Yo fui de la Juventud Romerista… Entrevista a Alfredo Acosta Díaz

SAN SALVADOR, 18 de octubre de 2008 (SIEP) A sus ochenta años, su mirada penetrante explora el horizonte de la lucha por el socialismo, causa a la que dedicó la mayor parte de su vida, dando la cara para desafiar a la dictadura militar, militante comunista de mente y de corazón. Estamos hablando de Alfredo Acosta Díaz. Escuchemos su palabra que es la memoria de la patria rebelde…

“A los 16 años en 1944 en mi pueblo Chalchuapa, era de la Juventud Romerista y asistí a una reunión en la que habló Virgilio Guerra en nombre de la Unión Nacional de Trabajadores, UNT, arengó abiertamente en contra de la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez, que había que tumbarlo, sus palabras se quedaron grabadas en mi mente, yo ya era rebelde por naturaleza, pero el mensaje me impactó profundamente, años después conocí y trabé amistad con él…”

“Nací en 1928 en Chalchuapa…y me incorpore a la Juventud Romerista, a los 16 años, fue una decisión nacida del entusiasmo juvenil, yo estaba aprendiendo carpintería en el taller que tenía mi papá, de nombre Víctor Manuel Acosta, había estudiado hasta tercer grado…eso fue un día después del levantamiento cívico-militar del 2 de abril, se convocó a un mitin en el parque de los partidarios del Dr. Romero, por su parte, los seguidores del general Martínez se habían acuartelado en el edificio de la Alcaldía, aglutinados en la Guardia Cívica, que era como la Juventud del partido Pro-Patria. Incluso le habían quitado los soportes a la plataforma del quiosco del parque y cuando la gente se subió se desplomó y hasta hubieron heridos…todo para evitar que nos concentráramos…pero nos mantuvimos firmes…”

“Entre los oradores esa tarde se encontraban los doctores Carlos Ganuza Moran padre, Moisés Castro y Morales, Jesús Góchez Castro, que vivían en Santa Ana que eran romeristas, dirigentes del Partido Unión Democrática. Castro y Morales, antiguo comunista, era muy buen orador y agitador…”

El local del PUD estaba en el antiguo Teatro Principal, que era donde se exhibieron las primeras películas mudas en el pueblo…Mi papá aunque no se metía en política me dejaba que yo si lo hiciera…hasta que pasó el golpe del 21 de octubre de 1944, entonces si trataba de detenerme…una vez fui al local del Sindicato de Sastres, era la primera vez que oía esa palabra, sindicato…la noche del golpe del coronel Osmín Aguirre y Salinas teníamos planeada realizar una Velada en el Teatro, íbamos a presentar una obra de teatro, de estudiantes universitarios que venían de Santa Ana…

Antes de la actividad, nos concentramos en el local del PUD, y escuchamos a varios oradores, yo estaba sentado en galería, y allí escuche de nuevo a Virgilio Guerra, hablaba fuerte, sin micrófono, lo presentaron como dirigente campesino de la UNT, fue una alocución muy buena, agitativa, que entusiasmaba, un voz vibrante, muchos años después me entere que Virgilio, el que oí en mi juventud era el mismo que conocía, militante del Partido…del Partido Comunista.

Luego del golpe del 21 de octubre de 1944…

Luego del golpe del 21 de octubre, todos mis compañeros se fueron para Guatemala y yo también aliste maletas pero mi papá me detuvo, me dijo: estas muy cipote…y yo estoy enfermo y vos me ayudas en el taller…Todos los que se fueron murieron en Ahuachapan en diciembre de ese año, el 12 de diciembre en El Espino cuando entraron para combatir a la dictadura militar…entre los jóvenes que murieron estaba el estudiante Ramiro García…eso fue terrible, nos afectó a todos estas muertes…y provocó que más gente se fuera para Guatemala, incluso comerciantes que se habían dado color apoyando al Dr. Romero…Y le dieron la presidencia al contrincante del Dr. Romero, al coronel Salvador Castaneda Castro.

Entonces si, me fui para Guatemala en 1945, nos entusiasmamos para irnos con un amigo, en esa época la vida se puso cara, no habían cereales, el mercado pasaba vacío, todo escaseaba, incluso el gobierno se vio en la necesidad de comprar azúcar peruana, era una azúcar oscura que a nadie le gustaba…Entonces nos fuimos para Guatemala con mi amigo Carlos Rodríguez, los dos éramos aprendices de carpintería…ya ante se había ido Rodolfo González, que fue el Presidente del Comité Juvenil Romerista de Chalchuapa, era el más destacado, demócrata convencido, hijo de hojalatero que fue el que nos recibió en Guatemala y nos consiguió allá donde quedarnos…

Nos fuimos para Guatemala, aventurando, caminando, atravesamos la frontera Jerez, llegamos a Mita, y nos quedamos adormir donde un médico salvadoreño que había quedado ciego de la golpiza que le dieron el 21 de octubre, no me acuerdo de su nombre, al llegar a Guatemala buscamos a Rodolfo y este nos contacto con amigos hojalateros, nos dedicamos a cortar latas, y nos ayudaban con la comida, y dormíamos en el suelo de la estación de ferrocarriles, suerte que era mediados de año y no hacía mucho frío…Después conseguí trabajo en un taller de carpintería, como aprendiz, me pagaban 50 centavos al día, y la señora dueña me daba la comida…un día de esos se presenta mi papá al taller, me había ido a buscar, y me regreso con él…

Unos años después de haber regresado al pueblo, me capturan, me reclutan para el cuartel, la famosa “platada” la hago en san Miguel…años 47-48, fue una experiencia muy significativa, el trato me pareció brutal, denigrante, “de la patada”…

Al regresar al pueblo, como no había trabajo y mi papá tuvo que cerrar la carpintería, salíamos juntos a los pueblos vecinos a buscar trabajo, incluso llegábamos hasta Metapan. Y fue en ese pueblo donde me enamore y conocí a mi esposa, que después me traje para Chalchuapa. Corrían los años 50-51 y estaba levantándose un movimiento de apoyo ala candidatura del cafetalero Roberto Edmundo Canessa, tenía bastante fuerza en Chalchuapa, y fue por el primer partido en que me organice, era la directiva municipal, se llamaba PAN, por el que fui a votar, se votaba con la Guardia Nacional a la par, me acuerdo que incluso un conocido prudista tenía la urna entre las piernas y allí había que votar…era un ambiente coercitivo, de fraude…

En el 59 la Revolución Cubana nos impactó, como muchos oía Radio Habana Cuba, “territorio libre de las Américas.” Y así me iba educando políticamente. También estudie Teneduría de Libros, me gradué ese año 59. Y me tuve que ir a Santa Ana para sacar unas materias que no daban en Chalchuapa. Y ya en Santa Ana vuelvo a ver a los doctores Moisés castro y Morales y Ángel Gochez Castro, esta vez en las filas del Partido Revolucionario Abril y Mayo, PRAM.

En enero de 1960 ingreso al PCS

Y en Santa Ana vivía un hermano, Humberto Negro, también carpintero, que fue quien me recluto para el Partido Comunista…ingrese, me juramentaron el 7 de enero de 1960. El me enseñó a trabajar en el oficio y me llevaba a repartir propaganda del PRAM, me iba preparando, íbamos a hacer pegas de propaganda hasta Ahuachapan…bueno, empecé a militar en una célula del PCS en la ciudad de Santa Ana. El responsable era mi hermano, y estaba Víctor Gregorio Rivera, que trabajaba en ese entonces en una fábrica de ladrillos, Eduardo Camporreales, que era talabartero, Pedro Yan, empleado de la bodega de un beneficio, de baja estatura y muy bueno…a veces atendía la célula Raúl Padilla Vela, llegaba a dar pláticas y a organizar caminatas.

En diciembre de 1962, fui seleccionado por la dirección del Partido para asistir alas celebraciones del 4to. Aniversario de la Revolución Cubana. Encabezaba la delegación que incluía a Guadalupe Carpio, a Dimas Alas, a Lety Castro, a Clarita Lechuga, ya Patricio, un sindicalista que vivía en Ciudad Delgado. Éramos siete, se me queda uno…estuvimos allá, en las celebraciones, me acuerdo que en las gradas del monumento a José Martí conocí a Roque Dalton, claro, usaba pseudónimo y hasta después supe que era él. No nos imaginábamos que al regresar íbamos a tener problemas. En México no nos dejaron abordar el avión para San Salvador por órdenes expresas del coronel Julio Rivera, el presidente salvadoreño. Y tuvimos que regresarnos a La Habana…nos mandaron a cortar caña en Santiago, mientras resolvían nuestra situación. Así pasamos tres semanas, hasta que después de darle la vuelta al mundo…Europa, Sur América, pudimos entrar por Honduras, entramos separados, y logre llegar a Santa Ana sin dificultades…

Ese año 63 me mandaron a estudiar a la URSS. A la Escuela de Cuadros del PCUS. Íbamos siete, Rafael Aguiñada Carranza, Tirso Canales, Chiquitín García, Miguel Ángel Cea, y un profesor…después se incorporó el Dr. Antonio Díaz. A mediados del 64 llegó la noticia que a Aguiñada lo habían electo suplente de CP y a Díaz en el Comité Central en el V Congreso del PCS. Cea comentó sobre estos acuerdos que “es por eso que me mandaron para acá, para sacarme del camino…”

En el 65 regresamos de la URSS, regresó a trabajar a Santa Ana. Me envían al Comité Departamental. El trabajo abierto lo realizábamos por medio del PAR, llevamos en Usulutan de candidato a Alcalde a Farid Handal, y en Santa Ana…no me acuerdo. Pero si que teníamos poca audiencia, nadie nos oía, había poca recepción a nuestro mensaje…En realidad lo que levantó al PAR fue la candidatura para la Presidencia del Dr. Fabio Castillo, fue una campaña muy buena, “cinco problemas y cinco soluciones” se incorporaron los estudiantes universitarios y la campaña fue una jornada de educación política masiva…personalmente me conseguí un aparato para exhibir diapositivas y con este aparato visitábamos las comunidades y logramos impactar y crecer, antes no se crecía, y de estas campaña surgieron decenas de nuevos cuadros…peor luego nos cancelaron el partido y quedamos por un tiempo sin instrumento legal para acercarnos a las masas…

En 1969 el Partido decidí trasladarme a San Salvador. En 1970 en el VI Congreso del PCS soy electo para integrar el Comité Central. En ese congreso se presentó el problema que nadie quería asumir la secretaría general dejada por Saúl. Al final se llegó aun arreglo que un secretariado asumiera la secretaría general. Quedamos Schafik, Rafael Aguiñada y mi persona en el secretariado. Pero también me integre a la Comisión Nacional de Organización, que dirigía Rafael Aguiñada.

Voz Popular No. 60 de diciembre de 1975,

Alfredo Acosta ( junto a Guillermo Ungo)

representando al UDN.

Como CNO visitábamos a las bases en los departamentos, impartíamos cursos de marxismo, el PCS era muy reducido y nuestro trabajo se enfilaba a ampliar nuestra presencia orgánica entre la clase obrera de las ciudades y del campo. Víctor Gregorio Rivera se encargaba del trabajo entre los campesinos.

En un pleno del Comité central, ese mismo año 1970, se acuerda que Raúl Castellanos Figueroa fuera a una reunión internacional a Moscú a representar a nuestro partido… fue cuando murió allá, y entonces trajeron sus restos y el partido después de muchos años de clandestinidad salió a flote, públicamente, en el ataúd pusimos la bandera roja con la hoz y el martillo, símbolo de nuestro Partido, y lo velamos en varios lugares, en la UES, en la FUSS y en la Funeraria. Mucha gente que había trabajado con nosotros en el PRAM, en el PAR se acercaron para expresar su pésame y saludar a los comunistas que perdía a uno de su cuadros más destacados. estuvieron para el velorio y para el entierro…salimos a la luz pública por primera vez desde la masacre de 1932. El Partido estaba vivo, no habían podido destruirlo…fue un momento impactante para el movimiento popular y revolucionario.

En el 72 fue la campaña de José Napoleón Duarte para la presidencia, en una amplia alianza que hicimos con el PDC y el MNR, que llamamos Unión Nacional Opositora, la UNO. Participe como candidato a diputado por Santa Ana. Dagoberto Gutiérrez era el suplente. Ya Dagoberto para esa época era muy apreciado y no lo llevamos de candidato a Alcalde en Chalchuapa, por que no alcanzaba la edad requerida. Hice ese periodo 72-74 y también el siguiente, 74-76, pero entonces cambiamos con Dagoberto y yo fui el suplente y él el diputado propietario.

Alfredo Díaz denuncia en Voz Popular

No. 85 de octubre de 1976 el asalto

contra el local del UDN en Ciudad

Delgado.

En 1976 fui electo secretario general del partido Unión Democrática Nacionalista, que era el instrumento legal que utilizábamos los comunistas para participar en la lucha electoral. El primer secretario general del “nuevo” UDN fue Carlos Rivera, también originario de Chalchuapa, aunque vivía en Santa Tecla. Y lo mataron en 1970. Después estuvo Mario Inclan. Yo fui el tercer secretario general.

Después del asesinato de Rafael Aguiñada en septiembre de 1975, asumo la conducción de la Comisión de Organización. En 1979 por decisión partidaria, no asisto al VII Congreso del Partido, junto con Raúl Vargas nos quedamos al frente del partido mientras este sesionaba…ambos fuimos ratificados como miembros del Comité Central. En mi caso también de la CP y secretariado… ( continuara)

Oligarcas transformados en El Salvador

Por Juan José Dalton
19 de Octubre 2008
Oligarcas transformados en El Salvador
SAN SALVADOR – Los grandes hacendados criollos se convirtieron hace siglos en grandes terratenientes, primero en el dominio del añil y luego en el café. Un grupo pequeño de grandes terratenientes dominó todas las esferas de la economía y comenzaron a ser llamados como “Las 14 familias”, y de éstas pasaron a ser “seis grupos financieros”.

