El presente artículo tiene el objetivo de ser una
aplicación del pensar radical a las condiciones sociohistóricas
centroamericanas y su relación con la ideología/estrategia del comunismo “a la
tica”.
“Entendemos como pensar radical aquel: “que es función
de construcción de un nuevo orden [que] se propone como tarea central
contribuir al ámbito -práctico- desde el cual es necesario y posible “pensar. [Que]
pensar se llena así no sólo con su sociedad y con sus conflictos y desgarramientos,
sino que también y específicamente con la moralidad que emana desde y que
sostiene a esa sociedad. El carácter histórico-social del pensar es, al mismo
tiempo, su sentido moral, su urgencia, y su toma de partido […] El pensar radical,
teórico, expresa profundamente y sintetiza prácticas sociales de explotación y
liberación y, sobre todo, toma partido” (Gallardo, 1981, 17).
Buscamos entonces extraer de las experiencias históricas
y sociales de emancipación, las conclusiones políticas y filosóficas de lo que
ha significado y significa ser políticamente pueblo en Centroamérica. Nuestra
exposición por motivos pedagógicos será desarrollada como una serie de
preguntas y respuestas de las cuales se extraerán conclusiones
filosófico-políticas.
1) ¿Cuál
relación se establece entre el comunismo “a la tica” y Centroamérica?
Queremos analizar una serie de problemas sobre la
interpretación histórica y política de los comunistas “a la tica”, a saber:
¿Qué papel juega Centroamérica en su análisis? ¿Hay alguna relación entre la
experiencia de la lucha sandinista entre 1928-1935, el levantamiento
salvadoreño de 1932 y el surgimiento del comunismo costarricense? ¿Hay alguna
relación entre el aplastamiento de las dos primeras alternativas y la desradicalización y criollización de los
comunistas costarricenses?
Es importante señalar primero un problema de método,
que creemos de la mayor importancia.
Nuestro criterio
metodológico para ingresar a cualquier análisis de los fenómenos sociales
en el área es que: “Centroamérica constituye una realidad cualitativamente
distinta al resto de América Latina. Por razones de unidad y extensión
geográfica, tradición histórica común que arranca de la colonia unida, cultural
e idiomática, forma una sola nacionalidad dividida en seis estados distintos, donde
la tendencia a la conformación de una sola nacionalidad es fuerte y evidente”
(Moreno, 2003, 33).
Evidentemente esta realidad es contradictoria y
desigualmente desarrollada, pero creemos que es indudable que estamos en
presencia de una totalidad concreta [1].
Podríamos decir que mientras que El Salvador,
Guatemala, Honduras y Nicaragua tienden a marcar en Centroamérica las tendencias
hacia la unidad, hacia la combinación y homologación del proceso social, Costa
Rica tiende a representar el polo desigual del desarrollo, pero que en todo
caso sería el elemento desigual en el marco de un desarrollo de conjunto que se
despliega y concreta justamente a través de estas múltiples y desiguales
determinaciones.
Este criterio, por cierto, no es novedoso en la tradición
del pensamiento comunista centroamericano, este era el mismo que poseía el
comunismo salvadoreño en sus orígenes, por ejemplo para uno de los pioneros del
comunismo salvadoreño, Miguel Mármol [2]:
“nuestra tradición centroamericanista es un hecho y aunque la burguesía y los gringos
siempre han atizado la división, la verdad es que somos una sola nación,
partida en cinco pedazos” (Dalton, 2000, 422).
Nada más falso entonces que interpretar la realidad de
los fenómenos sociales surgidos en alguno de los seis países, o en el conjunto
del área, sumando definiciones locales [3]:
“El método adecuado es el contrario: se debe formular una caracterización de
conjunto sobre la situación en Centroamérica, y partir de esa definición para
señalar las diferencias de país a país” (Moreno, 2003, 35).
Este vacío metodológico es por cierto un defecto
común en las obras de los analistas afines a la tradición intelectual del comunismo
“a la tica” (Botey, 1984; Contreras, 2006; Cerdas Cruz,1986; De la Cruz, 1980;
Merino, 2006). En todos estos autores, el análisis económico-social, las tareas
y procesos internos de la revolución centroamericana aparecen explicitados como
subcapítulos de la historia del comunismo costarricense.
Para ser más preciso, en esta tradición intelectual la
revolución centroamericana siempre aparece como un elemento exterior y de
segundo orden al desenvolvimiento del comunismo criollo. Centroamérica siempre
aparece como influencia extranjera o como solidaridad hacia el exterior, nunca
como un movimiento interno, propio, que pueda iluminar desde dentro el
desenvolvimiento de los comunistas costarricenses.
En los análisis de los comunistas “a la tica”, Costa
Rica no parece ser parte de Centroamérica.
Por ejemplo, en las explicaciones que dan Cerdas
Cruz (1986) y Merino (2006) sobre la política que desarrolló el Partido
Comunista de Costa Rica en los años treinta y cuarenta, siempre terminan necesitando
del recurso al exotismo y a la excepcionalidad costarricense.
Para Cerdas Cruz la política del comunismo “a la
tica” fue la que más se ajustó “a la situación política y social del país”
(1986, 352) y para Merino fue que la que le otorgó una “singularidad” (1996,
42) en la región, y lo consolidó como una alternativa efectiva frente a otras
estrategias desplegadas en Centroamérica, concretamente las desarrolladas por
el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional en Nicaragua y por el Partido
Comunista de El Salvador.
Es evidente que el recurso al exotismo también refuerza el principio de caudillismo y de
culto a la personalidad; fue Manuel Mora (en tanto que individuo excepcional)
que teniendo una profunda capacidad de entender la psicología de su pueblo, pudo
elaborar una política excepcional para un país excepcional (Merino, 2009;
Solís, 1985).
El enfoque de los comunistas “a la tica” parece
tener justificación en la medida que las alternativas populares
centroamericanas de los años 30 (PCs y EDSN) fueron masacradas y liquidadas por
la fuerza y las democracias liberal-oligárquicas limitadas fueron sustituidas
por gobiernos autoritarios y dictatoriales.
Pero en todo caso este hecho político no soluciona la
pregunta que nosotros estimamos como clave para entender el proceso
histórico-social que sucedió en los años 30 en Centroamérica:
¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas
populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?
En los hechos, un poco más tarde que en los años 30,
cuando fueron liquidados el EDSN y el PCS, el PC CR también fue liquidado como
fuerza política. Si algo es indudable de la guerra de 1948 fue que los
comunistas y las organizaciones sindicales filocomunistas quienes tuvieron que vivir
el rigor de la derrota y nunca pudieron recuperar la influencia política de los
años 40.
Es decir, algo está perdido en el análisis de los comunistas costarricenses. Sus
enfoques empobrecen la comprensión de las raíces históricas-sociales del
comunismo costarricense y también oscurecen su especificidad entre las respuestas
políticas que los sectores obreros y populares centroamericanos dieron a una
crisis política y social que los afectaba de conjunto.
Creemos que hay
tres elementos que pueden unificar el análisis de los fenómenos
centroamericanos de este periodo: 1) Los dos
mundos sociales surgidos al calor de las dos principales actividades
productivas del capitalismo centroamericano: la producción cafetalera y el enclave bananero, 2) el impacto y las
características de la crisis económica
de 1929 y 3) la política del imperialismo
norteamericano hacia la región. El cuarto elemento que interviene en este
cuadro aportando el elemento desigual fueron las respuestas políticas de los
sectores populares a estos tres elementos.
2) ¿Cómo era
el capitalismo centroamericano de esta época? [4]
2.1)
El capitalismo cafetalero: Es conocido que las características
de la expansión cafetalera fueron fundamentales para delinear las formas de acumulación,
las formas de dominio y los estilos políticos de las clases dominantes
centroamericanas.
Asimismo, comprender el despliegue del capitalismo
cafetalero nos da pistas para comprender el perfil y la agonalidad de las
clases subalternas, sobretodo de los campesinos y los peones agrarios. Así por
ejemplo en Nicaragua: “el desarrollo del cultivo
del café se produce en un contexto [marcado] por la gran hacienda ganadera de
corte colonial, y de las pequeñas parcelas de subsistencia que constituyen
su complemento. El café entonces no origina un reordenamiento sustancial de las
actividades agrícolas y tendrá menos peso en la economía nacional” (Cardoso y
Pérez, 1977, 220) que en el resto de Centroamérica.
El peonaje y
las distintas formas precarias de tenencia de la tierra, son las formas
fundamentales que se mantienen en el marco de las relaciones latifundio-minifundio.
Estas formas son el fundamento de la
agitada vida política nicaragüense (junto con dos elementos claves: los intereses norteamericanos y la posición
estratégica de Nicaragua como posible paso entre los dos océanos).
Diferente es la situación en Costa Rica, El Salvador y Guatemala, donde el inicio del capitalismo agrario
cafetalero sí generó una reconfiguración interna de la tenencia de la tierra y construyó
unas determinadas formas de dominioque
fueron fundamentales en la constituciónespecífica
de los distintos comunismos centroamericanos,sobre todo en dos de sus versionesmás peculiares: la salvadoreña y la “tica”.
Según Cardoso y Pérez, en: “Costa Rica y El Salvador
[el desarrollo de la producción cafetalera causó]
la eliminación total del
sistema de ejidos y tierras comunales, pero en el primer país tales tierras
estaban muy lejos de tener la misma importancia que en el segundo. En
Guatemala, la extensión de las formas comunales de tendencia fundiaria no fue
sino solo parcial y limitada a ciertas áreas” (220).
Y es que por lo menos en Costa Rica, el desarrollo
del capitalismo agrario cafetalero tuvo como eje: “1. La apropiación de
terrenos baldíos; 2. la compra-venta de tierras apropiadas anteriormente, 3. la
disolución de formas comunales de propiedad” (210). “La gran facilidad para
obtener [tierras públicas] condujo con frecuencia a su ocupación con fines
especulativos, sin que se cumpliera con la obligación de cultivarlos
efectivamente” (211), lo cual evidentemente facilitó el desarrollo de grandes
hacendados. En todo caso, es importante señalar que en Costa Rica, a diferencia
de por ejemplo en Guatemala, “la verdadera formación de la propiedad
territorial […] ocurrió después de la separación de España” (211).
Según Cardoso y Pérez Brignoli, en las zonas cafetaleras
del Valle Central de Costa Rica la característica más notable fue la existencia
de una “multitud de pequeñas fincas y la ausencia de propiedades realmente
grandes” (216), aunque este hecho no puede esconder que “la mayor parte de los
trabajadores agrícolas, aunque a la vez eran propietarios, no escaparon de
volverse dependientes de los cafetaleros más importantes, debido al monopolio
que ejercían estos últimos sobre el beneficio del producto, la comercialización
y el crédito” (226) [5].
Una forma distinta tuvo el capitalismo agrario salvadoreño,
pues la reconfiguración en la tenencia de la tierra que produjo la expansión cafetalera
en El Salvador, a la larga, será fundamental para comprender la insurrección
salvadoreña de 1932 y las tradiciones revolucionarias del comunismo centroamericano
de las que el Partido Comunista de El Salvador y su dirigente más influyente,
Farabundo Martí, serán unos de los exponentes más destacados.
“En El Salvador, y especialmente en su meseta
volcánica central- la zona más poblada del país y la más propicia para el café
(…) en lo atinente a la tenencia de la tierra [la característica fundamental
fue] la extinción total de ejidos y comunidades” (219).
La abolición de los ejidos y tierras comunales fue acompañada
de una serie de leyes que trataban de controlar a los campesinos, expulsándolos
de tierras ocupadas sin título de propiedad y forzándolos a cumplir con sus
trabajos en las fincas que los emplean.
Sin embargo, al contrario de lo que pasaba en Guatemala,
el Estado no reglamentaba el trabajo, ni trataba de establecer sistemas de
reclutamiento forzoso de jornaleros, sino que se limitaba a reprimir
-duramente- el no
cumplimiento de las obligaciones laborales contraídas
por los campesinos o los intentos de rebelión (231).
La forma bastante clásica de expropiación de los
pequeños propietarios y de los pueblos originarios que produjo el capitalismo
agrario salvadoreño, que a la vez se combinaba con una organización política y
estatal, que pese a los intentos de reforma liberal poco había cambiado en su
funcionamiento patrimonial, clientelar y oligárquico, generó una combinación
especial que marcó la lucha de clases salvadoreña de las primeras décadas del
siglo XX.
Una de esas características es que la lucha de
clases salvadoreña fue muy directa, abierta y clásica, en cuanto a los métodos
de lucha por parte de las clases subalternas, y muy cruenta y sanguinaria por
parte de la oligarquía.
Por otra parte, en Guatemala el capitalismo cafetalero
reconfiguró las estructuras económicas y sociales en muchos casos reforzando desigualdades
y opresiones heredadas del capitalismo colonial [6].
Los ejes de la expansión cafetalera fueron: “1 La nacionalización de las propiedades
eclesiásticas; 2. La abolición del censo eufemístico; 3. La política de venta y
de distribución del baldíos” (216).
Como el grueso de la mano de obra eran trabajadores
originarios sometidos a sistemas coloniales de prestación de trabajo fue frecuente
la queja de los oligarcas cafetaleros por la falta de mano de obra, máxime que
a diferencia de El Salvador, en
Guatemala la expansión cafetalera no coincidía con las zonas de mayor densidad
poblacional originaria.
Desde finales del siglo XIX, el ejecutivo
guatemalteco había girado instrucciones a los jefes políticos locales señalando
que ellos “deberían proporcionar a los finqueros que lo pidieran, el número de
mozos que necesitaran, hasta un máximo de cien, sacados de las comunidades
indígenas de su jurisdicción, garantizando su relevo por otros trabajadores en
intervalos regulares” (226).
