Presentan libro sobre Dra. Melida Anaya Montes

SAN SALVADOR, 15 de abril de 2008 (SIEP) “Con la publicación de este libro Melida: un canto a la vida, estamos concluyendo un sueño, el de presentar para la historia la biografía de la Dra. Melida Anaya Montes” dijo Nery Arely Díaz, presidenta de Las Melidas.

La Asociación de Mujeres Melida Anaya Montes surge en 1994 y se extiende por todo el país promoviendo la organización y concientización de las mujeres del campo y la ciudad.

Abigail Guerrero, al comentar el libro, señaló que ve a Ana maría, que era su pseudónimo, “en los rostros de los niños y niñas de este país, de los y las docentes, en las capacitaciones e FECCAS, en el compromiso que siempre tuvo por lograr la unidad popular.”

Por su parte, Sandra Moreno sostuvo que 2esta obra es de naturaleza testimonial, y nos muestra desde la foto de la portada, que ser una comandante no estaba reñido con la alegría…”

Finalmente, la poetisa Silvia Matus agradeció la asistencia al acto y reitero el “compromiso que como Melidas tenemos de honrar con nuestra práctica cotidiana la memoria de la Dra. Melida Anaya Montes…”

La venganza de Yessy

La venganza de Yessy

Estaban frente a frente y Yessy, midiendo fríamente sus palabras como el francotirador, dijo lentamente «yo tengo relaciones con una persona y creo que estoy embarazada», Mardoqueo no creía oír lo que estaba oyendo, estaban hablando de otras cosas sin relación al tema cuando la mujer dejó caer tamaña confesión y esperó, agazapada, para ver la reacción de sus palabras.

El hombre se sintió morir, como cuando un navajazo corta la aorta de un humano, sintió que la tierra lo tragaba, toda su boca se le secó de inmediato y la lengua pareció una serpiente reptando en el desierto, por un segundo dejó de pensar inundado por el sentimiento de impotencia y su cabeza parecía una roca, dura e impenetrable, miraba a la mujer sin creer que fuera la misma persona que él quería y que ésta fuera capaz de hacer semejante cosa.

La mujer, con los ojos inundados de lágrimas por su situación per- sonal, miraba con gozo la reacción de sus palabras, era lo que ella buscaba pese a lo comprometido del mo- mento. Por un segundo nadie dijo nada pero ella logró lo que quería. Mardoqueo nunca aceptó totalmente, el amor de Yessy, pero se amaban, ella pensó que él la despreciaba y la menospreciaba, por eso, construyó, con mucha firmeza y paciencia, una relación aparte que ella entendía que le pertenecía totalmente. Mardoqueo nunca supo nada y tan siquiera se imaginaba lo que se construía frente a sus propios ojos. En una ocasión Yessy le puso enfrente a su amante y el oficinista fiel nunca supo de quien se trataba, apenas lo vio y lo saludó.

En realidad la mujer llego a odiar a Mardoqueo aunque nunca se lo dijo y por el contrario, en todo momento le expresaba su amor y el enamorado le creía siempre, confiado en que su Yessy era inquebrantable y llena de paciencia, ignoraba la increíble tormenta que ante sus ojos se desarrollaba, no podía imaginar que se había convertido en un obstáculo, en una roca que era necesario quitar del camino y que la mujer, que estaba cerca de su corazón lo odiaba porque se consideraba rechazada por él, no sabía que su Yessy, todos los días, en las tardes y en las noches, vivía el más intenso de sus amores y se sentía acompañada, comprendida y estimulada por el hombre que ella consideraba su marido y de la que se sentía su mujer. Mardoqueo jamás supo nada de esto ni tan siquiera lo presintió el día en que ella le prohibió que la tocara, – no quiero que me toques- le dijo fríamente la mujer y Mardoqueo nunca supo que Yessy lo había sacado de su corazón.

Al sentirse embarazada, Yessy se lo confesó a su marido y este, asustado, la rechazó porque le dijo,- estoy harto de tus exageraciones – en medio del susto y la angustia, la mujer decidió usar su miedo para darle a Mardoqueo esta estocada final.

Los segundos se petrificaron y él rompió el hielo: «si necesitas ayuda contá conmigo en todo», la mujer no esperaba esto y fue sorprendida. «Yo te acompaño a cualquier clínica le dijo Mardoqueo no te preocupes, puedo hablar con tus padres si fuera necesario, es fundamental que hables con el posible padre de tu posible hijo, esto es lo más importante, no te preocupés por los aspectos económicos y contá conmigo, si es necesario te apoyaré con tu posible hijo, pero debes asegurar que el padre lo respalde».

La mujer no esperaba esto y en ese momento rompió a llorar en una mezcla de satisfacción por el golpe dado al hombre, de angustia por una maternidad no buscada y de cierta desesperanza al comprobar, tardíamente, lo cerca que ella estaba de Mardoqueo aún cuando ella suponía que la ignoraba.

La tensa e intensa plática llegó a su fin, el hombre salía para un compromiso y en una muestra de apoyo la abrazó, la mujer reaccionó de inmediato como tocada por una braza ardiendo. «No quiero que me toques», le dijo y olvidando el apoyo total que Mardoqueo le acababa de brindar, le recordaba, pese a todo, que entre ellos dos no existía nada.

Concluye en Caracas asamblea del Consejo Mundial de la Paz

CARACAS, 13 de abril de 2008 (SIEP) “Ha sido una experiencia inolvidable, esta asamblea del Consejo Mundial de la Paz en Caracas, Venezuela, nos hemos reconocido en las luchas de los pueblos del mundo…”dijo el Rev. Ricardo Cornejo, del Movimiento Salvadoreño por la Paz.

Agregó que “pudimos compartir con nuestros camaradas vietnamitas sobre la necesidad de derrotar las acciones del imperialismo, con los compañeros de la India y de Pakistán, con nuestros hermanos de Irak que resisten con las armas en la mano la intervención imperial.”

“Como latinoamericanos explicamos sobre nuestras luchas y el pensamiento de Simón Bolívar y nosotros llevamos también la figura y el pensamiento de Schafik, de Monseñor Romero, de Prudencia Ayala, de nuestros héroes y mártires… y les compartimos la declaración Final que aprobamos.”

DECLARACIÓN de la Asamblea del CMP – Caracas, 9-10 de abril de 2008

La Asamblea del Consejo Mundial de la Paz se celebró con éxito los días 9 y 10 de abril de 2008 en Caracas, Venezuela, con la participación de 265 delegados y 285 participantes de 124 organizaciones de 76 países. Luego de un debate muy rico y fructífero, los participantes de la Asamblea concluyeron con la siguiente declaración a los pueblos del mundo:

Los acontecimientos ocurridos desde la última Asamblea del CMP en mayo del 2004, han llegado a crear una situación que es crucial para la humanidad, una situación marcada por la intensidad creciente de la agresividad de la estrategia mundial de los EE.UU., que se empeña en imponer y consolidar el nuevo orden mundial de guerra y opresión. La humanidad como un todo enfrenta la agresividad acelerada de las políticas imperialistas. Su esfuerzo concertado para afianzar su dominación, va acompañado por una exacerbación e incremento en las rivalidades por los mercados, la energía y los recursos estratégicos, y por el dominio geopolítico y geoestratégico. La situación se agudiza particularmente en las regiones de importancia estratégica para el control económico y geopolítico, como los Balcanes, Eurasia y África.

Pero por otro lado, ciertos acontecimientos en diferentes países del mundo ayudan a crear más obstáculos para el imperialismo, el cual confronta un creciente aislamiento político como resultado de sus actos arbitrarios y unilaterales de violación de los derechos humanos y de los pueblos. La resistencia contra el imperialismo, como se da en América Latina o en el Medio Este, da esperanza a los pueblos de alcanzar un mundo justo y pacífico. El CMP hace un llamado a lograr relaciones políticas más equitativas entre las naciones, sin amenazas militares ni dominación imperialista, y a establecer un orden mundial de paz y justicia basado en los principios pacíficos de la Carta Constitucional de la ONU.

Hoy, el imperialismo dirigido por los EE.UU., amenaza la soberanía nacional y la integridad territorial de todos los países. Casi todas las recientes intervenciones imperialistas en todas las regiones han resultado en divisiones de países y separación de los pueblos por la guerra y la sangre. La unilateral declaración de independencia de Kosovo ha sido el ejemplo más reciente y dramático de la política del imperialismo de “dividir y gobernar”. Las ideas y los movimientos separatistas son apoyados y manipulados por el imperialismo. Los llamados “estados independientes” formados por la división de estados preexistentes, resultan ser apenas protectorados, que sirven de bases para las actividades imperialistas. Por consiguiente, es importante que el movimiento mundial de la paz asuma una posición firme contra esta política del imperialismo de “dividir y gobernar”, y que se haga mayor énfasis en los conceptos de soberanía nacional y de integridad territorial de los estados.

Otra amenaza para la paz mundial y los valores humanitarios hoy en día, es el fortalecimiento de ideologías reaccionarias, fundamentalistas, conservadoras y racistas en todo el mundo; esta es una tendencia que facilita el dominio de los capitalistas y de los imperialistas. El CMP y el movimiento mundial por la paz deben fortalecer también la acción contra las ideas reaccionarias y el racismo y deben promover ideologías progresistas y humanitarias.

La dominación del nuevo orden mundial imperialista está empeorando la situación económica de los trabajadores y de los pueblos en general, tanto en los países desarrollados como en los países en vías de desarrollo. La promoción de la restructuración capitalista y de las políticas neo-liberales, con la eliminación de los logros de los trabajadores y la aplicación de formas flexibles de empleo, la abolición de los convenios laborales y las privatizaciones generalizadas en todos los sectores, están provocando un incremento en la pobreza, el desempleo, el hambre y la miseria. Aumentan los problemas sociales y las tensiones. Crece el descontento y los trabajadores libran luchas a las cuales el movimiento por la paz puede y debe unirse. El CMP denuncia el creciente gasto militar, cuya responsabilidad recae, en primer lugar, sobre los EE.UU. El CMP exige recortes sustanciales en los presupuestos militares, y la reasignación de

Realizan encuentro de mujeres sindicalistas de los años setenta

SAN SALVADOR, 12 de abril de 2008 (SIEP) “Gracias por asistir, es importante que nos reunamos, que no perdamos el contacto y que recuperemos, que no olvidemos las historias de lucha que vivimos…” dijo Berta Deras de Aguiñada, al iniciar el encuentro de mujeres sindicalistas de los años setenta del siglo pasado.

El encuentro se realizó en las instalaciones de la Asociación Cristiana de Jóvenes y contó con la asistencia de 10 mujeres sindicalistas, la mayoría del Sindicato General de Costureras, que pertenecía a la FESTIAVTCES y funcionaba en el número 630 de la Avenida Cuscatlan.

Entre las asistentes se encontraban Rosa Amelia Vásquez, Berta Deras, Tania Aguiñada, Juanita Mendoza, Camelia Cartagena, Blanca Lidia Rubio, Concha Marina de Rivas, Leticia de Cativo. Asumimos asistieron Luís Rivas, Alfonso Martínez, Fernando Lizanne y Roberto Pineda.

“Me siento muy feliz de estar aquí con ustedes y de ver a compañeras que tenía mucho tiempo de no verlas. Es importante rescatar la memoria histórica pero también saber que estamos haciendo hoy, de nuestras familias, ustedes son parte de mi vida, de mi memoria…” indicó Camelia Cartagena.

Finalmente, Concha Marina de Rivas precisó que “vamos a seguir viéndonos y convocando a más compañeras y compañeros sindicalistas, somos una gran familia, que nos une el amor a nuestro pueblo y a su lucha que tiene raíces en los esfuerzos que se han realizado por muchas generaciones de revolucionarios y revolucionarias.”

