El caso de Nicaragua
Desmitificando la conquista
Manuel Moncada Fonseca
*
29-09-2008
¿Paz colonial?
Nicaragua fue “descubierta” por los españoles en 1502, año en que Colón efectuó su cuarto y último viaje al Nuevo
Mundo. Y no fue con ello que se inició su historia. Tampoco es cierto “que la nueva historia indo-hispana”
comenzara, como sostuviera Pablo Antonio Cuadra, “por un diálogo entre el cacique Nicaragua y el conquistador Gil
González Dávila (1). A contrapelo de la supuesta paz que reinó durante el dominio colonial, los indígenas lo
resistieron de muy diversas maneras:
Con cantares; con huelgas de sexo, esto es que los indígenas, escribe López de Gómora, “no dormían con sus mujeres
para que no pariesen esclavos de españoles” (Herrera plantea, en esencia, eso mismo); de siembra, como atestigua
Las Casas, contando que una vez que se pretendió hacer un nuevo repartimiento de indios, éstos se negaron a
sembrar para los españoles; con infanticidios y abortos; al respecto, otra vez Las Casas dice que “las mujeres paridas
matan sus criaturas y las preñadas las echan fuera del cuerpo” (2); con infanticidios, suicidios y huelgas de hambre
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como contaba el cacique Gonzalo al italiano Girolano Benzoni: “… a tal punto llegaron las cosas –le dijo- que muchos
[…] mataban a sus hijos, otros iban a colgarse, otros se morían de hambre” (3); con las armas en la mano, como lo
hizo Diriangén, Nicarao (4) y otros caciques. Quizá la simulación se deba considerar forma suigéneris de resistencia
indígena al dominio colonial. Gámez, por ejemplo, habla de las repentinas conversiones de los indios en cristianos
ante el temor que provocaba en ellos la presencia del invasor europeo (5).
Veamos, cómo pasaron las cosas en lo que a nicaraos y chorotegas se refiere:
Los objetivos de Gil González con relación a Nicaragua no podían ser sino de dominación, considerando el mensaje
que transmitiera al cacique Nicarao, asegurándole, por un lado, que no llegaba a causarle daño sino a enseñarle la fe
cristiana y a “rogarle” obediencia al Rey de Castilla; por el otro, que de no condescender “a sus ruegos, le haría la
guerra”. La respuesta del cacique fue que “aceptaba la amistad con que le brindaba [el conquistador], y recibiría
también la religión católica si cuando conociese sus fundamentos le parecía conveniente” (6). Llama la atención el
hecho que, al producirse el llamado “diálogo” entre el conquistador y Nicarao, éste expresara su disposición a recibir
el cristianismo (aunque sólo fuera por aparentar ante el conquistador) (7), pero no a deponer las armas (8). Con
todo, es aún más significativo lo que ocurrió después de este encuentro “amistoso”.
Tras contactarse con Nicarao, Gil González se internó en territorio nicaragüense y se encontró con el cacique
Diriangén al que, igualmente, le “rogó” su cristianización. éste prometió responder al cabo de tres días, lo cual hizo
pero armado con sus hombres para rechazar al invasor. Viéndose obligadas a retirarse, las fuerzas castellanas
nuevamente atravesaron las tierras de Nicarao sin ningún problema. Sin embargo, al no más dejar atrás estos
dominios, fueron atacados por los nicaraos (9).
