REFLEXIONES SOBRE LA INSURRECCIÓN URBANA
RAFAEL MENJIVAR LARIN
ENERO DE 1983
I. INTRODUCCIÓN
Este documento-resumen pretende aportar una serie de reflexiones sobre el papel y las perspectivas de las insurrecciones armadas urbanas (TAU) en la fase final de nuestra guerra popular. La coyuntura internacional en los actuales momentos y la actitud del gobierno norteamericano en relación con las propuestas de conversaciones obligan, pensamos, a prevenir las acciones sobre la vía en la que hemos caminado.
Ubicar tal forma de lucha en la estrategia de la guerra popular prolongada y comprender objetivamente que en el seno de la unidad’ existen diferentes concepciones, bien definidas, sobre la insurrección nos permitirá no solamente ubicar la discusión en un plano más objetivo, sino readecuar nuestra táctica, en caso necesario, para obtener los resultados esperados.
Las polémicas sobre el tema estuvieron implícitas desde la segunda mitad de la década de los años sesenta, en la discusión sobre la estrategia general de la lucha revolucionaria, de la cual saldría nuestra organización. El estudio de los documentos, de las acciones mismas, del tipo de relaciones con los movimientos de masas, fueron mostrando de 1975 a 1979, y especialmente en San Salvador, las diferencias ya explícitas entre las diferentes organizaciones político-militares.
El surgimiento del DRU, que significó un paso importante hacia la unidad, no derivó y desde luego no podía esperarse hacia una unificación de criterios sobre ese problema central; por el contrario, en tal marco, dio lugar a agrias discusiones durante todo 1980 ante declaraciones y llamadas unilaterales a la IAU por parte de algunas organizaciones y, en la mayoría de los casos, tuvieron como efecto acciones políticas.
Dos casos o dos momentos reflejan claramente los efectos de tal divergencia de concepciones y las posibilidades de que una o más organizaciones arrastren a otra u otras. El primer caso fue la IAU a la que se llamó en enero de 1981, coincidiendo un llamado a la huelga general y a la ofensiva general. El segundo, menos marcado, fue el del 27-28 de marzo de 1982, con motivo de las elecciones. En ambos, y más claramente tomando el caso de San Salvador, pueden medirse los resultados de esas diferencias y la imposibilidad de aprovecharlas si se está ante un hecho cuya realización pueda estar fuera de nuestra voluntad política.
Este trabajo-resumen es resultado de un esfuerzo más amplio que nos permita acercarnos con más objetividad al problema. Algunos resultados de este proceso se concentran en documentos separados otros se encuentran en notas.
Utilizando como marco nuestro conocimiento general del proceso y de las discusiones sobre el tema, intentamos caracterizar primero, en términos conceptuales, las principales concepciones insurreccionales que estaban presentes en las diferentes organizaciones que conforman el FMLN; así era posible estudiar su actitud ante la IAU. Ello nos llevó al estudio de las tres grandes concepciones insurreccionales; la blanquista, la luxemburguista y la leninista. Estudiamos a partir de allí su influencia en diferentes momentos en América Latina, y sus formas de expresión o de influencia: tesis foquista, movimientos estudiantiles de finales de la década de los sesenta y principios de los setenta y las discusiones en torno a la interpretación de la concepción leninista.
Un tercer acercamiento, referido al caso salvadoreño, exigía revisar la experiencia histórica salvadoreña, la especificidad que tomaron las formas de lucha y las experiencias que cada uno de los momentos aportaba. En otras palabras: las grandes concepciones se derivaban de las experiencias de lucha popular de la clase obrera, a lo largo del siglo XIX, especialmente en los países europeos, que culminan con la revolución rusa, cuya experiencia es sistematizada en el movimiento internacional. En un segundo nivel y a partir de la revolución cubana, tales concepciones generales adquirieron formas específicas acordes con el desarrollo de la lucha de clases y las formas de lucha del pueblo cubano. Esta experiencia fue generalizada por la vía de la
teoría foquista para toda Latinoamérica, cuya evaluación ya se ha elaborado,
pero que dejó huellas en los movimientos posteriores. Un tercer nivel, el caso
salvadoreño, implicaba –repetimos- tomar toda nuestra experiencia de lucha a lo largo de la historia, las diferentes formas que asumía la lucha de clases y el propio desarrollo de la formación. Las diferentes interpretaciones de elementos particulares o específicos, teniendo como marco las concepciones generales sobre IA, llevaron a cada una de las organizaciones salvadoreñas a adoptar estrategias y tácticas para la lucha revolucionaria. Se trató de un camino lineal, lo cual se vio claro en las sucesivas divisiones de algunas organizaciones y en las cuales parecería que se mezclaban concepciones o elementos centrales de varias concepciones.
En el análisis de la experiencia salvadoreña, aun cuando se revisaron con base en los pocos documentos existentes las experiencias que parten de la insurrección nonualca, pasando por 1932 y las luchas obreras y magisteriales de los años sesenta, nuestro interés se centró en las experiencias a partir del golpe del 15 de octubre de 1979, y en un análisis lo más detallado posible incluso con nuestro desconocimiento de todos los elementos implicados, que podría sesgar nuestra interpretación de los dos momentos antes señalados.
El análisis de tales experiencias concretas, con el marco de fondo de nuestra concepción sobre la IA y la IAU, nos llevan finalmente a hacer reflexiones sobre el papel de esta última en la fase final de nuestra lucha, los elementos a tomarse en cuenta con base en las experiencias anteriores y los principios tácticos que, pensamos, deben estar presentes.
II. CONCEPCIONES SOBRE LA IA DE LAS DIFERENTES ORGANIZACIONES.
A partir del año de 1977, especialmente, se produjeron llamados a la insurrección en las principales concentraciones urbanas por parte de dos organizaciones, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y la Resistencia Nacional (RN). En muchos casos esos llamados condujeron a acciones concretas y, en otros, sus acciones se produjeron independientemente de tales llamados. Antes del proceso unitario podemos señalar el periodo que desemboca en el 28 de febrero de 1977 y las acciones insurreccionales realizadas en San Marcos y Mejicanos y varios intentos en Soyapango el 16 y 17 de octubre de 1979, en la coyuntura del golpe de 15 de octubre.
En el marco de la unidad se dieron discusiones sobre tal aspecto a lo largo de casi todo el año de 1980, una vez creada la DRU, especialmente ante los planteamientos públicos de la RN. Ello en gran parte incidió en su decisión de retirarse de aquel organismo.
Dos experiencias centrales ocurrieron en tal terreno, y ya en el accionar mismo dentro del marco de la unidad, que mostraron los distintos enfoques de las diferentes organizaciones, como ya se señaló: el intento insurreccional y la ofensiva militar de enero del 1981, en coordinación con una huelga general, y la del 28 de febrero de 1982.
La realidad ha ido encargándose de depurar las experiencias pero, como intentaremos mostrar, gran parte de las actitudes están en la concepción misma de la guerra para las diferentes organizaciones, especialmente en sus dos polos más fuertes: las FPL y el ERP.
Lo importante es que las acciones mencionadas ocurrieron como consecuencia de una concepción acerca de la IA que, equivocada o no, tiene incidencia sobre nuestra lucha. En tal sentido, no podemos ignorarlas y tenemos dos opciones: discutirlas ante planes concretos o asumirlas para efectos de nuestra propia estrategia.
Intentaremos revisar en forma muy esquemática, en este documento, los elementos centrales de la concepción de la IA de las diferentes organizaciones, y en tal marco la de las IAU, para luego intentar detectarlas en funcionamiento en enero de 1981 y marzo de 1983.
1. PARTIDO COMUNISTA SALVADOREÑO.
No obstante la resolución tomada por el PCS en su congreso de 1977 en el sentido de desarrollar la vía armada, su decisión de participar en la misma se produce hasta diciembre de 1979, cuando se dan los pasos preparatorios para la unidad de las fuerzas político-militares. Desde su reestructuración después de la insurrección de 1932, y hasta la fecha mencionada, mantiene lo que consideramos una mala interpretación de la concepción marxista-leninista de la insurrección, y una mala interpretación del desarrollo político del país.
La lucha armada, la insurrección armada, se diluyen totalmente en una estrategia permanente de acumulación de fuerzas que, con excepción del periodo 62-63 en que se crea el FUAR o acaso incluyéndolo por los resultados logrados, se nutre de una línea sindicalista, electoral y frentista. En el aspecto militar mantuvieron, y fundamentalmente como un aparato de autodefensa del partido, una estructura que en esencia corresponde a la que tradicionalmente mantenían los partidos comunistas “en ausencia de una situación inmediatamente revolucionaria” (Cf. “La dirección del Trabajo Militar del Partido”, en Neuberg: La Insurrección Armada); una comisión militar adjunta al comité central, comisiones militares adjuntas a los comités departamentales y comisiones militares en algunas ciudades principales.