Asamblea del Consejo Mundial de la Paz denuncia acciones imperialistas

CARACAS, 12 de abril de 2008 (SIEP) “Hemos podido encontrarnos y diseñar una estrategia global contra las políticas agresivas del imperio que interviene en Irak y arremete a la Revolución Bolivariana en Venezuela” indicó el rev. Ricardo Cornejo, secretario general del Movimiento Salvadoreño por la Paz.

Añadió que “Caracas con la presencia de luchadores y luchadoras por la paz y la justicia de todo el mundo se convierte en capital de la paz y la lucha antiimperialista, en espacio de lucha por la soberanía de nuestros pueblo.”

“Como salvadoreños hemos denunciado la presencia de una base militar extranjera, estadounidense en nuestro suelo patrio, en Comalapa y nuestros esfuerzos por que El salvador sea un área de paz, que no se convierta en una amenaza contra otros países.”

“Asimismo hemos denunciado la existencia de la escuela internacional de Policía, ILEA; un centro de entrenamiento en tácticas de contrainsurgencia,
donde van a entrenarse los futuros verdugos y represores de nuestros pueblos.”

“Y denunciamos el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, que nos condena a situaciones de pobreza y de destrucción de nuestro aparato productivo para satisfacer los intereses de las grandes corporaciones de los países industrializados.”

Concluyó afirmando que “estamos a punto de concluir esta reunión mundial y regresaremos a nuestros países con el compromiso de continuar luchando por la paz y la justicia, por un mundo nuevo basado en la cooperación amistosa entre los países y no en la guerra. Ese es nuestro sueño.”

Organizaciones centroamericanas recuerdan a Jorge Eliecer Gaitan

CARACAS, 9 de abril de 2008 (SIEP) “Como participantes de esta Asamblea del Concejo Mundial de la Paz nos sentimos honrados en rendir tributo a este luchador antiimperialista colombiano, Jorge Eliécer Gaitan, asesinado en 1948” dijo la Licda. María Isabel Villegas, Vice.-Presidente del Movimiento Salvadoreño por la Paz.

Esta noche fue realizado el homenaje al Bogotazo, que recuerda el asesinato del líder y candidato a la presidencia de Colombia Jorge Eliécer Gaitán (1948), quién había asumido una postura crítica y férrea ante imperialismo y la oligarquía criolla que acabarían con su vida.

Por otra parte, la Licda. Villegas explicó que “las organizaciones centroamericanas que integramos el Concejo Mundial de la Paz hemos participado en las diversas actividades que iniciaron el lunes 7 con la declaración de Caracas como Capital mundial de la paz y la lucha antiimperialista.”

Agregó que “somos más de 100 organizaciones sociales de los cinco continentes que nos encontramos reunidas, discutiendo y planificando acciones para enfrentar la ofensiva del imperio que invade Irak y amenaza a nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños.”

“Y en este marco hemos elaborado una declaración en la que manifestamos nuestro respaldo al presidente venezolano Hugo Chávez por su valiente postura antiimperialista y a favor de la unidad e integración de nuestros pueblos” concluyó.

Mensaje de la Comisión de Paz de Centroamérica

Las organizaciones delegadas y participantes de los países centroamericanos saludamos con entusiasmo la Asamblea del Consejo Mundial de la Paz, efectuada en la Ciudad de Caracas, Venezuela del 8 al 13 de abril y nuestro abrazo al presidente Hugo Chávez Frías, Presidente de la Paz.

Nuestros pueblos centroamericanos, que históricamente somos , intervenidos, amenazados y agredidos por el imperio norteamericano, condenándonos a guerras, hambre, destrucción y muerte y a intervenciones directas, hacemos el siguiente pronunciamiento de lucha:

El mundo ha sido testigo de las luchas de nuestros pueblos contra las sanguinarias dictaduras y regímenes pro-imperialistas y de los esfuerzos de paz que han logrado unas nuevas manifestaciones de lucha en la región. Por estas razones los centroamericanos presentes en este magno Consejo Mundial de la Paz, declaramos lo siguiente:

Nuestro apoyo incondicional al Presidente de la Paz Mundial, Comandante Hugo Chávez Frías y a la Revolución Bolivariano de Venezuela.
Nuestro respaldo al gobierno revolucionario del FSLN, encabezado por el Comandante Daniel Ortega Saavedra en Nicaragua.
Saludamos al gobierno democrático del presidente Alvaro Colom de Guatemala.
Nuestra solidaridad con el FMLN de El Salvador y su fórmula presidencial Lic. Mauricio Fúnez y Profesor Salvador Sánchez líder histórico del FMLN.
Saludamos al Mons. Fernando Lugo, Futuro presidente del Paraguay.
Nuestro respaldo del Séptimo Foro Mesoamericano a efectuarse en Managua, Nicaragua el mes de Junio del 2008. respetando las resoluciones que se concerten.
7.- Nuestro apoyo a la lucha de los pueblos centroamericanos contra los tratados de libre comercio con los Estados Unidos que se proponen entregar la soberania de nuestros paises a las transnacionales

Condenamos:

Las políticas intervencionistas de Estados Unidos en la Región Centroamericana.
La extensión de la Escuela de las Américas, presente en El Salvador. Exigimos el cierre y el retiro.
Las bases militares de Estados Unidos en Honduras. Exigimos el cierre y el retiro.
Los tratados de libre comercio con los Estados Unidos .
El envío de tropas salvadoreñas como ejército de ocupación en Irak.
Las políticas económicas implementadas en nuestros países así como el feticidio que se genera como producto de la migración de nuestros trabajadores hacia los Estados Unidos .

Nos comprometemos:

A organizar y fortalecer las organizaciones por la paz en nuestra región centroamericana
Contrarrestar el terrorismo mediático que pretende desacreditar los logros de la revolución bolivariana y la unidad latinoamericana.
Extendemos nuestra solidaridad militante con los pueblos hermanos de Palestina, República Arabe Saharaví, Bolivia, Uruguay, Ecuador, Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Luchar por nuestra soberanía y dignidad en nuestra región.
Nuestro compromiso por asegurar el bienestar de la humanidad, la vida y la paz mundial