No fue, pues, Nicarao el cacique ingenuo, “filósofo” y carente de espíritu guerrero que se pinta en múltiples escritos
sobretodo de tendencia libero conservadora. En este sentido no está demás traer a colación la advertencia que el
cacique Nicoya le hiciera a Gil González Dávila, expresándole en relación con Nicarao, que más al norte se toparía
con un cacique poderoso (10)
Hechos semejantes se observaron en todo el continente americano a lo largo de los tres siglos de la dominación
colonial. No obstante, los apologistas de este dominio siempre han insistido en presentar las cosas de otro modo,
propiamente, desde la óptica idealizada con que la Corona Española y sus personeros enfocaron la colonia. La
“cristianización” y la “civilización” de los nativos americanos sirvieron de manto a lo que, en verdad, se materializó
en explotación despiadada del indio y en saqueo indiscriminado a sus riquezas. La espada y la cruz se combinaron
protervamente para reducir al nativo americano a la más cruel esclavitud. Y por mucho que la reacción criolla se
esfuerce hoy por glorificar el pasado colonial (11) -tratando así de justificar la “moderna” pero no menos rapaz y
opresora dominación del trabajo por el capital-, autores que estaban lejos de lo que hoy se llama izquierda reflejaron
en sus escritos la naturaleza sanguinaria, explotadora y expoliadora de la colonia, aunque, por otra parte, trataran de
defenderla a ultranza.
“La conquista de América dice Ayón es la lucha gigantesca de dos mundos. Por una parte se presenta un antiguo
pueblo que, orgulloso con la gloria del triunfo obtenido en una guerra de siete siglos [contra el dominio árabe sobre
España], se lanza a buscar en los confines de la tierra y en el seno de las naciones salvajes, nuevos horizontes para su
espíritu y nueva savia para su sangre; y por otra parte aparece la raza americana, exuberante de vida y libertad, que
al ver sus creencias amenazadas por extrañas creencias, sus altares destruidos, sus dioses profanados, su suelo
regado de cadáveres y sus familias pereciendo entre las llamas de horrorosos incendios, rechaza con valor
desesperado a sus enemigos y se empeña en cerrar las puertas a la luz de una civilización invasora” (12).
Lejos, pues, del diálogo que, supuestamente, dio inicio a las relaciones entre los conquistadores europeos y los
aborígenes de Nicaragua, como anota Wheelock, esa historia se inició, por el contrario, “con una encarnizada lucha
del indio contra el colonialista español, mantenida luego lejos de cualquier diálogo durante los tres siglos que duró
la dominación peninsular” (13). Esta visión de las cosas es, por completo, diferente de la que la historiografía
tradicional, generalmente de corte liberal o conservador, proporciona, interesada como está, en idealizar el pasado
colonial para justificar el presente opresor y explotador.
¿Fue la de Centroamérica la peor parte de la emigración que llegó de España?
En lo que concierne propiamente al domino colonial en territorio centroamericano, al contrario de la idea de Gámez
según la cual éste dominio fue peor acá que en ninguna otra parte del Nuevo Mundo, porque a su parecer las
“remotas provincias de la América-Central […] tuvieron la mala suerte de recibir la peor parte de la emigración que
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venía de España” (14); para la autora Laurette Sejourne, La Española y Cuba se constituyeron en “el campo de
experimentación de los futuros conquistadores de toda América”. Allí aprendieron a reducir a los indígenas a la
condición de animales domésticos. Allí mismo, iniciaron “la lucha entre compatriotas, por medio del perjurio, el
homicidio y el robo”. Y agrega algo aún más esclarecedor:
**
“El modelo creado en la Española hubo de servir para todo el continente, y la historia de la conquista no se
modificará de un país a otro en razón del carácter específico de la geografía, de la cultura y del gobierno de cada uno
de ellos”. Allí tuvieron lugar, indica, las primeras rebeliones y querellas para disputarse la riqueza y el poder; de igual
forma, allí se registraron los primeros enfrentamientos sangrientos contra los enviados por la corona, así como las
primeras condenas oficiales de muerte; sobre su suelo se perfeccionó y legalizó la trata de seres humanos y se
instauró el repartimiento de hombres y tierras (15).
Respecto a la conquista de México, la autora expresa que los métodos de Cortés fueron calcados exactamente de los
que otros conquistadores pusieron en práctica, con los mismos ataques sorpresa antes del amanecer, incendios,
muchedumbres enloquecidas y desarmadas que terminaban reconociéndose culpables (16). Así las cosas, no era
fortuito que el emperramiento, como apunta la autora, fuera una tortura aplicada en América “legalmente contra los
que no pagaban tributo” (17).
