Templarios

TEMPLARIOS
Canal Historia

Fragmento
1

El hierro y la fe

Hubo un tiempo en que Europa vivió en la anarquía y la oscuridad. Una era en que todo vestigio de orden, de justicia y de autoridad se había olvidado y había sido reemplazado por el ejercicio de la fuerza. Reyes y obispos palidecían ante el avance de los señores feudales que aprovecharon una época de inestabilidad para imponer su voluntad sobre una población atemorizada e ignorante. La espada y la lanza habían afianzado su lógica sangrienta sobre la ley y la administración que no hacía tanto se habían extendido por los territorios del Occidente europeo. En los siglos X y XI, puesto que éste es el período al que nos referimos, la única esperanza para la mayoría de los europeos se depositaba en una fe que los consolaba y dotaba de sentido a sus desdichadas vidas. La Iglesia estaba lejos de ser ejemplar y caritativa, pero poseía en su interior la suficiente vitalidad para seguir extendiendo su presencia junto al sufrido campesino o al valiente comerciante que se instalaba en las todavía balbucientes ciudades. Además, algunos de sus miembros eran lo bastante osados como para denunciar los excesos y reclamar los cambios que toda la sociedad sentía como indispensables.

Ésta es la historia de un tiempo en el que surgió un grupo de hombres que hizo del ejercicio de las armas una profesión y un medio de vida, que después sería conocido como «caballería». Y en el que también nacería una nueva espiritualidad más auténtica, más compasiva y más fuerte que haría de la búsqueda de la coherencia su bandera y de su cercanía al pueblo su ideal. Dos protagonistas cuyo encuentro daría pie a una de las aventuras más singulares de la Europa medieval, las Cruzadas, y al nacimiento de las órdenes militares, de las que el Temple fue la pionera.

La Edad Media es uno de los períodos históricos que más pasión despierta en el público general. Muchos de los ávidos lectores de divulgación y ficción histórica se sienten atraídos por el aliento épico y el exotismo que atribuyen a esta etapa. ¿Quién no se ha imaginado como alguno de los poderosos guerreros que poblaron aquellos siglos, como las damas que en determinados momentos cambiaron el destino de reinos enteros o como los míticos reyes cuyas leyendas resuenan todavía hoy? El Cid, Leonor de Aquitania o el rey Arturo son sólo algunas de las muchas figuras que podrían ilustrar con facilidad esos arquetipos y cuyas peripecias han hecho correr ríos de tinta.

Sin embargo, la realidad suele ser mucho más prosaica. Los profesionales de la Historia dedican buena parte de su esfuerzo a desmentir los tópicos más o menos fundados que se reproducen hasta la saciedad y que obedecen más a las inquietudes de nuestros días que al conocimiento que tenemos del pasado. Muchas veces un simple vistazo sirve para darse cuenta de que lo que suele presentarse como un tiempo heroico y brillante puede ser mucho más complejo y menos loable de lo que se había pensado en un primer momento.

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS

Si cualquier lector contemporáneo hubiese nacido en el siglo XI, lo más probable es que no hubiese sido ni guerrero, ni dama noble ni rey. Como en los siglos anteriores, la inmensa mayoría de la población vivía en (y del) campo, en lo que constituía una lucha diaria por la subsistencia con un pobre equipamiento técnico y unos limitados conocimientos sobre agricultura. Su vida solía ser muy corta (se estima que la esperanza de vida en torno al año 1000 tan sólo llegaba a los veintidós años) y alrededor de la quinta parte de los niños que nacían vivos no llegaba a superar el año. Nada que parezca digno de envidia.

Si sobrevivir era ya de por sí difícil, el contexto no lo facilitaba en absoluto. Europa se encontraba entonces en un momento muy delicado. Los tiempos en que sus habitantes podían acudir a un poder fuerte que los socorriese y gobernase habían pasado no hacía tanto. A comienzos del siglo IX, Carlomagno fue el último monarca que logró llevar a término la reconstrucción de un Estado inspirado en el Imperio romano. Aunque no alcanzó los deslumbrantes resultados de éste, consiguió imponer una administración imperial desde Italia y los Pirineos hasta el mar del Norte en los actuales Países Bajos y Alemania occidental. Pero el sueño de este imperio, que conocemos con el nombre de Imperio carolingio, duró poco tras la muerte de su fundador.

Después del breve reinado de su hijo, Ludovico Pío, sus sucesores se repartieron el territorio en una serie conflictos y divisiones que sólo sirvieron para dejar en evidencia su debilidad. Pero lo peor estaba por llegar. Aunque ellos no lo sospechaban, estaban a punto de sufrir un golpe que se iba a transformar en una terrible prueba. A finales del siglo IX, una serie de amenazas externas, que no eran desconocidas y cuyo poder destructivo se intuía, se materializaron abatiéndose sobre la maltrecha Europa. Los historiadores suelen denominar a la serie de agresiones que se produjeron entonces con el nombre de «segundas invasiones», rememorando las que en los siglos IV y V precipitaron el final del Imperio romano.

Los primeros protagonistas de estas acciones vinieron del norte. Los vikingos eran un pueblo de guerreros y pescadores que habitaban la península de Jutlandia y el sur de Escandinavia. En aquel momento muchos de ellos se dieron a la piratería y desplegaron una brutal acción depredadora a lo largo de los litorales atlántico y mediterráneo. Sus hazañas fueron más allá de los fabulosos botines obtenidos en sus correrías. Mediante el desarrollo de varias campañas bien organizadas lograron apropiarse de algunas regiones en los reinos de Inglaterra y Francia, en los que se fueron instalando. Especialmente llamativo fue el caso de Normandía, cuyo territorio (elevado a la categoría de ducado) les fue concedido por el rey de Francia a cambio de su conversión al cristianismo y de que le jurasen fidelidad. Aunque los ataques vikingos acabaron sobre el año 930, su asombrosa epopeya todavía dio mucho de sí. Un siglo más tarde, los descendientes de los normandos que se habían trasladado hasta Sicilia, para ofrecerse como mercenarios a los gobernantes bizantinos y musulmanes, acabaron apropiándose de la isla y del sur de Italia, creando entonces un reino nuevo con el apoyo del Papa.

Mientras esto sucedía, el interior del continente se vio amenazado por un peligro que llegaba del este. Los húngaros eran un pueblo nómada procedente de los Urales. A mediados del siglo IX, la presión de otro pueblo, los pechenegos, los empujó hacia las fronteras orientales de la cristiandad. Llevaron a cabo innumerables razias tanto sobre el Imperio bizantino como en los reinos de Germania, Italia y Francia. Su principal objetivo era, al igual que los piratas vikingos, el saqueo de las aldeas y, sobre todo, los grandes monasterios, que habían acumulado importantes riquezas en los siglos anteriores. Sus jinetes eran un peligro aterrador: atacaban a gran velocidad armados con arco y flechas y montaban sobre caballos herrados y con estribo, innovaciones técnicas que los europeos desconocían. Pronto se hicieron acreedores de una merecida fama de matar y quemar todo lo que no podían transportar sobre sus corceles. Tendría que pasar un siglo para que un europeo fuese capaz de ponerles freno. En el 955, el duque Otón I de Sajonia los derrotó definitivamente a orillas del río Lech comenzando a partir de entonces un reflujo en el ritmo de sus desmanes. Finalmente, los húngaros acabaron por sedentarizarse en la llanura de Panonia (en la actual Hungría) y convertirse al cristianismo romano.

Pero todavía un último enemigo se alzó para abatirse sobre la sufrida Europa. En el sur, la ribera del Mediterráneo se vio sacudida por un violento avance de los musulmanes. A diferencia de la gran conquista de los siglos VII y VIII, en esta ocasión se sucedieron los ataques de piratas que actuaban al margen de la autoridad de los emiratos de al-Ándalus y el norte de África. Desde localidades costeras de estas regiones se abalanzaban sobre los puertos para saquearlos y capturar a mujeres, hombres y niños que vendían como esclavos en sus lugares de origen. Sus acciones se volvieron cada vez más violentas y sistemáticas: conquistaron Sicilia, de donde expulsaron a los bizantinos, y atacaron el sur de Italia y la costa provenzal. Allí se apoderaron de Praxitenum, uno de sus principales cuarteles generales del que fueron expulsados en 972 después de numerosos y penosos esfuerzos.

Los reyes europeos demostraron una escasa capacidad para repeler estos ataques y defender a sus respectivos pueblos de estos nuevos bárbaros. En la mayoría de los casos estas agresiones sólo sirvieron para acelerar la descomposición del poder central y demostrar que la autoridad real estaba demasiado lejos y era demasiado débil como para articular una respuesta que fuese más allá de reacciones episódicas. ¿No hubo nadie, entonces, que plantase cara a la situación, que hiciese un esfuerzo para defender el territorio y sus gentes?

LA OMNIPOTENCIA DE LAS ESPADAS

Poco después de que se pusiese freno a las segundas invasiones, a comienzos del siglo XI, surgió el primer estilo artístico internacional propiamente europeo. En las regiones de Lombardía y Borgoña se comenzaron a construir las primeras iglesias del estilo que hoy llamamos románico. Una de sus representaciones escultóricas favoritas era la del Juicio Final. En los tímpanos de templos como la iglesia de Santa Fe de Conques o la catedral de San Lázaro de Autun (ambas en Francia) ha quedado constancia de la riqueza plástica de que fueron capaces los artistas de aquel tiempo. El visitante que se acerque hasta allí podrá ver las impresionantes imágenes en que Cristo resucitado, rodeado de una corte de ángeles, evangelistas y ancianos del Apocalipsis, aparece mayestático para impartir su justicia universal sobre los vivos y los muertos. Entre éstos se pueden distinguir sin dificultad todos los «estados» del momento: reyes, obispos, nobles, caballeros, monjes, mujeres, tullidos y marginados. Los escultores que tallaron esas imágenes quisieron dejar constancia del entorno que los rodeaba y de los tipos humanos que lo componían. Su intención era mostrar al espectador de su tiempo que lo que contemplaba podía suceder en cualquier momento. Para el hombre actual, su obra se ha convertido en una de las fuentes de conocimiento más valiosas sobre la realidad de hace casi mil años.

Por tanto, en los tímpanos de las iglesias medievales es posible «leer», entre otras muchas cosas, el paisaje humano de aquellos siglos. Precisamente uno de los tipos más representados en la escultura románica, el del caballero, tuvo su origen real en ese momento. De las cenizas de una Europa arrasada por las segundas invasiones surgieron grupos de gentes de armas que se aprestaron a defender lo suyo. Ante el vacío de poder central, la reacción provino de los poderes locales de las regiones más afectadas por los ataques. Fueron los notables de cada lugar los que movilizaron los recursos necesarios para reunir contingentes armados que protegiesen sus patrimonios y a sus subordinados.

En algunos casos estos poderosos fueron los descendientes de las autoridades carolingias, los condes que Carlomagno puso al frente de cada uno de los distritos en que dividió su imperio. En otros muchos no había quedado rastro alguno de autoridad, y sencillamente fueron los que tenían medios para costearse una montura y armamento los que se organizaron por su cuenta. Proliferaron por doquier los castillos, donde floreció una nueva aristocracia guerrera a la que le resultaba cada vez más necesario aglutinar en torno a sí un grupo de jinetes armados que les permitiese cimentar su poder tanto en el interior de sus tierras como frente a los señores vecinos, que en muchos casos eran rivales.

El origen de estos nuevos guerreros a caballo solía responder a un mismo patrón. Según el medievalista francés Jean Flori, «hasta el siglo XII parece ser que las únicas restricciones a la entrada en la caballería eran de carácter material. Para convertirse en caballero era menester, naturalmente, estar dotado de la capacidad física (lo que excluía a los débiles, a los enfermos, a los niños y generalmente a las mujeres), pero también de medios financieros: el coste del equipo y la disponibilidad de tiempo que exigía el entrenamiento indispensable para la eficacia del guerrero». Así, aunque inicialmente no hacía falta ser noble para ser caballero, en la práctica las exigencias económicas limitaron el acceso. A tal condición sólo pudieron llegar un contado grupo de terratenientes ricos o los hombres que los propios señores mantenían para que ejerciesen el oficio de las armas a su servicio. La relación entre los señores y sus guerreros a caballo se cimentaba en la fidelidad personal y en el reparto de prebendas, lo que acabó por crear clientelas personales excluyentes en las que cada guerrero obedecía a un señor.

En un ambiente de inseguridad reinante, los campesinos cada vez más empobrecidos no tuvieron más remedio que acudir a los señores en busca de protección. Éstos se la concedieron, pero a cambio de atarles a las tierras de su propiedad y de que les reconociesen el derecho a ejercer sobre ellos funciones que antes desempeñaban las autoridades reales. Además, los señores los obligaron a que les diesen muestras de fidelidad personal y que cumpliesen con ciertas obligaciones económicas. De este modo comenzó a cristalizar el feudalismo en Europa.

Sin embargo el nuevo sistema no mostró beneficios a corto plazo en lo que al orden y la paz se refiere. Los invasores de las periferias del mundo medieval fueron aplacando su furia en la segunda mitad del siglo X, pero quienes habían hecho del ejercicio de las armas una forma de vida no estaban dispuestos a renunciar a él. La lucha contra los invasores fue sustituida por las guerras privadas entre los señores feudales, que rivalizaban por afianzar y extender su poder. Como apunta Flori, «los guerreros, menos apremiados por las amenazas del exterior, tendieron a orientar hacia el interior, hacia las poblaciones, sus actividades protectoras y, al mismo tiempo, expoliadoras».

La actividad militar de las huestes a caballo dejó de ser la de defender las fronteras; su principal ocupación era las cabalgadas, razias contra los señores rivales con objeto de infligir bajas a sus fuerzas armadas, destruir sus bienes y hacerse con un botín que se pudiesen repartir. La capacidad ofensiva y predatoria se convirtió en el mejor medio para acrecentar el prestigio y la riqueza de los señores, que se enredaron en un sinfín de conflictos. Así, a la anarquía de los ataques externos le siguió la anarquía feudal. La violencia, lejos de disminuir, se mantuvo; pero por contra los bárbaros no venían del exterior, sino que habían surgido en el seno de la cristiandad. El impacto de esta situación en las conciencias de la época fue inmenso. En vez de la satisfacción por un nuevo tiempo de paz, la sensación era de estupor por la saña destructora que se extendía imparable. En opinión de la medievalista y paleógrafa italiana Barbara Frale, «la sociedad europea estaba conmocionada por la inusitada violencia de las mesnadas que luchaban continuamente entre sí, destruían los cultivos, depredaban las aldeas y mataban a los indefensos —incluso a los sacerdotes—, a menudo sin otro motivo que la codicia del botín».

La virulencia de las correrías feudales aumentó, además, por problemas internos de la nueva clase dirigente. Los señores aprovecharon la situación para asegurar la continuidad de su poder mediante la herencia. Pero para que no se disgregase lo que con tanto esfuerzo habían acumulado, dispusieron unánimemente la sucesión exclusiva de los primogénitos. Todo el poder y la riqueza pasarían al hijo mayor, lo que inmediatamente planteaba el problema de qué hacer en caso de que hubiese más descendencia masculina. La opción mayoritaria fue la de entregar a los segundogénitos a la carrera eclesiástica. Pero ¿y si había más hijos varones o el segundón no se avenía a ingresar en el clero? El camino normal era el de las armas, pero el ejercicio de éstas había que hacerlo lejos del heredero, ya que para asegurar la transmisión patrimonial era preciso evitar a todo trance rivalidades entre hermanos.

Lo más frecuente era enviar al hijo menor al castillo de un familiar cercano, en cuyas huestes ingresaba como caballero. Pero estos «jóvenes», como se les ha llamado frecuentemente, no estaban dispuestos a equipararse con el resto de sus compañeros de armas. Tendieron a desarrollar actitudes especialmente enérgicas, ya que deseaban lograr por otros medios lo que la herencia les había negado. Se los ha descrito como hombres frustrados, ambiciosos y belicosos, que deseaban como ninguno de sus compañeros la gloria, el botín, una rica heredera o una aventura que les permitiese alcanzar un rango parangonable al de sus padres. Su actitud, además de abrir una grieta con el resto de sus camaradas, a los que despreciaban por su origen menos encumbrado, azuzaba todavía más la espiral de correrías, robos, destrucción y muerte que amenazaba con convertirse en una pesadilla sin fin. Para atajarla, los europeos no podían contar con la nueva aristocracia feudal. Las súplicas que llevaban formulando desde hacía décadas tendrían que ser dirigidas a otro destinatario.

LA CULPA Y EL PERDÓN

La Iglesia había jugado, desde la caída del Imperio romano, un papel de primer orden en Europa. Siempre había permanecido cerca del poder político apoyando la actividad de gobierno de reyes y emperadores. Su importancia económica y social había crecido exponencialmente a medida que iba acumulando los bienes legados por los difuntos que aspiraban a asegurar su salvación haciéndose enterrar en suelo sagrado o dejando algún bien o renta para que se rezase por su alma a perpetuidad.

Pero si algo la diferenciaba del resto de poderes de aquel tiempo era que poseía un patrimonio que nadie podía donarle ni legarle, porque era prácticamente su monopolio. La Iglesia era la depositaria fundamental del legado cultural grecorromano en Europa, que preservaba celosamente y era enseñado a los clérigos en las escuelas catedralicias y monacales. En aquel momento casi nadie sabía leer ni escribir fuera del clero, razón por la que éste era tan importante en la actividad de gobierno de los monarcas, que como contrapartida apoyaron la extensión de la fe y le concedieron nuevos beneficios. Pero aquello sucedió en los viejos buenos tiempos. El nuevo clima de los siglos X y XI no le era especialmente propicio. Las instituciones eclesiásticas, sobre todo los monasterios, habían sido las víctimas preferidas de las incursiones de vikingos y húngaros. Pero cuando la agresividad de estos pueblos remitió, su situación tampoco mejoró. Pasaron a ser entonces un botín apetecible para las huestes feudales al servicio de los señores.

Los eclesiásticos se defendieron escribiendo duras denuncias contra los excesos de los guerreros a caballo, a los que llamaron milites (literalmente, «soldados» en latín), que consideraban como un hecho inaceptable y una expresión del mal. Como recuerda el medievalista italiano Giovanni Miccoli: «Las agresiones y los saqueos perpetrados con daño para la vida y para los bienes monásticos por milites indisciplinados en busca de fortuna o por señores ambiciosos y sin escrúpulos, son juzgados siempre por la cultura monástica como fruto de ciega violencia y de maldad diabólica».

Los monasterios eran grandes propietarios de bienes rústicos y en una sociedad de analfabetos las soflamas no tenían mucha efectividad, sobre todo si el poder civil brillaba por su ausencia. No tuvieron más remedio que integrarse en la lógica feudal para poder defender su patrimonio. Legalmente, el clero no podía portar armas ni practicar la lucha. Aunque esta prohibición era generalmente respetada, no faltaron situaciones en las que algunos se vieron forzados a ignorarla o lo hicieron con gusto. Según José Luis Corral, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza: «Aunque el ideal eclesiástico parecía decir todo lo contrario, en realidad hubo clérigos de la época que combatieron con las armas como cualquier soldado de su tiempo, incluso había algunos obispos que eran muy famosos porque eran unos extraordinarios combatientes, unos soldados que manejaban muy bien la espada y la lanza…».

