Claves éticas para un nuevo milenio

CLAVES ÉTICAS PARA UN NUEVO MILENIO
Marcela Lagarde
(FEMPRES)

CREENCIAS Y PREJUICIOS DE LA MODERNIDAD

La complejidad de experiencias en el ámbito del feminismo sella el umbral del
milenio.

Es común la creencia sobre el feminismo como un tiempo o una experiencia localizados, efímeros y puntuales. Algunas mujeres ven el feminismo como cosa del pasado lejanísimo de los 70’s, lo asocian a otras generaciones, con sus maestras, sus madres o connotadas mujeres que miran ancladas en otra época.

Su individualidad se afirma al marcar la diferencia generacional frente el feminismo y las feministas. En su imaginario, el feminismo es un asunto de viejas y no de jóvenes y casi es una marca de la tercera edad. Piensan que en breve se convertirá en arcaísmo del milenio pasado.

Hay quienes circunscriben todo el feminismo -los feminismos y sus dimensiones al movimiento feminista, como si hubiera sido un solo movimiento social o político o que se refiere a una lucha o a alguna conmemoración. Incluso reducen el feminismo a las feministas que han encontrado en su camino.

Algunas modernas viven sin conciencia de que sus oportunidades, su posibilidad de decidir y sus condiciones de vida devienen de luchas seculares que han abierto profundas fisuras en la modernidad patriarcal. No saben que ahí están las huellas de mujeres indignadas o dañadas por la opresión, conmocionadas por sus condiciones de vida o convencidas de que sus oportunidades y derechos deberían ser universales y se tornaron entusiastas inventoras de una existencia distinta.

Hay quienes, aún al participar a favor de los derechos de la mujer, al esforzarse por incorporar la perspectiva de género en políticas públicas, o de regreso de conferencias mundiales, no asocian que sus quehaceres están vinculados con el feminismo, han sido engendrados en su terrenalidad y no pueden ser explicados fuera de esa cultura paradigmática.

Sin modificar mitos, ideologías y valores patriarcales asumidos como valores propios, creencias y formas de ser, asumen jirones de feminismo y los integran en visiones mesiánicas o caritativas. Las oprimidas son las otras. Se ocupan de ellas mismas a través de proyecciones múltiples: las imágenes femeninas que reciben sus intuiciones, necesidades y aspiraciones están distantes. Defender el orden y hacer contracultura, es posible a condición de mantenerse inmunes.

Algunas más piensan que la perspectiva de género es posterior y además
diferente del feminismo, incluso los antagonizan y creen que la perspectiva de
género supera el feminismo. Identifican al feminismo con un radicalismo que deja fuera a los hombres y atenta contra ellos. Ven en la perspectiva de género algo menos excluyente e injusto porque incluye a los hombres. Esa creencia les permite revisitar complementariedades y otras fantasías y mantener firme su lealtad a los hombres y su incontaminación del feminismo. Con todo, asumen reivindicaciones de género y luchan por ellas.

Hay quienes no reconocen al feminismo en hechos políticos de gran importancia como son las luchas por eliminar la violencia contra las mujeres, los procesos jurídicos por la equidad civil y política entre mujeres y hombres, o la concreción de los derechos sexuales y reproductivos. A la par, cada vez más mujeres son conscientes y ven la impronta feminista en conferencias como las de Belem do Pará, Viena, el Cairo o Beijing.

Hitos cuya marca de agua consiste en que por primera vez en la historia los asuntos, las necesidades y aspiraciones de las mujeres y los problemas del mundo contemporáneo vistos desde las mujeres, son prioridades en canales de la globalización y la modernidad. Han sido encuentros mundiales de reunión de miles de mujeres. Su diversidad in situ, es representativa de la diversidad que pretende eliminar la globalización homogeneizadora.

Gobiernos, iglesias y organismos internacionales han debido negociar con mujeres de todos los confines, colores y sabores. Beijing es sólo la punta del iceberg de lo que ocurre en cada macro región y país, en comunidades y barrios. En la vida de cada mujer. Millones de mujeres tejen el manto feminista sobre la tierra. Coinciden y desarrollan raíces de género para
todas. Dialogan, disienten, aprenden y desaprenden, acuerdan y se enredan. Por primera vez son interlocutoras universales de género, pactantes autoconstituidas y sustentadoras de acciones para aterrizar anhelos, deseos y urgencias.
Los objetivos feministas en los hitos emblemáticos del umbral del milenio han
consistido en eliminar los cautiverios, desalambrar las vidas femeninas a través de procesos de desarrollo y democracia, y hacer avanzar los derechos específicos de las mujeres, en convertir los acuerdos en normas de convivencia civil, de Estado y supraestatal. Y, desde una ética de la justicia, redistribuir recursos (en parte expropiados a las mujeres) y crear oportunidades de desarrollo. La clave política de género ha sido potenciar los poderes y las incidencias de unas en espacios de reverberación, compromiso y responsabilidad, en beneficio de todas.

ORFANDAD Y GENEALOGíA

Cada día surgen nuevas feministas sin historia. Creen ser las primeras
verdaderamente feministas. Distintas de las sufragistas, de las mujeres que en los sesentas hicieron el día a día de la liberación sexual, o de quienes al enunciar la palabra ciudadana, probaron los límites de la democracia patriarcal en la guillotina.

Mujeres del umbral del milenio no saben que otras las reivindican y eso agrava la orfandad genérica: el desamparo, la falta de raigambre femenina autorizada, el miedo ante la vulnerabilidad frente a las violencias, la sensación subversiva a la menor identificación política de género, la experiencia de extranjería en la propia tierra, la casa, el cuerpo.

Desconocer los afanes lúcidos, los aportes, las interpretaciones y las acciones de las contemporáneas, no es una elección. Los hechos transgresores de género y la existencia simple y llana de las mujeres, su vida cotidiana, sus esfuerzos vitales o los obstáculos y desigualdades que enfrentan, se ocultan y desvirtúan, son minimizados.

La navegación internética incluye 30 % de mujeres. Sin embargo, los mensajes, los códigos y los sitios discursivos son en su mayoría androcéntricos. La experiencia internética feminista se cuela por espacios no acotables. Millones de mujeres del siglo XX han pasado por las aulas, arribado a la era de Gutenberg, la tecnología y las profesiones y, en su inmensa mayoría, no aprendieron teorías, acciones ni hechos históricos vividos por mujeres. Ni una idea reivindicativa de género fue estudiada en sus libros de texto ni anotada en sus cuadernos.

Los exámenes y las evaluaciones no muestran qué saben acerca de su historia y de sus ancestras, ni de su propia existencia y ubicación en el mundo, de las precauciones mínimas para evitar experiencias dañinas o de sus derechos como mujeres. Han ido a la escuela, espacio emancipador e iluminador, a reafirmar desde el saber y la razón científicas que las mujeres no existen. Y, que si existen, no importan.

La historia y la memoria, las conciencias y las identidades feministas se
construyen como bagaje en procesos que eslabonan y suman dialécticamente.
Así, cada sitio de reconocimiento crea y multiplica espacios de la memoria para ser ocupados por ancestras redescubiertas y futuras milenarias.