Crónica de un concierto anunciadísimo y una canción desesperada…

Crónica de un concierto anunciadísimo y una canción desesperada…
Pretextos para un texto con texturas
Por Luis Enrique Mejía Godoy
¿Qué tiene la música que cada mañana se nutre de vida la desesperanza…? (LEMG)
hos amigos, especialmente entre artistas, aunque casi nunca nos veamos, Fue la historia común de nuestros pueblos, Cuba y Nicaragua, la que quiso que Silvio Rodríguez y yo nos conociéramos allá por 1978 en el Festival de la Nueva Trova Cubana, en Santiago de Cuba, durante el XI Festival de la Juventud y los Estudiantes, unos meses antes de las primeras insurrecciones en Nicaragua, en el mismo año en que mi hermano Carlos y yo, empezamos a escribir, treinta años atrás, las primeras ideas de lo que sería la obra musical Guitarra Armada, que nunca fue un instructivo para hacer la guerra como piensan algunos, sino un manual para defendernos de la violencia y la represión. Precisamente, once años atrás, se realizaba el Primer encuentro de la Canción Protesta, organizado por Haydeé Santamaría en Casa de las Américas, La Habana, del 24 de julio al 8 de agosto de 1967, actividad en la que participaron Daniel Viglietti de Uruguay, Barbara Dane de EEU. Carlos Puebla de Cuba, y los iniciadores del Movimiento de la Nueva Trova Cubana, apenas dando sus primeros pasos, los jóvenes cantautores, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Vicente Feliú y Noel Nicola. Empezaba con este evento un acercamiento inevitable de nuestros pueblos, realidades y sueños, a través del canto popular. Sin prisa, los recuerdos vienen nítidos a mi memoria…Yo conocí las canciones de Silvio, Pablo Milanés, Vicente Feliú, Noel Nicola, Sara González, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), el grupo Manguaré y el grupo Moncada, especialmente, por los discos de acetato de Larga Duración que lograban llegar a Costa Rica a mediados de los años sesenta, a través de una de las primeras embajadas de Cuba en América Latina y del Instituto Cultural Costarricense Cubano. Yo vivía en San José y ya cantaba mis primeras canciones de contenido social, donde éramos, sin conocernos aún, parte de un fenómeno de la canción popular latinoamericana llamado Nueva Trova Cubana, Nueva Canción Chilena y Canto Nuevo, Nuevo cancionero Argentino, Canto Testimonial Nicaragüense, Nueva Canción Costarricense, o de forma general, con el membrete de Canción Protesta, Canto Revolucionario y, que empezaba a tener importante divulgación, especialmente después del triunfo de la Unidad Popular de Chile en 1971, que, con las banderas en alto, la consigna del Pueblo Unido jamás será vencido y las canciones de Victor Jara, Ángel e Isabel Parra, Patricio Mans, Quilapayún e Inti Illimani, celebraban la decisión del pueblo chileno de elegir, por los votos, democráticamente, y apoyaban al primer gobierno socialista de Chile encabezado por el Dr. Salvador Allende. En 1973, cuando la CIA y la Derecha Chilena dieron el golpe militar y asesinaron a miles de ciudadanos chilenos, entre ellos, Salvador Allende y Víctor Jara, mi hermano Carlos y yo escribimos canciones urgentes y solidarias con la resistencia chilena. Pinocho Pinochet y Chile Vencerá fueron tema s que empezamos divulgar en las múltiples actividades de solidaridad con Chile en muchos países de América Latina y Europa, cuando en Nicaragua, apenas a un año del terremoto que destruyó Managua, seguíamos sobreviviendo bajo la dictadura de los Somoza. Por supuesto, antes de todo esto, las canciones de Atahualpa Yupanqui, Horacio Guaraní, Violeta Parra y Carlos Puebla, y la voz de Mercedes Sosa y Alfredo Zitarrosa nos habían estimulado con sus canciones de tal manera, que sabíamos que tarde o temprano romperíamos las fronteras y nos íbamos encontrar, llenos de energía y esperanza en esa “Canción con todos” que escribió el querido poeta Armando Tejada Gómez con música de César Isella y que mis hermanos del grupo vocal Quinteto Tiempo de Argentina hicieran que me emocionara hasta las lágrimas, allá en aquel Festival de la Canción Política en la RDA, durante el X Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, en Berlín, Alemania Democrática, en Febrero de 1973. Vuelvo al presente. Supe que Silvio estaba planeando una deseada gira por Centroamérica desde el 2007. Nos comunicamos por correo electrónico para confirmarlo, porque no quería estar ausente en tan importante evento. Silvio vendría a Guatemala y El Salvador por primera vez y regresaba a Nicaragua después de veinticinco años, desde que nos juntamos, la última vez, en el Festival por la Paz, en aquel hermoso 23 de abril de 1983 en la Plaza de la Revolución, organizado por el Ministerio de Cultura, con el apoyo de la UNESCO y con el financiamiento de la solidaridad internacional, especialmente de Holanda. En ese concierto también participaron Mercedes Sosa, Alí Primera, Daniel Viglietti, Amparo Ochoa, Gabino Palomares, el Grupo Moncada, Chico Buarque, Fagner, Adrián Goizueta y el Grupo Experimental, Isabel Parra, Luis Rico y Silverio Pérez. A casi todos los habíamos conocido en distintos escenarios del mundo y les habíamos prometido, sin imaginarnos que sería tan pronto, vernos en Nicaragua al triunfo de la insurrección contra la dictadura somocista. Mi hermano Carlos y yo fuimos los anfitriones de aquel encuentro que ahora nos parece un sueño. Abril en Managua fue no solo un concierto, sino una Jornada de la Nueva canción que duró una semana con conciertos en el anfiteatro de la Laguna de Tiscapa y en distintas cabeceras departamentales. Después de escribirnos varios correos con Silvio y su hermana María de los Ángeles, que es su representante, nos dijeron que se había pospuesto la gira para el verano del 2008 ya que lo de Nicaragua no estaba claro y no querían dejar a nuestro país por fuera. Le agradecí a Silvio. Fue mejor la decisión porque se posponía para el verano del 2008, les comentamos que no había un lugar cubierto para hacer un concierto en invierno con capacidad para más de 1.200 personas. Hablaron de la posibilidad de organizar la gira entre febrero y marzo para hacer conciertos masivos y populares por primera vez en Guatemala y El Salvador, y cumplir con su deseo de regresar a Nicaragua, como todos sabemos, en circunstancias muy distintas y después de la derrota del Frente Sandinista en 1990, con dieciséis años de gobiernos neoliberales y un año después de haber ganado las elecciones Daniel Ortega en el 2006. La primera vez que nos vimos con Silvio en Nicaragua fue para recibir, desde la Plaza de la Revolución, a miles de jóvenes que regresaban de alfabetizar en las montañas de Nicaragua recién liberada. Nos vimos solo unos minutos porque ese mismo día, yo salía con el grupo Mancotal a una gira por Costa Rica. Silvio se emocionó mucho en la plaza porque volvía a vivir, de alguna manera, su experiencia de joven en Cuba… El ha comentado que fue como una eclosión, una especie de revelación… Actualmente en Nicaragua vivimos una historia muy distinta de aquella, Silvio y yo lo sabemos muy bien, aunque hasta el día de hoy no hemos hablado de esto… Ya con la noticia confirmada de que venía Silvio, lo único que se nos ocurrió a mi esposa Lucía y a mí, fue recomendarle a él y su hermana que no hicieran el concierto en ningún lugar que no fuera el Estadio Nacional. Que Silvio, sus admiradores y nuestro pueblo se lo merecían y que no había ningún otro lugar seguro y con condiciones como para hacer un evento de esa categoría. Sería la primera vez, en estos últimos dieciocho años que un cantautor de “la otra música” se presentaría en un concierto masivo, porque tanto Mercedes Sosa, Joan Manuel Serrat, Alberto Cortez y Facundo Cabral, por mencionar algunos, se habían presentado solamente en la sala mayor del Teatro Rubén Darío. Poco a poco se fueron definiendo las fechas y el orden de los países de la gira. A Nicaragua le tocó el dos de marzo y fue anunciado con algunas contradicciones en la información, sobre todo en el lugar, los precios de los boletos y los patrocinadores. Primero se habló del Estadio Nacional. Luego se habló de la posibilidad de un concierto gratuito en la concha acústica del Malecón patrocinado exclusivamente por la Alcaldía de Managua, lo cual me pareció un riesgo con un costo inmenso en la logística y la técnica de audio y luces y me parecía un poco populista ofrecer un concierto gratuito cuando en nuestro país sigue habiendo mucha politización. Hasta que, finalmente, se confirmó que se haría en el parqueo del Casino Pharaohs, empresa gringa de juegos al mejor estilo de Las Vegas, donde comúnmente se organizan peleas de boxeo. Me pareció una broma primero, luego, al confirmarlo, me pareció que los productores se estaban equivocando totalmente de concepto y que sería una locura presentar a Silvio ahí. Todo estaba por verse. En los siguientes días, hubo más información por los medios escritos y por los canales eficientes de los cuechos, chismes y bolas de Radio Bemba… Finalmente, empezó a salir la publicidad en viñetas de radio, spots de TV y en la forma más popular de anunciar todo tipo de eventos en Managua, las famosas mantas que se colocan en las principales calles de nuestra caótica capital. A propósito, este año, Managua había sido declarada, a pesar de todo, Capital Iberoamericana de la Cultura. Por esta razón, se llegó a especular, y con razón, que la Alcaldía de Managua, a lo mejor, patrocinaría totalmente el concierto de Silvio Rodríguez. Al Trovador de América lo anunciaron con letras ilegibles en las mantas publicitarias del magno concierto, y más bien parecía la promoción de una actividad colegial o el anuncio de un concierto de un desconocido artista en cualquier bar de Managua. Luego, al ver el spot de TV., pude comprender que los Productores nicas no estaban dándole el nivel ni la seriedad profesional que correspondía a un concierto tan esperado por una generación de jóvenes que conoció las canciones más populares de Silvio a través de sus abuelos, padres o hermanos mayores, todos, casi sin excepción, dueños de una nostalgia personal o colectiva de los difíciles pero hermosos años de la Revolución Sandinista. Bueno, viene Silvio. Todo parece estar claro y confirmado. Abrirá el concierto el Dúo Guardabarranco y Moisés Gadea. Me pareció una decisión muy acertada la de invitar, no como teloneros, sino como anfitriones, a estos compañeros, destacados y queridos cantautores nacionales. Se dice que Silvio lo solicitó personalmente a los organizadores, no lo dudo. Todos sabemos, además, que Katia Cardenal, en el año 2001 grabó un CD realizado entre Nicaragua, Noruega y Cuba, con canciones de Silvio donde él participó compartiendo con ella su emblemática canción “Playa Girón”. De tal manera, que el reencuentro con Katia le daba también un sabor especial a la noche en la que, yo pensé, que Katia cantaría a dúo con Silvio una de sus canciones, espontáneamente, talvez como había sucedido en el concierto de Mercedes Sosa, hacía unos días en el Teatro Rubén Darío, donde la Negra Sosa invitó a cantar a Norma Helena Gadea un par de canciones. Otra cosa que me llamó la atención en la publicidad es que, en ningún momento se destacó, a excepción de una nota de El Nuevo Diario, de la presencia, junto a Silvio, de otro cantautor fundador de la Nueva Trova Cubana, como es nuestro hermano Vicente Feliú. Quizás por eso mismo, cuando Vicente salió al escenario invitado por Silvio para cantar Créeme y El Colibrí (que me imagino, la mayoría del público no se enteró que esta canción es el mismo Romance Español “El Colibrí”, también recopilado en las montañas de Nicaragua, esta vez, en versión de habanera como se canta en Cuba este tema folklórico que cuenta Silvio que lo inspiró para componer sus primeras canciones). El rumor de la gente al dejar Silvio a Vicente solo con su guitarra hizo sentirme mal, lo confieso. Vicente fue tan humilde que dijo “No se preocupen, Silvio vuelve…” Algunos que conocían la canción Créeme, la cantaron tímidamente, pero después del Colibrí el público, en su mayoría, quedó más perdido que un zanate en mitad de las Cataratas del Niágara… Esos pequeños detalles del concierto, para mí, fueron muy lindos y los disfruté en total silencio, imaginándome quizás, que estaba en el corredor de un vieja casona del algún pueblo de nuestro Caribe. Comenté con algunos amigos músicos que el lugar que habían escogido para el concierto, una vez que le negaron el estadio a la productora, no sé por qué razones, era un lugar inconveniente y hasta me atreví a decir que pésimo. Para colmo, los vientos de esta época del año anunciaban anticipadamente polvaredas que seguramente afectarían al público y a los artistas. Salieron los boletos a la venta… Todos los días se comentaba la respuesta del público en la adquisición de entradas. A última hora se anunció el precio especial para estudiantes y personas de la tercera edad, me pareció una muy buena decisión. Yo acabo de cumplir sesenta y tres años y agradezco la cortesía que hay en los Bancos para la gente mayor de edad, pero no tenía pensado ir al concierto, sabiendo que iba a estar incómodo, expuesto al polvo y al humo de las fritangas y los fumadores. Pero, de todo corazón, deseaba que fuera una noche inolvidable, mágica, contagiosa y que, (aunque dudaba alcanzaran las 15.000 personas que los organizadores apostaban lograr ingresar), que Silvio, Vicente y sus compañeros músicos, tuvieran un público con la adrenalina al tope y con el mayor de los respetos para el trabajo en el escenario de este hermano del canto latinoamericano y el exponente, junto a Pablito Milanés, más destacado de la Nueva Trova Cubana y de la Canción Latinoamericana. La otra música, como nos gusta llamarla a algunos.
Vuelvo al pasado y los recuerdos…Con Silvio tuvimos la oportunidad, que no siempre se tiene entre artistas que se encuentran en los famosos Festivales Internacionales, de conocernos un poco más. Fue de regreso de una Jornada de la Canción Latinoamericana en Uruguay, cuando ese país hermano regresó a la Democracia en 1985 y Viglietti, Los Olimareños y otros cantautores de Uruguay nos invitaron para un multitudinario concierto que nos recordó nuevamente el de Managua en 1983. Antes, con Silvio habíamos estado representando a nuestros respectivos pueblos y revoluciones, en el XII Festival Internacional de la Juventud y los Estudiantes en la Unión Soviética . Pero después de los noventa, solo nos habíamos hablado un par de veces por teléfono, nos habíamos enviado recados con amigos comunes, y últimamente, como ya he contado, nos escribimos por correo electrónico. Esto sucede con muc seguimos manteniendo una amistad mucho más allá de los años y las distancias. Mucho más allá de los silencios y los cambios de realidades en nuestros países, mucho más allá de la urgencia de una canción aún no escrita…Algunos de estos compañeros de oficio han muerto y han dejado una huella imborrable, como es el caso de Víctor Jara, Alí Primera, Amparo Ochoa, Alfredo Zitarrosa, Noel Nicola, Orlando Gamboa, Caito Diaz . Todos tenemos que envejecer y morir, pero sabemos que las canciones ahí están, nuevecitas, como la primera vez, cargadas de una gran humanidad y un deseo siempre renovado de defenderlas desde el lado izquierdo del corazón, donde la esperanza pasta como un unicornio…