¿A qué atribuir la violencia de los castellanos contra los americanos?
Y contra la idea expuesta también por Gámez, que atribuye la violencia de los castellanos -tanto entre sí como con los
aborígenes- a la condición brutal y supersticiosa de una soldadesca recogida por lo común en los garitos, en las
tabernas y en las inmediaciones de los presidios españoles (18), Sejourne acota: “Ya antes de la llegada de los
criminales puestos así en libertad [se refiere a los condenados a muerte que serían libres al cabo de dos años de exilio
en América y a los condenados a cadena perpetua, quienes igualmente serían libres sólo que al año] la primera isla
descubierta, umbral de un inmenso continente virgen, era víctima de disensiones y presa de la brutalidad” (19).
Hay que añadir a esto un asunto de vital importancia: lo relativo a que algunos de los grandes conquistadores de
América, fueron de origen noble. Hernán Cortés y Pedrarias Dávila, por ejemplo, lo fueron. Y, sin embargo, se
distinguieron por una crueldad ilimitada, la perfidia y la intriga especialmente contra los indígenas, pero también
contra los suyos. En efecto, el primero, era poseedor de una inmensa fortuna y del título de marqués (20). El
segundo, había servido en la guerra de Castilla, en la cual adquirió la fama de valiente, era hermano del conde
Puñonrostro, “Caballero de Segovia y pariente inmediato de varias personas de la nobleza y de valor de España”. El
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Obispo de Burgos intercedió en su favor ante el monarca, partiendo de los servicios que él prestara en la toma de
Orán y de Bujía (21); de su rango de coronel de la infantería española y de que se había educado en la Real Casa.
Gracias a ello, Pedrarias fue confirmado en su cargo de Gobernador del Darién (22).
Despoblamiento brutal por trato brutal y por enfermedades.
***
Oviedo, en su Historia general y natural de las Indias, escribe que en Cuba, para 1548, había quinientas personas,
pero que, entonces, la mayoría de los habitantes provenía de otras islas. Sin embargo, cuando ésta se descubrió había
en ella un millón de indios. No obstante, el cronista explicaba, más bien justificaba, el hecho a partir de que las
minas no eran muy ricas y de que la codicia de los hombres era insaciable. Por otra parte, acusaba a los indios de ser
ociosos, viciosos, de poco trabajo, melancólicos y cobardes, mal inclinados, mentirosos, de poca memoria e
inconstantes. “Muchos dellos por su pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron con
sus propias manos…” (23)
Bartolomé de Las Casas anota que en Nicaragua al principio había, según cálculos de sus compatriotas, más de
seiscientas mil personas, pero en unos cuantos años esta población se redujo a entre doce y quince mil almas (24).
Germán Romero Vargas, partiendo del carácter interesado de las informaciones que suministran, a su parecer, Gil
González, Las Casas y Oviedo, estima que la población de Nicaragua, en el momento inicial de la conquista, era de
unos 100 mil aborígenes (25). Según Radell, citado por Cardoso y Pérez Brignoli, en las primeras décadas de la
conquista, la población de Nicaragua sobrepasaba más de un millón, pero producto del dominio colonial se vio
reducida a 10.000. Esta brusca disminución de la población se atribuye a las enfermedades, a las guerras, y a la
exportación de esclavos (entre 200.000 y 500.000) (26).
En general, al despoblamiento de América contribuyó en gran medida una macabra importación europea -para la
cual el indígena no estaba biológicamente preparado- consistente en viruelas, tétanos, enfermedades pulmonares,
intestinales y venéreas, el tracoma, el tifus, la lepra, la fiebre amarilla, las caries de la boca. El antropólogo brasileño,
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Darey Ribeiro, citado por Eduardo Galeano, calcula “que más de la mitad de la población aborigen de América,
Australia, y las islas oceánicas murió contaminada luego del primer contacto con los hombres blancos” (27).
