Relato de una aproximación al náhuat desde los sentimientos y la corporalidad

SAN SALVADOR, 12 de octubre de 2024 (SIEP) “El idioma náhuat supera al español por su diversidad de formas para nombrar el beso…” explicó Josué Ramos, joven arqueólogo salvadoreño, en una breve pero magistral conferencia sobre “Los aspectos socioemocionales del idioma náhuat: los sentimientos y la corporalidad”.

La ponencia fue realizada esta mañana en el Museo Universitario de Antropología (MUA) de la Universidad Tecnológica, dirigido por el antropólogo Ramón Rivas, y su presentadora fue la escritora Silvia Elena Regalado.

En un comentario inicial a la presentación, el Dr. Rivas indicó que el idioma náhuat es parte esencial de la cultura salvadoreña, por lo que es realmente preocupante que quizás únicamente queden alrededor de 60 nahua-hablantes en el país.

Por su parte, el Arq. Ramos inició su presentación señalando que “el náhuat salvadoreño es un idioma emparentado con el náhuatl mexicano, ya que ambos descienden de una lengua madre…Los idiomas inician como dialectos de una lengua culta…”

Existen más o menos 200 personas que hablan el náhuat. De estos 80 viven en Santo Domingo de Guzmán, Sonsonate, personas que lo hablan y lo entienden, y sus hijos no lo hablan pero sí lo entienden, o sea son hablantes pasivos.

Mediante la lengua se expresan sentimientos, ya que la lengua es el vehículo de la cultura. Y es por esto que cuando una lengua se pierde, cuando una lengua desaparece, se pierde una manera de ver el mundo, una cosmovisión, una forma de expresar sentimientos, emociones…

En los idiomas, unas palabras al usarlas se desgastan, y surgen nuevas expresiones, la lengua siempre está cambiando, siempre está fluyendo…porque las personas somos seres de contacto…Y en el caso de la aparición de nuevos términos, estos tienen que ser validados por la comunidad de hablantes.

Fue hasta hace 500 años que va empezarse a hablar castellano en nuestro territorio, mientras que históricamente el náhuat es anterior, lo precede…

Podemos decir que el náhuat es un idioma aglutinante y es un idioma verbal, en el que las partes del cuerpo son inalienables, tienen sentido de pertenencia, a diferencia del español. En español se puede mencionar la cabeza en general, en náhuat se refiere a la cabeza de alguien, requieren de un posesivo…Y además adquieren intensidad y pueden  reduplicarse…

Un ejemplo de la naturaleza aglutinante del nahuat es tempate, el árbol, la leche de tempate para curar el fuego en la boca, se deriva de tem: boca y de pacti (medicina, remedio). Asimismo siguanaba, viene de sihuat: mujer y nahual: bruja, o sea  mujer bruja.

Otro aspecto es que en español se dice sembrador  mientras que en náhuat: el que siembra. Cantante en náhuat es el que canta. Un ejemplo de  reduplicación, es en español re-lejos, en náhuat:  lejos lejos.

Siguiendo con los verbos en náhuat, agua es at, y morir es miki. Tener sed se expresa como amiki, ó sea morir por agua. Ijiyu es aliento, voz, y morir es miki. Ijiyumiki es suspirar, literalmente morir por el aliento, de donde se deriva el hijillo, el aroma del muerto, y también de los vivos…Sesek: frío, miski: morir. Semiki: tener frío, literalmente morir por frío.

En una lamina titulada: dinámica de la lengua, el Arq. Ramos anotó las palabras en latín cor, cordis para relacionarlas con perder la cordura y recordar/acordar. Y lo vinculó con la clásica figura del hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci,  que refleja las proporciones ideales del cuerpo humano es un famoso dibujo de realizado alrededor de 1490.

En contraste con esta figura eurocéntrica, en la cosmovisión náhuat el ser humano se concibe en posición sedente, así como se retoman partes del cuerpo para entender los sentimientos. Y mediante una lamina el arq. Ramos explicó las diversas partes del cuerpo. El cuerpo en náhuat se asocia con los arboles o con las plantas. 

Tzun, es la cabeza, la extremidad superior. Como ejemplo colocó el de Atzumpa, una caída de agua y balneario en Ataco, Ahuachapán, en el que el agua fluye de lo alto (Tzun) de la montaña. Tzuntecun es cabeza.

Ish, es la cara, el rostro. Kech es el cuello. El es el pecho. Yul es corazón, sapuyulo es el corazón del zapote. Ma es extremidades. Tzin, es el trasero, la base. Metz es regazo, piernas. Kechpan es hombros. Mapipil es dedos. Tunal podría aproximarse al concepto europeo de espíritu.

Explicó Ramos las partes de la cara: ish es ojo, ten es boca, kamak es mejilla, nakas es oreja, de donde deriva conacaste, nacaspil. Ish+kal (casa)+yu: ishkalyu, literalmente significa casa invernadero de los ojos.   También kamak +nantzin, corresponde a kamantzin, o sea camanances, literalmente señora, madre de la mejilla.

Verbos con ish: ish-mati, significa saber las apariencias de alguien, conocer, saber. Ish-welita significa quitar las apariencias de alguien, o sea agradar. Welita es gustar. Tultic es amarillo, ish-tultic es que no esta maduro, se usa para frutas.

En español decimos besar la mejilla. En náhuat existen una diversidad de formas para nombrar el beso, que incluyen entre otros, el lugar, la modalidad y la intensidad. Veamos el mundo de los besos:  kama-kwa es besar en la mejilla, pero literalmente es comer mejilla. El plural se forma mediante duplicación:  el plural de kama-kwa es ka-kama-kwa. Ten-kwa es ten-tenkwa.

Ten-kwa es comer boca, besar en la boca con pasión. Ten-namiki es encontrar la boca, besar discretamente. Ten-pipina es chupar la boca, como una fruta.

El recordar y olvidar: el-namiki  significa encontrar en el pecho, o sea recordar. El-kawa, significa sacar del pecho, o sea olvidar. El corazón en las acciones: yul-taketza significa hablar con el corazón, o sea pensar, hablar después de meditar. Yul-paki es alegre el corazón, o sea regocijar. Yul-kukua es doler el corazón, o sea lamentarse,  sentirse triste, sufrir.

Y finalmente refirió el Arq. Ramos que existen en la actualidad diversas variantes del náhuat, entre estas el de Nahuizalco, Izalco, Cuisnahuat y el de Santo Domingo de Guzman, el cual por tener la mayor cantidad de hablantes en la variante hegemónica.

Así como lamentó que hemos perdido a lo largo de la historia una gran riqueza cultural y lingüística manifiesta en las variantes de náhuat que fueron habladas en Tacuba, Jicalapa, Teotepeque, las cuales se han perdido, están ya extintas. Y esto lo sabemos por los trabajos del lingüista Lyle Campbell, que realizo trabajo de campo en estos lugares.  

Para concluir expresó que existen variantes perdidas como las de los pueblos nonualcos, pero por otra parte expresó simpatía con el actual proceso de revitalización del náhuat que vive el país, y que se expresa en diversos proyectos  desde distintas instituciones, entre estas la Universidad Tecnológica, UTEC.

The Grand Chessboard. American Primacy and Its Geostrategic Imperatives. Zbigniew Brzesinski. 1997

Introduction

Superpower Politics

EVER SINCE THE CONTINENTS started interacting politically, some five hundred years ago, Eurasia has been the center of world power. In different ways, at different times, the peoples inhabiting Eurasia — though mostly those from its Western European periphery — penetrated and dominated the world’s other regions as individual Eurasian states attained the special status and enjoyed the privileges of being the world’s premier powers.

The last decade of the twentieth century has witnessed a tectonic shift in world affairs. For the first time ever, a non-Eurasian power has emerged not only as the key arbiter of Eurasian power relations but also as the world’s paramount power. The defeat and collapse of the Soviet Union was the final step in the rapid ascendance of a Western Hemisphere power, the United States, as the sole and, indeed, the first truly global power.

Eurasia, however, retains its geopolitical importance. Not only is its western periphery — Europe — still the location of much of the world’s political and economic power, but its eastern region -Asia — has lately become a vital center of economic growth and rising political influence.

Hence, the issue of how a globally engaged America copes with the complex Eurasian power relationships -and particularly whether it prevents the emergence of a dominant and antagonistic Eurasian powerremains central to America’s capacity to exercise global primacy.

It follows that — in addition to cultivating the various novel dimensions of power (technology, communications, information, as well as trade and finance) American foreign policy must remain concerned with the geopolitical dimension and must employ its influence in Eurasia in a manner that creates a stable continental equilibrium, with the United States as the political arbiter.

Eurasia is thus the chessboard on which the struggle for global primacy continues to be played, and that struggle involves geostrategy – the strategic management of geopolitical interests. It is noteworthy that as recently as 1940 two aspirants to global power, Adolf Hitler and Joseph Stalin, agreed explicitly (in the secret negotiations of November of that year) that America should be excluded from Eurasia.

Each realized that the injection of American power into Eurasia would preclude his ambitions regarding global domination. Each shared the assumption that Eurasia is the center of the world and that he who controls Eurasia controls the world. A half century later, the issue has been redefined: will America’s primacy in Eurasia endure, and to what ends might it be applied?

The ultimate objective of American policy should be benign and visionary: to shape a truly cooperative global community, in keeping with long-range trends and with the fundamental interests of humankind. But in the meantime, it is imperative that no Eurasian challenger emerges, capable of dominating Eurasia and thus also of challenging America. The formulation of a comprehensive and integrated Eurasian geostrategy is therefore the purpose of this book.

Zbigniew Brzezinski Washington, D. C. April 1997

CHAPTER 1

Hegemony of a New Type

HEGEMONY IS AS OLD AS MANKIND. But America’s current global supremacy is distinctive in the rapidity of its emergence, in its global scope, and in the manner of its exercise. In the course of a single century, America has transformed itself — and has also been transformed by international dynamics — from a country relatively isolated in the Western Hemisphere into a power of unprecedented worldwide reach and grasp.

THE SHORT ROAD TO GLOBAL SUPREMACY

The Spanish-American War in 1898 was America’s first overseas war of conquest. It thrust American power far into the Pacific, beyond Hawaii to the Philippines. By the turn of the century, American strategists were already busy developing doctrines for a two-ocean naval supremacy, and the American navy had begun to challenge the notion that Britain «rules the waves.» American claims of a special status as the sole guardian of the Western Hemisphere’s security – proclaimed earlier in the century by the Monroe Doctrine and subsequently justified by America’s alleged «manifest destiny» — were even further enhanced by the construction of the Panama Canal, which facilitated naval domination over both the Atlantic and Pacific Oceans.

The basis for America’s expanding geopolitical ambitions was provided by the rapid industrialization of the country’s economy. By the outbreak of World War I, America’s growing economic might already accounted for about 33 percent of global GNP, which displaced Great Britain as the world’s leading industrial power.

This remarkable economic dynamism was fostered by a culture that favored experimentation and innovation. America’s political institutions and free market economy created unprecedented opportunities for ambitious and iconoclastic inventors, who were not inhibited from pursuing their personal dreams by archaic privileges or rigid social hierarchies.

In brief, national culture was uniquely congenial to economic growth, and by attracting and quickly assimilating the most talented individuals from abroad, the culture also facilitated the expansion of national power.

World War I provided the first occasion for the massive projection of American military force into Europe. A heretofore relatively isolated power promptly transported several hundred thousand of its troops across the Atlantic — a transoceanic military expedition unprecedented in its size and scope, which signaled the emergence of a new major player in the international arena. Just as important, the war also prompted the first major American diplomatic effort to apply American principles in seeking a solution to Europe’s international problems.

Woodrow Wilson’s famous Fourteen Points represented the injection into European geopolitics of American idealism, reinforced by American might. (A decade and a half earlier, the United States had played a leading role in settling a Far Eastern conflict between Russia and Japan, thereby also asserting its growing international stature.) The fusion of American idealism and American power thus made itself fully felt on the world scene.

Strictly speaking, however, World War I was still predominantly a European war, not a global one. But its self-destructive carácter marked the beginning of the end of Europe’s political, economic, and cultural preponderance over the rest of the world. In the course of the war, no single European power was able to prevail decisively — and the war’s outcome was heavily influenced by the entrance into the conflict of the rising non-European power, America.

Thereafter, Europe would become increasingly the object, rather tan the subject, of global power politics.

However, this brief burst of American global leadership did not produce a continuing American engagement in world affairs. Instead, America quickly retreated into a self-gratifying combination of isolationism and idealism. Although by the mid-twenties and early thirties totalitarianism was gathering strength on the European continent,  American power — by then including a powerful two-ocean fleet that clearly outmatched the British navy — remained disengaged. Americans preferred to be bystanders to global politics.

Consistent with that predisposition was the American concept of security, based on a view of America as a continental island. American strategy focused on sheltering its shores and was thus narrowly national in scope, with little thought given to international or global considerations. The critical international players were still the European powers and, increasingly, Japan.

The European era in world politics came to a final end in the course of World War II, the first truly global war. Fought on three continents simultaneously, with the Atlantic and the Pacific Oceans also heavily contested, its global dimension was symbolically demonstrated when British and Japanese soldiers — representing, respectively, a remote Western European island and a similarly remote East Asian island — collided thousands of miles from their homes on the Indian-Burmese frontier.

Europe and Asia had become a single battlefield.

Had the war’s outcome been a clear-cut victory for Nazi Germany, a single European power might then have emerged as globally preponderant. ( Japan’s victory in the Pacific would have gained for that nation the dominant Far Eastern role, but in all probability, Japan would still have remained only a regional hegemon.)

Instead, Germany’s defeat was sealed largely by the two extra-European victors, the United States and the Soviet Union, which became the successors to Europe’s unfulfilled quest for global supremacy.

The next fifty years were dominated by the bipolar AmericanSoviet contest for global supremacy. In some respects, the contest between the United States and the Soviet Union represented the fulfillment of the geopoliticians’ fondest theories: it pitted the world’s leading maritime power, dominant over both the Atlantic and the Pacific Oceans, against the world’s leading land power, paramount on the Eurasian heartland (with the Sino-Soviet bloc encompassing a space remarkably reminiscent of the scope of the Mongol Empire).

The geopolitical dimension could not have been clearer: North America versus Eurasia, with the world at stake. The winner would truly dominate the globe. There was no one else to stand in the way, once victory was finally grasped.

Each rival projected worldwide an ideological appeal that was infused with historical optimism, that justified for each the necessary exertions while reinforcing its conviction in inevitable victory. Each rival was clearly dominant within its own space — unlike the imperial European aspirants to global hegemony, none of which ever quite succeeded in asserting decisive preponderance within Europe itself. And each used its ideology to reinforce its hold over its respective vassals and tributaries, in a manner somewhat reminiscent of the age of religious warfare.

The combination of global geopolitical scope and the proclaimed universality of the competing dogmas gave the contest unprecedented intensity. But an additional factor — also imbued with global implications — made the contest truly unique. The advent of nuclear weapons meant that a head-on war, of a classical type, between the two principal contestants would not only spell their mutual destruction but could unleash lethal consequences for a significant portion of humanity. The intensity of the conflict was thus simultaneously subjected to extraordinary self-restraint on the part of both rivals.

In the geopolitical realm, the conflict was waged largely on the peripheries of Eurasia itself. The Sino-Soviet bloc dominated most of Eurasia but did not control its peripheries. North America succeeded in entrenching itself on both the extreme western and extreme Eastern shores of the great Eurasian continent. The defense of these continental bridgeheads (epitomized on the western «front» by the Berlin blockade and on the eastern by the Korean War) was thus the first strategic test of what came to be known as the Cold War.

In the Cold War’s final phase, a third defensive «front» — the southern — appeared on Eurasia’s map (see map above). The Soviet invasion of Afghanistan precipitated a two-pronged American response: direct U.S. assistance to the native resistance in Afghanistan in order to bog down the Soviet army; and a large-scale buildup of the U.S. military presence in the Persian Gulf as a deterrent to any further southward projection of Soviet political or military power. The United States committed itself to the defense of the Persian Gulf region, on a par with its western and eastern Eurasian security interests.

The successful containment by North America of the Eurasian bloc’s efforts to gain effective sway over all of Eurasia — with both sides deterred until the very end from a direct military collision for fear of a nuclear war — meant that the outcome of the contest was eventually decided by nonmilitary means.

Political vitality, ideological flexibility, economic dynamism, and cultural appeal became the decisive dimensions.

The American-led coalition retained its unity, whereas the Sino-Soviet bloc split within less than two decades. In part, this was due to the democratic coalition’s greater flexibility, in contrast to the hierarchical and dogmatic — but also brittle — character of the Communist camp.

The former involved shared values, but without a formal doctrinal format. The latter emphasized dogmatic orthodoxy, with only one valid interpretative center. America’s principal vassals were also significantly weaker than America, whereas the Soviet Union could not indefinitely treat China as a subordinate.

The outcome was also due to the fact that the American side proved to be economically and technologically much more dynamic, whereas the Soviet Union gradually stagnated and could not effectively compete either in economic growth or in military technology. Economic decay in turn fostered ideological demoralization.

In fact, Soviet military power — and the fear it inspired among westerners — for a long time obscured the essential asymmetry between the two contestants. America was simply much richer, technologically much more advanced, militarily more resilient and innovative, socially more creative and appealing.

Ideological constraints also sapped the creative potential of the Soviet Union, making its system increasingly rigid and its economy increasingly wasteful and technologically less competitive. As long as a mutually destructive war did not break out, in a protracted competition the scales had to tip eventually in America’s favor.

The final outcome was also significantly influenced by cultural considerations. The American-led coalition, by and large, accepted as positive many attributes of America’s political and social culture.

America’s two most important allies on the western and Eastern peripheries of the Eurasian continent, Germany and Japan, both recovered their economic health in the context of almost unbridled admiration for all things American. America was widely perceived as representing the future, as a society worthy of admiration and deserving of emulation.

In contrast, Russia was held in cultural contempt by most of its Central European vassals and even more so by its principal and increasingly assertive eastern ally, China. For the Central Europeans, Russian domination meant isolation from what the Central Europeans considered their philosophical and cultural home: Western Europe and its Christian religious traditions. Worse than that, it meant domination by a people whom the Central Europeans, often unjustly, considered their cultural inferior.

The Chinese, for whom the word » Russia» means «the hungry land,» were even more openly contemptuous. Although initially the Chinese had only quietly contested Moscow’s claims of universality for the Soviet model, within a decade following the Chinese Communist revolution they mounted an assertive challenge to Moscow’s ideological primacy and even began to express openly their traditional contempt for the neighboring northern barbarians.

Finally, within the Soviet Union itself, the 50 percent of the population that was non-Russian eventually also rejected Moscow’s domination.

The gradual political awakening of the non-Russians meant that the Ukrainians, Georgians, Armenians, and Azeris began to view Soviet power as a form of alien imperial domination by a people to whom they did not feel culturally inferior. In Central Asia, national aspirations may have been weaker, but here these peoples were fueled in addition by a gradually rising sense of Islamic identity, intensified by the knowledge of the ongoing decolonization elsewhere.

Like so many empires before it, the Soviet Union eventually imploded and fragmented, falling victim not so much to a direct military defeat as to disintegration accelerated by economic and social strains. Its fate confirmed a scholar’s apt observation that [e]mpires are inherently politically unstable because subordinate units almost always prefer greater autonomy, and counter-elites in such units almost always act, upon opportunity, to obtain greater autonomy.

In this sense, empires do not fall; rather, they fall apart, usually very slowly, though sometimes remarkably quickly.[1]

THE FIRST GLOBAL POWER

The collapse of its rival left the United States in a unique position. It became simultaneously the first and the only truly global power. And yet America’s global supremacy is reminiscent in some ways of earlier empires, notwithstanding their more confined regional scope. These empires based their power on a hierarchy of vassals, tributaries, protectorates, and colonies, with those on the outside generally viewed as barbarians.

To some degree, that anachronistic terminology is not altogether inappropriate for some of the states currently within the American orbit. As in the past, the exercise of American «imperial» power is derived in large measure from superior organization, from the ability to mobilize vast economic and technological resources promptly for military purposes, from the vague but significant cultural appeal of the American way of life, and from the sheer dynamism and inherent competitiveness of the American social and political elites.

Earlier empires, too, partook of these attributes. Rome comes first to mind. Its empire was established over roughly two and a half centuries through sustained territorial expansion northward and then both westward and southeastward, as well as through the assertion of effective maritime control over the entire shoreline of the Mediterranean Sea.

In geographic scope, it reached its high point around the year A.D. 211 (see map on page 11). Rome’s was a centralized polity and a single self-sufficient economy. Its imperial power was exercised deliberately and purposefully through a complex system of political and economic organization. A strategically designed system of roads and naval routes, originating from the capital city, permitted the rapid redeployment and concentration — in the event of a major security threat — of the Roman legions stationed in the various vassal states and tributary provinces.

At the empire’s apex, the Roman legions deployed abroad numbered no less than three hundred thousand men — a remarkable force, made all the more lethal by the Roman superiority in tactics and armaments as well as by the center’s ability to direct relatively rapid redeployment. (It is striking to note that in 1996, the vastly more populous supreme power, America, was protecting the outer reaches of its dominion by stationing 296,000 professional soldiers overseas.)

Rome’s imperial power, however, was also derived from an important psychological reality. Civis Romanus sum — «I am a Roman citizen» –was the highest possible self-definition, a source of pride, and an aspiration for many. Eventually granted even to those not of Roman birth, the exalted status of the Roman citizen was an expression of cultural superiority that justified the imperial power’s sense of mission.

It not only legitimated Rome’s rule, but it also inclined those subject to it to desire assimilation and inclusion in the imperial structure. Cultural superiority, taken for granted by the rulers and conceded by the subjugated, thus reinforced imperial power.

That supreme, and largely uncontested, imperial power lasted about three hundred years. With the exception of the challenge posed at one stage by nearby Carthage and on the eastern fringes by the Parthian Empire, the outside world was largely barbaric, not well organized, capable for most of the time only of sporadic attacks, and culturally patently inferior.

As long as the empire was able to maintain internal vitality and unity, the outside world was noncompetitive.

Three major causes led to the eventual collapse of the Roman Empire.

First, the empire became too large to be governed from a single center, but splitting it into western and eastern halves automatically destroyed the monopolistic character of its power. Second, at the same time, the prolonged period of imperial hubris generated a cultural hedonism that gradually sapped the political elite’s will to greatness. Third, sustained inflation also undermined the capacity of the system to sustain itself without social sacrifice, which the citizens were no longer prepared to make.

Cultural decay, political division, and financial inflation conspired to make Rome vulnerable even to the barbarians in its near abroad.

By contemporary standards, Rome was not truly a global power but a regional one. However, given the sense of isolation prevailing at the time between the various continents of the globe, its regional power was self-contained and isolated, with no immediate or even distant rival. The Roman Empire was thus a world unto itself, with its superior political organization and cultural superiority making it a precursor of later imperial systems of even greater geographic scope.

Even so, the Roman Empire was not unique. The Roman and the Chinese empires emerged almost contemporaneously, though neither was aware of the other. By the year 221 B.C. (the time of the Punic Wars between Rome and Carthage), the unification by Chin’ of the existing seven states into the first Chinese empire had prompted the construction of the Great Wall in northern China, to seal off the inner kingdom from the barbarian world beyond. The subsequent Han Empire, which had started to emerge by 140 B.C., was even more impressive in scope and organization. By the onset of the Christian era, no fewer than 57 million people were subject to its authority.

That huge number, itself unprecedented, testified to extraordinarily effective central control, exercised through a centralized and punitive bureaucracy. Imperial sway extended to today’s Korea, parts of Mongolia, and most of today’s coastal China.

However, rather like Rome, the Han Empire also became afflicted by internal ills, and its eventual collapse was accelerated by its division in A.D. 220 into three independent realms.

China’s further history involved cycles of reunification and expansion, followed by decay and fragmentation. More than once, China succeeded in establishing imperial systems that were selfcontained, isolated, and unchallenged externally by any organized rivals. The tripartite division of the Han realm was reversed in A.D. 589, with something akin to an imperial system reemerging. But the period of China’s greatest imperial self-assertion came under the Manchus, specifically during the early Ch’ing dynasty.

By the eighteenth century, China was once again a full-fledged empire, with the imperial center surrounded by vassal and tributary states, including today’s Korea, Indochina, Thailand, Burma, and Nepal. China’s sway thus extended from today’s Russian Far East all the way across southern Siberia to Lake Baikal and into contemporary Kazakstan, then southward toward the Indian Ocean, and then back east across Laos and northern Vietnam (see map on page 14).

As in the Roman case, the empire was a complex financial, economic, educational, and security organization. Control over the large territory and the more than 300 million people living within it was exercised through all these means, with a strong emphasis on centralized political authority, supported by a remarkably effective courier service.

The entire empire was demarcated into four zones, radiating from Peking and delimiting areas that could be reached by courier within one week, two weeks, three weeks, and four weeks, respectively. A centralized bureaucracy, professionally trained and competitively selected, provided the sinews of unity.

That unity was reinforced, legitimated, and sustained — again, as in the case of Rome — by a strongly felt and deeply ingrained sense of cultural superiority that was augmented by Confucianism, an imperially expedient philosophy, with its stress on harmony, hierarchy, and discipline.

China — the Celestial Empire — was seen as the center of the universe, with only barbarians on its peripheries  and beyond. To be Chinese meant to be cultured, and for that reason, the rest of the world owed China its due deference. That special sense of superiority permeated the response given by the Chinese emperor — even in the phase of China’s growing decline, in the late eighteenth century — to King George III of Great Britain, whose emissaries had attempted to inveigle China into a trading relationship by offering some British industrial products as goodwill gifts:

We, by the Grace of Heaven, Emperor, instruct the King of England to take note of our charge:

The Celestial Empire, ruling all within the four seas . . . does not value rare and precious things . . . nor do we have the slightest need of your country’s manufactures. . . .