Sin embargo, la solución que tuvo más éxito fue buscar la asistencia de los caballeros para defenderse. Estos ejércitos de la fe fueron conocidos como defensores Ecclesiae o milites Ecclesiae («defensores de la Iglesia» o «soldados de la Iglesia»), cuya actividad era sufragada y se hacía bajo el amparo de la institución que requería sus servicios. En complejas ceremonias llenas de simbolismo, los monjes les entregaban las armas y el estandarte del santo patrón del monasterio bajo el que lucharían por defenderlo. Después tanto estos objetos como los propios guerreros eran bendecidos. Los caballeros se beneficiaban de no tener que pagar las armas, que eran financiadas por el monasterio, y de las ventajas espirituales que conllevaba servir a un señor sagrado.

Así la institución que criticaba a los guerreros movidos por instintos demoníacos comenzó a ofrecerles un medio para que redimiesen sus culpas y empleasen su oficio por una buena causa. Este giro en la percepción de la caballería, siempre que estuviese al servicio de la religión, se fue reforzando con el tiempo. Más adelante se suprimieron para estos soldados eclesiásticos la penitencia en caso de matar por defender a la Iglesia. Fue el primer paso para sacralizar la caballería, que se potenció sobremanera mediante la difusión del culto a santos de caracterización militar o caballeresca, como san Miguel o san Jorge, el santo caballero por excelencia.

Al tiempo que la Iglesia adoptaba una estrategia de intervención directa para protegerse de las agresiones, desplegó una importante actividad para intentar frenar la anarquía y el caos en que se había sumido Europa debido a las guerras privadas de los señores. En regiones especialmente afectadas por los desórdenes internos, como Aquitania y el Midi francés, y ante la debilidad del poder real, algunos prelados eclesiásticos tomaron la iniciativa de convocar las que se conocieron como «asambleas de paz». Gracias al apoyo de algunos nobles y de la mayoría de la población, los eclesiásticos reunían a amplios grupos de caballeros a los que hacían jurar sobre reliquias de santos que no atacarían las iglesias, ni a los clérigos ni a los indefensos. Tampoco podrían apropiarse de las rentas o propiedades eclesiásticas y tendrían que respetar las cosechas, viviendas y mercancías de los legos que no usasen armas. El objetivo de esta campaña eclesiástica era patente; en opinión de Flori: «Se trataba realmente de reservar y de circunscribir la guerra a los guerreros y de hacer que este ejercicio no interfiriera en la buena marcha de los negocios de la Iglesia, por una parte, y de los “trabajadores laicos” (campesinos y comerciantes), por otra». Esta serie de límites a la acción armada fueron agrupados bajo el nombre de «Paz de Dios», a la que pronto se añadió el de no luchar en los días en que era obligatoria la asistencia a los oficios religiosos, la llamada «Tregua de Dios». Ambas instituciones de paz poco a poco empezaron a expandirse por Europa gracias al apoyo de la jerarquía eclesiástica.

La pena para los que no respetasen estos términos y rompiesen su juramento era la excomunión y la persecución por parte de los milites Ecclesiae para hacerles cumplir con la penitencia que dictase un juez de la Iglesia. Entre las más llamativas de las que se introdujeron estaba la de obligar a los infractores a realizar una peregrinación penitencial a Jerusalén para limpiar su pecado. Un castigo muy en consonancia con la religiosidad propia de aquel tiempo. Aquellas asambleas de paz se desarrollaban en un clima de excitación religiosa, de fervor encendido por las reliquias y los santos, de tintes apocalípticos. Después de una larga etapa de guerras y devastación, la vivencia de la religión cristiana y su mensaje salvador ultraterreno por parte de quienes cargaban a sus espaldas tanto sufrimiento era un hecho palpable y cotidiano. Cuando la muerte es una compañera visible todos los días, la preocupación por la finitud de la vida ocupa un lugar muy destacado. Pero también es cierto que la actitud de la Iglesia hacia la religiosidad popular había cambiado en los últimos tiempos.

¿LUZ ENTRE LAS TINIEBLAS?

A mediados del siglo XI, la Iglesia romana estaba inmersa en un período de profunda renovación interna. Debido a la iniciativa de una serie de papas enérgicos, a partir del pontificado de León IX las autoridades eclesiásticas emprendieron una serie de importantes reformas. Su objetivo inmediato era lograr la emancipación de la Iglesia de cualquier injerencia externa. Durante las agitadas décadas del siglo y medio anterior se habían vuelto demasiado frecuentes los casos de cargos eclesiásticos que eran nombrados directamente por el señor feudal más próximo. Incluso algunos clérigos cedían a las presiones externas y accedían a vender sus cargos o las rentas y propiedades que llevaban anejos. La pobre impresión e incluso el escándalo que producían semejantes conductas se veían acentuados por las costumbres poco ejemplares y la escasa formación de parte del clero. La lucha contra el amancebamiento en que vivían muchos de sus miembros fue el estandarte de un amplio movimiento promovido por las autoridades con el objetivo de remediar esta situación.

La preocupación principal que subyacía a estas acciones no siempre había estado en las mentes de quienes debían velar por la salvación de sus fieles. Las décadas anteriores habían estado marcadas por el deseo de convertir al cristianismo romano a los reyes y caudillos de los pueblos que, procedentes de la periferia, habían comenzado a asentarse en la Europa cristiana. En ese momento el interés se había vuelto hacia los propios europeos. Era la forma que tenía la jerarquía de hacer caso a las señales de alarma que llevaban tiempo llegando desde dentro.

Desde finales del siglo X, algunos sectores de la Iglesia y de sus fieles demostraron una gran inquietud religiosa. Un primer signo fue una sorprendente proliferación de ermitaños. Aunque el movimiento eremítico era muy antiguo, hacía siglos que languidecía frente a la tendencia mayoritaria de que los monjes viviesen en comunidad. En aquel momento surgieron en los territorios de Francia y Germania occidental una serie de monjes que se apartaban del mundo para perseguir su ideal de perfección religiosa en la soledad más absoluta. Su pobreza, su independencia y la predicación que ejercían algunos de ellos les granjearon rápidamente la adhesión del pueblo. Empleaban un lenguaje nuevo en sus sermones, en el que el centro de atención se ponía en la salvación personal, usando como ejemplo las vidas heroicas de los santos y hablando de un Cristo cercano, humanizado y consolador de los afligidos. Su actividad generó una gran inquietud entre los prelados, ya que como recordaba Julio Valdeón Baruque, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Valladolid, los eremitas eran «auténticos anarquistas de la vida religiosa que gozaban de una inmensa veneración popular».

Además, no eran los únicos que habían emprendido la búsqueda de un cristianismo más auténtico dentro de la Iglesia. En el año 910, el duque Guillermo de Aquitania había fundado un monasterio en Cluny, que entregó al respetado fray Bernon para que lo dirigiese como abad. Éste puso en marcha lo que acabaría por convertirse en una auténtica revolución en la Iglesia medieval. Impuso la regla que san Benito había redactado en el siglo VI con la intención de devolverla a su rigor original, enfatizando para ello la penitencia, la pobreza, la castidad y la obediencia que debían practicar los monjes. Como contrapeso, dejó algo de lado el trabajo manual en favor de la celebración de la liturgia y el trabajo intelectual.

Pero lo auténticamente radical fue que, frente a unos monasterios que llevaban siglos organizándose de forma individual e interpretando la regla a su manera, comenzó a crear nuevos monasterios subordinados y a someter otros existentes a su autoridad. Era la primera vez que se ponía en pie una organización monacal en Europa, una auténtica orden. Para más novedad, la puso bajo la dependencia directa al Papa, ya que antes cada monasterio debía obedecer al obispo de su diócesis. El éxito de la iniciativa prendió como la pólvora y los monasterios cluniacenses se diseminaron rápidamente por todo el continente.

Su ejemplo fue seguido además por otros monjes que, a lo largo del siglo XI, hicieron lecturas todavía más drásticas de la regla. En 1084, san Bruno fundaba cerca de Grenoble la Gran Cartuja, que se convertiría en la casa matriz de la orden homónima. En ella los hermanos se sometían a un silencio y una abstinencia perpetuos, así como a ayunos frecuentes. Pero el ejemplo más exitoso fue el de la Orden del Císter, los monjes de hábito blanco, creada por san Roberto de Molesmes con la fundación de la pequeña comunidad de Cîteaux en 1098. Seguían una rigurosa observancia de la regla benedictina como reacción a la relajación progresiva que estaba mostrando Cluny, haciendo hincapié en la austeridad de sus monasterios, la pobreza y el trabajo de la comunidad como único sustento. El éxito del ascetismo de estos monjes fue tal que el color de sus hábitos comenzó a verse como algo simbólico. Como recuerda el profesor Corral: «Los cistercienses visten de blanco, adoptan el hábito blanco como un símbolo de pureza, como un símbolo también de pobreza, pero a la vez un símbolo que representa la luz de Dios, que es una luz blanca».

Quizá la clave de su éxito residiese en su capacidad de combinar la tradición de la Iglesia con el nuevo espíritu religioso del momento. El deseo de cristianizar auténticamente a los europeos que habían mostrado los papas de la reforma había llevado a un mayor interés de las autoridades eclesiásticas en llegar al pueblo llano. La construcción de iglesias desde las que el Evangelio llegase a los campesinos de los pueblos y aldeas alcanzó gran intensidad. Sus fachadas comenzaron a esculpirse pronto con escenas de la historia sagrada para ilustrarles, en lo que constituían auténticas «biblias de los analfabetos». La Iglesia potenció el culto a los santos y las reliquias como una forma de acercar el mensaje del cristianismo reformado. Las pruebas de que éste estaba calando no tardarían en llegar.

Cada vez más hombres y mujeres daban muestras de querer llevar a la práctica el ideal de una vida apostólica, en el que la penitencia jugaba un papel clave. Una de las formas más factibles de hacer realidad esos deseos fue el de ponerse en marcha hacia alguno de los lugares especialmente vinculados a Cristo y los santos. Las peregrinaciones vivieron un auténtico auge popular. Los destinos tradicionales eran Jerusalén (donde había acontecido la pasión, muerte y resurrección de Cristo) y Roma (lugar del suplicio de san Pedro y otros muchos mártires). Pero pronto se les añadieron otros nuevos, entre los que el más destacado fue Santiago de Compostela, donde se había descubierto la tumba del apóstol Santiago el Mayor en el siglo IX.

En medio de ese ambiente de excitación espiritual no faltaron los milenaristas, partidarios de una corriente que aparecía intermitentemente en el cristianismo medieval. Defendían la inminencia de la segunda venida de Cristo para acabar con un mundo corrupto y violento del que sólo se salvarían los desheredados, auténticos testigos del verdadero mensaje del Redentor. Por tanto, avanzado el siglo XI se había extendido un fervor popular que contribuyó poderosamente a que la tensión religiosa se difundiese por toda la escala social. Este ánimo colectivo coincidió con la cristalización de un estado de opinión en el que se empezaba a ver con buenos ojos el ejercicio de la violencia en defensa de la fe. Semejante mezcla era sumamente inflamable y no podría permanecer estable por mucho tiempo. Sólo hacía falta una chispa para que se desatase el incendio que liberase una energía que la sociedad europea apenas podía contener. De forma inesperada para muchos, la chispa saltaría en Clermont, una tarde de noviembre de 1095.
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Dios lo quiere

La Orden del Temple fue la primera de las órdenes militares de la historia. Quienes se sumaban a ella abrazaban una dura vida cuyo sentido último era el propio sacrificio en nombre de Dios. Como verdaderos peregrinos, los templarios soñaban con llegar a Tierra Santa, a los lugares en que había transcurrido la vida y pasión de Jesucristo, para alcanzar la redención. Pero la expiación de sus pecados iba mucho más allá del simple sacrificio que el peregrinaje en sí implicaba. Su titánica tarea no era otra que la de restaurar el honor de Dios mancillado por la presencia de infieles en los Santos Lugares. Y para ello, la sola oración no era suficiente, ni siquiera bastaba la consagración religiosa de la vida. Los templarios se erigieron en el brazo armado de la justicia de Dios. Por la fuerza de sus armas, los infieles serían sometidos y la cristiandad, amenazada por ellos, recuperaría para sí las tierras que nunca debería haber perdido.

Sin embargo, la Orden del Temple nació en una Jerusalén ya conquistada para la cristiandad en una guerra hecha también en nombre de Dios: la cruzada. Y es que varias décadas antes de su surgimiento la cristiandad occidental se vio sacudida por un verdadero terremoto espiritual que llevó a la Iglesia a proclamar que ningún acto podría ser más puro que tomar las armas en defensa de Dios. Miles de personas respondieron al llamamiento que el papa Urbano II hizo a finales del año 1095 para liberar los Santos Lugares de la presencia musulmana. La génesis de la Orden del Temple resulta incomprensible sin detenerse en aquella respuesta, en sus razones y su justificación, pues es en la historia de la Primera Cruzada donde se encuentran las raíces de la mítica orden de los caballeros de Cristo.

Con triste frecuencia, los informativos y periódicos recogen noticias sobre atentados perpetrados por fundamentalistas. Se trata de personas convencidas de ciertas ideas de carácter religioso que excluyen cualquier otra percepción de la fe, la sociedad o la política ajenas a la propia. Su convencimiento llega a tal grado que no sólo consideran lícito, sino noble, la defensa de dichas ideas mediante la fuerza, incluso aunque el precio a pagar sea la propia vida. Desde la perspectiva actual de millones de personas en todo el mundo, tales comportamientos resultan difícilmente comprensibles o justificables, y sin embargo un paseo por nuestra propia historia nos sorprende con un pasado no tan distinto. Es bien cierto que las Cruzadas tuvieron lugar hace siglos, pero no es menos cierto que se llevaron a cabo en nombre de una religión, la cristiana, profundamente asentada en nuestra cultura y cuyo quinto mandamiento prohibía, entonces y ahora, matar.

La legitimación de la violencia es siempre una cuestión espinosa, y también lo fue para el cristianismo desde sus inicios, muy especialmente cuando desde finales del siglo IV pasó a convertirse en religión oficial del Imperio romano, es decir, religión oficial de un edificio político en el que la actividad bélica resultaba indispensable para la supervivencia. Ya a comienzos del siglo V, uno de los principales teóricos del cristianismo y padre de la Iglesia, san Agustín de Hipona, abordó el problema de la llamada «guerra justa», cuyos principios dejaría establecidos. Teólogos y canonistas, entre los que destaca san Isidoro de Sevilla, matizarían y completarían las ideas de san Agustín, dando así forma al concepto de guerra santa medieval sobre el que habría de descansar el de cruzada.

Tres eran los principios fundamentales que definían la guerra santa: la causa justa, es decir, la existencia de un motivo (por lo general, una agresión) que convirtiese el recurso a las armas en un acto moralmente aceptable e inevitable; la autoridad legítima, pues sólo a ella quedaba reservado el derecho de proclamarla, y la recta intención, ya que el objetivo de una guerra santa no podía ser otro que el de reparar una injusticia que de otro modo no podría ser corregida. No obstante, como recuerda el profesor de Historia Medieval de la Universidad Autónoma de Madrid Carlos de Ayala, «hasta mediados del siglo XI, el ejercicio de las armas, incluso en el contexto de una guerra justa y santa, comportaba penas espirituales»; es decir, quienes participaban en ellas después debían practicar penitencia. Pero este último asunto pronto habría de cambiar cuando de la mano de Urbano II cristalizase el concepto de cruzada.

La cruzada era un tipo especial de guerra santa que sólo podía ser proclamada por el Papa como cabeza de la cristiandad, cuyo objetivo era la liberación de los Santos Lugares y que contribuiría a la realización de las profecías apocalípticas sobre el final de los tiempos. Por todo ello, la cruzada, a diferencia de otras guerras santas, se convertía en un instrumento de salvación para quienes participaban en ella. Era en sí misma una forma de penitencia, de ahí que, al tener como meta la Tierra Santa, se concibiese como una suerte de peregrinaje redentor. «No se esperaba de ellos [de los cruzados] que emprendieran una gloriosa travesía, sino que se vistieran sencillamente como peregrinos y llevaran sus armas y armaduras en las alforjas de sus animales de carga», recuerda el catedrático y especialista en cruzadas Jonathan Riley-Smith. Quienes sobrevivían a la cruzada obtenían la remisión de las penas temporales por sus pecados, pero quienes morían en ella alcanzaban la salvación de forma directa, sin aguardar al Juicio Final, un privilegio hasta entonces reservado a los mártires y los santos.

Por otra parte, en el contexto de violencia generalizada característico del período comprendido entre principios del siglo X y mediados del XI, la posibilidad de convertir la actividad bélica, correctamente encauzada, en un acto de defensa de la fe se mostraba especialmente interesante. Sobre todo para una Iglesia que se encontraba en pleno proceso de reforma interna para consolidarse como poder hegemónico en Europa. La canalización adecuada de la violencia ya había sido abordada por la Iglesia con la creación de instituciones como la Tregua de Dios, pero la cruzada iba mucho más allá abriendo nuevos horizontes. Unos horizontes que, sin duda alguna, tenía en mente Urbano II cuando en la primavera del año 1095 recibió la visita de una peculiar embajada bizantina.

UNA DESESPERADA PETICIÓN

En marzo de 1095, obispos italianos, borgoñones, franceses y alemanes acudieron a Piacenza para asistir a un gran concilio convocado por el Papa. En la cabeza de Urbano II zumbaban los numerosos problemas a los que por entonces debía hacer frente la Iglesia y a los que desde la época de su predecesor, Gregorio VII, se trataba de dar respuesta con un importante movimiento de reforma interna. Entre esos problemas no era menor el de la quiebra de la cristiandad que venía arrastrándose desde 1054. En esa fecha, el enfrentamiento entre el pontífice romano y el patriarca de Constantinopla por cuestiones doctrinales terminó conduciendo al que se conoce como «Cisma de Oriente». La Iglesia bizantina quedó formalmente separada de la romana y el entonces Papa, León IX, excomulgó al emperador bizantino. Recuperar la unidad de la Iglesia bajo la hegemonía romana era una de las mayores prioridades de Urbano II cuando accedió al solio pontificio, razón por la que en 1089 levantó la excomunión impuesta a los emperadores bizantinos y en 1095 no dudó en invitar a los representantes del emperador Alejo I al Concilio de Piacenza.

Por entonces, el Oriente Próximo islámico se encontraba profundamente dividido. Dos grandes califatos, el fatimí de Egipto y el abasí de Bagdad, se repartían lo que hasta el siglo X había sido un único imperio y pugnaban por hacerse con el control de la estratégica región sirio-palestina (en la que se encontraba Tierra Santa). En 1095 ésta se encontraba bajo dominio turco, pues desde inicios del siglo XI los turcos selyúcidas habían logrado hacerse con el control efectivo del califato abasí. El empuje turco no sólo había puesto en jaque a los abasíes, sino también al Imperio bizantino cuyos territorios de Asia Menor habían logrado conquistar. Bizancio carecía de los recursos militares suficientes para afrontar la recuperación de sus posesiones anatolias, una cuestión que obsesionaba a Alejo I, empeñado en fortalecer el debilitado poder de los emperadores bizantinos.