Hoy se verifica una recomposición que aún no está totalmente definida, precisamente porque los grupos financieros locales fueron vendidos a trasnacionales como Citibank, HSBC, BanColombia y Scotiabank.

¿Qué ha sido de la “oligarquía” local? ¿Han perdido poder? ¿Hasta dónde llegan sus influencias? Es algo que debemos escudriñar e investigar; es labor de economistas, politólogos, periodistas, historiadores…

Hasta hace poco no se concebía el poder sin la trilogía unitaria de política-oligarquía-Fuerza Armada. Luego de la guerra civil pasó al binomio de política-oligarquía.

Pero si el gran capital salvadoreño se ha tras nacionalizado, ¿qué está sucediendo actualmente en El Salvador? Carlos Acevedo, destacado economista salvadoreño con gran experiencia en investigaciones socioeconómicas, nos ofrece sus visiones preliminares de un tema que merece desde hace algún tiempo un profundo debate.

Hasta ahora ha sido un “debate postergado” de un tema que atañe al futuro de El Salvador.

La venta de la banca a las trasnacionales ¿Qué efecto ha provocado en el gran capital?

“Ha tenido un efecto de recomposición interesante, pero no debe ser sobredimensionado.

Probablemente, el efecto más inmediato sea que el capital transnacional que adquirió esas empresas no vaya a tener la injerencia en la política interna que tuvieron los anteriores propietarios, sobre todo en el caso de ciertos bancos que financiaban buena parte de las campañas de ARENA. Los nuevos propietarios de la banca no van a conminar a sus empleados a votar por ARENA ni tampoco van a colocar la banderita de ARENA en sus sucursales”.

¿En qué rubros han invertido el dinero los “oligarcas” salvadoreños?

“Probablemente en el sector de bienes raíces, tanto dentro como fuera del país. El proyecto de “El Encanto”, con una inversión de $400 millones, es una muestra de ello. En él están invirtiendo algunos de los ex-accionistas del Banco Cuscatlán, como Rafael Castellanos, quien tiene bastante experticia en hacer dinero fácil de manera oportunista y en deforestar el país”.

Carlos Acevedo

Han desaparecido las 14 familias, los grupos financieros ¿Ahora cómo se conforman los grandes capitalistas?

“El gran capital que impera ahora en el país es fundamentalmente transnacional (bancos, cemento, telefónicas, distribuidoras de electricidad, cerveza, etc.). Incluso, siguen circulando fuertes rumores de que TACA (compañía aérea) ha sido vendida, por lo menos una buena parte. El gran capital “criollo” que subsiste en el país está también bastante transnacionalizado, utilizando el negocio en los bienes raíces y la distribución de vehículos como su plataforma básica”.

¿Cómo ejercen su influencia política?

“La influencia política ahora probablemente va a ser a través de vías más personales que de empresariales”.

En los años 60 como UTF fortalecimos la unidad del movimiento sindical… Entrevista con Hipólito Calles

SAN SALVADOR, 11 de octubre de 2008 (SIEP) La Unión de Trabajadores Ferrocarrileros, UTF ha sido uno de los sindicatos más poderosos y combativos en la historia de la lucha de los trabajadores salvadoreños durante el siglo pasado. Publicamos a continuación una entrevista con uno de sus dirigentes más destacados, Hipólito Calles.

“Soy de Apopa, vengo del campo…nací en 1933, ando por los 75 años. Debo aclararte que primeramente fui reclutado a nivel político, en el PCS, cuando trabajaba en un taller de hojalatería, fue por medio de un tío que me contactó con Salvador Cayetano Carpio, y con Blas Escamilla. Y empezaron a visitarme, en especial Salvador, y a darme lecturas sobre lo que era el partido, los estatutos, el programa, y a explicarme su línea política…mi pseudónimo por mucho tiempo fue Julio.”

Conocí a Salvador Cayetano Carpio también por medio de mi suegro, que resultó ser militante del Partido Comunista, era el papá de mi primera esposa, ella vive en Canadá…Fíjese que con Salvador, aunque hubo la separación, la amistad nunca la perdimos. Pienso que Salvador es uno de los pilares de nuestro movimiento revolucionario, se pudo haber equivocado, pero sus meritos no pueden ser negados, debe de rescatarse su figura histórica, su aporte que cubre cuarenta años de lucha. Salvador fue el que me reclutó…

Me explicaron sobre el movimiento sindical, su historia, el papel de la Confederación de Trabajadores Centroamericanos, creada en 1924, ahora reflexionó que precisamente Salvador tomó como base para su obra Guión del Movimiento Sindical el estudio individual que hizo conmigo, te estoy hablando de principios de los años cincuenta…cuando era prohibido andar en la calle protestando, eran tiempos de Osorio. En el año 52 el partido me instruye para buscar trabajo en dos, en tres empresas que eran claves, en la Fábrica de Aceites El Dorado, en la Fábrica de Bebidas la Constancia o en la IRCA.

Me convierto en obrero ferrocarrilero

Y logre entrar a la IRCA con la consigna partidaria de reorganizar el movimiento sindical… porque la UTF ya existía pero su dirección estaba controlada por la derecha prudista, eran del PRUD, el partido oficial. A los dos años habíamos recuperado la UTF para nuestras ideas. Ves esta cicatriz, una vez un hule se disparó y me rebotó, me quebró el brazo, estuve hospitalizado, lo que me sirvió para estudiar, para prepararme teóricamente para las batallas que venían…cuando uno anda en la lucha cada momento debe de ser aprovechado…

En el 62 estuve militando en una célula de intelectuales, con Félix Villatoro y Manlio Argueta, andaba por ahí Orestes Posada, que era asesor sindical, los Cinco Poetas: el Pichón Cea, Manlio, Armijo, Tirso Canales…llegaba el Dr. Arístides Larín, asesor sindical y un cuadro del Partido muy respetado, llegaba Roberto Castellanos Calvo, era una base de profesionales, y como pequeño burgueses que eran caían en el desorden , no tenían disciplina proletaria… llegaban tarde, se iban temprano, etc., otra persona cercana era la Dra. Matilde Elena López, también asesora sindical, asesoraba a su esposo Miguel Angel Valladares, que fue presidente de la Asociación de Trabajadores Ferrocarrileros, el antecedente histórico de la UTF en los años cuarenta.

En el 70 no me fui con Salvador, nos quedamos en el PCS, reflexiono a esta altura que fue porque no supimos entender el mensaje de Saúl…Luego cometimos muchos errores, como el de mezclar, confundir el movimiento sindical , gremial con el movimiento político, partidario…y este es un gravísimo error y se continúa cometiendo en la actualidad. …en aquel momento, principios de los setenta y luego principios de los ochenta, a los mejores cuadros del movimiento popular se los jaló la guerrilla, y se enmontañaron y el movimiento popular quedo huérfano, descabezado y todavía no nos hemos recuperado de ese error, seguimos débiles en el movimiento popular y no solo como resultado de la represión, que fue también intensa, sino fuimos víctimas de nuestros errores.

Una dirigencia derechista que fue desplazada de la UTF

Entre los que dirigían en ese entonces, principios de los años cincuenta, la UTF se encontraba Salvador González Reyna, Miguel Ángel Bracamonte, tristemente famosos porque se robaron en aquella época 20, 000 colones…Héctor José Saavedra Ventura, Héctor santos que como líder sindical obtuvo que nos bajaran los sueldos, peor que los patrones…lideres vendidos. Estos nefastos personajes habían convertido a la UTF en un cascarón, sin ideología, sin trabajo de base, sin, presencia en la vida nacional…y además, comenzando con Toño Martínez, el secretario general, eran diputados del PRUD, osoristas.

Nuestra primera actividad consistió en constituir el Comité de Actividades Sociales de la UTF, y a insertarlo dentro de la directiva para oficializarlo, esto lo logramos en asamblea general, nos íbamos ganado la base, íbamos ganado elecciones…El local quedaba en ese entonces en la 20 Avenida Norte, y Calle Celis, por la escuela Republica de Chile, rodeados de bares. Luego nos posicionamos en la secretaría de cultura para desde allí impulsar actividades y realizar el trabajo organizativo.

En determinado momento, acumulamos la suficiente fuerza para desplazar a los prudistas, para esto hicimos alianza con sectores que calificábamos como gremialistas, y al final, logramos sacar a los prudistas corruptos de la dirección de la UTF, limpiamos la UTF, la saneamos. Elegimos a Samuel Hernández Echegoyen, era una directiva blanda, gremialista, economicista, pero ya no prudista y eso era un gran avance. Y a partir de ahí iniciamos un intenso trabajo organizativo…salíamos a la vía, que es donde estaban los trabajadores, a consultarlos, a informarles, a buscar el contacto con nuestras bases, nos íbamos en tren para Apopa, platicábamos con los compañeros y regresábamos. Era un trabajo de hormiga, sacrificado, sistemático.

En todo este periodo nunca me recete una beca porque comprendí que el recetarse la propia medicina ( viajes) al final hace daño y conduce a traicionar a nuestro movimiento, como sucedió con muchos compañeros. Fíjese que todo este trabajo lo hacíamos con pisto de la bolsa de uno, por convicción, nos “cabudeabamos” para realizar el trabajo, no existían los famosos “viáticos” y así fuimos creciendo y creciendo, hasta consolidar una base partidaria al interior del la UTF y tener fuerza para conducir el gremio.

Con los gremialistas dimos la batalla contra los prudistas aglutinando a los maquinistas, fogoneros, y la gente de los talleres…Con esta alianza, en conjunto pudimos sacar a los prudistas de la dirección de la UTF. El destacamento revolucionario, lo integrábamos José Enrique Herrera, que vive todavía, Pedro Pérez Cruz (+) Alex Gómez (+) , José Funes gallegos, Abraham Cruz, Miguel Majano, Salvador López Santamaría, que vive y este servidor que presidió el Comité de Actividades Sociales de la UTF.

Marchamos juntos el 1ro. de mayo de 1954

Una de las contribuciones más grandes que impulsamos fue al de sacar a la calle a la UTF junto con los llamados “sindicatos de la Quinta,” refiriéndose a los sindicatos de izquierda, influenciados por el PCS que estaban ubicados en la 5ta. Calle Oriente y 10 Av. Norte, donde después estuvo la FUSS y luego el Instituto Obrero José Celestino Castro, hoy hay un comedor. Ya en el año 54 desfilamos juntos para el 1ro. de mayo, y aunque los gremialistas no nos quisieron prestar el pabellón oficial, hicimos nuestra propia bandera de la UTF y marchamos…movilizamos a unos cincuenta miembros. Desfilamos como se acostumbraba desde el inicio de la Avenida Independencia, donde hoy esta el reloj de Flores y antes estaba la estatua del indio Atlacatl, hasta el parque Libertad.

Este fue el inicio del proceso de unidad del movimiento sindical, que después concluyó con la creación en 1957 de la Confederación General de trabajadores Salvadoreños, que al año siguiente fue dividida por la derecha creándose la CGS. Tengo el honor de haber presidido la UTF por diez años, del 62 al 72, fueron años de intensas luchas tanto sindicales como políticas. En esos diez años como logros podemos mencionar la construcción de dos edificios, el local en San Salvador en el barrio de Concepción, que fue sede de muchos encuentros sindicales y es que como UTF nos propusimos construir un local grande, espacioso, del que todavía estamos orgullosos…y el local en la ciudad de La Unión, que es donde esta hoy el local del FMLN. me queda de satisfacción ese tesoro de sentir que cualquiera me saluda con buenas ojos, con respeto y es en reconocimiento a esta trayectoria de lucha.

En el local de la UTF celebramos el 1er. Congreso de Unidad Sindical. Y logramos traer a invitados internacionales, vinieron de la Federación Sindical Mundial, incluso de la ORIT, de la CLAT. Como dirigente de la UTF adquirí mucha experiencia sindical en la negociación de contratos colectivos, incluso asesoraba a otros sindicatos, como el de la refinería de Azúcar, el del cemento en Metapan.

En el 62, siendo ya secretario general continuó el trabajo, el vergazeo, ideológico y político, continuamos el trabajo de hormiga, con y desde las bases, visitándolos, educándolas, movilizándolas. Y a nivel nacional, como Partido iniciamos el esfuerzo del Comité de Reorganización Obrero Sindical, el famoso CROS, lo iniciamos con tres sindicatos: el de Molinos de El Salvador, de Agroservicios Moran y la UTF. Levantamos la bandera de la lucha en contra de los despidos injustificados…En el 63 ya habíamos crecido a siete y renace el CUS ( Comité de Unidad Sindical) que luego se convierte en octubre de 1965 en la Federación Unitaria Sindical (FUSS), ya con 24 sindicatos, de los más destacados , de los más aguerridos. esto fue hecho con visión y con esfuerzo, mucho esfuerzo y mucho trabajo.

El Partido lo integraban zapateros y panaderos

De esa época tengo presente a Salvador Cayetano Carpio, con sus gruesos lentes, a Jacinto Castellanos Rivas, que era intelectual…en realidad el partido tenía una base fuerte entre los obreros artesanos, y había muy pocos intelectuales… Me acuerdo del zapatero Pedro Duran, de pseudónimo Firpo, que era el nombre de un famoso boxeador de la época y que fue de donde tomó su nombre el equipo de Usulutan. Me acuerdo de Don Licho que tenía una zapatería…

El Partido lo integraban zapateros y panaderos, sastres y talabarteros, y obreros de la construcción, puramente obreros artesanales, y uno que otro intelectual como el viejito Napoleón Rodríguez Ruiz, Decano de la facultad de Derecho, como Jorge Arias Gómez, que venía en el Partido desde el 44, como Don Salvador Valencia Robles, Don Yeyo, que era catedrático de la UES y fue también decano y lo exilaron. Es sobre estos pilares que descansó por mucho tiempo el movimiento revolucionario, la militancia comunista. También participe en el FUAR en el área de propaganda, junto con Jorge Hernández y Carlos Marín.

