En 1981 me encontraba realizando mis estudios en la URSS cuando tuve que regresar a mi país llamado por la guerra y por mi Partido. Me integré al frente y combatí con las FAL hasta el fin de la guerra con el nombre de Mauricio.
En enero del ‘87 fui enviado desde Guazapa, junto con un grupo de compañeros, a la provincia de Chalatenango, exactamente al lugar conocido como La Montañona, cerca de la frontera con Honduras, a unos 8 km al norte del municipio de Las Vueltas. Ahí, en la parte más alta de La Montañona, estaba ubicada la “Escuela político-militar Capitana Ileana de las FAL”.
La escuelita, como le decíamos, era la entrada de todo el mundo a la guerra. Las FAL habían echado a andar esa iniciativa con el objetivo de vincular la práctica diaria que significaba sostener la guerra, con la teoría revolucionaria. Allí se realizaban todo tipo de tareas y se estudiaba el por qué de la guerra, las razones para luchar, para sumar así a los esfuerzos militares la consolidación política e ideológica de los combatientes. Por tandas, los compañeros iban a pasar un tiempo ahí. No era tanto una obligación como una necesidad.
La escuelita, al momento de mi llegada tenía unos sesenta compañeros. Muchos de quienes se incorporaron a las filas guerrilleras iban a cero conocimiento de qué se trataba. A mí como salvadoreño me impactó mucho, cuando llegué al frente, la cantidad de compañeros internacionalistas que estaban participando del proceso revolucionario de mi país. Producto de la clandestinidad, llegábamos al frente desconociendo el inmenso contingente de personas de otros países que se encontraban en los distintos campamentos y en las diferentes organizaciones que componían el FMLN. El enemigo utilizaba este gesto para presentar en su campaña publicitaria que “esta guerra no es de salvadoreños” y justificar así la intervención de los EEUU. La verdad era la necesidad de estos compañeros de aportar su valor a nuestra lucha y conocer nuestra experiencia.
Ahí conocimos un grupo de combatientes argentinos: Cope, Víctor, Platini, Sergio y Rodolfo. Sergio estuvo un tiempo en la escuela hasta que después se fue a cumplir tareas con las unidades de las FPL y llegaba de visita cada dos semanas. Allí conocimos a Fernando, chileno, que cayó en 1989 en Ciudad Delgado; Ramón, de Costa Rica; dominicanos: el negro Javier, que ya se volvía para su patria y César, que era médico y sastre; Karim, otra chilena. Anteriormente habían estado otros dos compañeros argentinos, Anita y Roque. Fabricio, un estudiante de medicina venezolano que murió en el ‘88 en un enfrentamiento con el Batallón Atlacatl.
En los primeros años, el concepto que se tenía de la guerra era que allí sólo se tiraban tiros. Y no. Se cumplían las más diversas tareas que hacían posible el avance y la resistencia. Una tropa sin maíz, sin frijoles, sin arroz, cómo podía subsistir? De eso se encargaba Víctor, aunque renegara y se lamentara. A una tropa sin botas o con los uniformes descosidos le es difícil ir al combate. Ahí entraba la labor de César.
Como había compañeros que no sabían leer ni escribir, en los ratos libres se sacaban cuadernos y lápices. Ahí Rodolfo colaboró como maestro.
En la convivencia con la tropa, las diferencias culturales podían hacer que se encajara mejor o peor. Había que elegir con quién compartir la champa, con quién compartir los momentos de descanso. Rodolfo cuajó muy bien con los demás. El venir de la ciudad para internarse a la vida guerrillera en el campo no era fácil. Los que eran de la zona o estaban hacía tiempo ahí, a veces se comportaban como intentando probar a los recién llegados. A algunos les era más difícil que a otros, y a los internacionalistas siempre les costaba más. “Yo no me quiero dejar mandar por ningún extranjero”, era una expresión que después la convivencia se encargaba de romper.
A Víctor lo tenían por enojado los compañeros, que eran muy jóvenes, entre 15 y 17 años. A los 17 años eran considerados viejos. A nosotros nos decían viejitos. Cuando se daban cuenta que nos cansábamos en las caminatas nos decían “¿Qué vienen a hacer estos viejitos a la guerra? Nos cuesta mucho cuidarlos!”
A Víctor le gustaba mucho regañar a la tropa y entraba en conflictos de relación fácilmente.
Sergio era más calmado, más tranquilo, igual que Cope. Podían estar los combates ahí cerca y con mucha tranquilidad asumían sus tareas diarias. Rodolfo era aún más tranquilo.
En ese tiempo las operaciones del enemigo eran bastante seguidas y requerían de un nivel contundente de respuesta. La guerra había entrado en un nuevo período. Había comenzado la movilización permanente de las unidades guerrilleras para contrarrestar los ataques enemigos. A nivel nacional, pero sobre todo en la provincia de Chalatenango. Después de estar tres meses recibiendo instrucción en la escuela, Rodolfo fue directamente asignado con el grado de teniente a un pelotón de combate que se movilizaba por Las Vueltas y que acostumbraba andar por la zona de Las Bolsitas, cerca de La Ceiba, a una media hora de la escuelita. Los compañeros que salían con él comentaban que esa tranquilidad de Rodolfo nunca la perdía en los combates.