Hence we . . . have commanded your tribute envoys to return safely home. You, O King, should simply act in conformity with our wishes by strengthening your loyalty and swearing perpetual obedience.

The decline and fall of the several Chinese empires was also primarily due to internal factors. Mongol and later occidental «barbarians» prevailed because internal fatigue, decay, hedonism, and loss of economic as well as military creativity sapped and then acceleratedthe collapse of Chinese will. Outside powers exploited China’s internal malaise — Britain in the Opium War of 1839-1842, Japan a century later — which, in turn, generated the profound sense of cultural humiliation that has motivated the Chinese throughout the twentieth century, a humiliation all the more intense because of the collision between their ingrained sense of cultural superiority and the demeaning political realities of postimperial China.

Much as in the case of Rome, imperial China would be classified today as a regional power. But in its heyday, China had no global peer, in the sense that no other power was capable of challenging its imperial status or even of resisting its further expansion if that had been the Chinese inclination. The Chinese system was self-contained and self-sustaining, based primarily on a shared ethnic identity, with relatively limited projection of central power over ethnically alien and geographically peripheral tributaries.

The large and dominant ethnic core made it possible for China to achieve periodic imperial restoration. In that respect, China was quite unlike other empires, in which numerically small but hegemonically motivated peoples were able for a time to impose and maintain domination over much larger ethnically alien populations. However, once the domination of such small-core empires was undermined, imperial restoration was out of the question.

To find a somewhat closer analogy to today’s definition of a global power, we must turn to the remarkable phenomenon of the Mongol Empire. Its emergence was achieved through an intense struggle with major and well-organized opponents. Among those defeated were the kingdoms of Poland and Hungary, the forces of the Holy Roman Empire, several Russian and Rus’ principalities, the Caliphate of Baghdad, and later, even the Sung dynasty of China.

Genghis Khan and his successors, by defeating their regional rivals, established centralized control over the territory that latterday scholars of geopolitics have identified as the global heartland, or the pivot for world power. Their Eurasian continental empire ranged from the shores of the China Sea to Anatolia in Asia Minor and to Central Europe (see map).

It was not until the heyday of the Stalinist Sino-Soviet bloc that the Mongol Empire on the Eurasian continent was finally matched, insofar as the scope of centralized control over contiguous territory is concerned.

The Roman, Chinese, and Mongol empires were regional precursors of subsequent aspirants to global power. In the case of Rome and China, as already noted, their imperial structures were highly developed, both politically and economically, while the widespread acceptance of the cultural superiority of the center exercised an important cementing role. In contrast, the Mongol Empire sustained political control by relying more directly on military conquest followed by adaptation (and even assimilation) to local conditions.

Mongol imperial power was largely based on military domination. Achieved through the brilliant and ruthless application of superior military tactics that combined a remarkable capacity for rapid movement of forces with their timely concentration, Mongol rule entailed no organized economic or financial system, nor was Mongol authority derived from any assertive sense of cultural superiority. The Mongol rulers were too thin numerically to represent a self-regenerating ruling class, and in any case, the absence of a defined and self-conscious sense of cultural or even ethnic superiority deprived the imperial elite of the needed subjective confidence.

In fact, the Mongol rulers proved quite susceptible to gradual assimilation by the often culturally more advanced peoples they had conquered. Thus, one of the grandsons of Genghis Khan, who had become the emperor of the Chinese part of the great Khan’s realm, became a fervent propagator of Confucianism; another became a devout Muslim in his capacity as the sultan of Persia; and a third became the culturally Persian ruler of Central Asia.

It was that factor — assimilation of the rulers by the ruled because of the absence of a dominant political cultureas well as unresolved problems of succession to the great Khan who had founded the empire, that caused the empire’s eventual demise.

The Mongol realm had become too big to be governed from a single center, but the solution attempted — dividing the empire into several self-contained parts — prompted still more rapid local assimilation and accelerated the imperial disintegration. After lasting two centuries, from 1206 to 1405, the world’s largest land-based empire disappeared without a trace.

Thereafter, Europe became both the locus of global power and the focus of the main struggles for global power. Indeed, in the course of approximately three centuries, th small northwestern periphery of the Eurasian continent attained — through the projection of maritime power and for the first time ever — genuine global domination as European power reached, and asserted itself on, every continent of the globe.

It is noteworthy that the Western European imperial hegemons were demographically not very numerous, especially when compared to the numbers effectively subjugated. Yet by the beginning of the twentieth century, outside of the Western Hemisphere (which two centuries earlier had also been subject to Western European control and which was inhabited predominantly by European emigrants and their descendants), only China, Russia, the Ottoman Empire, and Ethiopia were free of Western Europe’s domination (see map on page 18).

However, Western European domination was not tantamount to the attainment of global power by Western Europe. The essential reality was that of Europe’s civilizational global supremacy and of fragmented European continental power. Unlike the land conquest of the Eurasian heartland by the Mongols or by the subsequent Russian Empire, European overseas imperialism was attained through ceaseless transoceanic exploration and the expansion of maritime trade.

This process, however, also involved a continuous struggle among the leading European states not only for the overseas dominions but for hegemony within Europe itself. The geopolitically consequential fact was that Europe’s global hegemony did not derive from hegemony in Europe by any single European power.

Broadly speaking, until the middle of the seventeenth century, Spain was the paramount European power. By the late fifteenth century, it had also emerged as a major overseas imperial power, entertaining global ambitions. Religion served as a unifying doctrine and as a source of imperial missionary zeal. Indeed, it took papal arbitration between Spain and its maritime rival, Portugal, to codify a formal division of the world into Spanish and Portuguese colonial spheres in the Treaties of Tordesilla ( 1494) and Saragossa ( 1529).

Nonetheless, faced by English, French, and Dutch challenges, Spain was never able to assert genuine supremacy, either in Western Europe itself or across the oceans.

Spain’s preeminence gradually gave way to that of France. Until 1815, France was the dominant European power, though continuously checked by its European rivals, both on the continent and overseas.

Under Napoleon, France came close to establishing true hegemony over Europe. Had it succeeded, it might have also gained the status of the dominant global power. However, its defeat by a European coalition reestablished the continental balance of power.

For the next century, until World War I, Great Britain exercised global maritime domination as London became the world’s principal financial and trading center and the British navy «ruled the waves.»

Great Britain was clearly paramount overseas, but like the earlier European aspirants to global hegemony, the British Empire could not single-handedly dominate Europe. Instead, Britain relied on an intricate balance-of-power diplomacy and eventually on an Anglo-French entente to prevent continental domination by either Russia or Germany.

The overseas British Empire was initially acquired through a combination of exploration, trade, and conquest. But much like its Roman and Chinese predecessors or its French and Spanish rivals, it also derived a great deal of its staying power from the perception of British cultural superiority.

That superiority was not only a matter of subjective arrogance on the part of the imperial ruling class but was a perspective shared by many of the non-British subjects. In the words of South Africa’s first black president, Nelson Mandela: «I was brought up in a British school, and at the time Britain was the home of everything that was best in the world. I have not discarded the influence which Britain and British history and culture exercised on us.» Cultural superiority, successfully asserted and quietly conceded, had the effect of reducing the need to rely on large military forces to maintain the power of the imperial center.

By 1914, only a few thousand British military personnel and civil servants controlled about 11 million square miles and almost 400 million non-British peoples (see map on page 20).

In brief, Rome exercised its sway largely through superior military organization and cultural appeal. China relied heavily on an efficient bureaucracy to rule an empire based on shared ethnic identity, reinforcing its control through a highly developed sense of cultural superiority. The Mongol Empire combined advanced military tactics for conquest with an inclination toward assimilation as the basis for rule.

The British (as well as the Spanish, Dutch, and French) gained preeminence as their flag followed their trade, their control likewise reinforced by superior military organization and cultural assertiveness.

But none of these empires were truly global. Even Great Britain was not a truly global power. It did not control Europe but only balanced it.

A stable Europe was crucial to British international preeminence, and Europe’s self-destruction inevitably marked the end of British primacy.

In contrast, the scope and pervasiveness of American global power today are unique. Not only does the United States control all of the world’s oceans and seas, but it has developed an assertive military capability for amphibious shore control that enables it to project its power inland in politically significant ways. Its military legions are firmly perched on the western and eastern extremities of Eurasia, and they also control the Persian Gulf. American vassals and tributaries, some yearning to be embraced by even more formal ties to Washington, dot the entire Eurasian continent, as the map on page 22 shows.

America’s economic dynamism provides the necessary precondition for the exercise of global primacy. Initially, immediately after World War II, America’s economy stood apart from all others, accounting alone for more than 50 percent of the world’s GNP. The economic recovery of Western Europe and Japan, followed by the wider phenomenon of Asia’s economic dynamism, meant that the American share of global GNP eventually had to shrink from the disproportionately high levels of the immediate postwar era.

Nonetheless, by the time the subsequent Cold War had ended, America’s share of global GNP, and more specifically its share of the world’s manufacturing output, had stabilized at about 30 percent, a level that had been the norm for most of this century, apart from those exceptional years immediately after World War II.

More important, America has maintained and has even widened its lead in exploiting the latest scientific breakthroughs for military purposes, thereby creating a technologically peerless military establishment, the only one with effective global reach. All the while, it has maintained its strong competitive advantage in the economically decisive information technologies.

American mastery in the cutting-edge sectors of tomorrow’s economy suggests that American technological domination is not likely to be undone soon, especially given that in the economically decisive fields, Americans are maintaining or even widening their advantage in productivity over their Western European and Japanese rivals.

To be sure, Russia and China are powers that resent this American hegemony. In early 1996, they jointly stated as much in the course of a visit to Beijing by Russia’s President Boris Yeltsin. Moreover, they possess nuclear arsenals that could threaten vital U.S. interests. But the brutal fact is that for the time being, and for some time to come, although they can initiate a suicidal nuclear war, neither one of them can win it.

Lacking the ability to project forces over long distances in order to impose their political will and being technologically much more backward than America, they do not have the means to exercise — nor soon attain — sustained political clout worldwide.

In brief, America stands supreme in the four decisive domains of global power: militarily, it has an unmatched global reach; economically, it remains the main locomotive of global growth, even if challenged in some aspects by Japan and Germany (neither of which enjoys the other attributes of global might); technologically, it retains the overall lead in the cutting-edge areas of innovation; and culturally, despite some crassness, it enjoys an appeal that is unrivaled, especially among the world’s youth — all of which gives the United States a political clout that no other state comes close to matching. It is the combination of all four that makes America the only comprehensive global superpower.

THE AMERICAN GLOBAL SYSTEM

Although America’s international preeminence unavoidably evoques similarities to earlier imperial systems, the differences are more essential. They go beyond the question of territorial scope. American global power is exercised through a global system of distinctively American design that mirrors the domestic American experience. Central to that domestic experience is the pluralistic character of both the American society and its political system.

The earlier empires were built by aristocratic political elites and were in most cases ruled by essentially authoritarian or absolutist regimes. The bulk of the populations of the imperial states were either politically indifferent or, in more recent times, infected by imperialist emotions and symbols. The quest for national glory, «the white man’s burden,» «la mission civilisatrice,» not to speak of the opportunities for personal profit — all served to mobilize support for imperial adventures and to sustain essentially hierarchical imperial power pyramids.

The attitude of the American public toward the external projection of American power has been much more ambivalent. The public supported America’s engagement in World War II largely because of the shock effect of the Japanese attack on Pearl Harbor. The engagement of the United States in the Cold War was initially endorsed more reluctantly, until the Berlin blockade and the subsequent Korean War.

After the Cold War had ended, the emergence of the United States as the single global power did not evoke much public gloating but rather elicited an inclination toward a more limited definition of American responsibilities abroad. Public opinion polls conducted in 1995 and 1996 indicated a general public preference for «sharing» global power with others, rather than for its monopolistic exercise.

Because of these domestic factors, the American global system emphasizes the technique of co-optation (as in the case of defeated

rivals — Germany, Japan, and lately even Russia) to a much greater extent than the earlier imperial systems did. It likewise relies heavily on the indirect exercise of influence on dependent foreign elites, while drawing much benefit from the appeal of its democratic principles and institutions. All of the foregoing are reinforced by the massive but intangible impact of the American domination of global communications, popular entertainment, and mass culture and by the potentially very tangible clout of America’s technological edge and global military reach.

Cultural domination has been an underappreciated facet of American global power. Whatever one may think of its aesthetic values, America’s mass culture exercises a magnetic appeal, especially on the world’s youth. Its attraction may be derived from the hedonistic quality of the lifestyle it projects, but its global appeal is undeniable.

American television programs and films account for about three-fourths of the global market. American popular music is equally dominant, while American fads, eating habits, and even clothing are increasingly imitated worldwide. The language of the Internet is English, and an overwhelming proportion of the global computer chatter also originates from America, influencing the content of global conversation.

Lastly, America has become a Mecca for those seeking advanced education, with approximately half a million foreign students flocking to the United States, with many of the ablest never returning home. Graduates from American universities are to be found in almost every Cabinet on every continent.

The style of many foreign democratic politicians also increasingly

emulates the American. Not only did John F. Kennedy find eager imitators abroad, but even more recent (and less glorified) American political leaders have become the object of careful study and political imitation. Politicians from cultures as disparate as the Japanese and the British (for example, the Japanese prime minister of the mid-1990s, Ryutaro Hashimoto, and the British prime minister, Tony Blair – and note the «Tony,» imitative of «Jimmy» Carter, «Bill» Clinton, or «Bob» Dole) find it perfectly appropriate to copy Bill Clinton’s homey mannerisms, populist common touch, and public relations techniques.

Democratic ideals, associated with the American political tradition, further reinforce what some perceive as America’s «cultural imperialism.» In the age of the most massive spread of the democratic form of government, the American political experience tends to serve as a standard for emulation.

The spreading emphasis worldwide on the centrality of a written constitution and on the supremacy of law over political expediency, no matter how short-changed in practice, has drawn upon the strength of American constitutionalism.

In recent times, the adoption by the former Communist countries of civilian supremacy over the military (especially as a precondition for NATO membership) has also been very heavily influenced by the U.S. system of civilmilitary relations.

The appeal and impact of the democratic American political system has also been accompanied by the growing attraction of the American entrepreneurial economic model, which stresses global free trade and uninhibited competition.

As the Western welfare state, including its German emphasis on «codetermination» between entrepreneurs and trade unions, begins to lose its economic momentum, more Europeans are voicing the opinion that the more competitive and even ruthless American economic culture has to be emulated if Europe is not to fall further behind. Even in Japan, greater individualism in economic behavior is becoming recognized as a necessary concomitant of economic success.

The American emphasis on political democracy and economic development thus combines to convey a simple ideological message that appeals to many: the quest for individual success enhances freedom while generating wealth. The resulting blend of idealism and egoism is a potent combination. Individual self-fulfillment is said to be a God-given right that at the same time can benefit others by setting an example and by generating wealth.

It is a doctrine that attracts the energetic, the ambitious, and the highly competitive.

As the imitation of American ways gradually pervades the world, it creates a more congenial setting for the exercise of the indirect and seemingly consensual American hegemony. And as in the case of the domestic American system, that hegemony involves a complex structure of interlocking institutions and procedures, designed to generate consensus and obscure asymmetries in power and influence.

American global supremacy is thus buttressed by an elaborate system of alliances and coalitions that literally span the globe.

The Atlantic alliance, epitomized institutionally by NATO, links the most productive and influential states of Europe to America, making the United States a key participant even in intra-European affairs. The bilateral political and military ties with Japan bind the most powerful Asian economy to the United States, with Japan remaining (at least for the time being) essentially an American protectorate. America also participates in such nascent trans-Pacific multilateral organizations as the Asia-Pacific Economic Cooperation Forum (APEC), making itself a key participant in that region’s affairs. The Western Hemisphere is generally shielded from outside influences, enabling America to play the central role in existing hemispheric multilateral organizations.

Special security arrangements in the Persian Gulf, especially after the brief punitive mission in 1991 against Iraq, have made that economically vital region into an American military preserve. Even the former Soviet space is permeated by various American-sponsored arrangements for closer cooperation with NATO, such as the Partnership for Peace.

In addition, one must consider as part of the American system the global web of specialized organizations, especially the «international» financial institutions. The International Monetary Fund (IMF) and the World Bank can be said to represent «global» interests, and their constituency may be construed as the world. In reality, however, they are heavily American dominated and their origins are traceable to American initiative, particularly the Bretton Woods Conference of 1944.

Unlike earlier empires, this vast and complex global system is not a hierarchical pyramid. Rather, America stands at the center of an interlocking universe, one in which power is exercised through continuous bargaining, dialogue, diffusion, and quest for formal

consensus, even though that power originates ultimately from a single source, namely, Washington, D.C. And that is where the power game has to be played, and played according to America’s domestic rules.

Perhaps the highest compliment that the world pays to the centrality of the democratic process in American global hegemony is the degree to which foreign countries are themselves drawn into the domestic American political bargaining. To the extent that they can, foreign governments strive to mobilize those Americans with whom they share a special ethnic or religious identity.

Most foreign governments also employ American lobbyists to advance their case, especially in Congress, in addition to approximately one thousand special foreign interest groups registered as active in America’s capital. American ethnic communities also strive to influence U.S. foreign policy, with the Jewish, Greek, and Armenian lobbies standing out as the most effectively organized.

American supremacy has thus produced a new international order that not only replicates but institutionalizes abroad many of the features of the American system itself. Its basic features include a collective security system, including integrated command and forces ( NATO, the U.S.-Japan Security Treaty, and so forth); regional economic cooperation ( APEC, NAFTA [North American Free Trade Agreement]) and specialized global cooperative institutions (the World Bank, IMF, WTO [World Trade Organization]); procedures that emphasize consensual decision making, even if dominated by the United States; a preference for democratic membership within key alliances; a rudimentary global constitutional and judicial structure (ranging from the World Court  to a special tribunal to try Bosnian war crimes).

Most of that system emerged during the Cold War, as part of America’s effort to contain its global rival, the Soviet Union. It was thus ready-made for global application, once that rival faltered and America emerged as the first and only global power. Its essence has been well encapsulated by the political scientist G. John Ikenberry:

“It was hegemonic in the sense that it was centered around the United States and reflected American-styled political mechanisms and organizing principles. It was a liberal order in that it was legitimate and marked by reciprocal interactions. Europeans [one may also add, the Japanese] were able to reconstruct and integrate their societies and economies in ways that were congenial with American hegemony but also with room to experiment with their own autonomous and semi- independent political systems . . . The evolution of this complex system served to «domesticate» relations among the major Western states. There have been tense conflicts between these states from time to time, but the important point is that conflict has been contained within a deeply embedded, stable, and increasingly articulated political order. . . The threat of war is off the table. [2]

Currently, this unprecedented American global hegemony has no, rival. But will it remain unchallenged in the years to come?


[1] Donald Puchala. «The History of the Future of International Relations», Ethics and International Affairs 8 ( 1994):183.

[2] From his paper «Creating Liberal Order: The Origins and Persistence of the PostwarWestern Settlement,» University of Pennsylvania, Philadelphia, November 1995.

Los 10 principales desarrollos geopolíticos para 2024. EY

El Grupo Geoestratégico de Negocios de EY ha dado a conocer la Perspectiva Geoestratégica 2024, que examina cómo la geopolítica afectará a los negocios en el próximo año.

La geopolítica en 2024 será volátil e inestable. Antes de profundizar en la Perspectiva Geoestratégica 2024 (pdf), primero hagamos un repaso del año pasado. ¿Qué tan estrechamente se alinearon las expectativas en la Perspectiva Geoestratégica 2023 con la realidad?

    Acerca de las Perspectivas Geoestratégicas 2024

El año pasado fue otro más en el que las empresas se enfrentaron a una extraordinaria colección de acontecimientos geopolíticos y tendencias cada vez más profundizadas. Muchos desarrollos geopolíticos se desarrollaron en gran medida como esperábamos.

La “volatilidad estabilizada” —uno de los temas generales que identificamos en nuestra Perspectiva Geoestratégica 2023— demostró ser una descripción apta de las tensiones geopolíticas y la intervención gubernamental en las economías que persisten y se estabilizan a un nivel elevado.

No obstante, las tensiones geopolíticas comenzaron a aumentar nuevamente en el cuarto trimestre, particularmente en Medio Oriente, una región que no habíamos incluido en nuestros 10 principales desarrollos para 2023.

Nuestro segundo tema general de 2023 también resistió la prueba del tiempo: los gobiernos de todo el mundo enfrentaron una variedad de “compensaciones políticas”. Entre las áreas políticas más consecuentes y dinámicas ha estado la seguridad energética y las preocupaciones de sostenibilidad asociadas. La política climática sigue reinando cerca de lo más alto de la agenda para muchos gobiernos, culminando en la reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2023 (COP28) en los Emiratos Árabes.

No obstante, los bancos centrales y los encargados de formular políticas fiscales manejaron la paradoja de la inflación y la recesión mejor de lo que se esperaba. Y no previmos qué tan rápido surgiría la inteligencia artificial (IA) generativa, por lo que fue una sorpresa que la regulación de la IA saltara a lo más alto de la agenda.

De cara al futuro, muchos de los temas y desarrollos de 2023 continuarán teniendo lugar en 2024.

1.Navegar por un mundo multipolar

Un rasgo definitorio del entorno geopolítico en 2024 será la multipolaridad. Un mayor número de actores poderosos dará forma a un sistema mundial cada vez más complejo. Como grandes potencias, la Unión Europea, Estados Unidos y China continuarán dando forma al entorno operativo global de manera profunda.

Los estados geopolíticos oscilantes —países como India, Arabia Saudita, Turquía, Sudáfrica y Brasil (Rusia), que no están específicamente alineados con ninguna potencia o bloque importante— ganarán más peso en la agenda internacional.

    Un gráfico de líneas que muestra cómo la atención corporativa a la geopolítica ha menguado un poco desde que llegó a su punto máximo a principios de 2022, a pesar de que el riesgo político global sigue siendo elevado.

Los riesgos políticos están creando tanto retos como oportunidades para las organizaciones globales, lo que hace imperativo desarrollar enfoques más estratégicos para gestionar el riesgo político. El Grupo Geoestratégico de Negocios ayuda a las empresas a hacer esto traduciendo los conocimientos geopolíticos en una estrategia de negocios.

Los países más pequeños y los actores no estatales también aprovecharán las oportunidades para volver a trazar las fronteras o dar forma a su rincón del multiverso geopolítico. La guerra en Ucrania y los conflictos geopolíticos que han estallado en varias otras partes del mundo pueden ser solo el comienzo.

2. Eliminar los riesgos en las cadenas de suministros globales

La segunda característica definitoria de la geoestrategia en 2024 será la eliminación de riesgos. La pandemia de COVID-19 y la guerra en Ucrania pusieron de relieve las dependencias globales de los países y los desafíos para lograr la resiliencia con cadenas de suministros justo a tiempo y globalizadas —especialmente cuando la producción se concentró en un pequeño número de mercados.

Los gobiernos han respondido retomando o ampliando su dependencia de la política industrial. Intentan promover una mayor producción nacional de productos críticos. En ciertos mercados, la competencia geopolítica ya se ha incorporado a estas políticas industriales. Veremos más de esta conexión explícita entre política económica y política exterior o de seguridad nacional en el próximo año.

3. Los países compiten por innovar en IA y regularla

Sobre la base de su impulso en 2023, la geopolítica de la IA cobrará más importancia en 2024. Los gobiernos correrán para regular la IA para reducir el potencial de riesgos sociopolíticos.

Pero los formuladores de políticas intentarán simultáneamente fomentar la innovación nacional en Inteligencia Artificial para competir geopolíticamente. Como resultado, la IA será una dinámica central en las relaciones entre Estados Unidos y China. En 2024, las carreras duales para innovar y regular la IA acelerarán el cambio hacia bloques geopolíticos distintos.

4. Los océanos toman protagonismo geoestratégico

Pero 2024 también será diferente en varias formas importantes. La geopolítica de los océanos ocupará un lugar más prominente en el zeitgeist global. Los océanos albergan el 94 % de toda la vida en nuestro planeta, y son un recurso económico y de seguridad nacional cada vez más importante. Un asombroso 90 % del comercio mundial de mercancías se envía a través de rutas marítimas, pero muchos de los corredores de tránsito marítimo más transitados del mundo corren el riesgo de sufrir disrupciones geopolíticas.

Y se pronostica que la minería de aguas profundas representará al menos un tercio del suministro de minerales críticos necesarios para la transición energética. Las empresas deberán tener en cuenta la geopolítica oceánica a la hora de establecer su cadena de suministros y estrategias de sostenibilidad.

5. Elecciones en todas partes al mismo tiempo

Y 2024 será un año de elecciones —lo llamamos el superciclo de elecciones globales—. Los votantes acudirán a las urnas en mercados que representan alrededor del 54 % de la población mundial y casi el 60 % del PIB mundial. Esto generará incertidumbre regulatoria y política en el corto y el mediano plazo. Podemos mirar hacia atrás en algunas —especialmente Estados Unidos y la Unión Europea— como las elecciones más consecuentes en décadas, en medio de visiones contrapuestas para las relaciones internacionales y la política económica que impactarán fundamentalmente en el entorno empresarial mundial.

Perspectivas Geoestratégicas 2024

Los acontecimientos actuales enturbian el panorama geopolítico y elevan el riesgo de una escalada de conflictos más significativa en el próximo año.

Pero lo que está muy claro es que la geopolítica se ha convertido en un multiverso: una mezcla compleja de alianzas y rivalidades, con superposición bilateral, regional y de otro tipo de agrupaciones institucionales. Estas dinámicas, sumadas a que más países se dirijan a las urnas en 2024 que en cualquier año de la historia reciente, elevan la probabilidad de sorpresas geopolíticas en 2024 —tanto a la baja como al alza—.

