Foucault formula otro corolario de su desacuerdo sobre el papel de la ideología cuando reproduce las relaciones sociales de producción; una valoración no cuestionada sobre los oprimidos como sujetos, “el ser objeto”, como nota no sin admiración Deleuze cuando dice: “establecer las condiciones donde los mismos prisioneros tengan la posibilidad de hablar”.

A lo que Foucault agrega: “las masas lo saben perfectamente bien, sin dudas; (…) lo saben mucho mejor <que los intelectuales> y lo dicen, por cierto, sin ambages” (Foucault, 1977: 206 y 207), donde volvemos a encontrar el lugar común del “no ser engañado”.

¿Dónde ha quedado la crítica del sujeto soberanamente independiente en estas declaraciones?

Los límites de este realismo representacionalista alcanzan su cima en la siguiente afirmación de Deleuze: “La realidad es lo que sucede, a decir verdad, en una fábrica, en una escuela, en un cuartel, en una cárcel, en un destacamento policial” (Foucault, 1977: 2.12). Este veto a la necesidad de iniciar la difícil tarea de una producción ideológica contra-hegemónica no ha sido precisamente bienhechor. Más bien ha ayudado al empirismo positivista a definir su propio campo de lucha como “experiencia concreta” o como “lo que en realidad sucede”[13], en tanto fundamentación justificatoria del capitalismo neo-colonialista avanzado.

Pero la experiencia concreta como garantía de la atracción política de prisioneros, soldados y alumnos se encuentra escindida, por cierto, a causa de la experiencia concreta vivida por los intelectuales, que son quienes diagnostican la episteme.[14]

Ni Deleuze ni Foucault parecen conscientes de que los intelectuales dentro de la sociedad capitalista, haciendo gala de una experiencia concreta, pueden contribuir a consolidar la división internacional del trabajo.

La contradicción sin conciencia de sí en el seno de una posición que valoriza la experiencia concreta de los oprimidos, y que, al mismo tiempo, es acrítica acerca del papel histórico del intelectual se ve reafirmada en el lapsus verbal. En este sentido, Deleuze hace la siguiente llamativa declaración: “Una teoría es como una caja de herramientas. No tiene nada que ver con el significante.” (Foucault, 1977: 208).

Considerando que la verbalidad del mundo de la teoría y su acceso a cualquier mundo que sea definido en contraste con ése como “de la praxis” es una verdad insoslayable, una afirmación como la expresada por Deleuze sólo sirve para un intelectual que desee justificar que el trabajo intelectual es como el manual. Y es justamente en el momento en que se abandonan los significantes a su propia suerte cuando ocurren estos lapsus.

El significante “representación” es uno de los que no pueden ser librado a su propia suerte. Pero en el mismo tono despectivo con que separa los eslabones que unen la teoría con el significante, Deleuze establece: “Ya no existe la representación; no hay nada más que acción”/ “acción de la teoría y acción de la práctica que se encuentran relacionadas entre sí como las piezas y la forma de una red de engranajes” (Foucault, 1977: 206 y 207). A pesar de la displicencia con que se trata el tema, hay aquí algo que no se puede pasar por alto: la producción de la teoría es también una práctica. De ese modo, la oposición entre teoría abstracta “pura” y la práctica “aplicada” concreta es liquidada demasiado pronto y demasiado fácilmente.[15]

Si aquí se tratara, por cierto, de la real argumentación de Deleuze, sería problemático aceptar tal formulación. Además, aparecen programados dos sentidos de “representación” como paralelos: “representación” en el sentido de “hablar por otro” (como se da a nivel socio-político) y de “re-presentación” (como se utiliza el término en arte y filosofía). Dado que “teoría” sería solamente también “acción”, el teórico no representaría (es decir, no “hablaría por”) grupos oprimidos. En este caso, realmente, el sujeto no sería visto como una conciencia representativa (una realidad adecuadamente re-presentante).

Esos dos sentidos de “representación” —dentro de la formación de un Estado y de la Ley, por un lado, y en la predicación del sujeto, por el otro— están relacionados pero son irreductiblemente discontinuos. Sin embargo, empalmar esta discontinuidad con una analogía que se presenta como una prueba, refleja nuevamente un modo de privilegiar al sujeto que termina siendo paradójico.[16]

Puesto que “la persona que habla y actúa (…) es siempre una multiplicidad” no existe “intelectual teórico (…) <o> partido o (…) sindicato” que pueda representar “a aquellos que actúan y luchan” (Foucault, 1977: 206).

Pero, ¿acaso aquellos que actúan y luchan son mudos, en oposición a los que actúan y hablan? Estas enormes cuestiones aparecen enterradas en las diferencias que se hallan en la misma palabra: “conciencia” (que en inglés se diversifica en “consciousness” y “conscience” [en el sentido de “conscientización” y de “conciencia”]) o “representación” y “re-presentación”.

La crítica de la constitución ideológica del sujeto dentro de las formaciones estatales y de sistemas de economía política puede ahora desvanecerse, del mismo modo como puede evaporarse la práctica teórica activa de la “transformación de la conciencia” [transformation of consciousness]. La trivialidad en que se encuentra el repertorio de todo lo que saben los intelectuales de izquierda los representa en toda su ingenuidad.

Si estamos resueltos a no bajar los brazos en la tarea crítica, no debe permitirse que se pasen por alto las cambiantes distinciones entre una representación dentro de la economía de Estado y la economía política, por un lado, y dentro de la teoría del Sujeto, por el otro.

Consideremos, por eso, por un momento las implicaciones del uso de las palabras alemanas “vertreten” (“representar” en el primer sentido) y “darstellen” (“re-presentar”, como sería el segundo sentido) según son utilizadas en un famoso pasaje de El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, donde Marx apunta a la idea de “clase” como un concepto descriptivo y transformativo en una manera algo más compleja que la distinción que permitiría la separación de Althusser entre “instinto de clase” y “posición de clase”.

Lo que le importa a Marx en ese texto es que la definición descriptiva de clase puede ser considerada diferencial en su condición de apartamiento y diferenciación de todas las otras clases: “En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, sus intereses y su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil [feindlich gegenüberstellen], aquéllas forman una clase”.[17]

Por supuesto, no aparece aquí obrando algo así como un “instinto de clase”. De hecho, la condición grupal de la existencia familiar, que puede ser considerada el campo de lucha de algo así como un “instinto”, aparece como una discontinuidad en relación con el aislamiento de las clases, aunque este aislamiento sea maniobrado por ellas. En este contexto, mucho más pertinente en Francia de la década del 70 que en cualquier otro punto de la periferia internacional, la formación de una clase es artificial y económica, y su agencia económica o interés es impersonal en tanto es sistemática y heterogénea. Este operativo de interés está vinculado a la crítica hegeliana del sujeto individual, porque marca el lugar vacío del sujeto en ese proceso sin sujeto representado por la historia y la economía política. En este caso el capitalista es definido como “el portador consciente” [bewusster Träger] del movimiento ilimitado del capital.[18]

Mi intención aquí es mostrar que Marx no está intentando crear un sujeto indiviso en el que coincidan el deseo y el interés. La conciencia de clase no opera teniendo en la mira esa meta. Marx se ve obligado a construir modelos de un sujeto dividido y fragmentado cuyas partes no son ni continuas ni coherentes entre sí, tanto en el área económica (el área capitalista) como en la política (el área del agente histórico a nivel mundial). Un pasaje muy famoso en su obra con la descripción del capital en su calidad de monstruo fáustico no hace más que resaltar este aspecto.[19]

El siguiente fragmento, que continúa con la cita tomada de El 18 de Brumario, también reelabora el principio estructural de un sujeto de clase disperso y fragmentado: la conciencia (ausente a nivel colectivo) de la clase de los pequeños propietarios campesinos encuentra su “portador” [Träger] en un “representante” que aparece corno trabajando en interés de otro. La palabra aquí utilizada en alemán no es la que hemos caracterizado como “representar” [darstellen]; esto, a mi juicio, agudiza el contraste con el lapsus de Foucault/Deleuze, como si dijéramos que es el contraste que hay entre una persona que funciona como apoderado de alguien y el retrato de ese alguien [vertreten vs. darstellen].

Hay, por supuesto, una relación entre ellos. Éste es el nexo que ha sido llevado a una exacerbación política e ideológica en la tradición europea, por lo menos desde que el poeta y el sofista, el actor y el orador han sido considerados todos pares completamente anodinos. En el estilo de una descripción postmarxista de la escena de poder, encontramos, entonces, una polémica mucho más antigua: el debate entre la representación (o la retórica) como: 1. ciencia de los tropos; y 2. Como persuasión.

“Re-presentar” en el sentido de darstellen pertenece a la primera constelación [cf. El ejemplo del retrato]; y “representar” en el sentido de vertreten —con una fuerte idea de substitución— a la segunda [cf. el ejemplo del apoderado]. Por supuesto, ambos sentidos están vinculados, pero hacerlos aparecer como sinónimos, especialmente cuando se tiene la intención de expresar que desde ambos términos es desde donde los sujetos oprimidos hablan, actúan y conocen directamente por sí mismos, significa estar operando con una política esencialista y utópica.

Aquí nos encontramos, entonces, con el pasaje donde Marx utiliza la palabra alemana “vertreten” (mientras en las traducciones a otras lenguas se echa mano a la raíz latina en el término “representar”), para reflexionar sobre el “sujeto” social cuya conciencia social y “Vertretung” (que aúna los sentidos de “substitución” y “representación”) se dan de modo dismembrado e incoherente, pues los pequeños propietarios campesinos: …no pueden representarse, sino que tienen que ser representados. Su representante tiene que aparecer al mismo tiempo como su señor, como una autoridad por encima de ellos, como un poder ilimitado del gobierno que los proteja de las demás clases y les envíe desde lo alto la lluvia y el sol. Por consiguiente, la influencia política <en el lugar del interés de clase, dado que no existe un sujeto unificado de clase> de los campesinos aparceros encuentra su última expresión <con una fuerte implicación en una cadena de sustituciones [en el sentido de: Vertretungen]> en el hecho de que el poder ejecutivo someta bajo su mando a la sociedad (Marx, 1971: 145).

No solamente sucede, entonces, que tal modelo sin meta social llena necesariamente un vacío entre la fuente de “influencia” (en ese caso los campesinos propietarios de pequeñas parcelas), el representante (Napoleón III) y el fenómeno histórico-político (el control ejecutivo), lo que implica una crítica del sujeto como agente ‘individual’, sino que lo que ocurre es que se da una crítica justamente de la subjetividad como agenciamiento colectivo.

La maquinaria de la historia necesariamente fracturada funciona a causa de “la identidad de los intereses” de esos propietarios “falla en el momento de producir un sentimiento comunitario, de eslabón nacional o de organización política”. El hecho de representación como “Vertretung” (en la constelación de la retórica como persuasión) se comporta como si fuera re-presentación (o retórica en tanto figura o tropos), tomando su lugar en el hueco entre la formación de una clase (descriptiva) y la falta de formación de una clase (transformativa), como si Marx dijera: “En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir (…) forman una clase. En la medida en que (…) la identidad de sus intereses deja de producir un sentimiento de comunidad (…) no forman una clase”

La complicidad entre “vertreten” y “darstellen”, en su identidad en la diferencia como el lugar de la praxis —una complicidad que todo marxista debe exhibir precisamente como el propio Marx lo hace en El 18 de Brumario— sólo puede apreciarse si no se la escamotea en un malabarismo verbal.

Sería simplemente tendencioso argumentar que estoy “textualizando” [en el sentido de hilando demasiado fino a nivel lingüístico] demasiado los pasajes de Marx, al hacerlo inaccesible al “hombre” común. Éste se hallaría, como víctima del common sense, tan profundamente inmerso en una herencia positivista que el irreductible énfasis de Marx en torno a la labor de la negación y a la necesidad de quitarle el carácter de fetiche a lo concreto, serían para él algo persistentemente arrebatado y disperso por el aire por la fuerza de un adversario más poderoso, “la tradición histórica”.[20]

En otras palabras: lo que he tratado de acentuar aquí es que el “hombre” no común, el filósofo contemporáneo de la praxis, muy a menudo exhibe el mismo positivismo.

La gravedad del problema se torna evidente cuando se acepta que el desarrollo de la conciencia de clase en transformación proveniente de una “posición” de clase descriptiva no aparece en Marx como una tarea que implique el fondo básico de la conciencia. La conciencia de clase permanece ligada al sentimiento comunitario que, a su vez, se vincula con lazos de nacionalidad y Organización política, pero no se asocia a ese otro tipo de sentimiento de comunidad cuyo modelo estructural es la familia.

Aunque no identificada con la naturaleza, la familia aquí aparece constelada con lo que Marx denomina “intercambio de forma natural”, que en terminología filosófica sería el vocablo que ocupa el lugar del “valor de uso” (Gebrauchswert).[21]

La noción de “Naturalform des Tausches” aparece opuesta en la obra de Marx a la noción de intercambio de “forma social” (gesellschaftliche Form des Tausches); al mismo tiempo Marx utiliza la palabra “Verkehr” con el sentido corriente de “comercio”/“transacción”/“tráfico”. De tal modo, esta “transacción” que ocupa el lugar del intercambio natural conduce a la producción de plusvalía, y es justamente en esta zona de “transacción” donde debe desarrollarse el sentimiento comunitario que desemboca en un agenciamiento de clase.

Un operativo de clase pleno (si es que tal cosa existe) no es una transformación ideológica de conciencia a nivel básico, una identidad deseante de los agentes y de sus intereses —una identidad ante cuya ausencia se inquietan tanto Foucault como Deleuze. Es, más bien, un reemplazo contestatario así como una apropiación (un suplemento) de algo con lo que se debe empezar y que es “artificial”: “condiciones económicas de existencia que las distinguen <a esas familias> por sus modos de vivir”. Las formulaciones que utiliza Marx muestran un cauto respeto por la crítica naciente de un agenciamiento subjetivo tanto individual como colectivo.

Los proyectos de conciencia de clase y de su transformación son en su obra elementos discontinuos. Y, a la inversa, las proclamaciones de una “economía libidinal” y del deseo como interés determinante, combinados con la praxis política de los oprimidos (en la sociedad capitalista), “hablando por sí mismos”, restablece la categoría del sujeto soberanamente independiente dentro de esa teoría que justamente más parece cuestionarlo.

Sin ninguna duda, la exclusión de la familia, aunque se trate de una familia que pertenece a una conformación de clase, es parte de un marco masculino dentro del cual el marxismo ha puesto sus límites desde su comienzo.[22]

Desde un punto de vista diacrónico, pero también en la actual economía política globalizada, el papel de la familia en las relaciones sociales patriarcales es tan heterogéneo y controvertido que el simple hecho de reemplazar el término “familia” por otro en esta problemática no ha de solucionar el cuestionamiento general. La solución tampoco se hallaría en la inclusión positivista de una colectividad monolítica de “mujeres” como formando parte del elenco de los oprimidos cuya subjetividad no fracturada les permitiría (en tanto grupo) tomar la palabra por sí mismas contra el “mismo sistema” igualitariamente monolítico.

En el contexto de un desarrollo típico de una conciencia estratégica, artificial y de segundo nivel, Marx utiliza la noción de patronímico, siempre dentro del concepto lato de “representación” —en el sentido de Vertretung. Los pequeños propietarios campesinos “son incapaces, por tanto, de hacer valer su interés de clase en su propio nombre [im eigenen Namen], ya sea por medio de un parlamento, ya sea por medio de una asamblea” (Marx, 1971: 145).

La ausencia de un nombre propio (no perteneciente a una familia, aunque sí artificialmente creado y colectivo) aparece suplantada por el único nombre propio que puede ofrecer una “tradición histórica” —el propio patronímico— el Nombre del Padre:

La tradición histórica hizo nacer en el campesino francés la fe milagrosa de que un hombre llamado Napoleón le devolvería todo su esplendor. Y se encontró un individuo que se hace pasar por tal hombre, por ostentar el nombre de Napoleón gracias a que el Code Napoleón ordena: La recherche de la paternité est interdite. (Marx, 1971: 145-146). [Los subrayados pertenecen a la autora]

En este pasaje es interesante prestar atención a las palabras alemanas utilizadas en el original: “se encontró” (es fand sich) es una construcción gramatical que opaca las relaciones de agenciamiento y las conexiones del agente con sus intereses (este opacamiento, sin embargo, aparece contrastado con la continuación del texto, donde hay una superabundancia del nivel agente); “ostentar el nombre” [den Namen tragen] es una frase, en la que se usa el mismo verbo que servía para calificar las relaciones del capitalista con el capital. Así, Marx parece estar trabajando aquí con metáforas patriarcales, pero no hay que olvidar por sobre este rasgo la enorme sutileza que despliega este fragmento. Se trata de la Ley del Padre (el Código Napoleónico) que, paradójicamente, prohíbe cualquier indagación acerca del padre natural.  

En consecuencia, es acordando con la observación estricta de la Ley histórica del Padre como se niega la fe en el padre natural en base a una clase todavía no formada.

Me he demorado tanto en este pasaje de Marx, porque creo que en él se encuentra paradigmáticamente expresada la dinámica interna de la palabra Vertretung, en el sentido de “representación” en un contexto político. Como contraste con esto, “re-presentación” aparecería en un contexto económico como Darstellung, el concepto filosófico de “re-presentación” como puesta en escena o, mejor, significación, que aparece relacionada con el sujeto escindido de modo indirecto.

El pasaje más citado al respecto es, naturalmente, muy conocido: Im Austauschverhältnis der Waren selbst erschien uns ihr Tauschwert als etwas von ihren Gebrauchswerten durchaus Unabhängiges. Abstrahiert man nun wirklich vom Gebrauchswert der Arbeitsprodukte, so erhält man ihren Wert, wie er eben bestimmt ward. Das Gemeinsame, was sich im Austauschverhältnis oder Tauschwert der Ware darstellt, ist also ihr Wert. (Marx, 1972: 53)

En las relaciones de intercambio de las mercancías mismas su valor de cambio nos parecía algo completamente ajeno a sus valores de uso. Pero si se abstrae realmente el valor de uso de los productos del trabajo, se obtiene así su valor como éste justamente era. El elemento común que se representa en la relación de intercambio o en el valor de cambio de la mercancía, ése es, por lo tanto, su valor. [Negrita de la autora]

Según Marx, entonces, en el seno del capitalismo, el valor como se produce en el trabajo necesario y en la plusvalía aparece calculado como la representación-signo de un trabajo objetivado ó materializado (lo que debe distinguirse de modo riguroso de la actividad humana).

Por oposición, en ausencia de una teoría de la explotación en tanto extracción (producción), apropiación y realización de valor (plusvalía) como representación de la fuerza de trabajo, la explotación capitalista debe ser considerada como una subespecie de dominación (con los mecanismos de poder en esa función).

Por ello, Deleuze sugiere que: “La preocupación principal del marxismo consistió en determinar el problema <es decir: que el poder es más difuso que la estructura de explotación y que la formación estatal> esencialmente en términos de interés (dado que el poder se halla en las manos de una clase dominante definida por sus propios intereses).” (Foucault, 1977: 214).

No se le pueden hacer objeciones a este sumario minimalista del proyecto de Marx, del mismo modo que no se puede pasar por alto que en algunos pasajes del Anti-Edipo, Deleuze y Guattari construyen su caso basándose en un brillante y tal vez poético préstamo tomado de la teoría marxista sobre la “forma-dinero” (Geldform). A pesar de todo, nos interesa reafirmar nuestra crítica del siguiente modo: la relación entre el capitalismo global (la explotación en economía) y las alianzas del Estado-nación (la dominación en esferas de la geo-política) alcanza tal nivel macrológico que no puede servir de parámetro para la textura micrológica del poder.

Para acercarse un poco más a una consideración más precisa es necesario moverse hacia teorías de la ideología, es decir, hacia teorías de las formaciones del sujeto que a nivel micrológico manejen los intereses que se condensan en las áreas macrológicas, aunque a menudo sea erráticamente.

Teorías de tal tipo no pueden darse el lujo de pasar por alto la categoría de la representación en sus dos sentidos. Esas teorías deben tomar nota de cómo la puesta en escena del mundo en tanto representación —es decir: la escena de la escritura (su “Darstellung”)— disimula la elección de una necesidad de “héroes”, de apoderados paternales y de agentes de poder (su “Vertetrung”).

Mi lectura consiste, entonces, en que una práctica radical presta atención a esta doble sesión de las representaciones más que a reintroducir al sujeto individual mediante conceptos totalizadores de poder y de deseo. Mi enfoque, pues, pretende hacer evidente también que, al mantener la zona de la praxis de clase en un segundo nivel de abstracción, Marx estaba manteniendo abierta, en efecto, la posibilidad de la crítica hegeliana (y kantiana) del sujeto individual como agente.[23]

Este enfoque no me obliga a mí a ignorar que, al definir por implicación la familia y la lengua materna en el nivel básico donde la cultura y la convención parecen el propio modo de la naturaleza de organizar su propia subversión, Marx mismo está ensayando un antiguo subterfugio. En el contexto de las pretensiones post-estructuralistas de ejercitar una práctica crítica, esto parece más digno de recuperar que la restauración clandestina de un esencialismo subjetivo.

La reducción de Marx a una figura benevolente pero fechada puede servir a veces a los intereses que se obstinan en lanzar una nueva teoría de la interpretación. En la conversación entre Foucault y Deleuze antes citada, lo que parece estar en juego es que no existe allí ni representación ni significante. (¿Habría que suponer que se ha liquidado al significante con anterioridad a la polémica? Es decir: ¿no habría, entonces, una estructura sígnica que estuviera manejando la experiencia, lo que conduciría, en definitiva, a que se podría mandar a dormir a la semiótica?).

Pero la teoría es un relevarse en el turno de la práctica (es decir: mandando a dormir los problemas de práctica teórica) y los oprimidos pueden saberlo y tomar la palabra por sí mismos. Esto reintroduce al sujeto constitutivo por lo menos en dos niveles: el Sujeto del deseo y del poder como una presuposición metodológica irreductible; y al sujeto aproximado a sí mismo, si no, por lo menos, al sujeto idéntico de los oprimidos.

Además, los intelectuales, que no forman parte integrante de ninguno de estos dos grupos de S/sujetos, se tornan visibles en la carrera por ocupar los puestos en los turnos sustitutivos, pues sólo pueden informar acerca del sujeto sin representación y analizar (sin analizar) las elaboraciones del poder y del deseo (del Sujeto innominado pero irreductiblemente presupuesto por ese mismo poder y deseo).

La “visibilidad” así producida marca el lugar del “interés” que se mantiene incólume por una obstinada negación: “Ahora ese papel de árbitro, de juez y de testigo universal es un rol que yo me niego absolutamente a adoptar”. Una responsabilidad de la crítica puede ser la de leer y escribir de tal modo que sea tomada con toda seriedad la imposibilidad de tales rechazos interesadamente individualistas contra los privilegios institucionales del poder conferidos al sujeto, pues el rechazo del sistema sígnico cierra el paso a una teoría desarrollada de la ideología.

En este caso, también, se puede escuchar el tono peculiar que conlleva tal negativa.

Así, respondiendo a la sugestión de Jacques-Allain Miller de que “la institución sería ella misma discursiva”, Foucault dice: “Sí, si Usted quiere, pero eso no importa demasiado en mi noción de que el aparato es capaz de decir que ella sea discursiva y no lo sea en realidad…dado que mi preocupación no es de índole lingüístico” (Foucault, 1972-1977: 198). ¿Por qué nos  encontramos con esta colisión entre lenguaje y discurso justamente en una frase del maestro del análisis discursivo?