En esa situación, la invitación pontificia a Piacenza no pudo resultar más oportuna. A través de sus embajadores, Alejo I hizo llegar una petición de auxilio al Papa. El emperador solicitaba la ayuda militar de la cristiandad latina y lo hacía empleando el mejor argumento posible: las comunidades cristianas de Oriente agonizaban bajo el yugo musulmán del que sólo conseguiría librarlas la ayuda militar de sus hermanos cristianos de Occidente. No era la primera vez que se producía una petición de auxilio de tales características. Ya en 1073 el emperador bizantino había solicitado apoyo militar al Papa instándole a recuperar los Santos Lugares, pero como recuerda Barbara Frale, «aunque Gregorio VII había pensado encabezar personalmente la expedición de auxilio a Tierra Santa para liberar el Santo Sepulcro, en 1085 murió sin haberse ocupado nunca de los detalles organizativos de la misión de socorro a Oriente».

Sin embargo, la solicitud de 1095 correría mejor suerte. El panorama descrito por la embajada bizantina no podía ser más sombrío. Se relataron pormenorizadamente las calamidades padecidas por los cristianos orientales, se insistió en la necesidad de recuperar para la cristiandad los lugares santos mancillados por los infieles, y no se ahorró ni un solo detalle que pudiese contribuir a convencer a los asistentes al concilio de lo patético y desesperado de la situación. Además, el emperador daba a entender su inclinación favorable a flexibilizar la situación de quiebra entre la Iglesia romana y la bizantina. Difícilmente el auditorio podía permanecer impasible ante tantos y tan seductores argumentos.

Los especialistas coinciden en señalar que el contenido de la embajada no respondía a la realidad de las comunidades cristianas bajo dominio musulmán. La convivencia de éstas con el islam había discurrido tradicionalmente por cauces tranquilos a excepción de situaciones puntuales y del período de gobierno del desequilibrado califa al-Hâquim (996-1021), que protagonizó persecuciones religiosas contra cristianos, judíos y musulmanes suníes y destruyó el Santo Sepulcro de Jerusalén en 1009. Pero fuera de estos episodios excepcionales, las comunidades cristianas de Oriente pudieron vivir libremente su fe y el fenómeno creciente de las peregrinaciones a Tierra Santa respondió a esa realidad de tolerancia. La entrada de los turcos en escena supuso un importante factor de inestabilidad interna que, como es lógico, también afectó a las comunidades cristianas, pero no conllevó un empeoramiento tan sustancial de su situación como para explicar la desesperada petición de ayuda de Bizancio.

Alejo I necesitaba, por encima de todo, el apoyo militar que podía proporcionarle el Papa para recuperar los territorios bizantinos tomados por los turcos, y supo recurrir a los argumentos más certeros para lograrlo. Sin embargo, como recuerda el profesor Ayala, «es evidente que las reglas de una llamativa propaganda se impusieron, y también lo es que dicha propaganda, que tanto influyó en el Papa y su entorno episcopal, acabó revolviéndose contra el emperador: éste esperaba de Occidente un buen número de disciplinados mercenarios, y acabó encontrándose con una masiva e incontrolable presencia de cruzados». Sin saberlo, Alejo I había puesto en marcha la maquinaria de la Primera Cruzada.

TOMAR LA CRUZ

Finalizado el Concilio de Piacenza, Urbano II estaba completamente persuadido tanto de las ventajas políticas que para su programa reformista supondría emprender la cruzada a Tierra Santa, como de la necesidad religiosa de abordarla. Con los ojos puestos en una nueva reunión conciliar que habría de tener lugar en la localidad francesa de Clermont en noviembre de 1095, el Papa inició un largo viaje. En su camino a Clermont recorrió buena parte de Francia aprovechando para tomar contacto con algunos personajes que, como el obispo de Le Puy o el conde Raimundo IV de Tolosa, más adelante desempeñarían un papel esencial en la Primera Cruzada. Como apunta el profesor Riley-Smith, «su itinerario después de su estancia en Piacenza demuestra que, tal como él mismo escribe, se proponía “estimular las mentes” de los nobles y caballeros de su tierra natal, Francia. […] Pasó por varias ciudades luciendo su corona, las cuales nunca, o casi nunca, habían visto un rey. Lo acompañaba un impresionante séquito compuesto de cardenales y altos cargos de la Iglesia católica, así como una hueste de arzobispos y obispos franceses, que producían un efecto deliberadamente teatral».

El 18 de noviembre dio comienzo el Concilio de Clermont. La asamblea tenía por objeto principal tratar de cuestiones relativas a las instituciones de paz promovidas por la Iglesia, y en ese contexto la discusión sobre la cruzada encontró su espacio perfecto. No en vano el primero de los cánones (decisiones doctrinales) aprobados por el concilio se dedicó a la consagración de la Paz de Dios como tregua formal e inviolable, y el segundo de ellos a la consagración de la cruzada como peregrinación redentora. Las decisiones adoptadas por el concilio no podían ser más relevantes, pues convertir la cruzada en una realidad suponía hacer efectiva una empresa que abarcaba al conjunto de la cristiandad. Consciente de ello, Urbano II preparó cuidadosamente la que habría de convertirse en la primera de las predicaciones de la cruzada.

El 27 de noviembre, una muchedumbre ansiosa congregada a las afueras de la ciudad esperaba escuchar el anuncio extraordinario prometido por el pontífice una semana antes. El atrio de la catedral de Clermont, en la que se había celebrado el concilio, con toda seguridad no habría sido suficiente para albergar al enorme grupo de autoridades eclesiásticas, civiles, nobles y campesinos allí reunidos. A todos ellos se dirigió el Papa con un apasionado y persuasivo discurso: los …

Orden Mundial

ORDEN MUNDIAL
Henry Kissinger

Introducción

La cuestión del orden mundial

En 1961, al inicio de mi carrera académica, hice una visita al presidente Harry S. Truman cuando me encontraba en Kansas City para dar una conferencia. A la pregunta de qué lo enorgullecía más de su mandato, Truman respondió: «Que derrotamos por completo a nuestros enemigos y luego los trajimos de vuelta a la comunidad de las naciones. Me gustaría pensar que solo Estados Unidos es capaz de algo así». Consciente del enorme poder del gobierno estadounidense, Truman se enorgullecía sobre todo de los valores humanos y democráticos que lo caracterizaba. Quería ser recordado no tanto por las victorias de Estados Unidos como por sus conciliaciones.

Todos los sucesores de Truman han adoptado alguna versión de esta retórica y han exaltado atributos similares de la experiencia estadounidense. Y durante la mayor parte de este período la comunidad de naciones que Estados Unidos aspiraba a defender reflejó el consenso: un orden de estados cooperativos en expansión inexorable que observara reglas y normas comunes, adoptara sistemas económicos liberales, renunciara a la conquista territorial, respetara la soberanía nacional y abrazara sistemas de gobierno participativos y democráticos. Los presidentes estadounidenses de ambos partidos han continuado instando a otros gobiernos, a menudo con suma vehemencia y elocuencia, a esforzarse en la preservación y la ampliación de los derechos humanos. En muchas instancias, la defensa de estos valores por parte de Estados Unidos y sus aliados ha dado como resultado importantes cambios para la condición humana.

No obstante, hoy este sistema «basado en reglas» se enfrenta a cuestionamientos y desafíos. Las frecuentes exhortaciones dirigidas a distintos países para que «hagan su justa parte», jueguen según «las reglas del siglo XXI» o sean «actores responsables» dentro de un sistema común reflejan el hecho de que no existe una definición compartida del sistema ni una idea clara de qué sería una contribución «justa». Más allá del mundo occidental, las regiones que desempeñaron un rol menor en la formulación original de estas reglas cuestionan su validez en su forma actual y han dejado claro que trabajarán para modificarlas. Así, aunque «la comunidad internacional» sea hoy quizá invocada más insistentemente que en cualquier otra época, no presenta un conjunto claro o consensuado de metas, métodos o límites.

Nuestra época persigue con insistencia, a veces casi con desesperación, una idea de orden mundial. El caos amenaza acompañándose de: una interdependencia sin precedentes en la propagación de armas de destrucción masiva, la desintegración de los estados, el impacto de la devastación del medioambiente, la persistencia de las prácticas genocidas y la difusión de nuevas tecnologías que pueden llevar el conflicto más allá del control o la comprensión humanos. Los nuevos métodos de acceso y comunicación de información unen a las regiones como nunca antes y proyectan globalmente los acontecimientos, pero de una manera que inhibe la reflexión y exige que los líderes registren reacciones instantáneas expresadas en eslóganes. ¿Acaso nos encontramos en un período en el que fuerzas que están más allá de las restricciones de cualquier orden determinarán nuestro futuro?
VARIEDADES DE ORDEN MUNDIAL

Jamás ha existido un verdadero orden mundial. Lo que entendemos por orden en nuestra época fue concebido en Europa Occidental hace casi cuatro siglos, en una conferencia de paz que tuvo lugar en la región alemana de Westfalia, realizada sin la participación y ni siquiera el conocimiento de la mayoría de los otros continentes y civilizaciones. Un siglo de conflictos sectarios y sediciones políticas en Europa Central había culminado en la guerra de los Treinta Años, de 1618 a 1648: una conflagración en que se mezclaron las disputas políticas y religiosas, los combatientes recurrieron a la «guerra total» contra los centros poblados, y casi un cuarto de la población de Europa Central murió en combate, por enfermedad o de hambre. Los exhaustos participantes se reunieron para definir un conjunto de acuerdos que restañaran el baño de sangre. La unidad religiosa se había fracturado con la supervivencia y la expansión del protestantismo; la diversidad política era inevitable, dado el número de unidades políticas autónomas que habían combatido sin que ninguna prevaleciera. Y así fue como en cierto modo se manifestaron en Europa las condiciones que caracterizan el mundo contemporáneo: una multiplicidad de unidades políticas, ninguna lo suficientemente poderosa como para derrotar a las otras, muchas de ellas con filosofías y prácticas internas contradictorias, en busca de reglas neutrales que regularan su conducta y mitigaran el conflicto.

La Paz de Westfalia reflejó una adaptación práctica a la realidad, no una visión moral única. Se basaba en un sistema de estados independientes que se abstuvieran de interferir en los asuntos internos ajenos y controlaran mutuamente sus ambiciones a través de un equilibrio general del poder. Ninguna verdad o regla universal prevaleció en las disputas europeas. En cambio, a cada Estado se le asignó el atributo de poder soberano sobre su territorio. Cada uno de ellos debía reconocer y respetar como realidades las estructuras internas y propensiones religiosas de los otros y abstenerse de cuestionar su existencia. Dado que el equilibrio de poder se percibía ahora como algo natural y deseable, las ambiciones de los gobernantes se contrapesarían mutuamente, cosa que, al menos en teoría, reduciría el alcance de los conflictos. La división y la multiplicidad, un accidente de la historia europea, se transformaron en el sello distintivo de un nuevo sistema de orden internacional dotado de una perspectiva filosófica propia y definida. En este sentido, el esfuerzo europeo por terminar con la conflagración configuró y prefiguró la sensibilidad moderna: descartó el criterio absoluto en favor de lo práctico y lo ecuménico; buscó extraer orden de la multiplicidad y la restricción.

Los negociadores del siglo XVII que pergeñaron la Paz de Westfalia no pensaron que estaban poniendo los cimientos de un sistema aplicable a escala global. No intentaron incluir a la vecina Rusia, que por entonces se esforzaba por reconsolidar su propio orden después del pesadillesco «tiempo de tribulaciones», consagrando principios claramente opuestos al equilibrio de Westfalia: un solo monarca absoluto, una ortodoxia religiosa unificada y un programa de expansión territorial en todas direcciones. Los otros centros mayores de poder tampoco pensaron que el acuerdo de Westfalia (siempre y cuando se hubieran enterado de su existencia) fuera relevante para sus regiones.

La idea de un orden mundial fue aplicada a la región geográfica que conocían los estadistas de la época: un patrón que se repitió en otras regiones. Esto se debió mayormente a que la tecnología entonces vigente no propiciaba, y ni siquiera permitía, el funcionamiento de un sistema global único. A falta de medios para interactuar unos con otros sobre una base sostenida, y sin un marco que permitiera medir el poder de una región sobre otra, cada región veía su propio orden como único y calificaba a los otros de «bárbaros», gobernados de una manera incomprensible para el sistema establecido e irrelevantes para sus designios, excepto como amenaza. Cada región se definía a sí misma como modelo de organización legítima para toda la humanidad, imaginando que por el solo hecho de gobernar lo que tenía delante estaba ordenando el mundo.

En el otro extremo de la masa continental euroasiática —respecto de Europa—, China era el centro de su propio, jerárquico y teóricamente universal concepto de orden. Este sistema venía operando desde hacía milenios —ya existía cuando el Imperio romano gobernaba Europa como una única entidad— y estaba basado, no en la igualdad soberana de los estados, sino en el supuesto poder ilimitado del emperador. En este concepto no existía la soberanía en el sentido europeo porque el emperador ejercía su dominio sobre «todo lo que había bajo el cielo». Era la cúspide de una jerarquía política y cultural, definida y universal, que irradiaba desde el centro del mundo —situado en la capital china— sobre el resto de la humanidad. Se clasificaba al resto de la humanidad según diversos grados de barbarie, de acuerdo con su conocimiento de la escritura y con las instituciones chinas (una cosmografía que perduró hasta bien entrada la era moderna). Desde esta perspectiva, China ordenaría el mundo primordialmente impresionando a las otras sociedades con su magnificencia cultural y su munificencia económica, y atrayéndolas a relaciones que serían estratégicamente manejadas para alcanzar el elevado objetivo de «armonía bajo el cielo».

En buena parte del área comprendida entre Europa y China imperaba el concepto universal de orden mundial del islam, con su propia visión de un gobierno único y sancionado por mandato divino cuya misión consistía en unir y pacificar el mundo. En el siglo VII el islam se había lanzado sobre tres continentes en una oleada sin precedentes de exaltación religiosa y expansión imperial. Tras unificar el mundo árabe, apoderarse de los restos del Imperio romano y englobar al Imperio persa, el islam llegó a gobernar Oriente Próximo, el norte de África, grandes extensiones de Asia y parte de Europa. Según su versión del orden universal, el islam estaba destinado a expandirse sobre «el reino de la guerra» —así llamaba a todas las regiones pobladas por infieles—, hasta que el mundo entero constituyera un sistema unitario bajo la armonía del mensaje del profeta Mahoma. Mientras Europa construía su orden multiestatal, el Imperio otomano, con base en Turquía, resucitaba su ambición de un gobierno legítimo único y propagaba su supremacía en el corazón del mundo árabe, el Mediterráneo, los Balcanes y Europa Oriental. Consciente del orden interestatal que estaba naciendo en Europa, no lo consideraba un modelo que hubiera que seguir, sino una fuente de división para explotar en pro de la expansión otomana hacia el oeste. Ya el sultán Mehmed el Conquistador amonestaba así a las ciudades-estados italianas que encarnaban una versión temprana de la multipolaridad en el siglo XV: «Sois veinte estados […] estáis en desacuerdo entre vosotras mismas. […] Debe haber un solo imperio, una sola fe y una única soberanía en el mundo».[1]

Entretanto, al otro lado del Atlántico, más específicamente en el Nuevo Mundo, se estaban sentando las bases de una visión distinta del orden mundial. Mientras la Europa del siglo XVII se debatía en conflictos políticos y sectarios, los colonos puritanos decidieron cumplir el plan de Dios «en tierras salvajes», misión que a su vez los libraría de observar las estructuras de autoridad establecidas (a las que consideraban corruptas). Allí construirían —como predicara el gobernador John Winthrop en 1630 a bordo de un barco rumbo a la colonia de Massachusetts— una «ciudad sobre una colina» e inspirarían al mundo con la justicia de sus principios y la fuerza de su ejemplo. En la visión norteamericana del orden mundial, la paz y el equilibrio se darían naturalmente y las antiguas enemistades serían olvidadas, cuando las otras naciones incorporaran a su forma de gobierno los mismos principios que ponían en práctica los norteamericanos. La tarea de la política exterior no era, por tanto, perseguir los intereses específicos norteamericanos, sino cultivar principios compartidos. Con el tiempo, Estados Unidos se convertiría en defensor indispensable del orden creado por Europa. Pero aunque Estados Unidos puso toda su energía en la empresa, la ambivalencia persistió: porque la visión norteamericana no pretendía adoptar el sistema europeo de equilibrio de poder, sino alcanzar la paz mediante la difusión de los principios democráticos.

De todas estas concepciones de orden, los principios de Westfalia son, en el momento en que escribo este libro, la única base generalmente reconocida de lo que entendemos como orden mundial. El sistema de Westfalia se propagó por el mundo como marco de un orden internacional basado en la existencia de los estados que abarca múltiples civilizaciones y regiones porque, al expandirse, las naciones europeas llevaron consigo su modelo de orden internacional. Y si bien es cierto que casi nunca aplicaban esos conceptos de soberanía a las colonias y los pueblos colonizados, cuando esos pueblos comenzaron a exigir su independencia lo hicieron en nombre de las ideas de Westfalia. Los principios de independencia nacional, Estado soberano, interés nacional y no interferencia resultaron argumentos eficaces contra los propios colonizadores en las luchas por la emancipación y la posterior protección de los estados de formación reciente.

El sistema contemporáneo westfaliano, ahora global —al que coloquialmente llamamos «la comunidad mundial»—, ha logrado controlar la naturaleza anárquica del mundo mediante una extensa red de estructuras legales y organizaciones internacionales destinadas a fomentar el libre comercio y un sistema financiero internacional estable, establecer principios aceptados para la resolución de las disputas internacionales y poner límites a la dire …

La confusión de Estados Unidos en un mundo desordenado

La confusión de Estados Unidos en un mundo desordenado

MANUEL MUÑIZ

¿Cuál será la forma y el contenido del orden mundial en el siglo XXI? El recorrido de Kissinger por 2.000 años de relaciones internacionales resulta demasiado rígido a la hora de alumbrar un nuevo sistema.

La mayor parte de las reseñas que se han publicado sobre el último libro de Henry Kissinger, Orden mundial, coinciden en que resume con claridad sus ideas acerca de las relaciones internacionales. El profesor Karl Kaiser de la Universidad de Harvard, discípulo y amigo de Kissinger, está de acuerdo con esa interpretación y, al ser preguntado por su opinión sobre el libro, comenta que sería “el que recomendaría a quien quisiera ver el mundo a través de los ojos de Henry y en pocas páginas”.

Kissinger dejó su marca como académico en una generación de politólogos e internacionalistas. Fue el fundador, con Robert Bowie, del Centro de Relaciones Internacionales de la Uni­versidad de Harvard, lugar desde donde se escribe esta reseña. Asimismo, sus años en las administraciones de Nixon y Ford marcaron una época en la política exterior americana, con un legado de polémicas y éxitos.

Tal vez el éxito más significativo sea la restauración de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China, que culminó con la legendaria cumbre de 1972 entre Nixon, Zhou Enlai y Mao Zedong en Pekín. Entre sus decisiones polémicas, se encuentran el bombardeo de Camboya, en 1969, con la intención de debilitar a los Jemeres Rojos y a elementos del Viet Cong con presencia en el país, y el apoyo al golpe de Estado del general Augusto Pinochet en Chile en 1973.