La geopolítica que rodea a la Inteligencia Artificial y los océanos son solo dos de los 10 principales desarrollos geopolíticos en la Perspectiva Geoestratégica 2024. El Grupo Geoestratégico de Negocios de EY seleccionó estos desarrollos porque es más probable que tengan impactos significativos en organizaciones de todos los sectores y geografías en 2024. A medida que los ejecutivos buscan anticipar y planificar las disrupciones geopolíticas, será importante tener en cuenta dos temas clave en 2024.

El primero es la multipolaridad, ya que el poder geopolítico se vuelve más disperso en medio de una mayor competencia entre bloques o redes de alianzas. El segundo es la reducción de riesgos, con posturas políticas de los países que buscan reducir las dependencias globales, priorizando la seguridad nacional (ampliamente definida) sobre consideraciones puramente económicas.

    Una ilustración interactiva de los 10 principales desarrollos geopolíticos en la Perspectiva Geoestratégica 2024. Esos desarrollos son los siguientes:

        El multiverso geopolítico

        La creciente influencia de los estados geopolíticos oscilantes y de los jugadores más pequeños que buscan cambiar el statu quo creará un multiverso más complejo. Las empresas deben realinear su huella global y su estrategia corporativa para adaptarse a un panorama geopolítico multipolar.

        Geopolítica de la Inteligencia Artificial

        Las carreras duales para innovar y regular la IA acelerarán el cambio hacia bloques geopolíticos distintos. Las empresas necesitan desarrollar modelos de negocio y estrategias tecnológicas en torno a la IA que tengan en cuenta diferentes enfoques regulatorios en los distintos mercados.

        Desafíos internos en Estados Unidos y China

        Los riesgos políticos se acentúan dentro de cada mercado y podrían tener repercusiones en la geopolítica y el crecimiento mundial. Las empresas deben tener en cuenta los desafíos internos en Estados Unidos y China, así como su impacto en otros países expuestos a estos dos mercados, en las estrategias corporativas.

        Superciclo de elecciones mundiales

        Las múltiples elecciones que se avecinan en todo el mundo generarán incertidumbre regulatoria y de políticas, con implicaciones a largo plazo para las estrategias industriales, las políticas climáticas y los conflictos militares en curso. Las empresas necesitan realizar análisis de escenarios para explorar los impactos potenciales.

        Priorizar la seguridad económica

        Las medidas de seguridad económica para «reducir el riesgo» de las interdependencias mundiales serán una herramienta primordial en la competencia geoestratégica. Las empresas deben evaluar si partes de sus cadenas de suministros son estratégicas para los gobiernos ahora o estratégicas en el futuro y adaptar su estrategia de cadena de suministros en consecuencia.

        La agenda de diversificación

        La diversificación de la cadena de valor planteará riesgos políticos tanto al alza como a la baja para las empresas que ingresen o se expandan en mercados alternativos. Las empresas deben repensar sus estrategias de cadena de suministros y potencialmente ampliar la capacidad de producción y las relaciones con los proveedores en nuevos mercados.

        Geopolítica de los océanos

        La competencia por los océanos del mundo se intensificará en 2024, con implicaciones para las cadenas de suministros, los flujos de datos, el suministro de alimentos y la seguridad energética. Las empresas deben desarrollar resiliencia ante los impactos potenciales de los aumentos de tarifas de seguros marítimos, los retrasos en los envíos o los daños de carga y embarcaciones.

        Competencia por los commodities

        La competencia geopolítica se intensificará para asegurar suministros de minerales críticos, alimentos y agua. Las empresas necesitan analizar el acceso actual y futuro a las energías renovables y al agua en los mercados de todo el mundo, así como el potencial de atención pública sobre su uso del agua y de la energía.

        Políticas verdes de doble vía

        Los objetivos nacionales de crecimiento económico y seguridad energética impulsarán las políticas climáticas de los países. Las empresas deben incorporar a sus programas de sostenibilidad los riesgos y oportunidades que se derivan de las políticas, y al mismo tiempo mantenerse a la vanguardia de la curva regulatoria a nivel mundial.

        Imperativo de adaptación climática

        A pesar de que los formuladores de políticas se esfuerzan por mitigar el cambio climático mediante la reducción de emisiones, la urgencia de adaptarse a los riesgos físicos actuales del cambio climático se centrará más en la atención. Las empresas deben explorar oportunidades para invertir en soluciones basadas en la naturaleza y otras iniciativas de adaptación.

Los 10 principales desarrollos geopolíticos en la Perspectiva Geoestratégica 2024 tendrán impactos de base amplia en las empresas de todos los sectores y geografías. Pero es probable que cada desarrollo tenga impactos más directos en ciertos sectores y subsectores, particularmente en el corto y el mediano plazo.

    Una ilustración visual de cómo los 10 principales desarrollos geopolíticos en la Perspectiva Geoestratégica 2024 pueden impactar ciertos sectores y subsectores. Los sectores y los impactos previstos son:

        Manufactura avanzada y movilidad

        Es probable que las políticas de seguridad económica brinden oportunidades de crecimiento e inversión para los fabricantes. Pero la competencia por los commodities afectará el precio y la disponibilidad de insumos críticos.

        Productos de consumo y retail

        Las políticas climáticas pueden brindar oportunidades para que las empresas de consumo inviertan en este espacio. Pero el riesgo de que las tensiones geopolíticas disrumpan las rutas marítimas críticas podría elevar los costos de envío y las tarifas de seguros.

        Energía y recursos

        Las políticas verdes de doble vía afectarán a los modelos y estrategias de negocio en todo el sector. La competencia por los commodities planteará riesgos y oportunidades para los mineros, los servicios públicos y los productores de biocombustibles.

        Servicios financieros

        La seguridad económica y la agenda de diversificación están afectando las huellas y estrategias globales de bancos y aseguradoras. Y el multiverso geopolítico afectará los tipos de cambio y los mercados de divisas.

        Gobierno e infraestructura

        El superciclo electoral mundial en muchos casos ralentizará la agenda de formulación de políticas. Y los sistemas electorales estarán en riesgo de interferencia extranjera a través de ciberataques, campañas de desinformación u operaciones financieras.

        Ciencias de la salud y bienestar

        Las políticas de seguridad económica pueden afectar la huella global y las cadenas de suministros de las empresas. La geopolítica de la Inteligencia Artificial afectará a las empresas que están explorando cómo aprovechar la IA para transformar el cuidado de la salud.

        Private equity

        Es probable que la seguridad económica cree oportunidades para financiar inversiones y lanzar más start-funds. La geopolítica de la IA y el imperativo de adaptación climática afectarán las tesis de inversión de los fondos.

        Tecnología, medios y telecomunicaciones

        Las políticas de seguridad económica afectarán las inversiones y ventas de fabricantes de semiconductores y empresas de telecomunicaciones. El alto uso de energía de los centros de datos podría ser objeto de escrutinio.

Tres pasos a seguir para prosperar en medio de la complejidad

La multipolaridad y la eliminación de riesgos plantearán tanto desafíos como oportunidades para las empresas de todo el mundo. Cada uno de los desarrollos explorados en la Perspectiva Geoestratégica 2024 afectará a las empresas de maneras únicas y, por lo tanto, requerirán acciones geoestratégicas específicas para capitalizar las oportunidades que presenten al tiempo que mitiguen los riesgos que plantean. A un alto nivel, hay tres movimientos geoestratégicos sin arrepentimientos que las empresas deberían tomar.

1. Construir consideraciones geopolíticas en modelos y estrategias de negocio.

En esta era de profundos cambios en el sistema internacional, la importancia de la geopolítica para la estrategia corporativa se encuentra en su nivel más alto en una generación. Entretejer con éxito dinámicas geopolíticas en la estrategia corporativa será cada vez más una ventaja competitiva.

2. Aumentar la resiliencia de las cadenas de suministros globales.

Las cadenas de suministros de muchas empresas están expuestas a desarrollos geopolíticos. Los ejecutivos necesitan determinar cómo pueden posicionar mejor el modelo operativo de su compañía y la estrategia de la cadena de suministros para ajustar de manera proactiva y aumentar su resiliencia a las disrupciones geopolíticas.

3. Adaptar las estrategias de sostenibilidad a las realidades geopolíticas.

La multipolaridad y la eliminación de riesgos están influyendo en los enfoques gubernamentales de las políticas en materia de cambio climático y recursos naturales, lo que afectará los requerimientos de sostenibilidad, costos, oportunidades competitivas y estrategia de las empresas. Los ejecutivos deben incorporar nuevas políticas y regulaciones, así como señales de cómo dichas políticas pueden evolucionar en el futuro, en sus estrategias de sostenibilidad.

Geopolítica 2024. Anatomía de una policrisis, con Ignacio Ramonet. Mayo de 2024

En 2024, y en vísperas de las elecciones europeas y estadounidenses, el mundo se ve impactado por una serie de seísmos (militares, climáticos, económicos, sanitarios, religiosos, sociológicos, tecnológicos) que se producen simultáneamente, se retroalimentan y configuran un panorama complejo que desconcierta, aturde y deprime tanto a los ciudadanos como a los gobernantes.

En este nuevo y complejo contexto de policrisis, ¿cómo entender lo que está sucediendo en Ucrania, en Oriente Próximo, en España, en América Latina? ¿Cómo anticipar el mundo que viene?

Durante casi tres años, de 2020 a 2022, la pandemia petrificó el planeta con un saldo humano de nueve millones de muertos y más de mil millones de enfermos. Cuando se empezaba a vislumbrar una salida, en febrero de 2022, estalló la guerra de Ucrania, un conflicto de dimensiones mundiales por sus consecuencias económicas, sus efectos geopolíticos y sus inéditas dimensiones militares.

Pero cuando este frente bélico pareció estancarse en una línea casi fija de trincheras, detonó otro polvorín aún más peligroso. En Gaza, el 7 de octubre de 2023, reventaba con una intensidad desconocida el conflicto más viejo del mundo: el que enfrenta en Oriente Próximo, desde hace más de un siglo, a los palestinos con el sionismo. Masacres, bombardeos indiscriminados y matanzas apocalípticas se han sucedido. Nadie puede excluir una escalada en toda la región.

A estos tres seísmos centrales, se añaden otras cinco sacudidas no menos perturbadoras:

1. En la esfera económica, el fin de la globalización sin que el capitalismo tenga una propuesta de sustitución.

2. La delicuescencia y descomposición del sistema internacional, empezando por la Organización de Naciones Unidas (ONU) y el Consejo de Seguridad, un sistema creado en 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, que no funciona pero nada lo sustituye.

3. Los efectos acelerados del cambio climático: sequías, incendios, inundaciones, heladas, ciclones y tempestades.

4. Las masivas migraciones humanas que, por primera vez, afectan a todas las regiones de la Tierra.

5. Los impactos imprevistos de las rápidas innovaciones tecnológicas en el campo de la comunicación de masas, de las redes sociales, de la inteligencia artificial, del cálculo cuántico y de la vigilancia generalizada.

Los propios gobernantes -de cualquier país- se encuentran desorientados, incapaces de comprender los nuevos retos y los nuevos desafíos que están aconteciendo a escala global. Peor aún, la mayoría de los Gobiernos se revelan inhábiles e incompetentes a la hora de fijar perspectivas y de proponer soluciones.

El mundo en 2024: cuatro claves para entender lo que viene. Enero 2024 Por Blas Moreno. EOM

La principal amenaza es una escalada regional en Oriente Próximo, pero 2024 será el año con más elecciones y una economía estancada

El tenso arranque de 2024 parece un aviso de lo que está por venir. El año ha empezado con un serio riesgo de escalada regional en Oriente Próximo y una amenaza directa al comercio global por los ataques hutíes en el mar Rojo. Son dos señales de que 2024 será complicado en los planos geopolítico y económico, especialmente para Occidente.

Pero también lo será en lo político: este es el año con más elecciones de la historia. Se votará en 78 países, que suponen más de la mitad de la población mundial, incluidos grandes potencias como Estados Unidos, India o la Unión Europea. Aunque no todas las votaciones podrán considerarse democráticas, algunas de ellas son muy inciertas y tienen el potencial de influir en el panorama global.

Oriente Próximo, el gran conflicto del 2024

La principal amenaza será una escalada regional provocada por la guerra de Gaza. Tres meses después de los ataques de Hamás, la ocupación israelí de la Franja sigue causando una enorme destrucción y la muerte de decenas de miles de palestinos en la Franja. Pero el conflicto ya se ha extendido a las costas de Yemen y amenaza con desencadenar una guerra regional que involucre a Hezbolá y otros aliados de Irán.

La guerra en la Franja continuará al menos seis meses más, aunque el Ejército israelí dice que sus operaciones podrían durar hasta dos años. Por tanto, la ocupación militar de Gaza no acabará este año. Pero sí se definirá cuál es el proyecto israelí para el territorio. Pese a que no parece haber consenso ni en el mismo Gobierno, ganan peso las voces más radicales, que piden la limpieza étnica de la Franja mientras sigue la colonización israelí de Cisjordania.

Todo ello agravará el aislamiento internacional de Israel y el descrédito de Estados Unidos. Y se sumará un frente judicial: la Corte Internacional de Justicia va a estudiar acusaciones de genocidio contra Israel y la Corte Penal Internacional valora abrir una investigación. Pero nada de ello contendrá a Israel. Solo Washington podría hacerlo, y Joe Biden no llegaría tan lejos, especialmente en año electoral.

La otra incógnita es cuánto durará el primer ministro Netanyahu en el cargo. Las encuestas le dan un resultado catastrófico, pero no tiene la obligación de presentarse a las urnas si mantiene la mayoría en el parlamento. Dos cosas podrían hacerle caer: la pérdida de apoyo de Estados Unidos, que es poco probable, o que su Gobierno se rompa a causa de las discrepancias por el futuro de Gaza. No sería descartable que los moderados o los radicales le retiraran su apoyo si perciben que se escora demasiado hacia el otro lado.

Para escapar de este callejón, Netanyahu está intentando escalar la guerra provocando a Hezbolá para que entre. Israel considera la Franja solo uno de los varios frentes en los que pretende luchar. Hablan incluso de siete: Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Irak, Yemen e Irán. Tras asentar su dominio de Gaza, el Gobierno israelí ha empezado a presionar a Hezbolá: pretenden aprovechar la ocasión para “cambiar fundamentalmente” la situación en la frontera con Líbano.

Esto supone un riesgo serio de guerra regional. La posibilidad de un ataque preventivo de Israel contra Hezbolá crece cada día. Si sucede, no solo metería en la guerra a la milicia más poderosa del mundo, sino que motivaría una respuesta del resto de milicias aliadas de Irán por todo Oriente Próximo. Podría forzar a actuar incluso a la República Islámica, lo que a su vez arrastraría a países árabes o Estados Unidos, a pesar que ninguno de estos actores quiere la guerra.

Otro factor de inestabilidad será la crisis interna de Irán. El régimen ha conseguido acallar las protestas por la obligatoriedad del velo, pero el malestar podría volver a manifestarse durante las elecciones parlamentarias de marzo de este año. De fondo, el líder supremo, Alí Jamenei, cumplirá 85 años en julio y circulan rumores sobre su mala salud, así que Irán tendrá que afrontar pronto una transición de poder que puede ser convulsa.

La crisis en Oriente Próximo afectará a la economía global, independientemente de si la guerra se expande, pero más aún si es así. Los hutíes van a seguir infligiendo un grave coste al comercio internacional con sus ataques en el mar Rojo. Acabar con esta amenaza es complicado: los hutíes utilizan armamento y tácticas baratas que solo pueden combatirse desplegando costosos buques y misiles.

Por tanto, es probable que la crisis en el mar Rojo dure meses, lo que va a suponer nuevos problemas de suministros que recordarán a los que vivimos durante la pandemia y el bloqueo del canal de Suez en 2021. Esto afectará a las industrias y hará subir los precios del petróleo. También volverá a reflotar el debate sobre la autonomía estratégica: la globalización y el comercio abierto se están resquebrajando en un mundo cada vez más securitizado.

Un mundo más convulso y polarizado

2024 continuará la tendencia que venimos viendo desde la pandemia: el mundo se vuelve más convulso y polarizado, menos abierto, más violento. Los Juegos Olímpicos de París, a finales de julio, serán un escaparate para estas tensiones geopolíticas. Probablemente se oirán críticas a la participación de Rusia e Israel, probando una vez más que la cita olímpica siempre ha sido tan política como deportiva.

La complicada situación global habla también de la decadencia del sistema de Naciones Unidas, desacreditado por su incapacidad para responder a la invasión de Ucrania o a la guerra en Gaza. También del abandono de las normas internacionales: cada vez es más habitual el uso de la fuerza y que el bando poderoso imponga su postura por la vía armada. Vimos un ejemplo evidente de esto en 2023 entre Azerbaiyán y Armenia con la crisis del Alto Karabaj, y un conato de agresión de Venezuela a Guyana por la región del Esequibo. Esta deriva va a continuar.

Occidente seguirá perdiendo relevancia. Su imagen ha quedado manchada por su forma de criticar la invasión rusa de Ucrania y ponerse de perfil ante Israel. Esta contradicción pasará factura a países como Estados Unidos o Francia, que perderán apoyo en zonas estratégicas como Oriente Próximo y el Sahel. Sin embargo, la principal preocupación de Occidente será interna: la economía en Europa está estancada y se celebran varias elecciones cruciales en las que pueden ganar peso fuerzas de la derecha radical. Especialmente importantes son las europeas en junio y las presidenciales estadounidenses en noviembre.

Del otro lado, el Sur Global, el mundo en desarrollo y en general el gran grupo de países no-occidentales está ganando confianza e independencia. Algunos de ellos son potencias medias, viejos aliados de Estados Unidos que ya no tienen miedo de relacionarse también con China o Rusia, para exasperación de Washington. La mejor demostración de esta tendencia es la expansión de los BRICS: este año han pasado de ser cinco miembros a diez, con la adhesión de Arabia Saudí, Emiratos, Egipto, Irán y Etiopía. La primera cumbre tras la ampliación se celebrará en Rusia en octubre, lo que ofrecerá una imagen del bloque alternativo al de los países ricos y será un espaldarazo diplomático para Putin.

La de los BRICS no será la única cita en la que el centro de la agenda se desplace lejos de Estados Unidos y Europa. Brasil, otra de esas potencias medias cercanas tanto a Occidente como a Rusia y China, acogerá la cumbre del G20 en Río de Janeiro en noviembre. Azerbaiyán, una dictadura familiar, importante productor de gas natural y agresora del Karabaj en 2023, será el anfitrión de la Cumbre del Clima COP29, también en noviembre, evidenciando de nuevo las contradicciones de la diplomacia occidental y la lucha contra el cambio climático.

Aunque la atención esté puesta en Oriente Próximo, otros conflictos se enquistarán o agravarán. La guerra de Ucrania se estancará: ninguno de los bandos conseguirá importantes avances ni grandes cambios territoriales. Tampoco se logrará la paz, aunque se presionará a Ucrania para que acepte una solución pactada. Los ucranianos tendrán problemas para mantener el esfuerzo bélico, pues Occidente reducirá su apoyo, distraído con las elecciones europeas y estadounidenses y el conflicto en Oriente Próximo.

Con todo, Kiev seguirá presionando en Crimea, el mar Negro y en territorio ruso con ataques aéreos. Moscú, sin embargo, ha elevado su gasto de defensa hasta un tercio del presupuesto federal y está insistiendo en el reclutamiento y recibiendo material militar de Corea del Norte e Irán. Los rusos saben que el tiempo corre a su favor en Ucrania y podrían acabar el año con algo parecido a una victoria, pues probablemente conservarán entre un 15 y un 20% del territorio ucraniano.

Rusia tiene otras razones para estar expectante ante 2024. Putin salió reforzado de 2023 tras eliminar la amenaza de Wagner y terminará de apuntalar su poder en las elecciones presidenciales del 17 de marzo, para las que no se espera ninguna sorpresa: el líder ruso podrá gobernar hasta al menos 2030. Será interesante ver si se producen protestas contra el régimen o la guerra, pero no serán un grave problema para el Kremlin. Por si fuera poco, Moscú también espera victorias en el frente diplomático. Además de acoger la cumbre de los BRICS, verá cómo su Estado títere, Bielorrusia, se integra en la Organización para la Cooperación de Shanghái, que Rusia lidera junto a China.

La otra zona que promete generar gran inestabilidad es el Sahel, donde varios países sufren guerras civiles, riesgo de golpes de Estado o ambas. Corren especial riesgo de golpe países como Chad, Guinea-Bisáu o Camerún, gobernados por largas dinastías familiares o líderes ancianos e impopulares. La caída de Chad sería especialmente preocupante, pues es uno de los garantes de la seguridad regional y el último gran aliado de Francia en la zona. Las guerras civiles en Sudán, Etiopía y Mali también podrían generar inestabilidad a sus vecinos. Fuera de África, otro país en guerra civil donde el Gobierno podría caer este año es Myanmar.

Por último, no se puede descartar otra guerra entre Armenia y Azerbaiyán. La frontera entre ambos sigue sin estar delimitada y Bakú todavía reclama un paso a su enclave de Najichevan. Pero el conflicto no es probable. El líder de Azerbaiyán, Ilham Alíyev, estará centrado en las elecciones que ha adelantado a febrero y en mantener una buena imagen internacional de cara a la COP29. Sabe además que atacar territorio armenio le generaría críticas en Rusia, Irán y Occidente, así que preferirá presionar a Armenia diplomáticamente mientras se prepara para golpear más adelante.

Estancamiento económico

La economía global ha tenido un 2023 mejor de lo esperado, pero el 2024 no será boyante. La inflación está bajando y Estados Unidos no solo no ha entrado en recesión sino que crece con claridad. Pero no son todo buenas noticias: otros dos grandes motores económicos globales, China y Alemania, están inmersos en profundas crisis. Además, 2024 ha arrancado con la amenaza al comercio global de los ataques hutíes al comercio en el mar Rojo, que ya está encareciendo el precio del petróleo y los fletes del tráfico marítimo.

Se espera que la inflación se siga suavizando y, por tanto, los tipos de interés empezarán a bajar durante la primera mitad del año. Con todo, el crecimiento económico se moderará por el nivel de los tipos, la falta de confianza de los consumidores y dos factores de riesgo adicionales: la crisis en el mar Rojo y la incertidumbre electoral. La OCDE estima un 2,7% de crecimiento global en el PIB, frente al 2,9% de 2023.

La región peor parada será Europa occidental, cuya economía, casi estancada, crecerá menos que el año pasado. Las grandes economías del euro, como Alemania, Francia o Italia, apenas superarán el 0,8% de crecimiento, cerca de la recesión. En cuanto a China, todavía se recupera de la crisis económica desencadenada por la pandemia, pero sus problemas son más profundos: su modelo productivo no funciona. Los cambios que necesita se ven ralentizados por Xi Jinping, que apuesta por securitizar la economía para mantener el pulso con Estados Unidos. Las decisiones que tome este año China serán cruciales para su futuro económico y geopolítico.

Test para la democracia

La última clave, y quizá la más importante, es que 2024 será un año histórico para la democracia. Se vota en 76 países que suponen más de 4.000 millones de personas, una cifra inédita. Y aunque no todas las votaciones serán democráticas y muchas ya tienen el resultado escrito, este ciclo electoral supone muchos retos. Varias potencias regionales se someten a las urnas, como India, Indonesia, México o Sudáfrica. También habrá elecciones con pocas garantías pero que podrían generar inestabilidad, como las de Venezuela, Pakistán, El Salvador, Senegal, República Democrática del Congo o Bangladés.

Las primeras elecciones importantes serán las presidenciales de Taiwán, el próximo 13 de enero. La política taiwanesa no suele generar mucho interés internacional. Pero esta cita es importante por lo que puede suponer para el conflicto con China, tras varios años de crecientes tensiones con la isla y Estados Unidos, y porque Taiwán es el centro de la fabricación mundial de chips.

Sin embargo, una invasión china no es probable. Se ha especulado con que Pekín quiera aprovechar el contexto de las guerras en Ucrania y Gaza y las elecciones en Estados Unidos para atacar la isla, pero Xi tiene suficientes problemas internos como para intentarlo ahora.

El primer plato fuerte electoral del año llegará con las elecciones europeas, el 9 de junio. Aunque volverá a ganar el Partido Popular, los conservadores, se espera un ascenso de la extrema derecha. La incógnita es si los radicales podrán incluso tener voz en la elección del próximo presidente de la Comisión Europea. Pero su ascenso es seguro en todo el continente, y se verá en las elecciones regionales de Alemania y en las parlamentarias de Austria, donde podrían ser primera fuerza. Sin salir de Europa, también podría haber elecciones anticipadas en el Reino Unido, en las que los laboristas arrasarán y se harán con el poder por primera vez desde 2010.

El año se cerrará con la gran cita electoral de 2024: las presidenciales en Estados Unidos. El escenario más probable sigue siendo Joe Biden contra Donald Trump, una reedición de 2020. Sin embargo, ahora el resultado sería más incierto, las encuestas están muy ajustadas. Lo que es seguro es que Trump estará inmerso en varios juicios penales durante la campaña, lo que no le impedirá presentarse. Sería inédito: un expresidente y candidato a la reelección sentado en el banquillo. Todavía es pronto para anticipar lo que pasará después. Pero sea como sea, Estados Unidos pasará el año centrado en sí mismo mientras el mundo espera nervioso a los resultados.

Con el presupuesto se cayó el telón. Eugenio Chicas. DEM. 9 de octubre de 2024

Son inocultables las insanas prioridades del bukelismo, puestas al desnudo en el proyecto de Presupuesto General de la Nación de 2025, por $9,663 millones.

