Imperio cristiano e imperio estadounidense

El destino manifiesto de Estados Unidos: la nueva Roma
Los puritanos fundadores de EEUU se autoconsideraban un pueblo perseguido y, como el primitivo Israel, huían de la tiranía para fundar una nueva sociedad de la alianza. Estableciendo sus comunidades de alianza en la tierra prometida, no tenían reparos en desplazar y destruir a los habitantes originarios de esas tierras. Los “indios” eran paganos salvajes, oscuros siervos de Satanás. El relato de la “conquista” israelita de la tierra prometida en la Biblia King James autorizaba la matanza de “los habitantes del país”, y los Salmos proclamaban la responsabilidad mesiánica de destruir a los paganos “con vara de hierro”. En unas cuantas décadas después de la revolución, luchando con el lema de que “todos los hombres han sido creados iguales…”, el nuevo Israel había matado o expulsado virtualmente a todos los nativos del oeste del Mississippi, culminando un proceso de limpieza étnica sin precedentes. Y fue así como procedió por todo el continente. La antigua república romana se había adueñado progresivamente de todas las tierras en Italia, pero había incorporado a los pueblos conquistados, no los había exterminado.
Igualmente, concibiéndose en términos benignos como quien extendería el ámbito de la ley y la civilización, la república estadounidense se adueñó de la mayor parte del norte del continente. Críticos del imperialismo estadounidense pertenecientes al mismo sistema, como el senador Henry Cabiot Lodge, tienen que admitir que EEUU ha tenido un “récord de conquista, colonización y expansión territorial incomparable con el de cualquier otro pueblo en el siglo XIX.
Los líderes de la república estadounidense, en su identidad como imperio último y quizá definitivo, procedieron a imitar a la Roma imperial siguiendo su “destino manifiesto”. En una declaración de 1845 oponiéndose a la guerra contra México, en la que EEUU se adueñó de la mitad del territorio mexicano, un congresista de Nueva York visualizaba un futuro temible para el EEUU imperial: “Al contemplar este futuro, vemos todos los mares cubiertos por nuestras flotas, nuestros cuarteles dueños de las más importantes estaciones de comercio, un ejército inmenso guarda nuestras posesiones, nuestros comerciantes son los más ricos, nuestros demagogos los más convincentes y nuestro pueblo el más corrupto y blandengue del mundo”. Es difícil pensar en un clarividente mayor, viendo cómo se desenvolvió la historia de EEUU en el resto del siglo XIX y especialmente en la última mitad del siglo XX.
Igual que la república romana, que, tras adueñarse de Italia, comenzó a construirse un imperio en torno al Mediterráneo, la república estadounidense extendió su imperio más allá del continente norteamericano. Siguiendo su destino manifiesto en una ráfaga de aventuras militares en 1898, EEUU se adueñó de Cuba y Puerto Rico en el Caribe, y de las islas Guam, Wake y Manila en el Pacífico. Mientras sostenía una larga guerra colonialista en Filipinas, ayudaba a sofocar la rebelión de los Boxer en China y se hacía con el control del territorio de Panamá para construir el canal. EEUU se unía definitivamente a las mayores potencias europeas labrándose un imperio.
El camino estaba listo, y la nueva fase del imperialismo estadounidense fue justificada por líderes clericales y políticos en perfecto concierto. A preparar el camino en 1885 coadyuvó el popular tratado Our Country de Josiah Strong, teólogo liberal y decidido defensor tanto de las misiones hacia el exterior como del Evangelio social hacia el interior. Al revivir los temas del nuevo Israel y del imperio hacia Occidente, Strong argumentaba que Dios había encomendado a EEUU, que “había conseguido ya el liderazgo en riqueza material y población y el más elevado grado de anglosajonismo y cristianismo verdadero”, la tarea de cristianizar y civilizar al mundo…
Dado que el imperialismo al estilo europeo era “ajeno al sentimiento, pensamiento y propósito estadounidenses”, según el presidente McKinley (presidente: 1897-1901), sus apologistas inventaron eufemismos como el de “imperio de la paz” y el jeffersoniano “imperio de la libertad”. Siguiendo el liderazgo británico, los Estados Unidos estaban ahora destinados a crear un “imperio democrático” haciendo del colonialismo una especie de tutelaje para la autodeterminación de los vasallos a garantizar en una indeterminada fecha futura.
A los que no estadounidenses les resulta especialmente pasmoso lo fanáticamente religioso que puede ser el imperialismo estadounidense. La ideología desarrollada para justificar la guerra fría y la carrera armamentista contra los soviéticos se construyó a partir de la misión divina del nuevo Israel para redimir al mundo y de la nueva Roma como el último gran imperio civilizador. La ideología de la guerra fría se convirtió en un cabal dualismo cósmico articulado en términos maniqueos y judío-cristianos apocalípticos del Bien absoluto contra el Mal absoluto: EEUU, bendecido por Dios, contra el comunismo ateo; el mundo libre contra el imperio del mal. Cuando EEUU “ganó” la guerra fría y la amenaza del “comunismo ateo” desapareció, hubo que encontrar otras amenazas contra las que pudiera luchar EEUU: drogas, Saddam Hussein y el nuevo “eje del mal” proyectado por Bush.

La transformación del Imperio estadounidense: el nuevo desorden mundial
EEUU también encabezó modelos de control económico internacional: el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), mediante los cuales establece su hegemonía en el mundo capitalista y, con el segundo, sobre los países “en desarrollo”.
De forma parecida al modo en que los romanos mantenían a los pueblos subyugados bajo “tributo”, forzándoles a ser económicamente más productivos a fin de generar los pagos, EEUU empuja a sus Estados clientelares a un programa de “desarrollo” y “modernización” como una forma de extender el sistema capitalista global. En efecto, igual que Herodes era el rey clientelar (que patrocinó masivos proyectos arquitectónicos) del emperador romano Augusto, así el Sha de Irán fue el modelo de gobierno patrocinado por EEUU en ese país de Oriente Medio, al forzar los programas de “desarrollo” entre su gente (salvo que el Sha, apadrinado por los estadounidenses, era mucho menos sensible que Herodes a la cultura tradicional, las instituciones y el liderazgo de su pueblo).
A la vista está que los esquemas de “desarrollo” han demostrado ser unos efectivos instrumentos para saquear los recursos del Tercer al Primer Mundo, principalmente a EEUU. Igual que la élite del viejo Imperio romano esquilmaba los recursos de los países subyugados para proporcionar “pan y circo” a las masas romanas, hoy el conglomerado de gigantescas compañías con base en EEUU extrae los recursos de los países sometidos petróleo, materias primas y ahora especialmente mano de obra barata, para abastecer a EEUU y a otras prósperas naciones “desarrolladas”. La gasolina barata para los automóviles, los productos agroindustriales y un sinfín de bienes de consumo aseguran actualmente el apoyo popular al imperialismo en los EEUU, como antes ocurriera en Roma. Pero, desde luego, la proporción de bienes consumidos en la antigua Roma nunca se acercó al 75% de los recursos mundiales que actualmente son consumidos por los estadounidenses.
El crecimiento y la fuerza de las gigantescas corporaciones transnacionales fueron posibles gracias al nuevo orden económico global patrocinado por los estadounidenses, que, según Bretton Woods, ha marcado la mayor diferencia entre el antiguo imperialismo romano y el moderno imperialismo estadounidense: las diferentes formas de “globalización”, es decir, los diferentes modos en los que el dominio y la explotación estructuran institucionalmente las relaciones imperiales de poder.
La “globalización” romana era política. La conquista militar hizo posible la explotación económica, que era, en los patrones modernos, de un nivel bajo. El moderno poder imperial estadounidense es primeramente económico, estructurado por el sistema capitalista, que desde hace tiempo ha traspasado las fronteras nacionales estadounidenses y ha llegado a ser global. Las monstruosas concentraciones de capital llevadas a cabo por gigantescas compañías trasnacionales que dejan pequeño el PIB (producto interior bruto) incluso de países de mediana talla, pueden virtualmente manejar los asuntos económicos conforme a las “necesidades” del capital global (nunca del bienestar de las personas). Existe cierto parecido entre las pirámides de patronazgo que estructuraban las relaciones económicas en el Imperio romano y las pirámides corporativas del conglomerado de las corporaciones multinacionales. Sólo que la escala del primero resulta insignificante frente al poder de determinación del segundo. En efecto, las compañías multinacionales son tan poderosas que incluso el gobierno de EEUU tiene poco margen de maniobra frente a ellas. Las relaciones de poder entre el gobierno y lo económico se han invertido, y no como resultado de una desregulación. Los gobiernos ahora obedecen frecuentemente los deseos de las grandes corporaciones. El poder globalizado del capital determina ahora las relaciones políticas. El imperio estadounidense, que alcanzó la cima del poder tras la Segunda Guerra Mundial, ha quedado transformado por su propia globalización.
Hoy por hoy, el imperio pertenece al capitalismo global y tiene por guardianes al gobierno de los EEUU y a sus ejércitos. Aunque se va descentralizando, el capital global y sus propios instrumentos (como el FMI y el BM) tienen su sede en EEUU, y la cultura que venden al mundo es predominantemente la estadounidense. Quienes escogieron los objetivos de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 poseían un agudo sentido del simbolismo y del verdadero centro del poder imperial: el World Trade Center (centro de negocios mundial) y el Pentágono (el Departamento de Defensa).

El Nacimiento del Imperio Estadounidense

Si usted es un asiduo lector de la literatura de la libertad, en algún punto se habrá preguntado cómo adquirió Estados Unidos un imperio. ¿Cómo un gobierno basado en la premisa de que todos los hombres fueron creados igual, caiga en la subyugación de hombres que viven en otros países? ¿Cómo una persona tan profundamente desinteresada en extranjeros y en asuntos exteriores se venda los ojos para trabajar con una burocracia fascista a nivel mundial? Y usted debe haberse preguntado acerca de la ironía mas increíble de todas — ¿Cómo los Estadounidenses pueden estar felizmente ignorantes del imperio de su gobierno?

Una Nación de Adultos con comportamiento infantil
Tuve una serie de discusiones — está bien, está bien, argumentos — con un amigo sobre la Guerra en Kosovo. Este amigo estuvo reclutado para Vietnam pero no hubiera ido si su numero no sale. Me dijo que mientras viajaba por Grecia en los años 70s había escuchado una historia muy diferente del involucramiento del Gobierno de los Estados Unidos (GEU) en el sureste de Asia que la que le habían dicho en casa. Sin embargo, este mismo hombre treinta años después declaró que el genocidio en Kosovo le fue tan repugnante que estuvo decidido a ir a pelear a la edad de 48 años. Él creía en la historia de la purificación étnica y las fosas comunes por muy increíbles que fueran. No necesitó más evidencia que la palabra de Tom Brokaw para normar su criterio, o más bien para tener su propio criterio que, Milosevic es un Hitller Serbio. Él sinceramente pensó que la OTAN estaba librando una batalla humanitaria y que si la OTAN no detenía esa matanza de inocentes, ésta seguiría hasta que no quedara nadie. “Tenemos la responsabilidad de hacer algo ‘dijo.’ Es lo mismo que si tu sabes que un asesino entra a la casa de tu vecino y esta atacándolos a él y a su familia. Tu estarás moralmente comprometido a hacer algo para detenerlo.”

Miré a mi amigo y moví la cabeza, tratando de entender como puede tan fervientemente creer ese absoluto disparate. Ningún argumento lo pudo mover. ¿2000 personas muertas en ambos lados durante dos años realmente constituye un genocidio? ¿Las fosas comunes realmente tienen epitafios? ¿No conoció la evidencia del forense encontrada en Racak mostrando que la masacre se había escenificado? Los hechos y la lógica no cuentan para él. Yo estaba sin saber que hacer para explicar su tenaz aceptación a la opinión recibida. Luego cerré los ojos y vi a mi amigo como debe haber sido cuarenta años atrás, sentado atentamente a un pequeño escritorio. Con esta imagen toda la historia política del siglo 20 se me aclaró.

El Gobierno de Estados Unidos tiene tropas acuarteladas en 135 países. Bombardeó cuatro países solamente en 1999. No obstante unos cuantos americanos se horrorizan de esto. En cualquier momento y en cualquier parte del mundo existe un conflicto, los americanos exigen que el gobierno estadounidense actúe, lo que significa activar el músculo militar. Ante cualquier incidente del cual pueda hacerse propaganda como terrorismo y antes de tener evidencia o detalles disponibles, los perros de Pavlov abundan en sus llamadas por radio demandando que “destrocemos e esos malditos árabes”. Cierre los ojos y llame a la visión de un salón de clases de primer año y la razón va a ser bien clara para Ud. también.

Cada noche millones de pelafustanes cansados del trabajo — Y no quiero decir solo los bebedores de cerveza, sino aquellos jóvenes de cuello blanco que trabajan sesenta horas a la semana también — se colapsan en sus sillones frente a la televisión, ponen las noticias de la tarde y retroceden a su infancia mientras se enajenan en una corriente constante de mentiras y propaganda acerca de lo bien que esta todo. “Los hombres con mayor credibilidad en EE.UU.” leen un guión cuidadosamente construido para pintar el cuadro exacto de lo que esta sucediendo en todos los aspectos de la vida estadounidense en el siglo 20. El consejo de los expertos actualmente es considerado esencial para entender los asuntos exteriores o la política doméstica o el calentamiento de la tierra o aún la falta de seguridad en su propio vecindario. Cansados por las labores del día e hipnotizados por los destellos de las luces de enfrente, ellos lo toman todo de la misma forma que tomaron las exaltaciones de la Srita. Amargura cuarenta años atrás. No hay diferencia.

La educación obligatoria del Gobierno empezó en EE.UU. en 1852 en Massachussets.1 En aquel tiempo fue necesario el uso de armas, soldados y el trato con violencia sangrienta, en lugar de consejos de expertos, para forzar a los padres para que se sometieran a darla a sus niños. Después de una generación de escuela pública, con su propaganda acerca de la sacra naturaleza de la unión y el destino manifiesto, era posible para McKinley dar los primeros pasos concretos hacia el mundo en lugar de un imperio continental. Para cuando el último Estado pasó su Ley de obligatoriedad de educación en 1918 y otra generación cumplió su termino de prisión en escuelas de Gobierno, el gobierno de EE.UU. estaba en condiciones de instituir la guerra al socialismo y cárcel para los disidentes en la tierra de los libres y el hogar de los bravos. Después de tres generaciones de educación obligatoria, la comprensión en las mentes de la gente institucionalmente educada era tan fuerte, que la misma propaganda utilizada en la generación anterior acerca del Káiser Alemán, a pesar de ser fuertemente discreta, podría ser reciclada y usada contra la Alemania de Hitler.2 Para cuando el número de abuelos y bisabuelos con educación no institucionalizada disminuyó a cero, permitieron distorsiones acerca de la naturaleza de la República, de la oficina de la presidencia, de la democracia, enredando alianzas y un ejército listo para convertirse en sabiduría común. Fue posible para los funcionarios del gobierno de EE.UU. reclamar cara a cara que quemaron la aldea para salvarla. Tal vez no sea científico decirlo, pero la causa y efecto son claros para mi. El camino al Imperialismo está pavimentado por la educación del gobierno.

Macro Mecanismos de la Tiranía
En esta era que vivimos de fascismo amigable, la clase imperante va a detestar mostrar su cara completa llena de violencia — por lo menos no tan seguido — frente a su casa. De la lectura de la literatura de la libertad, nos enteramos de los más sutiles mecanismos de su tiranía. Por la modesta cantidad de 1 dólar cualquiera puede comprar su copia de El Príncipe. Walter Karp en Enemigos Indispensables actualiza a Maquiavelo en la democracia estadounidense actual. Explicando la importancia del sistema de dos partidos para dirigir la clase del poder, las rutinas del bueno y el malo, las elecciones perdidas a propósito y la política de extorsión son expuestas como tácticas en una estrategia abovedada que ha hecho a la política estadounidense un juego de sombras. Robert Higgs en Crisis and Leviathán ha demostrado como varias crisis, guerras particulares, han sido usadas como excusas para quitarle a los estadounidenses su libertad poco a poco. Si, algunos de los edictos publicados en nombre de la guerra fueron revertidos, pero nunca completamente, permitiendo un efecto de trinquete. Etienne de la Boetie en su tratado del siglo 16 The Politics of Obedience: Discourse on Voluntary Servitude atribuye correctamente el habituarse a la condición de siervo ya que jefe significa la clase que regula, usada para mantenerse en el poder. Aún cuando los siervos tienen que ser siervos antes de que puedan habituarse a ello, y por los primeros cien años o algo así, los estadounidenses — estadounidenses blancos por lo menos — no fueron siervos.