“Los mandamientos, de corte colonial, o sea la
facultad de extraer por la fuerza de las comunidades a ciertas cantidades de
trabajadores temporales;
y las habilitaciones, es decir, anticipos en dinero
para obligar a los indígenas a un trabajo posterior” (228), fueron las formas
fundamentales que tuvieron las relaciones de producción en Guatemala hasta la
revolución de 1944. Sin duda, por estas razones, es Guatemala el país donde el proyecto liberal fracasa de manera más
estrepitosa y la lucha de clases siempre tuvo un importante componente
originario en la lucha por la tierra.
2.2) El
enclave bananero: La economía de enclave
que existió en las grandes plantaciones agrícolas en la zona Atlántica de
Centroamérica tiene una serie de características: 1) “la propiedad de la
empresa recae generalmente en una gran corporación internacional”. 2) “El alto
grado de integración vertical de las actividades, es decir, el control por la misma
empresa de todas las fases del proceso de producción y comercialización”. 3)
“Las tareas de dirección y supervisión están a cargo de personal altamente
especializado, mientras que los trabajos corrientes emplean una gran cantidad
de mano de obra asalariada, con un grado bajo de especialización” (275).
Sin embargo la consolidación de la economía de
enclave no tiene que ver solo con esta estructura interna de su dinámica
productiva, sino que, y esto sería lo más importante, es tal vez una de las
formas más agudamente contrastantes del desarrollo desequilibrado que toma el
capitalismo semicolonial, pues la consolidación
de las compañías bananeras se realizó a través de un complejo proceso en el
que intervienen: “las concesiones de tierras por el Estado, la construcción de ferrocarriles y puertos,
la introducción de tecnologías y
capitales extranjeros, la habilidad y visión de algunos empresarios, los
conflictos y fusiones entre las propias compañías bananeras, la usurpación de
tierras y bienes de muchos agricultores independientes y aun los conflictos
fronterizos con las naciones vecinas” (278).
Es importante señalar que las economías de enclave generaron un numeroso proletariado agrícola cuyos salarios
pagados por la compañía fueron generalmente más altos que en el resto del
país, pero existieron varios mecanismos de pago que perjudicaban a los
trabajadores: así por ejemplo en Honduras
fueron usuales los bonos o los cupones que sólo podían cambiarse en los
comisariatos de las mismas compañías; el pago en dólares con pérdidas para el
trabajador al efectuarse la transferencia en moneda nacional a una tasa menor
que la usual; la regularidad del pago, que los trabajadores preferían semanal,
y que las compañías efectuaban cada 15 días e incluso 40 días (282).
Las específicas relaciones de producción en los
enclaves marcaron con claridad su impronta en la lucha de clases centroamericana, no solo en los años 20 y 30,
sino hasta ya casi finalizar el siglo XX, cuando se da un cambio significativo
en el modelo de acumulación capitalista centroamericana, marcado profundamente
por el fracaso del proyecto cepalino de modernización capitalista y la entrada de
las formas del capitalismo tardío.
La impronta de estas relaciones quedó plasmada en
las obras y el pensamiento político de los distintos Partidos Comunistas. Aun
así, sobre todo en la literatura las condiciones subhumanas de explotación de
los trabajadores de las bananeras encontraron su expresión más universal (Fallas,
1984; Amaya, 2006).
3)
¿Cuáles eran entonces los rasgos fundamentales del capitalismo y de la lucha de
clases en Centroamérica? (resumen)
La región centroamericana fue incorporada al capitalismo colonial de forma dependiente, como
productora de materias primas. Esta incorporación dependiente del
capitalismo centroamericano reconfiguró a todas las clases y estamentos sociales
y la relación de estas con el Estado, combinando formas capitalistas de
explotación y formas previas de sujeción y dominio.
Las formas y sujeción de dominio imperialista colocaban
como contradicción fundamental el conflicto entre nación oprimida y el centro imperial.
Este conflicto tuvo dos manifestaciones fundamentales: una de tipo estructural
(la economía de enclave) y otra como manifestación fenoménica (la intervención
militar estadounidense).
Pese a que el desarrollo
del capitalismo agrario tendía a esconder (a los ojos de las clases subalternas)
su carácter dependiente y a que este se manifestaba fundamentalmente a través del
intercambio desigual en el mercado mundial (hecho que se volverá fundamental y evidente
a los ojos de las clases subalternas durante la crisis de 1929), este
capitalismo generó también una reconfiguración de todas las clases de la nación
centroamericana, lo cual marcó la pauta y los estilos para la lucha
anticapitalista en el interior de nuestras sociedades.
El capitalismo agrario cafetalero, en casos como el
guatemalteco o en el occidente de El Salvador, sumó a su conflictividad
específica los conflictos clasistas y estamentales heredados y no solucionados
del capitalismo colonial. Esta combinación
de necesidades postergadas contribuyó a la aparición de una serie de
levantamientos originarios, que nutriéndose de las tradiciones y los
imaginarios de otros levantamientos contra otras formas de opresión generaron
un movimiento, el cual combinaba las
viejas tradiciones de lucha originaria con los estilos organizativos de la clase
trabajadora, dinámica contradictoria que no siempre supo ser pensada
radicalmente.
4)
¿Cómo se organizó la balcanización de Centroamérica?
Hay una serie de elementos que debemos entender para
diferenciar el unionismo latinoamericano del unionismo centroamericano.
Mientras el proyecto bolivariano de constituir una sola nacionalidad
latinoamericana estaba definitivamente derrotado a mediados de la década de
1820, la Federación Centroamericana no
es desmembrada hasta 1838.
Pero este desmembramiento contra naturam era permanentemente
puesto en entredicho, sobre todo por sectores centroamericanistas de los
ejércitos “nacionales” [7].
Los múltiples intentos fallidos del unionismo
militar centroamericano tenían razones sociales profundas para su fracaso: solo
una clase social dispuesta a tomar medidas radicales como la liberación jurídica
y social de los pueblos originarios y los mestizos, la liquidación de las
oligarquías postcoloniales y sobre todo de la estructura latifundista del
campo, a través de una reforma agraria radical y la instauración de una dictadura popular centralizada (jacobina),
podía realizar el sueño morazánico.
La década de los 20 es el momento cuando se concreta la balcanización definitiva del istmo centroamericano, y es el último intento de concretar una Federación Centroamericana. Arturo Taracena Arriola hace una descripción bastante gráfica de los límites esencialmente superestructuralizantes que iba a tener esta Federación, la cual se supone: “Sería representativa y popular, y en ella cada Estado debía de [sic] preservar su autonomía en independencia en asuntos internos. Se comprometían a garantizar el orden interno y a unificar los ejércitos bajo mando federal, de tal suerte que los estados miembros debían de [sic] reducir sus gastos militares, a fin de orientar recursos hacia los sectores productivos” (1993, 242). Pese a ese intento bastante moderado de unidad nacional, fue muy evidente que “Estados Unidos no quería dicho pacto y que usaba a Nicaragua para impedirlo. Asimismo alentaba la conflictividad de la cuestión delímites entre Panamá y Costa Rica” (242). Conel claro aliento imperialista al golpe de estadocontra Herrera Luna en Guatemala, se puso fina la Federaci
El presente artículo tiene el objetivo de ser una
aplicación del pensar radical a las condiciones sociohistóricas
centroamericanas y su relación con la ideología/estrategia del comunismo “a la
tica”.
“Entendemos como pensar radical aquel: “que es función
de construcción de un nuevo orden [que] se propone como tarea central
contribuir al ámbito -práctico- desde el cual es necesario y posible “pensar. [Que]
pensar se llena así no sólo con su sociedad y con sus conflictos y desgarramientos,
sino que también y específicamente con la moralidad que emana desde y que
sostiene a esa sociedad. El carácter histórico-social del pensar es, al mismo
tiempo, su sentido moral, su urgencia, y su toma de partido […] El pensar radical,
teórico, expresa profundamente y sintetiza prácticas sociales de explotación y
liberación y, sobre todo, toma partido” (Gallardo, 1981, 17).
Buscamos entonces extraer de las experiencias históricas
y sociales de emancipación, las conclusiones políticas y filosóficas de lo que
ha significado y significa ser políticamente pueblo en Centroamérica. Nuestra
exposición por motivos pedagógicos será desarrollada como una serie de
preguntas y respuestas de las cuales se extraerán conclusiones
filosófico-políticas.
1) ¿Cuál
relación se establece entre el comunismo “a la tica” y Centroamérica?
Queremos analizar una serie de problemas sobre la
interpretación histórica y política de los comunistas “a la tica”, a saber:
¿Qué papel juega Centroamérica en su análisis? ¿Hay alguna relación entre la
experiencia de la lucha sandinista entre 1928-1935, el levantamiento
salvadoreño de 1932 y el surgimiento del comunismo costarricense? ¿Hay alguna
relación entre el aplastamiento de las dos primeras alternativas y la desradicalización y criollización de los
comunistas costarricenses?
Es importante señalar primero un problema de método,
que creemos de la mayor importancia.
Nuestro criterio
metodológico para ingresar a cualquier análisis de los fenómenos sociales
en el área es que: “Centroamérica constituye una realidad cualitativamente
distinta al resto de América Latina. Por razones de unidad y extensión
geográfica, tradición histórica común que arranca de la colonia unida, cultural
e idiomática, forma una sola nacionalidad dividida en seis estados distintos, donde
la tendencia a la conformación de una sola nacionalidad es fuerte y evidente”
(Moreno, 2003, 33).
Evidentemente esta realidad es contradictoria y
desigualmente desarrollada, pero creemos que es indudable que estamos en
presencia de una totalidad concreta [1].
Podríamos decir que mientras que El Salvador,
Guatemala, Honduras y Nicaragua tienden a marcar en Centroamérica las tendencias
hacia la unidad, hacia la combinación y homologación del proceso social, Costa
Rica tiende a representar el polo desigual del desarrollo, pero que en todo
caso sería el elemento desigual en el marco de un desarrollo de conjunto que se
despliega y concreta justamente a través de estas múltiples y desiguales
determinaciones.
Este criterio, por cierto, no es novedoso en la tradición
del pensamiento comunista centroamericano, este era el mismo que poseía el
comunismo salvadoreño en sus orígenes, por ejemplo para uno de los pioneros del
comunismo salvadoreño, Miguel Mármol [2]:
“nuestra tradición centroamericanista es un hecho y aunque la burguesía y los gringos
siempre han atizado la división, la verdad es que somos una sola nación,
partida en cinco pedazos” (Dalton, 2000, 422).
Nada más falso entonces que interpretar la realidad de
los fenómenos sociales surgidos en alguno de los seis países, o en el conjunto
del área, sumando definiciones locales [3]:
“El método adecuado es el contrario: se debe formular una caracterización de
conjunto sobre la situación en Centroamérica, y partir de esa definición para
señalar las diferencias de país a país” (Moreno, 2003, 35).
Este vacío metodológico es por cierto un defecto
común en las obras de los analistas afines a la tradición intelectual del comunismo
“a la tica” (Botey, 1984; Contreras, 2006; Cerdas Cruz,1986; De la Cruz, 1980;
Merino, 2006). En todos estos autores, el análisis económico-social, las tareas
y procesos internos de la revolución centroamericana aparecen explicitados como
subcapítulos de la historia del comunismo costarricense.
Para ser más preciso, en esta tradición intelectual la
revolución centroamericana siempre aparece como un elemento exterior y de
segundo orden al desenvolvimiento del comunismo criollo. Centroamérica siempre
aparece como influencia extranjera o como solidaridad hacia el exterior, nunca
como un movimiento interno, propio, que pueda iluminar desde dentro el
desenvolvimiento de los comunistas costarricenses.
En los análisis de los comunistas “a la tica”, Costa
Rica no parece ser parte de Centroamérica.
Por ejemplo, en las explicaciones que dan Cerdas
Cruz (1986) y Merino (2006) sobre la política que desarrolló el Partido
Comunista de Costa Rica en los años treinta y cuarenta, siempre terminan necesitando
del recurso al exotismo y a la excepcionalidad costarricense.
Para Cerdas Cruz la política del comunismo “a la
tica” fue la que más se ajustó “a la situación política y social del país”
(1986, 352) y para Merino fue que la que le otorgó una “singularidad” (1996,
42) en la región, y lo consolidó como una alternativa efectiva frente a otras
estrategias desplegadas en Centroamérica, concretamente las desarrolladas por
el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional en Nicaragua y por el Partido
Comunista de El Salvador.
Es evidente que el recurso al exotismo también refuerza el principio de caudillismo y de
culto a la personalidad; fue Manuel Mora (en tanto que individuo excepcional)
que teniendo una profunda capacidad de entender la psicología de su pueblo, pudo
elaborar una política excepcional para un país excepcional (Merino, 2009;
Solís, 1985).
El enfoque de los comunistas “a la tica” parece
tener justificación en la medida que las alternativas populares
centroamericanas de los años 30 (PCs y EDSN) fueron masacradas y liquidadas por
la fuerza y las democracias liberal-oligárquicas limitadas fueron sustituidas
por gobiernos autoritarios y dictatoriales.
Pero en todo caso este hecho político no soluciona la
pregunta que nosotros estimamos como clave para entender el proceso
histórico-social que sucedió en los años 30 en Centroamérica:
¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas
populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?