La barbarie contra el indígena obra del sistema colonial
Mas, no debe creerse que la barbarie contra el indígena era producto de individuos aislados. Era por el contrario, un
fenómeno derivado del sistema colonial en su conjunto. No en vano, al cronista imperial Juan Ginés de Sepúlveda se
le encargó la tarea de justificar el derecho de la Corona sobre los aborígenes del Nuevo Mundo. Amparándose en
Aristóteles, Sepúlveda justificaba lo que él llamaba “las justas causas de las guerras contra los indios”. Según él,
existía el derecho de someter por la fuerza a los que, dada su condición natural, debían sujetarse a la obediencia; lo
perfecto debe gobernar a lo imperfecto, igual que lo excelente a su opuesto; hombres y animales están sujetos a esa
norma. Por eso, las fieras y la mujer son dominadas por el hombre. Y siendo que, a su parecer, la diferencia esencial
entre el hombre blanco que él estima noble, inteligente virtuoso, etc. y el bárbaro es la misma que existe entre el
hombre y los monos; en consecuencia, el uso del arte de cazar debe dirigirse no sólo contra los animales sino
también contra los hombres que rechazan el yugo esclavista, pese a que, según su entender, nacen para someterse.
Por lo mismo, para Sepúlveda las víctimas se benefician con la avaricia de los conquistadores y es al vencido y no al
vencedor a quien achaca la culpa de las rapiñas (28). Para él, las atrocidades de los españoles, aunque aborrecibles,
no tenían la importancia que, según él, sí tenía la responsabilidad de los mismos en la imposición de la cultura
cristiana a los aborígenes americanos (29).
Bartolomé de Las Casas, quien se pusiera a la cabeza de la defensa del indígena fue acusado de 1) herejía, al aferrarse
a la idea de igualdad humana; 2) desconocimiento de la desigualdad de las razas, al negarse a admitir que entre los
hombres unos están destinados a ser libres y a mandar y, otros, siendo deficientes por naturaleza, por su propio bien,
están destinados a la servidumbre y la sujeción que los primeros les impongan; 3) desorden mental, siendo un
hombre de “mente confusa” y de “delirio paranoico”, incapaz de admitir que la esencia humana tiene diversos niveles
de realización (30).
Menosprecio racial a los aborígenes americanos
Conociendo la brutalidad que los castellanos mostraron contra el indígena en todos los territorios del Nuevo Mundo
que estaban bajo su poder, Sejourne llega a una conclusión irrebatible: “La lectura de cualquier documento referente
a la conquista da la certidumbre de que ninguna acusación podrá jamás ser tan terrible como los propios
acontecimientos” (31).
W. Howitt, citado por Marx en El Capital, escribe: “Las barbaries y las execrables atrocidades presuntamente
cristianas en todas las regiones del mundo, y contra todos los pueblos a los cuales pudieron subyugar, no tienen
paralelo en ninguna otra era de la historia universal, en ninguna raza, por salvaje, grosera, implacable y
desvergonzada que fuese” (32).
Para algunos como el conde de Bufón, los indios eran animales frígidos y débiles, no se registraba en ellos “ninguna
actividad del alma”. El abate De Paw hablaba de que en América los indios degenerados alternaban con perros que
no ladraban, “vacas incomestibles y camellos impotentes”. Para Voltaire, América estaba habitada por indios
perezosos y estúpidos, sus cerdos tenían, algunos, el ombligo a la espalda, sus leones eran calvos y cobardes. Bacon,
De maestre, Montesquieu, Hume y Bodin se negaron a reconocer como semejantes a los hombres “degradados” de
América. Hegel se refirió a la impotencia física e intelectual de América. El padre Gregorio García, en el siglo XVIII,
sostuvo que los indios eran perezosos, no creían en los misterios de Jesús, ni agradecían a los españoles por todo el
bien que se les brindaba por su ascendencia judía (33).
