Del lado de acá: aproximaciones a las ideas geográficas de David Harvey

Del lado de acá: aproximaciones a las ideas geográficas de David Harvey
por Ovidio Delgado Mahecha
Publicado el 11/3/2015 11:40:00 (827 Lecturas)

Texto leído en la presentación de la conferencia del geógrafo inglés e investigador social David Harvey sobre su libro “17 Contradicciones y el fin del capitalismo”, en la Universidad Nacional de Colombia el 19 de febrero de 2015.

El profesor Ovidio Delgado Mahecha es licenciado en Ciencias Sociales; geógrafoM.Sc., docente-investigador de la Maestría en Ciencias Penales y Forenses de la Universidad Autónoma de Colombia (FUAC).

La obra intelectual del profesor Harvey es extensa, erudita en la mayoría de los casos y no siempre al alcance total de nuestro entendimiento. Vana pretensión sería intentar aquí darcuenta de ella. Solo una pequeña parte ha circulado en Colombia y las barreras del idioma no siempre son fáciles de superar. Huelga decir que las traducciones al español son pocas y salteadas, lo que hace difícil seguir el hilo de su pensamiento.

Tampoco sería de buen recibo leer aquí la larga lista de sus publicaciones, o reseñar las numerosas páginas virtuales o los registros fílmicos de sus conferencias y debates que circulanen Internet. Por mi parte,apenas diré algunas cosas que me han quedado de mis lecturas de Harvey y sobre Harvey, y otras que probablemente son de los y las estudiantes de pregrado y posgrado que en los cursos de pensamiento geográfico a mi cargo han leído y comentado algunos de sus libros.

Es del profesor Harvey la sentencia de que los geógrafos deben ser conocidos y reconocidos por sus teorías. “Por sus teorías los conoceréis”. De la ocasión me valgo para decir que su obra tiene el objetivo de construir una teoría general sobre la espacio-temporalidad de la acumulación capitalista y desarrollar a fondo las ideas que sobre estos asuntos fueron esbozadas por Marx, y que permita no solo entender la lógica y el funcionamiento del capitalismo, sino construir también espacio-temporalidades alternativas revolucionarias para su transformación. Esta construcción teórica es una constante en su trabajo, ya se trate de sus análisis sobre la producción social del espacio, sobre la globalización capitalista neoliberal, sobre la condición de la posmodernidad, sobre la ciudad, sobre el imperialismo, o sobre la misma obra de Marx, o sobre un caso tan particular como la Zona Cero en el Bajo Manhattan. Lo que uno puede encontrar en un nuevo libro suyo es esa teoría cada vez más desarrollada y refinada.

Esto me parece importante, porque en estos tiempos que vivimos son legión quienes no creen ni en la vigencia del marxismo, ni en la lucha de clases, ni en las teorías generales, ni en las utopías, ni en que puedan existir alternativas al capitalismo, y que en su defecto lo aceptan sin cuestionamientos o se concentran en la búsqueda de capitalismos alternativos entre el keynesianismo y el neoliberalismo.

Para la construcción de esta teoría general Harvey ha desarrollado un instrumento analítico denominado “Materialismo Histórico-Geográfico”, una metodología que ha ido afinando en sus amplios y profundos estudios sobre el capital y sobre la geohistoria del capitalismo y su estructuración espacio-temporal, sobre la naturaleza de sus crisis y sus contradicciones, sobre las soluciones espacio-temporales de las crisis del capital y del capitalismo, sobre su futuro y sobre la búsqueda de alternativas y posibilidades de transformación. Su teoríano solamente han generado cambios profundos en el marco disciplinar propio, sino que ha irradiado su influencia en todos los campos de la teoría social crítica contemporánea. Ha trascendido el mundo de la academia y la intelectualidad formales e institucionales, y alimenta el discurso y la acción política de muchos movimientos sociales que enfrentan la agresiva expansión de la globalización capitalista neoliberal.

Por la década de 1960, ante la crisis de la geografía regional que se calificaba como rica en datos y muy pobre en teoría, David Harvey intentó encuadrar el discurso geográfico dentro de las prescripciones epistemológicas del positivismo lógico. En Teorías, leyes y modelos en Geografía (1983)(Explanación in Geography,1969) sistematizó lo que a su juicio debería ser el objeto y el método de una ciencia geográfica con la misión de producir teorías, leyes y modelos sobre la variación espacial de los fenómenos sobre la superficie terrestre. Pero pronto planteó la necesidad de realizar una nueva revolución en el pensamiento geográfico, aduciendo que la disciplina así estructurada no brindaba los elementos para transformar una realidad de desequilibrio e injusticia social,y señalando que su propio libro no tocaba los aspectos políticos que enmarcaban el trabajo intelectual de la época, entre otras cosas por la prescripción positivista de la neutralidad política y valorativa de la ciencia, y porque su orientación política estaba por esos tiempos muy cerca del progresismo fabianoy de las ideas de la planificación, la eficacia y la racionalidad económica. Su desilusión con el socialismo de Harold Wilson, y su llegada a Baltimore, fueron cruciales, porque allí vivió en medio de la agitación por el reciente asesinato de Martin Luther King, el movimiento en contra de la guerra y la lucha por los derechos civiles.En sus propias palabras, “…allí me encontraba yo, tras haber escrito aquel tomo neutral que de uno u otro modo no parecía encajar. Me di cuenta de que tenía que repensar un montón de cosas que había dado por supuestas durante la década de 1960” (Harvey, 2007a: 16).

Tal replanteamiento científico y político empieza a ser evidente en su libro Social Justice and the City (1973) (Urbanismo y desigualdad social, 1977), en el que su discurso sobre lo urbano muestra una variopinta exposición de planteamientos liberales, socialistas y marxistas. Con estos últimos, por los que toma partido definitivo, habrá de trasegar en adelante, profundizando en el estudio de la obra de Marx.Así, por ejemplo, en el Manifiesto Comunista de 1848 encuentra que la acumulación de capital ha sido siempre un hecho profundamente geográfico, y que sin las posibilidades de expansión espacial, sin la reorganización espacial y sin el desarrollo geográficamente desigual, el capitalismo no hubiera podido sobrevivir y consolidarse como sistema político-económico. Pero como estos asuntos no habían sido abordados por el marxismo, emprende el estudio de El Capital y como producto redacta “Los límites del capitalismo y la teoría marxista”, obra que a su juicio contiene los elementos necesarios para la construcción de la geografía histórica del modo de producción capitalista.

En París, capital de la modernidad (2008)investigación en que se planteó el objetivo dereconstruir el funcionamiento del Segundo Imperio en París, y de establecer cómo el capital y la modernidad se unieron en un espacio y tiempo concretos, estimulandode esta forma las relaciones sociales y la imaginación política, declara que “…la metodología del materialismo histórico-geográfico que llevo años desarrollando, y que debo mucho al estudio sobre París que publiqué en 1985, proporciona a mi entender un poderoso instrumento para comprender las dinámicas del cambio urbano en un lugar y un tiempo determinados” (pág. 29).

En el Materialismo Histórico-Geográfico Harvey aboga por un pensamiento dialéctico y crítico que analice los procesos de cómo se han producido y cómo se reproducen las formas espaciales y la organización del espacio en el capitalismo, caracterizadas por el desarrollo geográficamente desigual de las condiciones ecológicas, culturales, económicas, políticas y sociales.Aquí, la teoría de Marx sobre la renta se considera fundamental para confrontar el problema de la organización espacial, junto con los conceptos de valor, valor de uso y valor de cambio y sus contradicciones inherentes. Es por este camino que toman fuerza sus argumentos de que la producción social del tiempo y del espacio es un escenario de lucha política y confrontación social en el que se involucran estructuralmente cuestiones como las diferencias de clase, de género, culturales, religiosas y políticas. Que el intrincado control social por el orden espacial, las formas de desafío del orden social por las transgresiones de los límites espaciales, los espacios simbólicos y la semiótica de los órdenes espaciales, crean textos que deben ser leídos en términos sociales. Que la organización espacio-temporal interna del hogar, del lugar de trabajo, de las ciudades, es el producto de luchas entre fuerzas sociales opuestas por mantener o cambiar un orden social, de modo que la dinámica social es también lucha de poder por el espacio, lucha por órdenes espaciales alternativos.Todos estos asuntos son auscultados profundamente en sus libros “El nuevo imperialismo” (2004)y “Breve historia del neoliberalismo” (2007b), en los que conceptos como acumulación por desposesión y desarrollo geográfico desigual son claves para entender las dinámicas de la globalización, la geopolítica contemporánea y en general las relaciones imperialistas de centro y periferia.

El profesor Harveysostiene que no es suficiente con comprender la lógica y el funcionamiento del capitalismo, y que es políticamente necesario explorar y luchar por mundos posibles con organizaciones espaciales socialmente más justas, en todas las escalas geográficas y en todos los órdenes de la vida social. En Espacios de Esperanza (2003) dirige su crítica contra los propagandistas del fin de la historia y de la consigna de que no hay alternativa, y plantea la necesidad y la urgencia de construir una nueva utopía centrada en el interés por la transformación, que oriente la práctica política hacia la creación de un nuevo orden socio-ecológico y de producción, que permita reconstruir nuestras relaciones con la sociedad y con la naturaleza, en un marco de democracia y justicia social más allá de las meras expectativas redistributivas. Una utopía que reconfigure la combinación del repertorio de potencialidades humanas de competitividad, aclimatación, cooperación, adaptación al medio, y de ordenamiento temporal y espacial, como alternativa al sesgo del darwinismo social que fundamenta su proyecto en la exaltación del individualismo y en la competencia, valores tan preciados por la ideología neoliberal dominante. Cómo cae de bien en horas de desesperanza, la relectura de su“Edilia, o haz con ello lo que quieras” (Harvey 2003) y encontrarnos con esa hueste de figuras utópicas que persiguen a Harvey en su sueño inquieto. Utopía como proyecto político que reivindica, por ejemplo, el derecho colectivo a la ciudad, es decir el derecho a la producción social del espacio urbano, “derecho a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros deseos” (pag.209), “derecho que supone reivindicar algún tipo de poder configurador del proceso de urbanización” (pag. 21), tal como se ilustra en su libro Ciudades Rebeldes(Harvey 2013) que revela la relación dialéctica y de necesidad mutua entre el desarrollo del capitalismo y el proceso de urbanización, y en el que hace un llamado analizar en profundidad las raíces urbanas de las crisis del capitalismo, a reclamar la ciudad para la lucha anticapitalista, a revaluar las estrategias anticapitalistas del pasado y del presente, y a buscar estrategias que permitan articular políticamente la acción de los movimientos sociales urbanos.

David Harvey es un críticosevero del posmodernismo, al que considera como una ideología dominante del capitalismo actual, y como una forma discursiva errónea de pensar los tiempos que corren. Su libro “La Condición de la Postmodernidad” (1998) es reconocido dentro y fuera de la geografía como uno de los ensayos más esclarecedores sobre la condición histórico-geográfica del capitalismo contemporáneo y de su correlativo cambio cultural, gracias a la fuerza interpretativa de conceptos como “compresión espacio-temporal” y acumulación flexible.Sus críticas a los discursosposestructuralistas, al feminismo radical, y al llamado pensamiento poscolonial, señalan que los mismos fomentan la fragmentación y el corte de conexiones, el localismo y el particularismo militante; que privilegian el cambio sobre las permanencias; enfatizan en la diferenciay sobrevaloran la otredad,a la vez que las analizan por fuera de la lógica mayor del desarrollo capitalista, negando incluso las contradicciones y la lucha de clases, lo que hace difícil, y casi imposible, identificar las verdades históricas y geográficas que caracterizan el capitalismo. Las discrepancias de estos discursos con el profesor Harvey también son notorias y mantienen vivo un candente e interesante debate de crítica mutua, parte del cual está documentado en el libro “David Harvey: a criticalreader”, editado en 2006 por Noel Castree y Derek Gregory. También para DoreenMasey, las teorías de Harvey tienen poco en cuenta a las mujeres y su papel protagónico en la producción social del espacio.

Seguro que las teorías de Harvey nos ayudarán a comprender mejor el mundo en que vivimos y a construir mejores alternativas. Porque también aquí, cuando caminamos por las calles vemos lo mismo queél nos cuenta que ve en sus recorridos por Baltimore, “masivos monumentos a los ricos, sistemas de bienestar en los que la subvención del Estado financia hoteles, sociedades anónimas, condominios de gran altura, estadios de fútbol, centros de convenciones, instituciones médicas de élite”, mientras se alega la carencia recursos para subsidiar a los pobres.(Harvey, 2003: 317-318). Porque también aquí, en medio de una guerra larga, el capitalismo voraz avanza con sus megaproyectos agroindustriales, minero-energéticos, turísticos y de infraestructura,de renovación urbana, con una transformación espacial sin precedentes, con desposesión violenta y miles de víctimas. Y porque somos muchos las mujeres y los hombres que creemos que el actual proceso de paz y el posconflicto deben asumirse como la posibilidad de construir una sociedad distinta, de democracia participativa, diversa, de espacialidades y territorialidades múltiples que se relacionen e interactúen en igualdad de derechos.

Bibliografía

Castree, N; Gregory; D. [Edit]. 2006. David Harvey: a critical reader. Oxford: Blackwell Publishing.
Harvey, David 1983. Teorías, leyes y modelos en Geografía. Madrid: Alianza Editorial.
Harvey, David. 1977. Urbanismo y desigualdad social. México: Siglo XXI Editores.
Harvey, David. 1982. The limits to capital. Chicago: University of Chicago Press.
Harvey, David. 1996. Justice, nature & the geography of difference. Cambridge: Blackwell Publishers.
Harvey, David. 1998. La condición de la postmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires: Amorrortu editores.
Harvey, David. 2003. Espacios de esperanza. Madrid: Ediciones Akal, S.A.
Harvey, David. 2004. El nuevo imperialismo. Madrid: Ediciones Akal.
Harvey, David. 2006. Spaces of global capitalismo. Towards a theory of uneven geographical development. London, New York: Verso.
Harvey, David. 2007a. Espacios del capital: hacia una geografía crítica. Madrid: Ediciones Akal.
Harvey, David. 2007b. Breve historia del neoliberalismo. Madrid: Ediciones Akal.
Harvey, David. 2008. París, capital de la modernidad. Madrid: Ediciones Akal.
Harvey, David. 2013. Ciudades Rebeldes. Madrid: Ediciones Akal.

El neoliberalismo como destrucción creativa

El neoliberalismo como destrucción creativa

David Harvey*

Publicado el 16/5/2008

El neoliberalismo se ha convertido en un discurso hegemónico con efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las prácticas político-económicas hasta el punto de que ahora forma parte del sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo. ¿Cómo logró el neoliberalismo una condición tan augusta, y qué representa? En este artículo, el autor afirma que el neoliberalismo es sobre todo un proyecto para restaurar la dominación de clase de sectores que vieron sus fortunas amenazadas por el ascenso de los esfuerzos socialdemócratas en las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. Aunque el neoliberalismo ha tenido una efectividad limitada como una máquina para el crecimiento económico, ha logrado canalizar riqueza de las clases subordinadas a las dominantes y de los países más pobres a los más ricos. Este proceso ha involucrado el desmantelamiento de instituciones y narrativas que impulsaban medidas distributivas más igualitarias en la era precedente.

El neoliberalismo es una teoría de prácticas políticas económicas que proponen que el bienestar humano puede ser logrado mejor mediante la maximización de las libertades empresariales dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, libertad individual, mercados sin trabas, y libre comercio. El papel del Estado es crear y preservar un marco institucional apropiado para tales prácticas. El Estado tiene que preocuparse, por ejemplo, de la calidad y la integridad del dinero. También debe establecer funciones militares, de defensa, policía y judiciales requeridas para asegurar los derechos de propiedad privada y apoyar mercados de libre funcionamiento. Además, si no existen mercados (en áreas como la educación, la atención sanitaria, o la contaminación del medioambiente) deben ser creados, si es necesario mediante la acción estatal. Pero el Estado no debe aventurarse más allá de esas tareas. El intervencionismo del Estado en los mercados (una vez creados) debe limitarse a lo básico porque el Estado no puede posiblemente poseer suficiente información como para anticiparse a señales del mercado (precios) y porque poderosos intereses inevitablemente deformarán e influenciarán las intervenciones del Estado (particularmente en las democracias) para su propio beneficio.

Por una variedad de razones, las prácticas reales del neoliberalismo discrepan frecuentemente de este modelo. Sin embargo, ha habido por doquier un cambio enfático, dirigido ostensiblemente por las revoluciones de Thatcher/Reagan en Gran Bretaña y EE.UU., en las prácticas político-económicas y en el pensamiento desde los años setenta. Estado tras Estado, los nuevos que emergieron del colapso de la Unión Soviética a socialdemocracias y Estados de bienestar de antiguo estilo tales como Nueva Zelanda y Suecia, han abrazado, a veces voluntariamente y a veces como reacción a presiones coercitivas, alguna versión de la teoría neoliberal y han ajustado por lo menos algunas de sus políticas y prácticas correspondientemente. Sudáfrica post-apartheid adoptó rápidamente el marco liberal e incluso China contemporánea parece orientarse en esa dirección. Además, propugnadores de la mentalidad neoliberal ocupan ahora posiciones de considerable influencia en la educación (universidades y muchos think-tanks), en los medios, en las salas de los consejos de las corporaciones y de las instituciones financieras, en instituciones estatales clave (departamentos del tesoro, bancos centrales), y también en aquellas instituciones internacionales como ser el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (OMC) que regulan las finanzas y el comercio globales. El neoliberalismo, en breve, se ha convertido en hegemónico como un modo de discurso y tiene efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las prácticas político-económicas hasta el punto en que se ha incorporado al sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo.

La neoliberalización se ha extendido, en efecto, por el mundo como una vasta marea de reforma institucional y ajuste discursivo. Aunque abundante evidencia muestra su desarrollo geográfico irregular, ningún sitio puede pretender una inmunidad total (con la excepción de unos pocos Estados como ser Norcorea.) Además, las reglas de enfrentamiento establecidas a través de la OMC (que rigen el comercio internacional) y por el FMI (que rigen las finanzas internacionales) amplifican el neoliberalismo como un conjunto de reglas internacionales. Todos los Estados que se afilian a la OMC y al FMI (¿y cuál puede permitirse no hacerlo?) aceptan acatar (a pesar de un “período de gracia” para permitir un ajuste tranquilo) esas reglas o enfrentar severos castigos.

La creación de este sistema neoliberal ha involucrado mucha destrucción, no sólo de previos marcos y poderes institucionales (tales como la supuesta soberanía previa del Estado sobre los asuntos políticos-económicos) sino también de divisiones laborales, de relaciones sociales, provisiones de seguridad social, mezclas tecnológicas, modos de vida, apego a la tierra, costumbres sentimentales, formas de pensar, etc. Se justifica una cierta evaluación de los aspectos positivos y negativos de esta revolución neoliberal. En lo que sigue, por ello, esbozaré en algunos argumentos preliminares cómo comprender y evaluar esta transformación en el modo en el que trabaja el capitalismo global. Esto requiere que arrostremos las fuerzas, intereses, y agentes subyacentes que han impulsado esta revolución neoliberal con tan implacable intensidad. Para usar la retórica neoliberal contra ella misma, podemos preguntar razonablemente:
¿Qué intereses particulares llevan a que el Estado adopte una posición neoliberal y en qué forma han utilizado esos intereses el neoliberalismo para beneficiarse en lugar de beneficiar, como pretenden, a todos, por doquier?

La “naturalización” del neoliberalismo

Para que algún sistema de pensamiento llegue a ser dominante, requiere la articulación de conceptos fundamentales que se arraiguen tan profundamente en entendimientos de sentido común que lleguen a ser tomados por dados e indiscutibles. Para que esto suceda, no sirve cualquier concepto viejo. Hay que construir un aparato conceptual que atraiga casi naturalmente a nuestras intuiciones e instintos, a nuestros valores y a nuestros deseos, así como a las posibilidades que parecen ser inherentes al mundo social que habitamos. Los personajes fundadores del pensamiento neoliberal tomaron por sacrosantos los ideales políticos de la libertad individual – así como los valores centrales de la civilización. Al hacerlo, eligieron sabiamente y bien, porque son ciertamente conceptos convincentes y muy atractivos. Esos valores fueron amenazados, arguyeron, no solo por el fascismo, las dictaduras, y el comunismo, sino también por todas las formas de intervención estatal que sustituyeron los juicios colectivos por los de individuos dejados en libertad de elegir. Luego concluyeron que sin “el poder diseminado y la iniciativa asociada con (la propiedad privada y el mercado competitivo) es difícil imaginar una sociedad en la que la libertad pueda ser preservada efectivamente.”(1)

Dejando de lado la pregunta de si la parte final del argumento resulta necesariamente de la primera, no puede caber duda de que los conceptos de libertad individual son poderosos por sí mismos, incluso más allá de aquellos terrenos en los que la tradición liberal ha tenido una fuerte presencia histórica. Semejantes ideales dieron fuerza a los movimientos disidentes en Europa Oriental y en la Unión Soviética antes del fin de la guerra fría así como a los estudiantes en la plaza Tiananmen. El movimiento estudiantil que recorrió el mundo en 1968 – de París y Chicago a Bangkok y la Ciudad de México – fue animado en parte por la búsqueda de más libertades de expresión y de decisión individual. Esos ideales han demostrado una y otra vez que constituyen una poderosa fuerza histórica por el cambio.

No es sorprendente, por lo tanto, que los llamados por la libertad rodeen retóricamente a EE.UU. a cada vuelta y que pueblen todo tipo de manifiestos políticos contemporáneos. Eso ha valido particularmente para EE.UU. en los últimos años. En el primer aniversario de los ataques conocidos ahora como 11-S, el presidente Bush escribió un artículo editorial para el New York Times en el que extrajo ideas de un documento de Estrategia Nacional de EE.UU. publicado poco después. “Un mundo en paz de creciente libertad,” escribió, incluso mientras su gabinete se preparaba para lanza la guerra contra Iraq, “sirve a largo plazo a los estadounidenses, refleja ideales perdurables y une a los aliados de EE.UU.” “La humanidad,” concluyó, “tiene en sus manos la oportunidad de ofrecer el triunfo de la libertad sobre sus enemigos de siempre,” y “EE.UU. abraza sus responsabilidades de dirigir en esta gran misión.” De modo aún más enfático, proclamó más adelante que “la libertad es el regalo del Todopoderoso a cada hombre y mujer en este mundo” y “como la mayor potencia del mundo [EE.UU. tiene] una obligación de ayudar a la extensión de la libertad.” (2)

De modo que cuando todas las demás razones para lanzarse a una guerra preventiva contra Iraq resultaron ser falaces o por lo menos deficientes, el gobierno de Bush apeló crecientemente a la idea de que la libertad conferida a Iraq era intrínsicamente una justificación adecuada para la guerra. ¿Pero qué clase de libertad estaba prevista en este caso, ya que, como señaló seriamente hace mucho tiempo el crítico cultural Matthew Arnold: “La libertad es un excelente caballo para cabalgar, pero para cabalgar a alguna parte, (3) ¿Hacia qué destino, entonces, se esperaba que el pueblo iraquí cabalgara sobre el caballo de la libertad que le fue conferido de modo tan desinteresado por la fuerza de las armas?

La respuesta de EE.UU. fue dada el 19 de septiembre de 2003, cuando Paul Bremer, jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición, promulgó cuatro órdenes que incluían “la plena privatización de empresas públicas, plenos derechos de propiedad de empresas iraquíes para firmas extranjeras, repatriación total de los beneficios extranjeros… la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, el tratamiento nacional para compañías extranjeras y… la eliminación de casi todas las barreras comerciales.” (4) Las órdenes debían ser aplicadas a todas las áreas de la economía, incluyendo a los servicios públicos, los medios de información, la manufactura, los servicios, los transportes, las finanzas, y la construcción. Sólo exceptuaron el petróleo.

También fue instituido un sistema tributario regresivo favorecido por los conservadores, llamado un impuesto de tipo único. El derecho de huelga fue ilegalizado y los sindicados prohibidos en sectores clave. Un miembro iraquí de la Autoridad Provisional de la Coalición protestó contra la imposición forzada del “fundamentalismo de libre mercado,” describiéndolo como “una lógica defectuosa que ignora la historia.” (5) Sin embargo, el gobierno iraquí interino nombrado a fines de junio de 2004 no obtuvo ningún poder para cambiar o escribir nuevas leyes – sólo pudo confirmar los decretos que ya habían sido promulgados.

Lo que evidentemente trataba de imponer EE.UU. a Iraq era un aparato estatal neoliberal hecho y derecho cuya misión fundamental era y es facilitar las condiciones para una acumulación rentable de capital para todos, iraquíes y extranjeros por igual. Se esperaba, en breve, que los iraquíes cabalgaran su caballo de la libertad directamente al corral del neoliberalismo. Según la teoría neoliberal, los decretos de Bremer son necesarios y suficientes para la creación de riqueza y por lo tanto para el bienestar mejorado del pueblo iraquí. Constituyen el fundamento apropiado para un adecuado estado de derecho, la libertad individual, y el gobierno democrático. La insurrección que siguió puede ser interpretada en parte como resistencia iraquí a ser presionados hacia el abrazo del fundamentalismo de libre mercado contra su libre voluntad. Es útil recordar, sin embargo, que el primer gran experimento en la formación de un Estado neoliberal fue Chile después del golpe de Augusto Pinochet, casi exactamente treinta años antes de la promulgación de los decretos de Bremer, en el “pequeño 11 de septiembre” de 1973. El golpe, contra el gobierno socialdemócrata, democráticamente elegido e izquierdista, de Salvador Allende, fue fuertemente respaldado por la CIA y apoyado por el Secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger. Reprimió violentamente a todos los movimientos sociales y organizaciones políticas a la izquierda del centro y desmanteló todas las formas de organizaciones populares, como ser centros comunitarios de salud en vecindarios pobres. El mercado laboral fue “liberado” de restricciones reguladoras o institucionales – el poder sindical, por ejemplo. Pero, en 1973, las políticas de sustitución de importación que habían dominado anteriormente en los intentos latinoamericanos de regeneración económica, y que habían tenido un cierto éxito en Brasil después del golpe de 1964, se habían desprestigiado. Con la economía mundial en medio de una seria recesión, se necesitaba evidentemente algo nuevo. Un grupo de economistas de EE.UU. conocido como “los Chicago boys,” por su apego a las teorías neoliberales de Milton Friedman, que entonces enseñaba en la Universidad de Chicago, fueron llamados para ayudar a reconstruir la economía chilena. Lo hicieron siguiendo líneas de libre mercado, privatizando activos públicos, abriendo recursos naturales a la explotación privada, y facilitando inversiones extranjeras directas y el libre comercio. Garantizaron el derecho de las compañías extranjeras a repatriar beneficios de sus operaciones chilenas. Favorecieron el crecimiento basado en las exportaciones por sobre la sustitución de importaciones. La subsiguiente reanimación de la economía chilena en términos de crecimiento, acumulación de capital, y altas tasas de rentabilidad para las inversiones extranjeras suministró evidencia sobre la cual se pudo modelar las políticas neoliberales más abiertas tanto en Gran Bretaña (bajo Thatcher) y EE.UU. (bajo Reagan). No fue por primera vez en que un brutal experimento en destrucción creativa realizado en la periferia se convirtió en modelo para la formulación de políticas en el centro. (6)

Que dos reestructuraciones obviamente similares del aparato estatal hayan ocurrido en tiempos tan diferentes en partes bastante diferentes del mundo bajo la influencia coercitiva de EE.UU. podría ser tomado como indicativo de que el sombrío alcance del poder imperial de EE.UU. podría encontrarse tras la rápida proliferación de formas de Estado neoliberal en todo el mundo a partir de mediados de los años setenta. Pero el poder y la temeridad de EE.UU. no constituyen toda la historia. No fue, después de todo, EE.UU., quien obligó a Margaret Thatcher a emprender el camino neoliberal en 1979. Y a comienzos de los años ochenta, Thatcher fue una propugnadora mucho más consecuente del neoliberalismo que lo que llegó alguna vez a ser Reagan. Ni fue EE.UU. el que obligó a China en 1978 a seguir el camino que con el tiempo la llevó a acercarse más y más al abrazo del neoliberalismo. Sería difícil atribuir los avances hacia el neoliberalismo en India y Suecia en 1992 al alcance imperial de EE.UU. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo en la escena mundial ha sido un proceso muy complejo que involucró múltiples determinaciones y más que un poco de caos y confusión. ¿Por qué, entonces, ocurrió el giro neoliberal, y cuáles fueron las fuerzas que lo hicieron avanzar hasta el punto en que ahora se ha convertido en un sistema hegemónico dentro del capitalismo global?

¿A qué se debe el giro neoliberal?

Hacia fines de los años sesenta, el capitalismo global iba cayendo en una situación caótica. Una recesión importante ocurrió a comienzos de 1973 – la primera desde la gran crisis de los años treinta. El embargo del petróleo y el aumento de los precios del crudo que sobrevinieron posteriormente durante ese año después de la guerra árabe-israelí exacerbaron problemas críticos. El capitalismo arraigado del período de posguerra, con su fuerte énfasis en un pacto difícil entre el capital y el trabajo realizado gracias a la mediación de un Estado intervencionista que prestó mucha atención a lo social (es decir a los programas de asistencia) y a los salarios individuales, ya no funcionaba. El acuerdo de Bretton Woods establecido para regular el comercio y las finanzas internacionales fue finalmente abandonado en 1973 a favor de tasas de cambio flotantes.

Ese sistema había producido altas tasas de crecimiento en los países capitalistas avanzados y generado algunos beneficios indirectos – de modo más obvio en Japón pero también diferentemente a través de Sudamérica y algunos otros países del Sudeste Asiático – durante la “edad dorada” del capitalismo en los años cincuenta y a comienzos de los sesenta. Al llegar la década siguiente, sin embargo, los sistemas previamente existentes estaban agotados y se necesitaba urgentemente una nueva alternativa para reiniciar el proceso de la acumulación de capital. (7) Cómo y por qué el neoliberalismo emergió victorioso como respuesta a ese dilema es una historia compleja. En retrospectiva, puede parecer como si el neoliberalismo hubiera sido inevitable, pero en esos días nadie sabía o comprendía realmente con alguna certeza qué clase de reacción daría resultados y cómo.

El mundo trastabilló hacia el neoliberalismo a través de una serie de virajes y movimientos caóticos que terminaron por converger en el así llamado “Consenso de Washington” en los años noventa. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo, y su aplicación parcial y asimétrica de un país a otro, testimonia de su carácter vacilante y de las maneras complejas en las que fuerzas políticas, tradiciones históricas, y configuraciones institucionales existentes influyeron todas en por qué y cómo el proceso ocurrió realmente en el terreno.

