Apelando «a la fe de la inmensa mayoría» el presidente Alan García acaba de decir que los recientes conflictos, «en los mismos lugares en los que antes ganó el “antisistema”», son parte de un conflicto continental entre la democracia política y económica, por un lado, y el estatismo económico, por otro. Después de haber enunciado este embuste, dijo que en el 2006, el Perú escogió por 5 años el camino de la modernidad que gana terreno social, pero subsisten grupos “antisistema” que predican el estatismo y aprovechan cualquier queja o reclamo para impulsar la violencia y crear un “levantamiento general de los pueblos” aprovechando la crisis mundial, con el fin de acumular fuerzas en la primera mitad del gobierno y en la segunda precipitar la caída del sistema, elegir una Constituyente, establecer la reelección, proceder a la estatización de algunas empresas y luego estatizar el pensamiento y la vida social. Y, a estos, sus enemigos construidos, les ha dicho: «no pasarán, porque la mayoría demócrata y racional es inmensa».
Es la catilinaria de un demiurgo. La ciencia política y social no se basa en la realidad, ya no es una interpretación rigurosa de esta; pues, según el texto del presidente García, la realidad surge de sus propias construcciones imaginarias. Este abandono del método de construcción del conocimiento que practicó, según él, Haya de la Torre, es inaudito, es inconcebible.
La modernización neocolonial de Alan García
La argumentación del presidente no ayuda al entendimiento de los procesos sociales, políticos y económicos de las últimas décadas. La dicotomía democracia (defendida por Alan García) y estatismo (propugnado por los “antisistemas”), es sólo una invención manipuladora. Hay que recordar que Alan García no gobierna sobre la base del plan que utilizó en la campaña electoral sino del plan de la candidata que combatió acusándola de representar a los ricos. Uno podría decir que los que embozan sus ideologías para ganar una elección no son auténticos demócratas porque mienten al pueblo que los elige.
Empero, importa más señalar que Alan García es el seguidor más aplicado de la modernización neocolonial que empezó con Alberto Fujimori y que siguió durante el Toledismo por el camino de las concesiones gasíferas y mineras, y no precisamente por el camino de las nuevas políticas macroeconómicas aplicadas desde el año 2002. Apoyándose en la idea Hayista de que «todo progreso se debe al capital extranjero», Alan García ha construido un discurso que se ubica históricamente en las postrimerías del siglo XIX cuando nuestros países se incorporaron al mundo globalizado de esa época como enclaves o colonias exportadoras de productos primarios.
En su monografía «La revolución constructiva del aprismo, Teoría y práctica de la modernidad», dice que en la actualidad hay un nuevo modo de producción global que obliga a buscar «espacios de integración esencialmente económicos» y que «la integración ya no es hacia adentro, ahora es la complementación» económica y política para incorporarnos y actuar ante el mundo (p.115). Esta propuesta neocolonial, de subordinación al capital transnacional y contraria a los intereses de las mayorías, corresponde a la ideología neoliberal del consenso de Washington que considera a nuestros países un campo de inversión para el capital transnacional.
La propuesta de desarrollo de Alan García
En sus artículos sobre el «síndrome del perro del hortelano», Alan García es conmovedor como intelectual. Nos dice que hay recursos (forestales, agrícolas, mineros, marinos, etc.) que se pueden utilizar (poner en valor dice el presidente), pero hay perros del hortelano que se oponen. Propone, entonces, acabar con estos perros: reduciendo el control y evaluación de las inversiones públicas; privatizando las funciones reguladoras del Estado; subastando las tierras comunales ociosas; reduciendo los impuestos a las empresas mineras; exonerando tributos a los que quieren invertir en la maricultura; empaquetando deudas del Estado para venderlas en subasta pública; y, dando acceso progresivo a los derechos laborales de los trabajadores.
Escribas neoliberales y de derecha han dicho que estos artículos constituyen una nueva «propuesta teórica del desarrollo», porque identifican los obstáculos que enfrenta la inversión privada y, por lo tanto, el crecimiento y desarrollo. Pero se trata de una propuesta que no tiene rigor metodológico ni estatuto teórico. Desde el punto de vista del método de construcción del conocimiento, su propuesta modernizadora es la expresión del «inductivismo ingenuo del siglo XIX»: observa algunos hechos (recursos, posibilidades, y supuestos opositores a su utilización que reflejan las preferencias del propio autor) y cree así, por inducción, construir una propuesta que compite con las teorías del desarrollo. Su análisis, además, es lógicamente inconsistente.
Señala que hay recursos, lo que se puede hacer con estos recursos, por qué no se puede hacer lo que se puede, y quienes son los perros que se oponen. Sin embargo, cuando llega al recurso «trabajo» o «capital humano» el autor parece descubrir que su argumento se le convierte en un boomerang, del cual no logra salir porque se siente cómplice. Con el capital humano se puede hacer muchas cosas: aumentar la productividad, innovar técnicamente los procesos de producción, modernizar la producción, etc. Pero, lo que Alan García evade decir, es que los gobiernos neoliberales, incluyendo el suyo, han hecho todo lo posible para «aplastar al capital humano»; evade decir que estos gobiernos son los auténticos perros del hortelano del desarrollo, porque redujeron el gasto en salud y educación, bajaron los sueldos y salarios, y aumentaron el subempleo y la pobreza, generando así una manera de crecer que no crea empleo ni ingresos decentes, y que excluye a la inmensa mayoría de la población de la sierra y la selva del país.