Kissinger pretende con Orden mundial abordar la que él considera la cuestión central de nuestro tiempo: la forma y el contenido del orden mundial del siglo XXI. Para responder a esa pregunta, el autor mira al pasado y subraya los contornos de órdenes anteriores, ya que estos pueden ayudar a entender lo que deparan las próximas décadas. Los distintos casos de relevancia que destaca Kissinger tienen, a su parecer, una doble manifestación: un marco normativo que rige las relaciones internacionales y una distribución de fuerzas que lo sustenta. Ese binomio, que él denomina de legitimidad y poder, es la piedra angular de los distintos órdenes globales que han existido.

Con el objetivo de identificar los ejemplos históricos relevantes, y fiel a su estilo enciclopédico, Kissinger recorre 2.000 años de historia y cubre la práctica totalidad de la geografía mundial. Nos lleva desde los orígenes del islam hasta la fundación de Estados Unidos, pasando por la Europa de la Reforma y destila la esencia de dos milenios de política exterior china.

La conclusión fundamental de ese recorrido es que han existido, y en cierto sentido siguen existiendo, cuatro grandes modelos de orden global: el orden westfaliano europeo con los conceptos de soberanía nacional y equilibrio de poder como ejes centrales; el modelo islámico de régimen religioso global; el orden global chino que posiciona al “Reino del Medio” en el centro cultural y político de la comunidad internacional y; en último término, el orden global americano, basado en la creencia en ciertos valores y derechos inherentes al hombre y en la superioridad, práctica y moral, de la democracia como sistema de gobierno. Kissinger considera que estos cuatro modelos son globales porque tienen vocación de generalidad y se constituyen en auténticos códigos de conducta internacional.

Las cuatro cosmovisiones (término que no utiliza Kissinger pero que tiene un significado análogo al concepto de orden global), difieren en cuanto a aspectos básicos de la comprensión del mundo. Las diferencias son sustantivas, pues afectan a la forma en que los poseedores de cada una de ellas abordan la realidad que les rodea, bien a través del prisma de lo objetivo y empírico, o bien a través de lo subjetivo y teológico. Esas diferencias se manifiestan (esto es lo que realmente interesa a Kissinger) en la forma que han dado a las sociedades en las que son hegemónicas y en sus pretensiones a la hora de definir el orden internacional.

Orden europeo

Kissinger mantiene que el orden europeo tiene su origen en la caída del imperio Romano en el siglo V. Con el fin del poder central del emperador romano se inicia un fraccionamiento de la autoridad política, y emerge la que el autor considera característica central de la política europea de los siguientes 1.500 años: la imposibilidad de que una única unidad política imponga su voluntad sobre el resto. Nace así la necesidad de construir equilibrios de poder y de respetar la existencia, autonomía y preferencias de otros. Esta realidad se termina codificando en los tratados de Westfalia del siglo XVII que a ojos de Kissinger recogen el orden global europeo; un orden compuesto por Estados soberanos y en permanente búsqueda de equilibrios de poder que garanticen la paz.

Orden islámico

La cosmovisión islámica del orden internacional descrita por Kissinger es radicalmente distinta de la europea, al dividir el mundo en dos realidades: la Casa del Islam, dar-al Islam, y el resto o dar-al harb. En la primera rige la ley de Alá y se vive en paz bajo la autoridad del califa, el heredero del profeta Mahoma. Fuera de sus fronteras la Casa del Islam debe luchar contra los infieles y extender la ley de Dios a todos los rincones de la Tierra. Ese esfuerzo sostenido de expansión de las fronteras del islam se denomina yihad y, aunque no implica un estado constante de guerra con otras culturas, sí prohíbe (así lo interpreta Kissinger) acuerdos de paz duraderos entre regímenes musulmanes y terceros.

Según esta interpretación del mundo islámico, la creación de Estados en Oriente Próximo tras la caída del Imperio Otomano supuso una imposición del modelo europeo-westfaliano en una región donde el criterio definitorio de comunidad política había sido de corte estrictamente religioso. El islamismo moderno, e incluso la versión más radical del mismo que representa el Daesh, no se­rían pues más que intentos de recuperar una cosmovisión puramente islámica de la comunidad política, regida por un califa, y por principios religiosos y en constante conflicto con el infiel.

El régimen de los ayatolás en Irán y su política internacional son para Kissinger ejemplos del carácter revolucionario de la cosmovisión islámica y de su objetivo último de, a través de acciones subversivas y amparándose en las garantías que le ofrece el sistema westfaliano, suplantar ese orden por uno de corte religioso.

Orden chino

Kissinger describe la génesis de la China moderna en términos similares al caso del nacimiento de los Estados de Oriente Próximo. Existía en Asia hasta el siglo XIX un orden regional, con pretensiones de globalidad, del que China ocupaba el centro y que se vio alterado por la llegada de los poderes europeos y su imposición de un modelo westfaliano.

El emperador chino que gobernaba “Todo Bajo el Cielo” se vio obligado, después de repetidas derrotas militares a manos de los británicos, a aceptar el estatus de China de mero Estado en un orden internacional poblado por muchos otros. Tras las Guerras del Opio no volvería China a ser el centro de su propio orden global, ni a ocupar su cultura la centralidad que había creído ocupar durante más de 2.000 años. Kissinger alega que China no olvida el origen violento de su actual condición y deja la puerta abierta a que se convierta en un actor revisionista con deseos de recuperar la centralidad política.

Orden americano

El orden americano es descrito por Kissinger con clara pasión. Se refiere el libro a la importancia del concepto de la “ciudad que brilla en la cima de la colina”; la idea de que América es una sociedad excepcional, llamada a superar las limitaciones de anteriores comunidades políticas, sobre todo las europeas, y a guiar a otros pueblos hacia la libertad, la prosperidad y la democracia. Kissinger navega con inteligencia los matices en la historia de la política exterior de EEUU y dibuja dos grandes corrientes: una pragmática, encarnada por Theodore Roosevelt, que sin dejar de buscar la difusión de la democracia y los derechos individuales, entiende el equilibrio de poder y hasta cierto punto lo sostiene a través de una política exterior que busca no alterar el statu quo de forma acelerada, y otra, de tipo idealista, representada por Woodrow Wilson que desea transgredir y transformar el orden internacional a través de la creación de una comunidad de naciones con normas e instituciones internacionales.

La tensión entre esas dos formas de hacer política exterior dio origen a una disciplina del conocimiento, las relaciones internacionales, y a sus dos escuelas principales, el realismo y el liberalismo. Por sus orígenes, esas escuelas tienden a reflejar las tensiones dentro de la cosmovisión dominante en esa parte del mundo. Cabe pues preguntarse si la propia disciplina, el marco heurístico bajo el cual se estudia el orden internacional, no es más que un producto de un orden específico, de una forma de aproximarse a la realidad y que, por tanto, ignora otras formas de entender el mundo. El intento de Kissinger es por ello particularmente valiente, ya que busca desbordar la hegemonía occidental y mostrar otras formas de hacer política internacional.

La capacidad de síntesis de Kissinger es extraordinaria. Extrae de 2.000 años de historia cuatro grandes cosmovisiones que han dado forma a las relaciones internacionales.

El libro suscita, sin embargo, algunas dudas, entre las que destacaría dos. La primera es de tipo empírico, y es que obvia una cosmovisión central para la comprensión del orden internacional moderno: el orden postulado por Francia a finales del siglo XVIII. De hecho, muchas de las características que el autor atribuye a los órdenes westfaliano y americano son de claro corte francés. Los conceptos de Estado moderno, de libertad, dignidad humana, derechos universales o democracia representativa son desarrollados en gran medida por pensadores franceses como Montesquieu, Diderot, Rousseau o Voltaire. El origen mismo de la Ilustración, una de las referencias del orden global americano que Kissinger describe, tiene un claro carácter francés. Si bien es cierto que estos órdenes se gestan antes y que América ha sido desde principios del siglo XX el gran defensor de aspectos fundamentales de ambos, su gestación se produce en la Francia revolucionaria.

La segunda duda es de tipo conceptual, y se debe a la rigidez y falta de detalle en la definición de los órdenes globales. Kissinger enuncia grandes cismas entre culturas y los describe como hechos estáticos. Llega a decir que la historia es para los paí­ses lo que la personalidad es para los individuos: un corsé dentro del cual cada uno opera. No sorprende, por tanto, que su análisis histórico sirva para apuntalar la idea de que sus cuatro cosmovisiones han sobrevivido durante muchos siglos con cambios más bien superficiales.

Sin embargo, si algo parece enseñarnos la historia es la mutabilidad de las comunidades políticas, así como de sus objetivos en las interacciones con terceros. Hay momentos en los que la propia argumentación de Kissinger parece doblegarse a esta realidad, como cuando acepta que Europa vivió periodos prolongados en los que fue dominante una visión acerca del orden mundial nada westfaliana. Los ejemplos que cita el propio Kissinger son los reinados de Carlos I y Felipe II de España, líderes que en muchas ocasiones se autodefinieron como la cabeza de una monarquía cristiana global. Algo similar sucede cuando Kissinger describe la aceptación por parte de China del orden westfaliano impuesto por los imperios occidentales. De hecho, China es hoy uno de los grandes defensores en el orden internacional de los principios de soberanía nacional, y de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados, el corazón mismo de ese modelo. Esto podría cuestionar la sabiduría de dedicar una porción tan extensa del libro a un orden global, el chino, que parece ser significativo tan solo en términos históricos y deja al lector con dudas acerca de la perdurabilidad de estos órdenes, su fortaleza o fragilidad.

El caso de la Europa contemporánea viene a ilustrar el problema de definición enunciado arriba. Es evidente que Europa, el lugar donde nace la cosmovisión westfaliana, lleva inmersa más de medio siglo en un proceso de construcción de un ente político, la Unión Europea, cuyo eje fundamental es la disolución de Estados soberanos en una unidad superior, que desactive cualquier fuente de conflicto entre ellos; es decir, en superar el modelo westfaliano. Es asimismo evidente que esa Unión tiene una clara cosmovisión, basada en la defensa de los derechos humanos, el Derecho Internacional y el libre mercado. Esto no solo demuestra la capacidad evolutiva de los órdenes globales promovidos por distintos actores políticos en distintos momentos de su historia, sino que además es una muestra de la interconexión, e incluso confusión, entre los órdenes sugeridos por Kissinger, ya que el orden europeo moderno tiene grandes similitudes con el orden americano. No es esto sorprendente, pues EEUU fue uno de los principales promotores del proceso de integración europea, sin duda una empresa que, a la vista de los hechos, debe entenderse como una gran victoria de la cosmovisión americana.

Orden mundial es una lectura fascinante, cargada de reflexiones sobre importantes cosmovisiones de nuestra historia y con un análisis riguroso de la política exterior de grandes actores internacionales. Podría marcar el inicio de un esfuerzo teórico de definición de los grandes ejes de política exterior y de los cimientos sobre los que se debe construir una verdadera gobernanza global. Este debate ganará en importancia en las próximas décadas y según avance el proceso de pérdida de poder de Occi­dente y el ascenso de nuevos actores en el orden internacional.

Mapa del poder en Irán

Mapa del poder en Irán

IRENE GARCÍA BENITO

Las últimas elecciones al Parlamento y a la Asamblea de Expertos presentan un nuevo panorama en Irán. Pero en un sistema político tan enrevesado, resulta complicado anticipar si la nueva tendencia moderada del electorado se traducirá en cambios significativos dentro de las instituciones. El iraní es un sistema donde conviven elementos propios de una democracia con otros de una teocracia islámica moderna. Es decir, existen instituciones elegidas mediante sufragio universal encargadas, a su vez, de elegir a los miembros de aquellos órganos que representan el poder religioso. En la práctica, esto se traduce en ocasiones en una falta de coordinación entre el presidente y el Parlamento –electos– y entre el Líder Supremo.

Repasamos las diferentes instituciones con el objetivo de trazar un mapa del poder en Irán.

Líder Supremo

Es la máxima autoridad política y religiosa en Irán, equivalente a jefe de Estado, y su poder deriva del principio velayat-e Faqih o juristocracia. Son los expertos en jurisprudencia islámica quienes deben designar y ratificar al máximo dirigente iraní, que debe ser igualmente un miembro del clero. Por tanto, el Líder Supremo no es elegido directamente por los ciudadanos, sino que es designado de forma vitalicia a través de un órgano electo, el Consejo de Expertos. Tras la Revolución Islámica de 1979, Ruholá Jomeini ocupó el cargo durante diez años. Su sucesor, Alí Jameini, sigue hoy al frente del país.

Su función principal es trazar la política general de Irán, tanto nacional como internacional. Tiene capacidad para declarar la paz o la guerra, para solucionar posibles disputas entre los tres poderes y para nombrar o destituir a altos cargos de otras instituciones, como el Consejo de Guardianes, líderes del poder judicial y miembros de las fuerzas armadas; incluso puede llegar a ejercer el veto sobre el presidente. Es comandante en jefe de las fuerzas armadas y controla las operaciones de inteligencia y seguridad.

El Líder Supremo tiene alrededor de dos mil representantes que le permiten crear una esfera de poder. Destaca el Consejo de Discernimiento, creado por Jomeini para resolver posibles disputas entre el Parlamento y el Consejo de Guardianes, pero que se ha convertido en un órgano consultivo del Líder Supremo y en uno de los grupos con más poder.

Presidente

El presidente es el jefe de gobierno y su principal función es asegurar el cumplimiento de la Constitución. Es el cargo público electo con mayor rango del país. Es elegido por cuatro años y puede cumplir un máximo de dos mandatos. El presidente elige a los ministros, que deben ser aprobados por el Parlamento –puede ser necesaria la aprobación del Líder Supremo en casos especiales–, se encarga de las políticas económicas y tiene capacidad para firmar tratados internacionales.

Aunque el presidente tiene un perfil público elevado, el poder ejecutivo se encuentra subordinado al Líder Supremo. Un ejemplo es que Irán es el único país donde las fuerzas armadas no están controladas por el gobierno. A pesar de que sobre el papel el presidente tiene poder sobre el Consejo Supremo de Seguridad Nacional y el ministerio de Inteligencia y Seguridad, en la práctica todos los asuntos de seguridad son gestionados por el Líder Supremo o por su círculo de poder.

Estructura de poder en Irán

Parlamento o Majles

El poder legislativo en Irán consiste en una única cámara con 290 miembros, elegidos cada cuatro años, con cinco escaños reservados para representantes de minorías religiosas. Presentan y aprueban borradores legislativos, ratifican tratados internacionales, votan a los ministros propuestos por el presidente, autorizan los presupuestos y pueden llevar a cabo un proceso de impeachment contra ministros y presidente. El Consejo de Guardianes ejerce un control directo sobre el Parlamento, ya que decide quiénes son los candidatos electorales y aprueba o rechaza las leyes propuestas por el Parlamento.

En Irán no existe tradición de partidos políticos. Los partidos políticos suelen formarse ad hoc para las propias elecciones y no están bien valorados por la opinión pública. Cuando los partidos consiguen sus objetivos, suelen disolverse o pasan a un segundo plano. A la hora de formar gobierno o coaliciones, no existe un respaldo por parte de partidos políticos, por lo que el presidente en Irán no depende de ningún partido. A pesar de que se presenten organizados en partidos políticos, las listas abiertas permiten a los ciudadanos votar a los candidatos que deseen.

Asamblea de Expertos

A pesar de que se reúne dos veces al año, la Asamblea de Expertos es uno de los órganos más poderosos (y opacos) de Irán. Sus 88 miembros son elegidos por sufragio universal cada ocho años, con el requisito indispensable de que todos ellos deben ser expertos juristas. Su principal función, y la que le otorga tanto poder, es elegir al Líder Supremo, además de supervisar el cumplimiento de sus funciones e incluso destituirle. Debido a esta función, se suele comparar la Asamblea de Expertos con el Colegio Cardenalicio del Vaticano.

Consejo de Guardianes

Es el organismo más influyente en Irán, pero no se somete a elección pública. De sus doce miembros, todos expertos en jurisprudencia islámica, seis son elegidos directamente por el Líder Supremo y los otros seis son propuestos por el poder judicial y aprobados por el Parlamento. Su mandato es de seis años, pero se produce la renovación de la mitad del Consejo cada tres años. Una de sus funciones es revisar y seleccionar a los candidatos a cualquiera de las elecciones populares: presidente, Parlamento y Asamblea de Expertos. Se ocupa, también, de salvaguardar los principios del islam y decidir si las leyes actúan en conformidad a la Constitución y la sharia. En la práctica, esto otorga al Consejo de Guardianes capacidad de veto.

Poder judicial

Está estrechamente controlado por el Líder Supremo, quien elige al jefe del poder judicial. Además de los tribunales encargados de los casos civiles y penales, existen tribunales que tratan casos que dañan a la imagen de la República, así como un Tribunal Eclesiástico Especial, encargado de los delitos religiosos, en especial los cometidos por clérigos. Este tribunal solo responde ante el Líder Supremo. En Irán, el poder judicial está muy ligado al poder político y sirve a los intereses del régimen. En los últimos años, los conservadores han conseguido frenar el ritmo de los cambios encarcelando a reformistas y periodistas.

La mujer en la política iraní

Estas elecciones muestran otro dato positivo, además del aumento de los moderados. El número de mujeres en el Parlamento pasa de nueve a 14, cuando todavía faltan escaños por repartir, por lo que el número podría llegar incluso a veinte. Sin embargo, más allá del Parlamento parece difícil que se pueda conseguir una mayor representación femenina. Entre los candidatos a la Asamblea de Expertos se encontraban solo dieciséis mujeres, todas ellas descalificadas por el Consejo de Guardianes. Ninguna ley impide que las mujeres sean miembros de los órganos oficiales, pero, en una sociedad tradicionalmente patriarcal, existe una gran oposición a ello.

Moderados vs conservadores

Todos estos órganos han estado históricamente liderados por los conservadores. Sin embargo, tras las últimas elecciones, los moderados han conseguido controlar casi la mitad del Parlamento, renovándose más del 60% del Majles, mientras que en la Asamblea de Expertos algunos de los conservadores más radicales se han quedado fuera. Por tanto, podríamos asistir a un cambio de rumbo en Irán, por dos razones. Por un lado, el actual presidente, Hasan Rohaní, va a encontrar menos obstáculos en un Parlamento que, hasta ahora, ha rechazado su agenda más pro-occidental. Por otro, es posible que la Asamblea de Expertos tenga que nombrar a un nuevo Líder Supremo en los próximos años, debido a los problemas de salud de Jameini: su nueva composición puede suponer un líder más moderado y progresista.

Pero en un país con un sistema tan complejo es difícil hacer predicciones y la historia nos da un ejemplo de ello. Irán ya ha vivido un periodo reformista con un líder, Mohamed Jatami, de tendencia moderada. A pesar de un Parlamento afín a sus principios, Jatami encontró multitud de obstáculos y el rumbo de Irán estuvo controlado por los conservadores.

Derrotas y victorias

Derrotas y victorias

Domingo 6 de marzo de 2016

Cuando uno arroja una piedra a un vaso de cristal y éste se quiebra, a veces surge la pregunta ¿por qué se rompe el vaso? ¿Es por culpa de la piedra que lo impactó? ¿O porque el vaso es rompible y luego entonces la piedra lo fragmenta? Es una pregunta que solía plantearla el sociólogo Pierre Bourdieu para explicar que solo la segunda posibilidad era la correcta, porque te permitía ver, en la configuración interna del objeto, las condiciones de su devenir.