Existe, sin embargo, un elemento dentro de esta transición que merece una atención coordinada. La crisis de la acumulación de capital de los años setenta afectó a todos a través de la combinación de creciente desempleo e inflación acelerada. El descontento se generalizaba, y la combinación de movimientos sociales laborales y urbanos en gran parte del mundo capitalista avanzado auguraba una alternativa socialista para el compromiso social entre capital y trabajo, que había cimentado la acumulación de capital de un modo tan exitoso en el período de posguerra. Los partidos comunistas y socialistas ganaban terreno en gran parte de Europa, e incluso en EE.UU. las fuerzas populares agitaban por amplias reformas e intervenciones estatales en todo, desde la protección del entorno a la seguridad en el trabajo y la salud y la protección del consumidor contra los abusos corporativos. Esto representaba una clara amenaza política para las clases gobernantes por doquier, tanto en los países capitalistas avanzados, como Italia y Francia, así como en numerosos países en desarrollo, como México y Argentina.

Más allá de los cambios políticos, la amenaza económica a la posición de las clases gobernantes se hacía palpable. Una condición del acuerdo de posguerra en casi todos los países fue la restricción del poder económico de las clases altas y que el trabajo recibiera una parte mucho mayor de la torta económica. En EE.UU., por ejemplo, la parte del ingreso nacional recibida por el 1% superior de los asalariados cayó de un máximo previo a la guerra de un 16% a menos de un 8% a fines de la Segunda Guerra Mundial y se quedó cerca de ese nivel durante casi tres décadas. Mientras el crecimiento era fuerte semejantes limitaciones parecían carecer de importancia, pero cuando el crecimiento se derrumbó en los años setenta, y las tasas de interés pasaron a ser negativas y los dividendos y beneficios se redujeron, las clases dirigentes se sintieron amenazadas. Tenían que actuar decisivamente si querían proteger su poder contra la aniquilación política y económica.

El golpe de estado en Chile y la toma del poder por los militares en Argentina, fomentados y dirigidos internamente en ambos casos por las elites dirigentes con apoyo de EE.UU., suministraron una especie de solución. Pero el experimento chileno con el neoliberalismo demostró que los beneficios de la acumulación de capital resucitada fueron presentados de un modo altamente sesgado. Al país y a sus elites dirigentes junto con los inversionistas extranjeros les fue bastante bien mientras a la gente en general le iba mal. Con el pasar del tiempo, esto ha sido un efecto tan persistente de las políticas neoliberales como para que sea considerado como un componente estructural de todo el proyecto. Dumenil y Levy han llegado a argumentar que el neoliberalismo fue desde su propio comienzo un esfuerzo por restaurar el poder de clase a las capas más ricas de la población. Mostraron como desde mediados de los años ochenta, la parte del 1% superior de los devengadores de ingresos en EE.UU. aumentó rápidamente para llegar a un 15% a fines del siglo. Otros datos muestran que el 0,1% superior de los devengadores de ingresos aumentaron su parte del ingreso nacional de un 2% en 1978 a más de un 6% en 1999. Otra medida más muestra que la ratio de la compensación media de trabajadores a los salarios de responsables ejecutivos máximos aumentó de sólo un poco más de treinta a uno en 1970 a más de cuatrocientos a uno en 2000. Es casi seguro que, con los recortes de impuestos del gobierno de Bush, la concentración de ingresos y de riqueza en los niveles superiores de la sociedad sigue su ritmo. (8)

Y EE.UU. no se encuentra solo: el 1% superior de los devengadores de ingresos en Gran Bretaña duplicó su parte del ingreso nacional de un 6,5% a un 13% durante los últimos veinte años. Si miramos más lejos, vemos extraordinarias concentraciones de riqueza y poder dentro de una pequeña oligarquía después de la aplicación de la terapia de choque neoliberal en Rusia y un aumento asombroso en las desigualdades de los ingresos y de la riqueza en China al adoptar prácticas neoliberales. Aunque hay excepciones a esta tendencia – varios países del este y del sudeste de Asia han contenido las desigualdades en los ingresos dentro de modestos límites, así como Francia y los países escandinavos – la evidencia sugiere que el giro neoliberal se asocia de alguna manera y en un cierto grado con intentos de restaurar o reconstruir el poder de las clases altas. Podemos, por lo tanto, examinar la historia del neoliberalismo sea como un proyecto utopista que provee un patrón teórico para la reorganización del capitalismo internacional o como un ardid político que apunta a reestablecer las condiciones para la acumulación de capital y la restauración del poder de clase. A continuación, argumentaré que el último de estos objetivos es el que ha dominado. El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase. Como consecuencia, el utopismo teórico del argumento neoliberal ha funcionado más como un sistema de justificación y legitimación. Los principios del neoliberalismo son rápidamente abandonados cada vez que entran en conflicto con el proyecto de clase.
El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase

Hacia la restauración del poder de clase

Si hubo movimientos para restaurar el poder de clase dentro del capitalismo global, ¿cómo fueron implementados y por quién? La respuesta a esa pregunta en países como Chile y Argentina fue simple: un rápido, brutal golpe de estado, seguro de sí mismo, respaldado por las clases altas. y la subsiguiente feroz represión contra todas las solidaridades creadas dentro de los movimientos sociales sindicales y urbanos que habían amenazado tanto su poder. En otros sitios, como en Gran Bretaña y México en 1976, fue necesario el amable espoleo de un Fondo Monetario Internacional, que todavía no era un feroz neoliberal, para empujar a los países hacia prácticas – aunque de ninguna manera un compromiso político – de recortar gastos sociales y programas de asistencia para reestablecer la probidad fiscal. En Gran Bretaña, por supuesto, Margaret Thatcher empuñó más tarde con tanta más furia el garrote neoliberal en 1979 y lo blandió con gran efecto, a pesar de que nunca logró superar por completo la oposición dentro de su propio partido y nunca pudo cuestionar efectivamente temas centrales del Estado de bienestar como el Servicio Nacional de Salud. Es interesante que recién en 2004 el gobierno laborista haya atrevido a introducir una estructura de pagos en la educación superior. El proceso de neoliberalización fue entrecortado, irregular desde el punto de vista geográfico, y fuertemente influenciado por estructuras de clase y otras fuerzas sociales que se mueven a favor o contra sus propuestas centrales dentro de formaciones estatales particulares e incluso dentro de sectores en particular, por ejemplo, la salud o la educación. (9)

Es informativo considerar más de cerca cómo el proceso se desarrolló en EE.UU., ya que este caso fue cardinal como influencia en otras y más recientes transformaciones. Varias líneas del poder se entrecruzaron para crear una transición que culminó a mediados de los años noventa con la toma del poder por el Partido Republicano. Ese logro representó de hecho un “Contrato con EE.UU.” neoliberal como programa para acción en el interior. Antes de ese desenlace dramático, sin embargo, se dieron muchos pasos, que se basaban y reforzaban mutuamente. Para comenzar, en 1970 o algo así, hubo un creciente sentimiento entre las clases altas de EE.UU. de que el clima contrario a los negocios y antiimperialista que había emergido hacia fines de los años sesenta había ido demasiado lejos. En un célebre memorando, Lewis Powell (a punto de ser elevado a la Corte Suprema por Richard Nixon) instó en 1971 a la Cámara de Comercio de EE.UU. a montar una campaña colectiva para demostrar que lo que era bueno para los negocios era bueno para EE.UU. Poco después, fue formada una tenebrosa pero influyente Mesa Redonda Empresarial que todavía existe y que juega un importante papel estratégico en la política del Partido Republicano. Comités corporativos de acción política, legalizados bajo las leyes de financiamiento de las campañas electorales post Watergate de 1974, proliferaron como un reguero de pólvora. Con actividades protegidas bajo la Primera Enmienda como una forma de libertad de expresión por una decisión de la Corte Suprema de 1976, comenzó la captura sistemática del Partido Republicano como instrumento de clase del poder corporativo y financiero colectivo (más que particular o individual). Pero el Partido Republicano necesitaba una base popular, y lograrlo fue más problemático. La incorporación de líderes de la derecha cristiana, presentada como mayoría moral, junto con la Mesa Redonda Empresarial, suministraron la solución a ese problema. Un gran segmento de la clase trabajadora resentida, insegura, y en su mayor parte blanca, fue persuadido para que votara regularmente contra sus propios intereses materiales por motivos culturales (antiliberales, antinegros, antifeministas y antigays), nacionalistas y religiosos. A mediados de los años noventa, el Partido Republicano había perdido casi todos sus elementos liberales y se había convertido en una máquina derechista homogénea que conecta los recursos financieros del gran capital corporativo con una base populista, la Mayoría Moral, que era particularmente fuerte en el sur de EE.UU. (10)

El segundo elemento en la transición de EE.UU. tuvo que ver con la disciplina fiscal. La recesión de 1973 a 1975 disminuyó los ingresos tributarios a todos los niveles en una época de creciente demanda de gastos sociales. Aparecieron déficits por doquier como un problema crucial. Había que hacer algo respecto a la crisis fiscal del Estado; la restauración de la disciplina monetaria era esencial. Esa convicción otorgó poder a las instituciones financieras que controlaban las líneas de crédito del gobierno. En 1975, se negaron a refinanciar la deuda de Nueva York y llevaron a esa ciudad al borde de la bancarrota. Una poderosa cabala de banqueros de unió al Estado para reforzar el control sobre la ciudad. Eso significó refrenar las aspiraciones de los sindicatos municipales, despidos en el empleo público, congelación de salarios, recortes en las provisiones sociales (educación, salud pública y servicios de transporte), y la imposición de pagos por los usuarios (los gastos de matrícula fueron introducida por primera vez en el sistema de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). El rescate trajo consigo la construcción de nuevas instituciones que tenían prioridad en los ingresos de impuestos de la ciudad a fin de pagar a los poseedores de bonos, lo que quedaba iba al presupuesto de la ciudad para servicios esenciales. La indignidad final fue un requerimiento de que los sindicatos municipales invirtieran sus fondos de pensión en bonos de la ciudad. Esto aseguró que los sindicatos moderaran sus reivindicaciones para evitar el peligro de perder sus fondos de pensión debido a la bancarrota de la ciudad.

Acciones semejantes representaban un golpe de estado de las instituciones financieras contra el gobierno democráticamente elegido de la ciudad de Nueva York, y fueron tan efectivas como la toma del poder militar que había ocurrido anteriormente en Chile. Gran parte de la infraestructura social de la ciudad fue destruida, y los fundamentos físicos (por ejemplo, el sistema de tránsito) se deterioraron considerablemente por falta de inversión o incluso mantenimiento. La administración de la crisis fiscal de Nueva York allanó el camino para prácticas neoliberales tanto en el interior bajo Ronald Reagan como internacionalmente a través del Fondo Monetario Internacional durante todos los años ochenta. Estableció el principio de que, en el evento de un conflicto entre la integridad de las instituciones financieras y los poseedores de bonos por una parte y el bienestar de los ciudadanos por la otra, los primeros tuvieran la preferencia. Dejó en claro el punto de vista de que el papel del gobierno es crear un buen clima para los negocios en lugar de velar por las necesidades y el bienestar de la población en general. En medio de una crisis fiscal generalizada hubo redistribuciones fiscales en beneficio de las clases altas.

Queda por ver si todos los agentes involucrados en la producción de este compromiso en Nueva York lo vieron en la época como una táctica para la restauración del poder de las clases altas. La necesidad de mantener la disciplina fiscal es un asunto de profunda preocupación en sí mismo y no tiene que conducir a la restitución de la dominación de clase. Es poco probable, por lo tanto, que Felix Rohatyn, el banquero mercantil de importancia crucial en el acuerdo entre la ciudad, el Estado, y las instituciones financieras, haya pensado en la reimposición del poder de clase. Pero ese objetivo fue probablemente importante en los pensamientos de los banqueros de inversiones. Fue casi con seguridad el objetivo del Secretario del Tesoro de aquel entonces, William Simon, quien habiendo observado con aprobación el progreso de los eventos en Chile, se negó a ayudar a Nueva York y declaró abiertamente que quería que la ciudad sufriera tanto que ninguna otra ciudad en la nación se volviera a atrever a aceptar otra vez obligaciones sociales similares. (11)

El tercer elemento en la transición de EE.UU. conllevaba un ataque ideológico contra los medios de información y las instituciones educacionales. Proliferaron los “think tanks” independientes financiados por acaudalados individuos y donantes corporativos – ante todo la Heritage Foundation – para preparar una acometida ideológica orientada a persuadir al público del sentido común de las propuestas neoliberales. Una inundación de documentos y propuestas políticas y un verdadero ejército de lugartenientes bien pagados, entrenados para promover ideas neoliberales, en combinación con la adquisición corporativa de canales mediáticos transformaron efectivamente el clima discursivo en EE.UU. a mediados de los años ochenta. Proclamaron estruendosamente el proyecto de “sacar al gobierno de por sobre las espaldas de la gente” y de reducir el gobierno hasta que pudiera ser “ahogado en una bañera”. A este respecto, los promotores del nuevo evangelio encontraron una audiencia dispuesta en el ala del movimiento de 1968 cuyo objetivo era lograr más libertad individual del poder estatal y de las manipulaciones del capital monopolista. El argumento libertario a favor del neoliberalismo resultó ser una poderosa fuerza a favor del cambio. Hasta el punto que el capital se reorganizó para abrir un espacio para el empresariado individual y desvió sus esfuerzos para satisfacer innumerables mercados nicho, particularmente los definidos por la liberación sexual, que fueron generados por un consumismo cada vez más individualizado, para que los hechos correspondieran a la teoría.

Este cebo del empresariado y del consumismo individualizados fue respaldado por el garrote blandido por el Estado y las instituciones financieras contra la otra ala del movimiento de 1968 cuyos miembros habían buscado justicia social mediante la negociación colectiva y las solidaridades sociales. La destrucción por Reagan de los controladores aéreos (PATCO) en 1980 y la derrota por Margaret Thatcher de los mineros británicos en 1984 fueron momentos cruciales en el giro global hacia el neoliberalismo. El ataque contra instituciones, como sindicatos y organizaciones de derechos asistenciales, que trataban de proteger y favorecer los intereses de la clase trabajadora fue amplio y profundo. Los salvajes recortes en los gastos sociales y del Estado de bienestar, y el paso de toda responsabilidad por su bienestar a los individuos y sus familias avanzaron a paso acelerado. Pero esas prácticas no se detuvieron en las fronteras nacionales, y no podían hacerlo. Después de 1980, EE.UU., ya comprometido firmemente con la liberalización y claramente respaldado por Gran Bretaña, trató, mediante una mezcla de liderazgo, persuasión – los departamentos de economía de las universidades de investigación de EE.UU. jugaron un papel importante en la capacitación de muchos de los economistas de todo el mundo en los principios neoliberales – y la coerción para exportar la neoliberalización por todas partes. La purga de economistas keynesianos y su reemplazo por monetaristas neoliberales en el Fondo Monetario Internacional en 1982 transformó el FMI dominado por EE.UU. en un agente de primera clase de la neoliberalización mediante sus programas de ajuste estructural impuestos a cualquier Estado (y hubo muchos en los años ochenta y noventa) que requería su ayuda en el repago de la deuda. El Consenso de Washington, que fue forjado en los años noventa, y las reglas de negociación fijadas bajo la Organización Mundial de Comercio en 1998, confirmaron el giro global hacia las prácticas neoliberales. (12)

El nuevo concordato internacional también dependía de la reanimación y de la reconfiguración de la tradición imperial de EE.UU. Esa tradición había sido forjada en Centroamérica en los años veinte, como una forma de dominación sin colonias. Repúblicas independientes podían ser mantenidas bajo la dominación de EE.UU., y actuar efectivamente, en el mejor de los casos, como testaferros de los intereses de EE.UU. a través del apoyo de hombres fuertes – como Somoza en Nicaragua, el Shah en Irán, y Pinochet en Chile – y un séquito de seguidores respaldados por la ayuda militar y financiera. Se disponía de ayuda clandestina para promover el ascenso al poder de dirigentes semejantes, pero al llegar los años setenta se hizo evidente que se necesitaba algo más: la apertura de mercados, nuevos espacios para inversiones, y que se abrieran campos en los que los poderes financieros pudieran operar con seguridad. Esto implicaba una integración mucho más estrecha de la economía global, con una arquitectura financiera bien definida. La creación de nuevas prácticas institucionales, tales como las que fueron fijadas por el FMI y la OMC, suministró vehículos convenientes a través de los cuales se podía ejercer el poder financiero y de mercado. El modelo necesitaba la colaboración entre las principales potencias capitalistas y el Grupo de Siete (G7), llevando a Europa y Japón a alinearse con EE.UU. para conformar el sistema financiero y comercial global de maneras que obligara efectivamente a todas las naciones a someterse. “Naciones proscritas,” definidas como las que no se ajustaban a esas reglas globales, podían entonces ser encaradas mediante sanciones o la fuerza coercitiva o incluso militar si resultaba necesario. De esta manera, las estrategias imperialistas neoliberales de EE.UU. fueron articuladas a través de una red global de relaciones de poder, uno de los efectos de la cual fue permitir que las clases altas de EE.UU. hicieran pagar tributos financieros y dispusieran de rentas del resto del mundo como un medio para aumentar su control ya hegemónico. (13)

Neoliberalismo como destrucción creativa

¿Cómo resolvió la neoliberalización los problemas del debilitamiento de la acumulación de capital? Sus antecedentes reales en el estímulo del crecimiento económico son pésimos. Las tasas de crecimiento agregado eran de unos 3,5% en los años sesenta e incluso durante los atribulados años setenta cayeron a sólo un 2,4%. Las tasas subsiguientes de crecimiento global de 1,4% y de 1,1% para los años ochenta y noventa, y una tasa que apenas llega a 1% desde 2000, indican que el neoliberalismo ha fracasado ampliamente en el estímulo del crecimiento global. (14) Incluso si excluimos de este cálculo los efectos catastróficos del colapso de la economía rusa y de algunas centroeuropeas después del tratamiento de terapia neoliberal de los años noventa, el rendimiento económico global desde el punto de vista de la restauración de las condiciones de acumulación general de capital ha sido débil.

A pesar de su retórica sobre la cura de economías enfermas, ni Gran Bretaña ni EE.UU. lograron un elevado rendimiento económico en los años ochenta. Esa década perteneció a Japón, a los “tigres” del Este Asiático, y a Alemania Occidental como motores de la economía global. Esos países fueron tuvieron mucho éxito, pero sus sistemas institucionales radicalmente diferentes dificultan la identificación de sus logros con el neoliberalismo. El Bundesbank (Banco Central) alemán había tomado una fuerte línea monetarista (concordante con el neoliberalismo) durante más de dos décadas, un hecho que sugiere que no existe una conexión necesaria entre el monetarismo per se y la búsqueda de la restauración del poder de clase. En Alemania Occidental, los sindicatos siguieron siendo fuertes y los niveles de salario se mantuvieron relativamente elevados junto a la construcción de un Estado de bienestar progresista. Uno de los efectos de esta combinación fue que se estimuló una alta tasa de innovación tecnológica que mantuvo a Alemania Occidental en las primeras filas en el terreno de la competencia internacional. La producción impulsada por la exportación hizo avanzar al país como líder global. En Japón, los sindicatos independientes eran débiles o inexistentes, pero la inversión estatal en el cambio tecnológico y organizativo y la estrecha relación entre las corporaciones y las instituciones financieras (un sistema que también demostró ser acertado en Alemania Occidental) generó un sorprendente desempeño impulsado por la exportación, en gran parte a costas de otras economías capitalistas como ser el Reino Unido y EE.UU. Un tal crecimiento, como lo hubo en los años ochenta (y la tasa de crecimiento agregado en el mundo fue incluso más baja que la de los atribulados años setenta) no dependió por lo tanto, de la neoliberalización. Muchos Estados europeos, por ello, se resistieron a las reformas neoliberales y encontraron cada vez más modos de preservar gran parte de su patrimonio socialdemócrata mientras se movían, en algunos casos con bastante éxito, hacia el modelo alemán occidental. En Asia, el modelo japonés implantado bajo sistemas autoritarios de gobierno en Corea del Sur, Taiwán y Singapur, demostró que era viable y concordante con una razonable igualdad de distribución. Recién en los años noventa, la neoliberalización comenzó a producir frutos tanto en EE.UU. como en Gran Bretaña. Esto sucedió en medio de un prolongado período de deflación en Japón, y un relativo estancamiento en la recién unificada Alemania. Queda por ver si la recesión japonesa ocurrió como simple resultado de presiones competitivas o si fue ingeniada por agentes financieros en EE.UU. para postrar la economía japonesa.

De modo que ¿por qué entonces ante estos antecedentes desiguales si no pésimos, tantos fueron persuadidos de que la neoliberalización es una solución exitosa? Además y más allá de la corriente persistente de propaganda que emana de los think tanks neoliberales y recarga los medios de información, se destacan dos razones materiales. Primero, la neoliberalización ha sido acompañada por una creciente volatilidad dentro del capitalismo global. El que el éxito se materializara en algún sitio oscureció la realidad de que el neoliberalismo fracasaba en general. Episodios periódicos de crecimiento se entremezclaron con fases de destrucción creativa, registradas usualmente como severas crisis financieras. Argentina fue abierta al capital extranjero y a la privatización en los años noventa y durante varios años fue la favorita de Wall Street, sólo para derrumbarse hacia el desastre cuando el capital internacional se retiró a fines de la década. El colapso financiero y la devastación social fueron rápidamente seguidos por una prolongada crisis política. La turbulencia financiera cundió por todo el mundo en desarrollo y en algunos casos, como en Brasil y México, repetidas olas de ajuste estructural y austeridad llevaron a la parálisis económica.

Por otra parte, el neoliberalismo ha sido un inmenso éxito desde el punto de vista de las clases altas. Ha restaurado la posición de clase de las elites gobernantes, como en EE.UU. y Gran Bretaña, o creado condiciones para la formación de la clase capitalista, como en China, India, Rusia, y otros sitios. Incluso países que sufrieron ampliamente por la neoliberalización han presenciado el masivo reordenamiento interno de las estructuras de clase. La ola de privatización que llegó a México con el gobierno de Salinas de Gortari en 1992, generó concentraciones de riqueza sin precedentes en las manos de unos pocos (Carlos Slim, por ejemplo, que se hizo cargo del sistema telefónico estatal y se convirtió instantáneamente en multimillonario).

Con medios dominados por los intereses de la clase alta, podía propagarse el mito de que ciertos sectores fracasaron porque no fueron suficientemente competitivos, preparando así la escena para aún más reformas neoliberales. Se necesitaba más desigualdad social para alentar el riesgo y la innovación empresariales, y éstas, por su parte, confieren ventajas competitivas y estimulan el crecimiento. Si las condiciones entre las clases bajas se deterioraban, era porque no mejoraban su propio capital humano mediante la educación, la adquisición de una ética protestante de trabajo, y su sumisión a la disciplina y flexibilidad laboral por defectos personales, culturales y políticos. En un mundo spenceriano, decía el argumento, sólo los más aptos debían y podían sobrevivir. Los problemas sistémicos fueron camuflados bajo una tempestad de pronunciamientos ideológicos y una plétora de crisis localizadas. Si el principal efecto del neoliberalismo ha sido redistributivo en lugar de generativo, había que encontrar modos de transferir activos y canalizar la riqueza y los ingresos sea de la masa de la población hacia las clases altas o de países vulnerables a los más ricos. En otro sitio presento un informe sobre estos procesos bajo la rúbrica de acumulación por desposeimiento. (15) Con eso, quiero decir la continuación y proliferación de prácticas de acumulación que Marx había designado como “primitivas” u “originales” durante el ascenso del capitalismo. Estas incluyen (1) la conmodificación y privatización de la tierra y la expulsión forzada de poblaciones campesinas (como recientemente en México e India); (2) la conversión de diversas formas de derechos de propiedad (común, colectiva, estatal ,etc.) en derechos exclusivamente de propiedad privada; (3) la supresión de derechos a las áreas públicas; (4) la conmodificación del poder laboral y la supresión de formas alternativas (indígenas) de producción y consumo; (5) procesos coloniales, neocoloniales, e imperiales, de apropiación de activos (incluyendo los recursos naturales); (6) la monetización de los intercambios y de la tributación, particularmente de tierras; (7) la trata de esclavos (que continúa, particularmente en la industria del sexo); y (8) la usura, la deuda nacional y. lo más devastador de todo, el uso del sistema crediticio como un medio radical de acumulación primitiva.

El Estado, con su monopolio de la violencia y de las definiciones de la legalidad, juega un rol crucial en el respaldo y la promoción de estos procesos. A esta lista de mecanismos, podemos agregar ahora una armadía de técnicas adicionales, tales como la extracción de rentas de patentes y derechos de propiedad intelectual y la disminución o cancelación de varias formas de propiedad comunitaria – tales como pensiones estatales, vacaciones pagas, acceso a la educación y a la atención sanitaria – conquistadas en una generación o más de luchas socialdemócratas. La propuesta de privatizar todos los derechos a la pensión estatal (aplicada por primera vez en Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet) es, por ejemplo, uno de los objetivos predilectos de los neoliberales en EE.UU.

En los casos de China y Rusia, podría ser razonable referirse a recientes acontecimientos en términos “primitivos” y “originales”, pero las prácticas que restauraron el poder a elites capitalistas en EE.UU. y otros sitios son mejor descritas como un proceso continuo de acumulación mediante el desposeimiento que creció rápidamente bajo el neoliberalismo. A continuación, aíslo cuatro elementos principales.

1. Privatización

La corporatizacion, conmodificación, y privatización de activos públicos anteriormente públicos han sido características emblemáticas del proyecto neoliberal. Su principal objetivo ha sido abrir nuevos campos para la acumulación de capital en terrenos que anteriormente eran considerados como fuera de límites para los cálculos de rentabilidad. Servicios públicos de todo tipo (agua, telecomunicaciones, transporte), suministro de asistencia social (viviendas sociales, educación, atención sanitaria, pensiones), instituciones públicas (tales como universidades, laboratorios de investigación, prisiones), e incluso la guerra (como lo ilustra el “ejército” de contratistas privados que operan junto a las fuerzas armadas en Iraq) han sido todos privatizados en algún grado en todo el mundo capitalista.

Derechos de propiedad privada establecidos a través del así llamado acuerdo ADPIC (Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio) dentro de la OMC, define como propiedad privada a materiales genéticos, plasmas de semillas, y a todo tipo de otros productos. Entonces se pueden extraer rentas por su uso de poblaciones cuyas prácticas han jugado un papel crucial en el desarrollo de esos materiales genéticos. La biopiratería es rampante, y el pillaje de las reservas de recursos genéticos del mundo ha avanzado en beneficio de unas pocas grandes compañías farmacéuticas. La escalada del agotamiento de los bienes comunes medioambientales del globo (tierra, aire, agua) y la proliferación de las degradaciones del hábitat que imposibilitan todo lo que no sean modos de requerimiento intensivo de capital para la producción agrícola han resultado asimismo de la conmodificación de la naturaleza en todas sus formas.

La conmodificación (a través del turismo) de las formas culturales, historias, y de la creatividad intelectual, involucra desposeimientos generalizados (la industria de la música es tristemente célebre por la apropiación y explotación de la cultura y la creatividad de base). Como en el pasado, el poder del Estado es utilizado frecuentemente para imponer esos procesos incluso contra la voluntad popular. El retroceso de los marcos reguladores diseñados para proteger a las fuerzas laborales y al entorno contra la degradación ha conllevado la pérdida de derechos. La reversión hacia el dominio privado de los derechos de propiedad común conquistados durante años de duras luchas de clase (el derecho a una pensión estatal, a la asistencia, a atención sanitaria nacional) ha sido una de las políticas de desposeimiento más atroces proseguidas en nombre de la ortodoxia neoliberal.
El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase

La corporatización, conmodificación, y privatización de lo que hasta ahora eran activos públicos han sido características insignes del proyecto neoliberal. Todos estos procesos equivalen a una transferencia de activos de los campos público y popular a los dominios privados y de privilegios de clase. La privatización, argumentó Arundhati Roy respecto al caso indio, involucra “la transferencia de activos públicos productivos del Estado a compañías privadas. Los activos productivos incluyen recursos naturales: tierra, bosques, agua, aire. Estos son los activos que el Estado mantiene en fideicomiso para el pueblo que representa… Arrancárselos y venderlos como valores a compañías privadas es un proceso de bárbaro desposeimiento en una escala que no tiene paralelo en la historia.” (16)

2. Financialización

La poderosa ola financiera que comenzó después de 1980 ha estado marcada por su estilo especulativo y predatorio. El volumen diario de transacciones financieras en los mercados internacionales, que era de 2.300 millones de dólares en 1983, había aumentado a 130.000 millones de dólares en 2001. Este volumen anual de 40 billones de dólares en 2001 se compara con el cálculo de 800.000 millones de dólares que serían necesarios para apoyar el comercio internacional y los flujos de inversiones productivas. (17) La desregulación permitió que el sistema financiero se convirtiera en uno de los centros principales de actividad de redistribución mediante la especulación, la depredación, el fraude, y el robo. Las promociones de acciones; estafas Ponzi; destrucción de productos financieros estructurados mediante la inflación: liquidación de activos mediante fusiones y adquisiciones; y la promoción de incumbencias de deuda que redujo a poblaciones enteras, incluso en los países capitalistas avanzados, a la esclavitud por deudas – para no hablar del fraude corporativo y el desposeimiento de activos, tales como el robo de fondos de pensiones y su aniquilamiento por colapsos de acciones y de corporaciones mediante manipulaciones crediticias y bursátiles – son todas características del sistema financiero capitalista.

El énfasis en los valores de acciones, que surgieron después de juntar los intereses de propietarios y administradores de capital mediante la remuneración de estos últimos con opciones en acciones, condujo, como sabemos ahora, a manipulaciones en el mercado que crearon inmensa riqueza para unos pocos a costas de los muchos. El espectacular colapso de Enron fue emblemático para un proceso general que privó a muchos de su subsistencia y derechos a pensión. Más allá de eso, también debemos considerar los robos especulativos realizados por fondos de alto riesgo y otros importantes instrumentos del capital financiero que formaron la verdadera vanguardia de la acumulación por desposeimiento en la escena global, incluso aunque supuestamente conferían el beneficio positivo para la clase capitalista de “repartir los riesgos.”