Complicidad del clero en el crimen y en reparto del botín
Desde luego, los hombres de espada no actuaron sólos, sino en contubernio con los de sotana. En este aspecto, la
opinión de Gámez resulta acertada, diciendo que los miembros del clero, en su mayoría, por codicia, no se oponían a
la obra de iniquidad o esclavitud contra el indio, al contrario, la ayudaban “atentos únicamente á tomar su parte en el
rico botín de los despojos” (34). Y en un tono más recio expresa: “El clero católico, que atendida su misión de paz,
pudo servir para suavizar el yugo colonial, fue con muy contadas excepciones otro terrible azote para las colonias.
Los clérigos que en aquel entonces recorrían el Nuevo Mundo, no se distinguían por la fe y cristiano ardor que exige
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el Evangelio […] Gran número de frailes se trasladó a las colonias con la esperanza de gozar de una existencia libre y
holgada y encontrar satisfacción a sus terrenales aspiraciones” (35).
Sin embargo, más duros son aún los términos que utiliza el historiador francés Mauricio La Chate, citado por Gámez,
para referirse a los que, desde las metrópolis, imponían su voluntad a los pueblos: “Los anales de la Historia política
del siglo XVI debían ser trazados en caractéres [sic] de sangre, pues nunca las crueldades, los homicidios, los
atentados, habían sido tan multiplicados y terribles; nunca los reyes y los papas habían cometido tantas
atrocidades…” (36).
Por su parte, Eduardo Galeano escribe: “La espada y la cruz marchaban juntas en la conquista y en el despojo
colonial. Para arrancar la plata de América, se dieron cita en Potosí los capitanes y los ascetas, los caballeros de lidia
y los apóstoles, los soldados y los frailes” (37). Tibor Wittman y Corvina Kiadó plantean que los religiosos supieron
aprovechar con habilidad las calamidades naturales para infundir temor a Dios entre los indios. Y para imponer el
cristianismo entre los indígenas, recurrían a las mismas creencias que éstos tenían. No es casual, señalan dichos
autores, que la virgen de Guadalupe apareciera en el mismo lugar en el que, en México, rendían culto a la madre de
su dios Tonantzin (38).
****
La denuncia del crimen y del despojo
Durante la conquista, hubo voces, aunque pocas, que clamaron contra el maltrato a la población del continente
americano. Otros, sin ser propiamente sus defensores -como cronistas interesados en recoger todo lo acaecido en el
Nuevo Mundo-, quizá sin proponérselo, denunciaban las atrocidades que los suyos cometían en las tierras del
mismo. Gracias a los cronistas, se sabe que Pedro Arias de Ávila, conocido como Pedrarias Dávila y quien se
constituyera en el primer gobernador de la provincia de Nicaragua, hizo gala -al igual que la mayoría de los
conquistadores y colonizadores del continente americano- de una crueldad sin límites contra los nativos de la
misma. Hacía, por ejemplo, uso de perros feroces para dar muerte a los indios rebeldes. Primero les echaba perros
jóvenes, de cuyos ataques los indios se defendían con el auxilio de garrotes; luego, ante la huída de los perros
jóvenes, les lanzaba dos perros viejos que los hacían caer en tierra y, finalmente, soltaba contra ellos a los más
feroces para que terminaran de despedazarlos (39).
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Con base en la lectura de las crónicas coloniales, Ayón señala: “Los naturales dados en encomienda eran errados,
como los esclavos; y al repartirlos entre los señores, sucedía que correspondiendo un sólo pueblo a tres ó cuatro,
cada cual tomaba el número de indios que se le señalaba, sin fijarse en la inhumana división que hacían de una
misma familia, dejando al marido separado de su esposa, y a la madre lejos de sus tiernos hijos. El tributo que les
exigían era exorbitante, y no se libraban de él ni aún los muchachos, quienes no pudiendo pagarlo se veían obligados
a salir de los pueblos en cuadrillas de doscientos o cuatrocientos, sin exceptuar a los jóvenes, con el objeto de ir a
recoger oro en los ríos, en donde algunos perecían miserablemente, hambrientos y sin abrigo” (40).
