Género, ciudadanía y cultura política en el Salvador 1930-1959
Jorge Cáceres Prendes (Universidad Nacional, Costa Rica)
“Es más difícil interpretar las interpretaciones, que interpretar las cosas” (Montaigne)
INTRODUCCION
En los últimos dos años he vuelto a estudiar el periodo del “prudismo”1 salvadoreño (1948-1950), que fuera objeto de una monografía escrita originalmente en 1979. En el tiempo que ha pasado desde entonces han ido apareciendo algunos interesantes trabajos sobre este periodo, pero, en general, ha sucedido, como con el resto de la producción sobre Centroamérica: el conflicto regional ocupó el centro de la atención, y las referencias al pasado, incluso al más reciente, estuvieron basadas a un número limitado de trabajos de índole general, bastante conocidos.2
En mi trabajo original, el foco principal estaba en la dinámica política expresada en el campo cultural en su sentido más amplio. Se trataba de analizar cómo esta dinámica se expresa en el campo discursivo, en particular en el configurado por distintas fuerzas sociales en su intento de articular mensajes ideológicos que, por su alto contenido simbólico, son potencialmente eficaces en la generación de identidades colectivas, y que, por tanto, juegan un papel central en los procesos de movilización social.
Desde hace un tiempo he retomado dicho proyecto, a lo que se ha añadido la afortunada circunstancia de integrar un equipo a cargo de la confección de un libro de texto para escolares sobre la historia salvadoreña, que será publicado en fecha próxima. Uno de los parámetros de análisis que dicho equipo fijó desde un principio fue el de destacar la progresiva configuración del Estado salvadoreño como producto de un complejo de factores, dentro de los cuales juega un papel central el sistema de representaciones que define y redefine, de una u otra forma, la idea de Nación.
Con esa idea en mente, procuramos ir indicando al menos algunos de esos procesos de carácter eminentemente cultural, cuya incidencia en el campo político ha sido determinado precisamente por la acción de fuerzas sociales, en formación o ya plenamente desarrolladas.
En el presente trabajo presento algunas observaciones sobre la cultura política salvadoreña a lo largo de los casi treinta años que van desde 1930 a 1959.3 Aunque no revelan más que uno de los aspectos de un lento proceso de transformación cultural, pienso que son de mucho interés para el estudio de estos periodos. La idea central que me ha guiado es la de observar determinadas manifestaciones ideológicas de la modernización del Estado salvadoreño —específicamente, de la democratización política— en su compleja, y a menudo contradictoria, articulación con otras dimensiones de la cultura nacional.4
Dentro del conjunto de estas observaciones, quiero destacar unas que tienen que ver directamente con el propósito de este seminario. Parto de la hipótesis de que la constitución del Estado Nacional, a nivel ideológico, es un proceso de constante recreación simbólica, y que la idea de la Nación como representación de la identidad colectiva adquiere una dimensión especial en el concepto de ciudadanía, es decir, en el ejercicio de los derechos políticos.
En El Salvador, a lo largo del periodo que contemplamos en este trabajo, se produjeron importantes transformaciones alrededor de, primero, la obtención del voto femenino a fines de los años 30’s, y, segundo, la organización política de la mujeres desde fines de los 40’s. Estos hechos marcaron la irrupción de una nueva y específica forma de identidad política: la mujer ciudadana, y pusieron de manifiesto las tensiones inherentes al incipiente proceso de modernización.
Como es típico de todo proceso de cambio cultural, estos fenómenos no se presentaron nunca en forma unívoca, sino que fueron procesados en el interior de la formación social en formas, a menudo, ambiguas y hasta contradictorias. Espero mostrar en las páginas que siguen la forma cómo la construcción ideológica de la ciudadanía femenina contrastó con los discursos prevalecientes en torno a los “roles” de los sexos, es decir, con el “sistema sexo-género” imperante; asímismo, intento indicar algunas de las formas en que este contraste quedó en evidencia en la conducta política de determinados actores sociales.5
EL PATRIARCADO “MARTINISTA” Y EL VOTO FEMENINO
Es suficientemente conocido el carácter represivo del régimen del general Maximiliano Hernández Martínez. Distintos autores han destacado este hecho, matizándolo a veces con la denominación de “patriarcal” o “benevolente”, según se aprecian con signo positivo algunas de sus manifestaciones. Inaugurado con la matanza del 32, sus 13 años de gobierno son una colección de muestras acendradas de autoritarismo del mejor cuño. El general Hernández Martínez no solo reprimió toda oposición política, consolidando el sistema de “partido oficial” al que imprimió ribetes fascistas, sino que se aseguró sucesivas reelecciones por la vía de reformas constitucionales ad hoc. También estableció un mecanismo de control férreo sobre la población, por medio de una legislación cuidadosamente diseñada para mantener la “seguridad” a toda costa. Todo esto se ha documentado por distintos autores, aunque sin duda hay ahí un campo considerable de indagación pendiente.
