El Viejo German

Miércoles, 14 de Agosto de 2013

Me cuenta una amiga del alma que murió el Viejo German. Tres décadas, atrás, cuando lo conocí, aunque no pasaba de los 35, ya le decían “El Viejo”: por las mil arrugas que le estallaban en el rostro cuando reía y porque todos en el campamento apenas habíamos pasado la frontera de los veinte.

Tenía el pelo claro, el rostro afilado, flaco, algo encorvado y una mirada de ojos verdes que le daban un aspecto de felino en permanente estado de alerta. El Viejo German tuvo durante toda la guerra, la responsabilidad de velar por la vida y la seguridad de los que integraban el puesto de mando guerrillero en Morazán.

El puesto de mando estaba integrada por los máximos comandantes, entre los que destacaban Ana Sonia Medina, Mercedes Letona, Marisol Galindo y el mismo Joaquín; la sección de comunicaciones estratégicas, operativas y de inteligencia, la Radio Venceremos, la sección logística y cocina y la escuadra de experimentados combatientes que prestaban seguridad bajo las órdenes del Viejo German.

Por razones de jerarquía militar absolutamente nadie le daba órdenes a Joaquín Villalobos. Él era el que daba las órdenes. Sin embargo cuando el enemigo nos presionaba, algunas veces de manera letal, era el Viejo quien asumía la jefatura de la columna del puesto de mando y Joaquín, el bravo comandante Atilio le obedecía sin rechistar.

Una vez en un lugar llamado el Llano del Muerto, en las faldas del Cerro Pericón, se nos metió dentro del campamento una patrulla de reconocimiento del Batallón Arce. Eran muy temprano por la mañana. Estábamos relajados.

De pronto, el sonido retumbante de un proyectil de noventa milímetros rompió la quietud de aquel paraje. Medio segundo después un disparo certero impactó en un hombro del comandante Jorge Meléndez, que dio una voltereta en el aire. Entonces se desató el infierno de balas y explosiones por todos lados. Nos habían agarrado desprevenidos completamente.

En medio del caos, el Viejo Germán, lince de siete vidas, organizó como pudo, una precaria defensa más a gritos que a balazos. “Escuadra alfa, rodéenlos por la derecha”, tronaba el Viejo. “Escuadra Bravo por la izquierda… los tenemos”, aseguraba a voz en cuello. La verdad es que no había ninguna escuadra alfa ni bravo. Era el muy Viejo y dos o tres combatientes disparando tiro a tiro, mientras el resto de la seguridad se parapetaba.

El enemigo quería amarrar fuego con nosotros para darle tiempo a un batallón helitransportado que, en breve, nos caería encima. Teníamos que salir de allí en cuestión de minutos. Y así gritando órdenes fantasiosas, disparando tiro a tiro, brincando de aquí para allá el Viejo German, mago tras los arbustos, improvisó una contención y organizó bajo la lluvia de balas la retirada de nosotros.

Por una vaguada marchaban Jonás herido, Joaquín con un golpe en la rodilla. Además iban el capitán Mena Sandoval y el comandante Roberto Roca, que en la prisa dejaron sus mochilas. Cuando los paracaidistas desembarcaron desde los helicópteros, nosotros y la escuadra de German, nos habíamos esfumado

Tras el golpe en el vacío, el Comité de Prensa de la Fuerza Armada, informó que habían recuperado la mochila de los mencionados comandantes, equipo de comunicaciones “y otros pertrechos militares”.

En otras ocasiones todavía más dramáticas, el Viejo Germán cumplió casi a costa de su vida. Era estricto durante las maniobras para evadir los cercos y emboscadas. Enérgico e incansable. Siempre marchando rápido a la orilla del camino. Dando órdenes y ánimos cuando ya nuestras piernas no respondían o cuando los ojos se cerraban de sueño tras caminar toda la noche. Nunca se le vio miedo. Nunca discutió una orden, ni admitía que le discutieran una.

En momentos de paz, le encantaba contar historias a la luz del fogón de la cocina con una cuchumbada de café en una mano y el cigarro en la otra. Su risa estallaba en mil arrugas dejando entrever sus escasos dientes amarillos.

Hace cinco días murió. Me cuentan que estaba pobre allá en Morazán, lejos de los recintos del poder. La cirrosis hizo lo que no pudieron ni bombas ni la balas. Adiós querido Viejo. No exagero al decir, que te debo la vida.

Reforma Política: táctica oportunista para las elecciones de 2014 y de distracción para las luchas de masas

En 2002, cuando surgió la posibilidad de victoria electoral de lo que entonces parecía ser un frente de izquierda y, por lo tanto, de iniciar un proceso de cambios progresivos en Brasil, en vísperas de la primera vuelta Lula firmó la “Carta a los brasileños”, en verdad dirigida banqueros, comprometiéndose a mantener intacta la política económica neoliberal de la época de FHC [Fernando Henrique Cardoso], incluida la “autonomía” del Banco Central y el superávit primario, desvío de recursos públicos para pagar a los rentistas. En ese caso, no se puede acusar a Lula de no cumplir promesas. Reforma Política: táctica oportunista para las elecciones de 2014 y de distracción para las luchas de masas

Con su victoria en la segunda vuelta, la entonces coordinación del frente que lo apoyaba creó una comisión de los cinco partidos (PCB, PT, PDT, PSB y PCdoB) para elaborar un PROGRAMA DE LOS 100 DÍAS, de forma que, después del inicio del mandato, el nuevo Presidente mostrase que vino a cumplir las promesas de cambios hechas en la campaña y que llenaban de esperanza a la gran mayoría del pueblo brasileño y de la izquierda mundial.

La principal propuesta de la comisión, presentada por el PCB, era la convocatoria, poco después, de un plebiscito para consultar al pueblo sobre la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente soberana, que no se confundiese con la composición del Congreso nacional y que revisase toda la Constitución brasileña, que ya había sufrido un fuerte retroceso política en función de las enmiendas aprobadas en el infame gobierno de FHC.

Se partía del supuesto de que, para cambiar Brasil, era indispensable primero cambiar las leyes que perpetúan la hegemonía burguesa. Exactamente como hicieron Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, antes de detonar los procesos de cambios en sus países.

¡Pero en Brasil el miedo venció a la esperanza!

Antes incluso de la toma de posesión, ya elegido en la segunda vuelta, el primer viaje internacional de Lula, de sorpresa (al menos por el PCB), fue a los Estados Unidos para reunirse con Bush en la Casa Blanca, al lado de Henrique Meireles, entonces presidente del Banco de Boston, para presentarlo como el nuevo presidente del Banco Central de Brasil, asegurándole autonomía para dirigir la política monetaria. En ese momento, comenzó a disolverse la coordinación política de campaña, que debería transformarse, tras la toma de posesión, en una coordinación política del gobierno.

Al tomar posesión, Lula tiró a la basura, al mismo tiempo, el programa de campaña, la coordinación política y el Programa de los 100 días, optando por la gobernabilidad institucional del orden, en vez de la gobernabilidad popular por los cambios. Formó una base de apoyo parlamentario con el centro y el centro-derecha, con más de 300 de los que llamara selecciones, transformándose en rehén y cómplice de los caciques de la política burguesa, bajo el mando del PMDB [Partido del Movimiento Democrático Brasileño] y del compañero Sarney, rindiéndose al gran capital. El vicepresidente, José de Alencar, había sido cuidadosamente escogido para señalar una alianza con sectores de la burguesía, con vistas a un proyecto neodesarrollista, que Lula anunciaba, ya en la toma de posesión, como el “espectáculo del crecimiento” que iba a “desbloquear” el capitalismo en Brasil. Esa promesa Lula también la cumplió a rajatabla.

Constatando la traición al programa que eligió a Lula, el PCB, en marzo de 2005 (antes, por lo tanto, del episodio conocido como “mensualidad”), rompe con el gobierno, por absoluta incompatibilidad política con el transformismo del nuevo presidente y de los demás partidos que habían compuesto el frente, que continuaron degenerando y hartándose de cargos y financiación, sin ningún tipo de crítica al abandono del programa electoral y entregando las organizaciones sociales bajo su influencia en la bandeja de la cooptación, transformando una legión de ex militantes de izquierda en burócratas de carrera , buscadores electorales de “mandatos” de sus partidos.

La CUT [Central Única de Trabajadores] y la UNE [Unión Nacional de los Estudiantes], que ya venían también en un acelerado proceso de degeneración, pronto se transformaron en correa de transmisión del gobierno y en los principales instrumentos de desmovilización de los trabajadores y de la juventud.

Después de diez años aprovechando el capitalismo, “como nunca antes en la historia de este país” –engañando a los trabajadores con el discurso de la inclusión, de nueva clase media, de un desarrollo capitalista en que ganarían igualmente todas las clases y que garantizaría la paz social–, bastó el fusible del aumento de las tarifas de autobuses urbanos para que se desmontasen las ilusiones, los 10 años de conciliación de clase, de manipulaciones, del reblandecimiento de la clase trabajadora y de la juventud.

Todo esto aliado a los vientos de la crisis del capitalismo, que ha llevado al gobierno de Dilma [Rousseff] a mitigarlo con más capitalismo: exención del capital, Código Forestal, privatizaciones de carreteras, vías férreas, puertos, aeropuertos, estadios de fútbol, la vergonzosa continuación de las subastas de petróleo, incluyendo el pre-sal [gigantescos reservorios de aguas profundas descubiertos en 2007, llamados pre-sal por hallarse bajo una espesa capa de sal a unos seis km bajo el suelo marino], además de proyectos para reducir derechos laborales y pensiones.

La explosión de insatisfacciones reprimidas tiene sus principales razones en la privatización y el desmantelamiento de los servicios públicos, sobre todo en sanidad y educación, en la desmoralización y falta de representatividad de las instituciones de orden (y de las entidades de masas cooptadas), en función de alianzas y prácticas oportunistas y de complicidad con la corrupción.

Con la quiebra de los tacones altos petistas [de PT, Partido de los Trabajadores], se fueron a la arrogancia y la certeza de algunos confortables años más de lo mismo. Atónitos, los reformistas comienzan golpearse la cabeza y a llamar a Lula, algunos abandonando a Dilma en el camino, a causa de la bajada de su popularidad. Al mismo tiempo, encontraron en la basura de su propia historia el Programa de los 100 días, abandonado cuando la correlación de fuerzas le era muy favorable. Con sus casi 60 millones de votos y una inaudita esperanza popular, Lula tenía todo el respaldo para cambiar Brasil, movilizando a las masas, aunque fuera con medidas apenas progresistas.

A casi un año de fin del mandato de Dilma, cada vez más rehenes del centro y del centro-derecha para mantenerse en el gobierno, petistas y otros reformistas, algunos insistiendo en llamarse comunistas (lo que, por practicar la conciliación de clases, es funcional para su aceptación por el sistema), levantan la bandera de la reforma política, despotricando contra el parlamento, la justicia, los medios de comunicación, las instituciones que no sólo dejaron intactas, sino fortalecidas.

Fingiendo desconocer que este gobierno no sobrevive sin el PMDB, que tiene la llave de la agenda legislativa brasileña –con la inédita acumulación de la presidencia de la Cámara y del Senado y la Vicepresidencia, ocupadas por los más experimentados zorros políticos– los reformistas levantan ahora, como la salvación de la patria, la bandera de la convocatoria de un plebiscito para una constituyente, ¡que abandonaron en el momento propicio, hace diez años!

Llamar a una constituyente en esta correlación de fuerzas desfavorable –y en el momento en que “caen las fichas” de los trabajadores y de la juventud, hasta el punto de no poder llevar por las calles sus banderas– es un gesto de desesperación. O se trata de una inocente ilusión de clase o de una inteligente cortina de humo para llevar al pueblo la impresión de que quieren cambiar, pero la oposición no les deja. Como no hay inocencia en políticos profesionales, la segunda hipótesis es más probable. Tanto no quieren cambiar que, en reciente nota oficial, la dirección nacional del PT aseguró que su alianza preferente para 2014 es con el PMDB, asegurando al indefectible Michel Temer la candidatura a vicepresidente.

La correlación de fuerzas no es desfavorable sólo en el parlamento, sino sobre todo en relación a la evidente hegemonía burguesa en la sociedad brasileña, moldeada por el fundamentalismo religioso y por los medios de comunicación hegemónicos, que cultiva la aversión a los partidos políticos y reduce la política a los momentos electorales.

Van a buscar en la basura la constituyente de 2003, que sería amplia y sin restricciones, pero ahora se limita a una específica sobre reforma política que no merece ese nombre, ya que es fundamentalmente electoral. Muestran así que solo creen en la llamada democracia burguesa, una dictadura de clase disfrazada.

En el inteligente (y al mismo tiempo desesperado) discurso de reforma política, hacen críticas a las deformaciones del parlamento, a las cuales contribuyeron tanto como los demás partidos de orden. El PT y sus aliados fieles y acríticos se hartaron de financiación privada, al punto de que sus candidatos, en algunos casos, han recibido más donaciones “generosas” de empresas –en general contratistas, concesionarias de servicios públicos y bancos– que sus adversarios conservadores, entre otras cosas porque los sectores más lúcidos de las clases dominantes prefieren subcontratar el gobierno a un partido con el nombre de trabajadores, para hacer con eficiencia una política del capital y con la ventaja de eludir a aquellos que prestan su nombre al partido.

Defienden ahora el voto en lista cerrada, o sea, en partidos y programas y no en personas, cuando el PT fue el partido que más contribuyó al voto personalizado, utilizando el prestigio de Lula y la mercantilización de las elecciones. Proponen ahora el fin de las coaliciones en las elecciones proporcionales, cuando el PT y sus fieles aliados han hecho las coaliciones más espurias e inimaginables.