3. La administración y la manipulación de crisis

Más allá de la espuma especulativa y a menudo fraudulenta que caracteriza gran parte de la manipulación financiera neoliberal, se halla un proceso más profundo que involucra accionar la trampa de la deuda como un medio primordial de acumulación por desposeimiento. La creación, administración y manipulación de crisis en la escena mundial se ha convertido en el fino arte de la redistribución deliberada de riqueza de los países pobres a los ricos. Al aumentar repentinamente las tasas de interés en 1979, Paul Volcker, en aquel entonces presidente de la Reserva Federal de EE.UU. subió la proporción de beneficios extranjeros que los países prestatarios tenían que invertir en los pagos por intereses por deudas. Forzados a la bancarrota, países como México tuvieron que aceptar el ajuste estructural. Mientras proclamaba su papel como un noble líder que organiza rescates para mantener la estabilidad y la dirección de la acumulación global de capital, EE.UU. también pudo abrir la puerta para el saqueo de la economía mexicana mediante el despliegue de su poder financiero superior bajo condiciones de crisis local. El complejo Tesoro de EE.UU./Wall Street/FMI se convirtió en experto en hacerlo por doquier. El sucesor de Volker, Alan Greenspan, recurrió varias veces en los años noventa a tácticas similares. Las crisis de la deuda en países individuales, poco común en los años sesenta, se hizo frecuente durante los años ochenta y noventa. Casi ningún país en desarrollo dejó de ser afectado y en algunos casos, como en Latinoamérica, tales crisis fueron suficientemente frecuentes como para ser consideradas endémicas. Esas crisis de la deuda fueron orquestadas, administradas y controladas tanto para racionalizar el sistema como para redistribuir activos durante los años ochenta y noventa. Wade y Veneroso capturaron la esencia de esa tendencia cuando escribieron sobre la crisis asiática de 1997 y 1998 – provocada inicialmente por la operación de fondos de alto riesgo basados en EE.UU.:

Las crisis financieras siempre han causado transferencias de propiedad y poder a los que mantienen intactos sus propios activos y están en la posición de crear crédito, y la crisis asiática no es una excepción… no cabe duda de que las corporaciones occidentales y japonesas son los grandes ganadores… La combinación de masivas devaluaciones impulsó a la liberalización financiera, y la recuperación facilitada por el FMI incluso podría precipitar la mayor transferencia de activos de propietarios nacionales a extranjeros en tiempos de paz de los últimos cincuenta años en cualquier parte del mundo, eclipsando las transferencias de propietarios nacionales a estadounidenses en Latinoamérica en los años ochenta o en México después de 1994. Se recuerda la declaración atribuida a Andrew Mellon: “En una depresión los activos vuelven a sus legítimos dueños.” (18)

La analogía con la creación deliberada de desempleo para producir una fuente de mano de obra excedente mal remunerada, conveniente para la acumulación ulterior, es exacta. Valiosos activos pierden su uso y su valor. Yacen inertes y durmientes hasta que capitalistas en posesión de liquidez deciden apoderarse de ellos e insuflarles nueva vida. El peligro, sin embargo, es que las crisis pueden descontrolarse y generalizarse, o que surgirán revueltas contra el sistema que las crea. Una de las funciones primordiales de las intervenciones estatales y de las instituciones internacionales es orquestar crisis y devaluaciones de manera que permitan que ocurra la acumulación por desposeimiento sin provocar un colapso general o una revuelta popular. El programa de ajuste estructural administrado por el complejo Wall Street/Tesoro/FMI se ocupa de la primera función. Es tarea del aparato comprador estatal neoliberal (respaldado por la ayuda militar de las potencias imperialistas) asegurar que no ocurran insurrecciones en el país que ha sido atracado. Sin embargo, emergieron señales de revuelta popular, primero con el levantamiento zapatista en México en 1994, y después con el descontento generalizado que informó a los movimientos contra la globalización como el que culminó en Seattle en 1999.

4. Redistribuciones estatales

El Estado, una vez que se ha convertido en un conjunto neoliberal de instituciones, se convierte en un agente primordial de las políticas redistribuidoras, invirtiendo el flujo de las clases altas hacia las bajas que había sido implementado durante la era precedente socialdemócrata.

Lo hace en primer lugar mediante esquemas de privatización y recortes en los gastos gubernamentales que debían apoyar el salario social. Incluso si la privatización parece ser beneficiosa para las clases bajas, los efectos a largo plazo pueden ser negativos. A primera vista, por ejemplo, el programa de Thatcher para la privatización de las viviendas sociales en Gran Bretaña pareció ser un regalo a las clases bajas cuyos miembros ahora podían pasar de ser arrendatarios a ser propietarios a un coste relativamente bajo, obtener el control de un activo valioso, y aumentar su riqueza. Pero una vez que fue completada la transferencia, entró en juego la especulación con la vivienda, particularmente en ubicaciones centrales de primera, terminando por sobornar u obligar a las poblaciones a partir a la periferia en las ciudades como Londres, y convirtiendo a lo que eran barrios de viviendas de clase trabajadora en centros de intenso aburguesamiento. La pérdida de viviendas asequibles en áreas centrales resultó en la falta de viviendas para muchos y en viajes extremadamente largos para los que tenían trabajos mal remunerados de servicio. La privatización de los ejidos (derechos de propiedad común de la tierra bajo la constitución mexicana) en México, que se convirtió en un componente central del programa neoliberal establecido durante los años noventa, tuvo efectos análogos en el campesinado mexicano, obligando a muchos habitantes rurales a irse a las ciudades en busca de trabajo. El Estado chino creó toda una serie de medidas draconianas mediante la cual activos fueron conferidos a una pequeña elite en detrimento de las masas.

El Estado neoliberal también busca redistribuciones mediante una serie de otras medidas como ser revisiones en el código tributario para beneficiar a los rendimientos de inversiones en lugar de ingresos y salarios, la promoción de elementos regresivos en el código tributario (como ser impuestos a la venta), el desplazamiento de gastos estatales y el libre acceso para todos mediante tarifas de usuarios (por ejemplo en la educación superior), y la provisión de una vasta gama de subsidios y beneficios tributarios a las corporaciones. Los programas de asistencia que ahora existen en EE.UU. en los ámbitos federal, estatal y local, equivalen a una vasta reorientación de los dineros públicos para beneficiar a las corporaciones (directamente como en el caso de subsidios a la agroindustria e indirectamente como en el caso del sector militar-industrial), de un modo muy parecido a como opera la deducción de los impuestos de la tasa de interés hipotecario en EE.UU., como un masivo subsidio para los propietarios de casas de altos ingresos y para la construcción industrial.

El aumento de la vigilancia y del mantenimiento del orden y, en el caso de EE.UU., el encarcelamiento de elementos recalcitrantes en la población, indican un rol más siniestro de intenso control social. En los países en desarrollo, donde la oposición al neoliberalismo y a la acumulación por desposeimiento puede ser más fuerte, el papel del Estado neoliberal asume rápidamente el de represión activa incluso hasta el punto de la guerra de baja intensidad contra movimientos opositores (muchos de los cuales pueden ahora ser convenientemente calificados de terroristas para obtener la ayuda militar y el apoyo de EE.UU.) tales como los zapatistas en México o los campesinos sin tierras en Brasil.

En efecto, informó Roy: “La economía rural de India, que sostiene a setecientos millones de personas, está siendo agarrotada. Agricultores que producen demasiado están necesitados, agricultores que producen demasiado poco están necesitados, y los jornaleros agrícolas sin tierra están sin trabajo porque grandes propietarios y haciendas despiden a sus trabajadores. Todos atestan las ciudades en busca de empleo.” (19) En China, se calcula que por lo menos la mitad de 1.000 millones de personas tendrá que ser absorbida por la urbanización durante los próximos diez años si se quiere evitar el caos y la revuelta en el campo. No se sabe lo que esos itinerantes harán en las ciudades, aunque los amplios planes de infraestructura física que están siendo implementados logren llegar a absorber en algo los excedentes laborales liberados por la acumulación primitiva.

Las tácticas redistribuidoras del neoliberalismo son amplias, sofisticadas, frecuentemente marcadas por estratagemas ideológicos, pero devastadoras para la dignidad y el bienestar social de poblaciones y territorios vulnerables. La ola de neoliberalización por destrucción creativa que ha recorrido el globo no tiene paralelo en la historia del capitalismo. Con razón ha generado resistencia y una búsqueda de alternativas viables.

Alternativas

El neoliberalismo ha generado un conjunto de movimientos opositores tanto dentro como fuera de su radio de acción, muchos de los cuales son radicalmente diferentes de los movimientos basados en los trabajadores que dominaron antes de 1980. Digo muchos, pero no todos. Los movimientos tradicionales basados en los trabajadores no están de ninguna manera muertos, ni siquiera en los países capitalistas avanzados en los que han sido muy debilitados por el ataque neoliberal. En Corea del Sur y Sudáfrica, vigorosos movimientos sindicales aparecieron durante los años ochenta, y en gran parte de Latinoamérica florecen los partidos de la clase obrera. En Indonesia, un putativo movimiento sindical de gran importancia potencial lucha por ser escuchado. El potencial de malestar laboral es inmenso aunque impredecible.

Y no es evidente tampoco que la masa de la clase trabajadora en EE.UU., que durante la última generación votó consistentemente contra sus propios intereses materiales por motivos de nacionalismo cultural, religión, y oposición a múltiples movimientos sociales, permanecerá para siempre bloqueada en una política semejante por las maquinaciones por igual de republicanos y demócratas. No hay motivos para excluir en el futuro la resurgencia de una política basada en los trabajadores con una fuerte agenda antineoliberal. Pero las luchas contra la acumulación por desposeimiento están fomentando líneas bastante diferentes de lucha social y política. En parte debido a las condiciones peculiares que dan origen a esos movimientos, su orientación política y modos de organización se diferencian fuertemente de los que son típicos en la política socialdemócrata. La rebelión zapatista, por ejemplo, no buscó la toma del poder estatal o la realización de una revolución política. En su lugar postuló una política inclusiva para trabajar a través del conjunto de la sociedad civil en una búsqueda abierta y fluida de alternativas que consideraran las necesidades específicas de diferentes grupos sociales y les permitiera mejorar su suerte. Desde el punto de vista organizativo, tendió a evitar el vanguardismo y se negó a adoptar la forma de un partido político. En su lugar prefirió seguir siendo un movimiento social dentro del Estado, intentando formar un bloque de poder político en el que las culturas indígenas fueran centrales en lugar de ser periféricas. Con ello trató de lograr algo similar a una revolución pasiva dentro de la lógica territorial del poder estatal.

El efecto de tales movimientos ha sido transferir el terreno de la organización política lejos de los partidos políticos y de las organizaciones sindicales tradicionales hacia una dinámica política menos enfocada de acción social a través de todo el espectro de la sociedad civil. Pero lo que perdieron en enfoque lo ganaron en relevancia. Sacaron sus fuerzas del arraigo en los trabajos diarios de la vida y lucha de todos los días, pero al hacerlo a menudo les fue difícil salirse de lo local y de lo particular para comprender la macropolítica de lo que fue y es la acumulación neoliberal por desposeimiento. La variedad de tales luchas fue y es simplemente sorprendente. Es difícil llegar a imaginar conexiones entre ellas. Fueron y son parte de una mezcla volátil de movimientos de protesta que recorrieron el mundo y ocuparon crecientemente los titulares durante y después de los años ochenta. (20)

Esos movimientos y revueltas fueron a veces aplastados con una violencia feroz, en la mayor parte por poderes estatales que actuaban en nombre del orden y la estabilidad. En otros sitios produjeron violencia entre etnias y guerras civiles cuando la acumulación por desposeimiento condujo a intensas rivalidades sociales y políticas en un mundo dominado por tácticas de dividir para gobernar por parte de fuerzas capitalistas. Los Estados clientes apoyados militarmente o en algunos casos con fuerzas especiales entrenadas por las principales potencias (encabezadas por EE.UU., y Gran Bretaña y Francia con un rol menor) lideraron en un sistema de represiones y liquidaciones para bloquear implacablemente los movimientos activistas que cuestionaban la acumulación por desposeimiento.

Los propios movimientos han producido una abundancia de ideas respecto a alternativas. Algunos tratan de desvincularse total o parcialmente de los poderes abrumadores del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Otros buscan justicia social y medioambiental globales mediante la reforma o disolución de poderosas instituciones tales como el FMI y la OMC, y el Banco Mundial. Otras destacan una recuperación de los bienes comunes, mostrando con ello profundas continuidades con luchas de hace tiempo, así como con luchas libradas a lo largo de la amarga historia del colonialismo y el imperialismo. Algunas conciben una multitud en movimiento, o un movimiento dentro de la sociedad civil global, para enfrentar a los poderes dispersos y descentrados del orden neoliberal, mientras otros buscan de un modo más modesto experimentos locales con nuevos sistemas de producción y consumo animados por diferentes tipos de relaciones sociales y prácticas ecológicas. También existen las que confían en estructuras más convencionales de partidos políticos con el objetivo de obtener el poder del Estado como un paso hacia la reforma global del orden económico. Muchas de estas diversas corrientes se juntan ahora en el Foro Social Mundial en un intento de definir su misión compartida y edificar una estructura organizativa capaz de enfrentar las numerosas variantes del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Hay mucho que admirar y para inspirar en esto. (21)

Aunque ha sido efectivamente disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la dominación de clase.

Pero ¿qué tipo de conclusiones pueden ser extraídas de un análisis del tipo que hemos estructurado? Para comenzar, toda la historia del compromiso socialdemócrata y el subsiguiente giro hacia el neoliberalismo indica el papel crucial jugado por la lucha de clases para limitar o restaurar el poder de clase. Aunque ha sido efectivamente disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la dominación de clase. Esto ocurrió durante décadas en las que muchos progresistas fueron teóricamente persuadidos de que la clase era una categoría falta de significado y en las que las instituciones desde las que se había librado la lucha hasta entonces por cuenta de las clases trabajadores estuvieron bajo un ataque feroz. La primera lección que debemos aprender, por lo tanto, es que si algo parece lucha de clase y actúa como lucha de clase, tenemos que llamarla por lo que es. La masa de la población tiene que resignarse a la trayectoria histórica y geográfica definida por el abrumador poder de clase o responder en términos de clase.

Decirlo de esta manera no es deshacernos en nostalgia por alguna era dorada en la que el proletariado estaba en movimiento. Tampoco significa necesariamente (si alguna vez debiera haberlo hecho) que podamos apelar a alguna simple concepción del proletariado como el agente primordial (para no decir exclusivo) de la transformación histórica. No existe un campo proletario de fantasía utópica marxiana a la que podamos apelar. Señalar la necesidad e inevitabilidad de la lucha de clase no es decir que la forma en la que la clase está constituida es determinada o incluso determinable anticipadamente. Los movimientos de clase se hacen a sí mismos, aunque no bajo condiciones de su propia elección. Y el análisis muestra que esas condiciones están actualmente bifurcadas en movimientos alrededor de la reproducción expandida – en la que la explotación del trabajo salariado y las condiciones que definen el salario social son temas centrales – y los movimientos alrededor de la acumulación por desposeimiento – en los que todo desde las formas clásicas de acumulación primitiva mediante prácticas destructoras de culturas, historias, y entornos, hasta las depredaciones producidas por las formas contemporáneas del capital financiero constituye el centro de resistencia. El encuentro del vínculo orgánico entre esas diferentes corrientes de clase es una tarea teórica y práctica urgente. El análisis también muestra que esto tiene que ocurrir en una trayectoria histórico-geográfica de acumulación de capital que se basa en una creciente conectividad a través del espacio y del tiempo, pero marcada por acontecimientos geográficos disparejos cada vez más profundos. Esta desigualdad debe ser entendida como algo que es activamente producido y sostenido por procesos de acumulación de capital, no importa cuán importantes puedan ser las señales de residuos de configuraciones pasadas establecidas en el paisaje y en el mundo social. El análisis también destaca contradicciones explotables dentro de la agenda neoliberal. La brecha entre lo retórico (por el beneficio común) y la realización (por el beneficio de una pequeña clase gobernante) aumenta en el espacio y el tiempo, y los movimientos sociales han hecho mucho por concentrarse en esa brecha. La idea de que el mercado tenga que ver con una competencia honrada es negada cada vez más por la realidad del extraordinario monopolio, centralización e internacionalización por parte de los poderes corporativos y financieros. El alarmante aumento en las desigualdades de clase y regionales tanto dentro de los Estados (como en China, Rusia, India, México, y en Sudáfrica) así como a escala internacional, posa un serio problema política que ya no puede ser ocultado como algo transitorio en el camino al mundo neoliberal perfeccionado. El énfasis neoliberal en los derechos del individuo y el creciente uso autoritario del poder estatal para sostener el sistema se convierten en un punto álgido de discusión. Mientras más se reconoce que el neoliberalismo es un proyecto fracasado, si no insincero y utópico, que oculta la restauración del poder de clase, más se crea la base para un resurgimiento de movimientos de masas que expresen reivindicaciones políticas igualitarias, buscando justicia económica, comercio justo, y mayor seguridad y democratización económica.

Pero la naturaleza profundamente antidemocrática del neoliberalismo debería seguramente ser el principal centro de la lucha política. Instituciones con enorme influencia, como ser la Reserva Federal de EE.UU., están fuera de cualquier control democrático. Internacionalmente, la falta de una responsabilización elemental, para no hablar de control democrático, sobre instituciones como el FMI, la OMC, y el Banco Mundial, para no hablar del gran poder privado de las instituciones financieras, convierten en una burla cualquier preocupación verosímil por la democratización. Volver a presentar exigencias de gobierno democrático e igualdad y justicia económica, política y cultural no es sugerir algún retorno a un pasado dorado ya que los significados tienen que ser reinventados en cada instancia para encarar condiciones y potencialidades contemporáneas.
El significado de la democracia en la Atenas de la antigüedad tiene poco que ver con los significados que le tenemos que conferir en la actualidad en circunstancias tan diversas como las prevalecientes en Sao Paulo, Johannesburgo, Shangai, Manila, San Francisco, Leeds, Estocolmo, y Lagos. Pero a través de todo el globo, de China, Brasil, Argentina, Taiwán, y Corea a Sudáfrica, Irán, India, y Egipto, y más allá de las naciones en apuros de Europa oriental hasta los centros del capitalismo contemporáneo, grupos y movimientos sociales se unen a reformas que expresan valores democráticos. Es un punto esencial de muchas de las luchas que emergen actualmente.

Mientras mejor reconozcan los movimientos más claramente opositores que su objetivo central tiene que ser enfrentar el poder de clase que ha sido tan efectivamente restaurado bajo la neoliberalización, mejor será la probabilidad de que tengan coherencia. Arrancar la máscara neoliberal y denunciar su retórica seductiva, utilizada tan apropiadamente para justificar y legitimar la restauración de ese poder, tendrá un papel importante en las luchas contemporáneas. A los neoliberales les costó muchos años establecer y realizar su marcha por las instituciones del capitalismo contemporáneo. La lucha que viene no será menor cuando presionamos en la dirección opuesta.

Notas

1. Vea el sitio en la Red: http://www.montpelerin.org/mpsabout.cfm.

2. G. W. Bush, “Securing Freedom’s Triumph,” New York Times, 11 de septiembre de 2002, p. A33. The National Security Strategy of the United State of America can be found on the Web site www.whitehouse.gov nsc/nss. See also G. W. Bush, “President Addresses the Nation in Prime Time Press Conference,” 13 de abril,

2004, http://www.whitehouse.gov/news/releases/2004/0420040413-20.html.

3. Matthew Arnold es citado en Robin Williams, Culture and Society, 1780-1850 (London: Chatto and Windus, 1958), 118.

4. Antonia Juhasz, “Ambitions of Empire: The Bush Administration Economic Plan for Iraq (and Beyond),” Left Turn Magazine 12 (February/March 2004): 27-32.

5. Thomas Crampton, “Iraqi Official Urges Caution on Imposing Free Market,” New York Times, 14 de octubre de 2003, p. C5.

6. Juan Gabriel Valdez, Pinochet’s Economists: The Chicago School in Chile (New York: Cambridge University Press, 1995).

7. Philip Armstrong, Andre Glynn, and John Harrison, Capitalism since World War II: The Making and Breaking of the Long Boom (Oxford, UK: Basil Blackwell, 1991).

8. Gerard Dumenil and Dominique Levy, “Neoliberal Dynamics: A New Phase?” (Manuscript, 2004), 4. Vea también: Task Force on Inequality and American Democracy, American Democracy in an Age of Rising Inequality (Washington, DC: American Political Science Association, 2004), 3.

9. Daniel Yergin and Joseph Stanislaw, The Commanding Heights: The Battle between Government and Marketplace That Is Remaking the Modern World (New York: Simon & Schuster, 1998).

10. Thomas Byrne Edsall, The New Politics of Inequality (New York: Norton, 1984); Jamie Court, Corporateering: How Corporate Power Steals Your Personal Freedom (New York: Tarcher Putnam, 2003); y Thomas Frank, What’s the Matter with Kansas: How Conservatives Won the Heart of America (New York, Metropolitan Books, 2004).

11. William K. Tabb, The Long Default: New York City and the Urban Fiscal Crisis (New York, Monthly Review Press, 1982); y Roger E. Alcaly and David Mermelstein, The Fiscal Crisis of American Cities (New York, Vintage, 1977).

12. Joseph Stiglitz, Globalization and Its Discontents (New York: Norton, 2002).

13. David Harvey, The New Imperialism (Oxford, Oxford University Press, 2003).

14. World Commission on the Social Dimension of Globalization, A Fair Globalization: Creating Opportunities for All (Geneva, Switzerland: International Labor Office, 2004).

15. Harvey, The New Imperialism, chap. 4.

16. Arundhati Roy, Power Politics (Cambridge, MA: South End Press, 2001).

17. Peter Dicken, Global Shift: Reshaping the Global Economic Map in the 21st Century, 4th ed. (New York: Guilford, 2003), chap. 13.

18. Robert Wade and Frank Veneroso, “The Asian Crisis: The High Debt Model versus the Wall Street- Treasury-IMF Complex,” New Left Review 228 (1998): 3-23.

19. Roy, Power Politics.

20. Barry K. Gills, ed., Globalization and the Politics of Resistance (New York: Palgrave, 2001); Ton Mertes, ed., A Movement of Movements (London: Verso, 2004); Walden Bello, Deglobalization: Ideas for a New World Economy (London: Zed Books, 2002); Ponna Wignaraja, ed., New Social Movements in the South: Empowering the People (London: Zed Books, 1993); and Jeremy Brecher, Tim Costello, and Brendan Smith, Globalization from Below: The Power of Solidarity (Cambridge, MA: South End Press, 2000).

21. Mertes, A Movement of Movements; and Walden Bello, Deglobalization: Ideas for a New World Economy (London, Zed Books, 2002).

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*David Harvey nació en 1935 en el Reino Unido. Se doctoró en la Universidad de Cambridge en geografía histórica, y en 1969 se mudó a Baltimore, en Estados Unidos, como profesor de geografía en la John Hopkins University. En ese mismo año aparece su primer libro, La explicación en geografía, y a partir de ese momento su interés comienza a centrarse en los aspectos sociales y políticos de la disciplina. En la actualidad es profesor en el Graduate Center in Anthropology de la City University of New York. Además de las obras ya mencionadas, Harvey es autor de Justicia, naturaleza y la geografía de la diferencia (1996) y, más recientemente, de Espacios de esperanza (2000) y El nuevo imperialismo (2003), ambos publicados en español por Akal.

Fuente: The ANNALS of the American Academy of Political and Social Science 2007 / Rebelion – 08.04.2008

Monseñor Romero,el obispo rebelde salvadoreño y la lucha ideológica

Monseñor Romero,el obispo rebelde salvadoreño y la lucha ideológica Por Roberto Pineda 19 de mayo de 2015

“Yo denuncio, sobre todo, la absolutización de la riqueza. Este es el gran mal de El Salvador: la riqueza la propiedad privada, como un absoluto intocable. ¡Y ay del que toque ese alambre de alta tensión! Se quema…” Monseñor Romero, Homilía del 12 de agosto de 1979

El Vaticano en su novedosa planificación global, ha decidido la canonización del ceilandés Joseph Vaz, de dos monjas palestinas así como la del salvadoreño Monseñor Romero, que fue asesinado “por odio a la fe.” Esto forma parte de la ofensiva diplomática internacional del Papa Francisco que audazmente aspira a posicionarse incluso en la China de Mao, actúa ya en el Medio Oriente con el reconocimiento de Palestina y en su relevante papel mediador en el largo conflicto entre Cuba y Estados Unidos.

El Papa Francisco ya visitó Brasil en julio de 2013. En julio visitará a dos países del Alba, Ecuador y Bolivia así como a Paraguay. El Papa Francisco representa un viraje con respecto a la política diplomática reaccionaria anterior, pero su “progresismo” persigue claramente suavizar, darle un tono aceptable, edulcorar las duras realidades de este mundo capitalista neoliberal.

Sacarlo del bullicio de la calle y meterlo dentro del silencio de la iglesia

El rasgo principal del pensamiento y la praxis de Monseñor Oscar Arnulfo Romero fue la lucha por la justicia social. Fue esta característica la que le permitió ganarse la confianza y el cariño de los sectores populares organizados y no organizados así como el odio y el rechazo de los sectores derechistas al interior de la misma iglesia, de la oligarquía, fuerzas armadas e imperialismo estadounidense.

No es casual que 35 años después de ser asesinado, en esta nueva era de la Iglesia Católica Romana, presidida por el obispo jesuita argentino Jorge Bergoglio, convertido en el Papa Francisco del Vaticano, el obispo rebelde de El Salvador, Monseñor Romero, sea beatificado. Monseñor Romero el de Catedral y del Hospitalito, el de las Homilías de la YSAX, muy pronto estará en los altares de las iglesias católicas.

Se pretende sacarlo del ruido de la calle y meterlo dentro del silencio de la iglesia. Esta ha sido la conducta de la iglesia a lo largo de la historia de dos siglos con los rebeldes. Y el primero en ser “rescatado” de la calle y metido a la iglesia fue Jesús, el campesino de Chalatenango, perdón, de Galilea. Hoy “beatifican” al campesino de Ciudad Barrios. Y el jingle oficial del evento es un fiel ejemplo de esta apuesta, así como la cobertura espiritual que realizara TCS.

Y el 23 de mayo en la plaza al Divino Salvador del Mundo, presenciaremos un grandioso espectáculo mediático-religioso único en nuestro país, al que asistirán príncipes y reyes de la iglesia y del mundo, líderes de derecha e incluso de izquierda, y estarán también invitados al selecto templete un millar de “pobres, campesinos”, para legitimar la transformación de Monseñor Romero, la voz de la sin voz, en el San Oscar Romero. Y la apuesta estratégica es que habrá un Monseñor Romero de antes y un San Oscar Romero después. Es un tema muy polémico.

Algunos piensan que se trata de un justo reconocimiento incluso atrasado a un personaje singular de la iglesia, a un “mártir por amor.” Otros pensamos, desde los saberes de nuestra práctica eclesial popular, que se trata de un esfuerzo de la derecha religiosa global, aprovechado por la derecha religiosa, mediática y política local para ajustar cuentas y domesticar la figura de Monseñor, regresarla al seguro redil de la tranquilidad y el orden, enterrar políticamente de una vez por todas al obispo rebelde de Catedral.

Otros pretenden que la figura y el ejemplo de Monseñor Romero se convierta en el corazón de una política de conciliación de clases que permita mejorar la estabilidad y la imagen, quizás quien quita hasta atraer algunas inversiones. Otros pensamos desde abajo que el corazón sangrante de Monseñor Romero seguirá iluminando la lucha de los sectores populares que luchan por la justicia y la dignidad. Son varias visiones desde diversos jardines epistemológicos. Así es la vida.

Tenemos la convicción que el espíritu de humildad y la sabiduría popular de Monseñor Romero le permitirá salir invicto de este nuevo desafío planteado por la ballena de la globalización religiosa que amenaza con tragárselo, con devorarlo. Por de pronto, seguramente iremos a buscarlo dentro de las iglesias para invitarlo a que nos siga acompañando en las nuevas luchas y en las nuevas marchas por la justicia, que quedan muchas por realizar.

La vida y sacrificio de Monseñor Romero durante esos tres años 1977-1980 representó una ruptura histórica del eslabón religioso, quizás la principal del sistema de dominación oligárquico basado en la dictadura militar. Tanto es así que después vino una larga guerra para conquistar vivir en democracia. Y Monseñor Romero estuvo, está y estará presente en estas luchas. Estamos seguros que no podrán apagar el fuego de su amor de profeta por la justicia de los pobres.
Monseñor Romero: de pastor a profeta, de profeta a mártir, de mártir a santo

En 1977 Monseñor Romero asume como Arzobispo de San Salvador. Y su primera experiencia de conversión como pastor fue la de enterrar a un sacerdote asesinado por la dictadura militar en El Paisnal, al padre Rutilio Grande. Luego viene su apertura al dolor de las madres que llegan a denunciar la desaparición de sus hijos por “hombres fuertemente armados vestidos de civil.” Después descubre la riqueza espiritual y fortaleza masiva de las organizaciones populares, con las cuales establece un diálogo en el que aprende que la justicia en El Salvador se conquista con lucha organizada. Y la derecha sorprendida y asustada reaccionó amenazándolo de muerte y acusándolo de comunista.

Y el pastor se convierte en profeta de su pueblo y el espíritu divino que es un espíritu de justicia le impulsa a la denuncia del pecado y a la proclamación del Reino de Dios en la tierra. Y esta palabra viva choca con los intereses de los poderosos. Pero él continúa su camino y les pide a los ricos que se despojen de sus anillos, al gobierno de los Estados Unidos que no envíe ayuda militar para matar a sus hermanos y a los militares que cese la represión. El 24 de marzo de 1980 es asesinado en el altar en medio de la eucaristía.

Hay que destacar que Monseñor Romero no estuvo solo, tuvo el apoyo pastoral de sacerdotes como Ricardo Urioste, Gregorio Rosa Chávez, Rafael Urrutia. El apoyo teológico de sacerdotes como Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, Rafael Moreno, Francisco Estrada. Y estuvo durante su gestión como arzobispo enfrentado a los demás obispos, a excepción de Monseñor Arturo Rivera y Damas. Y Monseñor también formó Tutela Legal del Arzobispado, dirigida por Roberto Cuellar e integrada por Boris Martínez, Dagoberto Campos, Florentín Meléndez, y Luis Ramírez.

Monseñor Romero tuvo entre sus amigos entrañables al mexico-americano Dr. Jorge Lara Braud, presbiteriano, que como representante del Consejo Mundial de Iglesias le dio todo su apoyo, así como del pastor metodista argentino Ángel Peiró y del pastor presbiteriano estadounidense Charles Harper.

Asimismo Monseñor Romero aprendió que los “hermanos separados” eran en realidad hermanos en la fe y en este espíritu participa en 1978 del Comité Ecuménico Salvadoreño, CES, dirigido por el joven católico Rogelio Cácerez, es amigo del Movimiento Estudiantil Cristiano (MEC) , dirigido por el joven bautista, desaparecido en febrero de 1980, Guillermo Castro. Y en este espíritu de apertura decide formar el Comité Ecuménico de Ayuda Humanitaria (CEAH), dirigido por la pastora bautista Marta Benavides.

En un corto periodo histórico, Monseñor Romero logró transformar y transformarse desde el discurso ideológico dominante de sumisión hacia uno de rebeldía y de liberación. A la base de esta profunda conversión estaba la lucha popular que lo convirtió en profeta en conflicto dentro de su iglesia con obispos reaccionarios, con el Vaticano de Juan Pablo II, así como con la oligarquía, los militares y hasta con el gobierno estadounidense.

Hoy convierten al profeta en santo, en cristiano ejemplar, en intercesor. La decisión del papa Francisco de agilizar el proceso para la canonización de Monseñor Romero viene a ratificar la decisión popular como Iglesia de Dios de santificarlo luego de su asesinato. La actual decisión meramente refleja evidentes cambios en el Vaticano y recientes cambios en el gobierno salvadoreño, que es un gobierno conducido por el FMLN.