DIFERENCIA, DESIGUALDAD Y SUPREMACIA

Algunas intelectuales se consideran postfeministas desde una vertiente
postmoderna en que la igualdad ya está establecida y no precisa recelos y
resentimientos infundados de género. O, desde una diferencia sexual primigenia, la igualdad no aparece en el horizonte (como si la diferencia no pudiese afirmarse en la igualdad o fuese su opuesta).

Para algunas, los hombres, las instituciones y el Estado están fuera de su mira, los cambios políticos de género conducen a hacer el juego al sistema y quienes buscan la ciudadanización de las mujeres y la civilidad son el rostro del equívoco. Lo feminista se demuestra al señalar que las otras no lo son. Y, en el límite, en volverse autónomas de las demás mujeres, de sus espacios y sus causas.

La diferencia y la desigualdad son enunciadas de manera confusa. En un giro de 360 grados en la historia del pensamiento crítico feminista, con renovado
esencialismo, se resignifican las diferencias sexuales como naturales y positivas.

Las loas al género sustentan un supremacismo femenino de nuevo cuño
amalgamado con la exaltación de magias, conjuros y religiosidades sincréticas
new age. La trama resulta de elecciones binarias en que lo femenino es mágico y re-ligador frente a lo masculino asociado con lo racional y político en su
negatividad. Distanciadas de la lógica de la igualdad, algunas feministas abjuran de esa equívoca tradición.
Fascinadas por lo femenino aunque sea desde una estética sexual de la virilidad, restablecen una jerarquía de género en que lo femenino es per se superior, ético y trascendente, aunque no lo sea para el mundo. Hay quienes antes del 2000, con precocidad o a modo de anunciación, ya saborean el fin del patriarcado.

La complejidad de posturas y creencias expuestas no agota el panorama. Pero da color a las experiencias de cada quien y va sedimentando un imaginario personal y social en torno al feminismo y a las feministas. Se dificulta crear la legitimidad del feminismo porque las feministas ignoramos, nos desentendemos, nos anticipamos a enterrar a otras feministas y sus aportes, al ignorarlos o excluirlos. A veces, atrapadas por el orden, al ocupar posiciones, al disentir o sobresalir en las fisuras del orden patriarcal, se producen enfrentamientos excluyentes entre compañeras, colaboradoras, militantes y amigas, debido a la competencia por pequeñísimos recursos y oportunidades. Restos misóginos en nuestra subjetividad emergen como manchas en un paño.

IDENTIDAD FEMINISTA ESCINDIDA

Las feministas contemporáneas pasamos por procesos complejos de sincretismo y escisión, reparación y recreación. El sincretismo de género de todas las mujeres contemporáneas sintetiza contradicciones que provienen de la configuración premoderna y moderna de la condición de género de cada una. La contradicción ética se complejiza acorde con el sincretismo feminista de cada una.

Es decir, con la síntesis de los diversos feminismos amalgamados en la experiencia vital. La contradictoria y polivalente experiencia feminista a lo largo de la biografía de cada una y en la historia, pasa por la marcas que dejan en nosotras las olas y los movimientos, la internalización y la práctica ética en la cotidianidad.

El conflicto que alcanza su cima cuando se experimenta la identidad feminista
escindida entre deberes éticos e impotencias vitales y entre discurso y práctica
repercute en nosotras como dolorosa descolocación. Ciertas incoherencias
reprochadas a mujeres feministas son parte de los ajustes entre pensar y hacer,
querer y poder, desear y concretar. Para nosotras son inherentes a procesos
complejos. La huella profunda, la escisión, es superable: va desapareciendo si al vivir nos adentramos en la cultura feminista. La complejidad subjetiva ante el feminismo no sucede en la asepsia. Proviene también del antifeminismo beligerante.

Nunca antes en la historia el antifeminismo había contado con la conjunción de acciones poderosas de fuerzas económicas, políticas y religiosas: ideologías conservadoras, antidemocráticas y misóginas descalifican, ridiculizan y deslegitiman al feminismo y a las mujeres; organismos,
instituciones y personas nos hostilizan de manera permanente y sofisticada desde posiciones de verdad (poder) a través de acciones y mensajes hegemónicos, visibles o implícitos; promueven la enajenación femenina en torno al feminismo a través de la ignorancia impuesta contra las mujeres, se resienten de nuestros avances por pequeños que parezcan. El antifeminismo es la misoginia convertida en ideología política.

EL FEMINISMO ES UNA CULTURA

Cualquiera que se zambulla en la historia de los feminismos, verá con claridad que el feminismo no puede ser pensado sólo como un movimiento concreto o como el movimiento feminista. Ha habido centenas de movimientos feministas y habrá muchos más. El feminismo tampoco puede ser identificado sólo con movilizaciones públicas, protestas y demandas, con mujeres con el puño en alto, con la quema de brassieres, o con mujeres vestidas de negro como duelo y límite ante el genocidio.

El feminismo sucede también en soledad. No sólo está en las luchas públicas, sino también en las nuevas formas de convivencia y cotidianidad.
Transcurre en torno a fogones y mesas de cocina, en los mercados, los hospitales y las iglesias. Está en las aulas, las salas de conciertos y los proyectos productivos.

El feminismo tampoco se restringe a algunas organizaciones y sus acciones, aun cuando son evidente creación de tejido social o alternativas culturales. Asociar sólo con algunas destacadas feministas la totalidad de la causa, invisibiliza al resto de millones de feministas. Pensar que sólo han contribuido a sedimentar el horizonte histórico del feminismo las mujeres que asumen una identidad feminista, reduce el hecho histórico a su conciencia. Cantidad de mujeres y hombres, instituciones privadas y públicas, contribuyen aún sin conciencia a la extensión paradigmádica del feminismo.

El feminismo ha implicado interpretaciones del mundo y de la vida, desarrollos filosóficos, reelaboración de valores y renovación ética, acciones políticas, legislaciones, procesos pedagógicos y de comunicación, reformulaciones lingüísticas y simbólicas, conocimientos científicos e investigación, arte y literatura, transformación directa de creencias religiosas y de formas de vida. El feminismo se halla en el rostro y las leyes de las democracias y el desarrollo humano sería inimaginable sin su impronta. Porque abarca esa complejidad histórica, y mucho más: el feminismo es una cultura.

DIVERSIDAD Y SINTONIA

Por eso, desde una dimensión temporal es preciso considerar en cada
periodificación un horizonte cultural feminista. La periodificación macrohistórica, permite apreciar que ya han pasado más de tres siglos de feminismo en Occidente, los que corresponden con la era de la modernidad.

El feminismo ha ido desarrollándose a ritmos distintos en regiones, países y culturas durante ese tiempo. Podemos conceptualizar ese tiempo-espacio como un horizonte cultural feminista. Luego están los horizontes culturales feministas regionales, locales, nacionales, y hoy también el horizonte global. Cada proceso, movimiento, grupo o evento tendiente a eliminar formas de opresión de género y a crear alternativas de vida. El feminismo se inscribe en dichos horizontes históricos.