No obstante la experiencia de 1932, se esperaba que la situación objetiva maduraría las contradicciones y en algún momento, por otra parte indefinido, se produciría lo que Lenin ha calificado como “situación revolucionaria.” Ese era el momento de preparar militarmente la insurrección armada. Si observarnos que, con diferentes justificaciones, sólo se trabajó con las clases y sectores urbanos, y especialmente el movimiento obrero, su empeño por trabajar el sector militar, más que en el marco de una estrategia revolucionaria con la idea de ir creando condiciones de trabajo del partido y descomposiciones por la vía de golpes, se nos queda fija la impresión de una idea deformada de lo que fue la revolución rusa de 1917, además aplicada a situaciones totalmente distintas en el tiempo y en la forma de la lucha de clases.
En efecto, Lenin, en todos sus trabajos de interpretación de los movimientos insurreccionales europeos, especialmente sobre la comuna de Paris y la misma revolución rusa de 1905 (Cf. La revolución rusa y las tareas del proletariado,
Plataforma táctica para el Congreso de Unificación del POSDR, La huelga política y la lucha callejera en Moscú, Las enseñanzas de la Comuna, etc.) plantea claramente la cuestión de la organización del ejército rojo. De ninguna manera puede derivarse de sus trabajos que el aspecto militar debiera cuidarse únicamente antes de iniciar la insurrección.
Desde 1906 por ejemplo, al estudiar los resultados de la insurrección de 1905, señalaba: “La tarea más urgente y central del Partido será preparar las fuerzas y la organización para la insurrección armada.” En diferentes formas esta cita, tomada al azar de La Revolución Rusa y las Tareas del Proletariado (Tomo X, p. 137-148), se encuentra en todos sus trabajos sobre el tema. Consideramos que, siguiendo a Marx, ésta era una de las leyes de la insurrección. Lo que es una especificidad de la revolución rusa por el propio desarrollo del movimiento revolucionario, por la propia dinámica de la lucha
de clases y por la situación misma aprovechada por los bolcheviques de la existencia de un gobierno de transición como el de Kerensky, es la posibilidad de crear los soviets entre los soldados y, derivado de ello, su participación como parte de la insurrección y como fuerza importante y determinante para el triunfo. No fue tal la situación de 1905, y para ello se preparaba Lenin; lo importante fue, ante la nueva situación, un viraje táctico en el que tiene como fondo todo el trabajo partidario. Pero no puede tomarse como una ley.
Los combates centrales en 1917 se dieron en las dos ciudades más importantes, incluso sin apelar a la huelga general, que sí se dio en febrero del mismo año. Pero el hecho de que la insurrección confluyera principalmente en Moscú y San Petersburgo no implica ignorar todo el trabajo en el movimiento campesino. En este sentido basta recordar que fue Lenin, precisamente pensando en las características de la formación soviética, el que
planteó la tesis de la alianza obrero-campesina, uno de los puntos que contribuyó a dividir a la II Internacional.
Nos parece que, hasta la fecha señalada, acompañada de ciertas concepciones y condicionantes internacionales mal interpretadas, lo que privó en el PCS fue una confusión entre lo que podríamos denominar las leyes generales de la insurrección y las especificidades que ésta ha adoptado en los diferentes países y momentos.
Pensamos que posteriormente, en un nuevo esquema de fuerzas, sus posiciones han cambiado sensiblemente, pero que debido precisamente a la estructura que condicionó su estrategia y táctica anteriores y a sus experiencias en ciertos campos de trabajo hay algunos aspectos que privilegia: las principales ciudades como puntos centrales de la lucha; la huelga obrera como forma que necesariamente precede a la insurrección, y el trabajo, con características muy especiales, en el interior del ejército. Otra observación
que debemos retener es su adecuada concepción en el trabajo de masas, aunque su estrategia disminuyó sensiblemente sus bases, excepto en el movimiento obrero. Incluso cuando sus posiciones coinciden con otras organizaciones en lo referente a la independencia o dependencia de los gremios, lo hace sobre otras bases y perspectivas.
2. EJERCITO REVOLUCIONARIO DEL PUEBLO.
Sin el menor sentido peyorativo, podemos afirmar que en sus orígenes el ERP nació en el marco de una concepción blanquista, tamizada por la tesis foquista que prevaleció en otros países de América Latina en la década de los sesenta.
En efecto, su estrategia insurreccional se centró en la creación de un grupo guerrillero, al que se consideraba corno vanguardia política. Después de un periodo de acumulación de fuerzas militares y de golpes al ejército, el grado de contradicciones marcaría el momento de llamar a las masas a la insurrección armada.
La armamentización correría a cargo de la misma organización, y eventualmente de una rebelión militar.
En función de la anterior concepción surgen algunos ejes centrales de su estrategia y táctica:
a. Su proyección de llegar al contrario de lo planeado por nuestra organización únicamente a la constitución de unidades guerrilleras, en el plano militar, dirigidas por ellos. (4)
b. En determinada coyuntura, el pueblo proporcionaría las fuerzas de choque para el asalto al poder. Esto constituiría un hecho espontáneo, sin previo trabajo organizativo de las masas. En este sentido, su trabajo se redujo, igual que en la concepción foquista, a la constitución de núcleos aislados para aumentar la guerrilla de apoyo logístico, con acercamientos en función de lo militar.
c. Predominio de lo militar sobre lo político, negando -como una reacción contra el PCS y como una mal interpretación del luxemburguismo— la necesidad de un partido.
Pensamos que la confluencia de los puntos a y b, que en mucho se alejan de la tesis foquista, permite en efecto, el calificativo de “insurreccionalismo”.
Aparte del análisis de las acciones del ERP, especialmente de 1977 a 1979, y luego sus planteamientos y acciones al interior de la unidad, existen tres documentos que nos permiten ubicar sus posiciones sobre la IA y la IAU: El primero, que debe ser interpretado teniendo en cuenta la coyuntura de la RN: Por la lucha proletaria, publicado en Costa Rica posiblemente en 1977; el segundo, la autocrítica del ERP, que circuló en un manuscrito ese mismo año, y el tercero, el más importante para su posición actual, la entrevista realizada por Marta Harnecker a Joaquín Villalobos (separata de Punto Final, edición 204, nov-dic/82), en la que se confirman nuestras apreciaciones en torno a las acciones del ERP y pueden derivarse posiciones futuras.
Sólo en lo que interesa y como una forma de rastrear los cambios en su concepción citaremos algunos párrafos del primer documento mencionado. Nuestro interés se centrará en el último. Repetimos que se trata de una crítica-autocrítica de la RN, a un año de su escisión del ERP:
“Caímos pues en el error de un desarrollo orgánico en una sola dirección: la construcción militar, abandonando la construcción del trabajo político en el seno de las masas y en el seno mismo del ERP (p. 5)
Poco a poco va cobrando forma ese sentimiento de desprecio respecto al trabajo político y de masas al cual se le identifica con la desviación revisionista de derecha que habíamos criticado al PC y que constituía la negación primaria para nuestra afirmación y existencia. (p. 5).
El estilo federativo y la carencia de una concepción estratégica unificada hacen que, según la agudización de las coyunturas en el proceso, se busque “incidir” desde la vanguardia. Esto propició la profundización mayor del guerrillerismo, no habiendo vinculación permanente con las masas, alejadas de la práctica política y encaminadas en la práctica militar, “la incidencia” del ERP en las coyunturas se traducía como respuestas militares de núcleos aislados de la masa, frente a las embestidas del enemigo de clase. (p. 8).