Al mismo tiempo, el régimen “martinista”6 es el inicio de muchos cambios estructurales asociados con la modernización del Estado. La interpretación más aceptada indica que tales cambios fueron producto de la acción de un sector “modernizante” dentro de la elite nacional, en especial de personas vinculadas con la burocracia del Estado. Se destaca aquí que una vez consolidada la “unidad nacional” contra el comunismo como efecto de la sublevación del 32, Martínez se encontró con una serie de propuestas para enfrentar, en primer lugar la crisis fiscal y la inestabilidad económica, y muy en segundo lugar la potencial amenaza de futuras protestas sociales. Sin duda, un hombre pragmático, ya había dado indicaciones en el pasado de una vocación “gerencial” que en los hechos se tradujo en una firme intervención estatal en la fijación de las reglas generales de la economía nacional.
Se requirió una buena dosis de energía y liderazgo para sacar adelante una Ley Moratoria que no resultaba del gusto de una buena parte de los grupos poderosos del capital. Tampoco fue fácil hacer realidad el viejo proyecto del Banco Hipotecario, ni mucho menos el del Banco Central. De menor envergadura, aunque sin dejar de ser significativas, fueron las medidas tomadas en el campo agrario, no tanto con el poco efectivo programa de Mejoramiento Social sino, significativamente, con el desarrollo cooperativista que culminaría con la creación de las Cajas de Ahorro y Préstamo.
Aunque poco destacada en la literatura, la reforma educativa, iniciada en este periodo, también refleja una actitud renovadora, claramente expresada en los planes de estudio a cargo de educadores capacitados en los más adelantados centros latinoamericanos de la época. Esta reforma, sin embargo, no fue suficientemente implementada y no tuvo mayor impacto, y son más conocidas las pintorescas propuestas del dictador para el texto de los programas de Moral, en donde se refleja una teosofía no del todo extraña a la época.7
Todas estas son manifestaciones de un espíritu de cambio que podríamos calificar de modernista, aunque dudaríamos de atribuir tal apelativo al general Martínez mismo. El hecho de que la dictadura fuera claramente retrógrada en el campo político no implica que la sociedad civil haya quedado completamente congelada a lo largo de esos 13 años. Muy por el contrario, existen claros indicios de que no solo se producían cambios en el nivel del Estado, sino que la sociedad se permeaba de concepciones y de prácticas que rompían con los patrones del pasado. Ahora bien, es cierto que el régimen nunca asumió la modernización como una ideología movilizadora, prefiriendo asentarse en la figura patriarcal del dictador “severo, sabio y honesto”, más dentro de los parámetros del clásico “caudillismo” latinoamericano.
Uno de los más interesantes indicios de cambios culturales en la sociedad civil fue la obtención del voto femenino en 1939. Este hecho prácticamente es ignorado por la literatura martinista, y mucho menos ha sido objeto de análisis o interpretaciones. Todas las referencias al voto femenino se concentran en la Constitución de 1950, que ciertamente tuvo la virtud de establecer el voto universal sin cortapisa alguna (en 1939 se concedió con algunas limitaciones relativas a la edad y la educación de las mujeres).
Pero se puede ir todavía más atrás de 1939 para encontrar varios importantes hitos en la lucha por el sufragio femenino. Uno de los más sorprendentes episodios de una historia que todavía hay que escribir por completo fue un intento, tan atrás como en 1930, de hacer efectivos los derechos políticos de la mujer.
La figura central de este evento fue doña Prudencia Ayala, conocida poetisa y apasionada centroamericanista, quien, en ocasión de las elecciones de 1930 (las que llevarían al poder, efímeramente, a don Arturo Araujo), no sólo exigió inscribirse como ciudadana y votar, sino que llevó incluso a pretender lanzar su candidatura a la Presidencia. Los periódicos de la época son testigos de la estupefacción con que esta demanda fue recibida por los integrantes de una sociedad claramente patriarcal. Este asombro se mezcló con el pánico de comprobar que la solicitud podría tener un efectivo asidero legal por el hecho de que la Constitución vigente, la de 1886, no se había cuidado de negar explícitamente los derechos políticos a la mujer.
Redactada en los más puros términos del liberalismo de fin de siglo, esa Constitución le concedía la ciudadanía sin discriminación a todos los salvadoreños “mayores de 18 años, los casados y los que hayan obtenido algún título literario, aunque no hubiesen llegado a esta edad”(Art.51). Por su lado, la Ley Electoral de la época tampoco hacía distinciones de ningún tipo, de modo que de hecho la interpretación estaba dependiendo del “sobreentendido” puramente cultural que las mujeres deberían estar excluidas del ejercicio de los derechos políticos.
