Las últimas semanas no han sido positivas para el presidente, ni adentro ni afuera del país. En los primeros meses de su mandato, el presidente obtuvo una imagen internacional envidiable que ahora parece estar por los suelos, como lo muestran las cartas que ha ido recibiendo de poderosos senadores y congresistas de EE.UU. y de varias instituciones multilaterales de defensa de los derechos humanos, criticándolo por sus violaciones continuas a la Constitución y a los derechos de los ciudadanos, por su invasión de la Asamblea con fuerzas militares del 9F, y advirtiéndole de los efectos negativos que podría tener una comprobación de las negociaciones con la Mara Salvatrucha de la cual ha sido acusado su gobierno. Los firmantes son los que aprueban o desaprueban los fondos de ayuda y otras medidas que nos afectan a nosotros y a los hermanos lejanos.
Nacionalmente, el presidente ha derrochado enormes cantidades de dinero y no quiere dar cuenta de ellas. Esto se une con los problemas fiscales cada vez peores que enfrenta su gobierno, con la escasez de empleos y con la falta de servicios ciudadanos, que, dadas las cantidades de dinero con las que ha contado el presidente, deberían de estarse prestando sin problemas y en cambio están cada día peores y más escasos. Parte del mito de este presidente es que el pueblo sigue prefiriéndolo a pesar de todos estos problemas, ignorando que, en este momento, por ejemplo, muchos gremios que lo han apoyado con mucha fuerza en el pasado, ahora están haciendo demostraciones enormes en contra de él en el ministerio de Hacienda.
Estas protestas se van a ir haciendo cada vez más frecuentes porque el gobierno, a pesar de haber recibido enormes cantidades como resultado de la pandemia, está gastando demasiado y ya no puede seguirse endeudado. Esto, con el tiempo, le está erosionando su popularidad y su poder.
Mucha gente piensa que la popularidad del presidente es a toda prueba porque es una persona carismática. Sin embargo, una reciente encuesta de la UFG mostró que la gente que está dispuesta a darle sus votos al presidente para que tenga una asamblea a favor de él ya no es, como se pretendía, más del 97% sino sólo el 48%. Y eso era de esperarse. La historia ha demostrado que no hay carisma a toda prueba. En realidad, el carisma ha probado ser algo temporal. Con el tiempo, igual que el poder, se desmorona, sea porque el líder carismático ha sido exitoso, o sea porque ha sido un fracaso.
La gente piensa que los líderes nacen, no se hacen, y que la característica que los define es el carisma, algo que va con la persona, no con las circunstancias. Esto puede ser cierto, pero también es cierto que los líderes tienen su tiempo, de tal forma que, por mucho carisma que piensen que tienen, éste existe o no existe dependiendo de las circunstancias. Por ejemplo, nadie puede dudar que Winston Churchill fue uno de los líderes más carismáticos del siglo XX, si no el más carismático de ellos. La Segunda Guerra Mundial creó la oportunidad para su ascenso, pero perdió las elecciones convocadas apenas la ganó. El propio éxito de Churchill nulificó su carisma, que ya no era necesario. Pero hay casos, como el de aquí, que pierden su carisma porque han fracasado en la función para la que fueron electos.
¿Qué fue lo que creó la oportunidad de nuestro presidente actual?
Su oportunidad la crearon los líderes de los partidos políticos existentes, que llegaron a creer que en ellos residía todo el poder político del país porque los ciudadanos tenían que votar por alguno de ellos, aunque no les gustara lo que estaban haciendo, porque no tenían alternativa. La insatisfacción popular con esto causó un aumento continuo del abstencionismo, pero esto no les importaba a esos líderes tradicionales porque pensaban que ellos igual iban a ser electos, aunque fueran muy pocos los que votaran. Esto creó la oportunidad para alguien que llegara de afuera. El actual presidente llegó así. Logró ser electo convenciendo a la ciudadanía de dos cosas: una, que todos los políticos eran sinvergüenzas, y, dos, que él, que había sido miembro por varios años de un partido político y alcalde de dos ciudades y era un consumado político, no era político.
El presidente tuvo éxito en esta campaña. Sin embargo, es claro que su liderazgo político será muy breve porque el descontento que creó su oportunidad no se cura sólo con la sustitución de los líderes de los partidos tradicionales con una persona nueva. Requiere su sustitución con personas más competentes para enfrentar los problemas del país. Y esto no lo puede proveer el actual presidente. En realidad, su incompetencia y la de su equipo son mucho peores que las de los gobiernos anteriores. Y lo que viene es peor. El presidente estuvo muy bien posicionado cuando el reto era sustituir a unos desprestigiados. Está desmoronándose ante los retos de manejar un país.
Es decir, el vacío que llenó el presidente con su elección está vacío nuevamente. La oportunidad está disponible otra vez para el que quiera tomarla.
El problema es que entre los otros partidos no parece haber ninguno que haya comprendido que para llenar ese vacío tiene que presentar a la ciudadanía una visión del país que quieren lograr y una ruta que de una manera creíble los pueda llevar a volverla una realidad. No pueden seguir respondiendo a los insultos del presidente con otros insultos. Necesitan dar sustancia a la población, una ruta hacia el desarrollo y la inversión en capital humano que lo posibilite.
El que comprenda esto no solo va a ganar muchos diputados, sino que se va a colocar en la recta final para la presidencia en 2024. No hay nada peor que no dar una batalla creyendo que está perdida cuando en realidad es bien factible ganarla.