…profundizando (una de las tendencias) el simple activismo, el guerrillerismo, pretendiendo incorporar a las masas a través de un proceso antidialéctico en el que el pueblo, sin problemas pasaría de sus condiciones de pasividad, neutralización y concepción reformista y revisionista, a empuñar las armas y asaltar al poder político… Desde esa concepción, cualquier coyuntura de agudización de la lucha de clases era propicia para el asalto armado de las masas conducidas por el ERP, hacia la toma del poder. (p. 12, subrayado nuestro)
Toman una serie de medidas aceleradas en relación a “preparar las condiciones de la insurrección’ y van militarizando cuanto pueda a su alrededor. (p. 16, subrayado nuestro)
Lanzan la tesis insurreccional corto-placista y blanquista, pretendiendo centrar la lucha ideológica en torno a decir “sí o no” a dicha tesis, negando rotundamente la necesidad de la concepción estratégica, con el argumento de que ello indica tendencias intelectualizantes desviadas de la práctica concreta y, de paso, utilizando la aceptación o rechazo a sus tesis insurreccionalistas como un termómetro para “medir” el grado de decisión o vacilación de la militancia… (p. 19)
Las anteriores citas muestran claramente la concepción “insurreccionista” en la tendencia que luego configuró el ERP, al separarse la RN. Elementos centrales de su concepción:
a. Desarrollo de unidades guerrilleras, no de un ejército revolucionario.
h. No profundización en el trabajo de masas, sino en el sentido de núcleos que alimentan la guerrilla y otros que cumplen funciones logísticas.
e. Aprovechamiento de cualquier coyuntura para llamar al pueblo a la insurrección armada bajo la dirección del ERP.
En mayo de 1975 se produce la división en el interior del ERP, y nace la RN. Los actos posteriores no indican un cambio en la concepción del ERP.
En el marco de las elecciones de febrero de 1977 y en los sucesos post-electorales ante el nuevo fraude a la UNO, el ERP ve condiciones para su llamado a la insurrección en San Salvador. En efecto, de acuerdo con su concepción, ve la oportunidad de dirigirla con sus cuadros guerrilleros a partir de las concentraciones populares y luego la toma del parque Libertad. La experiencia la conocemos: ante ella, el ERP ve la necesidad de ampliar su influencia en las bases y crea las Ligas Populares “28 de Febrero”, y su mayor influencia la ejerce sobre las Ligas Populares Campesinas, especialmente de la zona de Morazán y otros sectores de Oriente, donde ya venía trabajando, pero con la concepción antes señalada. Influye otros sectores: estudiantes, colonias marginales. Pero pensamos que su concepción continuó siendo la misma en relación con las masas: organizarlas en función fundamentalmente de lo militar.
El mismo esquema, que reproduce su concepción, se repite los días 16 y 17 de octubre de 1979, después del golpe militar del 15, en San Marcos, Mejicanos y Soyapango. En el mismo momento hacen llamados a la población para insurreccionarse y comienzan entregas de armas para tal propósito. Conocemos igualmente los resultados.
Pensamos que, ya en el interior de la unidad, en el intento insurreccional de enero de 1981, vuelven a repetir el esquema que nutre su concepción: la idea de que el pueblo se insurreccionará espontáneamente, y que para dirigirlo sólo es necesario un grupo que lo dirija. Ello lo veremos con más detalle posteriormente, al evaluar rápidamente la experiencia. A partir de tal momento, retiran sus cuadros de la ciudad, suben todos ellos a la estructura militar y se retiran de las ciudades para concentrarse en Morazán. La experiencia produce un cambio importante en su estrategia, mas no en su concepción insurreccional. Y aquí entramos al análisis del último documento mencionado, que tiene relación tanto con su posición anterior como con las perspectivas de una insurrección urbana.
El importante cambio que mencionamos es su decisión de construir un ejército. En la entrevista mencionada, Villalobos, ante una pregunta de Martha Harnecker, contesta:
Las condiciones nos impusieron tener que pasar a construir un ejército. Cerrada la alternativa insurreccional se nos impone la necesidad de lograr un mayor desgaste y mayor resquebrajamiento del ejército en el campo meramente militar, lo que nos obliga a afinar nuestras estructuras militares… (p. 6, 2a columna)
No obstante, el 28 de marzo, ante las elecciones vuelven a hacer un llamado insurreccional después lo desmintieron dentro de la misma concepción.
La entrevista señalada muestra que, en esencia, su concepción insurreccional se mantiene, sólo que ahora parte de posiciones militares más fuertes con la creación de un ejército revolucionario; muestra igualmente que su concepción sobre las masas y su papel no ha sufrido cambios substanciales, que lo que se requiere es “motorizar” la insurrección de las masas o provocar rápidamente su insurrección.
Considera que en El Salvador no era imposible una insurrección. “Lo que pasa es que perdimos el momento propicio”, que, considera, se ubica en los meses de marzo, abril y mayo de 1980 en función de varios elementos, incluso de la burguesía, susceptibles de hacer alianzas; era el “mejor momento” de los militares jóvenes que creyeron honestamente en el golpe del 15 de octubre, lo que permitía conspirar en los cuarteles y, por otro lado, el movimiento de masas con las movilizaciones y huelgas. Piensa que, en este periodo, “con mil hombres armados nosotros hubiéramos podido insurreccionar a las masas y quebrar el ejército”. Su razonamiento es que para enero de 1981…
…el movimiento revolucionario de masas va siendo sometido cada vez más a un desgaste mayor sobre todo en las ciudades (…) y el movimiento revolucionario no tenía una suficiente presencia militar que permitiera la expresión insurreccional de las masas (…) Ya las masas exigían de la vanguardia un mayor nivel de presencia y calidad militar para poder pasar a expresarse en una lucha de características más definidas…
Piensa que en 1981…
…dada la situación de desgaste de las masas (…) necesitábamos un aparato armado más fuerte y desarrollado que el que hubiéramos requerido en mayo de 80. (…) Hubo momentos en la capital, durante el periodo de enero-febrero-marzo de 1980, en los cuales el ejército, con toda la fuerza que tenía, no era capaz de controlar el movimiento de masas; y las masas estaban desarmadas.
Ante ello, Martha Harnecker hace una pregunta: ¿No era capaz o no había decidido emplear el terror? Su respuesta: que “no era capaz de acabarlo de un golpe… y el enemigo necesitó más de un año para desgastar ese movimiento y colocarlo en un punto en el que logró agotarle sus posibilidades insurreccionales, por lo menos en las ciudades.”
Entre los elementos que considera determinantes para la insurrección de las masas era “provocar la insurrección de las masas con un poder armado mínimo” en tal momento, y “la desarticulación del ejército [mediante sublevaciones que es un elemento que sin duda motoriza la insurrección de las masas”. (Subrayados nuestros. p. 3, 2.)
Pensamos que en lo anterior hay un enfoque unilateral del momento insurreccional, al valorar únicamente lo que podríamos llamar el ánimo insurreccional de las masas en el marco de una situación revolucionaria. Por otro lado, la concepción de derrotar al enemigo con un reducido poder militar o en ausencia un ejército revolucionario y la creencia en la espontaneidad. Ello independientemente de sus valoraciones sobre el primer aspecto.
En cuanto a la concepción de masas:
a. Pregunta de M. H.: ¿Por qué necesariamente tenían que moverse con masas [ante los cercos militares]? Respuesta: “Porque de ellas dependíamos. O sea nosotros en esa retaguardia sin las masas no hubiéramos tenido la mayor posibilidad, ni de contar con reservas humanas ni de contar con abastecimientos…” (p.8,2)
b. “Yo creo que hay dos elementos importantes que señalar. Uno, el problema de que esa ligazón del movimiento revolucionario de las masas, si bien tiene en el contexto global un efecto positivo y le permite sobrevivir, también tiene un efecto negativo: la dispersión del poder armado del movimiento revolucionario que incide en el retraso de la creación de sus fuerzas operacionales estratégicas”. (pp. 8 y 9)
c. En relación con el 28 de marzo indica las diferencias de valoración de las organizaciones, pero señala como objetivo posible “una victoria militar en un punto del país que fuera capaz de desencadenar un movimiento insurreccional en ese punto y, si era posible, de ahí derivar a otros puntos… Lo importante era tratar de dinamizar el movimiento de masas urbano mediante una acción victoriosa cuyo diseño fundamental debía ser militar…”
En cuanto a las perspectivas, no las plantea en forma clara. “¿Cuál será la forma se pregunta en que las masas participarán en la fase final de la guerra? Sobre esto es difícil hacer un pronóstico. Primero hay que repetir que las masas nunca han estado ausentes del proceso revolucionario, que sin éstas jamás habríamos logrado crear el poderoso ejército popular con el que contamos en estos momentos. Ahora, si las masas se van a manifestar en ese momento en forma insurreccional o en forma de una huelga general, o a través de una incorporación masiva al ejército revolucionario, eso está por verse.” (p. 24, 3)
Pensamos que continuarán actuando en busca de una fase final y en busca de la insurrección urbana, con el mismo marco conceptual. Esto explica su posición permanente de llamado a las insurrecciones, sin la debida preparación, sin el cumplimiento de condiciones necesarias, ante cualquier coyuntura, y la espera de una respuesta espontánea de las masas, o intentando arrastrar a las que siguen otra línea política, otra concepción.