El Alcalde capitalino, encargado de conocer el asunto en primera instancia, trasgrediendo el procedimiento indicado en la Ley Electoral, pasó a consulta el asunto al Consejo de Ministros, el cual declaró que la mujer no tenía derecho al voto. La mayoría de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, ante la cual había recurrido en Amparo doña Prudencia, antes que verse abocados a una interpretación sin asidero legal, optaron por denegar la demanda por razones puramente procesales, sin llegar en ningún momento a conocer el fondo de la demanda. La prensa de la época que hemos podido consultar, sin embargo, nos revela el inicio de una polémica que, sin duda, estaba ya presente, y que revela la existencia de criterios encontrados sobre el papel social y político de la mujer.8
Mucho antes de la demanda de doña Prudencia, las mujeres salvadoreñas estaban teniendo una muy activa presencia a través de los comités femeninos de diversos partidos políticos. Que estos comités distaban de ser elementos “decorativos” lo atestigua la célebre masacre de partidarias del Partido Constitucional del Dr. Miguel Tomás Molina en 1922. Debemos suponer, entonces, que para 1930 ya había una experiencia de participación que respaldaba una ampliación en el sentido de la demanda de marras.
Posiblemente fueron los extraordinarios sucesos del 32, con su secuela de “aplanamiento social”, los que, de alguna manera, afectaron lo que en otras circunstancias hubiera sido un movimiento femenino sufragista de mucha mayor visibilidad. Pero lo cierto es que para 1939 la reforma constitucional se ejecutó con bastante poca oposición. De hecho, hubo legisladores que apoyaban una absoluta igualdad entre hombres y mujeres para el ejercicio del sufragio. Incluso hubo opiniones que expresamente reconocían que la actividad femenina en la política ya era un hecho consagrado desde hacía tiempo.
Sin embargo, es de observar que en ningún momento se discutió si el derecho al voto femenino existía ya en la antigua Constitución. Antes bien, la reforma de 1939 se presentó como una absoluta novedad, lo que echó al olvido la posible inconstitucionalidad de la negación del voto femenino en 1930. Por otro lado, la fijación de limitaciones tan artificiales son otra muestra de las ambigüedades de un sistema político que encontraba difícil asumir con propiedad un espíritu modernista.
Ausentes de un estudio más a fondo sobre el particular, nos queda especular que la reforma se dio en la circunstancia de una posible reelección de Martínez (sería la 2da.) con la perspectiva de contar con los votos femeninos. También puede suponerse, aunque pendiente de comprobación, que hubo presiones provenientes de grupos organizados, que hicieron posible el cambio. Pero lo indudable es que la sociedad política mostraba estar preparada para una apertura de corte modernizante que, en los demás países centroamericanos, tendría que esperar todavía varios años para darse.
LA REVOLUCION DEL 48 Y LA ORGANIZACION DE LAS MUJERES
La ya estimable literatura sobre el periodo “prudista” coincide en ver la revolución de diciembre de 1948 como el inicio de un periodo de modernización que no tenía precedentes en el país. Aunque la amplitud y profundidad de esas reformas ha sido materia de mucha discusión, y más de algún analista rechaza el apelativo de “revolución” para este proceso, lo que parece evidente es que los conductores del mismo realizaron una fuerte ofensiva para mostrar su proyecto como algo radicalmente distinto del pasado.
Por primera vez se iba a centrar toda la política económica en una idea del desarrollo, cuyo principal gestor sería un Estado remodelado, y su beneficiario principal un sector “modernizante” del capital salvadoreño. Usando la terminología gramsciana, he sostenido que se trataba de un proyecto hegemónico, con la pretensión de constituir un nuevo “bloque histórico” de dominación.
Este proyecto, en el discurso, pretendió articular, en un complejo simbólico, elementos ideológicos provenientes de distintas tradiciones: el liberalismo en su vertiente radical/reformista, dentro del cual se enfatizaba sus contenidos “social” y “constitucionalista”, se encontraba ahora unido a un nuevo tipo de militarismo “reformista” y a un modelo de democracia “social” basada en la “armonía entre el capital y el trabajo, que son fuentes de la prosperidad salvadoreña”9. De lo que se trataba era de redefinir la idea de la Nación y de las identidades cívicas adoptando como eje el proyecto modernizador.
Distintos estudios también han revelado las limitaciones de este proyecto, y su paulatina declinación en distintas áreas. No fue cierto que el capitalismo “modernizante” salvadoreño pudiera cortar su cordón umbilical con la oligarquía agroexportadora y financiera. De hecho, nunca lo quiso, ni hubo nunca razones suficientemente fuertes para que en este periodo se produjera nada cercano a un enfrentamiento entre fracciones burguesas. Por otro lado, el militarismo desde muy temprano se consolidó en gran medida gracias al presidente Osorio (1950-1956), diestro en los juegos de poder dentro de una institución que siempre estuvo bajo su control pero a la que nunca intentó encauzar por un sendero democrático.