En el caso del referéndum del 21 de febrero, no cabe duda que hubo una campaña política orquestada por asesores extranjeros. Las visitas clandestinas de la ONG NDI, dependiente del Departamento de Estado, sus cursos de preparación de activistas cibernéticos, los continuos viajes de los jefes de oposición a Nueva York —no precisamente a disfrutar del invierno—, hablan de una planificación externa que tuvo su influencia. Pero así como la piedra arrojada hacia el vaso, esta acción externa solo pudo tener efecto debido a las condiciones internas del proceso político boliviano, que es preciso analizar.

CLASES. 1. La nueva estructura de las clases sociales

Que en 10 años el 20% de la población boliviana haya pasado de la extrema pobreza a la clase media es un hecho de justicia y un récord de ascenso social, pero también de desclasamiento y reenclasamiento social, que modifica toda la arquitectura de las clases sociales en Bolivia. Si a ello sumamos que en la misma década de oro la diferencia entre los más ricos y los más pobres se redujo de 128 a 39 veces; que la blanquitud social ha dejado de ser un “plus”, un capital de ascenso social y que hoy más bien la indianitud se está consagrando como el nuevo capital étnico que habilita el acceso a la administración pública y al reconocimiento, nos referimos a que la composición boliviana de clases sociales se ha reconfigurado y, con ello, las sensibilidades colectivas, o lo que Antonio Gramsci llama el sentido común, el modo de organizar y recepcionar el mundo, es distinto al que prevalecía a inicios del siglo XXI.

Las clases sociales populares de hoy no son las mismas que aquellas que llevaron adelante la insurrección de 2003. Los regantes controlan sus sistemas de agua; los mineros y fabriles han multiplicado su salario por cinco; los alteños, que pelearon por el gas, ahora tienen, en un 80%, gas a domicilio; las comunidades campesinas e indígenas tienen seis veces más cantidad de tierra que todo el sector empresarial; y los aymaras y quechas, marginados por su identidad indígena en el pasado, son los que ahora conducen la indianización del Estado boliviano. Hay, por tanto, un poder económico y político democratizado en la base popular, que modifica los métodos de lucha sociales para ser atendido por el Estado. Paralelamente, la urbanización se ha incrementado pero, ante todo, los servicios urbanos de educación, salud, comunicación y transporte se han expandido en las áreas rurales ampliando los procesos de individuación de las nuevas generaciones, diversificando las fuentes de información y de construcción de opinión pública regionalizada más allá del sindicato o la asamblea. Si a ello añadimos el hecho de que pasada la etapa del ascenso social insurreccional (2003-2009), inevitablemente viene un reflujo social, un repliegue corporativo que debilita a las organizaciones sociales y a su producción de un horizonte universal, entonces es normal un periodo de despolitización social, que disminuye la centralidad sindical como núcleo privilegiado de construcción de la opinión pública popular, para ampliarla a una pluralidad de fuentes como los medios de comunicación, la gestión estatal, las redes sociales, etc.

La comunidad nacional en lucha contra las privatizaciones, la comunidad nacional despojada de sus recursos y que reclama su reconquista, o la comunidad dolorosa de las víctimas de la matanza de octubre de 2003, que fueron la base del ascenso revolucionario entre 2000 y 2006, han dado lugar a otro tipo de comunidades reivindicativas más dispersas regionalmente, más afincadas en la gestión de proyectos de desarrollo o de expectativas educativas de carácter individual. Se trata de comunidades de tipo virtual o mediáticas que no solo modifican los métodos de lucha sino también los contenidos mismos de lucha, las percepciones sobre lo deseado, lo necesario y lo común.

En conjunto, la estructura de las clases sociales se ha modificado. La democratización en el acceso al capital económico, clave del modelo de desarrollo boliviano, ha permitido un rápido ascenso social de sectores pobres y una reducción de las distancias económicas con los sectores más ricos de la sociedad; la acelerada devaluación de la blanquitud como capital étnico de consagración social, sumada a la conversión de la filiación sindical en un tipo de capital social y capital político revalorizado por el Estado para acceder a derechos, puestos y reconocimientos públicos, han modificado la composición material de cada clase social y la relación entre las clases sociales. El normal y previsible reflujo social después del largo ciclo de rebeliones (2000-2009), ha acentuado estrategias individuales de reenclasamiento social, pero también una especie de “desencantamiento” temporal de la acción colectiva, creando nuevos marcos de percepción cultural y disponibilidad política atenuadas. Y si, además, tomamos en cuenta que una parte importante de los cuadros sindicales van pasando a la administración pública (alcaldías, ministerios, asambleas legislativas, etc.), tenemos un escenario de debilitamiento interno y temporal de los niveles de dirección de las organizaciones sociales, que anteriormente habían concentrado la función política de la sociedad.

Estamos, por tanto, no solo ante una nueva estructura de clases, sino también ante nuevos marcos culturales de movilización y de percepción del mundo. Por todo ello, la convocatoria del sindicato o de la comunidad convertida en capital electoral en 2005 o en 2009, que irradió a sectores de la sociedad civil individuada, hoy no son suficientes para producir el mismo efecto electoral. Sin duda, el mundo sindical obrero, campesino- indígena y vecinal pobre continúa siendo el bastión más sólido y leal del proceso de cambio —y esto se ha verificado nuevamente en la última elección con gestos tan extraordinarios como la donación de una mita por parte del proletariado minero de Huanuni para la campaña—, pero ya no tiene el mismo efecto irradiador de antes. Han surgido otras colectividades sociales entre las clases populares y en las diversas clases medias de origen popular, más volátiles, por residencia, por estudio o por comunidad virtual, que se mueven por otros referentes e intereses, muchas veces de carácter individual. Como gobierno revolucionario habíamos ayudado a cambiar al mundo; sin embargo, en la acción electoral, en una parte de nuestras acciones, seguíamos aún actuando como si el mundo no hubiera cambiado. Acudimos a medios de movilización y de información insuficientes para la nueva estructura social de clases y, en algunas ocasiones, empleamos marcos interpretativos del mundo que ya no correspondían al actual momento social.

LIDERAZGO. 2. Hegemonía no es lo mismo que continuidad de liderazgo

La fortaleza de un proceso revolucionario radica en instaurar una matriz explicativa del mundo en medio de la cual las personas, las clases dominantes y las clases dominadas, organizan su vida cotidiana y su futuro.

Durkheim llamaba a esto las estructuras del conformismo moral y conformismo lógico de la vida en común. Y el bloque social dirigente capaz de conducir activamente estas estructuras se constituye en un bloque social hegemónico. El proceso de cambio creó una matriz explicativa y organizadora del mundo: Estado plurinacional, igualdad de naciones y pueblos indígenas, economía plural con liderazgo estatal, autonomías.

Hoy, izquierdas y derechas se mueven en torno a esos parámetros interpretativos que regulan el campo de lo posible y lo deseado socialmente aceptado. Hoy, la gente de a pie construye sus proyectos personales y expectativas en torno a estos componentes potenciados hacia el futuro a través de la Agenda Patriótica 2025, y no tiene al frente ningún otro proyecto de Estado y de economía que le haga sombra. En ese sentido, hablamos de un campo político unipolar. El que el presidente Evo tenga una popularidad y apoyo a la gestión de gobierno que bordea el 80%, según las encuestas hechas en plena campaña por el referéndum, constata este hecho hegemónico.

Sin embargo, cuando a los entrevistados se les consulta si están de acuerdo con una nueva postulación, solo la mitad de los que apoyan la gestión responde positivamente. El apego al proyecto de Estado, economía y sociedad no es similar al apoyo a la repostulación o, si se quiere, hegemonía no es directamente sinónimo de continuidad de liderazgo.

Es posible que haya pesado la desconfianza normal hacia una gestión muy larga; también es posible que algunas personas pensaran que en el referéndum volvían a reelegir a Evo, creyéndolo innecesario después de ya haberlo elegido en 2014. En todo caso, sobre ese espacio de votantes que daban su apoyo a la gestión de Evo, pero no a su repostulación, se centró toda la artillería de la campaña, tanto de la oposición como del partido gobernante. La oposición se montó rápidamente en una matriz de opinión larvaria, pero trabajada desde hace años con el apoyo de agencias internacionales, referida a que los gobiernos de izquierda revolucionarios son “autoritarios”, “abusivos”, quieren “eternizarse”, etc. Y, entonces, la repostulación fue rápidamente ensamblada a la lógica de una manifestación que confirmaba el “abuso”, el “autoritarismo” etc. Algunos izquierdistas de “cafetín” se sumaron a este estribillo y, por consiguiente, la irradiación fue más extensa. En tanto que el partido de gobierno tuvo que hacer una doble labor explicativa. Primero, enfatizar que quienes no querían la repostulación eran los de la vieja derecha privatizadora y, luego, que la repostulación garantizaba la continuidad del proceso de cambio. En esta dualidad explicativa es donde se perdió la fuerza de la simpleza de una consigna electoral, frente a la matriz discursiva imperialmente labrada que repercutía más fuerte justamente por su simpleza.

REDES. 3. Las redes: nuevos escenarios de lucha

Recientemente estuve en San Pedro de Curahuara, un municipio alejado, cercano a la frontera con Chile. Los mallkus y mama t ́allas nos recibieron con cariño y bien organizados; habían decidido en su asamblea los temas a tratar y los oradores. Pero también vinieron a recibirme los jóvenes del colegio. Todos los estudiantes de la promoción tenían un smartphone similar al mío, y si bien no habían participado de la asamblea comunal, se habían enterado por teléfono o WhatsApp que estábamos llegando al municipio. Aquello que vi en Curahuara se repite en toda Bolivia. El internet y las redes han abierto un nuevo soporte material de comunicación, tan importante como lo fueron otros soportes materiales de comunicación en el pasado: la imprenta en el siglo XVIII, la radio a principios del siglo XX, la televisión a mediados del siglo XX. Se trata de medios de comunicación cada vez más universales, que han llegado para quedarse y que no solo modifican la construcción cultural y educativa de las sociedades, sino la forma de hacer política y de luchar por el sentido común.

La masificación y novedad de este nuevo soporte material de comunicación ha generado una sobreexcitación comunicacional que ha sido bien aprovechada por las fuerzas políticas de derecha, que dispusieron recursos y especialistas cibernéticos al servicio de una guerra sucia como nunca antes había sucedido en nuestra democracia y que ha vertido toda la lacra social en el espacio de la opinión pública.

Está claro que las redes no son culpables de la guerra sucia; es la derecha, que no tuvo escrúpulo alguno para esa guerra sucia unilateral, la que apabulló el medio. Y que, además, logró crear una articulación en tiempo real entre medios de comunicación tradicionales (periódico, televisión y radio), con redes sociales, de tal manera que una información o denuncia —por ejemplo, vertida en la radio— instantáneamente contaba con un pequeño ejército de activistas profesionales para replicarla, ampliarla y convertirla en memes, llegando así a miles de seguidores que, antes del noticiero de la noche o el periódico de la mañana, ya se habían enterado de ella y estaban buscando mayor información. Del mismo modo, una falsedad creada a partir de las redes podía encontrar de manera planificada su correlato escrito al día siguiente, alargando así la vida social de una “noticia” que, de otra forma, se hubiera diluido en la existencia efímera propia de las redes sociales. Nosotros atinamos a una defensa artesanal en un escenario de gran industria comunicacional. Al final, esto también contribuyó a la derrota. A futuro, está claro que los movimientos sociales y el partido de gobierno deben incorporar en sus repertorios de movilización a las redes sociales como un escenario privilegiado de la disputa por la conducción del sentido común. Hay que democratizar más aún el acceso popular a este soporte material de comunicación, lo que permitirá quitar el monopolio actual de la conducción del debate de las redes a la clase media tradicional que, a lo largo de esta década revolucionaria, siempre ha tenido una actitud conservadora y, ahora, aparece como la constructora de la opinión pública en las redes sociales.

OPOSICIÓN. 4. Oposición unida

A lo largo de los últimos 15 años, las batallas electorales han contado con un bloque conservador de derecha fragmentado. Desde las elecciones de 2002 hasta las de 2014, la derecha política ha presentado varias candidaturas que han dispersado el voto de esas derechas. En oposición a ello, la izquierda política ha contado con una única candidatura y, encima, respaldada por un único bloque de izquierda social (sindicatos, comunidades, juntas de vecinos).

El 2016 este panorama se ha modificado. Aun con sus divergencias, toda la derecha pudo articularse en torno a una sola posición, la del No; e incluso tuvo la capacidad de arrastrar a los fragmentos del “izquierdismo deslactosado”, que antes había acompañado a Gonzalo Sánchez de Lozada en su gestión de gobierno.
La antigua fragmentación de la derecha claramente mejoraba la posición electoral del MAS, que se presentaba como la única fuerza con voluntad real de gobierno. Sin embargo, al unificarse aquélla para el referéndum, se anularon temporalmente las fisuras y guerras internas que debilitaban a unas frente a otras y a todas ellas frente al MAS. Así, el “todos contra el MAS” permitió que entraran, en una misma bolsa, desde los fascistas recalcitrantes y los derechistas moderados, hasta los trotskistas avergonzados. Y, en un memorable grotesco político, la noche del 21 de febrero se abrazaron quienes, pocos años atrás, estaban agarrando bates de béisbol para romper las cabezas de campesinas cocaleras, y algunos ex izquierdistas que, alguna vez, pontificaron desde su escritorio los derechos indígenas.

Al final, la derrota del Sí ha removido la estructura general de las organizaciones sociales indígenas, campesinas, vecinales, juveniles, obreras y populares que sostienen el proceso de cambio. Y lo ha hecho para bien y en un momento oportuno.

Momento oportuno porque quedan cuatro años por delante para corregir errores, ya que es una derrota táctica en medio de una ofensiva y victoria estratégica del proceso de cambio. Y, para bien, porque las repetidas victorias de los últimos diez años han generado una peligrosa confianza y pesadez para un escenario de lucha de clases siempre cambiante, que requiere lo máximo de las fuerzas, lo máximo de la inteligencia y lo máximo de la audacia del movimiento popular. Y es que las revoluciones avanzan porque aprenden de sus derrotas o, en palabras de Carlos Marx, las revoluciones sociales “se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzar de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Aquí está Rodas, salta aquí!”

Un siglo de jazz

La música popular del siglo XX ha ido mutando en función de la propia evolución social. Géneros muy populares en su día como el blues o el rock y el pop, que se extendieron mediado el siglo XX, son hoy parte de la historia de la música. Inmersos en la segunda década del siglo XXI, se puede estar produciendo un cierto olvido de géneros musicales que inicialmente fueron música popular y mayoritarios, y que hoy van quedando marginados con la llegada de nuevas tendencias.

La música popular se caracteriza por la facilidad con que se suceden y entrecruzan los géneros, siendo ello un fenómeno favorecido por su veloz penetración a través de los medios de comunicación y la industria musical. El que artistas y géneros se influyan e interfirieran haciendo evolucionar la música es una de las grandes riquezas de su historia en el último siglo.

Un siglo de jazz da para mucho. Alrededor de la música de jazz, hay una impresionante historia que comenzó allá a finales del siglo XIX y que hoy en pleno siglo XXI, todavía tiene mucho que decir. Esta página tratará a través del tiempo de señalar aquellos acontecimientos que de una u otra forma marcaron el destino de esta maravillosa música. Es nuestro deseo que esta página os sirva no solo como consulta, sino que también la utilicéis para acercaros al conocimiento de aquellos aspectos y acontecimientos fundamentales en la historia del jazz. Hemos elegido dividir y ordenar esta “Cronología” por otros tantos periodos de tiempo en los que el jazz ha ido evolucionando en su historia.

En el principio (1885-1922) está el blues, las canciones de trabajo en las plantaciones de algodón o “worksong”; la comedia y el vodevil; la marginación del negro hasta denigrarlo en espectáculos atrozmente racistas y burlescos, intentando alargar la figura del “Tío Tom”. La música no era jazz y sí, un batiburrillo de ritmos y sonidos (los rag, las pianolas, etc) que algunos blancos imitaban con algún éxito. Desde el último cuarto del siglo XIX, el jazz estaba, no obstante, incubándose en La Louisiana (New Orleáns).

Posteriormente, inaugurando la época del swing, (1923-1939) llegó King Oliver, con su “Creole Jazz Band” y grabó entre otras composiciones “Dippermouth Blues”. Los tres solos a corneta de esa pieza, además de ser el punto de inflexión entre la música callejera y el jazz, fueron imitados sin contemplaciones hasta mucho tiempo después por un gran número de músicos. Louis Armstrong – segundo corneta de su banda y discípulo suyo- retomó en la orquesta de Fletcher Henderson el estilo, la virtuosidad y la flexibilidad rítmica de Joe Oliver, superándolo y marcando un camino imborrable en el tiempo.

El bebop (1940-1950), una revolución musical extraordinaria y base de todo el jazz moderno, coincidió con la huelga de grabaciones que desde el 1 de agosto de 1942 hasta noviembre de 1944 llevaron a cabo todos los músicos organizados en torno a la Federación Americana de Músicos (AFM). El efecto más “perverso” de esa huelga fue “retrasar oficialmente” el nacimiento de aquella nueva música que se estaba gestando en el norte del barrio de Harlem y en torno a un club ya histórico y desaparecido: El Minton´s Playhouse de Harlem, en New York.

El cool y el hardbop (1951-1969) convivieron durante este periodo de tiempo en una clara pugna por la hegemonía musical del jazz. Mientras en la Costa Oeste de los Estados Unidos, Lennie Tristano, Lee Konitz, Dave Brubeck y otros músicos generalmente blancos, le daban al jazz una impronta estilísticamente más culta, y presuntamente más funcional, en la Costa Este, surgió con enorme fuerza alrededor del batería, Art Blakey, Horace Silver y los Jazz Messengers, un estilo que los negros neoyorquinos no dudaron en considerarlo no sólo como una respuesta al presunto amaneramiento del jazz, sino como legitimo heredero del bebop. Luego llegaron al jazz aires renovados que inauguraron toda una época: llegó el jazz libre o “freejazz”. Ornette Coleman fue acusado por los puristas de siempre de asesinar al jazz, pero cuando Miles Davis, entró en ese terreno con discos y aventuras musicales eléctricas, las criticas, no sólo terminaron, sino que se volvieron alabanzas.

Ya en nuestro tiempo (1970-hoy) el jazz sobrevivió a crisis existenciales importantes, superó una década de los ochenta, dominada por dudosas experiencias y regresó en los noventa con fuerza inusitada, cual si fuese el Ave Fénix, resurgiendo de sus cenizas. La tenacidad de algunos músicos veteranos (Max Roach, Art Blakey, Betty Carter) y la aparición de jóvenes talentos (Joe Lovano, Wynton Marsalis), músicos con una técnica prodigiosa, aunque algunas veces exenta de originalidad, consiguió que el jazz entrara en el siglo XXI sin perder ni un ápice de la fuerza que un siglo atrás inventaron hombres como Louis Armstrong, Duke Ellington o Charlie Parker entre otros.