En este punto es el momento de traer a cuento la crítica de Edward W. Said a la noción de poder foucaldiana como categoría atractiva pero mistificadora que le permitiría a Foucault  “anular las clases, el papel de la economía, el papel del levantamiento y de la rebelión”.[24]

Por mi parte, yo agrego al análisis de Said, la noción del sujeto subrepticio del poder y del deseo que aparece signado con la marca de la evidencia aportada por los intelectuales. Es curioso, por lo tanto, que Paul Bové le eche en cara justamente a Said la importancia conferida al intelectual, cuando “el proyecto de Foucault es esencialmente un reto dirigido tanto a los intelectuales hegemónicos como a los opositores”.[25]

En el curso de este trabajo, vengo sugiriendo justamente que ese “reto” es engañoso justamente porque ignora el punto sobre el que está haciendo hincapié Said: la responsabilidad institucional del crítico.

Este S/sujeto que aparece así, gracias a una serie de negativas atado a tal toma de partido, tiene que ver con la esfera de los explotadores en el campo de la división del trabajo internacional. Es imposible, entonces, para los intelectuales franceses actuales imaginar un tipo de Poder y de Deseo que encarne al sujeto innominado del Otro de Europa.

Y el problema no pasa solamente por el hecho de que cada cosa que lean —de modo crítico o acrítico— aparezca atrapado en el debate de la producción de ese Otro, colaborando a la constitución del Sujeto o criticándolo pero siempre como Europa. Se trata, también, de que constituyendo al Otro de Europa se han preocupado de anular los ingredientes textuales con los que tal sujeto podría tomar posesión de su itinerario (o realizar una “investidura”),[26] no sólo con una producción ideológica y científica, sino también por las instituciones legales.

Aunque un análisis económico sea considerado peligrosamente reduccionista, los intelectuales franceses olvidan en su propio riesgo que una empresa semejante, al hallarse en absoluto estado de sobre-determinación, se dio siguiendo el interés de una situación económica dinámica que requería que los intereses, los motivos (los deseos) y el poder (del conocimiento) fuera fracturado de modo sutil.

Invocar tal fractura ahora como un descubrimiento radical que habría de hacernos diagnosticar las condiciones económicas de existencia (que distinguen nuestras “clases” de manera descriptiva) como una pieza más de la maquinaria analítica informacional puede ser muy bien un modo de continuar la obra de fracturación y colaborar involuntariamente asegurando “un nuevo equilibrio: en las relaciones hegemónicas” (Carby, 1982: 34).

Más adelante he de retomar este aspecto de la discusión. Pero antes quiero recalcar que ante la posibilidad de que los intelectuales sean cómplices en la tarea de la persistente constitución del Otro como una sombra de sí mismos, habría una alternativa para una práctica política del intelectual si éste considerara lo económico que se halla “entre paréntesis”, pero de tal modo como para ver ese factor en su condición de insoslayable según aparece inscripto en el texto social.

No se me oculta que este enfoque debería darse aun cuando lo económico esté entre paréntesis, y aunque aparezca imperfectamente delineado, pero esa consideración debe ocurrir mientras esa esfera pida a gritos ser considerada el determinante último o el significado transcendental.[27]

II

El ejemplo más claramente presente de tal violencia epistémica es ese proyecto de orquestación remota, de largo alcance y heterogéneo para constituir al sujeto colonial como Otro. Ese proyecto representa también la anulación asimétrica de la huella de ese Otro en su más precaria Subjetividad. Es bien sabido que Foucault ubica la violencia epistémica, como una completa re-examinación de la episteme, en la redefinición de la locura a fines del siglo XVIII europeo.[28]

Pero, ¿qué sucedería si esa particular redefinición fuera sólo una parte de la narración de la historia en Europa y también en las colonias? ¿Qué ocurriría si los dos proyectos de examen epistémico funcionaran como partes fracturadas y no reconocidas de una vasta maquinaria dual?

Quizás esto no sería diferente de preguntarse si el subtexto de la narrativa del imperialismo como palimpsesto no debería ser reconocido como un “conocimiento sojuzgado”, “un conjunto de conocimientos que han sido descalificados como inadecuados para con su tarea o elaborados de modo insuficiente: conocimientos ingenuos, colocados en la base de la jerarquía, por debajo del nivel requerido para adquirir dignidad cognoscitiva o cientificidad.” (Foucault, 1972-177: 82).

Esto no significa describir las cosas “según lo que en realidad sucede” ni tampoco privilegiar la narración de la historia como un imperialismo que da la mejor versión de la historia.[29]

Más bien, se trata de ofrecer un aporte en torno a la idea de cómo una explicación y narración de la realidad fue establecida como la norma. Para trabajar esta idea, permítaseme levantar el velo para ver lo que hay debajo[30] de la codificación británica de la Ley Hindú.

Primeramente, sin embargo, quiero hacer algunas aclaraciones previas. En los Estados Unidos el tercermundismo que discurre repartido corrientemente entre varias disciplinas humanistas es a menudo abiertamente un fenómeno que implica consideración de etnias. Por mi parte, yo nací en la India, pero realicé toda mi educación en Norteamérica (que incluyen dos años como investigación de graduada).

Por lo tanto, el hecho de que tome mi ejemplificación de un continente lejano podría ser visto como una búsqueda nostálgica de las raíces perdidas de mi propia identidad. Aun cuando sé que no se puede atravesar libremente la espesura de las “motivaciones”, quiero insistir en el hecho de que mi proyecto principal es hacer notar el cariz idealista y positivista de tal tipo de nostalgia, si la hubiera.

Me dirijo hacia materiales tomados de la India, porque carente de un entrenamiento científico avanzado, el accidente de mi nacimiento y educación me proveyó de una sensibilidad hacia el entramado histórico y de un instrumental en algunos de los idiomas pertinentes que son herramientas útiles para el bricoleur, especialmente si está equipado con el escepticismo marxista de una experiencia concreta como árbitro último y crítica de las formaciones disciplinares.

Sin embargo, soy consciente de que el caso indio no puede ser tomado como representativo de todos los países, naciones y culturas, etc., que puedan ser invocados como el Otro de Europa como identidad.

En este trabajo se trata, entonces, de un sumario necesariamente esquemático de la violencia epistémica sobre la Ley Hindú. Si mi contribución ayuda a aclarar la noción de violencia epistémica, la reflexión final sobre la auto-inmolación de las viudas hindúes habrá de adquirir, por cierto, una significación adicional.

A fines del siglo XVIII, la Ley Hindú, en tanto se la pueda definir como un sistema unitario, operaba en función de cuatro textos que ponían en escena una episteme cuatripartita definida en base al uso de la memoria por el sujeto: sruti (lo oído), smriti (lo recordado), sastra (lo aprendido de otros) y vyavahara (lo realizado como intercambio). Los orígenes de lo que había sido oído y lo recordado no eran necesariamente ni continuos ni idénticos.

Cada invocación de sruti recitaba (o reabría) técnicamente el acontecimiento de la “escucha” o revelación originarias. Los dos últimos textos —lo aprendido y lo realizado— eran considerados como dialécticamente continuos. Los teóricos jurídicos y los practicantes legales no estaban para nada seguros en un caso determinado si esa estructuración estaba describiendo el cuerpo de la ley o si había cuatro modos de encarar una querella. Esta búsqueda de legitimación de la estructura polimorfa de la realización legal, no coherente “internamente” y abierta en sus extremos por una visión binaria, es, en verdad, la narración de la codificación que presento aquí como ejemplo de una violencia epistémica.

El relato de una estabilización y codificación de la Ley Hindú no es tan conocido como, por ejemplo, la historia de la educación en la India, de modo que será mejor empezar por esto último.[31] Considérense, por ello, las infamantes líneas programáticas de Macaulay, citadas tan a menudo, en sus “Minutes on Indian Education”(1835):

En este momento debemos hacer todo lo posible por formar una clase que pueda funcionar como intérprete entre nosotros y los millones a quienes gobernamos; una clase de personas, que sean indios en sangre y color, pero ingleses en gusto, en opiniones, en moral y en capacidad intelectual. A esa clase debemos dejarle que pula los dialectos vernáculos del país, que los enriquezca con términos científicos tomados de la nomenclatura occidental, y así transformarlos en el vehículo de transmisión de conocimiento para una gran masa de la población.[32]

La educación del sujeto colonial complementa, entonces, su producción jurídica. Uno de los efectos de establecer una versión del sistema británico fue el desarrollo de una separación (nada fácil) entre la formación disciplinar en estudios de sánscrito y la tradición nativa de la tradición de la “Alta Cultura” sánscrita, ahora una figura alternativa. Dentro de la primera manifestación, las explicaciones culturales generadas por eruditos de reconocida autoridad venían a confluir con la violencia epistémica del proyecto legal.

Me interesa señalar ahora que la fundación de la Sociedad Asiática de Bengala data de 1784 y el Instituto Indio de Oxford de 1883, y que de esas inquietudes nacieron los trabajos analíticos y taxonómicos de estudiosos como Arthur Macdonnell y Arthur Berriedale Keith, quienes fueron ambos administradores coloniales y organizadores de la cuestión del sánscrito.

De su fe en los planes utilitarios y hegemónicos para estudiantes e investigadores es imposible deducir una agresiva represión del sánscrito en los programas de la educación general ni un aumento de la “feudalización” del uso real del sánscrito en la vida cotidiana de la India brahmánica hegémonica.[33]

Así paulatinamente una versión de la historia de la India fue adquiriendo estado de institucionalización. En ella los brahmanes aparecían teniendo las mismas intenciones que los codificadores británicos (de modo tal que también proveían la legitimación de los colonizadores): “Con el fin de conservar a la sociedad hindú intacta los sucesores <de los brahmanes originarios> habían tenido que reducir todo a la escritura, haciéndola cada vez más rígida. Y eso fue lo que conservó a la sociedad hindú a pesar de los sucesivos levantamientos políticos y las invasiones extranjeras.”[34]

Este es el veredicto expresado en 1925 de Mahamahopadhyaya Haraprasad Shastri, un versado erudito en estudios de sánscrito y brillante representante de la élite vernácula producida por la colonización, quien fue requerido para que escribiera algunos capítulos de la “Historia de Bengala”, un proyecto nacido del deseo del secretario privado del gobernador general de Bengala en 1916.[35]

Para marcar la asimetría en la relación entre las autoridades y sus justificaciones (que dependen de la raza y clase de esas autoridades), debe compararse lo dicho con la observación realizada en 1928 por Edward Thompson, intelectual inglés: “El hinduismo fue lo que parecía ser…Se trataba de una civilización más elevada que ganó <contra sí mismo> gracias tanto a Akbar[36] ya los ingleses.”[37]

Agréguese a estos comentarios, la reflexión de un soldado y estudioso inglés a fines del siglo XIX tomada de una carta: “E1 estudio del sánscrito —‘el idioma de los dioses’— me ha procurado un gran placer durante los últimos 25 años de mi vida en la India, pero estoy agradecido de poder decir que no me ha llevado —como le ha sucedido a otros— a abandonar nuestra profunda fe en nuestra propia gran religión.” [Cursiva de la autora][38]

Estas mismas autoridades son la mejor de las fuentes posibles para los franceses no especialistas cuando penetran en la civilización del Otro.[39] Con todo, no me estoy refiriendo a intelectuales y estudiosos que hayan trabajado después de la época colonial, como Shastri, cuando sostengo que el Otro como sujeto es inaccesible a pensadores como Foucault o Deleuze.

Pienso, más bien, en las personas no especializadas en general, dentro de un amplio espectro de población no académica, para quienes la episteme opera con una función programática silenciosa. Sin considerar un mapa de explotación, ¿en qué coordenada de opresión ubicarían estas personas esta variopinta tripulación?

Pasemos ahora a considerar los márgenes del discurso (o lo que podríamos denominar también “el centro silencioso o silenciado”) de un circuito marcado por una violencia epistémica: los hombres y mujeres entre un campesinado analfabeto, las tribus, los más bajos estratos del subproletariado urbano.

Según Foucault y Deleuze (que escriben en el Primer Mundo, en condiciones de generalización y regulación de una sociedad capitalista, aunque no parecen tener conciencia de ello), los oprimidos podrían hablar y conocerían sus propios condicionamientos una vez que obtuvieran la ocasión para hacerlo (el problema de la representación no pudo ser obviado en ese punto), lo que sucedería por medio de la solidaridad a través de alianzas políticas (aclaración donde se ve cómo funciona la temática marxista).

Debemos ahora comparar semejantes opiniones con nuestra propia pregunta: ¿Puede realmente hablar el individuo subalterno haciendo emerger su voz desde la otra orilla, inmerso en la división internacional del trabajo promovida en la sociedad capitalista, dentro y fuera del circuito de la violencia epistémica de una legislación imperialista y de programa educativo que viene a complementar un texto más temprano?

La obra de Antonio Gramsci sobre las “clases subalternas” ha extendido las nociones de posición y de conciencia de clase desde los argumentos aislados aparecidos en El 18 de Brumario. Quizás porque Gramsci critica la postura vanguardista de los intelectuales leninistas, este autor se muestra especialmente preocupado por el papel del intelectual en los movimientos culturales y políticos subalternos en su búsqueda de hegemonía.[40]

Estos movimientos deberán ser los encargados de determinar justamente la producción de la historia como narración (de la verdad). En textos tales como “La cuestión meridional”, Gramsci considera el movimiento de la economía histórico-política en Italia dentro de lo que ha sido considerado como una alegoría de la lectura tomada como la división internacional del trabajo o prefigurándola.[41]

Sin embargo, un rendimiento de cuentas del desarrollo periódico de los individuos subalternos está fuera de la perspectiva posible en tanto su dimensión macrológica cultural aparezca maniobrada, aunque desde un lugar distante, por una interferencia epistémica que posee definiciones legales y científicas que acompañan al proyecto imperialista.

Cuando, hacia el fin de este ensayo, llegue a la cuestión de la mujer subalterna, se verá, entonces, por qué mi propósito es subrayar que la posibilidad de sentimiento de colectividad aparece persistentemente ocluida a causa de la manipulaciones del agenciamiento femenino.

La primera parte de mi propuesta —es decir: que el desarrollo periódico de los individuos subalternos aparece complejizado por la interferencia del proyecto imperialista— se muestra representada en los trabajos a los que se puede llamar “Subaltern Studies” (“Estudios Subalternos”), realizados por un grupo determinado de intelectuales.[42] Todos ellos formulan la pregunta: ¿Pueden hablar los individuos subalternos?

En esta área de estudios nos hallamos inmersos dentro de la propia disciplina de la historia preconizada por Foucault y entre gente que acredita la influencia de este pensador francés. Su proyecto consiste en repensar la historiografía colonial desde la perspectiva de una cadena discontinua de levantamientos campesinos durante la ocupación colonial. Éste es también el problema discutido por Said como “el permiso para narrar”.[43]

Y así lo documenta Ranajit Guha:

La historiografía del nacionalismo indio ha sido dominada por largo tiempo por un elitismo —elitismo tanto colonialista como de la burguesía nacionalista— que compartía el prejuicio de que la construcción de la nación india y el desarrollo de su conciencia —su nacionalismo— que confirmaba este proceso, eran logros que pertenecían exclusiva o predominantemente a una élite. En las historiografías colonialistas y neo-colonialistas estos logros se atribuían a la dominación británica, a los administradores coloniales, a sus agentes de control policial, a sus instituciones y a su cultura. En los escritos nacionalistas y neo-nacionalistas se atribuirían ahora a las personalidades, a las instituciones, a las actividades y a las ideas de una élite india. (Guha, 1982: 1)

Ciertos estratos de la élite india son, por cierto, el mejor tipo de informantes nativos para intelectuales del Primer Mundo interesados en la voz del Otro. Sin embargo, no se puede dejar de insistir sobre el hecho de que el sujeto subalterno colonizado es irrecuperablemente heterogéneo.

Contra esta élite vernácula se puede esgrimir lo que Guha llama “the politics of the people” (“la política del pueblo”) tanto en el exterior como en el interior del circuito de la producción colonial.[44]

Por mi parte, no puedo adscribir de modo absoluto a esta insistencia en un vigor determinado y en una autonomía completa, dado que exigencias historiográficas prácticas no permitirían aceptar privilegiar una conciencia subalterna.

Con todo, contra posibles críticas de esencialismo, Guha tiene el mérito de construir una definición de “pueblo” (como el lugar de esa esencia) que puede entenderse solamente como una identidad en la diferencia. Este autor propone también una grilla de estratificación dinámica para describir la producción social colonial en toda su amplitud. Aun el tercer elemento de la lista, el grupo amortiguador, como si fuera una fuerza que estuviera entre el pueblo y los grupos dominantes al mayor nivel macro estructural.

Este grupo intermedio sería definido por su colocación como lo que Derrida ha denominado un “antre”:[45]

“Élite”

1. Grupos dominantes extranjeros.

2. Grupos vernáculos dominantes a nivel pan-indio.

————————————————————————————————“antre” [alusión a “entre”]

3. Grupos vernáculos dominantes a niveles regionales y locales.

4. El “pueblo” y las “clases subalternas”. (Estos términos han sido empleados como sinónimos a lo largo de este trabajo. Los grupos y elementos sociales incluidos en esta categoría representan la diferencia demográfica entre la totalidad de la población india y aquellos individuos que hemos denominado la “élite”).

Consideremos ahora el tercer estrato de la lista: este “antre” de indeterminación situacional que los historiadores más escrupulosos presuponen, cuando deben responder a la cuestión emblemática de nuestro ensayo:

¿Puede hablar el individuo subalterno?

Tomada como una totalidad en abstracto (…) esta categoría (…) era muy heterogénea en su composición y, a causa del carácter desnivelado de la economía regional y el desarrollo social, era diferente de región a región. La misma clase o elemento que era dominante en una zona (…) podía llegar a estar entre las dominadas en la región siguiente.

Esto podía crear, y en rigor creó, muchas ambigüedades y contradicciones en actitudes y alianzas, especialmente entre los estratos inferiores de la nobleza rural, entre señores empobrecidos, o campesinos ricos o pertenecientes a la clase media elevada, todos los que pertenecían, hablando idealmente, a la categoría de “pueblo” o “clases subalternas” (Guha, 1982: 8). [El subrayado pertenece a Spivak y la cursiva a Guha]

“La tarea de búsqueda” proyectada en este campo consiste en “investigar, identificar y medir la naturaleza específica y el grado de desviación de los elementos <constitutivos del tercer nivel> de un punto ideal, a la vez que situarlos históricamente.”

No podría pedirse nada más esencialista y taxonómico que este programa. Sin embargo, en él funciona un curioso imperativo metodológico. Ya he explicado antes que en la conversación entre Foucault y Deleuze se escondía un proyecto esencialista detrás de un vocabulario post-representacionalista.

En los “Estudios Subalternos”, a causa de la violencia del imperialismo epistémico, así como por la inscripción social y disciplinar, todo proyecto comprendido en términos esencialistas debe circular en un circuito de prácticas radicales textuales en torno a las diferencias. En el caso de la consideración no justamente del “pueblo” como tal, sino de ese estrato social de una zona flotante amortiguadora de la élite subalterna regional el objetivo de este grupo es una desviación del ideal —el pueblo o los individuos subalternos— que, a su vez, se define como una diferencia de la élite.

La investigación está orientada justamente en contra de esta estructura. Se trata de una dificultad algo diferente de las evidencias auto-diagnosticadas que encontramos en los intelectuales radicales del Primer Mundo. ¿Qué tipo de taxonomía sería válida para determinar tal territorio? Lo perciban o no (en rigor Guha enmarca su definición de “pueblo” dentro de la dialéctica del amo y del esclavo), sus textos vienen a articular la difícil, tarea de reescribir las propias condiciones de imposibilidad como condiciones de su posibilidad:

“Si pertenecen a estratos sociales jerárquicamente inferiores a aquellos de los grupos dominantes pan-indios en los niveles regionales y locales <los grupos vernáculos dominantes> (…) siguieron actuando en interés de ellos o no en conformidad a los intereses correspondientes verdaderamente a su propio ser social.”

Cuando estos escritores toman la palabra para hablar, entonces, en su lenguaje esencialista, de un abismo entre los intereses y las acciones del grupo intermediario, sus conclusiones se hallan más cercanas a Marx que a la ingenuidad auto-consciente exhibida en las declaraciones de alguien como Deleuze. Guha, así como Marx, habla de “intereses” en el campo de lo social más que como un tratamiento del ser libidinal. La imaginería del Nombre del Padre desplegada en El 18 de Brumario puede servir para hacer resaltar que, a nivel de clase social o grupo de actividades, “la verdadera correspondencia con nuestro propio ser” es tan artificial o social como el patronímico.

Esto es lo que había que decir, entonces, acerca del grupo considerado un amortiguador social. Para el “verdadero” grupo subalterno, cuya identidad es la diferencia, no hay, en rigor, sujeto subalterno irrepresentable que pueda conocer y hablar por sí mismo. Pero la solución de los intelectuales se haya en no abstenerse a la representación.

El problema radica en que el itinerario del sujeto no ha sido trazado para ofrecerle un objeto de seducción al intelectual en su designio representacional. Por ello, en el vocabulario levemente desfasado del grupo indio la pregunta paradigmática se torna articulada en los siguientes términos:

“¿Cómo podemos arribar a la conciencia del pueblo, cuando estamos investigando su política?” “¿Con qué voz puede hablar la conciencia del individuo subalterno?”

El proyecto de este grupo, después de todo, es re-escribir el desarrollo de la conciencia de la nación india. La planeada discontinuidad del imperialismo establece rigurosamente una distinción en este proyecto, aunque su formulación esté pasada de moda, con un “hacer visible los mecanismos médicos y jurídicos que rodeaban la historia <de Pierre Rivière>”. Foucault tiene razón aquí al sugerir que “hacer visible lo invisible puede significar también un cambio de nivel, dado que uno se dirige a una capa de materiales que no había tenido antes pertinencia en la historia y a lo que no se le había acordado ningún valor moral, estético o histórico.”

Pero lo que se torna lapidariamente inquietante es este deslizamiento foucaldiano hacia el hacer visible los mecanismos para dar voz al individuo, evitando tanto “cualquier tipo de análisis <del sujeto> ya sea psicológico, psicoanalítico o lingüístico” (Foucault, 1972-1977: 49-50).

La crítica realizada por Ajit K. Chaudhury, un marxista de Bengala Occidental contra la búsqueda de Guha de una conciencia subalterna puede ser considerada una fase del proceso productivo que incluya lo subalterno. La observación de Chaudhury en cuanto a que la visión marxista de la transformación de la conciencia implica el conocimiento» de las relaciones sociales me parece, en principio, astuta. Sin embargo, la herencia de la ideología positivista lo obliga a agregar este codicilo:

“Esto no es para minimizar la importancia de la comprensión de la conciencia de los campesinos o de los obreros en su forma pura. Ello enriquece nuestro conocimiento del campesino o del obrero y, posiblemente, arroja luz sobre cómo un modo particular adquiere diferentes formas en diferentes regiones, lo que se considera un problema de segundo orden en el marxismo clásico. [Cursiva de la autora][46]

Esta variedad del marxismo “internacionalista”, que cree en una pura e irrescatable forma de conciencia para luego descartarla, al mismo tiempo que cerrando la puerta a lo que en Marx seguía siendo un aspecto de desconcierto productivo, puede ser muy bien el motivo del rechazo foucaldiano y deleuziano del marxismo y la fuente de las motivaciones críticas de los grupos que se dedican a los Estudios Subalternos.

Chaudhury, tanto como Foucault y Deleuze, está convencido de que existe una versión pura de la conciencia. En cuanto a la situación francesa, allí se da un barajar y dar de nuevo los naipes de los significantes: “el inconsciente” o “el sujeto en la opresión” llena clandestinamente el espació de “la forma pura del inconsciente”.