Su sucesor, Lemus (1956-1960), pese a que en algunos aspectos era portador de un discurso más civilista, era igualmente un ferviente creyente en la doctrina del ejército “brazo armado del pueblo”, tutelar de las conquistas “revolucionarias”. A su debido tiempo, ese brazo se volvió en su contra (fue depuesto por un golpe de Estado en octubre de 1960), y el militarismo siguió siendo una constante del escenario político del país.
Finalmente, el sistema político propiamente dicho también empezó a deteriorarse ante la imposición de un modelo de “partido oficial” (el PRUD) que fue haciendo cada vez más imposible una oposición significativa. Si durante Martínez había algo que definimos como “paternalismo redentorista”, ahora tendríamos un “paternalismo institucional”, con una burocracia estatal que no cedería su puesto a nadie. La represión, iniciada ya desde 1952 contra la izquierda en todos sus matices, al final del “prudismo” estaba tocando a todo el que se atreviese a levantar la voz en disidencia con el gobierno.
Todo lo anterior no debe conducir a desconocer, en forma alguna, la importancia que reviste el periodo en mención, como lo están reconociendo los más recientes estudios. Desde la Constitución del 50, que logró una síntesis de la propuesta modernizadora, y cuyos principios han orientado la acción del Estado hasta nuestros días, pasando por la legislación y las instituciones y directrices políticas que se derivaron de la misma, y la notable vitalidad que adquirió la actividad política en los primeros años del “prudismo”, hasta el contexto regional que se fue redefiniendo por el inicio de la Guerra Fría, la caída del proyecto revolucionario guatemalteco y las primeras propuestas de integración del istmo, el periodo tiene mucho de interés para el investigador. Es en este último terreno que quisiera hacer algunas observaciones producto de mi investigación en curso.
Uno de los aspectos más notables del dinamismo político que observamos en el periodo de 1948 a 1959, sobre todo en los primeros años, es el intento de conformar un movimiento social de apoyo al proyecto gubernamental, incorporando en el mismo a muy diversos sectores sociales. Ese intento tuvo mucho del “populismo” tan en boga en Latinoamérica desde hacía ya algunos años, persistiendo junto con el modelo de partido “oficial” a lo largo de las dos décadas siguientes. Una vez formado el PRUD para las elecciones de 1950, en su interior se constituyeron sectores como el “PRUD obrero”, el “PRUD intelectual” y el “PRUD femenino”. Dentro de este último participaron mujeres que tenían una considerable tradición de lucha en las causas feministas, así como muchas otras que encontraron en él un espacio de participación política original.
Ya desde la caída de Martínez, en 1944, se había visto una notable presencia organizada de mujeres. En esa oportunidad, apareció por ejemplo el Frente Democrático Femenino, cuya publicación Mujer Demócrata, dirigido por Matilde Elena López pretendió incorporar mujeres de distintos estratos sociales en apoyo a las reformas democráticas, incluyendo el voto femenino sin restricciones.
Para 1945 había aparecido la Tribuna Feminista como órgano de la Asociación de Mujeres Democráticas de El Salvador, bajo la dirección de Rosa Amelia Guzmán y Ana Rosa Ochoa. Silenciadas como el resto de la prensa contestataria, durante los periodos de Osmín Aguirre y Castañeda Castro (1944-48), con la Revolución del 48 estos movimientos femeninos adquirieron un nuevo dinamismo. Apareció el periódico El Heraldo Femenino como órgano de la Liga Femenina Salvadoreña, bajo la dirección de Ana Rosa Ochoa, con una línea más definidamente feminista.10
Distintas intelectuales participaron activamente en las discusiones previas a la aprobación de la Constitución de 1950, y se empezó a ver mujeres elegidas para cargos públicos, como la primera alcaldesa salvadoreña doña Rosario Lara vda. de Echeverría, por Berlín, Usulután. El periódico más afín al gobierno, Tribuna Libre, daba frecuente cabida a las opiniones feministas, intentando incluso crear una sección permanente (Tribuna Feminista) para ello. En 1951, el Gobierno patrocinó con entusiasmo un seminario del Consejo Internacional de Mujeres CIM, el cual fue atendido y promocionado por algunos de los más altos exponentes del régimen. Existía, pues, una fuerte tendencia profeminista dentro del “prudismo” de la primera época, que se manifestaba en el discurso oficial como una nueva dimensión de la nacionalidad, ahora más plenamente democrática.
La recepción de todo esto en el interior de la cultura nacional fue muy diversa. Por un lado, la tradicionalmente conservadora Iglesia Católica, en cuyo interior ya existían serias diferencias con respecto al proyecto gubernamental modernizante, optó por una actitud cautelosa ante los avances cívicos de la mujer, previniendo sobre los desórdenes que estos podían tener sobre la sagrada institución de la familia. La posición fuertemente anticlerical de algunas connotadas feministas (sobre todo de la Liga) agudizó esta situación, aunque la Iglesia más bien procuró encauzar paulatinamente su acción moralizadora por la vía del desarrollo de las entidades de Acción Católica, y similares. Los medios de prensa, en general, tendieron a reproducir la misma actitud, con la excepción de aquellos directamente vinculados con el oficialismo, donde la situación resultaba más compleja, como se expone en lo que sigue.
