Interculturalidad una larga historia colonial Daniel Montañez

La interculturalidad es un término bien conocido por los pueblos de nuestra región, teniendo un uso muy temprano por organizaciones como el CRIC colombiano. (El Consejo Regional Indígena de Cauca realiza un intenso trabajo político y educativo por la autonomía y la defensa del territorio de los pueblos desde los años 70; la interculturalidad es un pilar fundamental en sus proyectos educativos, económicos y políticos).

El término representa una crítica a los esencialismos que entienden las identidades como realidades “puras” y estancas y, por otro lado promueve relaciones éticas y respetuosas entre los pueblos y comunidades del mundo. Pone énfasis en la cuestión relacional, tanto en las relaciones interiores de cada pueblo como en las exteriores, oponiéndose a los enfoques multiculturales, paternalistas, colonialistas o racistas que hacen apologías de las culturas de los pueblos como forma de desprecio estructural y herramienta de dominación social.

Sin embargo, y esto no es nuevo para el pensamiento crítico contemporáneo de nuestros pueblos indígenas, en la práctica la interculturalidad suele actuar como paradigma de control social, que utiliza y refuncionaliza parte de las culturas de los pueblos para establecer refinadas formas de dominación (véanse aportes de Silvia Rivera Cusicanqui o José Quintero Weir en este sentido).

Nuestros pueblos han observado junto con sus comunidades cómo la interculturalidad se hace efectiva a través de políticas públicas coloniales de diversa índole, que generalmente sustituyen proyectos anteriores degradados mediante la renovación del nombre. En vez de políticas multiculturales, indígenas, de solidaridad y desarrollo, ahora serán “interculturales”.

Algunas críticas del ámbito académico vinculadas a la defensa del territorio y el desarrollo propio de las comunidades han detectado también esta cuestión, y ya hablan de una “interculturalidad crítica” en contraposición a la “interculturalidad funcional”, “posmoderna”, “capitalista”, “dominadora”, “liberal” o “neoliberal” (véanse los aportes de Catherine Walsh y Jorge Viaña).

Pero como dice un amigo: “cuando comenzamos a poner apellidos a las cosas es que algo va mal”. No todos los términos han sido igualmente cooptados por Estados, gobiernos, bancos, empresas y ONGs. Pensemos en el concepto de autonomía. Imaginen que fuera cooptado de la misma forma y que cambiaran el programa “Oportunidades” de México por uno de “Autonomías” que ofreciera a las mujeres de las comunidades la posibilidad de construir “autonomía” mediante la gestión de una tienda de Sabritas y sopas Maruchan. Se les podría maquillar más. Ya no Sabritas ni Maruchan; serían “papitas nahuas” o “ancestrales sopas mayas de fideo chino con camarones y aderezo de chile habanero”. Todos ellos productos que trabajan por el bienestar y la “autonomía” de las comunidades, con el imprescindible “toque intercultural” por el cual los ingredientes estarán, con todo orgullo, escritos en lenguas originarias.

El uso y refuncionalización de las culturas propias de los pueblos para su refinada dominación se trata de una cosa seria y muy antigua. Revisemos tres momentos históricos para hacerla explícita:

Siglos VI a XVI.

Despojo y evangelización de los pueblos de Europa. Karl Marx estudió bajo la idea de “acumulación originaria” la transición al modo capitalista de producción desde la Edad Media temprana. Así, estaríamos hablando de un largo proceso de despojo en múltiples dimensiones: de tierras, conocimientos y cuerpos de los pueblos que habitaban el territorio hoy conocido como Europa.

Se han realizado nuevos estudios que complementan el texto de Marx sobre la acumulación originaria en términos de despojo de conocimientos, luchas y dominación de género (como Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, de Silvia Federici, México, Pez en el Árbol, 2013).

La imposición del cristianismo jugó un papel esencial en este proceso, pero no todos los pueblos fueron fáciles de evangelizar. Ya tempranamente el papa Gregorio el Grande, durante la evangelización de los sajones en el siglo VI, dijo a sus enviados: “No olvidéis nunca que no debéis estorbar ninguna creencia tradicional que pueda armonizarse con el cristianismo” (citado por Luis Werkman en La herencia medieval de México. Colmex/FCE, México, 1994).

Siglos XVI a XVII.

La conquista de América. Estas tendencias viajaron a América de la mano de conquistadores que venían de la guerra contra Al-Andalus. Eran conscientes de la paradoja de destruir el conocimiento no cristiano para imponerse (de la quema de las bibliotecas de Córdoba y Granada a la destrucción de códices en Yucatán), a la vez que necesitaban conservarlo y cristianizarlo.

¿Gracias a quiénes leyeron los renombrados frailes del siglo XVI las obras de Aristóteles? ¿Quiénes les enseñaron el número 0 y la potencia de calendarios mucho más exactos? Muchas obras enfatizan el robo de conocimientos de la modernidad europea para presentarlos como invenciones propias. Gutenberg inventó la imprenta siglos después que los chinos, Galileo descubrió la redondez de la tierra siglos después que los árabes y diversos pueblos de América.

Es interesante el estudio de George Saliba, quien estudia los aportes científicos que los europeos tomaron del Islam para emprender su “renacimiento” (en Islamic Science and the Making of the European Renaissance, MIT Press, 2007).

En esta destrucción-conservación-refuncionalización de los saberes de los pueblos en nuestra región participaron varios frailes, sobre todo dominicos y jesuitas.  Algunos autores han visto estas labores como honorables ejercicios de antropología temprana que habrían contribuido notablemente a nuestro conocimiento de las culturas prehispánicas.

Es el caso de Miguel León Portilla, autor muy importante para los estudios de las culturas prehispánicas (Bernardino de Sahagún, pionero de la antropología, UNAM/Colmex, 1999). De Sahagún realizó exhaustivos estudios de las lenguas y culturas de los pueblos que evangelizaba. Los frailes solían olvidar mencionar que eran estudios solicitados por el propio Vaticano, que formaba a los frailes para estas labores con el fin de conocer mejor a los pueblos que quería evangelizar, y que por lo general no tenían ningún especial cariño por estas culturas, y lo que pretendían era traducir dioses y ritos locales a la tradición cristiana para que la evangelización fuera más pacífica y profunda.

No, no eran “defensores de los indios”, eran evangelizadores con herramientas de conversión refinadas, aprendían los conocimientos locales para dominarlos; el énfasis que algunos de ellos pusieron en contra de la esclavitud indígena fue funcional a la conversión al cristianismo y su inclusión dentro del universo católico moderno, que comenzaba a desplegarse como paradigma de conquista con anhelo mundial.

 No olvidemos que Bartolomé de Las Casas, mientras defendía a los indios frente a los encomenderos y las propuestas de Sepúlveda, era íntimo amigo del cardenal Cisneros, encargado de quemar la biblioteca de Granada. El ejemplo de los jesuitas es el epítome de este proceso, el cual elevaron a escala global y lo relacionaron con grandes luchas por el poder político y económico de las regiones en las que se asentaban.

Siglos XIX y XX.

La construcción de las naciones. Las culturas de los pueblos tomaron gran importancia para la construcción de las identidades nacionales de América Latina. Importaban las culturas pasadas, ya que las contemporáneas precisaban de “modernizarse” o “desarrollarse”. Preferían al indígena muerto. Las leyendas anticoloniales de Nezahualcoyotl y Xicotencatl, antes que las culturas y comunidades concretas que aún resistían a la colonización nacional.

El componente religioso no dejaba de estar presente, lo podemos ver en las “misiones culturales” vasconcelistas de principios de siglo XX, donde parecían llegar nuevos “misioneros” con una férrea voluntad espiritual de modernizar las comunidades rurales mexicanas. También en la antropología cubana de Fernando Ortiz desde los años 40, según refiere Horacio Cerutti; Ortiz hacía una analogía de la transubstanciación en su propuesta de transculturación, donde enfatizaban los componentes afroamericanos e indígenas como parte fundamental de la identidad caribeña y latinoamericana.

Y, cómo no, en la persistencia del papa Juan Pablo II, quien retomaría en la década de 1980 la tradición de Gregorio el Grande con el desarrollo de la “inculturación”, algo así como una evangelización lenta, pacífica y culturalmente apropiada.

Si tomamos en serio esta larga historia de dominio y control social, que utiliza las culturas y tradiciones en su propia contra, debemos tener cuidado y seguir batallando por el contenido de las ideas y no sólo por sus nombres. Las buenas intenciones no bastan.

Queremos educación e investigación intercultural si eso sí significa una educación basada en paradigmas, metodologías y necesidades reales y propias de las comunidades en lucha.

Salud intercultural no significa tener limpiando los hospitales a las abuelas parteras ni esterilizar a las indígenas. Derecho intercultural significa tomar en serio las autonomías de los pueblos y no sólo tener traductores en juicios sumarios. Gestión intercultural si no significa convertir las culturas ancestrales en mercancías. Sostenibilidad intercultural si eso sí está vinculado a procesos de defensa del territorio y de lucha contra los despojos del Capital, en vez de a proyectos de conservación para ecoturismo o venta de bonos de carbono a Coca-Cola.

En definitiva: queremos menos rollos y más realidades, y que nos dejen de joder de forma perversa en nombre de nuestras propias culturas y ancestros.

Daniel Montañez Pico es estudiante de doctorado en Estudios Latinoamericanos y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Movimientos Sociales y Representación Política. Isabel Rauber (2003,2017)

No queremos ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica.

José Carlos Mariátegui

No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay jamás movimiento político que, al mismo tiempo, no sea social.

Carlos Marx

El socialismo democrático supone una revisión completa de las ideas sobre la organización y por tanto del centralismo, y también de las relaciones recíprocas entre la organización y la lucha.

Rosa Luxemburgo

Prólogo a la edición venezolana

I.

Entre las cuentas pendientes con el neoliberalismo, habría que sumar su papel en la extinción del intelectual crítico. Enfrentado al poder y reluctante al mercado, comprometido con la impugnación de realidades injustas y empeñado en su transformación, la figura del intelectual, aliado fundamental en las luchas sociales del último siglo, languidece bajo la égida neoliberal.

Dos operaciones parecen conjurarse para tal fin: por un lado, la maniobra contrainsurgente que, sobre todo a partir de los años 70, confina su existencia a los reducidos límites de la universidad, cortando los vínculos que la unen a la sociedad y con los actores sociales. El intelectual, en el cálido refugio del debate académico y de los salones de clase, se vuelve ornamental e inofensivo, administrando el ritual de la crítica anodina. Seducido por un discurso enclaustrado y autorreferencial, el intelectual se hace signo de impotencia y aislamiento.

En segundo lugar, ante la expansión del mercado globalizado de bienes culturales y simbólicos, el intelectual se convierte en mercancía transable, en producto de lujo que adquiere la nueva élite mundial ávida de ostentar, a través del consumo íconos simbólicos, su distinción de clase, o una clase media empeñada en el consumo de espectáculos globales. El espíritu crítico y cuestionador se transmuta en malcriadez iconoclasta que aumenta su valor en un mercado en que la transgresión sin impugnación es una preciada ficha de cambio.

El intelectual, ahora mudado en mercancía, pasa de subversivo a payaso. Sea como mandarín universitario, albacea de un conocimiento tan transgresor como inofensivo, sea como mercachifle de baratijas culturales, traficante de escándalos que divierten y fascinan a las élites, el intelectual y su saber han perdido su valor transformador y su vínculo con los sujetos de la transformación.

Objeto de contemplación o de consumo, ya no alquimista de rebeldías. La hegemonía neoliberal, tanto por la cooptación universitaria como por la mercantilización en los circuitos mundiales del consumo cultural, amputa al mundo sus profetas, pretende apagar la linterna de los pueblos.

Frente a este fondo destaca la figura de Isabel Rauber. Su práctica política y obra distan mucho del papel que hoy se le asigna al “intelectual de izquierda” universitario o al intelectual-espectáculo de la industria cultural. No reside ni en los pasillos de la Universidad ni en los circuitos mediáticos, sino entre los pobres, en sus luchas y sus lugares. Sea en Cuba, desde los campamentos del MST, por los barrios de Santo Domingo, con los obreros de las fábricas ocupadas argentinas, Isabel Rauber encarna esa figura tan fundamental como rara, la de la intelectual comprometida, la de la labor paciente y humilde (tan parecida a la del viejo topo de Marx) de producir un pensamiento crítico al servicio de los pueblos.

Militante intelectual/intelectual militante: ambos términos se hacen equivalentes e intercambiables en su obra, y esto es también a la vez una opción política y una opción epistemológica, que entiende que el pensamiento, si quiere ser un pensamiento para la transformación, solo es posible si se produce en el fragor de esta, y que la transformación encuentra en el pensamiento sus herramientas. Isabel Rauber es testimonio de que la tentación neoliberal no triunfa sin resistencia, y de que aún hay un lugar para aquel que ponga su pensamiento al servicio de la rebeldía.

Frente al pensamiento rentado al mercado o entregado a la comodidad de la cátedra, su trabajo nos recuerda que todo saber, si es realmente un saber ético, es peligroso y libre, comprometido e indignado. Solo tiene sentido tomar en cuenta el pensamiento que se arriesga, que se compromete. Pensar peligrosamente, pensar contra el orden establecido, pensar con y desde los de abajo, es la clara tarea del intelectual comprometido que Isabel Rauber defiende con su obra y su vida. Frente a otra de las especies de común uso que pretende la muerte del autor, ella nos recuerda que un autor no es solo el pensamiento que expresa, sino sus opciones y apuestas, los riesgos y compromisos que asume.

II.

El pensamiento edulcorado de los mandarines universitarios y los dealers de las ideas se expresa en el debate sobre los movimientos sociales. El término, acuñado en la estela del 68 y a la par de los movimientos pacifistas y ecológicos en Europa, intenta dar cuenta del ciclo de contestación antisistema en los países centrales, pero justamente en el momento en que se cernía sobre ellos una derrota aplastante con el ascenso de la hegemonía neoliberal.

El mismo concepto contribuye con esta derrota, esta vez en el campo ideológico, al menos en la forma en que predominantemente ha sido tratado en la literatura. Vaciados de todo horizonte transformador, neutralizada su fuerza cuestionadora, ocultada su naturaleza antisistema, escindidos de su génesis de clase y de su contexto estructural, los “nuevos” (adjetivo que con frecuencia se les adjudica) movimientos sociales operan en un vacío histórico y social, como gesto vano y por lo tanto permitido.

Se sustituyen las coordenadas de clase por nuevas identidades que hacen borrosas las desigualdades y las formas de dominación, se coloca a la sociedad como un fondo difuso, inerte, se desacopla la dimensión social de la acción colectiva de su naturaleza política. El debate sobre los movimientos sociales suele reducirse a conceptos y problemas como el de sus “repertorios de acción”, “marcos culturales”, sus efectos identitarios, etcétera, dejando fuera todo su potencial transformador. Se convierte en una noción apolítica (la misma escisión artificial entre  “social” y “político” lo anuncia), un objeto inerte, materia de disección académica pero que no supone peligro para el orden.

Del lado de las modas culturales, el pensamiento dominante vuelve a los movimientos sociales objeto de consumo. Se escamotea su potencial subversivo, convertidas sus luchas en revueltas estéticas y anodinas que se venden como gestos de inconformidad -tan convenientes para un mercado que requiere renovarse permanentemente, y por ello necesita impugnarse a sí mismo para abrir paso a nuevos deseos y nuevas mercancías que lo realizan.

Se trata de ofrecer un elenco de ofertas, de causas nobles, con las que se pueda ser inconforme y sensible sin poner en peligro el sistema, en las que puedan participar estrellas de cine y multimillonarios de almas nobles. A la par, todo el equipamiento necesario, la ropa adecuada para la demostración pública, los espacios para participar y mostrar indignación, las formas y atributos de las identidades recién adquiridas e intercambiables, los gestos de caridad, pueden ser comprados en boutiques, redes sociales u ONG especializadas.

El acervo de luchas y debates que afloran en la segunda mitad del siglo xx, marcadas por una radicalización de la crítica al capitalismo en todas sus manifestaciones y el enfrentamiento de las formas de dominación más allá de la explotación fabril, en que aparecen nuevas subjetividades y formas de lucha (de género, ecológicas, culturales, étnicas), se trastoca, en virtud de estas elaboraciones, en materia inerte, gestos frívolos e inofensivos, administrados convenientemente por el sistema al que pretendía derrocar.

Las luchas antipatriarcales terminan en la demanda de representación proporcional y en la corrección del lenguaje, la denuncia del racismo en gestos de reconocimiento sin que se pretenda superar la exclusión y en un creciente mercado de lo exótico que viene a oxigenar la desgastada oferta cultural del occidente blanco; las luchas ecológicas dan lugar a toda una nueva industria “verde”; la solidaridad con los pueblos a las tiendas de comercio justo, el cuestionamiento al Estado y al poder a una renuncia a toda voluntad de poder y a la despolitización. Es la mudanza del movimiento cuestionador de los años 60 en lo “políticamente correcto”.

Se rompe la relación de las nuevas subjetividades con las viejas fronteras sociales. Se puede exigir la igualdad de género, el reconocimiento cultural o la libertad de orientación sexual sin considerar las diferencias sociales, las posiciones y conflictos de clase.

Una mujer pobre no se ve reflejada en las demandas de una feminista clase media, un gay adinerado disfruta del mercado emergente destinado a este nuevo segmento de consumidores, mientras otros deben enfrentar aún la segregación y los brutales maltratos que viven los que deciden hacer evidente su disidencia sexual en contextos de exclusión y pobreza. Aún más, las injusticias no tienen sujeto, no tienen culpables. No existe el capital ni las clases que lo encarnan. Se podría decir, en el límite, que es un asunto de la naturaleza humana y no del sistema.

Los movimientos antisistema se enfrentan no solo a la derrota policial y política instrumentada por los gobiernos neoliberales, sino a la conjura teórica e ideológica de una narrativa que los niega y los reduce a un gesto capturado y administrado por el sistema.

Durante años los movimientos sociales europeos, salvo algunas notables excepciones, parecieron condenados a reproducir este lugar ritual que la discusión académica les asignó, hasta que la emergencia de las protestas antiglobalización en Seattle, Génova o Barcelona, o más recientemente las masivas manifestaciones de indignados, los rescataron del foso de indiferencia en que habían vegetado por años.

Sin dudas que estos giros liberales que impregnan estas elaboraciones sobre los movimientos sociales se aprovechan también, como se discute en este libro, de las insuficiencias, extravíos y agotamiento del marxismo en su versión más dogmática. La plena noción del proletariado como “sujeto histórico” único y exclusivo, del partido como “conciencia desde afuera” y de la transformación reducida al simple acto de tomar el poder (la metáfora del asalto al palacio de invierno, tan trajinada por tantas izquierdas burocráticas), se mostraba claramente insuficiente, sino negada en un contexto en que los procesos de desindustrialización, el nuevo orden económico mundial y su énfasis en el sector servicio y tecnológico, la complejización de los contextos nacionales por la entrada de la globalización y el derrumbe del bloque soviético, hacían más obsoleto que nunca el viejo credo.

III.

Más allá de sus fallas de origen, ¿este instrumental teórico propio de las ciencias sociales europeas y estadounidense es útil para pensar los movimientos contestatarios que emergen en Latinoamérica durante las últimas décadas? Contrastemos algunos de los rasgos que se le atribuyen a los movimientos sociales en las corrientes dominantes de las ciencias sociales con lo que ocurre entre nosotros.

Por una parte, los movimientos sociales, en su recepción académica dominante, se entienden como opuestos al Estado, en una relación de mutua exclusión. Esta negación del Estado como campo político de la acción colectiva, generalmente presentado a través del adusto concepto de sociedad civil, es propio del credo neoliberal: el Estado es relegado del debate, dejándolo solo como mecanismo regulador y represor, mientras el campo de lo social, ahora mudado en campo de gestión administrativa, está fuera de su alcance, en mano de los privados, de la “sociedad civil”, constituida tanto por “movimientos sociales”, ciudadanos, ONG y, especialmente, por empresarios. El Estado es externo y ajeno a la acción de los movimientos sociales, o su relación se reduce al trámite por parte del Estado de las demandas sociales promovidas por los movimientos.

En América Latina la situación opera de manera muy distinta a la prevista por esta literatura. Los movimientos sociales (confieso que prefiero el nombre de movimiento popular, forjado por las propias organizaciones de base) nunca han renunciado al problema del Estado, sea cuestionando su acción, en la noche del neoliberalismo, sea a partir del acompañamiento crítico a gobiernos populares que han conquistado el poder durante los últimos años, sea proponiendo e involucrándose en formas de participación popular en el ejercicio del poder, tanto dentro del Estado (y ahí la relevancia que cobra en nuestro continente la discusión sobre la democracia participativa y la radicalización democrática, frente al debate sobre la sociedad civil de épocas anteriores) como fuera de él, a través de embriones de un nuevo poder que buscan desplazar al orden político del capital (la discusión sobre el poder popular, central en Cuba y en la Chile de Allende, hoy renovada por las experiencias de Venezuela y Bolivia, entre otros).

Como señala Isabel Rauber en este libro, lejos de desentenderse las organizaciones populares del Estado, durante los últimos años se han multiplicados las experiencias de enfrentamientos con los gobiernos antipopulares, la participación en espacios estatales y la creación de formas de autogobierno y poder popular.

En segundo lugar, a los movimientos sociales se les atribuye fines limitados, demandas específicas y fragmentadas. Se produce una multiplicación y aislamiento de los sujetos y su esfera de acción. Cada movimiento ocupa un campo específico, como reclamos asociados a su identidad. El campo popular se fractura en múltiples demandas y reivindicaciones que pueden ser absorbidas y tramitadas aisladamente, pero que, al renunciar a la totalidad, no ponen en peligro el funcionamiento del sistema.

Recientemente, en una ciudad estadounidense, al preguntar por los movimientos de inmigrantes, nos sorprendió cómo estos no solo estaban absolutamente aislados de otros movimientos y luchas (de género, movimientos barriales, de otros grupos étnicos, sindicatos, etcétera) sino como a su vez se fragmentaban en preocupaciones cada vez más específicas y separadas: los que luchaban contra las deportaciones, contra el encarcelamiento masivo de hispanos, por la educación bilingüe, por derechos laborales, etcétera.

Entre ellos no existía conexión ni identidad de intereses, a pesar de enfrentar, al igual que otros excluidos y marginados de la sociedad estadounidense, al mismo sistema. Es como si la segmentación del mercado, que permite hacer proliferar hasta el infinito los deseos y las demandas, se extrapolara a las luchas populares.

Pero las luchas y procesos de articulación en América Latina siguen otros senderos. El ataque masivo y global de las políticas neoliberales ha obligado a las luchas y a las organizaciones a articularse, a forjar horizontes comunes, transversalidades que permiten superar las demandas sectoriales. Esto por supuesto no oculta las prácticas corporativas y sectarias, los comunes fracasos de los esfuerzos unitarios, los frecuentes celos y aprensiones, pero sin duda que los vasos comunicantes, la expansión de los intereses comunes y la voluntad colectiva (pasando rápidamente de intereses sectoriales o locales, a intereses que prefigura el horizonte de clase o la identidad como pueblo), los hilos dorados e invisibles que entretejen las luchas y los movimientos en una densa trama, contrastan con la imagen de movimientos cocinándose en su propio caldo que retrata la literatura sobre el tema.

Como señala la autora, en las organizaciones de nuestros pueblos existe una clara determinación a terminar con fracturas étnicas, culturales, sociales y políticas que han sido usadas para hacer cundir la dispersión, y abundan en este trabajo experiencias de frentes y construcciones transversales que priorizan la unidad desde abajo.

Un tercer rasgo atribuido por la literatura anglosajona a los movimientos sociales es su distancia de la política. Justamente su definición como “social” es a partir de su contrastación con la esfera de lo político, volviendo a la vieja idea liberal de lo político como opuesto y separado de otras dimensiones de la vida (en especial lo económico y lo social) dejadas en mano de reglas inexorables (como la “mano invisible del mercado”), del manejo tecnocrático o la administración despolitizada.

De nuevo esta imagen, tan conveniente para la gobernabilidad neoliberal, se estrella con las prácticas populares en nuestra América. Estos años han conocido un intenso proceso de articulación entre movilizaciones sociales y luchas políticas, como bien reseña el libro que presentamos, así como la politización de organizaciones que podrían ser definidas como “sociales” en los términos tradicionales.

Sindicatos, organizaciones indígenas, movimientos campesinos, organizaciones territoriales, permanentemente cruzan la frontera entre lo político y lo social, hasta confundir ambas esferas. Como señala Isabel Rauber, los movimientos no delegan su poder renunciando a lo político. Y no puede ser de otro modo: el ataque del neoliberalismo a la vida (el territorio, la naturaleza, la sobrevivencia, la soberanía) hace que toda lucha “reivindicativa” potencialmente escale rápidamente hacia mayores grados de “politización”.

El más simple reclamo, por ejemplo la demanda de agua o de tierra, choca contra los límites del sistema que ha impuesto la hegemonía neoliberal sobre nuestros pueblos. Si antes existía cierto margen de maniobra para el capital, concediendo reformas u otorgando reivindicaciones que no impedían su funcionamiento y permitían mantener cierta paz social, la avidez del neoliberalismo, que tiene como objetivo no solo apropiarse del plusvalor a través de la explotación del trabajo, sino la extracción de ganancias exorbitantes a través del expolio de la vida y el territorio, hace que la relación entre reivindicaciones y rebelión antisistémica sea más cercana.

Finalmente, la literatura se concentra exclusivamente en una noción excesivamente formalista, casi notarial, de los movimientos sociales, reconociendo como tales solo aquellos que tienen formas definidas y estables, estructuras formales y sostenidas en el tiempo. Es el equivalente a las empresas en el campo económico: los movimientos sociales serían una sociedad anónima de intereses corporativos. Esta imagen, al menos en el caso de Venezuela, se aviene mejor a las organizaciones de clase media que emergieron en los años 90 (y que fueron en buena medida la base social de la reacción contra la Revolución Bolivariana en las grandes ciudades) que a los procesos de movilización popular que se enfrentaron al neoliberalismo durante ese mismo priorizan y permitieron el proceso revolucionario dirigido por Hugo Chávez.

La descripción de los movimientos sociales como organizaciones formales, deja de lado los procesos de movilización popular que, con frecuencia al margen de estructuras organizadas, se dan en el continente, y que han sido cruciales en el reciente ciclo de resistencia y derrota del neoliberalismo y de ascenso de proyectos populares al poder.

Descifrar las posibles relaciones entre los movimientos y la movilización popular, tema que se aborda de manera minuciosa en el libro, es fundamental para superar tanto el vanguardismo como la apología del espontaneismo.

IV.

En el libro que presentamos, Isabel Rauber realiza un portentoso esfuerzo por construir una densa red de conceptos y categorías que dé cuenta de los movimientos sociales latinoamericanos, sus características, desafíos y horizontes, en un momento marcado por la resistencia al neoliberalismo y a la construcción de alternativas societales a lo largo y ancho del continente, en la perspectiva de recuperar y poner en evidencia su potencial transformador.

En tal sentido, el texto insiste en la cualidad política de los movimientos sociales. No hay movimiento político que a la vez no sea social, señala la autora siguiendo a Marx, pero sobre todo apoyándose en las experiencias de los procesos populares latinoamericanos, discutiendo las distintas formas en que se relaciona la movilización social con la acción política, el movimiento con el partido, la vanguardia y el pueblo, los procesos que permiten superar la fragmentación entre luchas específicas y la separación entre luchas sociales y luchas políticas.

Discute la constitución mutua del sujeto transformador y el proceso de trasformación, así como la autoconstitución de este sujeto, en tanto sujeto consciente, a partir de la aprehensión de la realidad que enfrenta y transforma; la relación entre intereses particulares y luchas globales, lo que implica a su vez la articulación entre distintos actores, tarea especialmente crucial en tanto se reconoce la pluralidad de sujetos y no la existencia de uno con un estatuto privilegiado que determina a los demás; la relación dialéctica entre sujeto y proyecto, entre el sujeto, el poder y la construcción del proyecto histórico.

El hilo conductor que recorrería las distintas dimensiones y momentos sería la práctica transformadora. No hay un sujeto dado, autoconsciente y predestinado por la gracia de la historia; no hay proyecto político que derive automáticamente de condiciones objetivas ni sea históricamente prefigurado.

Es el proceso de transformación, la práctica concreta de transformar una realidad concreta, lo que produce los sujetos y los horizontes, articula fuerzas y bloques, es la génesis de la conciencia y los intereses colectivos. En el proceso de transformación el actor conquista el carácter de sujeto, reencuentra sus capacidades transformadoras mutiladas por el orden dominante, adquiere su perspectiva histórica, reconstruye la unidad entre lo social y lo político.

A la vez esta tensión entre sujeto, proyecto y praxis encuentra en la organización un soporte, pero también un escenario donde se reproducen las múltiples contradicciones y los desafíos de prefigurar nuevas formas de relación, de participación, nuevos modos de ejercicio de la política.

Pese a su densidad teórica, no es este un trabajo puramente teórico, sino que enraíza, tanto en sus fuentes como en su análisis, con los procesos concretos de lucha y organización de toda la región. Las experiencias barriales de Copadeba, en República Dominicana, los zapatistas en el sur de México, las luchas de cocaleros en Bolivia y la creación del MAS como instrumento político de los movimientos, las movilizaciones campesinas del MST, los cortes de rutas y asambleas de piqueteros, los trabajadores (en la producción y sin trabajo) organizados en la CTA, los procesos unitarios desde abajo en Colombia, entre otras muchas experiencias, nutren y se transparentan en las categorías y discusiones que recorren el libro.

Ofrece una cartografía amplia de los distintos sujetos populares (mujeres, campesinos, indígenas, afros, pobres de la ciudad y del campo) hoy en Nuestra América, de sus luchas, sus métodos, sus innovaciones y dificultades, sus proyectos políticos y programas, sus victorias y fracasos.

Rauber, en línea con la tradición del pensamiento marxista y revolucionario no burocrático, recupera la centralidad de la práctica transformadora como constitutiva de los sujetos y los proyectos de clase, rearticulando actores dispersos y luchas fragmentadas por el efecto mismo del orden del capital, superando la dicotomía entre reivindicación social y lucha política, entre movimiento y partido, entre vanguardia y masa.

A la vez la práctica revolucionaria se reconoce como fuente del conocimiento, como faenar en que se construye la teoría. En la forma como la autora hilvana su trabajo, despliega sus tesis, debate sus ideas, esta íntima relación entre las prácticas transformadoras de los movimientos sociales de Latinoamérica y la teoría se hace evidente. Así como hay que ir de lo social a lo político en un movimiento permanente y superador de la dualidad, hay que ir de la práctica a la teoría y de esta a la práctica.

La recreación de las tesis aquí sólidamente discutidas en las prácticas trasformadoras de los pueblos del continente, es entonces el momento necesario que completa (aunque no cierra) el ciclo propuesto por el libro. Es este entonces un libro para leerlo con las manos y los pies. Para actuarlo.

V.

¿Cuál puede ser la pertinencia de este texto para los movimientos sociales en la Venezuela de hoy? Sin duda que, lejos de una pretensión prescriptiva (Isabel da muestras de una gran humildad y respeto a las prácticas de los movimientos populares), este libro ofrece un conjunto de problemas, interrogantes y claves imprescindibles para el debate del proceso revolucionario actual, en especial el debate pendiente en el seno del movimiento popular. Empezando por el reconocimiento de la necesidad de este debate.

Las tareas cotidianas, tanto en la construcción del socialismo como en la lucha frente a la conspiración, con frecuencia condenan a las organizaciones populares a un “tareísmo” que poco respiro le deja a la discusión y a la construcción teórica.

Esto a la par del malogrado estado de la teoría revolucionaria actual, de lo que el libro de Isabel Rauber también da cuenta en su crítica sin concesiones a las especies dominantes en el pensamiento marxista hoy. Pero todo ello hace más urgente la necesidad de producir nuestra propia reflexión teórica, que nos permita ver tanto la práctica cotidiana como los horizontes estratégicos, y por supuesto la articulación y mediaciones entre ambos. Este trabajo reinstala con fuerza el debate teórico en el seno de los movimientos sociales, y en Venezuela esto es una tarea impostergable.

Luego el libro ofrece un conjunto de discusiones absolutamente pertinentes. La discusión que propone sobre el sujeto histórico obliga a abandonar cualquier prepotencia excluyente y a buscar rearticular a todos los sectores populares, en una permanente ampliación del bloque histórico y social.

La tarea hoy en Venezuela, es volver al seno del pueblo, removilizar al pueblo, incorporar sectores que pueden haber quedado rezagados por nuestros errores e inconsecuencias, incluir nuevas demandas y sujetos (aquí pienso en la tarea inaplazable de abrir espacios a los jóvenes de los sectores populares, con los que la revolución tiene aún una importante deuda), calza con las tesis que se proponen en el libro en torno al trabajo dentro de las clases populares.

Otro ejemplo es lo que plantea a propósito de la relación entre partidos y movimientos, o entre poder (Estado) y movimientos, que parece escrito pensando en la realidad actual venezolana. La tentación de subordinar los movimientos populares a la lógica y conducción del partido o al Estado, amenaza con hipotecar el papel histórico al que están llamados los movimientos en la construcción del socialismo y la defensa de la revolución, obturando a la vez los canales de participación y protagonismo popular, fundamentales para garantizar el contenido democrático y de clase del proceso revolucionario, y reestableciendo la vieja división entre dirigentes y dirigidos, que estuvo en las bases de las razones de la rebelión popular de febrero de 1989 y de la Revolución Bolivariana contra la vieja democracia representativa.

La tutela y subordinación del movimiento social a una dirección única centralizada (sea partido o Estado) reproduce los errores del socialismo soviético, aquí lúcidamente denunciados. Los aportes de Rauber son esclarecedores: tanto el capitalismo como el socialismo burocrático coinciden en arrebatarle a los trabajadores su capacidad de conducir sus destinos. La subordinación política, sea en la forma de tutela, cooptación o cercenamiento de la democracia desde abajo, es una condición para la reproducción de otras formas de dominación, incluyendo el sojuzgamiento del trabajo por el capital.  Dominación política, dominación social y dominación económica se superponen y refuerzan.

Durante estos años la revolución ha derrotado al proyecto neoliberal, reestableciendo para ello la centralidad del Estado y recuperando la renta petrolera como mecanismo redistributivo y palanca para el desarrollo. Sin embargo, esto conduce a nuevos escollos y peligros. La sobredimensión del Estado amenaza con asfixiar la potencia popular, convirtiendo a las expresiones del poder popular y a los movimientos sociales en artificios sin peso real o en correa de transmisión entre el aparato burocrático y las bases sociales.

Las prácticas clientelares, la cooptación y la reducción del papel de la organización a simples gestores, renunciando a su potencia de lucha y movilización, no solo anulan a los movimientos, sino que favorecen la burocratización y alejamiento del Estado, que se vuelve tan grande como impotente, y niegan uno de los contenidos fundamentales del proceso revolucionario, aquel que apunta al reconocimiento del poder del pueblo.

Por su parte, la profundización de la dependencia de la renta petrolera conduce al restablecimiento de viejas y nuevas élites, los grupos económicos que logran intermediar la renta, así como aumenta la vulnerabilidad de nuestra economía, como muestra el actual cuadro que, si bien ha sido promovido por actores motivados políticamente o por el ánimo de lucro desmedido, encuentra en el rentismo una condición de posibilidad y una oportunidad para sus operaciones. Pero además el rentismo refuerza la subordinación política, la intermediación burocrática y la desmovilización popular, al colocar al pueblo en una actitud pasiva y dependiente de los repartos estatales, a las organizaciones populares en una tarea de gestores de prebendas provenientes de la renta, y fortalecer el lugar de la burocracia estatal como estamento que gobierna la renta y su asignación.

En Venezuela pareciera que nos encaramos a una encrucijada entre un modelo que, aunque fundamental para derrotar la hegemonía neoliberal, hoy luce agotado, y la restauración del poder de las élites desalojadas por la revolución. Frente a este falso dilema, hay que recordar las palabras del presidente Chávez en una de sus últimas alocuciones, el “Golpe de Timón”, en que clamaba por el desarrollo de las capacidades autogestionarias del pueblo y por la profundización del poder popular. Esta tarea aún pendiente encontrará en el libro de Isabel Rauber claves ineludibles.

Superar las nuevas formas de despolitización que gravitan sobre sus prácticas y recuperar la capacidad de impugnación, crítica, movilización de los movimientos sociales, esenciales como combustible de la revolución, para conjurar las tentaciones de apoltronamiento, de burocratización, o enfrentar el riesgo de instalar una versión “progre” del capitalismo de Estado y el desarrollismo, a la vez que se combate la conspiración reaccionaria y los intentos restauracionistas, son hoy parte del debate de los movimientos sociales populares en Venezuela.

Esta doble tarea (ser motor de la revolución enfrentando el burocratismo y los modos invisibles en que opera la reproducción del capital y sus relaciones de dominación, ser barricada frente a las amenazas de la derecha y la oligarquía para restablecer sus privilegios), jalonan su quehacer. Y para ello el rearme ideológico y teórico tiene una importancia crucial.

Creemos que este libro tiene, pues fue escrito para eso, una clara utilidad en esa dirección.

Andrés Antillano

Prólogo a la primera edición

Este importante libro llega en un momento oportuno, cuando hemos de encarar algunas opciones críticas. Estas implican nada menos que el imperativo de la rearticulación radical del movimiento socialista en medio de la cada vez más profunda crisis estructural del capital.

El derrumbe del sistema soviético fue saludado por los defensores autosirvientes del orden establecido, como el fin irreversible del socialismo. En realidad no hubo tal. Muy por el contrario, un examen crítico y penetrante de las razones de este doloroso fracaso histórico pondría de relieve una conciencia y urgencia mayores que nunca antes de hacer frente al desafío de la propia supervivencia humana, en un momento en que el capital aparenta ser tan completamente dominante que las devastaciones continúan en una escala cada vez mayor y se permiten ampliarse sin mucho o ningún estorbo.

Pero, para estar seguros, es imprescindible una revaloración crítica intransigente de nuestras estrategias pasadas y presentes, o no habrá esperanza al encarar ese desafío.

Fausto Bertinotti, secretario nacional del único partido parlamentario italiano que todavía profesa aspiraciones de transformación radical, el Partito della Rifondazione Comunista, publicó recientemente un artículo con el título programático de: “La socialdemocracia reformista no está más en la agenda”[1]

En verdad el fracaso de la socialdemocracia reformista ha sido evidente por mucho tiempo, aunque los movimientos políticos parlamentarios tradicionales no lo hayan reconocido. Ellos estaban ocupados en la introducción de cambios menores –y en las últimas dos o tres décadas ni siquiera eso– que tenían que ser bien acomodados dentro de los límites estructurales del capital, revitalizando temporalmente, más que transformando significativamente, el sistema mismo.

En consecuencia, admitir que la socialdemocracia reformista no está más en la agenda, trae consigo para nosotros la conclusión ineludible de que el impacto permanentemente paralizante del parlamentarismo como tal, no puede ser eludido por más tiempo. Esto incumbe a todos los movimientos políticos radicales, incluyendo los partidos principales de la izquierda que usaron hasta descartarlas todas las estrategias alternativas, desde el punto de vista parlamentario como hasta el “sectarismo poco realista”.

De ahí la gran relevancia de focalizar la necesidad de una rearticulación exhaustiva del movimiento emancipador socialista en las presentes circunstancias, tal como lo aborda Isabel Rauber en este libro.

La inviabilidad total de las concepciones reformistas pudo ser ocultada en el pasado bajo el velo de las “concesiones” del capital, las cuales eran asumidas siempre más ampliamente, bajo el concepto de ir sumando en una larga carrera, para favorecer un cambio estructural significativo del orden social dado. Sin embargo, lo que ha ocurrido actualmente ha sido exactamente lo opuesto. En el curso de su desarrollo histórico, el capital ha llegado a una etapa, bajo la presión de su profunda crisis estructural, en la que incluso las pasadas “concesiones” que en los hechos no eran tales concesiones, sino parte integrante aún de la dinámica prevaleciente de expansión, sin obstáculos, del capital –fueron revertidas por el orden gobernante, con la ayuda de una legislación antilaboral despiadada, porque ellas no podían satisfacer más dicha función expansionista.

La virtual muerte del “Estado de bienestar” incluso en los países capitalistas más desarrollados, en lugar de su difusión por todo el mundo como una vez se prometió, deviene testigo elocuente de esa grave verdad.

El comienzo de la crisis estructural del sistema, y el fin de todas las ganancias parciales significativas obtenidas por el capital, confrontan al movimiento socialista con un dilema muy difícil. En el pasado el reformismo sostenía que la acumulación constante de mejoras parciales arrojaría a su debido tiempo cambios sociales cualitativos acordes con los propósitos radicales originalmente previstos por el movimiento. Eso fue lo que dio lugar a la notoria oposición entre los “objetivos inmediatos” y el “propósito final”.

Sin embargo, con la clausura de la fase expansionista y relativamente sin disturbios del sistema, estrechando las prácticas reproductoras de ganancias del capital, que traen con ellas el imperativo de una explotación cada vez más insensible de la fuerza de trabajo global, no solo no puede haber progresos inmediatos que se acumulen con el tiempo, acercándose cada vez más al propósito final deseado.

Más bien, la relación entre lo “inmediato” y lo “último” debe tener un giro en dirección a la única vía en la cual puede actualmente tener sentido. Para nuestro tiempo cuando el capital puede solamente ceder beneficios tácticos al trabajo, con la perspectiva de recuperarlos de vuelta en la oportunidad más cercana posible y “con intereses compuestos” la realización incluso de “objetivos inmediatos” más limitados llega a ser factible solamente como una parte integral de la alternativa hegemónica del movimiento socialista al orden establecido.

De ese modo, lo inmediato puede ser propiamente perseguido solo si es concebido como lo inmediato estratégico, definido por su inseparabilidad de lo estratégico a largo plazo y orientado por la primacía total de esto último. En otras palabras, esos progresos parciales pueden ser adoptados solamente como objetivos inmediatos viables que no puedan ser revertidos, y por lo tanto son capaces de adquirir un carácter verdaderamente acumulativo.

Aquellos que podrían objetar que eso es “maximalismo” deberían abrir los ojos ante el hecho de que el peor tipo de maximalismo es en realidad la vana persecución de las “demandas mínimas” irrealizables solamente compatibles temporal y tácticamente dados los límites estructurales del capital.

En términos estratégicos lo que apareció en la agenda histórica, dado el fin de la larga ascendencia histórica del capital y su sustitución por la preocupación del sistema por sobrevivir a cualquier costo incluyendo la imposición del más destructivo curso de acción, es la necesidad urgente de instituir la alternativa hegemónica del trabajo al orden social establecido. Solamente a través de semejante alternativa las enormes desigualdades y devastadoras contradicciones del presente pueden ser relegadas al pasado.

Por mucho tiempo las estrategias de la izquierda tradicional eran formuladas, explícitamente o no, sobre las “premisas realistas” de que los progresos previstos deben ser proporcionables por el capital, dejando de ese modo sin desafiar al sistema mismo. Pero hoy ningún avance social duradero del trabajo es proporcionable por el capital. Consecuentemente, toda conformidad con la premisa socioeconómica anteriormente aceptada de providencia capitalista solo puede traer frustración y finalmente autoderrota.

Naturalmente, estas consideraciones no significan en lo más mínimo que las demandas tangibles de un movimiento social claramente identificable puedan ser ahora sustituidas por los postulados abstractos de un sujeto histórico genérico. Por el contrario, ambos, los objetivos estratégicos factibles de nuestro tiempo y la naturaleza del agente social capaz de realizarlos, se harán muchos más concretos de cómo eran concebidos en el pasado. La necesidad de la rearticulación radical del movimiento socialista tiene que ver con ambas dimensiones en su inseparabilidad.

Con vista a lo primero, las demandas tangibles y aparentemente “no-socialistas” revelan su carácter socialista estratégico en conjunción unas con otras, como en un todo combinado, ya que el capital debe negarlos en interés de su dirección autoexpansionista destructiva. Como dice Isabel Rauber con pasión y perspicacia: la vida que –en este momento, en este continente– significa defensa de la tierra, del agua, de los bosques, de las fuentes de carbón, de petróleo, y del aire mismo, y todo esto presupone la defensa-recuperación de la soberanía de la nación y de la nación misma (en el grado y realidad en que estas hayan existido) reinventándola simultáneamente. Tareas del pueblo todo y de la clase, en tanto ello solo será posible de alcanzar y afianzar con la eliminación de la lógica de la reproducción ampliada del capital (pp. 94-95).

En lo que respecta a la naturaleza del sujeto de las transformaciones necesarias: el agente social emancipador, es necesario liberarnos de las simplificaciones voluntaristas del pasado que trataron de confinar el papel de agente histórico a una vanguardia exclusiva vinculada al trabajo industrial (incluso solo al trabajo manual), saliéndose así de la concepción marxiana que habla de la siempre creciente proletarización de la sociedad y de la correspondiente necesidad para el desarrollo masivo de la conciencia comunista. No es de extrañar, por tanto, que las estrategias basadas en semejantes puntos de vista voluntaristas hayan sido amargamente decepcionadas.

El agente social de la emancipación abarca una multiplicidad de grupos sociales, los cuales son capaces de coligarse en un poder efectivo transformador dentro de un marco estratégico adecuado de orientación. El denominador común o núcleo estratégico de todos esos grupos no puede ser el “trabajo industrial”, sean o no de “cuello azul” o de “cuello blanco” (sin mencionar la obscena y capituladora noción política británica de “nuevo trabajo”)[2], sino el trabajo como antagonista estructural del capital.

Es lo que combina los variados intereses de la multiplicidad de grupos sociales en el lado emancipatorio de la división clasista dentro del interés común de la alternativa hegemónica del trabajo al orden social ahora arrolladoramente destructivo. Todos ellos tienen que jugar su importante papel activo en el aseguramiento de la transición a un orden social cualitativamente diferente.

En efecto, aunque de momento por causa del poder de división y fragmentación del capital todavía algo latente, se trata de la conciencia del profundo interés común objetivo que hace posible la clara identificación de las demandas tangibles y literalmente vitales de nuestro tiempo como se indica arriba, bajo la cual la multiplicidad de grupos sociales laborales pueden juntarse dentro de un adecuado marco estratégico. Esta es la razón por la cual es posible superar los intereses conflictivos de “sectorialidad”, anticipando así, con realismo, la rearticulación exitosa del movimiento socialista en el espíritu de combinar sus más variados grupos dentro de un agente social emancipatorio verdaderamente exhaustivo.

Lo que Isabel Rauber escribe en este contexto sobre América Latina es válido también para el resto del mundo comprometido en su confrontación histórica con el capital:

En Latinoamérica no existe hoy ningún actor social, sociopolítico o político que pueda por sí solo erigirse en sujeto de la transformación, este resulta necesariamente un plural-articulado que se configura y expresa como tal sujeto en tanto se articula como sujeto popular. (…) En tal sentido, el desafío pasa por eliminar la fractura partido-clase. Anudada simultáneamente a la superación de la fractura histórica entre partido-clase-pueblo(s) (p. 92).

Para tener éxito en esta tarea histórica, es necesario crear un nuevo modo de operar en el movimiento socialista radicalmente rearticulado, en el espíritu de la igualdad sustantiva de sus variados componentes en agudo contraste con las determinaciones más íntimas del orden establecido. El modus operandi del sistema capitalista desde su condición absoluta de existencia –aun con toda la habladuría sobre “democracia”, “libertad” e “igualdad”– no puede ser otro que la insuperable subordinación estructuraljerárquica del trabajo al capital.

Reproduciendo como en un espejo en las confrontaciones políticas del trabajo con el capital, el modo jerárquico de operación del adversario, reflejando la práctica defensiva del movimiento, ya totalmente anacrónica, aunque comprensible bajo determinadas circunstancias históricas. Pero por la misma razón ello no puede traer éxito duradero incluso en el plano político y menos aún en el establecimiento de las bases de un nuevo orden metabólico de autorreproducción humana. El agente emancipador múltiple que ahora emerge puede prevalecer solo si se articula sobre las bases de los muy diferentes principios de intercambio humano y organización. Para decirlo con palabras de Isabel Rauber:

Se trata de un nuevo movimiento político social articulado desde abajo sin subordinaciones jerárquicas entre los distintos actores, sin vanguardias iluminadas ni sujetos de primera, de segunda o de tercera clases. La apuesta sería construir redes, nodos de articulación social (sociopolítica), basándose en la profundización de la democracia y la participación y en el despliegue de relaciones horizontales de articulación (p.114).

La reconstitución del movimiento socialista “desde abajo” sobre las bases de una igualdad sustantiva, inconcebible en el fundamento inalterablemente jerárquico del capital, es la precondición necesaria para encarar el desafío histórico que confrontamos. Ello es, a la vez, la promesa de un camino viable para regular nuestro modo de reproducción metabólica social, una vez que la destructividad del capital sea puesta bajo control y las piezas fracturadas heredadas del viejo orden sean integradas en un marco sostenible.

En ese camino, la verdadera organización equitativa y el modo de acción del movimiento emancipador pueden ser llevados hacia el futuro, en el que su íntima constitución también representa, desde sus mismas fases constitutivas, las anticipaciones de una nueva manera genuinamente asociativa de ocuparse de las tareas que deberán presentarse.

El concepto de participación a este respecto, es de importancia seminal. Ello es válido tanto para el presente como para cualquier sociedad emancipada del futuro. Bajo las actuales circunstancias eso significa, en primer lugar, que no es simplemente una participación más o menos limitada en discusiones, a menudo reducidas al vacuo ritual de “consulta” inefectiva (acompañada por una superioridad descartante), sino la adquisición progresiva de los poderes de decisión alienados, por el antagonista estructural del capital, en cuyo decursar transforma sus miembros dentro del cuerpo social de productores libres asociados.

Hacia el futuro, no importa cuán distante, la participación significa el ejercicio creativo de los poderes adquiridos de tomar decisiones para beneficio de todos, trayendo a primer plano los ricos recursos humanos de las individualidades combinadas, tanto y tan extensamente como no pudo jamás ser soñado, en su ausencia, en las anteriores formas de sociedad. El modo horizontal de intercambio, correctamente defendido por la autora, puede hacer del principio de autonomía significativa un prerrequisito para que la autorrealización individual sea plenamente combinado con la realidad de la coordinación estructural total, y de ese modo, transformar la operación del proceso metabólico social de reproducción, en un todo liberador integrado, que será coherente-cooperativo y no derrochador-adversativo.

Estos problemas son tratados por Isabel Rauber con un abordaje minucioso, con originalidad y con profundo compromiso. Su desafiante libro merecerá la reacción positiva del lector.

István Mészáros

Notas para la presente edición

El mundo en que vivimos, marcado por el modelo de civilización (capitalista) occidental y sus crecientes exigencias destructivas en aras de aumentar exponencialmente sus ganancias y apropiarse de las fuentes de vida, se agota aceleradamente. En su delirio por mantenerse en la cúspide, las cabezas del poder del capital apelan a las guerras de rapiña y destrucción de la humanidad amenazándonos de muerte[3]. La crisis capitalista mundial se evidencia cada vez con mayor claridad como crisis de civilización –y muy concretamente, de la civilización capitalista–, anunciando claramente que no existe salida para el capitalismo, ni dentro del capitalismo. Esto pone a la humanidad al límite respecto de sí misma, desafiándola a pensar en su sobrevivencia desde nuevos parámetros histórico-culturales.

Como señala Leonardo Boff: “… Bush apunta a establecer la ‘pax americana’ y uniformizar el mundo bajo los moldes del estilo de vida norteamericano. Después del 11 de septiembre decidió que eso se hará utilizando la fuerza. Nadie podrá desafiar esta pretensión, de lo contrario conocerá, de inmediato, el poder avasallador de Estados Unidos. De este modo, Bush prolonga y lleva hasta las últimas consecuencias la marca intrínseca del paradigma occidental: la voluntad de someter a todo el mundo, vale decir, de implantar un imperio universal.

En concreto, la así llamada globalización, no esotra cosa, sino la occidentalización, u occiintoxicación del mundo”.

Las transformaciones ocurridas en el sistema-mundo, la radicalidad, velocidad y ferocidad de las mismas, se suman a la crisis actual y reclaman de nosotros, para enfrentarlas, un profundo cambio de mentalidad. Nuestros paradigmas de vida y nuestra cultura están en crisis y también los paradigmas emancipatorios precedentes.

La posibilidad de sobrevivencia se anuda a la conformación de un mundo basado en la armonía de la dimensión cósmica-humana.

En este contexto, la posibilidad de vida se anuda a la posibilidad de transformación social radical-integral, es decir, como un proceso de transformación social, cultural, política, económica y –aunque parezca un sinsentido decirlo– humana.

Es así que el socialismo como alternativa civilizatoria vuelve al centro de las reflexiones y reclama ser repensado y creado por los pueblos, que revitalizan la propuesta socialista en sus prácticas cotidianas, reinventándolo a partir de ellas y en ellas.

Un mundo mejor será posible si se transforma de raíz, desde el interior de nosotros mismos y el de nuestras organizaciones sociales y políticas, desde el presente. En este empeño, los sujetos y sus subjetividades afloran a un plano primero, centrando las reflexiones en los protagonistas que piensan y realizan las transformaciones, los sujetos político-sociales de los cambios revolucionarios.

Este estudio se centra precisamente en ellos, los sujetos del cambio, tanto en lo conceptual como en su existencia histórica, concreta, en Latinoamérica. En primer lugar, busca dar cuenta de su configuración histórico-social a partir de los tiempos iniciados con la conquista y colonización. En un segundo momento, esta realidad se conecta con la situación de los sujetos oprimidos y explotados por el capitalismo que, en su desarrollo, va provocando fracturas constantes en la estructura socioclasista, especialmente, en el movimiento obrero, rompiendo cualquier abordaje “clásico” del mismo y, por ende, del concepto sujeto (social, político, histórico).

Estas tres categorías se empleaban hasta hace poco tiempo para referirse a distintos grupos sociales constituyentes del sujeto. El movimiento obrero (aliado con los trabajadores rurales y los pobres de la ciudad), constituía el núcleo del sujeto social; del núcleo revolucionario del sujeto social, los trabajadores industriales (proletarios), emanaba su representación política que daba cuerpo al partido revolucionario y, en tanto tal, el sujeto político de la revolución.

De conjunto, configuraban el sujeto histórico. Esto se tradujo en una gradación de sujetos que, a partir de la estructura piramidal excluyó a importantes sectores oprimidos y explotados del protagonismo social y político, sino que, además, negó la existencia de los pueblos originarios y sus organizaciones, sus identidades, sus modos de vida, sus pensamientos, sus cosmovisiones, etcétera, y, por tanto, no formaron parte –hasta tiempos recientes–, de la condición de sujeto y, consiguientemente, tampoco del quehacer político ni del pensamiento revolucionario.

Estas reflexiones navegan en la realidad latinoamericana identificando a los sujetos concretos, oprimidos o excluidos por el capital, para definir –a partir de ahí–, a los sujetos del cambio. Esto constituye el sustrato material de quienes sostenemos la existencia de un sujeto plural, que planteamos –simultáneamente con la constatación de esta diversidad–, la necesidad de que los sujetos fragmentados se articulen orgánicamente en un cuerpo que –aunque desdoblado en su diversidad–, sea capaz de construir las convergencias estratégicas para superar el sistema regido por el capital, constituyéndose en fuerza política y social de liberación, conducción política del proceso revolucionario de creación y construcción de la nueva civilización.

Se trata de construir una amplia fuerza social parlamentaria y extraparlamentaria capaz de crear, organizar y construir las bases económicas, políticas, sociales y culturales para trascender el capitalismo, para salir del dominio de la lógica del capital, conformando una alternativa local (nacional) y –a la vez– continental, de liberación de los trabajadores y el pueblo, orientada hacia lo que en un futuro podrá llegar a ser un mundo nuevo.

El presente es un tiempo de liberación y resarcimiento

El tránsito hacia la nueva civilización –intercultural, horizontal, equitativa y descolonizada–, supone la ruptura y superación de los paradigmas acuñados por siglos en las conciencias y en las prácticas.

En tal sentido, se asemeja al cruce de un extenso campo minado donde acechan peligros, amenazas y trampas de todo tipo. La Revolución cubana significó a la vez que un profundo cambio político y social, una ruptura de dogmas-paradigmas revolucionarios: acerca del sujeto político, de la dinámica del proceso de cambios supuestamente a merced del determinismo, del papel de la conciencia y la voluntad de los pueblos… Como sintetizó el Che: “Fue una rebelión con la oligarquía y los dogmas revolucionarios”.

Hoy vivimos un tiempo de nuevas rupturas epistemológicas y políticas; fue abierto con las resistencias y luchas de los pueblos y sus movimientos sociales y políticos, y sintetizado por Hugo Chávez Frías con su triunfo electoral en 1998. Él puso fin al mito –acuñado especialmente con el derrocamiento de Salvador Allende–, de que la transición a un nuevo mundo por las vías democráticas era imposible.

¿Cómo? Haciendo del gobierno una herramienta política para impulsar los cambios revolucionarios desde abajo, anclando el quehacer institucional en la participación protagónica del pueblo, definida por Chávez como el núcleo del rumbo y el ritmo revolucionario.

Con ello, puso fin también a la falsa dicotomía entre el transformar “desde arriba” y “desde abajo”, demostrando que el poder popular se construye mancomunadamente abajo y arriba cuando se abren procesos democrático-revolucionarios.

No hay determinismos ni rumbos trazados a priori, tampoco resultados; no hay garantías de éxito. Es y será responsabilidad de los actores sociales y políticos de cada realidad y tiempo, definir las estrategias de cambio y desarrollar –desde abajo– las capacidades para superar los obstáculos, en primer lugar los propios, en la misma medida que van creando y construyendo lo nuevo, renovando sus compromisos en los fragores del proceso revolucionario en cada momento.

Es la hora de los pueblos

En Indo-afro-latinoamérica vivimos un tiempo de coincidencias/convergencias como nunca antes, entre gobiernos que vienen demostrando tener la capacidad de darse cuenta de que esta es una oportunidad para decirle adiós al neoliberalismo y a sus desmanes, saqueos y crímenes y, junto con ello, superar la subordinación colonial y neocolonial, poniendo fin a la expropiación/apropiación de riquezas, territorios y saberes que durante siglos ha realizado el poder del capital para engrosar sus arcas y extender su dominación sobre nosotros y nosotras.

Los procesos revolucionarios que laten en Nuestra América, construidos y sostenidos día a día desde abajo por sus pueblos, constituyen la primera y más grande muestra de que un nuevo mundo es posible, un mundo raizalmente postcapitalista, es decir, orientado a un comunitarismo creado y construido desde abajo por los propios sujetos protagonistas, sin colonialismos internos ni externos.

La revolución democrática [inter]cultural popular, antiimperialista e indo-afro-latinoamericanista iniciada en estas tierras es parte de un proceso histórico de reapropiación del poder por los de abajo.

Esto es: una reapropiación de la capacidad de poder hacer en aras de la vida propia, de la humanidad y la naturaleza, promoviendo la equidad, la justicia y la solidaridad entre los pueblos y entre la humanidad toda. Raizalmente democrática, desde las comunas la Revolución Bolivariana constituye un claro bastión de vida. Ella reafirma, precisamente, la voluntad colectiva de continuar en su determinación de inventar-construir un nuevo modo de vida, avanzando en cada comuna elementos de lo que será una nueva civilización.

En ellas se abren paso concepciones, cosmovisiones y pensamientos sociotransformadores, creados (o recreados) por los pueblos acorde con sus realidades, entrelazando subjetividades, culturas y cosmovisiones diversas con las necesidades de supervivencia colectivas, en aras de alcanzar (y promover) la armonía en la convivencia intercultural de la humanidad y la naturaleza, haciendo realidad el deseo zapatista de construir un mundo donde quepan todos los mundos.

La revolución social late y se desarrolla en este continente en Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador… Y anuncia la posibilidad del advenimiento de un nuevo tiempo civilizatorio.

Representa, por tanto, como sintetiza Fernando Huanacuni, el renacimiento del tiempo.

Isabel Rauber

I. Puntos de partida

Planteamiento del problema

La entrada veloz del neoliberalismo globalizador del poder del Norte en Latinoamérica, se produjo en un período de desorientación, perplejidad y confusión abierto por la conjugación histórica del fracaso de procesos de lucha revolucionaria, en medio de dictaduras militares que se imponían mediante el terrorismo de Estado y el derrumbe del sistema socialista mundial. Pero en pocos años la desorientación inicial del campo popular fue modificándose sustantivamente.

Hoy vivimos –diferenciadamente en distintos países– una época de gobiernos populares, progresistas o revolucionarios que hablan claramente de un nuevo tiempo sociopolítico en el continente,cuyo accionar mancomunado se evidenció, por ejemplo, en Mar del Plata, en 2005, con la derrota del proyecto ALCA (Área deLibre Comercio de las Américas), que –de consumarse– hubieseabierto las puertas de nuestros territorios y recursos naturales a lavoracidad anexionista del poder imperial estadounidense.

Al calor de las luchas de calles, de la toma de tierras, de la defensa de nuestras riquezas naturales, en ciudades, campos, valles y montañas, se constituyeron nuevos actores sociales y se reestructuraron los existentes. Esta realidad expresa la fragmentación social que surge de modo creciente en las sociedades del presente debido a los cambios estructurales (desestructuración y desmantelamiento) implementados por el neoliberalismo globalizado.

Enfrentando la locura neoliberal, los actores sociales –de modo individual o articulados sectorialmente en movimientos sociales–, irrumpieron en el escenario político de cada país buscando primeramente bloquear la continuidad de la aplicación del modelo, provocando en algunos casos la caída de gobernantes, llegando no pocas veces a situaciones de beligerancia y cuestionamiento profundos que abren incluso situaciones de vacío de poder (tal y como ocurrió en Bolivia en los años 2003, 2005; o Argentina, 2001).

El protagonismo creciente de nuevos actores sociopolíticos, no inscrito en los cánones doctrinarios e ideológicos que pretenden normar el deber ser de la realidad social, creó las condiciones sociopolíticas para que los sectores populares participen en los procesos electorales con representantes propios o de signo progresista, sobrepasando con creces las posibilidades políticas y organizativas de numerosos partidos políticos de la izquierda tradicional latinoamericana en ese momento.

Lula, Chávez, Evo, Correa… irrumpieron con fuerza de pueblos cambiando el escenario político-cultural del continente, actualizando el pensamiento de Bolívar, José Martí, Túpac Katari, Bartolina Siza, San Martín, Simón Rodríguez…

La emergencia de gobiernos populares modificó rápidamente la configuración de las fuerzas en pugna, conformando nuevas interrelaciones sociales y políticas. Surgen también nuevas contradicciones, conflictividades, afinidades e interacciones de fuerzas e intereses sociales, económicos, culturales y políticos acordes con la nueva realidad política e institucional. Se configura un nuevo mapa sociopolítico que define –paso a paso y de modo constantemente cambiante–, nuevas tareas y desafíos a los actores sociales, ahora claramente confrontados en su matriz política o sociopolítica.

Esta situación ubica el quehacer de los movimientos sociales en una dimensión cualitativamente diferente de la hasta ahora experimentada: hacerse cargo de lo que ellos mismos han construido, asumirse como protagonistas centrales de los gobiernos y disponerse a cogobernar. Esto es: profundizar los procesos colectivos de articulación y construcción de poder popular desde abajo en simultánea transformación de los espacios gubernamentales e institucionales del Estado y el gobierno, profundizando la disputa integral con el poder hegemónico del capital.

Esto, obviamente, no depende solo de los movimientos indígenas, campesinos, sindicales o sociales, implica también –como lo demostró Hugo Chávez desde el gobierno–, una serie de definiciones y posicionamientos de todos los eslabones gubernamentales y estatales, en aras de redefinir y fundar un nuevo y diferente tipo de interrelación con los pueblos, las comunidades, los movimientos, las organizaciones no gubernamentales… es decir, con la ciudadanía popular.