En el marxismo ortodoxo “internacionalista” —ya se trate del Primer Mundo o del Tercero— la forma pura de la conciencia sigue siendo una base idealista que, descartada como problema de segundo orden, se gana a menudo la fama de ser racista o sexista. Entre los grupos de Estudios Subalternos, ello necesita ser desarrollado en acuerdo con los términos de desconocimiento de su propia articulación.

Para lograr tal formulación puede ser más útil, digámoslo una vez más, una teoría desarrollada de la ideología. En una crítica como la que Chaudhury presenta, la asociación entre la “conciencia” y el “conocimiento” omite un punto medio de crucial importancia: la “producción ideológica”. Así se expresa Chaudhury:

“La conciencia, según Lenin, está asociada con el conocimiento de las relaciones entre diferentes clases o grupos; esto significa: un conocimiento de los materiales que constituyen la sociedad. (…) Estas definiciones adquieren sentido solamente dentro de la problemática en el marco de un objeto de conocimiento definido — comprender el cambio en historia, o, específicamente, el cambio de un modo a otro, conservando la cuestión de la especificidad de un modo particular fuera del enfoque.” (Chaudhury, 1984: 10).

Pierre Macherey, por su parte, nos suministra la siguiente formulación para la interpretación de la ideología:

Lo que es importante en una obra es lo que no se dice. Esto no es lo mismo que la descuidada observación de “lo que se niega a decir”, aunque ello también sería en sí interesante [conocerlo]: un método puede construirse sobre esto, con la tarea de medir los silencios, tanto de lo reconocido como de lo no reconocido. Pero más bien, lo que la obra no puede decir es lo importante, porque allí la elaboración de la expresión es realizada como una especie de jornada hacia el silencio.”[47]

Las ideas de Macherey pueden ser desplegadas en direcciones que él mismo no podría quizás seguir. Aun cuando escribe, de manera provocativa, sobre la literaturidad de la literatura de proveniencia europea, está formulando en verdad un método aplicable al texto social del imperialismo, casi en a contrapelo de su propia argumentación. Así, inclusive el lema de “lo que el texto se niega a decir” puede ser anodino para el caso de una obra literaria: algo así como un rechazo colectivo ideológico que sería detectado dentro de la práctica legal de codificación en el imperialismo.

Ello abriría el debate para una reinscripción multidisciplinariamente ideológica en ese terreno. Pero, dado que el proceso aparecería como una “universalización del mundo” [worlding of the world] en un segundo nivel de abstracción, el concepto de rechazo sería aceptable en este mismo campo. El trabajo de archivo, el historiográfico, el crítico-disciplinar e, inevitablemente, también el intervencionista[48] implicados en este movimiento son, por cierto, una tarea de “medir los silencios”.

Esa metodología podría ser también una descripción de cómo “investigar, identificar y medir la naturaleza específica y el grado de desviación hasta una distancia que es un ideal irreductiblemente diferencial.

Cuando llegamos al punto de la coherencia del problema acerca de la conciencia del individuo subalterno, ese lema de lo que no se puede decir se torna, en cambio, fundamental. En la semiosis del texto social, las elaboraciones acerca de los levantamientos populares se hallan en el lugar de “la expresión” o “el mensaje” [the utterance]. El emisor —“el campesino”— es señalado solamente como un marcador de una conciencia irrecuperable. En cuanto al receptor, deberíamos preguntarnos quién es “el verdadero destinatario” de una insurgencia.

El historiador, por su parte, al trasladar la noción de “insurgencia” a un texto hecho para el conocimiento, es solamente uno de los receptores posibles de una colectividad dada dentro de un acto de intención social. Dejando de lado toda posibilidad para la nostalgia por los orígenes perdidos de un fenómeno, el historiógrafo (y la historiógrafa) debe suspender, tanto como le sea posible, el clamor de su propia conciencia —o el efecto de la conscientización surgido en la praxis científica—, de modo tal que la elaboración de la rebelión, envuelta en una toma de conciencia del insurgente, no se congele en un frío “objeto de investigación” o, lo que es peor aun, en un modelo para imitar.

“El sujeto” implicado en los textos de la rebelión puede servir solamente como una posibilidad alternativa para las normatividades del relato garantizadas a los sujetos coloniales entre los grupos dominantes. Los intelectuales postcolonialistas aprenden así que sus privilegios son también su desdicha. En este sentido, ellos mismos son paradigmáticos como intelectuales.

Es bien sabido que la noción de lo femenino (más que lo subalterno dentro del imperialismo) ha sido utilizada de un modo similar dentro de la crítica deconstructiva y dentro de algunas ramas de la crítica feminista.[49]

En el primer caso, lo que está en juego es una figura de la mujer, pero una figura cuya mínima predicación como algo indeterminado ya ha sentado toda una tradición dentro del falocentrismo. La historiografía subalterna formula acerca del método justamente preguntas que habrían de prevenir contra el uso de tal estratagema.

Pero, puesto que la “figura” de la mujer, es decir: la relación entre la mujer y el silencio puede ser urdida por la misma mujer, las diferencias de clase y las diferencias étnicas se hallan subsumidas bajo el mismo dictamen. La historiografía subalterna, entonces, debe enfrentarse con la imposibilidad de tales gestos. La estrecha violencia epistémica del imperialismo nos brinda una alegoría imperfecta de la violencia general que sería la posibilidad de una episteme.[50]

Dentro del trayecto parcialmente borrado del sujeto subalterno, el surco de la diferencia sexual aparece doblemente desmarcado. No se trata, entonces, de una participación femenina en la rebelión, ni tampoco de las reglas básicas en la división sexual del trabajo, aunque para ambas cuestiones haya “evidencias palpables”. La cuestión es, más bien, que, en ambos problemas, tanto como objeto de una historiografía colonialista y como sujeto de la rebelión, la construcción ideológica de género [“gender”] se presenta bajo el dominio de lo masculino.

Si en el contexto de la producción colonial el individuo subalterno no tiene historia y no puede hablar, cuando ese individuo subalterno es una mujer su destino se encuentra todavía más profundamente a oscuras.

La división internacional del trabajo es un desplazamiento del imperialismo territorial del dividido campo legado por el siglo XIX. En pocas palabras: un puñado de países — especialmente del Primer Mundo— se hallan en la situación de invertir capital; otro grupo, entretanto, mayormente del Tercer Mundo, provee el terreno para invertir, tanto gracias a la existencia de una burguesía vernácula “compradora” como por su mal protegida mano de obra en estado cambiante.

Para mantener la circulación y crecimiento del capital industrial (y de la tarea concomitante de administración dentro del imperialismo territorial decimonónico), se habría llegado allí a un desarrollo en los transportes, en el sistema jurídico y en un programa de educación generalizada, aun cuando también se hayan destruido las industrias locales y se haya redistribuido la pertenencia de tierras, a la par que las materias primas hayan sido transferidas del país como territorio de experimentación a la nación colonizadora.

Con la así llamada “descolonización”, el aumento del capital multinacional y la cesión de la pesada carga de administrar la colonia, el “desarrollo” no habría de implicar ya el control de la entera legislación ni el establecimiento de sistemas educacionales, por lo menos en un modo comparable a lo que sucedía en la época colonial. Pero ello impide ahora el crecimiento del consumo en los países “compradores” del Tercer Mundo. Con la aparición de las telecomunicaciones modernas y el surgimiento de las economías de un capitalismo avanzado en los dos márgenes de Asia, mantener la división internacional del trabajo colabora en la conservación de un suministro barato de mano de obra en esos países “compradores”.

El trabajo humano no es, por cierto, intrínsecamente “barato” o “caro”. Ello va a estar asegurado, más bien, por una ausencia de leyes laborales (o su intensificación discriminatoria), un Estado totalitario (a menudo acompañado por un desarrollo y modernización en la periferia) y condiciones mínimas de subsistencia en el área obrera. Para conservar estas premisas definitorias sin variaciones, el proletariado urbano en los países “compradores” no deberá ser

entrenado en la ideología del consumo (que aparece como el paradigma de la filosofía de la sociedad sin clases), lo que, contra viento y marea, prepararía el terreno para la resistencia a través de políticas de coalición como las que menciona Foucault (1977: 216).

Este alejamiento de la ideología del consumo es exacerbado de modo creciente por los fenómenos proliferantes de un sistema de subcontratos internacionales. En ese caso, el eslabón hacia el entrenamiento para el consumismo aparece prácticamente salteado:

“Desde esta estrategia, los fabricantes de países desarrollados subcontratan los estadios de trabajo más intenso en la cadena de la producción, por ejemplo, haciendo realizar la costura o el ensamblaje en el Tercer Mundo, donde el trabajo es barato. Una vez realizada esa tarea, las multinacionales re-importan las mercancías,  gracias a generosas regalías tarifarias, a los países desarrollados en lugar de venderlas en el mercado local donde fueron producidas. / Mientras la recesión global hizo retardar el paso del comercio y de la inversión a escala mundial desde 1979, se ha producido luego, en cambio, un estallido de la actividad internacional del subcontratismo… En estos casos, las multinacionales se encuentran más libres para resistir a militantes obreros, levantamientos revolucionarios e inclusive bajas económicas.” [Cursiva de la autora][51]

La movilidad de clase aparece cada vez más agónica en el escenario de países “compradores”. No debe sorprender, por lo tanto, que algunos miembros de los grupos vernáculos dominantes en estos países, que son miembros de la burguesía local, encuentren atractivo el lenguaje de las alianzas políticas. Identificarse con formas de resistencia plausibles en países del capitalismo avanzado va de la mano, a veces, con la inclinación elitista de la historiografía burguesa como es descrita por Ranajit Guha.

La creencia en la plausibilidad de una alianza política global es también predominante entre las mujeres de los grupos sociales dominantes, interesadas en un “feminismo internacional” en los países “compradores”. Al otro extremo del espectro, las más alejadas de cualquier posibilidad de una alianza en una lista que contenga a “las mujeres, los presos, los soldados conscriptos, los pacientes de hospitales y los homosexuales” (Foucault, 1977: 216) son justamente las mujeres del subproletariado urbano. En su caso, la negativa a marchar al ritmo del consumismo y la estructura de la explotación aparecen combinadas con elementos basados en relaciones sociales patriarcales.

Hacia el otro lado de la división internacional del trabajo, el sujeto explotado no puede ni conocer ni articular el texto de la explotación femenina, aun si se logra visibilidad en lo absurdo de la falta de representación llevada a cabo por el intelectual que le está creando un espacio para que ese sujeto hable. La mujer sufre así una doble violencia.

Aun así esto no abarca la heterogeneidad del Otro. Fuera del circuito de la división internacional del trabajo (aunque no de modo absoluto), existe gente cuya conscientización no se puede aprehender si nos cerramos a la benevolencia al construir el Otro homogéneo y lo referimos solamente a nuestro propio lugar en el sitio de la Identidad o del Yo. En esta zona hay granjeros que viven de la propia subsistencia, hay trabajadores agrarios no sindicalizados, hay tribus y hay comunidades de obreros sin trabajo en la calle o en el campo.

Enfrentarse con todos ellos no significa representarlos (en el sentido de “vertreten”), sino re-presentarnos (en el sentido de “darstellen”) a nosotros mismos. Esta argumentación podría conducirnos, claro está, a una crítica de la antropología disciplinar y a una reconsideración de la relación entre la pedagogía elemental y la educación científica. Ese gesto habría de llevarnos también a cuestionar la exhortación implícita nacida entre intelectuales que han elegido un tema de opresión que estuviera “naturalmente articulado”, y que tal tema llegara a través de una historia abreviada en su modo de producción,

El hecho de que tanto Deleuze como Foucault hayan ignorado la violencia epistémica del imperialismo y de la división internacional del trabajo sería menos importante de lo que en realidad es, si al finalizar su conversación no entraran a considerar asuntos del Tercer Mundo.

Pero, en Francia, es imposible ignorar el problema del tiers monde, como a los habitantes de las colonias franco-africanas. Deleuze, naturalmente, limita su consideración del Tercer Mundo a reflexionar sobre esta élite regional vernácula, que es “idealmente subalterna”. En este contexto, las referencias a un mantenimiento de un ejército extra de trabajadores caen en una sentimentalidad étnica que causa el efecto inverso. Dado que está hablando de la herencia territorial imperialista dejada por el siglo XIX, su referencia se dirige al Estado-nación más que al centro globalizador:

El capitalismo francés necesita urgentemente un significante flotante de desempleo. En esta perspectiva, comenzamos a verla unidad de las formas de la represión; la restricción en la inmigración, una vez que se ha comprobado que los puestos más difíciles e ingratos son cubiertos por inmigrantes; la represión en las fábricas, porque los franceses deben volver a adquirir el “gusto” por un trabajo que se torna cada día más duro; la lucha contra la juventud y la represión en el sistema educativo. (Foucault, 1977: 211-212)

Este es un análisis al parecer aceptable. Sin embargo, muestra nuevamente que el Tercer Mundo puede entrar en el programa de resistencia de una política de alianzas dirigida contra la “represión unificada” sólo cuando es confinada a grupos provenientes del Tercer Mundo que tienen acceso directo al Primero.[52] Esta benevolente apropiación del Primer Mundo y reinscripción del Tercer Mundo como Otro es la característica fundacional de mucho del tercermundismo que circula en las Humanidades del mundo académico norteamericano.

Foucault, por su parte, continúa la crítica contra el marxismo invocando la discontinuidad.

La marca real de la “discontinuidad geográfica <o geopolítica>” sería la división internacional del trabajo. Pero Foucault usa el término para distinguir entre explotación (como extracción y apropiación de plusvalía; es decir, dentro del vocabulario marxista) y dominación (como noción de los estudios acerca del Poder) y sugerir así que el mayor potencial para la resistencia basada en las políticas de alianza se halla en el segundo término.

Ese autor no puede de ninguna manera reconocer que tal acceso monista y unificado a una concepción de “Poder” (que metodológicamente supone un sujeto de poder) ha sido posible gracias a un cierto estadio de explotación, dado que su visión de una discontinuidad geográfica es geopolíticamente específica al Primer Mundo.

Así afirma Foucault entonces que:

“Esta discontinuidad geográfica de la que Usted habla puede significar quizás lo siguiente: tan pronto como luchamos contra la explotación, el proletariado no sólo conduce la lucha sino que define sus blancos, sus métodos, sus lugares y sus instrumentos; y aliarse con el proletariado sería consolidar su posición, su ideología; sería alzar de nuevo las motivaciones para su combate. Esto significa la total inmersión <en el proyecto marxista>. Pero, si se trata de luchar contra el poder, entonces todos aquellos que no lo soporten pueden empezar a dar su batalla en cualquier lugar en que se encuentren y en los términos que su propia actividad (o pasividad) les dicten. Al embarcarse en esta lucha que es su propia lucha, en la que comprenden con claridad sus objetivos y donde pueden determinar ellos mismos los métodos, esas personas entrarán en el proceso revolucionario. Como aliados del proletariado, para estar seguros, puesto que el poder se maniobra de tal modo que como para que pueda prolongarse la explotación capitalista. Ellos sirven genuinamente la causa del proletariado al luchar en los lugares en que se encuentren ellos mismos en estado de opresión. Las mujeres, los presos, los soldados conscriptos, los pacientes de hospitales y los homosexuales han comenzados ahora una lucha específica contra la forma particular de poder, contra las compulsiones y controles que se hallan oprimiéndolos. “(Foucault, 1977: 216)

Éste es un programa admirable de resistencia localizada. Donde sea posible, este modelo de resistencia no se presentará, entonces, como una alternativa, sino como un complemento de lucha a nivel macrológico a los largo de las trincheras del marxismo. Sin embargo, si la situación es realmente universal, está ajustándose para dar una prioridad no admitida del sujeto. Sin una teoría de las ideologías, este gesto puede conducir a la más peligrosa de las utopías.

Foucault ha sido, por cierto, un brillante pensador en su capacidad de darle un lugar al poder, pero la conciencia de una reinscripción topográfica del imperialismo no logra dar una configuración a sus presuposiciones. Este autor, en rigor, cae en la trampa de una versión restringida de Occidente producida por la reinscripción que así ayuda a consolidar sus propios efectos.

Nótese, entonces, según se hace evidente en un pasaje posterior de sus declaraciones, la omisión del hecho de que un nuevo mecanismo de poder en el transcurso de los siglos XVII y XVIII (cuando se obtuvo la extracción de plusvalía sin la coerción extra-económica según lo desarrolla Marx), aparezca asegurado por medio del imperialismo territorial —la Tierra y sus productos— “en todas partes”.

Así para Foucault, sin embargo la representación de la soberanía sería crucial en todos esos teatros de la acción: “En los siglos XVII y XVIII nos encontramos con la aparición de un fenómeno importante, el surgimiento, o mejor dicho: la invención de un nuevo mecanismo de poder que posee un alto nivel de técnicas específicamente procesales…lo que es también, creo, absolutamente incompatible con las relaciones de soberanía. Este nuevo mecanismo de poder depende más de los cuerpos y de lo que éstos hacen que de la tierra y sus productos.” (Foucault, 1972-1977: 104).

A causa de una laguna frente a este primer embate de “discontinuidad geográfica”, Foucault puede permanecer impertérrito ante la segunda acometida ocurrida en la segunda mitad de nuestro siglo, identificándola simplemente como: “la derrota del Fascismo y la declinación del estalinismo” (Foucault, 1972-1977: 87).

Aquí conviene citar la alternativa que postula Mike Davis: “Fue más bien la lógica global de la violencia contrarrevolucionaria, la que creó las condiciones para la interdependencia económica pacífica de un imperialismo atlántico bajo la mirada amonestadora del liderazgo norteamericano…Fue la integración militar multinacional bajo el lema de la seguridad colectiva frente al peligro de la URSS lo que precedió y aceleró la interpenetración de las economías capitalistas mayores, haciendo posible a la vez la nueva era de un liberalismo comercial que floreció entre 1958 y 1973”.[53]

Allí, dentro de este surgimiento de un “nuevo mecanismo de poder”, es donde debemos leer un establecimiento en los escenarios nacionales de las resistencias a la economía y la acentuación de conceptos tales como poder y deseo que privilegian la escala microscópica.

Así, por ejemplo, se sigue expresando Davis al respecto: “Esta centralización casi absolutista del poder estratégico militar en manos de los Estados Unidos iba a permitir una subordinación ilustrada y flexible para sus sátrapas principales. En casos especiales demostró ser altamente adaptable a las pretensiones residuales imperialistas de los franceses e ingleses…quienes no dejaban de mantener alta la consigna de una fervorosa movilización contra el comunismo durante todo el período.”

Así aun tomando precauciones contra nociones peligrosamente tan homogéneas como “Francia”, debe decirse que los conceptos uniformes tales como “lucha de clases” o declaraciones lapidarias del tipo de “como el poder, la resistencia es múltiple y puede integrarse dentro de estrategias globales” (Foucault, 1972-1977: 142), pueden interpretarse en virtud de la propuesta de Davis. No estoy sugiriendo, sin embargo, como lo hace Paul Bové, que “para un pueblo desterrado y sin hogar <se refiere a los palestinos> atacado militar y culturalmente un problema tal <está aludiendo a la frase de Foucault donde éste declaraba que “meterse en política…es tratar de conocer con la mayor honestidad posible si la revolución es de desear”> es una costosa locura propia de la riqueza de los occidentales”. (Bové, 1983: [54]).

Estoy sugiriendo, más bien, que adquirir una versión sobre Occidente que se contenga a sí misma es ignorar el lugar que juega en su propia creación el proyecto imperialista.

Algunas veces parecería que la llamativa brillantez del análisis de Foucault acerca de varios siglos de imperialismo europeo produjera una versión en miniatura de ese fenómeno tan heterogéneo: la ocupación del espacio, pero llevada a cabo por los doctores; el desarrollo de la administración, pero dentro de los hospicios; las consideraciones de la periferia, pero en términos que dan el protagonismo a los locos, los prisioneros y los niños. Así, la clínica, el hospicio, la prisión, la universidad, todos parecen ser territorios de alegorías-biombo que ocultan la lectura de los relatos más amplios del imperialismo. (Se podría abrir una discusión similar en torno al bestial motivo de la “desterritorialización” en Deleuze/Guattari).

Así Foucault puede decir en tono menor: “Uno puede muy bien no hablar de algo porque no sabe nada sobre el tema” (Foucault, 1972-1977: 66). Y, con todo, ¿hay que volver a decir que existe una ignorancia sancionada que todo crítico del imperialismo tiene el deber de registrar?

III

Considerando la situación más corriente por la que los académicos norteamericanos reciben una fuerte influencia de la crítica francesa, nos encontramos con la siguiente idea generalizada: mientras que Foucault trataría de la historia, la política real y los problemas sociales reales; Derrida, en cambio, resultaría inaccesible, esotérico y “textualístico” [textualistic]. El lector de estas páginas se hallará probablemente bien familiarizado con esta idea recibida.

Terry Eagleton, por su parte, comenta: “No puede negarse que la tarea propia <de Derrida> ha sido en su mayor parte ahistórica, evasiva a nivel político y ajena a considerar, en la práctica, el lenguaje como ‘discurso’ <es decir: lenguaje como función>”. Eagleton continúa recomendando, por ello, el estudio foucaldiano de las “prácticas discursivas”.

Perry Anderson, a su vez, construye una historia similar: “En Derrida se produce la auto-anulación del estructuralismo que se hallaba latente con el recurso a la música o a la locura en Lévi-Strauss o Foucault. Sin deseo de establecer ninguna exploración de las realidades sociales, Derrida no tiene tampoco ningún empacho en deshacer las construcciones de sus dos antecesores, adscribiéndoles una ‘nostalgia por los orígenes’ —de corte rousseauniano, para el uno, y presocrático, para el otro— y cuestionando con qué derecho estos autores podrían sostener la validez de sus respectivos discursos sobre sus propios puntos de partida.”[55]

El presente ensayo tiene como objeto, en rigor, sostener la idea, ya sea en defensa de Derrida o no, de que una nostalgia por orígenes perdidos puede ser negativa para la exploración de las realidades sociales dentro de una crítica del imperialismo.

La agudeza de la lectura favoritista de Anderson no le impide a este autor, por cierto, detectar justamente los problemas que yo estoy poniendo de manifiesto en Foucault: “Foucault tocó la nota profética cuando declaró en 1966 que “El hombre se hallará en un proceso de agonía en tanto el problema del lenguaje se encuentre encandilándonos en nuestro horizonte cada vez con mayor potencia”. Pero, ¿quién es el ‘nosotros’ que percibe o posee tal horizonte?”.

Sin embargo, Anderson tampoco ve en el Foucault tardío la intrusión de un Sujeto Occidental que se halla en estado de ignorancia, un Sujeto que marca su dominio con la desaprobación. Anderson considera la actitud de Foucault del modo habitual, como la desaparición del Sujeto cognoscente como tal; y en Derrida, Anderson encuentra el desarrollo final de esta misma tendencia: “En el hueco del pronombre ‘nosotros’ yace la aporía de este proyecto” (Anderson, 1983: 52).

Considérese, finalmente, el triste dictum de Said, que deja entrever una profunda desconfianza por la noción de “textualidad”: “La tarea crítica de Derrida nos lleva hasta dentro del texto, la de Foucault se mueve dentro y fuera de él” (Said, 1983: 183).

Por mi parte, he tratado de hacer convincente la idea de que existe una preocupación mayúscula por la política de los oprimidos y que un reiterado pedido de autoridad a Foucault puede ocultar la actitud de privilegiar lo intelectual y del sujeto “concreto” de la opresión que, de hecho, es el que realiza el pedido. Mirando las cosas desde un ángulo opuesto, aunque aquí no tenga la intención de pasar revista a la opinión específica de Derrida promovida por críticos tan prestigiosos [como Eagleton, Anderson y Said], quiero dedicar la siguiente parte del debate a algunos puntos de la obra de Derrida que contienen una utilidad de largo alcance para los pueblos que se hallan fuera del Primer Mundo.