Nosotros no disfrutamos la libertad que nuestros ancestros tuvieron. La clase que regula lo prohibió; La colusión del Partido de Karp, el efecto de trinquete de Higgs y la servidumbre voluntaria de Boetie lo previenen. No hay misterio aquí, pero aún falta un elemento clave para entender el clima de la política actual. En el nivel psicológico, ¿Cómo trabaja el fascismo amistoso? ¿Cómo es que la mayoría de la masa de ciudadanos sabe lo que se espera de ellos, que sean buenos ciudadanos y voluntariamente hacerlo, como el programa de Televisión “Lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer” de nuestra infancia? El impuesto voluntario es lo mas refinado del deber ser. También lo es su registro para el proyecto. También es mandar a los niños a la escuela, especialmente con la enseñanza en casa, legal en cada estado. La pregunta no es ¿ Por qué la gente acepta ? Las trampas, la fuerza y el temor, hábitos, por supuesto. La pregunta es ¿Por qué acceden voluntariamente? ¿Por qué siguen adelante para sacrificar no sólo su bienestar personal, sino el de sus niños y parecen felices de hacerlo así. ? ¿Por qué niegan toda evidencia de sus sentidos y proclaman orgullosamente que nosotros los estadounidenses somos libres?

Los imperios Europeos anteriores que se disolvieron con las guerras mundiales se llamaban a si mismos imperios, pero el Imperio Estadounidense nunca podrá ser aceptado. El Imperio Estadounidense terminó con la era de progreso de acuerdo con los historiadores de la corte. Ciertamente la mayoría de los estadounidenses se molestan cuando escuchan el termino “Imperio Estadounidense,” especialmente el personal militar que trabaja a su servicio. Este fenómeno no puede explicarse por los macro mecanismos de la tiranía. Disonancia cognitiva de esta sorprendente profundidad debe ser el resultado de las tempranas y brutales lavadas de cerebro y las lavadas de cerebro de tan amplia magnitud deben realizarse únicamente a través de experiencias comunes de los niños en los EE.UU. que es la enseñanza del gobierno.

El imperio Estadounidense está sustentado en ese salón de clases del primer año.

Micro Mecanismos de la Tiranía
No puede haber una negación de la deplorable condición de las escuelas públicas estadounidenses. La mayoría de los estadounidenses está de acuerdo en que debe hacerse algo. No obstante nuestro debate nacional acerca de las reformas a la educación pública muy a propósito evita el punto. Ninguna cantidad de reformas va a resolver el problema educacional y social de la escuela pública, ya que las escuelas fueron diseñadas para crear precisamente esos problemas. Fueron planeadas como centros de indoctrinación y sus técnicas han sido constantemente refinadas de manera que cada ola de reformas las retenga, menos y menos niños pueden pasar por la manopla ilesos. ¿Lo duda usted? Se cuestiona usted la constante baja en los resultados de las pruebas, la degradación de los libros de texto y el plan de estudios, el incremento en la necesidad de cursos de regularización en nuestras universidades, la generalización creciente del uso de drogas por la juventud, la adopción universal de la floreciente agenda, racial, anti-armas, por guerra contra las drogas, la total desaparición de límites personales y civiles en cualquier conversación y por supuesto el terror y la violencia.?

Idiotas útiles como Bill Bennett y Chester Finn se quejan del vacío en los planes de estudio de las escuelas públicas, sin embargo el contenido del plan de estudios está fuera del punto. Un plan de estudios pobre podría después de todo hacerse tan solo para estudiantes ignorantes, no enajenados, violentos, suicidas o insulsos. El trabajo contenido en los cursos de la educación pública no es la mayor herramienta para indoctrinación. Mejor dicho es lo que John Tylor Gatto3 llama el plan de estudios escondido, son las políticas administrativas y las técnicas de enseñanza las que hacen el engaño. Ellas manejan su magia de la forma que los campos de concentración nazi manejaron la suya, como Leonard Piekoff en The Ominous Parallels. La realidad debe verse honestamente a la cara, repetidamente y vehementemente negada día con día por un periodo largo de tiempo para que la disonancia cognitiva la tome. Asombrosamente, las escuelas públicas usan el mismo modis operandi para lograr este fin no obstante sin evidente violencia de los administradores.4 En lugar de eso, ellos tienen a los niños pequeños y meten una cuña entre el y sus padres. Alejamiento padres – hijos: esta es la meta del plan de estudios escondido en su mas simple expresión.

La Verdadera Guerra de Escuelas — Cada Padre en contra de su Propio Hijo
John Holt explica brillantemente la verdadera guerra de las escuelas en su libro What Do I Do Monday? Discretamente a través de las capítulos de un libro escrito para brindar a los maestros métodos de clase prácticos e inovadores, Holt revela la horrible verdad acerca de la psicología de la enseñanza pública y yo creo, la llave de los micro mecanismos del imperialismo Estadounidense. Este libro es mucho mas que una bolsa de engaños de los maestros como lo dice su cubierta, el capítulo más Germánico que existe es “El Asesinato del Ser.”

Holt aplica vistas interiores acerca de la psicología humana de Ronald Laing The Divide Self para mostrar como los profesores conducen a los niños a la locura. O más aún a la disonancia cognitiva para guardar la pequeña cantidad de cordura que puedan rescatar. Él señala la represión física impuesta por las escuelas, tal como que “ los niños no solo necesitan estar sentados en sus pupitres la mayor parte del día sin posibilidades de moverse o estirarse, como tampoco se les permite cambiar su posición o moverse en sus sillas,” restricciones que los adultos no soportarían por mucho tiempo. Comparando la escuela pública con la propiedad de esclavos negros, sigue describiendo la condición psicológica en la cual los padres son colaboradores inocentes:

[L]as escuelas son la única organización en nuestros tiempos que puede hacer que la gente acepte y se culpe a si mismo de su propia opresión y degradación. Los padres no pueden y no deben decir a sus hijos “ no puedo evitar que tu profesor te desprecie, te humille y te maltrate, porque las escuelas tienen mas fuerza política que yo y ellas lo saben. Pero tu no eres lo que ellos piensan y dicen que eres y quieren hacerte pensar que eres. Tu haces bien en querer resistirlos y aún si solo los resistes en tu corazón, resístelos ahí.” Por el contrario y contra sus deseos e instintos, ellos creen y deben tratar de hacer que sus niños crean que las escuelas siempre están bien y los niños mal, que si el maestro dice que eres malo por cualquier razón, o sin ninguna, tu eres malo. Por lo tanto entre la mayoría de los pobres y aún en muchos de la clase media cuando las escuelas dicen malo acerca de un niño los padres lo aceptan y utilizan toda la fuerza que consideren necesario para hacer que el niño lo acepte. Viendo que sus padres lo aceptan, el normalmente lo acepta. Por lo tanto — espero que dentro de poco — algunos padres hayan tenido conocimiento · el padre que no hace mucho dijo a James Herndon, autor de The Way It Spozed to Be “ Por años las escuelas han estado haciendo que odie a mi hijo.” Aún los más crueles y opresivos racistas difícilmente han logrado que la gente haga eso.5

A diferencia de los padres de los esclavos que ordenaban a sus hijos actuar con subordinación hacia el amo para librarlos de daños, los padres actualmente ordenan a sus hijos actuar con subordinación porque ellos piensan que es lo correcto. Como resultado, la realidad en las escuelas de niños, no tiene hacia donde voltear, no tiene hacia donde ir, no hay asilo aún en los brazos de su madre contra sus abusadores. Con la vieja excusa “ Es por tu bien “ la cuña insertada entre padres e hijos precisamente por el hecho de enrolarlos en la escuela, equivalente a empujar a niños chiquitos fuera de su hogar antes de que estén listos, es manejado posteriormente al termino de cada semestre.

Pero esto empeora, esta tortura psicológica por medio de la negación de la realidad, a la que alguna vez muchos profesores estuvieron abiertos, innegablemente sadistas, esgrimiendo garrotes a sus recalcitrantes cargos. Ahora Estados Unidos tiene una educación terapéutica con “cuidadores” que muestran sonrisas mientras cometen sus abusos. Ellos pregonan que aman a tus hijos, que lo único que tienen en el corazón es el bienestar y que están trabajando hacia un mundo de paz,6 mientras lo denigran y lo humillan. Sucedió que los padres sabían que las escuelas eran desagradables y simpatizaron con sus hijos mientras eran incapaces de rescatarlos. Actualmente los padres y todos los adultos constantemente mandan mensajes a los niños diciendo que la escuela es divertida. Muchos niños creen que la escuela es divertida, porque ellos quieren creerlo para complacer a sus padres. Ellos necesitan creer que la escuela es divertida para estar en condiciones de estar en ella al día siguiente. Pero haga un experimento como lo hice yo. Pregunte a los niños quienes dicen que aman a la escuela que hagan una lista de que es lo que aman de la escuela. Yo le garantizo que va a tener respuestas como las celebraciones con pizzas, los viajes al campo, la hora del lunch, estar con sus amigos, los deportes a la salida de la escuela, esto es todo, lo que no sea de la escuela en la escuela, todo lo que sea fuera del salón de clases, todo excepto la escuela misma.

Bajo el microscopio gubernamental en su diaria vida académica, cualquier niño es incapaz de desarrollar una verdadera autoestima así que adoptan la estrategia de obtener la aprobación de otros en su provecho, o se desquitaran y vivirán una tormentosa vida en constante batalla con cualquier autoridad. Lo primero se vuelve “Lo que se debe hacer” memorizando obedientemente el material aprobado por el gobierno en sus libros de texto, llenándose de respuestas aprobadas por el gobierno, en sus interminables y sin sentido papeles de trabajo, volteando en sus padres un montón de desafió, e inconscientemente cegándose a cualquier realidad que no concuerde con el currículo de estudios imperial nacional:

Estados Unidos es el país mas libre del mundo;

Pagar impuestos en nuestra principal obligación cívica;7

Ningún Presidente de EE.UU. iniciaría una guerra por motivos políticos;

Todos los fundamentalistas religiosos son peligrosos y terroristas potenciales;

EE.UU. debe hacer al mundo seguro para la democracia;

Milosevic ( o su jefe de estado del día) es un Hitler Servio;

Extinciones de especies, la contaminación, el calentamiento de la tierra y el agujero de ozono son las grandes atenciones de la humanidad; y así sucesivamente.
Sin la habilidad para reconocer la realidad, el deber ser absorbe esta colección empacada de opiniones recibidas con alegría y buena voluntad, dependiendo de ellas los últimos vestigios de su cordura. Ellos se vuelven agentes ansiosos e inconscientes del Imperialismo Estadounidense, cada generación más inconsciente y fervorosa que sus padres que los antecedieron.

Los niños con espíritu que pueden salvar su autoestima, los que reconocerán a sus opresores por lo que son y escogen combatirlos esta creciendo, incapaz de escapar, evadiéndose o sin graduarse. Ellos están marcados con varias etiquetas que los van a perseguir durante toda su vida académica,8 prescribiéndoles drogas siquiátricas para hacerlos dóciles, enrolándolos en programas más intensivos de lavado de cerebro. El promover negarles la licencia de manejo a los faltistas, la Meta 2000, Sistema de Escuela para trabajo por medio del cual los trabajos estarán cerrados para estudiantes indeseables y las ultimas “reformas” a la educación preescolar tienden a controlar a estos niños y eliminar la deserción.

El Antídoto contra el Imperialismo
La mejor esperanza para el rechazo del Imperialismo Estadounidense y el resurgimiento del amor por la libertad es la educación en casa.

Las familias con educación en casa viven sus vidas con un nivel de intimidad similar al que las familias acostumbraban disfrutar antes que se diera la masiva interferencia de los programas de gobierno y las políticas en este siglo. La intimidad familiar es el principio elemental para construir un saludable cimiento emocional para nuestros hijos.

Las familias con educación en casa viven sus vidas inmersas en el mundo real. No están sujetas en el confinamiento de un extraño mundo Kafquiano, surrealista en la uniformidad de edad de sus residentes, su falso y sin sentido sistema de reconocimiento, sus reglas totalmente arbitrarias y sus distorsionadas convenciones sociales. Estando en el mundo real se mitigan las negaciones extremas que suceden en la disonancia cognitiva.

Los niños con educación en casa no son separados, demasiado pronto, de sus padres y sumergidos dentro de un ambiente de padres desobligados para defenderse a si mismos sin la seguridad y guía de su familia. Tampoco se les alimenta con una corriente constante de propaganda, ni se les evita aprender a leer, ni se les inculca repugnancia al aprendizaje, ni son manipulados psicológicamente y drogados a la obediencia.

Puede ser que a las familias con escuela en casa les tome tiempo desprenderse de las lavadas de cerebro de la escuela pública que tuvieron los padres, pero con la libertad intelectual llegará el inevitable rechazo a las mentiras del gobierno y la sofistería estadística. Yo pronostico que los estudiante de enseñanza en casa dominarán a la minoría que traiga la próxima revolución estadounidense, tal como los que estudiaron en casa dominaron esa minoría en la primera revolución estadounidense.9 Y espero que la escuela en casa de mi familia sea parte de ello.

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Cathy Cuthbert is a homeschool mother in California. She is the editor of The School Liberator, published by the Alliance for the Separation of School & State, an educational organization leading the movement to end government involvement in education of children. This article was first published in lewrockwell.com.

Cathy Cuthbert, en California, es una madre con escuela en casa. Ella es editora de The School Liberator, publicada por The Alliance for the Separation of School & State, la organización educativa líder en el movimiento para terminar la intromisión del gobierno en la educación de los niños. Este artículo fue publicado por primera vez en lewrockwell.com.

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1. En tiempos de la colonia había una ley de educación, que no era uniformemente observada y se volvió generalmente desatendida. La Ley de 1852 se atoró.

2. Vea Falsedad en tiempos de guerra: Las mentiras de la propaganda de la Primera Guerra Mundial por Arthur Ponsomby.

3. Vea Callándonos y la audio cinta “ La Tiranía de la Educación del Gobierno” ambos disponibles en los libros del Dejar Hacer.

4. No obstante con detectores de metal, policías armados (guardias entrenados), perros detectores de drogas, cámaras de vigilancia y encierros, la diferencia entre los dos se está estrechando.

5. Que hago el lunes, primera edición pagina 56-7

6. Alguna vez fui reprendido por gritarle a un rufián en el momento en que tomaba un puñado del pelo de mi hijo. Esta nueva era de sicología new age, pop, aduladora que me niega el derecho a proteger a mi hijo de tres años, dijo que la razón por la cual le enseñan a los niños artes marciales, es para alentar la paz mundial.

7. Escuchamos a una maestra de escuela pública decir esto a su clase durante un viaje de salida al museo.

8. Y si exponerlos al microscopio del gobierno no es suficientemente, ahora los padres solicitan que sus hijos sean etiquetados con Síndrome de Déficit de Atención para recibir limosnas del gobierno de la Seguridad Social para Incapacitados y los adultos se están etiquetando a sí mismos para recibir trato preferencial en sus lugares de trabajo bajo el decreto de Estadounidenses con discapacidad.

9. Jefferson, Franklin, Washington, Madison, Henry y un tercio de los hombres que firmaron la declaración de Independencia, los artículos de la confederación y la constitución de los estados Unidos fueron educados en casa.

La Escuela Dominical y la Escuela del Lunes

A lgunas personas creen que el sistema de escuelas públicas en norteamérica está deteriorado, y por lo tanto, se esfuerzan para repararlo. Pero la verdad es que el sistema de escuelas públicas no está deteriorado. Por el contrario, su objetivo principal se cumple exitosamente: fortalecer al gobierno debilitando a los padres. El sistema de educación estatal, gratuita y obligatoria, está basado sobre tres falsas premisas, a saber, comportamentalismo, paternalismo, doctrina del bienestar y socialismo

El Comportamentalismo
Durante la década de 1840, Horace Mann lideró la sustitución de las escuelas eclesiales y las caseras, que fueron reemplazadas por escuelas estatales, administradas por los estados, los distritos o los condados. Las mencionadas escuelas (eclesiales y caseras) habían prestado un gran servicio a millones de norteamericanos durante dos siglos. Esta nueva forma de educación difundó la idea de que la vida humana puede ser dividida en compartimientos, algunos de los cuales tienen que ver con el sentido y al propósito de la vida (hogar, iglesia, templo, club filosófico, etc.), y algunos de los cuales no tienen tal vínculo (escuela, trabajo, política.)

En nuestra sociedad pluralista, la idea de educación pública prontó derivó en el hecho de que los maestros no podían, por prohibición, discutir sobre las cuestiones más fundamentales de nuestra vida: ¿Por qué estoy aquí?, ¿la vida tiene un propósito más allá de vivir feliz setenta o sesenta años?, ¿qué significa la felicidad?

Al prohibir que los maestros y los estudiantes discutieran sobre estos profundos temas, el sistema norteamericano destruyó la idea misma de educación para los niños. Primero, porque trivializa la escuela, convirtiéndola en una simple acumulación de datos que serán objeto de exámenes, convirtiendo en robots a quienes de otra forma estarían aprendiendo. Segundo, este sistema sitúa a los sentimientos como criterio primario de decisión. Ya no se preguntará “¿qué piensas de esto? sino “qué sientes sobre esto?”