LOS DISCURSOS DE “JUAN PUEBLO” Y EL AVANCE DE “SU JUANA”
Entre el periodismo político de la época destaca el ya mencionado Tribuna Libre, en el que a lo largo de los primeros años del “prudismo” resalta un invariable apoyo al movimiento feminista. Así se expresaban sus principales redactores, en particular su director Quino Caso (Joaquín Castro Canizales), con argumentos que reflejaban por entero el espíritu modernizador y democratizante, que caracterizaba esta primera etapa. Esta línea “oficial” adquiría diversos tonos en los comentarios de los colaboradores, particularmente en la sección de caricaturas políticas, dentro de la que ocupa un lugar predominante “Juan Pueblo”.11
Este personaje se representaba como un hombre de extracción evidentemente popular, vestido con poco más que harapos, y con facciones marcadamente indígenas (“trompudo”, como se dice en el país).12 Se trataba, por otra parte, indudablemente de un habitante del medio urbano, y su comentario, siempre escrito en verso ágil, chispeante y salpicado de salvadoreñismos, se refería a los sucesos de la vida cotidiana a los que casi invariablemente matizaba con contenidos claramente políticos. Luego de aparecer por un periodo en La Tribuna, desapareció de la misma al ser controlado dicho medio por los intereses castañedistas en 1948, volviendo a aparecer en las páginas de la recientemente rebautizada Tribuna Libre en marzo del 49, para mantenerse por varios años, aunque con esporádicas suspensiones, fruto, al parecer, de discrepancias con la dirección del periódico.
Seguir la pista del personaje de marras es sumamente significativo. Aunque lógicamente expresaba los puntos de vista de su autor, así como la línea política que (dentro de espectro más general de los “partidarios de la revolución”) el periódico se iba desarrollando conforme se sucedían los acontecimientos, también, como todo medio de comunicación masiva, reflejaba el ambiente más general en el que se desenvolvía y con el que necesariamente guardaba un relación de reciprocidad.
Es particularmente interesante el contraste entre la figura astrosa con su léxico vulgar, y la actualidad, pertinencia e ingeniosidad del mensaje. Estas características, típicas de figuras (como el “Cantinflas” mexicano) que acompañan procesos de aguda transformación social, son muy efectivas en establecer la conexión entre un pasado que todavía está presente, y un proyecto apenas en gestación.13 En muchas ocasiones, se trata incluso de un pasado puramente mítico, precisamente construido para legitimizar relaciones sociales.14 Así, no era de extrañar que “Juan Pueblo” se trasmutara a veces en “Juan Soldado” para articular de manera elocuente uno de los componentes centrales del discurso de los revolucionarios del 48. En sus distintas apariciones, este “otro Juan” pretendía representar todas aquellas cualidades democráticas que supuestamente habían siempre existido dentro del Ejército, aunque reprimidas por acción de los “malos salvadoreños” que habrían torcido su auténtica misión.15
En el contexto del apoyo “oficial” a la creciente participación política femenina, resulta interesante percibir las cambiantes actitudes que refleja “Juan Pueblo”, resultado sin duda de las tensiones que operan a nivel individual de su autor u autores, pero también de la cultura machista en la que se desenvuelve, y con la que no puede, aun queriéndolo, entrar en directa confrontación. Por el contrario, como en el ejemplo “cantinflesco”, las distintas situaciones son negociadas con frecuentes salidas cómicas llenas de picarescas complicidades. De tal suerte, se logra una “resolución” discursiva indirecta y tal vez incluso provisional, evadiendo niveles de racionalidad formal de conflictos que, para la mayoría del público, todavía resultan demasiado complejos como para ser fijados con categorías definitivas.16
Así, ya desde las primeras menciones a la mujer se hace la distinción de Juan y “su” Juana (personaje que por cierto alguna vez tuvo existencia independiente en La Tribuna Feminista de 1945, como “La mujer de Juan”), de igual extracción que él, aunque sistemáticamente privada de la palabra. En muchas ocasiones la referencia sexual es bastante explícita, usada como recurso jocoso y para dotar al personaje, portador de un mensaje objetivamente “serio”, de la complicidad subrepticia de un/a lector/a que, a fin de cuentas, no se desea alienar.
A lo largo de los años del 49 al 52, Tribuna Libre publicó una buena cantidad de caricaturas de “Juan Pueblo” referentes a la participación política femenina. Ellas incluyen específicas menciones a las actividades de la Liga Femenina, al voto de la mujer, a la elección de las primeras alcaldesas, etc. En otras oportunidades, se trata de comentarios en los que se deslizan aspectos del “sentido común” referente a los “roles” sexuales, o sea, aspectos del género como construcción cultural.