Una evidencia de que la propuesta de reforma política no es más que una conveniencia táctica es que el PT sabe del riesgo real de perder en plebiscito las propuestas que hoy defiende, como la financiación pública exclusiva y el voto en lista, en una coyuntura en que el pueblo repudia los partidos políticos, por otra parte responsabilidad del propio PT y de sus cómplices de clientelismo. Esa derrota sería también la de la izquierda socialista, pues son propuestas positivas, que en diez años los reformistas no sacaron adelante, incluso ejerciendo la presidencia de la república.

Esta maniobra irresponsable y electoralista puede tener consecuencias nefastas, en la medida en que abre la puerta para que el Congreso Nacional promueva, sin ninguna consulta pública, una minirreforma regresiva, para que parezca cambio. Con miedo de que las urnas revoquen sus mandatos, una renovación anunciada sin precedentes, los parlamentarios ya hablan de acortar la duración de la campaña electoral con el pretexto de reducir los costos financieros, pero en realidad para favorecer a los que ya tienen mandato.

Tal vez por falta de tiempo, aún no consigan el final de las coaliciones proporcionales y la creación de algún tipo de barrera electoral, con el objetivo de reducir el número de partidos y perjudicar sólo a aquellos ideológicos, de oposición de izquierda. Las pequeñas y medianas siglas de alquiler se adaptarán a las restricciones, fundiéndose a los llamados grandes partidos, en tenebrosas transacciones.

Con o sin consulta popular, cualquier iniciativa de reforma electoral en esta coyuntura puede resultar una contrarreforma, antipolítica y antipartidaria.

Y no sirve que sectores petistas se quejen de la minirreforma electoral, porque el presidente de la comisión responsable de ella es el diputado petista Cândido Vacarezza, históricamente ligado a Lula y nombrado para el cargo por el presidente de la cámara, contra la opinión de la mayoría de la dirección nacional del PT, ¡de hecho lo hizo por eso mismo!

A pesar de que estamos a favor de la financiación pública, no tenemos ilusión de que su advenimiento acabe con la corrupción y vuelva democrática la contienda, en un país capitalista en el que la corrupción es sistémica y los medios de comunicación hegemónicos manipulan, influyen y a menudo deciden las elecciones. Esta medida puede dificultar, pero no erradicar la corrupción.

Tampoco estamos contra una lucha –en una correlación de fuerzas favorable y desvinculada de cálculos electorales– por una reforma política progresiva, en la que el fortalecimiento del protagonismo popular pueda contribuir a la auto-organización de los trabajadores. Pero sin ilusiones como la posibilidad de superar el capitalismo a través de elecciones y de reformas.

Lo más grave, sin embargo, es que la prioridad en la consigna de la reforma política secuestra la agenda unitaria levantada en las manifestaciones del 11 de julio. Se trata de una distracción y una argucia para no exponer a la presidenta Dilma y al posible candidato Lula al desgaste de tener que negar cada una de aquellas consignas, precisamente porque fueron rehenes y socios del capital.

Debemos continuar levantando las banderas de la reducción de jornada sin reducción salarial, de la reforma agraria, del fin del recorte de las pensiones y de la externalización, del fin del superávit primario y de las subastas de petróleo para generar inversiones públicas en sanidad y educación, de la desmilitarización de la policía, entre otras. Por eso, no podemos caer en la mentira de la reforma política, que los reformistas quieren colocar ahora en primer plano, en detrimento de las consignas citadas.

Es preciso desenmascarar la actual campaña de recogida de un millón y medio de firmas digitales millones para el plebiscito de constituyente específica. No por incentivar la iniciativa popular, sino por los objetivos de la campaña y por la forma de recoger las firmas, sólo a través de Internet, estimulando así la aséptica militancia electrónica, sin salir de casa o de la oficina, fría y sin interacción con las masas, tal vez por recelar de ese contacto.

En vez de eso, debemos y podemos organizar una oportuna y necesaria recogida de firmas para una iniciativa legislativa por un plebiscito, pero para que el pueblo responda si quiere una Petrobrás 100% estatal, bajo control popular, el fin de las subastas y que los beneficios de explotación del petróleo sean invertidos en una sanidad y una educación públicas y de calidad. Esa puede ser una importante campaña de masas, sirviendo también para movilizar al pueblo en vísperas de una nueva y ultrajante subasta de nuestro petróleo. Una campaña en las plazas, en las puertas de las fábricas y de las escuelas, en contacto directo con los trabajadores y los jóvenes.

Por todo eso, las fuerzas políticas y sociales del campo anticapitalista, de oposición a los gobiernos social-liberales y neoliberales, precisan reunirse urgentemente en un Pleno Nacional, para debatir la forma y el contenido de nuestra participación el día 30 de agosto, anunciado por las centrales amarillas sin ninguna representatividad como un “día nacional de huelgas”. Incluso si se retiran, como ya ocurrió otras veces.

Las fuerzas anticapitalistas ya no pueden participar en manifestaciones sin unidad e identidad propia, so pena de confundirse con los reformistas y no crear las condiciones para la necesaria formación de un frente de carácter anticapitalista y antiimperialista, centrada en la unidad de acción en la lucha elecciones y los partidos de lucha y más allá de las elecciones y de los partidos registrados oficialmente.

Finalmente, en lugar de reforma electoral, nuestra consigna política central debe ser POR EL PODER POPULAR, que expresa el rechazo a las instituciones burguesas y “a todo lo que está ahí”, señalizando una organización popular con vocación de poder.

[Texto revisado y aprobado por el Comité Central del PCB]
PARTIDO COMUNISTA BRASILEIROPCB
Fundado 25 de Março de 1922

El Salvador: lucha electoral, enfrentamiento de clase y la estrategia del imperio

El Salvador: lucha electoral, enfrentamiento de clase y la estrategia del imperio
Por Roberto Pineda San Salvador, 21 de agosto de 2013

Durante los últimos veinte años el enfrentamiento de clase en El Salvador ha transcurrido en el plano político, por las movedizas arenas de la lucha electoral y como pugna social entre el movimiento popular y la oligarquía representados en el FMLN y ARENA.

El conflicto armado entre dos proyectos históricos se trasladó de los campamentos guerrilleros a los centros de votación. Y lo hizo bajo la mirada penetrante e interesada del imperio, que a la vez cambió a partir de 1992 su anterior estrategia de guerra de contrainsurgencia por la de apoyo vía AID al “fortalecimiento de la democracia y la gobernabilidad.” Y que hoy cuenta con una embajadora de origen puertorriqueño, que mantiene una conveniente posición de bajo perfil, supuestamente más preocupada en la cooperación que en lo político.¡Ay, Bendito!

El propósito fundamental del gobierno estadounidense junto con toda, con toda la derecha local, desde los Acuerdos de Paz de 1992 es desplazar a la izquierda representada en el FMLN de la lucha por el poder político y reducirla a una fuerza vociferante pero insignificante, a la vez que mantenerla atada y bien atada al circo, perdón, cerco electoral. Y el surgimiento de GANA y posteriormente de Unidad puede contribuir a este fin.

La meta imperial es lograr romper la polarización política entre derecha e izquierda, que es un reflejo de un conflicto social histórico no resuelto y darle paso a la gobernabilidad, a la “tranquilidad social” que significa una situación bajo control, la estabilidad necesaria para que las compañías transnacionales “inviertan” y hagan sus negocios y el gobierno se ponga a su servicio.

Se pretende un espectáculo electoral exclusivamente de derecha, con la derecha y para la derecha. Y este objetivo imperial es hoy más urgente en vista de los desafíos derivados de una correlación de fuerzas a nivel de gobiernos latinoamericanos que le es desfavorable. En esta elección de 2014 se enfrentaran los partidarios de la Alianza del Pacífico y de ALBA. La derecha y la izquierda.

Los Estados Unidos añoran regresar a una situación electoral “segura” como la de 1984 y 1989 en que los candidatos presidenciales eran de ARENA y del PDC, respectivamente Roberto DAubuisson y José Napoleón Duarte, y Félix Cristiani y Fidel Chávez Mena. Y si fuera posible mejor retroceder el reloj medio siglo y regresar a 1962, a los años “dorados” del PCN, con un candidato único de la derecha y los militares, el Coronel Julio Adalberto Rivera. ¿Será…? O estarán pensando en el PRUD de Osorio y de Lemus.

Se engañan aquellos que ven en Unidad una reencarnación de la antigua UNO, que fue un instrumento electoral amplio para enfrentar la dictadura militar. Y se engañan mucho más los que piensan que ha surgido un nuevo Mesías que nos conducirá a la tierra prometida donde no habrá corrupción ni lucha de clases.

Y se engañan también los que piensan de manera triunfalista que con sus propias fuerzas y sin necesidad de alianzas se puede derrotar a la derecha, olvidando que la victoria de 2009 obedeció precisamente a una alianza que incluyó a sectores que hoy desfilan y tiran dulces desde la carroza del candidato de Unidad. Ambos sectores le prestan un insospechado servicio a los que añoran la restauración oligárquica.

Y es que el enfrentamiento entre proletariado y burguesía en El Salvador, como clases sociales del sistema capitalista, difícilmente adquiere los perfiles europeos clásicos, sino que esta mediado por las características de nuestra formación económica-social dependiente latinoamericana. Oligarquía y movimiento popular y sus respectivos intereses antagónicos y evolución histórica refleja con mayor precisión nuestra situación, en el marco del enfrentamiento a nivel global entre imperios y resistencias.

El movimiento popular como expresión de la izquierda ha acumulado una riquísima experiencia en el uso de diversa formas de lucha, legales e ilegales, pacíficas y violentas, rurales y urbanas, etc. Cada una de estas formas de lucha respondió a momentos históricos diferentes en términos de correlación de fuerzas entre sectores populares y oligárquicos. Tuvimos un largo periodo de dictadura militar (1932-1992), luego de guerra popular revolucionaria (1981-1992) y a partir de 1992 de lucha electoral.

La lucha electoral

Y la lucha electoral para la izquierda, tiene sus propios ángeles y sus propios demonios, entre estos el reformismo y el acomodamiento, de la misma forma que la lucha armada tenían el militarismo y la lucha popular el hegemonismo y el sectarismo. De no realizarse una sistemática lucha ideológica contra estas tendencias nocivas, en cada momento, las posibilidades de caer en sus redes son altas.

El otrora ejército guerrillero del FMLN (1980-1992) que derrotó diversas estrategias contrainsurgentes, se transformó en la actual maquinaria electoral partidaria (1993-2013). Las victorias militares fueron sustituidas por las victorias electorales, que incluyen conquistar San Salvador en 1997, los municipios principales alrededor de la capital en 2000, una significativa presencia legislativa, y la presidencia en 2009. Y el reto de seguir como izquierda gobernando el país mediante la victoria en las próximas elecciones presidenciales de febrero de 2014.

Anteriormente, el movimiento popular y sus luchas, tuvo su última época de auge en el periodo de 1974 a 1980 y luego se debilitó y pasó a jugar un papel secundario. Y antes y durante parte del momento anterior hubo un periodo de intensa lucha electoral en el marco de la dictadura militar (1967-1977). Y mucho antes un periodo de lucha popular antidictatorial (57-67).

A continuación exploramos como el enfrentamiento de clases se ha expresado en las diversas formas de lucha implementadas por las fuerzas revolucionarias, así como sus instrumentos, líderes principales y la política de alianzas implementada, hasta llegar a la situación actual.

Las formas de lucha se modifican de acuerdo a la configuración de la lucha de clases, tanto a nivel nacional como internacional. En cada uno de estos momentos señalados hubo una forma de lucha que fue la principal en coexistencia con otras formas de lucha secundarias. Pero el hilo conductor que atraviesa estos momentos es el enfrentamiento de fuerzas sociales antagónicas.

En términos de lucha electoral esta ha sido dominante y una escuela de aprendizaje popular y enfrentamiento social durante dos grandes momentos. El primer momento abarca tres campañas e inicia en 1967con el PAR y la candidatura del Dr. Fabio Castillo, y luego mediante la UNO en 1972 con la candidatura de José Napoleón Duarte y en 1977 con la candidatura del Coronel Ernesto Claramount y el segundo momento comprende cinco campañas como FMLN, la de Ruben Zamora en 1994, Facundo Guardado en 1999, Schafik Handal en 2004, Mauricio Funes en 2009 y Salvador Sánchez Ceren en 2014. En total en ocho ocasiones se la ha disputado primero a los militares y luego a la derecha la presidencia.

Como contrapartida la dictadura militar impuso como candidatos en 1967 al General Fidel Sánchez Hernández; en 1972 al Coronel Arturo Armando Molina y en 1977 al General Carlos Humberto Romero. Posteriormente, derrotada la dictadura militar, la izquierda se enfrenta a la derecha política, o sea a ARENA, en 1994 a Armando Calderón Sol, en 1999 a Francisco Flores, en 2004 a Antonio Saca, en 2009 a Rodrigo Ávila y en 2014 a Norman Quijano.

Y anteriormente en 1944, con la Unidad Nacional de los Trabajadores, UNT se llevaba como candidato a Alejandro Dagoberto Marroquín , proceso cortado de tajo con el golpe militar del 21 de octubre y más antes se participa directamente como PCS en las elecciones municipales de enero de 1932, días antes de la insurrección, comicios que estuvieron acompañados del fraude electoral y la imposición.

La lucha armada

En términos de lucha armada esta ha sido dominante como forma de lucha durante tres momentos: enero de 1932, como insurrección indígena-campesina; octubre-diciembre de 1944 como preparativos e incursión militar desde Guatemala y enero 1981-enero 1992 como Guerra Popular Revolucionaria con sus respectivos frentes de guerra. Y como posibilidad entre enero 1961-febrero 1963 por medio del FUAR.