No es políticamente lógico que los movimientos sociales luchen, volteen y pongan gobiernos si luego rechazan asumir la responsabilidad de cogobernar, esto es, con autonomía respecto a quienes gobiernan y a las estructuras gubernamentales-estatales, pero articulados a los representantes para (luchar por) participar en la toma de decisiones, en el control de la gestión pública y para llevar propuestas propias construidas desde abajo, en las comunidades, los movimientos, sindicatos…

El que un gobierno sea popular revolucionario no es una cualidad genética o que se desprenda del currículo de los gobernantes; emana de su vocación y empeño prácticos para transformar de raíz las instituciones gubernamentales-estatales y su papel en la sociedad y viceversa. Chávez lo tenía claro: abrir los espacios a la participación ciudadana es clave. Y en esto, como en todo, los movimientos sociales, los pueblos todos, tienen que involucrarse.

Pero esta sola afirmación no resuelve la situación, puesto que hay variadas modalidades de involucramiento de los movimientos: como demandantes, con reivindicaciones corporativas, como ejecutores subordinados al gobierno-Estado, como fuerzas de choque de la oposición, como espectadores críticos, como protagonistas en disputa con lo viejo y creadores-constructores de lo nuevo, que se atreven a transitar por el terreno del conflicto propio de las disputas y acción política.

Esto supone vivir en el conflicto, protagonizando la disputa por la construcción de un nuevo poder, el que es construido con el protagonismo de los de abajo, desde abajo y en todos los ámbitos de la vida social: gobierno, Estado y todo el cuerpo de instituciones sociales y políticas, así como en los diversos ámbitos de la vida social, particularmente en las comunas y comunidades.

Normalmente se analiza la situación de conflicto como una situación ya dada (exterior), en la que intervienen los actores. Sin embargo, el conflicto existe porque es constituido por el accionar de los actores en lucha. Ellos son parte del mismo, de sus dinámicas, de su desarrollo y también de las salidas posibles del mismo. El conflicto es la forma “natural” de existencia y participación de los movimientos sociopolíticos en defensa de la vida, en disputa con el poder hegemónico del capital y en la construcción de su propio poder.

En el caso de los gobiernos populares revolucionarios, el reconocimiento de la centralidad del conflicto contribuye a reconocer el carácter político de las contradicciones del proceso revolucionario.

El conflicto es, ciertamente, el modo de ser de lo político y la política, pero es la relación entre conflicto sociopolítico, intereses y requerimientos de las luchas sociales, la que va definiendo –en pulseada cotidiana–, la correlación de fuerzas en un sentido o en otro, delimitando el escenario político a favor del poder hegemónico del capital  o de la nueva hegemonía, del nuevo poder popular, indígena, en gestación y construcción.

Este se va definiendo en las dinámicas concretas de las interacciones e interdefiniciones de los actores populares sociopolíticos que pelean y discuten palmo a palmo con, poder hegemónico, en la misma medida que van creando y construyendo su poder y van instalando una nueva hegemonía. Pero parten de posiciones de subordinación histórica al capital. Empeñados en romper con ella construyen su no subordinación emancipatoria, que cristalizará en su propia hegemonía.

Revalidar hoy el protagonismo político colectivo alcanzado ayer en las luchas contra el neoliberalismo

La conformación de gobiernos populares cambia las condiciones sociopolíticas y las correlaciones de fuerzas, en relación al tiempo inmediato precedente. Nuevas correlaciones se constituyen y nuevas tareas y desafíos se configuran para los luchadores de ayer, ahora en situación de gobernantes o cogobernantes. En tales condiciones los actores sociopolíticos pasan por un período de adaptación a las nuevas realidades y condiciones; tienen que aprender a desempeñarse en un escenario diferente, afianzando y desarrollando el protagonismo construido con sus luchas, en aras de participar de la tarea de gobernar impulsando el proceso en el sentido de sus ideales y metas revolucionarias.

El protagonismo social y político de ayer no es automáticamente trasladable a las nuevas realidades. El sujeto político constituido como tal en los anteriores conflictos y las tareas del momento, no necesariamente continúa siendo en el tiempo actual el actor colectivo capaz de traccionar y conducir los conflictos; los actores sociopolíticos tienen que reconstituirse o constituirse nuevamente en sujetos políticos en las nuevas condiciones, acorde con las tareas y desafíos del nuevo tiempo (y así de modo constante, según los ritmos, conflictos y desafíos del proceso sociotransformador).

No basta con lo acumulado en las resistencias y las luchas antineoliberales, no basta con sobrevivir, no basta con reclamar reivindicaciones sectoriales ante el gobierno o el Estado. Es clave conjugar esto con propuestas políticas que contribuyan a la profundización del proceso democratizador revolucionario.

En el proceso histórico social no hay resultados unívocos, permanentes e irreversibles, todo está en juego permanentemente en la arena de la lucha de intereses, ideales, pasiones y propuestas, y esto va configurando y definiendo en cada momento la conflictividad dominante del campo político del poder. En tal situación se abren posibilidades para la (auto)constitución del sujeto político (plural).

Esta condición, ser sujeto, no es abstracta, está raizalmente articulada a la acción de los actores en el entramado de contradicciones del conflicto sociopolítico, a su capacidad de convergencia e interarticulaciónpara modificar la correlación de fuerzas y definir el conflicto en sentido favorable a sus intereses, necesidades y aspiraciones enun momento histórico concreto. Se trata de un proceso constante enel que no hay condiciones ni soluciones definitivas.

Precisamente por ello los actuales procesos democrático-revolucionarios que se desarrollan en el continente en disputa frontal con la hegemonía del poder colonial-capitalista, reclaman el creciente y renovado protagonismo de los movimientos indígenas, sociales, campesinos, de mujeres, de trabajadores, de ecologistas, pensadores populares, etcétera.

No basta con que los representados reclamen a los representantes, no basta con protestar, no basta tampoco con “tomar distancia” pretendiendo “seguir de cerca” las gestiones de gobierno.

El quemeimportismo político es hijo de la ideología del aparente no-compromiso neoliberal, y en las actuales condiciones es funcional a la supervivencia de su hegemonía.

Es sorprendente que –en el caso de los gobiernos populares revolucionarios– algunos movimientos sociales, indígenas, campesinos, urbano-populares, etcétera, rechacen compartir determinadas responsabilidades y tareas políticas articuladas a acciones de gobierno, esgrimiendo argumentos tales como: el temor a “ser cooptados” o manipulados por los gobernantes o las estructuras del poder.

Obviamente puede haber cooptación, acomodamiento, complacencia, etcétera, siempre existen tales peligros, como también otros; los caminos de construcción de una nueva civilización no están establecidos, hay que construirlos y atravesarlos simultáneamente y ello indica que están llenos de amenazas, riesgos, errores, y también logros. La cooptación, el acomodamiento o la complacencia se harán presentes, pero generalmente responden a casos individuales, y estos al aislamiento entre representantes y representados. Se trata de participar colectivamente, de discutir como actores sociales y políticos, de interactuar como pueblo organizado, en tales situaciones la cooptación o complacencia desaparece como posibilidad.

En esta perspectiva, la negativa o reticencia absoluta a participar interactuando –con autonomía– en determinadas gestiones o tareas gubernamentales, puede contribuir a inclinar la balanza de los cambios hacia la parálisis política, al estancamiento y retroceso de los procesos abiertos.

Erigirse (constituirse) en sujetos políticos protagonistas de su historia se anuda directamente con la capacidad de los actores para superar la defensiva. Esto supone dar cuenta de la nueva realidad sociopolítica que han construido en mayor o menor medida con sus luchas y propuestas, atender a nuevas dimensiones que se crean y a sus actores, a sus tareas y sus nuevos desafíos. Estos implican –tanto para los movimientos sociales del campo popular como para los gobernantes–, moverse en terrenos históricos y políticamente desconocidos hasta el presente. La creatividad e inventiva colectiva reclama su lugar en la historia.

Es tiempo de buscar, crear, construir y transitar nuevos caminos.

Como lo pensó y realizó Chávez al llegar al Gobierno de Venezuela: hizo de los instrumentos estatales-gubernamentales herramientas para los cambios, definidos con la participación popular y comunitaria gestada desde abajo. Esto marca una impronta revolucionaria y, a la vez, configura nuevos espacios de conflictividad sociopolítica.

En ellos reside la posibilidad de que los diversos actores sociales, reducidos históricamente por el capital a una expresión demandante reivindicativa, vayan encontrándose y constituyéndose en actor político colectivo capaz de definir protagónicamente los rumbos, su historia y traccionar hacia ellos los cambios.

La conformación del sujeto político está en juego permanentemente; es parte del desarrollo de ese proceso que se descubre –en tal sentido–, como un proceso interconstituyente de poder, proyecto y sujetos. Esto indica que no existe un ser ni un deber ser definidos a priori, que no hay sujetos, ni caminos, ni tareas, ni rumbos y resultados preestablecidos, ni situaciones irreversibles, todo está en constante disputa y debate.

El nuevo tiempo político abierto en Indo-afro-latinoamérica, es parte de un complejo proceso sociotransformador gestado desde abajo en las resistencias y luchas de los movimientos indígenas y sociales, y demanda de ellos alzarse sobre prejuicios y dogmas para protagonizar las decisiones del presente y llevarlas adelante haciendo realidad las consignas de las luchas, revalidándose como actores sociopolíticos capaces de protagonizar los actuales conflictos con capacidad de organizarlos y definirlos con un sentido revolucionador del presente en construcción de la nueva civilización buscada.

Y ello se anuda con la posibilidad de desarrollar/actualizar la organización política colectiva, herramienta de articulación y conducción políticas del conjunto de los actores sociopolíticos que reclama el tiempo político del presente. Ha cambiado el terreno y los alcances del conflicto sociopolítico, la correlación de fuerzas, las tareas y los desafíos.

La meta no es “ganar” las elecciones, sino –partiendo de ello–, desarrollar capacidades para hacer del gobierno una herramienta de transformación revolucionaria de la sociedad basada en la construcción/fortalecimiento de la hegemonía de los de abajo, multiplicando cuantitativa y cualitativamente su participación protagónica en todas las esferas del quehacer social y político.

En tal sentido, la realización de actividades de formación política orientadas a fortalecer el desarrollo de la conciencia política asumida por los actores sociopolíticos, redobla su importancia. Es fundamental estimular la recuperación y reflexión crítica de las experiencias concretas de construcción de poder propio, en las comunas, en los barrios populares… crear ámbitos colectivos de intercambio y producción de pensamiento crítico del proceso de cambio, contribuyendo efectivamente al crecimiento y fortalecimiento de la conciencia colectiva. Abrir espacios para periódicas reflexiones sobre las nuevas y cambiantes realidades que los actores sociales populares construyen desde su cotidianidad resulta vital para el desarrollo político-cultural de los movimientos sociopolíticos (y el campo popular todo).

La ideología del cambio, el sentido y las definiciones estratégicas, son parte del proceso social vivo, y no dogmas apriorísticos establecidos –desde fuera de las luchas de los pueblos– por alguna vanguardia partidaria que “los demás” tendrían que asimilar. La conciencia política de los actores sociopolíticos del pueblo se forja y crece en los procesos de resistencia, lucha y construcción de alternativas, en interdefinición constante de los rumbos y objetivos estratégicos.

Estos no vienen dados del “más allá”, se van construyendo (y modificando) a partir de las cotidianidades y modos de vida y experiencias de lucha y sobrevivencia diversos que existen en cada sociedad, en cada comunidad.

La centralidad del sujeto

Todo ello reclama hoy superar las barreras culturales[4] predominantes acerca de quién es (o debe ser) el sujeto de los cambios, acerca de cuál es la relación entre los movimientos sociales y los partidos políticos de izquierda, acerca del tipo de organización política que reclaman los tiempos actuales, acerca de lo que significa conducir. Se impone superar las posiciones reformistas, vanguardistas y elitistas que actúan como una retranca ante las nuevas realidades sociales, económicas, políticas, históricas, culturales.

El debate de las relaciones entre movimiento social y organización política resume otros debates interrelacionados e intercondicionantes, en primer lugar –y de mayor alcance–, expresa condensadamente un punto de vista acerca de las relaciones entre sociedad civil y política en el contexto del capitalismo, donde la sociedad civil es, por un lado, el ámbito en el que se genera la alineación fundada en el mundo del trabajo regido por la lógica del capital, que la afianza y multiplica universalizando –por medios políticos, sociales, culturales, etcétera–, su dominación hegemónica y, por otro, el ámbito donde brota y se multiplica también la rebelión ante ello, en primer lugar, por parte de los que están en el centro mismo de la producción de la base de esa enajenación política, económica, cultural y social: los trabajadores.

Esta rebelión, en su desarrollo, es la que se plantea la negación de las bases de la alineación en lo económico, pero también en lo cultural y en lo político. Y esto comienza, en primer lugar, con la lucha de los trabajadores contra las raíces de la generación de esa alineación, lucha que, estratégicamente, supone el fin de toda explotación del hombre por el hombre. Esto implica romper con la subordinación del trabajo al capital y sus estructuras y mecanismos de poder, y todo ello supone que los trabajadores asuman el protagonismo en esas luchas, que solo ellos pueden desempeñar, y que se hagan cargo para ello –además de las organizaciones gremiales y las luchas reivindicativas–, de la acción y organización políticas, poniendo fin a la falsa[5] fragmentación entre economía y política, entre sociedad política y sociedad civil, entre sindicato y partido de los trabajadores.[6]

A esa fragmentación, que resume un cúmulo de ellas de igual carácter en la sociedad toda, es urgente y necesario poner fin, comenzando por enlazar de raíz aquello que es fuente de nuestra fuerza político- social: la clase con su organización política. Porque como señala István Mészáros, no existe … esperanza de rearticulación radical del movimiento socialista sin que se combine completamente el “brazo industrial” del trabajo con su “brazo político”[7].

Y esto solo será posible sobre la base de una nueva articulación [re-articulación], que reconozca las luchas económico-sociales-reivindicativas como lo que son: luchas reivindicativo-políticas y, a través de ello, re-articule a sus protagonistas, sus aspiraciones, objetivos y modos de organización.

Esta re-articulación debe encontrar también una nueva expresión orgánica –de hecho la realidad política latinoamericana actual lo reclama y anuncia con creces–, cuyo núcleo constitutivo arranca por entender (y practicar) a la representación político-social de un modo radicalmente diferente al actual, como pivote de interactuación participativo-empoderadora de los actores sociopolíticos, en tanto son actores-sujetos representantes y representados.

La unidad radical entre lo social, lo político y sus actores, resume uno de los ejes centrales de este trabajo; el otro –convergentemente con este, imprescindible de abordar por tanto–, es el referido al proceso de articulación-constitución de la clase y el pueblo en sujeto popular de la transformación social. Y todo ello enlaza con lo que sería un tercer eje, abordando lo relativo a las formas de surgimiento y organización de ese sujeto político-social.

Un nuevo movimiento histórico político-social de izquierda está en gestación

El debate actual acerca del sujeto de la transformación en América Latina, se suma al llamado práctico –proveniente mayoritariamente de los movimientos sociales y también, aunque con menor énfasis, de los partidos de izquierda–, a poner fin a la división entre sujeto político, sujeto histórico y sujeto social[8].

En ese sentido, se inscribe en el proceso real de articulación del sujeto sociopolítico, que se viene desarrollando en distintos países de la región. Esto reclama e invita a la creación de nuevas formas de articulación entre organizaciones y movimientos sociales –en primer lugar del ámbito sindical (urbano, industrial y campesino)–, y las organizaciones políticas, un redimensionamiento y reapropiación de la política y lo político (y viceversa)[9],

y anuncia –por esa vía–, el surgimiento –desde abajo– de una nueva izquierda, que cristalice política, proyectiva y orgánicamente al nuevo movimiento histórico político-social de los pueblos.

Se trata de pensar y construir (o re-construir) un nuevo tipo de organización política de izquierda, que solo puede ser tal si –a partir de reconocer su raíz indopopular–, es capaz de proponerse la rearticulación de lo político con lo social sobre bases diferentes, y romper la cadena fragmentadora y verticalista-subordinante entre partido-clase-movimiento-pueblo; entre lo reivindicativo, lo político y lo social[10]; entre vida cotidiana, sociedad y política; entre lo público y lo privado, cadena que constituye a su vez, un importante eslabón en la producción y reproducción ampliada de la enajenación política, de la clase y el pueblo todo, vitales a la continuidad de la lógica del capital. El caso es comprender que:

La rebelión de los trabajadores en contra del capitalismo no es reductible a la lucha de clases en el marco del modo de producción capitalista, por importante que esta sea; es (o puede ser) también rechazo a la enajenación (1968 lo ilustra) e invita con ello a salir del marco de la reproducción capitalista.[11]

El planteo no es hacer “borrón y cuenta nueva” respecto de lo que se ha caminado y construido hasta ahora. No se trata de convocar a los movimientos sociales a constituirse en los partidos de nuevo tipo, ni a los partidos a difuminarse en los movimientos sociales o desintegrase en la sociedad. Lejos de ello, estas reflexiones buscan dar cuenta de un problema real, que los propios partidos de izquierda –aunque no todos en iguales dimensiones–, sienten como urgente de subsanar: la distancia entre la organización partidaria y la clase y el pueblo en general.

Son muchos los pasos dados en busca de nuevas formas de interarticulación entre lo social y lo político, aunque todavía muy sesgados por el peso cultural de viejos paradigmas del “deber ser” de una izquierda aferrada al siglo xx. Hay sin duda cimbronazos que –como campanadas– ayudan a que la venda –para los que aún la llevan– caiga de sus ojos.

En primer lugar, el Foro Social Mundial, capaz de movilizar a miles y miles de luchadores identificados en la necesidad de conformar, al menos, un movimiento antiglobalización-neoliberal de alcance mundial. En segundo lugar –y articulado a lo anterior–, el propio Foro de São Paulo que nuclea a la gran mayoría de partidos de izquierda y centroizquierda latinoamericanos, que así lo ha reconocido implícita o explícitamente en tiempos recientes.  El volante que distribuyeron en el FSM 2002, es una muestra de ello.

Vale recordar también el seminario anual “Los Partidos y una Nueva Sociedad” que organiza el Partido del Trabajo, de México, que hace años –entre variadas temáticas– se preocupa por avanzar en las reflexiones sobre las experiencias de lucha de los movimientos sociales, sin prejuicios, buscando vías para superar dialécticamente –de eso se trata– la situación de fractura entre los movimientos sociales populares y los partidos políticos de la izquierda.

Considero que, en este sentido, estaríamos entonces en una etapa de maduración y, a la vez, de transición, donde quizá el paso siguiente radique en identificar la dimensión local (nacional, regional) de la fractura histórica y actual entre lo social y lo político, entre los movimientos sociales y los partidos políticos de izquierda, para –sobre esa base– trazarse objetivos concretos en aras de ir construyendo o consolidando ámbitos de diálogo entre organizaciones sociales y políticas[12].

En realidad, si tenemos en cuenta las experiencias y los esfuerzos concretos realizados en Latinoamérica al respecto, estas intenciones resultan todavía un poco idílicas porque hay marcadas resistencias a abrir los espacios. Estas provienen tanto de los partidos políticos que, aparentemente, serían los que deben compartir “su espacio” político, como de los movimientos sociales que –aunque de un modo menos visible–, igualmente deberían compartir lo que consideran “su espacio” social o sociopolítico.

Interviene aquí, en primer lugar, el peso de lo viejo, el suponer que ya “se sabe cómo son las cosas”, el elitismo, el vanguardismo, el creer que no se puede “saber cómo” construir sobre bases diferentes, cómo fundar un tipo de representación política distinto, cómo redefinir la militancia, cambiar las estructuras, los estatutos, los modos de funcionamiento, el pensar en los fenómenos sociales como algo dado, y a las propuestas de transformación como algo que debe darse y no como una realidad que hay que crear y construir, etcétera.

Obviamente, nada de ello se logrará de la noche a la mañana[13]; tampoco se trata de eso, pero es necesario empezar por tomar algún hilo de la madeja y desovillarla en la misma medida en que se teje en otro sentido, de un modo diferente. En ese caminar, en ese proceso, se irán definiendo las nuevas formas orgánicas de articulación; será la actitud colectiva ante las tareas a cumplir y los momentos en que las mismas se desarrollen, la que irá haciendo posible imaginar e inventar los modos orgánicos de enlazar los nodos de articulación sociopolíticos.

Influye aquí también la historia de lucha de cada pueblo, las experiencias acumuladas, los acervos culturales del pasado anterior y reciente, etcétera. La constante composición y recomposición de los consensos ante cada nuevo reto darán la línea de acción y una nueva experiencia colectiva, un nuevo aprendizaje; no hay recetas.

La actual coyuntura continental marcada fuertemente por el injerencismo creciente del gobierno de los EE.UU. contra los gobiernos democráticos revolucionarios en el continente y por las luchas de los pueblos para ponerle freno a sus apetencias imperialistas, abren posibilidades para conformar a corto plazo bloques político-sociales populares en el ámbito local, regional e internacional, capaces de enfrentar las apetencias anexionistas y erradicar el neoliberalismo de nuestros territorios.

El carácter y la dimensión de los problemas a enfrentar, demanda el concurso y la participación consciente de los pueblos.

Se pueden abrir –y se abren ya–, procesos sociales populares de amplia politización y participación de los sectores populares que indican la necesaria y posible recuperación-constitución-rearticulación del pueblo como sujeto político plural capaz de sostener y profundizar los procesos actuales hacia transformaciones mayores, tendencialmente orientadas al socialismo como perspectiva estratégica.

…por primera vez en la historia, se hace totalmente inviable la manutención de la falsa laguna entre metas inmediatas y objetivos estratégicos globales –que hizo dominante en el movimiento obrero– la ruta que condujo al callejón sin salida del reformismo. El resultado es que la cuestión del control real de un orden alternativo del metabolismo social surgió en la agenda histórica, por más desfavorables que sean sus condiciones de realización a corto plazo.[14]

La clase obrera con el pueblo –organizado, articulado y constituido en sujeto popular del cambio y de la nación misma–, constituyen los pilares fundamentales de la soberanía, que solo puede ser tal si se articula a un proceso liberador.[15]

La clase obrera solo podrá llevar adelante su liberación de las cadenas del capital si convoca para ello –articulando sobre bases diferentes a las hasta ahora ensayadas– al pueblo todo, tanto a través de sus diversos actores como de modo directo. En tal sentido, el desafío es inventar nuevas formas y modalidades de participación, articulación y protagonismo.

Se trata de convocar organizando horizontalmente, democráticamente, con sentido cabal de que el camino de la articulación de los actores sociales, empezando por la propia clase, es también el de la construcción (del proyecto constituyente) de la sociedad futura, de la identidad de la nación y de la soberanía. Y todo ello interpela doblemente a la clase obrera, que no puede liberarse sin desempeñar un papel transformador radical de la sociedad, y sin convocar –para ello– a los diversos sectores populares, haciendo de esto un proceso abierto de diálogo y construcción colectiva.

Pero esto no significa que necesariamente ocurrirá; el movimiento obrero tradicional, con empleo formal, está hoy mucho más preocupado en mantener su puesto de trabajo que en terminar con las fuentes de su explotación.

Por tanto, no hay que pretender que asuma un lugar que no le interesa asumir en este tiempo; será convocado –tal vez–, por otros sectores sociales del pueblo: movimientos indígenas, campesinos, de mujeres, de pobladores de las periferias urbanas, por trabajadores informales…

No estamos en cero; las experiencias de construcción de nuevos caminos y formas de vida, como las comunas, en Venezuela, muestran –como avances– muchos elementos de lo nuevo. Resulta imprescindible profundizar los caminos iniciados. Se necesitan también precisiones conceptuales que contribuyan al esclarecimiento de las certezas posibles en medio de las incertidumbres y múltiples tendencias yuxtapuestas del sentido histórico que conviven con nosotros. Y todo ello conduce nuevamente a la discusión acerca del sujeto sociopolítico de la transformación.

Referencias teórico-metodológicas y pertenencias

1

Las reflexiones que aquí comparto resultan de mis estudios sistemáticos sobre el tema del sujeto desde hace más de veinte años, centrados particularmente en las realidades latinoamericanas. Me he nutrido también de reflexiones de pensadores clásicos y contemporáneos, en textos dedicados a temáticas convergentes[16]. Y me he apoyado –con un peso fundamental– en mis investigaciones concretas sobre el tema (“estudios de caso”), desarrolladas en diversos terrenos del continente en fluido diálogo con los actores sociopolíticos de cada realidad.

Los estudios acerca de la temática de género que he sostenido simultáneamente, contribuyeron a una mayor comprensión de las dimensiones últimas del poder, en el sentido gramsciano del concepto.

Me permitieron aquilatar las múltiples dimensiones de la carga patriarcal del poder que, anudada –pero a la vez trascendente– al poder económico, político y cultural de una clase (poseedora de los medios de producción) sobre el resto de la sociedad, desde el ámbito familiar –intencionalmente considerado doméstico y privado en contraposición al público–, se constituye en generador y sostén de un autoritarismo alienante, castrador de hombres y mujeres en aras de legitimar un poder opresivo, discriminador y productor de desigualdades –que nacen de lo económico, pero no se limitan a ello–; entre ellas, la mayor –por su alcance y calidad– es la de género.

Conocer paso a paso, el impacto que ello tiene en la vida cotidiana, constatar una y otra vez cómo el poder arroja hacia abajo, hacia los más débiles, hacia la familia, la mujer y los hijos, las contradicciones que genera, promoviendo el enfrentamiento hombre-mujer en el ámbito familiar como una vía de escape, transformando a la familia en espacio de catarsis personal de las contradicciones sociales, de las frustraciones y la desesperación personal, cuando –en situaciones de pobreza– llega el desempleo que se sabe permanente, me ha posibilitado aquilatar integralmente las facetas más íntimas de la dominación.

Y sobre todo, me permitió conocer la diversidad de esfuerzos (gigantescos) que realizan las mujeres en distintas realidades, de un lado, luchando por la sobrevivencia y, de otro, empeñándose en terminar con todas las desigualdades, nutriéndose del enfoque de género que desnuda las relaciones sociales hombre-mujer a partir de entenderlas como parte de la estructura de dominación del poder del capital, es decir, como parte del mecanismo cultural (y económico- social) del poder patriarcal-machista para mantener, afianzar y ampliar su hegemonía.

Sabido es que el poder divide para reinar, pero pocas veces se identifica que la primera gran división cultural (económica, política, ideológica y social) creada y realizada por el poder, es la de género, sobre cuya base se han constituido y construido históricamente las identidades de lo que –actualmente– significa el ser hombre y el ser mujer. De ahí precisamente, las crisis de identidades, la imposibilidad de que los hombres y las mujeres quieran mantener vigentes esos valores opresivos en sus relaciones sociales, familiares y de pareja.

Y de ahí también la importancia y la trascendencia de aprehender la perspectiva de género (que habla de equidad y del cese de las asimetrías culturales entre el hombre y la mujer) como parte de la perspectiva liberadora de la humanidad, como uno de los pilares fundantes de la nueva civilización en gestación.

Finalmente, considero que ha sido muy importante –y está presente de modo permanente en mis reflexiones–, mi experiencia de vida en el proceso de la Revolución Cubana desde hace más de un cuarto de siglo. El compartir la gesta antiimperialista y revolucionaria en Cuba, su larga y difícil resistencia y, a la vez, caminar en otras realidades latinoamericanas junto a movimientos y organizaciones sociales en resistencia y lucha, en proceso de búsqueda constante de alternativas a su situación, me ha llevado siempre –y sin que me lo propusiera–, a enfocar la problemática de la transformación social en dos tiempos, algo así como el antes y el después del cambio revolucionario.

Ello me ha ayudado –más que toda la bibliografía que pude haber leído– a entender la transformación social, viviéndola, en primer lugar, como un proceso de pueblo y, en segundo, como un proceso contradictorio, múltiple, prolongado y permanente.

Me refiero concretamente al pueblo en proceso avanzado de (auto)constitución en sujeto de la transformación[17], lo que señala claramente el carácter político-social de la lucha. En el curso de años, he compartido una experiencia revolucionaria en la que una organización político-partidaria, lejos de erigirse por encima de la sociedad y acotar sus límites a la letra estatutaria, ha hecho del protagonismo popular organizado el eje de su actividad, buscando disminuir el lado burocrático que toda representación expresa, cada vez que se suplanta a los diversos sectores populares en su lucha. Esto se ha llevado adelante tendencialmente inmerso en el proceso de resistencia al imperialismo y enfrentando los desafíos cotidianos de la construcción de una nueva sociedad, en un proceso histórico –que aún está en su fase inicial– de negación dialéctica del rol de conducción política del partido, en tanto este va ampliándose y conformándose como partido de todo el pueblo, promoviendo la apropiación de lo político, lo económico, social, militar, y cultural por parte de un pueblo que se constituye en sujeto, apropiándose protagónicamente de sus destinos.

Ello ocurre de modos y por canales diversos a través del incremento creciente de la participación protagónica de los diversos sectores populares en sus organizaciones y, mediante ellas, en la sociedad en su conjunto. Los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubanas, la Central de Trabajadores de Cuba, las asociaciones de la tercera edad, de pioneros, de excombatientes, etcétera, resultan instrumentos del pueblo para ejercer su protagonismo, buscando apropiarse crecientemente del diseño de los destinos de su país, de su proceso revolucionario.

Muchos han sido y son, indudablemente, los obstáculos que este proceso revolucionario ha encontrado y encuentra para desarrollarse plenamente acorde con sus postulados fundamentales; la injerencia creciente del imperialismo en guerra sin cuartel contra la revolución tiene efectos en el desarrollo interno del proceso revolucionario que no es posible desconocer, pero no obstante ello, es notorio constatar –además de heroico– lo que se ha avanzado en Cuba en el desarrollo de la participación sociopolítica del pueblo.

La presencia de un liderazgo tan atractivo y convocante como el de Fidel, enseña que el rol de dirección política de los procesos no siempre se atiene a los canales orgánicos teóricamente preestablecidos, hay momentos en que –ni el pueblo ni el liderazgo– los necesitan para alcanzar los objetivos propuestos; el diálogo permanente líder pueblo ha sido capaz –en determinadas circunstancias– de remontarse por encima de las estructuras organizativas, en una suerte de asamblea gigantesca de todo el pueblo y decidir de modo directo.

Ello se ha asentado siempre en labores previas de comunicación, sensibilización, información e incluso debates previos por organización, al nivel de cada cuadra, en cada centro de producción y de servicios, además de los esfuerzos movilizatorios de las mayorías.

Esto evidencia también el carácter instrumental de la organización político-partidaria en relación con el protagonismo del pueblo: unas veces es ella la que promueve la participación del pueblo y otras, es el pueblo el que orienta a sus organizaciones acerca de qué hacer y cómo, para alcanzar los objetivos trazados. Ocurre aquí una combinación dinámica: partido-líder-pueblo-organizaciones sociales que tiene como centro de su actividad, lograr que los seres humanos que componen el pueblo se asuman como el eje de la revolución y por tanto, sus protagonistas –y diseñador– principal. Ese es uno de los mayores aprendizajes que he vivenciado acerca del ejercicio del poder del pueblo.

En Latinoamérica, la experiencia del proceso venezolano, por ejemplo, con la fuerza del liderazgo carismático de Hugo Chávez que –en los momentos iniciales y luego en situaciones de crisis– parecería ser suficiente y –en ese sentido– capaz de sustituir la organización social y política de los distintos sectores populares, demuestra por el contrario que cuanto más grande es la presencia y la figura del líder, más importante se torna la organización como instrumento político, para formar y promover la participación de todos y cada uno de los sectores populares desde abajo. Sin ello resulta imposible lograr que –como por arte de magia– se pueda transformar la sociedad. Esto supone y depende de la transformación de los hombres y las mujeres que le dan vida; es parte de su participación plena, activa y consciente, en el proceso transformador mismo.

El compartir los empeños colectivos en la construcción del “hombre nuevo” (ser humano nuevo), me permite tener la certeza, en primer lugar, de que los cambios del ser humano son prioritarios para cambiar la sociedad y, en segundo, que ellos no ocurren de la noche a la mañana ni por decreto de nadie, sino por la participación (involucramiento consciente) de los hombres y las mujeres en el propio proceso económico, político, social y cultural de transformación, única vía además, para que se produzca la necesaria apropiación consciente de la conducción y administración social por parte del pueblo, para ir poniendo fin a la enajenación política (expresión última de la enajenación económica) y, con ello, a la necesidad de la existencia del Estado como regulador social.

Para que, como dijera Marx, el poder político desaparezca en la sociedad civil (que re-asume la política y lo político como parte natural de una ciudadanía plena, sin antagonismos de clases)[18]. Pero para ello media no solo un largo proceso de transformación social, que es necesario que alcance dimensiones mundiales y un carácter permanente, sino también miles de años [Dussel] de ejercicio y construcción de prácticas y pensamientos diferentes tendientes a ello, a la vez generadoras de su contenido y alcances.

2

Quiero detenerme en recordar brevemente las principales experiencias sociopolíticas de los pueblos latinoamericanos en los últimos treinta años, que he investigado y que tomo como referencia en el tema que nos ocupa.

En lo político partidario, la experiencia de las luchas populares de Argentina en los años 60 y 70; de Perú en los 80 (Izquierda Unida y la Asamblea Nacional); la experiencia del PT, en Brasil; del FMLN, en El Salvador; y, más recientemente, del Frente Amplio, en Uruguay. En lo político-social, la experiencia del Frente Político Social, en Colombia; del EZLN, en Chiapas; del MAS-Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos, de Bolivia; de la Conaie y Pachakutik, de Ecuador, entre otras. En lo referente a los movimientos sociales, he considerado en lo fundamental, las experiencias de los movimientos barriales (Copadeba, en República Dominicana), de los movimientos campesinos (MST, Brasil), y los movimientos campesino-indígenas de la zona andina; en el movimiento obrero, la experiencia de la nueva concepción políticosindical desarrollada por la Central de Trabajadores de Argentina, la del movimiento de desocupados y de las asambleas barriales, de Argentina; además, he referido el desarrollo de los movimientos de mujeres en distintas latitudes del continente, entre otros. Todos aportan elementos práctico-conceptuales valiosos en relación con la problemática del sujeto popular y la articulación de lo políticosocial en Latinoamérica. Considero oportuno destacar a continuación aportes de las diversas experiencias que fueron y son muy importantes en el abordaje y la comprensión de la temática tratada.

“En la experiencia de Copadeba (Comité para la Defensa de los Derechos Barriales), de Santo Domingo: la polémica y el redimensionamiento de la organización a partir de la redefinición del concepto de representación, desde una dimensión sociopolítica que prioriza la participación directa de la ciudadanía a través de sus territorios, haciendo de lo territorial un escenario de la disputa y la construcción sociopolítica tanto en lo referente a la conciencia colectiva como a la organización y proyecto de transformación de la ciudad (y de la sociedad).

De esta experiencia he rescatado también la noción de construcción de poder desde abajo, la he conceptualizado enriqueciéndola con el quehacer de otros movimientos sociales del continente, tomándola como un eje vertebrador de mis investigaciones, fundamentando una concepción y metodología de construcción del poder popular[19].

Coincidiendo con otras experiencias de movimientos sociales del continente, Copadeba toma como punto de partida la unidad entre lo reivindicativo y lo político, e identifica como una necesidad de la época actual la construcción articulada de una conducción político-social en su país. Basándose en ello, conciben el proceso de lucha y transformación social como un proceso político-pedagógico de formación autoformación de conciencia (de poder y de sujetos), que se acumula –más allá de lo individual pero sin negarlo–, fundamentalmente en la organización colectiva barrial, que resulta síntesis y potenciadora de identidades de sus protagonistas.

En la experiencia del Movimiento Sin Tierra, de Brasil: el mayor impacto radica en el empeño pedagógico sistemático, integral que desarrolla el movimiento articulado con las luchas por la tierra, la dignidad y la vida plena de los campesinos, campesinas y todos los trabajadores. He visitado sus campamentos en varias ocasiones y no tengo dudas de la fuerza y el arraigo de los principios profundamente democráticos, participativos y pedagógicos que acompañan el esfuerzo titánico de los campesinos sin tierra, en busca de un Brasil diferente, basado en principios de equidad, justicia social y dignidad, que abran paso a la formación de seres humanos nuevos. De ahí que Paulo Freire y el Che Guevara estén entre sus referentes principales. Nada es dejado para un “futuro mejor” en espera de mejores condiciones. Para el MST la transformación tiene lugar desde el presente, desde abajo, en cada campamento, en cada toma de tierra, en cada movilización, en cada jornada de trabajo; y es permanente. Sobre esta base el MST elaboró una definición de la problemática a enfrentar, identificando al pueblo como sujeto (aun potencial) que se constituye en la lucha por “un Brasil para todos”.[20]

“En la experiencia de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA): la determinación de no delegar la construcción del poder de los trabajadores (poder propio) ni al Estado, ni a los partidos, ni a los gobiernos, ni a la patronal. La articulación de trabajadores ocupados y desocupados como principio básico para evitar, en primer lugar, el chantaje de pobres contra pobres, y como puente indispensable en la articulación-reconstrucción del poder de la clase obrera como poder de la sociedad, replanteando tanto su conformación de clase como su papel social en el presente, no considerándola como único sujeto del cambio sino como actor central capaz de articular el conjunto de actores sociales fragmentados, sus problemáticas y aspiraciones, así como su conciencia, sus modos de organización y propuestas, en aras de reconstruir una conciencia colectiva que –construyendo y acumulando poder–, sea a su vez camino constituyente del sujeto colectivo capaz de dar forma a un proyecto común y expresarlo programáticamente, buscando encauzar (y conducir) las acciones colectivas hacia la concreción de los objetivos de transformación social propuestos colectivamente.

Todo ello se tradujo, desde el inicio, en la decisión de la CTA de construir un sindicalismo político, lo cual –combinado con el reconocimiento de la unidad entre lo reivindicativo y lo político–, se anuda con su determinación para construir un movimiento político-social de liberación, en articulación con otros actores políticos y socio-políticos (aspecto que definió expresamente el VI Congreso de la organización).[21]

“En la experiencia del Movimiento Al Socialismo, instrumento político para la soberanía de los pueblos, de Bolivia: destaca la determinación a construir alternativas desde situaciones de grandes adversidades, económico-sociales, culturales, políticas (locales, regionales e internacionales). El respeto a la tierra –es decir, a la vida y a la cultura de los pueblos–, imprime una fortaleza raizal a los movimientos indígenas, campesinos, y particularmente a los campesinos cocaleros.

Aislados inicialmente en sus luchas sectoriales, se trazan entre sus objetivos la articulación con todos los sectores campesinos, de los campesinos con los trabajadores, y de todos ellos con las poblaciones urbanas. Teniendo en cuenta que la realidad de la herencia culturalcolonial con sus parámetros de diferenciación-discriminación étnica está presente transversalmente en la sociedad, se yerguen por encima de ella con la determinación política y práctica de lograr la articulación político-social del sujeto político plural para enfrentar con éxito las tareas de su tiempo.

Esto se anuda a su decisión de poner fin –con el MAS IPSP– a la fractura entre lo social, reivindicativo (sectorial) y lo político (nacional), entre las organizaciones sindicales y sociales y las de representación política. Nutrido con su experiencia histórica de resistencias, luchas –incluso experiencias revolucionarias como la del 53–, el movimiento de cocaleros se constituye –desde una situación de gran adversidad–, en abanderado de la decisión de no delegar su protagonismo, y construir las articulaciones sociales y políticas necesarias para lograr la formación de un poderoso instrumento político-social por la soberanía de los pueblos (indígenas, mestizos y blancos) de Bolivia.

La definición de instrumento político que acompaña al nombre del MAS, fija la decisión colectiva de que los pueblos no delegan su protagonismo, que no se subordinan a un partido político, sino que este es su instrumento para alcanzar determinados objetivos, y que –en virtud de ello–, sus formas y modalidades resultan subordinadas a las decisiones que se construyen colectivamente desde los movimientos y que se toman desde abajo con la participación directa de los protagonistas del proceso de lucha y transformación.

El ejemplo dado por la lucha de los movimientos indígenas de Bolivia, reafirmó una vez más la convicción de que las luchas sociales no responden a dogmas doctrinarios, que los actores sociales que traccionan al movimiento de lucha se constituyen allí donde radica el conflicto central que sacude y envuelve a su país o región. Entre sus logros y enseñanzas está el no dejarse vencer (de antemano) por las adversidades y dedicarse a construir los puentes necesarios para articular los movimientos indígenas, campesinos, mineros y otros sectores y actores sociales, en el empeño de construir una organización político-social colectiva basada en la democracia y la participación desde abajo. A todo ello hay que sumarle el hecho de que en medio de ese proceso-esfuerzo de construcción, decidieron disputar la Presidencia del Gobierno de su país con un candidato indígena. Todo ello señala la voluntad, el tesón y la decisión colectiva, como componentes fundamentales de la posibilidad de vencer: creer que es posible y decidirse a hacerlo.

“En la experiencia de la Conaie (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador): destaca el papel político-cultural fundamental que ha ocupado la educación y –articulado a ella–, la organización: como pueblos originarios, y como sociedad toda, enlazando lo socio-étnico-cultural con lo político-social, con la soberanía, con el derecho de los pueblos a (decidir sobre) sus territorios, y sobre esa base, respecto de las riquezas naturales que ellos contienen, que claramente son sinónimo de vida.

El rescate crítico de la memoria histórica, condujo a superar la fractura entre organizaciones indígenas, organizaciones sindicales y partidos de izquierda, cuyas posiciones sectarias y excluyentes habían reducido a los pueblos indígenas a la categoría indistinta de “campesinos” y –sobre esa base–, los habían descalificados y excluido de su definición (teórica y práctica) de sujeto social y político.[22]

La determinación a terminar con las fracturas étnicas, culturales, sociales y políticas que –también desde condiciones adversas y desde una centralidad no clásica ni preestablecida de las luchas sociales– habían obstaculizado la reconstrucción del pueblo ecuatoriano como sujeto de su historia, acompañada por la decisión de hacerse cargo de los problemas que han definido como ejes del conflicto nacional, aún sin tener todas las condiciones para ello, esforzándose por construir en el mismo caminar, aceptando el –nada complaciente– riesgo de equivocarse.

La conciencia plena de que el eje central de las resistencias y las luchas actuales hoy, se centra en la defensa de la soberanía territorial asociada a la defensa de la naturaleza y la consiguiente claridad de que hoy está en juego de modo directo –y radical– la sobrevivencia misma de los pueblos. De ahí su participación decidida en la lucha contra el anexionismo que encierra el ALCA y sus tentáculos estratégicos: el Plan Colombia y la (pantalla de la) lucha antidrogas en general, la presencia de tropas estadounidense en la Base de Manta y en otras regiones del continente, las leyes sobre las patentes de los medicamentos, etcétera[23].

De ahí también su destacada y esforzada presencia en los organismos internacionales –denunciando, informando, comunicando–, y en los diversos foros sociales (temáticos, regionales y mundiales) impulsando la construcción de una red solidaria de comunicación e información entre los pueblos (minga).

Las experiencias políticas protagonizadas por este movimiento con los levantamientos insurreccionales y la constitución del primer y segundo gobierno de Lucio Gutiérrez, los conmovieron con frustraciones, traiciones, desengaños y aislamientos, nuevamente de sectores de la izquierda tradicional. Y esto tuvo mucho peso a la hora de reconocer a la construcción política encabezada por el hoy presidente Correa, como una alternativa posible, diferente, con la que había –hay– posibilidades de construir y crecer juntos hacia un nuevo país, un nuevo continente… Incomprensiones de todos los vértices se traducen desde hace tiempo en tensiones, amenazas y choque de fuerzas entre una propuesta gubernamental que crece en su anclaje social y un sector –amplio– de movimientos indígenas identificado con la Conaie. Tender puentes de reencuentro y diálogo resulta cada vez más acuciante, pero ello no encuentra aún anclaje real en las prácticas políticas que protagonizan los actores personificadores de las posiciones enfrentadas.

En la experiencia del Frente político-social de Colombia: la decisión de tomar la política en sus manos que comienza a instancias de la CUT y la lleva a articularse con un amplio grupo de organizaciones sociales y políticas para conformar un frente político-social dirigido, en primera instancia, a participar en la contienda electoral que se avecinaba, lo cual lo marca, de entrada, como un frente electoral, abriendo una brecha de imponderables debilidades[24].

La importancia de esta experiencia radica sobre todo en sus errores; ellos confirman ciertas hipótesis, ya sea en sentido de afirmación o rechazo. Entre ellos destaco: el marcado carácter superestructural de la constitución del Frente, lo cual lleva a que, en vez de construir alianzas y acuerdos desde abajo se priorice la constitución del frente a partir de acuerdos entre las direcciones (cúpulas) de las organizaciones sociales y políticas. Lo sociopolítico se reducía a esa conjunción cupular, dejando de lado que no hay política posible sin práctica social, que no hay movimiento social que no sea a su vez político, y que no hay movimiento político que no sea social [Marx].

El que no prosperara aquella propuesta frentista, evidencia que el frente político-social no puede construirse sobre la base de un acuerdo entre organizaciones (siglas), que requiere de una labor constante y sistemática de construcción colectiva desde abajo: en lo social, lo político, los derechos humanos, las mujeres, los desplazados, lo sindical, etcétera. Y para ello no hay fronteras ficticias entre lo reivindicativo y lo político: es fundamental la participación de los sindicatos y otras organizaciones y movimientos sociales.

Lejos de llamar a abandonar el camino iniciado, la realidad colombiana convoca a persistir en el intento, empeñándose en construir lo que será –quizás–, la refundación desde abajo de un nuevo frente político- social en Colombia. Hoy puede verse, aunque en otra dimensión, renacer en la Marcha Patriótica, el Congreso de los Pueblos, el Polo Democrático, en organizaciones sindicales y movimientos de campesinos, indígenas, desplazados, etcétera. La lucha por la paz, que sintetiza hoy la lucha por la vida, constituye un nudo articulador que, de construirse las convergencias en torno a ella, podría permitir dar el salto histórico para trascender la fragmentación, el corporativismo, la cultura de la muerte, en Colombia y en el continente.

“En la experiencia de los Piqueteros, de Argentina: el reconocimiento –una vez más–, de que la dignidad es un valor humano no tangible aunque sensible que –cuando se articula a la lucha por la vida, que es también la lucha por la justicia y los derechos humanos fundamentales–, resulta un motor imparable de la fuerza social que lo hace posible con sus cuerpos.

Y en Argentina esa dignidad hubo de ser reconquistada por el pueblo trabajador en las calles, cuerpo a cuerpo, derribando prejuicios sociales instalados en otras épocas acerca de las causas de la desocupación y el porqué de los desocupados, demostrando que no son vagos ni “perdedores”, sino trabajadores sin trabajo por destrucción del aparato productivo nacional, por la implementación del neoliberalismo (adaptado para el tercer mundo, es decir, colonizador), y el consiguiente desentendimiento del Estado de lo que en tiempos pretéritos recientes consideraba como sus deberes sociales para con los ciudadanos.

La resistencia a la exclusión y la lucha por la sobrevivencia de los desocupados y sus familias desde carreteras y calles, con los piquetes de multitudes, le enrostró a la sociedad neoliberal que los había arrojado a la calle, sin miramientos, que –por tanto– es desde allí desde donde van a reclamar.

Los piqueteros y sus luchas, abrieron cauce a un amplio proceso político-pedagógico de formación de conciencia colectiva, que se inició en los primeros cortes en el sur del país, en Cutral Có y Plaza Huincul, allá por los años 95-97, siguió en el norte, en Tartagal y Mosconi, y se extendió por el Gran Buenos Aires, alcanzando mucha fuerza en el período 2000-2001. Los prolongados cortes y piquetes en las rutas, y las marchas piqueteras articuladas a organizaciones sindicales, políticas y de derechos humanos, que se llevaron a cabo desde y hacia el interior del país y la capital, y desde el conurbano bonaerense hacia la capital, sembraron semillas que germinaron a tiempo en la conciencia colectiva del pueblo e hicieron posible, también –junto a muchas otras resistencias y luchas–, el gran piquete nacional los días 19 y 20 de diciembre de 2001.

La búsqueda de alternativas (también) se realizó desde una condición adversa, dando cuenta del problema central que dibuja el drama nacional: el trabajo. Este articula producción, distribución y consumo, y la inserción del país en la región, el continente y el mundo. Había que reinstalarlo en el corazón de la patria entregada a la especulación financiera y para ello, hubo que conquistar un mínimo de soberanía y replantearse construir una nación; el pueblo emerge también aquí como protagonista de su historia.

En la experiencia de Chiapas: la fuerza de la resistencia y la perseverancia –no importa cuánto tiempo– de un pueblo largamente invisibilizado que se ha empeñado en rescatarse como pueblo y rescatar sus valores como seres humanos plenos y dignos.

Su empeño en transformar la sociedad, empezando por transformarse a sí mismos, como elemento esencial de la lucha y la construcción de una nueva sociedad. El levantamiento insurreccional del pueblo como momento de denuncia y reafirmación de su identidad, y no como indicación de un camino de lucha (armada) para “tomar el poder”. La decisión de decir, ¡basta!, a su situación de exclusión y exterminio, y su llamado a la movilización al pueblo mexicano, se realizó –como en otros casos–, desde condiciones muy adversas.

La subversión de las lógicas tradicionales de representación política pueden resumirse en el “mandar obedeciendo”, y en las prácticas participativas de sus organizaciones político-sociales.

Ellos salieron a convocar –mediante largas marchas– a los demás sectores del pueblo mexicano, en un primer momento como acto de solidaridad con su realidad de pueblo excluido, y luego como deber para consigo mismos y consiguientemente para con la nación mexicana toda. Con el orgullo de su historia rescatada[25], pusieron sobre el tapete –respaldado con toda su trayectoria y su existencia actual–, el hecho de que sujeto no se nace, sino se hace, y que para hacerlo hay que salir a convocar a todos –a partir de convocarse a uno mismo, como sector social y como individuo–, a hacerse cargo de protagonizar las transformaciones sociales que se decida realizar (colectivamente).

En la experiencia del Gobierno Bolivariano de Venezuela: como Chávez lo hizo y lo demostró: se puede ganar elecciones, conquistar el gobierno de un país y dirigir el Estado, pero el nudo de las potencialidades y posibilidades revolucionarias está en el pueblo, en la participación popular. Para ello, un paso fue hacer del gobierno una herramienta política para el cambio revolucionario. Gran enseñanza para Latinoamérica que se replicó en poco tiempo en los procesos de Bolivia, Ecuador, El Salvador…

Con su accionar gubernamental político-social Chávez dejó claro que el poder popular se construye “arriba y abajo”, en lo institucional estatal-gubernamental articulando la participación popular y viceversa.

Él puso fin a la contraposición antagónica de dos estrategias para el cambio social: la que impulsaba los cambios desde arriba, protagonizados por uno o varios partidos políticos que, desde el Estado, se proponían realizar los cambios y conservar el poder; y la que pensaba hacer los cambios desde abajo, principalmente impulsados por movimientos sociales junto con sectores populares no organizados.

La conjugación de ambas estrategias y sus diversos actores sociopolíticos, indudablemente generó, genera y generará contradicciones en el proceso de cambios, entre las propuestas y plazos de realización y entre sus protagonistas; ello es parte de la búsqueda de nuevos caminos de creación y construcción popular colectiva de lo nuevo.

En el proceso revolucionario bolivariano pudo visualizarse que el concepto desde abajo sintetiza una lógica de transformación que se desarrolla –“abajo y arriba”–, partiendo desde la raíz de los problemas o realidades y anclada en la participación protagónica de los actores populares; no alude por tanto a una supuesta “ubicación” en la sociedad (“arriba” o “abajo”).

En las prácticas de luchas de los actores sociales y políticos y en sus empeños por construir cotidianamente, desde abajo, un nuevo modo de vida en la medida que lo van creando y ensayando en los barrios populares de las grandes ciudades, en las comunas y comunidades urbanas y rurales, laten las posibilidades de salir del círculo de muerte del capital y hacer realidad el anhelado y posible nuevo mundo mejor, rehumanizado. De ahí la fuerza política revolucionaria de la Asamblea Constituyente, la redistribución equitativa de las riquezas, la alfabetización, educación y salud para todos, la construcción de las comunas, las misiones…

En las comunas se crea y se ensaya cotidianamente el futuro anhelado. En ellas está anclado el proyecto ideológico-político, cultural y económico del cambio. Tareas indispensables como, por ejemplo, la soberanía alimentaria del pueblo, comienzan a materializarse en cada territorio en el empeño sostenido de los comuneros y las comuneras. Y lo mismo ocurre con la búsqueda de sistemas productivos alternativos, con la preservación y recuperación de la naturaleza y su diversidad. Desde cada territorio los sujetos van dando cuenta, con sus relaciones solidarias, en sus creaciones colectivas, que se puede vivir de otra manera y convocan día tras día a apostar a ello. Es allí donde cobra vida, se produce y reproduce la ética revolucionaria.

De ahí que Chávez –como el Che, como Fidel– además de practicarla, la concibiera un factor constitutivo raizal del socialismo del siglo xxi, del nuevo mundo en gestación.[26]

La construcción de un nuevo tipo de poder, el poder popular, emana directamente del pueblo. Este va gestando desde abajo, en cada lugar, en cada comuna, en cada barrio… formas más humanas, equitativas y justas de organización de la sociedad y de las interrelaciones entre los hombres y las mujeres que le dan vida. Esto, a su vez, contribuye a la democratización y ampliación de la participación política y social del pueblo en las decisiones políticas. Es una modalidad nueva de participación democrática directa: la democracia comunal.

En el proceso revolucionario que tiene lugar en Venezuela se reafirma que el ideal social se construye a partir de la cotidianidad. Es en las comunas o comunidades que se va creando y construyendo el nuevo mundo, abriendo cauces a un nuevo modo de vida superador del dominio del capital, perspectiva histórica que Chávez identificó como “Socialismo del siglo xxi”, y que los pueblos indígenas originarios definen como “Vivir Bien”, “Buen Vivir”, Sumak Kawsay, Ñande Reko, autogestión…

II. El Sujeto

Sujeto histórico, social, político, popular

Una mirada desde Latinoamérica

En Latinoamérica, salvo excepciones, los procesos de transformación social –cualquiera sea la modalidad que adopten: revolucionaria directa, como en los años 60 y 70, o lucha parlamentaria–, se desarrollaron y se desarrollan en medio de desencuentros profundos entre partidos de izquierda y organizaciones y movimientos sociales.

Sobre la base de una fractura originaria entre clase obrera y partido “de la clase”, importada y heredada de la tradición política hegemónica del pensamiento de la izquierda europea, que a su vez reducía la clase obrera (el proletariado) a la clase obrera industrial y consideraba a esta como el único sujeto (histórico) de la revolución social, en nuestras latitudes –salvo excepciones– se ignoraron las realidades socioculturales, económicas y políticas, que se correspondían a nuestra diversidad étnica y de desarrollo, adoptándose mayoritariamente una postura doctrinaria que –contrariamente a los llamamientos de Carlos Mariátegui–, fue “calco y copia” en lugar de creación heroica.

Es por ello que, en sentido estricto, el análisis de la fractura entre partido político de izquierda y los sujetos reales, en América Latina no puede circunscribirse a la relación partido-clase, porque aquí –además de tal fractura–, hubo ocultamiento y rechazo –cultural– hacia los actores sociopolíticos concretos. El caso más sobresaliente, por su connotación y, ¡al fin!, su reconocimiento en la actualidad, es el de los pueblos indígenas originarios, pero se extiende también a los pueblos negros, mestizos y otros.

El resultado es una gran fractura histórica entre partido-clase-pueblo, que se tradujo en sustrato inmediato para el desarrollo de prácticas vanguardistas en el continente y ancladas en un pensamiento eurocentrista de una izquierda dogmática.

El neoliberalismo sumó nuevas fragmentaciones a la fractura histórica producida con la conquista y colonización. Y hoy, de conjunto, la fragmentación social constituye uno de los obstáculos para construir bloques unitarios y proyectos consensuados en el campo popular.

Para superarlos, los actores sociales y políticos tienen que dar cuenta de las raíces históricas, políticas, económicas y culturales que los han provocado, proponiéndose la creación –a través de las prácticas–, de una nueva cultura política colectiva y, por esa vía, una nueva identidad.

Esto resulta cada vez más necesario para replantearse sobre nuevas bases y presupuestos, las modalidades y las vías nuevas que pueden ensayarse (y que en algunas realidades ya se ensayan), para que los diversos actores sociales, políticos, sociopolíticos, se articulen en la perspectiva de construir una conducción políticosocial colectiva y unificada de los procesos de resistencia y luchas populares en cada país (y región, y continente), trascendiendo los cuestionamientos y la oposición al neoliberalismo.

En este sentido es que me propongo intervenir en el debate existente acerca del sujeto de los cambios con algunas precisiones conceptuales, explicitando a su vez los elementos fundamentales de las hipótesis que sostengo en mis reflexiones[27], desde una mirada filosófico-política. Esto supone a su vez, la refutación de hipótesis o supuestos –que a continuación expongo–, mayoritariamente aceptadas como válidas en el siglo xx:

Existe un sujeto único del cambio revolucionario: la clase obrera, y esa su condición de ser sujeto se desprende de su posición en el modo de producción en su condición de no poseedora de medios de producción  (y de explotación), es decir, el ser sujeto responde a una condición objetiva, estructural.

En ese sentido, la clase obrera, “portadora de estructuras” en su conciencia, resulta objetivamente determinada y llamada –a priori–, a poner fin a esa su condición de clase explotada, y con ello a la explotación general de la sociedad, liberando al unísono a todo el pueblo. (Misión histórica).[28]

Así ha sido en la tradición del pensamiento marxista (o de los pensamientos marxistas) durante el siglo xx, tradición cuyos ecos culturales llegan hasta nuestros días.

Cuando se hace referencia al sujeto de los cambios revolucionarios se sobreentiende inequívocamente que es (o debe ser) la clase obrera, identificada como sujeto histórico independientemente de las realidades sociohistóricas concretas de que se trate.

Esto ha sido y es particularmente notorio en América Latina, donde el capitalismo subdesarrollado convive en todo momento con relaciones y modos de producción feudales y semifeudales, y en cuyos territorios habitan los pueblos originarios que sobrevivieron al exterminio de la conquista colonialista, las comunidades negras de origen africano cuyos integrantes fueron criminalmente sacados de sus tierras y traídos como esclavos para trabajar en las plantaciones o en el servicio doméstico de sus “amos”, y también, las comunidades asiáticas, sobre todo, provenientes de China (culíes) también esclavizadas en su traslado hacia tierras americanas.

Esto, sin entrar a detallar la heterogeneidad de identidades y culturas –desarraigo incluido– que la diferente procedencia de los inmigrantes europeos acarreó a determinadas sociedades del continente.

Esto conforma una realidad social con diversificación de clases, etnias, sectores sociales, culturales, o religiosos, pero la aplicación dogmática (entendida como única) del esquema marxista limitaba –de modo reduccionista– la estructura clasista real al esquema de clases correspondiente al capitalismo desarrollado en Europa y, consiguientemente, constreñía –de hecho– la condición de existencia del proletariado al sector de los obreros industriales –los únicos en condición de socialización de la producción–, considerándolos los únicos capaces de encabezar –como sujeto histórico– los cambios revolucionarios[29].

Consecuentemente con ello, la “alianza obrero-campesino” se instaló como estereotipo, considerando a los trabajadores del campo y a los campesinos pobres (desposeídos de las tierras y de los instrumentos de labranza) como los (únicos) principales aliados de la clase obrera. En menor medida –y siempre subordinados–, se contemplaban como aliados secundarios a los pobres de la ciudad y el campo, luego a los estudiantes y, en algunos casos, a los sectores medios urbanos (generalmente

[des]

calificados por identificarlos indistintamente como integrantes de la pequeña burguesía).

Los pueblos originarios y las poblaciones negras quedaban fuera del esquema y también de las construcciones políticas, aunque hubo algunas excepciones. En algunos casos –por ejemplo, la izquierda ecuatoriana en los años 70 y 80–, se los integraba al esquema de clases,  “traducidos” (licuados) como pequeño campesinado (por tener en propiedad comunitaria las tierras donde habitaban), pero generalmente quedaban fuera de los debates y de las propuestas organizativas y políticas, como si no fueran parte de la realidad de nuestras sociedades. Excepción honrosa de Carlos Mariátegui –repito–, cuyo pensamiento profundamente marxista y revolucionario fue relegado –y combatido– por el marxismo promovido y difundido por el Estado soviético.[30]

Las organizaciones de la clase obrera (y su conciencia) son naturalmente reivindicativas y no pueden –por sí mismas– superar esa condición. De ahí que –según ese esquema de pensamiento– resulte necesario:

a) Que la conciencia de clase le sea provista a esta desde el exterior de la propia clase, por los intelectuales (y el partido).

b) Que la organización política –en correspondencia con esa conciencia de clase para sí– se construya separada de la propia clase, orientada por los intelectuales revolucionarios y los cuadros políticos que –provenientes de la clase– se hayan elevado a la conciencia científica, a la conciencia política e ideológica que le corresponde a la clase (según una predeterminada “misión histórica”).

Es decir, el partido de la clase (brazo político) se construye desde el exterior de la clase misma y de sus organizaciones de clase (brazo industrial).

La clase obrera, en tanto sujeto histórico, por sus condiciones de trabajo y de vida se [mal]entendía como un todo homogéneo, y quedaba además –de hecho, como señalé–, circunscrita a la clase obrera industrial. Debido a que sus organizaciones de clase –los sindicatos– “naturalmente” eran reivindicativas y no podían superar tal barrera, ella no tenía posibilidades de ejercer su condición de sujeto de modo directo. Hacía falta que ese sujeto histórico –para serlo– construyera las herramientas políticas que le permitieran cumplir con su tarea liberadora (misión histórica): derrocar al capitalismo

e instaurar el socialismo. Construir el partido políticode la clase obrera– se constituyó entonces –por definición– en la tarea prioritaria y la expresión más elevada de la conciencia política de la clase obrera, a la que –paradójicamente– se la excluyó de esa responsabilidad. Por ese camino, el partido de la clase se ubicaba por encima de la propia clase –que quedaba subordinada a sus decisiones y orientaciones–, erigiéndose en la vanguardia del proletariado y, como tal, en el sujeto político real de la transformación revolucionaria.[31]

Ese partido, en tanto expresión mayor de la conciencia política de la clase obrera, se asumía también como el poseedor de la (única) verdad acerca de la sociedad, de los cambios, las orientaciones estratégicas y tácticas, los métodos de lucha, etcétera. Más allá de los dictados de los manuales, fue la profusión de organizaciones político partidarias de izquierda, que se desarrolló particularmente en Latinoamérica, la que creó en ellas la necesidad de esclarecer cuál era –entre ellas– la “verdadera” representante del proletariado, y esto implicó la disputa por la posesión de la verdad, posesión que –como se dirimía en la práctica– impulsó el desarrollo del sectarismo y la competencia por ganar la dirección de las masas, por definir quién era “realmente” la vanguardia.

Por debajo del partido y de la clase –con el campesinado pobre como su aliado estratégico–, se ubicaban las otras clases y sectores sociales identificados como objetivamente interesados en la transformación revolucionaria de la sociedad (sujeto social). Los partidos se relacionaban con ellos, generalmente a través de las organizaciones reivindicativas “de masas”.

Según fueran las realidades y experiencias, en algunos lugares las organizaciones reivindicativas se encolumnaban (subordinadas)

atrás de las organizaciones sindicales consideradas intermediación necesaria entre ellas y el partido –dirección política de la clase–. Por ejemplo (además de la experiencia de Ecuador en los años 70 y 80, respecto al movimiento indígena), en República Dominicana en los años 80.

Hemos tenido la posibilidad de participar en dos ocasiones con el movimiento sindical y la mayor parte de los gremios profesionales en procesos de coordinación de luchas nacionales. Primero en el 85 y luego entre el 90 y el 91. Lamentablemente, se desarrolló una relación muy desigual y conflictiva.