Cope también era excelente combatiente. Había un compañerito de 14 años de edad, Marvin, que después de haber sostenido un enfrentamiento prolongado con el enemigo, me decía “Me gustaría salir con Cope otras veces porque no se agüeva. Se mantuvo en la trinchera y nunca dio señales de querer retirarse”.
Sergio todavía estaba con las unidades de las FPL. Era un acuerdo de cooperación realizado con la idea de que los compañeros conocieran la experiencia política y militar de las otras organizaciones. El compartir esta experiencia rompía esquemas. Yo tuve la oportunidad de estar trabajando ocho meses con los compañeros de las FPL, en la producción de Radio Farabundo Martí, en el ‘84, ahí mismo en La Montañona, en una zona muy alta que se llama El Rótulo de los Monos, dos años antes de conocer a este grupo de compañeros internacionalistas.
Tuve la oportunidad de viajar a Chalatenango en el mes de marzo del año ‘98 pasado. Fui con cuatro compañeros que estuvieron para la misma época, en esas zonas donde se movían las FAL. Fuimos a Los Ramírez, al Cacao, a las Bolsitas. Aquella experiencia con los compañeros internacionalistas es imborrable. El respeto a su heroísmo, a su solidaridad. Fuimos a la Quebrada de la Cimarrona, donde tantas veces nos bañamos en el río, donde tantas veces tuvimos instalada la cocina.
Cuando uno dice Los Orellana, Los Ramírez, Los Beltrán, Los Guardado, habla de zonas bautizadas por los guerrilleros con el nombre de las familias que habían habitado esos lugares, familias muy numerosas y humildes que tuvieron que evacuar la zona ante la embestida del Ejército. A ésas zonas nos dirigíamos tres o cuatro veces por semana a buscar el frijol, el maíz, el arroz. En todos esos caseríos la gente cooperaba con nosotros. Nos vendían a precio preferencial para la guerrilla. Víctor tuvo que conocer personalmente a todos los tienderos, quién vendía mas barato esto y quién lo otro. Se conocía de memoria toda el área que nos rodeaba.
En la escuelita cada día se asignaba a un compañero para dar el matutino. A las cinco de la mañana nos levantábamos. Allí en La Montañona hace un frío tal que el agua amanece con escarchita. Echarse esa agua en la espalda que te hacía saltar, luego ayudarse con el jarro caliente de café y después a realizar los ejercicios físicos. Cada uno diariamente se turnaba para dirigirlos. Cuando algunos mandaban muchas pechadas o lagartijas, o muchos parachutes (caída de paracaidistas), al día siguiente andábamos bien yuca, bien duros todos.
La mayoría de los guerrilleros usaban gorra, pero Rodolfo andaba con un sombrerito color verde. Llegaba de una operación militar, dejaba el fusil pegado al poste y se ponía a moler el maíz en la cocina. Siempre que se regresaba de una misión, se continuaba con las diferentes tareas logísticas.
Una vez veníamos retirándonos de una ofensiva del enemigo y Rodolfo venía muy enfermo del estómago. Las comidas crudas muchas veces, o sin sal, y las diferentes costumbres alimenticias solían hacer estragos en los estómagos de alguna gente, en especial de los extranjeros. Veníamos escapando del enemigo y “Ya no aguanto”, dijo Rodolfo. Y ya no aguantó y ahí mismo se bajó los pantalones.
En el ‘87 el Ejército asentado en Chalatenango se propuso que no le daría paz a la guerrilla en esa zona. El Coronel Ochoa Pérez, comandante de la 4ª Brigada de El Paraíso, hacía declaraciones constantemente acerca de sacudir, de hacer trabajar más a la guerrilla. Los operativos sobre la zona de Las Vueltas se hicieron más continuos.
Nosotros por nuestra parte entendíamos que si ellos no acudían al combate, había que salir a buscarlos. Era una de las líneas de la Guerra Popular Revolucionaria.
Una guerra que se alargó. Y donde el enemigo recurrió entonces a la táctica de romper internamente a la guerrilla. De revertir guerrilleros. Con graves repercusiones.
Chalatenango no escapó a ese intento de infiltración. El Ejército reclutó a muchos pobladores que formaban redes para descubrir nuestras rutas, suministrar información de cuántos éramos, de por dónde solíamos aparecer.
En la propia tropa ya se empezaron a dar casos de unidades guerrilleras que salían de exploración y cuando se topaban con una patrulla enemiga, ponían el fusil boquilla abajo, como una señal preconvenida de no-combate. La táctica en ese caso era de convencer a los compañeros de permanecer en la guerra sin combatir. Poder sobrevivir a la guerra, sin cumplir las tareas revolucionarias.