Esto no es una disculpa; Derrida es, verdaderamente, de difícil lectura y el objeto de su estudio es la filosofía clásica. Con todo, Derrida resulta menos peligroso —cuando se lo entiende— que el baile de máscaras intelectual del Primer Mundo como el ausente sin representación que deja que los oprimidos hablen por sí mismos.

Voy a considerar un capítulo que Derrida escribió en la década del 60. Se trata de “De la gramatología como ciencia positiva” (Derrida, 1967). En este capítulo, Derrida discute la idea de si la “deconstrucción” puede conducir a una práctica adecuada, ya sea ésta crítica o política.

La cuestión es, entonces, cómo lograr que un Sujeto etnocéntrico mantenga la objetividad en el propio establecimiento de sí mismo en el momento de definir selectivamente al Otro. Este no es un proyecto, en rigor, para el Sujeto como tal; más bien se trata de una plataforma para el intelectual occidental benevolente. Sin embargo, la especificidad del problema es la cuestión central para aquellos de nosotros que sienten que el “sujeto” tiene una historia y que la tarea del sujeto del conocimiento del Tercer Mundo en nuestro momento histórico es resistir y criticar el “reconocimiento” de ese Tercer Mundo cuando éste se logra por “asimilación”.

Con el objeto de proponer una crítica de los hechos más que una crítica basada en el patetismo del impulso eurocéntrico del intelectual europeo, Derrida admite que no puede formular al “Primer Mundo” las preguntas que habría que responder para establecer los límites de su argumentación. Este autor, sin embargo, en ningún momento sostiene que la gramatología pueda elevarse más allá del empirismo, según lo expone Frank Lentricchia, dado que esa categoría, como sucede con el misma empirismo no sirve para contestar a las cuestiones primeras.

En este sentido, Derrida coloca el conocimiento “gramatológico” a la par de los problemas que surgen en la investigación empírica. Por lo tanto, “la deconstrucción” no sería un nuevo término para “la desmistificación ideológica”, pues cuando la investigación empírica busca refugio en el campo del conocimiento gramatológico “debe operar con ‘ejemplos”‘ (Derrida, 1967: 98).[56]

Los ejemplos que Derrida despliega para mostrar los límites de la gramatología como ciencia positiva provienen de una auto-justificación ideológica apropiada dentro de un proyecto imperialista. En el siglo XVII, afirma este autor, existían tres tipos de “prejuicios” que, operando en la historia de la escritura constituían, un “síntoma de la crisis de la conciencia europea” (Derrida, 1967: 99): “el prejuicio teológico”, “el prejuicio chino” y “el prejuicio jeroglifista”.

El primero puede resumirse en la idea de que Dios escribió un texto primigenio y natural en hebreo o en griego. El segundo indica que el chino es el patrón perfecto para la escritura filosófica, pero es sólo un patrón, pues la escritura filosófica “es independiente con respecto a la historia” (Derrida, 1967: 105) y transformaría a la lengua china en una escritura fácil de aprender que habría de superar al idioma chino actual.

El tercer prejuicio sostiene que la escritura egipcia es demasiado sublime como para ser descifrada. El primer prejuicio mantiene la “actualidad” del hebreo o el griego, los últimos dos (“el racional” y “el místico”, respectivamente) entran en colisión con el fin de sostener al primero, donde se ubica el centro del logos visto como el Dios judeo-cristiano (la apropiación del Otro del helenismo a través de asimilación es una historia ya antigua) —un “prejuicio” todavía sostenido con el objetivo de dar a la cartografía del mito judeo-cristiano el estatuto de una historia geopolítica:

“El concepto de la escritura china funcionaba como una especie de alucinación europea. (…) …ese funcionamiento obedecía a una necesidad rigurosa. (…) No estaba perturbada por el saber, limitado pero real, del que entonces se podía disponer en relación con la escritura china, / Al propio tiempo que el “prejuicio chino”, un “prejuicio jeroglifista” había producido el mismo efecto de enceguecimiento interesado. El ocultamiento, lejos de proceder, en apariencia, del desprecio etnocéntrico, adquiere la forma de la admiración hiperbólica.

No hemos terminado aún de verificar la necesidad de este esquema. Nuestro siglo no se ha liberado de él: siempre que el etnocentrismo es precipitada y ruidosamente conmovido cierto esfuerzo se resguarda silenciosamente detrás de lo espectacular para consolidar una situación interna y extraer de él cierto beneficio de puertas adentro. (Derrida, 1967: 106) [Traducción modificada por J.A.; subrayado de la autora]

Derrida pasa, luego, a ofrecer dos posibilidades características para solucionar el problema del Sujeto Europeo, que busca presentar a un Otro que consolide la situación interna, su propio estatuto de sujeto. Lo que sigue en el texto de Derrida es un rendimiento de cuentas de la complicidad entre la escritura —la apertura de la sociedad privada y pública— y las estructuras del deseo, el poder y el devenir del capitalismo. En este momento, el autor deja fuera de consideración la vulnerabilidad de su propio deseo de conservar algo que es, paradójicamente, al mismo tiempo, inefable y no-trascendental.

Al criticar la producción del sujeto colonial, este lugar inefable y no-trascendental (“histórico”) es llenado por el sujeto subalterno.

Derrida cierra el capítulo volviendo a mostrar que el proyecto de la gramatología debe desarrollarse dentro del discurso de la presencia. Esto implica no una crítica de la presencia, sino la toma de conciencia de que el itinerario del discurso de la presencia en la propia crítica es un llamado de atención precisamente en contra de una pretensión demasiado declarada en favor de la transparencia de los motivos, la palabra “escritura” como denominación del objeto y el modelo de la gramatología es una práctica que “no podía llamarse escritura sino en la clausura [clôture: área cerrada] histórica, vale decir en los límites de la ciencia y la filosofía” (Derrida, 1967: 126).

En estos pasajes Derrida se encuentra alineándose con Nietzsche y con los discursos filosóficos y psicoanalíticos, más que con categorías específicamente políticas, con el fin de sugerir una crítica al eurocentrismo en la constitución del Otro.

Como intelectual postcolonialista, no me siento perturbada por el hecho de que esta postura no haya sido una vía para mí —como parece ser inevitablemente para los europeos— hacia la meta específica que esta crítica hace necesaria. Más importante me parece, en cambio, que, en tanto filósofo europeo, Derrida consiga expresar la tendencia del sujeto europeo de constituir al Otro como marginal al etnocentrismo y que le dé un lugar a ese proceso como problema, con todos sus empeños logocéntricos y, por lo tanto, gramatológicos (dado que la tesis central del capítulo es la complicidad entre los dos): y no como un problema general, sino europeo.

Dentro de este contexto del etnocentrismo, Derrida trata denodadamente de desjerarquizar al Sujeto del pensamiento o del conocimiento, a pesar de ser el “blanco textual” (Derrida, 1967: 126); pero lo que es pensamiento por ser “un pasaje vacío”, sigue estando en el texto y, por ello, debe ser consignado como el Otro de la historia. Este vacío [blankness] inabordable fijado en sus límites por un texto interpretable es lo que un crítico postcolonialista del imperialismo querría ver desplegado dentro del área acotada de Europa como el lugar de la producción de teoría.

Los críticos e intelectuales postcolonialistas podemos intentar desplazar su propia producción sólo presuponiendo ese vacío como inscripto en el texto. Pero dar cuenta del pensamiento o del sujeto pensante haciéndolo visible o invisible parece, en cambio, ocultar el reconocimiento implacable del Otro logrado a través de la asimilación. Con tales recaudos Derrida, entonces, no proclama que “se deje hablar al otro/ a los otros”, sino que convoca a un “llamado” al “otro por completo” (tout-autre, como opuesto al otro que se afirma a sí mismo) para “transmitir a modo de delirio esa voz interior que es la voz del otro en nosotros”.[57]

Derrida considera al etnocentrismo de la ciencia europea de la escritura en el siglo XVII tardío y temprano siglo XVIII como un síntoma de la crisis general de la conciencia en Europa.

Naturalmente que esto es parte de un síntoma más amplio, o quizás la crisis misma en el lento pasaje del feudalismo hacia el capitalismo a través de las primeras oleadas del imperialismo capitalista. Por mi parte, me parece que el trayecto de reconocimiento a través de la asimilación del Otro puede ser trazado de modo más interesante aun en la constitución imperialista del sujeto colonial que en las incursiones reiteradas hacia el psicoanálisis o hacia la “figura” de la mujer, aunque la importancia de estos dos enfoques dentro del deconstruccionismo no debería ser minimizada. Pero Derrida no entró (o quizás no pudo entrar) en ese campo de lucha.

Cualesquiera que sean las razones para esta ausencia específica, lo que me parece útil es el trabajo sostenido y en desarrollo todavía sobre la mecánica de la constitución del Otro.

Podemos usar esto con mayor ventaja analítica e intervencionista que las pretensiones de autenticidad del Otro. A este nivel, lo que sigue siendo útil en Foucault es la mecánica de la disciplinarización e institucionalización, es decir, la constitución del colonizador. Foucault no lo relaciona con ninguna versión, temprana o tardía, proto o post-imperialista. Pero ello es muy fructífero para los intelectuales preocupados por la decadencia de Occidente.

La seducción en aquéllos (y el temor en nosotros) radica en que puedan permitir la complicidad del sujeto que investiga (el profesional masculino o femenino) para disfrazarse a sí mismos detrás de una pretensión de claridad de objetivos [transparency].

IV

¿Puede hablar el sujeto subalterno? ¿Qué es lo que los círculos de élite deben hacer para velar por la continuación de la construcción de un discurso subalterno? En este contexto la cuestión de la “mujer” parece especialmente problemática. En una palabra: si se es pobre, negra y mujer la subalternidad aparece por triplicado.

Pero, sin embargo, si esta formulación se transfiere desde el contexto del Primer Mundo al del mundo post-colonial (que no es lo mismo que el Tercer Mundo), la cualidad “negro” o “de color” pierde mucho de su connotación persuasiva. La estratificación necesaria para la constitución del sujeto colonial en la primera fase del imperialismo capitalista hace de la marca “color” un elemento inútil como significante emancipador.

Enfrentados ante la feroz benevolencia normalizadora de la mayor parte del radicalismo humanista y científico en los Estados Unidos y Europa (con su reconocimiento por asimilación),y ante el creciente aunque heterogéneo cese del consumismo en la burguesía “compradora” de la periferia y la exclusión de los márgenes de esa misma articulación de los centros de la periferia (los “verdaderos y diferentes grupos subalternos”), en esta área la analogía de conciencia de clase más que conciencia de etnia parece prohibida tanto a nivel histórico, como disciplinar y prácticamente.

Y esto sucede de modo igual para los grupos de izquierda como para los representantes de las derechas. No se trata, empero, justamente de una cuestión de desfasaje doble como no lo es tampoco de encontrar una alegoría psicoanalítica que permita la adaptación de la mujer del Tercer Mundo al del Primero.

Los reparos que acabo de expresar son válidos si hablamos de la conciencia en la mujer subalterna, o de modo más aceptable, en el sujeto subalterno. Lo que se requiere hoy en día es hacer informes, o mejor dicho, participar en trabajo anti-sexista entre mujeres de color o entre mujeres bajo opresión de clase en el Primer Mundo o en el Tercero. Al mismo tiempo, habremos de recibir de buen grado todo lo que tenga que ver con el rescate de información en estas áreas silenciadas relacionada con la antropología, las ciencias políticas, la historia y la sociología.

Sin embargo, asumir y construir la conciencia y al sujeto, implica tal esfuerzo y voluntad que, a la larga, ello viene a converger con la tarea de constitución de un sujeto imperialista, entrelazando la violencia epistémica con los avances del aprendizaje y de la civilización. Y la mujer subalterna seguirá muda como siempre.[58]

En un campo tan acotado como éste, no es fácil formular la pregunta sobre la toma de conciencia de la mujer subalterna. En este sentido, resulta más urgente recordarles a los radicales pragmáticos que una pregunta semejante no es simplemente un modo idealista de desviar la atención de lo que importa. Aunque todos los proyectos feministas o anti-sexistas no pueden reducirse al mencionado, ignorarlo sería un gesto de falta de conocimiento político, que, por otra parte, tiene una larga data y que colabora con ese radicalismo masculino que hace que el lugar de enunciación del investigador sea tan evidente.

Buscando aprender a dirigirse al sujeto históricamente mudo representado en la mujer subalterna (más bien que intentando escucharla o hablar por ella), una intelectual postcolonialista “desaprende” sistemáticamente privilegios acordados a la mujer. Este desaprendizaje sistemático implica aprender a criticar el discurso postcolonialista con las mejores herramientas que él mismo puede proveer y no simplemente a sustituir la figura ya perdida del “colonizado”.

Así, cuestionar la mudez nunca cuestionada antes de la mujer subalterna dentro del proyecto antiimperialista de los estudios sobre subalternidad no es, como sugiere Jonathan Culler, “producir una diferencia difiriendo” o “apelar a…la identidad sexual definida como esencial y privilegiar las experiencias asociadas con esa identidad”.[59]

La versión de Culler del proyecto feminista es posible dentro de lo que Elizabeth Fox-Genovese ha llamado “La contribución de las revoluciones democrático-burguesas al individualismo social y político de las mujeres”.[60] Muchas de nosotras estuvimos obligadas a comprender el proyecto feminista según lo describe Culler en este momento, ya cuando estábamos, como en mi caso, todavía organizando la agitación en los centros académicos norteamericanos.[61]

Eso significó para mí un paso necesario en mi propia educación hacia un “desaprendizaje” y sirvió para consolidar la convicción de que el proyecto principal del feminismo occidental continúa y, al mismo tiempo, desplaza la batalla hacia el derecho al individualismo entre hombres y mujeres en situaciones de una movilidad social creciente.

Es posible suponer que el debate entre el feminismo de Estados Unidos y la “teoría” europea (según se la presenta generalmente entre las mujeres de Norteamérica e Inglaterra) ocupa un rincón muy importante en ese mismo campo. Yo veo con agrado la incitación a que el feminismo norteamericano se vuelque más hacia la “teoría”. Me parece, sin embargo, que el problema de un sujeto mudo en el caso de la mujer subalterna, aunque no sea solucionado por una búsqueda “esencialista” de orígenes perdidos, no puede tampoco encontrar la respuesta en más teoría dentro del ámbito anglo-americano.

La exhortación a una mayor utilización de un pensamiento teórico se presenta a menudo en nombre de una crítica del “positivismo”, que aparece en este contexto como idéntico al  “esencialismo”. Sin embargo, Hegel, el introductor moderno del “trabajo de la negación”, no se mantenía ajeno a la noción de esencias.

Para Marx, justamente, la curiosa persistencia del esencialismo dentro de la dialéctica era un problema profundo y en ebullición. Así puede considerarse espuria la estricta oposición binaria entre positivismo/esencialismo (léase EE.UU.), por un lado, y la “teoría”, (léase, la teoría francesa o franco-alemana a través de la angloamericana), por otro.

Además de ocultar la ambigua complicidad entre el esencialismo y la crítica al positivismo (puesta de relieve en el capítulo de su libro que Derrida tituló “De la gramatología como ciencia positiva”), esta corriente yerra al dar por sentado que el positivismo no es una teoría. Con esta jugada se pretende la aparición de un nombre propio, una esencia positiva: la Teoría. Y nuevamente lo que queda sin considerar es el lugar de enunciación del investigador.

Cuando esta polémica por los territorios se desplaza al Tercer Mundo, no se produce ningún cambio en la cuestión del método. La discusión no puede tomar en cuenta, en rigor, que no existen registros de elementos para constituir el itinerario de una huella del sujeto sexuado que permitan ubicar la posibilidad de la diseminación en el caso de la mujer como individuo subalterno.

A pesar de todo, veo con buenos ojos que el feminismo haga causa común con la crítica al positivismo y la desfetichización de lo concreto. Estoy muy lejos de sentir aversión por el hecho de aprender algo gracias al trabajo que realizan los teóricos occidentales, aunque también he aprendido ya a insistir en que se debe señalar el propio posicionamiento del sujeto que investiga. Dadas esas condiciones y en calidad de crítica literaria, me he dedicado, por necesidad táctica, a examinar el inmenso problema de la conciencia de la mujer como individuo subalterno.

Así reinventé el problema en una frase, transformándola en el objeto de una simple semiosis: ¿Qué significa esa proposición? La analogía pasa aquí por la victimización ideológica de un Freud y el posicionamiento de un intelectual postcolonialista como sujeto investigador.

Como ha demostrado Sarah Kofman, la profunda ambigüedad en el uso freudiano de la mujer como chivo emisario es una reacción y una formación hacia un deseo inicial y continuo de dar una voz a la histérica, de transformarla en el sujeto de la histeria.[62]

La formación masculinamente imperialista e ideológica que dio forma a este deseo moldeándolo como la “seducción de la hija” es parte de la misma formación que construye la monolítica figura de “la mujer del Tercer Mundo”. Como intelectual postcolonialista, yo tampoco he podido desligarme de esa misma influencia. Por ello, parte de nuestro proyecto de “desaprendizaje” consiste en dar articulación a esa formación ideológica — midiendo los silencios, si es necesario — para introducirla dentro del objeto de investigación.

Así, en el momento de considerar estas preguntas: ¿Puede hablar el sujeto subalterno? y ¿Puede narrar un sujeto subalterno (en tanto mujer)?, nuestros esfuerzos por dar una voz al individuo subalterno en la historia van a estar doblemente expuestos a correr el riesgo del discurso freudiano. Como resultado de estas reflexiones, ensamblé las frases del siguiente modo: “Los hombres blancos están protegiendo a las mujeres de piel oscura de los hombres de piel oscura” con un ánimo no demasiado diferente de aquél que se encuentra en las investigaciones de Freud cuando arma la frase “Ein Kind wird geschlagen” (“Le pegan a un niño”).[63]

El uso que en este caso hace Freud no implica una analogía isomórfíca entre la formación del sujeto y la conducta del colectivo social, que es también una práctica frecuente —acompañada a menudo de una referencia a Wilhelm Reich— en la conversación mantenida entre Deleuze y Foucault. De este modo, esto no significa que yo esté sugiriendo que mi frase indica una fantasía colectiva sintomática de un itinerario colectivo de represión sadomasoquista

en una empresa imperialista colectiva. Existe una simetría satisfactoria en tal alegoría, por cierto, pero yo invitaría al lector a considerar lo expuesto como un problema de psicoanálisis “salvaje” [lego o incompetente], más bien que como una solución definitivamente establecida.[64]

Del mismo modo como cuando Freud insiste haciendo a la mujer el chivo emisario de la situación descrita en “Ein Kind wird geschlagen”,[65] pero también en otros de sus textos, ello revela su interés político, aunque de modo imperfecto, también mi insistencia en la producción del sujeto imperialista en relación con mi frase pone en evidencia mi lugar político de enunciación.

Por otro lado, yo estoy tratando de imbuirme del aura que posee la metodología general freudiana en la estrategia de una frase que Freud construyó como una afirmación sacada de las muchas confesiones que su paciente le comunicó. Esto, sin embargo, no significa que yo haya de ofrecer un caso de transferencia como un modelo isomórfico para la transacción entre lector y texto (el texto sería aquí mi frase). La analogía entre transferencia y crítica literaria o historiografía no es más que una fructífera catacresis.[66]

Decir que el sujeto es un texto no autoriza a la inversión del tipo “el texto verbal es un sujeto”.

Más bien me siento fascinada por el modo en que Freud realiza el predicado de una historia de represión que conduce a la producción de la frase final. Es una historia con un doble origen, uno oculto en la amnesia de la niña[67] y el otro localizado en nuestro pasado arcaico, donde se asume de modo implícito un espacio pre-originario en el que el ser humano y el animal no se hallaban todavía diferenciados. Así nos inclinamos a imponer una homología de la estrategia freudiana al discurso marxista para explicar la disimulación de la economía política imperialista y esbozar una historia de la represión que produce una proposición como la que yo presento. Esta historia tiene también un doble origen, uno escondido en la manipulación detrás de la abolición del sacrificio de las viudas llevada a cabo por Gran Bretaña en 1829;[68] el otro se halla ubicado en el pasado clásico y védico de la India hindú: el Rg-Veda y el Dharmasãstra. Sin ninguna duda, existe también un espacio pre-originario indiferenciado que sirve de soporte a esta historia.

La proposición construida por mí es una muestra de entre los muchos desplazamientos surgidos para describir la relación entre los hombres de piel oscura y los blancos (donde a veces se hallan implicadas las mujeres de los dos grupos). Esa afirmación se ubica, por lo tanto, entre otras que expresan “admiración hiperbólica” o una culpa piadosa que Derrida comenta en conexión con el “prejuicio jeroglifista”. La relación entre el sujeto imperialista y sus temas puede ser considerada, cuando menos, ambigua.

La viuda hindú asciende a la pira del marido muerto para inmolarse sobre ella. Esto es conocido como “el sacrificio de la viuda”. (La transcripción tradicional del término sánscrito para “viuda” sería sati, pero los primeros colonizadores británicos lo habían transcripto como suttee). Este rito no tenía alcance universal ni era establecido en relación a la casta o a la clase social. Pero la abolición del rito por parte de los británicos fue algo comprendido en general dentro de la máxima “Los hombres blancos están protegiendo a las mujeres de piel oscura de los hombres de piel oscura”. Las mujeres blancas — según consta en los registros de las misionarias británicas del siglo XIX hasta el de Mary Daly — no han producido una interpretación

que valiera como comprensión alternativa del fenómeno. En contraste con esto, el argumento nativista indio se presenta como una parodia de la nostalgia por los orígenes perdidos: “Las mujeres deseaban, en realidad, la muerte”.

Las dos afirmaciones recorren un largo camino hasta encontrar su mutua legitimación.

Pero lo que no se oye es el testimonio de la propia voz de la conciencia femenina. Tal testimonio no sería, por cierto, tampoco trascendente ideológicamente o sería catalogado como “completamente” subjetivo, pero habría servido para sentar las bases de producción de una afirmación contraria. Al repasar los nombres (grotescamente mal transcriptos) de aquellas mujeres, las viudas sacrificadas, incluidos en los informes policiales de los registros de la East India Company, es imposible pensarlos emitiendo una “voz”. Lo máximo que puede deducirse es la inmensa heterogeneidad que se filtra a pesar de la ignorancia que trasunta semejante esbozo de rendimiento de cuentas (así, las castas, por ejemplo, aparecen descritas como “tribus”). Ante el entramado dialéctico que representan las dos afirmaciones: “Los hombres blancos están protegiendo a las mujeres de piel oscura de los hombres de piel oscura” y “Las mujeres deseaban, en realidad, la muerte”, la mujer intelectual postcolonialista formula la pregunta de una simple semiosis: ¿Qué significa esto?, para comenzar a tejer una historia.

Marcando el momento en que nace no sólo una sociedad civilizada, sino también una “buena sociedad” en el seno de una confusión interna, es el momento también en que se invocan a menudo acontecimientos singulares que infringen la letra de la ley para realzar en ella su espíritu. “La protección de las mujeres” llevada a cabo por varones a menudo suministra tales ocasiones. Se nos recordó, por otro lado, sin embargo, que los colonizadores hacían gala de su absoluta pretensión de no interferir en las costumbres y las leyes nativas. Es interesante, entonces, prestar atención a la invocación de esa transgresión sancionada de la letra en aras del espíritu como puede leerse en la afirmación de J.D.M.Derrett: “La verdadera primera legislación en la Ley Hindú fue llevada a cabo sin el consentimiento de un solo hindú”.