Con relación a Nicaragua, Las Casas dice: “Pedían cada cuatro o cinco meses, o cada vez que alguno alcanzaba la
gracia o licencia del gobernador, al cacique cincuenta esclavos, con amenaza de que sino los daba lo habían de
quemar vivos o echar a los perros bravos. Iban los señores por sus pueblos y tomaban lo primero todos los
huérfanos, y después pedían a quien tenía hijos legítimos, uno, y a quien tres hijas, las dos, y no de los más
indispuestos, sino escogidos y de tal altura, como les daba el español una vara; y de esta manera cumplía el cacique el
número que el tirano le pedía, con grandes alaridos y llantos del pueblo. Como esto se hacía tantas veces, asolaron
desde el año de [15]23 hasta el año [15]33 todo aquel reino, llevando todas aquellas muchedumbres de indios, siendo
tan libres como yo, a vender por esclavos a Panamá y al Perú donde todos son muertos” (41). García Peláez sostiene
que para los americanos “esclavitud, tributo, encomienda, confiscación, destierro y muerte, era todo uno, y lo mismo
la paz que la guerra” (42).
Un testigo de la época referida, escribía: “Es verdad lo que digo, que si un cristiano español hubiese de ir desde esta
ciudad de León o de la Granada a las Minas, y no supiese el camino no tiene necesidad de llevar quien se lo muestre
ni preguntar por el camino, más que irse por el rastro de los huesos de los indios muertos que hay hasta allá. Sé de
cierto, que hay hombres que en esta demora para que se coja oro, se le han muerto de su repartimiento doscientas
personas, y otros que tenían buenos repartimientos, que ya no tienen indios para sacar oro…” (43).
El saqueo colonial y el desarrollo industrial de Europa
Según cálculos de Ernest Mandel -que sumó el valor de oro y plata saqueado al Nuevo Mundo hasta 1660; el botín
saqueado en Indonesia por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, desde 1650 hasta 1780; las ganancias
del capital francés proveniente de la trata de esclavos de las Antillas británicas y, finalmente, el saqueo inglés de las
mismas-, el resultado de todo el saqueo practicado sobrepasa al valor total de la inversión realizada hacia 1880 en la
totalidad de las industrias europeas. Y, por supuesto, lo que benefició a Europa, en las regiones sometidas al saqueo,
por el contrario, impidió la acumulación originaria del capital industrial (44).
Según cálculos de Alexandr von Humboldt, en medio siglo, entre 1750 y 1809, mediante las exportaciones de oro y
plata, de México se evadió un excedente de unos cinco mil millones de dólares, según el valor que esta moneda tenía
a fines de los años 60 (45).
Conozcamos algunas de las valoraciones que el saqueo de América significó para Europa desde el punto de vista de
acumulación de capital y de desarrollo industrial.
Eduardo Galeano plantea, en esencia, que el oro y la plata arrebatados por los europeos a sus dominios coloniales,
además de estimular el desarrollo económico de las metrópolis, lo hizo posible (46). Marx manifiesta: “El
descubrimiento de regiones auríferas y argentíferas de América, la reducción de los indígenas a la esclavitud, su
soterramiento en las minas, su exterminio, los comienzos de la conquista y saqueo en las Indias Orientales, la
transformación de África en una especie de madriguera comercial para la caza de los hombres de piel negra: tales
son los procedimientos idílicos de acumulación primitiva que señalan la era capitalista en su aurora” (47).
En su Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels expresan: “El descubrimiento de América y la
circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la
India y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de
cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta
entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en
descomposición. (…) La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de
América” (48).