“La medicina amarga” es el cruento recorte a los rubros de educación, salud, agricultura y todos los programas sociales. Este recorte es la radiografía que descubre la naturaleza ultraconservadora de este gobierno inconstitucional, que con su habitual falacia presenta un presupuesto inflado, sobrestimando los ingresos en un 10% en relación con la recaudación del año anterior.

Intenta recaudar $7,615.7 millones, una meta ilusoria en el contexto de crisis crónica que padece la economía nacional; un rasero difícil de alcanzar en un periodo de muy bajo crecimiento económico, poca inversión extranjera, severa caída de las exportaciones, grave reducción de la producción agropecuaria, alza internacional de insumos y carburantes, y contracción del mercado interno debido a la crisis.

La otra falacia de Bukele es afirmar que este es “el primer presupuesto completamente financiado sin necesidad de emitir un solo centavo de deuda para gasto corriente”; cuando en realidad incluye $1,126 millones del desembolso de 37 préstamos ya contratados, más lo que decida contraer en LETES (Letras del Tesoro), que forman parte de la viciosa práctica del régimen que llevó al país a la mayor deuda pública en su historia (84.4% del PIB), superior al resto de países de Centroamérica.

A la llegada de Bukele al poder (junio 2019) la deuda acumulada durante treinta años era de $19,241 millones. Solo en apenas cinco años, esta creció en $11,995 millones, hasta totalizar $31,236 millones. Tal es el descalabro del adeudo, que solo en 2025 El Salvador tendrá que pagar $2,144.6 millones, solo de intereses son $1,253.3 millones; y la amortización de capital serán apenas $893.1 millones.

Es claro que el objetivo del régimen bukelista es presentar esta ofrenda ante el FMI; un paquete de medidas de ajuste estructural que sacrifican a la población más desvalida con millonarios recortes en la Educación, disminuyendo $34.7 millones, y recortando 781 plazas, muchas de maestros; esto agrava más la falta de docentes, situando ésta partida en apenas 4.1% del PIB; un grave retroceso después del 4.6% alcanzado incluso en los años post pandemia (2022, 2023); y más lejos de la promesa de Bukele de hace más de cinco años de alcanzar el 6% del PIB.

Este recorte cercena programas como: Crecer y Aprender juntos de la primera infancia, parvularia, educación básica y media, sin que a la fecha hayan cumplido la promesa oficial de reparar y reconstruir mil escuelas por año. En tanto, a la Universidad de El Salvador la condenan al mismo presupuesto anterior ($124 millones), del que todavía le adeudan $50. Millones.

El colmo de la deshumanización del bukelismo será el cruento recorte al Ministerio de Salud (-$90.8 millones), dejándolo con un presupuesto de apenas el 3.1% en relación con el PIB; cuando solo la red de los 31 hospitales del sistema público ya padece un severo desabastecimiento de medicamentos e insumos.

El personal a cargo está sobrecargado y muy mal pagado. Además, faltan suficientes médicos y especialistas, técnicos y enfermeras; estas carencias provocan que pacientes referidos para atención médica de especialistas, por casos considerados de urgencia, solo consigan citas programadas con muchos meses de atraso. A sabiendas de estas precarias e inhumanas condiciones, este proyecto de presupuesto recorta 1,119 plazas solo al Ministerio de Salud, decisión que terminará colapsando el sistema por la creciente demanda de servicios.

Ni hablar del recorte de $68 millones al Ministerio de Agricultura, a sabiendas de la grave crisis de producción de alimentos que padece la población y que en el quinquenio de Bukele disparó la pobreza del 22.8% al 27.2%.

Las apuestas del bukelismo están muy claras, recortará 11,000 plazas, que se suman al despido de 21,000 trabajadores en el quinquenio anterior. Aumentan $27.8 millones al presupuesto de la Presidencia de la República para reforzar una de las actividades más eficientes del régimen, la propaganda. Incrementan $52.9 millones al presupuesto del Ministerio de la Defensa, que duplica su presupuesto en el último quinquenio. Esto, unido a la prórroga del régimen de excepción por treinta y un meses consecutivos, serán los instrumentos para aplacar la efervescencia social causada por la “medicina amarga” anunciada por Bukele.

Anacronía y ausencia de crítica en el FMLN. LPG. 9 de octubre de 2024

Aportar a la nación con autocrítica, abriendo paso a liderazgos modernos que produzcan nuevo contenido, que se aproximen a la crisis actual desde una perspectiva de izquierda democrática, que denuncien el autoritarismo y el militarismo sin la pesada carga de los compromisos de la vieja dirigencia con las dictaduras orteguista, chavista y madurista.

O desaparecer, porque la sociedad salvadoreña ya demostró que su compromiso con las banderas no es vitalicio, que si la promesa de un mejor derrotero llega en un cuenco nuevo, lo tomará sin dudar. Sería lastimoso que al proyecto de derecha conservadora instalado en este decenio no le siga una opción democratizadora; también lo sería que la izquierda salvadoreña no participe de él. Pero que él Fmln esté ausente de esa discusión no sorprendería a casi nadie.

Declaración del Frente Democrático Popular de Venezuela. Agosto de 2024

Unidos/as por la verdad, la Constitución, la soberanía popular y los derechos humanos

Nosotros y nosotras, militantes de movimientos, organizaciones sociales y políticas, con diferentes mandatos, enfoques e ideologías; comprometidos con la justicia social, la democracia y los derechos humanos, hemos decidido unirnos en un Frente Democrático Popular (FREDEPO) ─abierto y en proceso de construcción─, con el objetivo de contribuir a superar la grave crisis que atraviesa nuestro país.

Nuestro accionar parte de la defensa irrestricta de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela; su carta de derechos humanos; sus garantías para el ejercicio de la autodeterminación y la soberanía nacional; su modelo económico que busca una justa distribución de la riqueza; y su modelo político, profundamente democrático, que estimula la participación y el protagonismo del pueblo.

Nos dirigimos al pueblo venezolano y al mundo, en este momento crítico para nuestra patria, señalando lo siguiente:

1. Existen distintos hechos que generan dudas razonables sobre el resultado oficial de la elección presidencial celebrada el 28 de julio de 2024, anunciado por el presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), Elvis Amoroso, a saber:                                                       a) el anuncio de la adjudicación de la victoria al candidato Nicolás Maduro, sin presencia de todos los rectores principales del CNE, ni el previo proceso de totalización en presencia de los respectivos testigos de los candidatos presidenciales y de las organizaciones con fines políticos participantes;                                                                                  b) la denuncia del rector Amoroso de un presunto «hackeo» que interrumpió la transmisión de actas a la sala de totalización;                    c) la no realización de tres auditorías posteriores al acto de votación, entre ellas, la de “Telecomunicaciones Fase II”, prevista para el 29 de julio, y que hubiese permitido aclarar dudas sobre el presunto ataque informático;                                                                         d) dos de los candidatos opositores denuncian que las actas en su poder arrojan un resultado distinto al anunciado por el rector Amoroso;                                                                                                        e) varias de las organizaciones que formamos parte de este Frente constatamos en mesas electorales de distintos territorios del país, en donde el chavismo fue mayoría en el pasado reciente, la derrota del presidente Maduro el pasado 28 de julio;                                 f) transcurridas dos semanas desde la realización de la elección ─alegando otro supuesto ataque contra su sitio web─, el CNE no ha publicado los resultados desagregados mesa por mesa, como es costumbre desde hace casi 20 años en el país; impidiendo con ello la verificación ciudadana.                                                                                   g) las oficinas de la sede principal del CNE permanecen cerradas, por lo que no es posible hacer solicitudes y reclamos a ese ente y, contrario a lo que anunció su presidente, no se han entregado tampoco los datos desagregados por mesas y centros de votación a candidatos presidenciales, organizaciones con fines políticos, medios de comunicación, universidades, organizaciones sociales, etc.;                                                                                                                     h) la masiva, popular y espontanea movilización de indignación por los resultados anunciados que se produjo en ciudades y pueblos del país, como se puede evidenciar en cientos de videos que circularon por redes sociales, así como por nuestra propia experiencia.

Por todas estas razones, tenemos dudas legítimas sobre los resultados oficialmente anunciados.

2. En virtud de lo anterior, el FREDEPO exige al CNE que cumpla con sus obligaciones legales y publique de inmediato los resultados desagregados mesa por mesa, y que en vista de los días transcurridos, proceda a abrir las cajas electorales para que puedan ser auditadas por la ciudadanía y las organizaciones políticas participantes; y se cuente voto a voto para garantizar que los resultados reflejen fielmente la voluntad popular.

De esta exigencia depende en estos momentos la paz de la República.

3. FREDEPO observa con preocupación el recurso contencioso electoral introducido por el Presidente Maduro ante la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y advertimos que el proceso llevado hasta ahora, además de vulnerar el debido proceso y el derecho a la defensa, no se corresponde a lo establecido en la Ley para esta figura procesal.

Alertamos sobre el riesgo de que la judicialización del proceso electoral apunte a reducir la responsabilidad del Poder Electoral y rechazamos tajantemente la posibilidad de que el TSJ realice una proclamación sin que se cumplan las auditorías, se abran todas las cajas, se publiquen los datos mesas por mesa y las actas; todo lo cual corresponde al Poder Electoral.

Preocupa asimismo que el día 28 de julio, desde las redes sociales oficiales del TSJ, se felicitara al Jefe de Estado Nicolás Maduro por su reelección, adelantando opinión sobre un asunto que hoy les toca decidir. Tal hecho implica que los magistrados de esa Sala están incursos en una causal de recusación, lo que pudiera viciar de nulidad el proceso llevado adelante por la Sala Electoral del TSJ.

4. La legítima movilización popular de los días 29 y 30 de julio, que fue sofocada a través de la violencia de los cuerpos policiales y militares junto con bandas parapoliciales (mal llamadas «colectivos»), ha dejado al menos 24 personas asesinadas, según denuncian organizaciones de derechos humanos. El alto Gobierno y el Fiscal General han coincidido en un discurso criminalizador y de odio sobre los manifestantes, señalándolos de «terroristas», «tarifados», «drogadictos», «delincuentes», «entrenados en el exterior». El presidente Maduro afirmó que el Ministerio Público ha imputado como «terroristas» a 2.229 manifestantes detenidos.

Varias de las organizaciones que hacemos parte de este Frente hemos podido constatar que estas personas ─la inmensa mayoría de ellas, jóvenes provenientes de sectores populares─ son presentados en tribunales de terrorismo bajo procesos colectivos sin que se les permita acceder a una defensa privada. El presidente Maduro ha pedido a la población que, a través de la aplicación Ven App, denuncié de manera anónima a los manifestantes de sus comunidades; otro tanto ocurre en centros de trabajo de la Administración Pública.

Es evidente que la indignación que generó en los sectores populares el anuncio oficial de resultados de la elección presidencial no va a desaparecer por la represión, sino que por el contrario, esta nueva forma de violencia sobre los manifestantes, atizará la ira y deslegitimará aún más al sistema de justicia penal y al Estado en general. La violencia masiva sobre los sectores populares viene acompañada de amenazas permanentes, incitación al odio y la ejecución de prácticas de violencia selectiva sobre distintos sectores de la oposición política, organizaciones sociales, sindicalistas, periodistas, militares, así como fiscales del Ministerio Público y defensores públicos que se niegan a violar la Constitución. Detenciones arbitrarias e incomunicación de activistas sociales y dirigentes políticos se han vuelto noticia diaria estas últimas dos semanas.

Por lo anterior, el FREDEPO exige a la Defensoría del Pueblo, que acompañe a los jóvenes que están siendo injustamente procesados; que investigue la situación de sus condiciones de reclusión; que investigue los patrones de violencia institucional que están siendo denunciados y actúe para prevenirlos y promover su sanción.

Exigimos, igualmente, al Ejecutivo Nacional y al Ministerio Público que se abstengan de seguir reprimiendo al pueblo, ya sea a través de las armas o de acusaciones infundadas. Es con diálogo, justicia y respeto a la verdad y a los derechos de las mayorías, que podremos superar en paz esta crisis.

5. FREDEPO condena las expresiones de odio y violencia contra militantes del PSUV que ha dejado al menos dos fallecidos, así como casas de ese partido y bienes públicos destruidos. Expresamos nuestra solidaridad con las víctimas, sus familiares y sus compañeros de militancia, pues esas muestras de odio sólo contribuyen al clima de polarización e intolerancia. En estos momentos la unidad del pueblo es nuestra mayor fortaleza.

6. FREDEPO cuestiona firmemente la injerencia extranjera sobre los asuntos internos de Venezuela y agradece las expresiones internacionales de solidaridad con el pueblo venezolano y su demanda de presentación oficial de las actas electorales, su verificación legal con testigos de candidatos y organizaciones con fines políticos. Es el pueblo venezolano, en ejercicio pleno de su soberanía, quien debe definir su destino colectivo.

7. Finalmente, FREDEPO invita a toda la ciudadanía a mantenerse movilizada por la defensa de sus derechos políticos, investigando cuál fue el resultado en su centro de votación, comparándolo con el resultado de otras zonas cercanas y con el comportamiento electoral histórico de esos centros. Instamos también a realizar asambleas populares para discutir sobre los problemas que aquí hemos planteado y buscar soluciones colectivas.

Que cada voz cuente. De nuestra capacidad de reclamo, de organización y de movilización, dependerá el triunfo de la voluntad popular y el rescate de la Constitución y de nuestros derechos.

¡Respeto a la voluntad de las mayorías expresada en la elección presidencial del 28 de julio!

¡Cese la represión policial, militar y parapolicial!

¡Libertad para los privados de libertad injustamente detenidos, imputados y enjuiciados bajo acusaciones falsas!

Adhieren:

La Otra Campaña, Partido Comunista de Venezuela, Centrados en la Gente, Voces Antiimperialistas, Movimiento Popular Alternativo, Bloque Histórico Popular, Frente Nacional de Lucha de la Clase Trabajadora, En Común, PPT-APR.

Comprendre la crise au Venezuela de Maduro. Patrick Guillaudat. Aout 2024.

Pour tenter de comprendre ce qui se joue en 2024 au Venezuela de Nicolas Maduro, et pour en juger en toute connaissance de cause, il ne suffit pas de s’arrêter aux résultats des dernières élections de juillet et à la façon dont ils ont été, selon bien des probabilités, maquillés [1].

Il ne suffit pas non plus de prendre en compte la seule hostilité agressive des USA vis-à-vis de la révolution bolivarienne initiée par Hugo Chavez, ou encore de rappeler la saignée migratoire que le Venezuela a connue dans le sillage de difficultés économiques grandissantes [2]. Il ne suffit pas aussi d’évoquer l’apparente dérive autoritaire qu’il a parrainée depuis 2015 tout comme les manœuvres frauduleuses qu’il aurait entérinées pour coûte que coûte se maintenir au pouvoir.

Certes, tous ces éléments sont à prendre en compte, notamment pour dégager de possibles voies de sortie de crise au sein d’un pays déchiré par des rhétoriques de droite et de gauche fortement exacerbées. Mais ils ne sont pas suffisants. Pour parvenir à mettre les choses en perspective, il faut en même temps resituer le cas Maduro dans l’histoire et le prolongement de cette révolution bolivarienne dont il continue à se prétendre l’héritier.

Ne l’oublions pas : vouloir constituer des sociétés égalitaires dont les acteurs premiers sont les classes populaires et les mouvements sociaux en lutte, c’est là un objectif de gauche tout à la fois noble et exigeant, à fortiori dans le Sud global où les rapports de domination sont plus marqués et où le rôle de l’impérialisme américain ne trompe personne.

Or c’est précisément depuis cette perspective de gauche qu’Hugo Chavez a voulu se faire connaître, quand il a été élu en 1998 comme président du Venezuela. C’est la raison pour laquelle, au début des années 2000, la révolution bolivarienne au Venezuela a résonné – en Amérique latine, mais pas seulement ! – comme étant l’expression d’un renouveau, d’une espérance, la possibilité pour la gauche latino-américaine de commencer à sortir de son attentisme, de s’extraire d’attitudes purement défensives ; repliée qu’elle avait été jusqu’à présent – dans le sillage de périodes dictatoriales ou de guerres de basse intensité particulièrement traumatisantes – sur la défense des libertés individuelles et de garanties démocratiques élémentaires.

Avec sa nouvelle constitution, ses « missions », son idée d’un socialisme du 21 ème siècle, ses projets de conseils communaux, ses liens sud/sud plus égalitaires établis à travers l’Alba [3], elle a pu enthousiasmer et faire rêver d’autant plus qu’elle paraissait appartenir à un mouvement plus vaste qu’elle-même.

Car elle faisait écho au renouveau impulsé par le zapatisme mexicain du sous-commandant Marcos, ou encore paraissait se combiner au développement du mouvement altermondialiste (notamment lors des grands forums sociaux de Porto Alegre), et même un peu plus tard à l’arrivée en Équateur du gouvernement « citoyen » de Rafaël Correa comme à celle en Bolivie du gouvernement « indigène » d’Évo Morales. Une vague qui rappelait à tous et toutes, à l’encontre du néolibéralisme conquérant, qu’« un autre monde est possible »

Aussi est-ce depuis l’ensemble de cette dynamique historique que l’on peut – quand on se réclame des idéaux de la gauche – tout à la fois apprécier l’ampleur des dérives entérinées par Maduro, et découvrir les manières les plus efficaces de s’y opposer et de les dépasser. À l’instar de tout autre régime politique, celui que dirige Nicolas Maduro est le fruit d’un processus façonné par des choix d’ordre politique qui, au fil des bifurcations et alternatives qu’ils font apparaître, ne cessent de faire évoluer et transformer les rapports de force en vigueur.

Mais pour en découvrir les moments décisifs, encore faut-il pouvoir revenir à l’histoire !

1) Flash-back sur la « révolution bolivarienne »

La révolution bolivarienne [4] va commencer à se faire connaître comme telle au Venezuela, à travers l’élection d’une assemblée constituante donnant naissance dès la fin 1999 à une nouvelle constitution plus démocratique et participative que la précédente.

Mais surtout, elle va se faire connaître à travers la reprise de contrôle par le gouvernement des ressources pétrolières de la PDVSA ; entreprise nationale qui fonctionnait en toute opacité et sans rendre aucun compte à son ministère de tutelle, le ministère de l’énergie et des mines. C’est ce qui provoque la première crise ouverte avec le gouvernement d’Hugo Chavez et qui débouche sur le coup d’État raté de 2002 puis sur la grève pétrolière de 2002-2003.

Si la droite, le patronat et la principale centrale syndicale de travailleurs du Venezuela – appuyés en sous-main par les USA – tentent à ce moment-là de renverser Chavez, c’est avant tout en raison de la mise en application de la loi organique sur les hydrocarbures qui cherchait à tarir la source principale de corruption et d’enrichissement des élites économiques politiques et syndicales du pays.

En cela, la rupture du chavisme avec le patronat et les élites du Venezuela consacre avant tout une remise en cause du fameux pacte de Punto Fijo qui existait depuis 1958 et permettait aux forces et partis qui se partageaient le pouvoir de se répartir les fruits de la rente pétrolière par le biais de la corruption et d’une association tout à fait opaque entre le monde des affaires, des personnalités politiques, des hauts fonctionnaires et des dirigeants syndicaux.

Mais malgré cette alliance anti-Chávez, le coup d’État échoue grâce, autant au soutien de certains secteurs des forces armées que de la réaction massive et rapide de larges pans des classes populaires. Les putschistes sont chassés, et Chávez comprenant que son pouvoir ne tient que grâce à cet appui populaire, lance les missions, vastes et dynamiques programmes de lutte contre la pauvreté, ancrés dans les quartiers et se substituant aux services publics défaillants, notamment dans la santé, l’éducation, le logement et la culture.

Ainsi, malgré la crise économique consécutive au coup d’État et à la grève pétrolière, malgré la hausse vertigineuse du chômage et de la pauvreté qu’elle engendre, Chávez gagne le référendum révocatoire de 2004 initié par l’opposition puis est réélu triomphalement en 2006 avec 62,8% des voix.

Il y a sans doute une autre raison qui, outre les alliances anti-impérialistes qu’il ravive autour de la création de l’Alba, peut expliquer la crispation des relations qui se sont développées entre le chavisme et les élites vénézuéliennes. Il s’agit de la nature même du néolibéralisme, mode de régulation devenu si dominant en Amérique latine au tournant du millénaire, qu’il a fini par prendre un tour particulièrement dogmatique, ne tolérant aucune violation à ses règles économiques qu’il présente comme « naturelles » et indépassables, faisant dès lors du keynésianisme un ennemi à abattre coûte que coûte.

Ainsi peut-on dire que ce n’est pas tant le degré de radicalité du programme de Chávez qui provoque la colère étasunienne et celle des élites économiques mondiales, que le fait même de rendre possible un horizon différent de celui qui est imposé par le « totalitarisme néolibéral ». Dès lors, la simple redistribution des richesses, comme au Venezuela via la rente pétrolière, devient un véritable… casus beli.

2) Des avancées mais aussi des inflexions

Il reste que rapidement le pouvoir chaviste va se trouver confronter à deux épreuves de taille qui vont provoquer une inflexion à la dynamique populaire qui s’était jusqu’à présent constituée dans son sillage. La première tient au fait qu’il va perdre, en 2007 et pour la première fois un vote par référendum ; celui-ci touchant à des réformes constitutionnelles visant à lui permettre de se représenter aux élections présidentielles suivantes. Mais au lieu de prendre en compte les insatisfactions qu’un tel rejet supposait – y compris dans son propre camp –, il va accentuer le mouvement de concentration du pouvoir qui commençait à se développer autour de lui, notamment à l’occasion de la création du Parti socialiste unifié du Venezuela (PSUV) lorsqu’il en a fait un parti gouvernemental strictement aux ordres.

Il va aussi s’employer à instrumentaliser plus directement les mouvements sociaux d’origine populaire, en particulier à l’occasion de la scission opérée par les chavistes au sein du mouvement syndical pour créer une nouvelle centrale totalement inféodée au pouvoir, la centrale socialiste bolivarienne des travailleurs de la ville, de la terre et de la mer (CSBT).

La deuxième inflexion qui va avoir lieu tient aux suites de la crise économique mondiale de 2008. Sous le coup de la crise financière, plusieurs banques vénézuéliennes font faillite. Au sein du gouvernement et parmi les économistes pro-chavistes, de nombreuses voix s’élèvent pour réclamer la nationalisation du secteur bancaire et la création d’un pôle financier public.

Mais le gouvernement Chavez s’y refuse, se contentant de sauver les banques en faillite. Plus grave, pour tenter de réguler cette crise qui affecte aussi la monnaie nationale, le gouvernement va réintroduire un système de parités multiples entre le bolivar et le dollar ; système qui avait déjà été utilisé au Venezuela dans les années 1980 et 1990 et était considéré comme une des causes de l’accélération de la corruption. L’entérinement de tels choix très politiques va néanmoins entrainer, dans le contexte d’alors, des conséquences majeures.

La principale est le renforcement progressif d’une « bolibourgeoisie », terme regroupant tous ceux qui ont « fait fortune » en s’adossant au pouvoir politique et en profitant d’une rente de situation, qu’ils soient entrepreneurs, militaires ou membres des administrations ou du parti au pouvoir. Cette couche sociale va s’enrichir très rapidement notamment grâce à la spéculation sur le dollar permise par la nouvelle organisation du système monétaire.

Cet argent accumulé sera investi dans des entreprises diverses, d’abord commerciales et de transport, puis dans des entreprises productives, notamment liées à l’exploitation du sous-sol. Cette couche sociale nouvellement enrichie entre en concurrence avec la « bourgeoisie historique » qui, n’ayant plus le monopole de la redistribution de la rente pétrolière, se trouve désormais moins bien placée pour tirer profit de pratiques spéculatives.

En même temps, elle va s’opposer aussi aux revendications populaires en voyant d’un très mauvais œil les revendications d’autogestion portées par les travailleurs, ou les velléités de contrôle des comptes des entreprises publiques exigés par les syndicats.

Cette concentration du pouvoir gouvernemental autour de la personne d’Hugo Chavez ainsi que cette naissance d’une « bolibourgeoisie » sont les deux éléments qui vont affaiblir l’élan populaire des premières années, tout comme vider de leur contenu les réformes touchant à la mise en place des conseils communaux, renforçant au passage toutes les contradictions qui taraudaient le cours de la révolution bolivarienne.

Au point de conduire à une étrange schizophrénie qui deviendra d’ailleurs la marque par excellence de Nicolas Maduro quand en 2013 il succédera à Chavez atteint alors d’un grave cancer ; une schizophrénie grandissante entre la proclamation de volontés radicales, anti-impérialistes et socialistes, et la mise en application de choix économiques et politiques en tous points inverses, néolibéraux et propres au capitalisme extractiviste.

À la veille de sa mort, en 2012, Chávez lui-même dresse un bilan sévère et lucide de l’évolution du pays dans son texte El Golpe de Timón. Il propose un cours nouveau et appelle à lutter contre la corruption et la bureaucratisation tout en relançant le développement de conseils communaux, l’autogestion dans les entreprises et le développement du coopérativisme.

Il reste que toutes ces recommandations ne seront pas suivies par Nicolas Maduro. Au contraire les ministres de Chávez qui avaient travaillé sur ces réflexions critiques, sont rapidement exclus de son gouvernement puis, pour certains, du PSUV. Et, on va le voir, il s’enferrera de plus en plus dans cette schizophrénie perverse et sans issue.