Hoy por hoy, las esculas le enseñan a los niños a “mirar a su interior” para descubrir “lo que está bien o mal, para descubrir su propia verdad y ser sincero con los sentimientos”. La chica de New Jersey que arrojó su bebé a un basurero, al igual que Tinmothy McVeigh (responsable de la bomba de Oklahoma), y los asesinos de Columbine, obtendrían la máxima calificación en el “Examen de sinceridad con tus propios sentimientos” (TYFT: True to your feelings test)

El Paternalismo
Los norteamericanos han aceptado, de forma gradual, la idea de que los padres no están calificados para encargarse de la educación de sus hijos. Lo que antes eran deberes auténticos de los padres, se los hemos arrebatado para dárselos al estado. La intromisión del estado en el tratamiento del ausentismo escolar es un buen ejemplo. En 1852, los políticos de Massachusets idearon esta forma de usurpar la autoridad paternal. Hoy por hoy, un padre no puede enviar a su hijo, el cual se resiste a ir a la escula, a un programa de aprendizaje sustituto.

Si un atleta no ejercita sus músculos, se volverá débil; y si un padre no ejerce sus responsabilidades, se volverá débil moralmente.

Ahora, al separar la escula del estado, ¿no es posible que los hijos de padres irresponsables sufran un gran daño?

La utopía no es una opción disponible, más el mejoramiento continuo sí lo es. Si seguimos el camino del paternalismo, continuaremos debilitando a los padres. Si volvemos a los tiempos en que los padres tenían responsabilidades, la restauración de la paternidad saludable será un hecho.

La Doctrina del Bienestar
En la década de 1840, el Movimiento por la Educación Pública (Common School Movement), difundió la idea de que todos los niños tenían derecho a ser educados a expensas de la gente común.

Esto hizo que en la conciencia norteamericana se asentara una extraña noción de exigibilidad. Palabras adornadas, como “derechos” y “cuidado”, ocultan el verdadero aspecto de la doctrina del bienestar, a saber, tomar dinero de las personas para financiar la educación gratuita. Si la construcción pública de viviendas es parte de la doctrina del bienestar, la educación pública también lo es. Si un almuerzo gratis al mediodía es parte de la doctrina del bienestar, una clase gratuita de matemáticas a las 10:00 AM también lo es.

Después de 150 años, la mencionada noción de exigibilidad se ha convertido en una expansiva gangrena moral entre muchos norteamericanos, para los cuales el mundo les debe financiar “una forma de vida, por cierto, una muy cómoda.”

El Socialismo
La educación pública encaja perfectamente en la definición de socialismo que aparece en los textos: “Propiedad y administración estatal de los medios de producción.”

El socialismo fracasa debido a sus errores morales y a su falta de respeto por la dignidad del ser humano individual. Las estructuras socialistas ignoran los mensajes que vienen del consumidor, y dan incentivos perversos a los empleados. El simplecambio de los miembros de una junta de educación no corrige las fallas de la educación pública, así como el cambio de adminsitradores de las granjas colectivas soviéticas no causaba un aumento en la producción de trigo.

Aquellos que tratan de reformar la educación pública se parecen a los líderes de la Perestroika, quienes trataron de corregir el socialismo. Necesitamos restaurar la idea fundamental de norteamérica, a saber, que la libertad funciona mejor que el socialismo.

En resumen, la forma de salir de este embrollo educativo es hacer con las escuelas lo que hicimos con las iglesias.No debemos dejar que el gobierno las financie, que ordene asistir a ellas o regule el contenido de lo que se enseña. En otras palabras, debemos evitar que el gobierno se entrometa en la escuela del lunes, así como no permitimos que se entrometa en la escuela dominical.

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Marshall Fritz es presidente de la Alianza para la Separación de la Escuela y el Estado. Esta es una entidad sin ánimo de lucro que tiene como propósito de mejorar la educación para todos, especialmente para los más pobres, buscando desligar al estado del financiamiento de las ewcuelas y el contenido de la educación.

Si quiere saber más sobre nuestro movimiento, visite nuestra página web http://www.HonestEdu.org o llame al 559-499-1776. Si quiere enviar su solicitud via fax, hágalo al 559-499-1703. Marshall Fritz vive en fresno, California con su esposa, con la cual lleva 36 años de matrimonio. Cerca de él están al menos cinco de sus seis nietos.

Crisis y ocaso del Imperio

Eric Hobsbawm suma críticas al “imperio” de EE.UU. y dice que aunque ese país no controla Irak, desde la desaparición de la URSS y los atentados de 2001 nadie compite con su poder. El dólar como divisa mundial; el expansionismo a través de países aliados; estados independientes, que finalmente obedecen a Washington; y la certeza de los neoconservadores de ser instrumentos de Dios son, según Hobsbawm, los pilares de este imperio que finalmente fracasará debido a las graves crisis que padece en su interior.

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Eric Hobsbawm.

Tres hilos conductores relacionan a los Estados Unidos globales de la era de la Guerra Fría con el intento de afirmar su supremacía mundial a partir del año 2001. El primero es su posición de dominación internacional, fuera de la esfera de influencia de los regímenes comunistas durante la Guerra Fría, y en el plano global desde la desintegración de la URSS. Esa hegemonía ya no se basa en la magnitud de la economía estadounidense. Si bien esta es importante, declinó a partir de 1945, y esa relativa declinación continúa. Ya no es el gigante de la producción global. El centro del mundo industrializado se desplaza con rapidez hacia la mitad oriental de Asia. A diferencia de los países imperialistas anteriores, y de la mayor parte de los demás países industriales desarrollados, los Estados Unidos dejaron de ser un exportador neto de capital y de ser el principal actor del juego internacional de compra o instalación de empresas en otros países, y la fuerza financiera del Estado reside en la persistente disposición de otros, sobre todo de los asiáticos, a mantener un déficit fiscal que de lo contrario sería intolerable.

En la actualidad, la influencia de la economía estadounidense descansa en gran medida en el legado de la Guerra Fría: el papel del dólar estadounidense como divisa mundial, las conexiones internacionales de las firmas estadounidenses que se crearon durante esa era (sobre todo en industrias relacionadas con la defensa), la reestructuración de las prácticas comerciales y transacciones económicas internacionales según pautas estadounidenses, a menudo con el auspicio de firmas estadounidenses. Se trata de elementos poderosos que seguramente sólo se reducirán con lentitud. Por otro lado, tal como lo demostró la guerra de Irak, la gran influencia política de los Estados Unidos en el exterior, que se basaba en una verdadera “coalición voluntaria” contra la URSS, no tiene bases similares desde la caída del Muro de Berlín. El enorme poder tecnológico-militar de los Estados Unidos resulta imposible de desafiar. Hace de los Estados Unidos actuales la única potencia capaz de una intervención militar efectiva inmediata en cualquier lugar del mundo, y en dos ocasiones demostró que puede ganar guerras pequeñas con gran rapidez. Sin embargo, como indica la guerra de Irak, ni siquiera esa capacidad destructiva basta para imponer un control eficaz en un país que resiste, y menos aún en el mundo. A pesar de ello, el dominio de los Estados Unidos es real, y la desintegración de la URSS lo hizo global.

El segundo hilo conductor es el peculiar estilo del imperio estadounidense, que siempre prefirió los estados satélite o los protectorados a las colonias formales. El expansionismo implícito en el nombre elegido para las trece colonias independientes de la costa este del Atlántico (Estados Unidos de América) era continental, no colonial. El expansionismo posterior del “destino manifiesto” fue tanto hemisférico como orientado al este de Asia, y tuvo como modelo la supremacía marítima y el comercio global del imperio británico. Hasta podría decirse que, en su afirmación de una completa supremacía estadounidense sobre el hemisferio occidental, era demasiado ambicioso como para verse limitado a la administración colonial de sus partes.

Así, el imperio estadounidense consistió en estados técnicamente independientes que obedecían a Washington, pero, dada su independencia, eso exigía una constante disposición a ejercer presión sobre los gobiernos, lo que comprendía presiones de “cambio de régimen” y, donde era posible (tal como en las minirrepúblicas de la región del Caribe), periódicas intervenciones armadas estadounidenses.

El tercer hilo conductor relaciona a los neoconservadores de George Bush con la certeza de los colonos puritanos de ser un instrumento de Dios en la tierra y con la Revolución Americana que, como todas las grandes revoluciones, desarrolló convicciones misioneras mundiales sólo limitadas por el deseo de proteger a la nueva sociedad de libertad universal de la corrupción del Viejo Mundo. La forma más eficaz de resolver el conflicto entre aislacionismo y globalismo fue algo que se explotó de manera sistemática en el siglo XX y que Washington sigue utilizando en el siglo XXI. Suponía descubrir un enemigo externo que representara una amenaza inmediata y mortal para el estilo de vida estadounidense y la vida de sus ciudadanos. El fin de la URSS eliminó al candidato más obvio, pero para principios de los años 90 ya se había detectado otro en el

“choque” entre Occidente y otras culturas renuentes a aceptarlo, sobre todo el islam. De ahí que los dominadores mundiales de Washington de inmediato reconocieran y explotaran las enormes posibilidades políticas de los atentados de Al-Qaeda del 11 de setiembre.

La Primera Guerra Mundial, que convirtió a los Estados Unidos en una potencia global, presenció el primer intento de llevar a la realidad esas visiones de conversión mundial, pero el fracaso de Woodrow Wilson fue espectacular, y tal vez debería ser una lección para los ideólogos actuales de la supremacía mundial de Washington, quienes con toda razón reconocen a Wilson como predecesor. Hasta el fin de la Guerra Fría, la existencia de otra superpotencia les imponía límites, pero la caída de la URSS los eliminó. Francis Fukuyama proclamó de forma prematura “el fin de la historia”, el triunfo universal y permanente de la versión estadounidense de sociedad capitalista. Al mismo tiempo, la superioridad militar de los Estados Unidos alentó una ambición desproporcionada en un estado lo suficientemente poderoso como para creerse capaz de la supremacía mundial, algo que nunca hizo el imperio británico en su momento. De hecho, cuando comenzó el siglo XXI, los Estados Unidos ocuparon una posición sin precedentes y extraordinaria en términos históricos de influencia y poder global. Por ahora es, según los criterios tradicionales de la política internacional, la única gran potencia, y sin duda la única cuyo poder e intereses se extienden a todo el mundo. Domina a todas las demás.

Todos los grandes imperios y potencias de la historia sabían que no eran los únicos, y ninguno estuvo en posición de apuntar de forma genuina a la dominación global. Ninguno de ellos se consideraba invulnerable.

Sin embargo, eso no explica del todo la evidente megalomanía de la política estadounidense desde que un grupo de funcionarios de Washington decidió que el 11 de setiembre les daba la oportunidad ideal para declarar su dominio sobre el mundo. Y la razón es que carecieron del apoyo de los pilares tradicionales del imperio estadounidense posterior a 1945, el Departamento de Estado, las fuerzas armadas y la inteligencia, y de los estadistas e ideólogos de la supremacía de la Guerra Fría, de hombres como Kissinger y Brzezinski. Estos eran personas tan implacables como los Rumsfeld y los Wolfowitz. (Fue en su época que en Guatemala tuvo lugar un genocidio de mayas en los años 80.) Habían elaborado una política de hegemonía imperial sobre la mayor parte del mundo durante dos generaciones, y estaban dispuestos a extenderla a todo el globo. Criticaron y siguen criticando a los planificadores del Pentágono y a los neoconservadores que impulsan la supremacía mundial porque es evidente que éstos no tienen más ideas concretas que la imposición de su supremacía mediante la fuerza militar, con lo que tiran así por la borda toda la experiencia acumulada de planificación militar y diplomacia de los Estados Unidos. No cabe duda de que el desastre de Irak confirmará su escepticismo.

Incluso aquéllos que no comparten la opinión de los viejos generales y procónsules del imperio mundial de los Estados Unidos (que fueron tanto los de los gobiernos demócratas como los de los republicanos) coincidirán en que no puede haber ninguna justificación racional para la política actual de Washington en términos de los intereses de las ambiciones imperiales estadounidenses o los intereses globales del capitalismo estadounidense.

Puede ser que sólo tenga sentido en términos de cálculos, electorales o de otro tipo, de la política interna de los Estados Unidos. Puede ser un síntoma de una crisis más profunda en el seno de la sociedad estadounidense. Puede ser que represente la colonización —cabe esperar que por poco tiempo— del poder de Washington por un grupo de doctrinarios cuasi revolucionarios. (Por lo menos un defensor »ex marxista’’ de Bush me dijo, y sólo a medias en broma: “Después de todo, esta es la única oportunidad de apoyar la revolución mundial que parece aproximarse.”) Todavía no puede darse respuesta a esas preguntas.

Es indudable que el proyecto fracasará. Sin embargo, mientras continúa, seguirá haciendo del mundo un lugar intolerable para aquéllos que se vean expuestos en forma directa a la ocupación armada estadounidense, y un lugar menos seguro para el resto de nosotros.

(c) The Guardian y Clarín. Traducción de Joaquín Ibarburu.

Extracto del prólogo a la nueva edición de America: The New Imperialism From White Settlement to World Hegemony. de V. G. Kiema

El previsible fin del Imperio estadounidense

El previsible fin del Imperio estadounidense
Visiones del Apocalipsis

Manuel Talens
www.manueltalens.com

El que tenga entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis Apocalipsis 13: 18

El Imperio estadounidense, ya se sabe, está situado allá arriba, en la cumbre, y la izquierda mundial se acostumbró hace tiempo a mirarlo desde abajo, con la mentalidad del mosquito que sólo puede molestar al gigante, zumbar a su alrededor, gritar, plantarle cara, pero no derribarlo. Todo izquierdista de nuestros días siente en su interior el suplicio de la impotencia ante la supuesta invencibilidad imperial. Sin embargo, ¿qué pasaría si algo hubiera cambiado, si el dólar –sostén financiero de Estados Unidos– estuviese en fase terminal de una enfermedad incurable y sólo bastara con darle un fácil golpe para provocar la caída del Imperio? Este ensayo explora ese camino y para ello no se basa en ingenuas ilusiones, sino en textos económicos objetivos y verificables. Se trata de un punto de vista insólito, radical, originado en el entorno de geólogos anglófonos inquietos por el inminente cenit del petróleo, que altera profundamente el análisis proyectivo habitual de la política planetaria. Pero no está permitido el júbilo, pues en caso de que estos postulados lleguen a cumplirse y el Imperio muera en un futuro cercano, las profecías del Apocalipsis podrían convertirse en realidad.

Durante el pasado otoño de 2004 las noticias se fueron sucediendo de manera vertiginosa. El presidente George W. Bush ganó de nuevo las elecciones estadounidenses y proclamó el deseo de continuar la misma política exterior de su primer mandato; la posguerra de Irak siguió ensangrentando el país de la antigua Babilonia en una espiral de violencia que no presagiaba nada bueno; murió Arafat, sin haber conseguido el objetivo de su lucha; Ucrania, una antigua república de la Unión Soviética situada hasta ayer mismo en el bando de Rusia, se pasó a Occidente tras una apuesta electoral que los creadores de ficción político-publicitaria han dado en llamar la «revolución naranja»; Cuba y Venezuela, los dos países díscolos de la América Latina, siguieron en el punto de mira del Pentágono y, entre toda esta maraña, la inminente crisis del petróleo asomaba sólo de vez en cuando su tímido rostro en los medios globales. Los troncos de los árboles impedían ver el bosque.

Fue por entonces, el 1 de diciembre de 2004, cuando apareció la noticia en internet, surgida de la pluma de Michael C. Ruppert, redactor y editor del sitio web From The Wilderness (FTW), en un informe titulado As The World Burns, luego traducido al español (Mientras el mundo arde) por los internautas de Crisis Energética. ¿Qué decía ese informe? Básicamente lo que sigue:

Tomando como exergo una cita de John Lennon, «La vida es lo que sucede mientras tú haces otros planes», Ruppert dibujó el paisaje marchito del final de un Imperio, el de los Estados Unidos de América del Norte, cuyos planes de dominio global absoluto desde la caída de la URSS le han impedido ver que la vida de sus enemigos continuaba entretanto por otros derroteros, menos espectaculares que los de la fanfarria militar, pero mucho más sólidos y seguros cuando llegue el momento del asalto definitivo en la guerra planetaria: los de la economía.

Nadie puede vencer a Estados Unidos haciendo uso de las armas, pues su fuerza es tan descomunal que podría aniquilar en el campo de batalla a todas las naciones reunidas. Pero hay otras maneras de proceder y una de ellas, tan antigua como la espada, consiste en asfixiar económicamente al adversario. Lo trágico para Washington es que, hoy, se halla al borde del abismo y a la merced de sus viejos enemigos, que tienen la capacidad de aniquilar el dólar en cuestión de minutos. Sin el respaldo mágico de dicha moneda, Estados Unidos no será nada. La deuda externa que arrastra el gobierno federal es ya incontrolable y convierte a ese país en el más hipotecado de la historia. El 19 de noviembre de 2004 el presidente Bush firmó una ley que autoriza al gobierno de Estados Unidos un límite superior de endeudamiento de 8.200 billones de dólares, es decir, esos cuatro dígitos seguidos de nueve ceros, medida que fue considerada necesaria por haberse sobrepasado el anterior límite de 7.400 billones. Ni que decir tiene que, al ritmo que van las cosas, en cualquier momento de este año se alcanzará el nuevo techo. Además, el déficit comercial estadounidense alcanzó un récord histórico en 2004 al crecer un 24,5%, hasta 617.730 millones de dólares, debido al aumento de las importaciones, sobre todo de China. Hasta hoy, a pesar de esos dos enormes agujeros en la línea de flotación, Estados Unidos ha evitado el naufragio gracias al capital extranjero, pues por razones de seguridad –¿quién se atreve a dudar de la solvencia del Imperio?– y por ser el US$ la divisa del comercio internacional, la economía estadounidense recibe a diario la inyección salvadora de un mínimo de 2.800 millones de dólares procedentes del exterior –1.022.000 millones por año–, sobre todo mediante la compra de bonos del Tesoro. Además, los bancos centrales de todo el mundo, desde China a Suecia, desde Rusia a la Arabia Saudita, desde Australia a Chile, han venido guardado sus reservas de divisas en billetes verdes de dólar, todo lo cual contribuye a mantener artificialmente con vida una moneda que, sin el gotero intravenoso continuo de tales «benefactores», hace tiempo que habría corrido la misma suerte que el peso argentino de los tiempos de la hiperinflación.