La legislación carece aquí de nombre. La próxima proposición donde la medida aparece con su denominación es igualmente muy interesante si se consideran las implicaciones de una supervivencia, después de la descolonización, de la “buena” sociedad establecida durante el dominio colonial: “La recurrencia del sati en la India independiente es un resurgimiento oscurantista que no ha de sobrevivir por mucho tiempo ni siquiera en las regiones más atrasadas del país.”[69]

En este caso lo que me interesa no es si la afirmación de Derrett es correcta o no, sino que la protección de la mujer (hoy en día de “la mujer del Tercer Mundo”) deviene un significante para el establecimiento de una buena sociedad que, en determinados momentos fundacionales, debe transgredir la mera legalidad o la justicia de las políticas legales. En este caso particular, el proceso permitió también la redefinición como crimen de lo que había sido tolerado, conocido o inclusive alabado como ritual.

En otras palabras, este ejemplo paradigmático en la legislación hindú trascendió los límites entre lo público y lo privado.

Aunque la narrativa histórica foucaldiana al ocuparse sólo de Europa Occidental, descubre nada más que tolerancia para la criminalidad hasta la fecha del desarrollo de la criminología, a finales del siglo XVIII (Derrida, 1972-1977: 41), su descripción teórica de la episteme es aquí pertinente: “La episteme es el ‘dispositivo’ que hace posible la separación no entre lo verdadero y lo falso, sino de lo que no puede ser caracterizado como científico” (1972-1977: 197); es decir, el ritual opuesto al crimen, donde lo primero cae bajo la superstición y lo segundo bajo las ciencias jurídicas.

El salto dado por el suttee de lo privado a lo público establece una clara aunque compleja relación con el momento de cambio de una presencia británica que pasa de mercantil y comercial a territorial y administrativa. Ello puede ser rastreado en correspondencia con las instituciones como los destacamentos policiales, los tribunales de primera instancia y los otros, así como los tribunales de directores y del príncipe regente, etc.

Es interesante notar, además, que desde el punto de vista de un “sujeto colonial”, también salido del feudalismo y de la transición al capitalismo, sati es un significante con una connotación social inversa:

Se trata de grupos que se han vuelto psicológicamente marginales a causa del impacto que les ha producido el contacto con la occidentalización…y se han sentido presionados a demostrar, a otros y a sí mismos, su pureza ritual y su lealtad a la alta cultura tradicional. Para muchos de ellos el rito de sati se tornó una prueba importante de su conformidad a viejas normas cuando esas mismas normas se habían vuelto vacilantes desde adentro.[70]

Si este el primer origen histórico de la frase que presento como paradigmática, ese origen se pierde en la noche de los tiempos que incluye el trabajo, el relato de la expansión capitalista, la paulatina liberación de la fuerza del trabajo como mercancía, la narrativa de los modos de producción y la transición del feudalismo pasando por el mercantilismo hasta llegar al capitalismo.

Sin embargo, la precaria normatividad de esta narración está sostenida por la supuesta constancia en la falta de cambio y en el abismo que separa el modo “asiático” de producción. Se afirma esto cada vez que se hace evidente que la historia de la lógica del capital es la historia de Occidente, que el imperialismo establece la universalidad del modo narrativo de producción y que ignorar al individuo subalterno hoy en día es, quiérase o no, continuar con el proyecto imperialista.

El origen de mi frase paradigmática se pierde, entonces, al mezclarse con otros discursos más poderosos. Dado que la abolición de sati fue en sí misma admirable, ¿es posible todavía maravillarse que su descubrimiento revelara deseos intervencionistas, considerando quién podría haber acuñado semejante frase?

La imagen del imperialismo como la instancia que estableció la buena sociedad en la India aparece acompañada por la idea de la mujer como objeto de protección desde su propio modo de ser. ¿Cómo es posible analizar la disimulación en la que incurre la estrategia patriarcal, que aparentemente le garantiza a la mujer libre elección como sujeto?

En otras palabras, ¿cómo se hace el pasaje desde lo británico a lo hindú? Aun este intento debe mostrar que el imperialismo no puede identificarse con el cromatismo o el mero prejuicio contra la gente de color. Para acercarse a esta cuestión, me referiré brevemente al Dharmasãstra (Escrituras fundamentales) y al Rg-Veda (Conocimiento de alabanza).

Estos textos representan el origen arcaico en mi homología con Freud. Por supuesto que mi tratamiento del tema no será exhaustivo. Mis lecturas son, más bien, un análisis interesado e inexperto, proveniente de una mujer salida del postcolonialismo, que se dirige al modo cómo se construye la represión con el fin de construir una narración alternativa de la conciencia femenina, es decir, del ser de la mujer, y por lo tanto, de la mujer que es buena, o sea: del deseo de la mujer buena; o sea: del deseo de la mujer. Paradójicamente, somos testigos del lugar inestable que ocupa la mujer en la inscripción de una individuación social.

Los dos aspectos en el Dharmasãstra que me interesa tratar son el discurso sobre los suicidios sancionados por la tradición y la naturaleza de los ritos fúnebres.[71] Enmarcada entre estos dos discursos, la auto-inmolación de las viudas parece una excepción a la regla. La doctrina de las Escrituras indica en general que el suicidio es reprensible. Queda un margen, sin embargo, para ciertas formas de suicidio que, en tanto realizaciones que siguen una determinada regulación, pierden la categoría de suicidios. La primera categoría de suicidios codificados surge del tatvajnãna, o conocimiento de la verdad.

En este caso el sujeto cognoscente comprende la insubstancialidad o la mera condición de fenómeno (que puede llegar a ser lo mismo que la afenomenalidad) de su propia identidad. En cierto momento, tat tva fue interpretado como “lo tú” [en inglés: “that you”], pero aun sin esta lectura, tatva significa “cosidad” [en inglés: “thatness”, “quiddity”]. Así, ese yo iluminado conoce verdaderamente la “cosidad” de su identidad. La destrucción de esa identidad no es atmãghãta (un asesinato de sí mismo). La paradoja de conocer los límites del conocimiento es que la afirmación más fuerte del operativo para negar la acción no puede ser un ejemplo de sí mismo.

De modo curioso, el auto-sacrificio de los dioses es sancionado por una ecología natural práctica para la elaboración de la economía de la Naturaleza y del Universo, más que para el auto-conocimiento. En este estadio lógicamente anterior en la cadena particular de desplazamientos, al estar habitados por dioses más que por seres humanos, suicidio y sacrificio (ãtmaghãta y ãtmadãna) se presentan con la pequeña diferenciación de una sanción “interior” (auto-conocimiento) o “exterior” (relacionado con un significado físico ecológico).

Este discurso filosófico, sin embargo, no deja lugar para el auto-sacrificio de la mujer.

Para este caso especial, buscamos la esfera de los suicidios codificados que no pretendan conocimiento de la verdad como un estado que, en todo caso, es fácilmente verificable y pertenece al área de sruti (lo que fue oído) más que smirti (lo que fue recordado). Esta excepción a la regla general sobre el suicidio anula la identidad fenoménica del auto-sacrificio, si éste aparece realizado en ciertos lugares más que en cierto estado de iluminación. En este sentido, pasamos de una sanción interior (conocimiento de la verdad) a una exterior (lugar de peregrinación). Una mujer puede, entonces, llevar a cabo este último tipo de suicidio que no es considerado tal.[72]

Sin embargo, éste no es el lugar apropiado para que la mujer anule el nombre propio de “suicidio” en virtud de la destrucción de su propio yo. Para ella se trata solamente de una autoinmolación sobre la pira de su marido muerto. (Los pocos ejemplos masculinos citados en la antigüedad hindú de auto-inmolación en otra pira, considerados prueba de entusiasmo o devoción hacia un maestro o superior, revelan la estructura de dominación dentro del rito).

Este suicidio que no es tal puede leerse como el simulacro tanto de un conocimiento de la verdad como de piedad del lugar. En el primer caso es como si el conocimiento dentro de un sujeto de su propia insubstancialidad y la mera fenomenalidad se dramatizaran de modo tal que el marido muerto deviniera el ejemplo exteriorizado y el lugar del sujeto extinguido, mientras que la viuda se tornaría el (no) agente que “dramatiza el operativo”. Si pensamos en el segundo caso de simulacro, sería como si la metonimia para todos los lugares sagrados fuera ahora ese lecho de madera ardiente, erigido en un elaborado ritual, donde se consume el sujeto femenino, legalmente desplazado de sí.

Es justamente en este marco profundamente ideológico del lugar desplazado del sujeto mujer donde entra en juego la paradoja de una libre elección. Para el sujeto masculino, se trata de la felicidad del suicidio, una felicidad que ha de anular más que establecer su estatuto como tal. Para el sujeto femenino, una auto-inmolación sancionada, aun si hace desaparecer el efecto de “caída” (pãtaka) relacionada con un suicidio no permitido, redundaría en alabanza por su propio acto de elección pero sobre otro registro. En la producción inexorablemente ideológica del sujeto sexuado, tal muerte puede entenderse desde el sujeto femenino como un significante excepcional de su propio deseo, que excedería la regla general de la conducta de una viuda.

En ciertos períodos y regiones esta reglamentación de excepción se tornó ley general en modo específico relacionada con la clase social. Ashis Nandy da testimonio justamente de su predominio muy marcado en los siglos XVIII y comienzos del XIX en Bengala, debido a factores que van desde el control de la población a una misoginia comunitaria (Nandy, 1975).

Su predominio en esas áreas durante ese período se explica, por cierto, por el hecho de que en Bengala —a diferencia del resto de la India— las mujeres podían ser herederas. Entonces, lo que los británicos leían como el caso de pobres mujeres víctimas camino al matadero es de hecho un campo de batalla ideológico. Como ha apuntado correctamente P. V. Kane, el gran historiador del Dharmasãstra, al sostener que el hecho de que:

…que en Bengala la viuda de un miembro que no tiene hijos aun en una familia hindú extensa sea poseedora de prácticamente los mismos derechos sobre el conjunto de la propiedad familiar que habría tenido su marido fallecido… debe haber conducido con frecuencia a los miembros restantes a deshacerse de esa viuda apelando, en el momento de mayor angustia, a su devoción y amor por el mando. (Kane, 1963: II.2. 635)

A pesar de ello, la mirada masculina benevolente e ilustrada consideraba y sigue considerando con simpatía el “coraje” de la libre elección femenina en este asunto. Por consiguiente, los varones aceptan la producción del sujeto sexuado subalterno:

La India moderna no justifica la práctica de sati, pero sólo una mente torcida puede censurar a los indios de hoy por expresar admiración y reverenciar el frío e indoblegable coraje de las mujeres de la India cuando se tornaban satis o realizaban el jauhar para llevar a cabo sus ideales de conducta femenina. (Kane, 1963: II.2. 636).

Lo que Jean-François Lyotard ha denominado el “différend”, como la inaccesibilidad o la intraducibilidad de un modo de discurso dentro de una polémica hacia otro modo de discurso, aparece vividamente ilustrado en estos ejemplos.[73]

En tanto el discurso que los británicos percibían como un ritual pagano aparece transformado (Lyotard diría “no traducido”) en hecho criminal, una diagnosis del libre arbitrio femenino es sustituida por otra.

La auto-inmolación de las viudas no fue, por cierto, una prescripción ritual invariable. Y, sin embargo, si la viuda realmente decide exceder la letra del ritual, echarse atrás es una transgresión para la que se estipula un tipo especial de castigo (Kane, 1963: II.2. 633). Por oposición, ser disuadida después de haberse decidido a la inmolación, ante la presencia del oficial de la policía británica quien registraba el sacrificio, era en la viuda un signo de real libre elección, una elección por la libertad.

La ambigüedad de la posición de la élite colonial india se revela en la romantización nacionalista de pureza, fuerza y amor que se colocaba en las mujeres que elegían ser víctimas. Los dos textos claves al respecto son el canto de agradecimiento de Rabindranath Tagore dedicado a “las abuelas paternas de Bengala y a su auto-renuncia” y la alabanza del suttee por parte de Ananda Coomaraswamy como “la última prueba de la perfecta unidad entre el alma y el cuerpo” (Sena, 1925: 2. 913-914).

Obviamente no estoy .aquí abogando por el asesinato de viudas en la India. Lo que pretendo es sugerir que existen dos versiones contrapuestas de libertad, y que la constitución de sujeto femenino en la vida es el lugar del “diferendo”. En el caso de la auto-inmolación, el ritual aparece redefinido no como superstición sino como crimen. La gravedad de sati consistía, en cambio, en que era ideológicamente registrado como “recompensa”, así como la gravedad del imperialismo consistía en que era considerado como una “misión social”. La explicación de Edward Thompson con respecto al “castigo” es digna, por lo tanto, de un comentario. Este autor sostiene que:

Puede parecer injusto e ilógico que los mongoles empalaran y despellejaran vivos a los enemigos sin ningún empacho y que otras naciones europeas tuvieran terribles códigos penales y que un siglo antes que el suttee empezara a producir un impacto en la conciencia de los ingleses, en Europa se escenificaran orgías de quema de brujas y persecuciones religiosas sin que los europeos se sintieran lastimados en sus sentimientos.

Pero las diferencias se basaban para ellos en esto: que las víctimas de sus crueldades eran torturadas por medio de la ley que detectaba a quienes la infringían, mientras que las víctimas del suttee no eran castigadas por una infracción, sino que era la debilidad física la que las colocaba a merced del varón. El rito venía a probar así una falla moral y una arrogancia como no se había puesto en evidencia en ninguna otra transgresión humana. (Thompson, 1928: 132)

Entre la mitad y el fin del siglo XVIII, siguiendo el espíritu de la codificación de la ley, los británicos colaboraron en la India con brahmanes letrados, consultándolos para decidir si el suttee era legal dentro de la versión homogeneizada con que presentaban la legislación hindú.

La colaboración fue a menudo muy particular, como en el caso de la importancia acordada a la disuasión ante la inmolación. A veces, como en la prohibición general sãstrica en contra de la inmolación cuando ésta iba a tener lugar entre viudas con hijos pequeños, la actitud británica parece confusa.[74]

Al comienzo del siglo XIX, las autoridades británicas —y especialmente los británicos en Inglaterra— sugerían de modo constante que esa colaboración hacía aparecer a los ingleses como avalando las prácticas de inmolación. Cuando finalmente fue aprobada la ley, se borró automáticamente la historia de un largo período de colaboración, mientras se hacía escuchar un discurso celebratorio del hindú noble que se había opuesto al hindú malvado, capaz de toda clase de atrocidades:

La práctica del suttee…es repugnante a los sentimientos de la naturaleza humana…En diferentes instancias se han perpetrado atrocidades que han escandalizado a los mismos hindúes…Actuando bajo estas consideraciones, el Gobernador General en la Asamblea —sin intentar separarse de uno de los más importantes principios del sistema británico de Gobierno en la India que consiste en que a todas las clases de la población se les garantice la observancia de sus ritos religiosos, en tanto se pueda suscribir a ese sistema sin violar los excelsos dictados de la justicia y de la humanidad— se arroga el derecho de establecer las siguientes normas… (Kane, 1963: II.2, 624-625)

Por supuesto, nadie se dio cuenta de que aquí se trataba de una ideología alternativa como codificación graduada que veía el suicidio en tanto excepción y no como rotulación pecaminosa. Quizás, en cambio, el sati debió haber sido interpretado como martirio, donde el difunto habría aparecido como el Uno trascendental, o como la Guerra, y en ese caso el marido fallecido habría simbolizado al Soberano o al Estado, por cuyo motivo habría podido ponerse en movimiento una ideología transida con la idea de auto-sacrificio.

En realidad, el rito fue caratulado como asesinato, infanticidio y exposición mortífera de las más añejas tradiciones.

Así se produjo el exitoso borramiento de la ambigua ubicación del libre arbitrio para el sujeto constituido sexuadamente en tanto mujer. Y aquí no hay modo de seguir huellas de un itinerario. Dado que los otros suicidios sancionados por la tradición no incluían la escena de esta constitución, no se adscribieron en el campo de batalla ideológico en el origen arcaico —en la tradición del Dharmasãstra— ni en el marco de la reinscripción del ritual como crimen —que estipuló la abolición británica de sati. La única transformación relacionada fue la reinscripción realizada por Mahatma Gandhi de la noción de satyãgraha, o huelga de hambre; como acto de protesta. Éste no es el lugar para discutir los detalles de este enorme cambio. Simplemente me limitaré a invitar al lector a comparar el aura que pudo rodear al sacrificio de las viudas con el que rodeó la resistencia de Gandhi. La raíz etimológica de la primera parte de la palabra satyãgraha y sati es, sin embargo, la misma.

Desde el comienzo de la Era Puránica (desde el año 400), hubo brahmanes que se hallaban debatiendo la propiedad del sati corno forma de suicidio codificado en lugares sagrados en general (Un debate que no ha cesado en el ámbito académico). A menudo entraba en la cuestión la proveniencia: de casta. Rara vez, sin embargo, se debatía la ley general para las viudas —en cuanto a la obligación de observancia de brahmacarya. En este sentido, hay que decir que no es suficiente traducir este concepto como “soltería” [pero no existiría otro término más apropiado; en inglés: “celibacy”].

Debe hacerse notar que de los cuatro años del ser en la psico-biografía normativa hindú (o brahmánica), brahmacarya es la práctica social anterior a la inscripción familiar del matrimonio. El varón —ya se trate de un hombre viudo o casado— se gradúa al pasar por el vãnaprastha (la selva de la vida) hacía la “soltería” madura y renunciación de samnyãsa (el dejar de lado).[75]

La mujer como esposa es indispensable para garhasthya, o manutención de los bienes hogareños, y ella puede acompañar a su esposo a atravesar la selva de la vida. Según la norma brahmánica ella no tiene acceso, sin embargo, a la “soltería” final de ascetismo, o samnyasa. La mujer como viuda, por la regla general de la doctrina sagrada, debe regresar a un estadio anterior transformada en lo inmóvil. Los daños institucionales que acompañan a esta ley son bien conocidos, pero lo que yo estoy considerando aquí es el efecto asimétrico de ello sobre la formación ideológica del sujeto sexuado.

Es mucho más importante que no hubiera habido, en rigor, una polémica abierta en torno a este destino no excepcional de las viudas —ni entre los hindúes mismos ni en el diálogo entre hindúes y británicos— que el hecho de que fuera condenada activamente la prescripción excepcional de auto-inmolación.[76]

En este caso, la posibilidad de recuperación de un sujeto (sexualmente) subalterno aparece una vez más en un estado de pérdida y de sobre-determinación. Esta asimetría legalmente programada en el estatuto del sujeto que efectivamente define a la mujer como objeto de un marido, opera obviamente llevando agua para el molino del status simétricamente legal del sujeto masculino. La auto-inmolación de la viuda llega a ser, por este motivo, el caso extremo de la ley general más que la excepción a ella. No debe sorprender, por lo tanto, que se hable de recompensas celestiales para sati, dado que la cualidad de ser de un objeto que tiene un poseedor único aparece realzada en virtud de una rivalidad con otras mujeres, aquellas bailarinas que danzan en el cielo en estado de éxtasis, como parangones de belleza femenina y goce masculino que cantan en su alabanza:

En el cielo, ella, dedicada tan sólo a su marido y alabada por grupos de apsaras [bailarinas celestiales], se dedica a competir con su esposo tanto tiempo como imperen los catorce Indras. (Kane, II.2. 631)

Al ubicar el libre arbitrio de la mujer en la auto-inmolación, su profunda ironía se revela una vez más en un verso que acompaña el primer pasaje: “En tanto la mujer [como esposa: stri] no se queme a sí misma en la pira por la muerte de su marido, nunca será liberada [mucyate] de su cuerpo femenino [strisarir —es decir: en el ciclo de los nacimientos]”. Aun asociando muy sutilmente una liberación general a partir del agente individual, el suicidio sancionado por la tradición especialmente para las mujeres obtiene su estrictez ideológica por medio de una identificación de ese agente con una categoría supraindividual, como si dijera: “mátese en la pira de su marido ahora y así podrá aniquilar su cuerpo femenino en el ciclo entero de la procreación del futuro”.

En una ramificación más de esta paradoja, al destacar el libre arbitrio se ratifica, al mismo tiempo, la desdicha particular de poseer un cuerpo femenino. El término usado aquí para el ser que va a arder en la pira es el vocablo corriente de “espíritu” en el más elevado de los sentidos (ãtman); el verbo “liberar”, a través de su vínculo con la raíz de “salvación” en la acepción más sublime (muc>moska), aparece en su forma pasiva (mocyate); mientras que, en cambio, la palabra de aquello que será aniquilado en el ciclo de los nacimientos es el término más común para significar “cuerpo”.

El mensaje ideológico subyacente se hace evidente en la admiración puesta de manifiesto de modo benevolente por los historiadores masculinos del siglo XX: “El Jauhar [grupo de viudas de guerra en auto-inmolación provenientes del aristocrático Rajput o viudas de guerra inminentes] practicado por las damas de Rajput en Chitor y en otros lugares con el fin de salvarse de las inenarrables atrocidades de los musulmanes triunfantes es demasiado bien conocido como para desarrollarlo con detalle” (Kane, 1963: II.2. 629).

Aunque el jauhar no es, hablando estrictamente, un acto de sati y, aunque no quiero tratar aquí tampoco el tema de la violencia sexual tradicionalmente aceptada entre los conquistadores masculinos, ya sean musulmanes o no, es importante decir que la autoinmolación femenina aparece en este marco como una legitimación de la violación en tanto hecho “natural”, y obra a la larga dentro de una visión interesada de la posesión única genital de la mujer.

Las violaciones grupales perpetradas por los ejércitos conquistadores es una celebración metonímica de adquisición territorial. Del mismo modo que la ley general en torno a las viudas de la India se presentaba sin cuestionar, así también aquel acto de heroísmo persiste entre los relatos patrióticos contados a los niños, operando, al mismo tiempo, en el nivel más craso de reproducción ideológica. Ese relato ha jugado también un enorme papel, precisamente en su calidad de significante hiper-marcado, saliendo a la escena en el momento de actuación del comunitarismo hindú.

Simultáneamente, la problemática más amplia de la constitución del sujeto sexuado aparece ocultada por la silueta más imponente de la evidente violencia del acto de sati. Así la tarea de recuperación de un sujeto (sexualmente) subalterno se pierde en la textualidad institucional en las raíces de su origen arcaico.

Corno he dicho antes, al poder transferirse transitoriamente el estatuto del sujeto legal como poseedor de una propiedad al deudo femenino, se le daba una fuerza mayúscula al autosacrificio de las viudas. Raghunandana, el fines del siglo XV y comienzos del XVI, cuyas interpretaciones prestan supuestamente la mayor autoridad a tales prácticas de realce, hace suyo un curioso pasaje del Rg-Veda, el más antiguo de los textos hindúes, el primero de los Srutis (lo que fue oído).

Al hacerlo, continúa una centenaria costumbre que conmemora una lectura errónea, que es peculiar e ingenua, como sí allí estuviera el verdadero lugar de la sanción de la tradición. Se trata de versos que ponen de relieve ciertos pasos en el decurso de los rituales fúnebres. Pero aun una simple lectura pone en evidencia que “no está dirigido de ninguna manera a mujeres que acaban de enviudar, sino a las damas que forman parte de la servidumbre del hombre fallecido, pero cuyos propios maridos se hallan con vida”; ¿por qué fue considerado, entonces, un juicio autorizado?