Hoy en el siglo XXI, no se adivina nadie capaz de igualar el genio creativo de estos músicos de leyenda, pero hay algunos que apuntan fuerte y que en los próximos años tendrán que dar de sí todo lo que llevan dentro. (Servicio de Cultura, Universidad de Murcia: 2014)

Iron Maiden y la disputa política en El Salvador de 2016

Iron Maiden y la disputa política en El Salvador de 2016 Por Roberto Pineda
San Salvador, 9 de marzo de 2016

La visita de los integrantes del conjunto británico de rock pesado, Iron Maiden a la tumba de Monseñor Romero expresa en imágenes, en lenguaje simbólico, la profundidad del enfrentamiento ideológico en El Salvador y la existencia de un imaginario popular, progresista, reflejado en las figuras del mártir católico así como del líder de izquierda Schafik Handal. Monseñor Romero es una poderosa luz que ilumina las conciencias incluso de Iron Maiden y de los miles de personas, que vestidas de negro asistieron a su concierto en el estadio Mágico González.

Porque a Iron Maiden nunca…nunca se le hubiera ocurrido ir a visitar la tumba de Roberto DAubuisson. Y por otra parte, los también británicos Rolling Stones van a estar en La Habana el próximo 25 de marzo. Hay que ir…si se puede!

Un concierto que transcurre un año y nueve meses desde el inicio de este segundo gobierno de izquierda y en medio de la inevitable, y a veces hasta confusa confrontación diaria, sangrienta, cotidiana, entre revolución y contrarrevolución, es preciso a la vez orientar nuestra atención con una mirada de largo alcance, a la necesidad de reconstruir las fuerzas que permitirán afincar un proceso de transformación a mediano plazo en un sentido anticapitalista.

La disputa estratégica por el rumbo

La disputa por el rumbo del país fue modificada a partir de 2009 con el triunfo electoral del periodista Mauricio Funes y asume desde entonces condiciones ventajosas y novedosas a la vez que adversas y complejas. La derecha aspira a la paralización del gobierno mientras que el gobierno necesita comprobar su viabilidad, y para eso necesita estabilidad. La construcción del factor subjetivo forma parte de este enfrentamiento social y político, en el que la elusiva legitimidad electoral descansa sea en la ampliación del clientelismo o en la organización popular.

A esta altura de siete años muchos se preguntan ¿es posible evitar la catástrofe de un futuro triunfo de ARENA? ¿Es el gobierno una trinchera que no puede perderse? Y la respuesta no es unívoca. Pasa en principio por evadir la tentación autoritaria frente a la ofensiva de la derecha y entender que la lucha político-electoral define por su misma naturaleza la posibilidad de la alternancia, como los prueban las recientes experiencias de Argentina, Venezuela y hasta la Bolivia de Evo.

¿Podrá ARENA en el 2018 frenar el proceso de cambios iniciado en 2009 o incluso revertirlo en el 2019? No es seguro. Dependerá de la correlación de fuerzas que logremos construir en la relación entre táctica y estrategia, entre partido y movimiento popular, entre gobierno y aliados, entre gobierno y población. La gente ya en pleno clima electoral evalúa opciones y opta por el más fuerte, el que tiene más posibilidad de cumplir sus sueños y eso explica los golpes electorales del 2009 con Mauricio Funes y del 2014 con Salvador Sánchez Ceren.

La población recibe el bombardeo ideológico cotidiano desde los medios en general, pero en particular desde la televisión y desde las redes sociales, que golpea, destruye, erosiona…deja huellas. Y que resiente nuestra marginalidad, nuestra incapacidad como izquierda de construir medios alternativos que le disputen a la derecha en este terreno. Y son precisamente estos sectores populares, con los cuales debe construirse un poderoso movimiento, sujeto, polo popular que empuje hacia adelante el proceso político iniciado en 2009.

El FMLN en el gobierno, en el ejecutivo desde el 2009 es el resultado del poder construido desde las luchas sociales libradas desde abajo, de la acumulación de fuerzas durante décadas de esfuerzos contra la dictadura militar, que desembocó en una guerra de doce años que originó una gran reforma política, plasmada en los Acuerdos de Paz de 1992.

Es de señalar que si bien es cierto que esta victoria electoral del 2009 obedeció a una amplia movilización popular, sus raíces se encuentran en el repudio a la catástrofe social de veinte años de corrupción del proyecto neoliberal de ARENA y no en una sólida contextura orgánica e ideológica popular, son mayorías fluctuantes, temporales, siempre en disputa. Este es un dato relevante y plantea el desafío de llevar a esas mayorías a comprender la necesidad de asumir más que de acompañar la profundización del proceso. Y esta es una tarea política de la izquierda, no del gobierno. Es una tarea que refleja la relación entre política e ideología, entre espontaneidad y organización.

A partir de la llegada de la izquierda al gobierno en El Salvador se abre una nueva situación caracterizada, entre otros aspectos, por un alto nivel de polarización política y social, pero en el marco de bajos niveles de movilización social así como de la profundización de procesos masivos de delincuencia popular.
La combinación de estos tres elementos explica en parte la actual coyuntura política que vive el país y su posible desenlace. A continuación exploramos estas tres temáticas a la vez que sugerimos diversos escenarios futuros del enfrentamiento histórico entre proyecto popular y proyecto oligárquico.

La desmovilización social

Al concluir el conflicto armado en enero de 1992 y en el marco de las medidas para garantizar la compleja transición de convertir una fuerza político militar de cinco partidos de izquierda, diversos ideológicamente, en un partido político electoral, que trasladara la disputa que se había librado con balas en las montañas hacia la disputa con votos en las urnas. Y frente a una derecha que esperaba que el poderoso FMLN guerrillero se convirtiera ya en la legalidad burguesa abierta en 1992, en un raquítico partido político, sin recursos y sin el brillo de la lucha guerrillera, este toma la decisión de “liberar” al movimiento popular y social, el cual durante casi veinte años había respondido como una aceitada y efectiva maquinaria a las decisiones de la conducción insurgente.

Y el variado y masivo movimiento popular y social surgido al calor del conflicto político, social y militar de veinte años, acogió la decisión primero con sorpresa y confusión, pero luego vino el repliegue. Y la UNTS, último instrumento amplio y combativo de lucha popular, se fue extinguiendo. Y los mejores cuadros guerrilleros o del movimiento popular fueron convirtiéndose en alcaldes, concejales y diputados. Esto fue un grave error político pero quizás inevitable. El FMLN se fortaleció y el movimiento popular se debilitó.

Y a esto también contribuyó decisivamente en esa época, la crisis ideológica derivada de la desaparición del campo socialista. Hoy ha pasado más de un cuarto de siglo de esos acontecimientos y los procesos de despolitización han avanzado significativamente. No han logrado quebrar la voluntad de lucha, pero la han mediatizado. La derecha salvadoreña ha logrado reconstruir su andamiaje ideológico, su hegemonía cultural que fue puesta en crisis en los años setenta y ochenta del siglo pasado, y observamos en la actualidad sus avances a profundidad en el sentido común de los sectores populares.

La derecha ha penetrado fuertemente a nivel religioso, de educación en general y particularmente la superior, la universitaria; en la cultura del espectáculo (futbol y música principalmente) y como izquierda estamos en el gobierno pero muchas veces no estamos en la sociedad, hemos perdido la batalla cultural que es también madre y quizás hasta la abuela de las batallas. E incluso nuestra presencia en el gobierno –municipal, legislativo, ejecutivo, judicial- y por tanto en la administración del aparato de estado, en el poder por más de veinte años, también deja huellas. Al poder lo transformamos pero a la vez nos transforma, es inevitable.

Si la política es la madre, la cultura es la abuela y la derecha ha logrado impactar no solo en la política y la economía sino y fundamentalmente en el sentido común de los sectores populares. Eso es hegemonía, la creación de consensos sociales ¿verdad? Gramsci. Y la desmovilización social se explica también por la pérdida de estas batallas y su recuperación, ganar de nuevo la calle, pasa por recobrar presencia en estos sectores en disputa.

Y pasa a la vez por comprender la necesidad como izquierda de ajustar cuentas con el autoritarismo, que como ingrediente ideológico nos unifica a derecha e izquierda y bloquea la construcción de una nueva cultura política, profundamente democrática como expresión genuina del poder popular.

En estas luchas futuras, la figura y el pensamiento de Monseñor Romero constituye un importante elemento ideológico emancipador, que ha logrado enfrentar aunque no detener la ofensiva reaccionaria de la derecha religiosa y que hoy desde la santidad otorgada por Roma, continúa librando las urgentes batallas por el corazón y las mentes de los sectores populares salvadoreños.

La polarización política

El enfrentamiento con la derecha asume dos modalidades: el enfrentamiento social que caracterizó a los dos últimos periodos de gobiernos de ARENA (1999-2004 y 2004-2009), en particular las olas del movimiento popular de 2002, o sea la lucha contra la privatización del sistema de salud. En este periodo incluso la izquierda legislativamente aislada, se vio en la necesidad de reconstruir instrumentos de lucha social y surge el MPR-12 y el BPS y el enfrentamiento legislativo que caracteriza a la actual disputa y en la cual el FMLN ha privilegiado la alianza con la derecha no oligárquica, representada en GANA, sobre la lucha social. La movilización social es percibida como peligrosa porque debilita al gobierno.

Esta decisión de carácter estratégico, explica la actual debilidad del gobierno de Salvador Sánchez Ceren, ya que es un gobierno que se sostiene como resultado fundamentalmente de la alianza social y política alrededor de GANA y esto lo obliga a la moderación y a no tomar medidas que pudiesen poner en peligro esta delicada alianza.

El enfrentamiento se da desde los territorios legislativos y ejecutivos, desde las alturas del poder gubernamental e incluso municipal, en una guerra aérea y entonces la infantería popular se desmoviliza y se le obliga a observar el enfrentamiento por televisión, olvidando que hay que gobernar desde abajo y desde arriba, como dice la canción de Aniceto Molina.

Como gobierno de izquierda existe la obligación de garantizar servicios sociales de calidad, entre estos la seguridad pública, la salud, la educación, las pensiones, pero como izquierda existe la necesidad de organizar, concientizar y movilizar a los sectores populares hacia la realización de cambios estructurales anticapitalistas. Las tareas de la izquierda rebasan a las tareas del gobierno. La izquierda aspira a transformaciones en el modelo productivo y en el modelo de consumo.

Si confundimos ambas tareas o abandonamos la segunda para realizar la primera, nos quedaremos varados en el terreno de las reformas. Si solo nos dedicamos a realizar la segunda nos aislaremos y seremos fácilmente derrotados por la derecha. El quid del asunto reside en combinar ambas, reforma y revolución y no es sencillo, pesan fuertemente nuestras propias debilidades, ausencia de cuadros, visiones estrechas, tradiciones autoritarias, etc.

En este marco, la tentación del partido en el gobierno como protagonista del cambio social es muy fuerte y condiciona el enfrentamiento social ya que mediante la fuerza del estado logra inicialmente avances significativos, inéditos, pero estos terminan agotándose sino son asumidos por las siempre fluctuantes olas del movimiento popular, que revitalizan y elevan las demandas de cambio. Y es sabido que los gobiernos, incluidos los de izquierda necesitan de estabilidad y la lucha social es por su misma naturaleza subversiva, hace demandas, alza banderas, rompe con la tranquilidad y la rutina. La alianza con sectores de la burguesía no oligárquica y su presencia en el gobierno obliga a la izquierda a la moderación.

No existe en la actualidad un planteamiento desde la izquierda de construcción de movimiento social y popular como el núcleo catalizador de los cambios y el gobierno asume desde las alturas la pelea contra la oligarquía (ANEP) a la vez que asume la alianza con el gobierno de Obama (Fomilenio, etc.) sin renunciar a la amistad con el gobierno de Venezuela y de Cuba. Por su parte, la derecha política se esfuerza en arrebatar banderas como la de la lucha contra la corrupción y por la transparencia, e incluso se presenta hipócritamente como defensora de los intereses populares, como en el caso de las pensiones.

La seguridad pública

Y es precisamente este debilitamiento del proceso de organización y concientización popular el que explica el actual desbordamiento realizado por las pandillas juveniles o maras. En un principio, en los años ochenta, ya a mediados de la guerra se les miraba como fenómeno curioso, pero nadie se preocupaba; luego vino un periodo instrumental, tanto de la derecha como de la izquierda, hoy son una indiscutible fuerza social independiente.

Y la conducta como izquierda e incluso como gobierno de izquierda frente a este sector popular no puede ser la destrucción. Esta es una salida reaccionaria, martinista, militarista, además de inviable. Un gobierno de izquierda puede pero no debe utilizar la misma estrategia militarista que diseñó la derecha. No puede convertirse en enemigo de un sector de las comunidades. Y hay que saber que como en una guerra, cualquier decisión de escalar el conflicto lleva a la otra parte a tomar las medidas pertinentes para enfrentar el nuevo reto. Esto puede pasar con la declaración de emergencia. Pasaríamos a un nuevo nivel del conflicto.

La salida debe ser el diálogo y la integración. ¿Puede haber dialogo e integración entre víctimas y victimarios? ¿Puede haber dialogo cuando hay tanto dolor y sangre derramada? Sí, y es urgente realizarlo. Su viabilidad está garantizada por nuestra reciente experiencia histórica. Hay que identificar a las fuerzas que se oponen a esta salida y aislarlas. Y el movimiento popular debe jugar un papel protagónico en este esfuerzo estratégico. Hay que dialogar desde una óptica de organización popular y no desde una óptica de estado represivo.

Es un gran desafío teórico inaplazable para la izquierda salvadoreña el de desentrañar las relaciones entre pandillas juveniles y sociedad, entre pandillas juveniles e izquierda, y entre pandillas juveniles y estado, así como el de elaborar una estrategia que permita recuperar ideológicamente a ese gran sector juvenil que hoy se vuelve en un gran opresor y hasta explotador y hasta verdugo de su propia comunidad y provoca múltiples víctimas, dolor, sufrimiento.

La complejidad de este sujeto “maras” rebasa muchas veces nuestras visiones y nos bloquea… es un sujeto que ha estado oculto al análisis, debemos reconocerlo como sujeto plural y contradictorio: juvenil, comunitario urbano, comunitario rural, delincuente, opresor, organizador (reclutador por la fuerza de jóvenes y de niños), trasplantado (con raíces en USA), extorsionista, dedicado al narco-menudeo, marginal, con identidad propia (lenguaje, vestimenta, simbología, rituales). Son todas estas articulaciones las que lo identifican pero una es predominante según el momento, y esta es necesario ubicar y a partir de ahí trabajar.

Reversión, equilibrio o avance del proceso de cambios

Al evaluar el nivel de acumulación social y política logrado como gobierno observamos que este obedece en gran parte a la capacidad existente de promover programas sociales. Y esto es positivo pero limitado, porque puede variar. Y los que hoy nos aplauden mañana pueden denunciarnos. No es una acumulación que obedezca a la conciencia política y esto la hace depender de estímulos materiales que tienden a reducirse, la vuelve frágil, hoy esta y mañana puede no estar.

Y aunque actualmente la correlación de fuerzas entre derecha e izquierda continua favoreciéndonos, esto puede revertirse. ¿Cómo romper el actual equilibrio estratégico a favor del proyecto popular? Únicamente mediante la movilización social y popular. La construcción de una nueva cultura política no debe cimentarse exclusivamente en la entrega permanente de uniformes, zapatos y vasos de leche. Debe trascender a una educación política en la que los sectores populares comprendan que estas son conquistas y esto solo se logra mediante la lucha. Por ejemplo la lucha por el agua en las comunidades es un taller de lucha generalizado, la gente sale en cualquier parte del país y cierra las calles para conquistar el agua y al hacerlo se educa políticamente.

En esta compleja situación, planteamos tres escenarios a futuro.

El equilibrio.

No obstante las dificultades que atraviesa el gobierno, estas no logran ser aprovechadas por la derecha oligárquica como resultado de su crisis interna. Esta crisis tiene como base la pérdida del gobierno en 2009. Pero es una crisis que pueden superar. Para la derecha oligárquica unificarse como partido y mucho más si es como bloque, jalándose al PCN y al PDC, puede significar frenar o revertir el actual proceso de cambios.

Y cuando hablamos de proceso de cambios nos referimos básicamente al mantenimiento de los programas sociales. Para la izquierda en el gobierno superar el ahogamiento financiero, disminuir la delincuencia y mejorar la economía puede significar el reconocimiento electoral en el 2018 y el 2019. Lo más probable es que este equilibrio reflejado en una intensa disputa y polarización política se mantenga incluso después del 2018 y del 2019.

La reversión

La derecha oligárquica confía principalmente en –incluso dividida- tener la capacidad de romper la alianza entre FMLN y GANA y lograr la paralización del gobierno mediante el ahogamiento económico. El ahogamiento económico al profundizarse va generar el descontento social y este rápidamente se traducirá en protesta. Y en protesta contra el gobierno. Y esto hace crucial que el gobierno deslinde la protesta legítima de la protesta inducida políticamente. En su mayor parte, la protesta popular es legítima y por lo tanto no puede ni debe ser sometida a la represión. Hacerlo sería un grave error, en particular ante las demandas legítimas de los policías, o de las comunidades exigiendo agua a ANDA. ARENA confía en sembrar confusión y caos, para cosechar en el 2018 y el 2019.

El avance

La coordinación política entre izquierda, gobierno y movimiento popular y social alrededor de una plataforma de defensa de las conquistas sociales es un imperativo estratégico. Esto pasa por la necesidad de dedicarle pensamiento y recursos a esta tarea. El avance popular seguramente adoptara la figura de una tortuga más que de una liebre. Pero las tortugas cuando están organizadas y conscientes les ganan las carreras a las liebres.