Aquí es donde interviene la crisis energética, un asunto del que los medios de masas sólo han empezado a ocuparse hace poco tiempo, y de manera superficial –quizá para que no cunda el pánico–, pero que los expertos en geología energética como King Hubbert, Colin J. Campbell, Jean Laherrère, Albert Bartlett, Richard Duncan o Dale Allen Pfeiffer llevan años prediciendo. El cenit del petróleo, a saber, el momento en que las extracciones de ese combustible empezarán a disminuir cada año hasta su total extinción, se iniciará pronto, entre 2008 y 2016. Según el más reciente boletín cibernético de noticias de la ASPO (siglas inglesas de la Asociación para el Cenit del Petróleo y el Gas), eso no significará que vayamos a quedarnos sin combustible de improviso, pero su efecto será devastador, pues dado que el sistema capitalista en que vivimos se basa en el crédito de capital ficticio, bajo la premisa de que el crecimiento económico continuado generará plusvalía para que todo deudor devuelva los préstamos con sus intereses y que, a su vez, dicho crecimiento continuado se fundamenta por completo en la energía obtenida de los combustibles fósiles, la caída del petróleo –si antes no ha llegado el Apocalipsis, como veremos más abajo– significará en primer lugar el fin del crecimiento, luego el crecimiento negativo, el desempleo generalizado, las quiebras espectaculares, la volatilización del papel moneda y, consecuencia lógica, la desaparición pura y simple de la afluencia cotidiana de capital exterior que ahora sostiene la economía estadounidense. Ya lo dijo una vez el cáustico Noam Chomsky: nueve de cada diez dólares de los que circulan en los mercados son especulativos y no se sustentan en bienes físicos «reales». Tras el cenit del petróleo, el dólar se depreciará hasta su auténtico valor, es decir, ninguno.

Es indudable que los estrategas de Washington saben de sobra que esta cadena fatal de acontecimientos tendrá lugar de manera matemática y ésa es la razón principal de sus guerras petroleras, una especie de huida hacia adelante que busca controlar todos los recursos fósiles del planeta antes de su extinción. A Paul Wolfowitz, el secretario adjunto de Defensa de Estados Unidos, se le escapó el siguiente lapsus en Singapur a finales de mayo de 2003: «Veámoslo de forma sencilla. La diferencia más importante entre Corea del Norte e Irak es que, económicamente, en Irak no teníamos alternativa. El país nada en un mar de petróleo.» Y, a pesar de todo, con una población mundial en imparable crecimiento y cada vez menos petróleo para nutrir este voraz desarrollismo que cada vez necesita más energía, el futuro del siglo XXI, tal como se lo plantea el sistema capitalista, sencillamente no existe. A partir del cenit, el mundo ya no será igual, pues no hay otra fuente de energía alternativa capaz de hacer funcionar la ciclópea maquinaria de Occidente durante mucho tiempo –y de manera tan eficaz– como los combustibles fósiles, ya que las reservas probadas de uranio para los reactores nucleares (4,5 millones de toneladas) durarán sólo setenta años al ritmo de consumo actual (60.000 toneladas anuales), pero muchísimos menos si han de reemplazar al petróleo. En cuanto a los generadores eólicos o las placas solares fotovoltaicas, es mejor ni hablar. Los primeros son tan imprevisibles como el viento y, sobre las segundas, se debate si en verdad son una fuente real de energía o un sumidero por el que ésta se escapa. Resulta extraño que, siendo sistemas productores de electricidad –un bien de consumo cada vez más escaso–, las placas solares necesiten ser subsidiadas por los gobiernos con casi seis veces el precio que se paga en el mercado por la energía que generan –y con créditos muy blandos–, para que resulten económicamente rentables. Sin embargo, el aspecto más débil de ambas fuentes es que el viento y el sol sí son renovables, pero no las complejísimas máquinas que se necesitan para producir energía con ellas, cuyo lapso de vida está limitado a pocos lustros y cuya fabricación hoy descansa por completo en el petróleo. ¿En qué descansará mañana, cuando éste no exista? Peor aún, tampoco generan energía sin parar, como requiere nuestra sociedad eléctrica, ni está resuelta la cuestión de cómo almacenar la que generan para redistribuirla sin altibajos a lo largo de horas y meses, sobre todo cuando de lo que se trata no es de llevar luz a una casita rural, sino de sustituir los 9.000 millones de toneladas de petróleo que hoy consumimos al año. La ecuación «alternativa» no cuadra.

Sentadas estas condiciones, Ruppert procede a analizar la situación política y económica del planeta: China, el gigante dormido, está despertando. Su crecimiento económico se sitúa por encima del 9% anual y, para ello, necesita cantidades colosales de petróleo, que crecen un 7% cada año, lo cual sin duda acelerará la llegada a su cenit de producción. Con vistas a asegurarse el suministro, el gobierno chino firmó el pasado noviembre el mayor contrato energético de la historia de Irán, así como acuerdos con Venezuela, Argentina, Brasil y Cuba y con otros países africanos productores, como Sudán. Además, paga más por el petróleo que el precio del mercado, lo cual la pone en superiores condiciones cara a la competencia con Estados Unidos. Al mismo tiempo, su floreciente economía –basada en una mano de obra ultrabarata que ha convertido al país en la factoría donde se fabrican buena parte de los bienes manufacturados del mundo– ingresa a diario sumas pantagruélicas de dólares, una parte de los cuales toman de inmediato el camino de los bancos estadounidenses a cambio de bonos del Tesoro, mientras que el resto permanece en las arcas del Banco Central de China, que posee en la actualidad más de 500.000 millones en divisas.

Sin embargo, con ser gravísimo estar tan endeudado, éste no es el único problema del Imperio, pues se le suma la aparición hace muy poco de una nueva moneda en el horizonte, el euro. Buena parte del valor de las cosas, si no toda, se basa en la fe que el mundo deposita en ellas. Con el dinero sucede igual. El dólar está perdiendo día a día la batalla contra el euro, de tal manera que el capital globalizado –por definición, apátrida y sin piedad– abandonará muy pronto la divisa estadounidense como moneda de cambio, para adoptar el euro. De hecho, parece cierto que el Irak de Sadam Husein planeaba dar dicho paso y ésa fue, posiblemente, la auténtica razón de la guerra o al menos una tan primordial como el control del subsuelo iraquí. La OPEP podría darle también en breve la bienvenida al euro.

Y entonces ¿qué pasará? He aquí la hipótesis apocalíptica que emite Ruppert como conclusión de lo anterior: «La primera tarea para los principales sujetos económicos del mundo es empezar a deshacerse de sus dólares, antes de que quiebren. Rusia, Indonesia, Japón, México y la India ya han empezado a realizar tales movimientos. El Financial Times informó el 26 de noviembre que unos simples rumores en China de que su Banco Central podría aprobar la venta de bonos del Tesoro casi provoca el pánico en los mercados financieros antes de que el rumor (un sondeo evidente) se negase. En el momento que China comience a vender dólares, el resto del mundo echará abajo las puertas del banco para deshacerse de los suyos tan rápido como sea posible. […] En algún punto, probablemente a lo largo del próximo año, tendrá lugar el descontrolado ataque contra el dólar y entonces las brasas financieras se convertirán en llamas.» Llegados a este momento, vale la pena añadir que ni Michael C. Ruppert ni todos los demás geólogos citados más arriba son hombres de izquierda, sino ciudadanos con sentido común que desean un capitalismo sano y perdurable y ven con horror cómo éste se hace el harakiri a fuerza de despilfarro.

No ha transcurrido mucho tiempo desde que Ruppert publicase sus palabras proféticas en internet. Desde entonces, veamos algunas noticias subsiguientes, escogidas al azar en los medios globales: el año 2004 terminó con el anuncio de que China acababa de firmar acuerdos multimillonarios con Cuba y Venezuela; el 28 de enero Bill Gates, el hombre más rico del mundo –capitalista antes que patriota–, apostó contra la moneda de su país y dijo en Davos: I’m short the dollar, the ol’ dollar it’s gonna go down («No tengo dólares, el viejo dólar se hunde»); el 1 de febrero, el Wall Street Journal anunció que el gobierno que preside Hugo Chávez va a vender su participación en ocho refinerías estadounidenses con el fin de reducir los vínculos petroleros entre este gobierno latinoamericano y su principal cliente y adversario ideológico; dos días después, el 3 de febrero, El País informaba de un discurso televisado del presidente cubano Fidel Castro, en el que éste, tras ironizar sobre el hecho de que la Unión Europea le esté perdonando la vida a Cuba, afirmó rotundamente que «Cuba no necesita de Estados Unidos ni de Europa… hemos aprendido a prescindir de ellos». Asimismo el 3 de febrero, la edición electrónica del India Daily anunció que Rusia y China acababan de unir fuerzas para contrarrestar la influencia militar y económica global de Estados Unidos y Europa. Como por casualidad, un par de días más tarde, el 5 de febrero, El País publicó un titular en la sección de Economía que rezaba así: «Rusia incorpora al euro como moneda de referencia y resta peso al dólar». En el cuerpo de la noticia, la corresponsal explicaba que el banco central de ese país había empezado a orientar su política de cambios hacia una cesta de divisas que, además de dólares, incluirá euros (las cursivas son mías: había empezado significa que continuará).

Si lo anterior se lee a la luz del informe aparecido en FTW, todas las piezas del puzzle encajan entre sí. Las guerras definitivas –ésta será, sin duda, la más importante de todas las que ha habido en el curso de los siglos– son una cuestión de estrategia y nadie en su sano juicio las declara si cree que puede perderlas. Por mucho que Condoleezza Rice o George W. Bush amenacen retóricamente a Irán, los ayatolás deben estar muertos de risa, pues saben muy bien que, desde el punto de vista geopolítico, su país no es ni Afganistán ni Irak, ya que China necesita como el aire las reservas de petróleo que ellos tienen bajo el suelo y no permitirá nunca que Estados Unidos se quede con ellas, más aún cuando al gobierno chino le bastaría –le bastará– con poner en venta sus reservas de dólares para que se produzca un efecto dominó en los mercados del mundo que aseste un golpe mortal a la divisa verde. Una vez hundido el dólar, Washington no sólo será incapaz de mantener económicamente una guerra más allá de la primera escaramuza, sino que los dólares hiperdevaluados apenas le alcanzarán para alimentar a una pequeña parte de su población. Esto explica perfectamente los movimientos de Castro y Chávez, pues saben que, a la larga, China lleva las de ganar y, dado que está de su parte, eso les garantiza a ambos que el vecino imperial del norte no se atreverá a invadirlos. El curso de la historia ofrece a veces vuelcos imprevistos así: en la partida de póquer que el Imperio le ha estado obligando a jugar a Castro desde hace cuarenta y cinco años, el presidente cubano tiene ahora una escalera de color entre los dedos, mientras que Bush no pasa de un mísero trío. Por su parte Chávez, que hace muy poco hubo de contrarrestar un putsch de inspiración estadounidense, hoy puede dormir tranquilo con la seguridad de que ha dejado de correr peligro. Es verdad: Cuba, siendo amiga de la poderosa China, no necesita ni a la Unión Europea ni a Estados Unidos. Y Venezuela, menos aún.

Tras esto ¿qué nos traerá el futuro? Michael C. Ruppert avanza algunas cifras de un ensayo que el legendario geólogo del petróleo Richard Duncan publicará pronto en FTW. En el caso de que entre 2008 y 2030 se cumpla la plausible hipótesis de la disminución exponencial del petróleo, Duncan predice que, en 2030, la población de los países industrializados habrá descendido desde los 3.300 millones de personas actuales hasta sólo 900, una muerte masiva neta de alrededor de 300.000 personas al día en esos 22 años.

Y Estados Unidos ¿qué hará? Parece obvio que el golpe de gracia contra el dólar y el Imperio estadounidense es sólo una cuestión de tiempo entre el momento en que escribo estas líneas y la aterradora aparición del cenit del petróleo, pero todavía más obvio es que, antes de morir de ruina económica, el Pentágono –cuyo número, el lector lo habrá presentido, es seiscientos sesenta y seis– hará uso de su increíble poderío militar. Y sobre las cenizas del Apocalipsis, en un paisaje devastado, el nuevo Imperio que surja empezará desde cero.

Manuel Talens es escritor español (www.manueltalens.com).

BIBLIOGRAFÍA GUTENBERGIANA Y CIBERNÉTICA UTILIZADA PARA LA REDACCIÓN DE ESTE TRABAJO

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4. Tema: energía eólica (Foro de Crisis Energética), 25 de noviembre de 2003: www.crisisenergetica.org/forum/print.php?id=205
5. Poderoso caballero es Don Petróleo (in Michael Moore, ¿Qué han hecho con mi país, tío?, capítulo 3, págs. 99-107, traducción de Mercè Diago y Abel Debritto, Ediciones B, Barcelona 2004).
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9. Bush no descarta el empleo de la fuerza militar si Irán adquiere armas nucleares (El País), 19 de enero de 2005, www.elpais.es/articuloCompleto.html?d_date=&xref=20050119elpepiint_5&type=Tes&anchor=elpepiint
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16. China, necesitada de petróleo y energía, plantea problemas a EE.UU. (IBLNews), 5 de febrero de 2005: http://iblnews.com/noticias/02/123905.html
17. Guerra y militarismo en el imperialismo contemporáneo (Néstor Kohan, Rebelión), 6 de febrero de 2005: www.rebelion.org/noticia.php?id=11037
18. La economía de Estados Unidos cierra el año con el peor déficit comercial de su historia (El País), 11 de febrero de 2005: www.elpais.es/articuloCompleto.html?d_date=20050211&xref=20050211elpepieco_3&type=Tes&anchor=elpporeco
19. La caída del petrodólar (Tito Pulsinelli, Argenpress), 13 de febrero de 2005:
http://www.argenpress.info/nota.asp?num=018524
20. Iran spurns European reactor deal (BBCNews Edition), 13 de febrero de 2005: http://newsvote.bbc.co.uk/1/hi/world/middle_east/4261567.stm
21. Déficit máximo (El País), 15 de febrero de 2005: www.elpais.es/articuloCompleto.html?d_date=20050215&xref=20050215elpepiopi_3&type=Tes&anchor=elpporopi
22. Benidorm (El País-Comunidad Valenciana): www.elpais.es/articuloCompleto.html?d_date=20050215&xref=20050215elpval_5&type=Tes&anchor=elpepiautva