En el 72 tuve diferencias con la conducción política del movimiento sindical, con el enfoque tanto de Schafik como de Mario Aguiñada, y entonces decidí no continuar como secretario general de la UTF, me aparte, ya no quise seguir, me autoelimine…No me parecían las prácticas de Mario Aguiñada, ni de su hermano el Chele Aguiñada. A propósito, fíjate que ese día que mataron al hermano de Mario, al Chele, lo estuvimos esperando en el local de FENASTRAS para ir a echarnos unos tragos, estuve con Cárcamo que decía: espérate, va venir el Chele, pero pasaba el tiempo y no llegaba así que decidimos irnos, ya no lo esperamos…luego nos contaron que pasó a buscarnos y no nos encontró…esa noche fue que lo mataron. No nos tocaba todavía irnos con él… Yo del Chele era amigo aunque no coincidíamos en la visión, en los métodos del trabajo sindical, Mario si me caía y me sigue cayendo mal…

Ah me salí el 72 del puesto de secretario general, pero seguí en la directiva, es después que me retiran porque me opuse a que nos indemnizaran y a que destruyeran el sindicato porque yo como sindicalista voy a morir con las botas puestas…Luego del 72 me quede aislado, y al deshacerse la UTF quede desconectado y pedí permiso al Partido, no me fui con Dimas ni con Salvador, sino que me aleje del movimiento por un tiempo…

Fui militante del PRTC

En los ochenta, me encontré con Francisco Martínez a quien ya conocía del movimiento sindical porque había sido dirigente del sindicato de Hilaturas, él se había formado en los talleres, ya para esa época ya estaban las tendencias, y así llegue al PRTC y también influyó un profesor de ANDES 21 de Junio, el Lic. Mario López…por mi parte lleve al PRTC a mis antiguos compañeros Pedro Rojas, al Gordo Torres, a Miguel Majano con los que constituimos el Comité de Bases Obreras, el COB. En este tiempo me volví vendedor y como no perdía la costumbre, forme el Sindicato de vendedores, con las siglas SIVENDES.

En el 90 me jubilo, con la colaboración del Diablo Mayor, que trabaja en la Alcaldía de Soyapango pero no es el alcalde, que para esa época era dirigente del STISSS. Y trabajo con los jubilados y formamos la Asociación de Jubilados y estamos trabajando para constituir la Federación de Jubilados, necesitamos elegir la directiva y desarrollar pensamiento sobre este tema de la Tercera Edad, tenemos varias banderas de lucha como la lucha por el aguinaldo.

Tengo 75 años y 3 hijos ya mayores, sigo luchando con mucho entusiasmo, pienso que moriré luchando que es la manera de vivir, así lo aprendimos a luchar con iniciativa, con imaginación, con audacia, hay mucho pueblo que organizar…y te recuerdo de nuevo yo soy el parto político organizativo del Guión Sindical de Salvador.-

Iglesia Luterana Popular convoca a orar por salud de hermano calvinista Rev. Santiago Flores

Iglesia Luterana Popular convoca a orar por salud de hermano calvinista Rev. Santiago Flores

SAN SALVADOR, 18 de octubre de 2008 (SIEP) “Deseamos expresar que como Iglesia Luterana Popular nos encontramos en oración para que nuestro hermano Rev. Santiago Flores, de la Iglesia Reformada Calvinista, recupere su salud” indicó el rev. Roberto Pineda.

Agregó que “hemos sabido que nuestro querido hermano Santiago sufrió un derrame cerebral, del cual se esta recuperando y tenemos la confianza que nuestro Señor Jesucristo lo acompañara para que se reincorpore pronto a sus labores pastorales.”

Señaló que “desde la creación de la Iglesia Reformada Calvinista en agosto de 1979 hemos mantenido una estrecha relación de amistad y damos testimonio de su profundo espíritu ecuménico que quedo de manifiesto en su conducción en la década de los noventa, del Concejo nacional de Iglesias, CNI.”

Concluyó el pastor luterano “ le expresamos al Rev. Joel Berdugo, encargado hoy de la obra reformada, nuestra solidaridad y oraciones para que conduzca la nave de la iglesia por la sendas de la lucha por la justicia y la verdad…”

Europa: historia, mito, realidad

Europa: historia, mito, realidad
Eric Hobsbawm · · · · ·

19/10/08

Contenido de la conferencia impartida por Eric Hobsbawn en París el pasado 22 de septiembre

“A pesar de ese proceso de homogeneización, los europeos no se identifican con su continente. Aun aquellos que llevan una vida realmente transnacional, la identificación primaria sigue siendo nacional.”

Como el Dios de la Biblia en el momento de la creación, la cartografía está obligada a poner un nombre a las cosas que describe: la toponimia, construcción humana, está en consecuencia cargada de motivaciones humanas. ¿Por qué clasificar como “continente” al conjunto de penínsulas, de montañas y de planicies situadas en el extremo occidental del gran continente euroasiático? En el siglo XVIII, un historiador y geógrafo ruso, V.N.Taichtchev, trazó la línea divisoria de Europa-Asia que todos nosotros conocemos: desde los Urales al mar Caspio y al Cáucaso. Para erradicar el estereotipo de una Rusia “asiática”, por lo tanto atrasada, hacía falta subrayar la pertenencia de Rusia a Europa. Los continentes son tanto – ¿o más? – construcciones históricas que entidades geográficas.

La Europa cartográfica es una construcción moderna. Ella no sale del limbo hasta el siglo XVII. La idea actual de una Unión Europea (UE) es más joven todavía y los proyectos prácticos para su unificación nacieron recién en el siglo XX, hijos de las Guerras Mundiales. Países antes hostiles se unieron para formar una zona de paz, garante del interés común. El éxito de nuestra Unión Europea es incuestionable, aunque por debajo de las expectativas de ciertos pioneros y pese a que la evolución hacia la unidad del continente fue complicada, desviada incluso, en particular por las exigencias de la política norteamericana.

Se trata, así, de una Europa históricamente joven. La Europa ideológica es, sin embargo, mucho más vieja. Es la Europa tierra de civilización contra la no-Europa de los Bárbaros. La Europa como metáfora de exclusión existe desde Herodoto. Existió siempre. Es una región de dimensiones variables, definida por la frontera (étnica, social, cultural tanto como geográfica) con las regiones del “Otro”, situadas a menudo en “Asia”, a veces en “África”. La etiqueta “Asia” como sinónimo de un “Otro”, que combina la amenaza y la inferioridad, ha colgado todo el tiempo sobre la espalda de Rusia. Recuerdan las palabras de Metternich “Asien beginnt an der Landstrasse”, es decir, Asia comienza en la carretera nacional (de Viena).

De la política a los mitos no hay más que un paso. El mito europeo por excelencia es el de la identidad primordial. Lo que tenemos en común es esencial, lo que nos diferencia, insignificante o secundario. Ahora bien, para Europa la presunción de unidad es tanto más absurda cuanto que lo que ha caracterizado a su historia es, precisamente, la división.

Una historia de Europa es impensable antes del fin del Imperio romano occidental y, asimismo, antes de la ruptura permanente entre las dos orillas del Mediterráneo, luego de la conquista musulmana de África del Norte. Los griegos de la antigüedad se sitúan en una civilización tricontinental, que engloba el Medio Oriente, Egipto y un modesto sector de la Europa del Mediterráneo oriental. Durante los siglos IV y III antes de J.C., la iniciativa militar y política pasa a los márgenes del sector europeo de este espacio. Alejandro el Grande creó un imperio efímero que llegaba a Egipto y Afganistán. La República romana construyó uno más durable entre Siria y el estrecho de Gibraltar.

Al fin de cuentas, el Imperio romano no logró jamás establecerse sólidamente más allá del Rhin y del Danubio; Roma fue un Imperio pan-mediterráneo, antes que europeo y lo que cuenta para el destino de Europa no es el imperio que triunfa sino aquel que desaparece. La historia de la Europa post-romana, es la de un continente fragmentado. Aquí reside la razón de las divergencias entre Europa y las otras civilizaciones del Viejo Mundo. Entre el mar de la China y el Magreb, y hasta el siglo XIX, el dominio terrestre multiétnico no sale de lo habitual para los grandes espacios geográficos. Siempre bajo la amenaza, de tiempo en tiempo vencidos, desmembrados o conquistados por guerreros venidos de los desiertos del Sur, de las montañas o de las grandes planicies del Norte, ellos siempre se recuperan. Ellos absorben o asimilan a los conquistadores, como la India asimiló a los Mogol y China a los Mongoles. Nada semejante en Occidente después de la caída de Roma, nadie reemplazó al Imperio romano, aunque la Iglesia conserva la lengua y la estructura administrativa.

Fragmentada durante por lo menos diez siglos, Europa fue constantemente presa de invasores. Los Unos, los Ávaros, los Magiares, los Tártaros, los Mongoles y las tribus turcas, llegan del este, los Vikingos del norte, los conquistadores musulmanes del sur. Esta época no finaliza totalmente hasta 1683, cuando los turcos son derrotados en las puertas de Viena.

Se ha sostenido que, durante esa lucha milenaria, Europa descubrió su identidad. Esto es un anacronismo. Ninguna resistencia colectiva o coordinada, incluso en nombre del cristianismo, consolida el continente y la unidad cristiana desaparece en medio de las invasiones. Hubo en lo sucesivo una Europa católica y otra, ortodoxa. Las cruzadas, que el papado lanza algunos años después de esta escisión, no fueron iniciativas de defensa sino operaciones ofensivas tendientes a establecer la supremacía del Papa en el mundo cristiano.

Entre la caída de Bizancio, en 1453, y el sitio de Viena de 1683, los últimos conquistadores venidos del Oriente, los turcos otomanos, ocupan toda la Europa del Sur-Este.

Pero otra parte de Europa había comenzado ya una carrera de conquista. Los últimos años de la Reconquista coinciden con el comienzo de la era de los conquistadores. Ellos descubren no solamente las Américas sino Europa, porque es frente a los pueblos indígenas del Nuevo Mundo que los españoles, los portugueses, los ingleses, los holandeses, los franceses, los italianos, que se precipitan sobre las Américas, reconocen su europeidad. Ellos tienen la piel blanca, imposible de confundir con los “Indios”. Una diferenciación racial sale a luz que, en los siglos XIX y XX, devendrá en la certeza de que los blancos poseen el monopolio de la civilización.

El término “Europa” todavía no forma parte sin embargo del discurso político. Para eso habrá que esperar al siglo XVII, con el avance de Austria en los Balcanes, después de 1683, y la llegada al escenario internacional de Rusia, sedienta de modernidad occidental. Desde entonces hay coincidencia entre la geografía y la historia. Europa forma parte de aquí en más del discurso público, ella nace paradójicamente de las rivalidades continentales.

El nombre remite al juego militar y político, un juego dominado por Francia, Gran Bretaña, el Imperio de los Habsburgo y Rusia, a los cuales se agrega más tarde una quinta “gran potencia”, Prusia, transformada en Alemania unida. Pero también fueron las transformaciones del paisaje político las que, en el siglo XVII, hicieron posible el nacimiento de esta Europa consciente de sí misma. La Paz de Westfalia, que puso fin a la guerra de los Treinta Años, trajo dos innovaciones políticas.

En lo sucesivo, hubo tantos Estados territoriales como soberanos y esos Estados no reconocieron ninguna obligación por encima de sus intereses, definidos según los criterios de la “razón de Estado” -una racionalidad puramente política y laica. Es el universo político en el que aún vivimos.

La Europa colectiva, que aparece entre los siglos XVII y XIX, asume, pues, dos primeras formas: la Europa que sale del reencuentro de un pueblo multinacional, pero exclusivamente europeo, con un “Otro” insólito, los indígenas del Nuevo Mundo, y la Europa conjunto de relaciones de Estados “westphalianos” situados entre los Urales y Gibraltar.

Ambas Europas se afirman. Es el principio de la República de las letras que toma cuerpo a partir del siglo XVII. Para quienes forman esta República _es decir unos pocos cientos, es probable que algunos miles de personas, en el siglo XVIII, se comunicarán en latín y después en francés- Europa existe. En cuanto a la última Europa, se trata de la comunidad cosmopolita de los valores universales de la cultura del siglo XVIII, que se amplía después de la Revolución Francesa.

En el curso del siglo XIX, Europa deviene la cantera de un conjunto de instituciones educativas y culturales y de todas las ideologías del mundo contemporáneo. El mapa de distribución mundial, antes de 1914, de las óperas, las salas de concierto, los museos y las bibliotecas abiertas al público, habla por sí mismo.

Este vistazo de la historia de la identidad europea nos permite apuntar con el dedo el anacronismo cometido cuando buscamos un conjunto coherente de pretendidos “valores europeos”. Es ilegítimo suponer que los “valores” en los que se inspiran la democracia liberal y la Unión Europea actualmente, hayan sido una corriente subyacente en la historia de nuestro continente. Los valores que fundaron los Estados modernos antes de la era de las revoluciones fueron aquellos de las monarquías absolutas y monoideológicas. Los valores que dominaron la historia de Europa en el siglo XX – nacionalismos, fascismos, marxismo leninismos -son de matriz tan puramente europea como el liberalismo y el laissez-faire. A la inversa, otras civilizaciones han practicado algunos de los valores llamados “europeos” antes que en Europa: los imperios chino y otomano practicaron la tolerancia religiosa – por suerte para los judíos expulsados de España. Recién a fines del siglo XX las instituciones y los valores en cuestión se difundieron, al menos teóricamente, a través de toda Europa. Los “valores europeos” son una consigna de la segunda mitad del siglo XX.