3. LA RESISTENCIA NACIONAL.
En junio de 1976 en su periódico “Por la Causa Proletaria” (citado en recopilación publicada en Costa Rica, ya mencionada), la RN define su estrategia. En la parte dedicada a “Teoría militar de la Revolución Salvadoreña”, plantea la relación que ven entre “guerra revolucionaria y la insurrección” (p. 38 y ss). Al definir su concepción militar, definen la guerra revolucionaria como “una guerra del pueblo y una guerra prolongada” (p. 38).
“Nosotros separamos los términos de guerra revolucionaria y de insurrección, porque ambas siguen leyes distintas en una lucha de clases nacional… Separarnos guerra revolucionaria de insurrección, porque ésta tampoco se genera espontáneamente, ni es producto exclusivo de la incidencia de la acción guerrillera en la lucha de clases. La insurrección necesita fundamentalmente bases políticas y bases militares que la originan y éstas se desarrollan sólo por medio de un movimiento de masas que va radicalizándose hasta desembocar en la insurrección local, regional o nacional, según las formas de organización y las formas de combate que adquieran, obedeciendo a leyes particulares del desarrollo de la insurrección, que son utilizadas dentro de una estrategia o táctica militar concretas. La insurrección es un acto de violencia revolucionaria, donde amplios contingentes de las clases explotadas y oprimidas participan en la toma del poder local, regional… En nuestra concepción están separados los términos de guerra revolucionaria y de insurrección, porque sabemos que son diferentes en su origen, desarrollo y aplicación, pero sabemos que guerra revolucionaria e insurrección deben ser adecuadamente combinadas, según los momentos políticos y militares. Ambas juegan, en la lucha de clases, un papel importante para avanzar consolidar los triunfos revolucionarios de las masas… La combinación de la guerra revolucionaria con la insurrección armada de las masas es un elemento de nuestra estrategia militar que tiene su aplicación táctica según el momento político y militar y según la específica correlación de fuerzas que se presentan” (pp.39-40)
Consideramos que en su estrategia no se logra definir claramente la relación entre ambas. Aparecen en algunos momentos como planes paralelos, con leyes distintas, sin integrarse en la guerra reglamentaria como totalidad, en sus diferentes formas de lucha.
En 1977, ante el intento insurreccional del 24 al 28 de febrero del ERP, y sin mencionarlo expresamente, señalan a modo de crítica:
“La experiencia más aleccionadora ha sido la pre-insurrección en San Salvador, que ha sido un ensayo improvisado, que nace de una lucha democrática electoral. En esta acción organizada en sus primeros pasos iniciales tuvo como elemento técnico determinante la barricada para obstruir las calles aledañas a la plaza Libertad. La acción se puede denominar toma de una plaza. Las acciones se limitaron al uso de la barricada para ocupar áreas urbanas y controlar paramilitarmente esas áreas, con rústicas formas de organización miliciana.
Quienes estudian el problema de la insurrección, y según la norma leninista, recordamos que con la insurrección no se juega, y que una vez iniciada hay que llevarla hasta el fin… En ese sentido quienes decidieron la toma de la plaza, pese a que había militares, pero de cuartel, sólo vieron el alarde propagandístico y no vieron el problema de organización militar de las masas, y es por ello que jugaron a la insurrección y jugaron con las masas. Dieron el amagón de rebelión y se retiraron…” (57-58).
Con esta posición se plantearon las tareas de creación del partido como núcleo del futuro partido revolucionario, que resultaría de la unidad y que hegemonizarían (pp. 71, 87), la construcción del ejército y el trabajo de masas (FAPU).
En 1980, en torno a su concepción de alianzas, a la constitución con base a ellas de un gobierno distinto al GDR adoptado por las otras fuerzas, a un programa diferente a la plataforma programática del GDR, y posiblemente con base en las expectativas sobre las contradicciones en el ejército, jugaron a la insurrección. En enero de 1981 actúan sobre San Salvador en tal línea, bajando de Guazapa, igual en marzo del 82.
Posteriormente continúan en tal dirección, acercándose cada vez más a la línea del ERP.
Pensamos que su conducta en el futuro estaría determinada precisamente por la del ERP.
III. DOS EXPERIENCIAS INSURRECCIONALES EN EL MARCO DE LA UNIDAD.
Antes de iniciar una valoración general de las experiencias de enero de 1981 y de marzo de 1982 en San Salvador, es necesario hacer algunas aclaraciones.
La primera, lo aproximado de la misma e incluso la posibilidad de una mala interpretación de los hechos, por no contar con todos los elementos necesarios. Esta se ha hecho, podríamos decir, con una visión externa, aunque después de estudiar los acontecimientos, sus diversas interpretaciones y de haber tenido conversaciones con cuadros participantes o simples observadores. Se hace necesario, entonces, agregar los elementos que falten para lograr una interpretación más fina o adecuada.
La segunda es la intención, al igual que lo hace Cayetano Carpio para el caso de 1932, de estudiar sobre todo las debilidades, para “extraer las enseñanzas que guíen la práctica revolucionaria actual” (Debilidades del Movimiento Revolucionario del 32 en El Salvador, p. 48.)
1. LA INSURRECCIÓN DE ENERO DE 1981 EN SAN SALVADOR.
Al observar los intentos de insurrección, coordinada con intentos en otros centros urbanos, con la ofensiva general y con la huelga obrera, se tiene la impresión de que la misma fue la negación de las estrategias de las diferentes organizaciones.
En nuestro caso, nuestra estrategia no excluye las insurrecciones parciales, ni la general como concomitante de la guerra político-militar. No hacemos de la guerra revolucionaria e la insurrección planos paralelos, con leyes distintas que deben unirse a voluntad; lo hacía ambiguamente la RN en sus planteamientos. Al contrario que el ERP, no consideramos como un momento insurreccional cualquier coyuntura, no creemos en la espontaneidad de las masas sino en el trabajo organizativo permanente por la vía del partido, “no jugamos con la insurrección” y. desde la definición de la estrategia de guerra popular prolongada, estaba previsto el paso de la guerrilla local a la regional y a la construcción del ejército revolucionario, el frente democrático, el gobierno popular revolucionario (Ver Estrella Roja) (6) Recogiendo la experiencia marxista-leninista, podríamos resumir nuestra posición en relación con tal forma de lucha, con las especificidades propias de nuestra guerra, de la siguiente forma:
Se debe llamar a las masas a la insurrección cuando la coyuntura local y general es la más favorable para el éxito, cuando la correlación de fuerzas está en favor de la revolución, cuando hay esperanzas de apoderarse del poder, si no en todo el país a la vez, por lo menos en algunos centros capaces de servir como base al desarrollo de la revolución. (Caso de Chalatenango, Cabañas, etc.)
No pensamos entonces, como lo considera el ERP, que el momento hubiese pasado. Pensamos (La insurrección de octubre) que “la insurrección en cuanto a sus posibilidades de éxito, puede representarse como una curva ascendente que se aproxima al punto ideal culminante; o corno una curva descendente si la relación de fuerzas no ha podido modificarse radicalmente todavía.”
Estábamos, en efecto, en enero de 1981, en una curva ascendente en lo relativo al ánimo insurreccional de las masas, pero con deficiencias aún en la construcción del ejército y en el desarrollo del partido, elementos que en nuestro caso, el del país, son determinantes. Necesitábamos un poco más de tiempo, pero nos fuimos en el proceso; fuimos arrastrados por la coyuntura.
El ERP y la RN, por su lado, niegan su carácter insurreccionalista, al no tener lo que podríamos llamar un plan insurreccional preciso. La detienen en los hechos al no tener la organización necesaria para la insurrección.
¿Por qué ocurrió esto? Consideramos que la elección del momento se hizo en función, no dç los ritmos mismos del desarrollo de la €risis, sino, en gran parte, y dentro de la complejidad internacional, de un elemento externo: adelantarnos a la llegada de Ronald Reagan al gobierno de Estados Unidos, elemento condicionante, pero no determinante. En el caso del ERP y la RN se sumó otro elemento que no estamos en capacidad de ponderar suficientemente: la sublevación en cuarteles, sólo producida, con problemas, en Santa Ana.
Es importante acercarse a la experiencia en tres niveles:
—El ánimo insurreccional de las masas y de las clases y capas sociales.
—La aparente concepción con la que se enfrentó la insurrección en San Salvador en el marco general de la guerra.