La transposición no demasiado realzada del individuo fallecido, que toma el lugar de los maridos vivos, pertenece a un orden diferente de misterio en el origen arcaico entre los que hemos venido presentando. El texto prosigue: “Dejad que aquellas cuyos maridos son honorables y se hallan vivos entren en la morada con claros ungüentos en sus ojos./Dejad que esas mujeres entren primeras en la morada, sin llanto, llenas de salud y magníficamente ataviadas.” (Kane, 1963: II.2. 634).

Pero esta significativa transposición no es el único error. La pretensión de autoridad está basada en un controvertido pasaje que, además, es leído de modo diferente. En la segunda línea citada, el término para “primeras” es en el texto original “agr” Algunos han leído ese vocablo como “agn” (Oh, fuego). Como el mismo Kane aclara, sin embargo, “inclusive sin ese cambio Apararka y otros relacionan el pasaje con la práctica de sati” (Kane, 1963: IV.2. 199).

En este sentido, llegamos a un punto donde se produce otra barrera protectora frente al origen de la historia del sujeto femenino subalterno.

¿Se trata de otro caso de onirocrítica histórica que deba desplegarse sobre la base de una afirmación del tipo de las que hace Kane: “Por lo tanto, hay que admitir que o bien que la letra está corrompida o que Raghunandana cometió un desliz inocente” (Kane, 1963: II.2. 634). Hay que agregar, además, que el resto del poema trata sobre la ley general de brahmacarya en estado de inmovilidad para las viudas (donde sati es una excepción) o sobre nigoya: “señalar a un hermano o a cualquier deudo cercano para despertar la atención sobre el marido difunto llevando al altar a su viuda”.[77]

Así como Kane es la autoridad en el caso de Dharmasãstra el libro Principies of Hindú Law de Mulla es su guía práctica. Este análisis de textos correspondería a lo que Freud llamaría “lógica en cadena”, puesto que el manual de Mulla aduce, de modo igualmente lapidario, que los versos Rg-Védicos considerados eran la prueba de que: “el nuevo casamiento de las viudas y el divorcio eran reconocidos en algunos de los textos antiguos”.[78]

Sólo corresponde mostrar asombro ante el papel jugado por el término yoni. En este contexto, vinculado al adverbio de lugar agré (en el frente), yoni significa “morada”. Sin embargo, este sentido no borra su primera acepción genital (aunque no necesariamente referido sólo a los genitales femeninos). ¿Por qué, entonces, habría de tomarse como autoridad para explicar la elección de las viudas en el auto-sacrificio justamente un pasaje que celebra la entrada de mujeres ataviadas en una morada que en este caso se denomina yoni cuando habría una iconicidad extracontextual que remitiría más bien a una entrada en la producción pública o en el nacimiento?

Paradójicamente, la asociación entre la idea de vagina y fuego presta cierta fuerza a la pretensión de autoridad antes comentada.[79] Esta paradoja se ve acrecentada por la modificación introducida por Raghunandana quien lee lo siguiente: “Dejad que ellas asciendan primeras a la morada fluyente [en el sentido de “origen”], oh fuego <o de fuego>“. ¿Por qué se ha de aceptar, además, lo siguiente: “Probablemente esto significa que el fuego sea para ellas tan fresco como el agua’“ (Kane, 1963: 11.2. 634)? El fluido genital del fuego, es decir, una frase salida de un pasaje corrompido, podría representar una indeterminación sexual para suministrar la metáfora a la indeterminación intelectual de tattvajnãna (Conocimiento de la verdad).

En párrafos anteriores he hablado de una narración alternativa como construcción para la conciencia femenina> que termina siendo para la mujer que es buena> y de allí para el deseo de la mujer buena> que pasa a ser para el deseo de la mujer. Este desplazamiento puede ser visto también en el propio término de sati, la forma femenina de sat. Esta última palabra trasciende toda noción específicamente sexual de lo masculino, sin embargo, para ascender a la esfera no solamente de la universalidad humana sino al dominio de lo espiritual. Se trata del participio presente del verbo ‘‘ser”, y en este sentido significa no sólo lo “que es”, sino también “Verdad”/ “Dios”/ “Justicia”.

En los textos sagrados su sentido es “esencia”, “espíritu universal”. Como prefijo también indica “apropiado”, “oportuno”, “ajustado”. Por otro lado, pertenece al estilo suficientemente elevado como para servir de traducción a los términos de la filosofía occidental moderna, como se da, por ejemplo, en el uso del “Sein” heideggeriano.

Pero sati —la forma femenina— significa simplemente “buena esposa”.

Es el momento ahora de revelar que sati o suttee, como el nombre propio del rito de auto-inmolación de las viudas en la India, guarda la memoria de un error gramatical por parte de las autoridades británicas, del mismo modo que la nomenclatura de “indio americano” conmemora un error concreto por parte de Colón. La palabra en numerosas lenguas de la India significa “el arder de sati” (es decir, de la “buena esposa”), quien así escapa a la inmovilidad regresiva de la viuda en brahmacarya. Esto ejemplifica la hiper-marcación de etnia, clase y diferencia sexual en toda la situación. Pero tal vez esta sobre-determinación sólo puede ser percibida cuando se lleva a la parodia de sí misma, al mostrar cómo se impone sobre algunas mujeres una compulsión ideológica más extensa en el acto de provocar la identificación, dentro de la práctica discursiva, de la virtud de “buena esposa” con la auto-inmolación en la pira del marido.

En la otra cara de esta constitución del objeto, la abolición de aquello que justamente daría la ocasión para el establecimiento de una buena sociedad en la India, que va más allá de una sociedad puramente de buenas costumbres, es lo que estoy tratando de debatir, en tanto implica la manipulación hindú de la constitución del sujeto mujer.

Antes he mencionado la obra de Edward Thompson titulada Suttee y publicada en 1928. Aquí no puedo, sin embargo, dedicarle a esta obra el comentario que ella se merece como perfecto ejemplo de una verdadera justificación del imperialismo en su papel de misión civilizadora. He de decir, con todo, que en ningún momento de ese libro, escrito por alguien que declara “amar a la India”, se problematiza la injerencia británica y su “beneficiosa crueldad” como caso motivado por un expansionismo territorial o una planificación de capitalismo industrializado (Thompson, 1928: 37).

El problema que se halla en este libro es, por cierto, una cuestión de representación: la construcción de un concepto continuo y homogéneo de la categoría “India” en términos de autoridades del Estado y de administradores británicos, por lo menos desde la perspectiva del sentido común, que sería la expresión clara de un humanismo razonable. “La India” puede ser representada también, en otro sentido, por sus dominadores imperiales. La razón para las referencias a suttee en este párrafo tiene que ver con la versión que presenta Thompson de esta palabra desde la primera frase de su obra donde aparece con el sentido de “leal” (faithful), una traducción inadecuada que, siendo una licencia poética, le permite insertar al sujeto femenino en el discurso del siglo XX (Thompson, 1928: 15).

Considérese también el elogio de Thompson para el General Charles Hervey en su apreciación acerca del problema de sati: “En Hervey se encuentra un pasaje donde su autor consigue provocar piedad por un sistema que buscaba solamente la belleza y la constancia de la mujer. Así Hervey registró los nombres de satis que habían muerto en las piras de Bikanir Rajas, y la lista contenía “Reina del Rayo”, “Rayo de Sol”, “Delicia de Amor”, “Guirnalda”, “Virtud Encontrada”, “Eco”, “Consuelo”, “Claro de Luna”, “Frase de Amor”, “Corazón amado”, “Juego de la Mirada”, “Nacida del Follaje”, “Sonrisa”, “Capullo de Amor”, “Sino feliz”, “Vestida de Niebla” o “Salto de Nube”, siendo el último el más repetido”.

En esta cita, Thompson no hace más que imponer una vez más el mandato típico de la alta clase inglesa de la época victoriana sobre lo que el llama preferentemente “his woman”, tomando posesión de la mujer hindú para salvarla en contra del sistema. Además, Bikanir pertenece al área de Rajasthan, y allí cualquier discusión en torno al tema de la auto-inmolación, especialmente si se daba dentro de la clase dominante, se hallaba íntimamente vinculada a la construcción positiva o negativa del comunitarismo hindú (o ario).

Una consideración en cuanto a la transcripción erróneamente patética de los nombres de satis provenientes del artesanado, del campesinado, de la clase sacerdotal pueblerina, de prestamistas o del clero y de grupos sociales en el área de Bengala, donde el auto-sacrificio era más común, seguramente no hubiera proporcionado la misma cosecha florida. (Y es de notar que para Thompson los bengalíes son “imbéciles”). O quizás sí. Pues no hay más peligroso juego que transponer nombres propios a sustantivos comunes, para usarlos después como evidencia sociológica. He tratado de reconstruir los nombres de esa lista y así empecé a percibir la arrogancia que ocultaba la estratagema de Hervey y Thompson.

¿Cómo pudo haber sido el nombre Consuelo [Comfort] en hindú? ¿Era acaso Shanti? Se recomienda a los lectores de este artículo recordar el último verso de “La tierra baldía” (The Wast Land), de T.S.Eliot. Allí esa palabra, “comfort”, porta la marca de connotación de una de las formas de los estereotipos sobre la India: la magnificencia de las ecuménicas Upanishad. ¿O acaso “Consuelo/Comfort” estaba traduciendo el nombre más doméstico de “Swasti” (“comodidad”)? Y entonces habría que relacionarlo con la “swastika”, la marca ritual brahmánica para el bienestar hogareño (del tipo “Dios bendice nuestro Hogar”), llevado hasta el estereotipo como parodia criminal de una hegemonía aria. Entre estas dos apropiaciones, Shanti y Swasti, ¿dónde quedó nuestra viuda bella y constante quemada en la pira? El aura de los nombres propios les debe mucho a escritores como Edward FitzGerald, traductor de las Rubayyat de Omar Khayyam, quien colaboró a construir cierta imagen de la mujer oriental, bajo el presupuesto de la objetividad de su versión, que era entendida, por ello, como una pintura exactamente sociológica.[80]

Gracias a este tipo de reconocimiento, los nombres de pila traducidos al azar de una serie de filósofos franceses contemporáneos o el cuerpo de directores de cualquier prestigioso consorcio sureño norteamericano habría de servir de prueba de una feroz adscripción a una teocracia angelical y hagiocéntrica. Tales deslizamientos de la pluma pueden naturalmente transferirse también a los sustantivos comunes, pero el nombre propio es el más susceptible para la trampa. Y es este singular misterio de sati desde el punto de vista inglés lo que estamos discutiendo aquí.

Después de semejante domesticación del sujeto y del tema, Thompson puede escribir bajo el título de “La psicología de “Sati” lo siguiente: “He tratado de examinar esta cuestión, pero la verdad es que cesó de intrigarme” (Thompson, 1928: 137).

Entre el patriarcado y el imperialismo, entre la constitución del sujeto y la formación del objeto, lo que desaparece es la figura de la mujer, pero no esfumada en la Nada prístina, sino que ella sufre un violento traslado basado en una figuración desplazada de “la mujer del Tercer Mundo” atrapada entre tradición y modernización. Estas consideraciones pueden servir, pues, para revisar cada uno de los detalles de los juicios que parecen valederos para una historia de la sexualidad en Occidente:

Tel serait le propre de la répression, et ce qui la distingue des interdits que

maintient la simple loi pénale: elle fonctionne bien comme condamnation à disparaître, mais aussi comme injonction de silence, affirmation d’inexistence, et constat, par conséquent, que de tout cela il n´y a rien à dire, ni à voir, ni à savoir.

Esto sería la cualidad propia de la represión y lo que la distingue de las prohibiciones mantenidas por la simple ley penal: funciona bien en tanto condena que insta a desaparecer, pero también como exhortación al silencio, como afirmación de inexistencia, y constatación, por lo tanto, de que de todo eso no hay nada que decir, ni ver ni saber.[81]

El caso de suttee como ejemplo de la mujer en el imperialismo podría significar un reto y, como tal, reconstruiría esta oposición entre sujeto (la ley) y el objeto del conocimiento (la represión), marcando el lugar de la “desaparición” con algo diferente que el silencio o la no existencia, como una violenta aporía entre el estatuto del sujeto y del objeto.

“Sati” es un nombre propio muy difundido hoy en día en la India. El dar a una niña el nombre de “buena esposa” encierra una ironía en su prolepsis. Y esta ironía es tanto mayor en el sentido de que en esta cultura el significado de los sustantivos comunes no es un principio de gestación de los nombres propios.[82]

Detrás de este procedimiento se instala en este caso la Sati de la mitología hindú: Durga como manifestación de “buena esposa”.[83]

En una parte de la historia, Sati —que es mencionada ya bajo este nombre— llega a la corte de su padre sin haber sido invitada y careciendo de una invitación para su divino esposo Shiva. Su padre comienza a hablar mal de Shiva, por lo que Sati muere de pena. Shiva, por su parte, arriba a la corte enfurecido y danza sobre el universo transportando sobre sus hombros el cadáver de Sati. Vishnu provoca el desmembramiento de su cuerpo de modo que partes de él se dispersen por el mundo. En torno a cada pieza de ese cuerpo desmembrado se gesta un gran lugar de peregrinación.

Estas figuras, como la diosa Atenea —“hijas de sus padres y como tales declaradamente no contaminadas por el útero materno”— son de utilidad en el momento de establecer la autohumillación ideológica de las mujeres, que debe separarse de una actitud deconstructiva frente a un sujeto esencialista.

La historia de la Sati mítica, al invertir cada narratema del rito, realiza una función similar: el marido vivo venga la muerte de su esposa, de modo que una transacción entre los grandes dioses masculinos lleve a cabo la destrucción del cuerpo femenino que pasa a inscribirse en la tierra como geografía sagrada.

Pero ver esto como una prueba del feminismo del hinduismo clásico o considerar que si la cultura india aparece centrada en una diosa se trata, por lo tanto, de un sistema feminista, es, sin embargo, una contaminación tan ideológica dentro del nativismo o de un etnocentrismo inverso como lo fue para el imperialismo el proceso de borrar la imagen de la preclara Madre Durga en su lucha, connotando el nombre propio Sati sólo con el significado de la pira de auto-inmolación de la viuda desprotegida que, por consiguiente, debe y puede ser salvada. En este movimiento no hay margen para que el sujeto sexuado subalterno pueda hablar.

Si los oprimidos en una sociedad capitalista no tienen necesariamente acceso inmediato a una resistencia que pueda considerarle “correcta”, ¿puede, entonces, la ideología del rito de sati, en tanto proveniente de la periferia, ser subsumida a un modelo de práctica intervencionista? Me corresponde proceder por vía de ejemplos en este momento, dado que este trabajo opera con la premisa de considerar tales sospechosas nostalgias como contornos bien perfilados hacia orígenes perdidos —especialmente como base para una producción ideológica contra-hegemónica.[84] (Debe quedar claro, además, que el ejemplo que ofrezco no va a abogar por la instauración de una hermandad violenta de auto-destrucción entre las mujeres. Para la comprensión de estos ejemplos hay que recordar, por otra parte, que la definición de la ley indobritánica como “Ley Hindú” es una de las marcas de la guerra ideológica contra las autoridades Mughal musulmanas en la India. Una llamativa escaramuza en esa guerra todavía inacabada fue la división del subcontinente indio. Y lo que es más: en mi opinión estos ejemplos individuales de una situación se manifiestan como fracasos trágicos en tanto modelos de una práctica intervencionista, en la medida en que yo misma cuestiono la producción de modelos en su condición de tales.

Por otra parte, como objetos de análisis discursivo para todo intelectual que no baje los brazos, pueden iluminar un aspecto del texto social, aunque más no sea de modo azaroso).

Una joven de 16 o 17 años, Bhuvaneswari Bhaduri, se ahorcó en la modesta casa de su padre en 1926 en el Norte de Calcuta. El suicidio se presentó como un enigma, pues dado que la joven se hallaba menstruando en el momento de su muerte resultaba claro que la motivación de su acto no provenía de un embarazo involuntario. Aproximadamente una década después, se descubrió que Bhuvaneswari era miembro de uno de los muchos grupos envueltos en la lucha armada por la independencia de la India. Como se supo luego, se le había asignado a esa joven cometer un crimen político. Incapaz de llevar adelante esa tarea, pero, al mismo tiempo, consciente de su responsabilidad, Bhuvaneswari puso fin a su vida.

Ella sabía también que su suicidio habría de ser interpretado como resultado de una pasión ilícita. Por ese motivo, esperó hasta el momento de aparición de su menstruación. En este acto de espera, Bhuvaneswari, en tanto brahmacãrini, que sin duda pensaba en la cualidad de “buena esposa”, reescribió quizás el texto social del suicidio por sati de una manera intervencionista. (Una explicación alternativa de su acto enigmático había sido una posible

melancolía originada en las ofensas de su cuñado que le hacía ver que ella estaba superando la edad en la que otras jóvenes ya estaban casadas). Con su resolución, Bhuvaneswari llevó a condición general el motivo sancionado para los suicidios femeninos, pero tomándose el terrible trabajo de desplazar (no solamente negar) un signo, inscribiéndolo de manera fisiológica en su cuerpo, para borrar todo aprisionamiento que apuntara a una pasión por un hombre en particular.

En el contexto inmediato, su acto fue visto como absurdo, como un caso de delirio más que de cordura. Pero el gesto de desplazamiento —esperar hasta el momento de la menstruación— es la primera inversión de una prohibición que impedía a las viudas el derecho a inmolarse: la viuda impura debía esperar públicamente hasta que el baño purificador del cuarto día mostrara que su período menstrual había terminado, para así poder reclamar su dudoso privilegio.

En mi lectura, el suicidio de Bhuneswari Bhaduri es una escritura subalterna, sin alharaca y ad hoc, del texto social del suicidio como sati, pero, al mismo tiempo, es también el relato hegemónico de esa Durga, destellante, luchadora y familiar. Las posibilidades del disentimiento que surge en el relato hegemónico de la madre luchadora se hallan bien documentados y son recordados muy bien a nivel popular a través del discurso de los líderes y participantes masculinos en el movimiento independentista. El individuo subalterno como mujer no puede ser escuchado o leído todavía.

Por mi parte, me enteré de la vida y muerte de Bhuvaneswari por vía de relaciones familiares. Antes de ponerme a investigar el caso más exhaustivamente, le pedí a una mujer bengalí —una filósofa y especialista en sánscrito cuya producción intelectual temprana es casi idéntica a la mía— que iniciara la búsqueda. Sus dos respuestas fueron: 1. ¿Por qué está usted interesada en la vida desdichada de Bhuvaneswari, cuando sus dos hermanas —Saileswari y Rãseswari— llevaron una vida tan completa y maravillosa?; 2. Les pregunté a sus nietas. Les parecía que su caso estuvo signado por un amor clandestino.

En este artículo he tratado de utilizar la deconstrucción derrideana, pero, al mismo tiempo, traspasarla, en el sentido de que no la presento como una celebración del feminismo como tal. Sin embargo, en el contexto de la problemática tratada, considero la morfología de Derrida más concienzuda y útil que las de Foucault y Deleuze, dado que la del primero aparece relacionada de modo inmediato y sustantivo con los planos “políticos” (pienso en la invitación deleuziana a “devenir mujer”), lo que hace que su influencia pueda ser más peligrosa para la academia norteamericana así como también es radicalmente entusiasta.

Derrida señala, en efecto, una crítica radical, pero ello se acompaña del peligro de apropiarse del otro por asimilación. Derrida lee la catacresis en los orígenes; exhorta a la reescritura de un impulso estructural utópico “reproduciendo como delirante la voz interior que es la voz del otro en nosotros”. En este sentido, quiero expresar aquí mi reconocimiento por la unidad en sentido macroestructural de los textos de Jacques Derrida que ya no encuentro en los autores de Historia de la sexualidad y Mil mesetas.[85]

El individuo subalterno no puede hablar, pues no existe mérito alguno en la lista completa de la lavandería donde la “mujer” sea vista como una prenda piadosa. La representación no se ha marchitado. La mujer intelectual tiene como intelectual una tarea circunscripta que ella no puede desheredar poniendo un florilegio en su firma.


[1] [Nota del traductor: La autora hace aquí un juego de palabras con el término inglés “subject”, que significa tanto “sujeto” como “tema”].

[2] Michel Foucault, Language, Counter-Memory, Practice: Selected essays and interviews, (trad. de D. F. Bouchard y Sherry Simon), Ithaca, Cornell University Press, 1977, pp. 205-217. Es importante notar que la gran “influencia” de los intelectuales de Europa Occidental sobre la academia norteamericana se canaliza a través de colecciones de ensayos más bien que a través de extensos libros traducidos. Y es comprensible que en estas antologías sean las contribuciones más diferenciadas las que ganen mayor difusión. Como ejemplo de esto puede citarse el trabajo de Derrida “Structure, sign and play”. Orbis Tertius, 1998, III (6)

[3] Existe una explícita referencia a la ola de maoísmo en Francia después de Mayo de 1998. Para este punto véase: Michel Foucault, “On Popular Justice: a discussion with Maoists”, en idem: Power/Knowledge: Selected interviews and other writings (trad. Colin Gordon), N. York, Pantheon, 1972-1977, p. 134. Este tipo de explicación refuerza mi convicción al poner al descubierto los mecanismos de la apropiación. El estatuto de China en este sentido es paradigmático: Mientras que, por una parte, Foucault aclara su postura diciendo “No sé nada sobre China”, sus interlocutores muestran sobre el tema lo que Derrida ha llamado “el prejuicio chino”.

[4] [Nota del traductor: Se ponen entre ángulos las aclaraciones de la autora que aparecen entretejidas en textos de otros].

[5] Esto es parte de un síntoma más amplio como lo ha demostrado Eric Wolf en Europe and the People without History, Berkeley, University of California Press, 1982. Orbis Tertius, 1998, III (6)

[6] Walter Benjamin, Charles Baudelaire. Ein Lyriker im Zeitalter des Hochkapitalismus, en idem: Gesammelte Schriften, bajo el cuidado de R. Tiedemann y H. Schweppenhäuser, Francfort, Suhrkamp, 1974-1989, Tomo I. 2, pp. 514-515.

[7] [Nota del traductor: Se han colocado corchetes para indicar aportes en otros idiomas o aclaraciones de traducción].

[8] Gilles Delleuze/Félix Guattari, L’anti-Oedipe. Capitalisme et schizophrénie, París, Minuit, 1972/1973, p. 34 (“Les machines désirantes”). Orbis Tertius, 1998, III (6)

[9] El diálogo con Jacques Alain-Miller es revelador a este respecto (Foucault: 1972-1977).

[10] Louis Althusser, Lenin and Philosophy and Other Essays, (trad. de B. Brewster), N. York, Monthly Review Press, 1971, pp. 132-133. [Nota del traductor: Por la índole de la publicación la traducción no pudo ser hecha en este caso del original francés].

[11] Para un ejemplo de los muchos que se pueden encontrar, véase Foucault, 1972-1977: 98.

[12] No debe sorprender, pues, que la obra de Foucault, en cualquier período de su producción, esté basada en una simplista concepción de represión. En este punto el antagonista no es Marx, sino Freud. Así Foucault declara: “Tengo la impresión de que ello <la noción de represión> es completamente inadecuado para el análisis de los mecanismos y efectos del poder que aparece de modo tan agudizado en las caracterizaciones que se usan hoy en día” (Foucault, 1972-1977: 92). La delicadeza y sutileza de la idea freudiana, que consiste en que bajo la represión la identidad fenoménica de los afectos aparece indeterminada porque algo desagradable puede ser deseado como placentero, de modo de provocar así una reinscripción radical en la relación entre deseo e “interés”, aparece en Foucault completamente debilitada. Para una elaboración’; acerca de la idea de represión, véase Jacques Derrida, De la gramatología (1967), ed. castellana trad. por Oscar del Barco, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971; y del mismo autor: Limited inc: abc , trad. de S. Weber, en: Glyph, 2, 1977, p. 215.