Alrededor de la Guerra Popular Revolucionaria se desarrollaron nuevas modalidades de lucha entre estas: la lucha diplomática que desembocó en un proceso de diálogo y negociación; la lucha conspirativa que permitió la construcción de una infraestructura clandestina al servicio de los frentes de guerra; la lucha de solidaridad, que permitió entre otras cosas, la disputa política al interior de Estados Unidos; la lucha por los derechos humanos, que permitió la denuncia política del régimen y la lucha de masas, que fue reactivada a partir del Comité Pro 1ro. de Mayo en 1983 y que en 1986 crea la UNTS.

En término de lucha de masas esta ha sido dominante a partir de las primeras huelgas artesanales de sastres, panaderos, talabarteros, zapateros y luego de la FRTS, de 1919 a enero de 1932, con la UNT de mayo a octubre de 1944; de 1948 a 1967 con el CROS, la CGTS y la FUSS, de 1974 a 1981 con el FAPU, BPR, LP-28, MLP y UDN, de 1986 a 1992 con la UNTS. Su última cresta fue la lucha contra la privatización de la salud en el 2000-2002. Y quizás la experiencia del MPR-12 y del BPS del 2003 al 2005.

De 1918 a 1968, durante cincuenta años, las luchas populares eran básicamente sindicales y de los estudiantes universitarios. En 1965 surge la organización magisterial y en 1968 y 1971 desarrolla dos combativas huelgas. En 1974 con los desplazados del Cerrón Grande surge la lucha campesina. En los años 80 surge la lucha de los empleados públicos.

En la actualidad las luchas populares están protagonizadas por las comunidades en defensa del agua y en contra de los desalojos, las luchas de los vendedores ambulantes, de lo excombatientes del FMLN y la FFAA; y de los empleados públicos. Ha casi desaparecido la lucha de la clase obrera industrial y de los campesinos. Y los estudiantes universitarios están encerrados en los recintos de la UES.

En términos de lucha política clandestina, en la que la supervivencia del núcleo revolucionario ha sido lo fundamental, esta ha sido dominante desde enero de 1932 a 1940 en respuesta a la represión del General Martínez luego de ser derrotada la insurrección; de octubre 1944 a diciembre de 1948 con el golpe militar y la represión del Coronel Osmin Aguirre y Salinas; de febrero 1950 a marzo 1952 con la ola represiva de Oscar Osorio y de enero 1981 a mayo 1983 con el terror provocado por parte de los escuadrones de la muerte cobijados bajo las diversas juntas civico-militares, aunque en este último caso, el grueso de la conducción revolucionaria aglutinada en el FMLN se encontraba ya en campamentos guerrilleros o fuera del país.

En términos del instrumento político de 1930 a 1970 es el Partido Comunista. De 1970 a 1980 se consolidan cinco fuerzas políticas de izquierda: FPL, ERP, RN y PRTC, y PCS, las cuales logran unificarse a partir de diciembre de 1980 en el FMLN, aunque la fundación de este fuera en octubre, y el proceso inicia en diciembre de 1979. El nombre FMLN se mantiene hasta la actualidad como partido político, aunque a lo largo de 30 años ha habido diversas rupturas.

En relación a la política de alianzas y la construcción de frentes políticos, es claro que el recién nacido PCS (1930-1932) no estuvo en capacidad de construir un frente común con la dirección política y las masas laboristas-araujistas, ni en lo sindical en la FRTS ni en lo estrictamente electoral, lo que le hubiera permitido aislar a los golpistas del General Martínez y abrir un periodo de democratización, que fue postergado por sesenta años. En la izquierda los errores de sectarismo ayer como PCS y hoy como FMLN, se pagan caros.

Es hasta inicios de los años cuarenta cuando los comunistas logran junto con sectores progresistas, aprovechar el momento de auge de la lucha antifascista a nivel mundial para forjar vínculos con sectores democráticos del ejército, los que desafiaron al dictador Martínez con el golpe militar del 2 de abril que aunque fracasó marco el inicio del fin de la tiranía, que cae el 8 de mayo como resultado de la huelga general de brazos caídos, en la que los estudiantes universitarios juegan un papel de vanguardia.

Esta experiencia de 1944 fue una riquísima experiencia de aglutinamiento de fuerzas anti-dictadura militar, lamentablemente no pudo sostenerse entre otras razones por la debilidad de la izquierda y porque la unidad popular se desmoronó. A finales de los años 50 se logra construir un frente único en contra del dictador José María Lemus: el Frente Nacional de Orientación Cívica, FNOC.

Asimismo fue clave la construcción de la Unión Nacional Opositora (UNO) en 1971, integrada por democristianos (PDC) socialdemócratas (MNR) y comunistas (UDN). En 1979 se crea el Foro Popular, integrado por partidos políticos y organizaciones populares, que participa en la Primera Junta de Gobierno luego del golpe de estado del 15 de octubre de ese año. En 2008 surge la alianza entre Amigos de Mauricio y FMLN, que permite derrotar por vez primera a la derecha en una elección presidencial.

En términos de fuerzas sociales antagónicas, los trabajadores en sus diversas expresiones (clase obrera artesanal, industrial, campesinos, capas medias urbanas, empleados públicos, desempleados, vendedores ambulantes) han constituido un polo mientras que a nivel de clases dominantes esta se ha mimetizado desde la antigua oligarquía agro-exportadora, pasando por la oligarquía financiera hasta llegar a la actual simbiosis de oligarquía comercial importadora y grupos de capital transnacional.

Cada una de estas formas de lucha mencionadas aparecen y desaparecen de acuerdo a los cambios en la situación política. 1932, 1944 y 1977 marcaron el agotamiento de la vía electoral, como resultado en la primera de la masacre, en la segunda del golpe de estado y en la tercera, del fraude cometido por la dictadura militar; 1992 marcó el agotamiento de la vía armada, iniciada en 1981, como resultado de la reforma política pactada en los Acuerdos de Paz; enero de 1981 con la primera ofensiva militar del FMLN marcó el agotamiento de la vía de la lucha de masas iniciada en 1974 con el surgimiento del FAPU; mayo de 1944 y enero de 1992 marcó el agotamiento de la situación de clandestinidad absoluta y el paso a la vida legal de los comunistas en el primer caso y de los revolucionarios del FMLN en el segundo caso.

El dilema de la izquierda salvadoreña

Y la pregunta que se plantea a los revolucionarios y revolucionarias salvadoreños es si existe un agotamiento de este camino electoral y cual sería la alternativa. Debemos de preguntarnos si estamos próximos a un nuevo momento o nos encontramos todavía en la cresta de la lucha electoral. Pienso que lo electoral no esta agotado, pero que únicamente con lo electoral difícilmente podremos avanzar hacia la ruptura del modelo.

Debemos de evitar la visión voluntarista que exige el cambio de rumbo de la forma de lucha electoral sin ninguna alternativa viable, la cual conduciría a un descalabro y a un retroceso, así como la visión espontaneista que defiende la situación actual de inmovilidad y visión electorera, que esta conduciendo a la perdida de los principios revolucionarios, en particular del antiimperialismo y la visión de clase.

Es por lo tanto urgente reactivar el movimiento popular y sus luchas, para garantizar la necesaria acumulación que permita la ruptura. Existe temor a orientarse hacia este camino porque se considera que podría afectar la acumulación institucional lograda como FMLN que es considerable. Pero de no hacerlo, lo más seguro es que terminemos administrando el sistema que alguna vez deseamos transformar.

Y además en este punto incide el factor internacional y como nos posicionamos en la actual correlación de fuerzas entre imperios y resistencias a nivel internacional y continental, lo cual influye poderosamente en la configuración de una estrategia revolucionaria orientada a la ruptura del modelo neoliberal, del sistema capitalista y de la dependencia imperial.

Estamos en un nuevo momento en el que la hegemonía estadounidense es desafiada globalmente por la emergencia del G-20 y del BRICS. Y esto se expresa en nuestra región latinoamericana en la existencia de un importante polo de resistencia antiimperialista (el ALBA) cristalizado en los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y naturalmente Cuba. Este polo influye en Uruguay, Argentina e incluso en El Salvador. Y mantiene una alianza estratégica con Brasil. Y esta enfrentado a la recién creada Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile), a la cual El Salvador esta invitado a ingresar. Es una disputa. Y el que ocupe la presidencia a partir del 2014 decide. El que pispilea pierde…y no deberíamos de perder.

La reunión en Bali, Indonesia

El próximo round del enfrentamiento entre imperios y resistencias a nivel global será en Indonesia, en la preciosa isla de Bali del 3 al 6 de diciembre. Ahí se celebrara a IX Conferencia Ministerial de la OMC integrada por 159 países. Las dos anteriores (2009 y 2011) fueron en Ginebra. Antes en Hong Kong. Y recordamos en 2003, la de Cancún, México.

El fantasma de la ronda de Doha que pretende liberalizar el comercio mundial, continuara apareciendo como el invitado principal a este encuentro en el que asumirá por vez primera un brasileño, Roberto Azevedo, el mando de este organismo internacional. Y se hablara de agricultura, comercio, e inversiones, y nos interesa. Los imperios pretenden continuar subsidiando a sus agricultores y bloqueando el ingreso libre a los productos de los países en resistencia.

El escenario electoral

La segunda vuelta es la peor pesadilla tanto para Arena como para el FMLN, mientras es el sueño dorado de Unidad. El problema radica en que las tres variables existentes obligan a la búsqueda de alianzas. Si la segunda vuelta es entre Quijano y Sánchez Ceren ¿a quien apoyara la base de Saca? A Quijano. Si es entre Quijano y Saca ¿a quien apoyara la base de FMLN? A Saca. Y si es entre Saca y Sánchez Ceren ¿a quien apoyara la base de ARENA? A Saca.

La única manera que el FMLN puede garantizar su permanencia en el gobierno es mediante una gran alianza política que rebase la que permitió el gane del presidente Funes. Pero nada indica que se estén haciendo esfuerzos en esta dirección y el tiempo va pasando y ya pronto estaremos frente a un hecho consumado.

Y este escenario electoral a esta altura está contaminado por tres situaciones: uno, la crisis al interior del órgano judicial promovida por las fracciones legislativas de Fmln y Gana para desarticular la Sala de lo Constitucional, la cual perjudica electoralmente a Sánchez Ceren y a Saca y beneficia a Quijano; dos, la situación de la delincuencia, en la cual el tema de la tregua entre pandillas lejos de despertar el respaldo ciudadano ( voto futuro) lo ahuyenta y la situación del enjuiciamiento de funcionarios del gabinete Flores por el caso CEL-ENEL. En el caso de la tregua entre pandillas por su posición el beneficiado a nivel electoral es Quijano y en el caso del juicio político a Flores-Bang el beneficiado es Sánchez Ceren.

La cautela por parte del FMLN con respecto al ideario antiimperialista le permitió comprometer sus votos para el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea y mantener un cuidadoso silencio sobre el TLC, la ILEA y la Base Militar de Comalapa para no “desentonar” en el “unánime” concierto partidario nacional. Pero estas actuaciones le restan votos en el estratégico sector de la “clase media urbana.”No pueden seguir confiando en ganar las presidenciales del 2014 en la disciplina de su “voto duro.”

Por su parte, el capital transnacional aunque seguramente preferiría a alguien de derecha, no pierde el sueño acerca del futuro mandatario salvadoreño. Confía que cuentan con los resortes económicos, diplomáticos y mediáticos que les permitirían enderezar cualquier desviación sospechosa de rumbo. Es el núcleo oligárquico con su recién creado G-20 el que sueña apasionadamente con presenciar en junio de 2014 a un humillado presidente Funes entregarle la banda presidencial al candidato de ARENA, Norman Quijano.-

Una rebelión anti-oligárquica de derecha

Dice un proverbio que “el miedo es el más ignorante, el más injurioso y el más cruel de los consejeros”. Francis Fukuyama sostiene que los seres humanos tienden a seguir ideas que están más fundadas en emociones que en la razón y también sostiene que el poder político reside en la capacidad de mantener la cohesión social. El miedo es la emoción más poderosa para influir sobre las personas o dominar a un país. El Salvador ha vivido bajo una destructiva polarización política desde siempre. Muy a pesar de que terminó la guerra civil y llegó la democracia, esa polarización continuó. Durante décadas, la cohesión al interior de los gobernantes y de los opositores fue sostenida por el miedo al comunismo por un lado y por el miedo a la dictadura por el otro.

Con la democracia los escuadrones de la derecha dejaron de matar y los militares dejaron de ser un instrumento de los oligarcas; se acabó así el miedo entre los opositores de izquierda y éstos tuvieron entonces libertad para disentir dentro de sus propias filas. Desde 1994 a la fecha, la ex guerrilla del Frente Farabundo Martí (FMLN) tuvo ocho disidencias consecutivas perdiendo numerosos líderes, diputados y alcaldes. La izquierda era una coalición de grupos unidos por la existencia de un “enemigo irreconciliable”. Terminado ese enemigo, se acabó el miedo y con éste la cohesión de la izquierda. El FMLN acusó de corruptos a los disidentes, mantuvo su retórica extremista y el miedo siguió dando ventaja a la derecha durante 15 años.