E incluso cambios dentro de la misma derecha que prefieren un San Oscar silenciado y silencioso a un Monseñor Romero subversivo. Para el pueblo salvadoreño Monseñor Romero por su testimonio de vida y por su testimonio de muerte ya era santo. Y su sangre de mártir señalaba a gritos el nombre de sus verdugos y lo sigue haciendo. No murió de muerte natural, fue asesinado por órdenes de Roberto DAubuisson. (Informe de la Verdad).

La figura de Monseñor Romero, valiente seguidor de la causa de Jesús, durante estos 35 años después de su asesinato en Jerusalén, perdón, en San Salvador, se ha agigantado en el contacto con los sufrimientos y las luchas de su pueblo, ha estado presente en las marchas por el derecho a la salud y al agua, contra la privatización de la salud, por el empleo y la estabilidad laboral. En cada lucha popular la presencia de Monseñor Romero se hace sentir, acompañándonos en las derrotas como en las victorias.

La iglesia, una institución con modelos teológicos y eclesiológicos en disputa histórica

La iglesia salvadoreña desde su imposición colonial ha estado atravesada por la lucha de clases. El primer modelo, el modelo de la cruz colonial, llegó junto con la espada invasora y la primera evangelización estuvo vinculada a legitimar la conquista y la explotación de la clase de los encomenderos, encargados de “adoctrinar” a sus víctimas. Pero incluso dentro de esta iglesia de dominicos, mercedarios y franciscanos, florecieron visiones caritativas, solidarias con los indígenas oprimidos, antecedentes históricos de la praxis de Monseñor Romero.

A principios del siglo XIX surge una nueva iglesia, la de los criollos, en disputa con la iglesia monárquica española, esta vez imbuida de ideales independentistas y que jugó un papel destacado en la lucha por liberarnos del imperio español y del imperio mexicano de Iturbide, y que tuvo como figura destacada al también pastor, profeta y muy combativo, antiimperialista, de nombre José Matías Delgado. Pero la influencia de esta iglesia liberal duró muy poco y fue desplazada por la restauración conservadora. Muchos años después correrían igual suerte los partidarios de la teología de la liberación, vinculados a Monseñor Romero.

A finales del siglo XIX surge la iglesia oligárquica, construida alrededor de la cultura del café, al servicio de los grandes cultivadores y exportadores de este producto y encargada principalmente de predicar la resignación a los sectores campesinos para evitar que se rebelaran. En 1932 esta iglesia dirigida por el Arzobispo Alfonso Belloso (1927-1938), bendijo y acompañó la masacre cometida luego de la derrota de la insurrección indígena-campesina.

Y precisamente luego de esta masacre de 1932 surge la iglesia de la dictadura militar que por sesenta años y dirigida por el Arzobispo Luís Chávez y González (1939-1977), justificó la violación sistemática de los derechos humanos; los fraudes electorales, las masacres. Pero es al interior de este modelo eclesial en los años sesenta luego del Concilio Vaticano II (1962-1965) que surge una nueva iglesia, la iglesia de los pobres. La iglesia que acompaña la organización de los campesinos y de los obreros, que denuncia el pecado estructural de la injusticia, y es de esta tradición que surge Monseñor Romero (1977-1980) y luego los sacerdotes jesuitas asesinados en noviembre de 1989.

Además durante el conflicto armado (1980-1992) se construye una iglesia de la contrainsurgencia, particularmente entre las iglesias protestantes. Y durante este periodo las comunidades eclesiales de base se reducen, algunos sacerdotes se trasladan a acompañar los frentes guerrilleros en Chalatenango y Morazán y otros salen al exilio. La derecha religiosa logra recuperar sus espacios perdidos en el periodo anterior de Monseñor Romero y se convierte primero en una iglesia contrainsurgente y luego en una iglesia neoliberal.

En la actualidad la derecha religiosa controla la CEDES como ha sido la tradición pero están surgiendo diversas expresiones de sacerdotes y comunidades que se declaran seguidores de Monseñor Romero. Lo mismo entre las iglesias protestantes que rechazan la teología de la prosperidad predominante. Asimismo la derecha religiosa desde el periodo contrainsurgente se ha convertido en una poderosa red nacional de adormecimiento ideológico de la población, socavando el espíritu de lucha y de protesta y fortaleciendo el sometimiento a la opresión y explotación.

Incluso dentro de la Iglesia católica el Opus Dei ha avanzado considerablemente así como los llamados carismáticos, que rechazan participar en las luchas populares e impulsan la vida comunitaria pero según ellos, por medio exclusivamente del “bautismo del Espíritu Santo y el hablar en lenguas.”
Monseñor Romero es pan, semilla y camino.

Los desafíos de continuar siguiendo la fe en Jesús Liberador mediante el mensaje y compromiso de Monseñor Romero nos impulsa como pueblo de Dios a no permitir que los dioses del poder y del dinero nos determinen nuestra vida en tres dimensiones básicas: nuestro pan, nuestra semilla y nuestro camino.

Nuestro pan. Como vivimos nuestra vida. Monseñor Romero nos enseño a vivir la fe desde los pobres y sus sueños. Frente a un mundo globalizado donde lo principal en la vida es el consumo irracional, Monseñor Romero nos convoca a la lucha por un mundo justo como razón de nuestra existencia.

Nuestra semilla. Como vivimos nuestra sociedad. Monseñor Romero denunció el individualismo y a la indiferencia; nos enseñó a practicar la Solidaridad con los que sufren y sueñan; a construir desde estas realidades una nueva sociedad justa.

Nuestro camino. Como vivimos nuestro mundo. Monseñor Romero desde su autenticidad nos enseñó a cultivar la alegría de la Esperanza en un mundo nuevo. A confiar en la sonrisa de los niños y los ancianos. Y a que la ternura de los humildes nos acerque siempre a Dios. Amén.

De Giuliani y de Gilligan

Rudolph Giuliani alcanzó notoriedad al lograr reducir el índice de crímenes en la ciudad de New York en un 70%, lo cual, representa un logro notable. Por su parte el Dr. James Gilligan que fue contratado como director médico del hospital psiquiátrico penitenciario en Bridgewater, Massachusetts, debido a las altas tasas de suicidios y de homicidios dentro de sus prisiones, también tuvo un logro notable al reducir los dos índices a cerca de cero. Mientras la tarea de Giuliani se concentró en encerrar a los delincuentes en las cárceles, Gilligan se concentró en resolver la patología violenta de los prisioneros. Mientras Giuliani trabajó en controlar la expresión visible e ilegal de la violencia Gilligan trabajó en la violencia misma.

El gran aporte de Gilligan fue el de aplicar el método epidemiológico al problema de la violencia. Identificó como patógeno el estado de humillación abrumadora. La violencia surge cuando la persona no posee las herramientas para manejar adecuadamente su estado de humillación. Las principales herramientas son los sentimientos de amor y de compasión hacia los demás. Si la infancia ha estado plagada de maltrato, abuso, acoso y violencia, el niño aprende a volverse insensible y pierde el sentido de culpa sobre sus actos. Cuando la violencia surge, la persona puede matar sin la menor compasión y sin el menor remordimiento. La violencia es el medio por el que puede ganar respeto y recuperar su auto valía destruida.

Dentro de la pandilla el joven adquiere aceptación, respeto y una admiración que es proporcional a su nivel de insensibilidad y crueldad. Marginado por la sociedad decide dejarla de lado y se integra a un grupo que no responde a las motivaciones del delito común sino a la sed profunda de estima y respeto. En el rompimiento total con la sociedad, los jóvenes abandonan y rechazan todo lo que es del “sistema”: escuela, deportes, convenciones sociales, capacidad de tolerancia, trabajo, etc. Sus formas de vestir y de tatuarse indican que están fuera del sistema y que no quieren volver a él. Cuando la represión les encarcela y les hace vivir en condiciones inhumanas el sentimiento de humillación se fortalece y el patógeno se propaga. Las cárceles mismas se convierten en vectores de propagación y logran el efecto inverso al esperado: en lugar de reducir la violencia, la multiplican. Esto explica el sentido de lo mil veces repetido: a mayor represión, mayor violencia. Nuestros últimos 20 años de historia lo ilustran.

Esto, no supone que quienes cometen delitos deban ser dejados impunes. Pero sí supone que los centros de detención deban ser verdaderos centros de rehabilitación para quienes han delinquido. No un lugar donde las personas mueren de calor, deshidratación y asfixia. A mayor inhumanidad en el trato a los detenidos, mayor el sentimiento de humillación y mayor la violencia. En la medida que se les trata como personas, que han delinquido ciertamente, pero que siguen siendo personas, sus sentimientos de autoestima comienzan a mejorar y el patógeno de la violencia comienza a debilitarse. Eso fue lo que permitió al Dr. Gilligan llevar a casi cero no el delito sino la violencia, nuestro verdadero problema. Sería genial que a las recomendaciones de Giuliani se añadieran las recomendaciones de Gilligan, que pueden ser tomadas de sus siete libros donde resume 25 años de trabajo.

Ajustes a la noción de vanguardia

AJUSTES A LA NOCIÓN DE VANGUARDIA
Alain Bihr
Hoy parece que la noción de vanguardia pertenece, definitivamente, al museo de antigüedades de la historia del movimiento obrero o, peor aún, a los famosos basureros de la historia. Puede en rigor interesar académicamente a determinados investigadores del movimiento obrero, pero ni siquiera este tipo de referencias existe en las organizaciones que se reivindican herederas del mismo. Algunas, de tradición anti-autoritaria (libertaria o consejista), siempre la rechazaron considerándola directamente enfrentada al proyecto de auto-emancipación, central en la lucha de los oprimidos. Otras, sobre todo las provenientes de la tradición leninista, en su inmensa mayoría, ni se atreven a mencionarla o explícitamente renunciaron a ella, a causa de los dramas y crímenes cometidos en su nombre.

Por eso es arriesgado tratar de retomar la discusión del concepto de vanguardia, sobre todo cuando se reivindica (como es mi caso) una concepción no-autoritaria de la revolución social. Dicho de otra manera, cuando se piensa que, tal como afirma el preámbulo de los estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional) “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los trabajadores mismos” y en consecuencia no habrá “salvadores supremos”, “ni Dios, ni César, ni tribuno”, como bien dice Eugène Pottier en las estrofas de La Internacional. A más de uno, sin duda, esto podrá parecerle inconsecuencia o provocación.
Para aclarar mi propósito, lo presentaré bajo la forma de tesis. Es también una manera de indicar que el artículo no pretende agotar la cuestión, que deja en suspenso o en la sombra muchos de los problemas que hoy plantea la noción de vanguardia y que gran parte de la argumentación necesaria no está desarrollada. Espero que permita, al menos, relanzar la discusión referida a la cuestión de las vanguardias.
Tesis 1. No hay que confundir vanguardia y estado-mayor
Pienso en efecto que toda la discusión sobre la noción de vanguardia está falseada por la confusión entre vanguardia y estado-mayor. Por ello es que hay que comenzar diferenciando ambas nociones.
Puesto que las dos provienen de una metáfora militar, nos referiremos al arte de la guerra y la organización de los ejércitos. En este terreno, son dos nociones claramente distintas. En la organización militar, modelo si no prototipo de organización jerárquica y autoritaria, el estado-mayor es el órgano que dirige, organiza y controla los movimientos del conjunto de la tropa, de acuerdo con una estrategia que sólo él conoce, de la que se derivan distintas tácticas según las circunstancias. Exige y obtiene al menos normalmente una obediencia sin fallas en los niveles de mando inferiores y, por supuesto, en la simple tropa. Sus órdenes bajan a lo largo de la cadena de mandos y espera recibir, desde los escalones inferiores, el balance de su ejecución e informaciones que permitirán rectificaciones, de ser necesario.
La vanguardia es, por su parte, la pequeña parte de la tropa en movimiento que se adelanta al grueso de la misma para reconocer el terreno, obtener información sobre las posiciones ocupadas por el enemigo y sus intenciones y a veces enfrentar de urgencia alguna imprevista maniobra ofensiva del mismo, estableciendo una primer línea defensiva. De manera que aunque su rol puede ser precioso y muchas veces decisivo, no deja de estar totalmente subordinada a la conducción del estado-mayor y de ninguna manera podría sustituirlo.
Dejemos el terreno militar para volver al terreno político. En el movimiento obrero, la confusión entre vanguardia y estado-mayor se remonta a la constitución de los partidos políticos federados en el seno de la IIª Internacional, fundada en 1889 principalmente alrededor del Partido Socialdemócrata Alemán. En efecto, emergió entonces un modelo muy particular de movimiento obrero, el modelo socialdemócrata (en el sentido que el término tenía entonces y hasta 1914) que, subordinando la emancipación del proletariado a la toma y al ejercicio del poder del Estado, hace del partido político la organización de vanguardia del conjunto de la clase.[1] De hecho, en el espíritu de quienes lo concibieron y sobre todo en la práctica de sus dirigentes, este partido es mucho más un estado-mayor que una vanguardia: dirigido por “intelectuales” socialistas que, esclarecidos por el marxismo, poseerían la ciencia de las leyes de la historia y serían los únicos capaces de comprender y explicar el devenir presente y futuro del capitalismo. El partido socialdemócrata sería depositario de los intereses históricos del movimiento obrero y el único capaz de conducir al proletariado en la vía de su emancipación.
Posiblemente sorprenda que atribuya esta confusión entre vanguardia y estado-mayor a la tradición socialdemócrata y no al leninismo, como frecuentemente se hace. De hecho el principal texto fundacional del leninismo en este sentido, ¿Qué Hacer? (1902), no hace más que repetir adaptándolos a las circunstancias de la Rusia zarista los principios generales de la organización socialdemócrata que todos los grandes partidos afiliados a la IIª Internacional practicaban. Es como un digno discípulo de Kautsky, al que además se refiere muchas veces, que Lenin elabora en el ¿Qué Hacer? los principios de la reforma del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia que dará nacimiento a su tendencia bolchevik (mayoritaria). Y posteriormente el leninismo de ninguna manera tendrá el monopolio de esos principios, pese a que sería en la corriente que surgió del mismo, sobre todo en el seno de la IIIª y la IVª Internacional, en donde esos principios serían aplicados mas rigurosamente. Con los resultados ya conocidos…[2]
Inversamente, ¿qué es una vanguardia política? En general, es el punto más avanzado de un movimiento social. Reagrupando cierto número de “francotiradores” individuales, de grupos aislados o en red, de organizaciones más o menos formalizadas, de distinta naturaleza, semejante vanguardia debe tener la vocación de explorar teórica y prácticamente el horizonte de ese movimiento, reconocer y señalizar el terreno sobre el cual se debe avanzar, elaborando en consecuencia proposiciones teóricas, programáticas, estratégicas y tácticas que debe someter a la discusión y la deliberación colectivas en su seno. Pero esto no le confiere ningún derecho a pretender dirigir el conjunto del movimiento instituyéndose en comandante en jefe para luego sustituirlo. Una vanguardia no debe, pues, tratar de “dirigir” el movimiento del cual es la avanzada; debe limitarse a ilustrarlo con sus informaciones y análisis; aconsejarlo con proposiciones tácticas y estratégicas, instruirlo, pero también y recíprocamente debe escuchar y aprender del movimiento. Porque “el educador mismo necesita ser educado”; [3] y las vanguardias deben estar preparadas para recibir rudas lecciones por parte del movimiento al cual quiere abrir camino. Y esto, precisamente, porque no deben considerarse poseedoras de una verdad absoluta, de la fórmula única y definitiva, sino que deben estar abiertas al devenir histórico, a la evolución de las relaciones de fuerza en el seno de la lucha de clases y las peripecias en el interior de ellas, a la inventiva del proletariado en lucha, rectificando cada vez que sea necesario sus propias posiciones y proposiciones.
Resumiendo. Una vanguardia está situada en el movimiento social, del que es una parte integrante, es su punto avanzado, su cabeza investigadora. El estado-mayor, por el contrario, se sitúa fuera del movimiento y busca dirigirlo en función de una estrategia o un plan de batalla elaborado desde el exterior.
Tesis 2. Las vanguardias son necesarias
Incluso necesarias por partida doble. Por una parte, son inevitables debido a las desigualdades del desarrollo (en las luchas, en la organización, en la conciencia de la clase, en la elaboración de un proyecto político autónomo) que se evidencian en el seno del movimiento general de emancipación del proletariado. Esas desigualdades resultan de múltiples factores que se superponen y se refuerzan o, al contrario, se atenúan según los casos: concentración y centralización de la clase acompañando las del capital, posiciones respectivas de sus diferentes capas y fracciones en la división social y espacial del trabajo, experiencia acumulada de luchas anteriores, estructuras y tradiciones políticas nacionales, en definitiva, posición de la formación nacional en el sistema capitalista mundial, etc.
Actualmente, el proletariado europeo tiene la rica experiencia de dos siglos de lucha y organizaciones políticas y sindicales, acumulando victorias y derrotas, de las que pueden sacar provecho sectores del proletariado de formaciones sociales periféricas que cayeron más recientemente bajo la dominación del capital industrial debido a la transnacionalización (las “deslocalizaciones”); mientras que, inversamente, éste acumuló una experiencia de articulación de sus luchas con las del campesinado pobre o proletarizado, así como de auto-organización de la producción de bienes y servicios colectivos, necesarios para la supervivencia cotidiana, de las que el proletariado de las formaciones centrales debe aprender recíprocamente.
Contribuir en cada ocasión a sintetizar esas experiencias, formalizarlas, hacerlas conocer, constituyendo y enriqueciendo así el patrimonio común de una lucha de clase con dimensiones históricas y mundiales simultáneamente, es precisamente una de las tareas de las vanguardias que se pueden constituir en las situaciones que acabamos de evocar, cuyas particularidades pueden llegar a ser un obstáculo para la unificación de la clase, pero que pueden convertirse por el contrario en su fuerza si se las arranca de esa particularidad para convertirlas en parte de un patrimonio común.
De igual modo, las vanguardias son también necesarias para permitir el progreso del movimiento de emancipación del proletariado en su conjunto. Sin su mediación (porque lo que deben realizar es un trabajo esencialmente de mediación), cada fragmento o sector de la clase corre el riesgo de quedar prisionero de su propia particularidad, y obligado algunas veces a repetir el largo y doloroso camino recorrido por otros fragmentos o sectores; o, inversamente, no pudiendo beneficiar al resto de la clase con las enseñanzas teóricas y prácticas de su propia experiencia. Es precisamente esa función de mediación la que Engels y Marx asignan a los comunistas en el Manifiesto escribiendo: “Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios, por un lado por el hecho de que, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, enfatizan y hacen valer los intereses comunes de todo el proletariado, independientes de la nacionalidad; por otro, por el hecho de que, en los diferentes estadios de desarrollo que recorre la lucha entre el proletariado y la burguesía, siempre representan el interés del movimiento total”. [4]
Tesis 3. No hay vanguardia de derecho, únicamente vanguardias de hecho
Esto surge directamente de lo anterior. Contrariamente a un estado-mayor que obtiene su poder de una instancia externa y superior que, simultáneamente, lo legitima y confiere autoridad (el Estado como depositario del “monopolio de la violencia legítima” en el caso del estado-mayor militar, la supuesta “ciencia de las leyes históricas” en el caso del estado-mayor político) y en cuyo nombre ejerce su comando, una vanguardia tal como la concebimos, no se puede decretar: no puede auto-instituirse ni auto-proclamarse.
Como la situación social en que se encuentra y de la que no es de alguna manera más que la conciencia refleja, una vanguardia es siempre un simple estado de hecho. Además solo podrá jugar el rol de vanguardia a condición cobrar precisamente conciencia del privilegio de su situación (y de las obligaciones que implica), llegando a obtener conquistas válidas para el conjunto del movimiento y que puedan ser compartidas. Esto exige, pues, que toda vanguardia deba pasar por una especie de prueba: que llegue a destacarse e imponerse como tal en el seno del movimiento, probando en cada momento la corrección de sus orientaciones mediante la capacidad de hacerlas compartir por el conjunto del movimiento y enriqueciéndolas en consecuencia cualitativamente. En suma, debe hacerse reconocer como vanguardia por el conjunto del movimiento en relación a lo que le aporta. Y el reconocimiento se mantendrá en función de ese aporte.
Tesis 4. No hay vanguardia total, únicamente vanguardias parciales
El movimiento de emancipación del proletariado es un fenómeno social total, que refracta, incluso en las situaciones particulares o singulares que se consideren (cierta lucha en una empresa, tal organización sindical, una tradición nacional, determinada expresión de conciencia de clase, etcétera), al conjunto de aspectos, elementos, niveles, dimensiones de la actividad social. Por lo tanto es completamente imposible que un grupo o una organización llegase a sintetizar la totalidad de la experiencia del movimiento, incluso en un limitado marco espacio-temporal.
Esto implica que, en el mejor de los casos, cualquier vanguardia consigue asimilar una parte de la situación o de la experiencia total en la que participa y de la que trata de dar cuenta para ponerla a disposición del conjunto del movimiento. Según la implantación en el movimiento, las actividades, su proyecto, la tradición de la que proviene, etcétera, cuanto mucho la vanguardia podrá asimilar y dar cuenta de una parte de esa situación o experiencia socio-histórica. Otras vanguardias, en función de otras implantaciones, otras actividades, u otras preocupaciones, captarán necesariamente otros aspectos, y no por ello menos sino más ricos en enseñanzas. De aquí se deriva evidentemente que toda vanguardia es parcial y, por consiguiente, también relativa. Así, un grupo u organización que puede estar a la vanguardia del movimiento de emancipación en tal o cual cuestión teórica o práctica, que haya podido captar toda la novedad o potencial radicalismo de tal o cual experiencia de lucha o forma de organización, de tal o cual idea, concepto, etcétera, estará en la retaguardia del movimiento sobre otras determinadas cuestiones, defendiendo posiciones superadas o abandonadas por gran parte del movimiento. ¡Una buena razón para morigerar los ardores vanguardistas!
Tesis 5. No existe una sola vanguardia, sino siempre una pluralidad de vanguardias
De lo precedente resulta también la inevitable pluralidad de las vanguardias. Debido a las continuas opciones que implica un combate político, debido a la complejidad de los problemas teóricos y prácticos planteados al movimiento de emancipación del proletariado en cualquier situación histórica, debido finalmente a la diversidad esencial de las tradiciones políticas e ideológicas que constituyen la herencia y el sustrato de las vanguardias, también las opciones estratégicas y tácticas son inevitablemente múltiples y distintas en cada ocasión. En tal sentido, es bueno y deseable que así ocurra: que el movimiento en su conjunto tenga siempre la posibilidad de escoger entre diversas vanguardias, portadoras de una pluralidad de diferentes opciones políticas, teóricas y programáticas, y pueda confrontarlas juzgando sus actos y sus obras.
De esta manera, más que de una vanguardia constituida, sería conveniente hablar de un polo de vanguardia, necesariamente diversificado y en movimiento, en el seno del cual es deseable que “cien flores florezcan” [5] permanentemente. Sin embargo, este polo de vanguardia no puede cumplir su misión con respecto al conjunto del movimiento sino es a condición de que se establezcan entre las distintas vanguardias relaciones fundadas en la tolerancia recíproca, y más aún, en una discusión permanente, una confrontación de puntos de vista y opciones con mutuo respeto. La riqueza y resultados de esa discusión es la mejor garantía de la contribución de las vanguardias al progreso del conjunto del movimiento.
También acá la distinción entre vanguardia y estado-mayor es esencial. Sólo a condición de que las vanguardias renuncien a toda pretensión de “dirigir” el movimiento en su conjunto se pueden crear las condiciones de semejante debate democrático entre ellas. En suma, una relación democrática entre las vanguardias tiene como condición de posibilidad una relación democrática de éstas con el conjunto del movimiento.
Tesis 6. Toda vanguardia no es más que una mediación orientada a crear las condiciones de su propio fin
De lo dicho anteriormente es fácil deducir lo que deberían ser la forma, la estructura y el funcionamiento de las vanguardias tal como las concebimos.
Está claro en primer lugar que de ninguna manera pueden retomar y asumir la forma partido, que es solidaria de la vieja cultura estatista del modelo socialdemócrata de movimiento obrero. En efecto, el partido es una forma de organización política que se constituye con el único fin de conquistar y ejercer el poder de Estado; un partido le imprime una forma estatal a los intereses, la voluntad y el proyecto de una clase social o, mas en general, de un bloque social (en el sentido de un complejo sistema de alianzas entre diferentes clases, fracciones de clase, capas o categorías sociales).
En consecuencia, en todos los aspectos de su funcionamiento (relaciones con las masas y la sociedad en general funcionando con la delegación del poder; organización burocrática basada en la reproducción ampliada de la división entre funciones de dirección y funciones de ejecución; acaparamiento de de la dirección de la organización por cúpulas que escapan cada vez mas al control democrático de la base, sean cuales fueren las garantías formales de control que se ofrezcan; inamovilidad de los dirigentes y opacidad de sus actividades; carácter codificado de sus discursos; obediencia más o menos incondicional exigida a los militantes que puede llegar hasta la militarización de la organización; fetichismo del partido en cuanto tal, etc.), el partido político aparece como un calco del aparato de Estado. En tales condiciones, el individuo que adhiere a un partido (el mismo término es significativo), aliena en todo o en parte su autonomía intelectual y moral. Las grandes orientaciones de la organización escapan a los militantes, salvo a lo que pueden acceder a las instancias dirigentes.
Así, en tanto se quieran al servicio de reforzar la auto-actividad del proletariado para hacer posible su auto-emancipación, lo que implica destruir y deconstruir el aparato de Estado, las vanguardias no pueden compartir ni las finalidades ni los modos de funcionamiento de los partidos políticos. Tampoco pueden identificarse con las sectas políticas elitistas (en lo que cierta ultra-izquierda leninista, consejista e incluso situacionista se ha especializado durante las décadas pasadas) que se han considerado depositarias exclusivas de una verdad intangible, desde cuya altura juzgan el curso de la lucha de clases, a falta de poder tener una mínima participación.
Por el contrario, la estructura de estas vanguardias ajustarse estrictamente a principios federalistas. Porque en la misma medida en que deben convertirse en la punta del movimiento anticapitalista en su conjunto, su cabeza investigadora, sus estructuras y sus modos de funcionamiento deben prefigurar la sociedad comunista en tanto “libre asociación de los productores” (Marx). De ahí la necesidad de la auto-gestión colectiva del poder en su seno con todo lo que ello implica: rotación de tareas, ausencia de funcionarios rentados vitalicios, circulación de la información, muy amplia democracia interna basada en la descentralización de la decisión y la acción, garantías a las minorías eventualmente opuestas a las decisiones mayoritarias, etc.
En cuanto a las funciones de las vanguardias, las mismas no pueden sino favorecer la auto-actividad del proletariado en la pluralidad de sus dimensiones: su auto-determinación (capacidad de elaborar su proyecto político, orientaciones programáticas, estrategias y tácticas en función de las relaciones de fuerza en la lucha de clases), su auto-organización (las formas de organización que permitían movilizarse como clase social y ejercer colectivamente su poder en tanto clase), su auto-reflexión (capacidad de elaborar por si misma su conciencia de clase) [6] En una palabra, la función de las vanguardias es trabajar estimulando y reforzando las capacidades de auto-emancipación del proletariado.
En esta misma medida, toda vanguardia está colocada en el corazón de una contradicción que debe tratar de manejar. Por una parte, debe buscar influenciar al movimiento social en su conjunto, proponiéndole (pero no imponiéndole) análisis teóricos, orientaciones estratégicas, modalidades organizativas, tácticas de lucha, etc. Mientras que, por otra parte, tratando precisamente de estimular y reforzar las capacidades de auto-actividad del proletariado, la vanguardia trabaja para lograr que su propia acción sea innecesaria. En suma, debe trabajar creando las condiciones de su propia desaparición.
Artículo publicado en La Breche Nº 4, octubre-noviembre-diciembre 2008, traducido para Herramienta por Aldo Casas.
NOTAS
[1] Sobre el modelo social-demócrata de movimiento obrero, que terminó imponiéndose sobre el desafortunado rival que fue el sindicalismo revolucionario, que floreció hacia la misma época, ver Entre Bourgeoisie et proletariat. Le mouvement ouvrier européen en crise. Editions Ouvrieres (Editions de l’Atelier), 1991.
[2] En la fuente histórica de la noción social-demócrata de partido de vanguardia, derivada de la confusión entre estado-mayor y vanguardia, existe sin dudas (como en otros muchos aspectos) la herencia burguesa del Iluminismo, en particular la idea de que el pueblo solo puede ser emancipado (conducido por el camino del Progreso) por una elite esclarecida. Esta idea se encuentra enraizada en todas las revoluciones burguesas, sobre todo en sus tendencias más radicales, que realizan la alianza temporal de algunos elementos de la burguesía con elementos de las clases populares (campesinos y proletarios). En la Revolución Francesa, por ejemplo, esta idea está en el corazón del jacobinismo.
[3] K. Marx, Tesis sobre Feuerbach.
[4] K. Marx, F. Engels, El manifiesto comunista, Buenos Aires, Ediciones Herramienta, 2008, pag. 41.
[5] Posiblemente habría que distinguir entre una vanguardia informal (lo que acabo de llamar polo de vanguardia), en cuyo seno existe necesariamente una pluralidad de vanguardias “formales” (grupos y organizaciones en posiciones de vanguardia).
[6] Sobre el conjunto de estos conceptos ver mi artículo “Elementos para una teoría de la auto-actividad del proletariado”, revista Carré Rouge Nº 34, París, 2005.

El proceso de canonización de Monseñor Romero

El proceso de canonización de Monseñor Romero

Este año celebramos el XVIII Aniversario del martirio de Monseñor Romero cuando ya está en marcha el proceso oficial de su canonización. En este comentario queremos reflexionar sobre dicho proceso, pero no tanto sobre lo que tiene de procedimiento eclesiástico, sino sobre su significado actual para la Iglesia y el pueblo. Lo vamos a hacer enunciando y comentando seis breves proposiciones.

1. Antes de la canonizacion oficial, ya ha tenido lugar la canonización popular de Monseñor Romero. El hecho es evidente, y de esta canonización popular vive la canonización oficial.

Aunque sea conocido, hay que recordarlo porque es fundamental para reflexionar adecuadamente sobre la canonización oficial de Monseñor. A los pocos días de su asesinato, don Pedro Casaldáliga –profeta certero y portador de buenas nuevas– escribió, agradecido, su conocido poema San Romero de América. La realidad tomaba la palabra en la pluma de don Pedro y pronunciaba la expresión que reserva para momentos de singular importancia: “santo”. Y es que en un mundo como el nuestro, de crueldad y mentira, de vez en cuando hace su aparición lo humano cabal, la compasión sin componendas, la verdad sin segundas intenciones, el compromiso hasta el final. Y entonces, con sorpresa, con gozo –también con el sentimiento de ser interpelados– y sobre todo con agradecimiento, a los seres humanos se nos escapa la palabra “santo”.