En los hechos, un poco más tarde que en los años 30,
cuando fueron liquidados el EDSN y el PCS, el PC CR también fue liquidado como
fuerza política. Si algo es indudable de la guerra de 1948 fue que los
comunistas y las organizaciones sindicales filocomunistas quienes tuvieron que vivir
el rigor de la derrota y nunca pudieron recuperar la influencia política de los
años 40.
Es decir, algo está perdido en el análisis de los comunistas costarricenses. Sus
enfoques empobrecen la comprensión de las raíces históricas-sociales del
comunismo costarricense y también oscurecen su especificidad entre las respuestas
políticas que los sectores obreros y populares centroamericanos dieron a una
crisis política y social que los afectaba de conjunto.
Creemos que hay
tres elementos que pueden unificar el análisis de los fenómenos
centroamericanos de este periodo: 1) Los dos
mundos sociales surgidos al calor de las dos principales actividades
productivas del capitalismo centroamericano: la producción cafetalera y el enclave bananero, 2) el impacto y las
características de la crisis económica
de 1929 y 3) la política del imperialismo
norteamericano hacia la región. El cuarto elemento que interviene en este
cuadro aportando el elemento desigual fueron las respuestas políticas de los
sectores populares a estos tres elementos.
2) ¿Cómo era
el capitalismo centroamericano de esta época? [4]
2.1)
El capitalismo cafetalero: Es conocido que las características
de la expansión cafetalera fueron fundamentales para delinear las formas de acumulación,
las formas de dominio y los estilos políticos de las clases dominantes
centroamericanas.
Asimismo, comprender el despliegue del capitalismo
cafetalero nos da pistas para comprender el perfil y la agonalidad de las
clases subalternas, sobretodo de los campesinos y los peones agrarios. Así por
ejemplo en Nicaragua: “el desarrollo del cultivo
del café se produce en un contexto [marcado] por la gran hacienda ganadera de
corte colonial, y de las pequeñas parcelas de subsistencia que constituyen
su complemento. El café entonces no origina un reordenamiento sustancial de las
actividades agrícolas y tendrá menos peso en la economía nacional” (Cardoso y
Pérez, 1977, 220) que en el resto de Centroamérica.
El peonaje y
las distintas formas precarias de tenencia de la tierra, son las formas
fundamentales que se mantienen en el marco de las relaciones latifundio-minifundio.
Estas formas son el fundamento de la
agitada vida política nicaragüense (junto con dos elementos claves: los intereses norteamericanos y la posición
estratégica de Nicaragua como posible paso entre los dos océanos).
Diferente es la situación en Costa Rica, El Salvador y Guatemala, donde el inicio del capitalismo agrario
cafetalero sí generó una reconfiguración interna de la tenencia de la tierra y construyó
unas determinadas formas de dominioque
fueron fundamentales en la constituciónespecífica
de los distintos comunismos centroamericanos,sobre todo en dos de sus versionesmás peculiares: la salvadoreña y la “tica”.
Según Cardoso y Pérez, en: “Costa Rica y El Salvador
[el desarrollo de la producción cafetalera causó]
la eliminación total del
sistema de ejidos y tierras comunales, pero en el primer país tales tierras
estaban muy lejos de tener la misma importancia que en el segundo. En
Guatemala, la extensión de las formas comunales de tendencia fundiaria no fue
sino solo parcial y limitada a ciertas áreas” (220).
Y es que por lo menos en Costa Rica, el desarrollo
del capitalismo agrario cafetalero tuvo como eje: “1. La apropiación de
terrenos baldíos; 2. la compra-venta de tierras apropiadas anteriormente, 3. la
disolución de formas comunales de propiedad” (210). “La gran facilidad para
obtener [tierras públicas] condujo con frecuencia a su ocupación con fines
especulativos, sin que se cumpliera con la obligación de cultivarlos
efectivamente” (211), lo cual evidentemente facilitó el desarrollo de grandes
hacendados. En todo caso, es importante señalar que en Costa Rica, a diferencia
de por ejemplo en Guatemala, “la verdadera formación de la propiedad
territorial […] ocurrió después de la separación de España” (211).
Según Cardoso y Pérez Brignoli, en las zonas cafetaleras
del Valle Central de Costa Rica la característica más notable fue la existencia
de una “multitud de pequeñas fincas y la ausencia de propiedades realmente
grandes” (216), aunque este hecho no puede esconder que “la mayor parte de los
trabajadores agrícolas, aunque a la vez eran propietarios, no escaparon de
volverse dependientes de los cafetaleros más importantes, debido al monopolio
que ejercían estos últimos sobre el beneficio del producto, la comercialización
y el crédito” (226) [5].
Una forma distinta tuvo el capitalismo agrario salvadoreño,
pues la reconfiguración en la tenencia de la tierra que produjo la expansión cafetalera
en El Salvador, a la larga, será fundamental para comprender la insurrección
salvadoreña de 1932 y las tradiciones revolucionarias del comunismo centroamericano
de las que el Partido Comunista de El Salvador y su dirigente más influyente,
Farabundo Martí, serán unos de los exponentes más destacados.
“En El Salvador, y especialmente en su meseta
volcánica central- la zona más poblada del país y la más propicia para el café
(…) en lo atinente a la tenencia de la tierra [la característica fundamental
fue] la extinción total de ejidos y comunidades” (219).
La abolición de los ejidos y tierras comunales fue acompañada
de una serie de leyes que trataban de controlar a los campesinos, expulsándolos
de tierras ocupadas sin título de propiedad y forzándolos a cumplir con sus
trabajos en las fincas que los emplean.
Sin embargo, al contrario de lo que pasaba en Guatemala,
el Estado no reglamentaba el trabajo, ni trataba de establecer sistemas de
reclutamiento forzoso de jornaleros, sino que se limitaba a reprimir
-duramente- el no
cumplimiento de las obligaciones laborales contraídas
por los campesinos o los intentos de rebelión (231).
La forma bastante clásica de expropiación de los
pequeños propietarios y de los pueblos originarios que produjo el capitalismo
agrario salvadoreño, que a la vez se combinaba con una organización política y
estatal, que pese a los intentos de reforma liberal poco había cambiado en su
funcionamiento patrimonial, clientelar y oligárquico, generó una combinación
especial que marcó la lucha de clases salvadoreña de las primeras décadas del
siglo XX.
Una de esas características es que la lucha de
clases salvadoreña fue muy directa, abierta y clásica, en cuanto a los métodos
de lucha por parte de las clases subalternas, y muy cruenta y sanguinaria por
parte de la oligarquía.
Por otra parte, en Guatemala el capitalismo cafetalero
reconfiguró las estructuras económicas y sociales en muchos casos reforzando desigualdades
y opresiones heredadas del capitalismo colonial [6].
Los ejes de la expansión cafetalera fueron: “1 La nacionalización de las propiedades
eclesiásticas; 2. La abolición del censo eufemístico; 3. La política de venta y
de distribución del baldíos” (216).
Como el grueso de la mano de obra eran trabajadores
originarios sometidos a sistemas coloniales de prestación de trabajo fue frecuente
la queja de los oligarcas cafetaleros por la falta de mano de obra, máxime que
a diferencia de El Salvador, en
Guatemala la expansión cafetalera no coincidía con las zonas de mayor densidad
poblacional originaria.
Desde finales del siglo XIX, el ejecutivo
guatemalteco había girado instrucciones a los jefes políticos locales señalando
que ellos “deberían proporcionar a los finqueros que lo pidieran, el número de
mozos que necesitaran, hasta un máximo de cien, sacados de las comunidades
indígenas de su jurisdicción, garantizando su relevo por otros trabajadores en
intervalos regulares” (226).
“Los mandamientos, de corte colonial, o sea la
facultad de extraer por la fuerza de las comunidades a ciertas cantidades de
trabajadores temporales;
y las habilitaciones, es decir, anticipos en dinero
para obligar a los indígenas a un trabajo posterior” (228), fueron las formas
fundamentales que tuvieron las relaciones de producción en Guatemala hasta la
revolución de 1944. Sin duda, por estas razones, es Guatemala el país donde el proyecto liberal fracasa de manera más
estrepitosa y la lucha de clases siempre tuvo un importante componente
originario en la lucha por la tierra.
2.2) El
enclave bananero: La economía de enclave
que existió en las grandes plantaciones agrícolas en la zona Atlántica de
Centroamérica tiene una serie de características: 1) “la propiedad de la
empresa recae generalmente en una gran corporación internacional”. 2) “El alto
grado de integración vertical de las actividades, es decir, el control por la misma
empresa de todas las fases del proceso de producción y comercialización”. 3)
“Las tareas de dirección y supervisión están a cargo de personal altamente
especializado, mientras que los trabajos corrientes emplean una gran cantidad
de mano de obra asalariada, con un grado bajo de especialización” (275).
Sin embargo la consolidación de la economía de
enclave no tiene que ver solo con esta estructura interna de su dinámica
productiva, sino que, y esto sería lo más importante, es tal vez una de las
formas más agudamente contrastantes del desarrollo desequilibrado que toma el
capitalismo semicolonial, pues la consolidación
de las compañías bananeras se realizó a través de un complejo proceso en el
que intervienen: “las concesiones de tierras por el Estado, la construcción de ferrocarriles y puertos,
la introducción de tecnologías y
capitales extranjeros, la habilidad y visión de algunos empresarios, los
conflictos y fusiones entre las propias compañías bananeras, la usurpación de
tierras y bienes de muchos agricultores independientes y aun los conflictos
fronterizos con las naciones vecinas” (278).
Es importante señalar que las economías de enclave generaron un numeroso proletariado agrícola cuyos salarios
pagados por la compañía fueron generalmente más altos que en el resto del
país, pero existieron varios mecanismos de pago que perjudicaban a los
trabajadores: así por ejemplo en Honduras
fueron usuales los bonos o los cupones que sólo podían cambiarse en los
comisariatos de las mismas compañías; el pago en dólares con pérdidas para el
trabajador al efectuarse la transferencia en moneda nacional a una tasa menor
que la usual; la regularidad del pago, que los trabajadores preferían semanal,
y que las compañías efectuaban cada 15 días e incluso 40 días (282).
Las específicas relaciones de producción en los
enclaves marcaron con claridad su impronta en la lucha de clases centroamericana, no solo en los años 20 y 30,
sino hasta ya casi finalizar el siglo XX, cuando se da un cambio significativo
en el modelo de acumulación capitalista centroamericana, marcado profundamente
por el fracaso del proyecto cepalino de modernización capitalista y la entrada de
las formas del capitalismo tardío.
La impronta de estas relaciones quedó plasmada en
las obras y el pensamiento político de los distintos Partidos Comunistas. Aun
así, sobre todo en la literatura las condiciones subhumanas de explotación de
los trabajadores de las bananeras encontraron su expresión más universal (Fallas,
1984; Amaya, 2006).
3)
¿Cuáles eran entonces los rasgos fundamentales del capitalismo y de la lucha de
clases en Centroamérica? (resumen)
La región centroamericana fue incorporada al capitalismo colonial de forma dependiente, como
productora de materias primas. Esta incorporación dependiente del
capitalismo centroamericano reconfiguró a todas las clases y estamentos sociales
y la relación de estas con el Estado, combinando formas capitalistas de
explotación y formas previas de sujeción y dominio.
Las formas y sujeción de dominio imperialista colocaban
como contradicción fundamental el conflicto entre nación oprimida y el centro imperial.
Este conflicto tuvo dos manifestaciones fundamentales: una de tipo estructural
(la economía de enclave) y otra como manifestación fenoménica (la intervención
militar estadounidense).
Pese a que el desarrollo
del capitalismo agrario tendía a esconder (a los ojos de las clases subalternas)
su carácter dependiente y a que este se manifestaba fundamentalmente a través del
intercambio desigual en el mercado mundial (hecho que se volverá fundamental y evidente
a los ojos de las clases subalternas durante la crisis de 1929), este
capitalismo generó también una reconfiguración de todas las clases de la nación
centroamericana, lo cual marcó la pauta y los estilos para la lucha
anticapitalista en el interior de nuestras sociedades.
El capitalismo agrario cafetalero, en casos como el
guatemalteco o en el occidente de El Salvador, sumó a su conflictividad
específica los conflictos clasistas y estamentales heredados y no solucionados
del capitalismo colonial. Esta combinación
de necesidades postergadas contribuyó a la aparición de una serie de
levantamientos originarios, que nutriéndose de las tradiciones y los
imaginarios de otros levantamientos contra otras formas de opresión generaron
un movimiento, el cual combinaba las
viejas tradiciones de lucha originaria con los estilos organizativos de la clase
trabajadora, dinámica contradictoria que no siempre supo ser pensada
radicalmente.
4)
¿Cómo se organizó la balcanización de Centroamérica?
Hay una serie de elementos que debemos entender para
diferenciar el unionismo latinoamericano del unionismo centroamericano.
Mientras el proyecto bolivariano de constituir una sola nacionalidad
latinoamericana estaba definitivamente derrotado a mediados de la década de
1820, la Federación Centroamericana no
es desmembrada hasta 1838.
Pero este desmembramiento contra naturam era permanentemente
puesto en entredicho, sobre todo por sectores centroamericanistas de los
ejércitos “nacionales” [7].
Los múltiples intentos fallidos del unionismo
militar centroamericano tenían razones sociales profundas para su fracaso: solo
una clase social dispuesta a tomar medidas radicales como la liberación jurídica
y social de los pueblos originarios y los mestizos, la liquidación de las
oligarquías postcoloniales y sobre todo de la estructura latifundista del
campo, a través de una reforma agraria radical y la instauración de una dictadura popular centralizada (jacobina),
podía realizar el sueño morazánico.