También sabía que Silvio había tenido problemas por el frío y el viento en el estadio de Guatemala. Lo vi en una foto de un periódico guatemalteco, por Internet. El concierto en El Salvador, fue muy especial por el recuerdo de la amistad con el poeta Roque Dalton y su hijo Roquito. Silvio vino a Nicaragua cansado pero siempre dispuesto a cerrar este ciclo histórico en Centroamérica. Yo sé lo que es cantar casi afónico y con problemas en los pulmones. También conozco el “miedo escénico”… que nunca se supera. El público casi nunca se entera de esto porque los artistas generalmente nos entregamos en cuerpo y en alma, precisamente, cuando hacemos una diferencia entre lo que es el arte y lo que es la industria del arte o la empresa comercial… Independientemente del derecho que tenemos de que nuestro trabajo sea justamente remunerado, que nuestros derechos de autor sean respetados y nuestro trabajo artístico apoyado de la mejor manera, profesionalmente con la tecnología moderna, más allá de lo que cada uno escoge como tema y contenido. Finalmente, todos los rumores, bolas y cuechos alrededor de la llegada de Silvio Rodríguez empezaron a confirmarse. Yo me encontraba camino a San Juan del Sur, para realizar un concierto en prevención contra el VIH y el sida organizado por la Fundación Mejía Godoy y otras organismos, en la tarde del domingo 1º. de marzo, cuando Silvio, su hermana, Vicente Feliú, los músicos del grupo Trovarrocco y el equipo de técnicos, llegaban por fin a Nicaragua. Sabía que no íbamos a poder vernos. El tiempo era limitadísimo entre pruebas de sonido, descanso y preparación del concierto. Solo faltaba entonces el último concierto tan esperado en Nicaragua que inclusive, había alborotado a muchos fans de Silvio en Costa Rica y Honduras, quienes organizaron una caravana que viajó ese mismo día para hacer una infinita cola por más de dos horas y media cuando ya el cantautor nacional Moisés Gadea y el Dúo Guardabarranco había iniciado su parte introductoria. Yo estaba afuera en esa larga fila, no me lo contaron. Me imagino, o quiero imaginarme que, Silvio, cuando vio desde el avión, los patios baldíos de la vieja Managua (a los que se refirió Julio Cortázar en su poema Declaración de amor a Nicaragua, poema que después le puso música mi hermano Carlos), y haber reconocido la Plaza de la Revolución, antes llamada Plaza de la República, después bautizada Plaza de la Fuente Musical, y hoy, nuevamente confirmada Plaza de la Revolución, pudo haber recordado, quizás, aquella tarde del Concierto por la Paz en Abril de 1983, donde nuestro pueblo, en medio de una guerra fraticida, un bloqueo bárbaro e injusto impuesto por los gringos, y un calor casi llegando a los cuarenta grados, pedía a gritos a Silvio sus canciones más queridas, y él en un gesto solidario, muy común entre los trovadores de nuestra América, estrenó su Canción Urgente para Nicaragua, acompañada por el grupo Manguaré (que según cuentan, Silvio la escribió en el avión en el que venía de La Habana) y que quedó registrada para siempre en el corazón, la conciencia y la memoria de nuestro pueblo, pero también en un CD y un en Video que se grabó ese día y que contribuyó a denunciar la guerra que contra Nicaragua imponía el gobierno de Mr. Ronald Reagan, gobernante de la potencia más grande del mundo que insistía en convencer en sus discursos que el mundo era en blanco-y-negro, como las películas de vaqueros que él protagonizó en el Hollywood de los años cuarenta. Como que es hoy, ahí están las imágenes del concierto por la Paz. En video y en fotos, los rostros de los muchachas y muchachos, curtidos por el sol, con sus gorras verde olivo, sus sombreros de palma y sus pañuelos rojinegros en el cuello. Con sus sonrisas brillantes como el sol de abril, a pesar de la escasez y la pobreza… Los padres y madres con sus hijos en brazos. En aquel emblemático Festival, las banderas de Nicaragua y el FSLN ondeando entre la multitud que había acudido desde tempranas horas de la mañana. Los Comandantes, por primera vez, confundidos entre el público y no en la tarima. La poesía y el canto de nuestro Continente presidiendo este inolvidable e irrepetible festival… La Cultura en el poder. El poder de la Cultura. “Solo le pido a Dios”, del querido trovador argentino León Gieco,vibrando en la potente voz de Mercedes Sosa. En ese mismo concierto que tuve el honor de abrir con mi canción “Yo soy de un Pueblo Sencillo”. El pueblo cantó a coro cerrado con Daniel Viglietti su conocidísima canción “A desalambrar” y escuchó otro tema que esa tarde estrenó, “El sombrero en alto de Sandino”. El corazón aceleraba su ritmo. El zenzontle mexicano, Amparo Ochoa, a dúo con Gabino Palomares nos cantó esa canción fundamental para nuestra resistencia cultural “La maldición de la Malinche”. Alí Primera, desde Venezuela, vino especialmente para abrazar al pueblo salvadoreño con “El sombrero azul”, que desde entonces se convirtió en un himno de la lucha por la paz del Pulgarcito de Centroamérica. En fin, Chico Buarque y Fagner de Brasil, Isabel Parra de Chile, Luis Rico de Bolivia, Silverio Pérez de Puerto Rico, Adrián Goizueta de Costa Rica, hicieron con sus canciones una fiesta de amor y de solidaridad. Mi hermano Carlos y su grupo, Los de Palacagüina, cantaron el poema-canción de Gioconda Belli que se hizo consigna “No pasarán” y Nicaragua, Nicaragüita se convirtió a partir de esa tarde en la más hermosa canción de amor a Nicaragua . Hoy, todavía se me encharcan los ojos. Estoy seguro que Silvio tampoco olvida ese día. “Solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente…”. “Andará Nicaragua su camino en la gloria…”. “Se me Rugama el corazón… Es el sombrero en alto de Sandino…”. “No pasarán, amor no pasarán…”, “Pero ahora que ya sos libre, yo te quiero mucho más…”. Yo pienso que Nicaragua nunca fue ni será ayer igual que hoy, ni será mañana igual que ayer, aunque nosotros sigamos siendo los mismos… Somos los que fuimos y fuimos lo que éramos. “Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui. Allá Dios, que será divino, Yo me muero como viví…” afirma Silvio en su canción “El Necio”, la canción que escogió para iniciar su concierto del dos de marzo del 2008. Al terminar el concierto del 23 de abril del 83, cuando desarmaron la enorme tarima de la Plaza de la Revolución, y regresaron los equipos sofisticados de audio y luces a Holanda por barco desde el puerto de Corinto por donde habían llegado hace unos días. Cuando las cámaras de TV. que grabaron el concierto se apagaron y el pueblo regresó a sus casas, tranquilo, sin temor a ser asaltado, a pie, al “ride” o amontonado en una camioneta o un camión IFA, allá, en la Plaza de la Revolución, dentro de la estructura de hierro y cemento de las ruinas de la vieja Catedral, quedó, como un eco aquel canto solidario que este dos de marzo del 2008 volví a escuchar en el concierto de Silvio, y se me coló de nuevo “entre el espanto y la ternura”, mientras, después de hacer una fila durante una hora y media, decidí buscar otra manera de entrar (por donde más tarde entraría Silvio con su guitarra) y dije que éramos invitados de él, pues a media noche, mientras yo regresaba de mi concierto de San Juan del Sur, mi esposa Lucía, recibió una llamada de Maria de los Ángeles, para decirnos que Silvio nos invitaba a su concierto. Pasamos a recoger los boletos de cortesía. Ya Guardabarranco interpretaba sus últimas canciones. “Guerrero del amor” era coreada por una buena parte del público, aunque la mayoría de ellos no estuvieron en los Frentes de Guerra en los años 80… Los más desesperados pedían, mejor dicho, reclamaban la presencia de Silvio. La canción “Casa abierta” salió del corazón de Salvador y Katia, abriéndole las puertas de nuestro país a Silvio, que no es hoy la misma Nicaragüita que él conoció, mientras el público, todavía en su mayoría haciendo fila afuera, presionaba contra el único portón, logrando romperlo después, lo que permitió entrar a empujones y codazos a los rezagados y pacientes fans y uno que otro “colado” que pasaba por ahí y que no entendía por que tanta bulla para escuchar las canciones, que no eran regaetones de moda ni con un volumen ensordecedor, de un hombre que con una guitarra sobre sus rodillas proponía uno de los temas más cantados por “moros y cristianos” y que esa noche coreaban furiosa y alegremente los jóvenes de ayer y de hoy: “Ojalá que el deseo se vaya tras de ti a tu viejo gobierno de difuntos y flores…” Un niño como de doce años saltó de su silla, como impulsado por un resorte, al reconocer el tema que había esperado hasta entonces, se abrazó a su madre que trataba de secarse la lágrimas sin echar a perder su maquillaje. Porque Silvio, en este concierto, cosa que disfruté muchísimo, hizo versiones muy distintas, sobre todo, en las introducciones, intermezzos y solos del grupo maravilloso de músicos que lo acompañaron, propuesta acústica, delicada, más para un teatro que para un concierto al aire libre, según mi opinión… El tres cubano hilvanando melodías del punto guajiro, o recorriendo las venas de nuestra América con el son, la habanera y la chacarera. Cajón, bongoes, batería, congas, o simplemente con un pandeiro brasileño como sucedió con una de mis canciones favoritas, “Pequeña Serenata diurna”. Silvio haciendo segunda voz con su público. El concierto se desarrollaba sobre un pedregoso camino y el Juglar proponía la belleza como única forma de vencer los espejismos, como también propone el cantautor español Luis Eduardo Auté. Un concepto hermoso pero lamentablemente muy mal aprovechado por los productores que confundieron el concierto de Silvio con una pelea de Rosendo Alvarez. Solo faltó el ring, porque la barra al final pidió urgentemente otro round. Silvio regresó dos veces al escenario para seguir proponiendo “aflojar odios y apretar amores…” como dice en su canción “Reparador de Sueños”. Apenas comenzaba la noche y la canción (de marketing, como el mismo Silvio la llama, ironizando…) “El Necio” aún no era más que la propuesta del trovador para iniciar el concierto que iba a ser acompañado por el trío Trovarroco (formado por Rachid López, César Bacaró y Maikel Elizarde, especializados en temas clásicos del barroco y del Renacimiento), el percusionista Oliver Valdés y una joven flautista, afinada y precisa, que parecía uno de los ángeles que suele pintar Silvio en sus canciones. Estoy seguro que Silvio ya sabía que además de las canciones coreadas, en más de dos horas de concierto, la mayoría muy conocidas y popularizadas por los vendedores piratas de CDs que seguramente hicieron su agosto este dos de marzo, no faltarían las gargantas que desde casi la mitad del concierto propusieran, rogaran, solicitaran, exigieran, la famosa “Canción Urgente para Nicaragua” que al final, después de la decisión de Silvio de no cantarla, o explicar que tenía problemas con esta canción y hasta pedir disculpas, se iba a convertir en el tema de la noche… La suerte estaba echada. La voz del trovador se proyectaba por encima del rumor que recogía un micrófono abierto para captar el ambiente del concierto… Era casi como estar en un bar enorme donde la gente hablaba, gritaba, pedía un trago o simplemente comentaba la canción de turno. Yo seguía en silencio, intentaba concentrarme en el trabajo del tres y la guitarra que muchas veces se perdió por la mala sonorización. Desde el rincón más lúcido de mi corazón y mi conciencia me hacía cómplice de Silvio. Me seguían llegando los recuerdos…Ahora me fluyen como un río de aguas transparentes y tranquilas… En una oportunidad, a finales de los años noventa, en un bar de la capital frecuentado por jóvenes de clase media, muchos, hijos de Sandinistas o disidentes del FSLN, me pidieron hacer un concierto. Por supuesto, pagado. Fue una aventura y un riesgo que quise correr. En medio de cervezas, rones, tequilas, mucho humo de cigarrillos, gritos, coros desafinados, una que otra lágrima y un rumor insoportable pero natural en esos ambientes nocturnos, logré salir adelante, como un torero que sale ileso del ruedo, o un alambrista que logra el equilibrio necesario sobre la cuerda floja… Al final, al despedirme, después de cantar “Somos hijos del maíz” y “Nicaragua Nicaragüita”, me pidieron a gritos “La Consigna”, canción de la guerrilla del FSLN, compuesta por mi hermano Carlos en los años setenta e inevitable de incluir en el repertorio de los conciertos y actividades políticas en las plazas de nuestro país en los años ochenta. Me negué a cantarla diciéndoles que no la tenía en repertorio y que no me la sabía. En realidad, no quería cantarla ni ahí ni en ninguna parte. En el concierto de Silvio, cuando le pidieron “Canción urgente para Nicaragua” y Silvio respondió lo que todos sabemos, inevitablemente recordé mi experiencia. Yo recibí una rechifla y protestas en aquel bar. Empezaron a golpear las mesas con las botellas y con las manos. Podrían haberlo hecho con las tarjetas de crédito, (parodiando lo que dijo John Lennon). Yo me retiré del escenario. El propietario del lugar me rogó que saliera a cantar de nuevo antes de que los jóvenes rompieran el local. La verdad es que esto ha pasado en este y el otro lado del mar. Hay miles de historias escritas y por escribir… Entonces les dije a los jóvenes que si querían cantar ellos “La Consigna”, mi grupo y yo los acompañaríamos, y así fue… Esto me trae también el recuerdo de una experiencia en Guatemala, donde me negué a cantar la canción “Comandante Carlos Fonseca” por tratarse de un himno que no tenía que ver nada con el concierto de aquella noche en el local “Trovajazz”. Yo mismo, por mucho tiempo me había censurado de cantar “Yo soy de un pueblo sencillo” después de la derrota electoral del FSLN, pero con el pasar de los años, yo mismo, sin ninguna presión volví a incluirla en mi repertorio para cantarla en el lugar y el momento que deseo hacerlo y creo conveniente. Pero este es mi caso y no el de otro y es mi propia decisión. Silvio hizo lo que tenía que hacer. Yo hubiera hecho lo mismo. Leí algunos comentarios que se publicaron en El Nuevo Diario, además de otros artículos que se escribieron después del concierto de Silvio, en relación a la comercialización del arte y los artistas, al ser o no revolucionario por cobrar honorarios y pedir condiciones técnicas y logísticas para nuestro trabajo. Y hasta comparar a Silvio con cualquier artista que se sube a un escenario a divertir a la gente. Me parecieron comentarios totalmente equivocados y hasta groseros. Entonces se me ocurre contar un par de anécdotas. Después de la derrota del FSLN, alguien que llegó a vernos a un concierto al Café Concert La Buena Nota, reclamó que por qué se estaba cobrando la entrada si los Mejía Godoy habíamos cantado siempre en plazas públicas y de forma gratuita para el pueblo. La respuesta fue simple, porque vivimos de nuestro trabajo, dijimos. Luego, cuando exigimos que requeríamos de una producción profesional en audio y luces para nuestros espectáculos, que no necesariamente fueran en el Teatro Rubén Darío, nos dijeron que se nos estaban subiendo los humos a la cabeza y que ahora cantábamos solo para la burguesía… o que ahora nos estábamos pareciendo a los artistas comerciales… Por último, una vez, recién el triunfo de la Revolución, me encontraba haciendo una presentación en el pueblito de Terrabona, cerca de Sébaco, y un niño que nos seguía a unos pasos de distancia, finalmente se me acercó y me dijo,“Tóqueme la Josefana”, y metiéndose la mano en el bolsillo sacó una moneda de veinticinco centavos y me la dio. Era todo lo que andaba ese niño en su bolsa. “O casi todo, o casi nada, que no es lo mismo pero es igual…” No quería escribir estas palabras que no son necesariamente una crítica a los organizadores del concierto, ni una cobertura periodística, ni una reflexión ni una defensa de Silvio ni material para un debate ni nada que se le parezca, sin dejar que los recuerdos fluyeran sin prisa y compartir la emoción, las contradicciones que sentí y el silencio que hice durante todo el concierto de Silvio porque me estremecieron sus canciones como a cualquiera que sabe que frente a nosotros estaba el cantor, el juglar, el trovador, el poeta, el ser humano, el artista, comunicándose como él lo sabe hacer, con esa su voz tan particular y acurrucando su guitarra, con una carga de honestidad, sinceridad y coherencia a toda prueba. A lo mejor más de un problema había resultado en su visita a Nicaragua. Con un audio que dejó mucho que desear y no logró mostrar de la mejor manera el trabajo profesional de los increíbles músicos originarios de Santa Clara. Al fondo del escenario una pantalla negra en la que se intentaba proyectar estrellitas y figuras geométricas más bien distraían… Y un público era más lo que hablaba y gritaba que lo que escuchaba, con su respectiva dosis de banderas de Cuba, Nicaragua y el FSLN como si se trataba de un acto político en aquel terreno, propiedad de uno de los Casinos de Juegos que han invadido el país en los últimos años de la nueva Nicaragua y la propuesta de la clase política de “desarrollo y prosperidad…” Solo faltaron los candidatos a alcaldes. ¿Andará Nicaragua su camino en la gloria…? No sé, pero estoy seguro que fue la sangre sabia de los héroes la que escribió nuestra historia, hasta que las cosas cambiaron para mal. Me lo dijo un hermano que ha sangrado conmigo, me lo dijo un cubano que supo cantarnos que la era paría un corazón (cuando el Ché era asesinado), mientras en nuestras pequeñas “Bananas Republics” de Centroamérica, bajo la bota de las dictaduras tropicales, seguía teniendo más valor una mula que la vida de un obrero. Se llevaron el oro y nos dejaron los pulmones perforados. Se fueron las Bananeras y nos quedaron las secuelas del Nemagón y la indiferencia de los gobiernos de turno en los últimos dieciocho años… Vinieron las Maquilas en la Nueva Era y seguimos, quinientos años después de haber cambiado oro por espejos de vidrio, esperando nuestra redención. Mientras tanto, la sombra vertical de Sandino, desde la Loma de Tiscapa seguirá siendo un espectro con Bolivar, el Ché, Leonel Rugada, Roque Dalton, y muchos más. Cuando Silvio dedicó su hermosa canción (que escuché por primera vez en abril de 1983) “El dulce abismo” a los cinco hermanos cubanos prisioneros políticos en las cárceles de EEUU, sonreí con los ojos húmedos y la piel de gallina, cómplice con su pueblo en la amistad, la solidaridad y la ternura. Quizás muchos no se dieron cuenta de qué hablaba Silvio, porque quizás lo llegaron a ver cantar sus éxitos, que por supuesto, no tiene nada de malo. “Solo el amor de tanta sangre derramada hizo posible tanta luz en nuestras vidas. Solo el amor reverdecido entre la muerte donde con actos se respaldan las palabras… “ dice una estrofa de una canción que escribí en 1993. Solo el amor hizo posible este concierto, digo ahora. Sigue siendo urgente una nueva canción para todos los tiempos. Gracias a Silvio, hermano, compañero y amigo, por su entrega sin bozal, más allá de los pronósticos y los comentarios… Gracias por seguir echando redes a los sueños… Quiero que Silvio sepa que su visita nos ha servido para reafirmar más nuestro oficio de trovadores itinerantes, comprometidos con el arte y la cultura. Sé que ahora estamos más unidos que nunca, en la lucha contra cualquier tipo de guerra y de injusticia en el mundo. Sé que él vino a sumar por encima de las diferencias, con su poesía y su música, para replantearnos los sueños… lo siento por los que urgían escuchar una canción en particular.
Para terminar, recuerdo los versos de una canción que escribí en 1972 pero que pude haberla escrito después del concierto de Silvio.
«El cantor no tiene estrella porque es dueño de la noche
cuando llora su guitarra se llena de mariposas
el sendero que ha escogido junto al pueblo va venciendo
va luchando, caminando, con el grito en la garganta
y el corazón en la mano…»