Desde 1492 a 1914, Europa fue el corazón de la historia del mundo. En primer lugar por su conquista del hemisferio occidental del globo y, mucho más, a partir de 1750, por su superioridad militar, marítima, económica y tecnológica. Verdadera supremacía mundial, que se extiende desde el siglo XVIII hasta el apogeo del colonialismo europeo, entre 1918 y 1945. El “momento” europeo de la historia mundial se acaba con la segunda guerra mundial, si bien que continuamos aprovechándonos de la rica herencia económica y, en menor medida, intelectual y cultural, de esa supremacía perdida.

La hegemonía de esta región provoca los problemas que continúan dividiendo a los historiadores. Señalamos solamente que, luego de la caída de Roma, Europa no tiene ningún cuadro común de autoridad ni ningún centro de gravedad permanente. La transformación de Europa y su dominación nacen de la fragmentación y la heterogeneidad de un continente desgarrado, durante quince siglos, por las guerras – exteriores e interiores. Se trata de una pluralidad contradictoria. De una parte, las fronteras de los Estados tienen sólo poco que ver con respecto a las actividades económicas que forman un sistema transnacional compuesto de una red de unidades locales dispersas. De otra parte, la base de la revolución económica europea fue la consolidación de un puñado de poderosos Estados militares y administrativos y la eficacia de sus políticas de expansión imperial y económica.

Una Europa mosaico de modestos principados no habría podido emerger como fuerza transformadora del mundo. La unidad de Europa es hija del acuerdo entre estos Estados; en última instancia la Europa de las patrias tan cara al general de Gaulle.

Pero esta heterogeneidad del continente esconde una división de funciones entre dos centros dinámicos sucesivos y sus periferias. El primer centro fue el Mediterráneo occidental, lugar de contacto con las civilizaciones de Oriente, próximo y lejano, lugar de la civilización de las villas y de la sobrevivencia de la herencia romana. Entre los años 1000 y 1300, una zona de más en más orientada hacia el Atlántico toma el puesto como un eje central de la evolución urbana, comercial y cultural del continente.

Es una franja de territorios que se extiende desde el comienzo de Italia del Norte a los Países Bajos, vía los Alpes occidentales, Francia del Este y la baja Renania. Un franja que se prolongó luego más allá del canal de la Mancha y, por los mares el norte y del Báltico, a los territorios de las ciudades hanseáticas; después, al comenzar el siglo XVI, a la Alemania central. Este eje no desapareció: en 2005 podemos encontrar allí nueve de las diez regiones donde la renta por habitante es de las más elevadas. La comunidad original del Tratado de Roma coincide con este espacio.

Alrededor de este eje, se articulan cuatro regiones periféricas: el Norte (Escandinavia y las partes norte y oeste de las islas Británicas), el Sur-Este – entre el Adriático, el Egeo y el mar Negro – y el Este, eslavo, de grandes planicies. Periféricas también las partes del mundo mediterráneo e ibérico, marginadas por el ascenso del nuevo centro, aunque su papel en el redescubrimiento de la Antigüedad clásica les permitió ofrecer una contribución capital a la cultura europea.

Esquematizando, la aproximación del Norte (Irlanda exceptuada) con el centro se opera gracias a la penetración de los Vikingos, gracias a los lazos comerciales con los mercaderes de la Liga Hanseática y, a partir del siglo XVI, gracias a la conversión de sus pueblos al protestantismo – que acelera la alfabetización. Este Norte es la sola periferia que habría logrado integrar Europa económicamente avanzada.

Aunque las conquistas de los cruzados en el Báltico, los intercambios y la colonización campesina alemana hubieran empujado la influencia del centro hacia el este, esta inmensa región agraria quedó ampliamente fuera del desarrollo occidental. Antes del siglo XX, salvo en Rusia, dónde Pedro el Grande inicia la modernización a la occidental, encontramos allí sólo elementos débiles de dinamismo económico autóctono. Finalmente, hasta el siglo XIX, evidentemente no hay más que una débil penetración económica y cultural del centro en las regiones sometidas al imperio Otomano.

El auge de Europa habría sido difícil sin el concurso de “periferias” exportadoras de materias primas. La diferencia entre estas zonas, cuyas estructuras sociales divergen en función de esta división de trabajo y de sus experiencias históricas, fue profunda.

Somos todavía conscientes de la línea de fractura que existe, aunque aminorada, entre las dos Europas: Italia del Norte e Italia del Sur, Cataluña y Castilla. Fue ineludible durante mucho tiempo hacia el este y el sudeste. La línea Hamburgo-Trieste separa Europa de la libertad legal de los campesinos de la Europa de la servidumbre. Antes de 1914, esta línea tenía poca importancia política, gracias a la presencia, al este, de los Habsburgos y los Hohenzollern, esta línea se transformó en “telón de hierro”.

En el siglo XIX, una élite limitada consigue remontar estas divisiones mientras que la masa de los europeos continuaba en el universo oral de los dialectos. El progreso de las lenguas de Estado perpetuó esta pluralidad territorial que evidentemente perduró con la llegada de los Estados nacionales: el ciudadano se identificaba desde entonces con una “patria” contra los otros y, en 1914, ni los campesinos, ni los obreros, ni el grueso de las élites cultivadas resistieron al llamado de la bandera. La Europa de las naciones se tornó el continente de las guerras. Si Europa no salió totalmente de esta configuración, los cincuenta años pasados fueron, sin embargo, una época de convergencias impresionantes: lo atestiguan la armonización institucional y jurídica o la disminución de las desigualdades internacionales – económicas y sociales-, gracias a los notables “saltos adelante” de países como España, Irlanda o Finlandia.

Las revoluciones de los transportes y las comunicaciones facilitaron la homogeneización cultural, que progresa con la explosión de la educación secundaria y universitaria, así como la difusión, entre los jóvenes particularmente, de un modo de vida y de consumo de origen transatlántico. En el mundo de la cultura, en las clases instruidas y pudientes, es la herencia europea que se globalizó.

Desde la desaparición de los regímenes autoritarios y el fin de los regímenes comunistas, las divisiones político-ideológicas de Europa desaparecieron, pese a que los remanentes de la guerra fría siguen abriendo fosas entre Rusia y sus vecinos. No se trata de negar que subsisten profundas diferencias entre los países -que tornaron mucho más desequilibrada de lo previsto la evolución de la UE– sin embargo, en un marco globalizador, la Unión desempeñó un papel mayor en el proceso de convergencia global en marcha desde hace décadas.

Surge aquí una paradoja: a pesar de ese proceso de homogeneización, los europeos no se identifican con su continente. Aun aquellos que llevan una vida realmente transnacional, la identificación primaria sigue siendo nacional. Europa está más presente en la vida práctica de los europeos que en su vida afectiva. Ha logrado, pese a todo, encontrar un lugar permanente en el mundo en tanto colectividad. Permanente aunque incompleta, hasta tanto Rusia no encuentre su lugar en ella.

Eric Hobsbawm es el decano de la historiografía marxista británica. Uno de sus últimos libros es un volumen de memorias autobiográficas: Años interesantes, Barcelona, Critica, 2003.

Ruinas del Gran Zimbabwe

Ruinas del Gran Zimbabwe

Durante los siglos XI – XIV parte de la actual Zimbabwe desarrolló una importante civilización, cuyo centro estaba situado en el lugar donde hoy se encuentran las ruinas conocidas como “Gran Zimbabwe”. En el lenguaje de los shona, Zimbabwe significa “casas de piedra” y es de este lugar de donde el país tomó su actual nombre. Cuando los portugueses llegaron allí encontraron un Imperio en decadencia que, en otro tiempo y gracias a sus minas de oro, llegó a mantener un comercio constante con las costas del Océano Índico, tal y como demuestran los restos encontrados, que incluyen hasta cerámica china.
La Acrópolis es un complejo arqueológico construido como palacio de una capital importante, datado mediante Carbono 14, en el siglo XIV d.C. La civilización que en ella vivió se desarrolló a partir del siglo XI y mantuvo población hasta mediados del siglo XIX. Se sitúa aproximadamente a unos 300 km. al sur de la actual capital, Harare, y es el más grande de los casi 150 sitios de caseríos de piedra que fueron habitados por la civilización shona-karanga, cuyo auge se dio entre 1200 – 1450 d.C. Es considerado el núcleo de población más avanzado del sur de África en este momento histórico.
A mediados del siglo XV el imperio Mwene Mupata, que tenía sus bases aquí, cubría la mayor parte de Zimbabwe y gran parte de Mozambique y prosperaba gracias a la agricultura y al comercio de oro y marfil con los árabes en la costa, a cambio de vidrio, porcelana y telas de Asia. Fue la capital del reino de los shona hasta que, a finales del siglo XV, el territorio quedó dividido en dos reinos separados: Torwa y Mwenw-Mutapa, este último fundado por el rey Mutota y al que los europeos conocieron con el nombre de reino de Monomotapa. Sin embargo, a partir del siglo XVI este próspero imperio inició su declino cuando se sometió a la influencia de los misioneros enviados por los portugueses que habían tomado el control de la costa, y cuando el imperio Rozwi comenzó su expansión desde el oeste. Éstos últimos ocuparon y se anexionaron la Gran Zimbabwe hasta que fueron derrotados por las tribus Ngoni, llegadas alrededor del 1830. El sitio de la Gran Zimbabwe fue definitivamente abandonado en 1860. La teoría acerca de su decadencia plantea la posibilidad de una sobrepoblación que agotó progresivamente los recursos, tanto agrícolas como naturales (quema de los bosques, caza desproporcionada de animales)
Entre los edificios de mayor importancia se cuentan un fuerte en la punta de la colina y un templo circular con una torre cónica de 11 m. de altura. La Gran Zimbabwe fue una enorme ciudad del siglo XI cuya riqueza fue obtenida, probablemente, mediante el comercio de oro, llegando a tener hasta 10.000 habitantes en el siglo XIII. Entre sus edificios destaca el palacio real, construcción de enormes dimensiones levantada con piedras y sin cemento, que describió en su diario de viaje el explorador portugués Duarte (1517). Las estructuras de piedra forman recintos amurallados, algunos de más de 10 m. de altura y, por último, llama la atención del complejo arqueológico la Gran Muralla, construida alrededor del siglo XII. Gran parte de la estructura arquitectónica de la muralla se ha ido perdiendo con el paso de los siglos, aunque se cree que contaba con al menos tres puertas adinteladas de acceso.
En las formaciones rocosas cercanas a la antigua capital se ven pinturas rupestres que representan escenas de caza de hace más de 35.000 años. Actualmente, es considerado el yacimiento arqueológico más importante de África y el lugar ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Quiebre teórico neoliberal

Quiebre teórico neoliberal

Dagoberto Gutiérrez

La globalización neoliberal ha terminado en descalabro, quiebra de gigantescos bancos, financistas desacreditados y la casa blanca de Washington arrinconada.

Estos quiebres no son, sin embargo, lo más importante, aunque sea lo mas visible porque, desde luego, son el escaparate que vuelve visible el desenfreno financista y, sin embargo, el quiebre más importante es el de la teoría que sustenta al capitalismo neoliberal y es este el que está mostrando hoy sus vísceras descarnadas y dejando a sus seguidores en la mayor orfandad políticas e ideológica.

La retirada del estado es el estandarte teórico que ha terminado con los estados capitalistas más representativos, nacionalizando los capi- tales de las empresas quebradas y así, aquellos que abjuraron de ese estado interventor, hoy intervienen en sus economías para salvar las economías dominantes de esos países dominantes.

Las economías y las exportaciones se convirtieron en una misma cosa por que se trataba de producir para exportar y de exportar para producir; pero he aquí que el país estadounidense, estandarte de esta verdad neoliberal se convirtió en el mercado de todo, pero sin poder vender más de lo que compraba.

El más peligroso de los quiebres es el teórico porque al perder ese sustento se oscurece también la estrategia y el rumbo. Y es más, a diferencia de la crisis general de los años 30 del siglo pasado, hoy aparece claro que esta crisis sirve para el reacomodo histórico que la realidad económica planetaria viene demandando y así, el imperio estadounidense sin que se derrumbe en esta coyuntura, saldrá de ella con hegemonía perdida y sin ser el número uno del mundo capitalista y, una nueva distribución de poder, más ajustada a la realidad real del planeta se cocina en los corredores de la crisis actual.

El imperio aparece desolado y sometido a la crítica de sus aliados y sus enemigos y perdiendo terreno, aparentemente irrecuperable, a manos de China, Rusia y hasta de la Unión Europea.

El quiebre no parece afectar a las potencias actuales de la misma manera y Estados Unidos no aparece ni parece ser el timonel en la actual tempestad, por eso es viable pensar que saldrá de esta escaramuza encendida con menos hegemonía, en la ruta que establece que el dólar llegue a ser moneda nacional y deje de ser, artificialmente como lo es ahora, moneda universal. En nuestro país este quiebre deja sin discurso y sin propuesta a la derecha en general y al partido ARENA en particular porque el actual gobierno es el más entregado y manso ante Washington de toda América Latina y los dolores de la metró- poli son siempre ataques fuertes en sus colonias.