El desarrollo neocolonial con cholo barato
La evidencia empírica revela que las políticas económicas de los ochentas, noventas y de la presente década, atrasaron el crecimiento económico de largo plazo, sacrificando bienestar porque influyeron directamente en la orientación de la inversión privada hacia áreas de complementación económica transnacional. El alto crecimiento económico de los últimos años, no es fruto del progreso tecnológico y del desarrollo industrial, sino de un modelo exportador basado en el cholo barato. Es el modelo del «perro del hortelano neocolonial» que no permite que los trabajadores y las poblaciones, rural y nativas, mejoren su calidad de vida: el salario promedio de los obreros en 2007 representó sólo el 4% del sueldo promedio de los ejecutivos de la minería y únicamente el 52.8% de su valor registrado en el año 1987. Alan García dice que la pobreza ha caído, pero no dice que su nivel actual es el mismo que generó su gobierno en los años 1985-1990 (45.1%) y que se mantiene con fluctuaciones.
No está en discusión, porque nadie lo niega, que la inversión es fundamental para el crecimiento: las tasas de crecimiento del PBI están estrechamente correlacionadas con las tasas de variación de la inversión. Pero la inversión privada de los últimos tiempos ya no expande la producción de aquellas actividades que generan más empleo e ingresos: el índice de empleo de la manufactura ya no sigue al comportamiento del PBI, justamente desde los años en que empiezan a aplicarse las políticas neoliberales. Esta manera de crecer ha hecho, además, que la inversión de estos tiempos sea básicamente de construcción más que de maquinaria y equipo para la agricultura y la manufactura.
La modernización democrática como alternativa
¿Puede ser democrático un gobierno que sólo después de forzado por la exigencia de los comuneros, ofrece un plan integral para las zonas del sur en conflicto? ¿Puede erigirse en defensor de la democracia un gobierno que incumple tratados internacionales como el de la OIT que le obliga a consultar con las poblaciones nativas para decidir sobre su territorio, pero sí garantiza la seguridad jurídica de la inversión extranjera en los tratados de libre comercio? ¿Defiende la democracia un gobierno que otorga concesiones forestales y petroleras en el mismo territorio donde habitan nativos cacataibo de Puerto Azul, ignorados por décadas? «Saber tratar con el capital extranjero es un difícil equilibrio, dice Alan García. Y más en un mundo de competencia en el que todo capital rechazado en un país irá a otro». (Monografía citada, p. 121). Hoy, nos dice, «ante la volatilidad de la inversión, el cambio tecnológico y el vaivén de las exportaciones no es posible pensar en una estabilidad laboral absoluta» (p. 99). Esta carrera desregulatoria hacia el fondo (Race to the Bottom) que nos propone Alan García para retener al capital extranjero y a su tecnología, es otro retorno al siglo XIX.
El presidente del «óbolo minero» no puede llamar antisistema, extremista y comunista, a todos los que apuestan por la ruta de la construcción de la nación, que es la ruta de la modernización democrática en el contexto de la globalización y de sus crisis. El verdadero demócrata es el que reinventa la ciudadanía a través de la historia; el que prioriza el desarrollo de la ciudadanía; el que, como lo señala Adam Smith (el mismo que acuñó la frase «la mano invisible del mercado»), debe estar dispuesto a sacrificar su propio interés privado en beneficio del interés público de su sociedad particular. Por el contrario, los que desean convertir a nuestras economías en una pieza del modo de producción global, despojan a la democracia de sus ciudadanos que siempre han vivido en comunidades concretas.
La historia demuestra que la democracia para ser tal no debe ser excluyente sino integradora, y para hacerla posible se necesitan cambios a nivel local y nacional, como la educación pública de calidad, la educación básica obligatoria, buenos sistemas de agua y desagüe, electrificación, redes viales, salarios y oportunidades de empleo decentes, prohibición al trabajo de los niños, etc. Esta es la manera democrática de equiparnos para un mundo globalizado. Adam Smith, en su Teoría de los Sentimientos Morales, publicado en 1759, decía que la «disposición de admirar y a casi reverenciar al rico y al poderoso, y a despreciar o por lo menos, a no prestar atención a las personas pobres y de condición media es, al mismo tiempo, la gran y más importante causa universal de la corrupción de nuestros sentimientos morales» (Parte I, Capítulo III, 3.1).
El problema de la modernización democrática es cómo asegurar que el desarrollo nacional —con la nacionalización (no la estatización) de la explotación de los recursos naturales y la no depredación del medio ambiente— sea basado en una comunidad política de ciudadanos libres. No hay democracia sin justicia e inclusión, cultural, social, política y económica. La modernización democrática supone, asimismo, en el área de la economía, la institucionalización de políticas macroeconómicas anticíclicas, el desarrollo de los mercados internos, con infraestructura y mercado de capitales en soles, para impulsar la inversión privada local, el cambio técnico endógeno y el desarrollo de la competitividad internacional sobre la base de la productividad y de salarios reales crecientes.
«Los verdaderos fundamentos de la vida moral en los tiempos modernos –decía John Stuart Mill, economista, político y filósofo del siglo XIX-, son o deben ser la justicia y la prudencia como medios que propician el respeto de cada uno al derecho de todos y el reconocimiento de la aptitud individual para decidir su futuro».
Publicado en La Primera, domingo 5 de julio de 2009