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¿Se necesita hurgar más la historia de la conquista y colonización de América para concluir que ello fue la base real
sobre la que se erigió lo que hoy llamamos subdesarrollo, como también el factor esencial sobre el cual, tras la larga
lucha independentista, se impuso el dominio del mercado capitalista mundial sobre los territorios que estuvieron
bajo el dominio colonial europeo, con la hegemonía de Inglaterra, primero, y con la de Estados Unidos, después?
Citas y notas
1. Cuadra, Pablo A. El nicaragüense. EDUCA, Centroamérica. 1978. p. 20.
2. Documento Nº 10. Las huelgas: sexual y de siembras. Documentos de la Historia de Nicaragua. 1523-1857. Recopilación de Antonio Esgueva Gómez. UCA,
Managua. 1983. p. 41.
3. Benzoni, Girolani. Fragmento de su obra Historia del Nuevo Mundo. En: Interpretación económica y social de la Historia de Nicaragua. Compilación del
Doctor Jaime Wheelock Román para la Maestría en Historia ofrecida por el Departamento de Historia de la UNAN-Managua. Febrero de 1998. p. 131. (la
numeración corresponde al fragmento indicado).
4. Véase entrevista de El Nuevo Diario a Fernando Silva ( “Cacique Nicarao es puro invento”) y a Rafael Casanova (“No hubo Nicarao, todo es invento”), en las
ediciones, respectivamente, del 12 y del 16 de septiembre del 2002.
5. Gámez, José Dolores. Historia de Nicaragua.. Madrid, 1955. p. 94.
6. Ayón, Tomás. Ayón, Tomás. Historia de Nicaragua.. Obra en tres tomos, Tomo I. Madrid, 1956. pp. 154-155.
7. “Estas repentinas conversiones al Cristianismo (…) no eran sinceras, obligados por el temor, creían con firmeza que salvar a bien poco precio sus vidas, con
sólo consentir se les mojara la cabeza no tenía ninguna trascendencia. Se observó con mucha frecuencia, que los mismos bautizados que cerraban sus templos y
botaban sus ídolos, en cuanto los españoles se alejaban, volvían a sus antiguos ritos”. Quintana Orozco, Ofman. Apuntes de historia de Nicaragua. Cuarta edición
aumentada y corregida. Managua, Marzo de 1968. p. 24.
8. Gámez, José Dolores. Ob. cit. p. 155.
9. Ibíd. pp. 157-158. Véase también: Arellano, Jorge Eduardo. Nueva Historia de Nicaragua. Fondo Editorial CIRA, Managua, Nicaragua, 1990. p. 92.
10. Academia de Geografía e Historia de Nicaragua. “El encuentro del cacique Nicaragua y el conquistador Gil González Dávila. Testimonios e interpretaciones”.
http://www-ni.laprensa.com.ni/archivo/2003/abril/05/literaria/ensayos/
11. “Una de las cosas más asombrosas de los exploradores españoles –casi tan notable como la misma exploración- es el espíritu humanitario y progresivo que
desde el principio hasta el fin caracterizó sus instituciones”. Enciclopedia Autodidáctica Quillet. México, 1964. Tomo I. p. 41. Otro texto, plantea: “Y corresponde
a España en pleno apogeo de su gloria como pueblo cristiano, el recibir estas tierras [las del Nuevo Mundo] como regalo del señor”. Siso Martínez, JM; Bártoli,
Humberto. Mi Historia Universal. Trillas. Segunda reimpresión. México. Noviembre de 1990. p. 205. En contraste con esto, en un tercer texto leemos: “Nuestros
aborígenes vivieron más de trescientos años bajo la absoluta dominación española. ¡He aquí las raíces de nuestra tragedia al presente!” Y en el párrafo que sigue
leemos: “ LA PROVINCIA FUE UN BOTÍN DE ORO Y ESCLAVOS EN DONDE EL REY TENÍA PARTICIPACIÓN”. Lainez, Francisco. Nicaragua: Colonialismo
español, yanqui y ruso. Serviprensa Centroamericana. Guatemala, 1987. p. 88.