Ascenso y caida del imperio estadounidense

Ascenso y caída del imperio estadounidense
por Enrique Krauze

Historiador de largo aliento, especialista en los imperios coloniales y autor de un libro canónico sobre el tema, Paul Kennedy conversa con Enrique Krauze sobre la especificidad de Estados Unidos, la construcción de su poderío, las causas de su sorprendente auge y las razones de su probable decadencia.
Las paredes de la casa de Paul Kennedy en New Haven exhiben varios cuadros con barcos. Son los barcos que sus padres y abuelos ayudaron a construir en la ciudad de Newcastle. Su travesía histórica partió claramente de ese puerto familiar. Estaba destinado a escribir una historia del ascenso y decadencia del poder naval británico. La escribió, en efecto, cuando tenía escasos veintisiete años (The Rise and Fall of Britain’s Naval Mastery), pero la idea de los ritmos históricos le fascinó al grado de buscar su aplicación a un objeto aún más amplio: no sólo el poder naval sino el poder integral, no sólo el poder del Imperio Británico sino el de todos los imperios posteriores al Renacimiento.
Paul Kennedy nació en Wallsend-on-Tyne, en el norte de Inglaterra, y estudió su bachillerato en historia en Newcastle. En los años sesenta pasó a Saint Antony’s College, en Oxford, donde hizo su doctorado y fue, al mismo tiempo, asistente de investigación del famoso historiador Sir Basil Liddlehart. Los capítulos relativos a la guerra del Pacífico en la Historia de la Segunda Guerra Mundial de Liddlehart fueron escritos con materiales rastreados por Kennedy, que desde entonces amplió sus horizontes a la “historia general” o de largo aliento, un género no muy frecuente en la academia inglesa (o en cualquier otra academia), aunque tiene la más antigua prosapia. Pero quizá la influencia decisiva en la vida intelectual de Paul Kennedy fue la obra de otro historiador británico, Sir Geoffrey Barraclough. Su libro An Introduction to Contemporary History lo deslumbró: “Barraclough se preguntaba, desde el inicio y con enorme valor, cuáles eran los seis grandes cambios que han ocurrido en el mundo desde la caída de Bismark. La sola formulación de esa pregunta me pareció de un arrojo inmenso. Escribía en los años sesenta, y apuntó: la declinación de Europa, el ascenso de las superpotencias, el mundo subdesarrollado, el impacto de la ciencia y la tecnología, el proceso de globalización y el choque de las culturas. Seis cuestiones, seis capítulos. Me pareció estupendo. Aquel historiador, que originalmente era un especialista en historia medieval, se había vuelto piloto de la Real Fuerza Aérea en la Segunda Guerra Mundial, regresa a la academia, cambia su área de estudio, y casi inventa por sí mismo la historia contemporánea.”
Había comenzado su carrera como historiador del colonialismo, pero el ejemplo de Barraclough lo convirtió en practicante de la large history, la historia “larga”, “grande” o general. Con todo, su libro The Anglo-German Antagonism 1860-1914 (basado en sesenta archivos) pertenece al género —mucho más socorrido en la academia— de la historia particular. A sus 57 años, se complace en haber escrito varios libros en los dos niveles; pero su pasión es la historia general. Paul Kennedy pertenece a la extensa genealogía de historiadores teóricos que buscan encontrar las claves de la historia, explicar además de comprender, rastrear el por qué, además del qué, el cómo y el cuándo. Y explicar, en historia, significa casi necesariamente comparar. Por eso, viviendo en la “pobre y vieja” Inglaterra de Edward Heath o de Harold Wilson (tan lejana de sus pasadas glorias), pensó en “la pobre y vieja” España, y en otros imperios remotos y recientes, derruidos todos, y cayó en la tentación de buscar denominadores comunes. ¿Existen los ciclos históricos?, se preguntó Kennedy, y la curva trazada por las potencias del ayer parecía gritarle que sí, que había que buscar esas claves con actitud de matemático, midiendo las variables del poder (económicas, políticas, militares, sociales). Y una vez descubiertas (o entrevistas, por lo menos) esas leyes, uno podía —con todos los riesgos y salvedades— darse el lujo mayor de profetizar.
Paul Kennedy me recibe una mañana lluviosa. Vamos a charlar sobre el imperio estadounidense (en términos culturales, acaso el más reconcentrado de los imperios). He leído la dedicatoria de su libro Preparing for the Twenty First Century, especie de postdata a su obra maestra, The Rise and Fall of the Great Powers: “Para los muchachos del equipo Hamden de Soccer, de su entrenador” y le pregunto por ella. “Muy fácil: mi familia y yo fuimos siempre fanáticos del ‘Newcastle’, yo mismo jugué de mediocampista, aunque me lesioné la rodilla y no pude continuar por ese camino. Cuando llegué a Estados Unidos, advertí el poquísimo interés de los muchachos del lugar donde me establecí (Hamden) por el futbol. Pero de algún modo pude inducirlos, al grado de que me convertí en su entrenador. De hecho, ganamos el campeonato estatal de Connecticut en 1994. Fue uno de los momentos estelares de mi vida.”
“¿No le parece extraño —le comento— vivir en un país donde una competencia nacional de beisbol se llama “la Serie Mundial” y un deporte mundial (el futbol) apenas atrae al público?” Esa paradoja recorre nuestra conversación.

Enrique Krauze: El tema de su obra es tan antiguo como la visión cíclica de la historia, la “historia natural de los imperios”, podríamos llamarla. Está en los griegos y los romanos, en Ibn Jaldún, Gibbon, Ranke, Toynbee. Usted pertenece a esa estirpe de historiadores de largo aliento. Pero entremos a la historia de su libro, que ya es un clásico moderno.

Paul Kennedy: Mi tema original era el ascenso del moderno Estado europeo, un panorama de quinientos años hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Al llegar a Yale en 1983, encontré una creciente carrera armamentista entre la URSS de Brezhnev y el Estados Unidos de Reagan. Ambos imperios parecían tener problemas económicos y enormes desequilibrios financieros, e incurrían en un gasto cada vez mayor en sus respectivos ejércitos. Me recordaban el reinado de Felipe II de España, y decidí que no terminaría mi libro en 1945 sino en el presente, con una conclusión provisional. Mientras Europa era un misterio y el Japón ascendía por méritos no militares sino económicos, me pregunté: ¿Presenciaremos en los siguientes veinticinco años la caída de los soviéticos y los estadounidenses, y el relativo ascenso de China?
Redacté ese capítulo final y luego —para mi absoluto asombro— el libro se agotó de inmediato. Era 1988, año de elecciones, y los demócratas querían criticar a los republicanos por el excesivo gasto militar, los déficit del gobierno y el descuido de la base tecnológica. Para eso, justamente, les sirvió mi libro Auge y caída de las grandes potencias.1 Los republicanos tenían que responder y me atacaron durante todo un año. Mientras tanto, mi libro se mantuvo en la lista de los más leídos durante treinta o cuarenta semanas. Se tradujo a veintiséis idiomas. Comencé a recibir cartas (entonces no había correo electrónico) de ciudadanos preocupados, diplomáticos extranjeros, ingenieros, maestros de escuela y demás. Me di cuenta de que había una especie de apetito por la “historia general”. Aunque sabía que escribirla implicaba cierto peligro, usted entiende.

EK: Imagino las críticas: es inexacto aquí, impreciso allá, esta fecha está equivocada, esta profecía no se cumplió en el momento justo… Pero, claro, la historia es una caja de sorpresas. Lo importante en este tipo de “historia general” es la tendencia, el sentido de la causalidad que apunta. Renunciar a ese tipo de historia es renunciar a explicar la Historia. Ahora bien, en los años ochenta usted dijo —para usar su famosa expresión— que Estados Unidos vivía un proceso de “sobreexpansión estratégica”, como el de los Habsburgo en el siglo XVII y la Gran Bretaña en el XIX. Indicó que había demasiados flancos y demasiados compromisos. Pero ahora Estados Unidos no tiene ya frente a sí al archienemigo soviético con su poderío nuclear. ¿Todavía considera usted que está “demasiado extendido”?

PK: Cuando releo el tramo, me alegra haber señalado que los siete primeros capítulos eran de historia y el siguiente de especulación pura. Un proverbio árabe dice que quien acierta a pronosticar el futuro no es sabio, sino afortunado. Mi teoría planteaba tendencias de veinticinco años: cuando escribía en 1987 buscaba entrever hechos del 2010. En los últimos quince años, aproximadamente, me han preguntado muchas veces si prepararía una segunda edición, y siempre he respondido del mismo modo: veremos lo que ocurre en el 2010.
Por lo demás, el diagnóstico me parece todavía parcialmente acertado. China sigue creciendo; Europa puede convertirse en un gigante económico (aunque la paralizan rivalidades internas). Las tres sorpresas son, por supuesto, la URSS, Estados Unidos y el Japón. Yo sabía que los soviéticos estaban muy débiles, pero pensé que les ocurriría lo que a los otomanos, una decadencia paulatina, en vez de esa repentina implosión. El estancamiento absoluto de la economía japonesa no fue previsto por ninguno de mis colegas expertos en el tema, aparte de Bill Emmott, el actual editor de The Economist. Otro acontecimiento crucial fue la reducción paralela del gasto militar por parte de Estados Unidos y su impresionante crecimiento económico durante nueve años, en el decenio de 1990.
El poderío militar estadounidense creció a niveles insospechados. Casi todos los demás ejércitos y fuerzas aéreas están de hecho liquidados. Estados Unidos tiene el mando, el control y los sistemas de comunicación, y esos misiles guiados de precisión y largo alcance. Se trata de una recuperación extraordinaria.

EK: Todo lo cual parecería refutar la tesis última del libro, me refiero a la profecía sobre la inminente decadencia de Estados Unidos. El resto de la obra (los capítulos propiamente históricos) se sostiene muy bien. ¿Buena historia, regular profecía?

PK: Creo que la pregunta más importante sigue siendo válida: ¿hay o no “sobreexpansión imperial”? Pienso que la tentación en ese sentido ha aumentado. En el libro examino las relaciones entre el poder militar y el gasto económico. Una mirada a la situación económica de Estados Unidos muestra que el país tiene un enorme déficit federal y comercial, y una deuda —privada, comercial, empresarial y nacional— gigantesca. Y aunque me impresiona el poder y la tecnología de los portaaviones y los bombarderos B1 de Estados Unidos, sigo pensando que la “sobreexpansión” es una cuestión abierta.

EK: ¿Cómo ha repercutido en ese esquema la guerra de Iraq?

PK: Estados Unidos tiene bases militares en cuarenta países e instalaciones navales en otros diez. Parece una prueba evidente de poder. Hay que retroceder a los imperios británico o español para encontrar algo remotamente parecido. Pero ¿cómo se va a mantener esta estructura durante un periodo prolongado? Y sin embargo, ahora los estadounidenses están orgullosos de su ejército y les complace el bajo costo relativo de la guerra. Costó mucho menos que todos esos cálculos increíbles que se habían hecho.

EK: ¿En cuánto evalúa el costo de la guerra?

PK: Bueno, diría que fluctuó entre veinte mil y cuarenta mil millones de dólares. Se había pensado en doscientos mil millones de dólares. Pero hay nuevos costos que pueden apilarse, costos humanos…

EK: ¿Posibles ataques suicidas? ¿Iraq como una nueva Palestina?

PK: Sí, o que las bases de Iraq sean como las de Arabia Saudita, fortalezas cerradas. Como la Toscana del siglo xv, con el señor feudal encerrado en su castillo.

EK: El costo de la guerra en proporción al producto interno bruto era uno de los indicadores clave que usted utilizó en su libro. ¿Cómo quedó esa relación?

PK: A partir del último incremento del Congreso, calculo que ha subido de alrededor de 3.5 a cerca de 4.2 o 4.5. Sigue siendo inferior a las cifras de Casper Weinberger y Ronald Reagan, cuando era de 6.5, y por supuesto menor a la Segunda Guerra Mundial. Pero en la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos duplicó el producto interno bruto en cuatro años. (Debido a la Depresión, había una enorme capacidad instalada, casi sin usar, que derivó a la industria del armamento.) El país salió de la guerra siendo dos veces más rico que cuando entró, lo que es infrecuente. Con esa riqueza podía pagar nuevos bombarderos y portaaviones, y aunque gastó el veinte por ciento del pib en armas, la economía crecía a gran velocidad. Ahora hablamos de una economía mucho más lenta, y menos capaz de sostener al ejército. Se trata, en suma, de una sociedad para la cual puede ser mucho más difícil gastar el cinco por ciento de su pib en el ejército, que cuando gastó el veinte por ciento durante la Segunda Guerra Mundial. Pensar todo esto es muy interesante, rebasa los meros números.

EK: En su libro, usted menciona el empresariado, la innovación, la tecnología, la pluralidad política y las ventajas geográficas. Pero la geografía es un don de Dios, los demás factores son humanos. En el caso de Estados Unidos, agrega usted algunas desventajas graves: la frágil cohesión social y la relación en extremo difícil de Estados Unidos con el mundo. ¿Qué piensa de estas ventajas y desventajas hoy en día y para el futuro?

PK: Antes de descartar la geografía hablemos un poco de ella…

EK: De acuerdo, no la descartemos. Dios fuemuy generoso con Estados Unidos, pero no con México…

PK: Piense en el Canadá, la geografía del Canadá. Su territorio es casi del mismo tamaño de China (casi diez millones de kilómetros cuadrados). Si en el Canadá vivieran mil doscientos millones de personas, Estados Unidos habría perdido el juego. Por geografía no sólo me refiero al territorio, sino también a los vecinos. A la población. No hay que descartarla para el futuro ni para el presente.

EK: Por supuesto, no hay que descartar la geografía ni la población del vecino. Basta pensar en el vecino mexicano. La nuestra no es una invasión peligrosa en términos culturales (cosa que se olvida con frecuencia): es sólo una inmigración laboral; pero hay un tendencia impresionante ¿no le parece?

PK: Creo que la penetración demográfica es muy interesante. Pero al considerar, por ejemplo, la Prusia de Federico el Grande o la Alemania de Bismarck, con grandes potencias en su derredor, uno percibe la inmensa ventaja geográfica de Estados Unidos. Podría retirarse del Medio Oriente ahora mismo.

EK: Yo lo dudo. ¿Qué ocurriría con la economía, tan dependiente del petróleo? ¿Qué pasaría con todas esas Suv’s que recorren los caminos de Estados Unidos?

PK: Bueno, sí, pero ¿dejará de correr el petróleo? Aunque haya conflicto en Iraq, de todas formas hay reservas en Rusia. Ahora mismo coinciden los problemas de suministro en Iraq, Nigeria y Venezuela, pero la dependencia es recíproca.

EK: Tal vez… La posición geográfica ofrece sin duda grandes ventajas. ¿Y los demás elementos positivos de que hablábamos, la iniciativa, la inventiva?

PK: Creo que esos elementos destacan mucho en el resurgimiento de Estados Unidos en los años noventa. Hubo novedades tecnológicas en los laboratorios Bell, en Microsoft, en la farmacéutica, etcétera. Los empresarios estadounidenses se interesaron seriamente en el debate sobre el relativo declive del país en el decenio de 1980. Y fueron ellos quienes hicieron un contrapeso en el avance de los japoneses. Sentían el desafío de la Toyota, la Sony y la Nissan. Reaccionaron, recortaron los costos, invirtieron en investigación. Es una advertencia para los que pregonan una caída inevitable: nada es inevitable. Si la próxima generación de investigadores, empresarios e inversionistas produce más novedades tecnológicas y productivas, se reducirá la dependencia de Estados Unidos respecto del petróleo.

EK: No es inconcebible. El tercer elemento, más bien negativo, al que me referí es la mezcla conflictiva de cuestiones culturales y sociales.

¿Qué opina usted al respecto?

PK: Que en el caso de Estados Unidos, es una mezcla singular de ventajas y desventajas. Esta cultura individualista, empresarial y competitiva tiene grandes ventajas. La liberación de la capacidad personal y el fomento de la competencia dan flexibilidad a los negocios, y explican la impresionante trayectoria de las grandes universidades de Estados Unidos, como Harvard, Stanford, Chicago. Cuando voy a Oxford o Cambridge, los encuentro muy preocupados por su retraso relativo. Y tienen razón.

EK: En materia de ciencia al menos…

PK: En ciencia y tecnología, pero también en los recursos. Aquí mismo, en el Departamento de Historia de Yale, han traído a cinco importantes académicos de Europa en los últimos cinco años. El adelanto no va hacia allá, viene hacia aquí.

EK: Admitiendo que Estados Unidos tenga todas esas ventajas (geográficas, demográficas, económicas, militares, científicas, tecnológicas, empresariales, académicas), también tiene serias desventajas. Es un país que sólo se ve y oye a sí mismo. Entiende muy poco al resto del mundo, padece (creo) algo similar al autismo.

PK: Sí, es verdad, una especie de autismo ideológico o cultural.

EK: Es el único lugar donde hay un campeonato deportivo que sólo involucra a Estados Unidos y se llama la “Serie Mundial”. Cree que el mundo termina en sus costas.

PK: Yo bromeo con mis amigos estadounidenses sobre la “Serie Mundial” y la Copa del Mundo. La diferencia es reveladora.

EK: Revela sobre todo indiferencia, ignorancia y desdén con respecto al mundo.

PK: Lo que me preocupa es que contribuya a una especie de arrogancia: “Somos el ombligo del mundo.” Es como cuando los chinos pensaban que eran el “Reino de en medio”. Fui a una conferencia de mi distinguido colega Robert Dahl, el gran politólogo. Aunque tiene 84 años, está en plena forma. Habló de su nuevo libro, una reflexión sobre la democracia de Estados Unidos. El público quería saber todo de la democracia estadounidense (habían escuchado a Bush decir lo maravillosa que es). Pensaban que era una conquista fantástica. El libro de Robert Dahl tiene un capítulo en el que examina la carta constitucional de 45 países. Inclusive países como Singapur y Costa Rica. Dahl observa estas democracias y se pregunta: si consideramos que nuestra Constitución es la mejor del mundo, ¿por qué nadie nos ha copiado? Algunos de estos países tienen sistemas políticos presidenciales, otros tienen una democracia parlamentaria, algunos más una especie de presidente nominal, como Alemania, o una figura destacada de representación, como la reina. Pero nadie tiene este sistema constitucional de Estados Unidos, con un presidente dotado de grandes poderes. Bueno, vi al público y me di cuenta del desconcierto: ¿por qué no nos imitan? Y pensé de inmediato: si estas personas de clase media (que asisten por gusto a una conferencia) tienen un concepto tan alto de su propio sistema político, entonces las posibilidades de aprender de otros, o de verse como los ven los otros, son en realidad muy lejanas.