En todos los casos, sin excepción, los avances femeninos son vistos como algo que tiene que “filtrarse” por vía del recurso retórico de la “trivialización”, forma de “naturalizar” lo que de otro modo puede resultar chocante a los ojos no acostumbrados a “esas cosas”. De esa forma, resulta menos problemática la inclusión de los mensajes feministas dentro del discurso “revolucionario”. Por supuesto, esto puede resultar en una neutralización o dilución de un discurso propiamente feminista, envuelto en complicidades que no son suyas, sino producto de la acción del comentarista, verdadero artesano del mensaje.17
Durante el año 1950, cuando los “prudistas” aparecían como abanderados del voto femenino en la nueva Constitución y procuraban la integración de tipo corporativo de un movimiento masivo de mujeres, aparece la siguiente caricatura:
3514 Junio: JP(lustrabotas mirando las piernas de una mujer):“Que lindas son las mujeres!/ Piden en tonos arrechos/igualdad en los derechos./Pero…que hay con los deberes?/A mí siempre me fascina/el fondo de la cuestión/Qué buena es la Exposición/de la Liga Femenina!”
El grabado ya había aparecido antes, el 10 de mayo de 1949, nada menos que el “Día de la Madre”, acompañando los siguientes versos:
“Día de la Madre.Día/ de inenarrable ventura/…/ Y ante esta niña bonita/ la tentación he sentido / de susurrarle al oído: Mamacita…Mamacita…”
Juan Pueblo despide al año 1951 con un dibujo en el que aparece al pie un árbol de Navidad, acompañado de “su Juana”, con los siguientes versos:
“Muy felices Navidades/ oh, mis lectores queridos/ que en doce meses seguidos/ buscáis mis barbaridades/…/Bajo el Arbol, en la casa/ hoy es feliz cada cual/ comiéndose su tamal/ y echando tragos sin tasa./ Y entre tanto cuete y pito/ con mi Juana, en el mesón/ nuestra mayor ilusión/ se concentra en el palito”(!)
Nuevamente, el 2 de marzo de 1952, cuando se comentaba que en Honduras no se había aprobado el voto femenino, aparece una caricatura con los siguientes versos:
“Hoy el voto femenino/ aquí no es cosa rara/ y lamento que el vecino/ de Honduras no lo aprobara./ Luchando a brazo partido/ yo tal voto defendí/ pues por ser bien parecido/ muchas votarán por mí…”
Ilustrativas del la jocosa complicidad de Juan con la cultura dominante, son dos caricaturas que comentan sucesos de la vida cotidiana. El 11 de septiembre de 1951 aparece una con los siguientes versos:
“La medida de imponer/ el uso del pantalón/ a las hembras, es cuestión/ de risa hasta no poder./ Este divertido asunto/ quien podría tomarlo en serio?/ Cualquier gente de criterio/ no le halla coma ni punto./ Medida tan divertida/ me lleva a esta conclusión:/ que a ellas el pantalón/ no les queda a la medida”
Y el 1 o. de enero de 1952, cuando el gobierno adquirió una embarcación moderna, Juan Pueblo comenta: “Nunca he sido marinero/ pero el taco me daré/ en un barco pinturero/ que con mi plata merqué./ Con solo hacer un ademán/ sabrá Juana lo que quiero:/ donde manda capitán/ ya no manda marinero…”(!)
Pero Juan a veces tenía que ponerse más serio, aunque sin faltar nunca la insinuación sexual. Cuando a principios de Enero de 1951, las mujeres, con el respaldo de la CIM, propugnaban una serie de reformas legales a su favor, aparece la siguiente caricatura, el 11 de enero:
(JP sonriente): “Esta nueva petición/ referente a los derechos/ de la mujer tomo a pechos/ porque la encuentro en razón./ Que las leyes secundarias/ tengan debidas reformas/ ajustándose a las normas/ de la Constitucionaria./ No es menester mas escritos/ el buen juicio lo aconseja/ pues como anda la cangreja/ caminan los cangrejitos”
Pocos meses después, el 26 de octubre, aparece una caricatura con motivo del viaje de una delegación de mujeres a un congreso feminista en México, con los siguientes versos:
“Ya están aquí de regreso/ las ilustres delegadas/ que asistieron a un congreso/ femenil, muy bien llegadas!/ Mas con pena considero/ que como allá fue mi esposa/ en esa ausencia gloriosa/ yo presumí de soltero/ Y me encontré una cipota/ de tan precioso palmito/ que al solo verla un ratito/ hasta un santo se alborota./ Y hoy que mi esposa está aquí/ otra vez me pongo serio/ si descubre el gatuperio/ entonces…pobre de mi!./ ¿Porqué vino tan de va?/ Con un triunfo tan lucido/ lo mejor hubiera sido/ que se quedaran allá!