Porque así como para muchos partidos el movimiento barrial es simplemente la posibilidad de un movimiento de masas y nada más, en los sindicatos se trasluce con mucha claridad la idea de que ellos son “la dirección” del movimiento social y popular y, como tal es, el espacio de representación pública de los movimientos populares le corresponde a ellos, ya que –según su interpretación– las organizaciones populares no son una garantía, primero, porque constituyen movimientos que “aparecieron” no se sabe cómo y, segundo, porque tampoco se sabe “con qué van a salir”. Eso les confería supuestamente la responsabilidad de asumir la representación pública del movimiento.

(…) No se daban cuenta de que éramos mayoría y que, en última instancia, siempre forzábamos a que participara todo el mundo. Para darte una idea, la primera vez que hicimos una coordinadora y el gobierno llamó a diálogo, cuando había que ir a la Presidencia de la República para las entrevistas, para determinar la comisión que hablaría con él ¡se armó un lío!, fuimos las cincuenta organizaciones después de tres días y dos o tres noches de discusión.

Uno de los dirigentes sindicales –o dirigenta, porque es mujer–, dijo que, para garantizar que no se negociara cualquier cosa, debía ir el movimiento obrero, porque disponía de reconocimiento legal y tenía historia de lucha, mientras que las organizaciones barriales, solamente a una se le podía conocer un local; las otras, “quién diablos sabía de dónde venían”. Fueron argumentos que descartaban el trabajo y el papel de todos los grupos que estaban ahí, porque no se trataba solo de Copadeba que, dicho sea de paso, era la única que contaba con local. Eso llevó a la división del movimiento. Cuando los sindicatos vieron que el crecimiento del movimiento popular era tan grande en la coordinación, optaron por aglutinarse aparte, como centrales sindicales.[32]

En otros casos las organizaciones “de masas” se definían y estructuraban desde el partido (desde cada uno de los diferentes partidos existentes), dando origen a los conocidos “frentes de masas”, desde donde cada partido buscaba organizar a los distintos sectores sociales: estudiantes, campesinos, cristianos, mujeres, etcétera, para dirigirlos, cuestión que –entre paréntesis– se entendía como la resultante de ocupar los cargos de dirección de estas organizaciones[33] para así imponer desde arriba una determinada orientación política a las organizaciones de masas, creyendo que –mediante tales métodos–, las definiciones y prácticas de estos, resultarían afines a las concepciones estratégicas de (cada uno de) los partidos.

La construcción era –en lo fundamental– desde arriba, desde afuera, y en relación jerárquico- subordinante desde el partido a la clase, y de allí el resto de las clases y sectores sociales y sus organizaciones.

Para facilitar la explicación de esta lógica, generalmente represento esto[34] del siguiente modo:

Poder Estado

Poseedores de la Verdad

Partido, Vanguardia de la clase

Clase obrera, Sujeto Histórico

Campesinado,Aliado Estratégico

Otras clases aliadas

Organizaciones de masas: Frente Sindical, etc

De arriba hacia abajo –según tales concepciones–, se conformaba la conciencia, la ideología, el saber (y la verdad) y, consiguientemente, también la “firmeza revolucionaria”; la lógica resultante era:

Partido

Clase

Sociedad

c) La transformación social radical de la sociedad tiene como condición la conquista (o el asalto) del poder político: problema fundamental de toda lucha revolucionaria. Con ello se resuelve la contradicción principal: se elimina la propiedad privada y el antagonismo entre clases. A partir de allí –automáticamente– se resolverán todas las contradicciones (secundarias), dado que –en este supuesto–, su existencia dependía de un modo u otro de la existencia de la contradicción fundamental. O sea, la transformación de la sociedad resulta una suerte de consecuencia secuencial objetiva de un acto: la toma del poder.

La conciencia, entendida como reflejo (de la realidad objetiva), cambiaría también “automáticamente” al cambiar el objeto reflejado; el “hombre nuevo” crecería espontáneamente en las sociedades revolucionadas.

Hipótesis fundamentales

Polemizando con los planteamientos anteriormente presentados –de un modo muy breve– resumiría en nueve, las hipótesis fundamentales que sostengo:

1

Los sujetos se constituyen (o mejor dicho, se autoconstituyen) como tales sujetos en el proceso mismo de la transformación social, cuyo primer paso es disponerse a emprenderla. Es decir, que ser sujeto no es una condición anterior al proceso de transformación; es en el proceso mismo que se revela esa condición de sujeto, latente, en estado potencial, en los oprimidos.[35]

De ahí también, que la subjetividad de los sectores interesados o potencialmente interesados en la transformación social, particularmente su conciencia política, su conciencia histórica[36], resulte un componente imprescindible a tener en cuenta al pensar los sujetos, para hacerlo con los sujetos.

Sin sujeto no hay transformación social posible y no hay sujetos sin sus subjetividades, sin sus conciencias, sus identidades, sus aspiraciones, sus modos vivenciales de asumir (internalizar, subjetivar, visualizar, asimilar, cuestionar o rechazar) las imposiciones inerciales del medio social en el que viven. Hacer referencia a los actores sujetos implica, por tanto, tomar en cuenta sus subjetividades concretas, y esto apunta también a rechazar las tesis que sostienen la existencia de un sujeto a priori de su relación interpelativa con el medio social en que este se desempeña. El –llegar a– ser sujeto es una resultante (de otras múltiples resultantes articuladas y yuxtapuestas) de la propia actividad teórico-práctica de los actores sociales, que supone un cierto grado de reflexión-distanciamiento críticos de su propia existencia.

Como dice Hinkelammert,

(…) el sujeto se revela como ausencia que grita; está presente como ausencia. Hacerse sujeto es responder positivamente a esa ausencia, porque esa ausencia es a la vez una exigencia. Y en tanto responde, el ser humano es parte del sistema, como actor.[37]

En tanto sujeto, está enfrentado al sistema, lo trasciende. Como señala Dussel,

(…) el sujeto aparece en toda su claridad en las crisis de los sistemas, cuando el entorno —para hablar como Luhmann— cobra tal complejidad que no puede ya ser controlado, simplificado. Surge así en y ante los sistemas, en los diagramas del Poder, en los lugares standard de enunciación, de pronto, por dichas situaciones críticas, (…) mostrando su irracionalidad desde la vida negada de la víctima. Un sujeto emerge, se revela como el grito para el que hay que tener oídos para oír.[38]

En este sentido, podríamos tomar las palabras de Wittgenstein –aunque no es el que él le adjudicó–, cuando afirma que el sujeto es el límite del mundo (que existe), a la vez que anticipación del otro (que imagina y construye).

2

Ser sujeto de la transformación supone algo más que ser “portadores de estructuras”; no es una condición propia de una clase que se desprenda automáticamente por su posición (objetiva) en la estructura social y su consiguiente interés (objetivo) en los cambios.

Es menester que cada uno de los potenciales sujetos reconozca e internalice esa su situación, e interpretándola críticamente, desee cambiarla a (lo que considera) su favor y se disponga a hacerlo, trazando para ello sus objetivos y emprendiendo acciones –entre ellas la de construir organizaciones– encaminadas a conseguirlos. Se requiere del interés subjetivo (activo-consciente), de esas clases o grupos.

No hay traspolación mecánica de la realidad a la conciencia; esta no es simple reflejo al interior del ser humano de un mundo así considerado exterior; es una construcción objetivo-subjetiva desde la interioridad del sujeto, que se constituye como tal otorgándole un sentido propio a los acontecimientos “objetivos” que, en tanto son pensados como tales desde los posibles sentidos de los sujetos –que no son uniformes–, resultan un espacio de permanente disputa entre diversos sentidos de diferentes sujetos que  buscan afirmarse (constituirse) como tales en un proceso histórico permanente de construcción de sentidos.

El explotado, por ejemplo, por el hecho de ser explotado no está necesariamente interesado en cambiar su situación de explotación, tiene, en primer lugar, que tomar conciencia de su condición de explotado, de quiénes son los que lo explotan y porqué, y esto tampoco basta. Es necesario que quiera revertir esta situación a su favor (según sus deseos, aspiraciones, sueños e intereses). Recién entonces entra en discusión cuáles son los cambios que anhela, si estos son posibles o no, y las búsquedas de medios para realizarlos.

O sea, la noción de sujeto alude, sobre todo, a la existencia de una conciencia concreta de la necesidad de cambiar, a la existencia de una voluntad de cambiar y a la capacidad para lograr construir esos cambios (dialéctica de querer y poder).

Y esto tampoco basta. Este proceso ocurre como una suerte de pelea entre múltiples tendencias yuxtapuestas, de muy diversos signos, cada una de las cuales lucha por imponerse sobre las demás como la tendencia dominante, definiendo el rumbo. Esto quiere decir, por ejemplo, que las alternativas siempre son varias, que las soluciones son diversas; una finalmente se impone, pero ello no indica que sea la única posible (ni que las fuerzas que la sostienen sean las dueñas de la verdad; no siempre las causas justas vencen en la primera vuelta, ni las derrotas indican ausencia de razón).

Tampoco puede garantizarse por adelantado que sea tal o cual la salida que se impondrá. No hay garantías ni antes, ni después, ni durante; es una pulseada constante de fuerzas, de sentidos, de viejos y nuevos impulsos sociales. De ahí que tener la mente abierta a los cambios, a lo nuevo (desconocido) que constantemente emerge, para captarlo y aprovecharlo creativamente, resulta entre los retos y requerimientos de la actualidad.

En Latinoamérica no existe hoy ningún actor social, sociopolítico, o político que pueda por sí solo erigirse en sujeto de la transformación; este resulta necesariamente plural, que se configura como sujeto en tanto sea capaz de articularse, constituyéndose en sujeto popular colectivo.

Nuestras sociedades complejas desafían nuestra creatividad y, toreando el pensamiento eurocéntrico, llaman a analizar la problemática del sujeto (de los actores-sujetos) dando cuenta –además de nuestra diversidad étnica, socioeconómica y cultural–, de la actual fragmentación social existente producto de la aplicación del modelo neoliberal.

a) En el debate y las reflexiones actuales acerca del sujeto sociopolítico de la transformación social no basta con buscar y encontrar pistas tendentes a subsanar la fractura entre clase obrera y partido de la clase; hoy no basta con proponerse (y lograr) la rearticulación del “brazo industrial” con el “brazo político”; los partidos “de la clase” no solo nacieron aquí separados de la clase, sino también del pueblo (indio, negro, mulato, mestizo, criollo) oprimido, explotado y marginado de nuestras sociedades, integrantes también del sujeto potencial de las transformaciones sociales radicales en los países latinoamericanos.

En tal sentido, el desafío actual pasa por eliminar la fractura partido-clase, anudada simultáneamente a la superación de la fractura histórica entre partido-clase-pueblo(s). Ellos se articulan a partir de dos factores fundamentales a tener en cuenta:

—Uno, por la transformación-ampliación del proletariado, que hoy más que nunca antes trasciende las fronteras de la clase obrera industrial.

La condición de proletario –como he mencionado–, nunca se limitó a la clase obrera industrial, y fue precisamente Federico Engels, estudioso de la realidad de la clase obrera en Inglaterra, quien se preocupó en su época de aclararlo, posiblemente previendo miradas reduccionistas:

El proletariado es la clase social que consigue sus medios de subsistencia exclusivamente de la venta de su trabajo, y no del rédito de algún capital; es la clase, cuyas dicha y pena, vida y muerte y toda la existencia dependen de la demanda de trabajo, es decir, de los períodos de crisis y de prosperidad de los negocios, de las fluctuaciones de una competencia desenfrenada. Dicho en pocas palabras, el proletariado, o la clase de los proletarios, es la clase trabajadora del siglo xix.[39]

Con el desarrollo de la industria, de las tecnologías, con la informatización de los procesos productivos y la conformación de los grandes grupos empresarios transnacionales de la producción, distribución y comercialización de los productos, con la fractura del proceso productivo y su organización interna, la obtención de plusvalía se modificó haciéndose más amplia en calidad y cantidad.

Por un lado, arrojando del proceso productivo a millones de trabajadores ahora “inservibles” para el metabolismo del capital, y por otro, proletarizando más a grandes capas de profesionales, especialistas e intelectuales vinculados a la producción y reproducción del capital a escala local, regional o global. De ahí también que la lucha contra la enajenación resulte una necesidad (y tarea) de cada vez más amplios sectores sociales proletarios, aunque no directamente obreros, ni obreros de la producción.

Pero el viejo y nuevo proletariado también resultan fragmentados por la globalización neoliberal y necesitan articularse interiormente, y a la vez con otros sectores sociales. En esa articulación –que supone en realidad un proceso de articulaciones sucesivas, multidimensionales y yuxtapuestas–, la clase obrera desempeña un papel central, organizador y catalizador centrípeto como así también promotor de otros nodos organizativos con los cuales también buscará concertar, articular.

Ahí el sentido cabal del concepto de “centralidad de la clase” que empleo para referirme a uno de sus principales roles políticosociales.

Y esto es clasismo hoy: ser coherentes con las responsabilidades y las tareas históricas de la clase hoy, generar un polo o núcleo de articulación y organización del tejido social y sus actores proyectándolos hacia metas superiores de transformación radical de la sociedad, sobre la base del cumplimiento inicial de urgentes tareas de sobrevivencia, a la vez que remontándose sobre ellas en proyección hacia la construcción –en plenitud de capacidades– del ser nacional que reclama, en primer lugar, la defensa de la vida y también –encadenada a ella–, la liberación.

Es decir que, en este sentido, cuando se habla de sujeto sociopolítico de los cambios, se hace referencia, en primer lugar, a una articulación que –conteniendo a la clase, a partir de ella– abarca al conjunto de sectores oprimidos, explotados, discriminados y excluidos por el sistema, considerándolos también potencialmente capaces de constituirse en sujetos a partir de su intervención en el proceso de resistencia y lucha por la sobrevivencia, que se anuda radicalmente con la transformación del sistema que estructura las actuales sociedades latinoamericanas.

—En segundo lugar, esto se relaciona de modo directo con las problemáticas y tareas que ese sujeto en proceso de constitución tiene que enfrentar, que lo lleva a tomar conciencia de la necesidad de cambiar integralmente la realidad en la que vive, y a proponer nuevas bases sobre las cuales va a reorganizar la sociedad en la que desea vivir.

La destrucción-desestructuración de los sistemas productivos y de las sociedades todas, fragiliza al máximo nuestras –ya de porsí frágiles– soberanías nacionales y transforma a nuestros territorios en bienes hipotecarios del FMI, que respaldan –anunciando larapiña– los préstamos de la deuda externa impagable e incobrable,a esto se suma ahora el peligro del anexionismo contenido en elALCA (Área de Libre Comercio de las Américas). Esto hace que lo nacional se reubique como problemática central de la lucha, convocandoa la clase y al pueblo a constituirse en protagonista de sudefensa y reinvención.

Los procesos actuales de resistencia y lucha populares se centran en la defensa de la vida que –en este momento, en este continente–, significa defensa de la tierra, del agua, de los bosques, de las fuentes de carbón, de petróleo, y del aire mismo, y todo esto presupone la defensa-recuperación de la soberanía de la nación y de la nación misma (en el grado y realidad en que estas hayan existido), reinventándola simultáneamente. Tareas del pueblo todo y de la clase, en tanto ello solo será posible de alcanzar y afianzar con la eliminación de la lógica de la reproducción ampliada del capital, tarea en primer lugar, de la propia clase directamente explotada por el capital (y su negatividad directa), que en esta hora se entrelaza radicalmente con la lucha nacional[40].

Se trata de una tarea de liberación colectiva, humana, sin fracturas. Habrá que ver sí, en cada caso, los ritmos y las dimensiones locales, regionales e internacionales que intervienen en el proceso, y la profundidad y alcance de sus definiciones y transformaciones.

b) A la hora de pensar en los potenciales sujetos de la transformación en América Latina, es necesario tener en cuenta –además de la fractura histórica partido-clase-pueblo(s)–, el actual proceso de fragmentación y subfragmentación[41] social que se ha producido (y continúa) en nuestras sociedades con la implementación del modelo neoliberal, junto a transformaciones profundas en el sistema productivo, en el modo de vida y organización social y en la cultura[42].

Hoy puede notarse nítidamente la existencia de un quiebre profundo del modo de ser y de vivir de nuestras sociedades, que se expresa en la destrucción del sentido mismo de sociedad y de Nación.

Con la atomización explosiva y centrífuga de las sociedades se inicia una época de crisis social generalizada y creciente que se instala con fuerza, en primer lugar, en el seno familiar, donde la carrera por la sobrevivencia quiebra los roles tradicionales adjudicados culturalmente (por el poder) al ser hombre y al ser mujer, impactando de múltiples formas y sentidos a la vida familiar y social.[43]

Las organizaciones sociales reivindicativas resultan impactadas directamente por esta situación, en primer lugar, las organizaciones sindicales, debido a la reducción cuantitativa de la clase obrera, a su fragmentación al interior de una misma rama productiva, y a la coexistencia de distintos modos de producción en una misma sociedad. La reducción del aparato productivo hasta su virtual desintegración, junto a la innovación tecnológica y a las nuevas formas de organización del trabajo, implica una creciente desocupación; la lucha por conservar el empleo hace renacer con fuerza el individualismo, a la vez que se va imponiendo en detrimento de la defensa de los derechos de los trabajadores y de las luchas por nuevas conquistas, las que, prácticamente, desaparecen de los escenarios de las luchas sociales.[44]

La condición defensiva penetró tanto en el movimiento obrero, que incluso la sindicalización dejó de guardar relación con la clase real. Vía desocupación, ausencia de convenios colectivos, chantaje patronal, y aplicación del subempleo y empleo “en negro”, las organizaciones sindicales vieron disminuir la cantidad de afiliados en forma considerable[45].

Aferradas a un tipo de trabajador y a un esquema de relaciones entre el capital y el trabajo que ya no existe, dejan de representar a la clase real, que no se limita a los trabajadores con contrato laboral y derechos protegidos, sino que abarca a los trabajadores con nuevo régimen de contratación, a los trabajadores “en negro”, semiocupados, a los subcontratados, a los trabajadores por cuenta propia expulsados del sistema productivo, y a los desocupados por esta situación, considerados –en tal sentido– por nuevas organizaciones sindicales[46], como trabajadores sin empleo.

Atomizada, la clase existe hoy diversificada en distintas categorías y estratos. Y si es heterogénea en su modo de existencia también lo será en sus problemáticas, en sus modos de organización, representación y proyección. Su identidad fragmentada reclama también ser reconstruida sobre bases –nuevas– que den cuenta de su situación actual.

En número creciente, segmentos importantes de la clase, ahora desplazada y desocupada, desempeñan la mayor parte de su vida en los territorios de sus barrios (viejos o nuevos), o en zonas rurales y semirurales adonde han emigrado, desde donde se replantean su resistencia y sus luchas, y –sobre esta base–, su ser, su identidad como trabajadores.

En la realidad actual boliviana, “¿quiénes son los cocaleros?, en número considerable, exmineros, despedidos de las minas, que van al Chapare, o ellos o sus hijos, que vivieron la represión en las minas, las masacres… que llevaban mucho adentro”.[47]

Los movimientos barriales populares de las zonas urbanas tienen entre sus mayores referentes fundacionales o activos a hombres y mujeres con experiencia de lucha y organización sindical correspondiente a su “época de trabajadores” con empleo, que –reivindicándose como trabajadores– hacen del territorio donde viven su nuevo ámbito de resistencia, lucha, organización y propuesta de transformación de la sociedad. De ahí que no resulte extraño escuchar entre ellos, por ejemplo, que hoy “la nueva fábrica está en el barrio”[48].

La defensiva ante la impronta de la lucha por la vida se combina necesariamente con la cada vez más necesaria ofensiva dirigida a transformar desde la raíz su situación de exclusión o quedar entrampados en ella. (Los trabajadores urbanos en lucha por un empleo estable y la refundación de una estructura productiva que lo haga posible; los campesinos bolivianos, por el derecho al cultivo de la hoja de coca –tradición cultural de los

pueblos indígenas de la zona andina–, que supone también la lucha contra la injerencia estadounidese en la región (“Plan Dignidad”); los campesinos sin tierra de Brasil, en busca de una reforma agraria que ponga fin a los grandes latifundios improductivos y entregue esas tierras a los trabajadores sin tierra, con lo cual intervienen también nacionalmente convocando a una discusión nacional sobre la tierra; los indígenas ecuatorianos y los sectores populares urbanos, en lucha por su derecho a ser –colectivamente–, protagonistas de su historia; igual los pueblos de Chiapas, de Perú, de Guatemala, etcétera).

En procesos de resistencia a las políticas de muerte, en lucha por la vida –que significa trabajo, pan, salud y educación–, han emergido problemáticas específicas de los distintos sectores (fragmentos) sociales y ellos mismos se han constituido y han sido visualizados socialmente como actores sociales.

Actores sociales serían todos aquellos grupos, sectores, clases, organizaciones o movimientos que intervienen en la vida social en aras de conseguir determinados objetivos propios sin que ello suponga precisamente una continuidad de su actividad como actor social, ya sea respecto a sus propios intereses como a apoyar las intervenciones de otros actores sociales. Existe una relación estrecha entre actores y sujetos sociales: todo sujeto es un actor social, pero no todos los actores llegarán a constituirse en sujetos.

Los actores tienden a constituirse en sujetos en la medida que inician un proceso (o se integran a otro ya existente) de reiteradas y continuas inserciones en la vida social, que implica –a la vez que el desarrollo de sus luchas y sus niveles y formas de organización–, el desarrollo de su consciencia.

Estrictamente hablando, cada uno de los actores, aisladamente, no puede llegar a ser sujeto. El concepto sujeto, en este sentido, en tanto sujeto de la transformación del todo social, presupone la articulación de los distintos actores comprometidos en ella (además de las articulaciones que tienen lugar al interior de cada sector social o movimiento); es, por tanto, plural y múltiple.

Replantea los criterios tradicionales en cuanto a su organización interna, en el desarrollo de nuevas relaciones entre sus miembros: no jerárquico-subordinantes sino horizontales; exige el respeto a las diferencias y, todo esto, la profundización de la democracia sobre la base del protagonismo y participación plena de cada uno. Por ello, lejos de aceptar el divorcio entre lo social y lo político, afirma su indisoluble nexo constituyéndose como sujeto (y actores) sociopolítico(s).[49]

Estos actores conforman nuevas identidades y sentidos de pertenencia en la misma medida en que –en lucha por la sobrevivencia y transformación de la realidad en que viven–, van desarrollando un crecimiento de conciencia y organización, es decir, en la medida en que van asumiéndose como protagonistas conscientes de su historia.[50]

Tanta dispersión y fragmentación de identidades, realidades, pertenencias, preferencias, imaginarios y aspiraciones –entre otras cuestiones–, apunta como imposible que uno solo de los actores sociales, sociopolíticos, o políticos, pueda erigirse en representante del conjunto. Influye en ello –además de las fracturas señaladas–, la que existe entre lo social y lo político, entre lo reivindicativo y lo político, entre los actores sociales y las organizaciones políticopartidarias, poniendo de manifiesto –combinadamente–, una crisis profunda de representación.

La pérdida de poder de la clase obrera, el carácter defensivo de sus luchas, y la crisis de representación y legitimidad de sus organizaciones sindicales, se combina con la ausencia de referentes orgánicos del movimiento, con la crisis de las organizaciones políticas en general y de izquierda en particular, es decir, con la ausencia o debilidad de los posibles referentes políticos de la clase.

Y todo esto pone en tela de juicio, una vez más, la concepción o el paradigma instalado en el pensamiento marxista predominante acerca del sujeto (social y político) del cambio. Las interrogantes colocadas serían: ¿Se puede hablar de sujeto del cambio en sociedades tan fragmentadas socialmente?, ¿hay un sujeto o son varios?, ¿quién o quiénes lo representan o referencian?, ¿cómo recomponer el sujeto fragmentado?, ¿qué relación guardan los actores sociales con los partidos políticos de izquierda?, ¿se trata de un sujeto social diferenciado del sujeto político?, ¿son dos sujetos o uno solo?

La posibilidad de existencia de un sujeto pasa por la capacidad de los actores sociales de rearticular los fragmentos aislados, en proceso de constitución de los actores y el pueblo en sujeto colectivo. Ello implica articular la diversidad y multiplicidad de problemáticas (políticas, sociales, culturales, étnicas, etcétera), de experiencias e identidades, en aras de conformar un todo (plural, diverso, articulado) capaz de consensuar objetivos comunes, de darse las formas organizativas necesarias para actuar eficientemente (con organización, participación, propuesta y conducción) en pos de conseguirlos, y de plasmar todo ello en un programa político-social capaz de hacerlo realidad, dentro de un proyecto de futuro diseñado colectivamente.

Supone reconocer de hecho y en los hechos, que el sujeto solo puede ser sociopolítico, no solo por rearticular o proponerse rearticular el brazo político con el brazo industrial, el sujeto político con el sujeto histórico, sino porque – sobre esa base como punto de partida fundamental y central–, su existencia es un resultado (a la vez que condicionante) de la articulación del conjunto de los fragmentos sociales –en primer lugar a través de los actores sociopolíticos–, para constituirse colectivamente en sujeto popular[51] de la transformación de la sociedad, definición colectiva de proyecto e instrumentos orgánicos mediante.[52]

No es posible concebir que se pueda ser sujeto de un modo esquizofrénico: compuesto por un sujeto que tiene conciencia, que sabe y dirige (manda), y otro dependiente del primero para ser consciente, saber y actuar (obedece). El ser sujeto indica plenitud de capacidades y facultades, junto al ejercicio protagónico de las mismas, sin tutelajes.

Cuando se habla de sujeto popular del cambio se alude a un sujeto sociopolítico múltiple y diverso, unificado a través de un proceso de articulación (y rearticulación) orgánica que potencia el proceso de constitución de los actores sociopolíticos en sujeto popular, categoría que da cuenta precisamente de esa su condición plural (articulado).

Esto habla de su carácter doblemente heterogéneo, por un lado, en lo que hace a su constitución, sobre la base de la articulación de diferentes actores, clases, sectores sociales; y por otro, porque esa articulación ocurre también –y se asienta– al interior de cada uno de los fragmentos, sectores, clases, etcétera, tal como he explicado, por ejemplo, en el caso de la clase obrera.

Y esta heterogeneidad no es un fenómeno cuantitativo y formal, al contrario, expresa condensadamente las huellas de la crisis en las subjetividades de cada cual, en sus identidades, llamadas también a ser articuladas. Y esto habla de respeto a las diferencias, de tolerancia y de democracia entendida como pluralidad y –sobre esa base– participación.

Convergentemente con ello, el concepto sujeto hace referencia también a lo fundamental, a lo clave, a lo realmente condicionante y decisivo de todo posible proceso de transformación: se refiere a los hombres y mujeres que viven en el pueblo –en sus diferentes micromedios, grupos sociales y contextos–, y sienten la ausencia de la que habla Hinkelammert; con su participación cuestionadora y enfrentamiento protagónico al sistema decidirán (irán decidiendo) cuáles cambios habrán de hacer, y los llevarán a cabo sobre la base de su voluntad y determinación de participar en el proceso.

Ellos intervienen a partir de sus conocimientos y experiencias históricas en igualdad de derechos de participación, de un modo en el que “lo espontáneo” es apenas una magnitud relativa. Y esto será así, en la medida en que sean ellos quienes identifiquen a la transformación como un proceso necesario para sus vidas y –sobre esa base– se decidan a realizarla (decidiéndose a su vez –aunque no se lo propongan así– a constituirse en sujetos).

“En esta perspectiva la liberación llega a ser la recuperación del ser humano como sujeto”[53]. Y esto implica participar en la definición del rumbo y el alcance de esas transformaciones, y también de las vías y caminos de acercamiento a los objetivos, en la medida en que vayan construyendo las soluciones, construyendo y acumulando poder, y organización colectiva capaz de conducir al conjunto a la vez que construyen el proyecto y se autoconstituyen[54] como sujetos.

4

La consciencia política de clase, de pueblo oprimido, de nación del Tercer Mundo, etcétera, no le viene dada a los trabajadores ni al pueblo (“portadores”) desde el exterior; los actores-sujetos concretos van adquiriendo –proceso de reflexión crítica mediante– esa conciencia en la misma medida que la van construyendo, a través de su intervención directa en el proceso de lucha por sus reivindicaciones sectoriales y generales.

Esto quiere decir, en primer lugar, que la conciencia política no es el reflejo mecánico de las estructuras económicas (objetivas); en segundo, que la conciencia política no puede ser “introducida” en las personas (ni inculcada o impuesta); y en tercer lugar, que la modificación de la conciencia social de los actores-sujetos depende de su intervención en la vida social, que las clases, los grupos o sectores sociales, los individuos, alcanzan un determinado grado de consciencia político-social (y pueden avanzar en su desarrollo), mediante su participación plena en el proceso de transformación social, reflexionando crítica y colectivamente acerca de sus logros y fracasos o deficiencias, componente muy importante del proceso de construcción de la conciencia colectiva.

La conciencia –el tener conciencia política–, no puede entenderse entonces como una condición que puede “instalarse” en cada sujeto individual desde el exterior de sus modos y condiciones de vida, de sus formas de organización (o no), y de su participación en las luchas[55].

La concientización es obra de los propios actores-sujetos que se concientizan a sí mismos en el proceso de cuestionamiento-transformación de su realidad, sobre todo, en el proceso de reflexión y maduración colectiva acerca del mismo.[56]

Y esto ocurrió realmente así, solo que –a mi modo de ver– fue absolutizado y extrapolado luego para todas las épocas en términos de sentencia que justificaba la supremacía de los intelectuales (del partido) por sobre la experiencia concreta de lucha de la propia clase.

Pero no era eso lo que Lenin sostenía exactamente; él mismo, en El izquierdismo… subrayó con toda claridad que: “Con la vanguardia sola es imposible triunfar. Lanzar sola a la vanguardia a la batalla decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han adoptado aún una posición de apoyo directo a esta vanguardia o, al menos, de neutralidad benévola con respecto a ella, de modo que resulten incapaces por completo de apoyar al adversario, sería no solo una estupidez, sino, además, un crimen. Y para que realmente toda la clase, para que realmente las grandes masas de los trabajadores y de los oprimidos por el capital lleguen a ocupar esa posición, la propaganda y la agitación, por sí solas, son insuficientes. Para ello se precisa la propia experiencia política de las masas”. “La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo”, Obras completas, t. 31, Editora Política, La Habana: 1963, p. 88. (el subrayado es de I.R.).

Por otro lado, hay que tener en cuenta el estado del desarrollo del capitalismo en Rusia (y del capitalismo como sistema, en general) en la época de Lenin: la mayoría de los trabajadores provenía del campesinado desplazado de sus tierras, con muy altos índices de analfabetismo.

Considero que esto no puede perderse de vista al leer sus “sentencias” acerca de la clase y la consciencia de clase. No puede pedírsele a Lenin (o al propio Marx), que piensen, por ejemplo, como Paulo Freire, cuya revolución pedagógica fue posible también –además de su genialidad y sensibilidad individual– por la experiencia sociopolítica acumulada por las luchas de la clase obrera y los pueblos indo-afro-latinoamericanos y del mundo.

Precisamente por ello, una de las más importantes tareas políticas en este sentido, consiste en promover actividades de reflexión colectiva acerca de las prácticas comunes, sobre las experiencias acumuladas, para promover la construcción de conciencia colectiva, que solo puede ser posible si articula conocimientos y pensamiento crítico sobre la propia práctica de resistencia, lucha y transformación de los actores sociales involucrados en el proceso (y diseñadores del mismo).

Este proceso teórico-práctico de toma de conciencia política –que a su vez lo es también de producción de saberes–, deviene entonces, simultáneamente, un proceso de construcción de nuevos valores ético-morales, de construcción y acumulación de hegemonía popular, de construcción y acumulación de poder y de actores sujetos, porque confirma, esclarece y ancla en las conciencias el significado social y ético de esas prácticas comunes[57].

Y como esto solo puede ser realizado a partir de las condiciones concretas de vida y del territorio donde actúan y se desarrollan los actores-sujetos involucrados en él, resulta, por tanto, un proceso íntimamente vinculado a lo cotidiano y a lo reivindicativo.

Y todo esto resulta fundamental para comprender los nexos, las transiciones e interpenetraciones que existen entre lucha reivindicativa, lucha política y conciencia política, tres elementos o niveles de lucha y conciencia intercondicionados por el proceso de trasformación a través de la actividad de los sujetos-actores.

5

La transformación de la sociedad es un proceso objetivo-subjetivo colectivo y múltiple que no puede relegarse hasta después de la “toma del poder”. No se producirá nunca transformación social alguna, estable y duradera, si no es a partir de la transformación cotidiana y radical de los hombres y las mujeres que la integran.No habrá nunca un futuro diferente al presente si no empieza a construirse desde ahora[58].

De ahí que el problema inmediato fundamental de la transformación de la sociedad no radique en tomar el poder, sino en transformar la sociedad en la dirección de los intereses populares[59]. Y esto será posible si los hombres y las mujeres que la integran desean, en primer lugar, cambiarse a sí mismos transformándose a través de su participación plena, consciente y crítica, en el proceso de transformación, en las organizaciones que ellos mismos irán creando para ello y en la definición de los objetivos a alcanzar, participando protagónicamente en el diseño de la sociedad en la que quieren vivir, que luchan para construir y luego lucharán para profundizar su construcción y desarrollo.

6

Sujeto, poder y proyecto se interconstituyen articuladamente condicionándose unos y otros. Construcción de proyecto, de poder y constitución de sujetos resultan elementos estructuralmente interdependientes e interconstituyentes, cuyo eje vital se condensa sin duda en los actores-sujetos, en la capacidad y posibilidad de los actores sociopolíticos para constituirse en sujetos y, por tanto, en su capacidad de definir proyecto, de construir poder, y –a la vez– de dotarse de las formas orgánicas que el proceso de transformación vaya reclamando.

La constitución-autoconstitución de sujetos, y la construcciónacumulación de poder, conforman un articulado e intercondicionado proceso que, en la medida de su maduración, implicará acercamientos de los actores-sujetos a definiciones más generales en cuanto al proyecto de transformación social general, cuestión que tomará más fuerza en la medida que se vaya logrando la articulación de los diferentes actores-sujetos interesados en la transformación de la sociedad.

En la medida que –articulación mediante– estos vayan madurando sus definiciones estratégicas y propositivas y construyan las formas organizativas necesarias para concretarlas, irán conformando –integral y colectivamente– el sujeto popular de la transformación.

Una vez más los tres grandes componentes del movimiento popular de transformación en Latinoamérica: sujeto, proyecto y poder, anuncian su presencia articulada. Ninguno de ellos puede ser, expresarse o comprenderse de modo independiente. No existe sujeto sin proyecto a través del cual este se constituya y exprese ni viceversa, y ninguno de ellos sin estrategia de poder; hablar de proyecto sin voluntad de poder, sin conciencia y actividad que –en el proceso transformador– construya y se oriente hacia él, es decir, sin sujeto, resulta una abstracción carente de sentido práctico.

Lo mismo sería afirmar –de modo apriorístico trascendental– la existencia de sujetos sin proceso de transformación, sin que sean ellos –autoconstituyéndose dentro del propio proceso– los creadores del proyecto de transformación, sin que exista una voluntad real de transformación, que se organice y exprese en la actividad teóricopráctica de construcción y acumulación de poder propio.

Es por todo esto que hablar hoy de la necesidad de elaborar nuevos proyectos populares de transformación en América Latina, significa asumir también la reelaboración del pensamiento y la práctica de la transformación misma, con la participación de los propios actores-sujetos de esa transformación en cada sociedad. Es decir, implica la conformación de una nueva cultura política e ideológica en y desde los distintos sectores, grupos, clases y movimientos sociales y políticos potencialmente interesados en la transformación.

7

La condición de sujeto es irreductible a una organización.

a) No hay sujeto político separado e independiente del sujeto social, del sujeto histórico; el sujeto es uno, múltiple e irreductible. No hay vanguardia política sin clase política, sin pueblo político. No hay partido por encima y separado de la clase y el pueblo.

b) El ser sujeto no es una condición que se desprenda de la organización; no es la organización la que define al sujeto sino a la inversa[60]. En otras palabras: el partido no es el sujeto político; no hay sujeto político que no sea a su vez sujeto social e histórico y viceversa. La organización política –que es político-social–, es siempre instrumento del sujeto popular para lograr sus objetivos en cada etapa.

c) El ser sujeto es una condición que trasciende a lo organizativo (y a la organización), incluye también a los sujetos individuales en tanto protagonistas sujetos ciudadanos políticos.

d) La organización es expresión de la identidad del sujeto, es expresión condensada de su voluntad, y su aparición y existencia implica una calidad diferente del sujeto históricamente constituido, el problema aparece cuando se enajena de su creador, cuando se le opone y pretende pasar de instrumento a sujeto.

La experiencia histórica enseña que el énfasis en lo organizativo condujo a separar la organización de sus bases legítimas –la clase, el pueblo– colocándola por encima de ellos, transformándola de modo fetichista en el objetivo fundamental de su propia existencia, en el sujeto real de los cambios (y en razón del ahondamiento creciente de la fractura originaria que existió entre la vanguardia y las masas populares).[61]

No hay vanguardia sin pueblo –articulado– al que vanguardizar, ni sujeto al margen de los seres humanos que lo constituyan asumiéndose como tales. Faltar a este principio ha sido y es fuente de errores y fracturas (insalvables) entre los partidos de izquierda, la clase, y el pueblo, y ha conducido a aberraciones políticas que transformaron el instrumento en fin, colocando a la clase y al pueblo al servicio del partido o del poder en manos del partido.

Lejos de acortar la enajenación política, con esto, se la reforzaba, concretando la inversión de la lógica que le dio origen y sustrato filosófico y político.

El fracaso de las sociedades poscapitalistas fue haber intentado equilibrar la determinación estructuradora centrífuga del sistema heredado a través de la imposición, sobre sus componentes fuertemente antagónicos, de la estructura de comando extremadamente centralizada de un Estado político autoritario.

Fue lo que hicieron, en vez de atacar el problema crucial de cómo remediar –por medio de la reestructuración interna y de la institución de un control democrático sustantivo– el carácter antagónico y el simultáneo modo centrífugo de operación de las unidades distributivas y reproductivas particulares. La remoción de las personificaciones privadas del capital fue por tanto incapaz de cumplir lo que de ella se esperaba, ni siquiera como primer paso en el camino de la prometida transformación socialista. Pues la naturaleza antagónica y centrífuga del sistema negado fue mantenida a través de la superposición de un control político centralizado en perjuicio del trabajo.

De hecho, el sistema metabólico social se hizo más incontrolable que en cualquier época anterior, como resultado de la incapacidad de sustituir productivamente la “mano invisible” del antiguo orden reproductivo por el autoritarismo voluntarista de las nuevas personificaciones “visibles” del capital poscapitalista.

Al contrario de la evolución del llamado “socialismo realmente existente”, lo que se exigía como condición vital de su éxito sería la progresiva readquisición por los individuos de los poderes alienados de toma de decisión política –además de otros tipos de decisión– en la transición hacia una sociedad auténticamente socialista.

Sin la recuperación de esos poderes, ni el nuevo modo de control político de la sociedad por sus individuos sería concebible, ni la operación diaria no-antagónica y, por tanto, cohesiva y planificable, de las unidades productivas y distributivas, autoadministrada por los productores asociados.

La reconstitución de la unidad de la esfera material reproductiva y política es la característica esencial definitoria del modo socialista de control del metabolismo social. Crear las mediaciones necesarias es tarea que no puede ser dejada para un futuro distante.[62]

No resulta ocioso insistir en que el pueblo (articulado y constituido en sujeto popular) es el protagonista de los cambios, de sus definiciones y realización. Construye sus organizaciones como instrumentos para perfeccionar su participación e influencia en el curso de los acontecimientos hacia la consecución de los objetivos definidos (y modificados) por él. El carácter instrumental de la organización política indica, precisamente, que lo organizativo está en función del proyecto y del poder popular (contrahegemónico) construido por los actores-sujetos, en tanto –en ese mismo proceso–, ellos se (auto)construyen –articulación sociopolítica mediante– en sujeto popular de la transformación de su sociedad.

… no era el partido de los cocaleros, era el instrumento político. Entonces el MAS no es el partido tradicional; no va a los lugares ni con regalos, ni con banderitas, ni nada. El MAS no organiza, recibe a la organización popular para que participe en igualdad de condiciones. El tema es cabal: instrumento político de los sectores sociales. Es el sujeto que se representa a sí mismo.[63]

8

La construcción-articulación del sujeto popular implica una nueva y diferente relación entre partido, clase y movimiento.

Lo planteado impone en la agenda política nociones tales como: articulación y re-articulación, derecho a la diferencia, pluralismo, democracia, participación, protagonismo, construcción, equidad agudizando el debate –y la construcción teórico-práctica– acerca de la dirección político-social del proceso, sobre todo en las relaciones entre los actores sociales (mal-entendidos como sujeto social) y los actores políticos (mal-entendidos como sujeto político).

Lo reivindicativo y lo social son actividades articuladas e interdependientes

de la política y lo político, y lo mismo ocurre con relación a los actores-sujetos: no se puede avanzar sobre la facturación de lo social y lo político y sus actores, sino sobre la base de una articulación orgánica, proyectiva y estratégica de actores sociales y políticos en tanto todos resultan ser actores-sujetos sociopolíticos.

Replanteando el sentido y el alcance mismo de la política, lo político, y el poder, y su relación con lo reivindicativo, los actores sociales se muestran cada vez con mayor claridad como lo que son: actores sociopolíticos, cuestionadores del sistema a la vez que constructores –aunque de modo parcial, sectorial– de alternativas; ahí, precisamente una de las razones objetivas para su articulación, único camino para constituirse en sujeto, condición que solo pueden alcanzar articulando la diversidad y pluralidad existente, es decir, constituyéndose colectivamente en sujeto popular.

Y todo esto supone y se funda en nuevas relaciones –radicalmente articuladas–, entre –lo que en Latinoamérica podríamos identificar como– el brazo social-industrial y el político, lo que expresaría políticamente a ese sujeto popular en una nueva y diferente relación entre partido-clase y movimiento, en lo que constituye –ya se ve– el nuevo movimiento histórico popular revolucionario y, en tal sentido, la nueva izquierda latinoamericana.

Se trata de un nuevo movimiento político-social articulado desde abajo sin subordinaciones jerárquicas entre los distintos actores, sin vanguardias iluminadas ni sujetos de primera, de segunda o de tercera clase.

La apuesta sería construir redes, nodos de articulación social basándose en la profundización de la democracia y la participación, y en el despliegue de relaciones horizontales[64] de articulación:

Esquema de articulación horizontal (Redes)

SOCIEDAD

Actores Sociales Organizaciones

Derechos Humanos

Organizaciones

Culturales

Organización Político-Social

Articulación de sectores sociales, políticos, culturales

Poderes Políticos

PROYECTO

Otras organizaciones sociales

SUJETO POPULAR

PODER POPULAR

9

Articulación y tendido de puentes, conceptos claves.

Pensar desde (y con) la articulación es una forma de entender la realidad y, a la vez, un método para intervenir en ella, para transformarla y construir en todos los terrenos, dentro y fuera de la organización reivindicativo-social o de aquellas estrictamente políticas. Tiene un sentido y una importancia estratégica dada su capacidad de recomposición del todo social virtualmente desaparecido tras su actual atomización y fracturación profundas.[65]

La articulación de sectores, de actores, de identidades, de propuestas, etcétera, contiene una doble significación. Una, como camino de reconstrucción del tejido social fragmentado hacia la reconstrucción de la totalidad social (de lo macro), y otra, a su vez, simultáneamente como puente, como enlace entre lo micro y lo macro, entre lo local y lo nacional, entre lo sectorial-reivindicativo y lo político en sentido amplio.

Teniendo en cuenta la creciente fragmentación existente en las sociedades latinoamericanas y concretamente, de actores sociales emergentes que se conforman en las luchas reivindicativas y de transformación, el tendido permanente de puentes hacia la articulación de tales actores –que es medio a la vez que resultado–, ocupa un lugar importante. Es una labor permanente, tanto porque la articulación debe ampliarse continuamente hacia nuevos sectores sociales y sus actores, como porque los puentes que se tienden, las articulaciones logradas, nunca son totalmente acabadas o definitivas.

En muchos casos, pasado el momento de lucha o conflicto que les dio origen, las articulaciones dejan de tener sentido, se desintegran y hay que volver a construirlas, tendiendo puentes en diversas direcciones una y otra vez.

En general, los puentes de la articulación sociopolítica sectorial se construyen y se deconstruyen; algunos pueden perdurar[66] –de hecho perduran– y son la base para tender otros puentes, ampliar las redes, tejer enlaces, crear vínculos. Esta especie de ir y venir en la construcción de las articulaciones sociales, resulta parte de su movimiento natural: se genera y desarrolla con miras a un objetivo, lograr que sea estable y permanente, que vaya cristalizando en determinadas formas o ámbitos organizativos, es parte del proceso contradictorio de tendido y destendido de puentes, en proceso contradictorio hacia la construcción-consolidación de una conciencia y organización mayores con vistas también a una maduración colectiva respecto a identificar un objetivo general común y proponerse alcanzarlo.

El tendido de puentes es parte de la misma actividad reivindicativo-

política que, en sí misma, resulta un puente entre la conciencia cotidiana y la conciencia política[67], o sea, entre el horizonte sectorial inmediato y la comprensión de la dimensión mediata, sistémico-social nacional o regional de la problemática que, en el ámbito de lo local-sectorial, se manifiesta de un modo incompleto, fragmentado y en algunas de sus aristas. El proceso de lucha es, a la vez que construcción (re-construcción), articulación y puente, un gigantesco proceso político pedagógico educativoformativo de construcción de conciencias, de contra-hegemonías, de poder y, por tanto, de sujetos.[68]

El concepto sujeto que he ido desarrollando luego de diferentes sistematizaciones durante casi quince años en varios países de América Latina, lo define como plural; lejos de considerarlo un “atributo” particular propio de una clase o grupo social determinada, alude a la subjetividad intersubjetiva de los posibles sujetos que realizarán –si lo desean y deciden– transformaciones radicales de la sociedad en que viven. Un punto de partida importante entonces es que los sujetos se [auto]constituyen en el proceso de transformación social, no preceden a los procesos de sus prácticas como tales sujetos, es en ellas que son; es en la lucha misma que se va diferenciando críticamente de la realidad que lo contiene y lo transforma en víctima [Dussel] y es en ese proceso contradictorio e intersubjetivo de “crítica autoconsciente del sistema que causa la victimación” que las víctimas devienen [se constituyen en] sujeto[69]. O sea, no existen sujetos a priori de la experiencia de experimentarse como sujetos a la vez que constituyéndose en tales:

El sujeto, por tanto, de ningún modo preexiste al proceso. Es absolutamente inexistente una situación antes del acontecimiento. Puede decirse que el proceso de verdad induce un sujeto.[70]

Su conciencia –que solo puede ser crítico-reflexiva– no le viene dada (ni le puede ser inculcada de modo doctrinario) “desde afuera”, ello supondría la existencia de sujetos como entes sociales no-conscientes a los que habría que concientizar (¿catequizar?); tampoco son “portadores” de estructuras que existen subjetivamente como reflejo (mecánico) en sus conciencias.[71]

Sujeto, proyecto y poder se interconstituyen articuladamente en el panorama político latinoamericano y caribeño actual, el cual muestra cada vez con mayor claridad la tendencia a la constitución de un sujeto popular colectivo plural (múltiple, diverso). El sujeto genera –en el proceso de la articulación y el tendido de puentes, y mediante ellos–, las formas de organización que entiende necesita para lograr sus objetivos; en ese sentido, estas resultan instrumentos para lograr fines y no fines en sí mismas. A ello me referiré precisamente en la segunda parte del presente texto, en el entendido de que la organización le resulta imprescindible al sujeto, pero la condición de sujeto es irreductible a la organización.

III. Representación, organización y conducción políticas

Un nuevo tipo de representación y organización políticas

Presupuesto

Los pueblos, mal llamados “masas populares”, no son materializadores (ejecutores) de ideas (elaboradas sin su concurso); son protagonistas plenos de su historia con capacidad para pensar (saber), decidir y actuar en correspondencia con sus anhelos y decisiones.

A mi modo de ver, este es uno de los significados dialécticos más importantes del postulado de Marx que sostiene que las ideas se traducen en fuerza material cuando se adueñan de la conciencia de los pueblos (las masas).[72]

Relacionando los conceptos: consciencia y formación de la conciencia, con: práctica, sujeto y subjetividad, desarrollados por Marx[73], en el postulado arriba expuesto se descubren dimensiones más amplias y complejas que las tradicionalmente planteadas[74].

La práctica transformadora de las masas (los pueblos) es (base de elaboración teórica y) un proceso práctico-compactado de generación y desarrollo de la teoría de la transformación, de la conciencia y la ideología del conjunto de fuerzas sociales en ella involucrada.

Esto implica:

a) La práctica política de las masas no puede reducirse a la ejecución (confirmación-refutación) de la teoría (elaborada desde fuera).

b) Las clases populares, las masas, los pueblos, participan del proceso de creación teórica en y mediante su actividad de transformación y lucha, aunque no la elaboren y expresen directamente en su forma conceptual más acabada y estrictamente teórica. (Postulado de base para el necesario diálogo de saberes como instrumento y ámbito de producción colectiva de conocimientos).[75]

Claves sociopolíticas

A. Transformar radicalmente las bases de la representación

1.

Despojo-delegación, es la contradicción que –a través de las formas afianzadas de representación política–, resume siglos de luchas sociales desarrolladas entre los de abajo que pugnan por adueñarse de sus destinos y los de arriba que hacen todo lo que está a su alcance para mantener y profundizar su dominación.

La representación política, en cualquiera de sus modalidades, expresa y condensa un determinado modo de relación entre lo social y lo político, que supone a su vez un determinado modo de entender las interrelaciones entre lo que se conoce como sociedad civil y sociedad política, entre Estado y sociedad y la intermediación que para ello se ha erigido desde el poder hegemónico: los partidos políticos.

Estos fueron establecidos por el “contrato social” que nació con los estados capitalistas, como los únicos representantes y voceros de los ciudadanos ante las instancias jurídica, política, y de gobierno, es decir, como mediadores entre la sociedad (civil) y el Estado. Este tipo de mediación político partidaria se ha constituido –representación mediante– en acto de despojo de los derechos políticos ciudadanos, reduciendo a estos –en el mejor de los casos– al ejercicio electoral, para elegir autoridades gubernamentales cada cierto tiempo.

Consiguientemente, este esquema de “derechos” ha impuesto a los ciudadanos, correlativamente, la delegación de sus facultades políticas, haciendo de la ciudadanía una condición pasiva.[76]

Todo despojo de derechos, de facultades, de espacios, etcétera, supone e impone la delegación de los mismos y viceversa, tanto a escala individual como colectiva. Y esto se expande y reproduce en los diferentes sectores de la sociedad, como parte que es de la ideología y cultura hegemónicas del poder y –por ende–, también de la contracultura, la que germina como respuesta contrapuesta a la hegemónica dominante y que –como toda negación– lleva implícita los rasgos fundamentales del fenómeno que niega[77].

En ese sentido, lo “contrahegemónico” no logra salir del círculo del esquema político del poder dominante, ya que el contrapoder que construye busca convertirse en poder hegemónico idéntico al que sustituye, solo que de otro signo. El resultado de apostar a la “tortilla se vuelva” es, precisamente, que no se sale del molde de la sartén…

El poder popular es mucho más que un “contrapoder”. Es un camino integral y complejo de gestación de nuevos valores y relaciones y, en tal sentido, liberador, desalienante. Y solo puede ser tal si es autodesalienante, en el que se forjen nuevos hombres y nuevas mujeres, diseñando y construyendo la utopía anhelada. De ahí el lugar central y permanente que la batalla político-cultural ocupa en este proceso. Se trata de un integral y entrelazado proceso de transformación también integral: en lo social, económico, político, cultural, ético, jurídico, etcétera, todo se va transformando articuladamente marcado por la actitud y actividad conscientes del actor colectivo protagonista del cambio. No se trata de diseñar (y transitar) primero una etapa dedicada a construir las bases económicas, luego otra destinada al cambio cultural… No hay etapas separadas entre sí que luego de transcurridas –en sucesión temporal–, den como resultado la nueva sociedad. En lo social el todo no es la suma de las partes, salvo dialécticamente hablando, es decir, interconectadamente, lo que habla de intercondicionamiento, interdependencia e interdefinición entre todas y cada una de ellas.

Coincido por ello plenamente con István Mészáros cuando dice que los partidos políticos de la clase obrera partieron de aceptar la fractura radical entre lo social y lo político al aceptar las reglas de juego del poder y constituirse y desarrollarse solo en oposición a su adversario político dentro del Estado capitalista, lo que marcó –y limitó–, además, el modus operandi de los partidos de “izquierda” a ser la “izquierda del sistema”.

De esa forma, todos los partidos políticos obreros, inclusive los leninistas, tuvieron que buscar una dimensión política abarcadora para poder espejar en su modo de articulación, la estructura política subyacente (Estado capitalista burocratizado) a la que estaban sujetos. La estructuración política de estos partidos en base al “reflejo” del adversario –aunque en algunos casos fue temporalmente exitoso–, impidió la búsqueda de una forma alternativa de generación y control del metabolismo social. Los partidos políticos obreros no fueron capaces de elaborar una alternativa viable por estar, dada su función de negación, centrados exclusivamente en la dimensión política del adversario, permaneciendo así absolutamente dependientes de su objeto de negación.[78]

Es precisamente esto lo que se expresa en el modo de representación y acción política de izquierda conocidas hasta ahora, representación y acción política que lejos de caminar hacia la eliminación de la enajenación política de los representados (síntesis de todas las enajenaciones sociales), la afianza y multiplica, a partir de aceptar y consolidar la fragmentación entre lo social y lo político y entre los actores sociales y políticos que se desenvuelven en uno u otro “mundo”.[79]

Por ello, precisamente, el debate sobre lo político y lo social trasciende la cuestión de las formas organizativas, es, de última, el debate sobre los sujetos, y este, el de las interrelaciones entre la (mal)llamada sociedad civil y la sociedad política, replanteándose su articulación, entendida, en primer lugar, como re-apropiación por parte del pueblo ciudadano de la política y lo político, entendiéndolas como propias de su ser, en tanto el pueblo ciudadano es potencialmente sujeto político plenamente capacitado y con derechos a decidir sus destinos, además de crearlo y construirlo.

En el esquema tradicional de representación política, a la clase obrera y al pueblo –en tanto “masa”– se les ha reservado solo el derecho político de participar con su presencia silenciosa para convalidar decisiones tomadas sin su concurso, y para hacerlas efectivas mediante su actividad (práctica). Y esto, sobre la base de delegar su capacidad de pensar, de crear, de decidir, sin poder asumir la responsabilidad de hacerse cargo de los resultados concretos de sus decisiones, delegando también, junto con ello, el derecho a soñar y a equivocarse en el acto de la creación colectiva.

Una representación gráfica de ese esquema de representación política podría ser:

REPRESENTACIÓN

Representación

Despojo

Delegación

Representado

e n a j e n a c i ó n

Sin cuestionar este modo de representación-despojo-apropiación, es decir, afianzándolo, los partidos políticos de la izquierda definieron y desarrollaron –y en muchos casos aun desarrollan– sus concepciones acerca del partido como representante (despojador- apropiador de las facultades) de la clase obrera y –a través de ella–, de todos los sectores sociales que –según el esquema jerárquico subordinante– se encuadran tras ella, hacia debajo de la pirámide, ubicando de ese modo también la delegación de sus facultades y derechos políticos ciudadanos. En tanto avalan y afianzan el esquema de representación política instalado por el poder de la burguesía, los partidos de izquierda resultan también propulsores y profundizadores de la fractura entre lo político y lo social.

Superar esta modalidad de representación y su esquema de interrelaciones políticas entre representantes y representados, resulta hoy fundamental para construir un nuevo tipo de organización política de izquierda, que se reconozca (y sea realmente) sociopolítica, que inscriba su razón de ser y su actividad como parte del pueblo, en proceso colectivo social encaminado a la construcción de una conducción político-social colectiva del proceso, en aras de superar en él la enajenación político-social-cultural de los representados y también de los representantes, que resultan supraalienados por (auto)sobresaturación de –lo que tradicionalmente han considerado– “su papel”.[80]

2.

Es necesario crear modalidades de representación sociopolítica que – acortando las distancias entre representantes y representados–, liberen a los representantes de la suplantación de los representados y a estos de la indiferencia y el extrañamiento respecto de la elaboración de propuestas, tomando parte activa y directa en las decisiones de los representantes y en el control de los resultados que de ellas se desprendan.

Se trata de inventar y probar nuevas formas de representación, asentadas en la participación integral (e interdependiente) de los protagonistas, que se constituyen en promotoras y potenciadoras del protagonismo colectivo, contribuyendo a hacer emerger a la clase obrera y al pueblo trabajador como sujeto de su historia. En el proceso revolucionario bolivariano esto aflora creativamente en las vocerías, una modalidad de representación que se constituye en los territorios de los consejos comunales y las comunas y, desde ahí, la representación de los voceros sintetiza el mandato de los comuneros y las comuneras.

Las nuevas formas de representación se asientan en la democracia directa –conjugando diversas modalidades– y se construyen sobre la base de la participación plena desde abajo, de todos y cada uno de los representados. Sería algo así como “mandar obedeciendo”, como señalan los zapatistas, aunque en realidad no se trata de “mandar”, sino de cumplir y hacer cumplir las decisiones discutidas y asumidas con la participación directa y plena de todos los involucrados en el proceso en cuestión[81]. Como señala Evo Morales: “… solo podemos forjar una unidad de hierro si las bases deciden, si los dirigentes aprendemos a escuchar y a respetar la decisión de las bases”.[82]

3.

Las prácticas sostenidas de nuevas modalidades de representación ancladas en la participación plena de los representados en la toma de decisiones, son parte del proceso multidimensional de participación-apropiación protagónica de los protagonistas del proceso de transformación, haciendo realidad en cada paso, en cada acto, en cada acción colectiva la utopía de liberación.

Resulta central democratizar todos los ámbitos de existencia y organización de los actores sociopolíticos, impulsar la participación consciente de todos y cada uno de ellos en todas las dimensiones del proceso sociotransformador. Porque son ellos, los actores-sujetos mismos, los que irán definiendo –en interacción con las circunstancias socioeconómicas y culturales nacionales e internacionales–, la marcha del proceso, el ritmo, la orientación y la profundidad de las transformaciones.

Y todo esto modifica la lógica de la construcción (y del debate): no cabe esperar que “la línea” venga definida y empaquetada desde los grupos “iluminados” (viejo criterio de “cuadros” políticos); la lucha contra la enajenación política de los seres humanos –y contra la enajenación en sentido amplio, postulado medular de la propuesta revolucionaria emancipadora de Marx–, abarca y presupone la participación plena de los diversos actores sociopolíticos en la elaboración-definición del proyecto que –así concebido–, es también un resultado de creación y conciencia colectivos.

4.

En la concepción estratégica que apuesta a la construcción de poder desde abajo, la gestación de un nuevo tipo de representación supone la coherencia entre medios y fines.

Hemos aprendido que nada cambiará repentinamente al “final del camino” sino comienza a cambiar desde ahora, desde el presente; que no hay ser humano nuevo y nueva cultura sino hay acumulación de nuevas prácticas democráticas, participativas, y de nuevas conductas éticas acuñadas y asimiladas en prácticas cotidianas, de modo constante.

B. Re-articular lo político y lo social

1.

La lucha contra la enajenación política reclama también –anudado con los cambios de los modos de representación y organización política–, un nuevo modo de articulación (re-articulación) de lo social y lo político, de lo reivindicativo y lo político, así como la democratización (apertura, ampliación) de la participación de los protagonistas en ambos espacios.

Durante mucho tiempo se han levantado y afianzado barreras pretendidamente infranqueables entre lo social y lo político, entre lo reivindicativo y lo político –y correlativamente también entre lo público y lo privado– y, por ende, entre las organizaciones que respondían a cada ámbito, como si pertenecieran a mundos diferentes. Se convalidó así la práctica del despojo-apropiación de la cualidad política propia de los sectores populares, ciudadanos “de segunda” relegados al ámbito de lo social, de lo reivindicativo, de lo cultural, lo religioso, etcétera.

Correlativamente, la posibilidad de aprehender la totalidad, de llegar a tener la conciencia necesaria para actuar en ella y sobre ella, el saber y la verdad, se depositaban en el “ciudadano político”, considerado plenamente apto y capacitado para la acción y el pensamiento político. El ciudadano común, el ciudadano popular, fue considerado un ciudadano mediocre.

Se lo declaró incapaz de aprehender la totalidad social en que vive porque –supuestamente– no puede trascender la cotidianidad que lo ahoga y lo obliga a pensar en el día a día; sería una especie de “ciudadano reivindicativo”, de la barricada, de la marcha con la olla popular, de los comedores infantiles, la guardería, el piquete, el bloqueo de carreteras y la toma de tierras; capaz de actuar, pero incapaz de trascender sus urgencias de sobrevivencia, su horizonte cotidiano y economicista.[83]

Para lograrlo necesita ser orientado –desde afuera de su realidad y organizaciones reivindicativas– por los “ciudadanos políticos” y sus partidos.

En tal sentido, resulta que el partido político, en tanto organización política, justifica su razón de ser fuera de lo reivindicativo social, separado, ubicándose como intermediario y representante de –lo que considera– una “masa de pueblo” ante el aparato estatal político, y también a la inversa, es decir, como representante de este aparato ante ellas.

Para una mayor claridad en mi exposición, voy a representar el movimiento social imaginándolo como una onda,

En tal caso, ilustraría la fractura entre lo social reivindicativo y

lo político del modo siguiente:

Luchas reivindicativas

(Coyuntura; super­cie; aparece y desaparece)

Esencia y causa de los problemas

(Totalidad, estrategia)

Lucha política

Lo reivindicativo se ubica en el ámbito de las consecuencias, de lo fenoménico, lo visible. Lo político, por el contrario, aparece vinculado a “la esencia” y “causa” de los problemas ante cuyos efectos reaccionan las organizaciones reivindicativas; es por ello que –según esa concepción fragmentaria– los representantes políticos son capaces de captar la totalidad y están –supuestamente– capacitados para replantearse el diseño de la sociedad mediante su transformación revolucionaria.

Los que se organizan en lo reivindicativo, según tal interpretación, quedan atrapados por la lógica de las reivindicaciones. Aprisionados por lo inmediato no son capaces de comprender la raíz de los problemas, las causas últimas de su “desdicha” y por tanto, se limitan a reaccionar defensivamente ante las consecuencias visibles de fenómenos sociales profundos cuyas raíces no pueden aprehender (ni modificar). Se da por sentado que sus acciones –y las organizaciones creadas para realizarlas–, están profundamente condicionadas por los conflictos a los que responden, por lo que tienen un carácter inestable: aparecen y desaparecen.

En cierta medida esto es así, la desestructuración de la organización reivindicativa suele sobrevenir, hacerse evidente, cuando finalizan los conflictos que le dieron origen –a ella, o a las movilizaciones sociales sobre las que se asienta–, o cuando hay prolongados distanciamientos entre conflictos. Esto es parte de su naturaleza y de las condiciones sociohistóricas en las que existe y se desarrolla. Pero eso, lejos de desestimar el papel político de las organizaciones y movimientos sociales, plantea como desafío una interrogante: ¿cómo lograr que la organización sectorial, reivindicativa, sobreviva al conflicto originario e impulse el desarrollo de la conciencia y participación de sus miembros en períodos de ausencia de conflictos aglutinadores y movilizadores?[84]

Un elemento importante a tener en cuenta, a mi modo de ver, radica en la disposición misma de construir una organización, pues esto indica una intencionalidad de permanencia y la conciencia de sus creadores acerca de la necesidad de sobrepasar la coyuntura o los apremios urgentes de la inmediatez de la sobrevivencia. A partir de allí, habrá que plantearse contenidos que den sentido a esa permanencia y desarrollo.