EK: Esto nos conduce naturalmente al terrible peligro de la arrogancia en el contexto imperial de Estados Unidos. Arrogancia y poder, ¿no son juntas —desde tiempo de los griegos— una fórmula para el desastre? Porque me parece que el Imperio Británico fue más sensible en ese aspecto, más responsable y consciente de su dominio, ¿no le parece? Tuvieron alguna sensibilidad hacia otras culturas. Y quizá por tenerla pudieron crear o propiciar, por ejemplo, el sistema parlamentario de la India.

PK: Bueno, había fascinación y curiosidad por otras culturas. Hubo siempre miembros jóvenes de la elite británica que viajaban por el mundo, transitaban por la India o África, y luego volvían para participar en el gobierno. En un principio, los británicos se empeñaron en modificar otras sociedades. Eso fue a principios del XIX, en la época del utilitarismo y el benthamismo; pero el gran motín de 1857 en la India les restó arrogancia. “Quizá esta gente no quiere un sistema parlamentario —pensaron; quizá quieren sacerdotes o marajás.” Había que proceder con más cautela, gobernar en forma indirecta.
En aquel entonces —para ser precisos—, la Gran Bretaña no era realmente una democracia. Gobernaba una elite. Todos sus miembros iban a las mismas escuelas, aprendían la misma historia, estaban formados en un sistema donde se premiaba el ingenio y el humor, se desconfiaba de los dogmatismos y los ideólogos. Esa actitud duró mucho tiempo.

EK: En cambio, en la Casa Blanca de hoy no hay una pizca siquiera de esa tolerancia (para no hablar de humor). Hay en la derecha conservadora una especie de religiosidad que ve el mundo en blanco y negro. Otras culturas políticas propician la diversidad, la diferencia, las tonalidades del gris. Los fundamentalistas dividen el mundo entre “los que están con nosotros y los que están en nuestra contra”, como Bush después del 11 de septiembre. Todo esto nutre la oposición contra Estados Unidos. El antiamericanismo es otro fenómeno mundial. Realmente “sobreextendido”.

PK: En el siglo XX hubo momentos en que Estados Unidos salió al mundo a participar en él. Pienso en la época de Woodrow Wilson, de Franklin D. Roosevelt a fines de la Segunda Guerra Mundial y, en cierta forma, pienso también en Kennedy. Ahora tenemos a Bush, listo para actuar en el planeta entero. Pero con Wilson, Roosevelt y Kennedy el mundo se mostró notablemente receptivo a la actitud estadounidense. Tenían esperanzas en Estados Unidos. Se decepcionaron casi siempre, pero tenían una imagen positiva. Ahora ocurre lo contrario: frente al despliegue de fuerza de Bush, el mundo reacciona con disgusto y miedo. Y no sólo en el mundo árabe. Me llamó un periodista holandés y me dijo que en los Países Bajos la gente le teme a Estados Unidos. Holanda es una pequeña cultura, muy equilibrada, donde se habla bien el inglés; no son los intelectuales franceses de izquierda. Y vea usted la proporción que alcanzaron las manifestaciones en Barcelona, Glasgow, Milán, Berlín, etcétera. Cientos de miles o millones de personas en Europa, el Canadá, América Latina, que decían: “¿Por qué están haciendo esto? ¿Por qué no pueden actuar a través de las Naciones Unidas, utilizar a los inspectores?”

EK: La gran ausente es la diplomacia. Wilson y Roosevelt tuvieron éxito, pero éste se debió, al menos en parte, a sus servicios diplomáticos. En el caso de México —me refiero a los años treinta—, Roosevelt nombró a un embajador de primer nivel, que había vivido la invasión de los marines en Veracruz en 1914, y por eso respetaba la sensibilidad mexicana. Se llamaba Josephus Daniels, y escribió un libro sobre su experiencia.

PK: Mi colega John Gaddis, especialista en la Guerra Fría, ha dicho: ¿Cómo basar una gran estrategia de largo plazo sólo en la fuerza militar? ¿Cómo fincarla sin una diplomacia responsable? La diplomacia debería ser un instrumento igual al ejército en la formación de la política mundial.

EK: Bueno, sí, la guerra es la continuación de la diplomacia, por otros medios.

PK: Y a veces la guerra es el fracaso de la diplomacia.

EK: ¿Eso fue lo que pasó en Iraq?

PK: Me parece que sí.

EK: ¿Pese a la rápida victoria?

PK: Así lo pienso. Un grupo pequeño de personas se negó a la solución diplomática. Cabe señalar que el problema no sólo fue culpa de Estados Unidos. Creo que Chirac fue torpe, arrogante e increíblemente vanidoso. Cuando se trataba de llegar a una resolución que significara una concesión por parte del Consejo, y los embajadores de la Gran Bretaña y Estados Unidos desplegaban una intensa labor de cabildeo (por ejemplo con los latinoamericanos y africanos), Francia anunció su veto “a cualquier resolución”, sin siquiera mirar el texto. Creo que eso le permitió a Rumsfeld decir que no valía la pena seguir haciendo un esfuerzo diplomático.

EK: El liderazgo político es un recurso que escasea hoy en día. Por ejemplo, en Estados Unidos, ¿quién está encabezando a los demócratas?

PK: Justo antes de la guerra, critiqué a dos organismos en ese sentido: el Consejo de Seguridad (en el que uno de sus miembros —Estados Unidos— despliega una inmensa arrogancia y lanza amenazas, y el otro —Francia— pone en práctica un doble juego). Y el Congreso de Estados Unidos, que posee una latitud considerable en cuestiones constitucionales sobre la guerra y la paz, y que sencillamente aprobó la propuesta de George Bush sin chistar. Y yo dije “¿dónde están ahora senadores como Fullbright o Moynihan para poner las cosas en su sitio?” No cabe duda: los individuos cuentan.

EK: ¿Y Blair? Tiene la pasta del líder…

PK: Debo reconocer que últimamente he llegado a admirarlo. He visto una serie de debates en la Cámara de los Comunes. Tuvo que responder a las más diversas preguntas. Es inteligente y tiene la elocuencia de la Oxford Union. No sólo eso: puede abrirse paso entre las posiciones de izquierda y de derecha y decir: éste es el principio moral de lo que estamos haciendo, ésta es la cara del mal, y así debemos proceder.

EK: En su libro menciona usted al Imperio Otomano. Me llama la atención que su “decadencia” haya durado tanto tiempo. Desde el sitio de Viena, en 1683, hasta 1918: mucho tiempo, ¿no le parece? Para mí, a la luz del presente, lo que prueba es la gran resistencia de la civilización islámica.

PK: Incidieron muchas cosas. Los turcos siguieron educando una elite burocrática, tenían la fuerza de la religión y un sistema administrativo relativamente descentralizado, de modo que no se sufría la dominación inmediata con dirigentes locales. Y algo más: las otras potencias conspiraban para no destruir ese imperio. Era “el elemento enfermo” de Europa, pero se temía que su desintegración condujera a una gran guerra.
También el imperio de los Habsburgo mostró una resistencia notable y por eso duró tanto. En 1815 ya había pasado su mejor época. Pero siempre que algún diplomático francés, ruso o británicoexpresaba dudas sobre el futuro de los Habsburgo, Hungría, Bulgaria (los eslavos del sur) preferían que continuara. Imagino sin dificultad a un futuro gobierno de Estados Unidos, digamos dentro de diez años, que diga lo siguiente: hemos invertido demasiado tiempo y esfuerzo tratando de ser el policía del mundo, hemos desviado demasiado nuestra atención, hemos gastado en exceso en el ejército, y lo hemos hecho en detrimento de otros intereses importantes. Nos retiramos.

EK: Estoy de acuerdo, salvo por una cosa: la amenaza terrorista. En mi opinión, esa amenaza mantendrá en pie el belicismo intervencionista de Estados Unidos.

PK: Es una nueva variable, pero, ¿qué le parece a usted la conjetura de que Estados Unidos no habría sido atacado si no hubiese sido por sus políticas en el Medio Oriente?

EK: Le contesto con su misma pregunta: ¿a usted qué le parece?

PK: No sé ¡¿quién sabe lo que piensa la gente?!

EK: Creo que, de todas formas, los terroristas islámicos habrían atacado, aunque fueran distintas sus políticas en el Medio Oriente. Y me parece francamente imposible que el gobierno estadounidense encierre al país en una “fortaleza”. No que yo lo apruebe, pero las cosas son así. Ya veremos cuando sobrevenga otro ataque. El terrorismo es la guerrilla en la aldea global. Y es que el terrorismo afecta por partida doble: extiende el poder de Estados Unidos y lo aísla a la vez. Porque también hay un nuevo aislacionismo, el miedo de visitar algunos lugares, de ser objeto de ataques.
PK: Desde hace diez o quince años, las consignas en todo el mundo han sido: modernización, desarrollo, globalización, integración. Y ahora hay esta larga lista de países a los que no se recomienda ir. Antes sólo eran Cuba, Albania y Corea del Norte, hoy la lista es larguísima. No es imposible imaginar un ataque de alguna banda de musulmanes fundamentalistas contra turistas en París, y entonces los estadounidenses ya no podrán ir a París.

EK: Y el propio fundamentalismo de Estados Unidos complica el panorama.

PK: …una especie de religión profana, con el dogma de la excepcionalidad estadounidense.

EK: Vi a Peter O’Toole en la televisión hace poco, elogiando a Katherine Hepburn. Dijo que Estados Unidos “es un país joven: cuando crezca entenderá la dimensión de esa actriz.” Me encantó, porque vengo de un país que, con todos los problemas del mundo, tiene profundidad histórica.

PK: De acuerdo. ¿Dónde están las primeras universidades del hemisferio occidental?
EK: En el orbe hispánico. En términos culturales y humanistas, el Imperio Español está muy subestimado (hasta por sus propios herederos). Pero hay muchos renglones fundamentales donde su desempeño fue notable. Hubo un sentido de libertad y una noción de igualdad cristiana de la que carecieron por completo los colonos protestantes en la América del Norte.

PK: Quizá el responsable fue Prescott, el historiador del siglo XIX, que escribió sobre la conquista del Perú y de México. Describe grandes crueldades y torturas, la huella de la Inquisición…

EK: Sí, habla de los “bárbaros”, igual que los westerns pintan a los aborígenes, pero en México los españoles incorporaron a los indios, mientras que en Estados Unidos los exterminaron. No pertenecían a la escala humana.

PK: Allí está, para probarlo, el pensamiento social de los jesuitas, la protección de los derechos de los indios.

EK: España ha sido muy mala propagandista de sus méritos históricos e imperiales.

PK: Como la presencia española en California. También allí construyeron mucho: los grandes conventos que hay a lo largo de la costa de California, la arquitectura, el arte, la combinación del arte local con el español. Para establecer esta serie de centros religiosos misioneros y gobernar esos remotos lugares, se necesitaba una estructura religiosa y de gobierno mucho más benigna.

EK: Comprensión, receptividad y voluntad de incluir otras culturas: al inicio del Imperio Español había esa actitud.

PK: Aunque no podemos olvidar la Contrarreforma.

EK: Ni la Inquisición.

PK: Aterró a generaciones.

EK: Fue, ahora lo vemos, una especie histórica del fundamentalismo.

PK: Considero que Felipe II de España era un fundamentalista.

EK: Quizá, pero alguna vez le escuché a John Elliott una frase que lo resume todo: España tuvo un Bartolomé de las Casas, el Imperio Británico no. Ahora podría agregar al imperio estadounidense. El modo en que un imperio (así sea informal, como el estadounidense) trata a los pueblos que domina es la clave de su permanencia, no política, sino histórica y moral. Los imperios —usted lo ha demostrado— nacen, crecen, se expanden, y tarde o temprano mueren. Algunos —como el efímero imperio soviético— dejan una estela de odio y desolación. Otros, como el Británico, dejan un legado de racismo y feroz explotación, pero también ideas e instituciones que perduran. España —a pesar de la Inquisición— dejó un idioma, una religión, una cultura incluyente e inclusiva y —sobre todo— el respeto a la libertad natural y la noción de igualdad cristiana entre los hombres. Estados Unidos nació excluyendo a las poblaciones indígenas, expandiendo su geografía sobre pueblos que no conocía o despreciaba, y desde hace varias décadas actúa en la arena internacional como el policía del mundo. Hay que enseñarle historia y literatura a ese policía, hay que poner frente a sus ojos la experiencia de los imperios pasados. Usted lo ha hecho ejemplarmente. Gracias por eso. ~

El imperio invisible

¿Qué deberíamos deducir de estos hechos?

Los economistas estadounidenses supervisan las políticas de los países pobres endeudados con el Fondo Monetario Internacional y la economía estadounidense cada año lleva más y más lejos su ética empresarial y su destrucción creativa en Europa, el este de Asia y la India. Los más entendidos en leyes y politología de Estados Unidos escriben constituciones para los nuevos Gobiernos de África y Asia Central, y los estadounidenses, desde el Open Society Institute (Instituto de la Sociedad Abierta) del financiero George Soros, financian la creación de la sociedad civil local.

El inglés es el segundo idioma del mundo: hay 350 millones de hablantes nativos, pero más de mil millones de personas han aprendido lo suficiente como para regatear o discutir por un partido de baloncesto. La cultura estadounidense es el otro segundo idioma global, un dialecto compartido cuyo vocabulario incluye el rostro de Michael Jordan, los discordantes ritmos de la música hip-hop y Los vigilantes de la playa, el programa de televisión más popular del mundo. Cuando los inmigrantes llegan a los aeropuertos de Estados Unidos, ya han vivido gran parte de sus vidas imaginarias entre Nueva York y Los Ángeles.

Gran parte del mundo no duda en su diagnóstico: imperio. Frontline, una importante revista semanal india, tituló ‘Formas de imperialismo’ un artículo de portada de 1999 sobre política estadounidense. Un periodista surafricano escribe sobre vivir ‘en las provincias exteriores del imperio’, y un erudito árabe habla de forma realista y sin veneno de la incorporación de Egipto ‘al imperio americano’. Los franceses se lamentan con especial insistencia de que ‘están siendo globalizados por los estadounidenses’. No son las voces de la extrema izquierda, ni tampoco los altavoces de unos Gobiernos que estén alimentando el rencor. Son expresiones de una percepción prácticamente universal según la cual los mandamientos de Estados Unidos llegan prácticamente a todas partes, y no para gobernar el mundo, sino para establecer las condiciones según las cuales se desarrollará el gobierno del próximo siglo.

Sin embargo, si presentamos este análisis a un estadounidense, abrirá los ojos en señal de asombro. Según su forma de verlo, el imperio estadounidense es invisible. Los estadounidenses encuentran prácticamente ininteligible que puedan ser una potencia imperial. Como nación, los estadounidenses creen profundamente en su propia inocencia: somos personas benevolentes y sólo creamos problemas para los que crean problemas primero. El imperio es el apogeo de la perversidad del mundo antiguo. Para los estadounidenses es lo que el despotismo oriental era para la imaginación europea durante el siglo XIX: la crueldad de una civilización degenerada.

Según esta imagen estadounidense, ‘imperio’ significa conquista. Prácticamente ya hemos admitido que los españoles conquistaron las Américas, aunque insistimos en que nosotros, un poco más tarde, simplemente colonizamos nuestra parte. La conquista española, con sus asesinatos y esclavización en masa, era imperio. También lo fue el reparto de África entre las potencias europeas, o el Raj británico en India. Aquellos sangrientos dominantes episodios de dominación no tienen nada que ver con nosotros.

Podría parecer que los escépticos estadounidenses tienen algo de razón en este punto. Los que piensan que Estados Unidos tiene una posición especial en el mundo de hoy han introducido el término insatisfactorio de ‘potencia suave’, que básicamente significa que la influencia estadounidense no sigue al Ejército de Estados Unidos. Los estadounidenses protestan: ¿puede una potencia suave ser verdaderamente una potencia imperial?

La respuesta es que puede serlo, y lo es. La idea estadounidense de que el imperio mata por la espada indica su ignorancia histórica y tiene incluso menos relevancia ahora que en ningún otro momento del pasado.

De Roma a Washington. Tomemos el ejemplo del gran imperio de Occidente. Si un erudito de la Roma antigua pudiera examinar las pruebas de hoy, no perdería tiempo en diagnosticarlo como imperio. El imperio romano se abrió camino de una forma muy parecida: no regía mediante el terror, sino extendiendo el sistema del derecho romano y, en diversos grados, el privilegio y la disciplina de la ciudadanía romana por sus vastos territorios. Lo que no se conseguía con la ley, se conseguía con la cultura: las modas romanas, y en especial el latín, se difundieron por todo el imperio de Occidente. Puede que los ciudadanos romanos tuvieran una lengua local y mantuvieran lealtades locales, pero también eran miembros por ley y cultura de un imperio universal. Compartían un comercio que cubría toda la extensión del gobierno de Roma. La autoridad imperial comenzaba en la espada, pero se establecía en la mente, la lengua e incluso en el alma. Todo esto la convertía en un ideal de orden y poder mucho después de que su gobierno ya se hubiera desintegrado.