Finalmente, cuando aparecen las postulaciones femeninas para las elecciones de alcaldes de 1952, el 29 de Mayo aparece el siguiente Juan Pueblo:
(JP ante una montaña de platos y ollas): “Pero que noticia es esa? Mi Juana que nunca habló/ más de lo que dije yo/ resultándome Alcaldesa…/ Pobre de mi! Alcaldero/ hablando de la “igualda”/ “ora” mismo se me dá/ que yo lavaré el-caldero….!
***
Ya para finales de 1954 no se percibe más el dinamismo del movimiento feminista dentro del PRUD. Para entonces, también Tribuna Libre había cambiado mucho su línea, que de ser un “ala izquierda de la revolución” se había ido convirtiendo cada vez más en un típico portavoz de la burocracia gubernamental. Desde enero de 1953, el director no era ya Quino Caso, y, luego de muchas suspensiones, a mediados de 1954 “Juan Pueblo” dejó de publicarse. Varios años después, dentro del entusiasmo integracionista que acompañó al régimen de Lemus, apareció un nuevo personaje con el nombre de “Juan Salvadoreño”. Pero ahora la caricatura representaba a un hombre joven, con ropas limpias y un mensaje: “Compre, Consuma y Use. Lo que El Salvador Produce”.
CONCLUSIÓN
En este trabajo hemos presentado dos casos que ilustran la forma cómo el sistema sexo-género en el interior de la cultura política dominante se manifiesta en determinados acontecimientos de la historia salvadoreña. Estos acontecimientos se refieren a dos aspectos de la constitución de la identidad política de más de la mitad de la población: las mujeres, y son parte del reciclaje cultural que implica la modernización de la noción de Nación, ya claramente perceptible desde los años 30.
En un primer caso hemos ilustrado cómo la cultura imperante había configurado un “sentido común” respecto de la participación política femenina, y cómo esta ideología actuó para impedir el progreso de una demanda que estaba sólidamente fundada en los preceptos de la Constitución de 1886. En un segundo caso hemos visto cómo la participación política femenina, ya organizada desde mediados de los años 40, confrontó a la cultura machista dominante expresada en un medio de comunicación que en otros aspectos siempre le brindó un importante apoyo, interesado en incorporar a las mujeres dentro del modelo democratizante que inicialmente impulsaba.
En ambos casos podemos observar la forma en que la construcción social del género, es decir, la distribución de los “roles” sociales adscritos a los distintos sexos, se vio sometida a grandes tensiones dentro del ámbito de proyectos modernizadores que, entre otras cosas, se proponían representar la idea de la Nación como una comunidad democrática.
Como toda construcción de género, esta no es neutral, sino que implica necesariamente una forma específica de relaciones jerárquicas, de poder, en negociación constante. Un estudio más detallado de los casos debería ilustrar mejor los distintos aspectos de esta dialéctica de poder, en las que encontraríamos, entrelazados con el sistema de diferencias y jerarquías propio del género, otros sistemas de discriminación y subordinación como los originados por la clase social o la etnicidad.
Estos sistemas de poder, lo mismo que las diversas tensiones y contradicciones democráticas que, inevitablemente surgen en su interior como producto de la dinámica social y de los actores sociales configurados por la misma, resultan un interesante campo de investigación para la historia social. Por esta dirección intento orientar mis futuros trabajos.
Notes
1 Por el Partido Revolucionario de Unificación Democrática PRUD, que funcionó como “partido oficial” durante ese periodo.
2 Dentro de las excepciones quiero destacar el reciente libro de Roberto Turcios, Autoritarismo y Modernización. El Salvador 1950-1960 (San Salvador: Ediciones Tendencias, 1993), que nos proporciona buenas descripciones e interpretaciones de los acontecimientos más destacados a lo largo de dicho periodo. Mi antiguo trabajo fue publicado, junto con sendos ensayos de Rafael Guido Béjar y Rafael Menjívar, en El Salvador: una historia sin lecciones San José: EDUCA, 1988.
3 La clásica noción de Cultura Política como “el sistema político Interiorizado en los conocimientos, sentimientos y valoraciones de la población” (Almond y Verba The Civic Culture 1963) ha dado lugar a profusas investigaciones de carácter empírico, muchas de las cuales no se distinguen mucho de las encuestas de opinión pública. Dado el carácter estático de este enfoque, y el hecho de que los diversos autores circunscriben el “sistema político” a las instituciones de gobierno y a los partidos políticos, existen dificultades para percibir fenómenos de poder a nivel de la vida cotidiana, que como ha mostrado Foucault (“El sujeto y el poder”) en muchas oportunidades configuran modelos de autoridad de directa incidencia en el campo “propiamente” político. Como diversos autores admiten, esto es una seria limitante sobre todo cuando observamos procesos de cambio cultural. En mi modelo de análisis presto atención a las configuraciones de clase social, género y etnia como ejes articulatorios de sentido. En sí mismos y sobre todo en sus interrelaciones, ellos a menudo revelan aspectos sustantivos de la dinámica del poder social que un enfoque meramente político-institucional no recuperaría, (cf. Joan Wallach Scott Gender and the Politics of Hlstory New York: Columbia University Press, 1988.