Y, finalmente, en la biografía de cada mujer se concreta el horizonte cultural feminista definido por los hitos y momentos en que se entrecruza la propia vida con los micro o macro procesos feministas. En el umbral del milenio, el horizonte cultural feminista es universal por primera vez en la historia. Y, más allá de las agendas comunes, los temas, las vocaciones y las semejanzas iconográficas y estéticas, cada quien experimenta el feminismo a
su manera, desde su especificidad personal, social y cultural. Se vale la
diversidad.

LA MISMIDAD

Ante la expropiación del ser-para-sí y para lograr la génesis de la libertad y del yo, la mismidad como experiencia vital es la más radical creación feminista. Sin autonomía subjetiva y concreta es imposible construir la autoidentidad cifrada en el yo, condición necesarísima para las individuas libres que queremos ser. Sin recursos de vida el yo languidece subsumido en los otros, y se consuma la colonización identitaria y vital de las mujeres.
Por eso, lograr la centralidad de cada mujer en su propia vida y la prioridad de sus necesidades en sus afanes, son pautas éticas de mismidad del feminismo del umbral del milenio. En esta hora no es posible seguir por donde sea. Es preciso saber cuáles son los fundamentos imprescindibles en las mujeres para eliminar la opresión e ir construyendo la humanidad de cada una y de todas como seres humanas.

La mismidad supone transformar los deseos de fusión por los de vínculo; desechar el regreso al pasado, a la cultura madre o al paraíso, para dar lugar a la preservación del yo-misma y del propio mundo, sus espacios y recursos:
arraigarnos y pertenecer se conjugan con la fluidez. El sentido de mismidad lleva a buscar que cada mujer sea consciente de ser prioritaria e imprescindible para sí misma y de que ni los otros entrañables ni los
renovados simbólicos, el planeta o la causa, pueden desplazarla de su propio
centro.

DIVERSIDAD Y SORORIDAD

La diversidad, respetada y alentada, es resultado de una intencionalidad ética y
política que crea entre las mujeres la experiencia de sintonía cultural feminista en momentos de identificación, auge y consecución de logros.

La enredadera feminista es la marca del feminismo del umbral del milenio. Es un encuentro sórico, basado en el respeto al género, a las otras mujeres, a la causa, la tradición y la real participación. Implica un orgullo de género producto de la revaloración humana de las mujeres y del feminismo. Es un encuentro entre mujeres investidas de derechos, que dialogan, suman, sustentan y, sobre todo, disienten sin exclusión ni exclusividad, porque saben que construyen juntas y que, al hacerlo, convergen.

La sororidad es la dimensión feminista prioritaria para consolidar la herencia de la que somos portadoras y nuestra construcción vital. El pacto sororario es el más terrenal de los pactos y es el fundamento ético de las prácticas políticas entre mujeres para deconstruir la enemistad patriarcal, el racismo, el adultismo, y todas las formas de supremacía, de desigualdad y de dominación entre las mujeres, con acciones prácticas de cooperación, alianza y sustentabilidad entre nosotras. Sólo se produce entre mujeres sabias y osadas. Sólo a partir de experiencias de este signo se desidealiza lo femenino y a las mujeres, y por eso fluyen la aproximación, el asombro, la calidez, el amor feminista affidado.
La sororidad implica un principio ético de aceptación genérica fundante, que requiere del acuerdo y del disenso. Las feministas arribamos a esa capacidad pactante después de lastimaduras, exclusiones y rivalidades, de enemistades que nos han producido grandes daños.

Por eso la sororidad ha sido un descubrimiento y una innovación ética para
sobrevivir y construir la igualdad entre nosotras, concreta la humanización de
todas que exigimos al mundo. El saber-hacer sororal, la mismidad, nuestra memoria e identidad feministas, son claves éticas imprescindibles para avanzar al tercer milenio si queremos pan y rosas para las mujeres, y paz para quienes viven en guerra.

Si queremos lograr la transfiguración histórica de nuestros cuerpos y nuestras vidas en intocables frente a los riesgos de la violencia de género, si nos orientamos por un planeta vivible y por aterrizar los derechos de las humanas (que cada mujer tenga un territorio, una casa, un cuerpo y una vida propios, cada niña un libro feminista que leer, enseres de escritura y una caricia acogedora, cada joven y cada adulta sus papanicolaus a tiempo y el derecho a decidir, y cada vieja todo eso en su larga vida y una dentadura, alimentos, sosiego y quien la cuide), si queremos un milenio feminista,
es imprescindible urdir sus días desde nuestra eticidad.

EL VIRAJE

El feminismo empieza en mi cuerpo, en mi subjetividad, en mi casa. Su prioridad es ser experiencia vital y lograr el beneficio personal y compartido.
Necesitamos aprender, estudiar y analizar críticamente nuestro bagaje desde el
propio mundo, e integrar con creatividad los valores, la lógica, los conocimientos y las alternativas feministas en nuestras cosmovisiones y cotidianidades. Nuestra asertividad será mayor, integral, si hacemos comprensiva y próxima la historia feminista y la historia toda desde esa posición simbólica. La autobiografía, la historia en primera persona, la genealogía personal de género, son cimientos para asumir el poderío que nos da pertenecer a genealogías femeninas y feministas.

Deseamos fertilizar el nuevo milenio con nuestra cultura feminista, como la más grande contribución colectiva de las mujeres creadoras de mundo; vivir esta conmoción intransferible desde la propia biografía y circunstancia y re-conocer-nos en ancestras personales y emblemáticas. Habitar con ellas nuestro árbol genealógico. Instalar esta historia, esta ética y esta política en la historia, es el camino para dar el viraje del milenio y que el feminismo deje de ser contracultura, disidencia y minoría, y sea parte de la cultura-ambiente, de los usos y las costumbres, del aire que respiramos. Para que sea inalienable la humanidad en las vidas de las mujeres mismas y en el mundo.

Marcela Lagarde. Etnóloga mexicana, doctora en Antropología y académica universitaria en México y Guatemala. Coordina los talleres; Casandra de Antropología feminista. Autora de: Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas» (UNAM, 1990, 1993, 1997); Identidad genérica y feminismo (Instituto Andaluz de la Mujer,1998) ;Una mirada feminista en el umbral del milenio (Instituto de Estudios de la Mujer,Universidad Nacional de Costa Rica, 1999).

Should We Admire Abraham’s Willingness

Should We Admire Abraham’s Willingness

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Carol Delaney, Ph.D.

Prof. Delaney, Associate Professor of Cultural and Social Anthropology at Stanford University delivered this speech on 18 April 2002 as part of the Markkula Ethics Center Lecture Series. In it she draws upon her book, Abraham on Trial: The Social Legacy of Biblical Myth, published by Princeton University Press in 1998.

“Was Abraham ethical? Should we admire his willingness to sacrifice his son?” Just so you know where I am going with this talk, my answer to both questions is an emphatic “No.” But it will take a while for me to say why.