—Los aspectos organizativos.
A. ÁNIMO INSURRECCIONAL DE LAS MASAS, CLASES Y CAPAS SOCIALES.’
Veamos algunos antecedentes al momento.
Observada por analistas políticos, la huelga de 48 horas del 24-25 de junio de 1980 constituyó una de las expresiones más nítidas de la madura-
ción objetiva y subjetiva de una situación revolucionaria (cf Gilly, A.: Guerra Política en El Salvador). En tal momento se veía que la “huelga no pretendía sustituir a la insurrección, ni poner de rodillas al Estado represor mediante la sola preparación del trabajo”. Pretendía, por el contrario “continuar la
preparación de masas para la insurrección”. Ella demostró una vez más “la capilaridad y la extensión de la autoorganización de las masas en múltiples organismos de base”. Esta huelga era igualmente contemplada en relación con una insurrección popular, como elemento articulador en la experiencia hacia el triunfo. Se comparaba —lo cual indica la concepción— con los casos de Saigón en 1975, Nicaragua en 1979 o Irán.
La huelga de los días 13, 14 y 15 de agosto, tuvo otras características, “de acuerdo al nivel y a las formas de lucha de clases en el país” y, como el mismo analista consideraba —opinión que compartimos— se trataba de “una huçiga límite, situada entre la huelga general clásica4 como la de junio, y la huelga insurreccional que aún no ha comenzado”. (p. 117)
La próxima huelga, articulada perfectamente con las otras formas de lucha, estaba llamada a iniciar la insurrección popular, y hacia ello habían venido haciendo su experiencia las organizaciones de masas.
En el ínterin —entre junio y enero— ocurrieron hechos que incidirían en
ofensiva de enero vista como totalidad. En lo que se refiere a la huelga-insurrección: la represión contra los movimientos de masas, especialmente contra su dirección y contra las organizaciones sindicales participantes en la huelga anterior y la decisión -RN y ERP— de subir sus cuadros a la estructura militar, sustrayéndolos del trabajo de masas.
En nuestro caso, dos errores posteriormente reconocidos para efectos de corrección en el interior de la organización: subir cuadros de masas a estructura militar para desarrollar aceleradamente la construcción del ejército, en un marco de poco desarrollo de la estructura partidaria y del trabajo celular, con predominio de una estructura burocratizada, más gremial que partidaria, y que dejaba al margen a las estructuras partidarias regionales. El segundo, consecuencia de lo anterior, haber militarizado la estructura, lo que determinaba una dirección unilateral en las iniciativas, con lo que se pierde la iniciativa que requieren los organismos de base en los momentos insurrec
cionales. – Más que errores, los anteriores hechos fueron resultado de los ritmos propios de la crisis y de las inmensas tareas simultáneas que había que enfrentar. Entre los amis 1975 y 1979 el trabajo prioritario de la organización se orientó al desarrollo y consolidación del frente de masas por la vía del BF-’R. El intenso trabajo, por un lado, y la dinámica misma llevó, más que a la creación de un movimiento celular intenso entre las bases, a desarrollar estructuras de tipo gremial. A partir de 1980 la realidad imponía enfrentar la creación del ejército revolucionario en forma acelerada, a partir de la guerrilla
local, regional y de las milicias. La ofensiva —cuyo momento, hemos señalado, no se correspondía con el desarrollo mismo del proceso revolucionario, sino en gran parte con un elemento externo— determinó la conversión de las instancias superiores de dirección en prácticamente estados mayores, y a una militarización de la estructura toda.
Otros elementos incidieron en el ánimo mismo: la muerte de los compañeros de FDR, el 27 de noviembre de 1980, y la exclusión y renuncia de Majano de la Junta, conociéndose a nivel popular su permanencia, en forma clandestina en el país.
Existía un ánimo insurreccional claro y la espera, especialmente en los cuadros de base de la CRM y de la ciudadanía, de las respectivas órdenes. Había un trasiego, por otro lado permanente, de cuadros de trabajo de la CRM de uno a otro lugar en las áreas urbanas.
Tanto la población favorable a las posiciones revolucionarias, como la que se inclinaba por la derecha, se preparaba para el momento. Fueron evidentes las reuniones en barrios de la burguesía preparándose para acumular bienes de consumo y para resistir armadamente. Igual sucedía en los barrios obreros. Las hojas con indicaciones para el momento no sólo circularon provenientes de la derecha y de la izquierda, sino de la embajada norteamericana misma para sus ciudadanos residentes.
Nos encontrábamos, a nuestro juicio, en la curva ascendente del proceso en lo que se refiere a la insurrección en cuanto a disposición de las masas, pero con problemas en otros aspectos, que repercutieron en la misma y que sobre todo indicaban una carrera contra el tiempo en la consecución de los elementos ausentes, una vez fijada la fecha.
Un problema: la unidad y. dentro de ella, las diferentes concepciones sobre la conducción ‘misma de la guerra y las características mismas que asume el desarrollo de cada una de las organizaciones. No fue el caso, por ejemplo de Nicaragua, donde, corno ha señalado Humberto Ortega (50 tiñaS de lucha sandinista), “sin la unidad de los sandinistas hubiese sido difícil recoger y sintetizar en una sola línea política práctica los logros que hasta entonces habían acumulado históricamente las distintas tendencias” (p. 50). Tenemos entendido que nunca hubo una confrontación en tal campo, y cada organización por sepamdo desarrollaba su parte, llevando sus informes a diferentes niveles
No es claro, por lo menos para nosotros, el papel que en el pian global jugaba San Salvador u otros centros urbanos importantes. Aparece claro, o por lo menos así nos parece, que en el caso del ERP se moverían fuertes unidades militares desde Morazán, que vendrían en su camino hacia la capital tomando pueblos hasta llegar a San Salvador, donde suponían que habría una resistencia de la población ante los militares y algunas sublevaciones en el ejército. Algo similar a lo que se esperaba del Frente Sur en el caso nicaragüense.
En nuestro caso, sin conocer el plan desde luego, la impresión que se tiene al estudiar el problema es que nos moveríamos dentro de una concepción de insurrecciones parciales en todo el país, lo que fortalecería la de San Salvador. Cada una de estas ciudades —aparentemente— tendría su propia dinámica, y el lazo entre todas estas insurrecciones serían las Unidades de Vanguardia.
Por otro lado, excepto en algunas ciudades como Metapán, Chaichu apa y Santa Ana, no es claro el propósito de combinar fuerzas. Cada organización actuaba con las que dispusiera en ellas.
Veamos la parte operacional en San Salvador. Hubo una división artificiosa del trabajo entre las diferentes instancias: la CRM coordinaría y desarrollaría la huelga general, que marcaría el inicio de la insurrección; el FDR llamaría a la huelga y se encargaría del problema de alianzas y acuerdos con sectores expresados en organizaciones gremiales o políticas (gremios de pequeños y medianos empresarios, sectores univetsitarios, partidos políticos, iglesia, etcétera); las milicias se encargarían de los aspectos militares- políticos de la insurrección.
La CRM, por lo que sabemos, no llegó a tener un comando central de huelga. Siguió funcionando como un nivel de representación en el que cada representante informaba, sin poder de decisión. Ello tuvo sus efectos: la huelga no comenzó simultáneamente, sino que el inicio se arrastró a lo largo de tres días; no se coordinó un plan con las milicias en cuanto a la acción de los obreros en sus lugares de trabajo, o ver si se sumarían a la insurrección en sus lugares de vivienda. En todo caso, los lugares de vivienda no siempre coincidieron con los puntos o barrios donde se iniciaría la insurrección.
El FDR no tenía siquiera un lugar de permanencia señalado y sus miembros quedaron aislados y sin el menor enlace con los otros organismos.
Las milicias trabajaron intensamente en la preparación de la insurrección, pero pareció perderse el canal de órdenes para la acción.
No había, pues, comités por sector, y no se vio la existencia de un comando o comité central que coordinara y dirigiera cada una de tales instancias y las diferentes áreas de acción: un estado mayor para la ciudad complementado con el trabajo político. La dirección y coordinación quedó muy lejana y en abstracto: la DRU.
No se hizo evidente en la acción la existencia de un plan insurreccional para cada una de las ciudades. Cada una constituyó un problema con sus propias especificidades, y no hubo solución a problemas prácticos: recoger inventarios de recursos, puntos prioritarios a atacar y la acción después de lo que podríamos llamar la primera fase de la insurrección, que implicaba el elemento sorpresa. Esta ha sido la experiencia de otras insurrecciones, que no se correspondió con la nuestra, en tanto a nivel público se movieron y se conocieron las fechas. No puede esconderse, desde luego, el periodo, pero deben mantenerse las fechas en el máximo secreto.