La década de los 20 es el momento cuando se concreta la balcanización definitiva del istmo centroamericano, y es el último intento de concretar una Federación Centroamericana. Arturo Taracena Arriola hace una descripción bastante gráfica de los límites esencialmente superestructuralizantes que iba a tener esta Federación, la cual se supone: “Sería representativa y popular, y en ella cada Estado debía de [sic] preservar su autonomía en independencia en asuntos internos. Se comprometían a garantizar el orden interno y a unificar los ejércitos bajo mando federal, de tal suerte que los estados miembros debían de [sic] reducir sus gastos militares, a fin de orientar recursos hacia los sectores productivos” (1993, 242). Pese a ese intento bastante moderado de unidad nacional, fue muy evidente que “Estados Unidos no quería dicho pacto y que usaba a Nicaragua para impedirlo. Asimismo alentaba la conflictividad de la cuestión delímites entre Panamá y Costa Rica” (242). Con el claro aliento imperialista al golpe de estado contra Herrera Luna en Guatemala, se puso fin a la
imperialista al golpe de estadocontra Herrera Luna en Guatemala, se puso fina la Federación [1]. Después de la derrota del unionismo militar, la bandera de la unidad centroamericana no volverá a ser
Después de la derrota
del unionismo militar, la bandera de la unidad centroamericana no volverá a
ser levantada más que por los proyectos políticos populares. La idea de la
necesidad de una unidad centroamericana de raigambre popular ha sido asumida de
manera bastante pragmática, casi como una “intuición natural” de los sectores
populares.
Esta asimilación pragmática es acicateada por la
evidente pequeñez de nuestros países y la rápida necesidad de solidaridad económica
y política que tiene cualquier proyecto popular centroamericano que quiera
hacerle frente al dispositivo imperial-oligárquico de dominio, pero esta
necesidad política no ha venido acompañada de una reflexión teórica
sistemática.
5)
¿Cómo fue organizada la política del imperialismo frente a la crisis de este
periodo?
La opresión imperialista y la balcanización semicolonial
iban acompañadas de un aumento en la agresividad de la política imperialista estadounidense
hacia el área. El imperialismo de los EEUU tenía un claro y ambicioso programa político
que necesitaba de un reforzamiento militar para llevarse adelante. ¿Cuáles eran
los ejes de este programa? “a) la defensa de los intereses económicos estadounidenses
en [Nicaragua]. b) la necesaria protección de la zona del Canal de Panamá. c)
la preservación de la estabilidad política en el istmo dictada por los Tratados de Washington de 1923; y d) poner un freno a la influencia de México en
Centroamérica, que desde 1920 se venía acrecentando como partede la política de institucionalización
de la gestarevolucionaria de 1910”
(247).
Además los años 1927-1932 no solo son los más crudos
del conocido crack de la economía mundial, sino que Bulmer-Thomas señala:
“El colapso de los precios [del café y el banano], la
caída de la entrada neta de capital extranjero y la reducción del ingreso del fisco
ejercieron una presión sin precedentes sobre el modelo exportador. Los
disturbios temporales causados por la fluctuaciones del mercado mundial, al
igual que en 1920-1921, eran un problema ya conocido para el estado de la
oligarquía liberal y los instrumentos de política para hacer frente a la
mayoría de las consecuencias ya habían sido forjados. No obstante, la crisis
económica de 1929, fue tan fuerte que las respuestas tradicionales resultaron totalmente
inadecuadas. La reacción política
subsiguiente llevó al modelo oligárquico liberal al colapso en las cuatro
repúblicas del norte y a una severa realineación en Costa Rica misma (1993,
346).
Desde
el punto de vista político el hecho más significativo del periodo es el fracaso
del proyecto de relegitimación, modernización institucional y ensanchamiento de
la base social del régimen liberal-oligárquico que
intentaron llevar adelante distintos gobiernos del área (Araujo, González Flores,
Paz Barahona).
Este fracaso
empieza a producir efectos sociales y a renovar irritaciones populares
acumuladas, que fueron claramente expresados, en sus formas específicas,
por el Partido Comunista de El Salvador, el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional
y también a su manera por el Partido Comunista
de Costa Rica.
Estos instrumentos
políticos populares lograron articularse sobre la base del fracaso de este
proceso de relegitimación democrática, logrando canalizar cada uno a su
manera los reclamos e irritaciones populares ampliamente postergados en las
sociedades costarricense, nicaragüense y salvadoreña.
6)
¿Cuál fue la respuesta del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional a la crisis
general centroamericana?
Entre los rasgos más universales de la experiencia sandinista
se encuentra haber encontrado:
“una base social para su programa y un programa para
su base social” […] “Sandino da un
vuelco a su acción planteando el problema de la soberanía y la dignidad de
Nicaragua y convocando a esta tarea a los sectores populares” (Acuña, 1993,
317).
Los rasgos principales de su pensamiento político
enfatizan la defensa de la soberanía, proyectada
como una cuestión latinoamericana, y el carácter antioligárquico de su gesta
militar, con base en una alianza de contenido popular que obligase
nacionalmente a respetar los procesos electorales, a democratizar el poder y a
abordar la cuestión agraria por medio de la ampliación de la frontera agrícola
en Nicaragua” (Taracena,1993, 242).
Para ello “mezcló la reivindicación campesina, la
revalorización de la identidad étnica y el rescate de la soberanía nacional
(Acuña, 1993, 315).
La lucha
sandinista abarcó todo el país. Este hecho, no “debe hacer olvidar que “las
condiciones específicas de un región tienen un significadoenorme en el análisis de clase, ya que
el desarrollodependiente de la
sociedad nicaragüense implicabauna
marcada heterogenidad interna y fuertesdesigualdades
regionales” (Wünderich, 1988, 14).
La región de
Las Segovias sufrió el efecto de “modernización” que introdujo el
capitalismo agrario bastante tardíamente, así como también fueron tardíos los
devastadores efectos sociales de este modo de producción. El capitalismo
agrario se desarrolló “unos 30 años más tarde que en los centros del auge
cafetalero” (Op. cit., 22).
En esta región, además los pueblos originarios resistieron
mejor y más tenazmente el trabajo forzado y semiesclavo en las minas
coloniales. Esta resistencia tomó la forma de huida masiva y cambio de
identidad.
Fue también tardía la resistencia de los campesinos y
pueblos originarios a la explotación generada por la expansión de la producción
cafetalera.
Cuando Sandino lanza su famoso ataque a la Mina de San Albino, la otrora boyante industria minera de la zona, había
entrado en franca decadencia.
En la mina “las condiciones de trabajo eran
miserables y los salarios no se pagaban en efectivo sino con cupones, que eran
aceptados únicamente en el comisariato de la compañía” (Op. cit., 17). Además
esta decadencia de la producción seguramente dejó a “gran parte de los mineros
despedidos en una situación difícil e inestable. Es cierto que en tiempos
anteriores, el carácter esporádico de la actividad minera había conducido a una
coexistencia del trabajo asalariado con la economía tradicional de subsistencia.
Sin embargo, con este último ciclo, la economía de enclave había alcanzado
dimensiones nuevas” (Op. cit., 26).
Entonces se encuentra en la zona de asentamiento social
del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, un acumulado de tensiones e irritaciones,
que combinan una memoria social de la
resistencia originaria al capitalismo colonial, la resistencia campesina y
originaria al desplazamientoproducto
de la expansión de la fronteraagrícola
y, junto a eso, un proletariado mineroharapiento,
sufriendo los efectos sociales de lacontracción
de la economía de enclave minera,todo
esto en un marco de ocupación militar
norteamericana,permitida y
solicitada por la oligarquíaconservadora
y por sectores del liberalismo.
Justamente esta suma de contradicciones sociales y nacionales
son las que permiten explicar el éxito militar de Sandino, que logró librar una guerra de todo el pueblo contra el agresor
imperialista y que, por lo tanto, es obligado a generar una ideología nacional-popular, capaz de
aglutinar este bloque de clases y capas subalternas.
Pero, si es irrefutable que estas características son
los aportes imperecederos del sandinismo
original, se necesita señalar que es imposible pensar la solución de una tarea
histórico-social, sin tomar en cuenta también los sujetos sociales y los
métodos políticos que estos se dan para llevar adelante las tareas planteadas.
Allí deben ubicarse los límites trágicos del pensamiento sandinista original.
7) ¿Cuáles
fueron los límites del programa sandinista?
La primera debilidad
evidente del sandinismo es una incomprensión del carácter dual de la opresión
imperialista, como ocupación militar y como balcanización centroamericana.
El EDSN es una de las primeras experiencias de un
ejército popular multinacional, inclusive previo a la experiencia de las
Brigadas Internacionales de la Guerra Civil Española. Dos de los diez
comandantes sandinistas eran de otros países centroamericanos (José León Díaz,
salvadoreño y José María Jirón Ruano, guatemalteco) y mucha de la “crema y nata”
del activismo antiimperialista latinoamericano luchó o colaboró activamente por
la causa del EDSN (Farabundo Martí, José de Paredes, Froylán Turcios, Rubén
Ardilla Gómez, Esteban Pavlevich, etc.).
Pese a la clara impronta centroamericana del EDSN,
Sandino no planteaba claramente la necesidad de una organización de lucha que
rompiera las fronteras “nacionales” centroamericanas, sino que tendía a ver la
temática de la ocupación militar sobre
suelo nicaragüense como una contradicción sobredeterminada, fundamental y
exclusiva de la sociedad nicaragüense, desligada de la lucha contra el
dispositivo imperialista en todo el área, cuya manifestación militar y de
ocupación era solo uno de sus rasgos y no necesariamente el fundamental, aunque
sí el más urgente de solucionar.
Por ejemplo, en el famoso Manifiesto de San Albino, Sandino
tranquiliza al gobierno hondureño, tan cipayo como el de Adolfo Díaz.
Dice Sandino: “Yo quiero justificar (advertir) a los
gobiernos de Centroamérica, mayormente al de Honduras, que mi actitud no debe
preocuparle, creyendo que porque tengo elementos más que suficientes, invadiría
su territorio en actitud bélica para derrocarlo. No. No soy un mercenario sino
un patriota que no permite ultraje a nuestra soberanía” (Ramírez, 1979, 89).
Ante la pregunta por la presencia de luchadores internacionalistas
en las filas del EDSN dice:
“Tengo oficiales de Costa Rica, de Guatemala, de El
Salvador, de Honduras y aún dos o tres de México, que llegaron atraídos por la
justicia de mi causa, pero están en una minoría. La médula de mi ejército es
nicaragüense y los oficiales que más tiempo han permanecido a mi lado son nicaragüenses.
He recibido muchos oficiales de afuera, pero en la mayoría de los casos los he despedido”
(citado por Arias, 1996, 131).
El
que tal vez es el límite más claro del pensamiento sandinista, es el
interpretar que bastaba con la salida de las tropas militares estadounidenses,
para desactivar el dispositivo imperial, que como
sabemos es muchísimo más complejo y requiere de colaboradores y estructuras interiores.
A partir de un somero estudio de los textos y la
historia de Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, queda claro que Sandino
no era una pensador anticapitalista radical, como señala Wünderich: “Sandino no
fue un enemigo irreconciliable de la propiedad privada. El nunca exigió la
expropiación de la burguesía nicaragüense ni la repartición de los grandes
latifundios. Por el contrario, esperaba que la burguesía cooperara con él con
base en su proyecto nacionalista” […]
Sandino estableció la diferencia entre la propiedad “legítima”
e “ilegítima”. La encarnación de la propiedad ilegítima era el capital de Norte
América” (1988, 28).
Pese a la extensa base social campesina y originaria
del EDSN, este nunca tuvo una plataforma ni siquiera cercana a la del agrarismo
mexicano. De hecho, lo más significativo
del programa agrario sandinista era la colonización agraria a través de
cooperativas, que si bien pueden ser un importante punto de apoyo en el
marco de una transformación radical de las estructuras económico-sociales de
dominación, colocar estos proyectos como eje de la solución del programa agrario
e inclusive del problema laboral nicaragüense tenía claros ribetes utópicos (en
el sentido conservador del término).
Pese a estas limitaciones, llama la atención encontrar
en el EDSN, casi toda la gama de reivindicaciones laborales del movimiento
sindical de estirpe comunista, más significativo aun durante la toma de la Mina
de San Albino: “El primer paso después de la ocupación de la mina fue anunciar
la expropiación de los propietarios norteamericanos y pagar los salarios
debidos a los trabajadores en oro puro” (Wünderich, 1988, 17). Es decir, en su primera acción militar el EDSN tomó
claras medidas anticapitalistas.
¿Cómo se puede explicar esta aparente contradicción?
Aquí se puede encontrar un problema no tematizado suficientemente en el estudio
del movimiento sandinista.
El EDSN generó en su organización política y militar
interna una fuerte impronta bonapartista,
en la cual el liderazgo carismático de Sandino jugaba como efecto estabilizador
que ofrecía cohesión interna para un movimiento social muy heterogéneo y fuertemente
asentado en trabajadores acostumbrados a la vida social en el minifundio (lo
cual facilitaba la dispersión).
Vemos aquí una contradicción: La acción anticapitalista del EDSN es llevada a cabo “desde afuera”,
con la participación pasiva de la clase obrera y sin que se constituya ningún
organismo de autodeterminación obrera y popular siendo el poder dual el propio ejército
sandinista.
La
ausencia de un claro programa y perspectiva anticapitalista, un descuido de la
dimensión necesariamente centroamericana de cualquier lucha contra la ocupación
militar imperialista y un fuerte elemento de sustituismo social temprano, son
los límites precisos, los cuales hay que saber señalarle a la experiencia
sandinista para poder apropiarse de ella en las actuales condiciones del pensar
radical latinoamericano.