Long Train Running Lyrics

Long Train Running Lyrics
Doobie Brothers

Down around the corner half a mile from here
see them both feet run and you watch them dissapear

without love where would you be now
without love

though i saw miss lucy down along the track
she lost her home and her family and she won t be coming back

without love where would you be now
without love

with the feeling always central and the southern central freight
you got to keep on pushing mamma you know there running late

without love where would you be now
without love

when the pistons keep on turning and go round and round
and the steel reels are cold and hard and the moutain ain t no down

without love where would you be now
without love

Canada’s Place in the Imperialist System

Canada’s Place in the Imperialist System, and the Struggle for Sovereignty and an Independent Foreign Policy of Peace and Disarmament

Presented by Kimball Cariou, editor of People’s Voice and member of the Central Executive Committee CPC, at the seminar on “Anti-Imperialism and Peace,” June 25, 2006, Vancouver, British Columbia.

My presentation today is largely based on some earlier work by comrade Miguel Figueroa, leader of the Communist Party of Canada. Together with Miguel, I have added some comments in regard to issues being debated within the anti-war movement in the new context of the Harper Conservative minority government.

The CPC has a long history of involvement in the anti-war struggles. Our party was formed in 1921 by representatives of the socialist movements in North America which were most strongly opposed to participation in the First World War, which saw millions of European workers slaughter each other for the sake of the competing colonial ambitions of their masters. Ever since that time, the Communist Party has played an important role in the movements against war and for peace and disarmament. During the most difficult years of the Cold War, the Communists, along with some left-oriented social democrats, were virtually the only political force campaigning against the imperialist domination of the US and the European colonial powers.

Even at the present, when our Party is quite small, we place a high priority on building a broad and powerful struggle against imperialist war, from local grassroots coalitions to alliances on a country-wide and international scale.

To give just a couple of local examples, the Communist Party was one of the very first organizations to affiliate to the StopWar coalition here in Vancouver. We were deeply involved in the Coalition of Progressive Electors, whose elected officials took the initiative to launch the World Peace Forum. On a country-wide scale, we were among the groups which built the Canadian Peace Congress, and which helped to launch the Canadian Peace Alliance during the 1980s. We have been among those political forces which aim to build up mass opposition to the occupation of Iraq and Palestine, and to resist Canada’s shameful role in the occupation of Afghanistan and the overthrow of the democratically-elected government of Haiti.

I want to speak about some of this context first, and then deal briefly with the theoretical issues faced by the peace movement.

Two months ago, on the third anniversary of the U.S.‑led invasion of Iraq, protests were organized around the world, including in over thirty cities and towns across Canada. With the dangers to peace multiplying, Canada’s peace movement is faced with the necessity to redouble our efforts to block this country’s tilt towards support for U.S. imperialism.

The election of the minority Conservative government is a dangerous development, directly counter to the interests of the majority of people in Canada.

In recent years, Canada has participated in a number of imperialist aggressions, violating the fundamental, democratic principles of international law: Iraq (enforcing sanctions, 1990 to 2003), Somalia (1992), Bosnia (1993 to present), Yugoslavia (1999), Afghanistan (2001 to present) and Haiti (2004 to present).

Prior to this period, Canada projected an image as a “neutral” party in world affairs. Canada was clearly on the same side as the United States, but we were usually seen as “peacekeepers” rather than participants in military actions. Under enormous pressure from the peace movement, particularly in Quebec, the Chrétien government declined to take part in the invasion of Iraq, a move which temporarily restored this tarnished image.

Overall, however, this more aggressive recent trend emerged following the serious setbacks to socialism in the Soviet Union and its allies, which acted as a counterweight to imperialism’s constant and inherent drive for world domination.

Canada’s new imperialist record has shocked many people, but it should be no surprise. Acting on behalf of Canadian banks and transnationals, and backed by the corporate media, successive federal governments have increasingly aligned Canada’s foreign policy and military doctrine with that of the U.S. One important exception has been Ottawa’s disagreement with the illegal U.S. economic blockade of Cuba.

Now, on a whole range of foreign policy issues, the Harper government threatens to involve Canada in ever more dangerous aggressions and war preparations.

In defiance of public opinion, the Harper government wants to reverse the 2004 decision against official participation in U.S. plans to deploy weapons in space (missile defence). With the aim of taking part in more foreign aggressions, the Harper government will increase military spending to nearly $25 billion over the next five years, up from today’s $11.6 billion.

Canada’s leading role in the occupation of Afghanistan is the greatest and most immediate problem confronting the peace movement. Last year the Martin Liberals – with the full support of the Harper Tories – escalated Canada’s troop deployment to Afghanistan into the largest foreign operation in fifty years. Last month, on just 36 hours notice, the Conservatives pushed through a Parliamentary vote to extend the Afghan mission for two more years. But the vote was just 149-145, thanks largely to a last minute campaign by anti-war groups to flood MPs with e-mail messages.

This struggle will continue despite the Parliamentary vote, and it will almost certainly escalate as two things happen: more Canadian troops will suffer casualties in the Kandahar area, and more Afghans will be killed by the occupation forces. The battle to win “hearts and minds” over this issue is being fought here in Canada by such means as the arrests of 17 young men in Toronto, who are now facing terrorism charges. According to Harper and “Public Safety” Minister Stockwell Day, these men are already presumed guilty. We can be certain that the timing of these arrests had more to do with winning support for the Afghan mission than with any real immediate danger of a terrorist action.