Los organismos se simplificaron al mínimo, como en el caso de la propaganda, que se diluyó en los barrios, lo que impidió el lanzamiento de consignas que señalaran las tareas de cada momento. En el plano militar faltó
definición exacta de las zonas de la ciudad donde se iniciaría y cómo se
daría seguimiento al plan (ver trabajo de Cte. Nuñez Tellez “Un pueblo en Armas”, informe del Frente lnterno).
Algo similar ocurrió en marzo de 1982, aunque sin mayor trascendencia. El levantamiento insurreccional lo intentaron únicamente ERP y RN; esta última organización perdió una gran cantidad de cuadros.
IV. REFLEXIONES SOBRE LAS PERSPECTIVAS INSURRECCIONALES URBANAS EN EL MARCO DE LA FASE FINAL.
1. EL PROBLEMA
Ante la actitud norteamericana, que proyecta incrementar la ayuda militar, económica y el entrenamiento hasta un total de 216.300.000 dólares en el próximo ejercicio fiscal; ante su política hacia Nicaragua y su total negativa
conversaciones, nos parece de elemental prudencia pensar en la fase final de nuestra guerra popular —cualquiera sea su duración—, y en tal sentido reflexionar sobre las insurrecciones en los grandes centros urbanos, especialmente San Salvador, Santa Ana y San Miguel. Reflexionar sobre ello implica ponderar varios elementos:
a. La necesidad, dentro de nuestra estrategia, de tal tipo de insurrecciones;
h. Las posibilidades de la misma y su articulación con las otras formas de lucha.
c. Las condiciones requeridas para llevarlas a resultados favorables, sobre todo con la experiencia de enero de 1981.
d. La forma de instrumentación, tomando en cuenta el marco unitario y las diferentes concepciones.
e. Tornar —dadas las experiencias anteriores— el elemento norteamericano como un condicionamiento importante, en el marco de la política internacional, pero nunca corno determinante. En todo caso, considerar seriamente la alternativa de la negociación que no está presente por el momento y sus consecuencias, y aquélla de la cual la insurrección formará parte. En todo caso pensamos que se debe trabajar intensamente para desarrollarla, aun cuando no pudiese tornarse una decisión sobre lo anterior, por la existencia de otros elementos.
f. Valorar los principios tácticos de los combates de calle en el marco de las ciudades mencionadas, preparando con antelación todo el Plan y verificando luego los ajustes necesarios, según las modificaciones de la situación.
Estudiadas algunas de las principales experiencias de las guerras populares, no podría afirmarse la existencia de un “modelo” que indique una sola dirección en la articulación ofensiva del ejército revolucionario, huelga de masas e insurrección urbana, entendida ésta como la participación de sectores y capas populares, en una acción abierta y con las armas en la mano, contra el poder político existente. Más aún: en algunos casos, uno de tales elementos
—según las especificidades del país en cuestión o, mejor dicho, el carácter de la lucha— está ausente.
La huelga general, por ejemplo, puede ser el llamado inicial a la insurrección o, dependiendo del ánimo de las masas, ser una consecuencia, en todo caso planificada. En ello juega un papel importante el carácter secreto de la fecha. Así fue en Vietnam, Saigón, en 1975; en Nicaragua en 1979; en Irán y Argelia y, antes, en las insurrecciones de Cantón, de 1927. No estuvo presente en las de Hamburgo de 1923, en la de Reval (Estonia) de 1924 y tampoco en la revolución Rusa de 1917, aunque sí dn febrero del mismo año. Esto último “no fue por impotencia, sino porque no lo necesitaban” (La Insurrección de Octubre).
Las características asumidas por nuestra lucha indican la necesidad de articular los tres elementos: la acción del ejército revolucionario, la insurrección y la huelga. Por razones no solamente militares, sino de tipo político interno —quiebre del aparato burocrático del Estado— e internacional, consideramos necesaria la insurrección en las principales ciudades, especialmente San Salvador. A ello se suma un elemento a nuestro juicio indispensable:
el significado que adquiere la participación del pueblo para el futuro inmediato y mediato.
Si la situación no varía sustancialmente, pensamos que el inicio de las insurrecciones urbanas no debe ocurrir con un llamado a la huelga obrera, sino con la toma de la ciudad y acciones militares con grupos especializados de las Unidades de Vanguardia y el apoyo de las milicias.
¿Por qué tal planteamiento? En primer lugar porque, por un lado, el movimiento obrero ha sido sumamente debilitado no solamente por la represión, sino por la desocupación; por otro, porque si bien es cierto que su disposición y la de la mayoría de la población de las ciudades, especialmente la de San Salvador, es de total apoyo al movimiento revolucionario, su grado de compromiso mayor está exigiendo más del ejército revolucionario. Cuando estén convencidos de ello, se lanzarán inmediatamente. Ello explica, en parte, lo ocurrido con la huelga de febrero de 1981: al tercer día, cuando algunas empresas se sumaban a la huelga, otras regresaban. En ello incidieron errores de articulación con el movimiento insurreccional dirigido por las milicias y la ausencia de golpes fuertes del ejército revolucionario.
Se trata, a nuestro juicio, no de ganar la guerra en San Salvador, aunque políticamente así se interpretaría, sino, en momentos de dispersión del ejército, de quebrar los aparatos burocráticos y represivos del estado y su centro de coordinación. Ello obliga a un tratamiento estratégico similar al realizado en Nicaragua. (Cf. Ortega Saavedra, H. opus cit. Y Nuñez Tellez, C. opus cii.)
¿Por qué la importancia de San Salvador?
Ella fue obvia en la estrategia del enemigo después de la insurrección fallida de enero de 1981, y se encontró en tres puntos:
a. Hacer retroceder la potencialidad revolucionaria de las masas en San Salvador y otras ciudades.
b. Romper los nexos de los movimientos de masa con las organizaciones político-militares.
c. Destruir físicamente la fuerza revolucionaria militar en San Salvador y otras ciudades.
Es claro que, al priorizar en tal momento la represión y el control en los centros urbanos, estaba consciente del costo que debía pagar: facilitar el desarrollo revolucionario en otras zonas del país y en las periferias.
¿Por qué tal interés? No hay duda de lo determinante de la destrucción del régimen, de la actitud que una población concentrada que ha llegado a un millón de personas, aproximadamente.
Sigue siendo el centro económico del país: sistema financiero, parque industrial, centro comercial y centro administrativo civil y militar, no obstante la dispersión planeada en lo que se refiere a la ubicación posterior de cuarteles.
Sólo allí podemos desarticular totalmente la economía, el aparato burocrático y el aparato represivo.
2. CoNDIcIoNEs REQUERIDAS PARA EL LLAMADO INSURRECCIONAL.
A diferencia de las concepciones de las otras organizaciones, y especialmente de ERP-RNJ, nuestra estrategia no constituye una tendencia insurreaccionalista, y por lo tanto no considera cualquier coyuntura como adecuada para ello, que dependa únicamente del ánimo de las masas y del arreglo posible de sublevaciones en los cuarteles. Siempre, pensamos, subsistirá tal diferencia.
Ello podría ser subsanado si todos confluimos en un plan no sólo general, sino específico para cada uno de los centros urbanos escogidos. Se trataría, repitiendo la observación de Ortega, de aprovechar las diferentes visiones en una confluencia. Pero en ello juegan otros factores sujetos a distintas interpretaciones o presiones: sobre la negociación, sobre el momento adecuado, sobre las alianzas, sobre la cuestión internacional.
No obstante, debemos preparar un plan que pueda aplicarse en cualquier circunstancia, que podría cuajar en tres coyunturas: una, en el caso de que nos arrastren en un momento que no consideremos adecuado; otra, en la que nosotros pudiésemos articularlo de acuerdo con nuestra estrategia, y
otra, en la que todos coincidamos. Lo importante, conociendo sus respectivas concepciones, es estar listos ante cualquier eventualidad o saber cómo coincidir todos los elementos a nuestra posición.
Revisemos algunas de las consideraciones.
3. ANÁLIsIS EN EL MARCO DE LA “SITUACIÓN REVOLUCIONARIA”
No se trata ya de entrar en una discusión innecesaria en este momento para El Salvador. Se trata de aprovechar los elementos que, según la definición leninista, configuran tal situación para medir nuestras deficiencias, y por lo tanto algunas de nuestras tareas en tal sentido en el futuro inmediato y con vistas a la insurrección en San Salvador.