La cuestión no se resuelve dándole la espalda a la realidad y sus problemas y condicionantes concretos para entonces, supuestamente, comprender la sociedad como conjunto (totalidad); al contrario, es a partir de ella que es posible lograrlo. El manido “salto” a lo político es una necesidad solo para los partidos políticos que reservan para sí el ámbito de lo político, fracturado de lo social.

En vez de contraposiciones dicotómicas, lo que sí resulta políticamente necesario –y en tal sentido es una tarea política importante–, es construir los puentes entre las luchas reivindicativas o sectoriales y la dimensión social de sus problemáticas para construir, de conjunto, la dimensión sociopolítica de la lucha, comprenderla y aprehenderla consciente y colectivamente.

2.

La creencia en que lo reivindicativo tiene un “techo” o un tope en su desarrollo, es uno de los obstáculos político-culturales para la re-articulación de lo social y lo político.

Resulta tan fuerte el peso cultural de esa creencia, que incluso muchos de los que se proclaman como exponentes de lo nuevo, a la hora de construir las instancias sociopolíticas –arrastrados por el peso de la vieja cultura de izquierda–, caen en posiciones gastadas que no pocas veces significan el fin de la construcción que han venido impulsando, por la falta de coherencia y la pérdida de confianza y de credibilidad que ello supone, que se traduce en desánimo, en inmovilismo, en falta de propuestas concretas en lo político.[85]

Entre los propios movimientos sociales u organizaciones reivindicativas hay quienes sostienen que ese tipo de construcción tiene un “techo”, un límite, que llega un momento en que se agota y se necesita pegar el “salto a lo político”. Y esto lo resuelven de diversos modos: encontrando un referente partidario al cual “sumarse”, pasando directamente a la actividad política, convirtiendo a la organización social en partido político; “saltando” sus dirigentes al mundo de la política, postulándose como candidatos de partidos políticos ajenos a sus construcciones u ocupando cargos –por la misma vía– en gobiernos municipales, provinciales o nacionales.

En vez de buscar tender los puentes que articulan lo político y lo reivindicativo, los partidarios de dar “el salto” –sin saber cómo lograrlo–, suelen trasladar su incapacidad hacia los sectores populares alegando, por ejemplo, que el tan esperado “salto” no se produce porque la población está todavía muy atrasada, o influida por la derrota, o por el neoliberalismo, etcétera.

Pero lo que demuestran claramente los movimientos sociales –en tanto sociopolíticos– cuya experiencia he seguido y analizado, es que lo reivindicativo resulta una puerta de entrada a lo político; el desafío consiste en no abandonar el movimiento a lo espontáneo y avanzar hacia lo socialpolítico colectivamente. Y esta no es una característica exclusiva de la nueva época, ya Marx en sus reflexiones críticas contra los economistas y los socialistas de su tiempo (que menospreciaban las luchas y organizaciones reivindicativas), explicaba que organización sindical y política tienen una misma raíz:

La gran industria concentra en un mismo sitio a una masa de personas que no se conocen entre sí. La competencia divide sus intereses. Pero la defensa del salario, este interés común a todos ellos frente a su patrono, los une en una idea común de resistencia: la coalición. Por tanto, la coalición persigue siempre una doble finalidad: acabar con la competencia entre los obreros para poder hacer una competencia general a los capitalistas. Si el primer fin de la resistencia se reducía a la defensa del salario, después, a medida que los capitalistas se asocian a su vez movidos por la idea de la represión, las coaliciones, en un principio aisladas, forman grupos, y la defensa por los obreros de sus asociaciones frente al capital, siempre unido, acaba siendo para ellos más necesario que la defensa del salario. Hasta tal punto esto es cierto, que los economistas ingleses no salían de su asombro al ver que los obreros sacrificaban una buena parte del salario a favor de asociaciones que, a juicio de estos economistas, se habían fundado exclusivamente para luchar en pro del salario. En esta lucha –verdadera guerra civil– se van uniendo y desarrollando todos los elementos para la batalla futura. Al llegar a este punto, la coalición toma carácter político.[86]

3.

El tema no es definir: reivindicativo o político, sino buscar creativamente cómo articular unos y otros quehaceres, espacios, identidades, conciencias, y sujetos, y construir los nexos para ello descubriéndolos en las interrelaciones de la vida real.

En el proceso de luchas reivindicativas, se abren las mayores posibilidades para que la participación de los y las protagonistas de las luchas vaya ampliándose desde abajo, descubriendo nuevas aristas, incorporando nuevas facetas, desatando la creatividad e iniciativa de los actores sociales que le dan vida, que se transforman –con el desarrollo de procesos reflexivo-críticos de la realidad en la que viven, y de sus experiencias– en protagonistas cada vez más conscientes, en pensadores-constructores y en constructores-pensadores de su presente y su futuro. Esto es parte de la construcción política.

4.

La estrechez en la comprensión del carácter político de lo reivindicativo y de sus múltiples vías de expresión y desarrollo se corresponde con la estrechez en la comprensión de lo político, la política y el poder.

En toda lucha reivindicativa resulta importante responder a las demandas sectoriales, y construir instancias organizativas que garanticen la permanencia de la membresía más allá de la coyuntura específica.

Precisamente por ello, resulta imprescindible descubrir la raíz social de la problemática que aparece como sectorial, ir construyendo colectivamente un marco de proyección hacia dimensiones, espacios y problemáticas más amplias y abarcadoras, hacia la transformación integral de la sociedad, evitando que aquello que tradicionalmente se considera “lo reivindicativo” se extinga en lo que en nuestro imaginario esperamos sea “lo político”.

En el caso de lo reivindicativo esto implica, por ejemplo, tender puentes, construir articulaciones que enlacen uno y otro momento o dimensiones de lucha. Si lo llevamos al gráfico realizado sobre este tema, sería algo así como una línea discontinua que va creciendo entre los puntos.

Permanencia+organización  Permanencia+organización

Movimiento

Reivindicativo

(Luchas Reivindicativas) (Luchas Reivindicativas)

Esto puede sintetizarse en dos tareas fundamentales: permanencia y organización, es decir, lograr que la organización permanezca y se desarrolle en baja conflictividad social, realizando, por ejemplo, actividades culturales, de formación de liderazgo de base, realizando tareas comunitarias (alfabetización, atención a la tercera edad, etcétera)

En el caso de lo político también es necesario tender puentes, construir articulaciones. Si lo llevamos al gráfico, sería igualmente una suerte de línea discontinua que enlaza los fenómenos de la vida cotidiana con sus causas, con sus esencias últimas.

Movimiento

Político

Vida cotidiana Vida cotidiana

Vida cotidiana Vida cotidiana

(Luchas Políticas) (Luchas Políticas)

(Luchas Políticas) (Luchas Políticas)

Permanencia+organización  Permanencia+organización

(Luchas Reivindicativas) (Luchas Reivindicativas)

5.

Las articulaciones son los puentes (no necesariamente permanentes) entre dos mundos o ámbitos aparentemente separados e inconexos: lo político y lo social, generando nodos de entrecruzamiento y confluencia (espacios sociopolíticos), de apuestas colectivas a transformaciones profundas de las estructuras económicas, políticas y culturales de la dominación hegemónica del poder.

Estos nodos de confluencia tenderían a cristalizaciones organizativas o ámbitos de interacción sociopolíticos, hasta conformar una suerte de red sociopolítica de actores, problemáticas, etcétera.

Gráficamente lo expresaría así:

 (Nodo de articulación)

(Nodo de articulación)

Organización, formación,

Permanencia

Organizaciónes  sociopoíticas

Cuestionamiento de las raíces de la dominación cultural

Vida cotidiana y relaciones de poder

Este modo de articulación, como lo demuestra la experiencia de los movimientos sociopolíticos del continente, se construye, afianza y desarrolla sobre la base de relaciones horizontales entre los actores sociopolíticos participantes, sus problemáticas e identidades, avanzando de conjunto en la profundización de la construcción de poder popular, proyecto, conciencia y organización, en proceso de constitución del sujeto popular colectivo del cambio.

Así lo muestra, por ejemplo, el proceso de construcción colectiva del sujeto políticosocial en Bolivia. Las resistencias, luchas y articulaciones puntuales fueron sedimentando confianzas mutuas entre movimientos campesinos, pobladores urbanos, movimientos indígenas, sectores medios… y esto fue abriendo caminos para superar la sectorialidad corporativa, construyendo un nuevo ámbito interreferencial colectivo: el MAS, Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos.

La construcción de la Coordinadora del Agua, en Cochabamba, las articulaciones generadas alrededor de las llamadas “Guerras” del Gas, fueron resultantes de grandes períodos de movilizaciones indígenas, campesinas y populares que sedimentaron ámbitos multidimensionales que posibilitaron a los sujetos visualizar a lo político como el centro del quehacer de todas sus luchas sociales. Nacía así un sujeto político colectivo fraguado en años de historia de luchas sociales y políticas. Este tenía en las articulaciones intersectoriales, interculturales y transectoriales su antecedente y anclaje histórico más cercano.

Latinoamérica es rica en estas experiencias; es recomendable no intentar “acortar camino” copiando propuestas políticas y organizativas de otros procesos. Los modos concretos de articulación y organización de los diversos actores sociopolíticos en cada país, provincia o región, surgirán del intercambio, la participación y la articulación misma que vaya desarrollándose entre esos actores, en proceso de creación del pensamiento y proyecto de transformación social que llevan o llevarán adelante colectivamente.[87]

6.

Buscar canales para poner fin a la separación entre lo social y lo político significa hoy, en primer lugar –entre un sinnúmero de tareas–, identificar cuáles serían los pasos concretos a dar para –allí donde esto resulte necesario– acortar las distancias entre los movimientos sociales y los partidos de izquierda[88], en tanto expresiones de un mismo movimiento sociotransformador. En segundo lugar y tomando lo anterior como base, construir ámbitos de confluencias temáticas que permitan articular a la mayor diversidad posible de actores sociopolíticos abordando problemáticas comunes.

Esto llama a formar un nuevo movimiento social y político de izquierda, una nueva izquierda. Una muestra de ellos es que, donde los procesos sociopolíticos están afianzados desde abajo, tal movimiento de izquierda existe o está en formación. Hay que recordar que la fragmentación entre lo social y lo político (y entre los protagonistas de “cada ámbito”), responde a los intereses de la lógica reproductiva del poder del capital, que se planteó separar las organizaciones obreras sindicales y sus expresiones políticas. La hegemonía del poder del capital hizo que –como lo recuerda críticamente Mészáros–[89] esa fragmentación fuera adoptada y asimilada en la concepción constitutiva, organizativa y funcional de los partidos de izquierda (“de la clase”). Y, salvo excepciones, se mantiene hasta la actualidad.[90]

De ahí que la rearticulación entre las organizaciones políticas con la clase obrera, los pueblos originarios, negros, mulatos, mestizos… resulte en Latinoamérica entre las tareas primordiales de la hora actual. Y esto pasa, en primer término, por reconocer el contenido y el carácter sociopolítico de los nuevos movimientos indígenas y populares que luchan por cambiar sus condiciones de vida y, con ello, la sociedad. Recuperar críticamente sus experiencias y expresiones organizativas y aprender de ellas es clave, pues ello es parte de un proceso de construcción de nuevas conducciones sociopolíticas colectivas, re-articuladas a partir de los procesos de lucha y sus protagonistas.

Las formas organizativas de estas búsquedas en transición son diversas. Está el caso, por ejemplo, del Frente Político Social, de Colombia. Fue impulsado por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) en acuerdo con otras organizaciones sociales y políticas, pero resultó una experiencia impulsada sobre todo desde arriba, desde estructuras orgánicas que mantuvieron su tradicional dinámica encriptada tanto en su funcionamiento interno como para su relacionamiento entre las organizaciones. Esto fue, precisamente, el principal lado flaco o debilidad orgánico-política constitutiva de aquella alianza frentista.[91]

En el caso de Bolivia, el MAS-Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos es una organización político social en sí misma, no es una alianza de organizaciones políticas con movimientos sociales, sino una confluencia de organizaciones y movimientos sociales construida a partir de una decisión inicial del grupo campesino cocalero liderado por Evo Morales que advierte que no podrá intervenir en la arena política sino a través de la puerta que la legalidad del orden presente le permite.

Esa legalidad (en Bolivia y en el capitalismo todo), excluye la participación política de los movimientos sociales. De ahí que los movimientos sociales a través de Evo Morales acuerden con el viejo MAS (prácticamente un sello sin miembros efectivos activos en ese momento) para iniciarse en la política directa, y luego avanzar en la construcción sociopolítica desde abajo, con los demás sectores.

Los caminos no han sido ni son sencillos, las relaciones entre los diversos movimientos indígenas, campesinos, sindicales urbanos, mineros… tampoco. Por un lado, está la realidad de la negación y exclusión de las identidades y nacionalidades de los pueblos indígenas.

Esto impone tareas de rescate de las raíces histórico culturales y las más estrictamente dirigidas a la reconstrucción de las identidades, teniendo en cuenta el camino recorrido, y las nuevas identidades o identidades en transición que –en más de 500 años– se han formado también en los pueblos originarios[92].

Por otro lado –y en otro orden de cosas– no son pocos los que todavía consideran que “lo correcto” es articularse subordinadamente a un partido de izquierda, entendiendo que este tiene la responsabilidad política deguiar el proceso sociotransformador. No faltan tampoco las discusionesacerca de los diversos caminos estratégicos posibles.

Culturalmente hablando, para la izquierda el proceso vivo se torna complicado e incomprensible, cuando los sectores sociales que enarbolan la lucha se plantean construir el sujeto popular colectivo de la transformación. No son los mineros que tradicionalmente lideraron la COB, no son tampoco los obreros de las grandes industrias, sino campesinos, pobladores urbanos marginalizados, comunidades y movimientos indígenas originarios, movimientos de mujeres, sectores medios empobrecidos…

Muchos han sido y son los prejuicios a enfrentar y superar. No se trata –ni en esta ni en ninguna otra dimensión de la actividad social–, de “soplar y hacer botellas”; la construcción de lo nuevo se abre paso desde abajo, cotidianamente, en los procesos concretos de transformación.

Es por ello que –en mi opinión–, lejos de estar desestimada la apuesta y propuesta sociopolítica, cada día cobra mayor fuerza y vigencia, en los procesos revolucionarios de Bolivia, en Ecuador, en Venezuela… entendiéndolos como un proceso abierto y en construcción, con todas las ventajas y dificultades que ello conlleva, con las especificidades de las realidades históricas, políticas, sociales y culturales de cada país.

Hablo de obstáculos culturales cuando me refiero a las barreras mentales que se traducen en conductas políticas concretas. Es cultural la mirada que dirigimos a la realidad, culturales son las interrogaciones que formulamos, las lecturas que realizamos y las respuestas que elaboramos. Y la cultura predominante en la izquierda internacional en todo el siglo xx, está presente –de un modo u otro, en mayor o menor medida– en todos los que provenimos de algún sector de ella o fuimos formados bajo sus influjos. Y es vital desaprenderla permanentemente y aprender con los pueblos, las nuevas modalidades, caminos y pensamientos.[93]

Un nuevo tipo de conducción política

1

En procesos de resistencia, lucha y búsqueda de transformación de las sociedades latinoamericanas, los actores sociopolíticos emergentes han logrado una notable acumulación de fuerzas, de conciencia, de experiencia, de poder, de definiciones estratégicas acerca del sentido de sus luchas, y han construido sólidas conducciones sectoriales e intersectoriales. El desafío es potenciarlas para, sobre esa base, tender puentes hacia la construcción de una conducción sociopolítica colectiva. Replantea en concreto el debate de la representación político-social y el de la estructura organizacional que la contendrá.

Reclama:

• Un nuevo modo de articulación entre los actores sociales y políticos: horizontal, plural y multidisciplinaria.

• Un nuevo modo de dirección: concertada, construida y definida de abajo con la participación de cada uno de los actores protagonistas.

• Un nuevo modo de representación: que lejos de suplantar el protagonismo y la participación popular en las tomas de decisiones, los concrete y potencie sobre la base de modos participativos colectivos de funcionamiento, decisiones, gestión y control.

• Un nuevo tipo de organización política (o –donde sea posible– un cambio radical en la conformación y funcionamiento de los partidos políticos de izquierda existentes): que articule e integre lo socialreivindicativo formando una instancia sociopolítica, que busque, construya o cree nuevos horizontes sociopolíticos orientados a poner fin a milenios de enajenación política, económica, social y cultural de los seres humanos explotados y oprimidos, empezando por reconocer en ellos la capacidad para protagonizar su historia.

Al plantearse la problemática de la conducción de los procesos sociales de transformación de la sociedad, ya no es posible pensar en una reedición de lo que fueron los partidos de vanguardia en el siglo xx. En primer lugar porque la vida demostró que no eran tales  “vanguardias” y, en segundo, porque en las actuales condiciones de fragmentación social, es imposible que un solo actor, que una sola organización sea capaz de reunir todo el conocimiento de la diversidad social, de representar al conjunto de fuerzas sociales populares y su diversidad de experiencias, culturas e identidades, arrastrándolas tras de sí (según el esquema propio de toda vanguardia).

En América Latina existen experiencias –además de las mencionadas–, que en sus intentos por resolver esta problemática, contribuyen a profundizar las reflexiones actuales. En Argentina, en los años 90, partidos de izquierda nucleados en Izquierda Unida intentaron acortar la fractura de su organización política con respecto al movimiento obrero y popular. Para ello propusieron sumar a su agrupación partidaria, que definen como “izquierda política”, a los sectores sociales que (según ellos) constituyen la “izquierda social”.

La intención era agrupar en un bloque o frente político a todos los partidos u organizaciones políticas de izquierda, para articular una izquierda política. Esta tendría la responsabilidad de dirigir lo que –según ellos– sería la izquierda social, haciendo la salvedad obligada de que cada uno de los integrantes de ese bloque de izquierda política tiene su “propia” izquierda social, por lo que esta propuesta tenía un entramado subyacente de disputas internas que no se enunciaba.

Sin embargo, su limitación principal fue que mantuvo –aunque disfrazada–, la fractura (y subordinación jerárquica) entre partido político y los movimientos sociales, entre “partido y clase”.  Esta jerarquización sería una reedición ampliada del viejo esquema verticalista, una especie de remake del esquema vanguardista de los años 70, que serviría de base a nuevas modalidades de sectarismo y elitismo.[94]

Siguiendo la ejemplificación gráfica empleada, lo expresaría así:

BLOQUE DE IZQUIERDA=izquierda política más izquierda social (subordinada)

Izquierda partidaria

tipo A

Izquierda sindical

(Partido A, B, C)

Izquierda campesina

(Partido A, B, C) Izquierda Social

Izquierda

Juventud

(Partido A, B, C)

Izquierda

desocupados

(Partido A, B, C)

Izquierda partidaria

tipo B

IZQUIERDA POLÍTICA

IZQUIERDA SOCIAL

Izquierda partidaria

tipo C

La intención fue –a mi modo de ver–, por un lado, superar la división existente entre las diversas organizaciones políticas de la izquierda. Para ello se generó un espacio similar al de la “vanguardia plural”, ahora identificado como “izquierda política”.

Por otro lado, se buscaba “acortar las distancias” entre los partidos de izquierda (vanguardia) y (algunos) movimientos sociales (masa). Pero esto no pasa de lo superficial. El cambio necesario es raizal. Es necesario ir más allá para colectivamente construir la re-articulación partido-clase-pueblos sobre nuevas bases.

En realidad, por esa vía –además de recrear la fractura originaria partido-clase–, se abren nuevos senderos al sectarismo y la descalificación de los demás actores sociopolíticos, ya que –cualquiera sea su identidad–, si no están encolumnados en alguno de los partidos de la izquierda política o en alguna de sus izquierdas sociales, de entrada, son estigmatizados como no integrantes de la mencionada “izquierda roja”, que quedaría [auto]ubicada ideológicamente por encima de todas las demás posibles izquierdas, lo cual, en Argentina –si se tiene en cuenta la fuerte presencia histórica del peronismo revolucionario (o izquierda peronista) en los años 60 y 70,aunque hoy no cuente con una presencia política orgánica definida–,no es un detalle menor.

A veces pareciera que algunos sectorespolíticos de izquierda desean tanto superar sus errores históricos–por ejemplo, en la relación marxismo y peronismo–, que apelanal ocultamiento de la historia como si ello garantizara que en laactualidad no volvieran a repetirse. En realidad –en mi opinión–ocurre lo contrario.

No se trata de ampliar la supuesta y vieja condición de vanguardia y en vez de un partido dirigente tener cinco o seis; no se trata de crear nuevos partidos con viejas culturas…

Los desafíos del tiempo actual, las tareas a realizar y sus protagonistas, reclaman una dirección que lejos de fracturar aún más lo social de lo político y sus actores, los integre, articule y cohesione desde la raíz, impulsando colectivamente la construcción de una dirección sociopolítica –plural, articulada–, que conjugue protagonismos, identidades, problemáticas, historias, cosmovisiones, modos de vida y experiencias singulares; una dirección que se construya desde abajo a partir de la participación directa y plena de todos los actores sociopolíticos populares de cada proceso.

2

La conducción política se va construyendo y constituyendo en las coyunturas. Está marcada tanto por la problemática que enfrentan los diversos actores sociopolíticos, por su capacidad para enfrentarla, como por la correlación de fuerzas existente al interior del campo popular y de este respecto de las fuerzas de dominación. A través de las coyunturas los diversos actores desarrollan procesos de acumulación de experiencias, conciencia y organización, y esto origina formas y modos de dirección colectiva de los procesos sociales concretos.

No hay vanguardias predeterminadas. El liderazgo de las fuerzas populares está sujeto a variaciones: en un momento puede ser ocupado por un actor o conjunto de actores sociopolíticos y luego por otros; pueden darse casos en que un actor que integró la dirección de un proceso de lucha en determinado momento, luego, en otro, ni siquiera forme parte de la instancia de articulación; pueden abrirse espacios o situaciones –la historia latinoamericana lo demuestra–, en que un liderazgo individual actúe como catalizador y catapultador del proceso colectivo[95], lanzando al movimiento hacia nuevos retos de construcción, con nuevas tareas.

Esto se asienta en una modalidad profundamente flexible y creativa de las cuestiones referidas a la organización, a los roles, juicios, métodos de trabajo, estructura interna, etcétera, de la instancia colectiva de dirección; los actores sociopolíticos construyen su coordinación articuladora de modos diferentes ante conflictos también diferentes y en momentos diferentes. Esto sin negar la necesaria acumulación de fuerzas y experiencias organizativas y de dirección, que madura sobre la base de la articulación y la coordinación de las capacidades alcanzadas por los diferentes actores sociopolíticos.

¿Qué hace posible que una fuerza o un conjunto de fuerzas ocupe el lugar de liderazgo social y político en un momento dado?

La capacidad para lograr en ese momento la articulación de actores sociales, políticos o sociopolíticos (históricamente posible), para coordinar la lucha contra el poder en la forma y por los medios en que esta se manifieste[96]. Esta capacidad articuladora se asienta en relaciones permanentes de coordinación entre diversos actores, grupos, clases (y al interior de cada uno de ellos). Los actores sociopolíticos ya constituidos tienen una responsabilidad mayor en esa coordinación: apoyar a los más jóvenes en su actividad hacia una profundización de su proyección social, respetando su propia dinámica, sus definiciones y ritmos.

En este sentido podría compartir la afirmación de que las posibilidades de articulación-constitución del sujeto popular “dependen precisamente de la existencia de entidades políticas capaces de impulsar esa politización y de imprimir una dirección al proceso”[97], en tanto y en cuanto esas entidades políticas no están “reservadas” a los partidos de izquierda; ellos son parte de estos procesos, aunque no necesariamente porque no es ese un lugar reservado a la espera de su reacción. Lo ideal es que se logre una conjunción de iniciativas políticas entre partidos y organizaciones sociales, pero la experiencia latinoamericana reciente evidencia que, de no lograrse, la conducción política de las luchas y procesos de cambio puede ser la resultante del accionar articulado de diversos actores sociales –en tanto son actores sociopolíticos–, sin el concurso directo de los partidos políticos de (la vieja) izquierda.

3

Ninguna instancia organizativa puede sustituir a los protagonistas.

Considero importante subrayar esta idea, pues tiene carácter de principio en relación con el sujeto político y la organización política.

El sujeto no es reductible (ni equiparable) a la organización política, y tampoco lo es respecto de la instancia organizativa que articule y contenga a la conducción. Ninguna instancia organizativa puede sustituir a los protagonistas de las transformaciones.

La instancia organizativa de una conducción política no constituye el sujeto político de los cambios; es el instrumento político de conducción político-social definido y adoptado por los diferentes actores sociopolíticos articulados, constituidos en sujeto político popular, en diferentes coyunturas del proceso sociotransformador, para lograr los objetivos propuestos en cada momento, en proceso estratégicamente encadenado. Las formas de conducción así como las herramientas orgánicas construidas para realizarla resultan también instrumentales; están en función del sujeto popular constituido, y no a la inversa.

Un claro ejemplo de ello lo da el MAS-IPSP, de Bolivia: una organización política que nace de la articulación de movimientos sociales indígenas y campesinos que la constituyen y proyectan allí lo relativo a su quehacer parlamentario gubernamental; existe una ínterdefinición entre ambas instancias, pero no independencia. El MAS-IPSP no es “la conducción” de los movimientos, sino la expresión político partidaria de estos para participar del sistema jurídico-político establecido, para cambiarlo y cambiar la sociedad.

4

Sujeto y conducción se intercondicionan e interdefinen permanentemente.

Tal afirmación puede parecer obvia, pero no resulta tan obvio comprender el profundo significado político que dicha afirmación encierra: en sentido estricto, no se puede hablar de la existencia de sujetos si los actores que lo constituyen no expresan su voluntad política en una estructura orgánica definida por ellos en función de alcanzar sus objetivos, o sea, de realizarse como sujetos políticos, pero en este caso el sujeto popular puede identificarse con su expresión organizativa, ni limitarse a ella.

La organización política es un instrumento fundamental del sujeto plural del cambio –entendido en su proceso histórico de constitución, que no se agota en el período inicial–, supone la participación del pueblo todo en su diversidad, apostando a sus capacidades y potenciándolas, para construir un mundo a su imagen, semejanza y deseos. En esta perspectiva, el proceso constitutivo de sujetos engloba a la humanidad toda, buscando estimular en los seres humanos procesos de reencuentro con su “esencia humana”, al decir de Los manuscritos… que no es otra cosa que un proceso de creación de la misma, en reencuentro –sobre nuevas bases– con la naturaleza y el cosmos.

5

Para constituirse en conducción política no basta con una instancia organizativa que articule a los actores sociopolíticos fragmentados; es necesaria también la confluencia de tres factores cuya presencia considero indispensable: a) ser capaz de subordinar los conflictos del poder a los intereses y necesidades de las luchas sociales, o sea, romper con el Estado actual (predominante) de la correlación (política) de fuerzas, que subordina las luchas sociales a los intereses, necesidades (y conflictos) de los sectores del poder[98]. b) tener capacidad de anticipación y –sobre esa base–, c) poder cambiar sobre la marcha, súbitamente, el rumbo prefijado, según lo exija el desarrollo de los acontecimientos; es decir, darse cuenta de los saltos y adecuar el ritmo de lucha, convocatoria y conducción a las (constantes) nuevas exigencias que va abriendo el proceso.

A propósito de esto, reflexionando sobre la rebelión popular ocurrida en Argentina en diciembre de 2001, escribí sobre la relación entre lo espontáneo y lo consciente:

La [auto]convocatoria espontánea de amplios sectores de la población

hacia las calles y plazas en todo el país, marcó indudablemente el ritmo, las formas y el contenido de lo acontecido en diciembre. Tomando lo espontáneo como lo que es, parte de todo movimiento, también del movimiento social, debe entenderse que su irrupción en algunos momentos del desarrollo de las luchas sociales, resulta –además de inevitable– necesaria para avanzar. Lejos de considerarlo como un ‘defecto’ del proceso de construcción social y política, el desafío es ser capaces de captar –anticipadamente– el instante en que lo espontáneo irrumpirá con fuerza acelerando el curso de los acontecimientos, saltando vallas –tal es el arte de la conducción política–, para estar en condiciones de convocar y conducir al pueblo hacia la conquista de los objetivos propuestos.

Lograr esto es cuestión de olfato político: tener la capacidad de percibir, de intuir el momento y preparase para actuar en medio de él. Son dos elementos: capacidad de anticipación, y –sobre esa base– de convocatoria y conducción. Este es uno de los factores claves que –como déficit– evidencian los hechos de diciembre de 2001.

Otro, tiene que ver con la concepción acerca de la dinámica interna de los procesos sociales, que aún se evidencia como predominante en la mayoría de las organizaciones sociales y políticas existentes. En los sucesos de diciembre la aceleración del proceso y la masividad de protagonistas es tal, que rebasa las posibilidades organizativas y de propuestas desarrolladas hasta el momento por el movimiento social y político, y ello evidencia la presencia de una concepción que entiende el desarrollo de los procesos de luchas sociales, el proceso de acumulación y construcción, desde una perspectiva gradual, es decir, como sumatoria lineal y consecutiva de las partes al todo[99].

La acumulación supone la gradualidad, es cierto, pero se asienta y se realiza en los saltos, y estos ocurren a través de la conjuncióncontracción de lo espontáneo y lo consciente en un instante, como produciendo un crack que anuda la continuidad con la ruptura.

A ello hay que sumarle el peso de la sectorialidad y la fragmentación de las luchas y sus actores, más el intento de algunos sectores de “tomar distancia” de manifestaciones como la de los piqueteros, y la sobrevivencia de la división entre actores (organizaciones) políticos y actores sociales, producto tanto de prejuicios presentes en uno y otro sector, como del predominio de un espíritu de secta o corporativo que late agazapado atrás de cada argumento divisionista. Tales deficiencias están presentes como obstáculos, en mayor o menor medida, entre los diversos actores del campo popular. La rebelión de los argentinos tiene la gran virtud de mostrar el poder del pueblo, de recuperar y reverdecer su autoestima y la confianza en sí mismo, y también de evidenciar crudamente fortalezas y debilidades…[100]

6

Es imprescindible crear y desarrollar una nueva cultura entre los actores sociopolíticos, que acompañe y fortalezca su articulación.

Construir una conducción sociopolítica colectiva, plural, articulada horizontalmente, supone necesariamente una diferenciación de roles entre todos y cada uno de los actores sociopolíticos. Lo cual alude directamente a la necesidad de cambiar las relaciones jerárquicas tradicionalmente instaladas entre los partidos de izquierda, las organizaciones sociales (de masas) y los movimientos sociales, abriendo cauce a otras nuevas sobre la base del desarrollo creativo de la democracia, la participación y la horizontalidad.

El desarrollo de nuevas prácticas al interior de las organizaciones sociales y políticas –y entre ellas–, irá sedimentando nuevos modos de construcción y relacionamiento, y todo ello irá abriendo cimientos para la formación y el desarrollo de una nueva cultura en y entre los actores sociopolíticos. Las demoras y prejuicios en este sentido, evidencian que no existe todavía una clara comprensión de lo que esto significa y, a la vez, la sobrevivencia de la cada vez más envejecida cultura. Por ejemplo:

—Entre los partidos tradicionales de izquierda –en gran medida respondiendo a posiciones defensivas–, se atrincheran más nítidamente las viejas concepciones. Por un lado, estos mantienen sus relaciones de subordinación de las organizaciones sociales, particularmente con aquellas alineadas tras sus banderas. Por otro –en algunas realidades–, despliegan una competencia despiadada con las organizaciones sociopolíticas en formación, buscando imponer su dirección en los espacios colectivos que se abren, práctica que frecuentemente abona el camino del estancamiento o el fracaso de las experiencias que intentan una construcción plural, multisectorial y multidimensional.

—En las filas de las organizaciones sociales –de modo inducido o espontáneo– han germinado posiciones corporativistas o apoliticistas que no admiten ninguna relación con los partidos, tampoco con los de la izquierda. Otras reconocen la necesidad de construir frentes o ámbitos político-sociales, pero –asumiéndose legítimamente como actores sociopolíticos– imaginan que transformando a sus organizaciones sociales en partidos políticos, la fractura entre lo social y lo político quedará eliminada y lo político-social se abrirá paso.

En algunas realidades, como en Argentina, por ejemplo, las posiciones en uno y otro sector se han polarizado. En determinadas organizaciones populares (sectoriales e intersectoriales), se consolidan sentimientos de rechazo a los partidos políticos sin distinguir izquierda ni derecha; en todos ven “más de lo mismo”.

Entre los partidos de izquierda, todavía existen algunos que continúan evadiendo las necesarias reflexiones críticas y autocríticas que reclaman las realidades sociales, a la vez que desoyen los señalamientos críticos provenientes de movimientos sociales, a los que frecuentemente descalifican a priori por considerar que responden a posiciones reformistas, espontaneístas, movimientistas, etcétera.

El resultado es la falta de diálogo franco y abierto entre ambos sectores, y la escasa o absoluta ausencia de pensamiento crítico, que se traduce en el sostenimiento de prácticas políticas en uno u otro ámbito, que poco contribuyen a superar las (viejas) limitaciones. Así, no pocas veces los ejes de las luchas se confunden, y –olvidándose de los poderosos–, se dedican más

esfuerzos y energías a luchar contra las organizaciones populares que piensan y actúan de un modo diferente al propio, en vez de convocar a la población que aún permanece como espectadora en sus casas, a ser protagonista de las luchas. Lejos de avanzar hacia la articulación como camino a la unidad, de la mano del sectarismo y los prejuicios, crecen aún más la división y la fragmentación.

La búsqueda de soluciones al divorcio existente entre partidos políticos de izquierda y movimientos sociales reclama una labor de reflexión conjunta, integradora. Sin embargo, no es una tarea sencilla.

El peso de la cultura política de la izquierda acuñada por las prácticas de lucha y organización de los pueblos durante el siglo xx, prevalece aún hoy como saber hacer de los movimientos sociales y los partidos políticos populares de Latinoamérica, simultáneamente con el nacimiento y desarrollo de nuevos modos de existencia, actuación y protagonismos políticos y sociales.

El choque entre las nuevas concepciones que van conteniendo y proyectando a las nuevas prácticas y sus protagonistas, y los paradigmas preexistentes que no se corresponden con lo que se está produciendo en la realidad, actúa como barrera u obstáculo, incluso en el seno de los propios autores de los cambios. El peso de la vieja cultura política verticalista subordinante está presente aun incluso dentro de organizaciones sociales que propugnan lo nuevo, que se plantean construir desde la democracia, la horizontalidad y la participación plena de todos los actores, pero sostienen prácticas que no pocas veces contradicen a sus postulados y proposiciones.

La construcción práctica cotidiana de lo nuevo y la reflexión sobre esas prácticas irán construyendo un nuevo saber colectivo que, partiendo de la experiencia –en un proceso práctico-pedagógico de aprendizaje colectivo–, se va conformando (y acuñando en la memoria) un nuevo modo de hacer, de estar, de ser y de interrelacionarse con los demás, es decir, un modo de proyección social culturalmente diferente, conformando también un poderoso movimiento sociocultural.[101]

El peso de la cultura vanguardista, que está presente con mayor fuerza en los partidos de la vieja izquierda, se expresa también en las mentalidades de quienes esperan “la orientación”. Esta presente también en la concepción de lo que “debe ser” una organización política enfrentada a lo que “es”; está presente en los todavía extendidos criterios acerca de lo que significa hacer política y quiénes la hacen  (representación). Todo esto, de conjunto, bloquea el reconocimiento por parte de unos y otros de la necesidad de modificar su prácticas y

–por esa vía– modificarse a sí mismos, apoyándose en el diálogo abierto y franco entre todos aquellos actores políticos y sociales, que en su lucha por la sobrevivencia han acumulado una rica experiencia en la organización de la población, en sindicatos, en zonas campesinas, en las grandes concentraciones urbanas, en las comunidades indígenas…

7

Las reflexiones sobre las experiencias de luchas sociales en Latinoamérica, particularmente acerca de aquellas que han construido articulaciones sociopolíticas, permiten identificar un conjunto de elementos que contribuyen a caracterizar algunos pilares básicos para promover el desarrollo de las relaciones sociopolíticas.

Respetar la autonomía de cada uno de los actores sociopolíticos

El concepto autonomía, indica la presencia de cualidades diferenciadoras en cada una de las partes autónomas a la vez que da cuenta del sentido de pertenencia de estas al todo del que se señala su condición de autónoma, es decir, diferenciada e interdependiente, en interrelación con las otras partes autónomas e intercondicionadas por y hacia ellas. A diferencia de la noción de independencia, la de autonomía supone la necesidad de la articulación, es la base para ella.

Construir una organización sociopolítica, sindical o barrial autónoma en su relación con otras similares, implica promover la autonomía también en su interior, lo que supone la participación democrática y plena de sus miembros en la toma de decisiones y en la ejecución de las mismas.

Reconocer la identidad de cada actor social

El respeto a la autonomía de los actores sociales, sociopolíticos o políticos, implica directamente el reconocimiento de su identidad.

Y la identidad –al igual que la organización, que la conciencia, que el propio actor-sujeto–, se construye en la lucha[102], esto es, mediante la relación con los otros, dentro del mismo campo popular y, teniendo a este como lugar de pertenencia, en su relación con las fuerzas del campo de la dominación.

Identidad alude a lo que define a un colectivo humano como tal y no otro, es decir, a lo que lo unifica, lo cohesiona en su interior a la vez que lo diferencia de todo lo exterior a él (en diferentes grados).

O sea, que, si toda identidad alude a una diferencia respecto de otros, el reconocimiento y respeto de las identidades no es otra cosa que el reconocimiento y respeto de esas diferencias. Es esto lo que está en la base de la posibilidad de establecer relaciones horizontales en la articulación de los diversos actores sociopolíticos.

Un segundo problema es definir en torno a qué objetivos se logrará esa articulación, pero esto está también muy anudado a los aspectos anteriores, ya que la definición de esos “qué” no vendrá dada de parte alguna sino que será parte y resultado del proceso de construcción plural articulada.

Promover y desarrollar relaciones horizontales entre los diversos actores sociopolíticos

La superación del esquema jerárquico, subordinante y vertical de organización y dirección política del proceso de transformación es clave en el proceso de conformación del sujeto popular; en él resulta importante apelar a la horizontalidad: a desarrollar relaciones de paridad y solidaridad entre los seres humanos, de interdependencia, interpertenencia e indisolubilidad de lazos entre la humanidad y la naturaleza.

Es importante no identificar la propuesta de horizontalidad en las interrelaciones sociales con una determinada forma organizativa.

Si se limitara a ser o proponer una forma organizativa, además de empobrecer su alcance revolucionario, lo horizontal terminaría anulándose como propuesta, concepción y basamento de lo nuevo.[103]

La apuesta es aprender a ser cada vez más horizontales, en las interrelaciones sociales y personales, en las formas organizativas, en la relación con la naturaleza. En todos los órdenes la humanidad transcurrirá –está transcurriendo–, por una larga transición hacia lo nuevo, a la vez que va gestándolo y construyéndolo colectivamente.

En este empeño, el concepto horizontalidad significa (y propone) una lógica diferente de organización e interrelacionamiento social, grupal e individual a la que hay que apostar cada vez más, construyéndola, cambiando en las prácticas cotidianas la cultura individualista y fragmentaria del capital y el mercado, reemplazándola por nuevas interrelaciones basadas en nuevas modalidades y nuevos parámetros de reconocimiento de igualdad de derechos y aceptación de modos de vidas diversos, de todos los ciudadanos y ciudadanas del planeta.

La lógica de horizontalidad social implica precisamente el reconocimiento de las diferencias, la plenitud real y efectiva de derechos para todos y todas. Se supone a sí misma intercultural, es decir, se asienta en el reconocimiento e interrelación efectiva –en equidad de condiciones y derechos– de todas las “razas”, identidades, culturas, religiones, modos de vida, inclinaciones sexuales, etcétera, de los seres humanos. Apela a la interculturalidad, se nutre de ella y apuesta a ella como sustrato para la convivencia de las diferencias y diversidades humanas.

Articular los distintos espacios de luchas respetando las identidades y experiencias de los actores de cada sector, sus cosmovisiones, decisiones, sus ritmos y tiempos

Esto es particularmente notorio para las comunidades indígenas, para las comunas y consejos comunales, para organizaciones sociales campesinas, o aquellas asentadas en barrios populares. En este caso, por ejemplo, funcionan a partir de lo cotidiano en un ámbito territorial definido; tienen muy presente que, los procesos democráticos de participación implican, en cierto modo, lentitud, porque hay que montar la lucha desde la base y esto requiere de encuentros, asambleas, jornadas de trabajo, reflexión, lo que es totalmente diferente a montar un programa de lucha entre cinco, seis o diez dirigentes en una mesa de trabajo. Por más claridad teórica y política que tengamos, ese programa nunca será asumido realmente por la población.

La dificultad de Copadeba para coordinar con las organizaciones de izquierda partidaria es por eso, porque vamos a un ritmo lento. Siempre nos planteamos partir de las necesidades de la gente y tratamos de incorporar cada vez a más personas a este proceso.

No montamos nunca un programa de lucha desde arriba, ni en la coordinación de Copadeba, ni con otros grupos populares. Porque luego los mismos dirigentes tenemos que ejecutar ese programa y la gente nos va a mirar desde la acera de su casa. Y eso no es lo que nosotros queremos.[104]

Interculturalidad y descolonización

Lo intercultural, desde la perspectiva liberadora y de liberación, hace referencia a la interrelación entre las personas diferentes en condiciones de paridad y complementariedad, es decir, sin establecer un polo cultural hegemónico. Desde el punto de vista político, esto implica un reconocimiento y relacionamiento equidistante (horizontal) entre sí de todas las culturas, identidades y cosmovisiones, y reclama la construcción de plataformas jurídicas que sirvan de soporte institucional para que las diversidades sociales, culturales, etcétera, puedan interrelacionarse en un efectivo soporte jurídico de igualdad.

La convivencia en equidad de los y las diferentes exige el reconocimiento institucional de derechos civiles, políticos, sociales, sexuales, reproductivos y culturales, que garanticen su ejercicio real, y ello requiere –al mismo tiempo– de la voluntad para comprender al otro, que la tolerancia se abra paso ante tanta intolerancia acumulada, para transitar –desde ahí– hacia la aceptación mutua[105].

Por eso esta concepción de la interculturalidad liberadora se diferencia de la multiculturalidad, el pluralismo y la inclusión.

Lo multicultural –como lo plural– se orientan al registro de la diversidad étnica social y señala –tal vez– la necesidad de buscar canales para pensar, construir y ejercer lo público con otros modos de interrelacionamiento (político, económico, social y cultural)[106].

Pero lo multicultural y lo plural no presuponen una interrelación entre iguales; hay un multi o pluriculturalismo que en realidad solo acepta lo diverso “para la foto”, pero mantiene las relaciones jerárquicas subordinantes entre aquellos que estarían ubicados en la cúspide que “sabe, decide y manda”, y los de abajo que “no saben, no deciden y obedecen” (o deberían obedecer). Es el multiculturalismo y el pluralismo que aceptan los poderosos: el que no cuestiona, el que no modifica nada, el que proclama una pluralidad que  los deja en el centro y con el cetro. Por ello, es central que el pluralismo y la multiculturalidad se conciban articulados con la interculturalidad, que la presupongan.

El aporte o planteo de los pueblos originarios a este debate civilizatorio resulta, a la vez que demandante de reparación ante una injusticia histórica, profundamente cuestionador de la civilización dominante, basada en el saqueo, la conquista territorial, la destrucción, la exclusión y la muerte de millones de seres humanos. Ellos reclaman –junto con la reparación histórica– el reconocimiento de sus derechos, saberes, identidades y modos de producción materiales y espirituales, institucionales y no institucionales de vida.

Y con ello, apuntalan las tendencias que defienden la necesidad de construir un nuevo modo de interrelacionamiento social como base para un nuevo modo de organización de las comunidades sociales entre sí y con el Estado y sus interrelaciones, dando paso a la vez a la emergencia de un nuevo tipo de ciudadanía y democracia: raizalmente participativa e intercultural.

En tal sentido, la interculturalidad liberadora supone la descolonización del modo de vida y de pensamiento, de las prácticas de resistencia, lucha y organización de los actores sociales y políticos.

Los actuales procesos de liberación que se desarrollan en el continente, con protagonismo marcado y creciente de los movimientos indígenas y populares demuestran no solo que es posible, sino vital, la construcción/constitución en cada país de Estados plurinacionales, descolonizados e interculturales. Esto resulta, en principio –además de un problema– un ideal, un objetivo que, cual brújula sociopolítica, orienta y abona el camino hacia una sociedad y un mundo intercultural horizontalmente articulado.

En el proceso boliviariano se lo define como “Socialismo del siglo xxi”, en tanto se trata de un socialismo renovado y construido desde abajo a partir de la participación protagónica de los pueblos, sin colonialismos internos ni externos. Junto a este, los procesos populares-revolucionarios que tienen lugar en Ecuador, en Nicaragua, en El Salvador, en la revolución democrática y cultural de Bolivia, heroicamente creados y construidos por sus pueblos desde abajo, constituyen la primer y más integral experiencia de interculturalidad y descolonización; es un aprendizaje colectivo.

Interculturalidad y descolonización replantean los criterios acerca de la unidad del campo popular y los caminos para construirla:no se logra sobre la base de la unicidad ni la homogenización de todo pensamiento y opción, ni aplicando la lógica del “ordeno y mando”. Setrata de una unidad formada en base a la complementariedad y la articulaciónde los y las diferentes para enriquecer lo colectivo, erigido enverdad histórica. Esto supone –siguiendo cosmovisiones otras– reconocerla incompletitud de cada uno, en lo individual y en lo sectorialy, consiguientemente, ver en las diferencias, en el otro y en la otra, laposibilidad de completitud, desarrollando variados procesos de articulaciónbasados en el reconocimiento de las virtudes y ventajas de lodiferente, más que en sus restricciones.[107]

Se trata de estimular o generar procesos de abajo hacia arriba y viceversa, entre los diversos sectores y actores sociales y sus culturas y modalidades de expresión y actividad en sus dimensiones micro, como, por ejemplo, el ámbito comunal o comunitario, conjugándolos en una nueva dimensión colectiva compartida e interarticulada. Se trata, en definitiva, de poner en sintonía diversas formas, entendimientos y modalidades del saber hacer que concurrirán, en aras de conformar nuevas modalidades y saberes colectivos surgidos de los pueblos y construidos mediante su participación y sabiduría.

Una pedagogía intercultural

A través de los actores sociales se articulan también saberes populares fragmentados, rescatados, interarticulados y potenciados como saberes de todos para todos. Tal es la labor primera de la pedagogía intercultural: los distintos actores y actoras sociales la llevan adelante simultáneamente con el proceso de construcción de saberes colectivos. En este, la concepción (y la práctica) de la educación popular resulta altamente enriquecedora.

Saberes y poderes se conjugan en los procesos de su realización, deconstruyendo unos, y construyendo el propio, el popular, aportando a su acumulación[108].

Por ello la educación popular resulta, por un lado, cuestionadora radical del poder hegemónico, discriminador y excluyente del capital, contribuyendo a que los sujetos tornen visibles sus nexos e interrelaciones. Por otro, al fortalecer el conocimiento colectivo de los movimientos sociales acerca de sus experiencias, al contribuir al mejor análisis de evaluación de logros y deficiencias, la educación popular resulta clave también para los procesos de empoderamiento social, entendiendo que el primero y fundamental de ellos es el del saber: qué, cómo, para qué, quiénes.

Superar los prejuicios presentes en una y otra parte

El respeto a la identidad y autonomía de cada cuál –base para el desarrollo de relaciones horizontales entre los diversos actores sociopolíticos–, implica una relación biunívoca que no siempre se logra. En este sentido, superar prejuicios o criterios arraigados por antiguas prácticas, tanto por parte de los partidos de izquierda como de las organizaciones sociopolíticas populares, es un requisito primero.

Las nuevas relaciones entre los actores sociales y políticos, la conformación de lo sociopolítico colectivo, irá cuajando en la propia práctica de construcción, sin recetas preconcebidas, precisamente porque se asienta en el reconocimiento de la autonomía e identidad de cada uno de los actores sociopolíticos y en el de la horizontalidad de sus relaciones.

De ahí que el objetivo fundamental de estos planteamientos –lejos de pretender presentar un conjunto acabado de pasos que habría que dar para resolver el actual y antiguo y radical divorcio entre los partidos de izquierda y las organizaciones y movimientos sociales–, sea el de contribuir –sobre la base de las enseñanzas actuales y las que vayan surgiendo de las experiencias concretas de resistencia y lucha de los distintos actores sociopolíticos latinoamericanos–, a una reflexión profunda sobre las prácticas, a una revisión crítica y autocrítica del modo en que se ha trabajado durante muchos años en uno y otro sector y en las relaciones entre ambos y, a la vez –sobre esa base–, a un replanteo de la concepción con la que se ha llevado y se lleva adelante ese trabajo y esa relación.

Esto supone un replanteo conceptual y metodológico acerca de la política, lo político, y sus protagonistas, y acerca de cómo hacer política de un modo y con un contenido que se corresponde con las experiencias acumuladas y las exigencias actuales de las luchas y la situación histórica concreta que vivimos. Es un profundo llamado a la creatividad e imaginación, potenciando la capacidad de aferrarse a la vida, de amar, y de soñar de los pueblos.

Otro mundo será posible si somos capaces de anticiparlo creadoramente en nuestras mentes y hacerlo realidad colectivamente con nuestras prácticas, día a día, aprendiendo de ellas, enriqueciendo nuestro pensamiento y nuestra perspectiva revolucionaria.

El reto es ir haciendo realidad el futuro en nuestras actividades del presente, en nuestras organizaciones, en nuestras familias, esculpiendo el nuevo mundo desde el interior de cada uno de nosotros y nosotras.

8

Construir una amplia fuerza social de liberación.

La vía democrática de transformación social constituye un novedoso gran desafío para las organizaciones sociales y políticas populares.

Ella implica que en cada momento del proceso haya que optar y ratificar o rectificar a favor de quiénes y de qué políticas se está, y para quienes gobiernan los que gobiernan. Esto es siempre una opción consciente construida cotidianamente desde abajo.

En proceso de liberación, gobernar supone ir transformando la democracia, profundizándola, abriéndola a la participación de la ciudadanía, simultáneamente, se van rescatando democracias preexistentes en los pueblos (por ejemplo, los pueblos originarios y sus prácticas comunitarias) y se van construyendo otras modalidades. Esto va conformando las bases para una nueva legalidad y jurisprudencia (y viceversa), respaldo y sostén de los procesos sociotransformadores colectivos, constructores también en lo político de una nueva cultura de poder basada en la participación colectiva creciente del pueblo en el proceso de toma de decisiones, en la ejecución de las resoluciones y en el control de los resultados, es decir, en la gestión gubernamental toda.

En esto, como en las demás áreas y ámbitos, es vital el empoderamiento creciente y liberador de los pueblos. Un ejemplo en este sentido, puede encontrarse en Venezuela, en el proceso de construcción de las Comunas, y en la instalación de los Consejos Presidenciales, que abren el protagonismo político a los diversos sectores del pueblo en aras de ir haciendo realidad –desde los territorios hasta las instituciones estatales y gubernamentales–, la definición de “Pueblo Presidente”, que sintetiza un pueblo empoderado, un pueblo consciente de su poder y con capacidad creciente para ejercerlo, cogobernando sus destinos.

En este empeño, resulta fundamental que esta participación se profundice y desarrolle encaminada a la construcción de una amplia fuerza social parlamentaria y extraparlamentaria capaz de impulsar el proceso hacia transformaciones mayores, buscando trascender el capitalismo y la lógica del capital, aportando a la conformación de una alternativa local (nacional) y –a la vez– continental, de liberación de los pueblos, orientada hacia (lo que en un futuro podrá llegar a ser) un mundo nuevo, basado en la “democracia comunitaria”, creado y construido –desde abajo y día a día– colectivamente por los pueblos con sus diversidades, cosmovisiones, identidades diversas.

En tal sentido, el desafío político neurálgico para la transformación de la sociedad desde abajo hacia la superación del capitalismo, radica en construir –desde cada lugar– un amplio movimiento sociopolítico articulador de las fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias de los trabajadores y el pueblo, en disputa con las fuerzas de dominación parlamentaria y extraparlamentaria del capital (localglobal).

Y ello demanda una profunda transformación ideológica, política y cultural en la militancia: mirar la realidad del presente y sus desafíos sin las anteojeras político-culturales del pasado.

9

Articular múltiples ámbitos, problemáticas, tareas y actores sociales y políticos.

La conformación de una fuerza social, cultural y política de liberación es parte del proceso político-cultural colectivo que realizan los actores empeñados en el desarrollo de su conciencia política. Esta se traduce en saberes colectivos, organización, imaginación, propuestas, acción, proyecto y poder popular, es decir, es parte de la disputa cultural actual.

Esto, entre múltiples razones, habla de un nuevo tipo de organización política, con estructuras abiertas y con capacidad para construir propuestas conjuntas entre diversos actores sociales, respetando sus problemáticas, sus experiencias y puntos de vista, pensando y actuando en todo momento desde y con el pueblo.

Para la izquierda partidaria preexistente, esto supone, en primer lugar, refundar sus organizaciones políticas buscando que se transformen en instrumentos capaces de aportar a la concreción de las tareas políticas que demanda la hora actual, saliendo del internismo, dejando de ser un fin en sí mismas. En segundo lugar, supone replantearse su razón de ser, abandonando su auto convicción elitista de vanguardia, reubicándose como parte de un conjunto de actores sociopolíticos diversos que –entre todos– habrán (o no) de constituir un actor colectivo plural, sujeto de los cambios, articuladamente con la definición del proyecto de liberación y la construcción, acumulación y disputa del poder propio en cada momento.

10

Anclar el ideal de la nueva sociedad en todos los ámbitos de la vida cotidiana.

Las lógicas del pensamiento y la acción política predominante hasta tiempos recientes entre las filas de la izquierda partidaria, erigían un muro insalvable entre lo cotidiano y lo político, entre lo reivindicativo social y lo político general, y contraponían un ámbito con otro, y también a sus actores, sus problemáticas y sus luchas, sus modos de organización, sus capacidades, sus identidades y sus conciencias. Resultaban contrapuestas también, en consecuencia, las soluciones posibles, las propuestas.

Las nuevas miradas políticas construyen el ideal social de modo colectivo a partir de la cotidianidad de las personas, integrándola, conteniéndola y proyectándola en una nueva dimensión. Porque la ideología del cambio es parte del proceso social vivo, y no un dogma apriorístico establecido por fuera de los procesos reales que habría que asimilar. Los actores sociales no son “portadores” de una ideología implantada en sus conciencias desde el exterior (por los partidos o los intelectuales de izquierda). Los pueblos que se rearticulan y organizan para enfrentar al capital, van construyendo día a día su conciencia política a partir de su (modo de) ser social, en sus prácticas de resistencia y lucha contra el capital; son los protagonistas de la lucha y la creación de lo nuevo, sus hacedores.

La articulación de lo reivindicativo y lo político desde lo cotidiano y lo comunitario, traza un camino concreto y efectivo de lucha contra la alienación política, ya que contribuye a la democratización y ampliación de la participación política y social protagónica de los diversos actores sociales. Con esta potencialidad, construir un nuevo tipo de poder social que emane directamente de los territorios, de las comunidades, de los centros laborales, y se construya sobre la base de la participación democrática directa de sus actores sociales en las decisiones políticas colectivas, es una realidad que ya comienza a vislumbrase en los procesos sociotransformadores que se desarrollan actualmente en el continente.

Desde abajo y con el protagonismo de los y las de abajo, se van gestando y desarrollando formas equitativas, horizontales y democráticas de organización y en las relaciones entre los hombres y las mujeres que le dan vida. Todo ello alimenta el deseo hacia un mundo mejor y fortalece la voluntad de miles de millones de seres humanos para hacerlo realidad.

Construir una nueva conciencia, una(s) nueva (s) subjetividad(es) colectiva(s), que devendrán en nuevos imaginarios sociales, es también parte de los desafíos revolucionarios hacia la nueva civilización.

En ello estamos…

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[1] Fausto Bertinotti, “La socialdemocracia reformista no está más en la agenda”, The Guardian, (2003, agosto 11), (Londres).

[2] New Labour.

[3] Leonardo Boff, ¿Choque de civilizaciones?, Alai: 2003, [versión digital], disponible en: www.alainet.org/es/active/3530 [18/8/2015].

[4] El análisis de los contenidos ideológico-culturales de esas barreras resulta central para la comprensión de las claves teórico-prácticas que ayudarán a avanzar en el proceso de búsqueda colectiva de alternativas, de nuevas opciones organizativas y políticas para contener y conjugar a las nuevas y numerosas expresiones de actores sociales con identidad propia y protagonismo pleno.

[5] Falsa en el sentido de no “natural”, no propia de la organización de la sociedad. La división entre partido y sindicato respondió y responde a la lógica del desarrollo ampliado del capital y su modo político de organización de la sociedad que impide la participación y expresión política directa de los trabajadores en los ámbitos del poder político (del capital).

[6] Ver parte III de este libro, “Un nuevo tipo de conducción política”, epígrafe 2.

[7] István Mészáros, The Alternative to Capital’s Social Order, K. P. Bagchi & Company, Kolkata: 2001, p. 67.

[8] Algunos autores distinguen varios tipos o categorías de sujetos: sujeto social, sujeto social de la revolución, sujeto histórico y sujeto político. Según esa lógica, sujeto social sería el conjunto de clases y sectores sociales objetivamente interesados en las transformaciones revolucionarias; sujeto social de la revolución, sería la reunión de una especie de vanguardia de cada uno de los sectores del sujeto social; el sujeto político sería la vanguardia del conjunto del sujeto social de la transformación, por ser el portador de la misión histórica; y el sujeto político sería la vanguardia de ese sujeto histórico y, por tanto, de los “otros” sujetos, que quedarían organizados de mayor a menor, sujetados verticalmente de y por ese sujeto político.

[9] Si por política se entiende “(…) al espacio en el que se realizan las prácticas políticas (…), la política es básicamente un espacio de acumulación de fuerzas propias y de destrucción o neutralización de las del adversario con vistas a alcanzar metas estratégicas”. Helio Gallardo, Elementos de política en América Latina, Editorial DEI, San José: 1989, pp. 102-103. Práctica política, por tanto, es aquella que tiene como objetivo la destrucción, neutralización o consolidación de la estructura del poder, los medios y modos de dominación, o sea, lo político. (…) Así como la política ha sido transformada por el mercado, que ha penetrado sus espacios, sus contenidos y sus modos de acción borrando las fronteras de lo económico y lo político, también lo político se ha modificado, ha salido de su esfera tradicional para ocupar (compartir, estar presente en) los espacios de la economía, es decir, del amplio espectro de las relaciones sociales que en ella se originan. Lo político ha penetrado como nunca antes en el mundo del mercado, mezclándose con un espacio antes reservado casi exclusivamente a la economía. Esto permite replantear los nexos entre lo político, la política y el poder (objetivo último de la acción política), sin reducir a este al poder político, concepción tradicional y frecuente entre sectores de la izquierda latinoamericana, que sirvió de base a estrategias de confrontación social directa por la conquista del poder político, y que entendía por lucha política popular solamente a aquella dirigida directamente a golpear el poder político de la dominación y a conquistarlo o ‘tomarlo’”. Isabel Rauber, Actores sociales, luchas reivindicativas y política popular, UMA, Buenos Aires: 1997, pp. 8-9. Actualmente puede encontrarse en edición digital en: www.rebelión.org.

[10] Asumir lo político y la política con sentido amplio y popular supone reconsiderar lo que se entiende por escena política, tradicionalmente considerada como el campo de acción abierta de las fuerzas sociales mediante su representación en partidos. Si se toma en consideración que la “reducción, congelamiento o anulación de la escena política no disuelve como por arte de magia ni el campo de la dominación ni la existencia de oposiciones, desplazamientos y asimetrías entre las fuerzas sociales”, y que “la desaparición de los partidos no supone, pues, la desaparición de lo político y de la política” H. Gallardo, Elemento…, op. cit., p. 16, resulta evidente que la escena política comprende al conjunto de fuerzas sociales actuantes en el campo de la acción política en un momento dado, independientemente de que estas se hallen organizadas o no en estructuras político-partidarias. Respetando todo lo que son o puedan llegar a ser las opciones partidarias, la participación política de la ciudadanía, de hecho, reclama la incorporación de los diversos actores a una discusión y a un escenario más amplio que el de los partidos. Isabel Rauber, Actores…, op. cit., pp. 7-8.

[11] Samir Amín, Crítica de nuestro tiempo, Siglo XXI, México: 2001, p. 60.

[12] Mészáros seguramente habla de esto, por ejemplo cuando, refiriéndose a la necesaria re-articulación entre el “brazo industrial” y el “brazo político” señala que ello “… se hará, por un lado, confiriendo poder de decisión política significativa a los sindicatos (incentivándolos a ser directamente políticos), y haciendo que los partidos políticos adopten una actitud desafiantemente activa en los conflictos industriales como antagonistas irreductibles del capital, asumiendo la responsabilidad por su lucha dentro y fuera del parlamento.” I. Mészáros, The Alternative…, op. cit., p. 67.

[13] Por ejemplo, las experiencias político-sociales de Bolivia, Colombia, Argentina, que se referencian específicamente en el capítulo II de este libro

[14] I. Mészáros, The Alternative…, op. cit., p. 79. [Cursivas del autor].

[15] Las clases sociales del capitalismo (y no en todos los “modos de producción” como se dice en la obra fundamental de los marxismos de la II y III internacionales) no se definen solo por las relaciones de producción (y de repartición de la plusvalía). El capitalismo se basa en la enajenación económica, dice Marx (en mi lectura), por oposición a las sociedades anteriores que analizo como basadas en otras formas de aversión (metafísica en mis proposiciones a ese respecto). El trabajo enajenado constituye un elemento no menos fundamental que su aprovechamiento en el análisis del mundo moderno. Dejar atrás el capitalismo es entonces no solo “corregir la repartición del valor” (lo que no produce más que una quimera de “capitalismo son capitalistas”), sino también liberar a la humanidad de la enajenación económica. S. Amín, Crítica…, op. cit., pp. 58-59.

[16] Marx, Rosa Luxemburgo, Lenin, Gramsci, Althusser, Foucault, Mariátegui –para mencionar a clásicos indispensables– junto a contemporáneos de similares quilates como Pierre Bourdieu, Enrique Dussel, István Mészáros, Samir Amín, Alain Badiou, George Lavica, Franz Hinkelammert, entre otros.

[17] “Nosotros llamamos pueblo si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento; a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una pulgada de tierra para sembrar y cuya existencia debiera mover más a compasión si no hubiera tantos corazones de piedra; a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero, cuyo futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso es la tumba; a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra prometida, para morirse sin llegar a poseerla, que tienen que pagar por sus parcelas como siervos feudales una parte de sus productos, que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo porque ignoran el día que vendrá un alguacil con la guardia rural a decirles que tienen que irse; a los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales, a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etcétera, que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica. ¡Ese es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje! A ese pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: “te vamos a dar”, sino: “¡aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sea tuya la libertad y la felicidad!”. Fidel Castro, La historia me absolverá, Editorial de Ciencias Sociales. La Habana: 2007, [versión digital], disponible en: http://www.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2009/05/ la-historia-me-absorvera-fidel-castro.pdf

[18] Ver: Carlos Marx, Miseria de la filosofía, Editora Política, La Habana: 1963, pp.164-173.

[19] El concepto “desde abajo” se refiere –en la definición que propongo– al fundamento de lo existente que se quiere transformar o sobre lo que se quiere influir; se refiere a lo que (llega y) parte desde la raíz de todo fenómeno. A la vez, indica que, simultáneamente, “desde abajo” también –en el propio proceso de transformación– va naciendo lo nuevo, construyéndose día a día. Poco tiene que ver entonces, con la ubicación geométrica del problema, de los actores, de las propuestas o las esferas en las que se actúa, aunque cierto es que –en la acepción corriente– se emplea frecuentemente como sinónimo de “desde las bases”, o para indicar que algo está por debajo de otro algo que estaría “arriba”. Para profundizar en este tema, puede consultarse el libro de mi autoría Claves para una nueva estrategia, construcción de poder desde abajo, Pasado y Presente XXI, Santo Domingo: 2000.