El pueblo –“su pobrería” sobre todo-– lo vio así desde el principio. Sin mucha ciencia ni derecho canónico, pero con un gran sensus fidei, con el sentido innato que discierne entre lo bueno y lo malo, la auténtico y lo falaz, que discierne sobre todo la presencia de Dios en nuestro mundo, enseguida llamó a Monseñor Romero profeta, pastor y mártir. Certeramente expresó desde el principio esta triple realidad con palabras como éstas: “Monseñor Romero dijo la verdad, nos defendió a nosotros de pobres y por ello lo mataron”. Y dio un paso más, verdaderamente audaz, aceptando con entusiamo que Monseñor Romero era santo, y además un santo suyo, como no lo son otros santos, más distantes que Monseñor en el espacio y en el tiempo.

Este es el hecho mayor. En vida “el pueblo te hizo santo”, dice don Pedro. Ahora ese mismo pueblo lo quiere como a un santo, pero no sólo como a un santo “de altar”, que intercede y concede favores, sino también como a un santo “de familia”, a quien se le quiere entrañablemente. De ahí también –de nuevo don Pedro– que “sería pecado querer canonizarlo”.

De santo salvadoreño Monseñor se convirtió muy pronto en santo universal. “Les tengo una mala noticia”, dijo alguien venido de Francia. “Monseñor Romero ya no es de ustedes. Es de todos”. Y así es. Católicos, cristianos de todas las confesiones, incluso de comunidades y asambleas evangélicas, lo hacen suyo. Y también marxistas y hasta agnósticos. Y es que ser santo es ser cabal, y esto lo capta bien mucha gente en todo el mundo.

Y los años transcurridos desde su asesinato no han llevado a “descanonizar” a Monseñor, como pudiera haber sucedido, sino que, por el contrario, lo canonizan más y con todas las señales que acompañan a una canonización popular. Canonizado está ya el “tiempo”: no hace falta explicar qué quiere decir “el 24 de marzo”, como no hace falta explicar qué quiere decir el 24 de diciembre o el 15 de septiembre aquí en El Salvador. Canonizado está también el “lugar”, convertido, como Belén o el Calvario, en lugar sagrado de peregrinación. Y así no hace falta explicar qué significa “el hospitalito”, a donde llegan peregrinos con devoción sentida –probablemente mayor que con la que llegan a otros santuarios– pues allí se respira todavía profecía, buena notitica y martirio. Canonizado está su “recuerdo” con la publicación de sus escritos, homilías, discursos, diario, traducidos a numerosos idiomas, con la publicación de otros muchos escritos sobre él, posters, estampas, poesías, corridos, óperas, películas, instituciones que llevan su nombre… No podemos asegurarlo con certeza, pero Monseñor Romero bien pudiera ser el mártir y personaje religioso de nuestra época que ha tenido mayor impacto. En la abadía de Westminster su figura estará desde el próximo mes de julio como uno de los diez mártires de este siglo.

Y la piedad popular, a su modo, pero certeramente, le adjudica lo que es típico de los santos canonizados: Monseñor Romero intercede por los necesitados, hace milagros, como lo dicen las placas sobre su tumba y los innumerables papelitos, escritos con letra de pobres, que, lamentablemente, no han sido conservados. Una sencilla campesina de Guazapa contaba un milagro que le había hecho Monseñor, y añadía, orgullosa, “éste es el primer milagro que hizo Monseñor Romero” -–como en el evangelio de Juan. Qué milagros sean ésos, no es pregunta muy importante ahora. Lo importante es que con ellos la gente expresa que así como Monseñor en vida estuvo en su favor, así lo sigue estando ahora: hace favores, a los pobres sobre todo, cuando muy poca gente se preocupa de ellos.

En conclusión, la canonización popular de Monseñor Romero es un hecho evidente. Ocurre como en las canonizaciones por aclamación popular del cristianismo primitivo, pero añadiendo un matiz importante: Monseñor Romero es aclamado porque es querido, y es querido porque él en verdad amó a su pueblo.

Ese es el hecho mayor. Y digamos para terminar que esta “canonización popular” es lo que da sentido a la canonización oficial. Ambas responden a distintos ámbitos de realidad y ambas son necesarias, pero no son lo mismo. Lo fundamental y primigenio es el conocimiento que tiene el pueblo de la presencia de Dios entre nosotros, en acontecimientos y personas, lo cual va acompañado de cariño, entusiasmo y esperanza. Lo derivado es el reconocimiento que hace la Iglesia jerárquica, que reglamenta –canon significa regla– el entusiasmo y garantiza que no se cometan abusos.

2. El proceso de canonización oficial de Monseñor Romero no es evidente. Ha tenido que superar obstáculos importantes dentro de la Iglesia y de la sociedad civil. Es una victoria.

Más adelante analizaremos en positivo el significado del proceso oficial de canonización, pero comencemos diciendo que el de Monseñor Romero no ha sido nada evidente. Recordemos algunos datos importantes.

(a) En vida, a diferencia, por ejemplo, con lo ocurrido con la madre Teresa de Calcuta —acogida y venerada por Iglesias y gobiernos–- Monseñor Romero no fue bien visto, en general, por la jerarquía eclesiástica. Es bien conocido que aquí en El Salvador Monseñor fue atacado por todos los obispos salvadoreños con la excepción de Mons. Rivera. Esto puede parecer hoy sorprendente y desconcertante, pero en su día fue de dominio público. Varias veces sus hermanos obispos se pronunciaron contra él. Cuando junto con Mons. Rivera publicó su tercera carta pastoral sobre “La Iglesia y las organizaciones populares” -–magnífica carta tenida internacionalmente como pionera sobre el tema-–, los otros cuatro obispos publicaron un breve mensaje en el que la contradecían. El mismo Monseñor dejó escrito en su diario espiritual, un mes antes de ser asesinado, que uno de sus grandes problemas, junto al miedo a la muerte que preveía cercana y su vida espiritual -–preocupación ésta de alma delicada-–, eran sus hermanos obispos. “Otro aspecto de mi consulta espiritual… fue mi situación conflictiva con los otros obispos” (25 de febrero de 1980). De hecho, sólo Mons. Rivera asistió a su entierro. Y hasta el día de hoy algunos de ellos siguen expresándose en su contra. En la reciente vista de Juan Pablo II a El Salvador, en 1996, cuando el papa preguntó a los obispos qué pensaban de la canonización de Monseñor, el entonces presidente de la Conferencia Episcopal respondió que Monseñor Romero había sido responsable de 70,000 muertos.

Y en el Vaticano las cosas no fueron muy diferentes. El nuncio estaba en su contra. En la congregación para los obispos se pensó seriamente en destituirlo o anularlo, dejándolo como figura decorativa con un administrador sede plena con plenos poderes. En poco más de un año, el Vaticano envió tres visitadores apostólicos -–medida extrema que normalmente se utiliza cuando hay serios y graves problemas en una diócesis. Con el papa Pablo VI le fue bien, y salió confortado de su visita en 1977, pero la primera visita a Juan Pablo II fue dolorosa, pues el papa no pareció apreciar la gravedad de la persecución a la Iglesia salvadoreña y más bien le puso en guardia de hacer el juego al comunismo. Muy distinta será su actitud posterior, pero en aquel entonces Monseñor Romero dejó el Vaticano triste y lloroso, buscando consuelo en el cardenal Pironio y en el Padre Arrupe, expertos también en incomprensiones vaticanas.

Después de su asesinato -–aunque no fuese más que por pudor-–, la tesis oficial, que sospechaba del ministerio de Monseñor, se hizo más benigna, pero en definitiva seguía siendo de desaprobación hacia su persona: Monseñor habría sido una buena persona, pero ingenuo y sin personalidad, de lo cual otros se aprovecharon para manipularlo, sobre todo los jesuitas. La verdad es que Monseñor Romero, con su fidelidad a Medellín y Puebla, al Evangelio y a los pobres, introducía el conflicto en la Iglesia, sacaba a luz actitudes eclesiales poco coherentes, y con su ejemplo interpelaba a la honradez. Por ello la oposición fue honda y las cosas sólo cambiaron con el viaje de Juan Pablo II a El Salvador en 1983. En aquellos años nada hacía pensar que la Iglesia oficial estuviese interesada en canonizar a Monseñor.

(b) La segunda dificultad para la canonización, no decisiva, pero que sí hay que tener en cuenta de alguna forma, proviene del conflicto que aquélla puede generar con gobiernos y otros poderes, conflictos que, en la medida de lo posible, se desean evitar. En el caso de Monseñor –y dada la cercanía de los hechos–, la canonizacion es objetivamente una provocación –inevitable, no antojadiza– para muchos de los poderosos en El Salvador. En efecto, al canonizarlo, se está proponiendo como cristiano y como ser humano ejemplar, digno de imitación y beneficioso para el país, a quien ha sido odiado y difamado hasta el extremo.

Y este conflicto se agrava, al canonizarlo como mártir, pues “mártir” supone haber sido asesinado, y ello remite por necesidad a sus verdugos. Dada la cercanía de los hechos, muchos de los responsables intelectuales y materiales del asesinato y muchos de los que lo apludieron siguen vivos -–y son personas prominentes en el país y el partido en el gobierno. La Comisión de las Naciones Unidas lo dijo lapidariamente en el Informe de la Verdad: “El exmayor Roberto D’Abuisson dio la orden de asesinar al Arzobispo y dio instrucciones precisas a miembros de su entorno de seguridad, actuando como ‘escuadrón de la muerte’, de organizar y supervisar la ejecución del asesinato”. Mons. Rivera lo recordó con valentía poco antes de las elecciones presidenciales de marzo de 1994, relacionándolo con el partido en el poder: “Lo quieran o no, la sombra de este crimen sacrílego persigue a quienes, aun después de catorce años, siguen impenitentes idolatrando al hombre que quiso resolver los problemas de El Salvador a sangre y fuego”.

En la actualidad, esos mismos grupos siguen sin reconocer las virtudes de Monseñor Romero, por supuesto, y siguen repitiendo que fue nefasto, que sobrepasó el límite de lo religioso, como dice el candidato de ARENA. Además, un miembro del actual gobierno ha dicho sin tapujos: “Mons. Romero: un desastre. Mayor D’Abuisson: un mártir”. Siguen, pues, aclamando al responsable de su asesinato, sin expresar ningún tipo de arrepentimiento ni reparación por lo ocurrido. Difaman o silencian a la víctima y ensalzan y aclaman al asesino. De ahí la conclusión de Mons. Rosa: “Los más declarados adversarios de la canonización de Monseñor Romero son los mismos que le hostigaron en vida, que le escribían cartas anónimas acusándolo de ser comunista, y que por desgracia continúan hostigándolo incluso ahora”.

Canonizar hoy a la víctima significa automáticamente juzgar –aunque después se otorgue perdón– a sus asesinos. Esto, en sí mismo, no facilita el proceso. Es claro que en estos tres últimos años la nunciatura y algunos obispos salvadoreños han dado gran importancia a la armonía y buenas relaciones entre Iglesia y estado –y de ahí también que se invoque con ligereza la tesis del olvido–, aunque también hay que recalcar y agradecer que la comisión diocesana encargada del proceso ha dado muestras de independencia y firmeza en investigar el asesinato.

Dada la cercanía de los hechos y la actual situación del país, la canonización de Monseñor “chirría” objetivamente. Hasta el día de hoy, ni los gobiernos, ni los políticos habituales, ni la fuerza armada, ni la oligarquía, han pedido perdón por cómo lo trataron, ni mucho menos han mostrado agradecimiento por Monseñor. (Y habría que recordar también la oposición del gobierno norteamericano, sus presiones ante el Vaticano para callar a Monseñor -–aunque para una superpotencia esta injusticia sea peccata minuta.)

A pesar de todo, la comisión sigue trabajando con decisión y el proceso sigue adelante. Lo que hace 18 años parecía impensable se ha hecho posible, y lo imporante es saber por qué.

3. El proceso de canonización ha sido posible por la convergencia de varios factores. Dos de ellos, externos a Monseñor, son (a) el apoyo personal de Juan Pablo II, y (b) el peso mundial de Monseñor Romero.

Más allá de cumplir a satisfacción –por lo que se conoce– los requisitos formales que se exigen en el proceso (constatación de su ortodoxia y sus virtudes, recopilación de testimonios en pro y en contra, evitar el culto público etc.), éste ha sido posiblitado por varias cosas.

(a) Juan Pablo II cambió de postura hacia Monseñor, y lo ha expresado claramente con sus hechos. Independientemente de las razones (el impacto personal de su martirio ante todo, mejor información, lectura de sus escritos), el hecho es innegable. En su vista a El Salvador en 1983, por deseo propio –y contra el deseo del gobierno– fue a visitar la tumba de Monseñor en Catedral, visita que había sido excluida en la programación. La fotografía de Karol Woijtila –lo formulamos así porque en ella aparece el ser humano antes que el papa– rezando ante la tumba de Monseñor Romero y las palabras con que se refirió a él como “celoso pastor que dio la vida por su pueblo”, son un testimonio personal entrañable, y, además, supuso un radical cambio de dirección en el Vaticano: el Papa lo había alabado y ya no se podía decir impunemente dentro de la Iglesia que Monseñor había sido marxista, colaborador de la guerrilla, tonto útil manipulado… Y cuando en 1994 Mons. Rivera decidió poner en marcha el proceso diocesano, reconoció que ello no gustaba en algunos dicasterios vaticanos, pero que Juan Pablo II, personalmente y a pesar de ello, dio el visto bueno.

La postura del Papa nos parece que ha sido decisiva como condición sine qua non para que se inicie y prosiga el proceso. Al nivel eclesiástico, de curias y dicasterios, ya no se puede ir contra Monseñor. Y más importante, a nivel eclesial, el del pueblo de Dios, el afecto del papa a Monseñor ha fortalecido el del pueblo. En su segunda visita en 1996, sólo hubo un aplauso en público: cuando Juan Pablo II recordó en Catedral a Monseñor Romero “brutalmente asesinado mientras ofrecía el sacrificio de la misa”. Para que haya prosperado el proceso de canonización oficial, la postura del papa no ha sido del todo suficiente, pero sí ha sido positiva y necesaria.

(b) Otra cosa que ha forzado objetivamente a comenzar el proceso es el impacto mundial, duradero y en aumento de Monseñor. Cuando murió la madre Teresa de Calcuta surgieron voces pidiendo su pronta canonización. Con Monseñor Romero no ocurrió lo mismo y no se habló de canonizacion, pero se desencadenó un ingente movimiento de admiración, agradecimiento, cariño y reconocimiento de su necesidad para el mundo. Comenzó muy pronto lo que podemos llamar el “romerismo”, la tradición generada por Monseñor, del mismo modo como Francisco de Asís generó el “franciscanismo”.

En la conciencia colectiva de este fin de siglo, más o menos por supuesto, Monseñor está presente en el mundo como suspiro de alivio de que lo humano es posible, como agradecimiento de que hay seres humanos que nos salvan y nos redimen de nuestro egoísmo y pequeñez, que son como aquel Jesús en quien podemos tener “fijos los ojos” en nuestras aflicciones, y también en nuestras decisiones de enrumbar este mundo en una dirección muy distinta a la actual.

Es sabido, pero no hay que trivializarlo sino valorarlo grandemente. En el último Sínodo para las Américas, celebrado en Roma, discutieron los obispos si los cristianos que habían sido asesinados por la defensa de la justicia debían ser llamados “mártires” o sólo “testigos”, reservando el término de “mártir” para quien moría explícitamente por causa de la fe –-disquisiciones y casuística a las que somos dados los humanos. Pero cuando Mons. Gregorio Rosa habló de Mons. Romero, de su persona, de su profecía, de su martirio, se olvidó la casuística y en el aula sinodal resonó el mayor y más prolongado aplauso de todo el sínodo.

También en muchos obispos Monseñor Romero ha impactado personalmente, sobre todo en quienes están en situaciones parecidas a las suyas, como lo reconoce don Samuel Ruiz. En otros hay respeto por ese hermano suyo salvadoreño, y hasta sano “orgullo de clase” de que haya obispos como él, profetas, evangelizadores, sin miedo y con esperanza.

Monseñor Romero sigue causando un impacto mundial -–más allá de las incomprensiones y pequeñeces de algunos-– y ese impacto tiene un peso objetivo que fuerza a su canonización. ¿Cómo decir al mundo que ignoramos a personas como Monseñor, que lo hacemos pasar desapercibido? En la conciencia colectiva de esta humanidad nuestra esto es hoy –afortunadamente-– muy difícil, casi imposible.

4. Lo que ha forzado en definitiva a la canonización de Monseñor Romero es su santidad real, muy necesaria en nuestro mundo y nuestra Iglesia.

A este impacto mundial ha ayudado, indudablemente, una serie de factores poco comunes. Monseñor fue figura pública en un país y una Iglesia que fueron noticia mundial durante mucho tiempo: masacres, sacerdotes asesinados, “haga patria mate un cura”, su carta a Carter, sus últimas palabras “en nombre de Dios, ¡cese la represión!”, y tantas otras cosas. Pero más allá de esto, y teniendo en cuenta que en la historia cambian unas cosas, sí, pero otras permanecen, como permanece la condición humana, la verdad es que hay algo en Monseñor que fuerza a mantenerlo vivo y presentarlo como ser humano y cristiano cabal -–que eso significa canonización también el día de hoy. Podemos decir que en Monseñor Romero hay algo de meta–paradigmático, más allá de los cambios de paradigmas –tan invocados hoy– y no siempre para hacer lo que hay que hacer.

Lo que se impone de Monseñor a través de los tiempos es su autenticidad, honradez, compasión… Pero, aunque verdaderas, estas palabras sólo cobran su hondura real desde sus destinatarios directos, aquellos que llenaron el corazón de Monseñor Romero y aquellos que lo acogieron en su corazón: los pobres de este mundo. Como hemos dicho antes, ellos definen a Monseñor Romero desde la verdad, la compasión y la fidelidad. Y esto es lo que se impone de Monseñor hasta el día de hoy.

En un mundo de mentiras –ayer como hoy–, ayer más burdamente en las declaraciones de gobiernos (el nuestro y el de Estados Unidos), de fuerzas armadas, de políticos y oligarcas, hoy más sutilmente, con concesiones a una mayor libertad de expresión, pero con el encubrimiento fundamental de la verdad (la mitad de la población del mundo está amenazada de pobreza), la verdad es como “el agua limpia que baja de los montes”, que decía Rutilio Grande. Esa verdad, mil veces negada, oprimida, manipulada en favor de los opresores y en contra de los oprimidos, eso es lo que significa hasta el día de hoy Monseñor Romero, sin que –en plena euforia de democracia– se haya encontrado un símbolo mejor de la verdad que el Monseñor profeta.

En un mundo de crueldad –ayer como hoy–, ayer más burdamente con masacres aberrantes, hoy con la cotidiana pobreza (el producto interno bruto en El Salvador es menor que el de antes de la guerra), con la cotidiana violencia (diez mil fueron los asesinados violentamente en 1995 y otros diez mil en 1996) y con el cotidiano desprecio a las mayorías populares, la compasión, el amor, la justicia son como bálsamo que cura heridas y anima a trabajar. Esa compasión a los pobres de este pueblo es lo que hasta el día de hoy expresa Monseñor Romero, sin que “el juego de la democracia”, ni los datos macroeconómicos, ofrezcan algo mejor que el Monseñor justo y consolador.

En un mundo dividido y antagónico, hecho de ricos Epulones (las transnacionales en todo el mundo, el capital financiero en nuestro país) y de pobres Lázaros que esperan migajas (el rebalse); en un mundo inhumano en que no interesa la familia humana, sino el propio interés, en el que no hay líderes que guíen al pueblo, sino que se aprovechan de él y lo desuellan, como dice Oseas, Monseñor Romero expresa la cercanía, el conocimiento de sus ovejas, como buen pastor. Monseñor Romero sigue siendo el gran conocedor de los pobres de este pueblo, y ellos lo conocen a él. Monseñor sigue siendo hasta el día de hoy -–sin que se vislumbre ningún candidato que lo reemplace-– la voz de los sin voz.

En un mundo alienado, infantilizado por los modernos y nada antiguos “circenses”, decidido a industrializarlo todo (naturaleza, vacaciones, deporte, música, moda, funerales de celebridades…), haciendo bueno el dicho de que business is business y que, por lo tanto, está permitido desnaturalizarlo todo para comercializar y dinerizarlo todo, Monseñor Romero expresa que es posible vivir con gozo, en el encuentro de unos con otros, en aquellos encuentros suyos con los campesinos, en los cantones o en la curia arzobispal. Es el gozo que se le escapó en estas palabras: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”.

En un mundo de componendas, de evitar tensiones y conflictos -–aunque los exija la realidad-–, de no tomar nada totalmente en serio, a no ser el propio interés, de no animar al compromiso fiel, aquello que exige la ética y la fe, y aquello que, además, lleva a la verdadera felicidad, Monseñor Romero expresa que es posible ser humano y ser cristiano comprometido y fiel “hasta el final”. Eso fue su martirio.

Y una última palabra. En un mundo en que se ignora, peor aún, en que se trivializa y banaliza la fe en el misterio de Dios, Monseñor sigue siendo el creyente en el Dios de Jesús, el Dios de la vida, el Dios de las víctimas, “el Dios en quien el pobre encuentra compasión”. Monseñor Romero es el creyente que ofrece a todos al Dios de Jesús para que los humanos seamos más que humanos, como decía Agustín.

De todo esto tiene necesidad el mundo y también la Iglesia. En una Iglesia con exceso de verticalismo y autoritarismo Monseñor aparece como un obispo popular y sin populismo. En una Iglesia con miedo en su interior, en que cuesta decir con sinceridad lo que se piensa, Monseñor aparece como pastor hermano, abajado a todos y gozoso de estar con todos. En una Iglesia distanciada a veces de la realidad, viviendo en el mundo que se fabrica y que muchas veces no coincide con el mundo real, Monseñor aparece como un creyente encarnado. En una Iglesia que, eficazmente, da muchas veces ultimidad a la doctrina y a la ley, Monseñor aparece como el servidor del pueblo, el defensor de la vida de los pobres, el compasivo ante las víctimas, y en ello y en su Dios pone él la ultimidad.

Todo esto lo capta muy bien el sensus fidelium. Se impone la canonización de Monseñor Romero y su presentación en la doble dimensión de santo canonizado. Santo es el intercesor, quien está en favor nuestro, intercediendo ante Dios en lenguaje de la tradición, quien da ánimo, fuerza, vida y esperanza en lenguaje histórico. Y santo es el modelo, quien nos muestra el camino a seguir, con sus virtudes eximias en lenguaje de la tradición, con su ser salvadoreño y cristiano cabal en lenguaje histórico.

Y quizás una última cosa, más visible en Monseñor Romero que en otros santos ya distantes. Santo es quien produce gozo, buena noticia en un mundo de malas realidades. Más allá de su utilidad como intercesor y modelo, santo es quien hace presente la ternura de Dios en este mundo, ante lo cual sólo cabe decir “gracias”. De Jesús se dijeron cosas sublimes, pero la que en defintiva le define son aquellas palabras de los Hechos: “Pasó haciendo el bien y consolando a todos los afligidos”. O aquellas otras de la carta a Tito: “Ha aparecido la benignidad de Dios”. De Monseñor Romero unos, como Ignacio Ellacuría, dijeron que era “un enviado de Dios para salvar a su pueblo”. Otros dijeron que era “una buena noticia de Dios para los pobres”.

A este Monseñor hay que ponerlo en lo alto para que sea luz que ilumine las tinieblas y sea ánimo que venza a la indiferencia. La canonización de Monseñor Romero se impone. Parafraseando a Jesús, “si la Iglesia callara, las piedras hablarían”.

5. La canonización oficial, como todo lo humano, tiene también sus peligros. En este caso, el peligro consitiría en canonizar a un Monseñor Romero desdibujado y en que la Iglesia lo acaparase indebidamente.

Todo lo humano es ambivalente, está abierto a la gracia, pero es también proclive a la pecaminosidad. De esto no hay que sorprenderse y por ello hablamos también de los posibles peligros de esta canonización.

(a) Es difícil detener el proceso de canonización de Monseñor Romero, pero se lo puede desdibujar y cooptar. Desde este punto de vista, el peligro consistiría en canonizar a un Monseñor bueno, piadoso, sacerdotal, pero en definitiva a un Monseñor aguado. Consistiría en quitarle las aristas y el fuego que tuvo como profeta, y el quitarle las entrañas de misericordia que tuvo como buen samaritano.

Siempre existe el peligro de entender la santidad, como si, en defintiva, ésta se expresase mejor en la cercanía a Dios, y de entender a Dios como lo que estuviese más allá de lo humano o en competencia con lo humano, como si Dios fuese celoso de hombres y mujeres. Es el peligro que expresan estas palabras ya clásicas: “Como no son de la tierra creen que son del cielo. Como no son de los hombres creen que son de Dios. Como no aman a los hombres creen que aman a Dios”.

Si no en esta forma burda, sí en otras más sutiles piensan algunos en la Iglesia que para santificar a un ser humano más seguro será acercarlo a Dios y distanciarlo de los humanos, que acercarlo a ellos, pues esto los distanciaría de Dios -–y, así, desde este presupuesto se podría canonizar a un Monseñor Romero aguado, no al verdadero Monseñor.

Es evidente que Monseñor fue hombre de Dios, creyente, devoto; que fue sacerdote, dispensador de los misterios de Dios; que fue arzobispo, cuidador de la fe y de las cosas santas de su pueblo. Pero a eso hay que añadir –y hacer de ello cosa central– que Monseñor fue un insigne salvadoreño que por eso se encarnó en una realidad de conflicto y de muerte. Que fue defensor de los pobres, y que por eso fue amado y venerado por ellos. Que fue profeta, denunciador y desenmascarador de militares, oligarcas, gobernantes y políticos, y que por eso fue odiado por ellos. Que fue voz de los sin voz, y que por eso fue voz contra los que tienen demasiada voz. Que fue creyente y hombre de Dios, y que por eso fue enemigo acérrimo de los idolos. En suma, es evidente que el verdadero Monseñor vivió todo para Dios y todo para la justicia. Ese fue el Monseñor Romero total, el “verdadero” Monseñor. Y ese Monseñor es el que el pueblo espera que sea canonizado, el que sea presentado como protector y modelo de este pueblo. Un Monseñor distinto, desdibujado, aguado, sería irreconocible. Y de él –la verdad– no habría mucha necesidad.

(b) Relacionado con esto, es también peligroso que con ocasión del proceso de canonización la Iglesia repitiera, con cierto exclusivismo, que “Monseñor Romero es nuestro”, que “no nos dejemos arrebatar a Monseñor”. Esto se decía antes -–con algo de razón hasta cierto punto-– para evitar que Monseñor fuese manipulado espúreamente. Pero no debiera prevalecer este enfoque exclusivista, y menos hoy. Monseñor Romero, como salvadoreño, como ser humano y como cristiano, es de todos. Si lo hacen con honradez, todos tienen derecho a invocarle y a todos puede hacer un gran bien. Y lo empobrecedor de insistir en el “es nuestro” es que así se privaría a los oprimidos de una esperanza y se ofrecería a los opresores una excusa para no tener que imitarle.

En este contexto es bueno recordar que cuando, pocos años después de su asesinato, comunidades de base y organizaciones populares salieron a la calle –superando el miedo a la represión de aquellos días– se oyeron voces que querían encerrar a Monseñor en el templo. Entonces Ignacio Ellacuría escribió: “Bien está Monseñor en el templo, y bien está Monseñor en la calle. Y que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.

Esto que hemos llamado “peligro” podría, quizás, aparecer en la redacción del acta de canonización, qué de Monseñor Romero se menciona en ella, y qué –-si algo-– se calla de él. Pero, indudablmente, eso no es lo decisivo. Pasará el día de su canonización y se olvidará cómo quedó redactada el acta. Lo decisivo está ocurriendo ahora, cuando se está fraguando la imagen de Monseñor. Ya hay muchos análisis de su vida y obra, y hay sobre todo la convicción de su realidad total como salvadoreño y cristiano. Así, en esa totalidad, todo de Dios y todo de los pobres, Monseñor sigue siendo una buena noticia.

6. La canonización oficial de Monseñor Romero puede traer bienes muy grandes: confrontarnos con nuestra realidad, llamar a conversión, devolver dignidad a las víctimas, proclamar a América Latina continente mártir.

(a) La canonización oficial de Monseñor puede ser una ocasión para repensar la realidad del país. Recordar las víctimas y los verdugos de entonces, puede llevar a analizar los de ahora, la pobreza, la violencia, la injusticia, y a buscar la dirección en que se construye una sociedad justa. Puede llevar a repensar los errores de la impunidad y de amnistías inconsultas y precipitadas, y a una buena administración de justicia. Puede llevar –ojalá– a la conversión, exigida y facilitada por la presencia de Monseñor Romero y de muchos otros mártires entre nosotros. (En la canonización de María Goretti, asesinada al principio de siglo por no ceder ante quien la quería forzar, estuvo presente su asesino). Y puede llevar a comprender la necesidad de “revertir la historia”. Todo esto es utópico, evidentemente, pero no deja de expresar bienes importantes y necesarios. Y una buena ocasión de propiciarlos sería la canonización de un mártir típicamente salvadoreño, como Monseñor Romero.

Más claramente, esta canonización puede llevar consuelo a muchísima gente, y sobre todo el sentimiento de que una institución importante, el Vaticano, y una persona importante, el Papa, “les dan la razón”. No estaban ellos equivocados, Monseñor es santo. Y no es éste pequeño gozo para un pueblo que nada cuenta a la hora de decidir las cosas importantes y a quien no se suele preguntar su opinión sobre ellas.

Más específicamente, la canonización de Monseñor Romero devolverá dignidad a muchas otras víctimas, y con ello traerá hondo consuelo a sus seres queridos –-tanto mayor cuanto que, al ser personas religiosas muchísimas de ellas–- esa dignidad viene ahora envuelta en lo sagrado de Dios. Recordémoslo. Monseñor Romero, y tantos otros, en vida fueron difamados, calumniados. Se les negó honradez y fe cristiana. Se les acusó, con mentira, de toda clase de aberraciones: “Monseñor Romero vende su alma al diablo”, decía el título de un periódico de la época. La Comisión de la Verdad fue sensible a esta aberración y exigió reparación a la dignidad de las víctimas. Puede ser que algún día se construya un monumento en su honor, pero, aunque así ocurra, una canonización es cosa distinta. Es Dios quien devuelve la dignidad. Y de esa dignidad que otorga la canonización de Monseñor participan todos los mártires.

En nuestra historia actual y concreta, la canonización de Monseñor Romero –y, en él, la de muchos más– no tiene la estructura de “revancha”, ni menos de “venganza”. Pero sí tiene la estructura del Magnificat, el trastrueque que opera Dios: “A los pobres los llenó de bienes, y a los soberbios despidió vacíos”. Y por ello muchos salvadoreños -–madres, sobre todo-– dirán: “Engrandece mi alma al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”.