This deployment has nothing to do with improving the lives of people in Afghanistan or fighting terrorism. The real purpose is to allow the U.S. to keep more of its soldiers in Iraq, and to safeguard U.S. investments, like Unocal corporation’s proposed oil pipeline through Afghanistan from Central Asia. But the presence of Canadian troops in the region will make Canada an even more important target and enemy of the peoples struggling to end unjust occupations.

The seriousness of tensions in the region cannot be underestimated. The use of nuclear weapons or devastating attacks by the U.S. or another imperialist power may well provoke a far greater and widespread war with millions of casualties over many years.

Unfortunately, the Afghanistan deployment vote revealed the lack of a powerful Parliamentary opposition to the Tories’ foreign and military strategy. There was plenty of talk of “supporting our troops” and “getting back to building infrastructure,” but even the NDP members of parliament accepted the underlying assumption that Canada has a “responsibility to protect” the weak and powerless through the projection of our military strength. In effect, the NDP, as well as Liberal and Bloc Quebecois opponents of the war, are reluctant to challenge the imperialist nature of this occupation. This means that the peace movement must redouble our efforts to demand that Canada immediately withdraw our military forces from Afghanistan and speak out in support of sovereignty of the peoples in the Middle East. There will be stronger campaigns along these lines by many anti-war groups across Canada in the coming months, including a cross-country day of action on October 28.

There are other crucial issues faced by the peace movement today. The U.S. continues to develop and lower thresholds for the use of its massive nuclear weapons arsenal. A new round of nuclear testing is in preparation.

The Bush administration is ominously charging that Iran is building nuclear weapons, laying the groundwork for some type of military assault upon that country.

Imperialist countries are using the Hamas victory in the Palestinian Authority elections to punish the Palestinian people with starvation and sanctions, while ignoring the murderous campaigns against the Palestinians by the Israeli state.

The war on terrorism is being used by imperialism to curb civil rights, carry out racist attacks, and criminalize resistance to its domination.

All these problems are added to old global injustices, such as the impoverishment and starvation of millions of people as a result of the unjust world order of corporate globalization.

In response, the Communist Party calls for an independent foreign policy of peace and disarmament for Canada, and urges peace‑supporting left, democratic, labour and other peoples’ movements to mobilize and unite in support of such policies.

In all these broad struggles, our Party has also put forward our own perspective. Some of my comments on this topic were presented at a seminar in Toronto two years ago, where comrade Figueroa engaged in debate with other left groups, such as the International Socialists, who are prominent in the Canadian Peace Alliance and in some local coalitions and campaigns. I will also deal with some controversies here in Vancouver, where the Mobilization Against War and Occupation attempts to impose narrow, divisive positions on the wider anti-war movement. The point of these debates is not to engage in sectarian attacks against other forces on the Left, but to attempt to clarify the strategies and tactics necessary to strengthen the peace movement as a whole.

First, some comments on the nature of the Canadian state. In our Party’s view, Canada is an imperialist state. Chapter II of our program states explicitly:

“Canada is an imperialist country – a highly developed monopoly capitalist state. Canada has the highest level of foreign ownership amongst the imperialist countries, but it is neither a colony nor a semi‑colony. Canadian‑based transnationals participate in the exploitation of working people in other countries, and Canada is subject to the intrinsic contradictions of global capitalism.”

In fact, recent statistics indicate that while foreign ownership of the Canadian economy is on the rise once again, at the same time Canadian monopoly interests are increasing their export of capital. By 1996, outward Direct Foreign Investment (DFI) from Canada to the U.S., Europe, and Asia had actually surpassed new inward foreign investment in the country. Last weekend here at the Dogwood Centre, a speaker from Montreal pointed out that even the smaller nation of Quebec has developed its own transnational capitalists, such as the giant Bombardier Corporation.

Our program goes on to state: “Canadian monopoly is more than a junior partner of U.S. imperialism; it is an integral part of the world imperialist system. Canadian monopoly interests are interwoven with those of U.S. capital and increasingly with capital from the EU and Japan.”

And on the related question of who actually controls the Canadian state, our program is also explicit: “The central fact of political life in Canada is that state power is in the hands of Canadian finance capital.”

In short, our Party rejects the idea that Canada is some sort of vassal state, or semi‑colony controlled by a comprador bourgeoisie – a view advanced by some others on the Left during the 1960s and ’70s.

This is not to deny the colonial, dependent roots and history of the development of capitalism in Canada, and of the ruling capitalist class in this country. From early in the twentieth century onward, trade and debt dependence on Britain was gradually replaced with an even closer dependence on U.S. capital and technology. U.S.‑based capital increasingly gained control of key sectors of the Canadian economy, particularly manufacturing and natural resources. This process resulted in Canada becoming more integrated into and more dependent on the U.S. economy than any other developed capitalist country.

This relatively unique pattern of capitalist development helps to explain the contradictory relations between Canadian and U.S. capital. In earlier decades we characterized this relationship as an “antagonistic partnership.” The Canadian ruling class collaborated with foreign, mainly U.S. capital, including tolerating an unusually high level of foreign ownership in an advanced capitalist state, while at the same time maintaining its control over the Canadian state apparatus and over significant parts of the domestic market – banking and finance, communications, and certain manufacturing and service industries, in particular.

This “antagonistic partnership” took shape prior to WWII, and held sway for at least the next three decades or more. It began to give way by the late 70s and early 80s with the gradual abandonment of Keynesianism in favour of monetarist and neoliberal policies by the ruling class.

As late as the 1984 general election, Brian Mulroney campaigned on a promise never to enter into a free‑trade arrangement with the U.S. After that election, following a “briefing” from the Business Council on National Issues (BCNI, now the Canadian Council of Chief Executives, CCCE), he and his Tory Government flipped 180 degrees and began to promote free trade.

Our party sums up this new orientation in this way: “Canadian monopoly has its own independent interests to protect and advance. However the dominant trend within Canadian monopoly circles today is toward economic integration and political collaboration with U.S. imperialism, and with international finance capital in general. In pursuit of maximizing profit, Canadian monopoly is prepared to sacrifice the country’s economic and political sovereignty, so long as it can maintain a reasonable share of the plunder of Canada’s natural resources and domestic market, while expanding access to larger U.S., hemispheric and global markets.”

Simplistic theoretical constructs would suggest that a state like Canada is either an independent, imperialist body in its own right, or else that it is in a dependent, subordinate position to its much more powerful imperialist neighbour. Life is far more complex than this. Certainly, in the case of Canada, both are true.

With that, let us turn to the issue of sovereignty.

Our Party rejects the argument that somehow the fight to defend Canadian sovereignty is at best an unnecessary distraction from the class struggle against capitalism, and at worst, an unprincipled embrace of bourgeois nationalism, a rejection of working class internationalism. On the contrary, we contend that the struggle for Canadian sovereignty and independence is an essential condition and step for the advance to socialism.

Two main considerations inform our approach on this issue. The first relates to our understanding of sovereignty as a fundamentally democratic demand, and second, the importance of the struggle to defend sovereignty as part of the larger struggle against U.S. imperialism.

There is sometimes an assumption that when Communists speak of sovereignty, we are primarily referring to state sovereignty. As Communists we are not in favour of strengthening the Canadian bourgeois state. We envisage that revolutionary moment when the people begin to dismantle that oppressive capitalist state and replace it with a democratic, revolutionary state led by the working class and committed to the building of socialism.

When we speak of Canadian sovereignty, we mean the sovereignty of the Canadian people – the vast majority of whom are workers and their closest allies – and the basic democratic right of the Canadian people to determine their own future, their own destiny.

It is precisely the democratic content of national sovereignty which is under attack by finance capital – both international and domestic. This takes place under the cover of various trade and investment regimes – the so‑called “global architecture” that is being imposed on the peoples everywhere under the aegis of the World Trade Organization (WTO) and the various imperialist‑controlled institutions like the International Monetary Fund and World Bank.

Under the terms of these pacts and agreements, the democratic rights of the people to determine their own social policies, labour and employment policies, environmental standards, etc., are being systematically stripped away. These “treaties” protect the interests of monopoly, guarantee the free mobility of capital, and virtually outlaw any possibility of public nationalizations and seizure of private assets. This is being done with the collusion of our own Canadian ruling class, and not by accident!

And yet there are still forces within the left which view the struggle against “free trade” and U.S. domination as a diversion, as a form of “tailing behind the national bourgeoisie.” Such forces sharply criticize groups such as the Council of Canadians, which are considered simply “nationalist.” Of course, this misses the point that it was precisely the national bourgeoisie which promoted “free trade” in the first place. Failure to condemn free trade, along with the rest of the project to integrate Canada more fully into the U.S. empire, plays into the hands of the Canadian ruling elite who want to enlist the support of the Canadian people for this sell‑out, or at least neutralize us and silence our protests.

There have been other forms of objection from the left against the struggle for sovereignty. Comrade Figueroa has related, for example, his experience at a seminar during the 1980s held by the Institute of Canada‑USA Studies in Moscow. The Soviet comrades argued that our party’s position was reactionary, because economic integration is an inevitable, objective process under capitalism and that therefore we should accept and even embrace it.

Our response what that while economic integration is objectively-driven, under the prevailing monopoly capitalist conditions it exacts a heavy price primarily from working people, and that in struggling against this agenda, Canadian workers become more aware of their class interests.

Sovereignty is directly connected to the rights of nations and peoples to self‑determination. This is not a selective right reserved only for oppressed nations, or those which have already embarked on a revolutionary path. Such is the view of Movement Against War and Occupation (MAWO) here in Vancouver, for example, which has bitterly resisted any attempts to link the struggles by the people of both Cuba and Canada for sovereignty against U.S. domination.

In reality, sovereignty is a fundamental right of all nations and peoples. Of course, no nation or people can be truly free if they oppress another nation or people. Our program is very explicit on this point, with respect to the right to self-determination of the oppressed nations in Canada – the Aboriginal nations, the Acadians and Quebec. But recognition of these national rights does not detract from or negate the sovereign rights of the peoples of Canada as a whole to resist the onslaught by U.S. imperialism and international finance capital.

Yet another argument is sometimes raised: that the struggle for sovereignty is part of a bygone era, the stage of early development of the bourgeois-democratic state in Canada. Again, this view misses the point. The left supports and fights for a whole number of democratic demands of the people – the right to the full equality of women, the struggles of the LGBT community, the campaign against environmental degradation, the defence of civil liberties – none of which are not directly or inherently socialist demands. The role of the left is to link these democratic struggles to the overall struggle for social emancipation against capitalism.

Finally, on the importance of the struggle to defend sovereignty as part of the larger struggle against imperialism.

Since the point is not just “to interpret the world, but to change it,” our starting point must be the elaboration of a clear line of march, a set of revolutionary strategy and tactics to achieve our goal.

There is a saying that “class consciousness is knowing which side of the barricades you are on – class analysis is knowing who is beside you.” We could add that strategy and tactics is knowing which direction to point your gun.

We often speak of “imperialism” or “global capitalism” as short‑hand to refer to prevailing political economic order in the world today. But in doing so, we should not fall into acceptance of the concept that there exists one all‑embracing, interconnected imperialist goliath – a kind of “ultra‑imperialism” of which Karl Kautsky wrote, or its modern variant, the core‑periphery model of world systems theory or similar ‘dependency’ theories.

In fact, world imperialism is composed of several different rival imperialist powers and centres. For a number of decades, during the imperialist Cold War struggle against the Soviet Union, these rivalries and contradictions were submerged in the common cause, to defeat world socialism. But these contradictions did not disappear, and since the early 90s, they have re‑emerged into the light of day.