3) Avec Nicolas Maduro : des politiques économiques pro-business

On s’est donc avec Nicolas Maduro, de plus en plus éloigné des idéaux et élans premiers de la révolution bolivarienne. Et pour en comprendre la portée, il n’y a rien de mieux que de passer en revue, quelques-unes des politiques qu’il a mises en place à partir de son arrivée à la présidence en 2013, en n’omettant pas de rappeler néanmoins le cadre préexistant dans lequel elles se sont déployées.

En effet, comme le fait remarquer l’économiste de gauche Manuel Sutherland, « On observe que la politique économique bolivarienne n’a rien à voir avec un changement révolutionnaire anticapitaliste ni avec aucune métamorphose des relations sociales de production. Le processus bolivarien a été plutôt une variante des politiques économiques qui dérivent de ce que l’on appelle le « rentisme pétrolier » [5] ».

Il ne faut pas oublier que le rentisme pétrolier a été le moteur du changement social au Venezuela, mais avec toutes les limites qu’un tel système emporte avec lui. Car si la rente des hydrocarbures a pu financer les missions sociales, la lutte contre la pauvreté, la création des universités bolivariennes, le développement de liens diplomatiques fructueux à travers l’Alba, etc., il n’y a pas eu parallèlement d’investissements substantiels permettant au Venezuela de développer sa propre production et ainsi de desserrer ses liens de dépendance avec les puissances étrangères, alors que les importations de produits manufacturés et alimentaires se sont maintenues à un rythme soutenu pour répondre à la demande intérieure grandissante.

Rien d’étonnant dans cette situation à ce que les effets économiques et sociaux du blocus décrété par les USA en 2019 aient pu être à ce point catastrophiques pour la population. Et qui plus est, dans un contexte où la chute des prix du pétrole amorcée depuis 2014 avait déjà sapé les fondements d’une économie s’appuyant quasi exclusivement sur les avantages procurés par la rente pétrolière.

Ces facteurs ont d’autant plus joué que depuis 2014, le gouvernement maduriste a accéléré la politique rentiste et extractiviste ainsi que l’ouverture accrue aux capitaux privés, nationaux et étrangers. On peut penser à ce propos à la loi de novembre 2014 portant sur la création des Zones Économiques Spéciales (ZES) qui permettent d’exploiter les ressources du sous-sol ou forestières en abrogeant des droits sociaux des travailleurs mais aussi les droits liés à la préservation de la nature et des peuples indigènes. La plus emblématique est celle de l’Arc Minier de l’Orénoque dont la surface équivaut à celle du Portugal. Or, toutes ces zones, sortes de concessions livrées aux entreprises, connaissent une hausse vertigineuse des trafics, une montée en puissance des groupes armés et une dégradation des conditions de vie des populations locales.

On peut penser aussi à la loi du 28 décembre 2017 touchant à la protection des investissements étrangers qui fera dire à nombre de soutiens du chavisme qu’elle exprime la victoire du lobby néolibéral au sein du pouvoir [6]. Pour preuve les articles de loi qui permettent aux investisseurs de rapatrier leurs profits sans délai, d’être exonérés d’impôts, de voir sécuriser leurs investissements, etc.

On peut penser enfin à la loi anti blocus publiée en octobre 2020. Avec elle, ce sont désormais les entreprises publiques qui sont ciblées en permettant l’entrée de capitaux privés dans des sphères qui leur étaient réservés. Elle permet aussi de déroger aux normes légales, y compris constitutionnelles et instaure le secret total dans les décisions concernant le secteur public.

Est-ce un hasard si seules les organisations et personnalités de gauche indépendante du PSUV ont critiqué et manifesté contre cette loi, provoquant même des remous au sein de la coalition gouvernementale en contraignant le Parti communiste vénézuélien (PCV) et Patrie pour tous (PPT) à prendre leurs distances avec Maduro ? [7]

Mais il y a plus symptomatique encore avec cette loi anti-blocus : depuis 2020, la restitution d’entreprises et de terres autrefois confisquées sous Chávez est devenue possible. A preuve l’emblématique centre commercial Sambil La Candeleria à Caracas qui a été restitué en 2022 aux premiers propriétaires après 14 ans d’expropriation!

Dans les campagnes, la loi anti-blocus a permis aussi à Maduro de privatiser de nombreuses terres, remises à des investisseurs venant d’Amérique latine ou des pays du Golfe. En 2022 c’est un millions d’hectares qui ont ainsi été louées à l’Iran pour développer des cultures intensives d’exportation.

Des projets similaires sont en cours avec la Chine, l’Inde, l’Arabie Saoudite, etc, en sachant que ce type de projet exige l’expulsion des paysans qui s’y trouvent, et que dans la plupart des cas il y a des oppositions de la part de ces derniers qui s’affrontent aux forces de sécurité, comme dans les Etats de Barinas, Mérida, Guárico, etc.

Cette évolution « pro-business » du madurisme va se trouver confirmer lors du vote de la nouvelle loi du 30 juin 2022 sur le Zones Economiques Spéciales (ZES)… adoptée – soit dit en passant – avec le soutien de la droite, puisqu’elle « favorisera l’émergence de nouveaux entrepreneurs », comme l’a exprimé Luis Eduardo Martínez, député du parti d’opposition Action Démocratique.

En somme dès sa première élection, Maduro va accélérer le virage pro-business de la révolution bolivarienne. Plus encore, pour sceller plus solidement ses rapports avec l’armée, il va peu à peu pousser les officiers supérieurs à créer des entreprises et à prendre la direction de nombreuses entreprises dans tous les domaines. Surtout il va les encourager à créer la Compañia Anónima Militar de Industrias Minera, Petrolífera y de Gas, la CAMIMPEG, entreprise d’exploitation minière crée en 2016 et dont les profits comme l’orientation reste entièrement sous leur seul contrôle.

4) Avec Nicolas Maduro : des politiques antisociales

Il faut rappeler cependant que derrière ces choix économiques se vivent de véritables drames sociaux et humains. La crise économique qui a facilité la victoire de la droite en 2015 aux élections législatives [8], s’est répercutée jusque dans les secteurs qui pouvaient être favorables au madurisme. Trop souvent les adeptes de Maduro, notamment à l’étranger, oublient que les secteurs populaires se sont souvent mobilisés contre le régime pour réclamer des augmentations de salaire ou le simple respect des conventions collectives.

Le premier soulèvement indépendant à l’encontre du régime Maduro a eu lieu le 30 juillet 2017 dans le quartier 23 de Enero, bastion historique du chavisme, où la population est descendue dans les rues pour contester l’élection à l’Assemblée Nationale Constituante du candidat officiel alors que les votes s’étaient majoritairement portés sur un candidat de gauche dissident.

Depuis dix ans la répression accrue des mouvements sociaux, notamment durant les grèves, aurait dû alerter les secteurs de gauche qui cherchent à défendre Maduro. Au Venezuela, on ne compte plus les militants arrêtés, emprisonnés, les grèves jugées illégales dans les entreprises privées et publiques et les restrictions des droits.

Il faut d’ailleurs mettre en parallèle les lois protégeant et favorisant l’enrichissement des investisseurs (y compris étrangers), aux lois antisociales qui ont été parallèlement mises en œuvre par le gouvernement Maduro. C’est un réel choix de classe.

Outre la législation sur les Zones Économiques Spéciales (ZES), il y a eu cette mesure phare contenue dans la circulaire 2792 du 11 octobre 2018 publiée par le Ministère du Pouvoir Populaire pour le Processus Social. Elle interdit la discussion autour des conventions collectives et demande de réviser les conquêtes salariales établies dans le secteur public et nationalisé. Avec la directive d’Onapre (Oficina Nacional de Presupuesto – Office National du Budget) de mars 2022 qui élargit ce dispositif, on réalise qu’il s’agit d’un véritable retour en arrière notamment en violant l’article 89 de la Constitution de 1999 qui stipule que « Aucune loi ne pourra établir des dispositions qui altèrent, l’intangibilité et la progressivité des droits et acquis des travailleurs ».

D’ailleurs les réactions populaires ont été massives avec des dizaines de milliers de travailleurs qui, en 2022, sont descendus dans les rues des différentes villes du pays, malgré l’absence remarquée de la CBST (centrale syndicale majoritaire, liée au pouvoir). Selon les travailleurs eux-mêmes, les salaires peuvent être amputés jusqu’à 70% de leur montant, annulant du coup toutes les conquêtes sociales antérieures ! Rien d’étonnant à ce que le nombre de conflits sociaux ait explosé avec 3 942 conflits recensés durant le premier semestre 2022 dont 1 642 autour de la seule question des droits des salariés.

Mais outre la question de la restriction des droits sociaux, les conséquences induites par ces directives du pouvoir ont des conséquences graves sur les salaires déjà rongés par l’inflation. C’est ce qui explique le maintien d’un haut niveau de conflictualité sociale. Par exemple, en janvier 2023 ont éclaté de nombreuses grèves dans tout le pays autour de la question salariale. L’entreprise publique de métallurgie la Sidor a fait grève en juin et juillet 2023, et ses travailleurs ont été rejoints par d’autres secteurs.

A Caracas et dans tout le pays, ce sont les enseignants qui ont mobilisé autour du slogan « nous ne voulons pas des bons, nous voulons des salaires dignes » avec des travailleurs de la santé et de l’administration, et le 23 janvier 2023 des milliers de manifestants ont parcouru les rues de Caracas, et cela sans aucun soutien de la droite. Seul le PCV et les organisations de la gauche non chavistes ont soutenu ce mouvement, autre preuve que le mécontentement de la population ne se réduit pas à un complot de la droite fomenté avec les USA.

L’Observatoire de la Conflictualité Sociale rapporte que la plupart des conflits sociaux portent principalement sur les augmentations de salaire, le respect des conventions collectives et le droit au logement. Ce n’est pas un hasard non plus si le plus grand nombre de conflits (294 sur 2 383) ont lieu dans l’État de Bolivar, État où se situe la plus grosse partie de la Zone Économique Spéciale (ZES) de l’Arc Minier de l’Orénoque, dénoncée à de multiples reprises comme une zone de non-droit pour ses travailleurs et ses habitants.

C’est cette attaque frontale contre les travailleurs qui a permis, malgré la répression très présente, l’émergence d’une plateforme de lutte appelée « l’Autre Campagne », regroupant une bonne vingtaine d’organisations politiques, syndicales et de droits humains, ainsi que des dizaines de militants et intellectuels. À l’instar de nombreux autres collectifs de travailleurs et de quartier, elle s’est créée comme un mouvement de défense des droits des travailleurs, appelant à la lutte sociale et cela quel, quel que soit le vainqueur de l’élection présidentielle du 28 juillet.

Mais si on peut noter que, loin des déclarations officielles du discours chaviste, la question sociale n’est pas mieux traitée au Venezuela que dans d’autres pays capitalistes, une caractéristique de ce régime est néanmoins d’adopter un point de vue non progressiste, voire réactionnaire sur les questions des droits des femmes ou des personnes LGBTQ+.

En ce qui concerne ces dernières, la Constitution interdit toute discrimination à leur égard (article 21) et plusieurs lois mentionnent le principe de la non-discrimination pour orientation sexuelle comme par exemple dans l’article 4 de la Loi Organique du Pouvoir Populaire de 2010, mais néanmoins sans que les moyens d’éviter ces discriminations soient mis en place et cela, malgré les recommandations de 2015 de la Commission Interaméricaine des droits de l’Homme.

Dans ce contexte, il n’y a rien d’étonnant à ce que, ostracisés dans le pays et non protégés, deux dirigeants de cette communauté aient pu être tout récemment (le 10 août 2024), agressés par des forces de répression. Ces vives réactions à l’encontre de la communauté LGBTQ+ sont à mettre en parallèle avec la lenteur des évolutions légales ayant cours au Venezuela concernant le mariage pour tous ou l’autorisation de l’adoption pour des couples homosexuels. En effet, depuis 2008, si la Cour Suprême de Justice a établi l’égalité des droits pour les couples homosexuels, ce principe n’a pas encore été validé par l’Assemblée nationale.

Quant aux droits des femmes, le code pénal de 2000 (donc publié sous Chávez) interdit et punit l’avortement sauf en cas de risque de décès pour la femme. Cette législation est la plus rétrograde d’Amérique du Sud avec celle du Paraguay.

Pourtant de nombreuses associations féministes et de LGBTQI ont poussé pendant des années le gouvernement à faire évoluer la législation, comme en 2018 où elles ont manifesté en ce sens devant l’Assemblée nationale constituante (ANC), mais en vain.

Quant aux moyens de contraception ils ont quasiment disparu du pays, et autant comme conséquence du blocus que du caractère frileux des autorités concernant les droits des femmes [9]. Il faudra enfin attendre 2007 puis le 14 août 2014 (remplacée par la loi du 16 décembre 2021) pour que soit publiée une loi organique rappelant « le droit des femmes à une vie sans violence » mais toujours… sans les moyens nécessaires à son application.

Aussi si l’on peut dire qu’il y a eu au Venezuela certaines avancées sur les droits des femmes et des personnes LGBTQ+, il faut noter qu’elles ont été bien moindre que celles obtenues dans d’autres pays dans le sillage des mobilisations sociales ayant secoué l’Amérique latine depuis une vingtaine d’années.

5) Avec Nicolas Maduro : toujours moins de droits démocratiques

Devant cette fronde sociale qui secoue sa propre base électorale, le gouvernement va utiliser deux outils majeurs pour tenter de la mater.

Le premier outil renvoie à la « loi sur la haine », votée le 8 novembre 2017. Suffisamment vague pour que toutes les interprétations soient possibles les peines encourues sous son égide peuvent aller jusqu’à 20 ans de prison. Les médias en sont la cible première, de même que les organisations de droits humains.

Mais cette loi est aussi appliquée contre des grévistes, avec bien souvent la complicité des patrons des entreprises concernées. Récemment en août 2024, à la PDVSA il y a eu des dizaines de licenciements de travailleurs qui avaient osé afficher publiquement leur soutien à l’opposition, à la télévision ou dans le métro de Caracas. Les syndicats ont alerté de cette situation et condamné ces licenciements.

Le deuxième outil renvoie à la « loi contre le fascisme, le néofascisme et les expressions similaires », votée en première lecture le 2 avril 2024, et permettant la légalisation de la répression de toute contestation. Avec des articles où le fascisme est assimilé au dénigrement de la démocratie, de ses institutions et des valeurs républicaines, il est désormais question dans l’article 12 d’interdire réunions et manifestations, partis et organisations sociales qui promeuvent le fascisme. La suppression des droits et garanties constitutionnelles vise les organisations mais son article 28 prévoit aussi la fermeture de médias visés par cette loi. Dans un pays où le président nomme fascisme toute contestation, en particulier depuis les élections présidentielles du 28 juillet, cette loi permet dans les faits de museler toute opposition [10].

Il est intéressant à ce propos de regarder comment la gauche politique a été une des cibles privilégiées des politiques répressives du régime maduriste. On le sait : afin d’empêcher les partis d’opposition de présenter des candidatures alternatives et de leur interdire d’exister comme partis critiques, le Tribunal Suprême de Justice a contesté, par des jugements successifs, particulièrement en 2020, les directions élues des partis politiques d’opposition vénézuéliens.

Cela a concerné la plupart des partis, notamment à gauche le Mouvement Électoral Populaire (MEP), Patrie pour tous (PPT) et Tupamaro. Puis ce fut au tour du PCV (Parti Communiste du Venezuela) de connaître le même sort en 2023. La suite logique de ces jugements ce sont les scissions qu’ont connues ces partis d’opposition, entraînés à se configurer en deux groupes opposés : celui décidé par les militants et celui imposé par le Tribunal Suprême de Justice (TSJ).

Ce qui a permis à une partie de « l’opposition » « réformée par le TSJ » de participer aux processus électoraux, notamment lors des dernières élections législatives de 2020 et régionales de 2021. Pour les élections présidentielles de 2024, les secteurs des partis politiques de droite ad-hoc se sont répartis derrière plusieurs candidats, divisant plus encore les forces de l’opposition. Quant au PCV historique, interdit de candidature, il a choisi de participer à la campagne électorale en s’alignant derrière le candidat officiel, Enrique Marquez.

6) Quelles interrogations à gauche ?

L’expérience de la révolution bolivarienne ne peut qu’interroger la gauche, toutes tendances confondues. Car elle renvoie à une tentative politique de transformation sociale de gauche qui, à son heure, a soulevé d’immenses espoirs, et surtout se situait dans le sillage de toutes ces volontés d’émancipation sociales et politiques qui ne cessent de hanter l’Amérique latine depuis des décennies. On doit donc pouvoir s’y attarder avec attention, pour en tirer toutes les leçons possibles.

En ce sens, une bonne partie de la gauche pro Maduro oublie que les régimes peuvent évoluer, se transformer, comme l’histoire nous l’a montré depuis la révolution russe de 1917. Les afficionados du madurisme ne font aucune lecture dynamique du Venezuela. Ils appuient Maduro en se fondant sur une fausse identification entre le régime actuel et l’engouement populaire provoqué par la mise en place des missions, notamment entre 2003 et 2006. C’est ne pas comprendre que le régime a changé, et que les choix politiques d’hier comme ceux d’aujourd’hui, ont modifié et continuent à modifier en profondeur la nature même de ce processus.

Cette cécité est facilitée par la réduction de la crise actuelle à un simple conflit géopolitique, oubliant les transformations profondes des rapports de classe au sein du Venezuela.

On oublie ainsi que – dans les faits – l’actuel bloc social au pouvoir sous l’égide de Nicolas Maduro représente d’abord les intérêts de la bolibourgeoisie, avec son lot de corruption et d’autoritarisme. C’est passer aussi sous silence que la gauche chaviste a été largement exclue des arcanes du pouvoir politique depuis plus de dix ans.

Autrement, comment s’étonner que dès le soir des élections et juste après les déclarations officielles proclamant la victoire de Maduro, les premières manifestations qui ont eu lieu, ont été celles lancées dans les quartiers populaires, notamment à Catia, bastion chaviste situé dans l’est de Caracas et cela, avant même la déclaration du candidat de droite dénonçant la fraude électorale ?

On ne doit pas oublier aussi que la gauche non maduriste a été frappée par la répression, dans les entreprises mais aussi sur le terrain directement politique. S’il n’est pas étonnant que les médias occidentaux défendent exclusivement la droite vénézuélienne, il est malheureux que la gauche pro-Maduro ait la mémoire sélective et adopte cette vision tronquée des choses, réduisant l’opposition à Maduro, à celle qui promeut des valeurs de droite.

Si on ne peut nier que les États-Unis et l’Union-Européenne ont choisi de soutenir l’opposition de droite à l’encontre de Maduro, on ne peut pas nier non plus que Maduro a choisi l’appareil d’État, ses tribunaux, son armée et ses forces de répression, contre la gauche et les revendications populaires dont elle cherche à se faire l’écho.

La question qu’il reste donc à se poser, c’est de savoir pourquoi une partie de la gauche internationale ne se positionne qu’en fonction des déclarations officielles des dirigeants, sans tenir compte de la réalité sociale et politique « en bas » ?

La raison fondamentale tient à l’absence de réflexion approfondie menée par une grande partie de la gauche « progressiste » sur la différence essentielle existant entre d’une part gagner des élections et accéder au pouvoir gouvernemental, et d’autre part mettre en place les bases d’un réel pouvoir populaire, d’un pouvoir participatif et démocratique issu du peuple.

C’est oublier que les institutions politiques, y compris l’institution parlementaire, restent dans leur forme même – parce que conçues sur le mode d’une expertise et d’un professionnalisme rétifs à toute perspective sociale – des outils tendant à exclure les classes populaires de l’exercice de la politique.

C’est cette réflexion qui devrait animer les analystes de gauche et les conduire à se demander pourquoi le pouvoir chaviste puis maduriste n’a-t-il pas remis en cause le pouvoir des classes bourgeoises au pouvoir ?

Or le régime bolivarien, malgré quelques avancées dans la constitution de 1999, a repris le gros des codes institutionnels de la démocratie bourgeoise. Il y a eu quelques tentatives de les dépasser en créant les conseils communaux. Mais cela ne résultait pas d’une réflexion stratégique sur la création d’un nouveau pouvoir véritablement alternatif, ces conseils ne disposant pas du pouvoir de légiférer et ne décidant pas du budget qui leur revenait. Cette création découlait avant tout d’une volonté de l’exécutif de contourner les conseils municipaux de droite et de maintenir un tissu militant au plus près du terrain.

Il faut le rappeler aussi : le régime chaviste n’a jamais remis en cause les règles de propriété et le pouvoir économique de la bourgeoisie vénézuélienne. Il suffit de se rappeler qu’à la mort de Chavez en 2013, le secteur privé avait conservé le même poids majoritaire qu’avant son accession au pouvoir en 1998. Quant au nouveau Code du Travail édicté en 2012, il a maintenu l’essentiel des règles du pouvoir au sein des entreprises ce qui a permis, le moment venu, au pouvoir patronal de violer allègrement les conventions collectives, obligeant les travailleurs à lutter, à se mettre en grève pour obtenir parfois le simple respect de la loi.

7) Qu’en est-il des élections présidentielles ?

Depuis 1998 et jusqu’en 2015, les observateurs internationaux, en particulier la Fondation Carter, ont considéré qu’il n’y avait pas eu d’irrégularités dans les processus électoraux au Venezuela.

L’organisation des élections avec une double comptabilisation, dans les bureaux de vote et à l’échelle nationale, partagée entre les différents candidats permettait de relever les anomalies éventuelles. Ce système a été jugé comme un des plus fiables au monde.

Depuis le 30 juillet 2017, lors de l’élection à l’Assemblée Nationale Constituante (ANC), de nombreuses irrégularités ont été détectées, y compris par la fondation Carter mais rarement au point d’inverser les résultats en jeu, en partie en raison de la politique de boycott menée par la droite pendant de nombreuses élections après 2015 [11].

Après les élections législatives de 2015, on peut dire cependant qu’il y a une rupture avec la période précédente en ce qui concerne le respect des droits démocratiques. Le pouvoir a contourné la nouvelle Assemblée Nationale en créant en 2017 et de toute pièce une Assemblée Nationale Constituante qui n’a eu de constituante que le nom, puisque son travail a consisté dans les faits à voter des lois proposées par l’exécutif.

Cette manœuvre a mis en évidence que pour Nicolas Maduro il était hors de question à cette occasion de respecter la volonté populaire et qu’il était prêt à prendre toutes les mesures possibles pour conserver l’entièreté du pouvoir.

Quand tout est fait pour empêcher les oppositions de s’exprimer et de présenter les candidats de leur choix, il n’est pas étonnant qu’au minimum s’impose un soupçon sur la loyauté du processus électoral. On comprendra donc aisément qu’aux élections de juillet 2024 toutes les oppositions, de droite comme de gauche, aient pu réclamer la transparence et la publication des résultats ainsi que la loi l’y oblige.

Dans ce climat de répression comme de crise économique fortement accentuée par le blocus, la droite a surfé sur le mécontentement réel de la population qui a vu s’effondrer les salaires réels, flamber les prix, chuter l’offre de logements, etc. Bien qu’ultralibérale, la véritable dirigeante de l’opposition Maria Corina Machado, a été prudente dans son programme électoral, reprenant même quelques revendications sociales qui – il est vrai – étaient masquées par sa dénonciation de « la dictature maduriste » et de la corruption ainsi que par la nouvelle orientation économique qu’elle prônait.

Pourtant la droite vénézuélienne n’a pas de légitimité particulière en matière de promotion des droits démocratiques. N’est-ce pas elle qui a été derrière le coup d’État raté de 2002, les boycotts d’élections, les tentatives de coup d’État et de déstabilisation orchestrées par Juan Guaido en 2019, l’instrumentalisation de groupes paramilitaires colombiens agissant au Venezuela ?

Ce ne sont donc pas ces coups d’éclat qui expliquent les votes qu’elle a engrangés. C’est avant tout la dérive autoritaire du régime maduriste qui pousse ceux et celles aspirant à un régime plus démocratique, vers le soutien direct ou indirect à l’opposition majoritairement de droite.

Avec en toile de fond, le fait que l’opposition de gauche a été laminée par Maduro et ne bénéficie pas des soutiens matériels qui font à l’inverse toute la force de la droite. On retrouve malheureusement ces ralliements autour de la droite, dans des ONG qui défendent les droits humains, chez de nombreux intellectuels, voire même chez d’anciens ministres de Chávez.

C’est pour cela que la création d’un pôle regroupant les forces de gauche, indépendant du pouvoir et de la droite est indispensable. Un premier pas a été réalisé avec la création du FREDEPO (Front Démocratique Populaire) début août 2024.

Une course de vitesse est désormais lancée entre la nécessaire recomposition politique à gauche au Venezuela et la dérive autoritaire du pouvoir qui s’accélère pour contester à la droite la légitimité de représenter le peuple vénézuélien.

En conclusion

Ces quelques éléments de mise en perspective visent essentiellement à participer à la discussion sur la portée de la révolution bolivarienne, en tentant d’aller au-delà des faux-semblants et des débats superficiels, en tentant aussi de replacer l’ensemble de ces questions dans une perspective historique, dans cette longue marche de la gauche latino-américaine pour parvenir à faire naître des sociétés plus égalitaires et émancipées de toutes les tutelles économiques, politiques, culturelles qui pèsent sur elles.

En ce sens ce texte se permet de remettre en cause de manière privilégiée les approches campistes de gauche qui traditionnellement sont très présentes en Amérique latine et dont l’influence provient pour une bonne part du rôle géopolitique de premier plan que joue l’impérialisme américain dans ce sous-continent.

Il questionne cependant aussi les courants de gauche qui, tout en mettant en évidence avec raison l’importance des luttes féministes, antiracistes et décoloniales, tendent à oublier que ces dernières ne peuvent s’approfondir qu’en reprenant à leur compte une stratégie politique globalisante questionnant en même temps la toute-puissance du capitalisme néolibéral contemporain. C’est sur cette dimension que nous avons voulu mettre l’accent dans ce texte.