(b) Ya ha quedado insinuado, pero hay que explicitarlo. Monseñor Romero es un mártir conocido, quizás el más conocido, pero no es el único. Como Jesús en la Carta los Hebreos es el hermano mayor en una inmensa nube de testigos. Esto quiere decir que el martirio en América Latina –o en amplias regiones de ella– ha supuesto una verdadera globalización.

Las instituciones mundiales -–incluidas Naciones Unidas-– no tienen interés en reconocer esta “globalización del martirio”, por la incapcidad de sus mecanismos en dirimir estos asuntos y por las presiones políticas a las cuales suelen ceder. Pero bien lo puede hacer la Iglesia católica. Y –soñando– quizás se puedan encontrar modos para que, de alguna manera, aunque sea simbólicamente, en esa canonización participasen todas las Iglesias; y para que en la canonización de Monseñor se reconociese también, de alguna manera, a los innumerables mártires de América Latina y de todo el mundo de los pobres.

Que se llegue a realizar esta utopía es muy difícil, por supuesto. Pero es importante tener presente la identificación de Monseñor Romero con su pueblo, con las víctimas sobre todo, y en aquellos aspecto “martiriales” ya durante su vida. “Yo no quiero ninguna seguridad mientras no se la den a mi pueblo”. Permítasenos la audacia pero, ¿no pudiera pensarse que Monseñor esté ahora diciendo “yo no quiero una canonización que no incluya la de mi pueblo?”, aunque sea “de alguna manera”, añadimos nosotros.

Dicho primero en forma negativa, esta canonización no debiera prescindir del contexto histórico real: la abundancia de cristianos y de seres humanos a quienes se ha dado muerte por su amor y defensa de los pobres (los privilegiados de Dios), por su compromiso con la verdad y la justicia (reflejo en la historia del compromiso de Dios), y todo ello en muchos explícitamente, en otros anónimamente, por la fe en uno Dios, Padre y Misterio, y por el seguimiento humilde de Jesús. Y no debiera olvidar las masacres de “santos inocentes”, ancianos, niños y mujeres, asesinados simplemente para facilitar la actividad bélica. Esta realidad, que en América Latina es cuantitativamete masiva, y cualitativamente cruel y esperanzadora, a la vez, no debiera estar ausente al canonizar a su símbolo real: Monseñor Romero.

Dicho en forma positiva, ahora que se globaliza la trivialización de la fe y la existencia, que se globaliza el consumismo y el egoísmo, que se globaliza el desprecio y la exclusión de centenares, si no de miles de millones de seres humanos, es muy importante apuntar a otro tipo de globalización: la de la verdad, la del compromiso, del amor, de la ternura.

Al canonizar a Monseñor Romero, y, simbolizados en él, a todos los mártires, la Iglesia puede ofrecer ese servicio a nuestro mundo. Ojalá que en la canonización de Monseñor Romero estén presentes Ellacuría y Julia Elba, Monseñor Angelelli y los indígenas del Quiché, los niños de Somalia y de Ruanda, las madres de Timor del Este y de Bosnia. Ojalá esté presente un continente mártir, los pueblos crucificados.

Y no hay aquí masoquismo. A una víctima, a un mártir, Jesús, Dios le hizo justicia y lo resucitó de entre los muertos. De ellos es la esperanza. A los vivos queda la responsabilidad de trabajar para bajarlos de la cruz.

Jon Sobrino

Tres estrategias que dividen a la(s) izquierda(s) mexicana(s) –Parte I

Tres estrategias que dividen a la(s) izquierda(s) mexicana(s) –Parte I

Miércoles 29 de julio de 2009 por CEPRID

César Enrique Pineda Ramírez

CEPRID

En medio de una creciente inestabilidad política y económica en México, el análisis sobre la situación de la(s) izquierda(s) se vuelve central para imaginar escenarios de transformación y lucha. Trataré en este texto de exponer una serie de divisiones estratégicas que fragmentan la acción de los movimientos, luchas y resistencias en México; los límites estratégicos de buena parte de las izquierdas mexicanas y cómo la división de enormes conglomerados de los movimientos en nuestro país se deben a las grandes diferencias de sus horizontes emancipatorios, es decir, a las ideas de cambio y transformación que se materializan en muy distintas prácticas políticas y estrategias de lucha. Aunque no comparto la clasificación o etiqueta de izquierda para muchas de las tendencias y movimientos de los que aquí hablaré, usaré esta clasificación como el sentido común que muchos de los movimientos, organizaciones, redes, organismos y colectivos utilizan, sin entrar en una discusión sobre la conceptualización de la izquierda misma. Utilizaré tres ideas o ejes estratégicos rectores en la acción política de las izquierdas mexicanas, a mi parecer, piedra de toque en las divisiones y fragmentaciones actuales. Estas ideas o ejes de acción son:

1. Se puede llegar a un pacto con la clase política o con el poder económico para reorientar al país (nuevo pacto social).

2. Se puede tomar el poder y desde ahí imponer la soberanía nacional y una mayor redistribución de la riqueza.

3. Una vez que se ha tomado el gobierno, es posible controlar el sistema económico para el beneficio del pueblo, de las mayorías, de los pobres o de los trabajadores.

1. Pactar con la clase política la reorientación del rumbo del país.

Una fuerte corriente de las izquierdas mexicanas afirma que desde el cambio de gobernantes – esencialmente la presidencia- o bien mediante el diálogo y el acuerdo con las fuerzas políticas, puede lograrse como horizonte de cambio:

a) un Estado democrático socialmente responsable y/o con justicia social;

b) un nuevo pacto social – o acuerdo social- de desarrollo con un modelo económico más “humano” que fomente el crecimiento económico;

c) todo ello logrado a través y de forma paralela a una profunda “reforma del Estado” que permita:

d) una inserción ventajosa y soberana en el mercado mundial.

Para acercarse a este horizonte de transformación se utilizan distintas estrategias incidiendo en las fuerzas políticas a través de dos vías. La primera es la promoción o cabildeo de cambios legislativos con todas las fuerzas políticas. La segunda es el diseño y cabildeo de políticas públicas con gobiernos de todos los niveles (municipal, delegacional, estatal, federal) de todas las fuerzas políticas. La variante más importante de esta estrategia es no sólo influir en las reglas del sistema político sino ser parte de él, generalmente a través de la que es considerada la izquierda partidaria (lo que fue el Frente Amplio Progresista, pero especialmente el Partido de la Revolución Democrática). La consigna es ser mayoría y lograr cambios, en los distintos niveles de gobiernos y en el ámbito legislativo.

Esta izquierda parte de dos premisas básicas. La primera es que en el pasado en México se logró – a pesar del autoritarismo- un crecimiento económico que otorgaba bienestar social para las mayorías y si éste terminó es porque la voluntad e ideología de los gobernantes cambió. La llegada de los neoliberales modificó esta voluntad y a su vez cambió el modelo económico. La otra premisa es que hoy – a diferencia del pasado- hay democracia en México. Estas dos premisas permiten situar las estrategias de cambio: influir en el poder o ser parte del poder para modificar la voluntad, las leyes y la forma de gobernar para orientar al país con un nuevo rumbo.

¿Por qué no es posible un pacto con la clase política y con el poder económico?

Lo que la clase dominante llama globalización es en realidad un fuerte ciclo de ofensiva para reestablecer los procesos de acumulación de capital controlados y favorables para las elites. (Harvey 2005) Es una agresiva estrategia para restaurar el poder de las clases dominantes y durante más de 25 años lo han ido logrando en todo el planeta – no sin contratiempos ni resistencias-. Las clases económicas dominantes empujaron un reordenamiento del mundo a partir de la década de lo 70`s con una estrategia de cuatro ejes de acción.

La primera estrategia es la financiarización de la acumulación, que provoca un desplazamiento del poder, antes radicado en la producción, hacia la esfera financiera. A pesar de lo inestable e incontrolable que puede ser esta forma de acumulación, este mecanismo ha hecho crecer geométricamente a la elite global. La producción de capital ficticio y la cantidad de ganancias que se generan han quedado claras en la reciente crisis global. Para entender su magnitud, algunos hablan de que hoy el mundo financiero representa entre 12 y 20 veces el producto bruto mundial anual. De ese tamaño de la reorientación del capital pero también de su crisis. Sin embargo, esto no quiere decir que la acumulación esté sólo centrada en el mundo financiero.

La segunda es el proceso de reordenamiento del rol del Estado, el desmantelamiento del Estado de bienestar – o sus equivalentes- basado en la privatización y la desarticulación de la seguridad social. Ha sido un proceso de ir apretando el cinturón a los pobres y progresivamente ir aflojándoselo a los ricos. A esto es lo que comúnmente se le llama neoliberalismo. La ola de privatizaciones se ha comenzado a detener por agotar muchas de las áreas estratégicas del Estado, pero en especial por la reacción y resistencia a las privatizaciones que le ha dado la vuelta al mundo.

La tercera es la expansión e intensificación de la acumulación en esferas de la vida y la realidad antes consideradas no mercantiles. La educación, las semillas, el agua, la información, el trabajo inmaterial, son sólo algunos de los ejemplos de cómo el poder económico ha crecido como nunca en la historia, mercantilizando todo, valiéndose de fuertes procesos de despojo. Se crean nuevos mercados, colonizando e invadiendo territorios reales y simbólicos fuera de la mercantilización. La acumulación se intensifica en los últimos territorios y recursos naturales que estaban “fuera” de su alcance. Bosques, manantiales, manglares, playas, arrecifes, lagos, lagunas, ríos, selvas y montañas son el campo de intensificación del capital. Este mecanismo se está acelerando en todo el planeta, multiplicando los conflictos y resistencias populares.

La cuarta y última estrategia es el reordenamiento de la producción a nivel global. relocalización es el concepto que permite entender cómo el capital ha fragmentado la producción y llevado cada parte de ella al mejor lugar del planeta que ofrezca la mano de obra más barata o los menores costos para la extracción de recursos. Este reordenamiento intensivo de las formas de producción se sostiene en las nuevas tecnologías de la información pero, en especial, en una inmensa ofensiva para desposeer de poder a la fuerza organizada del trabajo. La destrucción, debilitamiento, desarticulación y/o domesticación del poder obrero es uno de los cimientos para este nuevo ciclo de acumulación.

Una primera observación es que el capital no puede negociar condiciones más equitativas de redistribución (reglas más justas para el medio ambiente, redistribución de la renta con fines sociales, reducción o contención de sus ganancias para fortalecer al Estado, reglas democráticas y éticas de su comportamiento) porque estas cuatro líneas de acción les han permitido, en efecto, restablecer, restaurar y construir un poder de clase que ha crecido exponencialmente.

Su estrategia es como una enorme guerra de conquista que les ha permitido darse el lujo de no negociar – con los trabajadores, con el Estado, con los movimientos sociales, con el resto de la sociedad- porque simple y llanamente no necesitan negociar con ninguno de ellos. La restauración-construcción de poder de las elites es tal que cualquier negociación o pacto es en desventaja de las mayorías y a favor de dicha elite. No es posible pactar con el capital porque simplemente el capital no quiere y ha generado las condiciones para no hacerlo. El capital cambió el campo y las condiciones de la relación capital-trabajo. Para construir una estrategia de resistencia es indispensable dimensionar los cambios en la estrategia de la clase dominante.

¿Por qué antes fue posible un pacto con el capital y hoy no?

Las izquierdas mexicanas suelen exagerar el papel y la voluntad de los gobernantes para reorientar las decisiones estructurales. Para algunas izquierdas la solución es elegir un gobernante con la voluntad y disposición de modificar el rumbo del país y piensan que, desde la presidencia y el congreso puede lograrse – si hay voluntad- el pacto necesario con el capital permitiendo a la vez el crecimiento económico (o sea la acumulación de las elites) y cierta redistribución más justa o humana (es decir, mayores condiciones de bienestar entre la población).

Nuestra segunda afirmación importante es que es un error pensar en un posible pacto con el capital por la simple determinación de la clase política o el grupo gobernante. El capital, en el pasado inmediato al neoliberalismo pactó porque estaba obligado a pactar, y porque también el pacto siempre les favoreció. Es lo que conocemos como los años dorados de crecimiento, como Estado de bienestar o sus equivalentes y también como milagro mexicano. En el pasado el capital estuvo dispuesto a negociar porque existieron condiciones que cimbraron su poder. Condiciones histórico- sociales que les hicieron evaluar al pacto con el trabajo (a través del Estado) como conveniente para proteger sus intereses. Existen al menos cuatro de estas condiciones de carácter global para que el capital se mostrara dispuesto al pacto con el trabajo durante buena parte del siglo XX: la profunda crisis económica de 1929; el movimiento comunista internacional anclado en la Unión Soviética; el poder organizado y creciente de los trabajadores (a través del sindicalismo); y las insurrecciones y movimientos de liberación nacional (que lucharon para destruir el colonialismo).

Por otro lado, en México, el terremoto social de la revolución había desarticulado a la clase gobernante y debilitado al poder económico, poniéndolo contra la pared constituyendo una correlación de fuerzas que permitió a la nueva elite dominante (articulada en el sistema corporativo-autoritario) tener amplios márgenes para la redistribución de los ingresos a cambio, por supuesto, de la supeditación y lealtad política de las mayorías. Un último factor esencial es comprender este pacto como el mecanismo encontrado para contener el riesgo y la amenaza de las clases “peligrosas” que representaron la revolución. No fue, aunque pareció serlo, un pacto que favoreciera por completo al trabajo, sino el proceso a largo plazo de su supeditación y domesticación. El pacto logró casi tres décadas de crecimiento en buena parte del mundo y en México pareció ser la vía de bienestar “generalizado” a pesar de que enormes sectores sociales fueron excluidos del bienestar del “milagro”.

Además de estos factores, en México las condiciones que permitieron un crecimiento sostenido por varias décadas fueron: a) la necesidad casi obligatoria de buscar el desarrollo endógeno frente a la crisis global de la década de los 30 y la falta de inversiones de los países del centro enfocados en la segunda guerra mundial; b) una mano de obra totalmente controlada sinónimo de un paraíso para la inversión “nacional” pero también internacional; c) una agresiva política de industrialización acordada y pactada en todo momento con las elites locales; d) una política económica de sustitución de importaciones que a mediano plazo hizo crecer ciertas ramas de la economía pero a largo plazo fue insostenible, acrecentando la dependencia mexicana a las inversiones en áreas estratégicas. Cuando estos factores empezaron a reordenarse, la política económica de desarrollo endógeno comenzó a derrumbarse.

Es de resaltar que el neoliberalismo avanzó no sólo por la maldad o perversidad de los gobernantes, sino esencialmente por la debilidad o por la cooperación de la fuerza de los trabajadores, es decir, por el equilibrio de fuerzas de clase existentes en cada país. En México, con una clase obrera domesticada, bajo la presión estadounidense y la quiebra técnica del Estado, el neoliberalismo avanzó a pasos agigantados.

Sin embargo, ahora, las condiciones que obligaban a pactar al capital se han modificado: el movimiento comunista prácticamente desapareció como fuerza global con la caída del mundo del socialismo real; los movimientos de liberación nacional expulsaron al poder imperial de sus gobiernos y proclamaron sus independencias, para luego entrar en un profundo reflujo; la peligrosidad del poder de los trabajadores fue domesticado a través de la institucionalización y burocratización de sus organizaciones. Pero lo más importante, el patrón de acumulación que aseguró bienestar tanto para los trabajadores como para el capital entró en crisis, y colapsó precisamente en la década de los 70’s. En México, las elites económicas beneficiadas por décadas de crecimiento se han reordenado. El capital no va a negociar porque los factores que lo obligaban se han ido, y porque cualquier pacto ahora no le es benéfico. Ellos necesitan seguir ganando a toda costa, y no desean ningún pacto que se los obstaculice o limite. Cuando se piensa como posible un pacto de equilibrio entre empresarios, Estado y sociedad quizá debemos preguntarnos ¿realmente creemos que el poder económico está dispuesto a autocontener sus privilegios?

La respuesta no es sólo de desconfianza hacia la clase dominante. Factores estructurales nos permiten responder que no lo harán.

Imaginemos el mundo como una naranja a la cual se le puede exprimir ganancias a través de la producción capitalista (es decir, a través de la explotación del trabajo y de la explotación del planeta mismo, con todos sus seres vivientes). Durante 200 o 300 años la naranja ha dado buen jugo aunque con algunos sobresaltos. El proceso de industrialización aceleró a un ritmo la explotación (tanto del trabajo como del planeta) que por un tiempo mucha gente vivió un estado de bienestar en algunas partes generalizado y en otras relativamente exitoso. Fueron años de “desarrollo” y en México, aunque se vivía la hegemonía autoritaria del priísmo, cierta izquierda considera este periodo como de éxito (el milagro mexicano). Pero por alguna razón, la naranja ha dejado de dar tanto jugo desde la década de los 70.

Existen varias explicaciones globales para ello. La primera es que se produjo mucho más de lo que se podía vender. Durante dos décadas y media se había producido mucho y se podía vender mucho. Sin embargo “los mercados” empezaron a agotarse y por tanto las ganancias también. Es decir, habríamos entrado en una crisis de sobreproducción mundial. La segunda explicación apunta al crecimiento geométrico del Estados Unidos de la posguerra como el principal empuje del crecimiento global. Sin embargo treinta años después de terminada la guerra, tanto Europa y Japón (la triada económica dominante) se habrían reestablecido de sus precarias condiciones por la segunda guerra. La competencia interimperialista de estos tres centros económicos habría saturado los mercados globales. Es decir, había más competidores ahora y por tanto, menos ganancias. Por último, se dice también que una oleada de desobediencia y resistencia de los trabajadores azotó buena parte de Europa Occidental, una vez más en la década de los 70`s, sumándose a la crisis productiva del fordismo-taylorismo, reduciendo el nivel de ganancias de las elites económicas. Se habla también del impacto y la crisis del trabajo, ante la desobediencia de los trabajadores, los movimientos de insurrección de la década de los 60s. Otros más hablan de la inviabilidad de la forma de producción al interior de la industria. A esto se le sumaría la crisis por los precios del petróleo que habría comenzado a llegar a sus picos históricos de producción.

Sea una razón u otra, o una combinación de todos estos factores (y varios más), la tasa de ganancias desde hace más de treinta años tiende a un decrecimiento global en prácticamente todo el planeta salvo algunas excepciones. Desde hace tres décadas se vive un modesto crecimiento global. Cuando algunas izquierdas plantean el fracaso del neoliberalismo porque no trajo bienestar a las mayorías, es indispensable analizar que la ofensiva de las elites dominantes estaba diseñada para otro fin: en medio de una caída de las ganancias absoluta, asegurar para las elites el acaparamiento de las “pocas” ganancias existentes. Regresando al ejemplo de la naranja, el neoliberalismo, lo que ha hecho con un fruto casi sin jugo alguno, es apretar con una fuerza nunca antes vista para provocar algo totalmente previsto y deliberado por ellos. La estrategia ha sido apretar con tal fuerza el fruto, para que poco o nada del precioso jugo (las ganancias) escurra hacia abajo. Por el contrario, la presión de la mano sobre la naranja debe ser tal, que el poco jugo que sale de ella se empuje hacia arriba. Aunque las ganancias son “pocas”, acaparadas por unas minorías, son de tal tamaño, que representan un poder sin precedentes en la historia para las élites. A la vez, esta presión sobre la tierra y la humanidad provoca enormes efectos de devastación y destrucción amenazando la vida y la sobrevivencia.

A pesar de la histórica ofensiva de las elites para reconstituir su poder de clase y para asegurar y acaparar privilegios, las ganancias siguen reduciéndose, encaminándose incluso entre ellos a una guerra fraticida por mercados, a una disputa sin precedentes entres imperialismos, entre Estados, entre empresas trasnacionales y por supuesto una guerra contra la gente y contra el planeta.

La lógica de un pacto con el capital atenta contra el principio de la máxima ganancia y hoy están encaminados en una ofensiva planetaria por las ganancias. No hay razones para el capital para pactar. Pensar que se puede pactar con el capital a través del Estado y sus instituciones es un poco como pensar negociar con un tiburón para que coma menos carne en medio de un estanque donde empieza a escasear el alimento. La única forma de seguir acaparando y acumulando es manteniendo y radicalizando las cuatro estrategias de financiarización, privatización, relocalización e intensificación que hemos mencionado. No las abandonarán ni atenuarán, porque sería abandonar sus privilegios y su poder. Pactar, en este momento para ellos, sería suicidio. Pactar sería reducir sus ganancias y ellos tienen el suficiente poder para no sentirse obligados a pactar.

El eje rector de una estrategia basada en el posible diálogo con el poder económico queda con estos argumentos al menos puesto en duda. Sin embargo hay otros puntos críticos que deberíamos pensar sobre esta estrategia.

1) Pensando al Estado de Bienestar como un equilibrio del pasado basado en la correlación de fuerzas globales existentes, es poco probable que haya un “New Deal”, un pacto social y de justicia, como proponen fuerzas del liberalismo progresista y como exigen una parte de los movimientos sociales mexicanos. El problema aquí es que se piensa el pacto como un proceso de acuerdo racional y no como fruto de las luchas y de las resistencias.

2) Esta estrategia privilegia en exceso al aparato estatal y sus instituciones. El liberalismo ha propagado que los cambios se realizan a través del marco legal y constitucional. Como hemos visto, los cambios sociales, las leyes y las transformaciones sociales dependen de una serie de factores mucho más complejos que los procesos institucionales del Estado. Sin embargo, buena parte de la izquierda progresista ha comprado el discurso dominante que plantea y privilegia la comunicación, el diálogo y la institucionalidad como vehículo de cambio.

3) La estrategia también sobredimensiona y confunde el papel del Estado, pensando que es un instrumento que puede utilizarse para obligar al poder económico a supeditarse al poder político. Esta idea continúa el discurso dominante que plantea al Estado de derecho, la legalidad y la institucionalidad como un marco al cual incluso el poder económico debe sujetarse. En realidad, la historia contradice ese marco liberal, donde las elites y el poder económico han utilizado siempre el poder estatal para la acumulación y para proteger sus privilegios.

4) Por otro lado, esta estrategia es casi siempre de orden nacional y entre sus valoraciones no contempla que la forma del Estado en las periferias globales (autoritarismo, corrupción, colonialismo, racismo) SIGUE siendo funcional a los intereses de las clases dominantes y por ello, los Estados en los llamados países en vías de desarrollo, tercermundistas, periféricos o del Sur mantienen ciertas formas de supeditación, subordinación, explotación y dominio que son útiles a la acumulación de elites locales, “nacionales” o globales, y por tanto, la reestructuración del Estado se hace a la medida de las necesidades de dichas elites, dejando en numerosas ocasiones intocadas las relaciones de dominación. No evolucionaremos necesariamente pues, a democracias “avanzadas” o “maduras”, ya que la forma del Estado dependiente, colonizador y racista es funcional y siempre lo ha sido a la acumulación capitalista.

5) La estrategia se basa también en la premisa de que en México vivimos en democracia. Sería más certero si dijéramos como plantea Castoriadis que vivimos bajo una oligarquía liberal. Sostenemos que la llamada transición democrática es en realidad un pacto de elites para asegurar la estabilidad del sistema político. Un pacto que incluyó a la llamada izquierda partidaria y ha servido para fortalecer una nueva composición de la clase política, que sin embargo ha entrado en una profunda disputa y progresiva fragmentación y descomposición. Una especie de autoritarismo basado en el consenso, y en la renuncia a la participación a través de la delegación.

6) Por supuesto son posibles ciertas reformas y políticas públicas siempre y cuando no afecten la reproducción económica – conducida por las clases dominantes- y no abran verdaderamente el poder retenido por la clase política. Esta estrategia avanza en ciertos márgenes permisibles por las clases dominantes y mantiene el riesgo siempre de fortalecer su hegemonía.

7) Quizá la única posibilidad de un pacto es que la crisis financiera global cambie por completo la correlación de fuerzas estatales y empresariales, debilitando estructuralmente a las elites dominantes. Sin embargo, ese pacto dependería a la vez de una enorme fuerza social global que los obligara a ello.

Esta idea rectora, la de pactar, o incidir en la clase política para un posible acuerdo normativo para mejorar las condiciones de vida divide profundamente en dos campos a las izquierdas mexicanas: el primero aglutina a quienes orbitan alrededor del poder, los medios, el congreso y en su caso el poder judicial, lo que implica concentrar la energía en la elaboración de políticas públicas, cabildeo, reforma del estado, diálogo con los partidos e interpartidario, conferencias de prensa, diálogo con gobiernos municipales, delegacionales, estatales e instancias federales o bien insertándose y participando en dicha estructura. El segundo campo reúne a quienes se concentran en la calle, la movilización, los procesos sociales, la organización productiva, política, social y cultural, esencialmente de movimientos sociales, pero a la vez de barrios, comunidades, pueblos y sectores sociales. Es la primera gran división que analizaremos.

Pero existe una segunda posición sobre el pacto con el capital. Se piensa que si el capital no está dispuesto a negociar, entonces hay que obligarlo. La vía para obtener mejores condiciones de vida, es quitar del gobierno a los neoliberales, y desde el poder, afirmar la soberanía de la nación frente a otros países, especialmente frente a los imperialistas. Al interior de la nación, tomar la decisión de empujar otro modelo económico no neoliberal – que habría que apuntar que no queda exactamente claro cuál es-. Desde el gobierno, se tendría el poder – se piensa- para hacer ambas reorientaciones. Pero aquí, tenemos precisamente otra diferencia que separa a las izquierdas mexicanas. El tema del poder.

Enrique Pineda es licenciado en Sociología e integrante de Jóvenes en Resistencia Alternativa.

El Salvador: las torres y los puentes de la transición

El Salvador: las torres y los puentes de la transición Roberto Pineda 15 de mayo de 2015

“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”. Marx, C. Crítica del Programa de Gotha.

Los lejanos ecos europeos de la Critica del Programa de Gotha realizada por Marx hace 140 años todavía resuenan en las discusiones sobre la nueva sociedad salvadoreña que se construirá luego del capitalismo. Pero desde entonces ha pasado mucha agua bajo los puentes y muchos vendavales sobre las torres de los procesos y movimientos revolucionarios alrededor del mundo.

Incluso, en nuestro pequeño rincón “mágico” de este planeta globalizado, vivimos en una sociedad en disputa entre el proyecto popular y el proyecto oligárquico; y han pasado ya seis años del inicio de un nuevo periodo histórico, (junio de 2009) de control de la izquierda del gobierno central y se impone una evaluación sobre en qué medida hemos avanzado en la transición hacia un nuevo tipo de sociedad, que fue el propósito básico por el que se juntaron en octubre de 1980 las cinco fuerzas político-militares que dieron origen al FMLN.

Logro grande fue haber terminado con la dictadura militar en 1992, pero el sueño por el que se entregaba la vida iba más allá, hablábamos de una nueva sociedad, de socialismo. En definitiva, la izquierda marxista es básicamente un proyecto de transformación social.

Identificar los puentes y las torres

Debido a esto una preocupación central que debe de acompañarnos es la de identificar las torres y los puentes de este periodo de transición. Utilizo el concepto de puentes para referirme a las nuevas relaciones sociales que deberían estar surgiendo y volviéndose determinantes y el de torres para referirme a las viejas relaciones sociales que deberían de estar siendo eliminadas.

Claro está, hablamos de un proceso dialéctico de coexistencia y a la vez de disputa, de lucha en el que lo viejo se resiste a morir y lo nuevo pugna por nacer. Es preciso identificar lo nuevo (los puentes) para fortalecerlo y lo viejo (las torres) para terminarlo, tanto en la gestión gubernamental como en la sociedad en general, incluyendo al mismo partido revolucionario y al movimiento popular y social.

Por lo que el impulso a la construcción de una cultura democrática al interior del FMLN y en la sociedad salvadoreña es uno de los principales puentes que debemos de forjar. Y este es un proceso que nos llevara un largo período histórico, con avances y retrocesos, con fases y etapas, cada una de las cuales con su respectivo balance de fuerzas y tareas específicas. Pero lo importante es tener claridad del rumbo. Es lo clave.

Y en este singular marco de urgentes reflexiones sobre el rumbo, sobre la relación entre proyecto y horizonte, surgen preguntas ineludibles que debemos de respondernos para tener claridad sobre donde están las nuevas trincheras en las cuales asentarnos y cuáles son las torres que deben ser derribadas y los puentes que deben ser construidos. A continuación exploramos brevemente estos elementos desde algunas interrogantes fundamentales: entre otras el poder, las formas de lucha, el sujeto, la vanguardia, las alianzas, el programa, las relaciones internacionales.

El problema del poder: ¿tomarlo, conquistarlo, asaltarlo, romperlo, destruirlo, construirlo, desecharlo, ignorarlo, disfrutarlo?

La búsqueda del poder como premisa básica ha orientado la acción de la izquierda marxista-leninista salvadoreña desde hace 90 años porque el poder lo hemos concebido como un valioso objeto que hay que contemplar o capturar y luego retener. Como partido revolucionario lo teníamos para ejercerlo o no lo teníamos, no había términos medios. Así como que el tesoro del poder estaba en manos de la oligarquía y debía pasar a nuestras manos proletarias.

Era como un anillo o una cadena que había que arrebatar para ponerlo al servicio de los explotados. Esa era nuestra visión y es importante saber de dónde venimos para saber adónde vamos. Es claro que no venimos de los que hoy bajo el paradigma posmoderno predican cambiar el mundo sin tomar el poder o el desarrollo del anti-poder (Holloway, Negri) ni de la circularidad del poder de Foucault, ni de la visión zapatista del Sub Marcos, pero tampoco de los que practican y predican la construcción de poder popular (Dri). Es un debate de paradigmas de lucha que debemos de conocer.

Por el contrario, la meta soñada y hasta fumada era bajar de Guazapa y llegar e instalarnos en la Casa Presidencial de San Jacinto, el símbolo del poder, para desde ahí impulsar los cambios estructurales. Como ejemplo, en noviembre de 1989 las tropas del FMLN se trasladaron a la ciudad capital para buscar la conquista del poder. Y en esos mismos días de combate popular, en la ahora cercana Europa estaba cayendo el Muro de Berlín y fracasando estrepitosamente el modelo verticalista que había orientado por años, por décadas nuestra utopía. Ironías de la historia, mientras unos eran bajados otros iban subiendo la cuesta.

Para esta utopía clásica de “tomar el poder” durante el corto siglo XX hicimos uso de diversas formas de lucha. Intentamos la insurrección y fuimos derrotados. Luego de esta derrota de 1932, la izquierda o sea el PCS mantuvimos una rígida posición anti-electoral y de exclusiva lucha sindical hasta mediados de los años 60 que se decide participar en elecciones. Una década después, en los setenta competían en la “vanguardia dispersa” dos visiones: la de la lucha armada y la de la lucha electoral.