Además, Roma sólo gobernaba con la espada en aquellos momentos en que era necesario, cuando no había forma de aplacar de un modo más sutil a algún pueblo primitivo, como los britanos o los íberos. Muchas veces, los gobernadores de Roma preferían el gobierno indirecto a través de monarquías locales flexibles, las alianzas con ciudades formalmente independientes e incluso con las tribus germánicas que conservaron gran parte de su gobierno interno tradicional. Siempre es más fructífero permitir que fluya la energía de otros para los propios fines que dirigirla obligatoriamente contra una hosca resistencia. Montesquieu, en su historia de Roma, escribió que ‘era una forma lenta de conquistar’. A través de nuevas lealtades y cambios graduales de poder, un aliado ‘se convertía en un pueblo sometido sin que nadie pudiera decir cuándo se inició su sometimiento’. Todos los que hayan visto al FMI apiñarse con los líderes de su país o la llegada de un nuevo Cineplex deben tener una cierta idea de lo que Montesquieu quería decir. Una potencia suave no es una realidad nueva, sino una palabra nueva para la forma más eficaz de poder.

No es sorprendente que el imperio cambie de forma en dos mil años. En un momento en el que la riqueza procede del control de los mercados y las ideas, no es necesario ni suficiente tener la soberanía del territorio para lograr la grandeza. De hecho, en un mundo de ciudadanos exigentes y poblaciones nacionales descontentas, puede ser más un impedimento que una bendición: fíjense en los conflictos étnicos de Rusia y en el aterrado baile de China con sus regiones pobres y sus inmensas poblaciones minoritarias. Cualquier emperador sensato querría conseguir lo que Roma logró, pero sin la masa terrestre: un imperio en el que todos los mercados lleven a Roma, pero en el que se puedan cerrar los caminos cuando se emita la orden.

La ‘pax romana’ y los centuriones de ‘Los vigilantes de la playa’. Aun así, los estadounidenses encuentran cómico e ininteligible el resentimiento por su posición de imperio. Protestan, con perfecta sinceridad, diciendo que el resto del mundo parece querer la prosperidad estadounidense, el ocio estadounidense, los estilos estadounidenses y el idioma estadounidense. Evidentemente, hasta ahí es correcto, pero los romanos comprendieron que el poder más importante era el derivado del deseo y la lealtad. Estados Unidos ejerce dos tipos especiales de poder que no tienen nada que ver con la sangre y la conquista.

El primero de ellos se podría denominar el poder de Microsoft. La verdadera razón para la ubicuidad de Microsoft no es que obligue a los usuarios de ordenadores a utilizar su sistema operativo, sino en que su misma ubicuidad crea unas enormes ventajas para un nuevo comprador que lo elija frente a otros sistemas distintos. Si todos los demás tienen un tipo de cocina y usted elige otra, no pierde nada con ello. Pero si elige un sistema operativo distinto, no puede intercambiar archivos, transferir documentos ni sentarse prácticamente en cualquier terminal con la seguridad de poder manipular sus programas. Microsoft es el vocabulario que da a la gente acceso a los flujos mundiales de comunicación, información y comercio. Elegirlo es impecablemente racional, pero también crea resentimiento: la persona que lo elige sabe que hay otras formas de hacer las mismas tareas, pero son marginales. Y precisamente porque son marginales, seguirán siendo marginales. Los economistas denominan ‘efectos de red’ a las ventajas de un gran sistema de información; por eso, el poder de Microsoft es el poder que tienen las grandes redes de seguir siendo grandes, porque crean el idioma en el que las personas logran acceder unas a otras.

El denominado ‘lenguaje’ de Microsoft es una cosa y el inglés es otra. Es el segundo idioma del mundo, porque es a la lengua lo que Microsoft es a la pantalla: la forma en que unas personas acceden a otras atravesando grandes distancias geográficas y civilizaciones. Ocurre lo mismo con las normas comerciales de la Organización Mundial del Comercio: son un grupo de términos comunes que abren los lugares mundiales, todo un mundo lleno de redes a las que las personas tienen todos los motivos para unirse, pero frente a las que, en sentido real, tampoco tienen alternativas. Y las redes son estadounidenses, en origen y en idioma. Este tipo de régimen puede seguir siendo invisible para los estadounidenses, mientras que su poder es ineludible para el resto del mundo, siempre y en todas partes.

Si el poder de Microsoft orienta las elecciones libres de una forma que da la impresión de ser coactiva, el poder de Los vigilantes de la playa actúa de forma más directa sobre los deseos más allá de toda elección. El ocio de Estados Unidos está en todas partes, y sus imágenes son la moneda de la nación más rica y poderosa del mundo. Además, su industria de la cultura lleva un siglo entendiendo cuál es el mínimo común denominador del entretenimiento para una audiencia de masas. Por la combinación de motivos que sea, un niño de Nueva Delhi conoce el arco del lanzamiento de un determinado jugador de baloncesto y las curvas de una modelo de Los vigilantes de la playa, y en cierto sentido quiere ambas cosas.

El poder de Los vigilantes de la playa da lugar a un tipo especial de resentimiento. Por un lado, lo que uno desea pasa a formar parte de uno mismo, y uno se mueve para alcanzarlo por su propia y ávida voluntad. Por el otro, este deseo americanizado sigue siendo patentemente extranjero para gran parte del mundo. Es suyo, pero no lo es. Este tipo de poder forja los apetitos de sus súbditos y orienta sus lenguas. Dirige sus miradas hacia su imagen de la belleza y sus convicciones sobre su idea de la justicia. No pueden expulsar fácilmente aquello que han invitado a entrar en ellos mismos. No pueden escapar de lo que ha pasado a formar parte de ellos. Y así, su resistencia se va haciendo más insistente a la vez que pierde eficacia.

La ciudad sobre la colina. El motivo principal por el que los estadounidenses son incapaces de ver todo esto es que siempre han sospechado que son la nación universal del mundo. A diferencia de los franceses y de algunos alemanes del siglo XIX, carecen de una teoría sobre el motivo por el que esto debería ser así; más bien, como los ingleses victorianos, sencillamente son incapaces de imaginar que pueda ser de otra forma. Los estadounidenses creen, aunque sin llegar a articularlo, que todos los seres humanos nacen estadounidenses, y que su desarrollo en culturas distintas es un accidente desafortunado, aunque reversible.

Esta idea tiene su historia, ahora olvidada en gran medida, que es tan antigua como el asentamiento europeo en Norteamérica. Es sabido que los primeros colonos ingleses, miembros de sectas protestantes radicales, veían el Nuevo Continente como ‘una ciudad sobre una colina’, que emitía la luz de su inspiración al mundo. Thomas Jefferson, autor de la Declaración de Independencia de Estados Unidos y gran musa de la democracia estadounidense, escribió que en el nuevo país los hombres al fin podrían sentir la ley universal en su corazón, de forma que la codificación de los libros de derecho pasaría a ser superflua. Para Jefferson, el paso de la ley desde los códigos exteriores hasta la convicción interna repetía la transformación desde las complejas críticas del Antiguo Testamento hasta el énfasis en la conciencia del Nuevo Testamento. Allá donde se mirara, los estadounidenses se erigían en patria del derecho universal.

Estados Unidos también se convirtió en la patria de la forma de libertad marcadamente moderna: la libre expresión de la propia personalidad, bien por conciencia, bien por antojo. Los siglos XVIII y XIX estuvieron llenos de pesimismo sobre el significado que tendría la caída de la aristocracia y el alzamiento de la cultura de masas para el carácter humano. Los precursores de la nueva sociedad, como Adam Smith y Alexis de Tocqueville, aceptaron que para conseguir una mayor igualdad habría que pagar el precio de la mediocridad y de la pereza intelectual y espiritual. En respuesta, los profetas estadounidenses del siglo XIX anunciaron que el final de la aristocracia y de otras jerarquías daba libertad a los hombres para examinar sus propias almas y encontrar en ellas tanta gracia, dignidad y armonía como habían alcanzado los tribunales y los refinamientos del antiguo orden. Según la visión de Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman, Estados Unidos se convertiría en la ‘primera nación de hombres’, el primer pueblo cuya vida nacional sería el despliegue de la individualidad.

Los estadounidenses extrajeron esta idea del ideal europeo del artista romántico, el joven poco convencional y de sentimientos apasionados, sinceros e incorregibles. Sin embargo, en el Nuevo Mundo, la idea de la expresión de la propia personalidad encontró su hogar en el libre mercado. El héroe de la individualidad estadounidense no era el artista, sino el inventor, el pionero y, sobre todo, el emprendedor. Los estadounidenses miran al mercado para encontrar los usos más sofisticados de la libertad moderna. Es allí donde encontramos nuestros héroes, nuestra nobleza e incluso nuestros santos.

Por eso, cuando los estadounidenses ven cómo se difunde su versión de la economía de mercado por el mundo, no ven cómo otras formas de vida ceden el paso, ni tampoco la transformación de otras civilizaciones. El avance de lo que los europeos a veces denominan educadamente el ‘modelo anglosajón’ del capitalismo, para ellos no es más que el progreso de la vida moderna. Y cuando se enteran de que Los vigilantes de la playa es el programa más popular en Irán, no se les pasa por la cabeza que esto podría producir una nueva inflexión en la idea que tiene la civilización islámica sobre la belleza femenina, la satisfacción erótica o la buena vida. Por supuesto, el mundo está adoptando nuestro mercado. Por supuesto, al mundo le encanta Los vigilantes de la playa. Son deseos humanos naturales, que llevan mucho tiempo inhibidos por la torpe política europea y el elevado peso del chador negro. Por fin, el resto del mundo está empezando a ser plenamente humano.

Esta actitud estadounidense, que podríamos denominar universalismo parroquiano, ha encontrado aún más comodidad en la disciplina de la economía. En su recientemente ascendente forma neoclásica, la economía toma los rasgos sociales básicos del mercado estadounidense el individualismo, un poder de contrato prácticamente ilimitado, un Estado que sirve principalmente para hacer que se cumplan los acuerdos privados y los convierte en axiomas de la primera ciencia universalmente válida del comportamiento humano. En Estados Unidos, la economía ha expandido su reinado para convertirse en el vocabulario más respetable para los debates de política pública, el razonamiento legal e incluso a veces de las relaciones íntimas. (Un eminente estudioso estadounidense del derecho ha señalado sin ironía que el matrimonio y la prostitución son bienes sucedáneos, o sea, en la jerga económica, que producen la misma satisfacción por medios distintos). Con independencia de sus otros méritos, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio reflejan el ascenso mundial de la misma versión de lógica económica. Los estadounidenses y los economistas formados en Estados Unidos que configuran estas instituciones creen, en primer término, que están aplicando la ciencia, y en segundo término, que están llevando a un mundo retrógrado a alcanzar la humanidad plena. La sospecha de que también están contribuyendo a rehacer la humanidad a imagen de una nación está profundamente enterrada en sus mentes.

Confesar el imperio. El hecho de que el imperio es en conjunto malo es una cuestión de fe contemporánea. Sea como fuere, es seguro que no tiene nada de bueno ignorar el imperio cuando efectivamente existe. El dirigente no se convierte en santo por insistir en su inocencia e impotencia.

La creencia de los estadounidenses de que son el futuro natural de la humanidad ya ha dividido al mundo, visto desde Washington y Nueva York, en dos frentes. En el bando de los ángeles están todos los pueblos que rápida e inevitablemente se están convirtiendo en nosotros: los europeos, los coreanos y japoneses, los chinos si somos capaces de llegar a una década de libre comercio con ellos, y los indios si no caen en una guerra civil subcontinental. Nos negamos a ver las batallas que el imperio estadounidense de potencia suave está provocando en esos lugares y el severo nacionalismo que está surgiendo en algunos de ellos.

En el otro bando están los bárbaros: aquellos cuya violencia y aparente indiferencia hacia nuestros encantos los coloca fuera del alcance de la inquietud moral corriente. Los asesinatos del África subsahariana y la yihad del Islam militante parecen estar tan lejos del idilio estadounidense que comprendemos su sentido creyendo que son completamente distintos de nosotros. No podemos razonar con ellos, porque hablamos una lengua de pragmatismo guiado por principios, mientras que ellos se mueven impulsados por apetitos primitivos o violentos. Ellos sólo entienden la violencia. Si nos acercamos demasiado a ellos, nos destruirán. Nos hemos unido a nuestros predecesores imperiales en la creencia de que la humanidad está dividida entre aquellos que están destinados a unirse a nosotros y aquellos que sólo razonan con la espada. Medio mundo prácticamente se ha convertido en lo que somos; el otro no tiene ninguna esperanza de unírsenos, así que no podemos encontrarle un sentido moral.

Por eso, paradójicamente, para los estadounidenses, admitir nuestra posición imperial sería un acto de humillación. Nos desviaría de nuestra idea complaciente de que nacimos como pueblo universal y nos abriría los ojos para ver todas las formas en que nos estamos convirtiendo en una nación imperial. Entonces podríamos ver algunas de las complejidades y peligros que trae consigo nuestro tiempo. Podríamos admitir el carácter ambiguo y traumático del cambio cultural que está teniendo lugar en todo el mundo. Cuanto más tiempo sigamos siendo invisibles ante nosotros mismos, mayores posibilidades habrá de que nuestro imperio se juzgue como uno de los crímenes de la historia. Porque la falsa inocencia es un delito, y la invisibilidad no es excusa.

Canada coloniza territorios indìgenas

PETICION DE AYUDA PARA LOS INDIGENAS DE SEIS NACIONES (EN NORTE AMERICA)

JUNIO 2006

En la frontera entre Estados Unidos y Canadá se encuentran los territorios indígenas de los pueblos de Seis Naciones. El gobierno canadiense continua intensificando sus acciones colonialistas sobre estos hermanos del Norte para apropiarse de los Territorios que les pertenecen a todas las mujeres de estas Naciones Indígenas según su ley ancestral.

Los Gobiernos de Canadá y Ontario les han declarado la guerra. En las últimas semanas han cometido ataques, redadas, ofensas racistas, provocaciones y otras muchas acciones encaminadas a la dominación colonial violenta enfrente de la perseverancia pacífica de la resistencia indígena en barricadas, cierres de carreteras, marchas, campamentos y demostraciones públicas de su razón de ser para concientizar al público canadiense.

Los medios de comunicación corporativos están totalmente parcializados y plegados a las instrucciones del gobierno canadiense. Intentan silenciar esta noble lucha indígena para hacerla desaparecer de la opinión pública y así poder encarcelar a todos los hermanos de Seis Naciones.

El gobierno canadiense prepara miles de polícias y construye nuevas cárceles para detener incomunicados, sin juicio e indefinidamente a los indígenas capturados en las protestas y barricadas. Al mejor estilo de Guantánamo, en Canadá también suceden estas situaciones.

Personas del público canadiense no-indígena, instigadas por la propaganda del gobierno, claman que envíen al ejército para acabar con los indios. El día 1ro. de Junio el pueblo de Seis Naciones en Caledonia fue invadido por el ejército y el servicio secreto canadienses como parte de las provocaciones para que, en sus soñadas pretenciones, el pueblo indígena responda con violencia ante las agresiones y así tener la excusa para encarcelarlos a todos.

En una demostración de belleza y armonía cósmica, los hermanos y hermanas de las Seis Naciones llevan su lucha impecablemente en paz ante las provocaciones y ataques violentos de la policía y el ejército canadienses.

Solicitamos la ayuda del pueblo Sur Americano y del Caribe para colaborar en esta lucha indígena del Norte:

– Difundiendo esta información para extender la voz de alerta a toda América.

— Enviando cartas de repudio ante estos hechos al gobierno canadiense, Primer Ministro de Canadá pm@pm.gc.ca , al líder de la oposición política canadiense layton.j@parl.gc.ca , al gobierno de ontario, Primer Ministro de Ontario McGuinty.D@parl.gc.ca y a la embajada de Canadá en su país. (embajada de canadá en Venezuela: crcas@international.gc.ca)

—- Envíando cartas de apoyo y solidaridad a los hermanos y hermanas de Seis Naciones que se encuentran en el frente de estas protestas. Sus palabras y oraciones serán alimento para sus corazones. Estos son sus emails: thebasketcase@on.aibn.com ; jacqueline_house@hotmail.com ; Thahoketoteh@mohawknationnews.com ; Katenies20@yahoo.com

¡MUCHAS GRACIAS POR SU COLABORACION!, ¡por favor manden las cartas!
Aquí se pueden leer las noticias emitidas desde Seis Naciones traducidas al español:
http://www.puebloalzao.net/~aporrea/forum/viewtopic.php?t=21232&start=15&sid=749a78e956a761639bdee4fba4a1b081

Los indígenas de Seis Naciones nos dicen:
“Necesitamos ayuda. Necesitamos su solidaridad y apoyo físico, escribiendo cartas, haciendo presión política y que se paren junto a nosotros en Seis Naciones para detener los diseños asesinos de estos locos corporativos quienes dirigen los gobiernos”.