8) ¿Cuál fue
la respuesta del Partido Comunista de El Salvador?
La segunda gran respuesta popular al proceso de
balcanización definitiva y profundización de las condiciones de dependencia en
Centroamérica fue la insurrección popular salvadoreña y sobre todo la acción
del Partido Comunista de El Salvador en 1932.
Creemos que es importante recordar la importancia
actual que tienen estos hechos para la vida política en el Salvador. Para
Héctor Lindo Fuentes: “Los principales actores políticos del país nunca olvidaron
la Matanza [de 1932]. A través de los años, el recuerdo de un confuso y complejo
conjunto de eventos fue continuamente conformado y reconformado, de manera que proporcionó
categorías y un complejo glosario de símbolos que identificaron a las
principales fuerzas que se enfrentaron durante la guerra civil de la década de
los ochentas” (2004, 288).
En la insurrección salvadoreña, el conflicto social
está menos tamizado por la contradicción nación oprimida/imperialismo que en
Nicaragua, y el eje de la lucha
insurreccional más bien tendió a centrarse en el tema de la propiedad de la
tierra y la lucha contra los “barones” del café.
Así describe Lindo Fuentes, la crisis de dominio que
en 1932 se instaló en El Salvador:
“La crisis mundial que siguió al colapso de la Bolsa de Valores de Nueva York, en 1929, llevó a la baja de los precios de los productos prescindibles como el café, que para entonces representaba más del noventa por ciento de las exportaciones de El Salvador. Los precios eran tan bajos que muchos cafetaleros decidieron que no valía la pena cosechar el grano y no contrataron cortadores. La espiral descendente parecía incontrolable, el desempleo bajaba los salarios, las quiebras de cafetaleros y comerciantes aumentaban el desempleo y bajaban los salarios, ya no en el campo sino también en la ciudad. Con menos exportaciones de café, los ingresos del estado también bajaban y los empleados públicos dejaban de percibir su salario por varios meses o perdían el empleo. […] los limitados recursos del estado no dejaban de disminuir y cualquier reforma social era imposible. Inclusive los soldados del ejército dejaron de recibir salarios puntualmente (2004, 289). La crisis orgánica del régi
La crisis orgánica del régimen de dominio, sumado a
las características que tuvo el desarrollo del movimiento obrero-artesanal en
El Salvador, permite que las manifestaciones de la lucha de clases aparezcan
como más clásicas y los contornos clasistas del conflicto social menos mediados.
Señala bien en ese sentido Arias Gómez cuando apunta que las leyes y las
conquistas sociales que obtuvo el movimiento obrero y socialista salvadoreño
fueron adquiridas “de hecho’ [así como] la facultad de organizarse en entidades
de defensa clasistas de nuevo tipo. No esperaron, pues, a que el maná jurídico
les cayera del cielo estatal” (1996, 54) presentando así el movimiento obrero
salvadoreño más elementos de autodeterminación y autoorganización que otros
movimientos obreros en el área.
Esta característica
identitaria del obrerismo y del comunismo salvadoreño está también afirmada
por uno de sus fundadores Miguel Mármol:
“No forzamos la historia cuando decimos que nuestro Partido
Comunista se hizo de la clase obrera salvadoreña, pues entre nosotros no se dio
el caso, ocurrido en otros países, de que el partido comunista se organizara primeramente
en el medio universitario o entre la intelectualidad pequeño burguesa.
Nuestro Partido Comunista salió de las entrañas mismas
de nuestra clase obrera, de nuestro movimiento sindical, como una forma
superior, política, de organización de clase. Los cuadros intelectuales que
dieron los aportes principales en el aspecto teórico, fueron cuadros ya
formados por el movimiento comunista internacional (citado por Arias, 1996,
181).
Ahora bien, la necesaria
comprensión del PCS como la organización con más raigambre obrera y popular en
la Centroamérica de los 30, así como la organización pionera en lograr una articulación
efectiva entre el artesanado urbano y la peonada cafetalera [1],
no basta para comprender las características ya no del PCS, sino de la base social
que le acompañó en su heroica y trágica insurrección.
La insurrección salvadoreña no puede ser entendida
exclusivamente solo como reacción a la coyuntura de la represión mundial, ni
como resultado de una estrategia suicida de los comunistas, sino que indica el
grado de tensión y frustración acumulados en las relaciones sociales agrarias
y, en particular el sedimento de
agravios depositados en las poblaciones indígenas del occidente del país a lo
largo de la era liberal (Acuña, 1993, 313).
Al igual que con nuestro análisis del movimiento sandinista,
parece fundamental comprender las características de la zona de Sonsonete y Ahuachapán,
que fueron los verdaderos epicentros de la insurrección de 1932.
Es aceptado por todos los militantes comunistas y
por el ejército contrainsurgente que en el oriente del país no hubo
levantamiento y en el centro urbano-artesanal, fue rápidamente dispersado y
anulado, en su intentona.
Al estudiar el testimonio de Miguel Mármol sobre la
insurrección de 1932, parece haber una incomprensión del que probablemente fue
la principal carencia de la insurrección salvadoreña, el déficit en el análisis consiste en pensar el levantamiento del
occidente del país como exclusivamente motivado por las irritaciones de los
peones agrícolas, cuando en realidad era
una insurrección popular que combinaba 1) las tradicionales formas de la revuelta anticolonial originaria yque, por lo tanto, le daba a esta
reivindicaciónidentitaria una
importancia fundamental; 2) unprograma
de lucha clasista aportado por loscomunistas
radicales centroamericanos.
9) ¿Cuáles
fueron los límites del levantamiento de 1932 en El Salvador?
Es importante señalar que este empalme entre la
ideología comunista centroamericana de primera época, la cual contenía un marcado sacrificialismo y un gusto por los ritos y
los gestos formales (¿litúrgicos?), probablemente empalmó con facilidad con la
memoria milenarista de los pueblos originarios.
Autores como Arias Gómez (1996) o Cerdas Cruz (1986)
señalan entre los errores que llevaron al
fracaso de la insurrección de 1932, el ultraizquierdismo verbal, el sectarismo,
la ausencia de apoyo popular, la vocación sacrificial. Más allá de que
algunos de estos elementos existan, no los estimamos como los elementos
deficitarios fundamentales que le deberían ser criticados al PCS, para poder reapropiar
su gesta en el marco de un pensar radical asentado en nuestras actuales condiciones.
Además, como señala Acuña: “el mismo [Cerdas Cruz]
reconoce la inevitabilidad de la insurrección, dada la situación interna de El
Salvador en aquellos momentos” (1987, 173).
Aunque es cierto y evidente que existió un gusto por
la pose sacrificial en los principales exponentes del comunismo radical[2] y
que estos estuvieron indudablemente marcados por la orientación
ultraizquierdista, de “tercer periodo”[3] de
la III Internacional, coincidimos con Michael Löwy cuando señala que pese a que
esta orientación estalinista tuvo un rol perversamente contrarrevolucionario en
Europa (donde facilitó el ascenso del fascismo) y jugó un papel esterilizador en
los Partidos Comunistas del Cono Sur, en Centroamérica y el Caribe los
dirigentes y las organizaciones comunistas “veían en esa corriente de izquierda
un estimulante a su propia tendencia revolucionaria autónoma. Es el caso
particular del Partido Comunista de El Salvador […] que organizó en 1932 la única insurrección de masas dirigida por un
Partido Comunista en toda la historia de América Latina” (Löwy, 1980, 24).
Ahora, regresamos a lo que malintencionadamente se
oscurece en los análisis sobre el fracaso del auténtico levantamiento
obrero-originario de El Salvador: el problema
del fetichismo soviético. Un tema fundamental que todo pensar radical ocupa
precisar, son las formas políticas de transición en el marco de la
transformación revolucionaria.
El pensamiento socialdemocratizante ve la posibilidad
de la transformación social, sin cambiar
radicalmente la máquina del Estado, habría solo que “ocupar” el Estado. Por eso
el recurrente fetichismo electoral de estas corrientes políticas y sobre
todo de sus pensadores [4].
Para toda transformación radical de las condiciones de
explotación y miseria, necesariamente se requiere pensar en cuáles son las
formas políticas por las que se expresarán y se autodeterminarán los sujetos de
esa transformación.
La carencia de auténticos organismos de
autodeterminación y autoorganización de las clases subalternas, se constituye
en un evidente límite de cualquier proceso de transformación radical y también
en una evidente tentación burocrática para ahogar el proceso de transformación
mismo, de esto por cierto están cargadas las experiencias revolucionarias de la
segunda posguerra.
Ahora bien, en las organizaciones de inspiración comunista
tanto en las estalinizadas, como en el comunismo radical centroamericano vemos la presencia de un claro fetichismo
soviético.
En el caso de la tradición más estalinista, los
soviets eran directamente inventados por orden de alguna dirección superior y
estos “tinglados sectarios” (como los llamó Trotsky) normalmente eran
organizaciones ad hoc de los mismos Partidos Comunistas, solamente había que
declararlos como soviets a través de alguna ordenanza burocrática.
En el caso del comunismo centroamericano de primera
época el fetichismo soviético no tenía nada de ese cinismo burocrático, sino
que pasó por una incomprensión ingenua, que intentó organizar soviets imitando
las estructuras municipales y dejando
sin comprensión y sin punto de apoyo el auténtico organismo de
autodeterminación que efectivamente produjo la insurrección del Occidente del
país: las cofradías y las comunidades indígenas.
Y aquí surge una crítica aún más rica y comprensiva al
comunismo radical de primera época que la observación socialdemocratizante
sobre su ultraizquierdismo verbal, y es la incapacidad de comprender una forma
específica de resistencia popular y ver solo en las formas de resistencia y organización
popular más clásicas (¿más europeas?) “las” formas de la transición política.
El siguiente señalamiento de Acuña es muy agudo
(aunque el autor no saque de él, conclusiones radicales):
“La persistencia de la comunidad [indígena] constituyó una forma de resistencia continua de los indígenas en contra de los ladinos, el Estado y los distintos agentes de la economía de exportación. En ausencia de instituciones como las mutuales y los sindicatos y al margen del movimiento popular urbano, la comunidad funcionaba como órgano de representación y de articulación de sus intereses frente a los adversarios. En este sentido, los indígenas tenían alguna ventaja frente al campesinado pobre ladinizado que ya no disponía de f
que ya no disponía de formas comunitarias (1993,
312).
En
ese sentido es sumamente sugerente el estilo del liderazgo de Feliciano Ama, cacique
indígena afiliado al Partido Comunista de El Salvador y dirigente de las
operaciones insurreccionales en Sonsonete.
Ama, natural de Izalco, era el mayordomo principal
de la cofradía del Espíritu Santo que, según versiones, era la más poderosa en 1932.
Esta posición le situaba en el pináculo de una jerarquía espiritual
indiscutible, lo que unido a su reconocimiento como cacique (aunque este título
había sino abolido por los conquistadores, seguía, de hecho, reconociéndose
entre los indígenas) hacía de Ama un hombre de gran poder en el campo religioso
y el político, es decir un caudillo indiscutido. Se ha llegado a asegurar que a
través de las cofradías, obedecían a Ama cerca de 30000 indígenas
(prácticamente la población aborigen de Sonsonete) (Arias, 1996, 102).
Más interesante aún que esta sugestiva mezcla de líder religioso, caudillo originario y cuadro comunista,
las cuales son tres formas bastante distintas de vivir lo político y que
tuvieron una articulación efectiva en la persona de FelicianoAma. Es más interesante la
determinación quehace Arias Gómez
de las cofradías como auténticos organismos
de poder dual que sin duda fueron las vías por las que se expresaron localmente
los pueblos originarios durante la insurrección.
Arias
Gómez señala: “podríamos decir, que en las cofradías
los indígenasencontraron, aunque
sea a pedazos,parte de su identidad
cultural rota por laviolencia del
conquistador; ellas fueron unaespecie
de argamasa social que les manteníaunidos
ante un mundo hostil y brutalmenteexplotador.
La cofradía fue un medio paratransmitirse
verbalmente su propia historiaen
forma de recuerdos, gratos o dolorosos,fue
su expediente para guardar su memoriahistórica.
La convivencia que se estrechabadurante
los días que duran los festejos delrespectivo
santo, y de los cuales son excluidoshasta
los propios curas, es una forma demantener
esa identidad (1996, 103).
Estas pinceladas que presenta Arias Gómez sobre las
características de la resistencia originaria, acompañadas de la aceptación por parte
de Mármol de que el PCS tenía una
comprensión fetichizada de las formas políticas de la transición, hacen pensar
que probablemente hubo de parte de la dirección comunista salvadoreña, una
frialdad hacia estas formas de resistencia.
Indudablemente, existió un extrañamiento entre los
comunistas salvadoreños y las comunidades originarias acaudilladas por Feliciano
Ama.
Arias Gómez reproduce una entrevista a Modesto
Ramírez, donde describe la reunión en la cual afilió a Feliciano Ama y nos
parece que retrata de cuerpo entero este extrañamiento: “Llegado el momento de
proponerle a Ama su afiliación partidista, contaba Modesto que le respondió más
o menos en estos términos:
–De entrar al Partido, debe entrar también toda la
gente de mi cofradía.
Modesto le hacía la observación de que la afiliación
era una decisión personal, individual y que no podía hacerse en masa,
indiferenciadamente.
A esta observación Ama respondió:
–De no entrar todos mis compañeros no entro yo tampoco-.
La dirección del PCS, como era lógico, accedió a la demanda” (1996, 107).