En el 2009 el FMLN pudo ganar la presidencia cuando por fin compitió con un candidato de centro izquierda y sin militancia partidaria. La presidencia de Mauricio Funes coronó veinte años de participación política del FMLN y El Salvador no se convirtió ni en comunista ni en bolivariano, tampoco hubo expropiaciones y se mantiene la libertad de expresión. El millonario apoyo venezolano al FMLN le ha permitido a la izquierda tener empresas y empresarios. La amenaza comunista perdió entonces credibilidad y la derecha se quedó sin narrativa. Pasó de denunciar el peligro de un régimen comunista a denunciar el peligro del enriquecimiento capitalista de los comunistas.

El miedo al “enemigo irreconciliable” se agotó ahora también para la derecha. Antonio Saca, el último presidente de la derecha, fue expulsado del partido ARENA porque impulsó políticas sociales heterodoxas, se opuso a la privatización de la geotermia, detuvo la explotación del oro, rechazó eliminar el subsidio al gas, aumentó impuestos al capital, y se negó a que se colocaran fondos de pensiones en la bolsa de valores. Algo que pudo haber acabado con el dinero de los pensionados como resultado de la crisis financiera del 2008. Es ahora ARENA quien está sufriendo constantes disidencias y perdiendo numerosos diputados, alcaldes y dirigentes.

Detrás de estas diferencias subyacen visiones distintas sobre el rol del Estado, sobre la independencia de la clase política frente al capital y sobre la necesidad de ampliar exponencialmente la base empresarial del país para contrarrestar el efecto empobrecedor que deja la concentración de poder económico en manos de una docena de familias. Estas diferencias han existido siempre, pero en el pasado los oligarcas asesinaban o exiliaban a sus disidentes.

El fin del miedo ha abierto una lucha entre un capitalismo oligárquico y un capitalismo meritocrático de orígenes más populares, con mayor sensibilidad social y arraigo local. Las “remesas” generaron un amplio contingente de nuevos ricos más iguales entre ellos, de piel morena y apellidos comunes. Éstos se han sumado a los capitales de inmigrantes árabes siempre discriminados y a los nuevos ricos que el petróleo venezolano está dejando en la izquierda. Esta transformación social está empujando una recomposición política que podría acabar con la polarización, crear una verdadera competencia democrática y salvar al país de ser Estado fallido.

Tanto la izquierda del FMLN en el pasado, como la derecha de ARENA en el presente, han señalado que la causa de las divisiones que han sufrido es que miles de disidentes se corrompieron. En uno y otro caso se han utilizado argumentos emocionales para evadir el debate de fondo y preservar su propia cohesión. El ataque moral ha sido un mecanismo de defensa que apareció cuando, en ambos casos, el contexto político acabó con el miedo que sustentaba la unidad de ambos grupos políticos. El resultado es que ahora hay tres competidores para las elecciones presidenciales de febrero de 2014 y, por primera vez en la historia del país, una tercera opción ha cobrado fuerza. Más de treinta intentos de fundar partidos nuevos fracasaron en el pasado, ninguno alcanzó un 10% del electorado. Según la mayoría de las encuestas ahora hay un triple empate que obligará a dos vueltas.

El ex comandante guerrillero, Salvador Sánchez, de definición bolivariana y candidato del FMLN, tiene más opiniones negativas que positivas. Es un retroceso con relación a Funes y un suicidio electoral inexplicable de la izquierda. Es imposible que pueda pasar del 50% de los votos y cualquiera de los otros dos candidatos lo derrotaría fácil en una segunda vuelta. ARENA, con su candidato Norman Quijano, necesita por lo tanto mantener la polarización con el FMLN para ganar. La competencia real es entonces en la primera vuelta y entre las dos derechas: ARENA y UNIDAD.

Si ARENA gana en el 2014, los poderes oligárquicos afianzarán su hegemonía económica, buscarán debilitar a los poderes económicos emergentes, abandonarán los programas sociales y continuarán desmantelando al Estado. Esto representaría un retroceso para el país y sin duda para la misma izquierda. Cuando la oligarquía perdió a la Iglesia Católica como su aliada, desató una violencia brutal contra curas y monjas. A inicios de los 70 perdieron a las clases medias ilustradas agrupadas en torno a la Democracia Cristiana, la respuesta fue igualmente violenta, los acusaron de ladrones y no descansaron hasta destruir este partido. Con la guerra y la negociación perdieron al ejército cuando le cargaron todas las culpas del pasado dictatorial. El fin del miedo, sumado a la tradicional arrogancia oligárquica frente a los que no tienen apellido, ha desatado una rebelión en la clase política y en sectores empresariales contra las familias que han mantenido un sistema extractivo que ha exprimido a El Salvador por más de un siglo.

Estas “familias” piensan que El Salvador necesita ser gobernado por una élite privilegiada, pero en realidad no es el país quien los necesita de ellos, sino que son ellos los que necesitan del país. En 1989, cuando llegaron al gobierno privatizaron los bancos, luego se los auto-vendieron por cuatrocientos millones de dólares y pocos años después los vendieron a la banca internacional por cuatro mil millones. Que este tipo de negocios termine o continúe es lo que realmente está en juego en el 2014. Se trata de una batalla entre la racionalidad para entender y las emociones que ciegan. Demócratas cristianos, disidentes del FMLN y ahora de ARENA han sido acusados de corrupción. Sin embargo, no existen millonarios ni entre los demócratas cristianos ni entre los disidentes del FMLN y la campaña electoral que tiene menos recursos es la del candidato al que se acusa de haberse robado cientos de millones de dólares. Los únicos que hoy en El Salvador son más ricos, son los que siempre han sido los más ricos.

Peliémonos, pues

elfaro.net / Publicado el 29 de Julio de 2013 Qué gusto da exhibir cultura (escuchar a Savall y citar de pasadita a Frege y a Derrida), al mismo tiempo que se retrata al adversario en una polémica como macho pendenciero que solo busca imponer su verdad. El dibujo amable de uno mismo (qué ponderado soy) y la caricatura irónica del oponente habrían sido una llave dialéctica –del combate discursivo– muy aplaudida por el estimado público de la Arena Metropolitana de mi niñez.

Pero si esto no es encuadrar de forma maniquea la discusión, planteando desde el inicio una mala peleya, que venga el fantasma de Frege y diga algo.

Resulta curioso que alguien que hace un retrato intelectual tan amable de sí mismo, que alguien que presume de tomar en cuenta otras hipótesis y de discutir seriamente, ni siquiera se haya molestado en recoger las objeciones puntuales que se le han hecho para enfrentarlas una a una en buena lid. Y es una lástima. Resulta más fácil caricaturizar al adversario que dedicarle un par de horas a la crítica seria de sus razonamientos.

En mis tres últimos artículos sobre el tema – ¿Y si condenamos a Salarrué?, “Debatiendo a Salarrué en el siglo XXI” y “Peléyense bien”– he procurado ser hasta cierto punto respetuoso con los planteamientos de Rafael Lara Martínez. A sus argumentos les he opuesto otros argumentos. Lamento que él a mis razones puntuales no les oponga razones equivalentes y se dedique a decir generalidades sobre su talante reflexivo. Yo no lo pongo en cuestión a él, pongo en cuestión “algunas” de sus ideas y advierto sobre el peligro de que al ser aceptadas sin debate se acaben convirtiendo en nuevos dogmas.

Algunos jóvenes de izquierda creen que si una “bicha” no respondió a sus reclamos amorosos ha sido culpa de la CIA; creen que si su profesor de matemáticas los aplazó fue por culpa de la CIA; creen que si se cayeron al pisar una cáscara de guineo fue culpa de la CIA. Estos muchachos tienen una teoría que lo explica todo: si un chucho los mordió, ya saben ustedes de quien fue la culpa. A estos muchachos se parece el investigador que cada vez que encuentra un dato desconocido lo interpreta como un dato que ha sido ocultado deliberadamente por una fuerza oscura. Todo lo desconocido, todo lo ignorado, todo lo perdido lleva la huella metafísica de un ocultamiento. Si él nieto despistado de un escritor tiró a la basura o malvendió unas revistas de páginas amarillentas en las que su abuelo había publicado esos cuentos tan aburridos, lo mas probable es que el susodicho nieto, sin saberlo, formase parte de una vasta operación de silenciamiento histórico.

Exagero y me burlo, por supuesto, pero solo para decir que una sola fórmula –al menos en el campo de la investigación académica– no puede abrir todas las puertas. No se puede abusar por lo tanto de la hipótesis del ocultamiento deliberado. Hay que fijar lo criterios que nos permitan utilizarla con rigor, imponiéndole clausulas restrictivas. Si no se tienen pruebas que confirmen la atribución de intencionalidad, lo mejor será ser cautelosos e introducir ciertos adverbios y decir que tales o cuales datos “posiblemente” fueron ocultados por el nieto del célebre narrador y poeta Don Panchito Pérez.

En filosofía podemos salir ilesos de frases grandilocuentes y oraculares como esa de que “El presente tacha adrede el pasado escurridizo y hace del ayer reprimido una de las premisas latentes de su juicio”. En la investigación histórica de un fenómeno cultural en el cual se intuyen borraduras en la memoria colectiva, hay que precisar los agentes de la acción y la naturaleza del acto (si fue consiente o inconsciente), es decir, hay que determinar quién tachó qué y poner sobre la mesa, si hablamos de una tachadura premeditada, las pruebas que confirman la intencionalidad. Todo lo demás sería retórica.

En teoría de la ciencia se habla de modelos explicativos con una sola variable y se los bautiza como “monocausales”. La monocausalidad, en mi opinión, recorre el discurso del profesor Lara Martínez. Nunca nos dice que un hecho determinado puede explicarse por la concurrencia de varios factores.

Cuando habla de los treces relatos que Salarrué no incluyó en la versión definitiva de los Cuentos de barro, el profesor no se plantea nunca que en dicha exclusión pudieron intervenir puntualmente “varios motivos”. El hombre que contempla la posibilidad de que varias hipótesis puedan iluminar sus datos, a la hora de la verdad sólo elige una y, no contento con eso, se saca de la manga la idea de que los textos omitidos pertenecen a una presunta versión integra y “silenciada” de los “Cuentos de barro”.

Nos guste o no, la versión definitiva de dicha obra fue la que su autor entregó a la imprenta. Podemos discutir su decisión, pero no abolirla. De lo contrario, estaríamos traicionando la misma historia del libro. Los trece o más cuentos excluidos podrían figurar en una edición crítica del clásico de nuestra literatura y la idea controvertida de una “versión integra” se puede entregar al público y a los académicos para que la debatan.

No niego que toda esa generación de intelectuales que apoyó a Martínez, a partir de 1944 haya intentado quemar los textos y las fotos que delataban su colaboración con la dictadura. Esa voluntad de ocultamiento, que debe confirmarse con evidencias, es un elemento en el complejo mecanismo de la amnesia histórica de la sociedad salvadoreña y puede servirnos, como “un” factor explicativo más, para investigar un período acotado de nuestra historia política y cultural.

El olvido de aquel entonces y los olvidos de ahora son fenómenos complejos que no pueden explicarse a partir de una sola variable de carácter intencional.

En ese sentido, y a pesar de los datos que rescata y de algunas ideas fértiles, creo que el análisis de Lara Martínez tiende al esquematismo simplificador de quien utiliza una sola causa para interpretar una experiencia compleja.

El trazo simple de su teoría –hay alguien que ha ocultado algo; hay algo cuyo desconocimiento vicia los juicios del presente–no se pone de manifiesto porque la despliega con “elocuencia”. Resulta atractivo, desde el punto de vista literario, lo de plantear la trama compleja del olvido histórico como un argumento sencillo en el que unos personajes juegan a ocultar las cartas y otros juegan a denunciar sus trampas. Lamentablemente, la vida es más trágica y mucho menos simple.

Les confieso algo a los lectores: no tengo la menor intención de quemar los datos que esgrime el profesor. Es más, les diré otra cosa, agradezco esos datos y valoro muchísimo la pesquisa del hombre que los ha encontrado. Eso sí, creo que el marco interpretativo del investigador es muy semejante al del marxismo vulgar. Para explicar lo literario, a ese marxismo que relaciona de forma lineal la cultura con la dominación, le basta con indicar las funciones ideológicas que un texto ha cumplido históricamente. A la función ideológica –a los mecanismos de la legitimación del poder y de ocultación de la realidad social– se subordinan sin sutileza los problemas del estilo, la ambigüedad temática y la trascendencia de la obra literaria.

Una cosa son los datos y otra los vuelos interpretativos que se emprendan a partir de ellos. Que Salarrué colaboró con Martínez, vale. Que el régimen de Martínez promovió la obra de Salarrué, vale. Ahí están las fuentes históricas rescatadas por Lara que lo confirman, vale. A partir de ahí se abre un debate sobre cómo los vínculos con el régimen pudieron afectar a la creación del escritor y sobre cómo el respaldo estatal de la dictadura pudo influir en la forma en que se leyó su obra.

Se nos dice que la historia política oculta de Salarrué, una vez que salga a la luz, servirá para comprender los “Cuentos de barro”. No se dice nada, sin embargo, sobre cómo ha de relacionarse dicha historia política con la hermenéutica del texto ¿Cómo se asocian los indicios textuales, el estilo y los contenidos de los Cuentos de barro, a la biografía política hasta ahora oculta de su creador? El profesor ha querido remediar esta laguna de su enfoque adjudicándole al General Martínez, en patrimonio, la entera poética del regionalismo y sus políticas culturales. De esa manera, por ejemplo, una pintura de tema campesino fechada en el año 43, automáticamente es catalogada de martinista, aunque disintiera del martinato.

El profesor pasa de puntillas, sin hacer preguntas, sobre el hecho verificable de que la estética de los Cuentos de barro empezó a madurar en un mundo en el que aún no existía el martinato. Ese mundo que el profesor silencia se vio sacudido por las impactantes noticias que procedían del México insurgente y por toda la ebullición ideológica que provocaba el caldo donde se cocían las voces de José Martí, Rodó y Vasconcelos y los ambiguos conceptos y valores del proto-nacionalismo popular latinoamericano.