Derrière la question des caractéristiques et de l’avenir du régime de Nicolas Maduro, il n’y a pas seulement celle de son autoritarisme, ou encore celle de ses manœuvres excluantes et anti-démocratiques, ou même celle du rôle déstabilisateur des USA qui l’aurait conduit – peu ou prou – à agir ainsi. Il y a beaucoup plus. Il y a la question de la portée et de l’avenir des projets socio-politiques égalitaires portés par la gauche en ce premier quart du 21ème siècle.

C’est là une raison de plus pour s’attarder avec attention sur leurs avancées, mais aussi sur leur inflexions et dérives, en ne craignant pas d’essayer de montrer là où le bât blesse, là où il aurait été possible de prendre une autre direction, là où l’on a erré, là où les rêves d’émancipation ont même fini par prendre la forme de caricatures autoritaires et cauchemardesques. N’est-ce pas ainsi qu’on pourra redonner sa force et sa dignité aux projets d’émancipation égalitaire de la gauche ? En Amérique latine bien sûr, mais pas seulement, partout au monde !

Patrick Guillaudat & Pierre Mouterde

Auteurs de : Hugo Chavez et la révolution bolivarienne, Promesses et défis d’un processus de changement social, Montréal, M éditeurs, 2012 ; Les couleurs de la révolution, la gauche à l’épreuve du pouvoir : Venezuela, Équateur, Bolivie, Un bilan à travers l’histoire, Paris, Syllepse, 2022.

https://www.pressegauche.org/Comprendre-la-crise-au-Venezuela-de-Maduro

[1] Voir pour plus de détails, le sous-chapitre 7 de cet article où l’on s’arrête sur les caractéristiques du système électoral vénézuélien. En ce qui concerne les élections présidentielles du 28 juillet 2024, il y a tout lieu de penser —vu la traditionnelle fiabilité de ce système s’appuyant sur deux modes de re-comptage et le refus du gouvernement Maduro d’en fournir toutes les données à sa disposition – que les assertions de l’opposition concernant l’existence d’une fraude manifeste soient justifiées

[2] Initiée en 2012, la phase critique de cet exode migratoire se situe en 2015. En 2019, l’on compte déjà plus de 4,5 millions de réfugiés. En 2024, le chiffre avancé le plus courant est de 7 millions.

[3] Alba : Alternativa Bolivariana para America, ou l’Alternative bolivarienne pour l’Amérique (Alba) est le nom donné à série d’accords économiques, culturels et politiques passés, à l’instigation du Venezuela bolivarien, entre pays latino-américains sur une base plus égalitaire et cherchant à contrecarrer la zone le libre-échange des Amériques proposée par les USA et organisée selon les principes excluant du néolibéralisme.

[4] Terme choisi pour désigner le processus engagé suite à l’élection de Chávez à la présidence en 1998. Il renvoie bien sûr au personnage historique de Bolivar, symbolisant à sa manière les volontés révolutionnaires de luttes et d’indépendance d’une Amérique latine enfin unie.

[5] Manuel Sutherland, « La ruina de Venezuela no se debe al “socialismo” ni a la “revolución” », Nueva Sociedad, n°274, mars-avril 2018.

[6] Luis Britto Garcia, « (…) dans le secret le plus absolu, un lobby néolibéral prépare dans la Constituante une loi Terminator de promotion et de protection des investissements, ou d’investissement étranger direct, pour octroyer à des entreprises particulières d’autres pays plus de privilèges qu’aux Vénézuéliennes et nous ruiner » Voir sa tribune publiée par le quotidien Ultimas Noticias du 19 novembre 2017

[7] L’ancien ministre de Chávez, Victor Alvarez dans une interview du 25 octobre 2020 à la revue Tal Cual compare cette loi aux décisions prises par Boris Eltsine en Russie pour liquider et vendre les entreprises et biens publics de l’ex-URSS.

[8] Le 6 décembre 2015, la MUD (Table d’Unité Démocratique, opposition de droite) gagne les élections législatives avec 65,27% des voix et 109 députés, le PSUV (Parti Socialiste Uni du Venezuela, gouvernemental) ne recueille que 32,93% des voix et 55 députés sur les 167 que compte l’Assemblée Nationale. Pour contourner cette défaite, Maduro va créer de toute pièce une Assemblée Nationale Constituante, dont l’élection en 2017 est boycottée par la droite.

[9] Voire l’affaire Vanessa Rosales, militante pour la défense des droits sexuels à Merida, qui a été poursuivie et incarcérée le 12 octobre 2020 pour avoir fourni conseils et médicaments à une adolescente et qui voulait avorter, victime d’un viol. Malgré la mobilisation de nombreuses associations, Vanessa Rosales a été assignée à résidence en 2021.A la même époque, le violeur, pourtant sous mandat d’arrêt était toujours en liberté.

[10] Déjà, avant l’adoption de cette loi, la vice-présidente Delcy Rodriguez annonçait le 25 mars 2024 que la loi visera en priorité les personnes impliquées dans les manifestations de 2014, 2015 et 2017, les secteurs liés à l’Assemblée Nationale de 2015, ainsi que les secteurs liés au gouvernement des USA. Citation reprise dans une publication de l’ONG PROVEA du 4 avril 2024 Venezuela frente al espejo del fascismo : perspectivas de derechos humanos sobre el proyecto “Ley contra el fascismo, neofascismo y expresiones similares”. Elle confirmera cette position devant l’Assemblée Nationale le 2 avril 2024 en présentant le projet de loi.

[11] L’entreprise Smartmatic qui était chargée des machines à voter et du décompte électronique a stoppé son contrat avec le gouvernement vénézuélien après avoir découvert que le CNE avait ajouté un millions de voix au décompte réel de participation lors de cette élection à l’ANC le 30 juillet 2017. Depuis, cette entreprise a été remplacée par Ex-Clé – dont le dirigeant est lié à Delcy Rodriguez – entreprise spécialisée dans la numérisation des données d’état civil des vénézuélien.nes, les services de migration, et dont plusieurs dirigeants ont été … membres du CNE.

La crisis geopolítica actual: Imperialismo y la persistencia del ‘momento’ unipolar. Christian Castaño. 2023

1. Introducción

La actual crisis en el Este de Europa ha suscitado un renovado interés en la cuestión del imperialismo, similar a aquel que se dio a comienzos del 2000 con la invasión a Irak por parte de los Estados Unidos (EE.UU.) (Chibber, 2004).

Analistas de diferentes espectros ideológicos hablan de las ambiciones imperiales del presidente ruso y del quebrantamiento del orden internacional. La aparente excepcionalidad de estos eventos y el resurgimiento del interés por el imperialismo se debe al “regreso” intempestivo de la geopolítica, entendida como los conflictos sobre seguridad, territorio,  recursos  e  influencia  entre  Estados  (Callinicos,  2007,  p.  537). 

Esta había sido desterrada del análisis después del final de la Guerra Fría, debido a la difusión de una de estas dos creencias: 1) que la globalización y el desarrollo de formas de gobernanza global limitarían la soberanía y las actuaciones bélicas de los Estados, dados los incentivos de la cooperación e interdependencia económicas; o 2) que dada la creciente e inigualable hegemonía norteamericana, ningún Estado se atrevería a desafiar el orden internacional tratando de equilibrar la balanza de poder.

Estas opiniones no han sido ajenas al marxismo, el cual se ha dividido en tres posiciones:

1) aquellos como Negri y Hardt que consideran que después de la Guerra Fría el capitalismo global se ha desarrollado política y económicamente de manera transnacional, haciendo innecesario el sistema interestatal y la competencia geopolítica para su reproducción;

2)  otros,  como  Leo  Panitch  y  Sam  Gindin,  que  han  defendido  la  tesis  que  afirma  que  si  bien  el  capitalismo  requiere  del  sistema  interestatal,  este se encuentra dominado por la incontestable hegemonía de EE.UU., que mantiene un “imperio informal” alrededor del globo, que elimina la posibilidad de la competencia geopolítica; y

3) aquellos que afirman que el capitalismo se ha desarrollado de manera desigual y combinada alrededor del globo, produciendo significativas asimetrías entre las regiones que lo componen y que tienden a generar conflictos y tensiones que a la larga producen luchas geopolíticas (Callinicos, 2009, p. 17).

Como  se  puede  ver,  solo  el  punto  3  mantiene  que  la  competencia  geopolítica es inherente al capitalismo global. Es esta la perspectiva que adoptará este artículo de reflexión.

En ese sentido, se argumenta que la actual crisis en Europa no es una excepcionalidad y más bien constituye una  de  sus  características  inherentes,  a  saber:  su  carácter  imperialista,  entendido  como  un  sistema  de  confrontación  entre  los  países  dominantes, marcado por la intersección y contradicción de la competencia económica  y  geopolítica  en  el  contexto  del  capitalismo  global. 

En  ese contexto, se afirma que no hay un cambio hacia un sistema multipolar y que se da una continuidad del sistema unipolar con la reforzada hegemonía norteamericana.

2. La concepción del nuevo imperialismo

La perspectiva teórica de la que parte este artículo ha sido denominada  como  teoría  del  “nuevo  imperialismo”,  surgida  de  las  reflexiones  de  varios  autores  desde  comienzos  de  la  primera  década  del  presente  siglo, particularmente desarrollada por Alex Callinicos y David Harvey.

De acuerdo con esta perspectiva, el imperialismo capitalista es la intersección entre dos formas de competencia: la competencia económica y la  competencia  geopolítica  o,  al  decir  de  Harvey,  la  intersección  de  la  lógica capitalista y la lógica territorial (Callinicos, 2009, p. 15).

La  lógica  territorial  o  geopolítica  es  la  competencia  entre  Estados  por  su  seguridad,  territorios,  recursos  e  influencia.  Esta  lógica  precede  al desarrollo del capitalismo, debido a las reglas de reproducción de los modos  de  producción  feudal  y  tributarios  que  podemos  encontrar  en  los grandes imperios de la Antigüedad y la Edad Media.

La competencia económica, en cambio, es aquella que se da entre distintas corporaciones, en diferentes locaciones del globo por el control del mercado y los medios de producción a través de la minimización de costos de producción y, por ende, a través de la explotación de la fuerza de trabajo. Esta es específica del modo de producción capitalista.

Así  entendido,  el  imperialismo  capitalista  propone  una  interacción  problemática entre las dos lógicas de competencia. Esto implica reconocer una autonomía relativa al Estado y la ocasional preeminencia de la geopolítica sobre las dinámicas de los intereses del capital.

De esa manera se puede comprender cómo las invasiones de Vietnam, Irak y actualmente Ucrania, no solo se explican por la simple obtención de ganancias económicas para ciertas corporaciones sino especialmente por la predominancia de objetivos geopolíticos (Chomsky, 2016, pp. 98-99) (Chibber, 2004, p. 430) (Callinicos, 2009, p. 15) (Johnson, 2004, pp. 260-264).

Entonces,  para  entender  en  qué  medida  la  geopolítica  es  subsumida  por  el  capitalismo,  se  deben  comprender  los  microfundamentos  del  imperialismo, es decir, las motivaciones de los actores políticos y económicos en el ámbito internacional.

En el ámbito geopolítico, los estadistas pretenden mantener y/o aumentar su poder y el de su Estado frente a  otros  Estados  y  competidores  políticos.  En  el  ámbito  económico,  los […] capitalistas  pretenden  aumentar  sus  ganancias  a  través  de  la  competencia  económica  y  la  reinversión  de  capital  en  búsqueda  de  mayores  retornos (Harvey, 2003, pp. 26-27). 

Empero, los estadistas dependen del mantenimiento de un nivel razonable de actividad económica, pues de ello  depende  la  capacidad  del  Estado  de  financiarse  y  de  mantener  el  apoyo público de su gestión. En tanto que esto obedece a la actividad del sector privado, los capitalistas van a mantener un poder de veto sobre las políticas de Estado y por ello habrá una tendencia estatal a orientar sus programas hacia la promoción de las actividades del capital.

Dicho  proceso  implica  la  posibilidad  de  conflictos  entre  capital  y  Estado, sobre todo cuando los gobernantes, con el objetivo de mantener el orden o el apoyo público de su gestión, imponen reformas sociales en situaciones críticas en las que el veto empresarial pierde su efectividad. Es  particularmente  en  estas  ocasiones  en  las  que  los  actores  gubernamentales  muestran  su  independencia  y  se  revelan  las  posibles  contradicciones entre lo político y lo económico.

En cambio, cuando se da la convergencia  entre  ambas  lógicas,  lo  que  ocurre  es  un  nexo  entre  los  intereses de los administradores de un Estado y un conjunto de ciertos capitales particulares que tienen influencia sobre dicho Estado. El resultado es la formación de nexos institucionalizados entre Estados y capital de una manera geográficamente localizada (Callinicos, 2009, pp. 85-87).

Entonces,  con  la  expansión  histórica  del  capitalismo  y  el  subsecuente  desarrollo  desigual  y  combinado  del  mismo  en  las  diversas  áreas  geográficas del planeta, la formación de Estados culmina con la emergencia de entramados productivos, comerciales y monetarios concentrados que regionalizan el poder.

Esto conduce a la captura del Estado por coaliciones de intereses regionales dominantes y a una actividad estatal que usa sus poderes para producir tales diferenciaciones regionales (Callinicos, 2009, p. 91).Estos  procesos  eliminan  por  completo  la  posibilidad  de  un  sistema  internacional  que  no  esté  dividido  por  Estados  y  en  el  que  no  exista  la  competencia  geopolítica

Esto  echa  por  la  borda  la  posibilidad  del  ultraimperialismo permanente de Kautsky, la tesis según la cual la organización  internacional  del  capitalismo  haría  irracional  e  indeseable  la  guerra  entre  Estados  en  aras  de  la  interdependencia  económica.  Esta  constitución de la localización de los múltiples y diversos capitales privados en regiones divididas por la organización política de la sociedad en diversos Estados, con la consecuente presión que en estas existe sobre las funciones de los actores estatales y su dependencia de los capitales nacionales para su gestión, perpetúa la existencia de un sistema que conlleva  a  disputas  en  regiones  estratégicas  y  pone  en  cuestión  la  posibilidad de un orden multilateral relativamente igualitario y equilibrado.

Las consecuencias que tiene esto para el análisis de la realidad internacional son:

1) implica reconocer que el análisis del imperialismo desde el prisma del marxismo requiere de un “momento realista”. Esto quiere decir que para comprender las actuaciones de los Estados en su política exterior  se  deben  tener  en  cuenta  los  objetivos,  estrategias  y  los  cálculos propios y distintivos de las élites gobernantes;

2) conlleva a tratar la relación entre la competencia geopolítica y económica como una variable  histórica  que  sirve  para  periodizar  el  imperialismo  y  diagnosticar  sus tendencias; y

3) permite la inclusión de la variable ideológica como orientadora de la política exterior de los Estados (Callinicos, 2007)[1]

2.1. El nuevo imperialismo dentro del marco conceptual de la teoría de las relaciones internacionales

Lo anterior nos lleva a preguntarnos acerca del lugar que debe tener el concepto de imperialismo dentro de la teoría de las relaciones internacionales y su relación con categorías canónicas tales como “unipolaridad” o “hegemonía” (Johnson, 2004, p. 38).

Los investigadores han usado diversas  estrategias:  algunos  han  propuesto  la  reformulación  de  las  categorías  de  “imperio”,  “hegemonía”  y  “unipolaridad”  como  distintos  tipos ideales que describen distintas configuraciones de lo internacional (Nexon  &  Wright,  2007). 

Hay  quienes  simplemente  usan  las  categorías  de  hegemonía  o  unipolaridad  como  sinónimos  de  imperio  de  manera  imprecisa  (Borón,  2020)  (Chomsky,  2016). 

Y  otros  utilizan  estos  términos  de  manera  diferenciada,  pero  con  el  objetivo  de  calificar  las  especificidades del imperialismo en cierta etapa histórica (Callinicos, 2009). Esta última estrategia tiene dos ventajas:

1) permite un acercamiento a la  teoría  actual  de  las  relaciones  internacionales;  y

2)  facilita  descripciones más precisas de las diversas y posibles configuraciones del imperialismo

Por  tales  razones  en  lo  que  sigue  del  ensayo  se  adoptará  este  acercamiento. Así  las  cosas,  debemos  precisar  qué  es  lo  que  se  entiende  aquí  por  “imperialismo”  y  el  uso  que  se  les  da  a  las  categorías  de  unipolaridad,  multipolaridad  y  hegemonía. 

A  partir  de  la  teoría  esbozada  por  David Harvey y Alex Callinicos, en adelante me referiré al imperialismo como un sistema de dominación internacional por parte de las superpotencias y los grandes poderes que compiten económica y geopolíticamente por la dominación de territorios, recursos y entidades políticas alrededor del globo

A  tal  efecto,  este  sistema  puede  estar  caracterizado  por  diferentes configuraciones: puede ser un sistema unipolar, esto es, un sistema dominado por una superpotencia en competencia con algunos Estados que califican como grandes poderes; o puede ser un sistema multipolar, es  decir,  un  sistema  en  que  dominan  y  compiten  más  de  una  superpotencia y otros Estados con el estatus de grandes poderes.

Paralelamente, la hegemonía se entenderá aquí como la capacidad de un Estado dominante para liderar el sistema de Estados en una dirección deseada y ser percibido como persiguiendo un interés general (Silver & Arrighi, como se citó en Callinicos, 2009, p. 142).

De  esta  definición  se  debe  precisar  lo  siguiente:  En  primer  lugar,  esta  enunciación  resalta  el  carácter  del  “imperialismo”  en  términos  de  la competencia interimperial por encima del carácter de la relación de dependencia  entre  el  centro  y  la  periferia  globales. 

Con  respecto  a  la  configuración del sistema, la definición de su carácter unipolar o multipolar proviene de la formulación de los términos provista por Brooks y Wohlforth (Brooks & Wohlforth, 2016). La razón por la que se opta por dicha enunciación es que captura mejor la tendencia del sistema internacional que la utilizada por Callinicos, quien afirma que la tendencia del sistema se da hacia la multipolaridad (Callinicos, 2009, p. 214).

Como se explicará más adelante, la perspectiva de Brooks y Wohlforth sugiere que la diferencia entre la unipolaridad y la multipolaridad no se encuentra en el número de grandes poderes sino en el número de superpotencias,  las  cuales  distinguen  en  términos  del  tamaño  de  sus  capacidades  militares, económicas y tecnológicas.

En lo que sigue, se caracterizará la situación actual de acuerdo con el marco de referencia esbozado, analizando la crisis internacional actual como un enfrentamiento propio del sistema imperialista.

3. La crisis ucraniana como crisis geopolítica

En el análisis de la coyuntura actual, las motivaciones de la invasión se han convertido en el objeto de análisis privilegiado, dando lugar a la caracterización del fenómeno como una muestra del proyecto imperial ruso, encarnado en su historia como nación o a factores estructurales de la idiosincrasia estratégica del Kremlin (Hartnett, 2022) (Remnick, 2022).

Cuando  se  examinan  estos  tratamientos  del  suceso,  se  puede  observar  que a ellos subyace una concepción del imperialismo en un sentido clásico, a saber, el imperialismo como la dominación de un Estado débil por un Estado fuerte, sobre todo desde el aspecto militar. En esa línea, estos análisis resaltan la cuestión de la expansión territorial rusa y la anexión de territorios como signo inconfundible de su imperialismo. Si  bien  estos  acercamientos  resultan  interesantes,  no  hay  evidencia  alguna de que Rusia considerara anexar territorio ucraniano.

Como afirma John Mearsheimer, contrario a la concepción popularizada por algunos analistas de que Putin pretende revivir el ideal del imperio soviético a partir de anexiones territoriales, no existe respaldo para las afirmaciones de que en sus planes estuviera arrebatar Crimea en el 2014, ni mucho menos parece creíble que tratara de ocupar dicho país.

Desde la lógica de este autor realista, el conflicto es causado por la insistencia de Occidente de expandir la OTAN hacia la frontera estratégica rusa, pues “los grandes poderes”  siempre  se  preocupan  por  las  amenazas  cerca  de  su  territorio  (Mearsheimer, 2014). Esta perspectiva parece responder mejor a las cuestiones  suscitadas  por  la  invasión  rusa  de  Ucrania,  reivindicando  así  al  realismo  político  en  el  ámbito  de  la  política  internacional. 

Sin  embargo, su tratamiento de la crisis en el Este de Europa se basa en un argumento  cuestionable,  a  saber,  la  consideración  de  que  el  conflicto  entre  Occidente y Rusia se debe a un conflicto entre una cosmovisión liberal de la política internacional enarbolada por EE.UU. y la Unión Europea (UE),  y  una  política  internacional  de  carácter  realista  representada  por  Rusia (Mearsheimer, 2014).

Ante esto cabe preguntarse ¿en qué sentido es la expansión de la OTAN una política exterior liberal?, ¿no supone este movimiento una política agresiva después de la Guerra Fría y la disolución del pacto de Varsovia? Un  análisis  alternativo  puede  hacerse  desde  la  hipótesis  del  “nuevo  imperialismo”.

Según este punto de vista, la actual crisis debe comprenderse como una guerra subsidiaria entre una coalición de países dominantes en cabeza de EE.UU. y Rusia (Callinicos, 2022). En este sentido, la actual  conflagración  es  el  escenario  de  una  confrontación  entre  países  imperialistas  por  el  control  de  Europa  del  Este  y  el  acceso  al  territorio  euroasiático. Bajo esta lógica, la confrontación implica una intersección compleja de la competencia geopolítica y económica en el área tradicional de influencia rusa.

3.1. La intersección de geopolítica y economía en la política exterior rusa

De acuerdo con Nikolai Silaev “los argumentos sobre la necesidad de Rusia de dominar los antiguos espacios de la URSS para sostener un rol global  son  equivocados  tanto  como  postulado  acerca  de  las  realidades  de la política exterior rusa como en términos de la discusión doméstica” (Silaev,  2022,  p.  603)[2]

Esto  debido  a  que  las  alianzas  formales  e  informales del Kremlin resultan más relevantes en Asia, mientras que en el espacio post-soviético solo pretenden servir como frontera de seguridad frente a la OTAN y por ello solo cumplen un papel geopolítico.

Sin  embargo,  la  cuestión  geopolítica  en  el  área  de  influencia  de  la  antigua URSS ha ido de la mano de la dinámica de acumulación y competencia económica del capitalismo ruso.

De acuerdo con Ilya Matveev, la  intersección  entre  la  lógica  territorial/geopolítica  y  la  lógica  capitalista  ha  sido  una  de  convergencia  en  las  relaciones  de  Rusia  con  sus  vecinos,  especialmente  desde  la  primera  década  del  2000,  cuando  la  inversión extranjera rusa aumentó dramáticamente, sumando alrededor de 37 mil millones de dólares en los países de la Comunidad de Estados Independientes en 2010 (Matveev, 2021, p. 9).

La causa de este incremento fue  la  reinversión  de  las  grandes  ganancias  de  las  corporaciones  rusas,  destinadas a la adquisición de capacidades industriales:

The  economic  expansion  in  the  post-Soviet  space  was  the  area  in  which  the  capitalist  and  the  territorial  logics  powerfully  intersected.  In  some  cases,  Russian  companies  made  acquisitions  with  high-profile  diplomatic support. For example, Lukoil seized the opportunity created by Vladimir Putin’s visit to Uzbekistan in 2004 to sign a lucrative production  deal  with  Uzbekneftegaz,  the  country’s  main  natural  gas  producer  (…)  In  other  cases,  the  transfer  of  assets  was  more  coercive,  particularly  when  the  Russian  government  used  the  neighboring  countries’  debt  as  leverage.  For  example,  Russia  swapped  Armenia’s  $100  million  debt  for  90  %  of  its  power  generating  capacities,  acquired  by  RAO  UES.  Another  $10  million  were  written  off  in  exchange  for  Armenia’s  largest  cement  factory  that  was  taken  over  by  ITERA,  Russian  gas  exporter  (…)  In  its  quest for the neighboring countries’ assets, Russia also used oil and gas cutoffs as leverage. For instance, in 2006, Gazprom halted gas supplies to Moldova and resumed them only 17 days later when the country agreed to increase Gazprom’s share in MoldovaGaz, a company controlling pipeline infrastructure  (…).  Overall,  the  Russian  government  systematically  used  debts and oil and gas freezes as leverage to acquire key assets in Ukraine, Moldova, Georgia and Armenia (Matveev, 2021, pp. 9-10).

Adicional a este uso de la política exterior para la expansión del capitalismo  ruso  en  países  vecinos,  la  intersección  entre  la  competencia  geopolítica y económica se puede ver en la utilización del arma energética. Como lo resaltan Albuquerque et al. (2021), la utilización del gas y del petróleo ha servido para realizar adquisiciones corporativas por parte de empresas rusas o para disuadir que sus vecinos formalicen acuerdos comerciales con países occidentales.

Estas tácticas implican un uso geoeconómico  de  las  presiones  económicas  de  manera  persuasiva  o  de  forma coactiva (Albuquerque et al., p.140) (Cancelado, 2019).

En algunas ocasiones  estas  intervenciones  favorecen  las  ganancias  de  empresas  rusas y en otras afectan los beneficios de las corporaciones de dicho país. En estas situaciones, el Estado ruso tiende a otorgar beneficios fiscales o financieros  a  las  empresas  afectadas,  compensándolas  por  las  pérdidas  (Matveev,  2021,  p.  10). 

De  igual  forma,  Rusia  impulsó  la  creación  de  la  Unión Económica Euroasiática, el Banco de Desarrollo Euroasiático y el Fondo Euroasiático para Estabilización y Desarrollo, en algunas ocasiones apelando a amenazas (el caso de Armenia).