El candidato de ARENA ha dado pasos importantes en la línea de evitar que ARENA dirija un eventual gobierno de derechas, ha planteado el gobierno ciudadano, ha presentado este partido como de centro y probablemente, está pendiente una denomi- nación social demócrata. Todos son esfuerzos, audaces e inevitables, para nutrir un planteamiento de derecha que por ahora está derrotado por la vida y aniquilado por la realidad del país: oscura, empobrecida, desolada y vulnerable y siendo todo esto responsabilidad de las derechas es fácil entender la atribulada situación electoral de ARENA.

La candidatura de Arturo Zablah intentará establecer el predominio de la derecha sobre ARENA. Reconstruir el discurso político, hilvanar a la derecha no arenera y disputar el océano indeciso que oscila entre dos bloques de votos duros.

Es un paso audaz y costoso, sin duda bastante pensado por Arturo el que se sentirá, probablemente, incómodo presentándose como arenero, pero no como un cuadro teórico y político de las derechas.

REPORTAJE AL PIE DE LA HORCA

REPORTAJE AL PIE DE LA HORCA

Julius Fusik

Estar sentado en posición de firme, con el cuerpo rígido, las manos pegadas a las rodillas, los ojos clavados hasta enceguecer en la descolorida pared de este cuarto del Palacio de Petchek1 no es, en verdad, la postura más adecuada para reflexionar. Pero, ¿quién puede forzar al pensamiento a permanecer sentado en posición de firme?

Alguien, un día quizá nunca sepamos quién ni cuándo llamó a este cuarto del Palacio de Petchek “Salón cinematográfico”. ¡Qué idea genial! Una amplia sala y seis largos bancos, uno tras otro, ocupados por los cuerpos inmóviles de los detenidos. Ante ellos, un muro liso, como una pantalla cinematográfica. Todas las casas productoras del mundo reunidas no han llegado a hacer la cantidad de películas que sobre esta pared han proyectado los ojos de los detenidos en espera del interrogatorio, de la tortura, de la muerte. Películas de vidas enteras o de los más pequeños fragmentos de vida. Películas de la madre, de la esposa, de los hijos, del hogar destruido, del porvenir destrozado. Películas del camarada valeroso o de la traición. Películas del hombre a quien entregué aquella octavilla antinazi, de la sangre que correrá otra vez, del fuerte apretón de manos, del compromiso de honor. Películas repletas de terror y de decisión, de odio y de amor, de angustia y de esperanza. De espaldas a la vida, cada uno contempla aquí su propia muerte. Y no todos resucitan.

Cien veces he sido aquí espectador de mi propia película. Mil veces he seguido sus detalles. Ahora trataré de explicarla. Y si un nudo corredizo de la horca aprieta mi cuello antes de terminar, quedarán todavía millones de hombres para completarla con un “happy end” (final feliz, yo).

I

Veinticuatro horas

Dentro de cinco minutos el reloj marcará las diez. Es una hermosa y templada noche de primavera, la noche del 24 de abril de 1942.

Me doy prisa. Tanto como me lo permite mi papel de hombre maduro que cojea. Me doy prisa a fin de llegar al hogar de los Jelinek antes de que, a las diez, cierren el portal de la casa. Allí me espera mi “colaborador” Mirek. Sé que esta vez no me comunicará nada importante. Tampoco yo tengo nada que decirle. Pero faltar a la cita convenida podría sembrar el pánico. Y, sobre todo, quisiera evitar preocupaciones infundadas a las dos buenas almas que nos acogen.

Me reciben con una taza de té. Mirek me está esperando. Y, con él, el matrimonio Fried. Una imprudencia más. Me alegra veros, camaradas, pero no así, todos juntos. Es el mejor camino para ir a la cárcel y a la muerte. O respetáis las reglas de la conspiración o dejaréis de trabajar, porque así os exponéis y ponéis en peligro a los demás, ¿comprendido?

-Comprendido.

-¿Qué habéis traído para mí?

-El número del Primero de Mayo de Rude Pravo2

-Muy bien. Y tu, Mirek, ¿cómo vas?

-Bien. Nada nuevo. El trabajo marcha bien.

-Bueno. Terminemos. Nos veremos de nuevo después del Primero de Mayo. Os avisaré. Hasta la vista.

-¿Otra taza de té, patrón?

-No, no, señora Jelinek. Aquí somos demasiados.

-Por lo menos tome una tacita. Se lo ruego.

Del té recién servido, se alza una nubecilla de vapor.

Alguien llama a la puerta. ¿Ahora, de noche? ¿Quién podrá ser?

Los visitantes muestran su impaciencia. Golpes en la puerta.

-¡Abrid! ¡La policía!

-Rápido, a las ventanas. ¡Huid! Tengo pistola y cubriré vuestra retirada.

¡Demasiado tarde! Bajo las ventanas se hallas los hombres de la Gestapo, apuntándonos con sus pistolas. Después de forzar la puerta y de cruzar el corredor, los policías penetran atropelladamente en la cocina y luego en la habitación. Uno, dos, tres, nueve hombres. No me ven porque estoy a sus espaldas, detrás de la puerta que han abierto. Podría tirar con relativa facilidad, pero sus nueve pistolas encañonan a dos mujeres y a tres hombres indefensos. Y si me pegara un tiro se iniciaría un tiroteo, del cual serían ellos las primeras víctimas. Si no tiro, los encerrarán seis meses, quizá un año, y la Revolución los libertará. Mirek y yo somos los únicos sin salvación posible. ¿Qué hará Mirek? Él, antiguo combatiente de la España republicana; él, que permaneció dos años en un campo de concentración de Francia para volver desde allí ilegalmente a Praga en plena guerra, estoy seguro de que no traicionará.

Tengo dos segundos para reflexionar. ¡Quizá tres! Si tiro, nada salvaré. Tan sólo me libraré de las torturas, pero sacrificaré inútilmente la vida de cuatro camaradas. ¿Es así? Pues resuelto, entonces.

Salgo de mi escondite.

-¡Ah! ¿Uno más?

El primer golpe en el rostro. Bastante fuerte como para dejarme sin sentido.

-¡Hande auf![3]

Segundo, tercer golpe. Tal y como me lo había imaginado.

El piso, donde antes reinaba un orden ejemplar, se convierte en un montón de muebles destrozados y de vajilla rota.

Más puñetazos y patadas.

-¡Marsch![4]

Me meten en un auto, siempre encañonado por las pistolas. Durante el viaje comienza el interrogatorio.

-¿Quién eres?

-El profesor Horak.

-¡Mientes!

Me encojo de hombros.

-Estate quieto o disparo.

-Dispare.

En lugar de una bala, un puñetazo.

Pasamos junto a un tranvía. Me da la impresión de estar coronado de flores blancas. ¡Cómo! ¿Un tranvía de boda a estas horas, en plena noche? Será la fiebre que comienza.

El Palacio de Petchek. Nunca creí entrar vivo en él. Al galope hasta el cuarto piso. ¡Ah! La famosa sección II A I, de investigaciones anticomunista. Me parece que hasta siento curiosidad.

El comisario alto y flaco que dirigía el pelotón especial coloca su pistola en el bolsillo y me lleva con él a su despacho. Me enciende un pitillo.

-¿Quién eres?

-El profesor Horak.

-Mientes.

Su reloj de pulsera marca las once.

-Registradle.

Empieza el registro. Me dejan en cueros.

-Tiene papeles.

-¿A nombre de quién?

-Del profesor Horak.

-Averiguadlo.

Telefonean.

-Como era de esperar. Su nombre no consta en los registros. Sus papeles son falsos.

-¿Quién te los dio?

-La jefatura de Policía.

Primer bastonazo. Segundo. Tercero. ¿Debo contarlos? No, hijo, esta estadística ya no la publicarás nunca.

-¿Tu nombre? Habla. ¿Tu domicilio? Habla. ¿Qué contactos tenías? Habla. ¿Direcciones? ¡Habla! ¡Habla! ¡Habla! Si no, te matamos a palos.

¡Cuántos golpes puede aguantar un hombre sano?

La radio anuncia la media noche. Cierran los cafés y los últimos parroquianos retornan a sus casas. Ante las puertas, los enamorados golpean levemente el suelo con sus pies, incapaces de llegar a despedirse.

El comisario, largo y flaco, entra en el cuarto con una sonrisa de satisfacción.

-¿Todo va bien, señor redactor?

¿Quién se lo habrá dicho? ¿Los Jelinek? ¿Los Fried? Pero si estos ni siquiera saben mi nombre.

-Ya lo ves, lo sabemos todo. ¡Habla! Se razonable.

¡Qué forma de hablar más extraña! Ser razonable, para él, equivale a cometer una traición.

No soy razonable.

-¡Atadlo! ¡Y sacudidle fuerte!

Es la una. Los últimos tranvías se retiran. Las calles están desiertas y la radio se despide de sus fieles radioescuchas deseándoles buenas noches.

-¿Quiénes son los miembros del Comité Central? ¿Dónde están las radioemisoras? ¿Dónde se encuentran vuestras imprentas? ¡Habla! ¡Habla! ¡Habla!

Ahora ya puedo contar con más tranquilidad los golpes. El único dolor que siento es de los labios, que muerden mis dientes.

-Descalzadle.

Es verdad. Las plantas de los pies no han perdido aún sensibilidad. Lo siento. Cinco, seis, siete… Y ahora parece como si los golpes me penetraran en el cerebro.

Son las dos. Praga duerme. Y quizás en alguno de sus lechos un niño solloza entre sueños y un hombre acaricia la cintura de una mujer.

-¡Habla! ¡Habla!

Paso la lengua sobre mis encías e intento contar los dientes rotos. No lo consigo. ¿Doce, quince, diecisiete? No. Ese es el número de los comisarios que me interrogan ahora. Algunos están visiblemente fatigados. Y la muerte tarda en venir.

Son las tres. Desde los arrabales, los verduleros afluyen al mercado; los barrenderos aparecen en las calles. Quizá viva lo suficiente todavía para ver el amanecer.

Traen a mi mujer.

-¿Le conoce usted?

Me trago la sangre para que no la vea… Y es inútil porque brota de todos los poros de mi rostro y de las yemas de los dedos.

-¿Le conoce usted?

-No. No le conozco.

Lo dijo sin que sus miradas dejaran traslucir un ápice de horror. ¡Es de oro! Ha cumplido la promesa de nunca confesar que me conoce, aún cuando ya es inútil. ¿Quién, entonces, les ha dado mi nombre?

Se la llevaron. Me despido de ella con la mirada más alegre de que soy capaz. Pero… acaso no sea tan alegre. No lo sé.

Son las cuatro. ¿Amanece? ¿No amanece? Las ventanas cubiertas no me dan respuesta. Y la muerte todavía no llega. ¿Debo ir a su encuentro? Mas, ¿cómo?

He pegado a alguien y caído al suelo. Me dan patadas. Me pisotean. Sí, ahora el fin vendrá rápidamente. El comisario vestido de negro me levanta por la barba, riéndose con satisfacción mientras me muestra sus manos llenas de pelos arrancados. Es realmente cómico. Ya no siento ningún dolor.

Las cinco, las seis, las siete, las diez. Mediodía. Los obreros van y vienen del trabajo; los niños van y vienen de la escuela. En las tiendas se vende, en las casas se cocina. Acaso, en este momento, mi madre se acuerde de mí. Quizá sepan ya los camaradas de mi detención y tomen las medidas de seguridad. Porque si hablara… No, no temáis. No hablaré. Confiad en mí. Después de todo mi fin ya no puede estar lejano. Esto, ahora, es sólo un sueño, una pesadilla febril: los golpes llueven, los agentes me refrescan con agua. Y nuevos golpes. Y otra vez: ¡Habla! ¡Habla! ¡Habla! Pero aún no consigo morir. Madre, padre: ¿porqué me habéis hecho tan fuerte?

Son las cinco de la tarde. Todo el mundo está ya fatigado. Los golpes caen más lentamente, a largos intervalos; no es más que la fuerza de la inercia. Y de súbito oigo desde lejos, desde muy lejos, una voz suave, dulce, tierna como una caricia:

-Er hat schon genung.[5]

Más tarde me hallo sentado ante una mesa que aparece y desaparece de mi vista. Alguien me da de beber. Alguien me ofrece un cigarrillo que no puedo sostener y alguien intenta ponerme los zapatos y dice que es imposible. Después, medio andando y medio arrastrado, me llevan escaleras abajo, hasta un automóvil. Durante el viaje me encañonan de nuevo con las pistolas: es como para reír. Pasamos junto a un tranvía adornado con flores blancas. Un tranvía de boda. Pero quizás sólo sea una pesadilla o acaso la fiebre o tal vez la agonía o la propia muerte. Siempre pensé que la agonía era una cosa difícil; pero esto no tiene nada de difícil: es algo vago y sin forma, ligero como la pluma. Basta un soplo para que todo termine.

¿Todo? No, todavía no. Porque de nuevo estoy de pie; yo solo, sin el apoyo de nadie. Junto a mí se alza una pared, de un amarillo sucio, salpicada de… ¿De qué? Parece sangre…Sí, es sangre. Levanto un dedo e intento extenderla… Lo consigo… Sí, está fresca. Es mi sangre.

Por detrás, alguien me golpea en la cabeza y me ordena levantar las manos y hacer genuflexiones. A la tercera caigo…

Un alto S. S. Se inclina sobre mí y me da de patadas para que me levante. ¡Es inútil! Alguien me lava otra vez y de nuevo estoy sentado. Una mujer me da una medicina y me pregunta dónde me duele. Y entonces parece como si todo el dolor se concentrase en mi corazón.

-Tu no tienes corazón -me dice el alto S. S.

-Sí, lo tengo -le respondo. Y de golpe me siento orgullooso porque he sido lo suficientemente fuerte para salir en defensa de mi corazón.