El regionalismo como poética y política cultural se gestó en ese período que Lara Martínez tacha ¿intencionadamente? El dictador que surgió del 32 se apropió de unos antecedentes culturales; antecedentes que ya planeaban, como sensibilidad y alternativa, sobre el horizonte salvadoreño antes de que llegase la dictadura. Ver esa época como una especie de período preparatorio del martinato solo es posible desde una concepción lineal de la historia. En otras palabras, solo un anacronismo interesado puede convertir en martinista al joven creador que a mediados de los años veinte del siglo pasado empezó a escribir los primeros borradores de “Cuentos de barro”.

Quienes piden que se respete el pasado a veces lo contaminan introduciendo valoraciones morales y políticas que solo han alcanzado nitidez teórica en el presente. Así se juzga que el joven Salarrué de mediados de los años veinte del siglo pasado ya era cómplice intencionado de un proyecto de poder que invocaba maquiavélicamente una estética de lo popular al mismo tiempo que maniobraba contra los verdaderos intereses materiales e identitarios de los de abajo. Esta crítica legitima del nacionalismo popular latinoamericano que solo alcanzó un perfil teórico claro en las últimas décadas del siglo XX, como es lógico, no podía formar parte de la conciencia ética de un joven escritor de principios de siglo que aunque no invocase lo popular de forma plena y consecuente tampoco lo plasmaba con la superficialidad del artista que no va más allá de la viñeta pintoresca. Estoy hablando del período formativo de Salarrué en la época previa a la dictadura del general Martínez.

Claro está que podemos juzgar al narrador que sirvió al tirano teniendo el cuidado de no reducir la complejidad de su obra al tamaño de sus servicios políticos. Que Salarrué fuese un buen escritor no impide que lo juzguemos políticamente ni veta la posibilidad de investigar el adentro de su obra para ver hasta qué punto se vio afectada por su rol ideológico. Como no estamos ante un simple amanuense del tirano sino que ante un artista de los grandes, lo más probable es que haya zonas de la obra literaria que trasciendan las pequeñas miserias del intelectual de una dictadura.

Al profesor le quita el sueño el problema de cómo podemos valorar estéticamente una obra sin considerar su genealogía histórica, sin tener en cuenta el pasado oculto de su creador. Yo creo que hay otros interrogantes igual de profundos: Habría que preguntarse por qué razón, habiendo caído la dictadura de Martínez hace más de medio siglo, uno de los libros que ésta promovió continúa siendo leído y discutido por las nuevas generaciones ¿Es que somos martinistas o es que algo en el libro trasciende el martinismo?

Un clásico es un clásico porque escapa de las determinaciones de su origen para ser releído y recreado en las encrucijadas de otro horizonte histórico. Lara se conforma con ofrecer su limitada versión del origen y de la manipulación simbólica de que fueron objeto los Cuentos de barro, pero en ningún momento se atreve a responder la pregunta de por qué ese libro, salvando los límites de su nacimiento y del uso ideológico que se le terminó dando, se ha vuelto un clásico de la literatura salvadoreña y latinoamericana.

Salarrué ante el tachón de siglo XXI

elfaro.net / Publicado el 23 de Julio de 2013 Mientras escucho un fabuloso concierto de Jordi Savall —en ocasión del milenio de una Granada judaica, islámica y cristiana— reflexiono sobre la dificultad de un diálogo semejante en un lugar remoto. Tan remoto como una “isla rodeada de montañas” agrestes.

Si se trata de realizar un diálogo serio sobre el escritor salvadoreño Salarrué desde diversas perspectivas, la cuestión central no consiste en saber quién tiene razón. Parece que la “peleya” —así la llaman los neo-regionalistas— sería una muestra adicional de hombría y masculinidad obsoleta. Ya se sabe que “Mi interpretación” es siempre la correcta.

Les aseguro que no soy fundamentalista para creer que “Mi lectura sagrada” de los textos es la verdadera. Sé que lo humano es más complejo que la unidad mínima de la materia en su dualidad: el átomo, onda y partícula a la vez. Si no hay al menos dos interpretaciones contradictorias de un hecho social, hay simplificación ortodoxa y dictatorial. Hay fundamentalismo en la lectura de un texto.

Tal presupuesto unívoco no es mi intención al formular una hipótesis de lectura. El más simple repaso de “Sentido y referencia” del filósofo alemán G. Frege me certifica que de un número (cinco (5)) existen “sentidos infinitos” (3 + 2 = 4 + 1 = 8 – 3 = 50/10 =…) de referirlo. Y sólo una mente chata pensaría que un legado artístico-literario ofrece un “sentido” más sencillo que el de un número. Ofrece un solo “sentido” verdadero a su “referencia” compleja. Que sólo existe un sentido para referir a una obra se halla muy lejos de mi tentativa de interpretación.

En cambio, el dilema que planteo es por qué las argumentaciones actuales se fundan en la supresión de las fuentes primarias de 1928-1944 para validarse como verdaderas. No sólo se eliminan muchas publicaciones de Salarrué. También se borran todos los comentarios que sus colegas y sus primeros lectores realizan de una obra recién publicada y expuesta.

Parece que vivimos bajo una nueva inquisición o bajo una nueva conquista de América que suprime la documentación original para imponer una nueva verdad. El deseo del presente sustituye las lecturas del pasado. Sólo el orgullo del siglo XXI argumentaría que los juicios críticos sobre Salarrué —digamos en 1932— son todos falsos, mientras nuestras lecturas actuales alcanzan la verdad de sus escritos y de su actuación pública. La paradoja del presente es obvia. Entre más archivos primarios eliminemos de una época pasada mejor la conocemos.

I.

Por fortuna, toda la documentación primaria que publicaré en octubre se halla en EEUU al resguardo de toda quema inquisitorial. Por el silencio en boga, invoco el retorno de lo reprimido, de lo que se tacha y de lo que se suprime para inventar la verdad en el siglo XXI.

Tal es la premisa que cimienta mi hipótesis. Sin supresión de buena parte de los archivos históricos originales, el siglo XXI no puede inventar una interpretación correcta. Como mencioné en un artículo anterior, hay un tercio de los cuentos de barro y sus ilustraciones originales tachadas adrede. Hay obra adicional de Salarrué, dispersa y sin filiación bibliográfica.

Sintomático de ese tachón es, por ejemplo, el “Cuento de barro. Benjasmín” que, con ilustración de Luis Alfredo Cáceres Madrid, aparece junto a una foto del general Maximiliano Hernández Martínez celebrando su legítima ascensión al poder en diciembre de 1931 (Cypactly. Tribuna del pensamiento Libre de América). En síntoma del presente, también se tachan todas las publicaciones y actos públicos de Salarrué en 1932: Centenario a Goethe en la Universidad Nacional junto al gabinete de gobierno, cuentos de barro y teosóficos en revistas oficiales, múltiples reseñas positivas de su obra, muñecas indígenas que “dan risa”, etc. Sólo se cita “Mi respuesta a los patriotas” cuya acusación a los “comunistas”, quienes “habla[n] de degollar [por la] justicia”, ahora la asumen los neo-marxistas con orgullo como testimonio de denuncia. Esto es, de denuncia de “los comunistas pedigüeños” y degolladores (ojo: el anticomunismo no es mío sino de Salarrué).

Hay más de cincuenta juicos críticos sobre Salarrué también tachados adrede. Todo borrón se justifica en el paradójico nombre de la verdad. Esa verdad sería, por ejemplo, que el “Cuento de barro. La botija” restituye los valores indígenas tradicionales, siempre y cuando se omita que tal relato lo celebran y lo publican las esferas oficiales en varias revista tachadas: Boletín de la Biblioteca Nacional, La República. Suplemento del Diario Oficial, Cypactly, etc. Una coincidencia asombrosa reconcilia el proyecto de “liberación de los campesinos” según el martinato, con el de la izquierda que critica su régimen presidencial.

II.

A la escucha del milenario de Granada —sin monofonía religiosa, lingüística ni cultural— jamás invocaría La Verdad. Adopto el humilde ejemplo de las ciencias naturales que se satisfacen al formular hipótesis. Ofrezco simples aproximaciones fundamentadas en una documentación primaria exhaustiva, sin encubrimientos de los archivos nacionales.

Tal hipótesis evidencia la colaboración de las instancias eclesiásticas (misa en el atrio de Catedral en honor del ejército), artísticas (L. A. Cáceres Madrid, J. Mejía Vides, profesores del ejército) e intelectuales (M. A. Espino, A. D. Marroquín, G. González y Contreras, etc., funcionarios del gobierno) al régimen del general Maximiliano Hernández Martínez luego de la “Matanza” de enero de 1932.

Ni siquiera al famoso “poeta del 32”, le interesa el 32 en 1932. Por lo contrario, lo abruma el “sexo” y la “mujer blanca” como verdadero hecho político del año (P. Geoffroy Rivas en Boletín de la Biblioteca Nacional (1932 y 1933)). De igual manera, a Salarrué lo excita “la abertura circular” de una “bella mujer negra desnuda” cuyo cuerpo lo induce al viaje astral (Salarrué, Remotando el Uluán (1932)). De género y política como hechos olvidados…

Tal es el motivo último del encubrimiento. Hay que borrar todo indicio de colaboración con un régimen que el siglo XXI condena, ya que se alaba la obra intelectual de sus colaboradores. Quedo a la espera que —con fuentes primarias de la época— se demuestre lo contrario. Mi hipótesis está sometida a la falsificación por pruebas fidedignas que recabe un trabajo historiográfico exhaustivo.

¡Peléyense bien!

elfaro.net / Publicado el 15 de Julio de 2013 Nelson López Rojas, el responsable de la primera traducción completa de los Cuentos de barro al inglés, acaba de publicar un bienintencionado artículo –“No se peleyen”– donde informa sobre el reconocimiento internacional de Salarrué y donde también razona sobre las discusiones intelectuales que ahora suscita el autor de los “Cuentos de barro”.

No tengo claro por qué López vincula el reconocimiento y la disputa. Uno puede discutir sobre Salarrué sin que eso suponga restarle mérito literario. Y uno puede discutir sobre cualquier literato sin que eso sea necesariamente un esfuerzo estéril que vaya en contra del placer de leerlo. Lo normal es que la crítica se muestre dividida ante la mayoría de los escritores, pero esa división valorativa a la larga contribuye a mejorar nuestros juicios.

Yo le recomendaría a Nelson que no se deje llevar por las apariencias, que no se vaya en la chicagüita, pues. Aquí no estamos ante un debate generalizado sobre la figura y la obra de Salarrué. Yo veo más bien que las últimas tesis del profesor Lara Martínez sobre los Cuentos de barro se aplauden y nada más. No veo que mucha gente las debata y eso sí que es lamentable desde el punto de vista intelectual.

Lo negativo no son las peleyas, lo negativo son las malas peleyas. Si el debate transcurre por cauces racionales y se ciñe a unos puntos precisos, no veo cuál es el problema.

Tal parece que López apuesta por la concordia valorativa y unánime en torno a los “Cuentos de barro”, pero hay concordias y concordias y una concordia acrítica es tan nefasta como una mala “peleya”.

Si López lee mis dos últimos artículos sobre el Salarrué de Lara Martínez, verá que hago el esfuerzo de precisar algunas de sus tesis para luego cuestionarlas por medio de argumentos ¿es eso malo?

Yo le diría a López que es necesaria, urgente, la buena peleya en todos los planos de nuestra vida política e intelectual.

Ahí donde hay libertad de pensamiento y expresión, salen a la luz las perspectivas diferentes u opuestas que tienen los miembros de una sociedad sobre cualquier fenómeno de trascendencia colectiva. La democracia como terreno propicio para el desarrollo de la inteligencia no es un espacio cultural idílico poblado de pastorcillos, ovejitas blancas y música de flauta. En una sociedad que no se rige por el dogma y que abre sus creencias al debate, todo acuerdo crítico es la resolución provisional de un conflicto que, en el caso de alguien como Salarrué y su obra, sería interpretativo.

Yo no le recomendaría a la gente que no se peleara, lo que haría es recomendarle que peleara más y mejor.

Un amplio sector de nuestro mundo cultural evita desde hace mucho el conflicto de las interpretaciones. Algunos lo hacen por comodidad, para evitarse enemigos y ser colegas de todo el mundo. Otros lo hacen por miedo a las réplicas y al ridículo. Pero tanto se eluden los enfrentamientos que, al final, nuestra crítica literaria y cultural se queda en los huesos. Casi nadie dice lo que opina verdaderamente sobre la última novela de zutano y el poemario más reciente de mengana. Este cómodo y diplomático silencio tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Uno de sus inconvenientes es que los literatos, al carecer de jueces y juicios, a menudo continúan arrastrando durante años sus virtudes y también sus defectos.

El miedo a la discrepancia en el mundo cultural no solo se lleva por delante las malas peleyas, también impide que se manifieste y se instale la crítica cultural como valoración ponderada.