Most of you are probably familiar with the story in Genesis 22, but let me read the first few lines to refresh your memory:

“And it came to pass after these things, that God did tempt Abraham, and said unto him: ‘Abraham.’ And he said: ‘Behold, here I am.’ And [God] said, ‘Take now thy son, thine only son Isaac, whom thou lovest, and get thee into the land of Moriah; and offer him there for a burnt offering upon one of the mountains which I will tell thee of.’”

When I first heard this story as a child, I was outraged. What kind of God would ask such a thing? And what kind of father would be willing to do it? It is certainly enough to strike the fear of god into you—and also fear of the father. (Perhaps that was part of its intention.)

Even as a child I was very suspicious of the various interpretations given to me—especially those that tried to convince me it was really a story about love. (Quite a strange way of showing it.) I always felt they were trying to pull the wool over my eyes—the proverbial wolf in sheep’s clothing—and I no longer trusted them.

Only much later did I realize that Abraham had two sons, Ishmael the firstborn and then Isaac. But he had banished one into the wilderness and here he is ready to sacrifice the other. When God referred to his “only” son, why didn’t Abraham retort, “But I have two sons”? When God said “whom thou lovest,” why didn’t Abraham say, “But I love both”? He argued with God to try to save a few good men in Sodom and Gomorrah. Why then didn’t he do anything to try to save his son?

One interpretation that would see the story as ethical is the one that sees it as marking the end of the ancient practice of child sacrifice. For example, the popular Interpreter’s Bible states, “The story of the proposed sacrifice of Isaac would not have been told except to discourage a custom which already existed.” The Encyclopedia Judaica says, “The original intent of the narrative has been understood by the critics either as an etiological legend explaining why the custom of child sacrifice was modified in a certain sanctuary by the substitution of a ram, or as a protest against human sacrifice.”

There is of course no mention of any cultural practice of child or human sacrifice in Genesis. Furthermore, the evidence that some archaeologists believe points to such a practice is highly contested and of much later provenance, and thus of little relevance for the Abraham story. Embedded in these interpretations are social evolutionary assumptions, chiefly that the earlier the time the more barbaric the people. But that simply doesn’t hold up anthropologically. Besides, if the purpose of the story was to put an end to a practice of child sacrifice, God, or rather the biblical writers, could have said as much; they could simply have prohibited the practice.

More important, however is that an etiological tale is unlikely as the foundation story of the three Abrahamic religions. Such an interpretation diminishes its theological significance. A prohibition against a practice of child sacrifice is merely negative, not the positive constitution of a new faith. The story of Abraham, like that of Jesus, changed the direction of world history. Nahum Sarna, renowned Jewish scholar, also argues against the etiological explanation. He says, “The Akedah [“binding”] in its final form is not an attempt to combat existing practice, but is itself the product of a religious attitude.”

In fact, Abraham is revered not for putting an end to the practice but precisely for his willingness to go through with it. That is what makes him the father of faith, the foundation of the three Abrahamic religions, Judaism, Christianity, and Islam—albeit interpreted in mutually exclusive worldviews.

But why is the willingness to sacrifice rather than the protection of the child the model of faith in these traditions? That question spurred the research that resulted, finally, in my book Abraham on Trial.

But the question itself did not just pop out of the blue. There is a personal “genealogy” behind it. The outrage I felt as a child and the punishment I received when I expressed it no doubt etched the story on my brain or soul. But it went underground until I had a child. What could ever motivate someone to sacrifice their child? The questions we choose to explore and the perspective we take on them derive from one’s own experience. The personal is political and also intellectual. The connection may not seem obvious, but there is always a hook.

It was my personal experience of giving birth and the questions raised by that experience that first began to rekindle my interest in the story. I felt that giving birth was a miracle—each and every birth, not just one—yet we are led to believe that only one is a miracle while all the others are natural, ordinary events.

Many people like Simone de Beauvoir assume that women merely reproduce the species while men produce the monuments of culture. Even the word reproduce makes it seem as if what we are doing is churning out photocopies. Yet what is produced is a sentient, human being, a unique individual, the very individual we in the West are so concerned about. I felt something was wrong with de Beauvoir’s view. The main questions raised by my experience and thinking about it were the following:

1. Why is motherhood devalued, while something about fatherhood makes it an appropriate epithet for God (and for priests)?

2. Why is motherhood associated with what is natural while fatherhood is associated with the divine? And what is the effect of those associations on real live men and women?

3. How could anyone think of sacrificing their child, and how could such an action come to seem ethical?

4. Why is that story at the foundation of the three religions? Indeed, why is the foundational story about a male-imaged God, a father, and a son?

Gender and procreation seemed to me to be inextricably intertwined with notions of divinity and spirituality. I could no longer see them as peripheral but at the very center of theological speculation. This is hardly even an issue in traditional interpretations. I will return to this shortly, but first I wish to turn to Kierkegaard’s Fear and Trembling, since it has been very influential in Christian thinking about ethics in relation to the Abraham story. I dislike the book intensely and do not wish to get into a long discussion about it. But I will comment briefly. In order to do so I dug up a critique I did thirty years ago when I was a student at Harvard Divinity School. (I was pleased to see that I still agree with it!)

Kierkegaard distinguished between ethics and faith: ethics has to do with universal morality, it’s based on reason; whereas faith, for him, is particular and paradoxical—it is in a sense irrational. In Kierkegaard’s terms, an ethical man is good, but the man of faith is best, and Abraham is the quintessential man of faith. Indeed, for Kierkegaard, Abraham’s temptation or trial was precisely what he called “the ethical,” that standard of human morality that would condemn murder, especially of one’s own child. Abraham resists the temptation of the ethical and makes the “leap of faith.” Unlike the standard ideal of the hero, he did not intend to sacrifice his child in order to save a people (as did Agamemnon) nor to fulfill a vow (as did Jepthah). “Why then did Abraham do it?” asks Kierkegaard. “He did it for God’s sake because God required this proof of his faith; [and] for his own sake he did it in order that he might furnish the proof.”

Kierkegaard places Abraham above the law. That is what he meant by the “teleological suspension of the ethical.” His act can be distinguished from murder only if he can be seen as somehow more than human and therefore beyond human categories. Faith, he says, is “a paradox which is capable of transforming a murder into a holy act, well-pleasing to God.”

I don’t think so. Why should such an act be pleasing to God? What kind of God would find that pleasing? Why is faith not demonstrated by the love, care and protection of the child (and other people)? Why should faith first require allegiance to God and only secondarily to fellow humans?

Kierkegaard’s position presupposes at least two things that are not addressed but assumed: First, he assumes that there is a God. He does not consider the way in which this story establishes the notion of God and the kind of faith appropriate to that God. Second, he assumes that God can speak to humans in explicit terms.

Today, people who hear voices—even those who claim they hear God speaking to them—are labeled as insane. A chapter in my book describes a trial that happened here in California of a man who sacrificed his child, claiming that God told him to. He was serious and had all the right theological arguments, even though he was relatively uneducated man. He was convicted of murder in the first degree in the first phase of the trial, but in the second phase he was acquitted on the basis of insanity. He did not go free; instead he’s in an institution for the criminally insane rather than in prison.