4 Uso el concepto de ideología dentro de la tradición de la sociología del conflicto, como un “mecanismo de movilización de sentido, destinado a establecer y mantener relaciones de dominación” (cf. John B. Thompson Ideology and Modern Culture).
5 Dentro de la literatura teórica sobre este asunto, destaca en Centroamérica el libro de Ana Sojo Mujer y Política. Ensayo sobre el feminismo y el sujeto popular San José: DEI, 1985.
6 Según una costumbre consagrada, a este personaje nunca se le identifica con su primer apellido, sino como “el General Martínez”.
7 La descripción aparece en el ensayo de David Luna “Análisis de una dictadura fascista latinoamericana” en La Universidad No.5, San Salvador, septiembre-octubre de 1969.
8 Sobre Dña. Prudencia se han tejido un cierto número de historias que ameritan una comprobación más detallada. Según recoge la Dra. Matilde Elena López (“El papel de la mujer en nuestro país” en Identidad Año 1, No.1 San Salvador, Mayo-Junio de 1992), era conocida como la “dama del misterio’” y la “Sibila”. Dice que nació en Santa Ana en 1901 (aunque eso no parece coherente con su afirmación de que también peleó contra los Ezeta a fines del siglo pasado). También se la ubica en diversos alzamientos populares, algunos sumamente violentos como el del 25 de febrero de 1921, en protesta por la desmonetización de la plata. Según relata la misma Dña. Prudencia en su antología Payaso literario en combate (Santa Ana, 1928), por sus actividades unionistas estuvo detenida en 1919 por varios días en Guatemala, por orden del dictador Estrada Cabrera.
9 Consejo de Gobierno Revolucionario Justicia Social en El Salvador, San Salvador: Imprenta Nacional, 1948.
10 Esta distinción entre organizaciones de mujeres con un marcado mensaje “de mujeres y para mujeres”, como la Liga, y otras en que el énfasis era la incorporación femenina en luchas más amplias, me fue proporcionado en entrevista con la Dra. Matilde Elena López (12 de Noviembre de 1993) La distinción es suficientemente significativa como para ameritar un análisis más a fondo, que espero realizar en el futuro.
11 No conozco todavía el origen preciso de este personaje, pero he encontrado rastros del mismo en el periodo inmediato posterior a la caída de Martínez. Hay evidencia sostenida de que su autor fue el conocido intelectual Pedro Geoffroy Rivas, nacido en 1907 y quien en su juventud militara en el Partido Comunista. Director de la combativa Tribuna desde la caída de Martínez, salió exilado hacia Guatemala como consecuencia de la represión desatada por Osmín Aguirre.
12 La caricatura está firmada por “T. Pineda Coto”, (la “T” es por Tomás) quien es reconocido como el dibujante original. Sin embargo, parece que en esto intervinieron algunos otros, como el periodista Manuel Aguilar Chávez.
13 Cf. Carlos Monsiváis, “Notas sobre cultura popular en México” Latin American Perspectives Issue 16, Winter 1978 Vol V, Number 1.
14 Cf. Benedict Anderson Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nacionalism. London: Verso, 1991 (1983) y Eric Hobsbawm and Terence Ranger (Eds.) The Invention of Tradition Cambridge: Cambridge University Press, 1986 (1983).
15 Uno de los “eslóganes” favoritos del periodo fue el de “Ejército: brazo armado del pueblo”. Más antiguo es el mito de la “Juventud Militar”, que vendría desde 1931 rebelándose contra los malos gobiernos, sólo para verse una y otra vez traicionada por la “reacción”. Todas estas figuras retóricas han sido parte del léxico común de diversos sectores de las Fuerzas Armadas salvadoreñas hasta fecha muy reciente, (cf. Cor. Mariano Castro Morán Función política del ejército salvadoreño en el presente siglo Ed: UCA, 1984).
16 Lo cual no quiere decir, por supuesto, que no se produzca un efecto específico a nivel discursivo. Soy de la opinión que este efecto, en los mensajes analizados, tiene que ver con la traducción dinámica, a nivel de lo cotidiano, de los fenómenos sociales que interesa integrar dentro del proyecto modernizante.
17 Como destacan los estudios neo-gramascianos, estos fenómenos de “desarticulación” y “rearticulación” ideológica son típicos de los procesos de construcción hegemónica. Pero debe advertirse que rearticulación significa reconocimiento y negociación de intereses, no mera dilución de éstos dentro de generalidades abstractas. Cf. Chantall Mouffe “Hegemonía, Política e Ideología”, en Julio Labastida (Coord.) Hegemonía y alternativas políticas en América Latina México: Siglo xxi.