[13] [Nota del traductor: La autora alude aquí a una frase de Walter Benjamin en su quinta tesis “Sobre el concepto de la historia” (Benjamin, 1974-1989: 695) que satiriza la postura de quien cree que existe una sola manera de hacer historiografía como le sucedía al maestro de escuela Knoche].

[14] La versión althusseriana de esta situación particular puede parecer demasiado esquemática, pero, sin embargo; se muestra más cuidadosa en su programa que la argumentación de Deleuze y Foucault. Así Althusser declara: “El instinto de clase es subjetivo y espontáneo. La posición de clase es objetiva y racional.  Para llegar a posiciones proletarias de clase, el instinto de clase del proletariado necesita sólo ser educado; el instinto de clase de la pequeña-burguesía —y por lo tanto de los intelectuales— necesita, en cambio, ser revolucionarizado”. (Althusser, 1971: 13).

[15] La subsiguiente explicación de Foucault de esta afirmación deleuziana (Foucault, 1977: 145) se acerca a la propia noción de Deleuze de que la teoría no puede ser una taxonomía exhaustiva y de que está siempre formada por la praxis.

[16] Cf. las nociones sorprendentemente acríticas de “representación” que surgen en otro texto de Foucault (1972-1977: especialmente 141 y 188). Mis observaciones al final de esta sección de mi artículo donde critico las representaciones que se hacen los intelectuales de los grupos subalternos deberían distinguirse rigurosamente de una política de coalición que tome en cuenta su marco dentro de una sociedad capitalista que una al pueblo no porque son oprimidos sino en su calidad de explotados. Por supuesto que este esquema funciona bien en el caso de una sociedad democrática, donde la representación no sólo no está prohibida sino que aparece matizadamente elaborada

[17] Karl Marx, El 18 <de> Brumario de Luis Bonaparte, (trad. de O. P. Safont), Barcelona, Ariel, 1971, p. 145.

[18] Karl Marx, Das Kapital. Kritik der politischen Ökonomie, Francfort, Marxistische Blätter, 1972, Tomo 1, p. 167.

[19] Karl Marx: Das Kapital, op. cit., p. 101: “In ihrer Verlegenheit denken unsre Warenbesitzer wie Faust. Im Anfang war die Tat. Sie haben daher schon gehandelt, bevor sie gedacht haben” (En su incomodidad nuestros comerciantes [lit: poseedores de mercancías] piensan como Fausto: Al comienzo estuvo la acción. Por ello ya han hecho la transacción antes de pensarla).

[20] Véase al respecto la excelente breve definición de “common sense” y el debate que el concepto ha generado en el artículo de Errol Lawrence, “just plain common sense: the ‘roots’ of racism”, en: H. V. Carby, The Empire Strikes Back: Race and racism in 70s Britain, Londres, Hutchinson, 1982, p. 48.

[21] El valor de uso (Gebrauchswerf) podría ser considerado en Marx una “ficción teórica”, así como también un oxímoron potencial del “intercambio natural”. He tratado de desarrollar esta idea en un artículo titulado “Scattered speculations on the question of value”, en Diacritics: A Review of Contemporary Criticism, 15:4, 1985, pp. 73-93.

[22] La contribución de Derrida sobre el Círculo Lingüístico de Ginebra puede proveer un método para evaluar el lugar irreductible de la familia en la morfología de Marx en torno a la formación de clase. Véase J. Derrida, Marges de la philosophie, París, Minuit, 1972; esp. pp. 165-184.

[23] Soy consciente de que la relación entre marxismo y neo-kantianismo está connotada políticamente. Por mi parte, sin embargo, no veo cómo podría establecerse una línea de continuidad entre los propios textos de Marx y la ética kantiana. A pesar de ello, me parece que el cuestionamiento de Marx sobre el individuo como agente de la historia debería ser leído en el contexto de una ruptura con el sujeto individual inaugurado en la crítica kantiana frente a Descartes.

[24] Edward W. Said, The World, the Text, and the Critic, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1983, p. 243.

[25] Cf. Paul Bové, “Intellectuals at war: Michel Foucault and the analysis of power”, en Sub-Stance, 36/37, 1983, p. 44.

[26] [Nota del traductor: La autora utiliza en este pasaje un vocabulario freudiano que apunta a la idea de “ocupación” o “toma de posesión”, en el sentido de conquista de un territorio (imaginario), como “Besetzung” (en inglés: “cathexis”; y en francés: “investissement”), término con el que Freud describía el monto de energía libidinal que el individuo coloca en una meta imaginaria; véase al respecto: Anthony Wilden, Speech and Language in Psychoanalysis. Jacques Lacan, Baltimore/Londres, The Johns Hopkins University Press, 1968, p. 1991].

[27] Este punto de vista es defendido por mí en el artículo ya mencionado bajo el título de “Scattered speculations…”. Debe decirse que una vez más el Anti-Edipo no pasa por alto los textos económicos, aunque su tratamiento sea quizás demasiado alegórico. En este sentido, no ha sido muy feliz el pasaje recorrido en Mille plateaux (París, Seuil, 1980) por sus autores desde un esquizoanálisis a un rizoanálisis.

[28] Michel Foucault, Histoire de la folie à l’âge classique, París, Gallimard, 1972

[29] Aunque considero el libro de Fredric Jameson, Polítical Unconscious; Narrative as a socially symbolic act (N. York, Cornell University Press, 1981), como una obra de gran peso crítico, o quizás porque lo hago, me gustaría que mi propuesta en este trabajo fuera distinguida de un intento de recuperar los restos de una narración privilegiada. Pues como dice Jameson: “Es detectando las huellas de esa narración ininterrumpida, recuperando hacia la superficie del texto la realidad reprimida y enterrada de la historia fundamental, como la doctrina de un inconsciente político encontrará su función y su necesidad.” (Jameson, 1981: 20).

[30] [Nota del traductor: La autora hace, en su calidad de feminista, un llamativo juego de palabras intraducible en español gracias a la ambigüedad del vocablo inglés “underpinnings” (1. lo que está en la base a modo de sostén, y 2. las prendas interiores femeninas)].

[31] Entre los muchos libros posibles, me interesa citar el de Bruse Tiebout McCuily, English Education and the Origin of Indian Nationalism, N.York, Columbia University Press, 1940.

[32] Thomas Babington Macaulay, Speeches by Lord Macaulay: With his minute on Indian Education, a cargo de G.M.Young, Oxford, Oxford University Press/AMS Edition, p. 359.

[33] Keith, uno de los compiladores del Índice Védico, así como autor de Sanskrit Drama in Its Origin, Development, Theory, and Practice, y responsable de la edición crítica de Krsnayajurveda, para la Harvard Universitv Press, publicó también los cuatro volúmenes de Selected Speeches and Documents of British Colonial Policy (1763 a 1937) y de International Affairs (1918 a 1937) y de British Dominions (1918 a 1931). Keith escribió también libros sobre la soberanía de la dominación británica y una teoría acerca de la sucesión estatal, con especial referencia a las leyes británica y colonial.

[34] Mahamahopadhyaya Haraprasad Shastrï, A Descriptive Catalogue of Sanskrit manuscripts in the Government Collection under the Care of the Asiatic Society of Bengal, Calcutta, Society of Bengal,1925, vol. 3, p. VIII.

[35] Dinesachandra Sena, Brhat Banga, Calcutta, Calcutta University Press, 1925, vol. 1, p. 6.

[36] [Nota del traductor: Akbar (1556-1605) fue el más grande de los emperadores Mughal de la India, reconocido por su capacidad de amalgamar el territorio bajo el principio de unidad].

[37] Edward Thompson, Suttee, A historical and philosophical enquiry into the Hindu rite of widow burning, Londres, George Alien & Unwin, 1928, pp. 130 y 47.

[38] Carta hológrafa (de G. A. Jacob dirigida a un corresponsal innominado) agregada a la solapa interior de la Sterling Memorial Library (Yale University) como copia de la obra del Coronel G.A.Jacob (comp.),

Mahanarayana-Upanishad of the Atharva-Veda with the Dpipika of Narayana, Bombay, The Government Central Books Department, 1888. Las oscuras referencias a los peligros de un aprendizaje por medio de aberraciones anónimas hace más firme la asimetría.

[39] He tratado este tema en todo detalle en mi comentario acerca del libro de Julia Kristeva, Des chinoises (1974), en “French feminism in an international frame”, Yale French Studies, 62, 1981.

[40] Véase especialmente Antonio Gramsci, Gli intellettuali e l’organizazioni della cultura, (textos compilados por Valentino Gerratana), Turín, Editori Riuniti, 1975.

[41] Utilizo el término “alegoría de la lectura” en el sentido desarrollado por Paul de Man en su libro Allegories of Reading: Figural language in Rousseau, Nietzsche, Rilke and Proust, N. Haven, Yale University Press, 1979.

[42] Véanse los trabajos de Ranajit Guha (comp.), Subaltem Studies I: Writing on South Asian History and society. N. . Delhi, Oxford University Press, 1982; Subaltern Studies II. , 1983; y Elementary Aspects of Peasant Insurgency in Colonial India, N. Delhi, Oxford University Press, 1983.

[43] Cf. E. W. Said, “Permission to narrate”, en Review of Books, 16 de febrero de 1984.

[44] Para el primer caso, “éste era un dominio autónomo, ni originado desde una política elitista ni dependiente en su existencia de ella”, y para el segundo caso, “continuaba operando vigorosamente a pesar del colonialismo, pero adaptándose a las condiciones prevalecientes bajo el Raj y, en muchos casos, desarrollándose completamente gracias a nuevos impulsos tanto en forma como en contenido” (Guha,1982: 4).

[45] Véase: J. Derrida: “La double séance”, en La dissémination, París, Seuil, 1972.

[46] A,K. Chaudhury, “New wave social science”, en Frontier, 16-24, 28 de enero de 1984, p. 10.

[47] Pierre Macherey, Pour une théorie de la production littéraire, París, Maspero, 1966. Citado de la edición inglesa: A Theory of Literary Production, (trad. de G. Wall), Londres, Routledge, 1978, p. 87.

[48] [Nota del traductor: Habría que hacer notar aquí que en los estudios nacidos a partir de la influencia de Foucault, la palabra “intervención” aparece connotada como aquellas contribuciones que provocan un cambio en la fijeza de la tradición].

[49] He trabajado con este tema en “Displacement of the discourse of the woman”, en: Mark Krupnick (comp.), Displacement: Derrida and After, Bloomington, Indiana University Press, 1983; y “Love me, love my ombre, elle: Derrida’s ‘La carte póstale’, en Diacritics, 14, 4, 1984, pp. 19-36.

[50] Esta violencia, en el sentido general, es la posibilidad de una episteme y lo que remite al concepto derridiano de “escritura”, en sentido amplio. La relación entre la escritura en un sentido lato y escritura en un sentido restringido (como algo marcado sobre una superficie) no puede ser formulada de manera muy clara. La tarea de la gramatología (en la deconstrucción) es proveer un modo de notación de estos elementos huidizos de la relación. En cierto sentido, entonces, la crítica del imperialismo es como tal una deconstrucción.

[51] Cf. “Contracting poverty”, en Multinational Monitor, 4, 8, agosto de 1983, p. 8. Este informe fue redactado por John Cavanagh y Joy Hackel, quienes trabajan en el Proyecto de Consorcios Internacionales (International Corporations Project) en el Institute for Policy Studies.

[52] Estos mecanismos de invención del Tercer Mundo como un significante son susceptibles de un tipo de análisis dirigido a la constitución de la etnia como un significante en Carby (1982).

[53] Mike Davis, “The political economy of late-imperial America”, en New Left Review, 143, Enero-Feb, 1984, p. 9.

[54] Terry Eagleton, Literary Theory: An Introduction, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1983, p. 205.

[55] Perry Anderson, In the Tracks of Historical Materialism, Londres, Verso 1983. p. 53.

[56] [Nota del traductor: La paginación dada aquí pertenece a la edición castellana].

[57] J.Derrida, “Of an apocalytical tone recently adapted in philosophy”, en Semia, p. 71.

[58] Aun en un texto tan bueno de entrevistas y análisis como el de Gail Omvedt titulado We Will Smash This Prison! Indian women in struggle (Londres, Zed Press, 1980), la premisa de que un grupo de mujeres Maharashtri en situación de proletariado urbano al reaccionar contra una violenta mujer blanca que “las había estigmatizado haciéndolas símbolo del destino de la India” trasunta en el fondo esencialismo, dado que se la considera representativa de las “mujeres de la India” o que toca “la conciencia de las mujeres de la India”. Estas afirmaciones no son de poca consideración si se tiene en cuenta que en una formación social del Primer Mundo la difusión de la comunicación en una lengua internacional hegemónica registra y documenta instantáneamente información a quienes no están preparados para recibirla.

La observación de Norma Chinchilla, expresada en una mesa redonda bajo el título de “Feminismos del Tercer Mundo: diferencias de forma y contenido”(University of California, Los Angeles, 8 de marzo de 1983), acerca de que el trabajo antisexista en el contexto de la India no es genuinamente anti-sexista sino anti-feudal, merece otro comentario. Esto implicaría que se podrían elaborar definiciones de sexismo sólo después que una sociedad determinada haya entrado en el modo de producción capitalista, dado que así se vería una conveniente continuidad entre el capitalismo y el patriarcado. Esto también trae a colación las cuestiones tan traídas y llevadas sobre el papel del “modo de producción ‘asiático’“, afirmando el poder explicativo de la narrativización normativa de la historia a través del registro de los modos de producción, al mismo tiempo que, sin embargo, se construye esa historia de una manera marcadamente elaborada.

El curioso papel del nombre “Asia’’ no es ajeno en este asunto: esto no se limita a un asentimiento o desaprobación de la existencia empírica del modo actual (un problema que se tornó objeto de una intensa manipulación dentro del comunismo internacional), sino sigue siendo crucial aun en el trabajo de tal sutileza teórica e importancia como el de Barry Hindess y Paul Hirst titulado Pre-Capitalist Modes of Production (Londres, Routledge, 1975) o el de Fredric Jameson, The Political Unconscious.

Especialmente en este último estudio todavía sigue obrando una antigua idea; aunque la morfología de los modos de producción aparezca rescatada de cualquier sospecha de determinismo histórico y haya sido situada en una teoría postestructuralista del sujeto, el modo “asiático” de producción aparece bajo la máscara de “despotismo oriental” como la formación concomitante de un Estado. También juega un papel significativo en el modo de producción narrativa grotescamente transformada en el Anti-Edipo de Deleuze/Guattari, o, a cierta distancia de esta polémica de los proyectos teóricos contemporáneos, en el debate soviético, como la suficiencia doctrinaria del “modo asiático de producción’5, que se colocó en un plano de duda al producir para ese esquema varias versiones y nomenclaturas que incluían los modos feudal, esclavista y comunitario. (El debate es presentado en todo detalle en el libro de Stephen F. Dunn, The Fall and Rise of the Asiatic Mode of Production, Londres, Routledge, 1982). Sería interesante relacionar esto con la represión del “aspecto” imperialista en la mayoría de las discusiones sobre la transición del feudalismo al capitalismo que ha tenido lugar durante mucho tiempo en las izquierdas de Occidente. Lo que es más importante es que observaciones como la de Norma Chinchilla representan una jerarquización muy difundida dentro del feminismo del Tercer Mundo (más que dentro del marxismo occidental), que resulta ubicada dentro de una corriente muy sólida que maneja el concepto metafórico contenido en el término “Asia”. Debo agregar, sin embargo, que todavía no he leído el libro In Search of Answers: Indian womens voices from Manushi, compilado por Madhu Kishwar y Ruth Vanita (Londres, Zed Press, 1984).

[59] Jonathan Culler, On Deconstruction: Theory and criticism after structuralism, Ithaca, Cornell University Press, 1982, p. 48.

[60] Elizabeth Fox-Genovese, “Placing women’s history in history”, en New Left Review, 133, Mayo-Junio 1982, p. 21.

[61] He tratado de desarrollar esta idea en un modo hasta cierto punto autobiográfico en “Finding feminíst readings: Dante-Yeats”, Ira Königsberg (comp.), American Criticism in the Postestructuralist Age, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1981.

[62] Sarah Kofman, L´énigme de la femme: La femme dans les textes de Freud, París, Galilée, 1980.

[63] El texto se halla en la edición alemana en el tomo XII (Sigmund Freud, Gesammelte Werke, chronologisch geordnet, Londres, Imago Publishing Co., 1952).

[64] El texto titulado “Über ‘wilde’ Psychoanalyse” se encuentra en el Tomo VIII de la edición alemana de las Obras completas de Freud ya citadas, pp. 118-125.

[65] [Nota del traductor: Para una mejor comprensión del texto habría que acotar que el título elegido por Freud es “bivocálico”, dado que aparece como una cita ya entrecomillada por el autor].

[66] [Nota del traductor: La catacresis es definida en retórica como el tropo que produce la denominación no a través de un verbum proprium, sino basándose en la costumbre; un ejemplo de ello sería el llamar “patas” a las extremidades de una mesa o silla. Véase: Heinrich Lausberg, Elemente der literarischen Rhetorik, Munich, 1963, p. 65. La autora parece aludir aquí, por otra parte, al tratamiento de este tropo por Paul de Man, quien considera bajo “catacresis” el acto mismo de nombrar; cf. Paul de Man, The Resistance to Theory, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986, p. 48]

[67] [Nota del traductor: La niña en cuestión profiere en el texto de Freud la frase que da título al ensayo y que le sirve a su autor para construir su argumentación].

[68] Véase Lata Mani, “The production of colonial discourse: sati in early nineteenth-century Bengal” (tesis de maestría, University of California at Santa Cruz, 1983), texto que es un excelente rendimiento de cuentas de cómo la “realidad” de la auto-inmolación de las viudas se constituyo y “textualizó” durante la época colonialista. Por mi parte, saqué gran provecho de una discusión con la autora durante la preparación del presente artículo.

[69] J.D.M.Derrett, Hindú Law Past and Present: Being an account of the controversy which preceded the enactment of the Hindu code, and text of the code as enacted, and some comments thereon, Calcutta, A.Mukherjee and Co., 1957, p. 46.

[70] Ashjs Nandy, “Sati: a nineteenth-century tale of women , violence and protest”, en: VC. Joshi (comp.), Rammohun Roy and the Process of Modernization in India, N.Delhi, Vikas Publ.House, 1975, p. 68.

[71] La información utilizada aquí proviene mayormente de Pandurang Varman Kane, History of Dharmasastra, Poona, Bhandarkar Oriental Research Institute, 1963.

[72] Upendta Thakur, The History of Suicide in India: An Introduction, N. Delhi, Munshi Ram Manohan Lal, 1963, p. 9. Este libro suministra una lista muy útil de las fuentes primarias en sánscrito sobre lugares sagrados, aunque, al mismo tiempo, a pesar de la laboriosidad de la investigación realizada, revela todos los signos de la esquizofrenia en que se halla el sujeto colonial con su nacionalismo burgués, su comunalismo patriarcal y su “iluminada razonabilidad”.

[73] Jean-François Lyotard, Le Différend, París, Minuit, 1984

[74] En este ejemplo, así como en el caso del debate de los brahmanes sobre sati, véase Mani, 1983: 71 y ss

[75] Estamos hablando aquí de las normas regulativas del brahmanismo, más que “de las cosas como fueron realmente”. Véase: Robert Lingat, The Classical Law of India, Berkeley, University of California Press, 1973, p. 46.

[76] Tanto la posibilidad rastreable de un nuevo matrimonio de la viuda en la antigua India como la sanción legal en 1856 de un nuevo casamiento son transacciones realizadas por hombres. La nueva boda de una viuda es una excepción completa, quizás porque deja sin rozar el programa de la formación del sujeto. En toda la tradición “folklórica” acerca del nuevo casamiento de una viuda se trata siempre del padre o del marido, pues ellos son alabados por su coraje hacia la innovación y por su deposición de todo egoísmo.

[77] Sir Monier Monier-Williams, Sanskrit-English Dictionary, Oxford, Clarendon Press, 1899, p. 552. Los historiadores se muestran a menudo irritados cuando investigadores “modernos” se atreven a introducir juicios “feministas” dentro de antiguas estructuras patriarcales. Lo que realmente está en juego, por supuesto, es por qué las estructuras de dominación patriarcal han de ser registradas sin esbozos de crítica. Las sanciones históricas para acciones colectivas en relación con la justicia social sólo puede ser desarrollada si la gente que se halla fuera de la disciplina cuestiona las pautas de “objetividad” conservada como tal por la tradición hegemónica. No parece, pues, inapropiado señalar que un instrumento tan “objetivo” como un diccionario puede usar una expresión explicativa tan profundamente enraizada en un partidismo sexista como “to raise up issue to a deceased husband” (para despertar la atención sobre un marido difunto).

[78] Véase al respecto: Sunderlal T. Désai, Mulla: Principies of Hindú Law Bombay, N.M.Tripathi, 1982, p, 184.

[79] Agradezco a la Profesora Alison Finley del Trinity College (Hartford, CT) por discutir conmigo este pasaje. La Profesora Finley es una experta en el Rg-Veda. Me apresuro a agregar, sin embargo, que ella encontraría mi lectura tan irresponsablemente “crítico-literaria” del mismo modo como los historiadores tradicionales la encontrarían “moderna”.

[80] El texto más autorizado sobre el tema es el libro de Edward Said, titulado Orientalism de 1978.

[81] Michel Foucault, Histoire de la sexualité, I. La volunté de savoir. París, Gallimard, 1976, p. 10.

[82] Además el hecho de que el término haya sida utilizado como forma de vocativo dirigido a una mujer de buena familia (en el sentido de “lady”) no hace sino complicar las cosas.

[83] Debe agregarse, sin embargo, que está atribución no agota sus funciones dentro del panteón hindú.

[84] Una propuesta en contra de la nostalgia como base de una producción ideológica contra-hegemónica no implica una utilización negativa. Dentro de la complejidad de la economía política contemporánea, sería altamente cuestionable, por ejemplo, imponer la idea de que el extendido crimen entre la clase obrera, por el cual se produce el sacrificio por el fuego de la novia que aporta una dote insuficiente, disfrazando el asesinato como suicidio es el uso de un abuso de la tradición de la auto-inmolación de sati. Lo más que se puede exigir es un desplazamiento en la cadena semiótica con el sujeto femenino como el significante, lo que nos retrotraería al discurso inicial de nuestro trabajo. Es evidente, además, que se debe hacer todo lo posible para detener el crimen del sacrificio por el fuego de las novias en todo sentido. Sin embargo, si esa tarea es cumplida mediando una nostalgia no revisada o, con su opuesto, el desdén por el pasado, el operativo va a colaborar ayudando a establecer la noción de raza / etnia o la más crasa genitalidad como el significante que ocuparía el lugar del sujeto femenino.

[85] No había leído el trabajo de Peter Dews, “Power and subjectivity in Foucault”, aparecido en New Left Review 144, 1984, al comienzo de la redacción de este artículo. Espero ansiosamente la aparición de su próximo trabajo sobre la misma temática [Peter Dews: The Logic oí Desintegraron: Post-strucutralism thought and the claims of critical theory, Londres, Verso, 1987]. Existen muchos puntos en común entre su postura crítica y la mía. Sin embargo, lo que puedo decir a partir del breve artículo de 1984 es que Dews escribe desde una perspectiva acrítica sobre la teoría crítica y la norma intersubjetiva que puede ser confundida de modo demasiado fácil con “individual” o con “sujeto” en la manera en que sitúa al “sujeto epistémico”. La lectura que hace Dews de la relación entre “la tradición marxista” y “el sujeto autónomo” no es la mía. Además su relato del “callejón sin salida de la segunda fase del post-estructuralismo como una totalidad” aparece, a mi juicio, viciado por la no consideración de la figura de Derrida, quien se ha promovido en contra de privilegiar el lenguaje desde su obra más temprana (cf. su traducción del libro de Edmund Husserl, El origen de la geometría, que aparece con una introducción suya con el título de E. Husserl: L’origine de la géométrie, París, Presses Universitaires de France, 1962). Lo que coloca el excelente análisis de Dews en una posición muy alejada de la mía es, por cierto, que para él el Sujeto dentro de cuya Historia ubica la obra de Foucault es el Sujeto de la tradición europea (pp. 87-94).