Al igual que nosotros saboteábamos los puntos vitales de la economía nacional que solventaba al enemigo, ellos comenzaron a sabotear nuestra propia economía. Los compañeros llegaban a poner las cargas de explosivo en un poste del tendido eléctrico y se encontraban con que las cargas, sutilmente mojadas con una jeringa, no explotaban.
Hubo que preparar equipos ideológicamente muy sólidos para poder detectar ese trabajo. Trabajo enemigo que hizo mucho daño, en el sentido que se transformó en una lucha al interior de las unidades guerrilleras, lo que provocó en un momento mucha desconfianza. Cualquiera podía sentirse tocado.
Se formaron equipos de vigilancia que, por la delicadeza del asunto, recurrían a compañeros de una especial consistencia política e incluso física. Pues cuando se descubría una red de ésas, se convocaba a una reunión y a una señal del jefe los miembros del equipo desarmaban al infiltrado. Hubo casos en que al momento de la detención los tipos mataban a sus compañeros.
Rodolfo reunía las dos condiciones, por lo tanto le tocó participar de esos equipos. Él había llegado a principios ‘87 como un niño bonito y grandote que el Partido Comunista Argentino había mandado junto a los otros compañeros. Primer enflaqueció rápidamente. Pero mes a mes fue agarrando fuerza y terminó hecho un diablón que cargaba 50 libras en el lomo durante horas sin quejarse.
Todas las etapas de la guerra fueron difíciles, pero ésta, de la cual participaron aquellos compañeros internacionalistas, fue particularmente delicada pues se debía tener mucho tacto para no equivocarse.
Fue una época que requirió de muchas virtudes para atravesarla a salvo.
En este momento de transición aún de la guerra a la posguerra, a veces se me trata de que yo mucho hablo del conflicto. Me ha sucedido en mi lugar de trabajo, ámbito por cierto muy distinto al de la guerra, que me digan que mucho insisto yo en ese período. Y yo trato de reflexionar.
Eso ha sido parte nuestra. Si tratamos de quitar, de desvincular esa parte, estaremos olvidando nuestras propias vidas y la de nuestro país. Yo no puedo olvidar eso. Comprendo claramente que ese período nos permite valorar hoy qué es lo que debemos hacer, por donde debemos continuar. La lucha hoy quizás se ha vuelto más compleja, pero la complejidad no nos debe confundir en cuanto hay que seguir validando lo que siempre fue válido: la Guerra Popular Revolucionaria. Personalmente pienso que el FMLN atraviesa una situación bien difícil, que requiere de mucho esfuerzo por consolidar el perfil revolucionario conque le dio y debe seguir dándole esperanza a la gente. Validar su carácter revolucionario será validar los años que vivimos en guerra.
La muerte me sigue impactando. Yo tengo aquí metido lo del 16 de septiembre, el 3 de mayo cuando Italo, segundo jefe del Batallón Aguiñada Carranza, pierde su pierna en Guazapa. Que Juan Macarela cayó en mayo del ‘88 combatiento contra una unidad del BIRI (Batallón Irregular de Reacción Inmediata) Ramón Belloso.
Para agosto y septiembre del ‘87, las operaciones enemigas en la zona se habían incrementado fuertemente.
El 16 de septiembre Rodolfo estaba en una misión de combate sobre unos cercos de piedra que están rumbo a Los Orellana. Con 22 años, venido de Argentina igual que el Che Guevara, comandaba una escuadra de siete combatientes, entre los que estaban Marno y el Gato Douglas, que habían compartido ya muchas operaciones militares con él, Marvin, Carlitos, y Tobías. El día anterior habíamos tenido una larga conversación en la cocina del Caraito, en la que me contó algunas cosas sobre su vida en su país y algunas opiniones sobre esta experiencia con la guerrilla salvadoreña.Me contó que le iba al Independiente, donde jugaban varios de la selección campeona del mundo en México, con Maradona.
Como a las 11 de la mañana fueron emboscados por una unidad de la 4ª Brigada de Chalatenango, que asediaba la zona constantemente. A la vuelta los compañeros informaron que el teniente Rodolfo había muerto en la emboscada, alcanzado por una bala que le dio en medio de la frente.
Cerca del mediodía del 16 de septiembre de 1987, encabezando una unidad de las FAL en La Montañona, Chalatenango, cerca del caserío de Los Orellana, El Salvador.
A las pocas horas ya estabamos movilizándonos para otro campamento porque el enemigo se nos venía encima.
En los años ‘90, estando en Nicaragua, fue que supe su verdadero nombre: Marcelo Feito.
(Carlos Castaneda, Mauricio, fue elegido diputado por el departamento de Sonsonate en las elecciones de marzo del 2000. Reelegido en el 2003 y en el 2006, siguió integrando la bancada del FMLN en la Asamblea Legislativa de El Salvador. En 2009 el FMLN ganó las elecciones generales, y desde entonces Carlos es funcionario del Ministerio de Defensa)