12. Ayón. Tomás. Ob. cit. p. 114.
13. Wheelock Román, Jaime. Raíces Indígenas de la Lucha Anticolonialista en Nicaragua. Managua, 1985. p. 1.
14. José Dolores Gámez. Ob. cit. p. 114.
15. Sejourne, Laurette. I. Antiguas Culturas Precolombinas. Siglo veintiuno. Cuarta edición en castellano. Diciembre de 1973. p. 14.
16. Ibíd. p. 33.
17. Ibíd. p. 65.
18 . Gámez, José Dolores. Ob. cit. p. 114.
19. Sejourne, Laurette. Ob. cit. p. 13.
20. Ibíd. pp. 29-42.
21.Orán, ciudad y provincia de Argelia, sobre la costa del Mediterráneo; Bujía nombre de ciudad también de Argelia que hoy se llama Bejaia o Bijaia.
22. Ayón, Tomás. Ob. cit. pp. 128-129.
23. Cita de Oviedo. Sejourne, Laurette. Ob. cit. pp. 29-30.
24. Las casas, Bartolomé de. Carta a un personaje de la corte. Compilación del Doctor Jaime Wheelock Román. Ob. cit. pp. 71-72. (La numeración es acá asunto
de cada parte de la compilación, está en correspondencia con la numeración de cada una de esas partes).
25. Romero Vargas, Germán; Solórzano, Flor de Oro. Las poblaciones indígenas de Nicaragua. En: Persistencia Indígena en Nicaragua. CIDCA UCA. 1992. p. 15.
26. Cardoso, Ciro F.S.; Pérez Brignoli, Héctor. Centroamérica y la Economía Occidental 1520-1980. Editorial Universidad de Costa Rica. 1983. pp. 54-55.
27. Galeano, Eduardo. Las Venas abiertas de América Latina. Siglo veintiuno editores, 5ª edición. 1973. pp. 27-28.
28. Sejourne, Laurette. Ob. cit. pp. 72-74.
29. Coe, Snow y Benson. Atlas Cultural de la América Antigua. Civilizaciones precolombinas. Ob. cit. p. 22.
30. Sejourne, Laurette. Ob. cit. p. 80.
31. Ibíd. pp. 76-77.
32. Marx, Carlos. El Capital. Tomo I. Editorial Librerías Allende S.A. Méjico 1980. p. 732.
33. Sejourne, Laurette. Ob. cit. pp. 62-63.
34. Gámez, José Dolores. Ob. cit. p. 129.
35. Ibíd. pp. 118-119.
36. Ibíd. p. 121.
37. Galeano, Eduardo. Ob. cit. p. 31.
38. Wittman, tibor; Corvina Kiadó. Historia de América Latina. Imprenta Athenaeum. Hungría 1980. pp. 95, 97.
39. Véase cita de Oviedo. Ayón, Tomás. Ob. cit. p. 214.
40. Ibíd. p. 227.
41. Ibíd. p. 227-228.
42. Véase cita de García Peláez. Ibíd. p. 227.
43. Cita del tomo III de los Documentos para la Historia de Nicaragua. En: Nicaragua…Y por eso defendemos la frontera. Historia agraria de las Segovias
Occidentales. CIERA-MIDINRA. 1984. p. 57.
44. Galeano, Eduardo. Ob. cit. p. 43.
45. Ibíd. pp. 54-55.
46. Ibíd. p. 35.
47. Marx, Carlos. El Capital. Ob. cit. p. 731.
48. Marx, Carlos; Engels, Federico. Manifiesto del Partido Comunista. En: Marx, C; Engels, F. Obras Escogidas, en tres tomos. Tomo I. Editorial Progreso,Moscú. 1974. p. 112.