But if we deem him insane, why don’t we re-read the Abraham story in that light? Why do we accept that God spoke to him and asked for such a sacrifice?

This is like a question that Kant briefly discussed in his obscure little book, The Conflict of the Faculties, written about 50 years before Kierkegaard’s Fear and Trembling. Here is Kant’s position:

“If God should really speak to man, man could still never know that it was God speaking. It is quite impossible for man to apprehend the infinite by his senses, distinguish it from sensible beings, and recognize it as such. But in some cases man can be sure the voice he hears is not God’s. For if the voice commands him to do something contrary to moral law, then no matter how majestic the apparition may be, and no matter how it may seem to surpass the whole of nature, he must consider it an illusion.”

I think Kant, not Kierkegaard, is right on this subject. Yet Kant’s voice is not unlike what Kierkegaard felt would be the voice of Satan tempting Abraham away from faith! Kant is taking the voice of reason and human morality. He felt that Abraham should have said a resounding “No!” He did not let him off the hook as did Kierkegaard.

As I noted earlier, one’s personal life and experiences shape the kinds of intellectual issues one delves into and the perspective one takes on them. The same is true in Kierkegaard’s case no less then my own. When you realize that Fear and Trembling was written immediately after Kierkegaard broke his engagement with his fiancée, Regina, you feel quite differently about it. According to the edition by well-known translator and commentator, Walter Lowrie, “Abraham’s sacrifice of Isaac is a symbol of Kierkegaard’s sacrifice of the dearest thing he had on earth.” Kierkegaard saw his sacrifice as heroic: he wanted to set her free. But he really wanted to set himself free: he acknowledged that he was afraid of her dependence, but he also seemed afraid of the responsibility entailed in human relationships.

Kierkegaard was not even honest with her but blackened his character, told her lies, so that she would hate him and thus relinquish him. This is unethical behavior. He made it even worse when he tried to make an analogy to a mother who blackens her breast to wean a child, ignoring the fact that a child has to be weaned to survive; nor does weaning break the relationship between mother and child.

Abraham, too, lied or dissembled in response to Isaac’s poignant question, “Father, behold the fire and the wood; but where is the lamb for the burnt offering?” Shifting the onus from himself, Abraham replied, “God will provide the lamb.” It should be noted that in the Muslim version of the story in the Qur’an, Abraham tells his son what is to happen: “My dear son, I have seen in a dream that I must sacrifice you. What do you think about that?” The son replies, “Father, do what is commanded of thee. God willing, he will find me among the steadfast.”

Nevertheless, there is a major difference between what Abraham was about to do and what Kierkegaard did. His sacrifice of the relationship with Regina is not at all the same as taking away the life of another. (Does anyone have that right?) Kierkegaard was not about to kill his fiancée, but that is what Abraham was prepared to do to Isaac. How often the use of the word “sacrifice” allows a dangerous elision whereby relinquishing something is equated with killing, with taking a life, with shedding blood.

Kierkegaard justified his deed in terms of love: he loved her so much he just had to give her up! I find this perverse. Harming in the name of love: it perverts the meaning of love.

Yet this relates to another popular interpretation whereby Abraham has been seen as ethical. During my research, quite a number of learned people including rabbis and ministers claimed that it’s really a story about love. They assume that Abraham loved his son, but loved God more. (Incidentally, there are reasons for some ambivalence about his paternity, namely the visit of the angels and the suspicion that one of them may have impregnated Sarah.)

To prove his love for God, why didn’t he simply sacrifice himself? Because, say the conventional interpreters, he had to sacrifice the thing he loved most in the world, and he loved his son more than his own life. But is it ethical to sacrifice the life of another, especially without their knowledge or permission?

So those are some of the conventional interpretations. Now I want to ask a question that will seem absurd, but that opens up a whole new perspective on the story

Was Isaac his to sacrifice?

All commentators have assumed this without question. It may seem absurd because God asked him. How could he not comply? But surely an all-knowing God knows that a child belongs to the mother as much as to the father. Would he ask only one parent? Even so, why does this question never arise in the centuries of commentary? Instead, most commentators like the Biblical writers simply assume that he belongs to his father in a way he does not belong to his mother. It’s a non-issue for them.

Today, a typical response is that the child was seen as belonging only to the father because of the culture of patriarchy. But such a response explains nothing, because patriarchy means the power of fathers, so such an answer is circular and only begs the question, what is it about fathers or fatherhood that conveys such power?

Most of us take the concepts of father and mother for granted. They are felt to be self-evident. But are they? This was just where my research began. What was the meaning of father, mother and procreation during Abraham’s time or that of the biblical writers? And what light, if any, might it throw on the story?

Genesis (as you might expect) is preoccupied with generativity—the coming-into-being of the earth, animals, plants, and human beings—but especially with paternity and with the continuity of the patriline established by seed. Isaac belongs to Abraham because he is his seed. The theory of procreation embedded in the Bible and Genesis in particular is what I have called the seed-soil theory. It is the father who plants the seed; the mother is then imagined as the soil in which it is planted. She nurtures the seed-child in the womb, gives birth, and nurtures again at the breast.

The word seed is used more times in Genesis than elsewhere in the Bible. Sarah is the first woman in the Bible to be called barren, a word contrasted to fertile. But both words are also used to describe earth, the soil.

This simple agricultural metaphor is really not so simple. By evoking associations with agriculture and the natural world, the image naturalizes a structure of power relations as it also conceals it. Represented as seed and soil, male and female have been differently valued and hierarchically ordered. This theory of procreation, common to both the ancient Hebrews and Greeks, has been the dominant folk theory in the West for millennia, shaping popular images and sentiments of gender, as well as laws and institutions.

Men were thought to beget, women to bear. That is, men have been (and often still are) seen as the ones who engender, while women merely give birth. The life and soul (and thus identity) come from the seed, from the male. Men are imagined as authors of the child as God is of the world; upon this their authority rests. It is this presumed ability that symbolically allies men with the divine and women with the earth, with nature, with what is created by God.

No wonder the biblical writers assumed that Isaac belonged to Abraham in a way that he did not belong to Sarah. No wonder he could take him without consulting her. In this now outdated theory of procreation, father and son are one, they are of the same essence. No wonder that according to the Encyclopedia Judaica, “The Akedah became in Jewish thought the supreme example of self-sacrifice in obedience to God’s will” (emphasis added).

But whose self-sacrifice? There has been a conflation of two people: father and son, Abraham and Isaac. Abraham’s submission to God and Isaac’s submission to his father, Abraham’s willingness to sacrifice his son and the presumed willingness of the son to be sacrificed, have been conflated. It is a very dangerous conflation, because it conceals the hierarchical structure of the relationship, the dimension of patriarchal power, as it also conceals the distinctness and sanctity of each individual.

In Christianity, it is God the Father who sacrifices his Son; Mary the mother is not consulted; while revered, she is not imagined as co-creator. Father and Son are one, but mother and Son are not.