To quote again from our program: “While the imperialist powers have a common interest in imposing a single global market which they can dominate and control, the three main imperialist centres – the U.S., the European Union (EU), and the emerging Asian bloc led by Japan – are engaged in a bitter struggle over the division of the spoils of global domination. As the world capitalist economy becomes ever more volatile, each imperialist centre seeks to protect its privileged position within those markets it already dominates (its so‑called ‘sphere of influence’) while simultaneously attempting to penetrate and supplant its rivals in other national and regional markets.”

The most powerful, predatory and expansionist of these three centres is U.S. imperialism. It follows therefore, that the main enemy of humanity today – and the main target against which we must direct our political fire – is U.S. imperialism.

As we know, the Canadian ruling class has for the most part decided to throw in its lot with Fortress America. Since the 1980s this walk to economic and political integration with the U.S. has turned into a jog, and then since Sept. 11, 2001, into a full‑fledged sprint.

But for the working class and popular forces in Canada, as around the world, anything that can weaken and block the drive of U.S. imperialism for world domination and hegemony should be done.

And in so doing, it is necessary for us to seek out and utilize every possible contradiction, every chink in the armour, to weaken U.S. domination. Should we not seek out every grievance and perceived wrong to hurl at the Bush regime? Should we not enlist every possible ally in this mammoth battle?

To ask the question is to answer it.

Take the debate over Canada’s participation in Missile Defence as an example. During the course of that political debate, former Liberal Foreign Minister Bill Graham made an incredibly honest statement – that Canada’s involvement was “necessary” to head off severe repercussions from the White House. That remark reminded us once again of the arrogance and condescension towards Canada coming from our imperial masters to the South. In the ensuing political struggle, the Liberal government was compelled by public opinion to reject “official” participation, although in reality, most of what the U.S. wanted from Canada was being carried out through our participation in the NORAD treaty. Now, the Harper Tories are pushing once again for participation, not because this would mean Canada doing anything significantly different, but to support the public relations campaign of the Bush regime.

In such circumstances, we reject the argument – raised by MAWO for example – that Missile Defence is “just another weapons system.” (The same general argument is used to resist efforts to build campaigns against nuclear weapons.) In our view, the development of Missile Defence, new tactical nuclear bombs, and other upgraded weapons systems are an integral part of the drive by U.S. imperialism to achieve global military domination. For this reason, all Canadians who are concerned about preserving our country’s sovereignty must be mobilized into the broadest possible campaign to block Missile Defence and to pull out of U.S.-dominated military agreements. Failure to do so, on some specious grounds of refusing to pander to nationalist sentiments, would be the height of political immaturity and irresponsibility.

Communists are not afraid of seek unity with others. On the contrary, we understand that it is only through the forging of unity – both within our class and with other allies – will the class struggle against capitalism proceed toward victory.

I will let Lenin have the last word. He wrote in Left Wing Communism, An Infantile Disorder: “To carry on a war for the overthrow of the international bourgeoisie, a war which is a hundred times more difficult, prolonged and complicated than the most stubborn of ordinary wars between states, and to refuse beforehand to manoeuvre – to refuse to temporize and compromise with possible (even though transitory, unstable, vacillating and conditional) allies – is this not ridiculous in the extreme?”

At the same time, however, let us remember that the working class and revolutionary forces must be expanded considerably to allow us to take part in the anti-war movement from a position of strength. Our perspective must be to build the broadest possible alliance of forces aimed at defeating imperialist war and aggression, at the same time as we build our own movement so that we can do more to provide principled and consistent leadership.

Socialism Betrayed: Behind the Collapse of the Soviet Union

Socialism Betrayed: Behind the Collapse of the Soviet Union, by Roger Keeran and Thomas Kenny (International Publishers: New York, 2004)

Reviewed by Roger Perkins

For workers and oppressed peoples the highpoint event of the twentieth century was the Russian October Revolution of 1917. Likewise, the great tragedy of the century was the shocking overthrow of Soviet socialism and the demise of the USSR. Socialism Betrayed sets out to explain how such a terrible defeat was allowed to happen and succeeds better than most similar attempts.

This book is very well researched. Chapter six has 154 footnotes. Moreover, the authors utilize not only participant sources (documents, memoirs, etc) and various other left analyses, but also extensive bourgeois academic research. Even a study by Canada’s far-right think tank – the Fraser Institute – is referenced in regard to the underground private economy that existed during Soviet times. Citing such sources does not necessarily diminish a work but may enhance it. To know a phenomenon is to know its all-sidedness, its interpenetrating opposites, including the class-based subjective interpretations

But it is not only the well-researched nature of this book that makes it stand out. Keeran and Kenny are not afraid to refute many revisionist illusions still influential, to a greater or lesser degree, in various sections of the international Communist movement. Those who, even now, admire the policies of the Gorbachev team and believe that things would have turned out for the better if only Gorbachev had proceeded at a slower pace, or if the policies he advocated had been introduced earlier in Soviet history, will find this book unsettling.

Also unsettling to some is the authors’ linking up of the opportunism and revisionism in the Gorbachev period with trends in earlier Soviet history. Keeran and Kenny name forerunners Nikolai Bukharin and Nikita Khrushchev as having scouted out similar territory before. They state:

“Gorbachev did not invent his policies out of whole cloth, but rather his policies reflected trends in the Party that had earlier been represented, in part by Nikolai Bukharin, Nikita Khrushchev and others.” (pages 14-15)

Thus, Bukharin-Khrushchev-Gorbachev make up the great troika of Soviet right revisionism. Fortunately, Bukharin was defeated by the CPSU led by Stalin. Khrushchev was sacked as CPSU General Secretary and was replaced by Brezhnev. Gorbachev and Gorbachevism was never defeated and was replaced not by a revived socialism but by the capitalism of Yeltsin and Putin. The tragic results of revisionism winning out are visible for all to see. Those who view, if not Gorbachev, then certainly Bukharin and Khrushchev as “Marxist-Leninist” role models will be disturbed by the authors’ conclusions. For Keeran and Kenny, the Marxist-Leninist trend in Soviet history is decidedly not to be found in the Bukharin-Khrushchev-Gorbachev trend but in the Lenin-Stalin-Andropov trend.

This reviewer is withholding judgment on the extremely short Andropov period due to Andropov’s early death while in office. The authors may be guilty of wishful thinking. But even though Gorbachev, at first, sounded like Andropov’s twin, history may have propelled them in opposite directions with the result that the Soviet Union might still exist today if Andropov had lived longer, purged revisionism from the Party, revitalized Marxism-Leninism, and most importantly, restored democratic, decision-making political power to the Soviet working class. That is, if the Soviet Union really became a healthy workers’ state. Perhaps, maybe, if, … if only!

But such historic turns require more than wise leadership. By Andropov’s time it may have been too late. The qualitative point of no return may have been passed, and the Party was already saturated with the flood of opportunists, open or hidden, who joined and had rapid career advancements during the time of Khrushchev’s anti-Stalin tirades and non-class policies of “state of the whole people” and “Party of the whole people”. Any attempt at Party rectification may have been sabotaged by these new apparatchiks who would agree in words but ensure that few purges of revisionists and capitalist roaders would actually be carried out. We’ll never know for sure and this is why any view of the short Andropov period can only be one of conjecture. All we can know is that which actually occurred – it was at this time that Gorbachev was carefully selected for career advancement.

The Lenin component of the authors’ Marxist-Leninist troika (Lenin-Stalin-Andropov) will generate little controversy. Unlike Bukharin, Lenin viewed the New Economic Policy (NEP) of the 1920s as only a temporary retreat forced on the new Soviet Russia by the immense destruction of civil war and imperialist intervention. Bukharin, however, saw the market-orientated NEP as the preferred long- term path to be followed by the Soviet economy. “Peasants, enrich yourselves!” he exclaimed. A modest tax on a prosperous, private-property peasantry could then be used for a modest industrialization.

The Stalin-led CPSU rejected Bukharin’s strategic reliance on private enterprise and modest industrialization and put an end to NEP with the collectivization of agriculture and the initiation of crash, state-directed five-year industrialization plans. Stalin said in February 1931:

“We are fifty to one hundred years behind the advanced countries. We must cover this distance in ten years. Either we do this or they will crush us.”

We now know the outcome. It was Hitler and the Nazis who were crushed by the newly industrialized Soviet Union and the socialist fighting spirit of its citizens. Would the Soviet Union have fared as well if it had been guided by the unplanned, peasant-orientated spontaneity of Bukharin’s “market socialism”?

But it is the bellwether question of evaluating the role of Stalin in Soviet history that will cause some to become outright angry with the authors. Keeran and Kenny have gone a long way towards rehabilitating Stalin to Marxist-Leninist status. Without ignoring many, but not all, of Stalin’s serious mistakes, the authors attempt to give a more balanced view than that found in Western propaganda, Trotsky’s diatribes, Khrushchev’s diversionary fulminations or Roy Medvedev’s 566 page social-democratic, anti-Stalin polemic, Let History Judge. All militant “anti-Stalinists”, be they found on the Right or within the Left, will react with fanatical hostility to any attempt to rehabilitate, even partially, one whom they believe to be primarily a heinous criminal and killer, Yes, Stalin did exceed the formal boundaries of socialist legality. But for those on the Left to single out a single facet of a complex reality and then flog it unceasingly is more characteristic of dogmatism than an attempt at making a concrete analysis of a concrete situation. Yes, Stalin was indeed a killer. He killed Hitler and for this we must be thankful.

A balanced communist evaluation of the Stalin period has to come to the conclusion that on most of the important decisions that would determine the immediate future of the Soviet Union, Stalin not only held the correct Marxist-Leninist position but also led the struggle to ensure this position would win out. The errors of the Stalin period were, for the most part, not those of strategic line but those of implementation. Stalin’s personal side (rude, crude and not always able to exercise power properly according to Lenin) combined with a not too favourable objective situation (an isolated, backward, predominately peasant, war-torn Soviet Union surrounded by determined enemies), resulted in excesses and methods of work that fell well short of Marxist-Leninist standards. The presumed infallibility of the Party or its supreme leader substituted for a collective worker-based procedure of Marxist-Leninist error correction.

The mistakes of the Stalin period, not all of them initiated by Stalin himself, also include crude, inflexible, mechanical applications of policy accompanied by insufficient legal safeguards to differentiate friend from enemy or the guilty from the innocent. A hierarchy of command became entrenched, the purpose of which was to implement orders originating at the top. Workers’ eyes began to look more and more upwards rather than at each other for solutions to problems. The empowering dialectic of “from the masses, to the masses” morphed into a top-down commandism, thereby stunting worker creativity. Leadership is indeed important – it can be fatally decisive – but a wise leadership encourages a vital, informed, active working class with decision-making authority. Unfortunately, top-down commandism reached the shop floor level in the late 1930s with the proclamation of a Soviet decree law that drastically altered the relationship between shop-floor workers and factory management. Henceforth, a trend set in whereby managers managed and workers worked. A meaningful workers’ power was emaciated and a mechanical division between mental and manual labour became fixed.

While correcting the pariah status assigned to Stalin by his enemies – and for this the authors must be thanked – Keeran and Kenny still ignore certain mistakes of the Stalin period itself, especially those that became institutionalized, survived, flourished and became the norm of the post-Stalin “style of work”. The truth is Stalin was brilliantly correct in his defeat of Trotsky and Bukharin and in his building up of the Soviet Union to vanquish the military might of Nazi Germany and fascism. The immediate survival of the Soviet Union was at stake and thanks to Stalin’s leadership it did survive. But the seeds of long-term defeat were also sown during this period. On this the authors are mainly silent.