En los ochenta el problema del poder en teoría estaba resuelto: la lucha armada era la panacea. Nicaragua mostraba el camino, como Cuba lo había mostrado antes. En la práctica el problema era derrotar a las fuerzas armadas de la dictadura militar y para esto se necesitaba un ejército popular. Al final no se logra tomar el poder pero se logra un acuerdo negociado. Luego, en los noventa el problema del poder pasaba por derrotar por la vía electoral al partido de la oligarquía, el cual se esforzaba exitosamente por cierto, por imponernos la camisa de fuerza neoliberal, que aún llevamos puesta.

A finales de la primera década del siglo XXI (2009) se logra la meta de llegar al gobierno. Ahí estamos ahora. ¿Seguimos pensando en tomar el poder? Me parece que sí. Pero el problema está en que hoy el poder es más elusivo que antes. Y la reflexión teórica unida a la lucha popular en América Latina ha revelado que además de tomarlo se requiere construirlo y que el poder es una relación social de reconocimiento (Dri 2002). Incluso algunos aconsejan alejarse de él por su influencia nociva. Me viene a la mente en este tema del poder que en un divertido relato, Roque señalaba como se decide ir del Zoológico ¡a Casa Presidencial! (Las historias prohibidas…).

Es un hecho que durante 60 años, de la guerra de 1932 a la guerra de 1980 y a los acuerdos de paz de 1992, la izquierda marxista salvadoreña sobrevivió, creció y se convirtió en alternativa nacional bajo el paradigma de la escuela leninista, que aportó claridad de propósito, voluntad y disciplina militante y perspectiva de victoria. Esta es la raíz por la que hoy estamos como izquierda en el gobierno.
Este poder institucional alcanzado se deriva fundamentalmente de la autoridad política lograda durante la ética de la clandestinidad y la guerra, de la lucha contra la dictadura militar, y este es un tesoro que debemos ser cuidadosos en conservar y cultivar, porque puede fácilmente perderse, desgastarse. La gente nos observa y mide si seguimos siendo humildes y sacrificados, como en el pasado, por lo que no podemos permitir que nuestros aliados de GANA nos impongan su visión de mundo.
La pregunta del millón es desde aquí hacia donde caminamos. Hay diversos senderos en esta milpa: mantenernos a flote y tratar de evitar el conflicto (volvernos confiables para la oligarquía y el imperialismo, como algunos se esmeran en mostrarse); mantenernos y seguir o empezar a acumular fuerza social (no buscar la ruptura pero tampoco temerle); y mantenernos y desgastarnos hasta ser desplazados, llegar hasta donde nos lleve el río (los resultados electorales de este año son significativos).
Las nuevas realidades y los nuevos desafíos
Desde 1992 la construcción exitosa de un sólido aparato partidario electoral ha permitido a esta altura para el FMLN la acumulación de un considerable poder institucional (municipal, legislativo, ejecutivo, electoral, judicial, mediático), a lo que hay que agregar la importante y novedosa inserción en el aparato productivo vía Alba, así como la indiscutible hegemonía en el movimiento popular y social por medio de la Coordinadora Unitaria Social y Sindical (CUSS).
Es una acumulación política significativa y valiosa refrendada en el imaginario ´popular por una guerra contra la dictadura militar, que le permite al FMLN mantener la iniciativa política y sostener múltiples alianzas sociales (cafetaleros y un sector del bloque comercial árabe, entre otros) y alianzas legislativas incluso con desgajamientos de ARENA (partido GANA). Arrebatarle esta iniciativa es el sueño máximo de la derecha.
Es claro que la vía de la revolución no puede eludir los compromisos políticos tácticos con aliados no confiables, como el alcanzado recientemente para conducir la Asamblea Legislativa 2015-2018 un tramo el FMLN y el otro GANA a riesgo de quedar aislado. Incluso no puede descartarse la necesidad en determinado momento de realizar repliegues tácticos e incluso estratégicos, como respuesta a las realidades políticas de la lucha de clases, o sea a la correlación de fuerzas sociales y políticas.

En general, la táctica seleccionada e implementada por la conducción política del FMLN durante veinte años parece rendir frutos. Pero no obstante que existen nuevas acumulaciones derivadas de la gestión gubernamental social, esta política tiene límites. Y hay que conocerlos para enfrentarlos.

Existe un poder en disputa, con nuevas realidades y nuevos desafíos. Tiene límites electorales como lo indican las elecciones de este año y tiene frágiles techos políticos ya que la derecha ha podido crecer electoralmente y consolidar su instrumento político, y lo más peligroso a mediano y largo plazo, ha fortalecido sus aparatos de dominación ideológica, en particular ha recobrado su hegemonía en la Iglesia Católica Romana, ha crecido en iglesias protestantes derechistas, ha logrado apoderarse de la conducción de la UES; así como atomizar y silenciar al movimiento artístico y cultural contrahegemónico.

Cada uno de estos espacios puede considerarse como Territorios Sociales en Disputa por la Hegemonía, (TSDH) categoría que nos permite entender las fluctuaciones en los esfuerzos por la conquista de la hegemonía, la cual se lucha palmo a palmo, pulgada a pulgada. Y a la vez comprender que toda relación de poder se expresa como relación entre dominadores y dominados. No podemos a esta altura ser ingenuos.

Este poder en disputa ha permitido el desarrollo de una peligrosa cultura delincuencial que al romper y terminar con los lazos y la organización popular y comunitaria, se ha apoderado de buena parte del territorio de los sectores populares, imponiendo un ánimo de desconfianza, temor y resignación, de individualismo y consumismo, de alejamiento de las luchas populares así como de la potencial búsqueda desesperada de opciones autoritarias de derecha.

Por otra parte, la oligarquía en este periodo ha sido desplazada del ejecutivo pero ha logrado avanzar en la consolidación de su hegemonía o sea su legitimidad como clase dominante, aceptada por los grupos subalternos. Romper de nuevo esta torre es de crucial importancia y ya fue hecho en el pasado, durante la década del setenta. Es posible reconstruir la hegemonía y es parte de la construcción del poder popular.

Lo anterior amerita una profunda reflexión desde la militancia de izquierda dentro y fuera del FMLN sobre la necesidad de convertir cada espacio político ganado –legislativo, municipal, ejecutivo) en espacios de disputa ideológica por la hegemonía y de construcción de poder popular; y cuando hablamos de poder popular nos referimos a un poder horizontal democrático, desde abajo.
Las nuevas realidades y los nuevos desafíos nos exigen saber combinar lo acumulado en el poder institucional (desde arriba) con lo acumulado en poder popular (desde abajo) que permita lograr la ruptura con el sistema. Pensar que se lograra avanzar exclusivamente desde la gestión gubernamental es ilusorio. Se necesita la presión popular.

Y un elemento fundamental radica en fortalecer y ampliar el movimiento popular y social y acompañarlo en sus justas luchas. En definitiva regresar a la antigua tarea leninista de organizar, concientizar y movilizar a los sectores populares, pero bajo una nueva visión, horizontal, democrática, alternativa. Los agachados de Rius deben ponerse de pie. Los hacelotodo de Roque deben de organizarse y luchar. Pero no debemos seguir reproduciendo relaciones de dominación. Por suerte, faltan tres años para nuevas elecciones, que podemos aprovecharlos en discutir y proponer nuevos desafíos. Entre estos el de la construcción de poder popular.

Porque si la hegemonía en el FMLN y en la sociedad no se construye desde un inicio, desde nuestro primer acercamiento, desde los primeros pasos, desde los primeros besos del noviazgo, no la vamos a construir después, es “paja” como decimos, y estaremos repitiendo relaciones de subordinación o de clientelismo, igual que en el pasado.
No podemos seguir siendo los iluminati, la elite revolucionaria, los que saben, los que mandan, los que conocen, los que bajan la línea…a la base, a los compitas, al movimiento social y popular. Por el contrario, debemos promover el protagonismo popular, la relación horizontal, de verdaderos camaradas de lucha social, incluyendo la electoral. Nos educamos todos y todas en la misma lucha, en la práctica social. ¿Verdad Paulo?
No podemos seguir buscando súbditos o soldados, sino compañeros y compañeras que nos realicemos como personas en la lucha revolucionaria. No se trata de un cambio de dominadores sino de combatir hasta eliminar la dominación. La felicidad es la lucha decía Marx. Es un cambio radical de visión. Y choca contra el peso de nuestra tradición autoritaria que es muy fuerte. Como dice la canción chilena: “porque esta vez no se trata de cambiar a un presidente…”
Esta vez necesitamos abrir nuevas ventanas que nos amplíen el horizonte y abrir nuevas puertas hacia el corazón de la gente, construir hegemonía cultural y poder popular para lo cual son valiosas las enseñanzas del revolucionario italiano Antonio Gramsci. Y también de la alemana Rosa Luxemburgo. Y de nuestra herencia latinoamericana. Construir lo que Schafik llamaba un partido de luchadores sociales para transformar el sistema, el sistema capitalista.
El problema del sujeto revolucionario: ¿clase obrera o sectores populares?
Desde la formación en los años veinte del siglo pasado, de los primeros grupos marxistas en sectores artesanales, la izquierda salvadoreña asumió por principio doctrinal a la clase obrera como la principal fuerza motriz de la revolución. Como la clase destructora del capitalismo y constructora del socialismo. Como el sujeto señalado por la historia para conducir el proceso revolucionario. Y además lo decía el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Y lo repetía Lenin. Y hasta Trotski lo aceptaba. Y el camarada Mao. Por eso fue recibido con mucho entusiasmo el proceso de industrialización sustitutiva de importaciones de los años sesenta. Estaba naciendo nuestra clase obrera industrial. Se creaban las premisas materiales para el socialismo.
Pero sucedió que cuando estalló la guerra revolucionaria en los ochenta fueron pocos los obreros que se incorporaron a los frentes guerrilleros. No hubo insurrección en el Bulevar del Ejército ni huelga general. Lo que hubo fue una larga guerra (doce años) dirigida por sectores procedentes de la pequeña burguesía (Schafik, Joaquín, Ferman, Roca, e incluso Leonel) y librada por sectores campesinos. Y el propósito era apoderarse de la olorosa guayaba* que descansaba en los jardines de casa Presidencial.
Y aunque después los obreros desde la UNTS, pero principalmente los empleados públicos en los años ochenta se convirtieron en una poderosa oposición popular a la dictadura militar, el peso de la rebeldía, de la guerra, fue llevado por los sectores campesinos, principalmente jóvenes, en Guazapa, Chalatenango y Morazán.
Posteriormente luego de los Acuerdos de Paz, observamos un significativo cambio en el discurso del FMLN, de manera que cuando se constituye como partido político en 1994 abandona su adhesión a la clase obrera y se identifica como un partido de naturaleza popular en general.
El problema de la vanguardia o la conducción revolucionaria.
Con la creación el 30 de marzo de 1930 del Partido Comunista los revolucionarios marxistas habían resuelto el problema de contar con una vanguardia del movimiento popular. Esta vanguardia recién creada se encontró con la necesidad de conducir militarmente una insurrección a la vez que organizaba su participación electoral. Singular dilema que fue resuelto en beneficio de la oligarquía, la cual mediante el ejército hizo fraude electoral, aplastó el levantamiento y condenó a la muerte, clandestinidad o al exilio a los comunistas sobrevivientes.
Luego de la derrota de 1932, las ideas de Lenin permitieron sobrevivir a la dictadura militar y finalmente derrotarla. Lograron forjar militantes de acero que resistieron la soledad de la clandestinidad, la tortura en las cárceles y derrotaron ya durante la guerra del ochenta, las ofensivas contrainsurgentes. La férrea disciplina leninista permitió el maravilloso hecho de transformar la fuerza de los movimientos de masas en fuerza guerrillera y luego en fuerza electoral.
Pero a la vez construyó por décadas esquemas mentales verticalistas y una cultura política autoritaria. Desde lo alto se bajaba la línea para ser seguida por las bases. Y la conciencia política, nos enseñaba el Qué hacer? era “inyectada” por los “revolucionarios profesionales” del partido revolucionario a los obreros o sectores populares. Esa fue la otra cara de la moneda.
¿Cómo entonces resolver la necesidad de una conducción revolucionaria con la necesidad de profundizar la democracia hacia el interior de la izquierda? Durante la clandestinidad y la guerra, muchas veces el mismo enemigo se encargaba de garantizar la continuidad y el cambio de la conducción mediante la represión. En la actualidad la conducción política histórica se vuelve un privilegio que permite acceder de manera permanente a espacios de poder institucional y partidario.
Y esto origina la conservación y reproducción de esquemas verticalistas y autoritarios heredados de la guerra y de la anterior clandestinidad. ¿Cómo garantizar entonces en la conducción la combinación de experiencia y juventud? ¿Cómo garantizar el ineludible relevo generacional? ¿Cómo garantizar la representación regional y de género? ¿Cómo construimos hegemonía y no clientelismo? Únicamente mediante la democracia interna y realizada bajo el asedio de la derecha, del imperialismo, no hay otro camino. No podemos ofrecer a la sociedad lo que no tenemos.
El problema de las alianzas
Luego de la derrota de 1932, periodo en el que por problemas de sectarismo no se logra construir una alianza del PCS con los sectores democráticos araujistas, la izquierda ha logrado acercarse a los sectores democráticos en diferentes periodos históricos. La lucha contra la dictadura militar comprendió diversas experiencias de este tipo.
Durante las jornadas de abril y mayo de 1944 el PCS logra incorporarse a la gran alianza de militares y civiles democráticos que realiza el derrocamiento del General Martínez, y luego unir fuerzas alrededor de la candidatura del Dr. Arturo Romero; durante las jornadas de septiembre y octubre de 1960 se logra unificar a sectores democráticos contra el Coronel Lemus; en 1972 y 1977 en marco de la Unión Nacional Opositora (UNO) se aglutinaron democratacristianos, socialdemócratas, militares progresistas y comunistas. La Guerra Popular Revolucionaria de los años ochenta estuvo acompañada por la alianza entre el FMLN y el FDR, que tuvo como primer presidente al ganadero demócrata Enrique Álvarez Córdoba. Y en la actualidad los dos gobiernos del FMLN han tenido a su base la alianza con sectores democráticos.
El problema del programa
Durante sesenta años el problema de la conquista de la democracia frente a una dictadura militar constituyó la principal bandera de lucha de los sectores populares salvadoreños. Era el corazón del programa histórico de la revolución salvadoreña. A esta reivindicación fundamental se sumaban las de una reforma agraria profunda y las de la liberación de la dependencia del imperialismo estadounidense.
En la actualidad y en el marco de una sociedad, una economía y una cultura neoliberalizada, con un segundo gobierno de izquierda, con una tercera parte de la población viviendo en Estados Unidos, las banderas de lucha se han modificado y se cristalizan en la lucha por el empleo, la calidad de vida y la seguridad. Estas luchas están mediadas por un crecimiento significativo del sector informal en la economía y del sector delincuencial en la sociedad.
El problema de la inserción o de las relaciones internacionales.
Los revolucionarios de las jornadas de enero de 1932 se atrevieron a formar soviets por algunos días en el occidente del país, luego fueron barridos por la metralla oligárquica. Sabían que contaban con la solidaridad de la entonces joven Unión Soviética y que al triunfar la revolución iban a recibir apoyo y solidaridad del primer estado socialista. Este fue una convicción que se mantuvo vigente por sesenta años. A este fenómeno Schafik lo llamó las revoluciones “insertadas” en el campo socialista.
Las realidades han cambiado. Los Estados Unidos lograron luego del desmoronamiento del Campo Socialista dirigido por la Unión Soviética, erigirse como la única superpotencia militar, en un mundo compuesto de bloques económicos (Unión Europea, China-Japón) que luchan por la conquista de mercados. Y en los Estados Unidos vive una tercera parte de nuestra población. Esto hace que las relaciones con Washington sean muy sensibles, pero no deberían ser de subordinación.
Y en especial en un mundo donde ha surgido últimamente un bloque de fuerzas conocido como BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudafrica, que representa una alternativa ante estos bloques. Y en una Latinoamérica atravesada por gobiernos progresistas de diverso signo: Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Cuba, Nicaragua, El Salvador. Este es el complejo mundo en el que nos movemos. Y en el que necesitamos diseñar una estrategia que nos permita navegar en estas aguas sin naufragar.
Conclusiones
La impresionante y considerable acumulación política lograda por el FMLN únicamente puede ser mantenida y consolidada en la medida que este respaldada por un partido revolucionario que combine la fortaleza electoral con la fortaleza de la lucha social; acompañado de un poderoso movimiento popular y social que construya desde sus territorios hegemonía cultural y poder popular; que vincule su accionar a las luchas revolucionarias libradas por los pueblos latinoamericanos y caribeños. En esta tarea el recuperar la memoria histórica se vuelve una necesidad estratégica, así como la lucha por recuperar el derecho a la tranquilidad, a vivir en paz y con seguridad.

*En El Salvador la fruta de la guayaba se relaciona con el poder gubernamental.

Álvaro Cedeño: Conceptos remolones

Álvaro Cedeño: Conceptos remolones
POR Álvaro Cedeño / acedenog@gmail.com – Actualizado el 11 de mayo de 2015 a: 03:33 p.m.

¿Cuánto tiempo tarda una buena idea en convertirse en resultados? Con cuánta frecuencia le ponemos ilusión a una idea, pensando erróneamente que pronto dará resultados. Hace más de cuarenta años comentaba sobre la importancia del planeamiento estratégico con el rector de una universidad. Cero respuesta.
Hoy, tener un plan estratégico es uno de los elementos exigidos como parte de los esfuerzos de calidad de las universidades.
Hace igual tiempo, argumentos sistemáticos sobre la importancia de la función de mercadeo en uno de los bancos del estado, encontraron como respuesta ¿Para qué? Nunca tendremos que competir con nadie.
El libro de Drucker sobre innovación y emprendimiento cumple este año, treinta. Y no es sino muy recientemente que se han popularizado ambos temas.
La caja dentro de la cual nos encontramos encerrados supone que todo lo estamos haciendo bien y que el entorno con el cual estamos lidiando, no cambiará.
El cambio disruptivo del cual empezó a hablar Clayton Christensen hace casi veinte años en “El dilema del innovador”, todavía sigue tomando por sorpresa a distintas actividades empresariales, a pesar de lo claro que todos tenemos el fenómeno y de lo palpable que resulta, por ejemplo, la forma cómo Amazon arrasó el negocio de las librerías y está transformando ahora otros negocios.

En una empresa de productos lácteos, hace mucho tiempo plantee a sus ejecutivos el problema de qué hacer en el caso de que surgiera competencia en helados, producto muy rentable entonces. El ejercicio no pudo ser completado porque los ejecutivos consideraron que era un problema que apenas cabía en la imaginación de alguien que no conociera a fondo el negocio.

Abrámosle paso a preguntas aparentemente absurdas: ¿Cómo alojar viajeros sin construir nuevos hoteles? Airbnb lo hace. ¿Se puede incursionar en el negocio de taxis sin más automóviles?

Busque las aplicaciones de viajes compartidos (rideshare). Eso invita a preguntarse si se podría mejorar la educación pública sin tener que convertir a los maestros. O si la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) podría promover la salud a través de los grupos naturales de amigos. O resolver los problemas de transporte urbano sin nueva infraestructura.

Un amigo recomendaba que una vez que hubiéramos visto muchas veces un paisaje o un ángulo de la ciudad, convenía ponerse cabeza abajo para tener una percepción totalmente distinta de la habitual.

Un día al mes deberíamos ponernos cabeza abajo para mirar el entorno, nuestras rutinas, lo consabido, desde una perspectiva fresca. O caminar hacia atrás. O escribir con la mano menos diestra. Porque sigue habiendo una ventaja en ser el que primero mueve.

La construcción del poder popular

Rubén Dri

La construcción del poder popular

“Los que son considerados como jefes de las naciones, las gobiernan como si fueran sus dueños; y los poderosos las oprimen con su poder. Pero entre ustedes no ha de ser así. Al contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, que se haga servidor de todos, y el que quiera ser el primero, que se haga el siervo de todos” (Mc 10, 42-43) .

El poder es uno de esos temas cuya historia es tan antigua como la humanidad. Desde siempre, a pesar del individualismo liberal, sabemos que el hombre es un ser esencialmente social. Nunca existió el ser humano solo, en soledad absoluta. Existieron hermitaños que vivieron su soledad en el desierto, pero previa su propia socialización. Pues bien, la simple relación de dos personas plantea el problema del poder. Si queremos influir en un cambio social, si pensamos en la revolución, resistiendo la corriente de considerarla como una cosa del pasado, propia de mentes simplemente románticas o nostalgiosas, no podemos menos de replantearnos ese problema tan antiguo y tan nuevo. Es lo que trataré de hacer en estas breves reflexiones.

1. – El poder como objeto.

En los movimientos sociales y políticos de las décadas del 60 y 70 que marcaron profundamente a nuestra sociedad, el problema del poder fue planteado con fuerza, en contra de concepciones de izquierda tradicionales para la cuales el tema se postergaba de manera indefinida. Partidos considerados siempre de izquierda como el Partido Comunista, los diversos Partidos Socialistas, las variantes maoístas y trotzquistas no se planteaban el problema del poder. No significa ello que no hablasen sobre el poder. El asunto es que para ellos el problema no se imponía como una exigencia perentoria a realizar. No se cuestionaba en los hechos seriamente el poder del capitalismo. Por una u otra razón, la revolución estaba postergada, de manera que había tiempo de sobra para debatirlo. El problema, en cambio, adquirió no sólo actualidad, sino exigencia perentoria en las diversas agrupaciones y partidos de una nueva izquierda, por llamarla de esa manera, que se proponían hacer la revolución. Ello significaba, terminar con la sociedad capitalista, sustituirla por una sociedad socialista. Ya no se trataba de una meta lejana, sino de algo que estaba en cierta manera a la mano. El debate sobre el poder fue intenso, y las concepciones, diversas, pero todas, de una u otra manera se sintetizaban en “la toma del poder”. En realidad la expresión pertenece a la teoría que fundamentó los procesos revolucionarios del siglo veinte. Toma del poder, asalto al poder, asalto al cielo, son expresiones equivalentes. Sin duda que son movilizadoras, encienden en la imaginación figuras utópicas que impulsan a la voluntad para la lucha. El poder, en primer lugar, es concebido como un objeto. Así como se puede tomar, asir, o, en términos populares, “agarrar” un objeto, también se puede tomar o agarrar el poder. De esta manera, se piensa que no se tiene el poder, no se lo ejerce, hasta que no se lo ha tomado. El poder está en manos de las clases dominantes, de los grandes consorcios, del ejército. En fin, alguien, o algunos lo tienen. Se trata de arrebatárselo. En segundo lugar, el poder está en un lugar determinado. Ese lugar puede ser la “Casa Rosada”, Campo de Mayo o La Tablada. Quienes están ahí tienen el poder. Para arrebatárselo es necesario trasladarse hasta ese lugar.

La columna del Che, desde la sierra Maestra a Santa Clara, y desde allí a la Habana, o la “Larga Marcha” a Pekín son símbolos de este ir hasta el lugar donde se encuentra el poder, para tomarlo, arrebatándoselo al enemigo. El poder, en consecuencia, es como una cosa que está en un determinado lugar al que hay que trasladarse para tomarlo. Algo semejante a la expedición de los Argonautas dirigidos por Jason a la Cólquide para arrebatar el célebre “vellocino de oro”. Pero ya se sabe, semejante tesoro está bien guardado, bien custodiado. La marcha para su conquista no es una fiesta, sino una lucha. Menester es tener la organización y los instrumentos necesarios para dar esa lucha. El instrumento por excelencia es el partido político. Para la toma del poder se necesita un partido revolucionario y para que éste lo sea, debe estar constituido por el sujeto o los sujetos revolucionarios. Como en la teoría marxista tradicional el sujeto revolucionario es el proletariado, el partido debe ser un partido obrero y, su meta próxima es la conquista del poder y el establecimiento de la dictadura del proletariado. El concepto de “dictadura del proletariado” es por demás significativo. Normalmente significó lo contrario a la democracia, en cualquiera de sus formas. Entiendo que no fue ésa la concepción de Marx, en el cual, por otra parte, el concepto es marginal, nunca tematizado. Pero en él el concepto de dictadura no se oponía al de democracia, en el sentido de elecciones, partidos políticos diferentes, en la medida en que consideraba que las democracias burguesas eran dictaduras. Ello significa que para Marx la dictadura implicaba la dominación de una clase sobre las otras, no necesariamente la de un partido político. Así como la dictadura de la burguesía se ejerce mediante diversos partidos políticos, lo mismo podría hacer el proletariado. Quiero decir que la lógica de la dominación de clase no implica necesariamente el partido único.

El establecimiento de las dictaduras del proletariado ha producido resultados decepcionantes. Los partidos revolucionarios que lograron la toma del poder establecieron efectivamente una dictadura que se llamó “dictadura del proletariado” pero que, en realidad, fue una dictadura del partido, del aparato burocrático y finalmente del líder, depositario de la ciencia. La revolución se había realizado para construir una sociedad plenamente liberada, con igualdad efectiva de derechos para todos. La realidad fue decepcionante. La dominación no fue quebrada sino sustituida. Los revolucionarios pasaron a ser los nuevos señores. Mentiras, crímenes y corrupción acompañaron a la nueva sociedad, que no resultó nueva, sino antigua. La caída del Muro de Berlín es el símbolo de la derrota de las revoluciones que tomaron el poder. Hablar de traición, referirse a las condiciones difíciles en que se produjo la revolución soviética, a la temprana muerte de Lenin y a otras circunstancias, de ninguna manera logran explicar un fracaso tan rotundo. Volver al debate entre Lenin y Rosa Luxemburgo pude ser un ejercicio excelente, no para darle ahora la razón a Rosa, sino para bucear en el destino de una revolución realizada por una organización, el partido político, que “toma el poder”.

2. – Hegemonía y poder.

Como es sabido el triunfo de la revolución en la Rusia zarista y las derrotas de los intentos revolucionarios de la segunda década del siglo XIX en Alemania, Hungría e Italia, llevaron a Antonio Gramsci a una profunda reflexión sobre las causas de tan dispar destino de los intentos revolucionarios. La contribución más importante de estas reflexiones gira alrededor del concepto de hegemonía que, desde entonces figura en todas las elucubraciones que tienen que ver con la realidad política. Me interesa en estas reflexiones trabajar sobre la relación que veo entre dicho concepto y la construcción del poder popular, reinterpretando el concepto de hegemonía, o, incluso, corrigiéndolo. Para empezar, hay una observación importante que hace Gramsci al referirse a las diferencias existentes entre las tareas que le esperan a la revolución de octubre y las que es perentorio realizar en las revoluciones del los países centroeuropeos. Siendo la sociedad zarista una sociedad en la que prácticamente no había sociedad civil, tomado el Estado, o la fortaleza, como lo denomina Gramsci, la tarea a realizar era nada menos que la de crear la sociedad civil, lo que significa, crear la hegemonía, entendida ésta como consenso de los ciudadanos. Ese consenso es poder. Construir la hegemonía es construir poder, poder horizontal, democrático. Esta tarea no puede ser creada desde arriba, pero es el único lugar en que esa revolución la podía realizar. Una contradicción prácticamente insoluble, como se mostró ulteriormente.

Como se ve, me estoy sirviendo del concepto gramsciano de hegemonía, pero transformado o reinterpretado, como se quiera. Es muy difícil, por no decir imposible, que la revolución soviética no terminase en el estalinismo. De hecho, esto ya había sido expuesto por Hegel en la célebre dialéctica del señor y el siervo. El camino del señor es un callejón sin salida. Desde el poder de dominación, aunque éste se denomine “dictadura del proletariado” es imposible pasar a una sociedad del mutuo reconocimiento. Los sujetos no se realizan por una concesión que hace desde arriba. Se conquista en una lucha en la que los siervos, dejan de serlo, no se reconocen como siervos, sino como sujetos. Gramsci plantea correctamente, para las sociedades avanzadas, con sociedad civil ampliamente desarrollada, que la hegemonía debía preceder a la toma del poder o del Estado. Creo que ese principio vale para toda revolución y no sólo para las sociedades avanzadas, porque si la hegemonía no se construye en el camino, no se la construirá posteriormente. Se repetirán las prácticas anteriores. La hegemonía como consenso democrático no puede ser construido desde arriba, porque ello implica subordinación. Quien detenta el poder del Estado o el poder político y económico puede obtener legitimación, que implica aceptación de la dominación, pero no hegemonía en el sentido de consenso democrático. Éste sólo puede lograrse desde el seno de la sociedad

civil. Es una construcción que se realiza entre iguales. Algunos ejemplos históricos ilustrarán lo que quiero expresar. Tomaré dos de los más significativos, el del cristianismo primitivo y el de la Revolución Francesa. El primero como un caso histórico que muestra la conquista y la pérdida de la hegemonía, y el segundo, el de una conquista que se mostró irreversible. Después de la muerte de Jesús de Nazaret que había bregado por una revolución igualitaria en la sociedad hebrea del siglo primero, sus discípulos, una vez recuperados del desconcierto de la derrota que significó la muerte de su líder, comenzaron a repensar su práctica en un contexto totalmente distinto. Efectivamente, del pueblo hebreo, en el cual había una historia en la que se insertaba el proyecto liberador de Jesús habían pasado a habitar en pueblos sometidos por el imperio romano, en los que la única manera de insertar el proyecto era enfrentar al poder opresor del imperio. La tarea que emprenden es la de una verdadera lucha por la hegemonía que implica, entre otras cosas, reinterpretar determinados símbolos, cambiando su sentido, de opresor en liberador, y crear otros. Tomaré algunos de los símbolos más significativos que tuvieron esta metamorfosis.

2. 1.- El evangelio viene del pobre, no del poder.

“Principio del evangelio de Jesús Cristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1). Así comienza Marcos su narración sobre la práctica y el mensaje de Jesús de Nazaret, conocida como evangelio. Hoy el vocablo “evangelio”, reinterpretado desde el poder de dominación, ha pasado a significar una narración religiosa sin connotación alguna con cuestionamientos que tenga que ver con situaciones sociales, económicas o políticas. Sin embargo, se trata de una de las geniales creaciones del lenguaje anti-imperial de algunas de las primeras comunidades que contraponen la práctica y el mensaje liberador de Jesús de Nazaret a la práctica y el mensaje opresor del imperio romano. Efectivamente, según el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento es “un término técnico para ´nuevas victorias´”, especialmente en las batallas militares”. (Ched Myers, 1988 p. 123). El evangelio del imperio se transmitía a través de las victorias de las tropas que significaban destrucción, muerte y opresión para los vencidos. La descripción del “endemoniado de Gerasa” nos muestra claramente las consecuencias de semejante evangelio: “Andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los cerros, gritando y lastimándose con piedras”. (Mc 5, 5). El demonio que se había apoderado de este individuo se llamaba “legión”, es decir, el imperio romano en su expresión más tenebrosa para los dominados, el ejército. La dominación ocasiona desequilibrios en los dominados. A éstos se les cierra el horizonte, se les truncan las posibilidades de realizarse como sujetos. Son reducidos a objetos descartables. La osadía de Marcos es mayúsculas. El verdadero evangelio no es el que transmite el imperio sino el que surge del mensaje del campesino de Nazaret llamado Jesús. El evangelio es: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios: conviértanse y crean en el evangelio”. (Mc 1,

15) . El evangelio o buena nueva o excelente noticia no es el imperio romano sino el Reino de Dios. El Reino de Dios es una sociedad antimonárquica, antijerárquica, antitributaria. Es una sociedad de iguales, de hermanos, en la que todo se comparte. El único rey aceptado es Dios quien ni vive en templos sino en el pueblo. Toda la actividad de Jesús se realiza en las aldeas, en el campo, en las casas de familia, en las sinagogas. El templo, para Jesús, es como la higuera que no da frutos.