Again, these central theological concepts are suffused with gender definitions that emerge from a particular outdated theory of procreation. Not surprisingly, ethical issues regarding gender, sexuality, and procreation—for example, birth control, abortion, homosexuality, same-sex marriages, marriage of priests, women as priests, etc.—are issues of central concern today as the three religions struggle to keep their power and authority.

It should be clear that my answers to the questions “Was Abraham ethical?” and “Should we admire his willingness to sacrifice his son?” are a resounding “No.” However, it also should be clear that they cannot be answered in an Either/Or fashion. There are too many presuppositions that typically have not been addressed. My analysis has tried to understand the network of assumptions that made the story possible, rather than proceeding from the story as given.

Finally, I ask you to think about what our society might have looked like had protection of the child rather than sacrifice been the story at the foundation of faith.

I would like to end with part of a poem by Eleanor Wilner that indicates an alternative I find to be particularly poignant. (I also think about it in connection with current crises like 9/11, Israel vs. Palestine, and the scandal surrounding Catholic priests.) The poem is called “Sarah’s Choice.” […]

__________________________________

Copyright for this presentation is held by the author, Carol Delaney. (The poem by Eleanor Wilner is reprinted on pages 133-135 of Delaney’s Abraham on Trial. Once we’re able to obtain permission from the poet, we’ll reproduce here the part that Prof. Delaney used to end her talk.)
Apr 18, 2002

“Nunca pudieron quebrar mi espíritu de lucha”

“Nunca pudieron quebrar mi espíritu de lucha”
Entrevista en exclusiva con Óscar López Rivera después de su excarcelación

Por Giorgio Trucchi | Rel-UITA
http://informes.rel-uita.org/ index.php/sociedad/item/nunca- pudieron-quebrar-mi-espiritu- de-lucha

Desde que volvió a pisar las calles de su Puerto Rico como hombre finalmente libre, Óscar López Rivera no ha descansado un solo momento. Imposible sustraerse al multitudinario abrazo de todo un pueblo que luchó por su excarcelación. Lograr una entrevista en exclusiva con él no ha sido fácil, y necesitamos de tres momentos en tres días diferentes, pero el esfuerzo sin duda valió la pena.

– Dossier especial con toda la información publicada sobre la liberación de Óscar López AQUÍ

-Han sido días bien intensos. ¿Cómo se siente? ¿Se lo imaginaba así el momento de su liberación?
-Siempre tuve el deseo de volver a mi patria y estar con mi familia, pero no tenía la menor idea de cuándo y si eso iba a pasar. La verdad es que yo estaba preparado para pasar el resto de mi vida en la cárcel.

Cuando el 17 de enero me avisaron que me habían conmutado la sentencia no lo podía creer. Comencé a sentir que era cierto solamente unos días antes de mi traslado a Puerto Rico. Mientras empacaba mis cosas me repetía “Es verdad. Voy para Puerto Rico”.

Puerto Rico es mi patria y todo lo que estoy viviendo en estos días refleja lo que serán mis próximos meses. Voy a recorrer todos los municipios del país, para escuchar, dialogar y compartir.

-En estos días siempre ha mencionado dos palabras: unidad y descolonización. ¿Qué significado tienen para usted?
-El tema de la descolonización es importantísimo. Puerto Rico está sufriendo mucho por la condición de colonia que nos han impuesto desde hace casi 119 años.

El colonialismo está declarado como un crimen contra la humanidad. ¿Por qué tenemos que seguir sufriendo este crimen?

Ya lo estamos viendo en estos días con la presencia en el país de la Junta de Control Fiscal (JCF) impuesta por Estados Unidos. Y lo peor es que le están pagando millones sin hacer nada. Nuevamente nos están saqueando.

Este dinero podría haberse usado para salud, para mantener las escuelas abiertas. Eso es parte del sistema colonial que sufrimos.

-¿Y la unidad?
-Para descolonizarnos necesitamos dos cosas: la unidad y el amor a la patria. Sin amor a la patria no podemos lograr la unidad. Debemos poner a un lado nuestras diferencias y enfocarnos en lo que queremos: un Puerto Rico libre. Yo lo quiero libre, no puedo verlo de ninguna otra manera.

Cuando habla de descolonización e independencia ¿piensa también en un cambio de modelo económico?
-Definitivamente. Hay que cambiar el modelo neoliberal. Comencé a estudiar el neoliberalismo desde sus raíces en los años 70. La globalización, empresas transnacionales que deciden el futuro de los países. Jamás podría aceptar algo así para Puerto Rico. El cambio debe ser estructural y completo.

Tenemos que desarrollar un mercado interno, aprovechar el mar. Aquí existe un gran potencial humano y nuestro recurso principal es el ser humano. Lo que no tenemos es la libertad para hacer lo que queremos hacer.

Los ajustes de siempre
La historia que se repite

-Puerto Rico vive momentos muy difíciles. Ya mencionó la presencia de la JCF y el plan de reajuste para restructurar la deuda pública. ¿Qué idea se ha hecho de esta crisis?
-La Junta de Control Fiscal es una entidad criminal. Viene a Puerto Rico con el mismo propósito de siempre: saqueo, saqueo y más saqueo.

En estos días he hablado con muchas personas. Hay una parte que está resignada y cree que la JCF puede ayudar al país. Pero la mayoría está inconforme y dispuesta a luchar. Se está creando una dinámica muy interesante.

-¿Cree que usted en este momento puede ser elemento de unidad?
-Yo no sé si puedo ser un elemento de unidad, pero tenemos el ejemplo de la campaña por mi excarcelación que se ha basado en la unidad de sectores muy diversos.

También logramos la unidad en la lucha contra la Marina norteamericana en Vieques, así como para sacar de la cárcel a nuestros cinco héroes nacionales en 1979 y a los 11 prisioneros políticos en 1999.

Yo estoy aquí porque logramos unirnos. Nunca he sido sectario, ni he promovido algo que nos divida. Yo me debo a esa unidad.

-En estos primeros días de libertad usted ha mencionado en diferentes ocasiones a la mujer portorriqueña, a la juventud, a la comunidad LGBTI. ¿Qué importancia tienen estos sectores de la sociedad?
-La mujer puertorriqueña tiene una fuerza grandísima y lo ha demostrado a todo el pueblo. Históricamente es una de las fuerzas mayores que tenemos en Puerto Rico. Pero muchas veces es relegada a una posición de retaguardia y es algo que tiene que terminar.

La juventud es el futuro de toda sociedad. Si aquí permitimos que se cierren escuelas y se destruya la universidad estaríamos minando el futuro del país. Debemos apoyar la lucha de los estudiantes universitarios para que triunfen.

En cuanto a la comunidad LGBTI, yo no creo en el odio, ni en la discriminación. Creo que debemos celebrar las diferencias, y a esa comunidad se le debe respetar y dar la dignidad que merece.

-Una palabra para todas las personas y organizaciones, incluyendo a la Rel-UITA, que en el mundo han trabajado para su excarcelación.
-Quiero expresar mi más profunda gratitud a todas aquellas personas que hicieron posible mi excarcelación. La campaña fue preciosísima, de unidad, donde se trascendió fronteras.