The authors do, however, realize that the fuel for the counterrevolutionary explosion that destroyed the Soviet Union was provided by the accumulation of uncorrected mistakes and that the detonator was the complete capture of the Communist Party of the Soviet Union (CPSU) by revisionism. But Keeran and Kenny are not always clear as to which mistakes were decisive and in which period of Soviet history they first appeared. New investigations must be made, either by Keeran and Kenny or by others, which give priority to this line of inquiry.

The fact that the Soviet working class was not able to stop the restoration of capitalism is, to Keeran and Kenny, “a great puzzle” (p 220). Russian workers did make revolution in 1917. But by the Gorbachev period this ability, while still a potential, was not expressed in actuality. How and when did this loss of working-class skills come about? The authors do not pursue this line of inquiry, but the demise of the Soviet Union can only be adequately explained by doing so. The two questions are intertwined and the answer to one is necessary for the answer of the other.

Another weakness in this otherwise fine book is that it has a tinge of elite managerialism to it and neglects that class which has the power to actually determine historical outcomes. The authors may, if they choose to do so, claim or declare that factory managers, Party apparatchiks and elite “nomenklatura” elements were in fact advanced strata of the Soviet working class and that the intelligentsia were in fact mental workers. But it is the vast majority of ordinary Soviet workers on the shop floor, construction sites and toiling in mines that are slighted as if their opinions or political development do not have determinative value.

The authors chose to erect their observational platform not adjacent to the clanking machinery of an assembly line or even from the elevated glass-walled office of the factory manager who views the workers from on high, but from within the windowless boardroom where Politburo CEOs make decisions on the future fortunes of the Soviet working class. Correct decisions and we get socialism, leading to communism. Incorrect decisions and capitalism comes back. The authors are certainly correct when they state: “The subjective factor is vastly more important in socialism than in capitalism.” And further: “Capitalism grows; socialism is built” (p 200). But it is the Soviet working class that must build socialism. To view the locus of subjective wisdom as residing at the top of the CPSU has proved disastrous.

The authors compare Soviet socialism to an airplane that crashed because it had a bad pilot. True, but why was a bad pilot allowed into the cockpit? Somewhere between Lenin and Gorbachev, strict, honest, working-class vetting was replaced by an unhindered, dishonest and opportunist careerism.

A major defect of Soviet society was a top-down, political commandism. There existed no movement or desire on the part of Soviet workers to bring in so-called “market socialism”. Nevertheless it was ordered and implemented by those at the top anyway. Accepting the fact that commandism had become the Soviet norm, the authors of Socialism Betrayed believed that by focusing their inquiry at the highest levels they can gain insight into which mistakes brought down the Soviet Union. Correct, but not correct! The question that should have been asked is: How did the Soviet Union become so hierarchically structured and command-orientated that decisions taken by the top could destroy a new mode of production that negated the previous class systems of slavery, feudalism and capitalism? And further, why did such fatal decisions result in a very concerned, but only timidly organized opposition instead of a massive working-class rebellion led by Marxist-Leninists? What process had burned out working-class initiative and Marxist-Leninist understanding from the institutions of Soviet power?

For those who still look to the top for salvation we should ask this question: would a different configuration of top-down orders have saved socialism in the USSR? Or would the “collapse” have only been delayed, occurring later, configured differently, but with the same results? Could it be that “top-downism” and the socialist mode of production are incompatible? The socialist transition period – the “lower stage of communism” – must be more than public ownership and a planned economy, but also a period of ever-growing workers empowerment. The Soviet Union was deficient in this third necessary element for building socialism.

The dictatorship of the proletariat must be precisely that, a dictatorship of the proletariat. Its political functions cannot be outsourced to other strata but must be utilized by the working class itself every day, every hour, every minute and every second, until classes no longer exist. The dictatorship of the proletariat is not a “thing” but a dynamic process of continual renewal similar to the dynamic stability of a bicycle – stop peddling and it topples over.

Institutionalized commandism became dominant during the Stalin period and was not, in practice, corrected after Stalin’s death. The verbal condemnations of such practices were directed backwards at one individual –the dead Stalin, and did not apply to non-consultative orders issued by the Politburo and upper-Party hierarchy. Viewed from the top, commandism had, of course, been corrected – power no longer resided in a supreme leader, but in a collective Politburo. Viewed from the working-class bottom, little had changed. It was the same old, same old.

From the time of Stalin the serious error of commandism began to weaken the dictatorship of the proletariat by centralizing decision making upwards to various levels of the Party hierarchy where “administrative means” were used to solve problems, thereby depriving the Soviet working class of valuable and empowering experience. After the Stalin period Khrushchev went so far as to declare the dictatorship of the proletariat abolished and replaced by a “state of the whole people”. Gorbachev engineered the demolishing of the remaining planned economy and the remaining shell of a hollowed-out superstructure and the USSR was no more. Keeran and Kenny turn a deaf ear to the concept “dictatorship of the proletariat”. They mention it only in passing, for example, noting the fact that Khrushchev declared it abolished, but they elaborate no further. The authors obviously do not view this absolutely necessary institution as very important. They have either temporarily forgotten their ABC Marxism or, even worse, disagree with Lenin’s statement that “Only he is a Marxist who extends the recognition of the class struggle to the recognition of the dictatorship of the proletariat” (Collected Works, Volume 25 , page 412; emphasis added).

Another befuddled argument of Socialism Betrayed is that the Soviet Union was not done in by a lack of democracy. There is a facet of truth in this because even a truncated workers’ democracy is a thousand times more democratic than the “democracy” of the most “democratic” bourgeois state. Democracy exists not in the abstract but in the concrete and is always class based. Bourgeois “democracy” and workers democracy are qualitatively different. Democracy is not some sort of linear fluid that flows out of a spigot into any shape or size of container and can be measured quantitatively – one litre, two litres, etc. So the authors are correct in criticizing bourgeois, social democratic and euro-“communist” views which claim that the Soviet Union did not have “enough” democracy.

But was there indeed a “democracy problem” in the Soviet Union? Was the quality of Soviet workers’ democracy such that the Soviet working class was not able to effectively exercise the dictatorship of the proletariat? It is this reviewer’s opinion that that was indeed the case. Soviet workers’ democracy had been qualitatively restrained and crippled since the time of Stalin. There existed a growing contradiction between its democratic content and the form of its expression. Firstly, the voice of shop floor workers gave way to managerial fiat. Secondly, the soviets in the Union of Soviet Socialist Republics, while continuing to exist and in theory able to initiate action, became in reality mainly perfunctory and ceremonial organizations. Thirdly, real power was held by the Communist Party of the Soviet Union – in practice, by the Politburo. Originally the party of the Soviet working class, the CPSU had become, since the time of Khrushchev, the “party of the whole people”. It became less and less the vehicle of workers’ democratic expression and more and more the preferred target of infiltration by opportunist, careerist, and petty-bourgeois elements. The CPSU changed into its opposite – from the Party of building socialism to the party of capitalist counterrevolution. All members of Gorbachev’s last Politburo became anti-Communist millionaires. The Soviet working class no longer had any form through which to express its democratic content.

The authors investigate little of this and the operative command seems to be “don’t go there”. Let us hope that Keeran and Kenny don’t envisage some sort of future Soviet Union that would look very similar to the old Soviet Union only, this time, a “good” pilot would be in the cockpit. The demand for democratic workers’ power should not be left to the syndicalists but should be a priority Marxist-Leninist demand. The Lenin of State and Revolution certainly thought so.

While holding to the inadequate “bad pilot” theory the authors of Socialism Betrayed are also, and at the same time, able to reject the idealist Great Leader (or misleader) theory of history. They correlate ideological trends and leaders with social and economic forces – that is, they correctly seek out a class explanation. In their opinion the Gorbachev counterrevolution was led by a counterrevolutionary petty-bourgeois formation. The authors state that by the 1970s:

“the social group with a stake in private enterprise had become the petty entrepreneurs in the second economy. Such elements had thrived under the New Economic Policy (NEP) of the early 1920s, shrank drastically with the collectivization of property under Joseph Stalin, re-emerged under Khrushchev’s so-called liberalization, increased greatly in size under Brezhnev’s laxness, and ballooned under Gorbachev’s reforms.” (page 15)

Keeran and Kenny convincingly show that these anti-Soviet elements were no longer relegated to the margins, but had infected markedly the Soviet economy, government and the CPSU itself. Thus, to explain the Soviet demise, the authors are indeed correct in seeking out and identifying, within Soviet society itself, the economic base of those class forces hostile to the building of socialism and communism.

But the question must be asked: in an epoch of advanced capitalist globalization can the petty bourgeoisie, acting on their own, lead a counterrevolution (or revolution)? Marxists have previously always answered in the negative. This vacillating class must ally with and trail behind, either the proletariat or the bourgeoisie. The authors do not document any newly consolidated, large bourgeoisie in the Soviet Union at that time, only “petty entrepreneur” elements. So where does one look to find a consolidated, determinative, powerful bourgeoisie? It is the opinion of this reviewer that it is to be found outside the boundaries of the Soviet Union – in world imperialism, led by US imperialism.

The historical materialism of Keeran and Kenny has been weakened by a somewhat crude mechanical determinism when they attempt an exact, internally confined, one-to-one correlation between a petty entrepreneur group and the overthrow of Soviet socialism. To restrict the interpenetration, struggle and unity of the component parts of contradictions to an abstracted scene “inside” Soviet territory only, or to the present time only, is to forget dialectical materialism. After all, Marx did say that the dead hand of the past weighs heavily on the mind of the living. Moreover the geographical boundaries of the Soviet Union may have been very well guarded militarily but were porous to the lapping waves of the surrounding capitalist sea and the sweet lies of the Voice of America. The internal “second economy” entrepreneurs did not, on their own, overthrow Soviet socialism but rather acted as proxies for the external imperialist bourgeoisie.

The Soviet petty-bourgeois strata, by their very nature desirous of becoming bigger bourgeoisie, found their source of inspiration and encouragement in the slick bamboozlement and real power of the external bourgeoisie. The external imperialist bourgeoisie found its internal Soviet reflection via the illusionary and real aspirations of the legal and illegal petty bourgeoisie and from within the ranks of a corrupted intelligentsia and opportunist Party, government and managerial elements. Thus, the Soviet “collapse” was neither entirely internal nor entirely external but an interacting dynamic of the two. The importance of this internal/external dialectic should not be slighted as the authors seem to have slighted it.

But in the final analysis internal factors are decisive. Had there been a much reduced and disappearing entrepreneur element instead of a growing and influential one, the external bourgeoisie would have found only a tiny and impotent ally. The most important lesson of this book is that legal and semi-legal “second economies” and officially promoted “market socialism” schemes serve as scab hatcheries of capitalist restoration.

Finally, in this reviewer’s opinion the word “collapse” does not adequately describe what happened to the Soviet Union. The socialist USSR was overthrown, conquered, by hostile class forces that restored capitalism. The word “collapse” implies some sort of engineering problem – shoddy construction due to an improper proportion of sand and cement (or if you wish, plan and “market”). The house of socialism did not fall down on its own due to the using of too much of this ingredient or too little of another. It was, on the contrary, demolished by an anti-socialist wrecking crew. The CPSU accumulated a lethal dose of revisionist poison, which caused the socialist heart to go into terminal, chaotic fibrillation, thereby no longer being able to pump vitalizing red blood throughout the body politic. What a tragedy! And it was not inevitable!

This valuable book, despite its weaknesses, will help us to avoid many of the roads wrongly taken and should be of great value to all sincere revolutionaries who want to identify and defeat today’s ideological descendants of Bukharin, Khrushchev and Gorbachev. Failure to carry out such a rectification within the international Communist movement will lead to even greater tragedies. Only this time, the continued existence of homo sapiens on planet Earth will be at stake.