Estas organizaciones tienen como objetivo el establecimiento de una hegemonía regional cuyos efectos tienden a favorecer de manera asimétrica al mercado ruso en el ámbito  euroasiático  frente  a  las  importaciones  provenientes  de  dichos  países,  desplazando  las  importaciones  chinas  y  de  la  UE  en  la  región  (Matveev, 2021, pp. 11-13). Estas evidencias hacen pensar que, contrario a lo que afirma Silaev, el espacio postsoviético es de particular importancia para Rusia.

En tanto que la lógica geopolítica queda subsumida bajo la lógica económica en el  capitalismo,  es  de  vital  importancia  para  los  actores  estatales  y  sus  objetivos  la  promoción  de  la  expansión  de  las  operaciones  del  capital  con el que ha formado nexos institucionales a nivel nacional para nutrir su  capacidad  militar. 

Entonces,  en  la  medida  en  que  el  ámbito  postsoviético es relevante a nivel geopolítico para Rusia, el Kremlin utilizará de manera estratégica la convergencia de intereses con los actores de su economía nacional para aumentar su poder e influencia mientras maximiza sus ganancias.

Por tales motivos, dentro de la estrategia geopolítica rusa está el garantizar un ambiente competitivo favorable a su clase dominante por medio de la disuasión de grandes competidores externos  […] (sobre todo la UE y EE.UU.) o la protección y promoción de monopolios en su área de influencia (el caso de Gazprom).

Es ese precisamente el caso con la cuestión de Ucrania. Su papel en la geopolítica del Kremlin es relevante con respecto a la utilidad que tiene como frontera con respecto a las intervenciones militares de países occidentales,  específicamente  la  OTAN.  Además,  es  el  lugar  por  donde  transita buena parte de gas y petróleo de exportación y el mayor receptor de inversión extranjera rusa en la región, que para 2013 sumaba más de 14 mil millones de dólares (Matveev, 2021, p. 7).

Por tales razones, Rusia ha hecho lo posible para evitar que Ucrania independice su economía de sus inversiones, tratando de asegurarlas con respecto a la competencia con proveedores de la UE.

Por esto ofreció un crédito de 15 mil millones de dólares como alternativa a las propuestas del FMI, intentó convencer a Yanukovich de incluir a Ucrania en la Unión Aduanera Euroasiática y de fusionar Naftogaz con Gazprom, lo cual le habría dado control total de los gasoductos de ese país (Marcetic, 2022) (Matveev, 2021, p. 14).

Ante la negativa a estas propuestas y el acercamiento de Ucrania a un acuerdo de asociación y de comercio con la UE, el gobierno ruso implementó bloqueos comerciales al país y la paralización del suministro de gas (Cenusa et al., 2014, pp. 1-2).

Estos  y  otros  sucesos  desencadenaron  la  crisis  geopolítica  en  2014.  Según Matveev, la reacción de Rusia al cambio de gobierno en Ucrania marcó el comienzo de la divergencia entre la lógica geopolítica y la económica,  ya  que  el  giro  beligerante  al  que  da  lugar  con  la  anexión  de  Crimea  sacrificó  el  aspecto  económico  del  imperialismo  ruso  en  favor  del aspecto geopolítico.

Esto reversó los avances del imperialismo ruso en  el  periodo  anterior:  Algunos  activos  rusos  fueron  destruidos  por  la  guerra,  algunas  compañías  perdieron  mucho  de  su  valor  de  mercado  y  las sanciones restringieron los flujos de capital, disminuyendo la inversión rusa en el extranjero de manera dramática (Matveev, 2021, pp. 14-15).

Esto provocó lo que Matveev considera una disyunción entre las lógicas territorial y capitalista, explicada por la preeminencia de la orientación estratégica del liderazgo político del país, en particular, por el énfasis en la seguridad y en el hard-power (Matveev, 2021, p. 4).

Pese a Matveev, esta aparente divergencia de geopolítica y economía en el imperialismo ruso puede explicarse como una renuncia parcial a los  beneficios  económicos  inmediatos  con  respecto  a  pérdidas  económicas  y  geopolíticas  mayores  en  el  largo  plazo.  Se  trata  de  un  cálculo  que pretende minimizar los costos de perder el área de influencia rusa

3.1. La intersección de geopolítica y economía en la política exterior rusa

De acuerdo con Nikolai Silaev “los argumentos sobre la necesidad de Rusia de dominar los antiguos espacios de la URSS para sostener un rol global  son  equivocados  tanto  como  postulado  acerca  de  las  realidades  de la política exterior rusa como en términos de la discusión doméstica” (Silaev,  2022,  p.  603)2. 

Esto  debido  a  que  las  alianzas  formales  e  informales del Kremlin resultan más relevantes en Asia, mientras que en el espacio post-soviético solo pretenden servir como frontera de seguridad frente a la OTAN y por ello solo cumplen un papel geopolítico.

Sin  embargo,  la  cuestión  geopolítica  en  el  área  de  influencia  de  la  antigua URSS ha ido de la mano de la dinámica de acumulación y competencia económica del capitalismo ruso.

De acuerdo con Ilya Matveev, la  intersección  entre  la  lógica  territorial/geopolítica  y  la  lógica  capitalista  ha  sido  una  de  convergencia  en  las  relaciones  de  Rusia  con  sus  vecinos,  especialmente  desde  la  primera  década  del  2000,  cuando  la  inversión extranjera rusa aumentó dramáticamente, sumando alrededor de 37 mil millones de dólares en los países de la Comunidad de Estados Independientes en 2010 (Matveev, 2021, p. 9). La causa de este incremento fue  la  reinversión  de  las  grandes  ganancias  de  las  corporaciones  rusas,  destinadas a la adquisición de capacidades industriales:

The  economic  expansion  in  the  post-Soviet  space  was  the  area  in  which  the  capitalist  and  the  territorial  logics  powerfully  intersected.  In  some  cases,  Russian  companies  made  acquisitions  with  high-profile  diplomatic support.

For example, Lukoil seized the opportunity created by Vladimir Putin’s visit to Uzbekistan in 2004 to sign a lucrative production  deal  with  Uzbekneftegaz,  the  country’s  main  natural  gas  producer  (…)  In  other  cases,  the  transfer  of  assets  was  more  coercive,  particularly  when  the  Russian  government  used  the  neighboring  countries’  debt  as  leverage.  For  example,  Russia  swapped  Armenia’s  $100  million  debt  for  90  %  of  its  power  generating  capacities,  acquired  by  RAO  UES.  Another  $10  million  were  written  off  in  exchange  for  Armenia’s  largest  cement  factory  that  was  taken  over  by  ITERA,  Russian  gas  exporter  (…)  In  its  quest for the neighboring countries’ assets, Russia also used oil and gas cutoffs as leverage. For instance, in 2006, Gazprom halted gas supplies to Moldova and resumed them only 17 days later when the country agreed to increase Gazprom’s share in MoldovaGaz, a company controlling pipeline [3]

[…] Por  ello,  la  política  internacional  norteamericana  intenta  “prevenir  la  unificación  del  transporte  de  energía  entre  las  zonas  industriales  de  Japón,  Corea,  China,  Rusia  y  la  UE  en  la  masa  continental  de  Eurasia  y  garantizar  el  flujo  de  recursos  energéticos  regionales  a  los  mercados  petroleros internacionales liderados por EEUU sin interrupciones” (İşeri, 2009,  pp.  34-35)3. 

Estos  lineamientos  de  las  relaciones  exteriores  estadounidenses  se  han  visto  reflejados  en  diferentes  manifestaciones  de  asesores  y  responsables  de  la  geopolítica  americana  desde  la  época  de  Reagan hasta nuestros días (İşeri, 2009). En ese sentido, se puede afirmar que este es uno de los objetivos implícitos de la política institucional de seguridad y defensa estadounidense.

En  ese  contexto,  el  apoyo  americano  a  Ucrania  es  un  intento  de  contener  a  Rusia  y,  por  esa  vía,  a  China  en  el  proceso  de  lograr  mayor  influencia, integración y control de los territorios de frontera entre Asia y Europa. Todo esto se pretende lograr por medio de sumergir a Rusia en una guerra de la que no pueda salir fácilmente, minando de esa manera la  estabilidad  del  establecimiento  ruso  que  conduzca  a  un  cambio  de  gobierno favorable a los intereses de EE.UU. para manipular su agenda internacional.

Por tales motivos, no se entrevé una salida diplomática a la actual crisis, se insiste en la continuación de la guerra y en la expansión de la OTAN, esta última de vital importancia en la gran estrategia estadounidense (Wade, 2022).En el presente, dicha organización militar cumple dos funciones en la proyección del Área Grande:

Por un lado, su expansión y la provocación de la respuesta rusa en Ucrania sirven para la conformación de una coalición occidental que actúe de acuerdo con los preceptos de los intereses americanos frente a sus competidores, consolidando la hegemonía americana en su rol de “imperio benevolente” frente a Rusia como enemigo “común” (Wade, 2022). Por otra parte, permite aumentar la capacidad de control  del  territorio  euroasiático,  sus  recursos  y  el  aprovisionamiento  de los mismos:

In June 2007, NATO secretary-general Jaap de Hoop Scheffer informed a meeting of NATO members that “NATO troops have to guard pipelines that transport oil and gas that is directed for the West,” and more generally to protect sea routes used by tankers and other “crucial infrastructure”  of  the  energy  system.  This  may  turn  out  to  be  the  sole  operative  component of the fabled “responsibility to protect.”

The decision extends [4] the  post–Cold  War  policies  of  reshaping  NATO  into  a  U.S.-run  global  intervention force, with the side effect of deterring European initiatives toward  Gaullist-style  independence.  Presumably  the  task  includes  the  projected $7.6 billion TAPI pipeline that would deliver natural gas from Turkmenistan  to  Pakistan  and  India,  running  through  Afghanistan’s  Kandahar province, where Canadian troops are deployed. The goal is “to block  a  competing  pipeline  that  would  bring  gas  to  Pakistan  and  India  from Iran” and to “diminish Russia’s dominance of Central Asian energy exports”. (Chomsky, 2010, p. 238)

Este control de los recursos petroleros y su provisión son muy importantes  geopolíticamente  con  respecto  a  Rusia,  país  que  depende  de  la  exportación y expansión del sector energético, incluyendo la infraestructura y transporte de gas y petróleo en la región euroasiática.

Y con respecto a  China,  el  control  de  este  corredor  es  vital  para  obtener  un  suministro  por tierra de hidrocarburos. Este país es muy vulnerable a un bloqueo de suministro  de  combustibles  ya  que  importa  el  60  %  de  su  petróleo,  90  %  del  cual  es  transportado  por  mar,  donde  su  armada  no  tiene  mucha  capacidad para responder al poder naval estadounidense que controla el estrecho  de  Malaca  (Lind  &  Press,  2018,  pp.  186-190).  Por  esas  razones,  el  país  asiático  ha  adoptado  una  serie  de  medidas  para  proteger  su  suministro  de  combustible. 

Una  de  ellas  es  la  expansión  en  Asia  central  y  la  integración económica con países de la zona a través de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) para la coordinación de programas de infraestructura, en especial para la provisión de recursos energéticos.

Estas  precauciones  han  desprovisto  a  EE.UU.  del  “arma  energética”  con la que podía presionar al Estado chino, dejándole así pocas alternativas de contención más allá de la opción bélica (Lind & Press, 2018, p. 203).

Es de esa manera que entre 2002 y 2014 la presencia de tropas norteamericanas  ha  aumentado  en  los  países  exsoviéticos  de  las  fronteras  europeas, caucásicas y centroasiáticas de Rusia, proceso que está relacionado con la estrategia de contención de dicho país, el intento de fragmentar las  alianzas  regionales  (OSC),  el  control  de  rutas  de  flujos  estratégicos  y el posicionamiento en la conflictividad euroasiática (Herrera, 2021, p. 105). 

La  presencia  militar  en  esta  zona  es  importante  para  contener  la  alianza estratégica de Moscú con respecto a la provisión de hidrocarburos  a  China,  uno  de  los  mayores  destinatarios  de  sus  exportaciones  de  crudo y que en la actualidad suman un 55 % del total de sus importaciones de petróleo (Albuquerque et al., 2021, p. 142) (Reuters, 2022).

 […] La manera de debilitar esa alianza es atacando su eslabón más débil, presionando  a  un  cambio  de  gobierno.  Esto  explica  el  compromiso  de  Washington  con  Ucrania,  pues  la  guerra  en  este  país  sirve  como  un  medio para lograr lo que la corporación RAND llama “extender a Rusia”.

El think tank afiliado al pentágono denomina así a la estrategia que propuso  hace  unos  años  para  desequilibrar  a  Rusia  y  disminuir  su  papel  internacional, canalizando la competencia con este país en áreas en las que EE.UU. tiene ventajas comparativas para agotar los limitados recursos rusos (Dobbins et al., 2019, pp. 1-4). Entre las acciones que recomienda dicho informe, los autores subrayan las intervenciones económicas y las geopolíticas como los ámbitos de mayor vulnerabilidad de Moscú.

Dentro  del  paquete  de  medidas  para  debilitar  la  economía  rusa,  los  analistas  destacan  la  imposición  de  sanciones  como  la  más  adecuada  y  precisan  que,  para  que  estas  tengan  efecto,  deben  ser  apoyadas  por  la  mayoría de países de la UE. A su vez, mencionan como posibles acciones el  bloqueo  de  las  exportaciones  de  gas  y  petróleo  e  impulsar  la  fuga  de  cerebros  (Dobbins  et  al.,  2019,  pp.  47-93). 

Entre  las  medidas  geopolíticas  resaltan  la  provisión  de  armas  letales  a  Ucrania  y  la  promoción  de  este  país como aspirante a ser parte de la OTAN. También mencionan alternativas como aumentar el apoyo a rebeldes sirios, promover un cambio de régimen en Bielorrusia, explotar las tensiones en el Cáucaso sur, reducir la influencia rusa en Asia central y desafiar la presencia rusa en Moldavia (Dobbins  et  al.,  2019,  pp.  95-136). 

De  estas  propuestas,  en  la  actual  crisis  se  han  implementado  las  sanciones  económicas  y  el  continuado  apoyo  militar a Ucrania con la concomitante expansión de la OTAN, ambas desatando consecuencias similares a las que pronosticaron en dicho informe.

Respecto  a  las  consecuencias  económicas  de  las  sanciones  impuestas a Rusia, llama la atención que efectivamente se ha dado una fuga de trabajadores del país, alrededor de quinientas mil personas, sobre todo las  más  educadas  y  con  mayores  habilidades  técnicas  para  la  industria  nacional. Esto ha generado una crisis en el mercado laboral que tiende a  agravarse  en  el  futuro  debido  a  la  larga  tendencia  de  decrecimiento  de la población en Rusia.

Las importaciones de ese país han descendido al menos a la mitad y no han podido ser remplazadas por aquellas provenientes de China que también han descendido en los últimos meses, aumentando la inflación de precios y provocando la reducción del consumo  interno.  Además,  las  sanciones  al  sistema  financiero  han  congelado 300 mil millones de dólares de las reservas de divisa extranjera de Moscú, la mitad de aquellas con que disponía a principios de la invasión.

Y de  las  reservas  que  tiene  disponibles,  al  momento  se  han  gastado  75  mil millones de dólares en lo que va de la conflagración (Sonnenfeld & Tian, 2022).

En relación con las consecuencias de las medidas geopolíticas se puede ver un relativo éxito de la resistencia ucraniana, apoyada por EE.UU. y la UE. La confrontación se ha mantenido por más de ocho meses cuando no  planeaba  durar  sino  algunas  semanas. 

Además,  el  efecto  de  disuasión  frente  a  la  expansión  de  la  OTAN  que  se  esperaba  como  resultado de una intervención implacable y rápida en el vecino país ha tenido el  efecto  contrario.  Como  consecuencia,  ahora  se  suman  dos  posibles  miembros  en  la  frontera  rusa  (Suecia  y  Finlandia)  y  esta  incluyó  en  su  Nuevo Concepto Estratégico a China como una amenaza a los valores e intereses de la organización (NATO, 2022, p. 5).

La ofensiva también ha fortalecido el papel de la UE, aumentado su presión sobre las fronteras rusas  que  posiblemente  se  materialicen  en  nuevos  intentos  de  realizar  acuerdos de asociación con países de la órbita postsoviética. Así las cosas, el escenario actual de la competencia geopolítica imperial tiene a China y a Rusia como los dos grandes contendores de un fortalecido EE.UU.

Su fortaleza se basa en que ha logrado juntar tras de sí a los grandes poderes occidentales, sobre todo aquellos de la UE, además de  reforzar  sus  alianzas  con  países  importantes  en  otros  continentes,  como es el caso de Japón. Esta posición en el escenario internacional le da nuevos aires a su hegemonía, pues de nuevo el país norteamericano aparece como un “imperio benevolente” que actúa en pro de los intereses  comunes  del  planeta  en  su  renovada  carta  de  presentación  wilsoniana.

Con dicho soporte, Washington y sus aliados ya plantean nuevas estrategias  para  contener  a  China:  La  venta  de  submarinos  nucleares  a  Australia con el objetivo de fortalecer la presencia militar aliada en Asia-pacífico;  la  profundización  de  alianzas  militares  con  países  que  disputan territorio marítimo reclamado por China; el cercamiento militar a la influencia de este país en Asia central; y el lanzamiento de un programa de infraestructura por el G-7 para competir con la nueva ruta de la seda (France24, 2021) (Rubiolo, 2020) (DW, 28 de junio de 2022).

Estas rivalidades entre países poderosos que han llevado a la guerra en  Europa  del  Este  y  al  escalamiento  de  la  retórica  y  las  tensiones  en  Asía-pacífico,  con  la  concomitante  formación  de  coaliciones  beligerantes, llevan a formular preguntas acerca de las posibles transformaciones del sistema internacional y sus jerarquías.

En el siguiente apartado trataremos estas cuestiones y se argumentará que el sistema internacional  […] tiende  a  reforzar  la  unipolaridad  y  que  Estados  Unidos  seguirá  siendo  por bastante tiempo el Estado hegemónico.

4. La continuada unipolaridad del sistema y la hegemonía americana

Con la caída de la URSS y el final de la Guerra Fría en 1991 se declaró el inicio del momento unipolar del sistema internacional en cabeza de EE.UU. Este se caracteriza por el poderío político y económico norteamericano y por la política oficial de ese país de mantener su preeminencia (Layne, 2009, p. 148).

Dicha política se ha mantenido por parte de diversas administraciones hasta la actualidad y se ha convertido en el canon de  los  consejeros  y  encargados  de  la  defensa  en  Washington  (Porter,  2018). Pero desde la crisis económica de 2008 en adelante algunas voces han manifestado que el momento unipolar ha llegado a su fin.

Esto se ha debido al surgimiento de países que se califican como grandes poderes en términos de su crecimiento económico, su creciente influencia internacional y el aumento de sus capacidades militares (Beckley, 2018, p. 10). El  factor  al  que  se  apunta  con  más  frecuencia  como  causa  de  dicho  cambio del sistema unipolar es la globalización económica y el declive de  EE.UU.  frente  a  nuevos  competidores  (Starrs,  2013,  p.  818). 

Según  el  argumento, la globalización económica tiende a nivelar las diferencias entre los países a través de la redistribución más o menos equilibrada de bienes, mercados y capacidades productivas, estrechando la gran brecha entre  naciones  y  “aplanando  el  mundo”  (Friedman,  2006). 

Una  consecuencia de este proceso sería que en el mediano y largo plazo surgieran más países como grandes poderes a través de la reducción de la distancia  económica  y  tecnológica  con  respecto  a  los  países  dominantes  en  virtud  de  la  creciente  interdependencia  global. 

Por  tales  razones  se  ha  vaticinado que la globalización económica ha traído el surgimiento de países como China, India o Rusia, que van a cambiar la balanza de poder tradicional frente a EE.UU., un diagnóstico que se refuerza por el escalamiento de conflictos militares entre Estados. Sin embargo, el diagnóstico de estas transformaciones resulta engañoso. 

Por  un  lado,  la  expansión  del  capitalismo  tiende  a  desarrollarse  de manera desigual y combinada en distintas zonas geográficas del planeta. En ese sentido, el capitalismo no tiende a aplanar el mundo, sino que tiende a crear ciertas zonas geográficas que concentran los flujos de capital,  creando  nuevas  brechas  internacionales  que  se  traducen  en  el  desarrollo de desigualdades profundas.

Por otra parte, el mantra de que la  globalización  tiende  a  equilibrar  las  economías  y  regiones  geográficas descansa en una sobrevaloración del crecimiento y desarrollo de los países emergentes. A esto subyace un acercamiento metodológico inadecuado para el estudio de la globalización y sus tendencias, centrado en el análisis de indicadores de las economías nacionales y de recursos brutos.

4.1. El poderío económico estadounidense

La expansión del capitalismo alrededor del globo no es una que tienda a la horizontalidad y es más propensa a crear nodos privilegiados que generan brechas y dependencias económicas entre países. Una muestra de esto es que la actividad de las grandes multinacionales no se desenvuelve a nivel global, sino en tres grandes bloques regionales: Norteamérica, Europa y Asia-pacífico (Rugman, 2004, p. 4-5).

Dicho patrón de regionalización se puede ver en el flujo de las Inversión Extranjera Directa a nivel mundial (IED). Entre 1992 y 2006 los flujos de IED a países desarrollados, superaba con creces la IED a países en desarrollo, esta última sobre todo captada por países asiáticos (Callinicos, 2009, p. 200).

Entre 2007 y 2020 se ha mantenido dicha tendencia, con excepción del 2014 y el 2020, cuando se puede ver una caída de la IED en países desarrollados en contraste con una estabilidad de la misma en países en desarrollo. En ambos casos la  estabilidad  de  la  inversión  extranjera  de  los  países  en  desarrollo  se  explica por los flujos a la región asiática y en 2020 al impacto de la pandemia que afectó más a los países desarrollados (UNCTAD, 2021, p. 2):

Contrary  to  the  neo-classical  orthodoxy,  there  are  rising  returns  to  scale.  In  other  words,  improved  profitability  depends  on  large-scale  investments in technological innovation that raises productivity. Where this strategy works, the scale of production is likely to continue growing. Supply firms will cluster around successful large enterprises. The result will be also large concentrations of workers, at least some of whom will be well paid because of their productivity-enhancing skills. Because the  workers  are  also  consumers,  the  resulting  market  for  consumption  goods  and  services  will  attract  further  investment  in  production,  retailing, infrastructure and so on, further increasing employment and widening  local  markets.  The  implication  is  that  in  economically  successful  regions, success breeds success, tending to concentrate investment, production and consumption in certain areas. (Callinicos, 2009, p. 201)

[…] Dicha atracción de los flujos de capital de manera regionalizada tiende a reforzar las asimetrías a nivel internacional, creando nuevos lazos de  dependencia  entre  Estados  y  generando  las  condiciones  para  el  uso  geoeconómico de los recursos y el comercio. Estos efectos en la conformación de las redes económicas globales dan lugar a lo que algunos llaman weaponized  interdependence,  el  uso  por  los  Estados  de  los  nodos  centrales de las redes económicas para coaccionar a otras entidades del sistema internacional (Farrell & Newman, 2019).

Ejemplos de esta forma de geoeconomía pueden verse en la exclusión de entidades financieras rusas  del  sistema  SWIFT  o  el  uso  de  la  dependencia  económica  de  los  países  de  la  Asociación  de  Naciones  del  Sudeste  Asiático  por  parte  de  China en su disputa por territorios marítimos (DW, 28 de junio de 2022), (Rubiolo, 2020).

Se puede pensar que estas asimetrías, si bien no borran las diferencias entre centro y periferia, sí dan lugar al surgimiento de nuevos centros que debilitan el poder económico de EE.UU. El problema con este argumento es que se basa en una concepción anticuada de la economía.

Buena  parte  de  los  análisis  que  tienden  a  ver  un  remplazo  de  la  hegemonía  económica  americana  por  parte  de  otros  países  —en  especial  China—  se  basan  en  indicadores  inapropiados  para  analizar  la  globalización. Hacen referencia a indicadores de cuentas nacionales como el PIB o la balanza comercial de Estados Unidos, que servían muy bien a su propósito a mediados del siglo pasado, cuando las economías de los países estaban contenidas a nivel nacional.

Pero hoy en la globalización los procesos  productivos  de  las  compañías  transnacionales  se  encuentran  dispersos y la adquisición y fusiones corporativas de empresas en ultramar hacen más difícil medir el poder económico de un país en términos de cuentas nacionales. Como afirma Sean Starrs, desde el comienzo del outsourcing en los años setenta la producción se fragmentó en módulos a lo largo del planeta que se dividen en operaciones de alto valor agregado y operaciones de bajo valor agregado.

Al final, el proceso productivo está bajo  control  de  una  sola  compañía  que  mantiene  el  monopolio  de  las  actividades de alto valor agregado. En ese sentido, si se miran las cuentas nacionales de China en sus exportaciones de tecnología frente a EE.UU., puede parecer que el país asiático lidera el mercado en producción tecnológica muy por encima del país norteamericano.

Pero esta imagen se desvanece cuando se observa que muchas de esas exportaciones de tecnología  solo  lo  son  de  productos  ensamblados  para  compañías  extranjeras,  especialmente  americanas  (Starrs,  2013,  p.  819).  En  esa  medida,  la  posición de un país en el capitalismo global solo se puede determinar a través del examen de las empresas multinacionales.

En un análisis del ranking de Forbes 2000, Starrs encuentra que para 2012 las transnacionales norteamericanas lideran en el porcentaje de las utilidades de 18 de los 25 sectores de las corporaciones más importantes del mundo[5].