No hace falta, pues, Nelson López, pedirle a la gente de nuestro mundo cultural que no se “peleye” de forma clara y abierta, es lo que generalmente hace: esconder sus ideas para evitarse problemas. Si uno quiere escuchar sus verdaderas opiniones tiene que ir a las tertulias, a los encuentros personales, porque es ahí donde se recluye, lejos de la cordialidad, el juicio valorativo. Si queremos saber lo que juzgan los críticos y los escritores salvadoreños sobre la obra de Horacio Castellanos Moya, hay que ir a sus encuentros privados porque en publico generalmente nunca dicen nada, guardan silencio, rehúyen la opinión. Así que el consejo debería ser: tengan el valor cívico de decir lo que piensan, discutan, pero háganlo con arte, con rigor ¡peléyense bien¡

Últimamente se han hecho valoraciones polémicas sobre Salarrué: que si era un copión, que si su narrativa nació involucrada con la política cultural del martinato, etcétera, etcétera. Yo no estoy de acuerdo con la formulación extrema de dichos juicios, pero les veo su lado positivo: nos alejan de la imagen idílica de Salarrué y nos obligan a mirarlo con más rigor ¿Es esto malo? Por supuesto que no. Agradezcamos el valor cívico de todos aquellos intelectuales que se han atrevido a pegar un puñetazo en la tranquila mesa de los acuerdos valorativos unánimes y acríticos.

Si alguien afirma por ahí que Salarrué era un copión, no lo excomulguemos. Aprovechemos la oportunidad para discutir sobre las influencias literarias del creador de los Cuentos de barro y, si quieren, para reflexionar sobre la moderna noción del “autor” y el moderno concepto de “la originalidad”.

Admiro la inteligencia del profesor Lara Martínez porque descubre problemas ahí donde han prevalecido los lugares comunes y los acuerdos oficiales, pero discrepo de algunas tesis que propone. Ahí donde él nos ofrece una teoría concluyente, yo creo que empieza el debate. Lamentablemente, en nuestro medio, poca gente “discute” de verdad.

Lara Martínez maneja información, y eso es muy importante, pero resulta polémica la forma en que a veces la interpreta. Debemos agradecerle que nos diga que Salarrué excluyó algunos relatos de su versión final de los Cuentos de barro. Pero hay que discutir con él cuando nos asegura que los cuentos excluidos forman parte de una presunta versión integra y censurada. Aquí, en este punto preciso, la estima literaria que sintamos por Salarrué no nos salva de tener que involucrarlo en un debate necesario ¿Existe esa presunta versión integra de los Cuentos de barro o estamos ante una creación artificial surgida de la hermenéutica de la sospecha?

Esos trece relatos excluidos y presuntamente silenciados no cabe explicarlos con una sola hipótesis. Algunos pudieron excluirse por razones ideológicas y de pragmática política, pero otros pudieron desecharse por causas formales, estrictamente literarias. Sería un error creer, sin más, que todo lo excluido forma parte de una versión supuestamente censurada y sería un error encuadrar todas las exclusiones dentro del ámbito de la intencionalidad ideológica. Algo chirría cuando la hermenéutica de la sospecha se torna paranoica ¿Por qué deberían formar parte de “una versión integra” los textos que un escritor eliminó porque ya no le satisfacían formalmente? Para sostener la hipótesis del ocultamiento como la única causa de las omisiones, habría que desechar por completo la posibilidad de que algunos textos se cayeran de la última versión del libro porque el autor los hubiese considerado flojos, reiterativos o fuera de la estructura final que él buscaba.

En cualquier caso, si hablamos de una obra “completa”, debemos respetar la decisión final de su creador ¿Qué tipo de jueces seríamos nosotros si, pasando por encima de la voluntad autónoma del literato, incluyéramos en “la versión integra” de su libro toda la prosa que él termino desechando? En caso contrario, en caso de que nosotros tuviésemos potestad para decidir qué relatos entran en la edición “integra” de los Cuentos de barro, dejaríamos de ser críticos para convertirnos en co-autores del libro.

Distinto sería que, habiendo expuesto Salarrué de forma inequívoca que la versión última de su obra debía contener los relatos omitidos, la crítica y la posteridad se hubiesen negado a incluirlos por motivos ajenos a la creación literaria. Lo de la presunta versión integra de este clásico de nuestras letras es, por lo tanto, un tema muy polémico. No discutir la hipótesis interpretativa del profesor supondría coronarla desde ya como un nuevo dogma ¿Qué sentido tendría haber escapado de los viejos tópicos para ir a terminar en otro nuevo? Algunos creen con cierta razón que de los dogmas escapamos a través de la verdad. El respeto a los hechos y al razonamiento lógico nos vacuna en cierto modo contra las visiones falsas. Pero lo que nos permite, a la larga, escapar del dogma es someter todos los juicios al diálogo abierto y crítico. La democracia como ámbito propicio a la verdad es imposible, por lo tanto, sin la aceptación de la pelea rigurosa y bien entendida.

Los textos excluidos de los Cuentos de barro forman parte de la compleja historia del libro. Esa historia es difícil: es política, es intelectual. Ahora bien, Lara Martínez nos advierte del peligro de hacer una historia social que silencie al pensamiento, pero él mismo corre el peligro de presentarnos una historia del pensamiento vaciada de estética.

Lara ha construido una narrativa en torno a la obra de Salarrué y dentro de esa narrativa son importantes las pulsiones ideológicas y la intencionalidad política. El paisaje cultural que con trazo grueso desarrolla el profesor, es bastante parecido al que levantan las variantes menos sutiles del marxismo. La ideología en el marxismo vulgar es una maquina de ocultamientos cuyo engranaje simplifica la complejidad del universo simbólico. De ahí que los textos literarios y su difícil entidad sean devorados por las maquinaciones de los individuos y las clases, sin que quede el más mínimo resquicio para la autonomía relativa de la obra de arte. Es así como los textos excluidos de los Cuentos de barro se introducen sin matices en el gran mecanismo del disimulo. No cabe la posibilidad de que esos textos omitidos nos informen también de la evolución literaria de Salarrué o de la idea que el escritor tenía de la estructura formal de su libro. Todo esto se lo traga “la censura”.

Lo repito: una teleología simple, ideada para que todas las piezas encajen desde un principio, transforma la estética inicial de los Cuentos de Barro en una poética martinista, justo en un momento en cual el martinato no formaba parte todavía del horizonte histórico. Según esa visión, el Salarrué romántico y masferreriano, pasando por encima de las disyuntivas sociales y literarias de los años veinte, ya escribiría de acuerdo con las orientaciones de valor de la política cultural de 1934. Las características complejas y fluidas de un segmento del pasado (el del año 25, por ejemplo) se organizan de forma lineal y determinista en función de un hecho político (la dictadura del general Martínez) que acaecería después. Así se desdibujan, para que todo encaje en la gran teoría del ocultamiento político, las encrucijadas culturales del mundo en que nacieron los primeros Cuentos de barro.

Las buenas interpretaciones se pierden cuando son incapaces de establecer clausulas restrictivas.

También las buenas intenciones son estériles, cuando en nombre de una concordia idílica censuran los conflictos necesarios, las polémicas fértiles.

  • Álvaro Rivera Larios es escritor y ensayista salvadoreño. Residente en Madrid, España.

Debatiendo a Salarrué en el siglo XXI

elfaro.net / Publicado el 12 de Junio de 2013 Como buen clásico que es, el autor de los “Cuentos de barro” ha sobrevivido a las viejas interpretaciones de su obra y lo más probable es que también sobreviva a las actuales. Entre las interpretaciones actuales de Salarrué destaca, por su carácter polémico, la de Rafael Lara Martínez.

Lara Martínez sacude el avispero de ciertas omisiones y carencias en el abordaje de los Cuentos de barro y las interpreta como un ocultamiento. La suya es la típica hermenéutica de la sospecha que siguiendo la estela del “neo-historicismo” sitúa las lecturas del texto dentro de la historia social y la historia del pensamiento. Los silencios y las limitaciones de nuestra filología siempre serían, según él, parte de las estrategias discursivas de poder.

Qué duda cabe de que hay ciertos datos de la biografía política de Salarrué y de la utilización ideológica de su obra que hemos preferido ignorar para que no lastimasen su imagen de gran padre bonachón de la auténtica literatura salvadoreña. Puede que algunos hayan participado en la creación deliberada del mito (esos que, a sabiendas, ocultaron los hechos incómodos); puede que otros, sin mentir intencionadamente, hayamos preferido el plácido engaño al conocimiento que impugnaría las inocentes lecturas de nuestra infancia. Lo que sugiero es que no siempre quien participa de forma pasiva o activa en un ocultamiento ideológico es cómplice intencionado de una maquinación.

La hipótesis de la censura, llevada hasta el extremo, también puede distorsionar la realidad. Gracias al profesor sabemos que Salvador Salazar Arrué omitió trece textos de la versión final de los “Cuentos de barro”. Ahora bien, ese dato hay que explicarlo. La auto-censura y la censura aclaran algunas exclusiones, pero no todas. A veces, un escritor suprime textos de su obra final porque los considera mediocres desde el punto de vista literario.

Con ciertas tesis que Lara defiende, y que pertenecen al acerbo metodológico de la filología moderna (hay que trabajar con los datos del archivo, hay que definir los usos originales del texto y el marco inicial de su recepción), no hay más remedio que estar de acuerdo. Otra cosa es cómo se interpreten los datos del archivo y cómo se reconstruyan las lecturas iniciales de una obra.

Entre las fuentes primarias de los Cuentos de barro están las revistas en que inicialmente fueron publicados a partir de la segunda mitad de los años veinte del siglo pasado. La revista Excélsior (en 1928) y la revista Prisma (en 1931), que anticiparon algunos cuentos de barro, no pueden ser etiquetadas como revistas del martinato por la sencilla razón de que el martinato por esas fechas no existía. Esta última precisión tiene importancia a la hora de señalar que la recepción original de los primeros cuentos de barro incluye un período del tiempo social y político en el cual Martínez y su régimen no gobernaban la interpretación de esos textos.

Desde el punto de vista creativo sería un error creer que el Salarrué posterior a 1932 ya estaba presente –con los criterios estético-políticos del martinato– en el Salarrué de 1925. Solo una visión teleológica simplista podría sugerir que los primeros cuentos de barro ya legitimaban la política cultural de una dictadura populista del futuro cercano.

Las primeras fechas de publicación (de los Cuentos de barro) también nos indican que el regionalismo como expresión estética e ideología cultural es anterior al régimen del general Martínez. El regionalismo, como política, ya tenía también un ejemplo poderoso antes de la aparición del martinato y ese ejemplo era el régimen nacido de la revolución mexicana.

Martínez y su corte de intelectuales lo que hicieron fue institucionalizar una sensibilidad estética y unas ideas que ya recorrían América Latina en las primeras décadas del siglo XX. Martínez y su corte de intelectuales pusieron en práctica, imponiéndoles una determinada orientación, planteamientos que habían prendido en la agitada vida social salvadoreña de los años veinte. Por esa época domina en círculos intelectuales y políticos un protonacionalismo cuyos padres eran José Martí, Rodó, Vasconcelos, Masferrer, etcétera.

Los primeros usos e interpretaciones de los Cuentos de barro hay que hacerlos retroceder hasta esa época, teniendo el cuidado de no confundirlos con el uso peculiar que Martínez le dio a la estética regionalista con fecha posterior a 1932. Martínez utiliza unos antecedentes, no los crea, por eso es un error vincular genéticamente al regionalismo con la política del martinato.

El protonacionalismo popular latinoamericano era lo suficientemente ambiguo, en sus expresiones artísticas y políticas, como para albergar en su seno posturas pequeño-burguesas, fascistoides y marxistas. Por eso hubo una época en la cual Farabundo Martí colaboró con Sandino y Diego Rivera con José Vasconcelos. Éste último, con el paso del tiempo, y de modo semejante al general Martínez, llegó a simpatizar con Hitler.

Una pregunta que debemos hacer es si las recensiones críticas de los Cuentos de barro aparecidas en “las revistas del martinato” representan todas las lecturas que se hicieron de dicha obra literaria antes de Martínez y durante su dictadura. Es bastante probable que Agustín Farabundo Martí leyese los primeros Cuentos de barro. Sería bueno saber cómo interpretaron inicialmente esos cuentos los lectores e intelectuales que fueron derrotados en el año 32 ¿Qué rastros quedan de esas lecturas en las fuentes primarias que nos ofrece el profesor?

El diálogo entre Farabundo Martí y Salarrué demuestra que el escritor admiraba la integridad ética del político y que el político quizás admiraba la estética del escritor. Quizás. Esto es algo que debería investigarse pero cuya sola posibilidad nos pone en la pista de que las lecturas institucionalizadas de los Cuentos de barro que se impusieron a partir del 32 no agotan el universo ni el contexto original de su primera recepción.

Hay algo en el planteamiento de Lara Martínez que recuerda al uso mecanicista, y no dialéctico, de la tesis de la ideología dominante. Dicho enfoque deja sin voz y sin resistencia interpretativa a quienes se hallan bajo el dominio simbólico de una élite. Esas voces y esas lecturas difícilmente llegan a las redacciones de los periódicos y las revistas después de una matanza como la que inauguró la dictadura del general Martínez.

Pero sería un error ver a Martínez solo como a un hombre severo dotado de un cuchillo. Martínez asumió un proyecto (se rodeó de intelectuales) y poseía habilidad retórica (también era un hombre al que le gustaban la pluma y el micrófono). El General y sus secuaces presentaron la matanza como una pacificación y a los rebeldes como a unos agresores bestiales y sanguinarios. Indígenas y comunistas fueron derrotados en el teatro de la guerra y en el terreno de la propaganda (de ahí que la interpretación martinista de los Cuentos de barro pueda presentarse como “la primera”).

Sin lugar a dudas, tienen muchísima importancia las fuentes primarias, pero también hay que saber interpretarlas. Demasiado poder le concede a esas fuentes quien opina que los artículos aparecidos en una revista son capaces de determinar el uso social de unos cuentos. Tal uso puede estar influido por “la crítica” pero no se configura únicamente en el ámbito textual como sabe perfectamente cualquier sociólogo de la literatura.