En el artículo “Contra la corriente”, escrito con Zinóviev, Lenin define lo que constituye una situación revolucionaria:
Para un marxista es evidente que ninguna revolución es posible si no existe situación revolucionaria. No toda situación revolucionaria, por lo demás, termina en una revolución. ¿Cuáles son, en general, los indicios de una situación revolucionaria? No nos engañaremos seguramente señalando los tres indicios siguientes:
1. La imposibilidad para las clases dominantes de mantener íntegramente su dominación; una “crisis” de los medios dirigentes, crisis política de la clase que ejerce el poder, produce una falla en la que penetran el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que una revolución tenga lugar es, en general, insuficiente que “va no se soporte abajo”; es menester, además, que ya no se pueda vivir corno en el pasado;
2. La agravación anormal de las privaciones y sufrimientos de las clases oprimidas;
3. El aumento sensible, en virtud de lo expuesto, de la actividad de las masas que “en tiempos de paz” se dejan robar tranquilamente, pero en tiempo de tormenta son incitadas por las crisis y también por los dirigentes, a tomar la iniciativa de una acción histórica… Foda situación revolucionaria no engendra necesariamente una revolución, porque ésta no se realiza sino cuando se añade a los factores enumerados el factor subjetivo, es decir, la aptitud de la clase revolucionaria para la acción revolucionaria, la aptitud de las masas, suficientemente fuertes, para romper o quebrantar el antiguo gobierno que, aún en el apogeo de las crisis, no “caerá si no se le hace caer…”
En “Carta a los camaradas” (1917) desarrolla o enumera más claramente los requisitos, en el marco de una situación revolucionaria, para la insu
rrección:
1. Que esté organizada por el partido de una clase determina-
da.
2. Apreciación, por parte de los organizadores, del momento político particular.
3. Contar en su favor con la simpatía (atestiguada por los hechos) de la mayoría del pueblo.
4. Que el curso de la revolución haya destruido las ilusiones y las esperanzas de la pequeña burguesía de la posibilidad y eficacia del acuerdo entre las clases.
5. Que las consignas de la insurrección tengan la más amplia difusión y la mayor popularidad.
6. Que los obreros estén convencidos de la situación desesperada de las masas y seguros del apoyo del campo.
7. Que la situación económica no permita esperar seriamente una solución favorable a la crisis por medios pacíficos o vía parlamentaria.
También enurnera otros que no se corresponden con nuestra situación.
Todos los elementos de la situación revolucionaria se dan en mayor o menor grado en nuestra situación desde hace algún tiempo. Se trataría de acelerar algunos, de acuerdo con las variaciones producidas desde enero de 1981 y con base en tal experiencia.
Veamos primero a nivel de capas o clases en San Salvador.
En todo el periodo preparatorio a la insurrección de enero hubo un intenso trabajo de parte del FDR con los organismos y personas que integraban sectores de las capas medias, no organizadas en el movimiento y de la pequeña burguesía. Como ejemplo: UCA, UN,8 partidos políticos, iglesia, FENAPES,9 etcétera.
En el caso de estos últimos, por ejemplo, y a medida que se acercaba la fecha insurreccional, fueron acercándose, manteniendo un contacto mayor con las organizacione representadas en el FDR, sin, desde luego, soltar sus nexos con la derecha (Alianza Productiva).’8 Aun dentro de tal actitud, en términos generales miraban sus intereses ligados al proceso revolucionario
—una vez aclarado lo del “socialismo” por Juan Chacón y E.A.C.”—, en función de sus contradicciones son la gran sorpresa. Llegaron incluso a hacer gestos que mostraban su disposición a no ser un obstáculo en el momento de la huelga y la insurrección. Incluso hubo sectores que hablaron de una nueva asociación si en su seno se llegaban a producir discrepancias.
Otro elemento importante y explicable fue su interés en discutir algo más que un futuro plan de gobierno -ello podría hacerse luego con base en sus demandas planteadas y no satisfechas por los gobiernos—: discutir una participación en lo que ellos llamaban un “consejo de estado”, pensando en la reciente experiencia nicaragüense.
No podría esperarse, antes y en el futuro, menos que una conducta políticarnente errática. Abrieron contactos cuando veían al movimiento revolucionario como una clara alternativa, y la cerraron luego de la insurrección, ante sus resultados. Pensamos —y se corrobora con los últimos datos- que
vuelven a su situación anterior. En todo caso es claro que en aquella oportunidad no había ideas claras no sólo en cuanto a qué pedirles y qué concederles, sino en cuanto al tipo de tratamiento mismo. Se trata de un sector de clase sin expresión política, que requeriría de un tratamiento no similar al de grupos propiamente políticos, sino con características que van de lo gremial a lo político. Cuando se les trataba como entes políticos, ellos respondían con planteamientos gremiales.
Después de la insurrección, y sobre todo en el periodo represivo del segundo semestre de 1981, en el que el ejército concentró sus fuerzas en limpiar San Salvador, se descuidó la atención de este grupo y de los otros mencionados, tanto en extensión como en el nivel que demandan. Se requiere, en consecuencia, de elaborar una clara política en relación con estos sectores y, aun en circunstancias difíciles, trasladar cuadros políticos del mejor nivel posible a San Salvador para reabrir tales relaciones.
En cuanto a la descomposición de las clases dominantes y en el interior mfsrno de los aparatos de poder, es importante incrementar nuestro trabajo en la profuridización de la crisis económica que ayuda a recrudecer las contradicciones de las fracciones, y nuestro trabajo en el interior del ejército.
En el campo popular debernos profundizar nuestro trabajo celular de partido, especialmente en los sectores que geográficamente serían los puntos de inicio de la insurrección. Sin partido .-v sin sus métodos— difícilmente logremos devolver la iniciativa a las bases y masas y asegurar lo que sobrevendrá.
Hay que aumentar nuestro accionar militar en la ciudad como forma no sólo de debilitar los puntos militares y logísticos del enemigo, sino también de incrementar el ánimo insurreccional de las masas no organizadas.
Estos elementos, trabajados con la velocidad que sea permitida por la existencia de tantos problemas y dificultades, indicarán —articulado en el plan general— el periodo en que la insurrección sería plausible y, en el marco de este la fecha, actuar en secreto.
Sobre el momento sólo desearnos transcribir unos párrafos:
Una cosa es definir teóricamente las condiciones indispensables en presencia de las que es posible el éxito de la insurrección; otra, absolutamente diferente y mucho más complicada, es apreciar prácticamente el grado de madurez de la situación revolucionaria y, por consecuencia, decidir la cuestión del comienzo de la insurrección. El problema de la fecha de la insurrección es de una importancia excepcional.
La experiencia prueba que no es posible siempre resolverlo como lo requieran las circunstancias. Sucede frecuentemente que bajo la influencia de la impaciencia revolucionaria, del terror, de la provocación de las clases dirigentes, el grado de madurez de una situación revolucionaria sea exagerado y que la insurr’xción fracase. O bien que, al contrario, se subestime y se deje escapar así el momento favorable para la organización de una insurrección victoriosa.
¿Puede fijarse una fecha determinada para la insurrección? Como sabemos, la insurrección de Petrogrado en 1917 fue fijada para el 7 de noviembre, coincidiendo con la apertura del segundo congreso de los soviets; numerosas insurrecciones proletarias en otros países se han fijado con fechas precisas y se han ejecutado según un plan. Sin duda, es imposible ordenar a fecha fija la revolución o un movimiento obrero.
Para fijar la fecha de la insurrección, si la hemos preparado realmente si la revolución ya realizada en las relaciones sociales la hace posible, es caso perfectamente realizable.., la fecha de la insurrección puede ser fijada, silos que la fijan tienen influencia en las masas y saben apreciar el momento justamente… (“El bolchevismo y la insurrección”, en Neuherg, A.: La insurrección armada, pp. 44-45)
Retomaremos algunos de estos puntos en el próximo apartado.
V. PRINCIPIOS DE TÁCTICA EN LOS COMBATES DE CALLE
En este apartado final sólo tratamos de sintetizar, dada la experiencia de enero de 1981, algunos principios generales de táctica y los principios tácticos de los combates de calle que deben tenerse presentes en la insurrección urbana. Especialmente pensamos en la necesidad de preparar desde ya, haciendo luego ajustes, el plan insurreccional de cada una de las ciudades más importantes, en el marco del plan estratégico general del movimiento revolucionario. Ello independientemente de si una salida negociada hace innecesario, o así se considera, llegar a la fase final de la guerra: el triunfo militar. No podemos, por una alternativa poco clara al momento, correr el riesgo de no estar preparados en los últimos detalles.