Después, todo desaparece ante mis ojos: el muro, la mujer con el medicamenteo, el alto S. S….

Ante mí se abre la puerta de una celda. Un S. S. Gordo me arrastra a su interior, arranca los girones de mi camisa, me tiende sobre el jergón, palpa mi cuerpo hinchado y ordena que me apliquen compresas.

-Mira le dice a su compañero, moviendo la cabeza, mira lo que saben hacer.

Y una vez más desde lejos, desde muy lejos, oigo una voz suave y dulce, tierna como una caricia:

-No aguantará hasta mañana.

Dentro de cinco minutos, el reloj marcará las diez. Es una hermosa y templada noche de primavera, la del 25 de abril de 1942.

II

La agonía

“Cuando la luz del sol y la claridad de las estrellas

se extinguen para nosotros, se extinguen para nosotros…”

Dos hombres con las manos juntas, en actitud de orar, caminan en círculo, con paso lento y pesado, entorno a una blanca cripta, cantando con voz monótona y discordante una triste salmodia.

“… es dulce para las almas

subir al cielo, subir al cielo…”

Alguien ha muerto. ¿Quién? Intento volver la cabeza. Quizá logre ver el féretro con el difunto y los dos cirios que como dos índices se levantan a su cabecera.

“…Donde la noche ya no existe,

donde eterna es la luz del día…”

He logrado levantar la vista. No veo a nadie. No hay nadie: sólo ellos dos y yo. ¿Para quien cantan esos salmos?

“Esa estrella siempre fulgurante

es Jesús, es Jesús…”

Es un entierro. Sí, seguramente es un entierro. ¿Y a quién entierran? ¿Quién está aquí? Sólo ellos dos y yo. ¡Y yo! ¡Quizá sea mi propio funeral! Pero escuchad: esto es un error. Yo no estoy muerto. Yo vivo. Ya veis que os miro y que hablo con vosotros. ¡Deteneos! ¡No me enterréis aún!

“Cuando alguien nos da el adiós

por última vez, por última vez…”

No me oyen. ¿Están sordos? ¿O es que no hablo lo suficientemente alto…? ¿O es que estoy muerto de verdad y a ellos les es imposible oír mi voz sin cuerpo? ¿Será, acaso, mi cuerpo, tendido sobre la barriga, espectador de mi propio entierro? ¡Qué gracioso!

“…Dirige su mirada piadosa

al cielo, al cielo…”

Lo recuerdo: alguien me recogió con dificultad, me vistió y me dejó en la camilla. Pasos metálicos resonaron en la galería y después… Eso es todo. Ya no sé más. Ya no recuerdo más.

“Donde la claridad eterna se alberga…”

Pero todo esto es absurdo. Yo vivo. Siento un dolor lejano y tengo sed. Los muertos no tienen sed. Concentro todas mis fuerzas para mover la mano y una voz extraña y rara, no mía, brota de mi garganta:

-¡Agua!

¡Por fin! Los dos hombres dejan de andar en círculo. Ahora se acercan a mí, se inclinan y uno de ellos aproxima a mis labios un jarro de agua.

-También debes comer, compañero. Desde hace dos días no cesas de beber y beber… ¿Qué me dice? ¿Ya dos días?¿Qué día será hoy?

-Lunes.

Lunes. Y el viernes me detuvieron. ¡Qué pesada siento la cabeza! ¡Y cuánto refresca el agua! ¡Dormir! ¡Dejadme dormir! Una gota de agua agita la superficie transparente de la fuente. Yo sé: el manantial de un prado entre montañas, cerca de la casa del guardabosque, al pie de Monte Roklan. Y una lluvia fina e ininterrumpida teclea sobre las agujas de los pinos… ¡Qué dulce es dormir!… y cuando de nuevo me despierto ya es martes de noche y un perro se halla ante mí. Un perro lobo. Me mira con sus hermosos y perspicaces ojos y pregunta:

-¿Dónde vivías?

¡Oh, no! No es el perro. Esa voz pertenece a otro ser. Sí, aquí hay alguien más. Veo unas botas altas y otro par de botas altas, y un pantalón de montar; pero más arriba, ya no veo nada. Y cuando quiero mirar, siento vértigo. Qué importa. Dejadme dormir…

Miércoles . . .

Los dos hombres que cantaban los salmos se encuentran sentados a la mesa, comiendo en escudillas de barro. Ya los distingo. Uno es más joven que el otro y no parecen monjes. Ni la cripta es ya una cripta; es una celda como cualquier otra. Las planchas del suelo parten de mis ojos para desembocar ante una puerta pesada y negra . . .

Rechina una llave en la cerradura. Saltan los dos hombres y se sitúan en posición de firmes. Otros dos hombres, con uniformes de S. S., entran y ordenan que me vistan. Ignoraba cuánto dolor puede ocultarse en cada pernera de mi pantalón, en cada manga de mi camisa. Me colocan sobre una camilla y me llevan escaleras abajo. Pasos de botas herradas resuenan a lo largo del corredor . . . Este es el camino por el cual me llevaron y me trajeron sin conocimiento. . . ¿A dónde conduce? ¿En qué infierno desemboca?

En la sombría y desagradable oficina de registro de la Polizeigefängnis6 me depositan en el suelo y una voz checa, con fingida bondad, me traduce una pregunta escupida con furia por una voz alemana:

-¿La conoces?

Sostengo la barbilla con la mano. Ante las parihuelas se halla una joven de gruesas mejillas. De pie y con la cabeza erguida mira sin ostentación pero con dignidad, con los ojos algo bajos: lo suficiente para verme y saludarme.

-No la conozco.

Recuerdo haberla visto una vez y por un solo momento durante aquella terrible noche en el Palacio de Petschek. Esta es la segunda vez, y desgraciadamente, ya no he vuelto a verla, como hubiera querido, para estrechar su mano por la dignidad con que se condujo. Era la mujer de Armosta Lorenz. Fue ejecutada el primer día del estado de sitio en 1942.

-¿Y a ésta? Seguramente la conocerás.

¡Anicka Jiráskova! Por Dios, Anicka, ¿cómo ha venido usted a parar aquí? Yo nunca pronuncié su nombre. Nada tengo que ver con usted. No la conozco, comprenda usted, no la conozco.

-No la conozco.

-Sé razonable, hombre.

-No, no la conozco.

-Es inútil, Julius dice Anicka, mientras una ligera presión de sus dedos sobre el pañuelo descubre su emoción. Es inútil. Me han delatado.

-¿Quién?

-¡Cállate!

Alguien interrumpe su respuesta y la empuja brutalmente cuando se inclina hacia mí para darme la mano.

¡Anicka!

No oigo las demás preguntas. Y como de lejos, sin ningún dolor, como si estuviera observando, siento como dos S. S. Me llevan de vuelta a la celda, balanceando brutalmente la camilla y preguntándome, con risas, si no preferiría mejor ser balanceado por el cuello.

Jueves.

Empiezo a distinguir. Uno de mis compañeros de celda, el más joven, se llama Karel, y éste llama padre al otro, al más viejo. Me cuentan su vida, pero todo se confunde en mi cabeza. Hablan de una mina y de niños sentados en bancos. Oigo una campana. Será que habrá fuego. Y me dicen que cada día vienen a verme el médico y el enfermero; que mi estado de salud no es tan grave y que parece que pronto me habré repuesto. Esto último lo dice el “padre” con tanta insistencia y Karel lo aprueba con tal convicción que, hasta en el estado en que me encuentro, comprendo que me dicen una piadosa mentira. ¡Qué chicos! ¡Y cuánto siento no poderles creer!

Atardece.

Se abre la puerta de la celda y, silenciosamente, sobre la punta de sus patas, entra corriendo un perro. Se detiene junto a mi cabeza y me mira de nuevo atentamente. Otra vez los dos pares de botas altas. Pero ahora ya sé: uno pertenece al propietario del perro, al director de la cárcel de Pankrac, y el otro al jefe de la sección anticomunista de la Gestapo, que presidió mi interrogatorio nocturno. Les siguen unos pantalones de civil. Alzo la vista: sí, lo conozco. Es el comisario alto y flaco que dirigía el pelotón que me detuvo. Se sienta en una silla y comienza el interrogatorio.

-Has perdido la partida. Salva la cabeza por lo menos. ¡Habla!

Me ofrece un cigarrillo. No lo quiero. No tendría fuerzas para fumarlo.

-¿Cuánto tiempo has vivido en casa de los Baxa?

¡Los Baxa! Hasta eso lo saben. ¿Quién se los habrá dicho?

-Ya vez: lo sabemos todo. ¡Habla!

Si lo sabéis todo, ¿para qué hablar? No he vivido en vano. Mi vida no ha sido estéril y no tengo por qué echar a perder su fin.

El interrogatorio dura una hora. El comisario no grita. Repite con paciencia las preguntas y, al no recibir respuesta, hace una segunda, una tercera, una décima pregunta.

-¿Es que aún no comprendes? Todo ha terminado, ¿comprendes? Lo habéis perdido todo.

-Sólo yo he perdido.

-Entonces, ¿tu crees todavía en la victoria de la Comuna?

-Claro.

-¿Lo cree todavía? -Pregunta el jefe alemán y el comisario alto traduce:

-Crees todavía en la victoria de Rusia?

-Claro. Esto no puede terminar de otra manera.

Estoy cansado. He concentrado todas mis fuerzas para protegerme de sus preguntas. Pero ahora mi conciencia se aleja rápidamente, como la sangre que brota de una herida profunda.

Aún percibo cuando me dan la mano. Quizá lean en mi frente el signo de la muerte. En algunos países era costumbre que el verdugo besara al reo antes de su ejecución.

Anochece.

Dos hombres con las manos juntas caminan en círculo, cantando con voz monótona y discordante una triste salmodia:

“Cuando la luz del sol y la claridad de las estrellas

se extinguen para nosotros, se extinguen . . .”

¡Oh, no sigan, amigos míos! Quizá sea hermosa vuestra canción, pero hoy es la víspera del Primero de May, la más bella y alegre fiesta del hombre.

Trato de cantar algo más alegre, pero parece sonar tristemente. Karel vuelve la cabeza y el “padre” seca sus lágrimas. No importa. Sigo cantando y, poco a poco, ellos se unen a mi canto. Me duermo contento.

Madrugada del Primero de Mayo.

El reloj de la torrecilla de la cárcel da tres campanadas. Es la primera vez que lo oigo con claridad. Por primera vez desde mi detención tengo mi conciencia despejada. Siento el aire fresco que penetra por la ventana abierta y baña mi jergón, extendido sobre el suelo. Las briznas de paja se clavan en mi pecho y en mi vientre. Cada partícula del cuerpo me duele con mil dolores y respiro con dificultad. De pronto, como si abriera una ventana, veo claramente: es el fin. Estoy agonizando.

Has tardado mucho en llegar, muerte. Pese a todo, esperaba conocerte más tarde, después de largos años. Esperaba vivir aún la vida de un hombre libre, poder trabajar mucho, amar mucho, cantar mucho y recorrer el mundo. Precisamente ahora, cuando llegaba a la madurez y disponía todavía de muchísimas fuerzas. Ya no las tengo. Se me van agotando. Amaba la vida y por su belleza marché al campo de batalla. Hombres: os he amado. Y he sido feliz cuando han correspondido a mi amor, y he sufrido cuando no me habéis entendido. Fui feliz cuando correspondíais a mi cariño y sufrí cuando no me comprendíais. Que me perdonen aquellos a quienes daño causé. Que me olviden aquellos a quienes procuré alegrías. Que la tristeza jamás se una a mi nombre. Ese es mi testamento para vosotros, padre, madre y hermanas mías; para ti, mi Gustina, y para vosotros, camaradas; para todos aquellos a quienes he querido. Llorad un momento, si creéis que las lágrimas borrarán el triste torbellino de la pena, pero no os lamentéis. He vivido para la alegría y por la alegría muero. Agravio e injusticia sería colocar sobre mi tumba un ángel de tristeza.

¡Primero de mayo! Antaño, a estas mismas horas, ya estábamos en las afueras de la ciudad, preparando nuestras banderas. A estas horas, en las calles de Moscú, se ponen en marcha los primeros grupos para participar en el desfile. Y ahora, precisamente a esta misma hora, millones de hombres luchan en el combate final por la libertad humana y miles y miles caen en ese combate. Yo soy uno de ellos. Y ser uno de ellos, ser uno de esos combatientes en la batalla final es algo hermoso.

Pero la agonía no es hermosa. Me ahogo. No puedo respirar. Oigo el ronco quejido de mi garganta y temo despertar a mis compañeros de celda. Quizás podría apagarlos con un poco de agua . . . Pero toda la agua del cántaro la hemos bebido ya. Allí, a unos seis pasos de mí, en el retrete situado en el rincón de la celda, hay suficiente agua. ¿Tendré fuerzas para llegar hasta allí?

Me arrastro silenciosamente sobre el vientre, como si toda la gloria de la muerte consistiera en no despertar a nadie. He conseguido llegar y bebo con avidez el agua del fondo del retrete. No sé cuánto tiempo estuve, ni cuánto tardé en volver. De nuevo empiezo a perder el conocimiento. Me busco el pulso. Nada siento. El corazón se me viene a la garganta y luego cae de golpe. Yo caigo con él. Caigo durante un largo rato. En el trayecto percibo todavía la voz de Karel:

-Padre, padre, escucha. El pobrecillo se está muriendo.

  • * *

Por la mañana llegó el médico.

Pero todo eso lo supe más tarde.

Vino, me auscultó y movió la cabeza. Luego volvió a la enfermería, rompió el certificado de defunción que había extendido con mi nombre el día antes y dijo, en un elogio de especialista:

¡Qué naturaleza de caballo!