En 12 de ellos es dominante, i.e., con un 40 % o más de la porción  de  las  utilidades  del  sector.  En  comparación,  China  lidera  en  cuatro sectores y en ninguno de ellos es dominante, i.e., en esos sectores  solo  tiene  una  participación  de  menos  del  40  %  de  las  utilidades[6]. En cuanto a la fracción que corresponde a las adquisiciones y fusiones de empresas fuera de fronteras, EE.UU. también domina a nivel internacional. 

Las  acciones  que  corresponden  a  empresas  estadounidenses  en  otros  países  son  más  del  20  %,  mientras  que  la  porción  de  acciones  de  todas las adquisiciones y fusiones de empresas americanas por empresas extranjeras es de solo el 16 %, lo que significa que las corporaciones americanas  están  adquiriendo  una  mayor  parte  de  corporaciones  foráneas  de lo que lo hacen empresas extranjeras de las firmas estadounidenses.

En consecuencia, para el 2012 las corporaciones americanas combinadas poseían el 46 % del top 500 de las compañías listadas en el mercado de valores. De estas, el 33 % tienen domicilio en EE.UU., a pesar de que este país representa tan solo el 22 % del PIB global. En contraste solo 29 corporaciones chinas hacen parte del top 500, un 5.8 %, de las cuales el 5.9 % son de propiedad de empresas de este país asiático cuyo PIB global es cercano al 20 %.

Además, al desglosar las cuatro principales participaciones de propiedad nacional promedio de las 20 principales empresas en cuatro  regiones  (Estados  Unidos,  Unión  Europea,  Japón  y  Hong  Kong/China), Starrs encuentra que los accionistas americanos son los poseedores dominantes de las corporaciones más importantes de EE.UU. con un promedio del 86 % de todas las acciones en circulación. En Europa, los mayores propietarios de las 20 corporaciones más importantes son estadounidenses, con más del 20 % en cada una de ellas, mientras en EE.UU.[7] 

Este panorama es más claro cuando se muestra que hay una correspondencia  entre  la  propiedad  corporativa  de  las  empresas  estadounidenses  con la posesión de esta en manos de ciudadanos de dicho país.

Starrs presenta los datos de los ciudadanos más ricos del mundo como un aproximado. Según esto, el 76 % de las acciones de los estadounidenses más ricos es invertida en Norteamérica, lo que sugiere que la mayoría de las acciones manejadas por las empresas americanas son de hecho poseídas por ciudadanos de ese país.

Entonces, como las empresas norteamericanas poseen el  46  %  de  las  500  corporaciones  más  importantes  y  ciudadanos  americanos  poseen  la  mayoría  de  acciones  de  las  empresas  estadounidenses,  no resulta extraño que el 42 % de las personas más ricas del planeta sean ciudadanos de ese país, ni que el 41 % de todos los bienes familiares del mundo estén concentrados en Norteamérica a pesar de que el PIB global de EE.UU. haya disminuido a la mitad desde finales de los 50 hasta hoy.

Esto  muestra  que  el  capitalismo  estadounidense  está  muy  globalizado  y  que las medidas de cuentas nacionales no sirven para diagnosticar quiénes controlan la economía (Starrs, 2013, p. 825)[8].

Estos  datos  nos  dejan  con  el  siguiente  panorama:  la  globalización  tiende a ser más una regionalización de los flujos de capital y de su acumulación, lo cual genera unas brechas insalvables.

A pesar del crecimiento sorprendente de ciertos países, la brecha entre los Estados dominantes sigue existiendo a favor de EE.UU., cuyas corporaciones y clase dominante  controlan  la  economía  global,  una  tendencia  que  se  refuerza  por  el  papel  que  juega  el  dólar  como  divisa  internacional  y  la  política  monetaria de ese país para financiar su déficit comercial (Starrs, 2013, p. 828) (Wade, 2022). Entonces podemos concluir que no hay tal declive americano en el aspecto económico.

4.2. El poder geopolítico estadounidense

Para  poder  diagnosticar  un  declive  de  la  capacidad  geopolítica  norteamericana debe medirse el poder relativo estadounidense frente al de sus  contendores,  especialmente  China.  La  forma  tradicional  de  medir  el  poder  de  los  Estados  es  utilizar  indicadores  brutos  para  medir  las   capacidades militares de un país. Generalmente se utiliza el PIB como un índice de los recursos que un Estado puede convertir en capacidades militares. 

En  esa  línea,  el  hecho  de  que  la  porción  del  PIB  global  de  China  sea muy cercano al de EE.UU., sumado al aumento de gasto militar chino y/o la diminución de la presencia militar americana alrededor del mundo, pueden  contar  como  indicios  de  una  tendencia  al  declive  del  poder  de  Washington (Herrera, 2021).

Sin embargo, el uso de dichas métricas resulta insuficiente para comprender la brecha de poder entre los Estados. Según Michael Beckley, el uso de esos indicadores no logra explicar el  resultado  de  grandes  confrontaciones  geopolíticas  en  la  historia. 

La  razón de ello es que estos no tienen en cuenta los costos de producción, seguridad  y  bienestar  en  que  incurren  los  Estados  en  confrontación  ni  la eficiencia con la que se usan los recursos. Alternativamente, el uso de índices que controlan la variable de costos y de eficiencia logra predecir mejor los resultados de conflictos importantes.

Esto es lo que el politólogo norteamericano encuentra al replicar estudios sobre el resultado de grandes confrontaciones en los últimos 200 años, comparando el poder predictivo  del  PIB,  el  Índice  Compuesto  de  Capacidad  Nacional  (ICCN)  y el PIB multiplicado por el PIB per cápita.

El primero de estos índices generalmente se calcula sumando los gastos de gobierno; consumidores y negocios en un periodo de tiempo, el ICCN combina indicadores económicos y recursos militares brutos; el PIB x PIB per cápita propuesto por Beckley, multiplica los recursos totales por los recursos por persona de un país, con el objetivo de introducir una variable que controle los cos-tos y la eficiencia, en buena medida determinados por el tamaño de la población[9] (Beckley, 2018, p. 18-19). Para demostrar su tesis, Beckley testea la validez de cada índice con estudios de caso de rivalidades prolongadas entre grandes poderes en las que una nación tuvo una preponderancia de recursos brutos y la otra una de recursos netos.

De otra parte, utiliza grandes  conjuntos  de  datos  para  evaluar  cuándo  un  indicador  de  una  única variable predice los ganadores y los perdedores de disputas y guerras internacionales en los últimos 200 años (Beckley, 2018, p. 19).En  los  estudios  de  caso,  Beckley  se  centra  en  las  rivalidades  bilaterales  entre  grandes  poderes  desde  1816  que  duraron  al  menos  25  años  y  que  presentan  una  brecha  importante  entre  el  balance  de  recursos  […] en términos brutos y el balance en recursos netos.

De catorce casos de rivalidades  prolongadas,  el  autor  encuentra  nueve  con  las  brechas  más  amplias entre recursos brutos y recursos netos (en todos ellos aparecen China y Rusia). De estos, escoge cuatro casos con una brecha del 20 %: Inglaterra vs. China entre 1839 y 1911; Japón vs. China, 1874-1945; Alemania vs. Rusia, 1891-1917; y EE.UU. vs. URSS, 1946-91.

En todos ellos se encuentra que los países victoriosos —Inglaterra, Japón, Alemania y EE.UU. respectivamente—  fueron  aquellos  que  tenían  una  mayor  diferencia  de  porcentaje de PIB x PIB per cápita frente al rival y que, paralelamente, eran inferiores o no muy superiores en su porcentaje de PIB o de ICCN frente  al  perdedor.  Beckley  resalta  que  los  países  vencedores  contaban  con  mejores  índices  socioeconómicos,  debido  a  que  enfrentaban  menores  costos de bienestar, seguridad y de producción (Beckley, 2018, pp. 22-37).

Respecto a las disputas internacionales y guerras entre todas las naciones ocurridas entre 1816 a 2010, Beckley compara el poder predictivo del PIB  y  el  ICCN  frente  su  propuesta  con  respecto  a  los  resultados  de  guerras bilaterales de la base de datos de guerras del proyecto “Correlatos de Guerra”. Los resultados muestran que el indicador de Beckley tiene entre un 8 % y un 10 % de éxito mayor que el PIB o el ICCN en el pronóstico de resultados  de  guerras  entre  dos  Estados. 

También  muestra  que,  si  bien  todos los indicadores predicen mejor el resultado de guerras que de disputas menores, de aquellas predichas por el PIB x PIB per cápita y no por los  otros  dos,  casi  la  mitad  involucran  pérdidas  rusas  o  chinas  frente  a  países más desarrollados, pero menos poblados (Beckley, 2018, pp. 37-38).

Estos  resultados  tienen  varias  implicaciones.  La  más  importante  es  que las métricas tradicionales para evaluar el poder de los Estados son inadecuadas y que deben ser remplazadas por indicadores como el propuesto por Beckley o el índice de recursos netos de la ONU o del Banco Mundial (BM).

Por ello, los diagnósticos del poder del Estado chino en la actualidad, medido por el PIB o el ICCN, tienden a exagerar su alcance. En contraste, los datos muestran que para 2015 EE.UU. era siete veces más grande que China, según el índice PIB x PIB per cápita y que superaba a China en recursos netos por 80 billones de dólares en 2010 (estimado  de  la  ONU)  y  170  billones  de  dólares  en  2014  (estimado  del  BM). 

Reflejo  de  esto  es  que  China  puede  tener  el  PIB  y  el  ejército  más  grande, pero lidera en consumo de recursos, polución, infraestructura inútil, gastos  de  seguridad  interna  o  disputa  de  fronteras.  Además,  China  usa  siete veces el input económico que usa EE.UU. para su desempeño económico (Beckley, 2018, pp. 42-43). Entonces, dado el éxito predictivo de estos indicadores y la gran distancia que muestran entre los dos países en  contienda,  no  parece  plausible  afirmar  que  EE.UU.  se  encuentre  en  declive frente a otros Estados.

Esta  conclusión,  se  afianza  si  además  se  tienen  en  cuenta  los  factores que subyacen a las condiciones que hacen de un país una superpotencia:

  1. el  poder  militar;  2)  la  capacidad  económica;  y  3)  la  capacidad  tecnológica.

Estos demarcan los límites de la discusión acerca de la configuración  del  sistema  internacional  como  fue  definida  en  el  presente  artículo. Como dijimos, el sistema será unipolar cuando esté dominado por una superpotencia en competencia con algunos Estados que califican como grandes poderes; o puede ser un sistema multipolar si en este dominan  y  compiten  más  de  una  superpotencia  y  otros  Estados  con  el  estatus de grandes poderes. En ese sentido, una superpotencia será aquella  cuyo  poder  militar  y  sus  capacidades  económicas  y  tecnológicas  le  permitan ejercer su poder a nivel global.

En contraste, los grandes poderes solo podrán ejercer su poder en un ámbito regional. En ese sentido, la configuración que ha predominado desde el fin de la Guerra Fría ha sido  una  que  Buzan  califica  con  la  fórmula  1  +  4,  i.e.,  un  sistema  en  el  que Estados Unidos es la única superpotencia y en el que existen cuatro grandes poderes: China, la UE, Japón y Rusia (Buzan, como es citado en Callinicos, 2009, p. 214).

Dicha estructura del sistema internacional puede ser calificada como unipolar. Frente a dicha estructura cabe preguntarse sobre el papel de China y la tendencia de su proyección global en el futuro.

Como hemos visto, la capacidad económica de China sigue estando muy por debajo de EE.UU., sin  embargo,  es  innegable  su  rápido  crecimiento  y  su  creciente  poder  geopolítico desde el aspecto diplomático y militar. Se podría conjeturar que de seguir esa trayectoria podría alcanzar el estatus de superpotencia.  La  cuestión  es  con  qué  rapidez  eso  puede  pasar  de  tal  manera  que  cambie la configuración del sistema internacional.

Con respecto a esto, el  país  asiático  se  enfrenta  con  varias  dificultades: 

1)  China  está  a  un  nivel  tecnológico  muy  bajo  con  respecto  a  EE.UU.; 

2)  la  distancia  que  China  debe  recorrer  es  enorme,  dada  la  capacidad  militar  extraordinaria  de  EE.UU.;  y 

3)  hoy  es  más  difícil  convertir  la  capacidad  económica en capacidad militar, dada la complejidad tecnológica de esta última (Brooks & Wohlforth, 2016, p. 9).

Con  respecto  al  factor  militar,  China  encuentra  muchas  limitaciones  estructurales  para  equiparar  las  capacidades  militares  norteamericanas. Esto implica que el aumento de su presupuesto militar no puede  […] aumentar mucho su poder bélico en el mediano y largo plazo frente al poder  militar  de  alcance  global  norteamericano. 

Brooks  y  Wohlforth  ponen como referencia el dominio de los “espacios comunes” por parte de EE.UU., integrado por cuatro componentes:

1. Comando  del  mar:  submarinos  nucleares,  portaviones,  cruceros  y  destructores, barcos anfibios

2. Aire:  drones  pesados,  aeronaves  de  cuarta  generación,  aviones  de  quinta generación, helicópteros de ataque.

3. Espacio: satélites en operación, satélites militares.

4. Infraestructura:  sistemas  de  alerta  y  control  aerotransportados,  aviones  de  abastecimiento  y  de  transporte  multipropósito,  helicópteros de transporte pesados o de carga media, aviones de carga pesada o media.

Comparado con Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y la India, Estados Unidos domina en cada uno de los correspondientes subcomponentes en razón de la proporción que le corresponden del total de las capacidades militares de los seis países juntos, oscilando entre el 50 % y un poco más del  90  %  en  cada  uno  de  ellos. 

Por  detrás  se  encuentra  Rusia,  con  una  posesión que oscila entre el 1 % y el 25 % en cada uno de los diversos sub-componentes y, en tercer lugar, China con una posesión entre el 0 % y el 6 %, respectivamente (Brooks & Wohlforth, 2016, pp. 19-21).

De acuerdo con esta información, se puede concluir que ni Rusia ni China pueden competir con el dominio militar global de EE.UU. por mucho tiempo. En todo caso, se puede afirmar que la brecha con respecto al dominio de los espacios comunes puede cerrarse fácilmente en la medida en que China siga invirtiendo recursos en el desarrollo militar.

El problema es que  el  desarrollo  de  estas  capacidades  militares  está  en  función  de  la  capacidad tecnológica de un país y si bien China ha aumentado su inversión en Investigación y Desarrollo (I+D), su output tecnológico se encuentra por detrás de EE.UU., en términos de capital humano y de producción tecnológica.

Entre 2010 y 2011, el país norteamericano invirtió 2,85 % de su  PIB  en  I+D  y  China  el  1,84  %,  pero  el  capital  humano  de  EE.UU.  era  siete  veces  mayor  que  el  capital  humano  chino  (Brooks  &  Wohlforth,  2016, p. 23).

Si se comparan ambos países en producción tecnológica, el resultado  es  muy  inferior  si  la  medimos  por  el  porcentaje  del  total  de  familias de patentes triádicas, ingresos por cargos de regalías y licencias de productos tecnológicos, artículos más citados de ciencia e ingeniería y número de premios Nobel desde 1990. En todas estas métricas, EE.UU. domina por encima de Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia y China.

El porcentaje en cada uno de estos cuatro rubros que le corresponde al país  norteamericano  oscila  entre  el  30  %  y  el  60  %,  mientras  China  en  todos  está  muy  por  debajo  del  10  %  (Brooks  &  Wohlforth,  2016,  p.  25).  Estos datos sugieren que la distancia tecnológica entre los dos países es vasta y el proceso para acortarla tomará mucho tiempo.

Esto implica que Beijing tiene muy difícil alcanzar el nivel tecnológico que le permita desafiar militarmente a EE.UU.  Como explican Gilli et al., el crecimiento exponencial en la complejidad de la tecnología militar y del sistema de producción de armas norteamericano es difícil de igualar,  dado  que  el  conocimiento  para  diseñar,  desarrollar  y  producir  un  sistema armamentístico avanzado no puede difuminarse tan fácil en la actualidad, debido a su naturaleza organizacional y su dependencia del conocimiento  tácito  (Gilli  &  Gilli,  2018).  Esto  se  da  por  varios  factores: 

1)  los  implicados  en  el  diseño  y  producción  armamentística  avanzada  se  enfrentan  a  un  infinito  número  de  decisiones  que  implican  la  evaluación  de  muchos  trade-offs

2)  identificar  las  soluciones  a  problemas  de diseño y producción implica ingentes esfuerzos de experimentación, construcción de prototipos  y refinamientos que muchas veces implica devolver los procesos avanzados de producción a los equipos que diseñan o a los equipos que testean para perfeccionar los armamentos;

3) la especificidad de los más mínimos detalles de algunos componentes de los armamentos hace que sea difícil reproducir tecnologías sin interacción  directa  con  sus  creadores,  dado  que  estos  detalles  están  ausentes  en  los  planos  de  diseño  de  dichos  armamentos;

 4)  en  la  actualidad,  el  diseño de armas avanzadas requiere de un conocimiento organizacional que  se  encarna  en  la  experiencia  y  conocimiento  colectivo  de  equipos  gigantescos  de  personas  (para  el  desarrollo  del  F-35  participaron  6000  ingenieros, ninguno de los cuales tenía individualmente el conocimiento completo de todo el proyecto); y

5) la complejidad de estos procesos ha llegado a tal grado que incluso procedimientos computarizados han fallado en la predicción de defectos de los diseños de algunos sistemas de armas, por lo que se ha requerido de testeos intensivos para corregirlos (Gilli & Gilli, 2018).

Por estas razones, a pesar de la ingeniería inversa y del éxito del ciberespionaje chino, ha sido imposible igualar el jet de combate chino J-20 con el jet norteamericano F-22 o equiparar los submarinos chinos a los estadounidenses clase Virginia de alto sigilo (Gilli & Gilli, 2018, pp. 181-187), (Brooks & Wohlforth, 2016, p. 36).

5. Conclusión

Todo lo anterior deja muchas dudas sobre la posibilidad de que China pueda competir con sus capacidades económicas, tecnológicas y militares en términos del alcance global de sus operaciones. Pero no se puede negar el sorprendente avance que ha tenido este país en las últimas décadas.

Esto ha puesto a China como un país en una clase particular que no puede ser comprendida en términos de la fórmula de 1+4. La razón es que el país asiático, aunque no esté cerca de dominar la economía mundial, sí se proyecta a futuro como un país con mayor influencia económica y política.

Así las cosas, Brooks y Wohlforth plantean una nomenclatura diferente de la configuración del escenario actual que pueda dar cuenta  de  sus  transformaciones. 

La  fórmula  que  proponen  es  1+Y+X,  donde  el  término  Y  refiere  a  grandes  poderes  que  tienen  el  potencial  de  convertirse  en  superpotencias  y  el  término  X  a  grandes  poderes  (Brooks  &  Wohlforth, 2016, p. 16).

En este marco, el camino que debe recorrer un país dominante para llegar  a  superpotencia  es  el  siguiente:  1)  gran  poder  →  2)  superpotencia  potencial  emergente  →  3)  superpotencia  potencial  →  4)  superpotencia

De acuerdo con los autores, el sistema actual puede denotarse con la fórmula 1+1+X, pues China ha pasado de ser un gran poder a ser una superpotencia  potencial  emergente,  en  la  medida  en  que  tiene  la  capacidad  económica  pero  no  tecnológica  de  aspirar  a  ser  una  superpotencia

Si  logra adquirir los requisitos económicos y tecnológicos para sobrepasar y desafiar a EE.UU. en el ámbito militar, entonces podrá considerarse como una superpotencia potencial. Y si obtiene la capacidad económica y tecnológica para desarrollar y adquirir sistemas bélicos de proyección global y la habilidad para implementarlos de manera coordinada para disputar el dominio de los espacios comunes, entonces el país asiático podrá considerarse una superpotencia (Brooks & Wohlforth, 2016, pp. 42-44).

Pero el camino parece extenso y aún el sistema se caracteriza por la existencia de una única superpotencia: Estados Unidos. En ese sentido, sigue existiendo una configuración unipolar a favor de este país, aunque se  avizora  un  repunte  de  China  que  puede  aspirar  a  dicho  estatus. 

La  única opción en el corto y mediano plazo para Beijing es una estrategia de  balance  externo  frente  a  EE.UU.,  es  decir,  la  formación  de  alianzas  que  permitan  equilibrar  la  balanza  de  poder  con  el  objetivo  de  contener  al  país  norteamericano.  El  problema  es  que,  dada  la  actual  crisis,  Washington ha logrado coaligar bajo su liderazgo la UE y varios aliados estratégicos  que  pueden  limitar  el  alcance  de  la  diplomacia  china. 

En  esa  medida,  su  poder  económico  puede  verse  limitado  con  las  retaliaciones de la coalición occidental en el terreno económico con el plan de infraestructura del G-7 o sanciones comerciales y el cercamiento militar que  enfrenta  el  país  en  las  aguas  del  Pacífico,  en  la  que,  si  bien  puede  ganar  el  pulso  dada  la  dependencia  económica  de  sus  vecinos  frente  a  su mercado, no podrá responder con sus capacidades militares a la presencia norteamericana sin enfrentar costos muy altos.

Por tales razones, cabe esperar que China vea limitado su poder en sus aguas territoriales y que su expansión económica sea contestada con resistencia por la nueva hegemonía norteamericana.

En  consecuencia,  la  perspectiva  de  Callinicos  de  que  el  mundo  es  uno  multipolar  en  la  medida  en  que  tenemos  una  configuración  1+4  con  EE.UU.  a  la  cabeza  y  con  China,  Japón,  la  UE  y  Rusia  como  grandes  poderes,  no  parece  apreciar  la  sutilidad  de  la  definición  de  la  unipolaridad  como  un  sistema  dominado  por  una  superpotencia  con  una  capacidad global de control, ni tampoco permite ver las transformaciones de lo internacional, con China como mero aspirante a superpotencia  (Callinicos,  2009). 

Si  bien  el  dominio  norteamericano  puede  verse  afectado por factores sistémicos del capitalismo, eso no significa que el estado actual de su dominio y el futuro de su poder a nivel global esté en  declive  en  la  competencia  geopolítica  en  el  futuro  cercano. 

En  esa  línea, se comprende que las amenazas al poderío norteamericano no van a venir de la competencia geopolítica sino de factores estructurales. Uno en  particular  es  la  crisis  capitalista  frente  a  la  continuada  caída  de  la  tasa de ganancia (Roberts, 2020).

Relacionado con esto, el declive norteamericano puede provenir de un cambio político interno que lleve a un cambio político internacional, por ejemplo, con un eventual gobierno de los socialistas y con un cambio del staff encargado de la seguridad. Pero ese panorama no se ve cercano y aun cuando sucediera, no hay muchas esperanzas de que transforme la orientación a lo internacional, dada la influencia del lobby del complejo militar industrial y la cohorte de expertos  en  seguridad  en  el  sector  de  la  defensa. 

En  todo  caso,  cabe  esperar  que,  en  este  contexto,  América  Latina  pueda  jugar  un  papel  relevante  en la competencia entre EE.UU. y China, ambos en búsqueda de socios comerciales y destinos para sus inversiones. Pero esto solo tendrá importantes  repercusiones  si  se  convierte  a  nuestro  hemisferio  en  un  nodo  central de las redes del capital, algo que a su vez profundizaría la competencia geopolítica a nivel regional.

Por estos motivos, la mayor aportación de nuestro continente solo puede ser la búsqueda de una mayor  […] independencia  económica  y  política  de  las  potencias  en  competencia,  de tal manera que pueda equilibrar la balanza de poder internacional a través de la construcción de nuevos modelos de desarrollo que puedan contribuir a la búsqueda de la paz internacional.

Agradecimientos

Agradezco a los evaluadores y a los editores de la revista por sus críticas y contribuciones a este artículo, han sido de gran importancia y han nutrido mucho mis perspectivas sobre el tema. De igual forma, agradezco y dedico este ensayo al abogado y  escritor  Héctor  Peña  Diaz  (Q.E.P.D),  quien  fue  mi  maestro,  interlocutor,  editor  y  lúcido  crítico  de  los  primeros  esbozos  del  argumento  que  aquí  presento.  También  quiero agradecer a Emilia Vásquez Pardo por leer, comentar y criticar este escrito. Ã Christian Castaño G.Politólogo, magíster en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.

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[1] Sobre el debate acerca de la relación entre realismo y marxismo ver: (Pozo-Martin, 2006) (Anievas, 2005) (Callinicos, 2007).

[2] Traducción es mía

[3] Traducción es mía

[4] Traducción es mía

[5] Los  18  sectores  son:  industria  aéro-espacial  y  de  defensa;  negocios  y  servicios  personales; casinos, hoteles y restaurantes; industria química; hardware y software de computadoras; conglomerados; electrónica; servicios financieros; comidas, bebidas y tabaco; equipamiento y servicios de salud; maquinaria pesada; seguros; medios de comunicación; petróleo y gas; farmacéutica y productos de cuidado personal; comercio minorista; transporte; y servicios públicos  Banca; construcción; bienes raíces (Hong Kong); y telecomunicaciones (Hong Kong) los accionistas extranjeros suman un promedio de 15 % de propiedad de acciones  de  las  20  empresas  más  importantes  de  ese  país  (Starrs,  2013,  pp. 820-824).

[6] Banca; construcción; bienes raíces (Hong Kong); y telecomunicaciones (Hong Kong)

[7]

[8] Estos datos han sido actualizados y presentados por Starrs en el presente año y refuerzan sus conclusiones (Starrs, 2022)

[9] Esto  se  basa  en  una  amplia  literatura  de  estudios  militares  que  concluyen  que  el  PIB  per  cápita  es  un  buen  indicador  de  la  eficiencia  de  la  economía  y  del  ejército  (Beckley, 2018, pág. 18).