Esta parte ha sido preparada teniendo como base dos trabajos, El carácter de las acciones militares al comienzo de la insurrección y’, el segundo, El carácter de las operaciones de los insurgentes en el curso de la insurrección orinada, del general Tujachevski, quien, recogiendo la experiencia rusa y la de otros movimientos, preparó un libro junto con otros revolucionarios, entre ellos Ho Chi-Minh, Tagliatti, Pianitskv, Kippenberger, etcétera. Fue publicado de forma anónima (A. Neuberg: La insurrección armada). El conocimiento y aplicación, en el marco de las propias particularidades, y la importancia del trabajo se evidencia en el libro de Carlos Núñez Téllez ((lii pueblo en orinas). No es mencionado expresamente, pero una relectura cuidadosa deja sentir su presencia.
Los diferentes principios tácticos generales pueden resumirse en el “Plan estratégico general” y el “Plan de insurrección de un ciudad”.
El plan estratégico general debería tomar en cuenta los siguientes elementos:
a. Prever los centros o ciudades (la capital, otras ciudades, tal o cual departamento) que tienen, en las condiciones dadas, una importancia decisiva para el movimiento proyectado.
b. Estudiar todas las regiones o centros que puedan ser focos insurreccionales y de donde pueda partir la insurrección para irradiar sobre las demás regiones.
e. Prever, por lo menos a grandes rasgos, las relaciones mutuas entre estos diversos focos revolucionarios, desde el punto de vista del tiempo (fecha de desencadenamiento de la insurrección) y más tarde, en el curso de la insurrección, desde el punto de vista del concurso material y político que pueden presentarse y de la coordinación de las operaciones.
d. El plan estratégico debe responder a esta pregunta: ¿La insurrección debe ser precedida necesariamente por una huelga general, de la que nacerá como consecuencia natural, o bien la situación política existente permite desencadenar la insurrección sin huelga general?
e. Prever, a grandes trazos, las medidas que debe tomar el partido en caso de una intervención exterior.
f. Tener presente las grandes medidas políticas (Ver el documento Plan de gobierno: otciones globales. Oct. de 1982).
Se comprende que el plan estratégico (consideraciones esenciales de la insurrección proyectada) debe establecerse por lo menos en sus grandes rasgos, mucho antes de la insurrección. Posteriormente, si varían las circunstancias, deberá ser modificado y perfeccionado. La organización debe tomar a tiempo todas las medidas políticas u organizativas necesarias para crear las condiciones favorables, sobre todo en las regiones decisivas.
En tal marco, el plan de insurrección de cada ciudad debe comprender:
a. La apreciación de las circunstancias y de la relación de fuerzas en la ciudad.
b. Los principales objetivos en que los insurgentes deben triunfar a toda costa y cuya ocupación debe ejercer la máxima influencia sobre la marcha del movimiento insurreccional general.
d. Las regiones y objetivos secundarios, cuya ocupación viene en segundo lugar (si no pueden ser ocupados por obreros no armados).
e. La distribución de fuerzas entre los diversos objetivos, reservando los efectivos más fuertes para los objetivos principales.
f. Las misiones aproximadas que tiene que cumplir cada unidad (escuadras, pelotón, etcétera), después de la buena ejecución de la primera fase de la insurrección.
g. Indicaciones sobre la conducta a seguir, en caso de fracaso de alguno o algunos destacamentos o unidades.
h. Las medidas para impedir la llegada de tropas enemigas de las demás regiones o ciudades (sabotaje de vías de comunicación, emboscadas, etcétera).
i. Las medidas apropiadas para arrastrar a la lucha armada al grueso de la población y la distribución de armas.
j. La supresión inmediata de los jefes de la contrarrevolución.
k. Organización del sistema de enlaces durante la insurrección.
1. La ubicación de la dirigencia militar y política revolucionaria al inicio de la insurrección (estado mayor y agregados políticos).
m. N4edidas políticas a tomar por tales cuerpos de dirección como representantes y organizadores del nuevo régimen.
DATOS BASE DEL PLAN DE CADA CIUDAD
a. Plano social de la ciudad, indicando los barrios favorables, su carácter social, el grado de organización y disposición para el combate de barrios que serán focos del movimiento, que han de dar el golpe inicial y alimentar otros lugares con nuevas fuerzas después de la insurrección.
b. El dispositivo detallado y el grado de descomposición del ejército, de los cuerpos de seguridad y de las organizaciones paramilitares.
c. Las señas de funcionarios, dirigentes de partidos y asociaciones civiles, contrarrevolucionarios y de los jefes del ejército y cuerpos de seguridad.
d. Emplazamiento de depósitos de armas y sus servicios de guardia.
e. Apreciación táctica de la ciudad con ubicación de lugares, edificios, etc., apropiados para la ofensiva y la defensiva.
f. Informes sobre garajes de vehículos, del Estado o particulares, que deberán toma rse.
g. Centros de vías de comunicación urbanas, teléfonos, telégrafos, radios, etcétera.
ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DEL COMBATE DE CALLE.
a. El combate de calles, cuando es puesto en práctica por.fuerzas irregulares en tiempo de insurrección, tiene particularidades específicas que imprimen un sello especial a la táctica.
b. El combate de calles, es considerado como “la forma de combate más terrible”. Según el general Tujachevski, el reglamento del ejército inglés lo ha definido así: “No hay ninguna clase de guerra que exija más talento por parte de los jefes subalternos y más valor personal que las operaciones ejecutadas sobre un espacio reducido y los cuerpo a cuerpo que tienen lugar en los combates de calle (…) Es pródigo en dificultades y particularidades que no se vuelven a encontrar en los géneros de combate ordinario, y todo comandante que participe en ellos sin estudio previo puede sufrir fácilmente un fracaso”.
3. Los combates de calle, que tienden a la exterminación física del enen:go, tiene un carácter absolutamente implacable. Toda piedad manifestad. por el proletariado durante la lucha armada para con su enemigo de clase
hace más que crear dificultades nuevas y puede producir, en caso de con – ciones desfavorables, el fracaso del movimiento. La burguesía sí ha asimdo perfectamente este proceso.
4. El combate de calle exige un conocimiento perfecto de la ciudad en su
conjunto y una buena apreciación táctica de los diversos barrios, calles, pla
lucionaria
zas, edificios o manzanas de casas, desde el punto de vista de la ofensiva, de
la defensiva y de la organización de las defensas artificiales, etcétera; el
conocimiento de sistemas de comunicación urbanas y de las comunicaciones
con las demás regiones del país y con el mundo exterior.
5. Es importante el reconocimiento de los objetivos. Se ha señalado que
“el reconocimiento es como los ojos de los insurgentes”.
NOTAS
APÉNDICE 5
1 Con “unidad” se refiere al FMLN.
2 Se eligió una Asamblea Constituyente que emitió la Constitución Política actual.
3 Se refiere a la insurrección indígena de 1833 en la región de Santiago Nonualco, en la zona paracentral del país, dirigida por Anastasio Aquino.
4 Nota de RMO: Como cumplimiento de ello, en Tapia (op. cit., p. 94) se lee: “. . la guerrilla llevó a cabo un reordenamiento estratégico, desmontó las unidades regulares que había construido en los inicios de la guerra y estableció la estrategia de ‘concentración y desconcentración’ de sus fuerzas. De esta manera surgieron centenares de pequeñas patrullas insurgentes que hostigaron al ejército en múltiples y cotidianos enfrentamientos de desgaste. Asimismo, junto con un agotador sabotaje a la infraestructura económica, realizaron combates de mediana envergadura en los que reunían diversas secciones que se separaban una vez alcanzado el blanco. El ataque y la destrucción del cuartel El Paraíso en Chalatenango a comienzo de 1987, junto con la ofensiva de 1989, son los mejores ejemplos de esta táctica guerrillera.”
5 Gobierno Democrático Revolucionario.
6 Órgano de difusión interno de la dirección de las FPL.
7 No hay en el texto una parte b equivalente a este nivel de esquema. Seguramente el error fue corregido en la versión final.
8 Se refiere a la Universidad de El Salvador (Ces).
9 Federación Nacional de Pequeños Empresarios Salvadoreños.
10 Agrupación de empresarios salvadoreños, ya desaparecida.
11 Enrique Alvarez Córdova.
( Menjivar Ochoa, Rafael. Tiempos de Locura El Salvador 1979-1981. San Salvador, Índole Editores 1997)