La deconstrucción de Jacques Derrida (1930-2004) Peter Krieger

Todo el postestructuralismo y la deconstrucción provienen del dadaísmo, de Hugo Ball y sus poemas absurdos. Es un juego dadaístico.[1] George Steiner

OBIIT el 8 de octubre del año 2004, y su muerte generó una enorme onda de reflexiones en la comunidad intelectual del planeta; sin embargo, no todas bajo la premisa antigua de mortibus nihil nisi bene. Al contrario, algunos obituarios de Jacques Derrida abiertamente cuestionaron la trascendencia del pensador, que había generado un enorme poder discursivo durante las tres décadas pasadas.

Su marca registrada en el mercado de los pensamientos filosóficos se llamó “deconstructivismo”, un instrumento controvertido de lectura de textos, que según la evaluación irónica de Georg Steiner, un año antes de la muerte de Derrida, se caracterizó por el bluf f (la patraña) y el absurdo del movimiento vanguardista Dada. De hecho, uno de los obituarios, en un órgano de central importancia para los educados estadounidenses, el New York Times, descalificó al filósofo muerto con el título como “teórico abstruso”.[2]

El autor de ese obituario —uno entre cientos en la prensa mundial— reduce el alcance del método deconstructivista al demostrar que “toda escritura estuvo llena de confusión y contradicción”. La deconstrucción exige la fragmentación de textos y, en ella, el filósofo detecta los fenómenos marginales, anteriormente reprimidos por un discurso hegemónico.

Esta figura del pensamiento indudablemente contiene una dimensión política, es la lucha contra todas las instancias que centralizan el poder y excluyen la contradicción. Durante su adolescencia en Argelia, cuando el régimen derechista de Vichy en 1942 impuso una política antisemita, Jackie[3] Derrida experimentó la brutalidad de un sistema político que pretendió erradicar la diversidad étnico-religiosa a favor de un poder totalitario: por su procedencia judía tuvo que salir de la preparatoria temporalmente. Con esta experiencia, Derrida aprendió una lección sobre la unidimensionalidad del autoritarismo, lo que hace entendible que posteriormente, en varias ocasiones, el filósofo se comprometió con los derechos humanos, apoyó a Nelson Mandela en Sudáfrica con un comité anti-apartheid a partir de 1983 y, en uno de sus últimos ensayos, criticó la desastrosa y antidemocrática monopolización del poder en Estados Unidos bajo la administración de George W. Bush.[4]

La condición del argelino exiliado en Francia, país de la represión colonialista hasta los sesentas, además de su diferencia religiosa frente a la mayoría cristiana, casi otorgaron una dimensión teológica al pensamiento deconstructivista.

Jürgen Habermas, en la necrología de su colega, constató que “bajo su mirada intransigente se fragmenta cualquier coherencia”, lo que en consecuencia revela la inhabitabilidad del mundo: un mensaje religioso de un exiliado permanente.[5]

Para las cuestiones epistemológicas, el modo deconstructivista desplegó un efecto estimulante; las nuevas lecturas heterogéneas y fragmentadas refrescaron, sin duda, la rutina hermenéutica de las humanidades. A partir de los años ochenta, el ejercicio derridiano de detectar lo “otro” en los discursos aparentemente homogéneos se convirtió en una verdadera moda de las investigaciones  literarias, antropológicas y, con cierto retraso, también estéticas.

Un sinnúmero de coloquios, libros y exposiciones durante las últimas dos décadas del siglo xx comprueba el éxito del pensamiento filosófico de Derrida.

No obstante, esa misma historia intelectual del concepto también se coaguló en un nuevo estereotipo que reemplazó las modas filosóficas anteriores, como el estructuralismo y el existencialismo. En su aplicación masiva —y en muchos casos mecánica— por generaciones de universitarios de esa época, el nuevo paradigma del deconstructivismo gradualmente se transformó en una camisa de fuerza para todos los que querían estar a la altura de sus tiempos.

No es el primero ni el último caso en la historia de las humanidades que demuestra cómo una propuesta innovadora del pensamiento degenera en un esquema —aprobado pero aburrido— de interpretación y finalmente se ahoga por su propio éxito.[6]

Esos procesos lamentables pasan cuando los intelectuales reemplazan su capacidad crítica por un afán afirmativo. Por ello, aun los obituarios que operan con distancia cínica, como el citado del New York Times, cumplen una función aclaradora frente a la glorificación asfixiante de un filósofo y su obra.

Para ejemplificar el peligro latente de la obra de Derrida, la sobreinterpretación de fenómenos marginales, de lo “otro”, pudiéramos retomar un detalle biográfico del filósofo, su prematuro deseo de hacer una carrera profesional como futbolista. Un discípulo fiel del deconstructivismo, con licencia de la asociación libre, fácilmente sería capaz de leer en este deseo pubertario un conflicto psíquico que posteriormente determinó la producción filosófica de Derrida.

A pesar de que conocemos transiciones interesantes de una experiencia futbolera a una creatividad artística o filosófica,[7] por supuesto, esta extrapolación de un detalle biográfico marginal sería absurda.

Regresamos, entonces, al mencionado obituario en el New York Times que, ex negativo, confirmó el éxito impresionante de la filosofía derridiana.

Ese artículo provocó protestas de una comunidad mundial de más de 2 500 intelectuales, quienes rechazaron abiertamente la revisión crítica del periódico

neoyorquino y escribieron cartas en defensa de la herencia intelectual de Derrida, publicadas en una página web de la Universidad de California, sólo unos días después de la muerte del maestro. Los seguidores del deconstructivismo son numerosos, especialmente en Estados Unidos, donde a partir de 1966 Derrida trabajó con frecuencia en la John Hopkins University, Baltimore, como profesor visitante.

Durante el boom derridiano en los noventa, el filósofo incluso tuvo más admiradores en Estados Unidos que en Francia, su país de residencia. Presionado por los seguidores reunidos en el foro electrónico, el New York Times se vio obligado a encargar otro obituario más favorable a Mark Taylor.

Más allá de este altercado mediático, con una solución politically correct, reconocemos en la obra de Derrida el muy valioso principio académico de la contradicción razonable como motor de la cognición; y los efectos que provocó su pensamiento, incluso después de su muerte, sirven como medidor de la trascendencia de una corriente filosófica.

El deconstructivismo, que exige lecturas subversivas y no dogmáticas de los textos (de todo tipo), es un acto de descentralización, una disolución radical de todos los reclamos de “verdad” absoluta, homogénea y hegemónica. Sus orígenes no sólo se encuentran en las redes neuronales de Derrida mismo, sino radican en el pensamiento de Nietzsche, quien relativizó la centralidad poderosa de las verdades filosóficas y teológicas.

En sus libros L’écriture et la différence y De la grammatologie,[8] Derrida relativiza, con un innegable espíritu nietzscheano, las categorías absolutas, y desjerarquiza su importancia. Es un tipo de reflexión, como apuntó Henning Ritter en su obituario, que aleja permanentemente las esperanzas de recibir un “sentido” tranquilizante, es un análisis sin fin.[9]

A través de sus lecturas recalcitrantes, Derrida rechazó la fenomenología de Edmund Husserl, tema de dos libros,[10] insistiendo en que sólo la crítica del texto, y no la introspección metafísica, es capaz de lograr un conocimiento razonable. Es más, la deconstrucción no busca “sentidos” sino huellas de ideas; y con esto retoma ideas básicas de la psicología freudiana, que investigó las diferencias y contradicciones del alma humana.

El término mismo, el “deconstructivismo”,es un invento de Derrida derivado de la “destrucción” que Martin Heidegger definió como técnica del pensamiento filosófico con el fin de revisar profundamente las terminologías establecidas en las humanidades.

Concretamente en los años sesenta, primera fase de la socialización de Derrida en la elite filosófica francesa, esa propuesta del “deconstructivismo” se perfiló como desafío para el discurso de lo “moderno”, no sólo en la filosofía, sino también en otras áreas del conocimiento como la literatura, la teología, la pedagogía, la música y la arquitectura. Según estimaciones cuantitativas, Derrida fue citado más que cualquier otro filósofo de su tiempo, en todas estas áreas, a nivel mundial.[11]

De hecho es una globalización impresionante del pensamiento.

La transferencia de un concepto filosófico, que nace en la virtualidad de un sistema cerrado de reflexión, a otras esferas del conocimiento comprueba su comunicabilidad y trascendencia. En las investigaciones urbanas, por ejemplo, el modo deconstructivista fomenta una lectura plurifacética de la ciudad, y no sólo una reconstrucción académica de sus espacios de poder. Casi al mismo tiempo en que Derrida conquistó la escena filosófica con su idea del deconstructivismo, el arquitecto estadounidense Robert Venturi rehabilitó la “complejidad y la contradicción en la arquitectura[12] en contra del estándar estético del estilo internacional, es decir en contra de una monopolización ideológica de la modernidad corrompida por las industrias constructivas.

Posteriormente, con el aumento de los libros publicados por Derrida,[13] con las correspondientes terminologías, la investigación urbano-arquitectónica aprovechó la innovación conceptual del deconstructivismo, integrando términos como “huella”, “exclusión”, “represión” y, por supuesto, “lo otro” en su aparato de análisis.

También en las investigaciones estéticas sobre la pintura del paisaje, para citar otro ejemplo, la reflexión derridiana reveló nuevos aspectos, más allá de los establecidos estudios historiográficos. En la mira de Derrida, un paisaje pintado no se compone de campos, arroyos y nubes, sino, según la óptica deconstructivista, sólo de pinceladas sobre el lienzo que materializan signos; es decir, la representatividad de los elementos naturales del paisaje depende de la manera en que el pintor manipula los signos por medio de sus pinceladas y no de la realidad física del paisaje.[14]

Detrás de estas sofisticadas reflexiones se manifiesta el axioma de que todo es texto, también las arquitecturas y pinturas. Basado en la tradición lingüística de Ferdinand de Saussure, quien analizó todos los fenómenos ambientales bajo el término de “texto”, Derrida se radicalizó, constatando que no existe nada fuera del texto porque todo es texto; una idea clave también para el New Historicism, que analiza la sociedad como texto.

Sin embargo, mientras este modelo lingüístico-deconstructivista de entender el mundo como texto permanece en la fragilidad de una construcción teórica —reversible, aun disoluble—, la actual investigación neurológica rastrea con mayor profundidad los mecanismos de la producción textual. El cerebro construye el mundo del sujeto; sus procesos internos se convierten en procesos cognitivos, comunicables a otros cerebros vía la representación simbólica.[15]

Obras de arte, por ejemplo, son intentos de materializar en un medio externo —sea cuadro o edificio— las realidades generadas en la estructura reflexiva del cerebro. Siguiendo la visión de Derrida, entonces, el cerebro es un tipo de super-texto, que además organiza sus procesos de manera paralela, en redes, y no en jerarquías como lo sostuvo Descartes[16] hace más de tres siglos.

Surge, en ambos casos, la textualidad y la determinación neuronal de la realidad, una duda de la lógica: en el caso de la neurología, el objeto investigado mismo, el cerebro, ejerce la investigación, lo que provoca una contradicción epistemológica porque no existe una instancia externa de control. De manera parecida, el peligro inherente del deconstructivismo es la conclusión auto-lógica, problema que expuso Niklas Luhmann con toda claridad: el deconstructivismo no sólo deconstruye, sino también produce nuevos textos,[17] lo que implica un potencial de centralizar y monopolizar los discursos filosóficos de nuevo, a través de los libros del maestro y los miles de artículos de sus fieles discípulos.

También la utilización de las ideas filosóficas de Derrida en otras áreas del conocimiento provoca problemas, como demostraron los debates sobre la “arquitectura deconstructivista”. Mientras la interpretación de textos a la manera de la deconstrucción es un principio dinámico, que nunca termina, la arquitectura deconstructivista sólo en el medio visual del dibujo o de la animación computarizada se mantiene móvil; una vez hecha la edificación, termina el proceso deconstructivista y sólo queda una huella cimentada de un proceso complejo.

No cabe duda de que el Museo Guggenheim de Bilbao, por ejemplo, presenta una escenografía deconstructivista espectacular, pero su forma misma,

diseñada por Frank Gehry, es un logotipo fijo del turismo cultural, que además reclama un poder centralizado para definir las modas actuales de la arquitectura, todo ello contrario al pensamiento deconstructivista que se expresa dinámicamente en la virtualidad del papel.

En sus inicios, los debates teóricos sobre una arquitectura decon cumplieron una función muy importante para romper la unidimensionalidad del movimiento moderno y cuestionar la vulgaridad comercial del posmodernismo.

Daniel Libeskind, uno de los protagonistas del estilo deconstructivista, al inicio de los años ochenta, durante sus estudios en la reconocida escuela arquitectónica de Cooper Union, Nueva York, postuló programáticamente la ruptura con las premisas establecidas de la arquitectura moderna ortodoxa, con las jerarquías y la uniformidad del sistema arquitectónico. Pero mientras sus Time Sections del año 1980, una serie de dibujos arquitectónicos con visiones inconstruibles, emanaban cierto espíritu experimental, dinámico, incluso ilimitado, ya su propuesta para la reconstrucción del World Trade Center[18] en el downtown de Manhattan nada más demostró que el entumecimiento de una fórmula visual, exitosa en el mercado de vanidades arquitectónicas, y muerta como decoración congelada de la especulación inmobiliaria, una caricatura de la complejidad conceptual que caracteriza al pensamiento deconstructivista.

Igual que su maestro y colega Peter Eisenman, Libeskind pretendió transferir el método deconstructivista de la investigación filológica y filosófica a la producción teórica y práctica de la arquitectura. Y de hecho, muchos de los renderings deconstructivistas que conquistaron el mundo de la arquitectura a partir de su exposición programática del año 1988 en el MoMa, visualmente oscilan entre construcción y destrucción.

Fue Eisenman quien buscó el apoyo filosófico de sus ejercicios estéticos en el pensamiento de Derrida. En un ambiente intelectual de las escuelas estadounidenses de arquitectura durante los años ochenta y noventa, abierto a la teoría europea contemporánea, Derrida, de repente y sin proponérselo, fue nombrado padre intelectual de los experimentos deconstructivistas en el diseño arquitectónico. Sin duda, Derrida inspiró el “anti-representacionismo” de Eisenman, quien se rehúsa a otorgar un sentido superior a sus diseños arquitectónicos; también su propuesta de las re-lecturas de textos literarios fácilmente se transfirió a las re-visiones refrescantes de la producción arquitectónica.

Empero, Eisenman, al igual que otros protagonistas de la arquitectura deconstructivista, nada más buscó analogías superficiales entre sus formas exaltadas y las configuraciones complejas del pensamiento filosófico derridiano.

Asustado por la filosofía amateur que Eisenman propagó en sus libros —como Diagram Diaries—,[19] Derrida rechazó ser utilizado como legitimación y ennoblecimiento intelectual por una corriente arquitectónica que esperaba su cercano éxito comercial en los mercados del mundo.

Por ello, Eisenman escogió al filósofo Gilles Deleuze, un pensador tan inspirador como caótico, como su nuevo héroe, pero tampoco esta destitución pudo ocultar la arbitrariedad en la legitimación de la arquitectura deconstructivista; peor aún, se agravó la no-comunicabilidad entre arquitectura y filosofía.[20]

Conviene entonces recordar la sabiduría de Richard Rorty, quien advirtió que las ideas filosóficas difícilmente se “aplican” fuera de su esfera; la filosofía, sea derridiana o deleuziana, es una fuente de inspiración y no de instrucción para el diseño arquitectónico.[21]

Ergo: la obra filosófica de Derrida exige acercamientos críticos y creativos, no afirmativos o esquemáticos. Cada libro de este pensador es diferente en su concepción, y eso hizo más difícil canonizar a Derrida como líder de una “escuela”. A pesar de sus innumerables adeptos en el mundo, Derrida no ofreció un “método” deconstructivista aplicable como un manual de mecánica; su pensamiento más bien generó entre sus seguidores casi un movimiento de arte conceptual,[22]donde arquitectos al igual que músicos y pedagogos retoman y modifican libremente los fragmentos filosóficos del “maestro”.

Cada reducción de Derrida al estereotipo del “deconstructivismo” siembra dudas parecidas a la relación conflictiva entre Marx y el marxismo. Más aún, según la lógica inherente del deconstructivismo, este término también debería someterse al análisis deconstructivista para no convertirse en un nuevo instrumento del poder discursivo centralizado.

Esto es una paradoja biográfica, cuya vitalidad garantiza que la obra de Derrida no se petrifique como monumento muerto e invisible, o peor aún, como nuevo mito incriticable del pensamiento. Los textos de Derrida exigen una lectura crítica, capaz de generar introspecciones éticas, como por ejemplo el rechazo de la colonización de las humanidades por la ideología neoliberal.

Durante su vida, el filósofo francés luchó en contra de la conversión de las universidades en laboratorios útiles exclusivamente para el régimen económico global; con furor e inteligencia, Derrida defendió la investigación sin condicionantes económicos,[23] y esto es una herencia valiosa para los contemporáneos globalizados al inicio del siglo xxi.

Aquella lucha, sin embargo, requiere cierta claridad filológica. Desafortunadamente conocemos bastantes ejemplos de cómo los adeptos derridianos obstaculizan la herencia crítica de su maestro por fraseología,[24] incapaz de generar discursos sociales sobre la importancia de la filosofía. No sirve repetir maquinalmente las propuestas filosóficas de Derrida. El análisis deconstructivista, uno entre muchos modelos epistemológicos actuales, cobra su fuerza gracias a una tradición occidental: la pregunta. Nada ni nadie se puede sustraer a las preguntas, y todo conocimiento es cuestionable. Por ello, Richard Rorty ve la importancia de Derrida menos en el “método deconstructivista” que en su capacidad de revelar dimensiones nuevas y refrescantes de cosas conocidas.[25] Parecido a Wittgenstein, Derrida liberó los potenciales cognoscitivos e imaginativos en la mente de los lectores, detectó las tensiones y contradicciones de la autocomprensión humana. “Su procedimiento —constató el filósofo Martin Seel— es revelar con persistencia que las orientaciones humanas son discontinuas, inacabadas e irresolutas.” [26]Una herencia inquietante, pero estimulante.


[1] “Der ganze Poststrukturalismus und die Dekonstruktion kommt vom Dadaismus her, von Hugo Ball und seinen Unsinn-Gedichten. Es ist ein dadaistisches Spiel.” Cita de George Steiner en una entrevista del periódico Süddeutsche Zeitung, edición del 18 de mayo de 2003; traducida del alemán al español por Peter Krieger.

[2] Jonathan Kandell, “Jacques Derrida, Abstruse Theorist, Dies at 74”, en New York Times, 10 de octubre de 2004.

[3] Posteriormente Jackie Derrida afrancesó su nombre: “Jacques”.

[4] Jacques Derrida, Voyous, París, Galilée, 2003.

[5] Jürgen Habermas, “Ein letzter Gruß. Derridas klärende Wirkung”, en Frankfurter Rundschau, 11 de octubre de 2004, traducción de la cita por Peter Krieger. En el original: “Unter seinem unnachgiebigen Blick zerfällt jeder Zusammenhang in Fragmente”.

[6] En la historia del arte conocemos un proceso parecido en la recepción de la interpretación iconográfica por Erwin Panofsky o recientemente Aby Warburg.

[7] Un caso interesante en este sentido es el de Eduardo Chillida; véase Peter Krieger, “El herrero Eduardo Chillida (1924-2002)”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, vol. XXIV, núm. 80, primavera de 2002, pp. 171-176; es un tema todavía no aprovechado por la investigación histórica y sociológica sobre la formación profesional de artistas e intelectuales.

[8] Jacques Derrida, L’écriture et la différence, París, Seuil, 1967 (en español, La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos, 1989); del mismo autor, De la grammatologie, París, Minuit, 1967.

[9] Henning Ritter, “Jacques Derrida. Anmut und Würde”, en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 11 de octubre de 2004.

[10] Jacques Derrida, Introducción a “El origen de la geometria” de Husserl, Buenos Aires, Manantial, 2000 (traducción de L’origine de la géometrie), y del mismo autor, La voz y el fenómeno: introducción al problema del signo en la fenomenología de Husserl, Valencia, Pre-Texdeltos, 1985 (traducción de La voix et le phénoméne: introduction au problème du signe dans la phénoménologie de Husserl ).

[11] Derek Attridge / Thomas Baldwin, “Derrida”, en The Guardian, 11 de octubre de 2004.

[12] Robert Venturi, Complexity and Contradiction in Architecture, Nueva York, MoMA, 1996.

[13] Me refiero a la publicación fundacional del deconstructivismo: Jacques Derrida, La voix et le phénomène, del año 1967 (nota 10).

[14] Jacques Derrida, La verdad en pintura, Buenos Aires/México, Paidós, 2001 (traducción de La verité en peinture). Véase el obituario de Niels Werber, “Mit dem Text gegen den Text”, en Die Tageszeitung, 11 de octubre de 2004.

[15] Wolf Singer, “Neurobiologische Anmerkungen zum Wesen und zur Notwendigkeit von Kunst”, en Der Beobachter im Gehirn. Essays zur Hirnforschung, Frankfurt/Main, Suhrkamp, 2002, pp. 220-224.

[16] Wolf Singer, “Der Beobachter im Gehirn”, en Der Beobachter im Gehirn. Essays zur Hirnforschung, Frankfurt/Main, Suhrkamp, 2002, pp. 145.

[17] Niklas Luhmann, Die Kunst der Gesellschaft, Frankfurt/Main, Suhrkamp, 1997, pp. 159-160.

[18] Peter Krieger, “Dolor fantasma-una arqueología virtual del World Trade Center ”, en Universidad de México, núm. 627, septiembre de 2003, pp. 78-82.

[19] Véase la crítica en Arch+156, p. 106, que descalifica los Diagram Diaries de Eisenman como oscurantismo escrito por un diletante.

[20] Un ejemplo de la no-comunicación entre la filosofía y la teoría de arquitectura es el proyecto any, una serie de diez coloquios, realizados entre 1991 y 2001 en Nueva York por Peter Eisenman, Bernard Tschumi, Arata Isozaki, Zaha Hadid, Jean Nouvel, Anthony Vidler y Fread deric Jameson, entre otros. Véase la última de las diez publicaciones any, Cynthia C. Davidson, ed., Anything, Cambridge, Mass., mit Press, Nueva York, Anyone Corp., 2001.

[21] Arch+156, p. 44.

[22] Ritter (nota 9): “So ist die über die ganze Welt verstreute dekonstruktivistische Gemeinde auch eher eine Konzeptkunstrichtung als eine akademische Schule”.

[23] Tageszeitung, 11 de octubre de 2004.

[24] El problema consiste en las complicadas terminologías de las ciencias que excluyen a un  creciente número de lectores del conocimiento actualizado; véase Wolf Singer en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 9 de julio de 2001.

[25] Richard Rorty en Die Zeit 43/2004.

[26] Martin Seel, ibid., cita en original: “Sein Verfahren ist das beharrliche Aufzeigen der grundlegenden Gebrochenheit, Unfertigkeit und Unschlüssigkeit menschlicher Orientierungen […].”