Es un modelo que podemos usar para unirnos aún más. Creo que podemos usarla como ejemplo e instrumento para seguir luchando y para bregar con el futuro de Puerto Rico.

Creo en la solidaridad caribeña, latinoamericana y que un mundo mejor y justo siempre es posible si nos atrevemos a luchar.

-Usted pasó mitad de su vida en prisión por luchar por un Puerto Rico libre e independiente. ¿Valió la pena?
-No tengo la menor duda. Definitivamente sí. Con todos mis compañeros y compañeras encarcelados nunca permitimos que nos quebraran el espíritu, que nos aflojaran, que nos obligaran a renunciar a la lucha.

Valió la pena porque somos un ejemplo de que sí se puede luchar, trascender y triunfar. El empoderamiento del pueblo que se dio a través de la campaña es algo que necesitamos para el presente y el futuro.

Fuente: Rel-UITA

Y sí, las izquierdas han colapsado

Y sí, las izquierdas han colapsado
Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero
06/10/2016

El discurso del FMLN contiene una interpretación peregrina de las dificultades institucionales experimentadas por su Gobierno; en particular, las causadas por las sentencias de la Sala de lo Constitucional. Para el FMLN, esas sentencias serían el origen de todos sus problemas. Según esa interpretación, que el presidente expuso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, todo obedecería a una conspiración de la derecha para arrebatarle el poder, tal como lo hizo en Brasil y pretende hacerlo en Venezuela. La explicación es absurda, porque pasa por alto la diferente realidad de los tres países. Más bien, refleja la desesperación de un Gobierno atrapado en su propia maraña política y con cierta debilidad por la teoría conspirativa, resabio de las épocas de clandestinidad guerrillera.

Únicamente en el caso de Brasil se puede hablar de una conspiración de la derecha y solo hasta cierto punto, porque el Gobierno de Rousseff favoreció su desarrollo con su ineptitud y exceso de confianza. La presidenta no observó el techo del déficit público, impuesto por la legislación, y maquilló las cuentas nacionales para disimularlo. Tampoco escuchó a sus asesores, que le advirtieron que arriesgaba demasiado. Además, el principal beneficiario de su destitución resulta ser su antiguo aliado político, el vicepresidente ahora presidente, sin quien difícilmente hubiera ganado la elección presidencial. Uno de los cabecillas de la destitución de Rousseff también ha perdido su cargo, acusado de corrupción. Más aún, no sería extraño que incluso el presidente actual sea depuesto por el mismo delito. Todos ellos están vinculados al escándalo de corrupción de la principal empresa estatal, dedicada a la explotación del petróleo. Una clica de corruptos, tal como gusta decir nuestro Fiscal General de la República.

La situación de Venezuela es diferente a la de Brasil y El Salvador, aunque los tres países tienen en común una rampante corrupción institucional. Pero hasta ahí las coincidencias, porque en Brasil caen grandes empresarios, altos cargos públicos y figuras políticas. Eso no ocurre en Venezuela ni en El Salvador. El experimento socialista bolivariano fue viable mientras la explotación del petróleo venezolano fue rentable. La drástica caída del precio internacional, la mala administración y la dilapidación de la principal riqueza nacional socavaron el fundamento del socialismo. En un esfuerzo desesperado, el Gobierno venezolano reemplazó a los agentes de la actividad económica con funcionarios y generales, y la situación, en lugar de mejorar, ha empeorado y empeorará más. Sin fundamento económico y cada vez con menos respaldo popular, la cúpula gobernante se aferra al poder para no ir a parar a la cárcel.

En cualquier caso, el fracaso de las izquierdas latinoamericanas es evidente. Pero quizás no por conspiración de la derecha, sino porque su modelo ha colapsado. No solo el llamado socialismo real colapsó, sino que también lo ha hecho el modelo socialdemócrata. El comunismo hizo implosión víctima de su propia inconsistencia. Su fracaso muestra que cuando el Estado reemplaza a los otros agentes sociales y económicos —aun cuando lo haga con la mejor buena intención, pues piensa que los objetivos de estos agentes son interesados y que solo él vela por el bien común—, generaliza la ineficiencia y empeora la situación, que se vuelve más invivible que aquella que pretendía revertir. Los partidos socialdemócratas —que consiguieron una simbiosis entre el trabajo y el capital, e institucionalizaron una cierta cohesión social, logros muy apreciables— han sucumbido al consumismo y a la corrupción. En la actualidad, se limitan a proponer y a gestionar algunas medidas compensatorias, nada desdeñables por cierto, dada la pobreza y la desigualdad predominantes; pero no se atreven, ni saben cómo, erradicar el origen de esos males sociales.

Cabe, pues, preguntarse si el fracaso de las izquierdas no se debe a que hace tiempo perdieron la capacidad para imaginar alternativas, para desearlas, para proponerlas convincentemente e impulsarlas concienzudamente. La facilidad con la que se han acomodado al orden establecido, cuyas ventajas disfrutan sin escrúpulo, tal como lo hacen los políticos de la derecha, muestra con claridad que han perdido esa capacidad. Desde esa posición, es imposible imaginar alternativas e impulsarlas, porque pondrían en peligro su vida regalada en el orden establecido por la derecha. En la práctica, no desde la teoría y el discurso retórico, es difícil distinguir al político de izquierdas del de derecha. La aceptación de ese orden, o la resignación ante lo aparentemente inexorable, aun cuando experimenten su injusticia e incluso les duela sinceramente, ha hecho de las izquierdas la izquierda de la extrema derecha. Ni siquiera llegan al centro.

Ante la crisis de Venezuela la izquierda carece de crítica

Edgardo Lander: Ante la crisis de Venezuela la izquierda carece de crítica

Publicado en 1 abril, 2017
Entrevista al sociólogo venezolano Edgardo Lander.

Edgardo Lander no es sólo un académico, profesor titular de la Universidad Central de Venezuela e investigador asociado del Transnational Institute. Es una persona vinculada desde hace años a los movimientos sociales y a la izquierda en su país. Desde ese lugar, afirma que el apoyo incondicional de las izquierdas de la región al chavismo reforzó las tendencias negativas del proceso. Sostiene que las izquierdas a nivel global no han tenido “capacidad de aprender”, que terminan respaldando un “gobierno de mafias” como el de Nicaragua, y que cuando “colapse el modelo venezolano” es posible que simplemente “miren para otro lado”.
–Hace tres años caracterizaste la situación en Venezuela como la “implosión del modelo petrolero rentista”. ¿Ese diagnóstico sigue vigente?
-Lamentablemente, los problemas que pueden caracterizarse como asociados al agotamiento del modelo petrolero rentista se han acentuado. El hecho de que Venezuela ha tenido 100 años de industria petrolera y de estadocentrismo girando en torno a cómo se reparte la renta ha conformado no sólo un modelo de Estado y de partido, sino también una cultura política e imaginarios colectivos de Venezuela como un país rico, de abundancia, y la noción de que la acción política consiste en organizarse para pedirle al Estado.
Esa es la lógica permanente. En el proceso bolivariano, a pesar de muchos discursos que aparentaban ir en la dirección contraria, lo que se hizo fue acentuar esto. Desde el punto de vista económico se acentuó esta modalidad colonial de inserción en la organización internacional del trabajo. El colapso de los precios del petróleo simplemente desnudó una