[20] “Trabajadores, intelectuales, pequeños empresarios, jubilados, amas de casa, estudiantes, todos, precisamos unirnos para construir un nuevo proyecto para Brasil. UN PROYECTO DEL PUEBLO BRASILERO.” Roseli Salete Caldart, Pedagogía do movimiento sem terra, Editora Vozes, Petrópolis: 2000, p. 264.

[21] Pueden consultarse los documentos de la CTA en el sitio: www.cta.org, y entre la bibliografía con investigaciones directas sobre el tema, mis libros: Una historia silenciada, Buenos Aires; Editora Jurídica:1998 y Tiempos de herejías, Buenos Aires, Instituto de la CTA: 2000.

[22] Como dice Blanca Chancoso: “(…) Desde mucho tiempo se ha invisibilizado –así como se invisibiliza a las mujeres, mucho más– a los pueblos, a las nacionalidades indígenas, que hemos sido muy invisibles también. // Desde cuándo se nos negó la existencia, se nos negó que habláramos nuestro idioma, que vistiéramos como lo que somos, desde cuándo nos quitaron incluso nuestras propias formas de gobernabilidad, incluso se quedaron truncadas nuestras ciencias. Creo que es importante en estos momentos, que hablemos también de esta situación. Porque mucho se quiso confundir. Cuando vinieron los primeros supuestos conquistadores –los invasores, decimos nosotros–, nos dieron un nombre que nunca fue nuestro; confundidos de país, por eso nos dieron el nombre de indios, pero en la etapa de desarrollo de la colonia, por querernos dar un trato igualitario o un trato supuestamente de respeto, nos han dicho ‘naturales’; otros, los antropólogos, nos han llamado ‘tribus’, o lo que sea (…) Con el avance de la lucha social que se ha dado en otros países, que también ha ido influenciando en muchos lados, nos dieron a todos el nombre generalizado de ‘campesinos’, como los trabajadores del campo. Pero es importante diferenciar, y yo me atrevo a esto, porque nosotros sí tuvimos un proceso de este término. Y eso nos ha estado costando mucho hasta ahora: que se nos aceptara como tal. Con eso no quiero decir que queremos aislarnos, ni sentirnos como algo del folclore; al contrario, es partir de nuestra identidad, afirmar de lo que somos nosotros”. Blanca Chacoso, “Fortalecer los lazos de solidaridad entre nosotros”, Pasado y Presente XXI, (Santo Domingo), nº 4, (2002, diciembre), p. 26.

[23] Decía alguna vez, no sé si por buena o mala suerte, no sé cuál sea, pero mientras más nos han quitado de la ciudad, de las planicies, de los barrios, los indios –quizá para autoprotegernos– como que nos hemos ido cada vez más hacia adentro, a la selva, hacia la montaña, y en los espacios donde hemos estado, hemos encontrado minas de minerales, ahí está el petróleo, ahí está el azufre, ahí está (…) bueno, algunos recursos naturales importantes también. Entonces ahora tienen que acabar la conquista ahí. Y también ha habido las resistencias para no permitir justamente a las petroleras, a las transnacionales, que se lleven nuestros recursos. Y entonces ahora, bajo el paraguas de combatir el narcotráfico, han empezado a fumigar de manera generalizada, sin respetar ni la soberanía de los países, ni las fronteras (…) entonces también sobre los humanos. Y claro, con el famoso Plan Colombia, se ha generado ahora el desplazamiento obligado de los indígenas de esas poblaciones. Y mañana estaremos sin territorio; en nuestro territorio estará puesto algún letrero que diga: prohibido pasar; prohibido regresar. ¿Y dónde es que vamos a quedar los indios que éramos dueños de ese espacio? Deambulando en las calles, mendigando porque no sabemos trabajar en la ciudad; la vida es del campo también (…) Esta situación no se ha hablado, y para nosotros la única forma de poder proteger la vida y también esos espacios, ha sido justamente afirmar nuestra identidad, para poderla sentir y con ese amor seguir defendiendo”. Ibidem.

[24] Cuando lo electoral es meta, deslegitima cualquier camino; son las metas las que dan sentido al camino electoral, reconociendo, en primer lugar, que es un ámbito de lucha y construcción de la época actual. Pero para que así sea, es importante asumirlo como instrumental en relación con los fines; es para potenciar la participación profundizando la democracia, es para abrir el gobierno a las decisiones del pueblo participante, es para construir y acumular poder social utilizando la herramienta de gobierno como privilegiada, como facilitadora y acentuadora —en ese sentido— de los procesos transformadores de las mayorías protagonizando su historia.

[25] (…) somos los herederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad, los desposeídos somos millones y llamamos a todos nuestros hermanos a que se sumen a este llamado como el único camino para no morir de hambre ante la ambición insaciable (…) “Declaración de la Selva Lacandona”, 2 de enero de 1994. En: EZLN, documentos y comunicados n° 1, Ediciones Era, México: 2000, p. 33.

[26] Salomón Susi Safarti (Comp.). Pensamientos del presidente Chávez, Ediciones Correo del Orinoco, Venezuela: 2011, pp. 39-48.

[27] Estas resultan un corte en el proceso práctico-reflexivo que asumo colectivo y, en tanto tal, marcan un punto de cierre a la vez que de apertura de un nuevo bloque de temas y problemas (o del mismo en otras dimensiones) a investigar, construir, debatir, reflexionar.

[28] El reduccionismo de clase considera que la eliminación de las bases materiales de producción de plusvalía directa, elimina “automáticamente” la conciencia enajenada de la clase, y con ello, toda enajenación posible en otros sectores de la sociedad igualmente (proletarizados), discriminados y oprimidos.

[29] El enfoque reduccionista en la comprensión del alcance de la revolución y su significado, relega a un segundo plano la lucha contra la enajenación, asumiéndola como algo estrictamente económico inherente al capitalismo y no a la lógica reproductiva del capital, limitando con ello la condición de sujeto enajenado a la clase obrera, a la que considera –por tanto– la única clase verdaderamente interesada en liberarse de las cadenas del capitalismo. Esto no es así, no solo a nivel de una organización social en general, sino también y muy especialmente, en los países del Tercer Mundo, en nuestro continente subdesarrollado, donde no solo la clase es enajenada, sino que a través de ella y con ella, el pueblo y la nación misma. El planteo de liberación nacional comprende ese sentido también; no es una relación externa entre Estado nacional y nación imperialista, sino intrínsecamente interrelacionado con la propia conformación de los sistemas sociales particulares que, en esta relación de dependencia y re-colonización, resulta a la vez, productora de estados-naciones enajenados.

[30] Impuesto por la III Internacional y vigilado celosamente por el Instituto de Marxismo Leninismo adjunto al Comité Central del PCUS, y sus ramificaciones internacionales.

[31] Por ese camino, la organización política (de la clase), el instrumento, se erigía en el sujeto real, convirtiendo a la clase –de hecho– en sujeto teórico. Lo instrumental absorbió la totalidad objetiva de la clase; el protagonismo de la clase fue (delegado y) apropiado por los miembros del partido, quienes –por ese camino, voluntaria o involuntariamente– terminaron adecuando la organización partidaria de modo tal que resultara funcional a sus decisiones (e intereses) personales, trastocándose completamente el sentido, volviéndose lo instrumental en finalidad. El objetivo histórico planteado por Marx de que la clase en sí se convirtiera en clase para sí, se deformó al convertirse en clase para el partido.

[32] José Ceballos, tomado de Isabel Rauber, Construyendo poder desde abajo, Ediciones Debate Popular, Santo Domingo, 1994, p. 45 (también edición digital en: www.rebelion.org).

[33] La política y lo político se reducían a la maniobra requerida para ocupar las posiciones, lo que en ocasiones no poco frecuentes conducía a disputas verbales y agresiones físicas, de las cuales quedaban al margen los representados, los verdaderos protagonistas, a quienes se les dejaba –si acaso– el derecho de aplaudir.

[34] Este esquema, como otros que aparecen en este texto, se corresponde con los que habitualmente he trazado en los papelógrafos a la hora de presentar estas hipótesis en conferencias de intercambio con los actores sociopolíticos.

[35] A ello se refiere Franz Hinkelammert, entiendo, cuando señala que: “El llamado a ser sujeto se revela en el curso de un proceso: por eso, el ser sujeto no es un a priori del proceso, sino resulta como su a posteriori. El ser humano como sujeto no es ninguna sustancia y tampoco un sujeto trascendental a priori. (…) Se revela entonces, que el ser sujeto es una potencialidad humana y no una presencia positiva.” Franz Hinkelammert, El retorno del sujeto reprimido, Universidad Nacional de Colombia: Colombia, 2002, p. 349.

[36] Entre los autores que tratan también estos temas, puede consultarse a Hugo Zemelman, en su texto: Necesidad de conciencia, Anthropos, Barcelona: 2002, pp. 72-81.

[37] Ibidem.

[38] Enrique Dussel, Ética de la liberación, Editorial Trotta, Madrid: 1998, p. 523.

[39] Federico Engels, “Principios del comunismo”, Obras escogidas, t. 1, Editorial Progreso, Moscú: 1976, p. 82.

[40] La lucha es político-social aun en el caso supuesto de que fuera solo lucha de clases. El pueblo (articulado) es potencial sujeto, por el contenido de las transformaciones. En primer lugar, la defensa de la nación a la vez que de su reinvención para que pueda sobrevivir y desarrollarse en un mundo globalizado e interdependiente. En segundo –e interpenetrado con lo anterior–, porque las tareas nacionales (que son a la vez internacionales) solo serán posibles si se dan anudadas a un proceso de liberación del capital (global), esto es, de lucha contra la enajenación, cuestión que trasciende –como vimos– a los obreros, abarcando al conjunto de los sectores sometidos a ella por el capital.

[41] Fragmentaciones al interior de los fragmentos, en primer lugar, de la propia clase.

[42] La categoría “modo de producción” va mucho más allá de una estructura económica; a partir de ella, Marx señala la conformación sistémica de un determinado “modo de vida” (totalidad social integrada).

[43] Sobre el particular puede consultarse el libro de mi autoría, con reflexiones sobre la base de estudios realizados en barrios dominicanos: Isabel Rauber, Genero y pobreza, Ediciones Pasado y Presente XXI-Unesco, Santo Domingo: 2002. Y el texto: “Mujeres piqueteras: el caso de Argentina”, Globalización económica e identidad de género,Unesco-Iued-DDC, Ginebra: 2002, pp. 107-123.

[44] El rediseño estratégico del aparato productivo en cada país y a nivel global, implicó la pérdida de interés económico del mercado interno y, consecuentemente, del salario como realizador de las mercancías. La formación de grupos empresarios, la tercerización del proceso productivo, la capacidad de transportación rápida de producciones de una región a otra en un mismo país, e incluso de un país al otro, modificaron de raíz el poder –económico, social y político– de la clase obrera. Parar la producción mediante huelgas, por ejemplo, dejó de ser un método de lucha incuestionable, pues en determinadas situaciones podía incluso ser útil a los intereses de la empresa.

[45] En Argentina, por ejemplo, entre cerca de 13 millones de trabajadores, los sindicalizados apenas se acercaron a los 3 millones.

[46] La Central de Trabajadores Argentinos se cuenta entre las primeras organizaciones sindicales –quizá por haber sido parte de una respuesta organizada de la clase a la irrupción devastadora del neoliberalismo–, que reconoció por igual, como trabajadores, a los trabajadores con empleo y a los que no lo tienen, y selló esto en sus bases fundacionales y en sus estatutos, mediante la afiliación directa y plena de todos y cada uno de los trabajadores, independientemente de su condición laboral.

[47] Manuel Morales, integrante del Equipo Económico del MAS, Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos. Entrevista realizada por mí en 2003 (inédita).

[48] Ver Isabel Rauber, “La Argentina de los piquetes”, Documentos desde abajo, Colombia: 2003, p.16.

[49] Aunque es conveniente señalar que, habitualmente, en las ciencias sociales se emplea el concepto sujeto para señalar o referirse a las fuerzas sociales potencialmente interesadas en la transformación social de una sociedad dada, es decir, a los sujetos potenciales, que aquí se identifican y definen como actores sociales.

[50] Como característica distintiva de estos actores sociales puede destacarse el hecho de que no delegan su capacidad de análisis de su realidad y la decisión de su quehacer en organizaciones externas a la suya propia; para ellos ya no hay partidos dirigiendo al movimiento desde afuera, sino actores sociopolíticos igualmente aptos para pensar su realidad y decidir cómo y cuándo actuar en consecuencia.

[51] Sujeto social-político-histórico (en el sentido de constituirse en un proceso histórico concreto).

[52] Esto es importante porque el criterio de que política es relación entre clases, se redujo tanto que se dejó de lado el hecho de que la política –como actividad política– impregna todo el tejido social. Se desconoció la amplitud de su independencia relativa.

[53] F. Hinkelammert, El retorno…, op. cit., p. 348

[54] Que no significa que se alcance espontáneamente; es fundamental que medien procesos de formación y reflexión colectivas impulsados por los actores-sujetos, anudados a las dinámicas del proceso transformador que deviene, en este sentido, un proceso pedagógico político colectivo.

[55] Esto introduce en la polémica al Lenin del ¿Qué hacer?, cuando asume la postura de Kautsky y su convicción de que: “La consciencia socialista moderna solo puede surgir de profundos conocimientos científicos. En efecto, la ciencia económica contemporánea es premisa de la producción socialista en el mismo grado que, pongamos por caso, la técnica moderna; el proletariado, por mucho que lo desee, no puede crear ni la una ni la otra; ambas surgen del proceso social contemporáneo.

Pues el portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa (subrayado por Kautsky en el original); es el cerebro de algunos miembros de ese sector de donde ha surgido el socialismo moderno, y han sido ellos quienes lo han trasmitido luego a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen seguidamente en la lucha de clases del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten. De modo que la consciencia socialista es algo introducido desde fuera en la lucha de clases del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente dentro de ella. De acuerdo con ello (…), es tarea de la socialdemocracia [el partido de la clase en aquel entonces] introducir en el proletariado la consciencia (literalmente: llenar al proletariado de ella) de su situación y de su misión. No habría necesidad de hacerlo si esta consciencia derivara automáticamente de la lucha de clases.” Lenin V. Illich, Obras completas, t. 6, Editorial Progreso, Moscú: (s/f), p. 42. Kautsky emplea la expresión “automáticamente” en el sentido de reflejo, y por tanto combate la creencia espontaneísta de que la consciencia se obtendrá “automáticamente” (como reflejo en la consciencia) de las condiciones de vida y las luchas de clases. Y en ese sentido tiene razón, solo que no necesariamente –como lo demostró la experiencia histórica de las luchas obreras y populares–, las tendencias espontaneístas se superan con la suplantación de los protagonistas.

Al contrario, resulta una razón mayor para convocar a los trabajadores y el pueblo a que asuman ese su rol protagónico, que empieza, obviamente por su ser consciente (proceso colectivo crítico-reflexivo sobre las experiencias de vida y de lucha de cada sector, actor social o colectivo de acortes sociales, mediante).

Cuando Lenin retoma las propuestas de Kautsky, en mi opinión, está señalando dos fenómenos: por un lado, que la formación histórica de los componentes científicamente argumentados acerca de la necesidad de la lucha de clases y del papel de los obreros en ella, se realizó por intelectuales (como Marx y Engels) no pertenecientes a la clase. “Hemos dicho –subraya Lenin– que los obreros no podían tener consciencia socialdemócrata. Esta solo podía ser traída desde fuera. La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas solo una consciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras.

Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. (…) // Así pues, existían tanto el despertar espontáneo de las masas obreras, el despertar a la vida consciente, como una juventud revolucionaria que, pertrechada con la teoría socialdemócrata, pugnaba por acercarse a los obreros.” Ibid. pp. 32-33.

[56] El concepto “autoconcientización” indica, precisamente, que la toma de consciencia es un proceso interior e intersubjetivo, es decir, que se produce mediado por la actividad (práctica) de los actores sujetos. No quiere decir que sea un proceso espontáneo o que deba nacer espontáneamente de la propia gente, sino que –siendo dirigido, orientado, promovido, etcétera–, no puede ser externo (ni impuesto) a los actores sociales ni a los sujetos individuales. Subrayo aquí el concepto de intersubjetividad apoyándome en lo planteado por Jürgen Habermas:

“Tenemos que devolver a ese <auto> un sentido intersubjetivo. Nadie puede ser libre por sí solo. Nadie puede llevar desconectado de los demás una vida consciente, ni siquiera su propia vida. Nadie es sujeto que solo se pertenezca a sí mismo.” Jürgen Habermas, La necesidad de revisión de la izquierda, Tecnos, Madrid: 1996, p. 55.

[57] “La Ética de la Liberación es una Ética de la Responsabilidad radical, ya que se enfrenta con la consecuencia inevitable de todo orden injusto: las víctimas. Pero es una responsabilidad no solo sistémica (Weber) u ontológica (Jonas), sino pre y transontológica (Levinás), porque lo es desde el Otro, desde las víctimas”. Enrique Dussel, Ética de la liberación, Editorial Trotta, Madrid: 1998, p. 566.

[58] Esto es asunto clave. El afán de lucha por el todo subordina el hoy de los propios luchadores no logra acumular fuerzas, y termina engrampado en la lógica del todo o nada que –según enseña nuestra experiencia– se tradujo en nada. Como reflexiona Nicolás Guevara: “… el todo o la nada es una abstracción; es la utopía global a la que se lleva el sueño por conseguir y, por conseguir el sueño, nunca se avanza en algo concreto.

Se desprecia la cotidianidad, olvidando que el ser humano vive de la solución de su problema cotidiano. (…) hay que avanzar desde la cotidianidad, partir de ella para construir el sueño, y para que sintamos todos que vamos avanzando, que no nos frustremos como la generación del setenta y parte de los ochenta. (…) Lo que no se entendió es que la utopía se construye día a día y que cada día hay que ganar algo para concretarla. Y eso implica confrontar, negociar y avanzar paso a paso junto con la gente”. I. Rauber, Construyendo…, op. cit., p. 25.

[59] Esto no niega la posibilidad o necesidad de hacerse del poder político en determinado momento de la lucha, si la acumulación de fuerzas lo permite y la dinámica del proceso de transformación lo reclama para dar un salto en el proceso. No resulta posible en este trabajo detener la mirada analítica sobre este tema; lo menciono a sabiendas de que frecuentemente suele llevar a confusiones, que no es posible analizar en este estudio

[60] Entre sujeto y organización existe una relación de interconstituyentes: el sujeto se organiza para tener mayor capacidad de incidir en la realidad y para lograr determinados objetivos, y al hacerlo modifica también –y sustantivamente– su realidad de sujeto. En ese sentido, puede decirse que la organización es interconstituyente del sujeto, solo que el polo determinante corresponde al sujeto no a la organización. (Cuando se logra un determinado nivel de organización surge una calidad nueva en el sujeto. La organización modifica cuantitativamente al sujeto porque implica un nivel de articulación que puede o no fortalecer al sujeto en sus objetivos. Lo modifica en tanto es –en ese sentido– uno de sus elementos constituyentes).

[61] En mis estudios acerca de la experiencia de los movimientos guerrilleros que se desarrollaron en Argentina en los años 70, he analizado detenidamente la estrategia del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Y en lo que hace a la relación entre el partido y el pueblo, las conclusiones a que llego permiten ejemplificar este punto.

Digo en el texto: “Desde sus orígenes y de modo creciente, el PRT concentró su principal esfuerzo en su propio desarrollo y en el de su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), cuestión que en la práctica, durante toda su existencia, fue el problema central de dicha organización. Esto se tradujo en planes políticos, organizativos y de acción militar, centrados en el crecimiento numérico del PRT y del ERP, de su infraestructura, de su armamento, de su logística, su ‘inteligencia’, su propaganda, sus organismos de masa, etc”.

Según Santucho, Secretario General del PRT, alcanzar un fuerte desarrollo en esas áreas, “garantizaría el éxito de la revolución”. Para él, la duración de la lucha era responsabilidad fundamental del PRT. En virtud de ello, el período que faltaba para tomar el poder sería, según Santucho, “… mayor o menor en dependencia de la decisión, firmeza, espíritu de sacrificio y habilidad táctica de la clase obrera y del pueblo; (…) del grado de resistencia de las fuerzas contrarrevolucionarias, y fundamentalmente del temple, la fuerza y la capacidad del partido proletario dirigente (…)”. Mario Roberto Santucho, Poder burgués y poder revolucionario, Ediciones La Rosa Blindada, 1974, p. 31.

“Los resultados positivos obtenidos por el PRT-ERP hasta 1974, afianzaron en su dirigencia la idea de que era necesario obtener un mayor y más rápido crecimiento de la estructura y capacidad de acción tanto del PRT como del ERP, especialmente en el plano cuantitativo, según puede constatarse por los artículos de la prensa de dicho partido referidos a ‘organización’: más militantes, más células, más colaboradores, más periódicos, más imprentas, más combatientes, más armas, más volantes, más acciones, etc. (…) contamos con las herramientas básicas que necesitamos, –reafirmó Santucho en 1974– solo nos resta afilarlas y mejorarlas incesantemente, ser cada día más hábiles en su empleo (…)”. M. Santucho, Poder…, op. cit., p. 48.

“En lo referente al papel del partido, es curioso constatar como una misma deficiencia, el dogmatismo, aún en manifestaciones opuestas, generó similar efecto. El dogmatismo ‘clásico’ sacrificó más de una vez –en aras del partido– el sentido revolucionario de su existencia, y cayó en el reformismo. El neo-dogmatismo –también en aras del partido– se empantanó en el desarrollo creciente de una práctica militarista que, contrariamente a sus propósitos, lo alejó de las masas y de la revolución.

Tanto el dogmatismo de ‘izquierda’ como el ‘clásico’, consideraron el desarrollo del partido como primera prioridad del quehacer revolucionario, perdiendo de vista que el partido es solo la herramienta de la que se valen los pueblos para hacer su revolución, y nunca podrá serlo si actúa a la inversa”. Extracto del libro: Los errores del PRTERP, capítulo VI. Terminado en 1989, (inédito). Archivos de Pasado y Presente XXI.

[62] Itsván Mészáros, Socialismo o barbarie, Ediciones de Pasado y Presente XXI-Paradigmas y utopía, Mexico: 2005, pp. 73-74.

[63] M. Morales, ver cita 46 de este libro.

[64] Entiendo por relaciones horizontales a aquellas que se establecen sobre la base de la cooperación entre partes consideradas cualitativamente iguales, aunque los roles sociales y políticos entre ellas sean diferentes. Su implementación contribuye a superar las tradicionales relaciones verticalistas implementadas al interior de las organizaciones sociales y políticas y hacia fuera. Significa no imponer políticas, objetivos, vías, ni modos de implementación de las acciones a las organizaciones sectoriales, barriales, sindicales o sociales, ni suplantar los procesos colectivos de toma de consciencia, tanto a lo interno de la organización como en su relación con otras organizaciones sociopolíticas.

[65] El concepto de articulación, resulta clave, junto al de construcción y proceso, al de pluralismo y democracia, al de transición y propuestas abiertas, es decir, en construcción y desarrollo permanente, acorde tanto al desarrollo de los actores-sujetos involucrados en el proceso como de las condiciones histórico-sociales del país, la región y el mundo en cada momento. Un mayor desarrollo de esto puede encontrarse en el capítulo IV de: I. Rauber, Claves…, op. cit

[66] Una tarea es identificar cuáles, para trabajar esa posibilidad y luego dar los pasos prácticos necesarios para concretarla. Esto es muy importante para dar carácter estable a la organización, paso indispensable para el desarrollo de la consciencia política de sus miembros.

[67] Siempre y cuando no quede a expensas de sus componentes espontáneos. Es necesario trabajar política y organizativamente, reflexionar colectivamente de modo que el movimiento se plantee proyectarse a objetivos superiores, cuestión que ocurre en una combinación de acumulación (gradual, imperceptible) y saltos.

[68] Así lo enfocan por ejemplo en Copadeba: “la gente no solo participa en al definición de las luchas coyunturales, sino que de una y otra manera se articula y participa también en la definición de hacia dónde vamos en la definición de un proyecto de carácter político. Y esto permite que ella enlace las luchas que se dan en la cotidianidad con los objetivos a largo plazo de nuestra organización.”[Víctor de la Cruz]. Y en otro momento, Nicolás Guevara acota: “También, en la misma reflexión y formación se va dando cuenta realmente de lo que es a corto plazo y lo que es a largo plazo.” I. Rauber, Construyendo…, op. cit., pp. 27-28.

[69] Enrique Dussel, Ética…, op. cit., p. 527.

[70] Alain Badiou, El ser y el acontecimiento, Bordes Manantial, Buenos Aires: 1999, p. 445.

[71] Interpretación vulgarizada de la afirmación de que “el ser social determina la consciencia”, y de que el ser humano piensa según vive.

[72] Ver, Carlos Marx, “Introducción de la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”.

[73] En las “Tesis sobre Feuerbach”, en la tesis I, Marx señala: “El defecto fundamental de todo el materialismo anterior –incluido el de Feuerbach– es que solo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad. Bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo.(…)” Marx Carlos. “Tesis sobre Feuerbach”, Obras escogidas t. II, Ediciones en Lengua Extranjeras, Moscú: (s/f), p. 426. Subrayados del autor. Allí destaca: 1. La actividad supone la intervención activa del sujeto, por tanto, de sus ideas, instrumentos, métodos y técnicas concretas para guiar esa intervención. 2. La práctica –generalmente asumida por los marxismos diversos como actividad material–, aparece aquí (y en la tesis V) claramente definida conteniendo a la subjetividad, lo que significa que abarca y contiene también a la actividad teórico espiritual de los sujetos intervinientes en ella. Coincido en esto con Pierre Bourdieu –en su propuesta y en el hecho de rescatar el pensamiento dialéctico de Marx al respecto– cuando rechaza la concepción mecanicista que concibe a la práctica como actividad material inmediata, es decir, como ejecución. Ver: Pierre Bourdieu, Cosas dichas, Gedisa, Barcelona: 2000, p. 25.

[74] Tradicionalmente se ha empleado esa afirmación de Marx a modo de justificar la existencia de los partidos de vanguardia. Esto es: La vanguardia concibe la idea, define los objetivos y traza la estrategia para alcanzarlos, una parte de la cual se destina a “concienciar” a las masas acerca del programa y las propuestas de la organización, para que sean ellas las que las materialicen (ejecuten) con su actividad práctica de lucha “política”.

[75] Ver, “Ciencias sociales y educación popular: ideas para un diálogo de saberes”, en: Marta Harnecker y Isabel Rauber, Memoria oral y educación popular, Cendal, Bogotá: 1996, pp. 72-85.

[76] El ciudadano político común queda limitado a desplegarse como tal en el acto eleccionario, sin intervenir luego en el proceso de vida y desarrollo de la sociedad, que por ende resulta fuera de su alcance y comprensión, presentándose ante él como algo ajeno a su cotidianidad y a las relaciones sociales que establece con su actividad. Este extrañamiento o ajenamiento político se consuma una y otra vez mediante la reiteración de las prácticas de despojo (y delegación) que se conjugan y retroalimentan en cada acto (y estructura) de representación políticas así concebidas, cuestión que se profundiza aún más en las actuales democracias de mercado, que tornan a las sociedades en hostiles a los propios ciudadanos que las construyen y dan vida con su trabajo y modo de articularse en lo social, cultural, religioso, etcétera.

[77] Por eso resulta tan importante el planteo estratégico de la construcción de poder desde abajo, que supone su transformación desde la raíz y desde adentro (el interior) de los procesos, fenómenos, organizaciones, personas. La transformación social solo será posible si parte –y se fundamenta– desde el interior de nosotros mismos. “Tiene que ver con la actitud de cada uno en su hogar, en su barrio, en su lugar de trabajo, en su organización social, en su organización política”. Isabel Rauber, Transformarnos para transformar. Pasado y Presente XXI, 2001, p. 7.

[78] I. Mészáros, Socialismo..,op. cit., p. 75. [Subrayado de IR].

[79] La ideología despojo-delegación influye no solo en el núcleo dirigente del partido, o sea, en aquellos que alcanzan la condición de “representantes de”, no influye solo sobre los militantes “representados” sino también sobre la ciudadanía en general; es un hecho cultural presente en la mentalidad de la sociedad, y solo después de una larga práctica –cuyos manifestaciones nefastas en la construcción de las alternativas socialistas que se derrumbaron saltan a la vista–, comienza a verse con claridad.

[80] El voluntarismo extremo que se encarnó en la militancia de los setenta, suprimiendo prácticamente el derecho a la vida personal e instaló como contrapartida la entrega incondicional y en todo momento a la causa de la liberación revolucionaria, resulta una muestra elocuente de ello

[81] Ante la crisis de representación (y de credibilidad) tan profunda que existe y se expande día a día en nuestras sociedades, algunos autores (y sectores sociales y políticos), rechazan cualquier tipo de representación y plantean la democracia directa como única alternativa. Pero ella resulta inviable en algunas situaciones y modalidades, por ejemplo, a la hora de pensar en la participación de los habitantes de una gran ciudad, una provincia o un país. Sin embargo, hay que poner atención en no utilizar esto como excusa para no apelar a modalidades creativas que, aprovechando los actuales recursos tecnológicos y de comunicación, por ejemplo, propicien diversas formas de participación que no necesariamente reclamen la presencia física directa de los participantes.

[82] Carta a los participantes del 3° FSM, 27 de enero de 2003.

[83] Esto se conjuga con la concepción elitista acerca de la consciencia social: ¿Quiénes pueden llegar a tener consciencia ideológica y política plena acerca de la sociedad y su transformación?, ¿acaso los que están inmersos en las organizaciones reivindicativas y sus luchas por la sobrevivencia? La respuesta es, en ese caso, obviamente negativa. La consciencia “verdadera y científica” acerca de la sociedad en que viven, la que es capaz de pensar la totalidad y cuestionarla planteándose su transformación, es patrimonio –según la concepción fragmentaria– de los ciudadanos que pertenecen al mundo de lo político y la política (y no de todos, sino de su vanguardia organizada en el partido que representa a la clase). Son ellos entonces –a través de sus partidos políticos–, los encargados de concienciar a los demás, a los “ciudadanos mediocres”, incapacitados per se para alcanzar una verdadera consciencia de la realidad, que será por tanto, una consciencia enajenada que hay que liberar (desde afuera).

[84] Este aspecto –para el caso de las organizaciones barriales–, ha sido profusamente abordado en la sistematización de la experiencia del Comité para la Defensa de los Derechos Barriales (Copadeba). Puede consultarse en: I. Rauber, Construyendo…, op.cit

[85] Algunos sectores políticos de izquierda adoptaron la vía de la construcción desde abajo porque no tenían otro camino para desarrollar su práctica política, pero cuando entrevieron otra posibilidad, han sentido a lo reivindicativo sectorial como un freno, como un obstáculo para dar el salto a lo político, y –en vez de buscar caminos para combinar ambos espacios y metodologías– abandonaron la estrategia de la construcción desde abajo. Otra vez el pensamiento dicotómico: o es desde abajo o por arriba; o es reivindicativo o es político.

[86] C. Marx, Miseria…, op. cit., p. 170. [Cursivas de I.R.]

[87] No coincido por tanto, con los argumentos que esgrimen algunos sectores acerca de que la falta de elaboración acabada de un nuevo proyecto popular alternativo es la que obstaculiza la articulación entre los diversos actores sociales y políticos. La relación entre proyecto y sujeto no es lineal, pero, incluso si lo fuera, siempre ocurriría al revés.

[88] No en los casos de Bolivia y Ecuador, por ejemplo

[89] “Con la constitución de los partidos políticos obreros –bajo la forma de la división del movimiento en un ‘brazo industrial’ (los sindicatos) y un ‘brazo político’ (los partidos socialdemócratas y vanguardistas)–, la defensiva del movimiento se arraigó todavía más, pues los dos tipos de partido se apropiaron del derecho exclusivo de toma de decisión, que ya se anunciaba en la sectorialidad centralizada de los propios movimientos sindicales. Esa defensiva se agravó todavía más por el modo de operación adoptado por los partidos políticos, cuyos éxitos relativos implicaron el desvío del movimiento sindical de sus objetivos originales. Pues en la estructura parlamentaria capitalista, a cambio de la aceptación de la legitimidad de los partidos obreros por el capital, se hizo absolutamente ilegal usar el brazo industrial para fines políticos.” I. Mészáros, Socialismos…, op. cit., p. 60.

[90] Aquel modelo mantuvo –y aún mantiene– la segregación y reclusión de las luchas sociales al ámbito de lo reivindicativo, y excluyó a este del ámbito de lo político (considerándolo su antesala permanente). Por esa vía, lejos de acortar la enajenación de los trabajadores y el pueblo, no solo la mantuvo sino que la incrementó. El peor de los engendros de este punto de vista radica en la fragmentación entre el partido de la clase y la propia clase.

[91] Una de sus organizaciones integrantes, al referirse a las características de ese Frente denota que no se asientan en prácticas precedentes de construcción, sino en previsiones de lo que “deberá ser”. La pregunta es, ¿a partir de dónde? “Se requiere –dicen–, de un Movimiento político y social donde confluyan los más variados sectores de la sociedad, para que bajo el criterio de la democracia comunitaria, de la consciencia social y política, construyamos los pilares para una nueva Colombia donde impere la justicia social y la paz.” José Sanín, Nuevos movimientos políticos: entre el ser y el desencanto, Instituto Popular de Capacitación, Medellín: 1997, p. 339.

[92] “¿Qué es lo que los unifica?, ser naciones originarias. Pero, ¿en que sentido se autoidentifican?, ¿qué es lo que los hace cuajar? El estar negados. Es decir, no tienen espacio en la estructura del Estado, en la sociedad, no tienen espacio en las leyes, aunque han tratado de darles espacio, pero para ellos no es suficiente. ¿Por qué el quechua se une con el aymara, y estos con los de las tierras bajas?, porque todos están negados por la sociedad oficial; están rechazados; no existen, no existieron nunca. Entonces, ¿qué es los que los constituye como sujetos?, el estado de negación. ¿Por qué es eso lo que une? Porque no hay afirmación, porque a fin de cuentas, han pasado 500 años y lo suyo propio no es algo ya tan definido, tan claro, tan nítido. Están permeados de lo que rechazan, corre por sus venas esa lógica también.

Entonces, ahí viene el desafío. El gran desafío es el mismo que tendría una izquierda en el sentido marxista: qué es el socialismo ahora. Ellos están ante lo mismo; quieren una sociedad propia, que exprese su cosmovisión, su lógica, su concepción del mundo; una sociedad donde no haya explotación, donde haya reciprocidad, hermandad, que no es otra cosa que la versión comunitaria de una visión socialista utópica. Estamos en el desafío de unir –y yo no veo ninguna diferencia– la visión marxista con la de ellos, con la original, porque efectivamente el objetivo es el mismo. Pero ellos todavía no se encuentran a sí mismos, están en la búsqueda.” [Manuel Morales, entrevista citada].

[93] Para no sentirnos abrumados ante tantos desafíos quizá sea bueno recordar que –además de las consideraciones de fondo que reclaman modificaciones radicales–, la convulsión cultural que vivimos responde también al cambio de mundo. El mundo en que nacimos y en el que nos formamos los y las que tenemos más de 30 años se ha derrumbado, y los cambios no son un simple maquillaje. Como ejemplo de ello creo resulta suficiente el que nos muestra en el recuerdo un mundo bipolarizado regido por la búsqueda constante de mantener (o romper) el equilibrio de fuerzas por cada una de las partes, y el actual mundo unipolar, cuyo polo se manifiesta crecientemente irracional y agresivo contra la humanidad toda.

[94] El caso más nítido se sintetiza en la propuesta del Partido Comunista Argentino, cuando se refiere a la “izquierda roja”. No deja de reconocer que existen otras izquierdas, pero obviamente –al no considerarlas “rojas”–, las excluye del grupo de vanguardia, al que asume depositario de la responsabilidad de guiar a todos los demás por auto-declararse “izquierda roja”(…) tenemos que empezar por unir a los que luchan y a la cultura de izquierda roja…, convoca un dirigente del PCA, en acto conmemorativo celebrado en Córdoba, Argentina, en 2001. Tomado de www.nuestrapropuesta.org.ar

[95] El papel de Hugo Chávez en Venezuela, por ejemplo.

[96] Esto no niega que un núcleo de actores sociopolíticos pueda desarrollar de forma estable funciones de organización, articulación y dirección del conjunto de actores en diversas coyunturas. Apunta sobre todo, a rechazar la anterior separación entre vanguardias estratégicas y vanguardias de coyunturas que aceptaba que las vanguardias coyunturales llegaran a constituirse con cierta flexibilidad a partir de frentes o movimientos policlasistas, pero preservaba (a la vez que ubicaba en un escalón superior) la condición de vanguardia estratégica para las organizaciones políticas “de la clase obrera” y de estricta filiación marxista-leninista.

[97] Rodrigo A. Baño, “Sobre movimiento popular y política”, Archivo del Centro de Estudios sobre América (CEA), DO 489, (s/f). p. 23.

[98] Luchar es siempre importante, pero para quienes buscan encaminar procesos y definir situaciones convergentes con objetivos propios, es imprescindible que estas luchas sean las que marquen el rumbo y el ritmo de los acontecimientos y los conflictos entre los sectores del poder y no al revés, es decir, que no sean arrastradas e instrumentalizadas por los conflictos de los sectores dominantes pues, en tal caso, quedarán encerradas dentro de su lógica y serán funcionales a sus requerimientos. Como señala Samir Amín: “De lo que se trata es de no subordinar las luchas a los conflictos, sino obligar a los conflictos a subordinarse a las luchas”. Isabel Rauber, “Argentina, hora de unidad y de patria”, Qué son las asambleas populares, Ediciones Continente-Peña Lillo, Buenos Aires: 2002, p. 75

[99] No existe un todo predeterminado, final, al que haya que “llegar”, ni un tiempo y un camino ya fijados para ello; lo van dibujando entre los distintos actores populares con su participación, sus ritmos y en sus tiempos. El todo es siempre también cada una de las partes, está latiendo en ellas y existiendo en los modos concretos de su articulación en cada momento.

[100] I. Rauber, “Argentina…, op.cit., pp. 72-73

[101] Todas las experiencias sociopolíticas del continente son un fiel ejemplo de esto, entre ellas, las de Chiapas, en México, y el Movimiento Sin Tierra, de Brasil. Esta última resulta ser —quizá por el empeño sostenido, prolongado y sistemático de la misma—, una de las que mayores riquezas y enseñanzas ha acumulado al hacer de esto una de sus banderas de constitución y desarrollo. Es necesario que todos nos apropiemos de esta como de otras experiencias, para crecer colectivamente no solo a nivel local-nacional sino articulados (y articulando) a un gran movimiento socio-político-cultural continental. La realización del Foro Social Mundial y los foros temáticos y continentales, marcan buenas pistas en este sentido.

[102] En esta relación conflictiva, en las luchas, es donde se van perfilando las identidades de los diversos actores. (Esto implica) que las identidades se van construyendo en relación con otras; ellas no existen a priori y la lucha es “sobre la formación misma de los sujetos, lucha por determinar-articular los límites sociales”. Ana Sojo, Mujer y política, Editorial DEI, San José: 1988, p. 34.

[103] Por eso no puede equipararse esta concepción interrelacional de la sociedad, que constituye y apuntala un modo de vida basado en la equidad y la solidaridad mutuas, con planteos aparentemente similares o parecidos, como por ejemplo, los que años atrás expresó Raúl Zibechi en su texto “Mirada horizontal”. Según él mismo lo reconoció en un panel que compartimos en Guatemala, en el mencionado texto él entiende y propone la horizontalidad como una forma organizativa de los movimientos sociales que buscaban estructurarse sin jerarquías ni centro. Eso no dio resultado, dijo, y por ello abandonó la propuesta un tiempo después.

[104] N. Guevara, Construyendo…, op. cit., p. 41.

[105] Tolerancia-intolerancia son conceptos que encierran intereses y posiciones de poder. ¿Quién tolera a quienes y por qué? Lo ideal sería hablar de aceptación natural, pero para llegar a eso, apelar a la tolerancia contribuye a la modificación de las relaciones de intolerancia, exclusión y discriminación. En tal sentido el concepto tolerancia es incorporado aquí como: un concepto de transición para la transición.

[106] Existe una marcada tendencia a identificar, igualar –y por tanto confundir–, lo multicultural con la diversidad étnica y, más concretamente, exclusivamente con lo indígena. Esto restringe los planteamientos de multi e interculturalidad, por un lado, a una cuestión étnica y, por otro, deja fuera del mapa socio-político a una parte del campo popular, del mismo modo que –aunque por otras vías–, lo hace la posición hegemónica tradicional (monocultural).

[107] Completitud-incompletitud: conceptos claves de las cosmovisiones indígenas. Ellas tienen entre sus principios a la dualidad, entendiendo por tal no al paralelismo, sino a lo que necesariamente, según este principio, en par (en pareja): hombre-mujer, por ejemplo. Lo que está solo, según esta lógica, está fraccionado, incompleto, y busca –casi teleológicamente– su completitud; la complementariedad es parte de esa búsqueda.

[108] Algunos autores rechazan el concepto y la posibilidad de “acumulación” de poder. Consideran que el poder no se puede acumular. Si se toma la acumulación como una sumatoria cuantitativa de cualidades ciertamente es imposible. Pero no es el caso; la acumulación de poder popular es ante todo acumulación (crecimiento) de consciencia, de saberes, de capacidad organizativa y de organización, de capacidad para construir propuestas y llevarlas adelante, de afianzamiento de la fuerza de la voluntad colectiva organizada, de practicar nuevas interrelaciones humanas, de impulsar un desarrollo cultural desde abajo creando y avanzando el nuevo mundo.

Michel Foucault y los Dispositivos de Poder en el Capitalismo Paul Antonio Córdoba Mendoza.

En la actualidad, apreciamos por todo el orbe –hasta en los países más desarrollados– movimientos de resistencia capitalista antineoliberal, en sus múltiples formas de expresión, (cacerolazos, ollas populares, marchas, cortes de ruta, bocinas, huelgas, crucifixiones, piquetes y hasta desnudamientos), en las cuales participan, hombres, mujeres, estudiantes, campesinos y de todos los sectores populares.

Estas formas de resistencia podemos considerarlas, como formas de negación, gritos de ira, síntomas del fracaso de la promesa neoliberal y del capitalismo. Pero como si hay, claramente visible un descontento global frente a la dinámica de poder de acumulación capitalista, como sí cada da crece más el descontento de grandes sectores de población.

Cómo es posible que se mantenga este sistema excluyente? más aún: Cuales son los dispositivos de poder que garantizan su cumplimiento efectivo? Estas dos grandes interrogantes son las que autores tales como Michel Foucault, intentaron darle respuesta en sus diversos estudios, sobre los dispositivos del poder insertos en el capitalismo.

Hoy hay muchos elementos del pensamiento teórico foucaultiano que se encuentra vigente, para comprender las anteriores interrogantes. Para realizar este ensayo sobre los mecanismos o dispositivos del poder propios del capitalismo, la obra teórica de Michel Foucault, es inminente que sea revisada, ya que el mismo dedicó gran parte de su vida profesional, a analizar el fenómeno del poder disciplinario desde diferentes aristas (cárcel, escuela, hospitales, la sexualidad, la burocracia entre otras formas), rompiendo con la tradición que ubicaba al poder en personas y lugares específicos.

Siguiendo el planteamiento foucoualtiano, el presente ensayo intenta probar que, el poder disciplinario somete, vigila, excluye, discrimina, normativisa y domeña a los seres humanos, lo cual es una realidad masiva y lacerante en el conjunto de las instituciones sociales, económicas y políticas que constituyen la vida diaria de las sociedades surgidas o integradas desde la modernidad.

En el presente trabajo, entonces desarrollar, las principales perspectivas foucaultianas en cuanto al tema específico de los dispositivos de poder en el capitalismo. Como lo son: el poder disciplinario, el poder carcelario, entre otros.

Foucault y el Poder.

 El análisis del concepto y la (as) forma (as) de poder vienen siendo objeto de numerosos debates en todas las ciencias sociales al menos en los últimos 30 años. Aunque la definición sociológica clásica, data de Max Weber (1864-1920), en donde para él poder es la probabilidad de que un actor dentro de una relación social, esté en condiciones de hacer prevalecer su voluntad incluso contra su resistencia, al margen de la base sobre la que descansa dicha probabilidad.[1]

Expresado esto esquemáticamente  diríamos que el poder, es la capacidad de que A logre que B haga C (tanto si B le place o no). Para Talcott Parsons (1902-1979) el concepto de poder solo puede ser entendido en la medida que contemplamos manifestaciones explícitas o reales de dicho poder es decir la significación del poder en el sistema social, además de la institucionalización de los derechos de posiciones particulares depende del hecho de su generalización y, como consecuencia su cuantificación[2] .

En fin algunas definiciones se centran, con diferentes grados de sutileza, en la capacidad que dispone una persona o un grupo para lograr que otra persona o grupo, haga algo en contra de su voluntad. Este poder se ubica en los procesos de toma de decisiones, en el conflicto y la fuerza, cuanto más poder tiene una persona, menos tiene la otra. Otras definiciones distinguen entre varios tipos de poder, que se entiende que sirven a distintos propósitos y tienen diferentes efectos en o sobre la sociedad. Entre ellos se incluyen el poder de amenaza, el poder económico, el poder integrador o el poder para crear relaciones como el amor, el respeto, la amistad o la legitimidad, entre otros.

Una concepción realmente innovadora y que nos permite analizar hasta las formas más microscópicas de la concepción del poder nos la muestra Michel Foucault (1926-1984), el autor de Vigilar y Castigar, devela que la concepción de poder capitalista, como un ente objetivo institucional, ya sea bajo la forma de Estado, ejército, no se muestra muy clara, ya que, el poder para él, no lo posee un individuo o grupos de ellos en particular.

El poder es una relación social, y existe más allá de las fronteras del estado y grupos de individuos. Es por lo tanto, una inmanencia; está presente en todas las relaciones humanas, ya sea como saber, poder físico, religión, deseo etc.

Por eso en cuanto a cómo funcionan estos mecanismos de poder señala: Cuando me refiero al funcionamiento de poder no me refiero nicamente al problema del estado, o a la clase dirigente, a las castas hegemónicas sino a toda una serie de poderes cada vez más sólidos, microscópicos que se ejercen sobre los individuos, en sus comportamientos cotidianos y hasta en sus propios cuerpos [3]

Al analizar escritos centrales de la vasta obra de Michel Foucault, en cuanto a nuestro tema preciso de investigación, Dispositivos de poder en el capitalismo debemos comenzar aclarando que para el filósofo francés, el poder es una vasta tecnología que atraviesa el conjunto de relaciones sociales; una maquinaria que produce efectos de dominación a partir de un cierto tipo peculiar de estrategias y tácticas especificas [4]

Para Foucault cada formación social existente ha requerido como condición estructural de su surgimiento y reproducción la existencia de un régimen de verdad (dispositivo productor de poder que disciplina).

En la Edad Media se manifiesta una relación de poder fundamentalmente ligada al control y a la propiedad de la tierra y sus productos, el poder se identifica con la sangre mediante la reivindicación del abolengo de la aristocracia, y con la propiedad a través de la posesión de enormes extensiones de tierra que simbolizan la grandeza y el poderío en esta epoca histórica.

Entonces el poder no se afinca en el control disciplinario, sino en la presencia de la soberanía, la alcurnia, el rango, y la heroicidad en tanto que valores sociales y culturales preestablecidos e incuestionables.[5]

Por ello entonces el poder en el capitalismo para Foucault, estuvo precedido, por el poder de la soberanía durante la época feudal medieval, principalmente ligado al poder y control de la tierra y sus productos. El poder en el medioevo gira en torno al domino absoluto, previamente sacralizado del soberano y del Papa, y se establece sobre la base de agrupación de grandes latifundios que funcionan como principal fuente de riqueza [6]

En cuanto a la aparición del capitalismo, este introdujo su disciplina propia, significó el perfeccionamiento de este mecanismo utilizado en el feudalismo, por ello en este periodo capitalista se inventa una nueva tecnología del poder. En cuanto al poder la disciplina capitalista implica una aceptación por parte de los dominados de toda una compacta red de obligaciones y responsabilidades laborales fijadas, contractualmente en la cual ya no es necesario el sometimiento al poder del soberano.

De lo anterior se desprende que en sus investigaciones, el objetivo, para Foucault, fundamental es el de develar la esencia de esa política de verdad del sistema capitalista, como fundamento de la pervivencia de su dominación. [7]

Ya que estos mecanismos o dispositivos centrales no eran analizados a profundidad, por los intelectuales, ya sea de parte de teóricos del liberalismo por un lado, ni del marxismo por el otro. La Manera como el poder se ejercía concretamente y en detalle, con toda su especificidad, sus técnicas y sus tácticas, no era algo que preocupara; uno se contentaba con denunciarlo en el otro, en el adversario de un modo polémico y global: el poder en el socialismo soviético era denominado por sus adversarios, totalitarismo; y en el capitalismo occidental era denunciado por los marxistas, como dominación, de clase, pero la mecánica de poder no se analizaba nunca.[8]

Entonces, con la llegada del capitalismo, se hacía necesario correlacionar la nueva cultura liberal, con el proceso de acumulación capitalista había que introducir la disciplina en tanto que fuente creadora de comportamientos reglamentados en la familia, la escuela y todas las instituciones sociales, como la única forma de poder modelar una específica conducta tecnocratica y sumisa de los obreros en las fábricas y de los individuos en la sociedad.[9]

De lo anterior se expresa que la disciplina capitalista es una forma de acumular hombres que cuenten con una nueva mentalidad reglamentada y normativizada que los convierta en eficaces y productivos trabajadores asalariados, sustituyendo con ello los antiguos y costosos procedimientos de control político financiados en el poder de la tradición, el carisma la violencia y el sometimiento religioso propio del feudalismo.

Por ende la acción permanente de la disciplina en el capitalismo sobre los grupos sociales, conduce al objetivo esencial de lo que Foucault llama biopolítica, es decir la fabricación de hombres y mujeres sumisos a la lógica del poder capitalista. [10]

La disciplina capitalista produce un doble efecto que actúa en forma recíproca: se domeña y mantiene la sujeción sobre el cuerpo, así como se doblega y educa el alma para la obediencia. Lo que hace que el poder se aferre que sea aceptado, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho circula, produce cosas, induce al placer, formas de saber, produce discursos; es preciso considerarlo más como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social, que como una instancia negativa que tiene como función reprimir.[11]

Al ser el poder una relación social y circular en forma de disciplina, dispersa entre las redes sociales, el autor parte de que en algún momento todos poseemos algún tipo de poder sobre alguien.

Este poder, produce también mecanismos de valoración y discriminación (crea discursos) generados por la perorata disciplinaria, mediante el cual el biopoder capitalista puede recurrir a la exclusión de leprosos apestados, enfermos, homosexuales, delincuentes y locos, pretendiendo la culpabilización de los excluidos y marginados mediante su internamiento en hospitales, correccionales, cárceles, asilos, con el objetivo de aislarlos de la vida social normal y de poder justificar el ejercicio sistemático de poder.

Por esto cuestionar las formas capitalistas de vida implica conocer las formas insidiosas mediante las cuales operan poderes y saberes específicos, pero a la vez asumir en nuestra propia existencia la renuncia de un conocimiento, a una identidad que nos ha sido asignada [12]

Ahora en cuanto a los dispositivos disciplinarios de poder que garantizan el cumplimiento efectivo del capitalismo, la práctica del poder en la era moderna, se ha caracterizado, por un lado, por una legislación, un discurso, una organización basada en el derecho público, articulado en el cuerpo social y el status de delegación de cada ciudadano; por otro lado, por coerciones disciplinarias cuyo propósito es asegurar la cohesión del mismo cuerpo social

“En cualquier sociedad hay relaciones manifiestas de poder que permean, caracterizan y constituyen el cuerpo social, y esas relaciones de poder no pueden ser establecidas, consolidadas ni implementadas sin la producción, acumulación y funcionamiento de un discurso” [13]

El discurso se asocia a la disciplina y esos dos instrumentos complementarios, viabilizan el poder. Michel Foucault denominó disciplina, a esta mecánica de poder basada en la normalización, la disciplina fabrica los cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos dóciles. La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos de utilidad) y disminuye esas fuerzas (en términos políticos de obediencia).

Por ende la disciplina capitalista no podrá funcionar sin el valiosísimo auxilio que representa la interiorización de las normas sociales de conducta. Un ser humano disciplinado es aquel que ha aprendido e integrado totalmente un determinado código de reglas de comportamientos dictada por el padre, el maestro, el juez, el alcalde, el psiquiatra… [14]

Pero en la actualidad quienes, qué o cuales son los discursos disciplinarios encargados de garantizar el cumplimiento efectivo e integrar a los individuos al sistema? Son varios estos dispositivos disciplinarios, en la cual el poder no reprime al sujeto humano, no se mantiene ni se prolonga hacia el futuro en base a la represión, sino que, al revés, le inyecta o inocula unos ciertos saberes.

La escuela busca disciplinar el cuerpo y la mente de los individuos para desenvolverse dentro de determinadas coordenadas de poder. En el caso de la enseñanza el instrumento del examen es una de las estrategias de reproducción de las relaciones de poder. En la medida en que el estudiante se encuentra a merced del examinador y que no tiene otra alternativa que moverse dentro de los parámetros establecidos por aquel, está siendo sometido a un poder manifiesto.

La fábrica aunque ha variado un poco desde que Foucault la vislumbraba como mecanismo de poder, pero aún mantiene algunos elementos, se trata la medida que se concentran las fuerzas de producción, de obtener de ellas el máximo de ventajas y neutralizar sus inconvenientes (robos, interrupciones del trabajo, agitaciones y cábalas)[15] en definitiva, para ello era necesario establecer, vigilantes, castigos, penalidades y multas para quienes violentaran los horarios de entrada a la fábrica.

En cuanto a las disciplinas, las fábricas y los talleres no eran diferentes. Y así son también las escuelas y las universidades con sus relojes, timbres, uniformes, y reglamentación. La puntualidad, la frugalidad, orden e industriosidad enseñada por algunas escuelas inglesas de caridad era alabada por los religiosos y los dueños de fábricas por ser la manera en la que los niños entraban a un nuevo universo de tiempo disciplinado.

En cuanto al hospital, este tiende a convertirse en aparato de examinar. El ritual de la visita médica, se convierte en su forma más llamativa de disciplinar. Cuando una observación regular pone al enfermo en situación de examen lo cual trae dos consecuencias: en la jerarquía interna, el médico, elemento ahora externo, comienza a adquirir preeminencia sobre el personal religioso.

Aparece la categoría del enfermero. El hospital bien disciplinado constituira el lugar adecuado de la disciplina médica. La cárcel es la forma de poder más delirante y exacerbada de la disciplina capitalista en la prisión advierte Foucault el poder no se oculta no se enmascara se muestra como tiranía llevada hasta los más ínfimos detalles, poder cínico y al mismo tiempo puro enteramente justificado ya que puede formularse enteramente en el interior de una moral que enmarca su ejercicio.[16]

Foucault concibe a las prisiones como la institución por excelencia que cristaliza y materializa la existencia del poder coercitivo. Estos y otros dispositivos como la familia etc. son algunos de los dispositivos disciplinarios necesarios para que se pudiera consolidar el capitalismo, utilizando para ello el mecanismo de la disciplina.

El ejercicio de la disciplina supone un dispositivo que coacciona por el juego de la mirada; un aparato en el que las técnicas que permiten ver inducen efectos de poder y donde, de rechazo, los medios de coerción hacen claramente visibles aquellos sobre quienes se aplican[17] o a su vez comenta también Foucault se trata de establecer las presencias y las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar a los individuos, instaurar las comunicaciones útiles, interrumpir las que no lo son, poder en cada instante vigilar la conducta de cada cual, apreciarla sancionarla, medir las cualidades o los méritos. [18]

Sumado a lo anteriormente expuesto un elemento central de la disciplina de poder en la actualidad, nos advierte Foucault, proveniente del discurso capitalista y este es el encierro en la cual vive el obrero. El endeudamiento obrero le obliga por ejemplo a pagar su alquiler un mes por adelantado, y en cambio cobra su salario a fin de mes, la venta a plazos, el sistema de cajas de ahorro, las cajas de retiro y asistencia, las ciudades obreras, todos estos han sido medios para controlar a la clase obrera, de una manera mucho ms sutil, mucho ms inteligente mucho más fina y para secuestrarla.[19]

Para concluir este breve ensayo (muy sintético, por lo breve que fue tratado el tema del poder en el capitalismo siguiendo la teoría focultiana), hay que tener en cuenta que el paradigma marxista utilizado históricamente para cambiar el mundo y las relaciones de poder, es por medio del control político del estado, ya sea en cualquiera de sus dos dimensiones la reforma (cambio gradual hacia el socialismo) y la revolución (cambio radical), estos dos modelos de transformación social, han descuidado para autores como Holloway el hecho de que el trabajo está organizado sobre una base capitalista significa, que lo que el estado hace y puede hacer esta limitado y condicionado por la necesidad de mantener el sistema de organización capitalista del que es parte.

Por ello cambiar y/o transformar el mundo y por ende las relaciones de poder no implica necesariamente el control político del estado, ya que de ser así se separa al estado del cúmulo de relaciones sociales que lo rodea y se lo eleva como si fuera un autor autónomo. Por ello se debe tener claridad que si nos rebelamos contra el capitalismo y sus dispositivos de saberes, los cuales crean poderes, no es porque queremos un sistema de poder diferente, es porque se pretende construir una sociedad en la cual las relaciones de poder sean disueltas y donde se crea una sociedad basada en el reconocimiento de la dignidad de las personas.

Por último se debe destacar que el poder no es un atributo ni una esencia es una relación de fuerza que pasa tanto por las fuerzas dominadas como por los dominantes. No podemos pensar el poder como algo que unos poseen y otros no (no es apropiable) no podemos pensar que en la sociedad hay grupos que detentan el poder y otros excluidos del mismo. El poder hay que pensarlo como ejercicio, el cual no se posee se ejerce. El poder no es monolítico y totalmente controlado.

Aunque en la sociedad hay un grupo de una clase que ocupa estratégicamente posiciones de poder no controlan del todo el poder ya que este no está localizado, en un lugar específico como los estados, sino en pequeños poderes capilares (padre sobre el hijo, maestro sobre el alumno, empresario sobre obrero.. etc.) lo que permite y hace posible que el estado se reproduzca y funcione.

En fin es preciso interpretar la evolución de la sociedad capitalista como proceso de formación y desarrollo de una “sociedad disciplinar”, mostrando los hilos que unen a diversas organizaciones como la escuela, la cárcel, el hospital, el ejército y la fábrica.

Foucault llama disciplinas al conjunto de métodos que permiten un control minucioso de las operaciones del cuerpo y que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas, garantizando la obediencia para conseguir una mayor utilidad.

Las fábricas, las escuelas, los hospitales, las prisiones, en general devinieron en lugares privilegiados para moldear la experiencia y los modos de pensar en términos del orden social. Por ultimo queremos señalar que desde el punto de vista del poder la teoría foucaultiana muestra esa ruptura con el pensamiento clásico tradicional, aportando nuevos y variados elementos para entender el poder y sus múltiples relaciones.

De lo anterior se desprende que si se rebelan contra el capitalismo, no es porque se quiere un sistema de poder diferente, es porque se pretende construir una sociedad en la cual las relaciones de poder sean disueltas y donde se crea una sociedad basada en el reconocimiento de la dignidad de las personas.

Lo anterior tiende a expresarse en la actualidad por medio de la participación en organizaciones no gubernamentales o por preocupaciones individuales y colectivas de maestros, médicos, trabajadores en general, etc. Cuyo objetivo central no es ganar posiciones de poder, sino por el contrario han proporcionado importantes focos para el movimiento antipoder.

Bibliografía

Foucault, Michel. Microfísica del Poder. Madrid: editorial la piqueta. 1980 Foucault, Michel. El Poder y la Norma. En: Revista la nave de los locos N 8. Universidad San Nicols Morelia. 1984.                                                     Foucault, Michel. El Sujeto y el Poder. Torres-Rivas Edelberto (comp.) En: Teoría y métodos. San José: Educa. 1990,                                                 Foucault, Michel. Asilos, Sexualidad y Prisiones. En: Estrategias de Poder. Volumen II, Barcelona: Editorial Paidos. 1999                                         Foucault, Michel. Verdad y Poder. En: Estrategias de Poder. Volumen II. Barcelona: Editorial Paidos. 2000.                                                                Foucault, Michel. Vigilar y Castigar: el Nacimiento de la Prisión. Madrid. Siglo Veintiuno editores. 2000.                                                                   Foucault, Michel. Estrategias de Poder. Volumen II, Barcelona: Editorial Paidos. 2000.

Otros Autores Consultados:

Bendix, R, y Lipset, S (comps). Clases, status y poder. Madrid. Editora Euroamericana 1972.                                                                                   Ceballos Héctor. Foucault y el Poder. Mexico: Ediciones Coyoacan. 1997. Holloway, John. Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, Buenos Aires: editorial Herramienta. 2002.                       Parsons, Talcott. El Sistema Social. Madrid: editorial Alianza 1999.


[1] Bendix, R., y Lipset, S (comps), Clases, status y poder, Madrid. Editora Euroamericana 1972

[2] Talcott, Parsons, El Sistema Social, Madrid: Editorial Alianza 1999, Pg. 122

[3] Foucault, Michel, 1999, Asilos, Sexualidad y Prisiones, En: Estrategias de Poder. Volumen II, Barcelona: Editorial Paidos, Pag. 283

[4] Cfr. Foucault, Michel, Microfsica del poder, Madrid: editorial la piqueta, 1980, Pg., 144

[5] Cf. Ceballos Hctor, 1997, Foucault y el Poder, Mxico: Ediciones Coyoacan, Pg. 67

[6] Idem., Ceballos, Héctor Pg. 67

[7] Idem.

[8] Foucault, Michel, 1999, Verdad y Poder; En: Estrategias de Poder. Volumen II, Barcelona: Editorial Paidos, Pg. 46

[9] Cfr. Ceballos Hctor, 1997, Foucault y el Poder, Mxico: Ediciones Coyoacan, Pg. 69

[10] Cfr. Maurizio Lazzarato, del Biopoder a la Biopolitica, documento bajado de Internet, el da 1 de agosto de 2006, http://sindominio.net/arkitzean/otrascosas/lazzarato.htm

[11] Foucault, Michel, 1999, Verdad y Poder; En: Estrategias de Poder. Volumen II, Barcelona: Editorial Paidos, Pg. 48

[12] Foucault, Michel, 1999, Estrategias de Poder. Volumen II, Barcelona: Editorial Paidos, Pg. 17-18

[13] Foucault, Michel, 2000, Vigilar y Castigar, Madrid, Siglo Veintiuno editores, Pg. 212

[14] Cfr. Foucault, Michel El poder y la norma, En: Revista la nave de los locos N 8, 1984, Universidad San Nicols Morelia.

[15] Foucault, Michel, 2000, Vigilar y Castigar, Madrid, Siglo Veintiuno editores, Pg. 146

[16] Cfr. Foucault, Michel, Microfísica del poder, Madrid: editorial la piqueta, 1980, Pg., 81

[17] Idem

[18] Idem 147

[19] Foucault, Michel, 1999, A propósito del encierro penitenciario; En: Un dialogo sobre el poder y otras conversaciones, Madrid: Alianza Editorial, Pg. 67

Masculinidad y emociones. Una aproximación a su construcción social (2016) Juan Carlos Ramírez Rodríguez

Introducción

Pareces mariquita. Aguántese m’ijo, ¿que no es hombre? Los niños grandes no lloran. Ya, ya hombre, no es pa’ tanto.