Globalizaciòn e imperio

Globalización e Imperio

Autor : Michael Roberts
Fecha : ( 08-Diciembre-2005 )

En breve van a celebrarse dos acontecimientos globales importantes. El primero es más regional: la cumbre de la Unión Europea. El primer ministro británico Tony Blair será el anfitrión de la reunión que marcará el final de los seis meses de presidencia británica de la UE antes de entregar el mando a los austriacos.
Normalmente, están reuniones tienen mucha palabrería y se dice realmente poco, son cada vez más caras y llenas de seguridad. Pero en esta ocasión no será así. La reunión será el centro del enfrentamiento sobre el papel y el objetivo de la Unión Europea, y el modelo económico que deben seguir las clases capitalistas europeas.
A un lado de la contienda está Gran Bretaña. Dirigida por el líder “laborista”, en realidad es un fiel representante de las multinacionales y las crecientes fuerzas de la derecha cristiana, la clase dominante británica (especialmente su enorme sector financiero) mira hacia el modelo estadounidense de progreso capitalista y también al “libre mercado” para el movimiento de dinero, capital y trabajo a través de todas las fronteras sin ningún obstáculo para los beneficios de las grandes empresas. Esto último es lo que se llama globalización.
Los británicos, junto con las elites dominantes de los nuevos candidatos para entrar en la UE de Europa Central (Polonia, República Checa, Hungría, etc.,) y hasta cierto punto Holanda y Dinamarca, quieren que la UE acaba con su regulación de las empresas capitalistas, que acabe con la influencia sindical en el centro de trabajo, que ponga fin a las subvenciones a la agricultura y la industria, y que elimine las barreras arancelarias a la importaciones extranjeras a la UE.
Frente a estos promotores de la globalización están las clases dominantes de Francia, Alemania y Bélgica, y hasta cierto punto, Italia y España, en otras palabras, lo que el neo-conservador secretario de defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, llamó la “vieja Europa”. Este grupo siempre ha visto a la UE como una entidad diseñada para desafiar la hegemonía de EEUU en el comercio y la industria mundial, incluso para preservar su independencia en la política mundial (por ejemplo en Iraq).
Además, este grupo todavía sufre una enorme presión política para mantener algún tipo de estado de bienestar adecuado para los enfermos, ancianos y parados, objetivos que hace ya tiempo las clases dominantes de EEUU y Gran Bretaña acabaron con ellos, con Reagan y Thatcer. Su modelo europeo es antagónico con la “globalización”, ellos correctamente consideran la globalización un eufemismo del dominio del imperio norteamericano para abrir las economías de todo el mundo a los tentáculos financieros y empresariales de EEUU.
El enfrentamiento entre estos dos modelos saldrá de nuevo en la cumbre de la UE porque Gran Bretaña una vez más está presionando a los alemanes y franceses para que acepten el desmantelamiento de la Política Agrícola Común que protege a los campesinos europeos (por supuesto a los grandes) con ayudas y cuotas a las importaciones. El sector agrícola británico prácticamente ha desaparecido, así que la clase capitalista aquí está muy contenta con la idea de reducir los costes presupuestarios de la UE y permitir la entrada de comida más barata, procedente de países con salarios de esclavitud en América Latina, África y Asia.
Irónicamente, Blair ofrecerá prescindir de la “rebaja” especial (cheque británico) mediante la cual los británicos reciben cada año 2.000 millones libras de la UE por sus contribuciones al presupuesto. Parece que no hay razón aparente, aparte de mantener a Gran Bretaña lejos del problema en el que se encontraron los europeos cuando crearon la zona euro y la moneda única a mediados de los noventa.
Por supuesto, los franceses y los alemanes dicen que Gran Bretaña deberían renunciar al cheque sin condiciones. Además, los franceses dirigidos por el viejo Chirac, y los alemanes, dirigidos por la derechista Merkel no quieren hacer concesiones en la PAC, en los impuestos, la desregulación ni en ninguna otra cosa que dañe el modelo económico europeo. Ellos han presenciado la derrota en el referéndum de la Constitución Europea el pasado mes de mayo en Francia y el fracaso de la derecha en Alemania, que no consiguió una victoria clara en las elecciones alemanas a pesar del enorme desencanto existente con la política reformista de los socialdemócratas con Gerhard Schroeder.
Así que quedarán en tablas. Es muy probable que también acabe en tablas el otro gran acontecimientos global: la cumbre del comercio mundial en Hong Kong que debe reducir aún más los aranceles, las cuotas y otras restricciones comerciales bajo la llamada ronda de Doha de liberalización comercial.
Una vez más, la batalla será entre los que están a favor de la “globalización” como un paso adelante para el capitalismo (“todo beneficiará y nada se perderá con el final de las restricciones al libre movimiento de mercancías, capital y trabajo”) y los que temen que la apertura de sus agriculturas, industrias y sectores financieros a las multinacionales estadounidenses o a las importaciones de América Latina o Asia (fabricadas por las multinacionales norteamericanas), afecte seriamente a los intereses de sus propias clases dominantes.
Los que quieren reducir las tarifas arancelarias son los que conseguirían grandes beneficios con la venta de comida: Brasil en América Latina, Nueva Zelanda, Canadá, etc., (aunque perderían porque más empresas financieras extranjeras adquirirían su industria y banca). También los estadounidenses conseguirían más implantación en Europa, Asia y, sobre todo, China.
La vieja Europa se opone a reducir más las barreras arancelarias porque eso afectaría a las restricciones de la UE y una vez más ganarían los estadounidenses. Luego están unos cuantos llamados países “en vías de desarrollo” que quieren resistirse a la presión del capitalismo global, países como Venezuela o Malasia, cada uno por razones diferentes.
La razón de las tablas en Hong Kong es inevitable porque la globalización no está funcionando. No funciona porque estás economías serán secuestradas por las grandes multinacionales en el momento que se abran las puertas. Pero lo que preocupa a algunos estrategas del capital es más que eso, lejos de que la globalización esté generando un crecimiento económico sostenido y equilibrado para todo el mundo, lo que está provocando son serios desequilibrios en el capitalismo.
Sólo un dato demuestra el riesgo que ven estos estrategas: los 1.300 millones de habitantes de China consumen sólo el 42 por ciento de su producción mundial, ahorran y el resto lo venden al extranjero (el 40 por ciento a EEUU). En el otro extremo, los estadounidenses consumen el 71 por ciento de su producción anual, no ahorran nada y cada vez importar más para cubrir sus necesidades diarias de energía y consumo. EEUU está pidiendo mucho prestado para financiar su orgía de gasto y cada vez depende más del resto del mundo, particularmente de Arabia Saudí, Rusia, China, India, Brasil y Japón, para que les proporcionen lo que necesitan a crédito. EEUU ahora es el mayor deudor del mundo, mientras que Japón y China son su mayor prestamista y la diferencia se amplía.
Hasta el momento, EEUU ha mantenido este desequilibrio porque controla los cordones de la bolsa con el dólar que es la principal moneda internacional, tiene un enorme sector bancario y financiero y, como último recurso, su poderosa maquinaria militar le permite acabar con cualquier resistencia a su control imperial (¡no siempre con éxito!).
La globalización realmente significa el ascenso del Imperio Estadounidense. Esa fue la historia capitalista del siglo XX. La historia del siglo XXI probablemente será la caída del imperio estadounidense cuando estallen todos esos desequilibrios. Lo que habrá que decidir es si el mundo se desliza hacia algún tipo de barbarie, como ocurrió con el colapso del rapaz Imperio Romano en el siglo V, o si será sustituido por la verdadera globalización, es decir, el socialismo mundial.
En realidad, el “imperio” se ha convertido en la palabra de moda para muchos de los libros empresariales de éxito que se venden en EEUU estas navidades. Están los que apelan a esos capitalistas que reconocen que todo va bien, como The world is flan: a brief history of 21st century de Thomas Friedman. En él, el autor defiende que la globalización, junto con la revolución tecnológica e Internet, están abriendo el mundo a una gran aldea global donde todo será estandarizado (McDonalds, Coca Cola, Gucci, etc.,) y la población mundial poco a poco igualará sus ingresos, su riqueza y se desarrollará armoniosamente bajo el “libre mercado”.
Luego hay otros más pesimistas, pero desde el punto de vista capitalista, se trata de otro betseller: The Empire of Debt, que ve a EEUU encaminándose hacia el desastre porque su población no puede ahorrar, sólo gasta y acumula deudas que nunca podrá pagar. El capitalismo estadounidense irá retrocediendo en comparación con China, e incluso Europa, y posiblemente todo caerá con él.
Los autores no son marxistas. Todo lo contrario, son teóricos del libre mercado de la llamada escuela austriaca, que defienden que la manera de que el capitalismo triunfe no es gastando al estilo keynesiano, sino ahorrando todo lo que pueda. Seguramente, si los capitalistas nunca pagaran a sus trabajadores tanto y no gastaran en sí mismos, podrían aumentar la inversión y la rentabilidad, durante un tiempo. Pero ¿qué ocurre cuando nadie tiene suficientes ingresos para gastar en lo que produce? El dilema para el capitalismo está entre el gasto y el ahorro excesivos. ¡Ninguno de los dos parece preservar durante mucho tiempo los beneficios!
Otra idea más reveladora del efecto de la globalización está en el libro: The Politics of Empire de Alan Freeman. Aquí el imperio estadounidense es visto desde el punto de vista de su impacto en la clase obrera y las desigualdades entre las naciones. En un capítulo bastante perceptivo, Freeman demuestra que entre 1980 y 2000 la población que vive en los llamados países desarrollados (las principales economías capitalistas) pasó del 32 al 19 por ciento y su parte del ingreso mundial pasó del 80 al 84 por ciento, ¡ese es el éxito de la globalización para todos! El ingreso anual per cápita de los países desarrollados en 1980 era once veces superior al de los llamados países subdesarrollados. Pero en 2000 era 23 veces superior.
Pero la globalización no está ayudando al sistema capitalista como un conjunto. Mientras que en 1988 la producción anual media per cápita en el mundo era de 4.885 dólares, en 2002 había caído a 4.778 dólares. En los años setenta, el PIB anual mundial per cápita subía más de un 4 por ciento anual, en los años ochenta era sólo un 0,8 por ciento anual, en los noventa el crecimiento era negativo. El mundo bajo el capitalismo retrocede. El resultado es aún pero si no tienes en cuenta a China, una economía que acaba de entrar el control del capitalismo.
Por supuesto, en el corazón del imperio capitalista estadounidense (los propios EEUU), la globalización no ha hecho nada por el trabajador norteamericano, las grandes multinacionales se llevan al extranjero su fábricas donde pueden encontrar manos de obra más barata y el gobierno permite la importación de mercancías y servicios más baratos, destruyendo la industria local.
El resultado es que las desigualdades de ingresos y riqueza dentro de EEUU han empeorado, particularmente en el reciente apogeo de la globalización. Ahora, si tu ingreso familiar medio en EEUU es de 57.000 dólares al año o menos, entonces estás entre la mayoría que forman el 75 por ciento de las familias. En 1993, el 50 por ciento con menos ingresos ganaban el 15 por ciento del ingreso nacional; en 2003 cayó al 14 por ciento. Mientras tanto, el 25 por ciento que más gana vio aumentar su parte de los ingresos, del 62 al 65 por ciento en 2003.
Así que la globalización, la siguiente etapa de desarrollo capitalista, no ha generado un mundo de desarrollo armónico y enriquecimiento para todos. Sólo ha sembrado desequilibrios y contradicciones para los capitalistas que no pueden resolver, aumentando las desigualdades entre las naciones y dentro de las naciones. Los ricos cada vez son más ricos y los pobres más pobres, pero los ricos cada vez tendrán también más dificultades para enriquecerse.

¿Un imperio estadounidense?

4 de septiembre de 2003

¿Un imperio estadounidense?

por Leon Hadar

Leon Hadar es académico de investigación en Estudios de Política Exterior del Cato Institute y autor de Quagmire: America in the Middle East(Cato Institute, 1992).

No hace mucho, durante los cambiantes años noventa, estábamos celebrando la llegada de la era de la globalización. Los “proveedores de contenido” de la década escribieron libros y artículos con títulos como Ascenso y Caída del Estado-Nación y El Mundo sin Fronteras. Predijeron que el ciclo económico desaparecería y que el índice Dow Jones alcanzaría los 12.000 puntos (¿o eran 24.000?), que el poder pasaría del Estado a las empresas y que la fusión entre Time Warner y AOL cambiaría el mundo hasta entonces conocido.

En realidad, una relectura de dichas predicciones debería proporcionarnos cierta perspectiva ante los vaticinios que hoy se plantean, a veces a cargo de los mismos expertos, y que prevén el ascenso de un imperio mundial estadounidense en el que este país, aprovechando su inigualable potencial militar, acomodará el mundo a sus intereses e ideales.

Teclee “imperio estadounidense” en su buscador de Internet y encontrará enlaces con cientos de páginas, columnas periodísticas, artículos de revistas y libros que analizan y debaten el nuevo papel imperial de Washington en todo el mundo. Un influyente grupo de intelectuales neoconservadores estadounidenses ha formulado la idea de que Estados Unidos debería disfrutar de un prolongado “periodo unipolar”, y de que así lo hará. Especialistas de dentro y fuera de Estados Unidos han criticado este enfoque unilateralista. La guerra contra Irak sirve de argumento para ambos bandos.

Pero seguramente todo este parloteo sobre el imperio estadounidense en la primera década del siglo XXI sonará muy parecido al que escuchamos sobre la globalización en la última década del XX: una moda intelectual producida por especialistas que buscaban expresiones pegadizas y metáforas vistosas para explicar la compleja realidad.

No es que este cambio no sea real.

El desplome del comunismo, la liberalización económica en todo el mundo y el avance de la tecnología de la información han afectado a la política planetaria y a los sistemas sociales. Pero el ciclo económico no ha desaparecido. Las tendencias bajistas han vuelto a Wall Street. La fusión entre AOL y Time Warner fracasó. Y el Estado-nación está vivo y goza de buena salud, su poder incluso ha sido fortalecido como respuesta a ataques externos tan variados como el terrorismo o el SRAS (síndrome respiratorio agudo severo). La realidad—y la complejidad—resulta mordaz.

Ahora, consideremos la idea de que el duopolio de la guerra fría, Estados Unidos frente a la Unión Soviética, será sustituido por un monopolio: el imperio estadounidense. Que Estados Unidos es la mayor potencia militar del sistema internacional es un hecho, de la misma forma que algunos elementos de la globalización son una realidad.

Pero, al igual que la globalización no ha eliminado al Estado- nación, probablemente la supremacía militar estadounidense no transformará a este país en un imperio. Los costos económicos, la oposición de la opinión pública y los potenciales desafíos planteados por otros actores planetarios se interpondrán en su camino.

Ésta fue la experiencia de Gran Bretaña durante el siglo XX, cuando intentó sin éxito asegurar las bases de su imperio. En el Medio Oriente, llevado por sus intereses petrolíferos y estratégicos, el Reino Unido intentó establecer un nuevo orden. Puso en el poder a los hachemíes en Jordania y en Irak, creó el reino saudita, mantuvo su influencia en Egipto e intentó poner fin a la violencia entre árabes y judíos en Tierra Santa. ¿Suena familiar?

Sabemos cómo acabó la película. Los costos del Imperio Británico en el Medio Oriente y en otros lugares demostraron ser mayores que los beneficios. La resistencia de los actores regionales, incluidos terroristas; las ofensivas de potencias mundiales, incluido su aliado estadounidense, y el declive económico y la oposición interna condujeron a una lenta y dolorosa retirada británica de la región, que culminó con el desastre de Suez en 1956.

El nuevo guión estadounidense añade una banda sonora democrática de estilo wilsoniano a la producción imperial británica, pero las contradicciones entre el modo de pensar realista, partidario de la estabilidad, y los sentimientos idealistas favorables a la democracia harán aún más difícil mantener este proyecto de imperio democrático estadounidense.

La situación sólo invitará a los actores regionales y planetarios a oponerse a los intentos estadounidenses de monopolizar el poder en el Medio Oriente y en todo el mundo.

En lugar de imperio y monopolio, los estadounidenses deberían pensar más en términos de oligopolio. Para hacer progresar sus intereses legítimos en el Medio Oriente y en la región que algunos han denominado el “Creciente de la Inestabilidad“—que se extiende desde los Balcanes hasta la frontera china—Estados Unidos debería desempeñar un papel protagonista en un grupo formado por grandes potencias.

El único planteamiento realista que permitiría que los intereses estadounidenses prosperasen tendría que basarse en la cooperación con la Unión Europea, Rusia, China e India, además de varias potencias intermedias como Brasil, Nigeria e Indonesia.

Dicho sistema de cooperación diplomática y militar no sólo ayudaría a contener el terrorismo y a superar la inestabilidad en el Medio Oriente y en su periferia, sino que también contribuiría a introducir en mayor medida a China e India en el sistema internacional, convirtiéndolas en potencias estables y partidarias del statu quo.

Por supuesto, el “grupo de grandes potencias” no está tan de moda y no resulta tan atractivo como la noción de imperio. Pero, en un mundo complejo, esta situación está en muchos aspectos más acorde con la tradición de la realpolitik que las fantasías imperiales presentadas por los intelectuales neoconservadores, quienes se tildan a sí mismos de realistas.

Después de todo, las modas intelectuales pasajeras, como el imperio—o el triunfo total de la globalización—no pueden convertirse en una base para una política a largo plazo. En la mayoría de los casos los acontecimientos las echan por tierra y finalmente son rechazadas por aquellos que en otro tiempo las habían celebrado.

Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.