III

Celda 267

Siete pasos de la puerta a la ventana, siete pasos de la ventana a la puerta.

Ya lo conozco. ¡Cuántas veces he recorrido este trecho sobre el piso de pino de mi celda en Pankrac! Y quizá sea ésta la misma donde antaño sufrí prisión por haber visto con claridad las consecuencias que tendría para el pueblo la funesta política de la burguesía checa. Frente a mi celda pasean los guardias alemanes y afuera, en algún lugar, las ciegas Parcas de la política, tejen nuevamente el hilo de la traición. ¿Cuántos siglos ha necesitado el hombre para, al fin, abrir los ojos? ¿Por cuántos millares de celdas ha pasado la humanidad en su camino hacia adelante? ¿Y cuántas le quedan aún por recorrer? ¡Oh, niño Jesús de Neruda: el final del camino de la salvación humana está lejos todavía! Pero no duermas más, no duermas más.

Siete pasos hacia adelante, siete pasos hacia atrás. En una de las paredes, el camastro y, en la otra, una triste repisa con escudillas de barro. Sí, yo conozco esto. Ahora, aquí, todo está algo mecanizado: la calefacción es central, la cubeta ha sido substituida por un retrete mecánico. Pero son los hombres, especialmente los hombres, quienes están mecanizados. Como autómatas. Aprieta un botón, es decir, haz un ruido con la llave en la cerradura de la puerta o abre la mirilla y los presos, hagan lo que hagan, darán un salto y se colocarán en hilera, en posición de firmes. Abre la puerta y el jefe de la celda gritará sin tomar aliento:

-¡Achtung! ¡Celecvózíbnzechcikbelegtmittrajmanalesinordnung![7].

He aquí, pues, la 267. Es nuestra celda. Pero en esta celda, no todo funciona con tanta precisión. Sólo saltan dos presos. Mientras tanto yo sigo acostado en el jergón, al pie de la ventana, sobre el vientre. Y así una semana, catorce días, un mes, seis semanas. Y vuelvo a nacer. Ya muevo la cabeza, levanto una mano, me incorporo sobre los codos y hasta he intentado volverme de espaldas. Verdaderamente, esto se escribe con más rapidez de lo que se vive.

También la celda sufre cambios. En sustitución del tres han colgado el número dos. Ha desaparecido Karel, el más joven de los dos hombres que me habían enterrado cantando tristes salmos, quedando, tras él, tan sólo el recuerdo de un corazón bueno. En realidad, mi recuerdo es borroso y sólo abarca a los dos últimos días de su estancia entre nosotros.

Se llama Karel Malec, es mecánico y trabajó en el ascensor de una mina de hierro de las cercanías de Hudlice, de donde sacó explosivos para los luchadores clandestinos de la resistencia. Fue detenido hace casi dos años. Ahora será juzgado, quizás, en Berlín, con un grupo grande de presos. ¡Cualquiera sabe cómo terminará el proceso! Tiene mujer y dos hijos. Los quiere, los quiere mucho, pero . . . “era mi deber, ¿sabes? No podía hacer otra cosa”.

Permanece sentado largos ratos junto a mí y trata de hacerme comer. No puedo. El sábado ¿es que ya hace ocho días que estoy aquí?? recurre a un método violento: anuncia al Polizeimeister8 que no he comido nada desde que estoy aquí.

El polizeimeister, siempre solícito con uniforme de S. S. Y sin cuyo permiso el médico checo no tiene derecho a recetar una aspirina, me trae personalmente una sopa de régimen y observa mientras tomo hasta la última gota. Karel está muy contento del éxito logrado con su intervención y al día siguiente él mismo me obliga a tragar la taza de sopa del domingo.

Pero de aquí no pasa. Mis encías destrozadas no pueden masticar ni las papas cocidas del guiso del domingo y mi garganta, cerrada, se niega a dar paso a cualquier otro bocado de comida algo más sólido.

-Ni guiso, ni guiso quiere -se lamenta Karel moviendo tristemente la cabeza. Y, después, con glotonería, empieza a comerse mi ración, cediendo honradamente la mitad exacta al “padre”.

¡Ay! Vosotros, los que no habéis vivido en el año de 1942 en la cárcel de Pankrac, no podéis llegar a saber lo que es, lo que supone un guiso. Regularmente, incluso en los peores tiempos, cuando el estómago rugía de hambre y en las duchas se veían esqueletos cubiertos de piel humana, cuando un camarada robaba a otro, por lo menos con la mirada los bocados de su ración, cuando hasta un asqueroso puré de legumbres secas revueltas con extracto de tomate nos parecía un delicioso y deseado manjar, incluso en los peores tiempos, dos veces por semana, el jueves y el domingo, los presos de servicio vaciaban en las escudillas un cucharón de papas, regándolas con una cucharada de salsa y algunos filamentos de carne.

Era maravillosamente apetitoso. Sí, era más que apetitoso: era un recuerdo material de la vida humana, algo de la vida misma, algo de normal en la cruel anormalidad de la cárcel de la Gestapo, algo de lo que se hablaba suave y voluptuosamente. ¡Ah! quién puede comprender el valor supremo que alcanza una cucharada de buena salsa, condimentada por el terror y el miedo, bajo el debilitamiento y la agonía continuos.

Han pasado dos meses, que me han permitido comprender la gran extrañeza de Karel. Había rechazado hasta el guiso. Y ninguna otra cosa pudo persuadirle más eficazmente de mi próxima muerte.

La noche siguiente, a las dos, despertaron a Karel. En cinco minutos tenía que estar listo para el transporte, como si se fuera a ausentar sólo por unos momentos, como si no tuviera ante sí un camino que le llevaría a una nueva cárcel, a un nuevo campo de concentración, al patíbulo o a quién sabe dónde. Se arrodilló ante mi jergón y apretando entre sus manos mi cabeza me besó. Del corredor nos llegó el ronco grito de un esbirro con uniforme, probándonos que los sentimientos no tienen albergue en la cárcel de Pankrac.

Karel cruzó la puerta corriendo. La cerradura sonó secamente . . .

. . . Y nos quedamos sólo dos en la celda.

¿Nos veremos de nuevo, muchacho? ¿Cuándo será la próxima despedida? ¿Cuál de los dos que quedamos saldrá primero? ¿Y hacia dónde? ¿Y quién lo llamará? ¿Un guardián con uniforme de S. S. O la muerte, que no tiene uniforme?

Lo que ahora escribo es sólo el eco de los pensamientos que me acompañaron después de su partida. Un año ha pasado desde entonces y los pensamientos que acompañaron al camarada en su partida se han venido repitiendo a menudo y con más o menos insistencia. El número dos, colgado en la puerta de la celda, se cambió por el número tres, y otra vez por un dos, y de nuevo en tres, dos, tres, dos. Nuevos compañeros de celda llegaron y se fueron. Únicamente dos de los que pasaron por la celda 267 permanecieron fielmente juntos.

El “padre” y yo.

  • * *

El “padre” . . . es el maestro Josef Pesek, de sesenta años de edad, dirigente del comité de maestros, detenido ochenta y cinco días antes que yo porque mientras elaboraba un proyecto tendiente a reformar las escuelas libres checas, tramaba un “complot” contra el Reich alemán.

El “padre” es . . .

Pero, ¿cómo expresarlo? ¡Es dificilísimo! Dos, una celda y un año. Durante ese tiempo han desaparecido ya las millas que condicionaban el nombre de “padre”; durante ese tiempo, los dos detenidos, de diferente edad, se han convertido verdaderamente en padre e hijo: durante ese tiempo hemos intercambiado costumbres, formas de expresión y hasta la entonación de voz. ¡Tratad de reconocer ahora lo que es mío y lo que pertenece al padre, lo que introdujo él en la celda y lo que introduje yo!

Noches enteras me estuvo velando y a base de compresas frías alejó a la muerte cuando ésta se aproximaba. Sin descanso limpió de pus mis heridas y jamás manifestó la menor repugnancia por el hedor que despedía mi jergón. Lavó y zurció los miserables andrajos en que se convirtió mi camisa durante el primer interrogatorio. Y cuando ésta estuvo totalmente inservible me vistió con su propia ropa. Me trajo una margarita y un tallo de hierba que se arriesgó a coger en le patio de la cárcel de Pankrac, durante la media hora de gimnasia. Me seguía con sus ojos cariñosos cuando me conducían a los interrogatorios y me volvía a poner compresas sobre las nuevas heridas con que retornaba, Cuando me llevaban a los interrogatorios nocturnos jamás pegaba los ojos hasta que volvía y me colocaba sobre el jergón, tapándome cuidadosamente con las mantas.

Tales fueron los comienzos de nuestra vida en común, nunca traicionados durante los días que los siguieron, cuando pude sostenerme sobre mis propias piernas y pagar mis deudas de hijo.

Pero todo esto, muchacho, no puede describirse de un tirón. La celda 267 tuvo aquel año una vida intensa. Y todo lo que ella vivió lo vivió también el “padre” a su manera. La historia no ha terminado todavía. Y eso aporta un tono de esperanza.

  • * *

La celda 267 tenía una vida intensa. No pasaba una hora sin que se abriera la puerta y recibiera una visita de inspección. Era un control especial que se ejercía sobre un “gran criminal” comunista, pero también podía ser simple curiosidad. Muy a menudo morían presos que no debían morir, pero muy rara vez se vio que no muriese aquel de cuya muerte todo el mundo estaba convencido. Hasta los guardianes de otros corredores venían a veces, trababan conversación, levantaban silenciosamente mis mantas y saboreaban, con pericia de gente entendida, mis heridas, para después, de acuerdo con su carácter, extenderse en bromas cínicas o tratarme más amistosamente. Uno de ellos, al que pusimos por mote “Polvillo” acude con más frecuencia que los demás y pregunta, con largas sonrisas, si “el diablo rojo” necesita algo. No, gracias. No necesita nada. Después de algunos días, el “Polvillo” descubre que “el diablo rojo” necesita algo: ser afeitado. Y trae consigo un barbero.

Es el primer preso, excluyendo a los de mi celda, a quien llego a conocer: el camarada Bocek. La amable atención que “Polvillo” me prodiga constituye un verdadero suplicio. El “padre” sostiene mi cabeza, mientras el camarada Bocek, arrodillado ante mi colchoneta, trata de abrirse paso, con una gillete sin filo, por entre el tupido bosque de mi barba. Sus manos tiemblan y las lágrimas asoman a sus ojos. Está persuadido de que afeita a un cadáver. Intento consolarle:

-Afeita, hombre. Hazlo sin miedo. Si he resistido el interrogatorio del Palacio de Petschek resistiré seguramente tu hoja de afeitar.

No nos sobran las fuerzas y tenemos que descansar los dos: él y yo.

Dos días más tarde conozco a otros dos presos. Los comisarios del Palacio de Petschek están impacientes. Han venido a buscarme y como el Polizeimeister escribe todos los días en mi hoja de registro la palabra transportunfähig9, dan órdenes de llevarme de cualquier manera. Dos detenidos, con uniformes de la prisión, que hacen servicio en los corredores, se detienen con una camilla ante nuestra celda. El padre me mete con dificultad en la ropa, los camaradas me ponen sobre la camilla y me llevan.

Uno de ellos es el camarada Skorepa, que más tarde será el “padre mayor” de nuestros compañeros del corredor. El segundo es . . . Se inclina sobre mí, cuando resbalo sobre la superficie inclinada de la camilla mientras bajamos por la escalera, y me dice:

-Agárrate y mantente firme . . .

Y añade en voz baja:

-. . . pase lo que pase.

Esta vez no nos detenemos en la oficina de entrada. Me llevan más lejos, por un corredor muy largo, hacia la salida. El corredor está lleno de gente pues hoy es jueves y los familiares vienen a buscar la ropa de los detenidos. Todos miran pasar nuestro triste cortejo. Veo la compasión en sus ojos y eso no me gusta. Llevo la mano hacia la cabeza y cierro el puño. Quizás se den cuenta de que les estoy saludando; quizás sea un gesto infructuoso. Pero no puedo hacer otra cosa. Me siento aún demasiado débil.

En el patio de la cárcel de Pankrac metieron la camilla en un camión. Dos S. S. se sentaron al lado del chofer, en la cabina. Otros dos, de pie, se situaron a mi lado, con las manos apoyadas en las fundas abiertas de sus pistolas. Y partimos. No, desde luego, el camino no es precisamente maravilloso: un bache, dos baches y antes de haber recorrido doscientos metros pierdo el conocimiento.

Era una cómica excursión a través de las calles de Praga: un camión de carga de cinco toneladas, habilitado para treinta presos, gastando la gasolina en el traslado de un solo detenido. Y dos S. S. delante y dos S. S. detrás, con las manos en los revólveres, guardando con miradas de fiera un cadáver, temerosos de que se les escape.

La comedia se repitió al día siguiente. Esta vez aguanté hasta el Palacio de Petschek. El interrogatorio no fue largo. El comisario Friedrich tocó no muy delicadamente mi cuerpo y yo regresé otra vez sin conocimiento.

Empezaron entonces a transcurrir los días en los que ya no dudé de estar vivo. El dolor, hermano íntimo de la vida, me lo recordaba con harta frecuencia. La propia prisión de Pankrac sabía que, por un descuido cualquiera, estaba vivo. Y llegaron los primeros saludos: a través de los espesos muros, que repetían los golpes de los mensajes, y a través de los ojos de los ordenanzas, encargados de distribuir el rancho.