Las mujeres se guían por sus emociones y los hombres por la razón. Fue una afirmación propuesta a las y los jóvenes mexicanos como parte de la Encuesta Nacional de Juventud en el año 2005. Cada joven tenía la posibilidad de responder de “De acuerdo”, “Acuerdo en parte”, “En desacuerdo” y las opciones residuales “No sé” y “No contesta”.

La respuesta me sorprendió, porque esperaba una adhesión importante a esta creencia muy difundida y que suponía muy aceptada[1]. 21.4 y 19.9% a nivel nacional y en la zona metropolitana de Guadalajara, respectivamente, estuvieron de acuerdo con esta afirmación (Ramírez Rodríguez y López López, 2013). Esto es, apenas una persona joven de cada 5.

El “Pareces mariquita”, el “Aguántese m’ijo, ¿qué no es hombre?”, el “Los niños grandes no lloran”, el “Ya, ya hombre, no es pa’ tanto”, remite a pensar a los hombres, grandes y chicos, como individuos emocionales. ¿Cuál es la relación entre estas exigencias y las respuestas de las y los jóvenes en México y en la ZMG sobre la emoción y la razón en mujeres y hombres? Mejor todavía, ¿existe una relación entre ellas? Si la menor proporción de hombres y mujeres consideran a estos como no necesariamente racionales, ¿se puede suponer que ellos son tan emocionales como ellas?

Incluso ¿podría decirse que no es necesariamente la emocionalidad lo que define a los hombres y a las mujeres? Iniciar una problematización de la relación entre las emociones y el género de los hombres es el principal objetivo de esta comunicación. Pretendo cuestionar sobre la obviedad, esculcar sobre lo dicho acerca de las emociones en los hombres en algunos de los planteamientos teóricos sobre la construcción de las masculinidades.

También se presentará una breve incursión sobre algunos de los elementos teóricos de la perspectiva sociológica de las emociones, es particular, sobre la perspectiva constructivista. Incorporo algunos cuestionamientos sobre sus relaciones como posibilidades para conformar una línea de investigación de largo plazo.

I. Sobre las emociones en el género de los hombres.

Antes de presentar algunos de los señalamientos sobre las emociones que distintos autores hacen al proponer una concepción teórica del género de los hombres conviene puntualizar algunos puntos de partida. Cuándo nos referimos a la(s) masculinidad(es), al género de los hombres[2], ¿a qué nos estamos refiriendo o a qué queremos referirnos? ¿A ciertas características de ciertos hombres; al rol social que se les asigna; a los estereotipos que se construyen sobre ellos; a los significados que se les atribuyen; a las estructuras sobre las que se fincan las relaciones y las prácticas sociales entre hombres y mujeres?

Cada perspectiva tiene un sustento teórico y desde luego connotaciones interpretativas distintas. Es pertinente considerar las posibilidades y sopesarlas para una vez elegida una orientación, mantener una coherencia, y desde luego evitar la adopción acrítica de las propuestas teóricas. Aquí consideraré la masculinidad como:

a) Un proceso de búsqueda permanente y reafirmación constante de asimetrías y alternativas de cambio en las relaciones entre los géneros e intragenéricamente. Promover y mantenerlas o romper con ellas requiere un trabajo continuo que está estructurado socialmente.

b) La participación de los sujetos en este proceso de relaciones asimétricas se da tanto de forma consciente como inconsciente.

c) Es ante todo una relación de poder-resistencia-contrapoder. No es un sistema de complementariedad y distribución de papeles para los hombres y las mujeres que necesita un ordenamiento; más bien es un enfrentamiento de visiones del mundo y un espacio de prácticas sociales.

d) Es la construcción de un universo simbólico en constante cambio. Los significados que sobre el significante se construyen, se modifican con el tiempo. El universo de significantes encierra el mundo material y las relaciones sociales.

e) Las relaciones entre los géneros e intragenéricamente están traspasadas por la intersección del tiempo vital y secular. La temporalidad nos ayuda a comprender los procesos de simbolización y cambio de la masculinidad y de los géneros.

f) La masculinidad incide en el sujeto y lo transforma; éste, a su vez, posee elementos que pueden modificar la estructura social. La masculinidad es, entonces, una red de relaciones complejas de interconexión múltiple y no una relación lineal de dependencia entre estructura social (flecha) objeto sexuado (Ramírez Rodríguez, 2005).

La masculinidad como un campo de estudio forma parte y es deudor de los estudios de género con mujeres y del feminismo. No son espacios teóricos y de práctica social monolíticos, más bien su carácter multiforme los convierte en una fuente rica de proposiciones para comprender la realidad social en que están inmersas las mujeres y los hombres. Las proposiciones conceptuales son instrumentos elaborados críticamente para comprender fenómenos sociales particulares. Veamos ahora el sentido con que se aluden las emociones por parte de algunos estudiosos de la masculinidad.

Uno de los temas más relevantes en los estudios de género de los hombres son las relaciones de poder. El poder es generalmente concebido como control con diversidad de aristas. Kaufman (1997) en el artículo “Las experiencias contradictorias del poder entre los hombres”, cuestiona esta concepción que se presenta como unívoca y muestra sus contradicciones asociadas a la alienación y la opresión.

Por una parte reconoce que el poder también puede formularse “en función del potencial para usar y desarrollar nuestras capacidades humanas. Este punto de vista se basa en la idea de que somos hacedores y creadores, capaces de utilizar el entendimiento racional, el juicio moral, la creatividad y las relaciones emocionales.” (Kaufman, 1997:67).

En general el poder es entendido como imposición, como el control sobre otros y sobre sí mismo, “sobre nuestras indómitas emociones”. Este control sobre las emociones es uno de los costos que muchos hombres pagan para construirse como sujetos de masculinidad que respalda una hegemonía de género y reafirma las estructuras de la sociedad patriarcal.

La empatía, la receptividad, la compasión son rechazadas y generan dolor. El ejercicio de poder es fuente de dolor[3] y alienación porque el individuo y la colectividad, de la que forma parte, transforma su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debería esperarse de ella.

“La alienación de los hombres en la ignorancia de nuestras emociones, sentimientos y necesidades y de nuestro potencial para relacionarnos con el ser humano y cuidarlo (…) aumenta la solitaria búsqueda del poder y enfatiza nuestra convicción de que el poder requiere la capacidad de ser distante.” (Kaufman, 1997:72).

El aislamiento, consciente e inconsciente, produce una falta de diálogo entre hombres sobre como presentarse como sujetos de masculinidad durante las distintas etapas de ciclo vital. También se favorece la colusión, la complicidad entre hombres, que aunque juntos, difícilmente pueden llegar a intimidar, de manera que las dudas, confusiones y tensiones experimentadas como hombres terminan ocultándose por el temor a ser criticados. De esta manera se entretejen poder, dolor y miedo.

Una manera de presentar esquemáticamente esta compleja relación es la siguiente: la configuración de una práctica de género de un hombre opta por formas de control y dominación de sí mismo para poder hacerlo con los demás. Ello implica negar la expresión de emociones y de necesidades diversas (autocuidado, compasión, perdón. etc.), conlleva sufrimiento que no es posible manifestarlo porque sería signo de debilidad, feminización, generando temor, que se expresa como homofobia[4].

Para afirmarse masculino tiene que mostrar prácticas acordes a la concepción dominante de masculinidad. Existe una relación directa entre temor-dolor-control. El dolor y las heridas son producto de la forma en que se ejerce el poder patriarcal, que si bien es beneficiario de privilegios, deben también asumirse los costos implicados.

Nunca se llegan a suprimir las emociones, de manera que la represión genera intensificación y transmutación; una acumulación de energía emocional negativa (Turner, 2011) que nos hace más dependientes de ella y se buscan blancos socialmente aceptados para canalizarla, nos volvemos más dependiente de ellas expresándose en prácticas que infligen dolor que se es incapaz de reconocer, porque ha sido suprimido en sí mismos (Kaufman, 1999), entonces se presenta la violencia contra las mujeres, contra otros hombres, contra sí mismos.

La homofobia y la misoginia surgen como formas de acallar el miedo y dolor que genera en los hombres como constitutivo del ejercicio de poder patriarcal. Connell (1987) planteó en su libro Gender and Power. Society, the person and sexual politics, una estructura de relaciones para comprender la construcción de la masculinidad.

Consideró tres dimensiones: la laboral, la de poder y la cathexia. Esta última dimensión la desarrolla teniendo como referente a Freud. Considera la cathexia como aquello que está vinculado a lo emocional, que tiene una carga psíquica o energía instintual asociada a un objeto mental o a una imagen.

Las emociones asociadas a los objetos o imágenes pueden tener una carga hostil, negativa y no solamente aquellas energías emocionales que muestren afectos positivos; otra manera es presentarse como ambivalentes, que es la forma más común en las relaciones de cathexia. En The Man and the Boys (Connell, 2000), presenta el análisis de la cathexia en jóvenes australianos. El interés se centra en las experiencias sexuales de los jóvenes.

En ello aparecen distintas emociones como los celos, el amor y la vergüenza, entre otros, no hay un análisis específico de las emociones, sino que se aluden a las mismas como anexas a las vivencias que los jóvenes experimentan en sus prácticas sexuales. De la misma manera registra las percepciones y experiencias que tienen los jóvenes con su cuerpo y con el cuerpo de otros para analizar la importancia de lo corporal como elementos constitutivo de la masculinidad durante su desarrollo.

Las emociones, se enlistan, pero no se analizan. De esta forma, el potencial de la categoría cathexia, como el ámbito de lo emocional en la estructura de la masculinidad, podría ser un ámbito de exploración y desarrollo amplio. Bourdieu discutió en distintos momentos de su obra una conceptualización sobre la dominación social (Bourdieu y Wacquant, 1995).

Al aplicar esa reflexión a las relaciones entre hombres y mujeres utilizó el concepto de dominación masculina (Bourdieu, 2000), que no es otra cosa sino una versión de la crítica feminista a las estructuras de poder patriarcal en las distintas sociedades, con la particularidad de estar sustentado en las bases teóricas del campo y el habitus.

Una limitante de esta orientación es la concepción binaria recurrente, dominador/dominada, hombre/mujer, documentada en distintos pasajes de su trabajo. En su libro “La dominación masculina” apunta la importancia de las emociones, pasiones y sentimientos como elementos de la violencia simbólica.

“Los actos de conocimiento y de reconocimiento prácticos de la frontera mágica entre los dominadores y los dominados que la magia del poder simbólico desencadena, y gracias a las cuales los dominados contribuyen, unas veces sin saberlo y otras a pesar suyo, a su propia dominación al aceptar tácitamente los límites impuestos, adoptan a menudo la forma de emociones corporales -vergüenza, humillación, timidez, ansiedad, culpabilidad-o de pasiones y de sentimientos- amor, admiración, respeto-; emociones a veces aún más dolorosas cuando se traducen en unas manifestaciones visibles, como el rubor, la confusión verbal, la torpeza, el temblor, la ira o la rabia impotente, maneras todas ellas de someterse, aunque sea a pesar de uno mismo y como de mala gana, a la opinión dominante, y manera también de experimentar, a veces en el conflicto interior y el desacuerdo con uno mismo, la complicidad subterránea que un cuerpo que rehúye las directrices de la conciencia y de la voluntad mantiene con las censuras inherentes a las estructuras sociales.” (Bourdieu, 2000:55).

Las emociones, pasiones y sentimientos no son elementos accesorios en la comprensión de la construcción de la masculinidad dominante, son parte de los diversos mecanismos que permiten consciente o inconscientemente reproducir los procesos de asimetría social, que garantizan y refuerzan las posiciones dominantes, aún contra toda voluntad de transformación, ya que como el mismo Bourdieu anota: “Si bien es completamente ilusorio creer que la violencia simbólica puede vencerse exclusivamente con las armas de la conciencia de la voluntad, la verdad es que los efectos y las condiciones de su eficacia están duraderamente inscritos en lo más íntimo de los cuerpos bajo forma de disposiciones.” (Bourdieu, 2000:55).

Por ello es complejo y difícil modificar las prácticas de relación de dominación (que se ejemplifican en la violencia de género, la conciliación de los espacios y prácticas laborales y domésticas, la relación en los grupos de pares) porque la dominación está instituida no en el campo de lo cognitivo de manera exclusiva, sino está inscrito en los procesos de percepción del mundo, en las creencias, en las estructuras que moldean las dominación como parte de las instituciones: familia, escuela, trabajo, redes sociales, diversión, el humor, etc.

Inscrita en los cuerpos, en las emociones, sentimientos, percepciones, valoraciones y deseos, es una disposición duradera que se dispara en momentos clave como: la elección de pareja, la relación con hombres, con mujeres, la manera de relacionarse consigo mismo.

“La virilidad, entendida como capacidad reproductora sexual y social, pero también como aptitud para el combate y para el ejercicio de la violencia (en la venganza sobre todo), es fundamentalmente una carga. (…) el hombre <<realmente hombre>> es el que se siente obligado a estar a la altura de la posibilidad que se le ofrece de incrementar su honor buscando la gloria y la distinción en la esfera pública. La exaltación de los valores masculinos tiene su tenebrosa contrapartida en los miedos y las angustias que suscita la feminidad[5] (…) Todo contribuye así a hacer del ideal imposible de la virilidad el principio de una inmensa vulnerabilidad” (…) Al igual que el honor -o la vergüenza, su contrario, de la que sabemos que, a diferencia de la culpabilidad, se siente ante los demás-, la virilidad tiene que ser revalidada por los otros hombres, en su verdad como violencia actual o potencial, y certificada por el reconocimiento de la pertenencia al grupo de los <<hombres auténticos>>. Muchos ritos de institución, especialmente los escolares o los militares, exigen auténticas pruebas de virilidad orientadas hacia el reforzamiento de las solidaridades viriles. (Bourdieu, 2000:69-70).

Venganza, miedo, honra, angustia, vulnerabilidad, vergüenza, culpa. Un vendaval de emociones, sentimientos, pasiones que conducen a la configuración de una masculinidad caracterizada por la libido dominandi, a la que se sujeta y para fin de reafirmarse recurre a violaciones colectivas (un ejemplo reciente es la violación de turistas españolas en la ciudad de Acapulco[6]), visitas colectivas al burdel. Igual sucede con las formas de “valentía” reconocidas por el ejército o la policía (Figueroa Perea, 2007), por los grupos de élite, por las bandas de delincuentes (Cruz Sierra, En prensa), incluso colectivos en el espacio laboral, como los trabajadores de la construcción que rechazan medidas de seguridad, desafían el peligro a través de fanfarronerías y son responsables de accidentes y muertes (López Gallegos, 2008).

El principio de estas acciones está en el miedo al rechazo del grupo, ser considerado como débil. La valentía-cobardía, al parecer es una suerte de transmutación derivado del miedo reprimido (Turner, 2011). ¿Cómo sistematizar este complejo conjunto de emociones que surgen y dan sentido a las relaciones sociales, a la construcción del género de los hombres? ¿Son resultado de la estructura social o son parte de la misma? ¿Las emociones tienen origen y son expresión de nuestra condición biológica o son una suerte de procesos socioculturales o una combinación biosociocultural? ¿Son las emociones una ventana para comprender las configuraciones de las masculinidades o son atributos? ¿Nos ayudan a entender las prácticas de género de los hombres en sus distintos campos de relación social?

Sin el ánimo de dar respuesta a estos cuestionamientos, pero sí de brindar algunas pistas de la importancia de las emociones bajo una óptica sociocultural, pasemos al siguiente apartado.

II. Las emociones desde una perspectiva social

Hay distintas propuestas que tratan de caracterizar lo que son la emociones. Elster (2001) propone algunas de ellas, que considera que no se pueden universalizar. Así anota las siguientes: Sensación cualitativa singular Aparición súbita Imprevisibilidad Corta duración La desencadena un estado cognitivo Dirigidas hacia un objeto intencional Inducen cambios fisiológicos (excitación) Tienen expresiones fisiológicas y fisonómicas Inducen tendencia a realizar determinadas acciones Van acompañadas de placer o dolor (valencia) (Elster, 2001:35).

Estas características o propiedades de las emociones orientan a pensarlas como procesos complejos y multidimensionales que requieren de un ordenamiento no basado en sí mismas, sino en un sustento teórico que proporcione sentido, orden y estructura de éstas y quizá otras características. Más que campo disciplinar, las emociones convocan a diversidad de disciplinas para estudiarlas, aportando métodos y técnicas de aprehensión particulares para describir y analizar sus distintas facetas y relaciones (Stets y Turner, 2007). Veamos algunas de ellas. Se han propuesto tres modelos para su comprensión: Orgánico o biológico que considera las emociones como naturales, involuntarias y universales; Interactivo en que la génesis de las emociones es una mezcla biológica y social, las emociones son producto de las interacciones; Construcción social que las entiende como productos socioculturales con distinto grado de radicalidad, la más acendrada concibe incluso las emociones primarias como productos socioculturales porque intervienen procesos congnitivos (creencias, juicios) que no pueden atribuirse a seres no humanos.

Por otro lado se encuentra una vertiente no radical o débil que considera tanto componentes biológicos como socioculturales (Enríquez Rosas, 2009). Otra manera de acercarse a analizar las emociones desde una orientación sociológica es la propuesta por Bericat Alastuey (2000), que distingue: la sociología de las emociones, la sociología con emociones, y la emoción en la sociología. La sociología ‘de’ la emoción estudia las emociones haciendo uso del aparato conceptual y teórico de la sociología, o sea, estudia las relaciones entre la dimensión social y la dimensión emocional del ser humano.

Considera a Kemper como uno de sus exponentes, que relaciona los conceptos claves como son el estatus y el poder con cuatro emociones negativas: depresión, vergüenza, culpa y miedo. La sociología ‘con’ emociones representa la voluntad de incorporar el componente emotivo en las investigaciones. En este caso, Hochschild muestra como la incorporación de las emociones en el estudio sociológico contribuye a descubrir fenómenos sociales y la definición precisa de su naturaleza. La emoción ‘en’ la sociología incorpora las emociones al análisis metateórico. En este vertiente Scheff trata la comprensión social de los sentimientos de vergüenza y orgullo. Él considera que “los vínculos instrumentales que puedan unirlos a las personas, nuestros vínculos propiamente sociales que se definen y alimentan por los procesos emotivos de la vergüenza y el orgullo. Una interacción social no susceptible de provocar los vergüenza u orgullo no constituye un vínculo social en sentido estricto.” (Bericat Alastuey, 2000:151).

Cada modelo u orientación representa un potencial para explicar distintos componentes de la construcción social del género de los hombres. Dado mi interés en la orientación constructivista, retomo el planteamiento que Bericat denomina como “sociología con emociones” y presento algunos planteamientos elaborados por Gordon (1990).

Gordon identifica cuatro dimensiones de las emociones: 1. El origen de las emociones que considera están sujetas a una definición social. 2. La temporalidad. Emociones como de corto plazo y largo plazo. Las primeras tienen particular importancia para la psicología, en cambio las de largo plazo (por ejemplo: el amor, la amistad, la venganza) lo son para las ciencias sociales. 3. La estructura se refiere a la organización social de las emociones que puede ser parcial o totalmente independiente de los que el individuo experimenta de manera particular. 4. El cambio de las emociones a nivel micro no tienen una causa psicológica pura.

¿Cómo describir las emociones? La experiencia y el comportamiento permiten acercarse a la descripción de las emociones considerando cuatro aspectos: 1. Sensaciones corporales. Son los estados orgánicos y sus transformaciones, cuando tienen impacto en la acción social, entonces adquieren relevancia para el análisis social. 2. Expresiones gestuales y acciones moduladas socialmente. 3. La situación social o relacional que tiene un componente cognitivo y otro social. 4. Cultura emocional. Para cada emoción aprendemos un vocabulario asociado, normas y creencias acerca de ella. Las emociones son un sistema abierto y por tanto todos los elementos que las componen y aquellos con los que entran en contacto son no sólo factibles de estudiarse sino que es deseable hacerlo.

Ahora bien, pensando en las implicaciones que tiene para los hombres ¿cómo se va construyendo el universo emocional ligado a la masculinidad? Una posibilidad es identificar el vocabulario que los hombres utilizamos para referir las emociones, vocabulario compuesto por: a) experiencias comunes compartidas por los hombres; b) atendiendo aspectos significativos de la interacción social; c) identificando las unidades que son suficientemente distintas. Al respecto cabe preguntarse ¿cómo se denominan las emociones por los hombres? ¿Existe una subcultura emocional entre los hombres? ¿El humor, el doble sentido, el albur forma parte del acervo emocional compartido por los hombres, o es un espacio sociocultural lúdico que favorece la expresión emocional y en tal sentido otro ámbito de discusión diferenciado de las emociones?

Kaufman (1997) entre otros autores[7] advierte que existe un semivacío emocional en los hombres, porque suprimen aquellas que lo pueden colocar en una situación de descrédito en su entorno, por tanto, parecería que no se cuenta con recursos para identificar determinado tipo de emociones. ¿Cuáles son los problemas que se desarrollan en la interacción social cuando se carece de nombres para las emociones o cuando un dominio emocional amplio como puede ser la tristeza es solamente discriminado por el lenguaje de una manera burda?

Esta inquisición sugerida por Gordon resulta pertinente para comprender la vida emocional de los hombres, que no tenemos un desarrollo amplio y suficiente para denominar las distintas experiencias emocionales por las que transitamos y se necesitan explorar éstas no sólo a través de listados de palabras referidas a emociones, sino reconocerlas en las conversaciones abiertas, en la gestualidad, en los sentimientos que se experimentan poniendo atención en el caló, en los regionalismos, en el leguaje ambiguo e incompleto, en los juegos en que participan.

Los hombres nos vamos construyendo como sujetos de género a lo largo del ciclo vital. La socialización en la familia es fundamental y es muy probable que esta sea una instancia de formación universal.

Los y las cuidadoras de los niños modelan su experiencia emocional de distintas maneras, al estimularlos ya sea sancionando o premiando: “los muchachos grandes no lloran”, “no te escucho como si realmente estuvieras arrepentido”; las mujeres cuidadoras son menos tolerantes al enojo de los niños que los hombres. Esta socialización diversa relacionada con diferentes agentes de socialización nos pueden proporcionar información sobre el vocabulario, las normas, los estilos de expresión y la manera como se integran todos dentro de una persona que manifiesta un comportamiento y una experiencia emocional particular.

Sin duda alguna es relevante la socialización y cómo ésta impacta la construcción de las emociones. Berger y Luckman son enfáticos en señalar que la socialización primaria tiene un impacto en la configuración identitaria en la niñez porque está acompañada de un componente emocional, por tanto, es difícil su modificación. En cambio la socialización secundaria es más endeble y factible de modificarse (Berger y Luckman, 2011).

Considerando la socialización ¿cómo se vertebra la formación o educación emocional a lo largo del ciclo de vida? ¿Cuáles emociones son reconocidas, nombradas y estimuladas? ¿Existe un proceso secuencial en la construcción de la vida emocional de los hombres? Si es así, ¿cuál es la secuencia de socialización de las emociones entre los hombres? ¿Cuáles son los espacios y relaciones particulares de mayor fuerza: la familia, la escuela, los grupos de pares, el espacio laboral, los ámbitos recreativos y de ocio?

En las últimas dos décadas han aparecido grupos de hombres que trabajan con hombres atendiendo problemas de violencia por lo que es pertinente preguntarse ¿cuáles son las implicaciones emocionales de los hombres en procesos de resocialización de género? Hasta dónde ésta resocialización incorpora elementos moralizantes y si están presentes como impacta en la reconfiguración de las emociones de los hombres participantes. Otras fuentes socioculturales que impactan la construcción emocional de los sujetos son las publicaciones científicas; los discursos religiosos; los manuales de comportamiento cívico y urbano; las revistas de esparcimiento y ocio. Este es un espacio sociocultural privilegiado para el análisis por ser una vitrina que exhibe la manera como se promueve, reafirma, rechaza y sanciona expresiones emocionales genéricas que tensionan las relaciones entre mujeres y hombres, y entre hombres.

México que es reconocido como una país en que el promedio de libros leídos por persona en muy bajo, paradójicamente tiene grandes tirajes de comic’s como la revista “Vaquero” y que promueve no sólo prácticas sino una vida emocional de género, ¿qué impacto tienen este tipo de revistas en los hombres que las consumen? En iguales circunstancia se encuentran las revistas Playboy, Men’s Health, entre otras.

Otro ámbito de exploración de trascendencia es la institucionalización de las emociones. Las instituciones tienen asociadas formas de expresión emocional específicas, por ejemplo, la institución matrimonial institucionaliza emociones como el amor y la expresión sexual; los militares organizan el enojo o el regocijo en la batalla8[8]la religión gobierna la tristeza sobre la muerte y la pérdida; el deporte y el juego, la sorpresa.

La desinstitucionalización de las emociones, pone como ejemplo la ritualización del coraje y la agresión entre los aficionados, que en el futbol mexicano han añadido elementos simbólicos y de territorialidad, el uso de un lenguaje insultante, agresivo y homofóbico.

La “Barra 51” del Atlas popularizó y fue acogido sin ninguna reserva por otras barras de clubes el grito “Eeeeeeeeeeeeehhh ¡puuutoos! En el momento de que despeja el portero contrario. Estos procesos en el que están en constante tensión la institucionalización y la desinstitucionalización de las emociones, en otras palabras lo que se controla y lo que se desborda y que configura formas de masculinidad tienen trascendencia por los efectos lesivos que producen y merecen atención.

III. A manera de cierre.

Se ha presentado un apunte sobre las emociones aludidas en algunos planteamientos teóricos sobre el género de los hombres, las masculinidades. No existe una homogeneidad sin distintos énfasis en el componente emocional. La sistematización teórica desde los estudios de género de los hombres sobre las emociones necesita ser desarrollada, porque, lo que si se evidencia es su centralidad en la definición de las configuraciones genéricas.

La sociología de las emociones, en particular el constructivismo social abren una ventana para sistematizar un estudio de largo plazo sobre la relación entre emociones y masculinidad.

Se han incorporado una serie de cuestionamientos preliminares con el fin de estimular una discusión que pueda fructificar en el corto plazo en la elaboración de una línea de investigación sobre este importante campo del conocimiento.

Referencias

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[1] 1 Es pertinente cuestionar acerca de esta afirmación y su respuesta que en apariencia es contundente. Habría que explorar las implicaciones que tiene la racionalidad como práctica social y sus formas de expresión, espacios, actores, etc. Por tanto, caben algunas preguntas como las siguientes: ¿Qué significa la razón? ¿Cómo se interpreta? ¿Cómo se ejerce o cuáles son sus formas de práctica social? ¿Cómo se constituye en una práctica social y se adquiere una connotación de género, de apropiación de la masculinidad o de una configuración(es) de masculinidad(es)? ¿Acaso no se contrapone con la herencia de la modernidad, con la ilustración, como argumenta Seidler (2000)? ¿Hasta dónde ha permeado esto en la sociedad mexicana, tapatía? ¿Tienes relación con la clase social o con el entorno cultural ilustrado, porque entre quienes no han desarrollado habilidades argumentativas que son producto del ejercicio racional, los argumentos son sustituidos por la coerción? Eso se puede observar en las relaciones de violencia, no sabemos nombrar las emociones, sentimientos, entonces se trasladan a acciones, a la quinesia corporal.

[2] Desde luego que otras perspectivas se contraponen a este planteamiento, por ejemplo la perspectiva mitopoética de la masculinidad, se sustenta en otras premisas teóricas, recurren a los arquetipos jungeanos que definirían desde un lugar del inconsciente colectivo lo que se considera como lo masculino con un carácter universal. En tal sentido puede consultarse a Moore y Gillette (1993) y Thompson (1993).

[3] “Las entrevistas con violadores y con hombres que han golpeado a mujeres muestran no sólo desprecio hacia ellas, sino frecuentemente un odio y un desprecio mucho más profundos hacia sí mismos. Es como si, incapaces de soportarse, atacaran a otros, posiblemente para infligir sentimientos similares a quienes han sido definidos como un blanco socialmente aceptable, para experimentar una sensación momentánea de poder y control.” (Kaufman, 1997:72) 4 Para una discusión sobre este concepto ver Núñez Noriega (2005), Kimmel (1994).

[4]

[5] Godelier (1986) describe en detalle los miedos que los hombres baruya experimentan por la resistencia con que las mujeres pueden enfrentar la dominación de ellos y que ha derivado incluso en asesinatos o suicidios.

[6] Lo refiero no porque sea algo extraordinario (que debería serlo), sino porque ha recibido atención mediática y ha sido del conocimiento general. Desafortunadamente es una práctica frecuente y silenciada (http://www.eluniversal.com.mx/notas/900757.html, http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/c177db937c7f4deb5ef6f32cca6aeec8).

[7] Seidler (2000) a partir del trabajo en grupos de consciencia entre hombres y la reflexión filosófica y de la teoría social; Castañeda Gutman (2002) desde la perspectiva psicoterapéutica.

[8] De la que tenemos experiencias cotidianas en nuestro convulsionado país, dada la violencia institucionalizada.

Le nouveau monde surgit devant nous par Thierry Meyssan (octobre 2019)

Cest un moment qui n’arrive qu’une ou deux fois par siècle. Un nouvel ordre du monde surgit. Toutes les références antérieures disparaissent. Ceux qui étaient voués aux gémonies triomphent tandis que ceux qui gouvernaient sont précipités aux enfers. Les déclarations officielles et les interprétations que livrent les journalistes ne correspondent manifestement plus aux événements qui s’enchainent. Les commentateurs doivent au plus vite changer leur discours, le renverser en totalité ou être happés par le tourbillon de l’Histoire.

En février 1943, la victoire soviétique face au Reich nazi marquait le basculement de la Seconde Guerre mondiale. La suite des événements était inéluctable. Il fallut pourtant attendre le débarquement anglo-états-unien en Normandie (juin 1944), la conférence de Yalta (février 1945), le suicide du chancelier Hitler (avril 1945) et enfin la capitulation du Reich (8 mai 1945) pour voir se lever ce monde nouveau.

En un an (juin 44-mai 45), le Grand Reich avait été remplacé par le duopole soviéto-US. Le Royaume-Uni et la France, qui étaient encore les deux premières puissances mondiale, douze ans plus tôt, allaient assister à la décolonisation de leurs Empires.

C’est un moment comme celui-là que nous vivons aujourd’hui.

Chaque période historique a son propre système économique et construit une super-structure politique pour le protéger. Lors de la fin de la Guerre froide et de la dislocation de l’URSS, le président Bush père démobilisa un million de militaires US et confia la recherche de la prospérité aux patrons de ses multinationales.

Ceux-ci firent alliance avec Deng Xiaoping, délocalisèrent les emplois US en Chine qui devint l’atelier du monde. Loin d’offrir la prospérité aux citoyens US, ils accaparèrent leurs profits, provoquant progressivement la lente disparition des classes moyennes occidentales. En 2001, ils financèrent les attentats du 11 septembre pour imposer au Pentagone la stratégie Rumsfeld/Cebrowski de destruction des structures étatiques. Le président Bush fils transforma alors le « Moyen-Orient élargi » en théâtre d’une « guerre sans fin ».

La libération en une semaine d’un quart du territoire syrien n’est pas seulement la victoire du président Bachar el-Assad, « l’homme qui depuis huit ans doit partir », elle marque l’échec de la stratégie militaire visant à établir la suprématie du capitalisme financier. Ce qui paraissait inimaginable a eu lieu. L’ordre du monde a basculé. La suite des événements est inévitable.

La réception en très grande pompe du président Vladimir Poutine en Arabie saoudite et aux Émirats arabes unis atteste du spectaculaire revirement des puissances du Golfe qui basculent dès à présent dans la camp russe.

La tout aussi spectaculaire redistribution des cartes au Liban sanctionne le même échec politique du capitalisme financier. Dans un pays dollarisé où l’on ne trouve plus de dollars depuis un mois, où les banques ferment leurs guichets et où les retraits bancaires sont limités, ce ne sont pas des manifestations anti-corruption qui stopperont le renversement de l’ordre ancien.

Les convulsions de l’ordre ancien s’étendent. Le président équatorien, Lenín Moreno, attribue la révolte populaire contre les mesures imposées par le capitalisme financier à son prédécesseur, Rafael Correa qui vit en exil en Belgique, et à un symbole de la résistance à cette forme d’exploitation humaine, le président vénézuélien Nicolás Maduro, bien qu’ils n’aient aucune influence dans son pays.

Le Royaume-Uni a déjà replié ses forces spéciales de Syrie et tente de sortir de l’État supranational de Bruxelles (Union européenne). Après avoir pensé conserver le Marché commun (projet de Theresa May), il décide de rompre avec toute la construction européenne (projet de Boris Johnson). Après les erreurs de Nicolas Sarkozy, de François Hollande et d’Emmanuel Macron, la France perd subitement toute crédibilité et influence.

Les États-Unis de Donald Trump cessent d’être la « nation indispensable », le « gendarme du monde » au service du capitalisme financier pour redevenir eux-mêmes une grande puissance économique. Ils retirent leur arsenal nucléaire de Turquie et s’apprêtent à fermer le CentCom au Qatar. La Russie est reconnue par tous comme le « pacificateur » en faisant triompher le droit international qu’elle avait créé en convoquant, en 1899, la « Conférence internationale de la paix » de La Haye, dont les principes ont été depuis foulés aux pieds par les membres de l’Otan.

Comme la Seconde Guerre mondiale a mis fin à la SDN pour créer l’Onu, ce monde nouveau va probablement accoucher d’une nouvelle organisation internationale fondée sur les principes de la Conférence de 1899 du tsar russe Nicolas II et du Prix Nobel de la paix français, Léon Bourgeois. Il faudra pour cela d’abord dissoudre l’Otan, qui tentera de survivre en s’élargissant au Pacifique, et l’Union européenne, État-refuge du capitalisme financier.

Il faut bien comprendre ce qui se passe. Nous entrons dans une période de transition. Lénine disait, en 1916, que l’impérialisme était le stade suprême de la forme de capitalisme qui disparut avec les deux Guerres mondiales et la crise boursière de 1929. Le monde d’aujourd’hui est celui du capitalisme financier qui ravage une à une les économies pour le seul profit de quelques super-riches. Son stade suprême supposait la division du monde en deux : d’un côté les pays stables et mondialisés, de l’autre des régions du monde privées d’États, réduites à n’être que de simples réserves de matières premières. Ce modèle, contesté aussi bien par le président Trump aux États-Unis, les Gilets jaunes en Europe occidentale ou la Syrie au Levant agonise sous nos yeux.

Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder entre los hombres Michael Kaufman

En un mundo dominado por los hombres, el de éstos es, por definición, un mundo de poder. Ese poder es una parte estructurada de nuestras economías y sistemas de organización política y social; hace parte del núcleo de la religión, la familia, las expresiones lúdicas y la vida intelectual.

Individualmente mucho de lo que nosotros asociamos con la masculinidad gira sobre la capacidad del hombre para ejercer poder y control.

Sin embargo, la vida de los hombres habla de una realidad diferente. Aunque ellos tienen el poder y cosechan los privilegios que nuestro sexo otorga, este poder está viciado.[1]

Existe en la vida de los hombres una extraña combinación de poder y privilegios, dolor y carencia de poder. Por el hecho de ser hombres, gozan de poder social y de muchos privilegios, pero la manera como hemos armado ese mundo de poder causa dolor, aislamiento y alienación tanto a las mujeres como a los hombres.

Esto no significa equiparar el dolor de los hombres con las formas sistemáticas de opresión sobre las mujeres, solamente quiere decir que el poder de los hombres en el mundo –cuando estamos descansando en la casa o caminando por las calles, dedicados al trabajo o marchando a través de la historia– tiene su costo para nosotros. Esta combinación de poder y dolor es la historia secreta de la vida de los hombres, la experiencia  contradictoria del poder entre ellos.

La idea de estas experiencias contradictorias no simplemente sugiere que en la vida de los hombres se encuentran el dolor y el poder. Tal afirmación ocultaría el carácter central de su poder y las causas del dolor dentro de ese poder.

La clave, en realidad, es la relación entre los dos. Como sabemos, el poder social de los hombres es la fuente de su poder y privilegios individuales, pero como veremos, también es la fuente de su experiencia individual de dolor y alienación. Este dolor puede convertirse en un impulso para la reproducción individual –la aceptación, afirmación, celebración y propagación– del poder individual y colectivo de los hombres, pero además puede servir de impulso para el cambio.[2]

La existencia del dolor de los hombres no puede servir de excusa para actos de violencia u opresión a manos de éstos. Después de todo, el marco global para este análisis es el punto básico del feminismo –y aquí afirmo lo obvio–: que casi todos los seres humanos viven actualmente dentro de sistemas de poder patriarcal que privilegian a los hombres y estigmatizan, penalizan y oprimen a las mujeres.

Más bien, el reconocimiento [3] de tal dolor es un medio para poder entender mejor a los hombres y el carácter complejo de las formas dominantes de la masculinidad.

La toma de conciencia de las expresiones contradictorias del poder entre los hombres nos permite entender mejor las interacciones entre clase, orientación sexual, etnicidad, edad y otros factores en la vida de los hombres; por esto hablo de experiencias contradictorias de poder en forma plural. Nos permite entender mejor el proceso de adquisición del género para los hombres. Nos permite captar mejor lo que podríamos clasificar como el trabajo genérico de una sociedad.

La comprensión de las experiencias contradictorias del poder entre los hombres nos permite, cuando sea posible, acercarnos a ellos con compasión, aun cuando seamos críticos severos de acciones y creencias particulares y desafiemos las formas dominantes de la masculinidad. Tal comprensión puede ser vehículo para entender cómo algunos buenos seres humanos pueden hacer cosas horribles y cómo algunos tiernos niños pueden convertirse en horribles adultos. Nos puede ayudar a entender la forma de llegar a la mayoría de los hombres con un mensaje de cambio. Es, en pocas palabras, la base para que los hombres acepten el feminismo.

Este artículo desarrolla el concepto de las experiencias contradictorias del poder entre los hombres dentro de un análisis del poder de género, del proceso social-psicológico de desarrollo del género y de la relación entre poder, alienación y opresión. Aborda el surgimiento de una posición profeminista entre los hombres, buscando explicar el fenómeno dentro de un análisis de experiencias contradictorias del poder entre ellos. Concluye con algunas ideas sobre las implicaciones de este análisis para el desarrollo de prácticas contrahegemónicas por parte de hombres profeministas, que puedan tener un atractivo masivo y un amplio impacto social.

I. Experiencias contradictorias del poder entre los hombres

Género y poder

La teorización en torno a las experiencias contradictorias del poder entre los hombres comienza con dos distinciones.

La primera es la bien conocida, pero demasiadas veces ignorada distinción entre sexo biológico y género socialmente construido. La segunda, que se deriva de la primera, es el hecho de que no existe una sola masculinidad, aunque haya formas hegemónicas y subordinadas de ésta. Tales formas se basan en el poder social de los hombres, pero son asumidas de manera compleja por hombres individuales que también desarrollan relaciones armoniosas y no armoniosas con otras masculinidades.

La importancia entre la distinción entre sexo y género en este contexto es una herramienta conceptual básica que sugiere cómo partes integrales de nuestra identidad, comportamiento, actividades y creencias individuales pueden ser un producto social que varía de un grupo a otro, a menudo en contradicción con otras necesidades y posibilidades humanas. Nuestro sexo biológico –ese pequeño conjunto de diferencias absolutas entre todos los machos y hembras– no prescribe una personalidad fija y estática. La distinción sexo/género[4] sugiere que existen características, necesidades y posibilidades dentro del potencial humano que están consciente e inconscientemente suprimidas, reprimidas y canalizadas en el proceso de producir hombres y mujeres. Es de estos productos, lo masculino y lo femenino, el hombre y la mujer, de lo que trata el género.[5]

El género es la categoría organizadora central de nuestra psique, el eje alrededor del cual organizamos nuestra personalidad; además, a partir de él se desarrolla un ego distintivo. Es tan imposible separar a Michael Kaufman-ser humano de Michael Kaufman-hombre, como hablar de las actividades de la ballena sin referirse al hecho de que ésta pasa toda la vida en el agua.

Los discursos sobre el género han tenido dificultades para liberarse de la noción, fácil pero limitada, de roles sexuales. Sin duda los roles, expectativas e ideas acerca del comportamiento [6] apropiado sí existen, pero la esencia del concepto de género no está en la prescripción de algunos roles y la proscripción de otros; después de todo, la gama de posibilidades es amplia y cambiante y, además, rara vez son adoptados sin conflicto. Al contrario, lo clave del concepto de género radica en que éste describe las verdaderas relaciones de poder entre hombres y mujeres y la interiorización de tales relaciones.

Las experiencias contradictorias de poder entre los hombres se dan en el campo del género, lo que sugiere que en cierto sentido la experiencia de género es conflictiva. Sólo una parte del conflicto se da entre las definiciones sociales de masculinidad y las posibilidades abiertas a nosotros dentro de nuestro sexo biológico. También hay conflicto debido a la imposición cultural de lo que Bob Connell llama formas hegemónicas de masculinidad.[7]

Mientras que para la mayoría de los hombres es simplemente imposible cumplir los requisitos de los ideales dominantes de la masculinidad, éstos mantienen una poderosa y a menudo inconsciente presencia en nuestras vidas.

Tienen poder porque describen y encarnan verdaderas relaciones de poder entre hombres y mujeres, y de los hombres entre sí: el patriarcado existe no sólo como un sistema de poder de los hombres sobre las mujeres, sino de jerarquías de poder entre distintos grupos de hombres y también entre diferentes masculinidades.

Los ideales dominantes varían marcadamente de una sociedad a otra, de una época a otra y, hoy en día, de década en década. Cada subgrupo, con base en la raza, la clase, la orientación sexual, etc., define el ser hombre acorde con las posibilidades económicas y sociales del grupo en cuestión. Por ejemplo, parte del ideal de masculinidad entre hombres blancos norteamericanos de clase obrera enfatiza la destreza y habilidad físicas para manipular el medio ambiente, mientras parte del ideal de sus homólogos de clase media alta enfatiza las habilidades verbales y la habilidad para manipular el ambiente por medios económicos, sociales y políticos.

Cada imagen dominante lleva una relación con las posibilidades reales en la vida de estos hombres y las herramientas que tienen a su disposición para el ejercicio de alguna forma de poder.[8]

Poder y masculinidad

Poder, en efecto, es el término clave a la hora de referirse a masculinidad hegemónica. Como he argumentado detenidamente en otra parte, el rasgo común de las formas dominantes[9] de la masculinidad contemporánea es que se equipara el hecho de ser hombre con tener algún tipo de poder.

Existen, por supuesto, distintas maneras de conceptualizar y describir el poder. El filósofo político C.B. Macpherson señala las tradiciones liberales y radicales de los últimos dos siglos, y nos dice que una de las maneras como hemos llegado a concebir el poder humano, es en función del potencial para usar y desarrollar nuestras capacidades humanas. Este punto de vista se basa en la idea de que somos hacedores y creadores, capaces de utilizar el entendimiento racional, el juicio moral, la creatividad y las relaciones emocionales.[10]

Tenemos el poder de satisfacer nuestras necesidades, de luchar contra las injusticias y la opresión, el poder de los músculos y el cerebro, y de amar.

Todos los hombres, en mayor o menor grado, experimentan estos significados del poder.

El poder, obviamente, tiene otra manifestación, más negativa. Los hombres hemos llegado a verlo como una posibilidad de imponer el control sobre otros y sobre nuestras indómitas emociones. Significa controlar los recursos materiales a nuestro alrededor. Esta forma de entender el poder se funde con el que describe Macpherson, porque parece que en sociedades basadas en jerarquías y desigualdades, no todo el pueblo cuenta con la posibilidad de desarrollar sus capacidades en igual medida. Uno tiene poder si puede tomar ventaja de las diferencias existentes , entre la gente. Siento que puedo tener poder sólo si puedo acceder a mayores recursos que usted. El poder es visto como poder sobre algo o sobre alguien más.

Pese a que todos experimentamos el poder de diversas formas, algunas que celebran la vida y la diversidad, y otras que giran sobre el control y la dominación, los dos tipos de experiencias no son iguales a los ojos de los hombres, siendo la última la concepción dominante del poder en nuestro mundo.

La equiparación de poder con dominación y control es una definición que ha surgido a través del tiempo, en sociedades en las cuales algunas divisiones son fundamentales para organizar nuestras vidas: una clase tiene el control sobre los recursos económicos y políticos, los adultos tienen el control sobre los niños, los hombres tratan de controlar la naturaleza, los hombres dominan a las mujeres, y en muchos países un grupo étnico, racial, religioso o de determinada orientación sexual tiene el control sobre los demás. Existe sin embargo un factor común a estas sociedades: todas son dominadas por hombres. La equiparación de la masculinidad con el poder es un concepto que ha evolucionado a través de los siglos, y ha conformado y ha justificado a su vez la dominación de los hombres sobre las mujeres en la vida real y su mayor valoración sobre éstas.

Los hombres como individuos interiorizan estas concepciones en el proceso de desarrollo de sus personalidades ya que, nacidos en este contexto, aprendemos a experimentar nuestro poder como la capacidad de ejercer el control. Los hombres aprenden a aceptar y a ejercer el poder de esta manera porque les otorga privilegios y ventajas que ni los niños ni las mujeres disfrutan en general. La fuente de tal poder está en la sociedad que nos rodea, pero aprendemos a ejercerlo como propio. Este es un discurso de poder social, pero el poder colectivo de los hombres no sólo radica en instituciones y estructuras abstractas sino también en las formas de interiorizar, individualizar, encarnar y reproducir estas instituciones, estructuras y conceptualizaciones del poder masculino.

El trabajo de género (No sé si es la mejor traducción, es la que pusieron en Colombia)

La forma como se interioriza el poder es la base para una relación contradictoria con éste.[11] El corpus de trabajo más importante que estudia este proceso es, paradójicamente, el de uno de los patriarcas intelectuales más famosos del siglo XX, Sigmund Freud. No importa cuán insuficientes hayan sido sus creencias sexistas y confusas ideas acerca de la sexualidad femenina, este autor identificó los procesos psicológicos y las estructuras por medio de las cuales se construye el concepto de género. Los trabajos de Nancy Chodorow, Dorothy Dinnerstein y Jessica Benjamin y, en un sentido diferente, los escritos psicoanalíticos de Gad Horowitz, hacen un aporte importante a la comprensión de los procesos por medio de los cuales el género se adquiere individualmente.[12]

El desarrollo individual de una personalidad masculina normal es un proceso social dentro de las relaciones familiares patriarcales.[13] La posibilidad de construir el género radica en dos realidades biológicas: la maleabilidad de los impulsos humanos y el largo período de dependencia infantil. Sobre esta estructura biológica puede operar un proceso social por cuanto este período de dependencia es vivido en sociedad. Dentro de diversas formas de familia, cada sociedad provee un escenario en el cual el amor y el anhelo, el apoyo y la desilusión permiten el desarrollo de una psique genérica. La familia da un sello personalizado a las categorías, valores, ideales y creencias de una sociedad en donde el sexo es un aspecto fundamental de autodefinición y vida.

La familia toma los ideales abstractos y los convierte en la sustancia del amor y el odio. En la medida en que la feminidad es representada por la madre (o por figuras maternas) y la masculinidad por el padre (o figuras paternas), tanto en la familia nuclear como en la familia extensa, los conceptos se encarnan. Ya no hablamos de patriarcado y sexismo o de masculinidad y feminidad, como categorías abstractas. Me estoy refiriendo a su madre y su padre, a sus hermanas y hermanos, a su hogar, sus parientes y su familia.[14]

A la edad de cinco o seis años, antes de que tengamos muchos conocimientos conscientes acerca del mundo, los elementos para la construcción de nuestra personalidad genérica están firmemente anclados. Sobre esta estructura construimos al adulto mientras aprendemos a sobrevivir y, con suerte, a prosperar dentro de un conjunto de realidades patriarcales que incluye la escuela, los establecimientos religiosos, los medios masivos y el mundo laboral.

La interiorización de las relaciones de género es un elemento en la construcción de nuestras personalidades, es decir, la elaboración individual del género, y nuestros propios comportamientos contribuyen a fortalecer y a adaptar las instituciones y estructuras sociales de tal manera que, consciente o inconscientemente, ayudamos a preservar los sistemas patriarcales. Este proceso, considerado en su totalidad, constituye lo que yo llamo el “trabajo de género” de una sociedad. En virtud de las múltiples identidades de los individuos y de las formas complejas en que todos encarnamos tanto el poder como su carencia –como resultado de la interacción entre nuestro sexo, raza, clase, orientación sexual, etnicidad, religión, capacidades intelectuales y físicas, y la simple suerte–, el trabajo de género no es un proceso lineal. Pese a que los ideales de género existen como masculinidades y feminidades hegemónicas, y a que el poder de género es una realidad social, cuando vivimos en sociedades heterogéneas luchamos con presiones, exigencias y posibilidades que están frecuentemente en conflicto.

La noción de trabajo de género sugiere que existe un proceso activo que crea y recrea el género, que este proceso puede ser permanente, con tareas particulares en momentos particulares de nuestras vidas y que nos permite responder a relaciones cambiantes de poder de género. Igualmente, sugiere que el género no es algo estático en lo cual nos convertimos, sino una forma de interacción permanente con las estructuras del mundo que nos rodea.

Mi masculinidad es un nexo, un eslabón (pegamento?) que me une al mundo patriarcal, hace que ese mundo sea el mío y que sea más o menos cómodo para habitarlo. Mediante la incorporación de una forma dominante de masculinidad específica de mi clase, raza, nacionalidad, época, orientación sexual y religión, he logrado beneficios reales y un sentido individual de mi propio valor. Desde el momento en que aprendí, inconscientemente, que no sólo había dos sexos, sino también un significado social atribuido a ellos, el sentido de mi propio valor empezó a medirse con la vara del género.

Como varón joven pude disfrutar de una dosis de fantasía que amortiguara la falta de poder que existe en la temprana niñez, porque inconscientemente comprendí que yo pertenecía a esa mitad de la humanidad con poder social. Mi capacidad, no sólo de asumir los roles sino también de aferrarme a este poder –aun si, al principio, existía únicamente en mi imaginación–, fue parte del desarrollo de mi individualidad.

El precio

En términos más concretos, la adquisición de la masculinidad hegemónica (y la mayor parte de las subordinadas) es un proceso a través del cual los hombres llegan a suprimir toda una gama de emociones, necesidades y posibilidades, tales como el placer de cuidar de otros, la receptividad, la empatía y la compasión, experimentadas como inconsistentes con el poder masculino. Tales emociones y necesidades no desaparecen; simplemente se frenan o no se les permite desempeñar un papel pleno en nuestras vidas, lo cual sería saludable tanto para nosotros como para los que nos rodean.

Eliminamos estas emociones porque podrían restringir nuestra capacidad y deseo de autocontrol o de dominio sobre los seres humanos que nos rodean y de quienes dependemos en el amor y la amistad. Las suprimimos porque llegan a estar asociadas con la feminidad que hemos rechazado en nuestra búsqueda de masculinidad.

Los hombres hacemos muchas cosas para tener el tipo de poder que asociamos con la masculinidad: tenemos que lograr un buen desempeño y conservar el control. Tenemos que vencer, estar encima de las cosas y dar las órdenes.

Tenemos que mantener una coraza dura, proveer y lograr objetivos. Mientras tanto, aprendemos a eliminar nuestros sentimientos, a esconder nuestras emociones y a suprimir nuestras necesidades.

Sea como fuere, el poder que puede asociarse con la masculinidad dominante también puede convertirse en fuente de enorme dolor. Puesto que sus símbolos constituyen, por último, ilusiones infantiles de omnipotencia, son imposibles de lograr. Dejando las apariencias a un lado, ningún hombre es capaz de alcanzar tales ideales y símbolos. Por una parte, todos seguimos experimentando una gama de necesidades y sentimientos considerados inconsistentes con el concepto de masculinidad, los cuales se convierten en fuente de enorme temor.

En nuestra sociedad, este temor se experimenta como homofobia o, para expresarlo de otra manera, la homofobia es el vehículo que simultáneamente transmite y apacigua ese temor.

Este temor y este dolor tienen dimensiones intelectuales, emocionales, viscerales –aunque ninguna es necesariamente consciente–, y cuanto más nos sintamos presos del temor, más necesitamos ejercer el poder que nos otorgamos como hombres. En otras palabras, los hombres también ejercemos poder patriarcal, no sólo porque cosechamos beneficios tangibles de él sino porque hacerlo es una respuesta frente al temor y las heridas que hemos experimentado en la búsqueda del poder. Paradójicamente, los hombres sufrimos heridas debido a la manera como hemos aprendido a encarnar y ejercer nuestro poder.

El dolor de un hombre puede estar profundamente enterrado, ser apenas un susurro en su corazón o brotar por todos sus poros. Así mismo, puede ser evanescente rastro de algo que ocurrió o de actitudes y necesidades adquiridas hace 20, 30 ó 60 años. Como quiera que sea, el dolor inspira temor porque significa no ser hombre, lo cual quiere decir, en una sociedad que confunde el sexo con el género, no ser macho. Esto significa perder el poder y ver desmoronarse los elementos básicos de nuestra personalidad. Este temor tiene que ser reprimido porque es, en sí mismo, inconsistente con la masculinidad dominante.

Cualquier mujer que conozca a los hombres puede decirnos que lo extraño del intento de éstos por suprimir sus emociones es que conduce a una mayor dependencia. Al perder el hilo de una amplia gama de necesidades y capacidades humanas, y al reprimir nuestra necesidad de cuidar y nutrir, los hombres perdemos el sentido común emotivo y la capacidad de cuidarnos. Las emociones y necesidades no confrontadas, no conocidas y no esperadas no desaparecen sino que se manifiestan en nuestras vidas, en el trabajo, en la carretera, en un bar o en el hogar. Los mismos sentimientos y emociones que hemos tratado de suprimir ganan un extraño poder sobre nosotros.

No importa cuán serenos y controlados parezcamos, ellos nos dominan. Pienso en el hombre que sufre la sensación de carencia de poder y golpea a su mujer en un ataque de rabia incontrolable. Entro a un bar y veo a dos hombres abrazándose en una borrachera, incapaces de expresar su mutuo afecto excepto cuando están ebrios. Leo acerca de adolescentes que salen a golpear a los homosexuales y de hombres que convierten su sentido de impotencia en una furia contra los negros, los judíos o cualquier otro grupo que les sirva de cómodo chivo expiatorio.

Por otra parte, los hombres podrían dirigir su dolor escondido contra sí mismos en forma de autoodio, autodesprecio, enfermedad física, inseguridad o adicción. A veces este fenómeno está relacionado con el primero. Las entrevistas con violadores y con hombres que han golpeado a mujeres muestran no sólo desprecio hacia ellas, sino frecuentemente un odio y un desprecio mucho más profundos hacia sí mismos. Es como si, incapaces de soportarse, atacaran a otros posiblemente para infligir sentimientos similares a quienes han sido definidos como un blanco socialmente aceptable, para experimentar una sensación momentánea de poder y control.[15]

Podemos pensar que el dolor de los hombres tiene un aspecto más dinámico. Podemos desplazarlo o volverlo invisible, pero con ello lo hacemos aún más intenso. Esta forma de opacar el sentido del dolor es otra manera de decirles a los hombres que deben aprender a llevar puesta una armadura, es decir, que debemos mantener una barrera emocional frente a los que nos rodean para poder seguir luchando y ganando. Las barreras impenetrables del ego discutidas en el psicoanálisis feminista simultáneamente protegen a los hombres y los mantiene presos de su propia creación.

Poder, alienación y opresión

El dolor de los hombres y la manera como ejercemos el poder no sólo son síntomas de nuestro orden de género actual. Juntos forman nuestro sentido de ser hombres, porque la masculinidad se ha convertido en una especie de alienación. La alienación de los hombres es la ignorancia de nuestras emociones, sentimientos, necesidades y de nuestro potencial para relacionarnos con el ser humano y cuidarlo.

Esta alienación también resulta de nuestra distancia con las mujeres y de nuestra distancia y aislamiento con otros hombres. En su libro The Gender of Oppresion, Jeff Hearn sugiere que lo que concebimos como masculinidad es el resultado de la forma como se combinan nuestro poder y nuestra alienación: “Nuestra alienación aumenta la solitaria búsqueda del poder y enfatiza nuestra convicción de que el poder requiere la capacidad de ser distante”.[16]

La alienación de los hombres y su distancia frente a las mujeres y a otros hombres asume formas extrañas y bastante conflictivas. Robert Bly y los que hacen parte del movimiento mítico-poético de los hombres han utilizado muchas veces el tema de la pérdida del padre y de la distancia de muchos hombres con respecto a sus propios padres, al menos en las culturas dominantes norteamericanas.

En parte tienen razón, porque su punto de vista simplemente reafirma los resultados de importantes trabajos realizados durante las últimas décadas sobre los padres y la actividad de ser padre. La discusión de estos puntos, sin embargo, carece de la riqueza [17] y profundidad del psicoanálisis feminista, el cual sostiene, como punto central, que la ausencia de los hombres en la mayor parte de las tareas de alimentación y crianza de los hijos significa que el concepto de masculinidad interiorizado por los niños se basa en la distancia, la separación y en una imagen de fantasía sobre el hecho de ser hombre, opuesta al sentido de unidad y fusión típico de las primeras relaciones entre madre e hijo.

La distancia con respecto a otros hombres se acentúa, al menos en muchas culturas heterosexuales, masculinas, por la distancia emocional establecida por otros machos que empieza a desarrollarse durante la adolescencia. Los hombres pueden tener pandillas, compinches, compañeros y amigos, pero rara vez alcanzan la confianza total y la intimidad disfrutadas por muchas mujeres. Nuestras experiencias de amistad son limitadas debido a la reducida empatía que se convierte en norma masculina.[18] Como resultado, tenemos la siguiente paradoja: los hombres más heterosexuales (e incluso muchos gays) en la cultura dominante norteamericana están aislados de los otros hombres.

En efecto, muchos de los sitios de reunión –clubes, eventos deportivos, juego de cartas, locker rooms, sitios de trabajo, gremios laborales, jerarquías profesionales y religiosas– son un medio para proporcionar un sentido de seguridad a los hombres aislados que necesitan encontrarse a sí mismos, hallar un terreno común con otros hombres y ejercer colectivamente su poder.

Tal aislamiento significa que cada hombre puede [19] permanecer sordo a su propio diálogo de dudas acerca del problema de obtener las credenciales de masculinidad: dudas sobre sí mismo, conscientemente experimentadas por casi todos los machos en la adolescencia y luego, consciente o inconscientemente, por los adultos. En un sentido paradójico, este aislamiento es la clave para conservar el patriarcado: en mayor o menor grado incrementa la posibilidad de que todos los hombres terminen en colusión con éste –en todos sus diversos mitos y realidades–, puesto que sus propias dudas y sentido de confusión quedan enterrados.

Los hombres, incluso la mayoría de los más machos, no solamente mantienen su distancia frente a los otros hombres sino también ante las mujeres. Una vez más, una importante percepción del psicoanálisis feminista nos da la clave: la separación del niño de la madre o figura materna significa levantar barreras más o menos infranqueables del ego y afirmar la distinción, diferencia y oposición ante aquellas cosas identificadas con las mujeres y la feminidad. Los varones jóvenes reprimen características y posibilidades consciente o inconscientemente asociadas con la madre/la mujer/lo femenino. Así que Bly y los teóricos mítico-poéticos están totalmente equivocados cuando sugieren que el problema central del hombre contemporáneo (y con esto parecen querer referirse al típico hombre norteamericano blanco, de clase media urbana, de joven a mediana edad) es que se ha feminizado. El problema es que los rasgos y las potencialidades asociados con las mujeres han sido reprimidos y suprimidos totalmente.[20]

Estos factores sugieren la complejidad de la identidad, la formación y las relaciones de género. Parece que necesitamos métodos de análisis que den cabida a las relaciones contradictorias entre los individuos y las estructuras de poder de las cuales se benefician.

Resulta extraña la situación cuando el poder y el privilegio reales de los hombres en el mundo dependen no sólo de este poder, sino también de la alienación y la impotencia, originadas en las experiencias de la infancia, pero reforzadas de distinta manera durante la adolescencia y la adultez. Estas experiencias (sumadas a los beneficios obvios y tangibles) se convierten en el impulso, a nivel individual, para recrear y celebrar las formas y estructuras por medio de las cuales los hombres ejercen el poder.

Sin embargo, no existe una masculinidad única, ni una experiencia única de ser hombre. La experiencia de distintos hombres, su poder y privilegio real en el mundo, se basa en una variedad de posiciones y relaciones sociales. El poder social de un blanco pobre es diferente del de uno rico, el de un negro de clase obrera del de un blanco de la misma clase, el de un homosexual del de un bisexual o un heterosexual, el de un judío en Etiopía del de un judío en Israel, el de un adolescente del de un adulto. Los hombres generalmente tienen privilegios y poder relativo sobre las mujeres en el mismo grupo, pero en la sociedad en conjunto las cosas no siempre son tan claras.

Los nuevos discursos sobre la relación entre la opresión basada en el género, la raza, la clase social y la orientación sexual son tan sólo un reflejo de la complejidad del problema. Estas discusiones son cruciales para el desarrollo de una nueva generación de análisis y praxis feministas.

Lamentablemente, hoy en día se tiende a sumar categorías de opresión como si fueran unidades separadas y, en ocasiones, estas sumas son utilizadas incluso para decidir quién, supuestamente, es el más oprimido. El problema puede volverse absurdo por dos razones: una es la imposibilidad de cuantificar las experiencias de la opresión; la otra, que las fuentes de ésta no llegan en unidades aisladas. Después de todo, pensemos en un hombre de clase obrera, homosexual, negro y desempleado. Podríamos afirmar que es explotado económicamente por el empleador y controlado por supervisores como miembro de la clase obrera, aunque disfruta de ciertos privilegios en comparación con las mujeres; que es oprimido y estigmatizado como homosexual, oprimido y víctima del racismo porque es negro, terriblemente sufrido porque está sin trabajo (con mayor probabilidad que una mujer negra); que se siente disminuido y que se fortalece con imágenes dominantes de una masculinidad hipersexual, pero no vamos a decir: “¡Ah, está oprimido como hombre!”.

Por supuesto que no está oprimido como hombre, pero temo que la distinción es bastante académica porque ninguna de las cualidades utilizadas para describirlo puede separarse por completo de las demás. Al fin y al cabo, su sentido particular de ser hombre, es decir, su masculinidad, es en parte el producto de los otros factores mencionados. La palabra hombre sirve tanto para calificar a negro, de clase obrera, desempleado y gay, como éstas para calificar a la palabra hombre.

Nuestras vidas, nuestras mentes, nuestros cuerpos simplemente no están divididos de manera que podamos aislar las distintas categorías de nuestra existencia. Las experiencias y la autodefinición de este hombre, así como su ubicación dentro de las jerarquías del poder, están codeterminadas por una multitud de factores.

Además, puesto que las distintas masculinidades denotan relaciones de poder entre los hombres, y no sólo desde el punto de vista de hombres contra mujeres, un hombre que tiene poco poder social, en la sociedad dominante, cuya masculinidad no es de la variedad hegemónica, que es víctima de una tremenda opresión social, podría también manejar enorme poder en su propio medio y vecindario frente a las mujeres de su misma clase o grupo social, o frente a otros hombres, como en el caso del pendenciero en el colegio o el miembro de una pandilla urbana, quien seguramente no tiene poder estructural en la sociedad.

Todo nuestro lenguaje para hablar de la opresión requiere una reforma porque está basado en oposiciones binarias simplistas, en ecuaciones reduccionistas entre identidad y ubicación sexual, y en nociones unidimensionales del yo.

Lo que importa aquí no es negar que los hombres, como grupo, tengan el poder social, sino más bien afirmar que existen distintas formas de poder estructural y de carencia de poder entre los hombres. De igual manera, es importante reconocer, como hemos visto anteriormente, que no existe una relación lineal entre un sistema estructurado de desigualdades de poder, los beneficios supuestos y reales de éste, y la propia experiencia en cuanto a estas relaciones.