“No es simplemente una crisis, estamos en un momento de reestructuración de la economía mundial”: Theotonio dos Santos

“No es simplemente una crisis, estamos en un momento de reestructuración de la economía mundial”: Theotonio dos Santos
24/02/2016

Ariel Noyola Rodríguez
Si hay alguien que ha dejado huella en el pensamiento económico de América Latina es Theotonio dos Santos: científico social brasileño, catedrático de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, exponente de la Teoría Marxista de la Dependencia y galardonado con el Premio Economía Marxista 2013 de la Asociación Mundial de Economía Política. Dos Santos dictó a mediados de febrero una serie de conferencias sobre teorías del desarrollo como parte de la Cátedra Maestro Ricardo Torres Gaitán que le fue otorgada por el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM por sus aportaciones en la materia.
Ariel Noyola Rodríguez, consiguió entrevistar a Theotonio dos Santos durante su estancia en la Ciudad de México y abordó, entre otros temas, las perspectivas de la economía y el sistema mundial, las contradicciones del desarrollo capitalista de China, el ascenso del yuan como divisa de reserva internacional, los desafíos de la integración latinoamericana, el atasco burocrático del Banco del Sur, el reposicionamiento regional de Estados Unidos, la crisis del pensamiento económico y los problemas que enfrenta la izquierda para construir alternativas.
Por su amplia extensión, la publicación de la entrevista se ha dividido en varias partes. En esta primera entrega Noyola Rodríguez explora con dos Santos la posibilidad de que se materialice una nueva recesión global, la reestructuración de la economía mundial comandada por los BRICS, las contradicciones del desarrollo capitalista de China y el ascenso del yuan como divisa de reserva internacional…
Ariel Noyola Rodríguez: Muchas gracias por haberme concedido esta entrevista. Quiero comenzar con la complicada situación por la que atraviesa la economía mundial en estos momentos, y cuál será, desde su punto de vista, el impacto sobre los países latinoamericanos. Durante el último mes se ha observado un desplome considerable de las principales bolsas de valores. Las acciones de los grandes bancos de inversiones (Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Deutsche Bank, etc.) se han derrumbado en estos días, lo mismo ha sucedido con los precios de las materias primas (commodities) y los tipos de cambio de los países emergentes ¿Estamos a las puertas de una nueva recesión mundial? ¿En qué posición se encuentra América Latina ante ese posible escenario?
Theotonio dos Santos: La crisis de 2008-2009 fue muy fuerte para los países que formaban parte del centro de la economía mundial, pero al mismo tiempo, China se mantuvo con un fuerte crecimiento junto con los países de los BRICS (acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), y también casi todos los países en desarrollo. De manera que la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de la economía mundial no cayó. Esto muestra que hubo cambios muy significativos en los últimos años: el motor de la economía mundial se desplazó de la zona central, básicamente de la tríada (Estados Unidos, Europa y Japón), hacia otras regiones.
Esto ha dado origen a una serie de trabajos, de intentos de explicación de este fenómeno. Desde la década de 1970, incluso un poco antes, nosotros mostramos la tendencia a la decadencia de la economía norteamericana y europea, y hasta Japón, que en aquel momento estaba en un auge económico importante, aunque también se comenzó a revelar una cierta tendencia a una caída que operó a partir de la década de 1990. En ese sentido, Japón mostró un poco lo que iba a pasar con las economías industrializadas. La economía japonesa entró en una baja bastante significativa. Recordemos que Japón registró entre 8 y 10% de crecimiento del PIB durante gran parte del período de posguerra, pero en la década de 1990 bajó a cero, incluso obtuvo tasas de crecimiento negativo (-2%, -3%, etc.), y apenas alcanzó un ligero crecimiento en años muy aislados.
Ahora hay otro problema que está causando desesperación en el centro del sistema, y es que los países en desarrollo, los que han ganado una mayor participación en la economía mundial, ahora también empiezan a tener un menor crecimiento. Es que gran parte de la expansión desde los años 2000 hasta 2010-2012, estuvo basada en la demanda china. La demanda de China es un asunto poco estudiado, durante la década de 1990 cuando nosotros llamamos la atención sobre el crecimiento de la demanda china en la economía mundial, la reacción de muchos colegas fue que eso era absurdo, que China, un “país de pobres”, no iba a generar ninguna demanda importante.
Era un gran desconocimiento, China tiene todavía sí, una población bastante pobre, pero en la década de 1980 y 1990 se desarrolló mucho la economía del Sur de China sobre todo, y esa economía alcanzaba ya unos 500 millones de habitantes con un nivel de consumo próximo a todo el Sur de Europa. Es decir, en esos años se agregó a la economía mundial una “Europa del Sur”. Entonces, despreciar este fenómeno era un problema muy grave porque mostraba exactamente la crisis, esa sí bastante grave, del pensamiento económico.
¿Ahora bien, qué pasó con la caída del crecimiento chino? Frente a la crisis, la dirección política de China tomó posiciones que están alterando bastante su participación en la economía mundial en este momento. Una de esas decisiones fue volcarse más hacia su mercado interno. En 2008 China había adoptado ya la decisión de volcar 500,000 millones de dólares para ampliar la demanda de las zonas más pobres, y re-orientar su economía hacia sus propios mercados. Ese giro tuvo un efecto sobre todo para los países que estaban en ascenso, ya que ese ascenso estaba vinculado con el aumento de los productos de exportación hacia China.
Y a pesar de que se tomaron algunas decisiones para intentar aprovechar el auge de las exportaciones, no fueron suficientes, no se logró un cambio tan sustancial que nos permitiera colocarnos de lleno dentro de las nuevas tendencias de la economía china, para así disminuir un poco el efecto de la caída de la demanda mundial. Además hay otro problema, hay una caída de los precios de las materias primas (commodities), que componen el grueso de las exportaciones de nuestros países hacia China. Frente a eso, hemos tenido problemas graves, y en lo que respecta al petróleo sobre todo.
Hay un intento de manipular el mercado petrolero para servir a objetivos geopolíticos, sobre todo de Estados Unidos, país que para hacer frente al auge de China, favoreció el uso de la fractura hidráulica (fracking), que es un método de producción interesante en términos económicos para las empresas de Estados Unidos. El fracking tiene la ventaja de permitir un gran crecimiento de la producción petrolera sin destinar grandes montos de inversión, pero al costo de acabar con el agua. La crisis del agua se va a agravar en Estados Unidos, en unos 15 o 20 años más.
De cualquier forma, era una decisión estratégica para enfrentar a los enemigos que Estados Unidos definió en este período, básicamente Rusia, Irán y Venezuela, golpeando también a Brasil y otros países. Brasil está ingresando en un dominio petrolero muy grande, que afecta bastante el funcionamiento de la economía mundial. En busca de bajar el precio del petróleo, y así generar problemas en América Latina, Estados Unidos apostó por la acumulación de inventarios (stocks) y colocaron al mercado de materias primas (commodities) en una crisis bastante grave, y también profundizaron la crisis energética.
En este cuadro es posible entender que esa política tuvo efectos bastante negativos desde el punto de vista económico, pero desde el punto de vista político no funcionó. Rusia, en vez de aceptar las presiones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) comandada por Estados Unidos, se convirtió entonces en una fuerza muy activa en Europa. Y Europa oriental depende hoy mucho de Rusia, que además se aproximó más a China, garantizando una nueva salida de sus productos de exportación, y además apoyó fuertemente la idea de los BRICS, que es la base de una nueva dinámica económica mundial.
El Oriente Medio también está cansado de Estados Unidos. Arabia Saudita se está reuniendo con Rusia en este momento. La idea es que la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) tenga una política común con los grandes productores de petróleo [Nota: en efecto, momentos después, la OPEP y Rusia acordaron congelar la producción petrolera a los niveles del mes de enero, una medida que busca apoyar el repunte de los precios]. Arabia Saudita siempre ha sido una fuerza fundamental de Estados Unidos en Oriente Medio, no se gustan mutuamente, pero son necesarios entre sí.
Por eso no es simplemente una crisis, estamos en un momento de reestructuración de la economía mundial. Claro que los más débiles, sobre todo Brasil y Venezuela, son los más afectados. Venezuela por su dependencia económica de las exportaciones de petróleo, por el hecho de que ya no esté presente Hugo Chávez, que tenía una calidad de pensamiento y de estrategia, muy por encima de la media. Entonces, todo esto claro, está afectando muy gravemente la situación económica de Venezuela. Y Brasil también está afectado muy fuertemente, lo mismo Argentina.
Todo esto está en el cuadro, más amplio, de que para enfrentar la crisis en Estados Unidos y Europa la fórmula principal fue una acción muy fuerte de parte de los Estados para proteger al sector financiero, que era el más directamente afectado por la crisis de 2008. Así se generó una transferencia masiva de los recursos del Estado hacia el sector financiero. Esto permitió que la crisis no se agravara tanto en un primer momento, pero creó las condiciones para que en un momento siguiente, que es lo que estamos viviendo ahora, no exista forma de pagar estas deudas.
Los Estados se convirtieron en grandes deudores, los países del Sur de Europa, Estados Unidos, etc. El caso de Estados Unidos es muy dramático. La deuda pública de Estados Unidos salta en estos años de 6 a más de 16 billones de dólares, que es igual al monto del resto de la deuda pública del mundo. Y no hay cómo pagar algo así. Deben buscar alguna forma, la deflación (caída precios) quizás sea una salida. La única forma es la quiebra, la deflación sería una quiebra colosal para Estados Unidos.
El otro problema que tiene Estados Unidos, y Europa también, es que no pueden tener una tasa de interés muy alta. Porque eso los llevaría a una baja de su crecimiento mucho más grave. Los bancos centrales de los países industrializados mantienen actualmente tasas de interés cercanas a cero, pero Japón ya lo hacía desde la década de 1990, eso no resuelve el problema en las economías centrales, eso digamos, permite que la crisis no se manifieste tan fuerte, pero se va generando otra crisis, de grandes excedentes de deuda.

En América Latina no estábamos preparados para enfrentar la crisis, a pesar de que algunos de nosotros lanzamos advertencias. La tendencia en nuestra región es de prejuicio, de no entender lo que pasa más allá de la dinámica del pensamiento que viene de Estados Unidos. La verdad es que no se dio importancia suficiente a lo que pasaba en China, India, etc. Nuestros países no se prepararon para hacer frente a una demanda que todo el tiempo se dijo que no existía. Cuando se llega al gobierno se tiene primero una situación de fantástico crecimiento. Por ejemplo, Brasil pasó de exportar mercancías por 60,000 millones de dólares a casi 200,000 millones de dólares. China que al principio no era tan importante, pasó a ser el primer país importador de productos brasileños.
Chávez sí entendió el contexto, hizo un gran esfuerzo junto con la OPEP, para reestructurar el mercado petrolero, para mejorar el papel de Venezuela como país exportador de petróleo. Chávez intentó forzar la industrialización en Venezuela, pero el problema de países como Venezuela, los que están en el Caribe, Cuba también, es que algunos sectores de la población están acostumbrados a utilizar los excedentes de dólares, que se consiguen en ciertos momentos históricos, para comprar bienes de consumo del exterior. No existe la percepción de que ese dinero que posees debe ser cuidado para utilizarlo después como un instrumento para el desarrollo. Tienes muchos dólares y los pierdes en el exterior, no permites que esos excedentes se utilicen en el desarrollo industrial del país.
La industrialización está basada en el avance de la productividad. Y el avance de la productividad no se da en escala nacional solamente. Desde la década de 1960 se va constituyendo una economía de una gran diferenciación de productos y el capital que dirige eso, el capital de las multinacionales va re-orientando su producción a los lugares donde paga menos impuestos, donde encuentra la mano de obra más barata, etc., la economía mundial se reestructura. Tu país se queda con una parte de eso, pero no cuentas con la capacidad tecnológica para que tú mismo dirijas el proceso, ni económica. Entonces se crea un nuevo tipo de dependencia, que incluso se ha profundizado.
Ariel Noyola Rodríguez: Hay una reforma capitalista que está en curso de dimensiones mundiales, promovida por China y otros países emergentes. En el ámbito de las finanzas internacionales, el gobierno chino consiguió que se incluyera el yuan en los Derechos Especiales de Giro (DEG). Y el Congreso estadounidense destrabó finalmente la reforma del sistema de cuotas de representación del Fondo Monetario Internacional (FMI), con lo cual, China y los BRICS vieron incrementados sus porcentajes de participación, si bien Estados Unidos todavía conserva su poder de veto.
Sin embargo, las concesiones otorgadas por el FMI comprometen a China a llevar a cabo una serie de reformas estructurales que profundizarían su vinculación con el mercado financiero mundial por la vía de la liberalización de las tasas de interés, los tipos de cambio y el mercado de capitales. Los chinos han construido su propio mercado de derivados para emitir títulos financieros respaldados en materias primas (commodities) pero denominados en yuanes, ya no en dólares. Asimismo, la banca en la sombra (shadow banking system), compuesta por las entidades financieras fuera del marco regulatorio, va cobrando una mayor relevancia en el sistema de crédito.
Por otra parte, si bien es cierto que China viene ganando terreno frente al antiguo Grupo de los 7 (G-7, integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) en la jerarquía de la economía mundial, al mismo tiempo se mantiene fuertemente ligada a las economías y los instrumentos de los países industrializados, bajo esta perspectiva, parece haber construido una relación de dependencia mutua, más que de autonomía. Por ejemplo, cuando Lehman Brothers quebró, China mantuvo sus adquisiciones de bonos del Tesoro de Estados Unidos. Asimismo, China es hoy el principal socio comercial de Estados Unidos, y uno de los principales destinos de inversión de Estados Unidos, Europa y Japón.
Algunos plantean incluso que el ascenso económico de China será puesto en cuestión en un tiempo breve. La deuda pública sí, todavía es baja, pero la deuda privada, la que incluye la de las familias y las empresas, ha aumentado de modo bastante significativo. La deuda total, esto, es, si sumamos la deuda pública y la privada, sería equivalente a más de 200% del PIB de China.
Entonces, ¿Cómo interpretar el avance económico de China frente al bloque occidental y la construcción de una nueva dinámica económica mundial, cuando en otros aspectos Pekín legitima las instituciones e instrumentos del orden mundial de la segunda posguerra, y reproduce al mismo tiempo muchas de las pautas seguidas por el capitalismo estadounidense?
Theotonio dos Santos: Bueno, estamos en un proceso de armar una nueva economía mundial. La posibilidad de influenciar fuertemente esta nueva economía en un cierto momento parecía muy difícil. Y en la actualidad sí, por supuesto, aún se piensa usar el FMI, digamos, abrir el FMI para lograr una presencia más fuerte, sobre todo de China, pero también de otros países, en términos de mejorar su posición en las cuotas del FMI.
Pero la reforma fue muy pequeña, y ahora finalmente se consiguió, porque Estados Unidos fue obligado a aparentar ayudar un poco la posición de los países en desarrollo. Sin embargo, el FMI actúa para Estados Unidos, también el Banco Mundial. La verdad es que a nuestros países no les interesa más el FMI. Nosotros no somos deudores del FMI, somos acreedores, incluso hemos ayudado con nuevos recursos. Lo que ellos están haciendo claro, es buscar captar nuestras reservas, y buscan mecanismos para lograr eso, muy ayudados por los bancos centrales de nuestros países.
En China existe una corriente, digamos, dentro del mismo gobierno, que defiende que China entre fuertemente al mercado financiero mundial. Y para hacer eso los chinos tendrían que aceptar gran parte de los instrumentos existentes. Pero hay otra corriente que está armando otro tipo de instrumentos. El banco de los BRICS por ejemplo, creo que se va a convertir, a pesar de que se han creado dificultades para impedir que se consolide, en un órgano más poderoso que el Banco Mundial.
Y lo mismo va a pasar con el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (BAII). A Estados Unidos le correspondía contener el apoyo de los europeos y no lo consiguió, todos los europeos se fueron a financiarlo. Lo que revela que la influencia china en este momento es más poderosa que la de Estados Unidos, en una cuestión mercantil, no en una cuestión política propiamente, pero sin duda esto tiene desdoblamientos políticos. Es que el BAII no sólo garantiza el funcionamiento de Asia en general, con la entrada de estos países (Alemania, Francia, Reino Unido, etc.), se convierte en un instrumento de actuación muy amplio, incluso para Europa.
Son cambios que no implican simplemente meterse en el mercado financiero mundial, sino que se están estableciendo nuevas reglas para la economía mundial. El otro asunto es que en los próximos 10 años veremos el ascenso del yuan. De 4 años para acá, el yuan pasó de representar 2% a alcanzar más de 8% del total de las operaciones de financiamiento comercial, un crecimiento de 4 veces, según los datos de la Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales (SWIFT, por sus siglas en inglés). Y esta dinámica va a continuar, porque el dólar está en plena caída en verdad, pende de un hilo.
A nadie le interesa que haya una caída tan brutal del dólar, pues se podría acentuar la deflación, por eso están haciendo todo lo posible para evitar su derrumbe. Tampoco la caída del dólar le interesa a los chinos, que tienen muchos dólares en este momento, y que necesitan al dólar para realizar muchas operaciones. Pero, en el contexto de la tendencia económica mundial actual, ¿Qué preferirías tú, dólar o yuan?
Ariel Noyola Rodríguez: El yuan, sin lugar a dudas…
Theotonio dos Santos: Evidentemente, es una moneda que se valoriza, cuyo rol en la economía tiende a crecer. El dólar en cambio, es una moneda en decadencia, no paga interés alguno por los títulos de deuda pública norteamericanos. Estados Unidos es un país deudor absoluto. La deuda pública es equivalente al tamaño de su PIB, la deuda misma que el gobierno acepta como tal.
Las deudas que tú mencionas son deudas emitidas por otros agentes sociales, económicos, que el gobierno puede claro, entrar a patrocinarlas, también en un cálculo de que si no lo hacen se haría más profunda la crisis del dólar. Y evitar el colapso del dólar sería mejor para China, pero también para casi todos los jugadores (players) mundiales. Sin embargo, si el yuan consigue mantener ese nivel de ascenso, en unos 10 años podría llegar a 30%, muy próximo a alcanzar 50%. Y cuando llegas a más de 50% entonces puedes emitir moneda, que es lo que hace Estados Unidos. Las previsiones actuales apuntan hacia esa dirección.
Ariel Noyola Rodríguez: Aunque bueno, quizás las contradicciones del desarrollo capitalista de China entorpezcan el ascenso del yuan como moneda de reserva mundial. El Banco Popular de China ha disminuido en varias ocasiones la tasa de interés de referencia, lo mismo el nivel de encaje de los bancos, precisamente para evitar una mayor desaceleración de la economía, apuntalar la provisión de crédito, e impedir a toda costa que la deflación contagie a su industria manufacturera.
Por otro lado, desde que China comenzó a devaluar el yuan, en agosto de 2014, su banco central se ha visto obligado a ocupar una tercera parte de sus reservas internacionales en la defensa de la estabilidad del tipo de cambio, como una consecuencia sí, en parte de los ataques de los especuladores, pero también por cierta desconfianza de los inversionistas en torno a su fortaleza financiera ¿Considera usted que hay riesgos de que estalle una crisis financiera en China por el agravamiento de las contradicciones de su desarrollo capitalista?
Theotonio dos Santos: No, no veo perspectivas de una crisis financiera en China. Ese tipo de problemas son cuestiones de política monetaria, una política que no busca apreciar el yuan fuertemente. El tipo de cambio yuan/dólar no tiene que ver tanto con la política china, es el resultado de las interacciones del mercado financiero mundial. Los chinos quieren que la apreciación de su moneda sea lenta. Y evitarían sin duda que la crisis del dólar fuera tan grande si ellos estuvieran en condiciones de comandar la política económica mundial. Estados Unidos necesita del apoyo chino para poder evitar la crisis del dólar.
La crisis del yuan no sería un problema grave porque no tendría que ver con la tendencia económica de China, que está invirtiendo en el mundo entero, creando mecanismos propios, de préstamos, de inversión, etc. Entonces para los chinos [la apreciación cambiaria] no es algo que ellos quieran apurar. Es un resultado de la mecánica de la economía mundial, derivada a su vez del rol histórico del capitalismo en su organización. Ahora bien, Estados Unidos puede tener más influencia en la economía mundial, y evitar una crisis más grave si teje alianzas con China, pero bajo una condición subordinada. Y es difícil pensar que los norteamericanos lo vayan a aceptar fácilmente.
Pero quizás sí lo hagan, en alguna medida. Por ejemplo, en cuanto a la renovación de la deuda de Estados Unidos, el presidente del Sistema de la Reserva Federal (FED) de ese momento fue semanalmente a China a discutir el asunto para evitar que China se deshiciera de sus bonos del Tesoro. Los chinos conservaron sus títulos, pero ya no compraron más. Pero para convencerlos de que los mantuvieran, Bernanke tuvo que ir semana tras semana a China, durante 1 mes, 2 meses.
Esto es una subordinación clara, tú depende más de ellos, que ellos de ti. Los chinos no fueron obligados a comprar más títulos respaldados en dólares, sino a renovar. Al renovar, China pide exigencias y condicionamientos. Los acreedores siempre imponen sus propias condiciones, sobre todo cuando la deuda es muy grande, porque hay un instrumento de poder muy importante, que es simplemente no pagar.
A nadie le conviene una caída muy fuerte de los títulos de la deuda pública norteamericana, que ya la hay de hecho, aunque no se habla mucho de eso. Nadie compra un título de deuda de Estados Unidos por lo que vale. Cómo vas tú a pagar 100% por un título que representa en realidad 60% de su valor original, menos aún. Para proteger el dólar es verdad que los norteamericanos necesitan a los chinos, sí.
Pero también hay que presentar esta situación desde el otro lado. Los norteamericanos también dependen de China, no es solamente que los chinos dependan de Estados Unidos. Sí, en cierta parte dependen. Es que los chinos no tienen interés en una depreciación masiva del dólar por la enorme cantidad de reservas que poseen, más de 3.3 billones de dólares. Ese es el gran problema.
Muchos sectores en Estados Unidos quieren una pelea con China porque aún piensan que son dueños del mundo. Piensan que hay que imponerse por la fuerza frente a los chinos. Pienso que sería un error muy grave. Y ese escenario no se desdoblaría solamente en el ámbito financiero.
¿Quién puede controlar esos fenómenos que tú citaste, y que obligarían a China a valorizar más el yuan? Bueno, China acepta que tiene que valorizar, pero no lo quieren hacer del todo, no quieren contribuir a eso. Excepto el sector financiero, ellos sí quieren que China entre rápidamente en el mercado financiero mundial en calidad de gran potencia. Cualquiera que sea la salida, creo que no beneficiará a Estados Unidos, en términos de recuperar su poder en el mundo, más bien será favorable para China…
Ariel Noyola Rodríguez es economista por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Twitter: @noyola_ariel.
Fuente: http://www.rebelion.org

La evolución del ranking bancario salvadoreño (2004-2015)

La evolución del ranking bancario salvadoreño (2004-2015) Por Roberto Pineda 3 de marzo de 2016

La actual crisis en los niveles de rentabilidad de la banca salvadoreña está asociada, entre otros factores, al débil desempeño de la economía (crecimiento en 2015 del 2.5% del PIB, en el 2014 fue de 1.7%) que sigue estando maniatada por la imposición de un férreo e intocable modelo neoliberal, que incluye y mantiene la dolarización de su moneda, la privatización de sus recursos estratégicos (electricidad, telefonía), tratados de libre comercio, en especial el firmado con Estados Unidos en 2006 y la actual búsqueda afanada de un tratado con Corea del Sur.