2. 2.- El campesino Jesús es el Señor, no el emperador.

En la ideología del imperio, había un solo Señor, el emperador, el verdadero “señor del mundo” como la denomina Hegel. En su lucha contrahegemónica las comunidades cristianas otorgan ese título a Jesús, el campesino de Nazaret que pasa a ser el Cristo, el Señor – Kyrios-. Ésta es la raíz de las persecuciones que sufrirán diversas comunidades cristianas. Celso nos proporciona un buen testimonio sobre el tema. En efecto, al principio que sostienen los primeros cristianos sobre la imposibilidad de servir a dos señores, contesta Celso que ésas son “palabras de facciosos que quieren hacer grupo aparte y separarse del común de la sociedad”. (Celso, 1989 p.111) Más adelante agrega Celso: “quien, hablando de Dios, declara que hay un solo ser al que se debe el nombre de ´Señor´, es un impío que divide el reino de Dios e introduce en él la sedición, como si hubiese dos partidos opuestos, como si dios tuviese delante de sí un rival para hacerle frente”. (Id. p. 112). La indignación de Celso es explicable. Los cristianos admiten al Cristo como único Señor. Ello significa que se lo niegan al emperador y a los dioses del imperio. En consecuencia se niegan a participar en los cultos públicos, pues éstos significaban la legitimación del imperio. Era la utilización te la teología para legitimar el poder de dominación imperial, ese pecado que es imperdonable al decir de Jesús. (Mc 3, 28-30).

Con más claridad y contundencia todavía se expresa Celso: “Suponed que os ordenen jurar por el Jefe del Imperio. No hay ningún mal en hacer tal cosa. Porque, es entre sus manos en donde fueron colocadas las cosas de la tierra, y es de él de quien recibís todos los bienes de la existencia. Conviene atenerse a la antigua frase: ´Es necesario un solo rey, aquel a quien el hijo del artificioso Saturno confió el cetro´. Si procuráis minar este principio, el príncipe os castigará, y razón tendrá; es que si todos los demás hiciesen como vosotros, nada impediría que el Emperador se quedase en solitario y abandonado y el mundo entero se tornaría presa de los bárbaros más salvajes y más groseros. No existiría en breve ninguna señal de vuestra hermosa religión, y lo mismo acontecería de la verdadera sabiduría entre los hombres”. (Celso, 1989 p. 122). Hic Rhodus, hic salta! Aquí hay que saltar. Aquí está el problema que los cristianos le plantean al imperio, aquí se encuentra la clave de las persecuciones. Celso es claro y contundente. Dice que en manos del emperador “fueron colocadas todas las cosas de la tierra”. Los cristianos lo niegan. Ellas están en manos del único Señor que no es precisamente el emperador. Éste las ha usurpado. Del emperador reciben todos los bienes de la existencia sólo los poderosos, los que pertenecen a la burocracia imperial o a la aristocracia. La mayoría no sólo no recibe esos bienes, sino que recibe los males de la opresión militar, de la opresión económica, del hambre y la muerte, denunciados por el apocalipsis en las figuras de los jinetes. (Ap ).

2. 3.- Jesús es el Hijo de Dios, no el emperador.

“Cayo Octavio nació el 23 de septiembre del año 63 a.e.c. y se convirtió en hijo adoptivo y heredero legítimo de Julio César, asesinado el 15 de marzo del 44 a.e.c.. Luego de la deificación de César por el Senado de Roma el 1º de enero del 42 a.e.c., Octavio se convirtió inmediatamente en divi filius, hijo de un divino” (Crossan 1996 p. 20). Octavio, el fundador del imperio romano es proclamado Hijo de Dios. El poeta Virgilio se encargará de fundamentar la naturaleza divina del emperador en la Eneida y en la Cuarta Égloga. Mientras en la primera de estas obras narra la historia de la estirpe divina de los emperadores romanos, en la segunda celebra el “nuevo orden” que comienza con el imperio. En la moneda que le presentaron a Jesús cuando tramposamente lo interrogan sobre la licitud del pago del tributo al César se leía: Ti(berius) Caesar Divi Aug(usti) F(illius) Augustus cuya traducción es: “Tiberio Augusto, César, hijo del divino Augusto”. De modo que el poder del emperador se encontraba legitimado religiosamente. Había una teología imperial que sostenía la naturaleza divina de quien detentaba el poder. El título de augusto que recibía tenía carácter divino. El Apocalipsis tiene las expresiones condenatorias más terminantes para este tipo de legitimación religiosa. Marcos inicia su evangelio de la siguiente manera: “Principio arjé del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”.

El Génesis inicia la obra de creación del mundo de la misma manera: “En el principio” en arjé. No es casual. Se trata de una nueva creación. Jesús crea un mundo nuevo, una nueva sociedad. Mujeres y hombres nuevos. Con Jesús comienza el mundo nuevo y no con Octavio como proclamaba Virgilio en la célebre cuarta égloga. Jesús, el Cristo, es decir, el Ungido, el Mesías es el trae el evangelio, no el emperador, como hemos visto. Por otra parte, Jesús es el verdadero “Hijo de Dios”, no emperador romano. Menester es captar esta categoría aplicada a Jesús, el Cristo, en todas sus dimensiones, es decir, en su dimensión político-religiosa. En primer lugar, su sentido político. Proclamar a Jesús de Nazaret, un campesino de la oscura región de Galilea como el verdadero Hijo de Dios, tenía un claro sentido antiimperial. Marcos escribe su evangelio para mostrar que efectivamente es ese campesino el verdadero Hijo de Dios. Esta proclamación, por otra parte, tenía un profundo significado religioso en el que se encuentra implicado no sólo Jesús, sino también todos los hombres. Para entender esto debemos pasar del concepto al símbolo, o mejor, devolver esa expresión a su expresión simbólica como lo fue en su creación. Su paso del símbolo al concepto y, de éste, al dogma, lo empobreció, unilateralizó y permitió que se lo utilizara en forma opresora. La realidad es infinita, inagotable. El ser humano se encuentra abierto a esa infinitud. Abierto a ella, pero sin poder nunca agotarla o abarcarla completamente. Los símbolos expresan esa infinitud, por lo cual son polisémicos. Poseen múltiples, inagotables significaciones. El concepto, en cambio, acota las significaciones de los símbolos. El símbolo transformado en concepto pasa a tener una significación unívoca, presta para ser propuesta como dogma. La expresión “Hijo de Dios” es uno de los símbolos más ricos y profundos de la experiencia religiosa. En ese nivel, es decir, como símbolo expresa, por una parte que en Jesús de Nazaret, en su práctica y su mensaje se nos presenta Dios. En otras palabras, la práctica y el mensaje de Jesús nos hablan de la presencia de Dios. Por otra parte, esa elevación del hombre a la divinidad pertenece a todo hombre. Jesús, el Cristo, es una manifestación eximia de la elevación del ser humano.

Nadie puede saber, conceptualmente, qué significa ser Hijo de Dios. Sabemos qué significa ser hijo de un padre y de una madre humanos. Transportar esta experiencia a la divinidad sólo puede hacerse de manera simbólica, o, en todo caso, analógica, pero nunca como una verdad que puede afirmarse conceptualmente y, menos, dogmáticamente. Pero en una sociedad como la helenista el paso de lo simbólico a lo conceptual era una necesidad. Ello no significa todavía su paso a lo dogmático. Éste se dará no por una necesidad cultural sino política. Efectivamente, se hace en el siglo IV cuando las comunidades cristianas conforman la iglesia, una institución ya avanzada en su proceso de jerarquización que negocia con Estado, esto, con el imperio romano los espacios de poder. El símbolo reducido al concepto y éste, al dogma, queda bajo la interpretación de la institución que ha realizado la transmutación. Naturalmente que no se puede entender conceptualmente cómo es eso de que un hombre sea al mismo tiempo Dios o Hijo de Dios. Se lo impone dogmáticamente y se lo declara un “misterio” que debe ser aceptado por la fe o adhesión ciega, incomprensible. Efectivamente, la elevación del ser humano a la divinidad, o, en otras palabras, la trascendencia del ser humano es incomprensible para el intelecto, es decir, no se puede traducir conceptualmente. Pero es plenamente comprensible en el nivel simbólico, únicamente manera de expresar las experiencias más profundas del ser humano. ¿Alguien puede, acaso, expresar conceptualmente, en forma acabada, la experiencia del amor o la amistad? Poetas, novelistas y músicos pueden hacerlo de manera mucho más satisfactoria.

2. 4.- Jesús es el Salvador, no el emperador.

Según Lucas el ángel del Señor se les presentó a unos pastores y les anunció “una gran alegría que será para todo el pueblo: les a ustedes ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor”. (Lc 2, 11). Dos puntos son importantes en este anuncio. En primer lugar, se hace a los pastores, pobres entre los pobres, marginados entre los marginados. En segundo lugar, se les anuncia que para ellos ha nacido el Salvador. El signo distintivo de los cristianos en ciertas comunidades primitivas, como las de Roma según puede verse todavía por ejemplo, en la catacumba de San Calixto, era el pez que en griego se dice ixtús. Esta palabra da lugar a un acróstico que se descompone de la siguiente manera: Iesoús Xristós Theoú Uiós Sotér. En castellano: “Jesús Cristo de Dios Hijo, Salvador”, o sea, Jesucristo, Salvador, Hijo de Dios. Igual que “evangelio”, para nosotros “salvador” tiene un sentido puramente “religioso”. Jesús nos salva de los pecados. Éstos, por otra parte, pertenecen a la intimidad de cada uno. Se encuentran al margen de toda connotación política o social. Jesús nos salva de la condenación eterna que habríamos merecido por pecados tales como haber consentido a malos pensamientos, haber tenido relaciones sexuales fuera del matrimonio bendecido por la Iglesia Pero “salvador” sotér era uno de los títulos preferenciales de los emperadores. La salvación tenía, pues, un clarísimo significado político y social. El nacimiento del nuevo emperador era saludado como el nacimiento del salvador. La comunidad de Lucas celebraba el nacimiento de Jesús como el nacimiento del verdadero salvador, entendiendo la salvación en toda su densidad y profundidad, es decir, abarcando todas las dimensiones del ser humano. Efectivamente, en esa comunidad se recitaba el célebre cántico que Lucas pone en boca de María: “Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios en el sentir de su corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes; a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió vacíos”. (Lc 1, 52-53). Los soberbios, en la terminología profética y, por ende, evangélica son los poderosos, los miembros de la corte o de la nobleza, mientras que los humildes son los pobres, en especial los campesinos.

2. 5.- El Reino de Dios contra el imperio.

El evangelio que anunciaba Jesús es el advenimiento del Reino de Dios: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Conviértanse y crean en el evangelio”. (Mc 1, 15). La proclamación del “Reino de Dios” es polémica. Su primera proclamación se confunde con el mismo nacimiento de los hebreos como pueblo. Los hebreos eran tanto el grupo que, con Moisés logra salir de Egipto, como los grupos que, en la tierra de Canaán, en el siglo XIII aC se habían sublevado contra las monarquías cananeas. La propuesta del grupo de Moisés es pactar una nueva sociedad que reconozca Yavé, el Dios de Moisés, como único rey. En el siglo XIII la proclamación del Reino de dios era polémica frente a las monarquías del momento, las que se alternaban en el dominio de la Media Luna de tierras fértiles o Fértil Creciente, es decir de las monarquías babilónica, asiria, hitita, mitanni, y, en general, cananeas. La proclamación realizada por Jesús de Nazaret, retomada por diversas comunidades cristianas, como podemos ver en los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, se hace en contra del imperio romano. En la comunidad de Marcos, al imperio se lo presentaba como “el hombre fuerte” al que había que amarrar para saquear la casa (Mc 3, 27) y como el demonio al que es necesario expulsar (Mc 5, 9). Recuperar la radicalidad del mensaje del Reino de Dios es una de las tareas prioritarias para la conquista de la hegemonía. Parece que hablar de imperio o imperialismo pertenece a una etapa que ya ha sido completamente superada. En cierto sentido tienen razón quienes así piensan, pues ya estamos integrados al imperio en relaciones que pornográficamente fueron definidas como “carnales”. Esta integración al imperio tiene como contrapartida la marginación de la mayor parte de la población que presenta los síntomas de desintegración y descomposición de la propia personalidad que leemos en el endemoniado a quien Jesús libera del demonio del imperio: “Andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los cerros, gritando y lastimándose con piedras”. (Mc 5, 5). La violencia volcada sobre sí mismo o sobre sus iguales. El ser humano desarticulado, humillado, drogado que anda por los basurales buscando sobras inmundas con qué alimentarse.

Después del encuentro con Jesús, “el que había tenido la legión estaba sentado, vestido y en su sano juicio”. (Mc 5, 15). Comenzada la lucha contra el demonio imperial, se produce la liberación. El dominado recupera su sano juicio, se recupera a sí mismo cuando reconoce al opresor y contra él vuelve su fuerza. Son conocidos los análisis de Frantz Fanon sobre los desequilibrios psicológicos producidos por el colonialismo. El segundo ejemplo al que me quiero referir brevemente es la Revolución Francesa. Todos los grandes teóricos de la revolución socialista, ya se trate de Marx, Engels o Lenin, la han tenido en cuenta. Gramsci la propone como uno de los casos históricos, tal vez el mejor logrado, de conquista de la hegemonía, que la tornó irreversible. Efectivamente, la lucha por la hegemonía se produce a lo largo de dos siglos, XVII y XVIII,. En el primero se sientan las bases filosóficas del consenso, la racionalidad burguesa, que debía sustituir a la racionalidad medieval. Son Descartes, Malebranche, Spinoza, Leibniz, Locke, Hume y otros quienes se encargan de la tarea. En el siglo siguiente, se da propiamente la lucha ideológica, la construcción del nuevo consenso, con nombres como los de Voltaire, D´Alambert, Diderot. La Enciclopedia es el símbolo máximo de esta etapa. A fines del siglo ya el nuevo consenso se había logrado, lo que significa el poder burgués había sido construido. El poder ya no se encontraba ya no se encontraba en Versalles, sino en el Tercer Estado. Sólo había que cambiar los símbolos, el rey, la corte, y poner los nuevos, correspondientes a la República. El símbolo máximo del poder monárquico, la Bastilla, se encontraba vacía.

3. – El poder como relación social.

El poder, decíamos, no es un objeto o una cosa que se encuentra en algún lugar al que es necesario ir para tomarlo. Es una tendencia difícil de vencer, como anotaba Hegel, poner en movimiento las representaciones propias del entendimiento. El poder concebido como objeto no es otra cosa que una representación del entendimiento. Menester es fluidificarlo, ponerlo en movimiento. El poder es una realidad propia del ámbito de las relaciones humanas que, de una u otra manera, siempre son sociales y políticas. No existe, no es, igual que los sujetos. Se hace, se construye en la misma manera en que se construyen los sujetos. Éstos, para crearse, empeñan una lucha a muerte por el reconocimiento. Esta lucha genera poder. Todo cambio, toda transformación, toda revolución que se proponga siempre tiene en su centro el tema del poder que significa quién y como será reconocido. La frase que he puesto como acápite es el corte que le da Jesús a la discusión que se había entablado entre los componentes más cercanos de su movimiento, cuando, al dirigirse a Jerusalén pensaban en el triunfo de la propuesta liberadora.

Los dirigentes del movimiento de Jesús discuten sobre cómo se van a repartir el poder en la nueva sociedad, y Jesús les replica que no habrá nada que repartir, porque habrá que pensar el poder de una manera totalmente distinta, contraria a la que ellos pensaban. No como poder de dominación, no en la relación señor-siervo, sino como diakonía, como servicio, como mutuo reconocimiento de sujetos plenamente libres. Ese poder no puede empezar a construirse una vez que “se lo ha tomado”, porque en realidad entonces lo que se ha hecho es ocupar el lugar que antes tenían “los otros”. No se rompe la relación señor-siervo, aunque se sostenga que ello constituye una fase para romper la dominación anterior. La célebre “dictadura del proletariado” que es, siempre, la dictadura del partido, de determinados aparatos del Estado o de una persona, el “líder”, no se instala para desinstalarse en función de la diakonía, sino que llega para quedarse a perpetuidad si ello es posible. El poder es esencialmente relación social, relación de reconocimiento. En ese sentido es fluido, circula, cambia. Pero necesita momentos de reposo, de instalación. Es el momento de las célebres estructuras, sin las cuales todo poder se evapora. La mínima relación, la que se produce entre dos sujetos, sean éstos madre e hijo, amigo con amigo, novios, es lucha por el reconocimiento y, en consecuencia genera un ámbito de poder. En ese sentido todos hacemos ejercemos y se ejerce poder sobre nosotros.

Crear nuevo poder, crear poder popular significa crear nuevas relaciones humanas, nuevas relaciones sociales, nuevas relaciones políticas. Éstas no pueden comenzar cuando, por ejemplo, de tome el aparato del Estado. Se realizan en el camino, en el proceso. Si el otro es un objeto para mí, o un súbdito, mero soldado del partido o de al organización, se está reproduciendo el poder de dominación. Microfísica del poder, en consecuencia, y redes del poder. Foucault tiene razón. Pero dicho así es una media verdad y, en consecuencia, un error. Los poderes que circulan entre los componentes de una sociedad, se encuentran englobados en megapoderes. De la microfísica es necesario pasar a la macrofísica, no en forma línea sino dialéctica. Los pequeños poderes se encuentran englobados en los megapoderes. No hay paso lineal de unos a los otros. Esto significa que toda lucha, ya sea barrial, villera, campesina, en las cárceles, en la escuela, en la familia debe conectarse dialécticamente con una lucha más amplia, que tenga como horizonte la totalidad. Si ello se pierde de vista, estamos condenados a movernos en un círculo sin salida. Es un magro consuelo o una burla decirles a desocupados que ellos también ejercen poder. Micropoderes, redes de poder, circulación de poderes, fluidez de relaciones. Todo ello es cierto, pero toda fluidez tiene momentos de condensación. Dicho de otra manera, el movimiento necesita estructurarse.

4. – Lo social y lo político.

La revolución burguesa o capitalista produjo una escisión entre el ámbito político, perteneciente al Estado, y el de la sociedad civil. Los estamentos, grupos sociales en los que lo político y lo social se encontraban completamente soldados, se rompen. Pasan a ser clases. Su significado ya no es directamente político como en los estamentos, sino “social”. Son las clases sociales. Aristóteles había definido al ser humano como “animal político”. La traducción que se realizó como “animal social”, no tiene ningún sentido si con ello se quiere hacer una verdadera exégesis de lo expresado por el filósofo griego. Lo social como diferenciado de lo político estaba completamente fuera del horizonte cultural griego. Lo mismo pasaba en la sociedad feudal y en las sociedades precapitalistas de América, que se escalonaban desde un determinado “comunismo primitivo” hasta sociedades tributarias. “La sociedad política”, decía Marx en la Cuestión judía, refiriéndose a la revolución burguesa, “destruyó necesariamente todos los estamentos, corporaciones, gremios y privilegios, que eran otras tantas expresiones de la separación entre el pueblo y su comunidad. La revolución política suprimió, con ello, el carácter político de la sociedad civil”. Éste es un aspecto fundamental de la sociedad capitalista que se conoce con el nombre general de “la cuestión social”.

Fue Hegel el primero en exponer con claridad la diferenciación de los dos ámbitos, el de la sociedad civil y el del Estado, que pasó a ser luego, la diferenciación entre la cuestión social y la cuestión política. Marx hundió su análisis en la sociedad civil, o sea, en la estructura, señalando su carácter político, pero no directamente político como en las sociedades estamentales. De manera que hay una escisión entre lo social y lo político, pero no se trata de una escisión total. Lo que se ha roto es la relación inmediata entre ambos. En lugar de relación inmediata, relación mediata a través de un cúmulo de mediaciones Ello significa que todo es político y todo es social, pero no lo es de la misma manera. Las luchas por los derechos humanos son políticas, sin ninguna duda. Sin embargo su acento no está puesto directamente en lo político, sino en lo social. Menester es, pues, poner un poco de claridad sobre el significado preciso que pretendemos darle a uno y otro concepto. Cuando hablamos de lo político en sentido estricto nos estamos refiriendo al poder, a la voluntad de construir y ejercer el poder para transformar la realidad, se entiende la realidad humana, social, política. Cuando, en cambio, pretendemos significar sólo lo social, nos referimos al logro de determinados derechos, a su reivindicación, sin que de por sí, explícitamente, se plantee el tema del poder.

Cuando se plantea lo político siempre se tiene en mente la totalidad. Lo político por excelencia es el Estado. Allí se concentra, o se debe concentrar el poder supremo. Todo el pensamiento y la acción política tiende a apoderarse del Estado, o mejor, a construir un nuevo Estado. Se hacen análisis y se crean los instrumentos necesarios como partidos políticos, organizaciones políticas de base o intermedias que reciben diversas denominaciones, etc. Cuando se plantea lo social, desaparece, del horizonte, explícitamente el tema del poder. No se piensa en construir un nuevo Estado, ni siquiera en reformarlo. Naturalmente que se dan matices que dejamos de lado, para tipificar en forma pura ambos tipos de comportamientos. Se analizan problemas parciales como falta de agua, insalubridad de la vivienda, destrucción de la naturaleza y se crean organismos para trabajar en esas reivindicaciones. La acción política debiera tener siempre en mente estos dos ámbitos que en la realidad nunca están en estado puro. Son dos ámbitos dialécticamente conectados que tiene cada uno de ellos su propia lógica y sus propios instrumentos. Hay momentos históricos en los que la dominación ha logrado tal fragmentación del movimiento popular, que hace casi imposible una acción política concertada que cuestione al sistema. Son momentos, además, en los que la práctica política es completamente desnaturalizada, corrompida. En esos momentos pasa a primer plano la acción social. Lo político entra en una especie de cono de sombra. Es lo que ha pasado en nuestro país. Organismos de derechos humanos, luchas por los derechos de la mujer, de los homosexuales, movimientos ecologistas, sociedades de fomento, cooperativas, agrupaciones de base, movimientos sociales en general y tantos otros, pusieron su acento en lo social. Como lo expresaba un militante de los movimientos sociales: “En el trabajo social somos locales. En lo político, somos visitantes”. Esto es una gran verdad, pero tiene su techo. La política neoliberal nos lo hace sentir cada día en forma por demás dolorosa e intransigente. Esto plantea la imperiosa necesidad de que lo social vaya adquiriendo cada vez más, no digo significación política, pues de por sí la tiene, sino organización política que se proponga expresamente la conquista de hegemonía y construcción de poder.

Para ello habría que tener en cuenta algunos criterios fundamentales:

a) No partir de organizaciones o partidos políticos ya estructurados, con línea que se pretende clara para bajarla a los sectores populares que se están movilizando. Esta práctica expresa todo lo contrario de la construcción de una nueva sociedad en la que sus miembros sean sujeto reconocidos. Dejar de lado, en consecuencia, la concepción leninista de que al proletariado o, en nuestro caso, a los sectores populares, se les inyectará conciencia “desde afuera”. Sería conveniente, al respecto, como dije más arriba, revisar las polémicas entre Lenin y Rosa Luxemburgo sobre el partido.

b) Por el contrario, hacer efectiva la concepción gramsciana de que se debe partir del “buen sentido” que radica en el desagregado y caótico “sentido común” que se encuentra en dichos sectores. O, en palabras del Che, ayudar a desarrollar “los gérmenes de socialismo” que se encuentran en el pueblo. Toda pretensión de construcción que tenga que ver con una elaboración teórica separada de las aspiraciones, expectativas, valores presentes en los sectores populares, contribuirá a instalar una nueva dominación. El socialismo tendrá sentido y será una verdadera solución si es el despliegue de valores profundamente arraigados en los seres humanos. Ello no significa renegar de la teoría. El problema es que se confunde teoría o ciencia o filosofía con conciencia. La conciencia nunca puede venir de fuera. La conciencia es autoconciencia desde el primer momento, pero sólo lo es implícitamente. Avanza de desde los primeros balbuceos en el plano de lo sensible. Toda teoría al entrar en relaciones dialécticas con la conciencia será motivo de crecimiento de ésta, tanto de la conciencia del teórico como de aquél a quien se comunica la teoría, la cual a su vez sufre un proceso de transformación en el proceso. De avanza de la conciencia a la autoconciencia, o de la conciencia en sí a la conciencia para sí, como dice Marx en la Miseria de la filosofía.

c) No interesa el pregonado problema de la “unión de la izquierda”, si ello significa hacer unidos lo mismo que se está haciendo en forma separada. La verdadera unión hay que encontrarla atreviéndose a criticar las formas tradicionales de concepción de los partidos de izquierda e ir confluyendo con inserción verdadera en los sectores populares.

d) Un proyecto alternativo que ya se encuentra en germen en agrupaciones, comunidades, organismos de derechos humanos, luchas de diverso tipo deberá asumir una forma movimientista que será necesario ir descubriendo y construyendo, a medida que se avance. Esto hay que comenzar a hacerlo.

e) Para la construcción de la identidad, sin la cual no hay sujeto, por una parte, es necesario recuperar auténticos símbolos populares como Agustín Tosco, John W. Cook, Enrique Angelelli, Evita. El Che se está mostrando como un poderoso símbolo convocante para las nuevas generaciones. Por otra parte, es necesario dar la lucha hermenéutica en torno a los símbolos arraigados en los sectores populares.

f) Desde las diversas prácticas sociales y políticas es necesario ir confluyendo en un proyecto político común que sea la unión en la diversidad. Para ello se necesita la voluntad política de hacerlo. Por el anterior análisis aquí insinuado éste sería el momento de intentarlo con fuerza.

5. – Desde la base.

a) Recuperación del proyecto y la utopía.

Es absolutamente imposible construir un sujeto, tanto a nivel individual como colectivo, sin proyecto, porque lo propio del sujeto es proyectar y proyectarse. Pero no se trata de mirar directamente hacia el gran proyecto que significa luchar directamente contra las transnacionales y los organismos multilaterales como el FMI y el BIRD. Ése debe ser el horizonte, la meta última, por decirlo así. Es necesario proceder por niveles. En un primer nivel, local, se trata de elaborar proyectos que apunten a las necesidades básicas como el trabajo, el salario, la tierra, la vivienda. Para esa tarea se crean organizaciones particulares. Aquí se comienza a construir el socialismo de cada día. El segundo nivel estaría constituido por la región. Las distintas organizaciones particulares crean redes, las cuales juntan los problemas, discuten los temas del poder, de la lucha, etc. Un tercer nivel podría ser el nacional, en el cual ya habría redes de redes, que rematarían en el nivel latinoamericano. El proyecto siempre remata en una utopía. Ésta debe siempre estar presente y actuar en forma crítica frente a toda posible burocratización. Es como utopía que hay que tener siempre presente el comunismo como sociedad en la que se realice plenamente la fraternidad.

b) Recuperación de la memoria histórica.

Así como no hay sujeto posible sin proyecto y utopía, tampoco lo hay sin memoria. La dominación necesita borrar la memoria de las luchas y los símbolos populares, para que no se pueda reconstruir el sujeto popular capaz de cuestionar su dominación. También aquí es necesario distinguir niveles. En el nivel local es necesario reconstruir la memoria del barrio, del colegio, de la Facultad, del gremio, de la parroquia, de la comunidad de base, de la zona, de la ciudad. El segundo nivel sería el regional. Así, se puede distinguir una zona Sur, otra del NO, una tercera de Buenos aires, una cuarta del Litoral. De cada zona sería necesario reconstruir la memoria de las luchas populares y sus símbolos. Así de la zona Sur es necesario recuperar la memoria de los mapuches, su historia, sus luchas, sus símbolos; luego la historia de los peones de la Patagonia. En la zona del Litoral se recuperará la memodira de los charrúas y guaraníes; José Gervasio Artigas y su ideario; López Jordán y sus luchas. Un tercer nivel estaría formado por la nación. Luchas que atraviesan todo el territorio y toda su historia. Símbolos señeros como los de Artigas, San Martín, Felipe Varela, los 30.000, etc.

c) Recuperación la realidad y el sentido del trabajo.

Ser sujeto es hacerse sujeto, crearse como sujeto. Crearse, a su vez, implica crear. En la medida en que transformamos el mundo nos transformamos a nosotros. El acto creativo es esencial al sujeto. El trabajo en su sentido más profundo es precisamente creación. Mediante el trabajo nos creamos a nosotros, creamos los bienes con los que vivimos, y creamos el ethos o casa espiritual en la que habitamos. El capitalismo previerte este acto esencial del ser humano, y en la etapa neoliberal, literalmente se lo quita a la mayoría de los sectores populares. Recuperarlo, pues, en su realidad y en su profundo sentido es tarea prioritaria. Todos los avances tecnológicos deberían servir para acortar las horas y la intensidad del trabajo necesario para reproducir las condiciones de vida y otorgar tiempo para el trabajo creativo al que cada uno se sienta inclinado.

d) Construcción del poder.

También aquí se trata de no pretender inmediatamente la gran meta, lo que históricamente se conoce como la toma del poder. En primer lugar, porque el poder es ninguna cosa u objeto que se tome y, en segundo lugar, porque es necesario plantearse metas reales, a las que sea posible acceder. El poder no es una cosa u objeto, sino “relación social”. Se trata, en consecuencia, de ir creando nuevas relaciones sociales, acordes con lo que pensamos que deba ser una realización del poder que sea efectivamente liberadora. En consecuencia, relaciones lo más horizontales posibles, con la vista puesta en el horizonte utópico de un poder horizontal, profundamente democrático. No es que no queramos transformar toda la sociedad, derrotar definitivamente al capitalismo. Claro que queremos hacer eso, pero debemos tratar de clarificarnos sobre lo que nos corresponde hacer hoy, en un hoy en el que debemos hacer presentes los valores socialistas.

e) Construcción del socialismo de cada día.

El socialismo no se ha de construir a partir de las ideas “científicas” que tengamos en nuestra cabeza o en nuestros libros, ni por la acción de un grupo esclarecido. Ya ha comenzado su construcción. Está en camino en los diversos movimientos a los que hemos hecho alusión. Como decía el Che, el socialismo está en germen en el pueblo. No es el socialismo ninguna construcción teórica o “científica” pensada desde fuera, sino el desarrollo contradictorio, creativo, que se realiza todos los días en nuestras luchas, proyectos, encuentros, debates. La solidaridad, la ayuda, el diálogo, la fiesta, el compartir constituyen valores esenciales del socialismo de cada día.

Revista Koeyu Latinoamericano