Muy significativo todo el cuadro que traza Modesto
Ramírez. Por un lado, la demanda de Ama de afiliación colectiva y la
consecuente extrañeza del comunista, mientras Ramírez tiene en mente la afiliación
individual, mediante un acto de conciencia “racional” y “voluntario” de un individuo
a un partido que defiende un programa general para transformar la sociedad y el
Estado, Feliciano Ama en cambio al decidir “su” ingreso a una estructura que él
cree defenderá los intereses de su comunidad originaria, estima impensable que
no se afilie a esta organización toda la comunidad originaria, “su” comunidad
originaria.
Esta racionalidad comunitaria, que obligaría a
pensar y repensar la dialéctica entre participación originaria y partidos
populares, se puede ver aún en nuestra época, por ejemplo, en las experiencias
de las rebeliones obrero-originarias de la ciudad de El Alto en Bolivia durante
los años 2003 y 2005.
10)
¿Qué conclusiones podemos sacar de la lucha política del Ejercito Defensor de
la Soberanía nacional y del Partido Comunista de El Salvador?
Se han analizado los rasgos más generales que tuvieron
dos de las respuestas políticas populares a la balcanización de Centroamérica [1].
Por un lado, la respuesta
del nacionalismo popular, del cual el sandinismo fue la experiencia más
significativa, pero con una fuerte inercia en cuanto a la comprensión de
los dispositivos internos del orden imperialista, una serie de problemas significativos
por la ausencia de un programa auténticamente anticapitalista para el campo y
la ciudad, y una fuerte tendencia al sustituismo
social que le imprimía un rasgo caudillesco a su liderazgo.
Por otra lado, la alternativa del comunismo ingenuo del PCS, que superaba al sandinismo,
al contar con una tosca pero real comprensión centroamericanistade la lucha de clases y también,con una mayor claridad del rol de los
partidosy agrupaciones de la
burguesía nativa y, sobretodo, con
una mayor vocación para poner enpie
auténticos organismos de autodeterminaciónpopular.
Aunque apunta en contra de su historialcomo alternativa popular su efectivo
verbalismoabstracto y sobre todo la
incomprensión y laausencia de una estrategia para combinar la lucha anticapitalista
de los peones agrarios y la lucha por el reconieocimnto identitario de esos
mismos peones, que a la vez eran pueblos originarios.
Como es sabido, estas dos alternativas populares fueron
trágicamente separadas y opuestas por una combinación de la realpolitik de los gobiernos
mexicano y estadounidense y de la realpolitik de la III Internacional [2].
Impidiendo que confluyeran y se entrelazaran sus distintas virtudes posibilitando
así un auténtico proceso regional insurreccional, antiimperialista y
anticapitalista, el trágico desenlace fue que estas dos alternativas populares
fueron finalmente aplastadas de manera independiente, cuando la democratización
de baja intensidad se obturó y se ingresó en la época de las dictaduras
militares, las cuales garantizaron la profundización de la balcanización, esta
vez manu militari.
Esta comprensión de las propuestas políticas populares
que recorrían el istmo en los 30 ayudará a ver mejor los contornos del
comunismo radical costarricense de primera época y su posterior deriva en
comunismo “a la tica”.
11) ¿Se puede
entender la primera época del comunismo costarricense como una alternativa política
a la crisis de dominación centroamericana?
No se quiere ahondar demasiado en los efectos que el
crack económico mundial produjo en la frágil economía semicolonial centroamericana
y, en específico, sobre la costarricense. Creemos que hay una abundante
bibliografía, con suficientes e interesantes datos al respecto [3].
La cita de Bulmer-Thomas, vista más arriba, invita a
entender la crisis de dominio no de manera determinista, como un producto
inmediato del crack del 29, sino como una situación que se agrava
cualitativamente con la crisis económica y se mezcla con toda otra serie de
elementos políticos acumulados: la actividad creciente de las clases
subalternas y sus variados intentos de dotarse de un instrumento político
propio, el desarrollo de una cultura impresa en los centros urbanos, la cual contribuyó
a difundir la crítica política y cultural más o menos antisistémica de la
intelectualidad radicalizada de inicios de siglo XX y el relativo vacío que
dejó el intento fracasado de relegitimación del orden liberal, vacío que a su
vez, fue aprovechado por los comunistas costarricenses.
Dentro de algunos
analistas de filiación comunista “a la tica”, se pretende comprender las
alternativas políticas que enfrentaron la crisis de dominio como
comportamientos estancos. La hoz y el machete de Cerdas Cruz, pese a ser un trabajo
muy documentado, tiene esta debilidad, la cual tiende a oscurecer una de las
preguntas claves del proceso histórico-social que se viene analizando: ¿Por qué
fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo de rebelión
instaurado en 1928-1932?
Nuestra
tesis es que el sandinismo, el comunismo salvadoreño y el comunismo
costarricense eran tres respuestas a una sola crisis de dominio global del
régimen oligárquico en Centroamérica.
Estas tres alternativas fueron las primeras respuestas de las clases
subalternas al fracaso, ya de carácter histórico, de las capas medias y los militares
por reunificar Centroamérica.
Creemos que hay que comprender estos fenómenos como
tres respuestas que no lograron confluir y a partir de sus posibles
articulaciones generar una fuerza social centroamericana, capaz de instaurar un
nuevo orden político, donde las clases subalternas tuvieran hegemonía.
Esta es la mejor forma para también comprender por
qué la crisis de dominio oligárquico en el área logra cerrarse y por qué tuvo
una respuesta distinta en Costa Rica que en el resto del área.
Las interpretaciones de Cerdas Cruz y Merino y de
los comunistas “a la tica” en general, quieren
presentar el camino elegido por el Partido Comunista de Costa Rica como una
alternativa fuerte a la vía sandinista y a la “farabundista”. Esta lectura
nos parece equivocada y unilateral.
A nuestro entender, es más bien todo lo contrario: el
cierre de la crisis de dominio imperialista en la región, al resultar globalmente
favorable a las fuerzas oligárquicas e imperialistas, terminó con la liquidación física de dos de los instrumentos políticos
que forjaron las clases subalternas (el EDSN y el PCS) y con la cooptación de
la tercera alternativa popular (el comunismo costarricense), al lograr
convertirlo en comunismo “a la tica”.
Nuestra tesis es que los comunistas costarricenses de primera época, al igual que las alternativas políticas populares que se produjeron en Nicaragua y El Salvador, fueron neutralizados por una estrategia contrarrevolucionaria de las clases dominantes. No debemos olvidar que el contenido político de la contrarrevolución no es el exterminio físico de la vanguard
exterminio físico de la vanguardia revolucionaria,
sus teorías y testimonios, (aunque esto puede suceder y sigue sucediendo). La
idea profunda de la
contrarrevolución es introducir en la conciencia de
los oprimidos la certeza de que nunca más deben atreverse a hacer lo que
hicieron, (poner en tela de juicio los mecanismos del dominio).
Los oprimidos y explotados deben sacar la conclusión
que la rebelión organizada estuvo mal y que es innecesario e indeseable volver
a intentarla. Éste es el contenido profundo de la idea de contrarrevolución.
¿No hay pues en la explicación de los comunistas costarricenses
sobre la diferencia entre los primeros años de su existencia y el giro
comunista “a la tica”, un machacar sistemático de la idea que eso que se hizo
en los orígenes estuvo mal y no debería volver a repetirse? ¿No es acaso esto
la idea misma de la contrarrevolución?
12)
¿Es verdad que el origen del comunismo costarricense fue “ultraizquierdista” y
“juvenil”?
En las tesis de Mora (2000, 25-51), Merino (1996,
21-42) y Cerdas Cruz (1986, 323-244), la primera etapa del PC CR estaría
marcada fundamentalmente por “desviaciones”: verbalismo izquierdista, infantilismo
de izquierda, sectarismo, etc. Es decir, se presenta esta etapa como una
distorsión o un defecto del Partido Comunista de Costa Rica, no como lo que
podría ser su contribución más “universal” al pensamiento político radical.
Estos mismos autores siempre guardan el recaudo de
señalar que estas características del comunismo costarricense de primera época
fueron esencialmente excesos verbales, pues los comunistas, desde el momento de
su fundación, estarían comprometidos con las instituciones democráticas del
país.
Esta es definitivamente una mala forma de acercarse
a los primeros años del comunismo costarricense. Creemos que es más adecuado pensar
los primeros años del comunismo costarricense como el momento en que los
sectores populares construyeron una herramienta de lucha para enfrentar los
mecanismos privilegiados del modo de dominación en el país: el fraudulento
sistema electoral y el caudillista sistema de partidos.
La efectiva existencia de una pose verbalista y una
serie de limitaciones ideológicas, políticas y programáticas no deben esconder
la importancia fundamental de esta primera etapa del comunismo costarricense
como fuente de un pensamiento radical actual.
13)
¿Cuál era la actitud del comunismo costarricense hacia las elecciones
burguesas?
Una contradicción significativa de los defensores del
comunismo “a la tica” es que “miran con malos ojos” y critican duramente el
“verbalismo antielectoral” de los comunistas originarios.
Estimamos que esta crítica es deshonesta, pues el
“radicalismo antielectoral” es una tradición que heredan, asumen y prolongan
los comunistas de la tradición del nacionalismo de capas medias, articulado
alrededor del Repertorio Americano (que según Mora, Merino y Cerdas Cruz sería también
parte de las “vigorosas tradiciones democrático-nacionales”). Molina y Lehoucq
muestran además, con bastantes ejemplos, cómo estaban introducidas en la
cultura política de la lucha interoligárquica las impugnaciones violentas a los
procesos electorales (1999, 9-105). Es decir, estas impugnaciones eran parte del clima de época.
Lo importante es que los comunistas prolongan, a su manera, las críticas que intelectuales como
Mario Sancho o García Monge [1]
realizaban en los años 10 y 20 contra la argolla clientelar, contra el carácter
engañoso, vacío, formal y antipopular del dispositivo electoral y contra la
legalización/legitimación del poder de los gamonales, emanado del circuito de
elecciones fraudulentas-clientela.
Esta tradición de denuncia sistemática de las elecciones
como farsa y circo, como engaño a los sectores populares, es la que retoma el
joven Partido Comunista de Costa Rica. En el diario que editaba Mora previo a
la fundación del PC CR, La Revolución (al que llamará “el único periódico verdaderamente
demócrata”), señala con ironía:
“¡Democracia, Democracia palabra hueca y sin sentido
con la cual procuran los gobernantes cubrir las miserias del pueblo, cuya
libertad y soberanía son irrisorias! Democracia, velo demasiado pequeño que no
oculta a los ojos […] de los hombres conscientes, la faz demacrada y llorosa de
un pueblo que vive una vida de abyección, originada por la miseria. Democracia,
mordaza con la que se procura ahogar los lamentos de la masa (2003, 221).
Hemos dicho que aunque efectivamente hay elementos de radicalismo verbal y ciertas lógicas y proposiciones abstractas y, por ende, se da pie a propuestas políticas sectarias, en los primeros escritos de los comunistas costarricenses se puede encontrar una política para crear un autentico instrumento político de clase. Se puede encontrar en
Se puede encontrar en las críticas comunistas al
gobierno burgués y al “sistema democrático”, no solo la clásica denuncia de las
elecciones como manipulación de los gamonales, sino como un síntoma/función del
sistema de dominio. Por ejemplo, en Trabajo 4-II-1934 se dice: “El gobierno no
es, dentro del régimen capitalista, sino un administrador de los intereses de
los patronos y un fiel lacayo suyo”. En la edición del 1-I-1932, va a definirse
al gobierno como: “el criado servil de los bancos, criado de frac y pechera
reluciente como los mozos de los grandes hoteles”.
En la edición del 21-IV-1932 se denuncia la farsa de
las elecciones que se avecinan y los mecanismos electoral/clientelares contra
los que hay que luchar: “El P.C. quiere evitar a todo trance, que se le imponga
simpatía lejana siquiera, por cualquiera de esos licenciados al servicio dócil
de la injusticia capitalista, que aspiran a la Presidencia de la República. Las
clases trabajadoras, que no tienen todavía bien definido en su pensamiento el
papel netamente anticapitalista de nuestro partido, y la lucha inexorable de
nuestro partido por un gobierno para Costa Rica de obreros y campesinos, pudieran
ser engañados por los gritos de los agentes a sueldo de los partidos burgueses
que se mezclaran en nuestras filas y creer que nosotros propiciamos tal o cual
candidatura”.
Parece que el otro elemento central sería que, a
diferencia de las críticas que se podrían encontrar en los intelectuales
radicales del inicios del siglo XX, quienes muchas veces ven en los sectores populares
un simple sujeto de manipulación, en los escritos tempranos del PC CR hay la
clara intención de construir una fuerza social popular capaz de generar una
nueva hegemonía.
Por ejemplo, el Partido Comunista de Costa Rica
tenía como lema de su periódico en el periodo 1931-1932 la lucha por la
“organización del proletariado como clase y la destrucción de la supremacía
burguesa y conquista del poder político para el proletariado” (citado por
Cerdas, 1986, 327). De ninguna forma parece que este lema fuese declarativo o
producto de un desvarío juvenil.
Por ejemplo, en el número 6 de Trabajo se señala: “Albertazzi
Avendaño se alarma de que pidamos los comunistas el poder político para la
clase trabajadora. La ignorancia de los trabajadores les impediría administrar
bien. Y preguntamos nosotros: ¿es que los “licenciados” y los “poetas” que nos
han venido administrando lo han hecho bien? ¿Han sido obreros ineptos o sabios
universitarios quienes han vendido arruinado el país?” (citado por Amador,
1980, 74).