A esto debemos agregar la venta de sus principales empresas al capital internacional (bancos, línea aérea, cemento, bebidas y gaseosas) bajos niveles de inversión, oferta exportable limitada (Estados Unidos, Guatemala y Honduras), elevados niveles de deuda (62% del PIB), desempleo, vulnerabilidad ambiental, y últimamente asocios público privados y titularizaciones. Y sin mencionar la delincuencia desbordada. Todo un envidiable paraíso neoliberal.

Esta crisis se manifiesta en el hecho que la banca salvadoreña refleja en 2015 los niveles más bajos de rentabilidad de los últimos cinco años, llega a niveles de 2011. A diciembre de 2015 según la Superintendencia del Sistema Financiero, SSF, la utilidad neta de los bancos ascendió a $156. 914 m., reduciéndose en un $27.501 con respecto al año anterior, o sea en un 14.9%. A diciembre de 2014 la cifra fue de $184.415 m, a diciembre de 2013 de 222.331 m, a diciembre de 2012 de $206.971 y a diciembre de 2011, de $195.657 m.

El antecedente de esta situación nos remite a la reprivatización de la banca que tuvo lugar en 1990 y que dio como resultado la emergencia de cinco grandes consorcios financieros salvadoreños, los cuales sobreviven durante casi quince años, incluso realizando fusiones y alianzas, hasta ser inevitablemente devorados por el dragón de la globalización neoliberal. Estos bancos eran el Agrícola Comercial, Cuscatlán, Salvadoreño, Comercio y de Desarrollo.

No obstante esto, el capital internacional en el sector bancario, particularmente el colombiano, canadiense y hoy también el hondureño, han continuado obteniendo márgenes de rentabilidad que les permiten seguir creciendo en ganancias, como lo demuestran los datos divulgados por la SSF, hasta diciembre de 2015. Los bancos colombianos pasan a formar la parte decisiva del grupo hegemónico de la banca salvadoreña, mientras que sintomáticamente los capitales bancarios inglés (HSBC) y estadounidense (Citibank) decidieron abandonar la cancha salvadoreña y centroamericana.

La banca colombiana controla nada más y nada menos que el 53% de los activos totales del sistema financiero. No sería extraño que pronto cantáramos en las escuelas: ¡Oh gloria inmarcesible!/ ¡Oh júbilo inmortal!/ En surcos de dolores /El bien germina ya…/ El bien germina ya.”

Niveles de rentabilidad de banca salvadoreña 2011-2015 (en millones de dólares)
2011 2012 2013 2014 2015
$195.657 $206.971 $222.331 $184.415 $156.914
Un novedoso elemento del panorama bancario salvadoreño es la reciente incorporación del hondureño Grupo Terra, que en octubre del 2015 compra las acciones de Citibank y de Seguros e Inversiones A.A. (SISA). Grupo Terra es una corporación que tiene presencia en nueve países de la región y fue fundada en 1978.

A continuación exploramos desde una óptica histórica la conducta de los activos así como la tasa de rentabilidad de los cinco principales bancos en el periodo 2004-2015.

El codiciado primer lugar del ranking

El grupo financiero antioqueño Bancolombia, dirigido por Carlos Raúl Yepes y que integra el poderoso Grupo Sura (en estrecha alianza con los grupos Argos y Nutresa), al apoderarse en el 2006 del Banco Agrícola, fundado en marzo de 1955 por Luís Escalante Arce obtuvo la supremacía indiscutida del sistema bancario salvadoreño, la cual se ha mantenido y difícilmente pueda ser arrebatada en el futuro cercano. En este sentido, el primer lugar le corresponde durante estos últimos once años al Banco Agrícola, que ostenta ya con orgullo los colores de la bandera colombiana en sus sucursales.

Los colombianos no conquistaron este primer lugar, únicamente lo compraron a las familias Baldocchi y Kriete, las cuales habían sido beneficiados del proceso de reprivatización de la banca, impulsado a partir de 1989 con la llegada del partido ARENA a la presidencia de la república. Incluso el mismo presidente de esa época, Félix Cristiani, resulto ser uno de los principales ganadores de estas medidas neoliberales, al recetarse un banco, el Cuscatlán.

A nivel de utilidades del Banco Agrícola estas alcanzaron a diciembre de 2015 la cifra de $72.2 m., mientras en el 2014 fue de $86.4m., en el 2013 de $91.1 m., en el 2012 de $89.2 m., y en el 2011 de $110.5 m. Es evidente un proceso de disminución de utilidades, no obstante que como dicen en Bancolombia, “le estamos poniendo el alma.”

Relación capital nacional y capital internacional

Banco Agrícola 2004-2015 Dos actores: El Salvador y Colombia

Niveles de rentabilidad del Banco Agrícola 2011-2015 (en millones de dólares)
2011 2012 2013 2014 2015
$110.5 $89.2 $91.1 $86.4 $72.2

El disputado segundo lugar
Lo que ha estado en intensa disputa han sido los siguientes lugares del ranking. En el año 2004 el Banco Cuscatlán, propiedad entonces del grupo Cristiani, incluso hace diez años en el 2006, se acercaba al primer lugar, la diferencia andaba alrededor de los $500 millones ( en cifras de marzo de ese año la diferencia en activos era la siguiente: $3,142 m. del Banco Agrícola contra $2,617 m. del Banco Cuscatlán).
El Banco Cuscatlán, luego Citibank, mantuvo el segundo lugar del 2006 al 2011. El Cuscatlán en 2006 pasa a ser propiedad del estadounidense Citibank. Durante el periodo 2006 al 2008 junto con el Agrícola representaban casi la mitad del sistema bancario nacional. En el 2012 el canadiense Scotiabank arrebata el segundo lugar y lo mantiene durante dos años hasta el 2013. El 2014 el colombiano Davivienda desplaza al canadiense Scotiabank, y mantiene la posición hasta diciembre de 2015.
El nivel de utilidades de Citibank durante el año 2011 fue de $17.6 m. Scotiabank anduvo durante los años 2012 y 2013 en los niveles de $32.0 y $25.7 m., respectivamente. El colombiano Davivienda durante los años 2014 y 2015 tuvo las siguientes tasas de rentabilidad: $23.3 y $23.6 m., respectivamente.
Niveles de rentabilidad de bancos que ocuparon segundo lugar del ranking 2011-2015 (en millones de dólares)
2011 2012 2013 2014 2015
Citibank $17.6 Scotiabank $32.0 Scotiabank $25.7 Davivienda $23.3 Davivienda $23.6
Relación capital nacional y capital internacional
Banco Cuscatlan 2004-2006 El Salvador Citibank (antes Banco Cuscatlán) 2007-2011 Estados Unidos Scotiabank 2012-2013 Canadá Davivienda 2014-2015 Colombia

El tercer lugar
En el año 2004 el Banco Salvadoreño, propiedad de la familia Simán, ocupaba el tercer lugar en el ranking bancario. Esta posición y ya transformado en el inglés HSBC se mantiene por cuatro años hasta el 2009. En el 2010 el canadiense Scotiabank lanza al inglés HSBC al cuarto lugar y se apodera de esta plaza. En el 2011 HSBC lograr recuperar este lugar, pero lo pierde el siguiente año 2012 ante el estadounidense Citibank. En el 2013 el inglés HSBC se transforma en el colombiano Davivienda y recupera esta posición. En el 2014 el canadiense Scotiabank pasa a ocupar este lugar, que mantiene hasta diciembre de 2015.
Relación capital nacional y capital internacional
Banco Salvadoreño 2004-2006 El Salvador HSBC (antes Banco Salvadoreño) 2007-2009 Reino Unido Scotiabank 2010 Canadá HSBC 2011 Reino Unido Citibank 2012 Estados Unidos Davivienda (antes HSBC) 2013 Colombia Scotiabank 2014-2015 Canadá

El cuarto lugar

En el año 2004 el canadiense Scotiabank ocupaba la cuarta plaza del ranking bancario. Esta posición la mantuvo durante cuatro años hasta el 2009. En el 2010 pasa a ocuparla el inglés HSBC. En el 2011 la recupera el canadiense Scotiabank. En el 2012 la ocupa de nuevo el inglés HSBC a punto de convertirse en el colombiano Davivienda. En el 2013 se instala el estadounidense Citibank. En el 2014 y hasta diciembre de 2015 ocupa esta plaza el colombiano Banco de América Central.

Relación capital nacional y capital internacional

Scotiabank (fusionado con Banco de Comercio) 2004-2009 El Salvador/Canadá HSBC 2010 Reino Unido Scotiabank 2011 Canadá HSBC (Davivienda) 2012 Reino Unido/Colombia Citibank 2013 Estados Unidos Banco de América Central 2014-2015 Colombia

El quinto lugar

En el año 2004 ocupaba esta última posición el Banco de América Central que la mantuvo hasta el 2013. El 2014 ocupa este lugar el estadounidense Citibank, que mantiene esta posición hasta diciembre de 2015, comprado en octubre de ese año por el grupo hondureño Terra.
Relación capital nacional y capital internacional
Banco de América Central 2004-2013 Nicaragua/ Colombia Citibank 2014-2015 Estados Unidos/ Honduras

La propuesta de Saúl de un partido marxista-leninista de nuevo tipo en El Salvador (octubre 1969)

La propuesta de Saúl de un partido marxista-leninista de nuevo tipo en El Salvador (octubre 1969) Por Roberto Pineda 2 de marzo de 2016

Inicialmente Saúl en su carácter de secretario general desde marzo de 1964 del Partido Comunista de EL Salvador, acarició en los últimos meses de 1969 la idea de una transformación interna, pero esta idea fue modificándose hasta llegar a la conclusión que era inevitable la ruptura dentro del PCS y la creación de una nueva fuerza de naturaleza político-militar.

A continuación reseñamos el breve documento DEBEMOS CONSTRUIR EL PARTIDO M.L. DE NUEVO TIPO EN EL SALVADOR, de octubre de 1969, que revela elementos de este nuevo proyecto político asumido por Saúl y por otros siete revolucionarios salvadoreños, entre estos cuatro estudiantes universitarios de Medicina y tres dirigente sindicales de la FUSS.

Inicia esta propuesta, preguntándose: “¿Cómo concibo orgánicamente un partido de nuevo tipo, marxista leninista, de la Clase Obrera en El Salvador, para que efectivamente este en capacidad de conducir al pueblo en sus luchas revolucionarias, dada la situación histórica del país y de Centroamérica y la etapa de desarrollo del movimiento revolucionario?”

Y responde que es “bien sabido es que las formas de organización deben estar supeditadas en cada periodo del desarrollo revolucionario, a la línea general, a la estrategia general y a las formas tácticas de la lucha; deben servir a la línea general, ayudar a aplicarla más eficazmente. En esta nueva época que está viviendo el país y el partido, rasgo fundamental del movimiento revolucionario es que atraviesa por un periodo de acumulación de fuerzas.”

Indica que “esta ha de efectuarse mediante el despliegue de las luchas del pueblo por sus reivindicaciones inmediatas con medios de lucha fundamentalmente pacíficas, ligándolas a su estrechamente preparación para la utilización de otras formas de lucha: de todas las formas de lucha. Pero no con una concepción estática, sino con vistas a transformar las luchas del pueblo, de luchas pacificas en luchas violentas y armadas y a convertirse estas en el medio fundamental de lucha.”

“Todo lo que indica la situación actual –subraya Saúl- de post-guerra, es que se necesita de un partido con nuevas formas de organización, que permitan hacer efectivo al partido frente a las situaciones futuras: a) Frente a una maduración mayor de las condiciones revolucionarias debido a la abrupta agudización de la crisis económica, política y estructural, etc. Y a otros factores pos-bélicos; b)

Frente a las posibilidades de nuevas aventuras militares; c) Frente a la posibilidad de un régimen de terror fascista que se llegue a implantar, a fin de destruir a las organizaciones revolucionarias e impedir el desenlace revolucionario de la grave situación actual; d) El aparecimiento de grupos organizados de revolucionarios , que frente a la inefectividad actual del partido presentan una imagen de mayor audacia y agilidad, y que incluso teniendo tácticas de lucha que en algunos aspectos pueden estar equivocados, pueden llegar a arrebatar la dirección de las masas al partido.”

Considera que “estas son cuestiones objetivas que en lo fundamental no dependen de nuestra voluntad, pues son creadas por la situación concreta, por la realidad a que ha entrado el país en particular dentro de un Marco centroamericano que está derivando visiblemente en la misma dirección, por la puesta en ejecución de futuros planes imperialistas, por las contradicciones entre las oligarquías; y por la fuerza del desarrollo histórico.”

Por otra parte, es de la opinión que en el caso que “ existieran perspectivas de un periodo de desarrollo más o menos suaves y pacíficos del país, si un partido ha de prepararse para un periodo de “tolerancia” democrática, de amplias posibilidades de juego parlamentario, debe de tomar en cuenta eso su desarrollo, y debe de amoldar sus formas de organización para aprovechar al máximo esa legalidad y amplitud parlamentaria y democrática y disponer su estructura y su aparato a esa situación de desarrollo sin sacudimientos.”

“Por lo contrario, si la situación que está por delante es un periodo en el que hay que prepararse para tempestades revolucionarias del pueblo, en que las perspectivas están plagadas de amenazas fascistoides, de amplio auge del militarismo, de posibilidades de criminales aventuras militares, etc., es urgente y VITAL para un partido revolucionario de la clase obrera, si realmente quiere cumplir con sus deberes históricos, cambiar radicalmente sus moldes de organización, para convertirse en una organización revolucionaria del proletariado cualitativamente superior…”

Que sea “capaz de funcionar y de dirigir al pueblo en todas las situaciones por difíciles o complejas que sean, capaz de emplear adecuadamente todo tipo de medios de lucha, tanto los de la movilización legal, y semi legal de masas, como los medios ilegales, la violencia de masas y la lucha armada en las escalas y amplitudes que sea necesario y que estén a la altura de su capacidad. El no hacerlo así aboca al partido a su destrucción, o bien bajo los golpes del enemigo, o bien por su marginación y aislamiento del pueblo. En la actualidad, de acuerdo a sus formas orgánicas internas, el partido esta desguarnecido frente a un amenazante enemigo.”

Plantea que “nuestro partido debe cambiar cualitativamente en su estructura, formas orgánicas y funcionamiento. EN CUANTO A LAS BASES DEL PARTIDO La organización deberá facilitar eficiencia, desempeño de sus funciones. 1º Las funciones fundamentales serán: a) Dirección política de las masas en el sector de su jurisdicción. b) Dirección M. del sector de su jurisdicción (correspondiéndole en su nivel, forma y dirigir las organizaciones A. al nivel más elemental: por ej. Grupos de Autodef. c) Dirigir la movilización y organización y la lucha inmediata de las masas en el sector de su jurisdicción. d) Tareas de funcionamiento interno del partido (reclutamiento, preparación ideológica de simpatizantes, propaganda, organización, educación, etc.).”

En segundo lugar “el FUNCIONAMIENTO de las organizaciones de base debe tener los siguientes rasgos: a. Funcionamiento MUY CLANDESTINO, que debe dominar las reglas de seguridad; pero hacia afuera estrechamente ligadas a una esfera de masas, y más estrechamente, a un círculo de colaboradores y actividades. b. Funcionamiento paralelo: que no se relacionen ni conozcan una células con otras. O que sean pequeñas. c. Que estén colocadas fundamentalmente en los centros de trabajo, estudio, etc. d. Operatividad: funcionamiento basado no en el reunionismo ni el burocratismo. e. Disciplina muy estricta (se podría calificar como una disciplina de tipo semi-militar).Todos los militantes que no se avinieren a estas normas estrictas de organización y disciplina, tendrían que ser colocados en la calidad de colaboradores activos; pero no como miembros de una organización de base.”

Con respecto a la “ORGANIZACIÓN DE DIRECCION INTERMEDIA Sus funciones tendrán que ser las de: a. Dirección política en su jurisdicción (Aplicación de la línea y acuerdos superiores). b. Dirección Mil en su jurisdicción. c. De movilización, organización y luchas inmediatas en las masas. d. Dirección de las cuestiones internas del partido en su jurisdicción. Con las mismas normas de clandestinidad estricta, de operatividad, gran espíritu de iniciativa, disciplina estricta, estará supeditados a la dirección de los organismos superiores.”

En relación a los “ORGANISMOS DE DIRECCION NACIONAL Congreso; organismo supremo de dirección C.C. elaborar en la línea, y controlador superior de su ejecución. C.P. efectivo dirigente permanente POLITICO-MILITAR del partido (no mayor de 7 miembros). Que funcione bajo efectivas normas de dirección colectiva, que se ayudara de todas las comisiones necesarias. SECRETARIADO (No más de tres miembros). Con carácter de comisión de control y de administración del partido, y de coordinación del trabajo de las distintas comisiones. Naturalmente esto es solo el esquema.”

Concluye que “a mi entender contiene las líneas generales de las transformaciones que deberíamos de realizar en organización y estructura, en el marco de cambios en la línea general, en estrategia y táctica que conviertan al P. en la org. Revolucionaria de tipo nuevo del proletariado en el país.”