Mi mujer era la única que nada sabía de mí. Sola, en una celda situada tres o cuatro más allá de la mía en el piso inferior, vivía entre la angustia y la esperanza hasta que su vecina, durante la media hora de gimnasia, le susurró al oído que todo había acabado para mí, que había muerto en la celda a consecuencia de las heridas recibidas durante el interrogatorio. Después vagó por el patio, mientras el mundo daba vueltas a su alrededor. Ni siquiera sintió el consuelo de los puñetazos que la guardiana le propinó en el rostro para obligarla a incorporarse a la fila de presas, a la vida regular de la prisión. ¿Qué habrán visto sus buenos y grandes ojos al mirar, sin lágrimas, las blancas paredes de la celda? Al día siguiente corrió otro rumor: que aquello no era cierto. Que no había muerto bajo los golpes, sino que, no pudiendo soportar más el dolor y los sufrimientos, me había ahorcado en la celda.

Entretanto yo seguía tendido sobre el mísero jergón. Cada noche y cada mañana me volvía de costado para poder cantar a mi Gustina sus canciones preferidas. ¿Cómo no iba a oírlas cuando yo ponía en ellas tanto fervor?

Hoy ya sabe, hoy ya puede oír, aunque se halle a más distancia que entonces. Y hoy día, hasta los guardianes saben y se han acostumbrado a ello que la celda 267 canta. Y ya no gritan detrás de la puerta para imponer silencio.

La celda 267 canta. Si canté toda mi vida, no sé por qué habría de dejar de cantar ahora, precisamente al final, cuando la vida es más intensa. ¿Y el “padrecito” Pesek? ¡Oh, es un caso excepcional! Canta con el corazón. No tiene ni oído ni memoria musical ni voz, pero adora el canto con tan bello y abnegado amor y encuentra en él tanta alegría que casi no percibo cuando se desliza de una tonalidad a otra e insiste testarudamente en un do aunque el oído reclame un la. Y así, cantamos cuando la nostalgia trata de invadirnos; cantamos cuando el día es alegre; con nuestro canto acompañamos al camarada que se marcha y a quien quizá no volveremos a ver nunca más; cantando recibimos las buenas noticias del frente oriental; cantamos en busca de consuelo y cantamos de alegría, tal y como los hombres han cantado siempre y como seguirán cantando mientras existan.

No hay vida sin canto, como no hay vida sin sol. Por consiguiente, nosotros necesitamos doblemente el canto, ya que el sol no llega hasta aquí. La 267 es una celda orientada hacia el norte. Sólo en los meses de verano, y durante algunos instantes, el sol dibuja, antes de ocultarse, la sombra de los barrotes en la pared. Durante esos instantes, el padre, puesto de pie, y apoyado en el camastro, sigue con sus ojos esa fugaz visita del sol. . . Y esa es la mirada más triste que se puede encontrar aquí.

¡El sol! ¡Con qué generosidad resplandece ese mago redondo y cuántos milagros realiza ante los ojos de los hombres! ¡Y tan poca gente como vive al sol! ¡Resplandecerá, sí! ¡Resplandecerá y los hombres vivirán bajo los haces de sus rayos! ¡Bello es saberlo! Pero tú, no obstante, quisieras saber algo infinitamente menos importante: ¿Resplandecerá aún para nosotros?

Nuestra celda está orientada hacia el norte. Sólo algunas veces, cuando el día es verdaderamente bello, podemos ver la puesta del sol. ¡Ay, padre, cómo quisiera yo ver la salida del sol aunque fuera por una sola vez.

————————————————————————————————————————

[1] Cuartel General de la Gestapo en Praga.

[2] Derecho rojo, Órgano del Partido Comunista de Checoslovaquia.

[3] “¡Manos en alto!”. En alemán en el original.

[4] “¡En marcha!”. En alemán en el original.

[5] “Ya tiene lo suyo”. En alemán en el original.

[6] Cárcel de la policía alemana en Pankrac. En alemán en el original.

[7] “¡Atención! Celda 267. Tres hombres. Todo en orden”. Mezcla de alemán y checo en el original.

[8] “Enfermero de la cárcel”. En alemán en el original.

[9] “No puede ser movido”. En alemán en el original.

Comunidades de Fe y Vida respalda a Don Casimiro Sosa en Acajutla

ACAJUTLA, Sonsonate, 28 de septiembre de 2008 (SIEP) “Estamos cumpliendo un mandato de nuestro Señor y siguiendo una antigua tradición iniciada por Jesús, porque él también organizaba brigadas de salud para las comunidades allá en Galilea y Judea, él luchaba por el derecho a la salud …” explicó el Rev. Ricardo Cornejo, de la Iglesia Luterana Popular de El Salvador.

Las Brigadas de Salud de las Comunidades de Fe y Vida realizaron este día consultas médicas para diversas comunidades de este municipio, que se congregaron para recibir atención médica y medicinas, así como para escuchar la palabra de Dios.

Don Casimiro Sosa, actual alcalde y a la vez candidato por el FMLN para reelegirse dijo que “le agradecemos a esta iglesia, que se hace presente para traer salud para nuestra gente, salud que le ha sido negada por los sucesivos gobiernos areneros, pero que estamos seguros será proporcionada en el 2009 por un futuro gobierno de Mauricio Funes.”

Finalmente el Rev. Cornejo agradeció a Don Casimiro Sosa por sus palabras y reitero “el apoyo que usted se merece porque se lo ha ganado por trabajar por los intereses de la gente pobre, por su actitud digna frente a los poderosos, por su patriotismo y fidelidad a este pueblo de Monseñor Romero.”

CARTA ABIERTA A ERNESTO CHE GUEVARA

CARTA ABIERTA A ERNESTO CHE GUEVARA

Frei Betto*
8 de octubre de 2007

Querido Che:

Ya han pasado cuarenta años desde que la CIA te asesinó en la selva de Bolivia, el 8 de octubre de 1967. Tenías entonces 39 años. Pensaban tus verdugos que, al meterte balas en tu cuerpo, después de haberte capturado vivo, condenarían al olvido tu memoria. Ignoraban que, al contrario de los egoístas, los altruistas nunca mueren. Los sueños libertarios no quedan confinados en jaulas cual pájaros domesticados. La estrella de tu boina brilla más fuerte, la fuerza de tus ojos guía a generaciones por las rutas de la justicia, tu semblante sereno y firme inspira confianza a quienes combaten por la libertad. Tu espíritu trasciende las fronteras de Argentina, de Cuba y de Bolivia y, cual llama ardiente, inflama aún hoy el corazón de muchos revolucionarios.
En estos cuarenta años ha habido cambios radicales. Cayó el muro de Berlín y sepultó al socialismo europeo. Muchos de nosotros sólo ahora comprenden tu osadía al señalar, en Argel en 1962, las grietas en las murallas del Kremlin, que nos parecían tan sólidas. La historia es un río veloz que no ahorra obstáculos. El socialismo europeo trató de detener las aguas del río con el burocratismo, el autoritarismo, la incapacidad para llevar a la vida cotidiana el avance tecnológico derivado de la carrera espacial y, sobre todo, se revistió de una racionalidad economicista que no hincaba sus raíces en la educación subjetiva de los sujetos históricos: los trabajadores.
Quién sabe si la historia del socialismo no sería distinta hoy si hubieran
prestado oído a tus palabras: “El Estado se equivoca a veces.Cuando
sucede una de esas equivocaciones se percibe una disminución del entusiasmo colectivo debido a una reducción cuantitativa de cada uno de los elementos que lo forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes: es el momento de rectificar”.
Che, muchos de tus recelos se han confirmado a lo largo de estos años y han contribuido al fracaso de nuestros movimientos de liberación. No te escuchamos lo suficiente. Desde África, en 1965, le escribiste a Carlos Quijano, del periódico Marcha de Montevideo: “Déjeme decirle, aún a costa de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por sentimientos de amor. Es imposible pensar en un auténtico revolucionario sin esta cualidad”.
Esta advertencia coincide con lo que el apóstol Juan, exiliado en la isla de Patmos, escribió en el Apocalipsis hace dos mil años, en nombre del Señor, a la Iglesia de Éfeso: “Conozco tu conducta, el esfuerzo y la perseverancia. Sé que no soportas a los malos. Aparecieron algunos diciendo que eran apóstoles. Tú los probaste y descubriste que no lo eran. Eran mentirosos. Ustedes han sido perseverantes. Sufrieron por causa de mi nombre y no se desanimaron. Pero hay una cosa que repruebo en ti: abandonaste el primer amor” (2, 2-4).
Algunos de nosotros, Che, abandonaron el amor a los pobres, que hoy se multiplican en la Patria Grande latinoamericana y en el mundo. Dejaron de guiarse por grandes sentimientos de amor para ser absorbidos por estériles disputas partidarias y, a veces, hacen de los amigos, enemigos, y de los verdaderos enemigos, aliados. Corroídos por la vanidad y por la disputa de espacios políticos, ya no tienen el corazón encendido por ideas de justicia. Permanecieron sordos a los clamores del pueblo, perdieron la humildad del trabajo de base y ahora cambian utopías por votos.
Cuando el amor se enfría el entusiasmo se apaga y la dedicación se retrae. La causa como pasión desaparece, como el romance entre una pareja que ya no se ama. Lo que era ‘nuestro’ resuena como ‘mío’ y las seducciones del capitalismo reblandecen los principios, cambian los valores y si todavía proseguimos en la lucha es porque la estética del poder ejerce mayor fascinación que la ética del servicio.
Tu corazón, Che, latía al ritmo de todos los pueblos oprimidos y expoliados. Peregrinaste desde Argentina a Guatemala, de Guatemala a México, de México a Cuba, de Cuba al Congo, del Congo a Bolivia. Todo el tiempo saliste de ti mismo, encendido de amor, que en tu vida se traducía en liberación. Por eso podías afirmar con autoridad que “es preciso tener una gran dosis de humanidad, de sentido de justicia y de verdad, para no caer
en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Es necesario luchar todos los días para que ese amor a la
humanidad viva se transforme en hechos concretos, en gestos que sirvan de ejemplo, de movilización”.
Cuántas veces, Che, nuestra dosis de humanidad se ha resecado, calcinada por dogmatismos que nos hincharon de certezas y nos dejaron vacíos de sensibilidad para con los dramas de los condenados de la Tierra.
Cuántas veces nuestro sentido de justicia se perdió en escolasticismos fríos que proferían sentencias implacables y proclamaban juicios infamantes. Cuántas veces nuestro sentido de verdad cristalizó en el ejercicio de autoridad, sin que correspondiésemos a los anhelos de quienes sueñan con un trozo de pan, de tierra y de alegría.
Tú nos enseñaste un día que el ser humano es el “actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad”. Y que éste no es “un producto acabado. Los defectos del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que emprender un continuo trabajo para erradicarlos”. Quizá nos ha faltado destacar con más énfasis los valores morales, las emulaciones subjetivas, los anhelos espirituales. Con tu agudo sentido crítico cuidaste de advertirnos que “el socialismo es joven y tiene errores. Los revolucionarios carecen muchas veces de conocimientos y de la audacia intelectual necesarios para enfrentar la tarea del desarrollo del hombre nuevo por métodos distintos de los convencionales, pues los métodos convencionales sufren la influencia de la sociedad que los creó”.
A pesar de tantas derrotas y errores, hemos tenido conquistas importantes a lo largo de estos cuarenta años. Los movimientos populares han irrumpido en todo el Continente. Hoy en muchos países están mejor organizados los campesinos, las mujeres, los obreros, los indios y los negros. Entre los cristianos, una parte significativa ha optado por los pobres y engendró la Teología de la Liberación. Hemos sacado considerables lecciones de las guerrillas urbanas de los años 60; de la breve gestión popular de Salvador Allende; del gobierno democrático de Maurice Bishop, en Granada, masacrado por las tropas de los Estados Unidos; de la ascensión y la caída de la Revolución Sandinista; de la lucha del pueblo de El Salvador. En México los zapatistas de Chiapas ponen al desnudo la
política neoliberal y se propaga por América Latina la primavera democrática, con los electores repudiando a las viejas oligarquías y eligiendo a aquellos que son a su imagen y semejanza: Lula, Chaves, Morales, Correa, Ortega, etc.
Falta mucho por hacer, querido Che. Pero conservamos con cariño tus herencias mayores: el espíritu internacionalista y la revolución cubana. Una y otra cosa se presentan hoy como un solo símbolo. Comandada por Fidel, la Revolución cubana resiste al bloqueo imperialista, la caída de la Unión Soviética, la carencia de petróleo, los medios de comunicación que pretenden satanizarla. Resiste con toda su riqueza de amor y de humor, salsa y merengue, defensa de la patria y valoración de la vida. Atenta a tu voz, ella desencadena un proceso de rectificación, consciente de los errores cometidos y empeñada, a pesar de las dificultades actuales, en
hacer realidad el sueño de una sociedad donde la libertad de uno sea la condición de justicia del otro.
Desde donde estás, Che, bendícenos a todos nosotros los que comulgamos en tus ideales y tus esperanzas. Bendice también a los que se cansaron, se aburguesaron o hicieron de la lucha una profesión en su propio beneficio. Bendice a los que tienen vergüenza de confesarse de izquierda y de declararse socialistas. Bendice a los dirigentes políticos que, una vez destituidos de sus cargos, nunca más visitaron una favela ni apoyaron una movilización. Bendice a las mujeres que, en casa, descubrieron que sus compañeros eran lo contrario de lo que ostentaban fuera, y también a los hombres que luchan por vencer el machismo que los domina. Bendícenos a todos nosotros los que, ante tanta miseria que siega vidas humanas, sabemos que no nos queda otra vocación más que la de convertir corazones y mentes, revolucionar sociedades y continentes.
Sobre todo bendícenos para que, todos los días, estemos motivados por grandes sentimientos de amor, de modo que podamos recoger el fruto del hombre y la mujer nuevos.

Traducción de J.L.Burguet