II. Los hombres y el feminismo

El análisis de las experiencias contradictorias del poder entre los hombres nos brinda una percepción muy útil de la relación potencial de éstos con el feminismo. El lado del poder en la ecuación no es nada nuevo y, en efecto, el poder y los privilegios de los hombres constituyen una buena razón para que, individual y colectivamente, se opongan al feminismo.

Sin embargo, sabemos que un creciente número de hombres se han convertido en simpatizantes del feminismo (en cuanto al contenido, aunque no siempre en cuanto al nombre), y se han acogido a la teoría y a la acción feminista (aunque, de nuevo, más en función de teoría que de acción). Hay diferentes razones para esta aceptación del feminismo.

Podría ser por indignación ante la desigualdad; podría resultar de la influencia de un colega, un familiar o una amistad; podría deberse a su sentido de la injusticia sufrida a manos de otros hombres; podría ser por un sentido de opresión compartida, por ejemplo a causa de su orientación sexual; podría ser por su sentido de culpabilidad por los privilegios que disfruta como hombre; podría ser por horror ante la violencia de los hombres o bien por simple decencia.

Mientras que la mayoría de los hombres en Norteamérica aún no se declaran abiertamente partidarios del feminismo, un número considerable de ellos en el Canadá y un porcentaje razonable en los Estados Unidos simpatizarían con

muchos de los problemas planteados por este movimiento. Como sabemos, esto no siempre se traduce en cambios del comportamiento, pero las ideas están cambiando cada vez más y, en algunos casos, el comportamiento se pone a la altura de las ideas.

¿Cómo puede explicarse el creciente número de hombres que apoyan el feminismo y la liberación de las mujeres (para usar un término que se abandonó demasiado rápido antes de finalizar la década de los años sesenta)? Con la excepción del caso del marginado o el iconoclasta, la historia ofrece pocos ejemplos en los que miembros de un grupo dominante hayan apoyado la liberación de sus dominados, y de cuya subordinación se han beneficiado.

Una posible explicación es que la ola feminista actual –con todas sus debilidades y la reacción que pueda existir en su contra– ha tenido un impacto masivo durante las últimas dos décadas y media. Gran número de hombres, al igual que muchas mujeres que han apoyado el statu quo, se han dado cuenta de que la marea ha cambiado y, gústeles o no, el mundo está cambiando. La rebelión de las mujeres contra el patriarcado lleva implícita la promesa de acabar con él; aunque éste, en sus diversas formas sociales y económicas, todavía tiene mucha capacidad de resistir, muchas de sus estructuras sociales, políticas, económicas y emocionales se están volviendo inoperantes. Algunos hombres reaccionan con acciones de retaguardia, mientras que otros pisan, temerosa o decididamente, en dirección al cambio.

Esta explicación del apoyo al cambio es sólo una parte del escenario. Las experiencias contradictorias del poder entre los hombres sugieren que hay una base para la aceptación del feminismo por parte de éstos que va más allá de una simple disposición a dejarse llevar por la marea.

El auge del feminismo ha alterado el balance entre el poder y el dolor de los hombres. En sociedades y épocas en que el poder social masculino fue muy poco cuestionado, éste superaba tanto al dolor que prácticamente lo disimulaba en su totalidad. Cuando uno manda en el gallinero, da todas las órdenes y se encuentra más cerca de Dios, no queda mucho campo para el dolor, al menos para el tipo de dolor que parece estar ligado a las prácticas de la masculinidad. Pero con el surgimiento del feminismo moderno, la balanza entre el poder de los hombres y el de las mujeres ha estado sufriendo un rápido cambio. Esto es particularmente cierto en las culturas en donde la definición del poder de los hombres ya dejó de hacerse partiendo de un control rígido sobre el hogar y de un fuerte monopolio en el dominio laboral.[21]

En la medida en que se desafía el poder de los hombres, aquellas cosas que llegan como compensación, como premio o como distracción de por vida frente a cualquier dolor potencial quedan progresivamente reducidas o, al menos, puestas en tela de juicio. Al mismo tiempo que la opresión de las mujeres se problematiza, muchas formas de esta opresión se convierten en problemas para los hombres. Las experiencias individuales de dolor e inquietud generadas entre los hombres y relacionadas con el problema de género se manifiestan cada vez más y han comenzado a lograr una audiencia y una expresión sociales en formas sumamente diversas, incluyendo distintas vertientes del movimiento de los hombres –desde grupos reaccionarios, antifeministas, hasta movimientos mítico-poéticos del tipo Bly u organizaciones masculinas partidarias del feminismo.

En otras palabras, si la categoría del género trata del poder, entonces, en la medida en que las relaciones reales de poder entre hombres y mujeres, y entre distintos grupos de hombres (como, por ejemplo, entre heterosexuales y homosexuales, entre blancos y negros) comienzan a cambiar, nuestras experiencias y nuestras definiciones de género también deben hacerlo. El proceso del trabajo de género es constante y necesariamente incluye reformulaciones y transformaciones.

Apoyo creciente y peligros en el camino

La acogida del feminismo por parte de los hombres no es, sorprendentemente, algo nuevo. Tal como argumenta Michael Kimmel en su reveladora introducción a Against the Tide: Pro-Feminist Men in the United States, 1776- 1990. A Documentary History, los hombres partidarios del feminismo han representado una corriente minoritaria pero constante en el escenario sociopolítico de Estados Unidos durante dos siglos.[22]

Lo que diferencia a la situación actual es que el apoyo masculino a este movimiento (o por lo menos la aceptación de ciertas críticas y de la acción política feministas) está alcanzando grandes dimensiones. Algunas ideas descartadas casi unánimemente por los hombres (y, de hecho, por muchas mujeres) hace tan sólo 25 años, tienen hoy una amplia legitimidad.

Cuando yo dirijo talleres en escuelas de enseñanza media, planteles de educación superior y lugares de trabajo, los hombres –aun aquellos que se manifiestan molestos por el cambio en las relaciones de género o porque se sienten despreciados o rebajados– entregan una lista de las formas de poder y privilegios con los cuales ellos todavía están de acuerdo y que las mujeres ya rechazan, sugiriendo sin presiones que ellas tienen razón en preocuparse de tales desigualdades. Por supuesto que todavía hay individuos que mantienen una posición fuertemente pro-patriarcal y la mayor parte de las entidades siguen siendo dominadas por los hombres. Pero los cambios se ven.

Los programas de acción afirmativa tienen una gran difusión, y muchas instituciones sociales controladas por los hombres –en la educación, las artes, las profesiones, la política y la religión– están sufriendo un proceso de integración sexual, aun cuando esto generalmente requiere no sólo presión constante sino que las mujeres se adapten a culturas masculinas del trabajo. En varios países el porcentaje de los hombres que están a favor del derecho al aborto es igual o mayor que el número de mujeres que lo apoyan. Gobiernos dominados por hombres han aceptado la necesidad de adoptar leyes que han sido parte de la agenda feminista.

(Por ejemplo en el Canadá, en 1992, el Gobierno del Partido Conservador reformuló por completo la ley sobre violaciones, después de un proceso de consulta popular con grupos de mujeres. La nueva ley reglamentó que toda relación sexual tiene que ser explícitamente consensual, es decir, que no significa no, y que se requiere un sí, formulado y dado clara y libremente, para que constituya un sí. De nuevo, pensando en el Canadá, está el ejemplo de la manera como las organizaciones feministas insistieron en tener presencia –y fueron aceptadas como partícipes principales– en la mesa de negociaciones durante la ronda de discusiones sobre la nueva Constitución en 1991 y 1992.) Todos estos cambios fueron el resultado del arduo trabajo y del impacto del movimiento de mujeres; este impacto sobre instituciones controladas por los hombres demuestra la creciente aceptación por parte de ellos, de por lo menos algunos de los términos del feminismo, no importa si tal aceptación es o no reconocida.

Para los hombres y las mujeres interesados en el cambio social y en acelerar el tipo de cambio descrito anteriormente, subsisten algunos problemas serios: mientras existe una creciente simpatía masculina por la causa de la igualdad de derechos para las mujeres, y en tanto que algunas instituciones han sido obligadas a adoptar medidas que promueven esta igualdad, persiste una brecha entre las ideas aceptadas por los hombres y su comportamiento.

Y mientras muchos pueden, de manera reacia o entusiasta, apoyar esfuerzos para el cambio, el profeminismo entre ellos aún no ha logrado formas organizacionales masivas en la mayor parte de los casos. Esto nos lleva a considerar las implicaciones del análisis de este artículo con respecto al problema de la organización profeminista de los hombres.

Hay algunos aspectos positivos potencialmente progresistas en este enfoque, además del trabajo de miles de individuos que participan en grupos de hombres dentro de este marco. Uno, el más simple pero significativo, es el reconocimiento del dolor de los hombres; otro, su participación en los grupos de hombres y la toma de decisión por parte de éstos (generalmente, mas no siempre, hombres prototípicos) de romper su aislamiento frente a los otros hombres y de buscar caminos colectivos de cambio.

Gracias al creciente impacto del feminismo moderno, durante las últimas décadas ha surgido lo que, a falta de un término mejor, se ha conocido como el movimiento de los hombres. En este movimiento han existido dos corrientes principales. Una es el movimiento mítico-poético de los hombres, el cual, pese [23] a que llegó a ser importante en la última parte de los años ochenta (en particular con el éxito del libro Iron John, de Robert Bly), es en realidad la última expresión de una tendencia surgida antes de la década de los setenta, que hace énfasis en el dolor y en el costo de ser hombre, o una política que tiene más de cien años y que intentó crear espacios masculinos como antídoto contra la supuesta feminización de los hombres.[24]

Por otra parte, como Michael Kimmel y yo argumentamos detenidamente en otro documento (Kimmel y Kaufman, op cit.), el marco teórico de este movimiento ignora virtualmente el poder social e individual de los hombres (y su relación con el dolor), ignora lo que hemos llamado la herida madre (de acuerdo con los aportes del psicoanálisis feminista) y, de la forma más cruda, intenta apropiarse de una mezcla de culturas indígenas, al tiempo que distrae a los hombres de las prácticas sociales (y posiblemente las individuales) que desafiarán el patriarcado. Mis agradecimientos a Michael Kimmel por la formulación de las políticas masculinistas, creando un nuevo espacio homosocial.

La otra tendencia, menos numerosa, es el movimiento de hombres a favor de la causa feminista (dentro del cual cuento mis propias actividades), que ha enfocado en las expresiones individuales del poder y de los privilegios de los hombres, incluyendo los problemas de la violencia masculina.

Desafortunadamente, las formas dominantes de expresión de estas dos corrientes se han desarrollado con sus propias deformidades, idiosincrasias y errores en el análisis y en la acción. En particular cada una ha tratado de considerar, principalmente, un aspecto de la vida de los hombres: su poder, en el caso del movimiento profeminista, y su dolor, en el caso del mítico-poético.

Al hacerlo así, ignoran no sólo el significado de toda la experiencia masculina en una sociedad dominada por los hombres, sino también la relación crucial entre el poder y el dolor de los hombres.[25]

El movimiento profeminista se origina en el reconocimiento por parte de los hombres del poder y los privilegios que disfrutan en una sociedad dominada por ellos. Aunque pienso que éste debe ser nuestro punto de partida, en realidad no es sino un comienzo, ya que existen muchas preguntas desafiantes: ¿Cómo podemos animar a los hombres a entender que apoyar el feminismo significa más que apoyar cambios institucionales y legales; que también significa cambios en sus vidas personales?

¿Cómo podemos lograr un apoyo masivo y activo a favor del feminismo entre los hombres? ¿Cómo podemos unir las luchas contra la homofobia y contra el sexismo y cómo hacer entender en la práctica que la homofobia es uno de los factores principales que promueven la misoginia y el sexismo entre los hombres?

Dentro de estos parámetros se presenta una serie de problemas teóricos, estratégicos y tácticos. Si nuestra meta no es sólo acumular puntos de debate académico o político, ni sentirnos bien junto a las mujeres con nuestras credenciales profeministas, sino afectar realmente el curso de la historia, entonces sería crucial tomar muy en serio algunos de ellos.

Para mí, surgen varios puntos de este análisis.

Ya sea que un hombre asuma que su mayor área de interés sea trabajar en favor de la igualdad de las mujeres y desafiar el patriarcado, o retar la homofobia y desarrollar una cultura positiva con respecto a los homosexuales y las lesbianas, o mejorar la calidad de vida de todos los hombres, nuestro punto de partida tiene que ser el reconocimiento de la centralidad del poder y el privilegio masculinos y entender la necesidad de desafiar este poder.

Esto constituye no sólo un apoyo para el feminismo, sino el reconocimiento de que la construcción social y personal de ese poder es la causa del malestar, la confusión y la alienación sentidas por los hombres de nuestra era, así como una fuente importante de homofobia.

Cuanto más nos demos cuenta de que en la mayor parte de las sociedades patriarcales alguna forma de homofobia es importante en la experiencia de los hombres, que la homofobia y el heterosexismo moldean las experiencias diarias de todos los hombres, y que tal homofobia desempeña un papel central en la construcción del sexismo, más capaces seremos de desarrollar la comprensión y las herramientas prácticas necesarias para lograr la igualdad.

El movimiento profeminista masculino en América del Norte, en Europa y en Australia ha ofrecido una oportunidad única para que los homosexuales, los hombres comunes y corrientes y los bisexuales se reúnan, trabajen y bailen juntos.

Sin embargo, no creo que la mayoría de los hombres prototípicos, pero profeministas, consideren como una prioridad la necesidad de confrontar la homofobia ni que la vean como algo que tiene una importancia central en sus vidas, suponiendo que figure en su lista de prioridades.[26]

La noción de experiencias contradictorias del poder, en plural, proporciona una herramienta analítica para integrar problemas de raza, clase y etnicidad al núcleo de la organización de los hombres profeministas. Nos permite relacionarnos, con sentimientos de empatía, con toda la gama de problemas en las experiencias masculinas, y comprender que el poder de los hombres no es lineal y que está sujeto a una variedad de fuerzas sociales y psicológicas. Además, deja entrever formas de análisis y de acción que entienden que el comportamiento de cualquier grupo de hombres es el resultado de una inserción, a menudo contradictoria, dentro de varias jerarquías del poder.

Desmiente cualquier idea de que nuestras identidades y experiencias como hombres pueden separarse de las que se basan en el color de la piel o en los orígenes sociales; por tanto, sugiere que la lucha contra el racismo, el antisemitismo y los privilegios de clase, por ejemplo, es parte integral de la lucha para transformar las relaciones contemporáneas de género.

Quizás, sea un problema la misma terminología que utilizo. Al igual que otros, continuamente me he referido al profeminismo. Este término pone la problemática de principio a fin, como hombres apoyando las luchas de las mujeres y cuestionando el poder de ellos sobre las mujeres. Pero esta forma de análisis sugiere que aunque este apoyo y cuestionamiento sean indudablemente fundamentales, ellos no constituyen asuntos singulares o problemas para los hombres.

Además, tampoco es el único camino para destruir el patriarcado y crear una sociedad de igualdad humana y liberación. Pero, si incluimos un análisis del impacto de una sociedad dominada por los hombres en los propios hombres, entonces el proyecto se transforma no sólo en profeminista sino en algo que es antisexista (en el sentido que las ideas y prácticas sexistas afectan a hombres y mujeres, aunque en forma muy diferenciada), antipatriarcal y antimasculinista (pero siendo claramente masculino-afirmativo, así como femenino-afirmativo).

Actualmente, las recompensas de la masculinidad hegemónica son insuficientes para compensar el dolor que provoca en las vidas de muchos hombres. La mayoría de los hombres en la cultura norteamericana experimentan, en diferente medida, dolor por tratar de seguir y asumir las imposibles normas de virilidad, lo cual sobrepasa las recompensas que ellos normalmente reciben. En otras palabras, el patriarcado no es sólo un problema para las mujeres. La gran paradoja de nuestra cultura patriarcal (especialmente desde que el feminismo ha levantado demandas significativas) es que las formas dañinas de masculinidad dentro de la sociedad dominada por los hombres son perjudiciales no sólo para las mujeres, sino también para ellos mismos.

Algunos grupos de hombres saben y comprenden esta problemática. Tal es el caso de los gay y bisexuales, quienes han desarrollado una nueva autoconciencia e instituciones culturales, y se han organizado como hombres, pese a la aversión, temor y fanatismo que ellos reciben y a las formas dominantes de masculinidad (aunque, al mismo tiempo, muchos hombres gay acepten parcialmente la visión y prácticas dominantes). Desde hace mucho tiempo, ellos han estado conscientes del dolor que les provoca la sociedad patriarcal actual.

Los hombres negros han desarrollado su propia cultura de resistencia contra la discriminación estructural y la aversión que ellos experimentan de muchos hombres y mujeres en el marco de la sociedad blanca dominante. Aunque algunas de estas formas de resistencia incluyen una reafirmación de algunos de los peores rasgos de la cultura patriarcal (pensemos en el sexismo, homofobia y antisemitismo de la Nación del Islam, la brutalidad reflejada y reafirmada por grupos de rap, o el machismo de la cultura deportiva dominante en cuyo pináculo se encuentran actualmente atletas negros), existe también una afirmación de la inteligencia de los hombres negros, de la gracia masculina, y de un lenguaje distinto, todas las cuales fueron denigradas por la cultura dominante y las formas dominantes de virilidad.

Y para citar un breve tercer ejemplo, los hombres jóvenes de todas las razas saben que han disminuido dramáticamente sus posibilidades de repetir los privilegios económicos relativos disfrutados por sus padres y abuelos.

Esto no significa que los hombres dentro de esos grupos, o incluso considerados todos ellos como grupo, no gocen actualmente de ciertas formas de privilegio y poder. La intención es simplemente señalar que diversos grupos de hombres han estado luchando como hombres para rechazar por lo menos algunas de las ideas hegemónicas de virilidad y algunos aspectos de la cultura masculina hegemónica. El problema es que ellos no lo han hecho necesariamente dentro de un análisis de género y sexismo, o lo han hecho combinándolo con una simpatía por el feminismo o por las mujeres, o con una comprensión de la naturaleza del poder social e individual del hombre.

De todas formas, mirar la experiencia de grupos particulares de hombres puede beneficiar a todos los hombres en su conjunto; encontrando en esas experiencias particulares, causas, preocupaciones y desafíos comunes, hay, sin duda, una base para que los hombres se organicen como hombres y lo hagan ellos solos, lo cual podría ser parte de un movimiento antipatriarcal, más amplio. Sería un movimiento antimasculinista de hombres que iría de la mano con el feminismo, pero que tendría su propia razón de ser y claramente establecidos sus asuntos y prioridades.

Al establecer este camino, debemos seguir la dirección del movimiento de mujeres asegurando no sólo la importancia del cambio personal y social, sino la relación de ambos. Como hombres, necesitamos abogar y organizarnos activamente para apoyar los cambios legales y sociales, en favor de la libertad de elegir los programas de cuidado infantil, las nuevas iniciativas para combatir la violencia de los hombres con programas de acción afirmativa en lugares de trabajo, sindicatos, asociaciones profesionales, clubes, centros religiosos y comunidades.

Debemos ver estas acciones no sólo como asuntos de mujeres sino como problemas que debemos encarar y que nos afectan a todos.

Este último punto es importante si realmente pretendemos crear una política antipatriarcal adoptada por hombres y mujeres. Por ejemplo, en el caso del cuidado infantil, la agenda de los hombres no sólo debe apoyar las visiones del movimiento feminista y las necesidades de las madres (aunque este apoyo constituye una parte importante de nuestro quehacer), sino que también debe articular las políticas del cuidado infantil que mejoren la vida de muchachos y hombres, que les permitirá ser mejores padres, cuidadores y educadores.

Debemos mirar la experiencia de Suecia, por ejemplo, donde se ha logrado en medio de éxitos y fracasos, utilizar las políticas públicas y la autoridad de gobierno, para reconstruir el trabajo y la vida familiar, de una manera que permita formas más sanas de paternidad y maternidad.

Una clave para futuras políticas sociales centradas en la infancia es acortar la jornada laboral. Ello tiene enormes implicancias para la vida de los hombres (incluyendo las de los jóvenes y de hombres de color quienes experimentan grandes discriminaciones en el mercado laboral). También tiene grandes implicancias para la propia identidad de todos los hombres, ya que la vida laboral, con sus riesgos y costos, ha sido parte integral de la identidad masculina.

Para que los hombres escapen de las dolorosas obligaciones de la penosa masculinidad, entre otras cosas, debemos redefinir el trabajo de la paternidad y el mundo del trabajo.

Esto dará a las organizaciones de la clase media formadas por hombres antisexistas, nuevas posibilidades para llenar vacíos que a veces nos separan de las preocupaciones y aspiraciones de los hombres de la clase trabajadora.

Esto también es válido en la salud y seguridad de los hombres. Las propias definiciones de las formas imperantes de masculinidadque somos siempre fuertes, que no sentimos dolor, que nunca nos asustamos, entre muchas otras– significan que por definición es aterrador para los hombres considerar seriamente asuntos de su propia salud y seguridad.

El hecho de considerar tales asuntos pareciera ser una confesión de que no somos masculinos. Esto se comprueba en lugares de trabajo riesgosos, donde los hombres muy rara vez se niegan a trabajos inseguros o a rechazar el sobretiempo que los mantiene lejos de sus familias, provocándoles enormes tensiones físicas y emocionales, a pesar de los beneficios económicos. Esto también [27] se comprueba en los resultados obtenidos por sociedades patriarcales que han privilegiado la producción, logro y conquista sobre las necesidades humanas en un medio ambiente muy adverso.

Pienso, por ejemplo, en la baja cantidad de espermas de un número creciente de hombres en el mundo y de la incidencia creciente del dimorfismo sexual entre los niños recién nacidos. Pareciera que una gran parte del problema se origina por componentes clorados elaborados por el hombre, con efectos parecidos al estrógeno. Estos son los asuntos sobre los cuales los hombres no hablan, pero que tienen un impacto enorme en nuestras vidas. Los hombres deben y pueden encarar estos tópicos, en acuerdo a preocupaciones similares de las mujeres.

Este trabajo no sólo implica entregar apoyo verbal, financiero y organizacional a las campañas organizadas por mujeres, sino que requiere que los hombres organicen campañas dirigidas a ellos mismos. Esfuerzos como el realizado por la White Ribbon Campaign del Canadá[28] son cruciales para romper el silencio de los hombres en una gama de problemas que afectan la vida de las mujeres. Este esfuerzo, que se focaliza en la violencia contra la mujer, ha sido sorprendentemente exitoso y ha motivado a los hombres a identificarse con esas preocupaciones, permitiendo el uso de recursos a los cuales ellos tienen un acceso desproporcionadamente mayor que las mujeres.

Dichos esfuerzos deben llevarse a cabo en diálogo y consulta con grupos de mujeres, para evitar que los hombres dominen este trabajo.

Al igual que otros grupos de hombres que trabajan en el tema de violencia contra la mujer, la citada campaña ha aclarado que los hombres no deben quedarse atrás para asumir asuntos profeministas como propios. La mayoría de los hombres no son físicamente violentos contra las mujeres, sino que la mayoría se ha mantenido silencioso respecto a esa violencia. La campaña reconoce que los hombres tienen la responsabilidad de hablar y de cuestionar a otros hombres. No todos somos responsables por los incidentes de violencia, sino que más bien tenemos una responsabilidad compartida para detenerlos.

La campaña también ha tomado iniciativas para ir más allá de la reacción a la violencia, refiriéndose a la cultura patriarcal que ha producido hombres violentos. Hemos hablado de los cambios individuales y sociales que se necesitan para criar hijos sin violencia y para educar una generación de hombres que no acudan a la violencia. En otros términos, junto con apelar a la compasión, enojo y preocupación por las experiencias de las mujeres que amamos, también apelamos a los propios intereses de los hombres, motivándolos para encontrar caminos que los conduzcan a vidas más sanas y más felices.

Cualquiera sea el foco de nuestro trabajo para combatir el sexismo y el patriarcado, ya sea la violencia, la orientación sexual, salud, racismo, cuidado infantil, seguridad laboral, o lo que sea, al mismo tiempo que nos comprometemos en el activismo social, necesitamos aprender a escudriñar y cuestionar nuestra propia conducta.

Debemos entender que nuestra contribución al cambio social estará limitada si continuamos interactuando con las mujeres en base a la dominación, será limitada si no cuestionamos activamente la homofobia y el sexismo entre nuestros amigos y compañeros de trabajo, e incluso dentro de nosotros mismos. El cambio será limitado si no comenzamos a crear las condiciones inmediatas para la transformación de la vida social, especialmente esforzándonos para la igualdad en el trabajo doméstico y el cuidado de los niños.

Esto no significa caer en la culpa o llevar a esos hombres a la comunidad de antisexistas que disfrutan por tener una buena camiseta. Después de todo, un sentimiento de culpa difuso (en oposición al remordimiento específico por acciones particulares) puede ser una emoción profundamente conservadora, desmovilizadora y reducidora de poder.

Muchos de los que somos activos en el trabajo profeminista, antipatriarcal y antimasculinista, tenemos momentos en que dejamos de ser honestos con nosotros mismos y nos preocupamos más de complacer a las mujeres o de lo que pudieren pensar de nuestro trabajo algunos subgrupos particulares del movimiento de mujeres. A veces nos sentimos culpables por nuestros éxitos. En lugar de la culpa, deberíamos afirmar que ya es tiempo que hagamos este trabajo, deberíamos estar celebrando el hecho de que estamos haciendo una contribución para el cambio, y deberíamos entender que nuestros éxitos, son los éxitos del movimiento de mujeres que ha alcanzado a los hombres.

Más aún, los esfuerzos que se “adjudican al feminismo y al movimiento de mujeres” a veces ignoran el hecho que no hay un feminismo y que existe diferencias muy reales y debates dentro del movimiento de mujeres, por lo tanto no hay forma que podamos estar de acuerdo con todos o adoptar políticas que lograrán la aprobación de todas las feministas. (Pensemos en un ejemplo, como la pornografía, para darnos cuenta de que hay muchas visiones en el feminismo, lo que significa la existencia de muchos feminismos[29]).

En lugar de sentirnos culpables por nuestros éxitos por llegar a otros hombres o de cuestionar nuestra habilidad para aportar buenas ideas e iniciativas que contribuyan, como iguales a las mujeres, a una política antipatriarcal, los hombres necesitamos afirmar orgullosamente que el trabajo de género es tanto trabajo de hombres como de mujeres.

Debemos llamar a los hombres a clarificar sus propios intereses. Esto no sólo significa apoyar los esfuerzos de las mujeres, sino explorar y descubrir formas en las que nuestros intereses verdaderamente coincidan. A menos que los hombres se organicen para llegar a otros hombres, los hombres como grupo nunca dejarán de mantener y perpetuar el orden patriarcal. ¿Por qué? Porque, para la mayoría de los hombres, la definición de masculinidad hecha por otros hombres es lo que importa más que todo. Parte del camino del cambio es para los hombres actuar como ejemplos y modelos para otros hombres, sobre cómo se puede ser totalmente varonil –esto es, simplemente criaturas biológicas que son machos– sin ser masculinistas.

Y en este proyecto, en esta celebración de hombría, los hombres heterosexuales tienen mucho que aprender de los hombres gay y bisexuales.

Los hombres podemos orgullosamente tomar nuestro lugar –en el contexto de respeto por la autonomía de la mujer, de las capacidades, prioridades y conocimiento profundo del feminismo– como líderes en el movimiento antipatriarcal y antisexista. Para tener éxito, necesitamos de la contribución única del hombre y del conocimiento profundo de las contribuciones y voces únicas de las mujeres.

Parte de esta lucha por el cambio personal y social por los hombres es la necesidad de que rompamos nuestro aislamiento de otros hombres. Aunque este aislamiento puede ser experimentado más agudamente por los hombres heterosexuales, no es simplemente un asunto de orientación sexual. Es un asunto de la naturaleza de nuestra interacción con otros hombres, ya sea que somos capaces de crear un verdadero sentido de seguridad e intimidad emocional, por lo menos con algunos otros hombres.

Esto es importante porque, en el aislamiento, la mayoría de los hombres continúan aceptando como realidad la suposición no probada, sobre lo que significa ser hombre. Antes señalé que esto actúa en la sociedad patriarcal como una forma de alucinación colectiva. Es como si millones de personas hubiesen tomado la misma droga y caminaran sabiendo, con aparente certeza, la realidad de lo que un hombre es, cuando, de hecho, es simplemente una construcción de género.

Cualquier duda que se nos plantee como individuo, rápidamente la desechamos debido a que, aislados de otros hombres, llegamos a asumir que sólo nosotros somos los equivocados, que sólo nosotros sentimos esas diferencias. Esas dudas, sólo le confirma a muchos que ellos no son realmente hombres –porque hoy ningún hombre puede vivir de acuerdo a sus ideales. El conflicto entre nuestra propia realidad y lo que hemos aprendido que se supone es la realidad real, explicaría por qué el hombre individual construye y reconstruye personalidades moldeadas por el patriarcado.

Y es por ello que es totalmente consistente desarrollar un enfoque de acción social –y más aún se requiere– que los hombres desarrollen organizaciones de apoyo, grupos de apoyo, lazos informales de intimidad y apoyo entre ellos. Tales prácticas individuales y grupales nos permite observar nuestro proceso individual de trabajo de género, y cómo todos hemos sido moldeados por el sistema patriarcal. Nos permiten examinar nuestras propias relaciones contradictorias con el poder de los hombres. Nos permite solucionar el miedo que impide a la mayoría de los hombres, hablar y combatir el sexismo y la homofobia. Nos puede dar un sentido nuevo y diferente de fortaleza.

En todo esto, en nuestro trabajo público, en nuestro combate al sexismo y a la homofobia, al racismo y a la intolerancia en nuestra vida diaria, no debemos temer asumir una política de compasión. Esto significa tener siempre presente el impacto negativo del patriarcado contemporáneo sobre los propios hombres, aunque nuestro sistema tenga como centro la opresión de las mujeres. Ello significa considerar el impacto negativo de la homofobia en todos los hombres, evitar el lenguaje de culpa y reproche y substituirlo por el de la responsabilidad para el cambio.

Tal política de compasión sólo es posible si partimos de la distinción entre sexo y género. Si el patriarcado y sus síntomas fueran un mandato biológico, los problemas no sólo serían virtualmente inmanejables, sino que parecería también que el castigo, la represión, el reproche y la culpa serían sus corolarios necesarios. Pero si partimos de la premisa de que los problemas son de género –y que el género se refiere a las relaciones particulares de poder estructuradas socialmente y encarnadas individualmente– entonces podemos ser a la vez críticos del poder colectivo de los hombres, de su comportamiento y actitudes de manera individual y de ser afirmativos como hombres, diciendo que la destrucción del patriarcado mejorará nuestra vida, que con el cambio todos ganan, pero se requiere que los hombres abandonen formas de privilegio, poder y control.

A nivel psicodinámico –en cuyo dominio podemos presenciar la interacción entre los movimientos sociales y la psique individual– el desafío que plantea el feminismo a los hombres es desterrar la psique masculina hegemónica.

Esto no es una interpretación psicológica del cambio; dicha fuente de cambio radica en el desafío social al poder de los hombres y la reducción de su poder social. Actualmente está siendo cuestionado lo que una vez constituyó una relación obvia entre poder sobre los otros/control sobre sí mismo/y la supresión de una gama de necesidades y emociones de los hombres. Lo que habíamos sentido como estable, natural y correcto se está revelando como fuente de opresión para otros, como fuente principal de dolor, angustia y ansiedad para los propios hombres.

La implicancia de todo esto es que el reto femenino al poder de los hombres tiene el potencial de liberarlos y de ayudar a muchos de ellos a descubrir nuevas masculinidades, las cuales contribuirán a demoler el género completamente. Cualesquiera que sean los privilegios y formas de poder que indudablemente perderemos, ello será compensado con creces con el fin del dolor, el temor, las formas disfuncionales de conducta, la violencia experimentada a manos de otros hombres, la violencia autoinflingida, la interminable presión de competir y tener éxito y la simple imposibilidad de cumplir con nuestros ideales de masculinidad.

Nuestra conciencia de las experiencias contradictorias de poder entre los hombres nos entrega las herramientas necesarias para simultáneamente desafiar el poder de los hombres y expresar su dolor. Esto configura la base para una política de compasión y para atraer el apoyo de los hombres a favor de una revolución que está desafiando la estructuras más básicas y duraderas de la civilización humana.

Do not reproduce or reprint without permission.

© Michael Kaufman, 1995

mk@michaelkaufman.com www.michaelkaufman.com

Translation by Símon Cazal in Paraguay (info@paragay.com)


[1] Aunque pueda ser incómodo para las mujeres que lean esto, a menudo me refiero a los hombres en primera persona plural –nosotros, nos, nuestro– para reconocer mi posición dentro del objeto de análisis.

[2] Agradezco a Harry Brod, quien me advirtió hace unos años sobre el riesgo de hablar del poder y del dolor de los hombres como dos caras de una misma moneda, un comentario que me condujo a enfocar la relación entre las dos. Gracias a Linda Briskin, quien, hace algunos años, me comprometió en una discusión que me llevó a clarificar el concepto de las experiencias contradictorias del poder entre los hombres. Mis agradecimientos también a Harry, y a Bob Connell por sus comentarios sobre una versión inicial de este artículo. Gracias a Varda Burstyn por sus reflexiones y contribuciones en las sección de las conclusiones. Quiero expresar particularmente mi aprecio a Michael Kimmel tanto por sus comentarios sobre la versión original como por nuestro rico y permanente intercambio intelectual y de amistad.

[3] Aunque ha habido controversia sobre la aplicabilidad de la palabra patriarcado –véanse, por ejemplo, las reservas en cuanto al uso del término expresadas por Michele Barrett y Mary McIntosh en The Anti-Social Family, London: Verso, 1982–, al igual que otros autores, la utilizo como un término descriptivo amplio para sistemas sociales dominados por hombres.

[4] Incluso la frontera aparentemente fija entre hombres y mujeres –fija en función de diferencias genitales y reproductivas– está sujeta a variación, como se ve en el número relativamente significativo de machos y hembras con las llamadas “anormalidades” genitales, hormonales y cromosómicas que distorsionan la clara distinción entre los sexos –dejando hombres o mujeres infértiles, mujeres u hombres con características sexuales secundarias generalmente asociadas con el sexo opuesto, y mujeres u hombres con diferentes combinaciones genitales. No obstante, la noción de sexo biológico es útil para distinguir el sexo del género construido socialmente. Para otra discusión accesible, especialmente sobre la endocrinología de la diferenciación sexual, véase John Money y Anke A. Ehrhardt, Man & Woman. Boy & Girl. Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1972.

[5] La distinción sexo/género es ignorada o borrada no sólo por ideólogos o biólogos reaccionarios (de mentalidad tanto liberal como conservadora), quienes quieren afirmar que las vidas, roles y relaciones actuales entre los sexos son hechos biológicos dados, eternos. Existe por lo menos una corriente de pensamiento feminista –llamada feminismo cultural o feminismo de las diferencias por sus críticos– que celebra hasta diferentes puntos una gama de supuestamente eternas cualidades femeninas naturales. Así mismo, los que están influenciados por el pensamiento junguiano, como Robert Bly y los pensadores mito-poéticos, también plantean cualidades esenciales del ser del hombre y de la mujer. Incluso aquellas feministas que aceptan la distinción sexo/género a menudo utilizan el término género cuando están refiriéndose a sexo –como en los dos géneros y el otro género, cuando en realidad existe una multiplicidad de géneros, como se ha sugerido en los conceptos de feminidades y masculinidades. De manera similar, muchas mujeres feministas y hombres partidarios de estas ideas se refieren erróneamente a “la violencia masculina” –en lugar de “la violencia de los hombres”– aunque la categoría biológica macho (en oposición a la categoría genérica hombres) implica que una propensión a cometer actos de violencia es parte del mandato genérico de la mitad de la especie, una suposición que ni la antropología ni la observación contemporánea justifican.

[6] Para una crítica de los límites de la teoría de roles sexuales, véase, por ejemplo Tim Carrigan, Bob Connell y John Lee, Hard and Heavy: Toward a New Sociology of Masculinity, en Michael Kaufman (ed.), Beyond Patriarchy: Essays by Men on Pressure. Power and Change. Toronto, Oxford University Press, 1987.

[7] R. W. Connell, Gender and Power. Stanford, Stanford University Press, 1987.

[8] El tema de las diferentes masculinidades es analizado en varios artículos en Harry Brod y Michael Kaufman, editores, Theorizing Masculinities, Newbury Park, Sage Publications, 1994.

[9] 11. Cracking the Armour: Power, Pain and the Lives of Men. Toronto, Viking Canada, 1993.

[10] C. B. Macpherson, Democratic Theory. London, Oxford University Press, 1973.

[11] Aunque me refiero aquí a las relaciones contradictorias de los hombres con el poder masculino, una discusión paralela, aunque muy diferente, también se podría llevar a cabo sobre la relación de las mujeres con el poder de los hombres y sus propias posiciones de poder y carencia de poder a nivel social, familiar e individual.

[12] Véanse Nancy Chodorow, The Reproduction of Mothering, Berkeley, Universidad de California, 1978; Dorothy Dinnerstein, The Mermaid and the Minotaur, Nueva York, Harper Colophon, 1977; Jessica Benjamin, The Bonds of  Love, Nueva York, Random House, 1988, y Gad Horowitz, Repression, Basic and Surplus Repression in Psychoanalitic Theory, Toronto, University of Toronto Press, 1977.

[13] Este párrafo se basa en un texto de Kaufman, Cracking the Armour, op. cit., y Kaufman, The Construction of Masculinity and the Triad of Men’s Violence, en Beyond Patriarchy, op. cit.

[14] No estoy insinuando que la naturaleza de las relaciones o de los conflictos sea la misma de un tipo de familia u otro, ni siquiera que “la familia” como tal exista en todas las sociedades. (Véase M. Barrett y M. McIntosh, op. cit.)

[15] Véanse, por ejemplo, los casos de Sylvia Levine y Joseph Koenig (eds.), Why Men Rape, Toronto, Macmillan of Canada, 1980, y Timothy Beneke, Men on Rape, Nueva York, St Martin’s Press, 1982.

[16] Jeff Hearn, The Gender of Oppression. Brighton, Wheatsheaf Books, 1987.

[17] Entre las numerosas fuentes sobre la actividad de ser padre, véanse Michael E. Lamb (ed.), The Role of the Father in Child Development, Nueva York, John Wiley & Sons, 1981; Stanley H. Cath, Alan R. Gurwitt, John Munder Ross, Father and Child, Boston, Little Brown, 1982. Véanse también Michael W. Yogman, James Cooley, DanieI Kindlon, Fathers, Infants, Toddlers, Developing Relationship y otros en Phyllis Bronstein y Carolyn Pape Cowan, Fatherhood Today, Nueva York, John Wiley & Sons, 1988; Kile D. Pmett, Infants of Primary Nurturing Fathers, en The Psychoanalitic Study of the Child, vol.38, 1983 y para un enfoque diferente, véase Samuel Osherson, Finding our Fathers, Nueva York, Free Press, 1986.

[18] Lillian Rubin, Intimate Strangers, Nueva York, Harper Colophon, 1984. Véase también Peter Nardi (ed.), Men’s Friendships, Newbury Park, Sage, 1992.

[19] Kaufman, Cracking the Armour, op cit. Ver también Varda Burstyn, The Rites of Men, Toronto, University of Toronto Press, de próxima publicación.

[20] El marco mítico-poético es discutido detenidamente por Michael Kimmel y Michael Kaufman en Weekend Warriors: The New Men’s Movement, en Brod y Kaufman, op. cit., y en un artículo más breve, The New Men’s Movement: Retreat and Aggression with America’s Weekend Warriors, en Feminist Issues, de próxima publicación.

[21] Un recuento fascinante del control patriarcal total del hogar es el libro de 1956 de Naguib Mahfouz, Palace Walk, Nueva York, Anchor Books, 1990.

[22] Michael Kimmel y Tom Mosmiller (eds.), Against the Tide: Pro-Feminist Men in the United States, 1776-1990. A Documentary History, Boston, Beacon. 1992.

[23] Un tercer movimiento es el antifeminista y, desvergonzadamente, misógino, el movimiento de los derechos del hombre, que no nos concierne en este artículo.

[24] En los años setenta y principios de los ochenta, los libros y artículos escritos por hombres como Herb Goldberg y Warren Farrell hablaban de las características nefastas del sentido de hombría –en particular del sentido que era letal para los hombres. Cuando el libro Iron John, de Robert Bly, alcanzó la lista de los best-sellers a finales de 1990, los vagos análisis de esos años se cristalizaron en un amplio movimiento norteamericano con un nuevo periódico: Wingspan, grupos de retiros de hombres, círculos de tamboreo, boletines regionales y una serie de libros que continúa apareciendo.

[25] Aunque la categorización de estas dos corrientes del movimiento de los hombres sirve de herramienta útil para la discusión, no existen límites bien marcados entre las dos. Un buen número de hombres (más en el Canadá que en los Estados Unidos), atraídos por el movimiento mítico poético, simpatizan con el feminismo y con las luchas actuales de las mujeres. Mientras tanto, la mayoría de los hombres, atraídos por el marco teórico profeminista, también se preocupan por mejorar las vidas de los hombres. Y los hombres, especialmente los que se encuentran en la última categoría, están preocupados por el impacto de la homofobia en todas las categorías de hombres.

[26] Mi anécdota favorita acerca de la resistencia de muchos de los “comunes y corrientes” al identificarse con la necesidad de desafiar la homofobia públicamente fue contada por un colega, quien en Toronto, en los primeros años de la década de los ochenta, enseñaba un curso sobre el cambio social. En la taberna de los estudiantes, una noche después de clase, uno de ellos lamentaba no haber vivido en otra época. “Habría sido maravilloso vivir en la última parte de los años treinta –decía–, para poder haberme enlistado y luchado en la guerra civil española”. Mi colega le dijo: “¿Sabes que docenas de casas de baños para homosexuales fueron allanadas por la policía esta semana y ha habido grandes manifestaciones casi todas las noches? Podrías unirte a ellos”. El estudiante lo miró y le dijo: “Pero yo no soy gay”, ante lo cual mi colega le respondió “Tampoco sabía que fueras español”. Sobre la relación entre homofobia y la construcción de una masculinidad normal, véase Michael Kimmel, Masculinity as Homophobia, en Harry Brod y Michael Kaufman, Cracking the Armour, op. cit. Véase también Suzanne Pharr, Homophobia: A Weapon of Sexism, Little Rock, Chardon Press, 1988.

[27] Hace varios años, trabajé brevemente en un aserradero de Columbia Británica. Un día, por mi escasa experiencia en ese trabajo, me vi enfrentado a un embrollo de maderas transportadas por cadenas que las conducían desde una sierra a la próxima. En medio del amplio taller, el supervisor apuntó un botón rojo que detendría las cadenas en movimiento, antes de que yo me atreviera a meterme en el medio. El aclaró que se detendría la operación total, pero enfatizó que cualquiera que no fuera lo suficientemente hombre para entrar en las cadenas en movimiento no debería trabajar allí.

[28] La White Ribbon Campaign enfoca el fenómeno de la violencia que los hombres ejercen contra las mujeres. En un pequeño grupo empezamos la campaña a finales de 1991, y después de una semana miles de hombres en todo el Canadá llevaban una cinta blanca durante una semana, jurando que “no cometerían, condonarían, ni se quedarían callados con respecto a un crimen violento cometido contra las mujeres”. Esta campaña, que tiene el propósito de romper el silencio de los hombres en relación con la violencia ejercida contra las mujeres, y de movilizar la energía y los recursos de los hombres, goza de apoyo dentro del espectro sociopolítico y ha empezado a extenderse a otros países. Actualmente, da particular atención al trabajo con niños y hombres jóvenes y ha producido un número apreciable de materiales educativos para el uso de profesores y estudiantes. Para información, contactar a: The White Ribbon Campaign, 220 Yonge Street, Suite 214, Toronto, Canada M5B 2H1; teléfono: (416) 596 15 13; fax: (416) 596 23 59; correo electrónico: whiterib@idirect.com

[29] En algunas respuestas de los hombres al tema de la pornografía, ver Michael Kaufman, Leather Whips and Fragile Desires: The Riddle of Pornography, capítulo 6 de Cracking the Armour, op. cit. y Michael S. Kimmel, editor, Men Confront Pornography, New York: Crown Publishers, 1990.

Poder hegemónico y contrahegemónico: una aproximación conceptual Simona Violeta Yagenova

El concepto de poder, debe entenderse como una relación social ejercido por individuos, grupos, clases sociales o nacionales, en un contexto histórico y territorio determinado.

PODER se puede definir como la capacidad de influir, condicionar, determinar el comportamiento de otros para que actúen de una u otra manera. Las relaciones desiguales de poder se construyen debido al acceso desigual a determinados recursos, que permiten a unos realizar sus intereses, personales o de clase e imponerlos a otros.

Estas relaciones de poder construidas históricamente y marcadas por la lógica del capital, la discriminación étnica y de género, son desiguales y asimétricas. Muchos han escrito, analizado y aportado a la comprensión del concepto de poder, y cómo en la práctica las relaciones de dominación-poder hegemónico se construyen y reproducen, o son enfrentadas.

En este apartado, se  brindará una breve visión de los aportes que Michel Foucault, Carlos Marx y Antonio Gramsci realizan a la teoría del poder y dónde se sitúan los debates contemporáneos librados por los movimientos sociales y teóricos críticos frente al sistema existente.

1. El poder desde la perspectiva de Foucault

Tal como lo plantearan distintos teóricos pero especialmente Foucault en su obra Vigilar y castigar, las relaciones de poder no son una cosa, no se concentran en un lugar determinado sino se diseminan por todo el tejido social, aunque éstos se relacionan con determinados centros hegemónicos del poder:

Cuando me refiero al funcionamiento de poder no me refiero únicamente al problema del estado, o a la clase dirigente, a las castas hegemónicas… sino a toda una serie de poderes cada vez más sólidos, microscópicos que se ejercen sobre los individuos, en sus comportamientos cotidianos y hasta en sus propios cuerpos.[1]

Según el análisis que realiza Mendoza de la obra de Foucault, las relaciones de poder se modifican en los distintos momentos históricos, derivados de los cambios estructurales existentes:

En la Edad Media se manifiesta una relación de poder fundamentalmente ligada al control y a la propiedad de la tierra y sus productos, el poder se identifica con la sangre mediante la reivindicación del abolengo de la aristocracia, y con la propiedad a través de la posesión de enormes extensiones de tierra que simbolizan la grandeza y el poderío en esta época histórica. El poder en el medioevo gira en torno al dominio absoluto, previamente sacralizado del soberano y del Papa, y se establece sobre la base de agrupación de grandes latifundios que funcionan como principal fuente de riqueza.[2]

Foucault, al estudiar cómo opera el poder en la fase de desarrollo capitalista quiso develar los dispositivos propios de este sistema que garantizara la reproducción del sistema de dominación, llevándole a la conclusión, que de allí se perfecciona una nueva tecnología de poder.[3] El destacado autor, citado por Mendoza, plantea que dentro del capitalismo se construye una biopolítica[4] que se subordina a los hombres y mujeres a la lógica al poder capital. La disciplina capitalista produce un doble efecto que actúa en forma recíproca: se domeña y mantiene la sujeción sobre el cuerpo, así como se doblega y educa el alma para la obediencia.[5]

El poder se difumina por el tejido social en dispositivos disciplinatorios,

nuevos saberes, imaginarios, discursos, prácticas que garantizan la reproducción del capital que etiquetan lo que es” normal” o “anormal”, prohibido y aceptado por el sistema de dominación existente:

Por esto cuestionar las formas capitalistas de vida implica conocer las formas insidiosas mediante las cuales operan poderes y saberes específicos, pero a la vez asumir en nuestra propia existencia la renuncia de un conocimiento, a una identidad que nos ha sido asignada.[6]

Foucault, al analizar los dispositivos garantes para la reproducción del poder, enfatiza el rol y la relación que existe entre disciplina y discurso. “En cualquier sociedad hay relaciones manifiestas de poder que permean, caracterizan y constituyen el cuerpo social, y esas relaciones de poder no pueden ser establecidas, consolidadas ni implementadas sin la producción, acumulación y funcionamiento de un discurso.”[7]

Según Michel Foucault, dentro del marco del sistema capitalista, se construye una serie de dispositivos de poder “normas” y “disciplinas”[8] que se reproducen en el tejido social y son interiorizadas: “Un ser humano disciplinado es aquel que ha aprendido e integrado totalmente un determinado código de reglas de comportamientos dictada por el padre, el maestro, el juez, el alcalde, el psiquiatra[9]

Sumado a lo anteriormente expuesto un elemento central de la disciplina de poder en la actualidad, advierte Foucault, proveniente del discurso capitalista y este es el “encierro” en la cual vive el obrero: “El endeudamiento obrero le obliga por ejemplo a pagar su alquiler un mes por adelantado, y en cambio cobra su salario a fin de mes, la venta a plazos, el sistema de cajas de ahorro, las cajas de retiro y asistencia, las ciudades obreras, todos estos han sido medios para controlar a la clase obrera, de una manera mucho más sutil, mucho más inteligente mucho más fina y para secuestrarla.”[10]

Mendoza advierte que “El poder no es monolítico y totalmente controlado. Aunque en la sociedad hay un grupo de una clase que ocupa estratégicamente posiciones de poder no controlan del todo el poder ya que éste no está localizado en un lugar específico como los Estados, si no en pequeños poderes capilares (padre sobre el hijo, maestro sobre el alumno, empresario sobre obrero. etc.) lo que permite y hace posible que el Estado se reproduzca y funcione.”[11]

El poder entonces, según la perspectiva foucoultana es una red imbricada de relaciones estratégicas complejas[12] que se transforman permanentemente.

2. El poder y la hegemonía desde la perspectiva marxista

Adolfo Sánchez Vásquez[13] en un ensayo sobre el concepto de poder en la obra de Marx, inicia su reflexión en torno a los autores quienes de una u otra manera han cuestionado que Marx haya elaborado una teoría sobre el poder: “Así, fuera del marxismo, Foucault ve en Marx ante todo al teórico de la explotación y niega que haya elaborado una teoría del poder. Norberto Bobbio subraya que, al centrar Marx su atención en el sujeto del poder, deja a un lado como consecuencia el problema de cómo se ejerce el poder.

Asimismo, al partir de una concepción negativa del Estado no prestaría atención a las formas de gobierno ni delinearía un Estado alternativo, socialista, frente al Estado representativo, burgués, puesto que en definitiva todo poder estatal sería transitorio y estaría destinado a desaparecer. Este problema y el de su conquista estarían en el centro de su atención. De ahí derivarían las insuficiencias de la concepción de Marx del poder, al que, por otra parte, no dedicaría ninguna obra expresamente.”

Adolfo Sánchez Vásquez, si bien reconoce que Marx no se dedicó exclusivamente a construir una teoría política sobre el poder, coincidiendo parcialmente con quienes sostienen esta tesis, sí afirma que a lo largo de su obra se expresan algunas tesis que nutren una perspectiva marxista del poder.

Estas son:

a) La desmitificación de que el poder político en una sociedad marcada por la lógica del capital esta ajeno a las clases en conflicto; b)El poder político concentrado en el Estado es una expresión del poder de la clase dominante que actúa en función de la reproducción de la lógica sistémica del capital; c) Desvirtúa que el poder estatal actúa desde una perspectiva autónoma frente a los constituidos o construidos históricamente y que se expresan en la estructura social existente; d) Que el poder político en el marco del sistema capitalista puede adquirir distintas formas de gobierno, desde autoritarios hasta democráticas, siempre y cuando cumplan la función de garantizar que se reproducen los intereses de la clase dominante; e) Marx reflexionó en torno al poder y la violencia, afirmando que el ejercicio del poder político implica en la práctica el ejercicio de la fuerza; f) Esboza algunos rasgos de cómo se expresaría el poder político en manos de la clase obrera en un contexto de transición del capitalismo hacia el comunismo, que aspira a la eventual extinción del Estado y la devolución a la sociedad de las funciones que ésta ha absorbido.

Se trata entonces, del esbozo de un poder distinto, que se construye mediante un proceso de democratización profundo, que aspira a eliminar la dominación de clase surgida en el marco del capitalismo. Según Sánchez, Marx establece la relación entre la desaparición de las condiciones sociales de los antagonismos de clase, que hacen necesaria la dominación, y la desaparición del poder en cuanto instrumento de dominación.

Isabel Rauber, al reflexionar en torno al aporte de Marx, señala “que el dominio de una clase sobre otra, aunque enraizada a nivel estructural, sólo es posible y durable si las clases dominantes han logrado un ordenamiento de la sociedad en función de su proyecto social. A ello alude el propio Marx cuando señala que a toda sociedad le corresponde un determinado tipo de Estado.”[14]

3. El aporte de Gramsci-Poder y hegemonía

Reflexionar en torno al poder evoca necesariamente la obra de Antonio Gramsci, quien nutrió la teoría marxista con una nueva interpretación y aplicación del concepto de hegemonía.

En 1901 se refiere directamente al concepto de hegemonía: “En función de la posición histórica de nuestro proletariado, la socialdemocracia rusa puede conseguir la hegemonía (gegemoniya) en la lucha contra el absolutismo”.[15]

A pesar de que es poco conocido, éste tuvo una amplia aplicación por parte del movimiento socialdemócrata ruso durante el periodo de 1908 a 1917, en que se debatía la estrategia política de la clase obrera frente al zarismo. Plejanov, en escritos que datan del periodo 1883-1883, cuando se fundaba el Grupo de Emancipación del Trabajo (1884), le daba la connotación de que la lucha de los obreros debería trascender el plan económico frente a la parte patronal, hacia la lucha política en contra del zarismo. Axelrod (1989) por su parte, planteó que la clase obrera debería jugar el papel dirigente en la lucha contra el absolutismo zarista, “La vanguardia de la clase obrera debe actuar sistemáticamente como el destacamento dirigente de la democracia en general.”

Gramsci, quien tuvo conocimiento de estos debates que se realizaron en el seno de la III Internacional y le servirían de base para un proceso de reflexión en torno al concepto de hegemonía, que marcaría un punto de inflexión fundamental en la teoría política marxista posterior. Uno de los aportes más significativos, según Perry Anderson, fue el hecho de que amplió la noción de hegemonía desde su aplicación original de las perspectivas de la clase obrera en una revolución burguesa contra un orden feudal, a los mecanismos de dominación burguesa sobre la clase obrera en una sociedad capitalista estabilizada.”[16]

Anderson, Perry, ibid pág. 164, citando a Axelrod, K. Vopágs.osu, pág. 27. Según Anderson (2002), “el énfasis introducido por Plejanov y Axelrod en la vocación de la clase obrera a adoptar una orientación “totalmente nacional” hacia la política y a luchar por la liberación de todas las clases y grupos oprimidos de la sociedad, iba a ser desarrollado con una elocuencia y un punto de vista completamente nuevos por Lenin en el ¿Qué Hacer? en 1902”. Este mismo autor plantea que el término hegemonía fue uno de los más utilizados por el movimiento obrero ruso antes de la Revolución de Octubre (1917) y posteriormente fue aplicado en los primeros congresos de la III Internacional de la Comintern, donde la aplicación del término se centraba sobre todo en torno al deber del proletariado de ejercer la hegemonía sobre los otros grupos explotados o sea sus aliados de clase contra el capitalismo, la guerra y a favor de la emancipación de la humanidad. El IV Congreso del Comintern (1922) marca un parteagua en el sentido de que se comienza a utilizar el concepto en torno a la dominación de la burguesía sobre el proletariado.

El perfeccionamiento del modelo de dominación capitalista, a pesar de las luchas realizadas por la clase obrera, ya era percibible en la década de los años veinte cuando Gramsci desarrolló su reflexión teórica-política.

Isabel Rauber (2002) destaca la importancia de la obra de Gramsci para poder comprender la complejidad del sistema de dominación que combina eficazmente lo político-ideológico y cultural para garantizar la reproducción del sistema:

La hegemonía constituye un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad de la vida, no se limita al ámbito de lo ideológico y sus formas de control y dominio.

En su múltiple dimensión cultural, la hegemonía constituye un ‘sentido de la realidad’, sentido que busca imponer –culturalmente‑ como ‘natural’ a través de los modos de producción y reproducción cotidianas de vida, transformándolo en parte del llamado sentido común acerca del deber ser de la realidad social de la que se es parte. Tanto es así que R. Williams afirma que ‘en el sentido más firme, [la hegemonía] es una cultura, pero una cultura que debe ser considerada asimismo como la vívida dominación y subordinación de clases particulares’. [Polleri, 2003] Disputar ese ‘sentido’ es, por tanto, parte vital en la imprescindible disputa político-cultural por el cambio social que es necesario desplegar en todo momento.”[17]

Sin embargo, el ejercicio hegemónico siempre está enfrentado a un escenario de disputa por las fuerzas opositoras, tal como lo plantea Ceceña[18] (2000), Rauber (2005) y Kohan. Este último al referirse a este tema plantea que:

La hegemonía nunca se acepta de forma pasiva, está sujeta a la lucha, a la confrontación, a toda una serie de ‘tironeos’. Por eso, quien la ejerce debe todo el tiempo renovarla, recrearla, defenderla y modificarla, intentando neutralizar a sus adversarios incorporando sus reclamos (…). Como la hegemonía no constituye entonces un sistema formal cerrado, sus articulaciones internas son elásticas y dejan la posibilidad de operar sobre ellas desde otro lado: desde la crítica al sistema, desde la contrahegemonía (a la que permanentemente la hegemonía del capital debe contrarrestrar, disgregar y fragmentar). Si la hegemonía fuera absolutamente determinante –excluyendo toda contradicción y toda tensión interna– sería impensable cualquier disidencia radical y cualquier cambio en la sociedad.[19]

Isabel Rauber (2002) reflexiona en torno a la vigencia del pensamiento

gramsciano para poder comprender hoy por hoy la lucha popular frente al poder hegemónico del capital y su esfuerzo por construir poderes contra-hegemónicos alternativos al sistema:

El modo de articulación política sociocultural que impone, reafirma y recrea el tipo de poder dominante fue definido por Gramsci como hegemonía, concepto que hoy cobra peculiar significación práctica en el proceso de confrontación de los oprimidos con el poder dominante, en el que se desarrolla también las construcciones de poder propio (hegemonía popular) desde abajo.[20]

La importancia del aporte de Gramsci y Foucault reside en que rompe con aquellas perspectivas que se sustentaban en la premisa de que se podría “tomar” el poder y, por ende, la lucha por el poder o por la transformación de los poderes hegemónicos tendría como vía principal “la toma del Estado” que marcó, por un periodo prolongado, las estrategias de los partidos de izquierda y movimientos revolucionarios. Si bien, no se trata de obviar la importancia que tiene el poder estatal para la reproducción del sistema de dominación, esta perspectiva dejaba relegado en un plano secundario y subordinado las luchas reivindicativas de aquellos movimientos como el de mujeres, indígenas, juveniles, etcétera.

La ya citada autora, al reflexionar en torno a las consecuencias de esto, plantea que la diferencia entre la perspectiva de “tomar el poder” vs “construir poder desde abajo”, marca vías estratégicas de transformación distinta; dado que la segunda noción parte de la construcción de poderes contrahegemónicos desde la vida cotidiana y en los microespacios como un eslabón ineludible para la construcción y consolidación de una transformación sistémica profunda. [21]

La equivocada concepción de que se puede “tomar el poder” lleva ineludiblemente a subestimar la complejidad del sistema de dominación que está imbricado en las relaciones sociales cotidianas, en la cultura, en los imaginarios y prácticas sociales, que no se pueden desaparecer por “decreto” ni por medio de las victorias electorales de un partido de izquierda.

Un aspecto clave entonces es enfrentar el poder hegemónico con una correlación de fuerzas de poderes contrahegemónicos que trascienden el cuestionamiento del sistema hacia la construcción de formas alternativas de vida. En este sentido, son los movimientos sociales quienes mediante su amplio repertorio de acciones colectivas construyen pensamiento crítico y prácticas sociales que abonan a concebir modelos alternativos sistémicos:

Los actores sociales desarrollan un proceso simultáneo de destrucción-construcción. Destrucción de la hegemonía dominante y la construcción de la hegemonía de liberación: Una moral, una ética, una conducta y práctica social opuesta a la de la dominación. Teniendo en cuenta que hegemonía es Poder, puede afirmarse que ese proceso de construcción de contrahegemonía va dando cuerpo a un Poder popular, que se va gestando día a día en cada reunión, en cada acto solidario, en cada lucha, en cada forma de organización y en cada resolución política local o nacional.

Ese poder popular adquiere verdadera fuerza y corporeidad cuando se afianza conjugando lo humano y lo territorial, es decir, cuando existe como organización, administración y práctica colectiva cotidiana en un territorio concreto como Poder Local.[22]

La construcción de los poderes contrahegemónicos, no es, entonces, obra de un sujeto privilegiado históricamente determinado, como en su momento se consideraba a la clase obrera, sino obra de la confluencia de fuerzas sociales críticas, que han acumulado poderes y saberes para propiciar cambios sustanciales en el sistema existente.

El rol que juega dentro de este marco la clase obrera ha sido objeto de un amplio y extenso debate entre quienes sostienen que el sujeto privilegiado para la transformación del sistema capitalista sigue siendo la clase obrera y quienes plantean que, más bien, es un sujeto colectivo, diverso, heterogéneo con capacidad de construir pensamiento critico y construir las alternativas frente al sistema capital existente.

Para Marx, el proletariado era el sujeto histórico potencialmente emancipador desde el momento en que comienza a accionar en función de sus intereses de clase enfrentado al capital. Según Kohan[23] el aporte de Marx a la comprensión de clase, incluye a lo menos tres atributos que permiten comprender la construcción de la identidad y subjetividad de clase: (a) el modo de vivir; (b) los intereses; y (c) la cultura:

En consecuencia, las clases no se definen sola ni únicamente por la posesión o no posesión de los medios de producción ni por la cantidad de trabajadores asalariados existentes en una formación social dada en un momento determinado de la historia, tal como lo indica la estadística “objetiva” del censo. Sin dar cuenta al mismo tiempo de la tradición rebelde transmitida de generación en generación, de la cultura popular sedimentada y recreada en las clases subalternas, de la decisión y predisposición al enfrentamiento (a partir del cual se genera la propia identidad subjetiva de clase), de la perspectiva de confrontación y la iniciativa de hegemonía, nunca se podrá comprender a fondo el conflicto y la lucha de clases en la historia.[24]

Las clases son sujetos que se desarrollan, explayan y enfrentan en una relación antagónica propia del sistema capitalista que se expresa en el plano objetivo y subjetivo, creando identidades propias, y “estructuras de sentimiento”[25] que interactúan en la vida cotidiana y las prácticas políticas y socioculturales:

Esa experiencia histórica colectiva existe en la medida en que es vivida y reproducida cotidianamente por los trabajadores. Si las clases dominantes y dirigentes construyen su hegemonía, las fracciones organizadas y políticamente más decididas de las clases explotadas, subordinadas y subalternas pugnan, también cotidianamente, por contrarrestar esa dominación con su contrahegemonía.[26]

Kohan recuperando los aportes de Marx, introduce a la discusión la categoría de clase y sujeto como portadores de la reproducción del poder hegemónico y construcción de poderes contrahegemónicos. Según este autor,[27] la clase obrera reviste sin embargo singular importancia dentro del marco de un bloque de fuerzas críticas del sistema, dado que expresa en sí el antagonismo y contradicción entre capital y trabajo.

Citando a Meiksins Wood,[28] plantea que el capitalismo puede permear cierto pluralismo e ir integrando la política de las diferencias. Pero lo que no puede hacer jamás, a riesgo de no seguir existiendo o dejar de reproducirse, es abolir la explotación de clase.