Es cierto que las lecturas actuales de una obra no pueden ignorar el contexto original de su recepción. Pero también es verdad que la historia inicial del texto no puede ser la única pauta que rija sus lecturas actuales y futuras. La historia ilumina siempre que no sea un historicismo. El conocimiento del pasado es liberador siempre que no imponga una nueva camisa de fuerza.

Una historia social que ignore la historia del pensamiento está mal, pero está mal también una historia del pensamiento que ignore la entidad de lo literario. Es cierto que puede existir un nexo entre la recepción de un texto y las dimensiones simbólicas de la política, pero ésta conciencia crítica debe evitar los peligros de subsumir de forma mecanicista la complejidad de la obra literaria en los juegos crudos del poder.

Aceptemos que toda valoración de un poema o un relato que ignore los profundos vínculos de la palabra con el marco social e histórico en que es producida e interpretada corre el peligro de vaciarla hasta cierto punto de sus sentidos originales. Aceptemos que las posiciones políticas que adoptó Salarrué después de 1932 pudieron influir en la forma en que fueron leídos los Cuentos de barro. Aceptemos que las declaraciones explícitas de Salarrué sobre su forma de entender la literatura pudieron afectar el modo en que la suya fue leída. Pero ningún autor, más allá de cuál sea su idea del arte y de la función social inmediata que le asigna, controla por entero los contenidos latentes de su trabajo creativo y, por supuesto, aunque cuente con el respaldo estatal, tampoco rige de modo absoluto los marcos sociales presentes y futuros en los que su obra es y será interpretada.

Cuando se dice que toda obra literaria es abierta se asume que entra al juego y al conflicto de las interpretaciones. Dentro de esa lógica se comprende que Roque Dalton le disputase los Cuentos de barro a la cultura oficial. Y se los pudo disputar porque la estética de los Cuentos de barro más que deberse a la cultura del martinato se debía a la época del protonacionalismo popular latinoamericano. Ahora bien, un crítico actual les puede disputar el sentido de los cuentos a sus intérpretes oficiales del pasado y al mismo Dalton. Si algo nos dicen las obras de imaginación es que el pasado condiciona pero no determina fatalmente las lecturas del ahora.

Podemos incorporar la historia del texto a nuestra forma de leerlo, pero tal historia –como rastro de los conflictos sociales y hermenéuticos de poder– tampoco puede sustituir las encrucijadas intelectuales, literarias y políticas que condicionan el presente de nuestra lectura.

Tan importante como rescatar los datos silenciados del archivo es saber interpretarlos con rigor teórico en el marco de un debate plural. La censura, los tópicos y los silenciamientos prosperan ahí donde los datos no se revelan o se introducen sin cautela en el diálogo interpretativo.

Cuentos de barro sin la censura del siglo XXI

elfaro.net / Publicado el 5 de Junio de 2013 …[La historia] de un recordar sin recuerdos. Salarrué I.

A ochenta años de la publicación de Cuentos de barro (1933; viñetas de José Mejía Vides) de Salarrué, me pregunto por qué razón no existe una edición íntegra de la obra. En el 2013 un doble acuerdo orienta casi todo comentario. Cuentos de barro se considera uno de los textos fundadores —de los libros más clásicos— de la literatura salvadoreña. Empero, se considera apropiado ocultar las revistas literarias que publican los relatos individuales, antes y después de la edición príncipe.

Nadie ha fechado las publicaciones individuales de los cuentos en revistas como Excelsior (1928-1930), Repertorio Americano (1928-1937), Boletín de la Biblioteca Nacional (1932-1937), Cypactly (1930-1940), Prisma. Revista Internacional de Filosofía y Arte (1931), Revista El Salvador. Órgano Oficial de la Junta Nacional de Turismo (1935-1939), El lector cuzcatleco (1941-1943) y otras tantas revistas jamás citadas del martinato.

Como intelectual de prestigio, el nombre de Salarrué aparece al lado de Arturo Ambrogi, Alberto Guerra Trigueros, Maximiliano Hernández Martínez, Alberto Masferrer, etc., en Semblanzas salvadoreñas (1930) de José Gómez Campos. Todos los “grandes hombres” —sin mujeres, por supuesto— figuran en el mismo canon literario nacional hacia el despegue de los treinta.

En los círculos artísticos de esa década, la edición de 1933 no resulta una sorpresa. Al menos desde 1928, los cuentos aparecen en las revistas más afamadas del país y del istmo. Estas publicaciones dispersas se prolongan hacia mediados del decenio.

El contexto político inicial lo especifica la revista Excelsior: “realizar en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929 una obra de sabor regional” para promover “el comercio, la agricultura y la industria nacional” en el extranjero.

A mediado plazo, en 1932, lo aclara la revista Cypactly: quienes deciden “lanzarse a desantentadas rebeldías obedeciendo azuzamientos subversivos [de los comunistas] sólo les dejan saldos de miseria y muerte”. Durante el despegue del segundo mandato del general Maximiliano Martínez (1935-1939), la función social de los cuentos la especifican la prensa costarricense y el Diario Oficial: “Delegado Oficial a la Primera Exposición de Artes Plásticas de Centro América” por “Decreto Ejecutivo”.

Ninguna de las citas anteriores aparece en los trabajos críticos de Salarrué en el siglo XXI, como si esas fuentes primarias no existiesen. La práctica de la historia artística presupone la supresión de los archivos nacionales incómodos.

Aún así, toda represión se archiva. En 1932, la función del intelectual consiste en lograr un entendimiento entre las autoridades universitarias, los artistas y el gobierno durante “estas horas de zozobra, de dolor y perplejidad” (Torneos universitarios, 1932). Una “política del espíritu” —una “política de la cultura”— redimiría a una nación enemistada en la lucha fratricida. Sólo un “alma solitaria y complicada” —“similar a Goethe [que tiene su Atlántida]”— expresaría el “espíritu sabio” del martinato y la reconciliación nacional (Torneos y Exposición de libros en la Biblioteca Nacional, 1933).

II.

Las narraciones regionalistas no sólo se unifican bajo el mismo título de “cuentos de barro”. A la vez se reúnen en un proyecto conjunto de arte y literatura. El calificativo “cuentos de barro” se forja cinco años antes de la edición príncipe y se emplea en otros cuentos olvidados años después. No sólo la obra príncipe es una antología de relatos anteriores. También se prolonga hacia el futuro como un trabajo sin límite.

Además, las narraciones regionalistas se unifican en el diálogo que establecen entre la palabra y la imagen. Traducido a un lenguaje carente de arte visual, Cuentos de barro ofrece un vacío flagrante que reproducen todas las ediciones actuales al eliminar los diseños de los relatos. La mayoría de las narraciones originales se acompaña de ilustraciones que demuestran el contexto inmediato de su recepción entre los círculos artísticos salvadoreños y centroamericanos.

Las viñetas originarias y posteriores a la edición príncipe, no las diseña José Mejía Vides. Las esbozan pintores reconocidos como Luis Alfredo Cáceres Madrid, el costarricense Max Jiménez, así como ilustradores sin renombre que el siglo XXI anhela olvidar.

Para esta recepción inmediata, la “matanza” de 1932, significa una afrenta a los ideales pacifistas, cristianos y teosóficos, los cuales promueven el verdadero “comunismo”. “Matan a sangre fría […] los peores asesinos. Por eso merecen condena eterna todos los hechos sangrientos hace algunos meses ejecutados por forajidos […] es una dolorosa equivocación creer que el comunismo se practica segando vidas y arrasando propiedades. Esas doctrinas que tuvieron origen en el Sermón de la montaña, no son de destrucción sino de conservación […] Esto lo han ignorado […] nuestros campesinos por eso han delinquido […] y se dejaron llevar al sacrificio de su vida” (Eugenio Cuéllar cuyo cuento lo ilustra Pedro García V., quien diseña varios “cuentos de barro”. Cypactly, No. 17, 22 de junio de 1932).

Si aún existieran dudas al respecto de los círculos intelectuales teosóficos, hay que recordar el apoyo de la Iglesia Católica al régimen del general Martínez y al ejército. Al atrio de la Catedral Metropolitana se redobla la legitimación de la “matanza”, que se juzga un acto de justicia. [En el] portón de Catedral [se celebró] solemne misa de campaña por el alivio y descanso de los muertos por la patria en las pasadas revueltas comunistas y para bendecir al Gobierno, Cuerpo del Ejército, Guardia Nacional, Guardia Cívica y Cuerpo de Policía General, por su noble y patriótica actitud en defensa de la sociedad salvadoreña, de las instituciones patrias y de la autonomía nacional (El día, 25 de febrero de 1932 y Diario Latino, 29 de febrero de 1932).

III.

En el 2013 el mejor homenaje a Salarrué no consiste en ignorar adrede las fuentes primarias de sus publicaciones. Nuestras lecturas actuales no reemplazan la recepción original de la obra. El autor no pinta para ciegos, ni escribe para analfabetas. Su narrativa debe restaurarse de manera íntegra, en el contexto original de recepción: pictórico y crítico literario.

Hay al menos trece “cuentos de barro” que no están incluidos en Cuentos de barro, al igual que hay más de veinte viñetas que originalmente los ilustran. Los “cuentos de barro” tachados hasta el 2013 se intitulan: “Auto tragicomedia en dos cuadros” (1928), “Cuentos de barro. El beso enjuncado” (1928, “El beso”), “Cuentos de barro. El Sembrador” (1928 y 1929), “Cuentos de barro. El velorio” (1929), “Cuentos de barro. El peretete” (1929 y 1936), “Cuentos de barro. La tísica” (1929), “Cuentos de barro. Los gringos” (1929), “Cuentos de barro. El casorio” (1929), “Cuentos de barro. El patrón” (1929), “Cuentos de barro. El beso “(1929), “Cuentos de barro. El soldado de chankaka” (1929), “Cuentos de barro. El entierro del juneral” (1930), “Cuento de barro, “Cuentos de barro. Benjasmín” (1931), “Cuentos de barro. El damo” (1932), “Cuentos de barro. El Cheje” (1932), “Cuentos de barro. Balsamera” (1935), “Una tarde gris” (s/f).

Hay más obra de Salarrué oculta que debe desenterrarse. Hay más de cincuenta comentarios críticos de la obra, escritos entre 1928-1940. La restitución de esta memoria —tachada intencionalmente en el 2013— guía una serie de ensayos de próxima aparición en la Fundación AccesArte.

La quema sistemática de los archivos nacionales —un “recordar sin recuerdos”— no me parece la manera más adecuada de honrar la memoria de Salarrué. Tampoco me parece que encubrir las fuentes primarias sea la manera más pertinente de escribir la historia. Solicito una mínima honestidad intelectual con la historia salvadoreña. Exijo un respeto de la historiografía nacional y de sus fuentes primarias.

IV.

Por el olvido intencional, en el 2013 no existe una edición completa de Cuentos barro. Ignoro la fecha en la cual el acuerdo del siglo XXI levante su censura documental y publique una edición íntegra de la obra más clásica de la literatura salvadoreña. La denuncia anterior —la supresión de archivos— no la dirijo a personas en particular. La dirijo a las prácticas institucionales del siglo XXI que enmarcan a todo sujeto profesional y lo constituyen como tal.

Los estudios culturales teorizan la literatura sin rigor historiográfico. La historia social excluye la historia intelectual y habla de hechos sin su representación inmediata en la conciencia artística del período en cuestión. La crítica literaria se ejerce sin documentación primaria de la época bajo su mirada, etc. Ochenta años sin Cuentos de barro demuestran que “un siglo es un momento” de una historia nacional. De una historia que se niega documentar su propia conciencia pretérita de los hechos. En su simulacro del pasado, la práctica de las ciencias sociales adapta el pasado a su deseo presente por la supresión de los archivos originales indeseados. La “consignación de un archivo” al olvido forma parte esencial de la memoria histórica del 2013.

Desde Comala siempre…

¿Y si condenamos a Salarrué?

Publicado el 5 de Marzo de 2012 (El Faro). Hace unos meses, en la prensa escrita, el ameno prosista y buen poeta Miguel Huezo Mixco nos hizo la interesante y provocadora pregunta de que si, con la información que ahora se dispone, podíamos salvar la figura del Gral. Martínez. Y es que sabemos de memoria los hechos que condenan al militar (derribar a un gobierno elegido democráticamente, promover una matanza indiscriminada de indígenas y campesinos rebeldes, enquistarse en el poder durante más de diez años), pero hemos “olvidado” acciones suyas que podrían ser un atenuante.

La pregunta de Huezo Mixco – ¿Perdonamos al General? –, si no la malinterpreto, es en el fondo una interrogación sobre la calidad de nuestros juicios históricos. El problema con la opinión pública de izquierda que ha juzgado a Martínez es que, para darle fuerza retórica a su veredicto, eligió simplificar el rostro del condenado. Todos los años, cuando llega la infausta fecha, el 22 de Enero, procedemos a quemar una figura de cartón piedra.

Estas inercias mentales y rituales ha venido a sacudirlas el trabajo investigativo de Rafael Lara Martínez. El profesor, como un buen detective, ha rescatado del silencioso polvo de los archivos unos datos que obligarían a rectificar nuestra imagen del dictador. Tal parece que el General estampó su firma en una condena de la invasión norteamericana de Nicaragua. Si las evidencia textuales no mienten o se malinterpretan, Martínez fue una figura apreciada por el padre de Augusto Cesar Sandino. Y hay más: Martínez, desde el poder, le dio apoyo al arte indigenista en nuestro país y bajo su gobierno adquirió forma una política cultural que contó con el apoyo de muchos intelectuales masferrerianos.