En las frases periodísticas seleccionadas se nota
con fuerza la idea de señalar las instituciones de la democracia patronal como
obstáculos por vencer, no como punto de apoyo para una salida popular. Además,
estas caducas instituciones deben ser suprimidas y suplantadas por instituciones
democráticas de nuevo tipo, las cuales tendrán su raigambre social en los
sectores populares.
Se encuentra que, en el comunismo costarricense de
primera época, el Estado no puede ser solo “tomado” o “llenado de contenido
económico”, que será el lema permanente del futuro comunismo “a la tica”, sino
que deberá ser sustituido por un Estado de los productores directos, por la
dictadura del proletariado. Entendiendo por dictadura del proletariado, no el
totalitarismo y el estado de excepción, impuesto por una burocracia privilegiada,
sino el Estado de los obreros y los campesinos armados, el primer gobierno de
la mayorías explotadas en beneficio de estas mismas mayorías, gobierno en el
cual también se oprime y coacciona a la antigua minoría explotadora (Sousa,
2009, 120).
Para lograr estos objetivos, era necesario llevar
adelante una lucha para quebrar “desde dentro” el régimen de dominio, a través
de una denuncia sistemática de la contradicción
entre la supuesta igualdad en el plano jurídico y la efectiva desigualdad real
en el plano social, y que esta denuncia genere una fuerza social y unas instituciones
capaces de servir de sustituto a la vieja democracia patronal. Enfatizamos que
se plantea sustituir, no aportar o
acompañar, sino sustituir, lo cual significa en política moderna, desplazar por
medio de la fuerza.
Ese es el otro elemento que se encuentra con frecuencia
en el comunismo costarricense de primera época: la comprensión del orden como
violencia. Por lo tanto, habrá que estar preparado para resistirla. En Trabajo
de 17-II-1934, se señala: “No será sobre la pacífica agua de los comicios, sino
sobre el caldeado escenario de la contienda civil donde se librará la última
batalla entre las clases opresoras en derrota y el proletariado victorioso”.
14)
¿Por qué entonces la división entre el periodo ultraizquierdismo y el periodo
comunista “a la tica”?
Hay en la periodización interesada de la historia
del Partido Comunista de Costa Rica un sesgo ideológico que quiere esconder como
“verbalismo juvenil”, la que en realidad es la específica respuesta de las
clases subalternas costarricenses, a la crisis de dominio en la región centroamericana,
dando una respuesta radical a lo que era el nudo del sistema de dominación en
esta provincia balcanizada del área.
Si el problema de la ocupación al territorio nacional
por las tropas estadounidenses generó, como alternativa, el Ejército Defensor
de la Soberanía Nacional y la ideología sandinista; si la irritación por los
vejámenes a los pueblos originarios y a los campesinos/peones agrarios
fortaleció al Partido Comunista de El Salvador y le marcó con su impronta, el Partido
Comunista de Costa Rica en sus primeros años debe ser comprendido como la
respuesta popular a otro de los clásicos mecanismos de dominación: el engaño y cooptación electoral y estatal, y la
hegemonía de la oligarquía burguesa [1].
Se observa cómo el comunismo costarricense original[2],
no solo recupera la veta de la denuncia sobre la desigualdad social imperante
en Costa Rica y su legitimación electoral, sino que los comunistas aportan a
estas denuncias al orden liberal-oligárquico, una comprensión del sistema de
dominio como un régimen de producción capitalista y dependiente, y plantean la
necesidad de construir una fuerza social que construya un nuevo orden de
carácter socialista.
A esta valoración que se hace de la doctrina comunista
de primera época habría que sumarle el siguiente comentario de Iván Molina, el cual señala la originalidad
histórica del comunismo radical en la política costarricense y también por qué
empezó a ser visto como una amenaza efectiva al orden dominante. Molina señala:
“A la luz de lo expuesto, puede comprenderse mejor
la originalidad que supuso el Partido en la Costa Rica de la década de 1930: en
medio de una aguda crisis económica, surgió una organización con una plataforma
sindical y editorial permanente, cuya estrategia para ganar el voto popular, se
basaba en la denuncia de las injusticias sociales y en el llamado a la
organización de los trabajadores.
Para el resto de los partidos, cuyas dirigencias
estaban acostumbradas a organizarse sólo durante los períodos electorales y a
responder a las demandas populares mediante formas que fomentaban la desmovilización
de la población, el BOC representaba
una amenaza evidente como competidor electoral. Por eso, la reacción inicial de
las cúpulas políticas fue impedir la inscripción electoral de los comunistas, lo
cual lograron sólo brevemente (2004,2-3).
Es decir, la respuesta que en un primer momento dan
los comunistas costarricenses a la crisis de dominio abierta en 1929, está
golpeando sobre los núcleos duros de la hegemonía burguesa costarricense;
frente al sentido común excepcionalista, la ciudadanía pasiva y el
engaño/manipulación electoral, el PC CR
opuso organizaciones permanentes de trabajadores, una prensa y una opinión
pública obrera educada en denunciar las injusticias sociales y un sentido de
identidad de clase, opuesto al “igualiticos” del sentido común oligárquico.
Es decir es una amenaza que debía ser conjurada y olvidada.
En el olvido
de las lecciones estratégicas que podemos sacar de estos pocos años de los
comunistas costarricenses colaboran activamente no solo los historiadores
oficiales, sino también los estrategas del comunismo “a la tica”.
Notas
4. Carlos Marx, en uno de los textos de El Capital, indica
cómo enfrentar metodológicamente las relaciones de producción y propiedad y las
formas políticas derivadas de ella. Señala: “La forma económica específica en
la que se le extrae el plustrabajo impago al productor directo determina la
relación de dominación y servidumbre; tal como ésta surge directamente de la propia
producción y a su vez reacciona en forma determinante sobre ella. Pero en esto
se funda toda la configuración de la entidad comunitaria económica, emanada de
las propias relaciones de producción, y por ende, al mismo tiempo, su figura
política específica. En todos los casos es la relación directa entre los
propietarios de las condiciones de producción y los productores directos-relación
ésta cuya forma eventual siempre corresponde naturalmente a determinada fase de
desarrollo del modo de trabajo y, por ende, a su fuerza productiva social –
donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda
estructura social, y por consiguiente también de la forma política que presenta
la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del
estado existente en cada caso.
Esto no impide que la misma base económica –la base
con arreglo a las condiciones principales-, en virtud de incontables diferentes
circunstancias empíricas, condiciones naturales, relaciones raciales, influencias
históricas operantes desde el exterior, etc., pueda presentar infinitas
variaciones y matices en sus manifestaciones, las que sólo resultan comprensibles
mediante el análisis de estas circunstancias empíricamente dadas”. (citado por
Audry, 2007, 6). Por lo tanto, para analizar tanto los efectos en los estados
centroamericanos de la crisis del 29 y las respuestas políticas específicas,
debemos realizar un repaso de cómo estaban organizados los dos principales
focos de desarrollo capitalista, tanto
el capitalismo agrario cafetalero como el mundo del enclave bananero.
5. Es importante que cuando se habla del desarrollo de
la formación económico-social costarricense hay que distinguir entre el Valle
Central y las provincias de la periferia del país (Limón, Guanacaste y
Puntarenas). Iván Molina (1999, 44) señala que existen importantes diferencias
en los patrones de lucha social, intervención estatal y características de los
fraudes electorales entre la meseta central y la periferia del país. Edelman
(1998, 31) y Gudmundson (1983, 182-185) señalan en la misma dirección, en relación
con las características de la tenencia de la tierra y las relaciones de producción.
La periferia
de Costa Rica se caracterizó por la relación latifundio-minifundio en la hacienda
ganadera guanacasteca, distintas formas de la tenencia precaria de la
tierra en Limón y Puntarenas o directamente trabajo asalariado de los obreros
agrícolas en los enclaves fruteros.
6. Néstor Kohan considera que “la conquista de América,
realizada con la espada y con la cruz, fue una gigantesca y genocida empresa
capitalista que contribuyó a conformar un sistema mundial de dominación de todo
el orbe. […] En la América colonial posterior a la conquista de las diversas culturas
de los pueblos originarios y a la destrucción de los imperios
comunales-tributarios de los incas y aztecas, se conformó un tipo de sociedad que
articulaba y empalmaba en forma desigual y combinada relaciones sociales precapitalistas
(las comunales que lograron sobrevivir a 1492, las serviles y las esclavistas)
con una inserción típicamente capitalista en el mercado mundial. Las relaciones
sociales eran distintas entre sí, pero estaban combinadas y unas predominaban
sobre otras” (2007, 4).
7. Marx, reflexionando acerca del rol del ejército durante
las revoluciones españolas del siglo XIX, había dicho: “Los movimientos
revolucionarios de España presentan un aspecto notablemente uniforme […] Todas
las conjuras palaciegas son seguidas de sublevaciones militares […] Ese fenómeno
se debe a dos causas. En primer término, observamos que lo que se llama Estado
en el moderno sentido de la palabra, debido a la vida exclusivamente provincial
del pueblo, no tiene personificación nacional alguna frente a la Corte como no
sea en el ejército. […] Su independencia con respecto al Gobierno supremo, el
relajamiento de la disciplina, los continuos desastres, la formación,
descomposición y reconstrucción […] forzosamente tenían que imprimir al
ejército español un carácter pretoriano,
haciéndolo propenso a convertirse por igual en el instrumento o en el azote de
sus jefes. […] los habitantes de las ciudades revolucionarias de la masa
fundamental del pueblo involuntariamente pasaron a depender del ejército y de
sus jefes en la lucha contra los grandes, el clero rural, el monacato y el rey,
representante de los elementos caducos de la sociedad” (1978, 65-116). Si hay
alguna zona del mundo donde se puede hacer una analogía no forzada con esta
situación especial de la institución militar es definitivamente la
Centroamérica del siglo XIX e inicios del siglo XX. Las distintas intentonas y cuartelazos militares que buscaban reconstruir a
punta de bayoneta la Federación Centroamericana, fueron los espasmos de un
sector de las fuerzas armadas que buscaba expresar las necesidades de la revolución
democrático-burguesa, que la oligarquía postcolonial cafetalera y añilera centroamericana
no tenía ningún interés de ejecutar.
8. Para ponerle fin al unionismo militar las clases dominantes, a partir de mediados de los años veinte, darán inicio a un proceso de profesionalización, diferenciación social y adoctrinamiento ideológico y militar de las FFAA centroamericanas para evitar que siguieran funcionando (cada algún tiempo) como cajas de resonancia de las demandas y aspiraciones populares. La acción conjunta de la oligarquía y el imperialismo logran transformar a los ejércitos centroamericanos en verdaderas tropas de ocupación interior de nuestras sociedades-economías. Pese a esta transformación cualitativa en las Fuerzas Armadas, estas a su vez eran un grupo social con intereses propios, no siempre identificables de manera inmediata con los de la oligarquía burguesa-terrateniente. 9. Esta profunda raigambre entre los artesanos y la peonada del Partido Comunista de El Salvador, tuvo como efecto la teóricamente ridícula y políticamente limitada presencia del nacionalismo popular de capas medias en El Salvador, cuya expresión más acabada fue el minimum vitalismo de Alberto Masferrer. Esta doctrina que sirvió de cobertura discursiva al gobierno semiliberal/ semireformista de Arturo Araujo, ha sido permanente motivo de crítica por parte de las corrientes de inspiración marxista, por ejemplo Roque Dalton en el poema/denuncia Viejuemierda, incluido en sus Historias prohibidas del pulgarcito. En el critica con ácida ironía las posiciones y el
ironía las posiciones y el talante de Masferrer, a
quien ve como un auténtico pensador colonizado.
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J. Roberto Herrera Zúñiga (xherrera16@yahoo.com).
Docente en la Escuela de Filosofía y en la Escuela de Trabajo Social (Sede de Occidente) de la Universidad de Costa Rica. Sus áreas de especialidad son la filosofía social y política, la teoría de las ideologías y el pensamiento político latinoamericano y costarricense. Entre sus publicaciones se encuentran “Las metáforas del racismo: apuntes sobre el positivismo boliviano” (2008), “Pensar desde el Tercer Mundo sobre Mayo Francés” (2009), “Pensar radical, pensar colonizado. Una mirada al marxismo costarricense” (2009), “La herida colonial y la cultura revolucionaria: leer a Roque Dalton” (2010), “Crítica desde el marxismo latinoamericano descolonizado del comunismo “a la tica” (2011).
[1] En
los comentarios de Lenin a la obra de Engels El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado, se puede leer: “El Estado -dice Engels, resumiendo
su análisis histórico- no es, en modo alguno, un Poder impuesto desde fuera a
la sociedad; ni es tampoco ‘la realidad de la idea moral’, ‘la imagen y la
realidad de la razón’, como afirma Hegel. El Estado es, más bien, un producto
de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión
de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una contradicción
insoluble, se ha dividido en antagonismos irreconciliables, que ella es
impotente para conjurar. Y para que estos antagonismos, estas clases con
intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la
sociedad en una lucha estéril, para eso hízose necesario un Poder situado,
aparentemente, por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a
mantenerlo dentro de los límites del ‘orden’. Y este Poder, que brota de la
sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más
de ella, es el Estado” (págs. 177 y 178 de la sexta edición alemana). Aquí
aparece expresada con toda claridad la idea fundamental del marxismo en punto a
la cuestión del papel histórico y de la significación del Estado. El Estado es
el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las
contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el
grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente,
conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las
contradicciones de clase son irreconciliables.” (1978, 275).
[2] 18.