Isabel Rauber (2005) coincide con este análisis, en el sentido de que el poder hegemónico se construye sobre bases de una sociedad dividida en clases sociales y marcada por la contradicción capital-trabajo:

El poder se constituye como síntesis articulador político-social-cultural de las relaciones sociales levantadas a partir de la oposición estructural capital‑trabajo, que instaura desde los cimientos mismos el carácter de clase de las múltiples interrelaciones entre las fuerzas sociales del capital y las del trabajo, entre las luchas por la hegemonía y la dominación, y las luchas de resistencia y oposición a ello, que –de conjunto‑ definen una determinada correlación entre las fuerzas (de clase) a escala social.[29]

4. Los aportes de Isabel Rauber al debate sobre el poder hegemónico y contrahegemónico

Rauber apuesta a la necesaria construcción de un sujeto colectivo múltiple que acumula fuerza y poder para transformar el sistema desde abajo. El concepto de construir poder desde abajo no alude a una dimensión geográfica, sino una ruta metodológica sociopolítica en la que los históricamente empobrecidos, marginados, explotados se convierten en el sujeto político para llevar a cabo las transformaciones sistémicas.

Elenfrentar la hegemonía dominante constituye una parte fundamental de este procesoque implica, a su vez, la deconstrucción de prácticas políticas y socioculturales que reproducen el modelo de dominación, aun en el seno de las fuerzas sociales de cambio.

Esta deconstrucción, según Rauber, tiene que partir de una base sustancialmente diferente para que puedan convertirse en alternativas:

Construir una nueva civilización humana, liberadora, justa solidaria y ecológicamente sustentable no será una realidad si los cambios se limitan a ser la contracara del capital, a dar vuelta a la tortilla; no se trata de construir una contrahegemonía, sino de construir una cultura y conciencia políticas radicalmente diferentes, superadoras de discriminaciones, jerarquizaciones y exclusiones de cualquier tipo, y también de todo pensamiento único.[30]

Pero ¿cuál es la base sobre la cual se construye estas alternativas de vida? Según Rauber, desde los sujetos populares que consciente y críticamente luchan frente al sistema, donde se han acumulado experiencias, saberes, prácticas y sueños que cuestionan profundamente el sistema dominante. La posibilidad de construir alternativas frente al modelo se realiza en un contexto de una ardua disputa ideológica, política y sociocultural que requiere de la acumulación de fuerzas y poderes populares antes de convertirse en hegemónico.

Esto implica enormes retos para las fuerzas sociales críticas porque tienen que demostrar en la práctica, en la vida cotidiana, que sí es posible trascender y cambiar radicalmente el sistema de dominación existente, mostrando, en

las palabras de Rauber, en las experiencias y construcciones de los movimientos sociales que la sociedad buscada existe ya en ellas, esbozada en pequeños logros.

Dentro de este marco, cobra importancia a su vez la lucha política como un eslabón fundamental para la construcción de poderes populares, que define en los siguientes términos:

La lucha política, la lucha por el poder, es un complejo proceso histórico en el cual ‑del entrecruzamiento de fuerzas sociales, políticas y culturales‑, se constituye y fortalece la fuerza político-social capaz de crear y erigir alternativas en todos los terrenos en los que el bloque dominante realiza su hegemonía. Dirigir los esfuerzos hacia su construcción y consolidación, atendiendo a las peculiaridades de cada momento político, avanzando en la articulación, organización y el empoderamiento colectivo en cada ámbito en que se manifiesta la lucha, es el desafío ideológico-cultural, intelectual y práctico más importante de la hora actual.”[31]


[1] Córdoba Mendoza, Paul Antonio, Michel Foucault y los dispositivos del poder en el capitalismo, Oppdium 2010, Chile, basado en Foucault, Michel, 1999, “Asilos, Sexualidad y Prisiones”. En: Estrategias de Poder. Volumen II, Barcelona: Editorial Paidós, pág. 283.

[2] Córdoba Mendoza, Paul Antonio, Michel Foucault y los dispositivos del poder en el capitalismo, Oppdium 2010, Chile, basado en Cf. Ceballos Héctor, 1997, Foucault y el Poder, México: Ediciones Coyoacán, pág. 67.

[3] Córdoba Mendoza, Paul Antonio, op. cit., pág. 73.

[4] Cfr. Lazzarato, Maurizio “del Biopoder a la Biopolítica”, documento bajado de Internet, el día 1 de agosto de 2006, http://sindominio.net/arkitzean/otrascosas/lazzarato.htm

[5] Ibíd.

[6] Foucault, Michel, 1999, Estrategias de Poder. Volumen II, Barcelona: Editorial Paidós, págs. 17-18.

[7] Foucault, Michel, 2000, Vigilar y Castigar, Madrid, Siglo Veintiuno editores, pág. 212.

[8] El concepto de sociedad disciplinaria acuñado por Foucault, se refiere a la existencia de una serie de dispositivos cargadores de “la verdad” que producen y retroalimentan prácticas sociales de “obediencia” a la entramada de poderes existentes.

[9] Cfr. Foucault, Michel “El poder y la norma”, en: Revista la nave de los locos, N 8, 1984, Universidad San Nicolás,Morelia.

[10] Foucault, Michel, 1999, “A propósito del encierro penitenciario”, en: Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones, Madrid: Alianza Editorial, pág. 67

[11] Paul Antonio Córdoba Mendoza, Michel Foucault y los dispositivos del poder en el capitalismo, Oppdium 2010, Chile.

[12] Díaz, Reinaldo Geraldo, “Poder y resistencia en Michel Foucault”, Tabula Rasa,enero-junio 2006, Universidad Colegio Mayor Cundinamarca, Bogotá, Colombia, pág. 108.

[13] Sánchez Vásquez, Adolfo, “Entre la realidad y la utopía, ensayo sobre política, moral y socialismo, La cuestión del poder en Marx”, http// www.corrientepraxis.org, pág. 1.

[14] Isabel Rauber, “La noción de poder en la construcción del poder local”, en Paradigmas y Utopías, Revista de reflexión teórica y política del Partido de Trabajo, GRAMSCI, revista bimestral, julio/agosto 2002, No.5 pág. 268.

[15] El término hegemonía puede derivar del griego eghesthai, que significa “conducir”, “ser guía”, “ser jefe”; o tal vez del verbo eghemoneno, que significa “guiar”, “preceder”, “conducir”, y del cual deriva “estar al frente”, “comandar”, “gobernar”. Por eghemonia, el antiguo griego entendía la dirección suprema del ejército. Se trata pues de un término militar. Egemone era el conductor, el guía y también el comandante del ejército. En el tiempo de la guerra del Peloponeso, se habló de la ciudad hegemónica, a propósito de la ciudad que dirigía la alianza de las ciudades griegas en lucha entre sí. Lucciano Grupágs., (1978) El concepto de Hegemonía en Gramsci (México: Ediciones de Cultura Popular). Caps. I y V, págs. 7-24 y 89-111, respectivamente.

[16] Anderson, Perry (2002), ibid, págs. 170-171.

[17] Rauber, Isabel, “La noción de poder en la construcción del poder local”, en Paradigmas y Utopías, Revista de reflexión teórica y política del Partido de Trabajo, GRAMSCI, revista bimestral, julio/agosto 2002, No.5 pág. 268.

[18] Ceceña, Ana Esther, “Estados y empresas en la búsqueda de la hegemonía económica mundial”, en Ana Esther Ceceña y Andrés Barreda (Coord), Producción estratégica y hegemonía mundial, México, Siglo XXI, 2000.

[19] Kohan, Nestor, “Nuestro Marx”, pág. 22. www.rebelion.org en sección de libros libres.

[20] En el capitalismo el poder es una suerte de macro interrelación social (interrelación de interrelaciones) que sintetiza política y socialmente a favor de los intereses del capital las relaciones sociales levantadas a partir de la oposición estructural capital-trabajo. Esta oposición instaura ‑desde los cimientos‑ el carácter de clase de las interrelaciones entre los polos que conforman dicha contradicción, de las luchas por la hegemonía y la dominación, y de las luchas de resistencia y oposición a ello. En este antagonismo concreto se desarrollan dinámicas que configuran y definen en cada momento una determinada correlación de fuerzas (de clase) a favor de uno u otro polo, correlación que actúa (se hace sentir) en toda la sociedad.

[21] Rauber, Isabel, (2002) ibid, pág. 274.

[22] Rauber, Isabel (2002), ibid, pág. 279.

[23] Kohan, Nestor, Nuestro Marx, pág. 255.

[24] Kohan, Nestor, Nuestro Marx, pág. 259.

[25] Aquí el autor se refiere a un concepto acuñado por Raymond Williams, definido como un “proceso social vivido y organizado prácticamente por significados y valores específicos”, que parte de las experiencias individuales insertas en una determinada clase social; Raymond Williams en Marxismo y literatura. Barcelona, Península, 1980. pág. 155.

[26] Kohan, Nestor, Nuestro Marx, pág. 259.

[27] Kohan, Nestor, op. cit., pág. 33.

[28] Meiksins Wood, Ellen, Democracia contra capitalismo. La renovación del materialismo histórico. Ed. Siglo XXI, México, 2000, págs. 304-305

[29] Rauber, Isabel, “Luchas sociales y representaciones políticas”, Argentina, 2005, documento PDF; pág. 37.

[30] Rauber, Isabel, “Rumbos estratégicos y tareas actuales de los movimientos sociales y políticos en América Latina”, Pasado y Presente, Santo Domingo, 2005.

[31] Rauber, Isabel, op. cit..

39 años del FMLN: Guerrilla, reformismo y decadencia Alberto Castro (PSOCA)

El pasado 10 de octubre se cumplieron 39 años de la fundación del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Vanguardia Unificada (FMLN-VU), organización político militar cuya duración data de1980 con el inicio de la guerra civil a 1992, finalizando con los acuerdos de paz, acto seguido nació con el mismo nombre, el partido político que actualmente forma parte de la fuerzas políticas de la Asamblea Legislativa conocido por todos quien, después de una larga espera en la oposición que duró 20 años, de 2009 a 2019 fue partido gobernante.

Debemos diferenciar al partido político que con junto a ARENA protagonizó la larga trama bipartidista de la posguerra del frente guerrillero de la guerra civil, entre ambos existen diferencias que principian por distintos contextos históricos, seguido por los tipos de estructuras, las funciones y limites programáticos. Por tal motivo en los siguientes párrafos se agrega una genealogía de la guerrilla, para posteriormente hacer balance crítico del FMLN como partido político.

La década de los preparativos y de acumulación de fuerzas.

La dinámica sociopolitica que discurría desde 1932, propició a inicios de 1970, el ascenso del movimiento de masas. En abril de ese año, un ala del Partido Comunista Salvadoreño (PCS), estrechamente vinculado al movimiento sindical, rompió con el aludido partido para fundar la organización político militar llamada: Fuerzas Populares de Liberación ’’Farabundo Martí’’ (FPL).

De los círculos cristianos en el mismo año surgió el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), esta organización a diferencias de las FPL, se orientó desde sus inicios en tácticas estrictamente militaristas, distanciándose del movimiento de masas, acción que fundamentó con la caracterización que, desde 1972 la situación política del país era revolucionaria, lo cual no era compartido por todos sus militantes, llevando a que se desprendiera de sus filas, un grupo que más tarde se hizo llamar Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN).

En esta década nacieron las organizaciones de masas paralelas a la dirección de los frentes guerrilleros, siendo estas organizaciones populares: el Frente de Acción Unificada (FAPU) surgida en 1974, en 1977 las Ligas Populares 28 de febrero (LP´s 28) dependiente del ERP y en 1975 el Bloque Popular Revolucionario (BPR) alineado a las FPL. De 1977 a 1979,.el control del PCS sobre el movimiento sindical descendió al no estar este acorde a la situación prerevolucionaria que se había germinado, y se desarrollaba al compás de combinaciones de acciones armadas con huelgas, autodefensas, ocupaciones de fábricas, iglesias, embajadas, etcétera. 

El PCS hecho a la medida del estalinismo, hizo lustre de sus prácticas traidoras, adhiriéndose mediante la Unión Democrática Nacional, a un sector de la burguesía que estaba aislado de la participación política por la oligarquía y la dictadura, así, bajo el espejismo de alianzas con la ‘’burguesía progresista’’ se integró a la Unión Nacional Opositora (UNO), el cual fue un intento, tanto de este grupo burgués como del PCS por recobrar la confianza de las masas, atrayéndolas a una nueva oferta electoral en curso. El descaro del PCS no termina aquí, tras el golpe de Estado del 15 de octubre del mismo año (cuyo propósito buscaba frenar el ascenso revolucionario), miembros de la UND aceptaron integrar la Junta de Gobierno a la que también se integraron miembros del PDC y del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR).

Esa Junta de Gobierno para legitimarse buscó consenso mediante el ‘’Foro Popular’’ la cual fue una artimaña  política para diluir en ella al movimiento revolucionario, trampa en la que cayeron en un inicio las Lp28 y en un mayor grado las FARN-FAPU, sin embargo tanto las FPL como el ERP con  claridad alertaron al pueblo lo adverso del golpe describiendo que se trataba de ‘’nueva maniobra de la oligarquía y el imperialismo que pretende desviara las masas hacia un proceso electoral’’,  logrando separar a las Lp28 de ese espacio. Entre octubre de 1979 y febrero de 1980 hubo dos Juntas de Gobierno que resultaron frustradas por el retiro del MNR y del PCS, quedando solo Napoleón Duarte. Los años 70 fue el periodo de acumulación de fuerzas y consolidación de cuadros políticos de las organizaciones revolucionarias, quienes al final de la década supieron desenredar las trampas desprendidas del golpe de Estado de 1979.

El Plataforma del Gobierno Democrático Revolucionario (GDR).

En febrero de 1980 el BPR, el FAPU, las LP28 y la UDN dieron vida a la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM), y sobre sus fundamentos  nació el Frente Democrático Revolucionario (FDR), el cual a su vez agrupaba al MNR, al Movimiento Socialdemócratacristiano (MPC), entre otros, días más tarde la CRM detalló su proyecto mediante la ‘’Plataforma Programática del Gobierno Revolucionario’’ el cual se basaba en: 1º) La completa destrucción de la maquinaria político militar de la dictadura existente desde hace medio siglo. 2º) La liquidación definitiva de la dependencia económica, política y militar del imperialismo yanqui. 3º)  Las garantías de las libertades democráticas; una revolución agraria radical; la transferencia al pueblo, mediante la nacionalización y creación de empresas colectivas y cooperativas, de los medios de producción y distribución fundamentales, en especial las compañías de producción y distribución de electricidad, de las refinerías de petróleo, las grandes empresas industriales, el comercio exterior, la distribución el transporte y las finanzas (bancos y compañías de seguros).

La CRM asumía el papel organizador de todas las fuerzas revolucionarias del país, mediante la GDR que no era un conjunto de salidas reformistas compactas, pues propugnaba por en primer lugar la toma del poder, es decir, derrocar al poder oligarca mediante una revolución armada y en segundo lugar esbozaba la destrucción del sistema capitalista.

El nacimiento de la guerrilla FMLN.    

A tan solo ocho días de que la CRM lanzará la GDR, el FDR dirigió a toda la nación la propuesta de adoptar con base  a la plataforma, un Gobierno para anquilosar la guerra civil que se divisaba. El 10 de octubre de 1980 se concretiza el trabajo organizativo de unidad guerrillera, las FPL, ERP, RN-FARN, y el PCS dan vida al FMLN, cuya preparación se desglosa de la Coordinadora Político Militar (CPM), creada en 1979 por FPL, RN y PCS; aquí fue excluido el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), en mayo de 1980 se formó la Dirección Revolucionaria Unificada, en la que convergieron las FPL, PCS, RN y ERP, el RN la abandonó a causa de sus permanentes pugnas con el ERP, volviendo a integrarse a la unidad guerrillera con la constitución del FMLN. el PRTC al igual que en la CPM fue marginado de esta, al ser tildado de trotskista, lo cual evidencia la desastrosa influencia que tuvo el estalinismo y las variantes maoístas en las organizaciones de aquella época, quienes obligaron al PRTC a separarse de la dirección regional, dejar de ser una sección nacional y constituirse como organización autónoma. Solo cumpliendo tales exigencias pudo integrarse al FMLN en diciembre de 1980.

La ofensiva de 1981 y la supresión del movimiento de masas.

La represión militar se enfocaba en el aniquilamiento y exterminio de toda la aposición política de la dictadura, el 27 de septiembre de 1980 fueron secuestrados, torturados y asesinados los miembros del Comité Ejecutivo del FDR. descabezando la disidencia que confluía con el FMLN, entre los asesinados está Enrique Alvarez Córdova, un hijo faccioso de la oligarquía. 

El 10 de enero de 1981 el FMLN lanzó la ofensiva guerrillera a nivel nacional, con el objetivo de resolver el problema del poder a través de la GDR, la táctica se basó, en establecer territorios bajo control guerrillero para desarrollar la insurgencia popular de manera prolongada, previendo esto, anticipadamente la dictadura desarrolló unos meses antes la táctica criminal de guerra ‘’Tierra Arrasada’’, masacrando sin piedad a poblaciones civiles del interior que, potencialmente pudieran convertirse en base social del FMLN.

El movimiento de masas que, un año antes de la ofensiva guerrillera había realizado la movilización más grande registrada hasta la fecha en El Salvador (22 de enero de 1980), al finalizar la ofensiva del 10 de enero de 1981, ese movimiento de masas fue absorbido en los frentes de guerra, que se definieron de la siguiente forma: el occidental, frente ’’Feliciano Ama’’; el Central, frente ’’Modesto Ramírez’’; el Paracentral, frente ‘’Anastasio Aquino’’ y el Occidental, frente ’’Francisco Sánchez’’.

Durante el primer año a la guerrilla se le presenta el desafío de resistir, desarrollarse y avanzar, es decir, defender las zonas de control, consolidarlas y extenderlas. justo cuando llega a la presidencia de EEUU, Ronald Reagan para quien Centro América figuraba como uno de los puntos más importante de la política exterior en el combate contra los movimientos de liberación. El régimen oligárquico sustentado por la vieja dictadura militar, pasó a inicios de esta década a ser un régimen contrainsurgente; cuyo plano militar relativo a la logística  y operatividad provino de la asesoría directa de Washington.

Los sucesos de 1983 y el giro del GDR al GAP.

A finales de 1981 iniciaron las campañas guerrilleras que, en concreto fueron ofensivas territoriales para consolidarse en la medida que se desgasta al enemigo, el 29 de diciembre del mismo año, las FPL inician exitosamente la campaña en Chalatenango, lo siguen en Cabañas y Cuscatlán, y para finales de 1982 realizan la ofensiva guerrillera en el frente paracentral. El ERP por su parte en 1982 inicia la campaña político militar ‘’comandante Gonzalo’’, en agosto otra campaña a nivel regional y en 1983 golpea exitosamente importantes posiciones de la dictadura como el de Oscicala y Delicias de Concepción.

Para  finales de 1983, el FMLN tenia logrado los objetivos  militares de control territorial que se había propuesto, pasa a su siguientes objetivos: la guerra de desgastes militares y políticos contra las Fuerzas Armadas y contra el Gobierno de Napoleón Duarte. Pero algo más sucedió en ese año,  el 6 de abril de 1983 en Managua es asesinada Melida Anaya Montes (comandante Ana María) en Nicaragua, e inmediatamente se responsabiliza  a Salvador Cayetano Carpio, comandante ‘’Marcial’’, quien según la versión hasta ahora difundida y nada esclarecida, se suicida a la postre. Después de estos hechos, comienza un nuevo proceso dentro del FMLN. El 9 de febrero de 1984 la comandancia general del FMLN y el FDR en México, dieron una conferencia de prensa dando a conocer la integración y plataforma del Gobierno Provisional de Amplia Participación (GAP). Sustituyendo al GDR,  ’’El Gobierno de Amplia Participación será un gobierno en donde no predominara una sola fuerza, sino la expresión de la amplia participación de las fuerzas políticas y sociales dispuestas a eliminar el régimen oligárquico y rescatar la independencia y soberanía nacional… donde exista la propiedad privada y la inversión extranjera…’’.

El GAP le permitió ser parte a sectores burgueses progresistas en el futuro gobierno. Abandonando el GDR, se renunciaba a la lucha por la toma del poder político. Con el GAP no se proseguía la victoria militar, sino la búsqueda de una negociación, que se logro y consolido en 1992. Es evidente que  el PCS desempeñó un papel influyente en los virajes sucedidos en 1983, haciendo uso de sus métodos, se manifestó el burocratismo, el verticalismo el dogmatismo, el oportunismo, la calumnia, la mentira, las purgas, etc. La GDR tuvo vigencia en el FMLN hasta cuando se había consolidado el control territorial.

FMLN como partido y como Gobierno.

En enero de 1992 finalizó la guerra con los acuerdos de paz que, incluyeron compromisos tanto por de la dirección guerrillera y como del Estado salvadoreño. La guerrilla se desmovilizó, se reformo la  constitución de 1983, creándose una institucionalidad democrática, el FMLN por decreto legislativo, se volvió partido político legal, el sueño del PCS.

El PCS al interior del FMLN impuso su política reformista en el nuevo partido. En las elecciones de 1994 el FMLN logro los primeros curules en la Asamblea Legislativa, también logro ganar importantes alcaldías. Un año más tarde en 1995, en el partido se planteo la necesidad de unificación que implicaba la disolución de las estructuras operativas heredadas de la época guerrillera. En el congreso las cinco organizaciones celebraron su congreso final de disolución. Posterior a ello, de manera audaz el PCS al interior del FMLN siguió funcionando secretamente, copando los organismos de dirección nacional, Departamentales y Municipales, claro esto pasó con la complicidad de los dirigentes oportunistas de las otras organizaciones. El FMLN ascendió como la segunda fuerza política de la Asamblea Legislativa (a.L). En 1992 surgió un partido democrático y conservador, no socialista, los años de oposición le fueron moldeando, hasta ser la opción izquierdista del régimen. El FMLN en sus años de oposición llevó al pleno de la Asamblea Legislativa, algunas de las iniciativas de ley de los sindicatos y organizaciones populares, con lo que gano base social. Pero con el FMLN en la A.L al pueblo salvadoreño se le impuso el modelo neoliberal. Durante fue oposición no lideró la lucha revolucionaria porque su dirección se volvió empresaria. Se comprueba el éxito del proyecto enmascarado de Schafick Handal, que se fundamenta en su libro  ’’vigencia del pensamiento revolucionario’’, donde expone la brillante idea de entrar en el sistema pero más sin embargo, no ser absorbido por el sistema, ¡nada más burdo!

El FMLN en las elecciones presidenciales de 2009 ganó Con Mauricio Funes Cartagena por primera vez, tras cuatro periodos consecutivos de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). El FMLN no tardó en fortalecer a su empresa ENEPASA creada gracias a los Asocio Publico Privado por alcaldías gobernadas por el FMLN y PetroCaribe. En el primer periodo de Gobierno iniciaron algunos programas de asistencia social, sostenidos a través del incremento de la carga tributaria goleando a la clase media , sin tocar al empresariado agremiado en la ANEP. En el segundo periodo continuó el deterioro económico, la crisis fiscal le llevó a reducir los programas asistencialistas como parte de sus políticas económicas para reducir el gasto público, mermando también pare de su base social. Al no poder dar solución los principales problemas del país, donde se incluye el auge delincuencial de las maras y pandillas, es derrotado el 3 de febrero de 2019 por Nayib Bukele, expulsado de sus filas, terminando su ciclo presidencial con una de las peores derrotas electorales en su historia, al mismo tiempo que es mancillado por la apertura de acciones judiciales en contra del gobierno de Mauricio Fúnes Cartagena.

Los trabajadores y pueblo salvadoreño debemos volver a la organización revolucionaria, al margen del FMLN, recuperando las tradiciones de la guerrilla, en unidad con el pueblo centroamericano.

Masculinidades alternativas en el mundo de hoy Angels Carabi

INTRODUCCIÓN

Àngels Carabí y Josep M. Armengol

Este libro surge de una imperiosa necesidad. En un mundo globalizado y rápidamente cambiante como el nuestro, aún prevalecen en la mayoría de las sociedades modelos hegemónicos de masculinidad que perpetúan relaciones desiguales entre los géneros. Según las feministas y los estudiosos de las masculinidades, los hombres deberían reconocer que su derecho a un poder desigual es falso; deberían oponerse a los valores culturales de dominación y desarrollar una responsabilidad ética para establecer relaciones de género más equitativas. Afortunadamente, en numerosos países, los hombres, tanto de forma individual como en grupo, cada vez tienden más a cumplir estos objetivos.[1]

Sin embargo, la mayoría de los varones sensibles que quieren cambiar no saben cómo hacerlo. Tienen dudas sobre qué significa exactamente comportarse como padres o amigos afectuosos, responder sin violencia ante una agresión, o comportarse como iguales sin «perder» su masculinidad.

Se necesitan nuevas formulaciones de hombría tanto para los jóvenes como para hombres de todas las edades. Además, debido al increíble crecimiento de las relaciones internacionales y los entornos multiculturales en los que se relacionan personas de diferentes orígenes, culturas y religiones, estas nuevas formulaciones son necesarias en todo el mundo.

Con el fin de arrojar algo de luz sobre estas tensiones, nuestro estudio de las masculinidades no solo pretende impugnar los comportamientos masculinos normativos y hegemónicos sino que, por encima de todo, confía en preparar el camino para unas formas de masculinidad nuevas o «alternativas».

Aunque abundan los estudios sobre las representaciones masculinas tradicionales, y aunque en varias obras se deconstruyen las imágenes normativas de la masculinidad, se ha escrito mucho menos sobre textos que proponen maneras «alternativas» de ser hombre en la cultura y en la sociedad.

Así pues, el presente volumen contribuye a llenar este vacío, con la convicción, junto a James D. Riemer, de que para cambiar la vida de los hombres se necesita algo más que reconocer los efectos negativos de nuestros ideales actuales de hombría; «también se han de reconocer y reforzar las alternativas positivas a los ideales y los comportamientos masculinos tradicionales » (1987, p. 298).

En esta estimulante aventura, hemos tratado de salvar la distancia entre las ciencias sociales y las humanidades por considerar que los dos campos se necesitan el uno al otro. Los eminentes científicos sociales que han tenido la amabilidad de colaborar con nosotros en la primera parte de este volumen ofrecen perspectivas reveladoras que nos conducen hacia cambios esperanzadores.

En la segunda parte, nuestro grupo de investigación con sede en Barcelona, Construyendo nuevas masculinidades (CNM) (www.ub.edu/masculinities), formado por estudiosos de la literatura contemporánea estadounidense, profundiza en los complejos itinerarios que siguen los personajes de ficción para llegar a ser hombres más igualitarios. Es un intento, parte de los autores, de identificar en la ficción «alternativas» que podrían concretarse en la vida real, partiendo de la base de que la gran variedad y complejidad psicológica de los personajes literarios pueden resultar especialmente útiles para los hombres a la hora de repensar su propia identidad masculina de una manera nueva y profunda.

Todo debate sobre masculinidades «alternativas» o «contrahegemónicas» debe retornar, ya sea implícita o explícitamente al concepto de masculinidad «hegemónica» tal como lo definió Raewyn Connell (1987), que ha tenido una influencia duradera sobre los estudios de género y masculinidad. Como sabemos, Connell desarrolló la idea de masculinidad hegemónica para destacar la importancia del poder patriarcal, sobre el cual, en el esquema de roles sexuales de la década de 1970, no se elaboró prácticamente ninguna teoría.

De este modo, propuso la existencia de un modelo de masculinidad dominante, que dependía de la subordinación y la opresión de grupos marginados, constituidos, sobre todo, por hombres y mujeres homosexuales. A pesar de su influencia permanente en diversos campos, desde la sexualidad y los estudios homosexuales hasta la psicología y la sociología, este modelo puede criticarse, y se ha criticado, por diferentes razones y desde distintas perspectivas.

Partiendo del concepto de bloque histórico de Antonio Gramsci y del concepto de hibridez de Homi Bhabha, Demetrakis Demetriou

(2001), por ejemplo, sugiere que la masculinidad hegemónica no es una práctica exclusivamente blanca ni heterosexual, sino más bien «un bloque híbrido» que une masculinidades hegemónicas y no hegemónicas para asegurar la reproducción del patriarcado.

La propia Connell ha reconocido los límites y las contradicciones de su formulación inicial. En un artículo escrito con James W. Messerschmidt (2005) reconoce que la masculinidad hegemónica no puede entenderse como una visión unidimensional de la jerarquía y las características de género, sino que forma parte de las luchas sociales en las que las masculinidades subordinadas influyen en las formas dominantes y a menudo conviven con ellas.

Así pues, en general, los estudios sobre hombres y masculinidades pueden dividirse en tres categorías principales. En primer lugar, hay gran cantidad de trabajos que abordan, de un modo u otro, el concepto de masculinidad hegemónica. Según Connell y Messerschmidt (p. 830), hay más de doscientos artículos que utilizan el término exacto de «masculinidad hegemónica» en el título o en el resumen, mientras que varios centenares utilizan alguna variante o usan el término en el texto. Asimismo, cada vez son más los trabajos académicos que critican el concepto de hegemonía de Connell desde perspectivas sociológicas, psicológicas, posestructuralistas y materialistas (Demetriou, 2001; Wetherell y Edley, 1999).  

De este modo, abogan por un modelo más complejo de jerarquía de género, subrayando la capacidad de acción de las mujeres y un análisis más contextualizado del privilegio y el poder, así como la interacción entre los niveles local y global. Finalmente, algunos estudios (Groes- Green 2012) al parecer avanzan un poco más, ya que no solo hacen mayor hincapié en la dinámica y la maleabilidad de la masculinidad hegemónica, sino que también reconocen las contradicciones internas y, por ende, las posibilidades de un desplazamiento hacia una democracia de género. Estos estudios han demostrado que podría defenderse la existencia de masculinidades «subordinadas» o «contrahegemónicas» que desafían la norma predominante.

De conformidad con esas tres tendencias, muchos estudios de las masculinidades han utilizado el concepto de Connell para explorar la organización de la masculinidad hegemónica y/o para deconstruirla.

Así, mientras algunos estudiosos han mostrado el funcionamiento de la hegemonía en distintos contextos masculinos, otros han sostenido que el establecimiento de la masculinidad hegemónica, si bien representa un privilegio, también tiene un precio para los hombres en términos de daños emocionales y físicos. Otro grupo de estudiosos ha profundizado en los desafíos a la hegemonía, subrayando la pluralidad irreductible y las contradicciones de las masculinidades.

En este sentido, Connell y Messerschmidt, por ejemplo, han demostrado que siempre hay una lucha por la hegemonía, que la masculinidad hegemónica a menudo convive con prácticas no hegemónicas y que esta convivencia podría derivar en «medios más humanos y menos opresivos de ser hombre» (2005, p. 833).

Por lo que se ha expuesto aquí, parecería que, al formular la idea de masculinidad hegemónica, Connell contempla no solo las relaciones de poder entre géneros y dentro de ellos, como se ha reconocido a menudo, sino también «la posibilidad de un cambio generado internamente» (Demetriou, 2001, p. 339). Además de distinguir entre lo que Demetriou (p. 341) llama hegemonía «externa » e «interna» (la hegemonía de los hombres sobre las mujeres y de algunos hombres sobre otros hombres, respectivamente), en realidad Connell parece apuntar a las masculinidades no hegemónicas como posibles alternativas para el cambio social.

Sin embargo, aunque la teoría de Connell deja espacio para las masculinidades alternativas, las define en términos bastante negativos, como prácticas y comportamientos masculinos que están subordinados a la masculinidad hegemónica y, por tanto, no queda claro cómo podrían desarrollarse masculinidades igualitarias. Por consiguiente, la idea de «masculinidades alternativas» sigue estando muy poco explorada dentro de los estudios actuales sobre masculinidad. Pese a la gran cantidad de estudios sobre la estructura y la influencia de la masculinidad hegemónica, y pese a su reciente deconstrucción en diferentes contextos y desde distintas perspectivas críticas, los estudiosos han prestado poca atención tanto a la posibilidad como a la necesidad de explorar modelos alternativos y no hegemónicos de masculinidad.

En tal sentido, pues, este estudio pretende centrarse en las prácticas y los comportamientos masculinos alternativos partiendo de la suposición crítica de que, a la larga, «a los hombres les resultará más fácil revisar su manera de vivir si podemos ayudarles a reconocer lo que podrían llegar a ser» (Riemer, 1987, p. 298).

Evidentemente, este libro no pretende cuestionar (ni que fuera posible) la hegemonía masculina ni poner en entredicho la hegemonía de unos hombres sobre otros. Sin embargo, sí que afirma, al destacar la multiplicidad y las contradicciones internas en los modelos masculinos de todo el mundo, que esta hegemonía no es universal ni inmutable. Explorar múltiples subjetividades masculinas en diferentes contextos en lugar de clasificar a todos los hombres en una única categoría permite, como propone correctamente Christian Groes-Green, «configuraciones alternativas sin ignorar sus manifestaciones contradictorias» (2012, p. 91).

Más allá de las críticas académicas a los hombres y las masculinidades dominantes, este estudio pretende, por tanto, especificar alternativas posibles a los modelos perjudiciales de hombría que pueden existir y, como veremos, a menudo existen uno junto al otro. En otras palabras, queremos poner en tela de juicio toda movilización fácil o sencilla de la categoría de masculinidades «alternativas», por encima o en contra de un supuesto modelo «hegemónico» o «normativo», y mostrar su habitual dependencia e interrelación.

Sin embargo, mientras en las instituciones sociales y culturales de todo el mundo predominan los valores patriarcales, este estudio se centra en varias subjetividades masculinas que cuestionan las jerarquías de género dominantes y contempla contextos específicos en los que resulta más probable la aparición de prácticas masculinas positivas.

Si, como sugiere Groes-Green (p. 93), pocos estudios indican «de dónde pueden proceder los cambios en las estructuras de género y cómo pueden los hombres desempeñar un rol positivo en la sociedad», este estudio contribuye a llenar este vacío, no solo mediante un análisis de las contradicciones internas de la masculinidad hegemónica sino también centrándose en las maneras no dominantes de ser hombre en las que el poder (masculino) no sea sinónimo de opresión.

Según insiste Groes-Green, «cuesta pasar por alto el apremio por explorar y desarrollar ideas de hombría profemeninas en términos empíricos y teóricos, si deseamos incluir a los hombres en la lucha contra la desigualdad de género, la violencia contra las mujeres y el control masculino» (p. 107).

Sin dejar de reconocer la desigualdad entre los géneros, este estudio pretende explorar las tendencias igualitarias en todo el mundo y buscar contextos sociales y culturales específicos en los que se acentúen los modelos contrahegemónicos de hombría. De este modo, se centra en lo que Gary Barker (2000) llamó «desviados positivos (positive deviants)», es decir, hombres y masculinidades no dominantes que encarnan la igualdad de género de una manera profeminista.

Teniendo en cuenta este punto de vista, el estudio se divide en dos partes principales. La primera ofrece una perspectiva interdisciplinaria sobre el tema de las masculinidades alternativas e incluye estudios de académicos reconocidos en los campos de la teoría del trabajo social (Pease), la sociología (Flood), la antropología (Gutmann) y los estudios literarios (Leverenz).

La segunda parte, en cambio, explora las representaciones culturales de las masculinidades alternativas y se centra en imágenes masculinas alternativas en la literatura y la cultura estadounidenses. Mientras que la primera parte encara el tema con un enfoque teórico interdisciplinario, la segunda aplica la teoría a la práctica analizando representaciones literarias de la masculinidad. Esta segunda parte gira en torno a una serie concreta de temas relacionados con las masculinidades alternativas, que van desde los modelos de hombría no violentos y los nuevos modelos de paternidad hasta la aparición de masculinidades alternativas en la vejez o más allá del capitalismo y en contextos transnacionales, entre otros.

Los artículos analizan numerosos textos literarios estadounidenses contemporáneos que se «adelantan» o van «más allá» de los modelos masculinos tradicionales y, por el contrario, representan formas más positivas e igualitarias de ser hombre. Los capítulos abarcan gran variedad de autores y textos, desde Paul Auster y Richard Ford hasta Jonathan Franzen y autores chicanos, asiaticoamericanos y araboamericanos contemporáneos, entre otros.

Creemos que las dos partes se complementan y se nutren mutuamente a partir de la hipótesis crítica de que para entender mejor su construcción social es esencial analizar representaciones «de ficción» de la masculinidad.

Al fin y al cabo, es ampliamente reconocido que «el género es una representación» y que «la representación del género es su construcción» (De Lauretis, 1987, p. 3).

De ello se deduce, por tanto, que los estudios de las representaciones culturales de la masculinidad son especialmente relevantes para el análisis de la construcción y la deconstrucción social de la masculinidad. Así pues, en este sentido, debe considerarse que la primera y la segunda parte del presente estudio son complementarias y se enriquecen entre sí, ya que la «novela» (estadounidense) ofrece un amplio abanico de personajes masculinos psicológicamente complejos y plenamente desarrollados en los que se inscriben múltiples discursos de masculinidad.

En el caso de las masculinidades alternativas, las obras literarias (por ser obras de ficción) se convierten en espacios privilegiados y fuentes de inspiración a partir de los cuales los hombres pueden imaginar maneras alternativas de experimentar su hombría y sus relaciones de género. Por consiguiente, veremos que la mayoría de los artículos de la segunda parte «conversan» con los de la primera y son muchos los críticos literarios que se basan en las ideas de los sociólogos y los antropólogos de la primera sección.

Aunque para nosotros los personajes literarios no son modelos «ideales», nos centramos en representaciones literarias alternativas de la masculinidad porque creemos, como se demostrará, que la literatura, tal y como sugirió la nobel Toni Morrison, suele contener «algo que ilustra, algo que abre la puerta e indica el camino», aunque «no sea una monografía ni una receta» (Evans, 1984, p. 341).

Es bien sabido que la falta de reconocimiento constituye una forma de injusticia social. Por tanto, es necesario transformar la subjetividad, además de reestructurar las relaciones de poder opresivas, para alcanzar esta justicia social. Sin embargo, como indica en este volumen Pease, teórico del trabajo social, muchas mujeres sostienen que los hombres son incapaces de lograr un cambio personal significativo ni un activismo sostenido en relación con la igualdad de género.

 ¿Qué posibilidades hay de que los hombres contribuyan a la igualdad de género y a la eliminación de la violencia y el abuso machistas?  El primer capítulo, escrito por Pease, explora esta cuestión al analizar los dilemas y las perspectivas que tienen los hombres como reacción a los cuestionamientos feministas con respecto al privilegio de su género. También analiza, especialmente a partir de su amplia experiencia en seminarios, hasta qué punto es posible que los hombres reduzcan sus lazos con las posiciones de sujeto dominante dentro del patriarcado.

Una expresión cada vez más visible de las masculinidades «alternativas» en todo el mundo es la implicación de los hombres en la lucha por evitar la violencia machista contra las mujeres. Según el sociólogo australiano Michael Flood, los hombres que participan en esta lucha, como activistas o educadores, por ejemplo, emprenden proyectos de cambio personal junto con un cambio social más amplio. Tratan de «convertirse en el cambio que desean ver en el mundo» y se esfuerzan por debilitar sus propios privilegios de género y por comportarse de manera igualitaria y no violenta.

En el segundo capítulo, Flood examina la trayectoria que siguen los hombres hasta llegar a implicarse en proyectos colectivos con el fin de evitar la violencia machista y lograr la igualdad de género, las transformaciones personales que experimentan los hombres y las maneras en que pueden llegar a ser cómplices de relaciones patriarcales de género, y concluye con un examen de las dificultades de encarar el privilegio personal e institucional.

En el capítulo siguiente, el antropólogo Matthew Gutmann analiza cuestiones relacionadas con la desigualdad, el poder y el cambio de género, sobre todo con respecto a los hombres y las masculinidades.

La dificultad especial de estudiar a los hombres que tienen poder (arriba), a los marginados sociales (abajo) y a aquellos cuyo capital político, social y económico es más intermedio (lateral) enmarca un análisis de determinadas peculiaridades que aparecen en el estudio de los hombres y las masculinidades. Es interesante destacar que Gutmann cuestiona toda separación clara entre masculinidades «hegemónicas» y «alternativas» desde una perspectiva antropológica.

Contrastando las ideas de dominación de género con las de inclusión y resistencia, aborda, mediante estudios etnográficos, la problemática de definir lo que son «hombres reales» y «masculinidades alternativas». El artículo destaca en concreto estos retos conceptuales con la exploración de espacios homosociales, que abarcan desde el Club de Judo Moiliili de Hawái hasta el Jardín Etnobotánico de Oaxaca, en México, así como la «integración de géneros» (tanto respecto a mujeres como a homosexuales) en las fuerzas armadas de los Estados Unidos y en las operaciones de paz de las Naciones Unidas en Haití, Líbano y otros lugares del mundo.

El capítulo siguiente, escrito por el crítico literario David Leverenz, se centra en la búsqueda de modelos de masculinidades alternativas representados por personajes masculinos ancianos de la literatura estadounidense. Como indica Leverenz, aunque el pene erecto sigue siendo «la sinécdoque más elemental para la virilidad y la fuerza masculinas», «cuando se acercan a los ochenta, la mayoría de los hombres se dan cuenta de que, en lugar de decirles “lánzate”, como antes, su pene les dice “abstente”».

Este capítulo analiza una gran variedad de textos, sobre todo novelas estadounidenses modernas, para argumentar que la mayoría de los personajes masculinos de edad avanzada están atrapados en la sinécdoque de su pene.

Los personajes de Philip Roth son los más enojados y solitarios. John Updike, Saul Bellow, Paul Auster, Louis Begley y Marilynne Robinson presentan personajes masculinos mayores que, para tratar de recuperar su virilidad, rescatan la figura de algún hijo o hija. El capítulo analiza también El rey Lear de William Shakespeare y varios de sus descendientes estadounidenses. En muy contadas ocasiones, si acaso, los ancianos descubren una actitud emocional abierta con sus parejas duraderas. En dos aparentes contraejemplos, A Gathering of Old Men de Ernest Gaines y En lugar seguro de Wallace Stegner, la amistad y la intimidad ocultan una rivalidad patriarcal.

Si pasamos al análisis literario, en los tres primeros capítulos de la segunda parte el padre aparece como un posible modelo alternativo de masculinidad. En la primera parte de su artículo, Leverenz cuenta que hacer de padre de dos hijas adoptivas y de un hijo y una hija propios reorientó sus valores y lo ayudó a convertirse en el padre que nunca tuvo.  

Pasar de ser un competidor por un puesto de trabajo a un progenitor igualitario le supuso sacrificar hasta cierto punto su ambición profesional. Sin embargo, también le reportó recompensas diferentes de los placeres del capital cultural.

Su dedicación a la paternidad le hizo arrojar por la borda buena parte de Sigmund Freud y de Jacques Lacan, influyó en su lectura de la literatura estadounidense y lo ayudó a ver el funcionamiento de la masculinidad en sí mismo, en sus amigos y en su vida cotidiana.

En la segunda parte, que ha sido escrita quince años después, Leverenz narra el cambio que experimentó su vida con el fracaso de su nuevo libro y también cuando sus hijos se fueron de casa para ingresar en la Universidad y dejaron de ser el centro de su vida. Al principio intentó contrarrestar la sensación de nido vacío mediante el trabajo intensivo y volviendo tarde a casa. Sin embargo, tanto él como su esposa no tardaron en darse cuenta de que el trabajo no era la solución, sino el problema. Liberados a partir de entonces del «papel, alimentado por ellos mismos, de proporcionar conocimiento, atención y recursos económicos», los dos miembros de la pareja empezaron a dedicarse el uno al otro para conseguir una intimidad adulta vigorizadora y enriquecedora.

Por su parte, el artículo de Bárbara Ozieblo explora las maneras en que se han representado los padres en el teatro estadounidense a fin de estudiar el papel del progenitor masculino y su transformación en obras más recientes de mujeres dramaturgas. En obras clásicas, como las de Eugene O’Neill o Tennessee Williams, aparecen figuras paternas inolvidables; un ejemplo que viene a la mente de inmediato es el padre de Largo viaje hacia la noche. Sin duda, el Stanley Kowalski de Un tranvía llamado deseo también es padre, aunque no se le presente como tal.

Lorraine Hansberry nos proporciona el típico ejemplo del padre ausente de la familia en A Raisin in the Sun. Sin embargo, Ozieblo se centra en particular en dos obras recientes de dramaturgas asiaticoamericanas. En Satellites, Diana Son estudia las relaciones de poder en una familia joven en la que el padre busca trabajo mientras la madre, una profesional de éxito que acaba de dar a luz, trata de combinar la maternidad con el trabajo.

The Architecture of Loss de Julia Cho trata de un padre que había abandonado a su familia y después regresa a casa. Aunque Son especifica la identidad racial, en ninguna de las dos obras la raza desempeña un papel fundamental en las relaciones entre los personajes, de modo que el público tiene libertad para presenciar e interpretar la cuestión más significativa de la paternidad y la manera en que los padres consiguen crear modelos de masculinidad que se alejan del retrato hegemónico tradicional del padre como el poderoso sostén de la familia que no interviene en absoluto en la educación de sus hijos.

Por último, el capítulo de Teresa Requena-Pelegrí analiza la tensión entre la idea cultural de «nueva paternidad» y hasta qué punto este concepto lleva a una transformación real de las costumbres en Atando cabos de Annie Proulx (1993) y Las correcciones de Jonathan Franzen (2007).

A tal fin, sostiene que el desarrollo de una paternidad alternativa tiene lugar en oposición a un modelo hegemónico de masculinidad y paternidad y, por tanto, está intrínsecamente relacionado con el desarrollo de características masculinas no hegemónicas. Por consiguiente, en este artículo se entiende la paternidad alternativa o nueva como un compuesto de características tanto hegemónicas como no hegemónicas en el cual se da prioridad a las primeras, mientras que las segundas siguen coexistiendo y, en ocasiones, salen a la luz.

En consecuencia, la paternidad alternativa no se define como parte de un binomio producido por un desarrollo lineal desde unas prácticas distantes o autoritarias hasta otras más implicadas y cuidadoras, sino, más bien, como un conjunto de características que se destacan en diferentes periodos históricos.

A partir de modelos de paternidad alternativa, los dos capítulos siguientes exploran modelos de hombría no fálicos y no violentos. El capítulo de Josep M. Armengol se centra en varios textos literarios del autor estadounidense contemporáneo Richard Ford, en particular Rock Springs (1987) y Pecados sin cuento (2001), como ejemplos de la posible deconstrucción de la (hetero)sexualidad y la violencia masculinas en la novela estadounidense de hoy en día. Además de explorar las representaciones no fálicas de la heterosexualidad masculina en Ford, Armengol demuestra que sus relatos están poblados de personajes masculinos jóvenes que se enfrentan a la violencia machista —ejercida, en general, por una figura paterna mayor— desde una edad muy temprana y optan, por el contrario, por un modelo nuevo, alternativo y no violento de virilidad. El capítulo también compara y contrasta los relatos de Ford con la película danesa En un mundo mejor (2010), dirigida por Susanne Bier y ganadora de un Oscar, que propone una meditación profunda sobre la violencia masculina.

Esta película ofrece, sin duda, un contrapunto interesante a las novelas de Ford, porque, mientras que su ficción está poblada por niños que se alejan de las figuras paternas violentas, Bier se centra en un padre pacifista que trata de transmitir a sus hijos un modelo de hombría no violento.

De la gran cantidad de series de ciencia ficción, Saga de Ender de Orson Scott Card es, sin duda, la favorita de los lectores. Este universo ficticio en expansión comprende en la actualidad doce novelas, el mismo número de relatos y una larga lista de cómics.

Además, la saga ganó los premios Hugo y Nébula concedidos a la primera novela, El juego de Ender (1985, actualizada en 1991 y actualmente en proceso de adaptación para llevarla al cine), y a la segunda, La voz de los muertos (1986). El capítulo de Sara Martín versa sobre la masculinidad alternativa del protagonista, Andrew «Ender» Wiggin, en las cinco novelas centrales: las dos ya mencionadas, junto con Ender el xenocida (1991), Hijos de la mente (1993) y Ender en el exilio (2008, cronológicamente situada después de El juego de Ender).

El conocido argumento presenta la manipulación de un niño, Ender, por parte de los militares para exterminar a una raza alienígena supuestamente hostil (los fórmicos, apodados «insectores») mientras juega a algo que, según él, no es más que un videojuego. Cuando al final descubre que los fórmicos exterminados no suponían ninguna amenaza, rechaza el militarismo y emprende una vida adulta nómada, dedicada a compensar el genocidio cometido y a impedir que ocurra lo mismo a otra raza de extraterrestres.

Como es evidente, la saga de Card ya ha sido objeto de análisis académicos centrados principalmente en el mal, el militarismo, la infancia, el heroísmo, la sexualidad y el género. Sin embargo, no se ha hecho ningún estudio sobre la masculinidad de Ender, ni mucho menos uno que considere su evolución de niño a hombre, marcada por el despertar de Ender a la conciencia de su culpa genocida, que es lo que Martín pretende ofrecer aquí.

A fin de explorar las relaciones de género alternativas y de cuestionar las representaciones hegemónicas de la masculinidad negra como su premisa principal, el capítulo de Mar Gallego intenta explorar modelos alternativos de hombría afroamericana en algunas de las obras más fascinantes y transgresoras de la escritora Toni Morrison, como Beloved (1987), Amor (2003) y Volver (2012).

Partiendo de percepciones teóricas proporcionadas por estudios de la masculinidad en general, pero sobre todo los de críticas feministas tan destacadas como bell hooks, Patricia Hill Collins y Athena Mutua, Gallego se plantea un doble propósito: por un lado, demostrar brevemente la crítica de las ideas hegemónicas y racistas sobre la masculinidad que guía todas las representaciones literarias de las masculinidades negras que hace Morrison en estas narraciones y, por el otro, examinar otras prácticas y comportamientos que subvierten y deconstruyen explícitamente el statu quo y allanan el camino hacia formas más sanas, holísticas e inclusivas de habitar la hombría negra y los cuerpos masculinos negros.

Dentro de este contexto, resulta de especial utilidad que Mutua haya acuñado la expresión «masculinidades negras progresivas» para analizar los personajes masculinos que pueblan estas novelas y también para iluminar su posicionamiento estratégico con respecto a relaciones de género más equitativas, tanto a nivel familiar como comunitario. Se demuestra así que el proceso de (re)construcción de masculinidades negras alternativas requiere una reconfiguración de los discursos y las prácticas que afectan todo el tejido de la comunidad negra, y va ligado a ella.

Solo mediante la eliminación de las definiciones limitadoras y dañinas de la masculinidad hegemónica ideal, los hombres negros pueden llevar a cabo un cambio positivo que sostenga una transformación crucial y a largo plazo, que al final facilite la armonía y una coexistencia más pacífica entre los sexos.

En el capítulo siguiente, escrito por Aishih Wehbe-Herrera, se analiza la novela póstuma de Arturo Islas La Mollie and the King of Tears (1996) como una exploración más de las relaciones de género.

Wehbe-Herrera analiza la construcción de la masculinidad en esta novela como un ejemplo de la politización de género del macho chicano/latino a finales del siglo XX. En tal sentido, el capítulo trata de la presentación que hace Islas de un personaje masculino que pone en duda los discursos sobre machismo, heterosexismo y discriminación de género a través del relato de sus experiencias personales y que, a su vez, lo muestra cuestionándose constantemente a sí mismo en términos de género.

Esta práctica de autoanálisis incorpora una perspectiva interseccional que aborda sin ambages cuestiones de raza, etnia, clase, género y sexualidad y pone en evidencia los tradicionales privilegios de la masculinidad hegemónica chicano/latina y angloamericana en detrimento de las mujeres y los homosexuales. El capítulo reflexiona sobre el precio que pagan los hombres cuando luchan por llegar a un ideal tan inalcanzable, así como el efecto que tiene esta lucha en su vida emocional y su relación con el mundo.

Situando las masculinidades alternativas como un proceso y un posicionamiento, en lugar de como un resultado firme y definitivo, el análisis de Wehbe-Herrera revela que el ejercicio de las masculinidades alternativas constituye, en sí, una lucha, una contradicción marcada por las alianzas de los hombres con el patriarcado y su desvinculación de él.

Finalmente, la última sección está dedicada a las prácticas de género alternativas que implican traspasar fronteras y límites, tanto figurativos, por ejemplo en el caso de la movilidad social (descendente) (Cuenca), como reales, por ejemplo en el caso de la migración transnacional (Bosch Vilarrubias). En su capítulo sobre las masculinidades «al margen» del capitalismo, Mercè Cuenca explora la relación que se establece en los textos literarios contemporáneos entre moralidad y clase social e intenta demostrar su importancia en la representación de las prácticas alternativas incipientes de masculinidad.

Centrándose en la novela de Paul Auster Sunset Park (2010), Cuenca analiza de qué forma, al producirse la crisis económica de 2008, los hombres empezaron a buscar estilos de vida masculinos alternativos que suponían el rechazo de la acumulación capitalista de dinero y bienes materiales. Sostiene la autora que estos personajes consiguen implicarse en prácticas de masculinidad alternativa que se sustentan ofreciendo cuidados a los demás. Así, al ser representados como ciudadanos solícitos, estos hombres de ficción constituyen una alternativa ética a la masculinidad hegemónica.

Las minorías étnicas transnacionales tienen que reconstruir sus identidades en la diáspora. El último capítulo, escrito por Marta Bosch Vilarrubias, analiza la construcción híbrida de las identidades inmigrantes masculinas, centrándose en el caso de los árabes estadounidenses. Los árabes en la diáspora tienen que reconstruir su masculinidad en un espacio transnacional entre la tradición (adquirida en su lugar de origen, y/o de sus padres o ancestros) y la cultura nueva que encuentran como inmigrantes. Si bien en el caso concreto de los hombres de origen árabe en Estados Unidos los antropólogos han documentado una tendencia a volver al tradicionalismo, existe también cierta negociación identitaria que se abre a nuevas formas de masculinidad.

Este artículo estudia estas configuraciones híbridas y ambivalentes de masculinidad que nos trasmite la literatura contemporánea araboamericana. En concreto, las escritoras árabes estadounidenses posteriores al 11 de septiembre (cuya obra se publica en la actualidad con mayor frecuencia que la de los hombres del mismo origen) exploran en sus novelas las configuraciones de la hombría de los árabes estadounidenses y presentan personajes masculinos que viven en un «tercer espacio», una masculinidad transitoria entre el tradicionalismo y la modernidad, que abre la puerta a una hombría verdaderamente alternativa.

Mediante la exploración de los principales personajes masculinos de novelas araboamericanas como West of the Jordan (2003) de Laila Halaby, Abrázame (2005) de Alicia Erian o A Map of Home (2008) de Randa Jarrar, se elucidan las luchas y las potencialidades de las hombrías dislocadas.

A modo de epílogo, el libro concluye con un debate de preguntas y respuestas sobre las masculinidades alternativas entre Victor J. Seidler y los miembros del grupo de investigación CNM que tuvo lugar en Barcelona en noviembre de 2012. El debate giró en torno a la necesidad de ser escrupulosos al establecer una masculinidad alternativa como modelo ideal y fijo. Por el contrario, las masculinidades alternativas deberían verse como un proceso transformador en el tiempo.

Seidler defiende la idea de una «masculinidad alternativa personificada» en la que los hombres están más «en relación con su cuerpo como parte de la naturaleza, en lugar de limitarse a controlarlos o instruirlos». Seidler ve la necesidad de implicarse en lo que él denomina «masculinidades culturales» y llama a un diálogo entre diferentes masculinidades que incluya la historia de la cultura, así como las historias particulares.

En cuanto al envejecimiento, el epílogo explora la idea de los «múltiples cuerpos» que los hombres llevan durante toda su vida, ya que a edades diferentes corresponden ideas diferentes de la masculinidad. ¿Conducirían las masculinidades alternativas a formas alternativas y diferentes de paternidad? ¿De qué manera cambiarían las masculinidades alternativas las relaciones de género? Se investigan estas cuestiones y se trata de encontrarles respuesta. Sin embargo, lo que importa, al fin y al cabo, es que la exploración de las masculinidades alternativas abra un espacio para que los hombres se cuestionen a sí mismos y demuestren que, a pesar de todo, el cambio es posible y plausible.

Son estos intentos de cambio personal lo que explora este libro, centrándose en los valiosos esfuerzos de algunos hombres para tratar de «avanzar» cambiándose a sí mismos en un mundo que cambia rápidamente.

Referencias bibliográficas

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Grupos de hombres igualitarios

Canviem-ho, Homes per l’equitat de gènere. Ajuntament de Barcelona

AHIGE, Asociación de Hombres por la Igualdad de Género

Hombres por la Igualdad

Centro de estudios de la condición masculina

Red iberoamericana y africana de masculinidades

Homes en Diàleg

Grup de Estudis de Gènere UVIC


[1] De las organizaciones internacionales que trabajan para promover el cambio en los hombres y las masculinidades, una de las más influyentes es el Instituto ProMundo, con sedes en Brasil y en Washington D. C., cuya misión, como indica su página web, es «promover masculinidades y relaciones de género solícitas, no violentas e igualitarias en Brasil e internacionalmente». Su director internacional, Gary Barker, dijo unas palabras en la Asamblea Anual del 2013 de la Iniciativa Global Clinton. Véase: <www.promundo.org.br/en/>.

Batalla cultural Nora Merlín*

El neoliberalismo, nueva versión del capitalismo, constituye un dispositivo que se expande ilimitadamente, apropiándose de los gobiernos, las democracias y de la vida en general. No solo la economía real sostiene la reproducción capitalista, sino también la ideología neoliberal que logró imponerse al ganar la batalla cultural. Ese sistema no es posible sin la instalación de creencias, ideales, identificaciones, imperativos y lo que recortamos en su núcleo ideológico: una satisfacción en el odio que cobró fijación y funciona como una sedimentación social resistente.

Una cultura organizada por la libertad de mercado y la lógica empresarial construye una subjetividad concebida como “capital humano”, en la que el consumo, el rendimiento ilimitado, la figura del empresario de sí y la meritocracia devienen imperativos e ideales. El individualismo extremo se naturaliza y una exigencia insaciable destruye al sujeto que se autoexplota sin alcanzar nunca la medida esperada, obteniendo a cambio una culpa crónica.

El neoliberalismo, fundamentado en la tiranía angurrienta de un poder concentrado al servicio de minorías privilegiadas, es un sistema que segrega y descarta mientras produce cultura de masas: un consenso social obediente y uniforme que se cohesiona en el odio, dispuesto a la ofrenda sacrificial de una parte segregada para beneficio de otra minoritaria.

Neoliberalismo-odio constituye un par indisoluble en el que sus términos se retroalimentan. El odio es un afecto-pasión que funciona como un veneno violento, que conmueve directamente a la subjetividad sin mediación racional. Avanza a través de las redes sociales, se difumina por los medios de comunicación y se impone de manera visible e invisible en los múltiples aspectos de la vida social. Se expande por contagio e identificación, constituyendo el núcleo pulsional del sentido común que se articula al argumento de la lucha contra la corrupción. Estimula un sadismo extremo hacia los “otros” que se satisface en la calumnia y la discriminación, justificando la represión y la venganza.

La construcción del modo social de la masa por los medios de comunicación concentrados – la voz del poder – resulta el mejor medio para conseguir un rebaño asustado, que obedezca los deseos del amo y demande mano dura y orden. Una pedagogía del odio triunfó dejando como saldo una sociedad colonizada compuesta por odiadores seriales, que repiten frases difamatorias y desprecian al semejante.

La ideología neoliberal es cínica y sostenida por la mentira: rechaza la política mientras utiliza el odio como cemento de cohesión de una parte de lo social contra el adversario político. A través de la represión y la violencia el poder neoliberal intenta hacer de lo político un asunto policial o judicial como una lucha entre corruptos y decentes, que degrada la democracia a una guerra entre dos bandos enemigos. Naturaliza los privilegios, afirma no tener ideología – como si fuera posible – y fomenta un supuesto consenso que en realidad es disciplinamiento y obediencia inconsciente. El poder produce adoctrinamiento ideológico, formatea la opinión pública transformándola en sentido común uniformado.   

 Un odio que demoniza inmigrantes, dirigentes populares y a la política en general, al tiempo que se pretende imponer verdades absolutas, resulta incompatible con la democracia, caracterizada por el diálogo político, el debate plural, la orientación permanente hacia la ampliación de derechos y la felicidad para las mayorías. Disolvente de los vínculos sociales, el odio rompe el tejido social, enferma la cultura instalando el paradigma del hombre como lobo del hombre, poniendo en riesgo la vida de todxs. La concentración de poder, el rechazo de la política, el modo de tramitar el conflicto político transformando al adversario en enemigo y la construcción de la masa cohesionada por el odio, son elementos suficientes para afirmar que el neoliberalismo es un simulacro democrático que encubre un retorno del totalitarismo. Se trata de un sistema que precisa producir una subjetividad odiadora sin pensamiento crítico, que opere un rechazo de la política en tanto es la única herramienta que tienen los pueblos para emanciparse.

Un deseo colectivo de volver, transformado en experiencia política de articulación hegemónica orientada por lo nacional-popular-feminista, fue la condición de posibilidad de una fórmula de unidad: Fernández-Fernández. Estas dos piezas ensambladas, la experiencia política tejida horizontalmente y desde abajo y la concreción de la fórmula a nivel de la dirigencia, hicieron que la política triunfe sobre el marketing y el odio neoliberal, imponiéndose en las últimas elecciones PASO por amplia mayoría el Frente de Tod@s.

Comienza un nuevo tiempo político, pero estamos advertidos que no alcanza con ser gobierno porque el poder corporativo no sabe perder, pretende dominar, es desestabilizador, capaz de operaciones antidemocráticas que no se privará de realizar.

Habrá que reparar el desastre económico y social producido por el gobierno de Cambiemos que destruyó casi todo, la economía, la cultura, la ciencia y la tecnología. Sin embargo, el mayor daño realizado y más difícil de revertir consiste en las fijaciones de odio que se han sedimentado en la cultura y que tienen múltiples expresiones.

Será necesario profundizar la política de unidad lograda y hacer que persevere más allá de las elecciones. Eros deberá activarse aún más y hacer lo suyo que consiste en ligar y conseguir unidad al tiempo que limita a Thánatos, pulsión desintegradora, tal como afirmaba Freud en “El Malestar en la cultura”.

La unidad no significa amontonamiento ni supone la uniformidad del pensamiento único; por el contrario, es una tarea de articulación de diferencias que nunca cesa, con la que se tejen lazos de encuentro y solidaridad. La unidad se opone al privilegio, a la excepción y es un modo de amor político para enfrentar la desigualdad y la indiferencia hacia el otro. Unidad y organización del campo popular basadas en la libertad de pensamiento implica la construcción de una política de la otredad capaz de alojar “diferencias compañeras”. Una cultura democrática, nacional y popular resulta incompatible con prácticas patriarcales o machistas y debe expandir al máximo la libertad, que no significa ausencia de límites o regulaciones.

Resulta un problema político principal dar la batalla cultural cuya prioridad es custodiar activamente la unidad popular conseguida, asumiendo la decisión de radicalizar la democracia como gobierno del pueblo.  Construir el “Nosotros” significa mantener palpitante el conflicto político, la brecha ontológica, que se diferencia netamente de actuar “la grieta” del odio.

La batalla Implica una democracia con hegemonía fundamentada en la voluntad popular, que rechace el neoliberalismo y toda forma de colonialismo, dejando de lado una mirada eurocéntrica o hacia los “países en serio”, elevándose con decisión a la dignidad de lo nacional, popular y feminista. Supone ser capaces de enfrentar y deconstruir los ideales individualistas neoliberales, sustituyéndolos por otros orientados por la solidaridad, la participación activa y una vida política tejida entre todxs, de modo que el deseo de comunidad sea mayor que el interés de excluir o desintegrar.

*Nora Merlin, psicoanalista, magister en Ciencias políticas, autora de “Populismo y psicoanálisisis”, “Colonización de la subjetividad”, “Mentir y colonizar. Obediencia inconsciente y subjetividad neoliberal”. Septiembre 2019. Argentina Política Revista Nº 131 (09/2019)