Las nuevas-viejas noticias –que aparentemente absuelven al militar–, por otro lado, comprometen al ciudadano Salvador Salazar Arrué, hombre de letras que fungió durante algunos años como figura cultural del régimen martinista.

Por motivos de espacio, voy a ser lapidario en lo que atañe al General. Creo que se merece la condena de la historia, aunque dicho veredicto tendría que ser más complejo, más apegado a los datos que ahora se conocen. No procede absolverlo, por las mismas razones que nos impedirían absolver a Stalin. Y es que Stalin también construyó casas para el pueblo soviético e impulsó un arte, el del realismo socialista, cuyo destinatario eran los trabajadores; pero todo eso ¿a cambio de qué? a cambio de negar brutalmente la libertad. No solo de pan vive el hombre y no solo de cultura, ambas dimensiones solo adquieren sentido, plenitud, cuando van acompañadas por el ejercicio de las libertades ciudadanas. Difícilmente una dictadura puede ser puesta como ejemplo del discurso liberador de nadie, por muy paternalista que se muestre con la ciudadanía sojuzgada. Así como Stalin, que se proclamaba marxista, traicionó en los hechos el legado libertario de Marx; también Martínez, por su parte, desfiguró lo más hondo del ideario masferreriano, al ponerlo en práctica. Masferrer tampoco divorciaba la cultura de la libertad.

Pero abordemos el caso de Salvador Salazar Arrué. Si condenamos la dictadura de Martínez, no tenemos más remedio que evaluar críticamente el papel que Salazar desempeñó en ella. Y es por eso que pregunto: ¿Y si condenamos a Salarrué?

Mi pregunta es aparentemente sencilla pero está comunicada con varias de las tesis que defiende Rafael Lara Martínez. Para el profesor, el juicio sobre la conducta política de Salazar Arrué se convierte en un juicio sobre la poética indigenista y la cultura de la izquierda. Pero vayamos más despacio. Si queremos obtener una imagen simplificada de las ideas centrales de Lara, hay que sustraerlas de la complejidad de sus argumentos y de su estilo. Así que procedo y las resumo: a) La política cultural de Martínez tuvo un componente nacionalista y popular. b) Al contrario de lo que se ha dicho, Salarrué y muchos creadores e intelectuales masferrerianos se sumaron al proyecto cultural del dictador. c) Los lazos ideológicos de la poética regionalista con la dictadura la convirtieron en una poética manchada. d) La izquierda, al asumir a Salarrué, asume acríticamente una sensibilidad cultural que fue forjada por la dictadura del Gral. Martínez.

La primera y la segunda tesis pueden sostenerse, la tercera y la cuarta pueden ser objeto de una discusión.

Dado que la segunda tesis se apoya en evidencias, es necesario juzgar el papel político de Salvador Salazar Arrué en 1935 (año en que Martínez lo nombra delegado oficial a la Primera Exposición Centroamericana de Artes Plásticas). Y cabe la posibilidad de condenarlo, pero antes, como es lógico, haría falta que organizáramos un juicio donde los papeles del fiscal, la defensa, el juez y el jurado no fuesen adjudicados a personas propensas a la simplificación maniqueista.

Habría que hacer otra salvedad. Suponiendo que condenáramos las acciones políticas de Salazar, eso no equivaldría a la condena automática de Salarrué ni de la poética indigenista. No pretendo disociar al político del artista, el “político” Salazar consintió el uso ideológico de los cuentos de Salarrué; eso ya es innegable. Ahora bien, si queremos plantear un diálogo lúcido entre la ética y la estética, no podemos pretender que la estética permanezca muda. “Los cuentos de barro”, aunque puedan ponerse a dialogar con las acciones del ciudadano Salazar, de alguna manera las trascienden; eso también es innegable.

La épica del nacionalismo salvadoreño les concede poderes sobrehumanos a sus próceres políticos e intelectuales. Por eso hay que decirlo: ni Martínez ni Salazar Arrué inventaron la filosofía del arte y la política cultural regionalistas. Ni la estética del terruño ni la herramienta político-cultural que la difunde les pertenecen. Tuvieron noticia de ambas –como hechos y ejemplos, no solo como ideas o posibilidades– en una época en la que la revolución mexicana irradiaba su turbulencia creativa y progresista a los países vecinos. Los gobiernos de Guatemala y El Salvador habrán hecho lo posible para evitar que la experiencia mexicana contagiase políticamente a sus países, pero no lograron impedir que penetrara en sus territorios el influjo cultural e ideológico de una revolución cuyos ecos llegarían hasta Perú.

Cuando empezó a forjar su visión literaria de Cuscatlán, Salarrué no era una isla; a lo largo de América Latina, otros artistas y escritores ensayaban aventuras semejantes a la suya. Cuando Salarrué empezó a forjar su visión literaria de Cuscatlán, lo hizo a partir de unas ideas estéticas y de unos modelos formales con los que ya habían trabajado otros artistas en Latinoamérica. La poesía gauchesca, en la Argentina del siglo XIX, fue el intento de “re-presentación literaria” de un habla popular y un paisaje nativo. Ese romanticismo, que vindica la tradición campesina y la naturaleza local, reapareció con nuevas fuerzas en el seno de los filósofos y artistas que se involucraron en la revolución mexicana. Su concepción del arte no era una simple estética, formaba parte de una nueva idea de la cultura para unos territorios atravesados por hondas diferencias sociales y étnicas. Su visión era una inquietud, era el presagio estético de otros horizontes, era el acercamiento artístico y político al rostro de aquellos que habían permanecido invisibles hasta entonces: la curtida masa de los jornaleros, los campesinos pobres y los indígenas de México. De tales herencias, intentos e influencias se nutre Salarrué. Y aunque sus imágenes no reflejan de forma profunda la complejidad del paisaje social y étnico salvadoreño, lo aluden y lo colocan en el primer plano de la creación literaria y eso ya tenía merito en un país como El Salvador en el cual gobernaban los valores de una cultura occidentalista y oligárquica. El oído prodigioso de Salarrué y la alquimia de su retórica, al transmutar literariamente el habla campesina, celebraron las bodas de una comunidad simbólica que El Salvador ha sido incapaz de construir políticamente a lo largo de su trágica historia contemporánea.

Aquella afirmación de “lo nuestro”, donde se notan las sendas y el espíritu del arte creados por la revolución mexicana, presuponía la existencia de una cultura urbana y letrada en El Salvador de principios del siglo XX. Como el pez que no presume de nadar bajo el agua, ni los indígenas ni los campesinos hicieron bandera entonces de la cultura popular “salvadoreña”. Eran los jóvenes artistas, los jóvenes letrados e informados quienes decían su asombro por los rasgos propios que una nueva mirada descubría en la sociedad y el paisaje natales. Aquella sociedad, aquel paisaje, al ser comparados con Europa, ya no eran barbarie sino que diferencia y una diferencia valiosa que debía dignificarse e incorporarse al rostro con que la nación enfrentaba al futuro. Dicha actitud no fue tan “natural” y espontánea como se cree, era cosmopolita por sus vínculos subterráneos con la Europa del siglo XIX. Calcando a Borges, podríamos decir que el culto salvadoreño del color local era un culto europeo de origen reciente, un culto cuyas bases habían sido puestas por pensadores como Herder, filósofo que valoraba las diferencias culturales de los pueblos en contra de aquella visión universal de la cultura que pretendía plancharlas, subordinarlas o suprimirlas. La sensibilidad antropológica de Herder preparó la llegada del nacionalismo cultural y de la idea de las literaturas nacionales. Los ecos del pensamiento herderiano resonaron en la prosa de José Martí, pero fue la revolución mexicana quien le dio vida, cuerpo, a la sombra de Herder en Mesoamérica. Por estas y otras razones, el prosista Salarrué es hijo de unos antecedentes poderosos difícilmente atribuibles al diseño cultural del martinato.

Los cuentos que Salarrué publicó en Patria a finales de los años veinte del siglo pasado participaban de las inquietudes avanzadas de un protonacionalismo popular latinoamericano que muy pronto se dividiría en visiones enemigas. Lombardo Toledano se alejó de Antonio Caso, J.C. Orozco y J. C. Mariátegui se alejaron de José Vasconcelos. A mediados de los años veinte, el humanismo romántico y burgués que alimentaba las ideas nacionalistas latinoamericanas empezó a ser contestado por artistas como Alfaro Siqueiros y pensadores como Mariátegui que concebían la nación en términos más radicales. Como he dicho en otra parte, el “indio Aquino” que construyó Roque Dalton no salió de “Los cuentos de barro” sino que de un mural de Diego Rivera. El nacionalismo de la izquierda salvadoreña, por lo tanto, tiene una historia más compleja que la que le atribuye el profesor Lara.

Maximiliano Hernández Martínez y Agustín Farabundo Martí son escisiones de un protonacionalismo popular latinoamericano, de ahí que los linajes que ellos inauguraron puedan ver a Salarrué como un antepasado. Salvador Salazar Arrué consintió que un nacionalismo autoritario se apropiase de la promesa inicial de sus relatos indigenistas, pero las ideas y los valores que dieron vida a “Los cuentos de barro” se forjaron en una época en la cual aun no existía el martinato (no confundamos la fecha de publicación de éste libro con la gestación de su ideal estético).

Es cierto que después del 32, la poética regionalista tuvo “usos” conservadores en nuestro país, pero eso no confirma que tal poética y las políticas culturales que la difundieron fuesen herramientas de origen conservador o que fuesen un “diseño” patentado por el Gral. Martínez; eso lo que confirma, en todo caso, es que dicha poética y las políticas culturales asociadas con ella tenían una ambigüedad implícita que la tornaba susceptibles de usos progresistas o reaccionarios. Martínez ejemplificó la segunda posibilidad, pero de ninguna forma se anticipó a la primera, es decir, a la que simbolizaron las figuras del joven Vasconcelos, Diego Rivera y J.C. Mariátegui.

La verosimilitud o falsedad del indigenismo, su verdad o su retórica, su alcance como política cultural, no se jugaban tan solo en el interior de la obra de arte o en el trato paternalista que se diese a indígenas y campesinos, se jugaban también en la forma con que el sistema político nacionalista conjugara de modo práctico la igualdad, la libertad y “los intereses populares”.

Sobre el nacionalismo de la izquierda salvadoreña es difícil generalizar, porque ésta no es un bloque homogéneo. En la izquierda todavía existen sectores que, para afirmar su sentido de pertenencia a la nación, acuden primordialmente al carbonero, a la pupusa y a las malas imitaciones del inimitable Salarrué, pero, ya en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, empezó a gestarse, en ciertos sectores de la “intelectualidad progresista”, un sentido más complejo de la cultura salvadoreña y de su relación con el mundo. Menendesleal, por ejemplo, en aquellos años, se distanció programáticamente de Salarrué. Su amigo y compañero de generación, Roque Dalton introdujo motivos indígenas, cercanos a los de Diego Rivera, dentro de un texto literario de factura vanguardista. “La generación comprometida” ya tuvo un trato de amor-odio con la ingenua y provinciana poesía del terruño. Irreverente fue también el trato que Dalton le dio a ciertos símbolos de la iconografía nacionalista conservadora, pero su ironía ideológica y su vanguardismo estético es posible que no hayan tenido una réplica análoga en la forma con que “la izquierda” ha teorizado la nación. A pesar de todo, con quien está endeudada la izquierda salvadoreña no es con el nacionalismo de Martínez sino que con el horizonte cultural latinoamericano que, allá por lo años veinte del siglo XX, planteó por primera vez el problema de la identidad nacional. Dalton no traspasa el ala izquierdista de aquel horizonte (la de Orozco y Mariátegui), cuando recusa a Masferrer y dignifica al indio Aquino.

Darle a la política cultural de Martínez todos los atributos de un fenómeno más complejo–el protonacionalismo latinoamericano– del cual representa una derivación, equivale a confundir la rama con el tronco. Por esa vía se corre el peligro de malinterpretar las problemáticas semejanzas, diferencias y relaciones entre los nacionalismos de derecha e izquierda en El Salvador. Tiene merito, por supuesto, alertar sobre unas semejanzas problemáticas que suelen silenciarse, pero cometeríamos un error si no las reintegramos con lucidez al campo de las diferencias. Los nacionalismos de izquierda y derecha no se dividen solo por los medios que utilizan para alcanzar sus objetivos, discrepan también en la forma de concebir su gran meta: su idea de “la comunidad” nacional no es la misma. La izquierda persigue la nación a través de un cambio radical en la estructura económica, política y social. De nada le vale defender el componente popular y étnico de la cultura, si los mecanismos económicos que condenan al mestizo y el indígena permanecen intactos. Si el nacionalismo que enarbola es verdaderamente radical, intentará que mestizos e indígenas sean sujetos activos del sistema político y no meros receptores de las dádivas materiales y simbólicas de un Estado paternalista, vertical, autoritario.

Pero bien, leamos los gestos que importan tanto como los textos: dos hombres a quienes les gustaban los relatos de Salarrué y que también defendían la soberanía de Nicaragua tuvieron un enfrentamiento mortal en El Salvador, a principios de los años 30. Ustedes ya saben quienes eran y saben que de ninguna manera el indigenismo retórico de Martínez se pudo anticipar a Farabundo Martí, un mestizo de tez oscura e ideas marxistas cuya sangre se mezcló con la de los indígenas en la re-vuelta de 1932.

Siempre que lo mantuviésemos bajo una atenta y lúcida libertad vigilada, podríamos absolver a Salarrué, aunque condenásemos al ciudadano Salvador Salazar a unos cuantos años de prisión simbólica. Todo esto, desde luego, es asunto de litigio. Que empiece el juicio, pues.

  • Escritor y académico salvadoreño radicado en España.