Entendemos por hegemonía de la oligarquía su capacidad de dirección intelectual
y moral sobre las clases subordinadas, donde esta capacidad hegemónica tiene
primacía sobre las capacidades coercitivas y en el caso de que el elemento
coercitivo salga a relucir, siempre aparezca cubierto de un planteamiento
ideológico coherente y por lo tanto legitimador. Es decir, que la violencia
constitutiva del modelo parezca como legítima/natural.
[1] Mario
Sancho caracterizaba de la siguiente manera los procesos electorales: “acaso
ignora nadie que esa costosa y ruin comedia [la campaña electoral] no es más, a
pesar de sus apariencias democráticas, que un camuflaje de la oligarquía
egoísta que domina a Costa Rica hace tiempo” (citado por Molina, 1993, 128).
Luego afirma: “aún en las épocas que hemos convenido en llamar respetuosas a la
libertad electoral, muchos votos se compran al contado y otros con promesas de
puestos y granjerías y las más se dan bajo el apremio de patrones y gamonales”
(citado por Molina, 1999, 129). Reflexionando sobre la obra de García Monge y
Carmen Lyra, el historiador Iván Molina ha señalado con bastante claridad, la
que creemos que es el elemento fundamental para señalar los límites de esta
generación: “El discurso que elaboraron sobre esta temática [“sobre la llamada
cuestión social”] […] tenía una doble cara, una potencialmente explosiva, y
otra muy identificada con la ideología liberal del progreso. El lado subversivo
de sus escritos […] denuncia la explotación laboral, el crecimiento de la
pobreza, de las campañas electorales como farsas al servicio de los poderosos,
y del imperialismo estadounidense” […] “El perfil no contestatario de estos
radicales se desprendía de su énfasis en que los sectores populares de la
ciudad y el campo, para alcanzar su plenitud física y espiritual, debían ser
redimidos mediante una educación apropiada, que sería proporcionada por esos
mismos jóvenes” (Molina, 2000, 24).
[1] Cuando
usamos el concepto “respuestas políticas populares a la balcanización”,
queremos decir que tanto el sandinismo, el PCS y el PC CR fueron en un primer
momento respuestas a la crisis de dominio en cada uno de sus Estados, pero
rápidamente la resistencia popular tuvo que producir una respuesta ya no
militarista, sino obrera y popular a los desafíos que significaba la dinámica
de revolución permanente que desarrollan las luchas populares en Centroamérica.
La dinámica de revolución permanente en Centroamérica, básicamente debe vencer
tres obstáculos: el capitalismo, el imperialismo y la balcanización.
[2] Para
entender la separación entre Farabundo Martí y César Augusto Sandino, se puede
revisar el libro de Arias Gómez Farabundo Martí (1996, 47-163), así como la
obra de Cerdas Cruz La hoz y el machete (1986, 221-255
[3] Solo
para citar algunas posibles fuentes podemos recomendar el trabajo de Víctor
Bulmer Tomas: La crisis de la economía de agroexportación (1930-1945), de la
Historia General de Centroamérica (1993, 325-396); de Vladimir de la Cruz: Las
luchas sociales en Costa Rica (1984, 213-228); de Víctor Hugo Acuña e Iván
Molina: El desarrollo económico y social de Costa Rica: de la Colonia a la
crisis de 1930 (1986, 105-218); y de Ana Maria Botey y Rodolfo Cisneros: La
crisis de 1929 y la fundación del Partido Comunista de Costa Rica (1984,
75-113).
[1] Creemos
que a partir del año 2000 hay una nueva etapa que está marcada por la
resistencia cada vez más generalizada de las masas a los planes de
recolonización, especialmente la lucha contra el TLC y sus efectos. Sin duda,
el pico de esa resistencia son las movilizaciones revolucionarias contra el
golpe de estado en Honduras durante el año 2009.
[2]La
insuficiente existencia de material de primera mano sobre el comunismo
salvadoreño, hondureño o guatemalteco nos hace de dudar que efectivamente todas
las poses que se les atribuyen a los fundadores del comunismo centroamericano
hayan ocurrido. Tenemos alguna duda de si estas poses no fueron una
reconstrucción imaginaria a posteriori para reforzar los rasgos identitarios de
los PC centroamericanos, ya en la época de la normalización estalinista, pues
el carácter esencialmente conservador y reformista que tomaron las
organizaciones prosoviéticas, probablemente necesitaba de una leyenda heroica
que les permitiera usarla como “moneda de cambio” dentro del movimiento
popular.
[3] .
“Según el esquema proclamado por los stalinistas en 1928, [el “tercer periodo”]
era la etapa final del capitalismo […] La táctica de la Comintern durante los
seis años siguientes estuvo marcada por el ultra izquierdismo, el
aventurerismo, los sectarios sindicatos rojos y la oposición al frente único”
(Trotsky, 1977, 242).
[4] Este
es un debate de una gran actualidad estratégica, una expresión de este debate
se encuentra en el artículo de Clara Sousa “¿Qué Internacional necesitamos hoy?
Una polémica con el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional.” Allí,
Sousa recupera un argumento clásico de Lenin: “Todos los socialistas,
explicando el carácter de clase de la civilización burguesa, de la democracia
burguesa, del parlamentarismo burgués, han expresado la misma idea que ya Marx
y Engels habían expuesto con el máximo rigor científico, diciendo que la
república burguesa más democrática no es más que una máquina que permite a la
burguesía aplastar a la clase obrera, que permite a un puñado de capitalistas
aplastar a las masas trabajadoras. No hay un solo revolucionario, no hay un
solo marxista, entre los que actualmente claman contra la dictadura y a favor
de la democracia, que no jure y perjure ante los obreros aceptar esta verdad
fundamental del socialismo. Pero justo ahora, mientras el proletariado
revolucionario está en fermentación y se moviliza para destruir esta máquina de
opresión y para conquistar la dictadura del proletariado, estos traidores del
socialismo presentan las cosas como si la burguesía hubiese regalado a los
trabajadores la “democracia pura”, como si la burguesía, renunciando a
resistir, estuviese dispuesta a someterse a la mayoría de los trabajadores,
como si en la república democrática no hubiese habido y no hubiese una máquina
estatal para la opresión del trabajo por parte del capital”.
[1] 1990-2000:
La etapa abierta por la derrota de la revolución centroamericana a manos de la
reacción democrática imperialista, es decir, por una combinación de la acción
militar (Contra, ejércitos nacionales, paramilitarismo), que buscaban presionar
a las direcciones guerrilleras (FSLN, FMLN, URNG) para que aplicaran los planes
del imperialismo, ya fueran las políticas de “pacificación” y “elecciones
libres” (para el caso del FMLN y la URNG), ya fuera la aplicación de la
política fondomonetarista (FSLN). La balcanización del proceso revolucionario y
la negativa de las direcciones guerrilleras a profundizar el proceso
revolucionario, acabó con el agotamiento de las masas trabajadoras y con el
triunfo electoral de opciones burguesas neoliberales (UNO, ARENA).
[1] 1990-2000:
La etapa abierta por la derrota de la revolución centroamericana a manos de la
reacción democrática imperialista, es decir, por una combinación de la acción
militar (Contra, ejércitos nacionales, paramilitarismo), que buscaban presionar
a las direcciones guerrilleras (FSLN, FMLN, URNG) para que aplicaran los planes
del imperialismo, ya fueran las políticas de “pacificación” y “elecciones
libres” (para el caso del FMLN y la URNG), ya fuera la aplicación de la
política fondomonetarista (FSLN). La balcanización del proceso revolucionario y
la negativa de las direcciones guerrilleras a profundizar el proceso
revolucionario, acabó con el agotamiento de las masas trabajadoras y con el
triunfo electoral de opciones burguesas neoliberales (UNO, ARENA).
[1].
“En el pensamiento dialéctico la realidad se concibe y representa como un todo,
que no es sólo un conjunto de relaciones, hechos, y procesos, sino también su
creación, su estructura y génesis. Al todo dialéctico pertenece la creación del
todo, la creación de la unidad, la unidad de las contradicciones y su génesis.
Heráclito representa la concepción dialéctica de la realidad con su genial
imagen simbólica del mundo como un fuego que se enciende y se apaga según
leyes, pero al mismo tiempo subraya de un modo especial la negatividad de la
realidad” (Kosik, 1976, 63).
[2] Miguel
Mármol, militante comunista salvadoreño, participó en la revolución salvadoreña
de 1932 y sobrevivió a los fusilamientos masivos (30000 muertos) del sátrapa
Maximiliano Hernández Martínez. Su testimonio fue recogido en 1966 por el poeta
y revolucionario salvadoreño Roque Dalton. Roque Dalton es uno de los
representantes más auténticos del esfuerzo de los marxistas centroamericanos
por descolonizarse de la influencia soviética. Puede verse, en ese sentido, la
obra de Dalton Un Libro Rojo para Lenin, sobre todo las páginas 195-208, y el
interesante ensayo de Néstor Kohan, Roque Dalton y Lenin leídos desde el siglo
XXI, publicado el 03/04/2007 en el website www.rebelión.org. También la obra
colectiva Otros que levantan la mano, de pronta aparición en la Editorial Arlekín.
[3] Utilizando
como criterio de ingreso, la existencia de una totalidad concreta llamada
Centroamérica, cuya característica fundamental es ser una sola nacionalidad
dividida en seis estados, podríamos agrupar en 9 grandes etapas, la historia
política centroamericana: 1. 1821-1842: La independencia centroamericana y el
proceso de desmembramiento de la República Federal. 2. 1842-1921: Los intentos
de sectores de los ejércitos por reunificar Centroamérica. 3. 1921-1935: A
partir de la balcanización definitiva del istmo, la bandera de la unidad
centroamericana es retomada por los sectores populares. Este periodo tiene como
pico la insurrección salvadoreña de 1932 y la lucha militar sandinista. Aquí,
las tareas democráticas, antiimperialistas y anticapitalistas empiezan a
mezclarse.
[4]1935-1944:
La consolidación de las dictaduras pro imperialistas (Somoza, Hernández
Martínez, Carías).
[5] 19441960:
Nuevo jalón revolucionario centrado en la revolución guatemalteca, que es
clausurado por la intervención de las fuerzas contrarrevolucionarias y la CIA.
[6] 1960-1979:
Frágil intento de estabilización sobre la base de políticas contrainsurgentes como
la Alianza para el Progreso y la instalación del Mercado Común Centroamericano.
[7] 1979-1990:
Situación revolucionaria generalizada abierta por la caída de Somoza, el inicio
de la guerra civil en el Salvador y Guatemala, más los ascensos populares en
Honduras y Panamá. Fue Costa Rica el punto más bajo del ascenso popular.
[1].
“En el pensamiento dialéctico la realidad se concibe y representa como un todo,
que no es sólo un conjunto de relaciones, hechos, y procesos, sino también su
creación, su estructura y génesis. Al todo dialéctico pertenece la creación del
todo, la creación de la unidad, la unidad de las contradicciones y su génesis.
Heráclito representa la concepción dialéctica de la realidad con su genial
imagen simbólica del mundo como un fuego que se enciende y se apaga según
leyes, pero al mismo tiempo subraya de un modo especial la negatividad de la
realidad” (Kosik, 1976, 63).
[2] Miguel
Mármol, militante comunista salvadoreño, participó en la revolución salvadoreña
de 1932 y sobrevivió a los fusilamientos masivos (30000 muertos) del sátrapa
Maximiliano Hernández Martínez. Su testimonio fue recogido en 1966 por el poeta
y revolucionario salvadoreño Roque Dalton. Roque Dalton es uno de los
representantes más auténticos del esfuerzo de los marxistas centroamericanos
por descolonizarse de la influencia soviética. Puede verse, en ese sentido, la
obra de Dalton Un Libro Rojo para Lenin, sobre todo las páginas 195-208, y el
interesante ensayo de Néstor Kohan, Roque Dalton y Lenin leídos desde el siglo
XXI, publicado el 03/04/2007 en el website www.rebelión.org. También la obra
colectiva Otros que levantan la mano, de pronta aparición en la Editorial Arlekín.
[3] Utilizando
como criterio de ingreso, la existencia de una totalidad concreta llamada
Centroamérica, cuya característica fundamental es ser una sola nacionalidad
dividida en seis estados, podríamos agrupar en 9 grandes etapas, la historia
política centroamericana: 1. 1821-1842: La independencia centroamericana y el
proceso de desmembramiento de la República Federal. 2. 1842-1921: Los intentos
de sectores de los ejércitos por reunificar Centroamérica. 3. 1921-1935: A
partir de la balcanización definitiva del istmo, la bandera de la unidad
centroamericana es retomada por los sectores populares. Este periodo tiene como
pico la insurrección salvadoreña de 1932 y la lucha militar sandinista. Aquí,
las tareas democráticas, antiimperialistas y anticapitalistas empiezan a
mezclarse.
[4]1935-1944:
La consolidación de las dictaduras pro imperialistas (Somoza, Hernández
Martínez, Carías).
[5] 19441960:
Nuevo jalón revolucionario centrado en la revolución guatemalteca, que es
clausurado por la intervención de las fuerzas contrarrevolucionarias y la CIA.
[6] 1960-1979:
Frágil intento de estabilización sobre la base de políticas contrainsurgentes como
la Alianza para el Progreso y la instalación del Mercado Común Centroamericano.
[7] 1979-1990: Situación revolucionaria generalizada abierta por la caída de Somoza, el inicio de la guerra civil en el Salvador y Guatemala, más los ascensos populares en Honduras y Panamá. Fue Costa Rica el punto más bajo del ascenso popular.