cosa que era evidente, cuando uno depende de un commodity cuyos precios necesariamente fluctúan.
–Las críticas a la situación de la democracia en Venezuela se han acentuado tras la asunción de Nicolás Maduro. ¿Por qué es así? ¿Cómo se compara con la situación bajo el gobierno de Hugo Chávez?
-Primero hay que tomar en cuenta qué fue lo que pasó en el tránsito de Chávez a Maduro. Yo soy de la opinión de que la mayoría de los problemas con los que nos encontramos hoy son problemas que venían acumulándose con Chávez. Los análisis de parte de la izquierda venezolana que reivindican la época de Chávez como la época de gloria, en la que todo funcionaba bien y de repente aparece Maduro como un incompetente o un traidor, son explicaciones demasiado maniqueas y que no permiten desentrañar cuáles son las lógicas más estructurales que llevan a la crisis actual.
El proceso venezolano, por decirlo muy esquemáticamente, siempre estuvo sustentado sobre dos pilares fundamentales: por un lado, la capacidad extraordinaria de Chávez de comunicar y de liderazgo, que generó una fuerza social; por otro lado, precios del petróleo que llegaron en algunos años a más de 100 dólares el barril.
En forma casi simultánea, en 2013, estos dos pilares colapsaron: murió Chávez y los precios del petróleo se vinieron abajo. Y el emperador quedó desnudo. Quedó claro que esto tenía un alto grado de fragilidad, por depender de cosas de las cuales no se podía seguir dependiendo. Además, hay diferencias muy importantes entre el liderazgo de Chávez y el de Maduro.
Chávez era un líder con capacidad de dar orientación y sentido, pero también tenía un extraordinario liderazgo dentro del gobierno bolivariano como tal, de manera que cuando él decidía algo, esa era la decisión. Eso genera falta de debates y muchos errores, pero genera también una acción unitaria, direccionada. Maduro no tiene esa capacidad, nunca la ha tenido, y

ahora en el gobierno cada quien jala por su lado. Por otra parte, durante el gobierno de Maduro ha habido un incremento de la militarización, quizá porque Maduro no viene del mundo militar, entonces para garantizar el apoyo de las Fuerzas Armadas tiene que incorporar a más integrantes de las Fuerzas Armadas y darles más privilegios.
Se han creado empresas militares, actualmente la tercera parte de los ministros y la mitad de los gobernadores son militares, y están en lugares muy críticos de la gestión pública, donde ha habido mayores niveles de corrupción: la asignación de divisas, los puertos, la distribución de alimentos. El hecho de que estén en manos de militares hace más difícil que sean actividades transparentes, que la sociedad sepa qué es lo que está pasando.
–¿Qué sucedió con los procesos de participación social que promovieron los gobiernos bolivarianos?
-Hoy en Venezuela hay una desarticulación del tejido de la sociedad. Después de una experiencia extraordinariamente rica de organización social, de organización de base, de movimientos en relación a la salud, a las telecomunicaciones, a la tenencia de la tierra urbana, a la alfabetización, que involucró a millones de personas y generó una cultura de confianza, de solidaridad, de tener la capacidad de incidir sobre el propio futuro, uno suponía que en momentos de crisis habría capacidad colectiva de responder, y resulta que no.
Por supuesto, hablo en términos muy gruesos, hay lugares donde hay mayor capacidad de autonomía y autogobierno. Pero en términos generales se puede decir que la reacción que se vive hoy es más en términos competitivos, individualistas. De todos modos, creo que quedó una reserva que en algún momento puede salir a flote.
–¿Por qué no pudo mantenerse esa corriente de participación y organización?

-El proceso estuvo atravesado desde el principio por una contradicción muy seria, que es la contradicción entre entender la organización de base como procesos de autogestión y de autonomía, de construcción de tejido social de abajo hacia arriba, y el hecho de que la mayor parte de estas organizaciones fueron producto de políticas públicas, de promoción desde arriba, desde el Estado.
Y esa contradicción se jugó de manera diferente en cada experiencia. Donde había experiencia organizativa previa, donde había dirigentes comunales, había una capacidad de confrontar al Estado; no para rechazarlo, sino para negociar. Además, a partir de 2005 hay una transición del proceso bolivariano desde algo muy abierto, desde un proceso de búsqueda de un modelo de sociedad diferente al soviético y al capitalismo liberal, a tomar ya la decisión de que el modelo es socialista, y a una interpretación del socialismo como estatismo.
Hubo mucha influencia político-ideológica cubana en esta conversión. Entonces estas organizaciones ya empiezan a ser pensadas en términos de instrumentos dirigidos desde arriba, y empieza a consolidarse una cultura estalinista en relación a la organización popular. Y eso le ha dado obviamente mucha precariedad.
–¿Cómo es la situación de la democracia en términos liberales?
-Obviamente es mucho más grave [durante el gobierno de Maduro], y es más grave porque es un gobierno que ha perdido muchísima legitimidad y que tiene niveles crecientes de rechazo por parte de la población. Y la oposición ha avanzado significativamente.
El gobierno tenía hegemonía de todos los poderes públicos hasta que perdió aparatosamente las elecciones (parlamentarias) en diciembre de 2015. Y a partir de allí empezó a responder en términos crecientemente autoritarios. En primer lugar, desconoció la Asamblea, primero desconociendo los resultados de un Estado que le quitaba la mayoría calificada a la oposición en la Asamblea, con razones absolutamente tiradas

de los cabellos. Posteriormente, ha habido un franco desconocimiento de la Asamblea como tal, que desde el punto de vista del gobierno no existe, es ilegítima.
Y es tan así que hace unos meses era necesario renovar los integrantes del Consejo Nacional Electoral [CNE], y entonces la Corte desconoció a la Asamblea y nombró a los integrantes del CNE, que por supuesto son todos chavistas. Maduro tenía que presentar a comienzos de año una memoria de gestión del año anterior, y como no reconocen a la Asamblea, la memoria se presentó ante la Corte.
Lo mismo sucedió con el presupuesto. Teníamos un referéndum revocatorio para el cual se habían cumplido todos los pasos. Debía hacerse en noviembre del año pasado y el CNE resolvió posponerlo, y eso significó matarlo: simplemente ahora no hay referéndum revocatorio. Era constitucionalmente obligatoria la elección de gobernadores en diciembre del año pasado, y simplemente la pospusieron indefinidamente.
Entonces estamos en una situación en la que hay una concentración total de poder en el Ejecutivo, no hay Asamblea legislativa, Maduro tiene ya más de un año gobernando por decreto de emergencia autorrenovado, cuando debe ser ratificado por la Asamblea. Estamos muy lejos de algo que pueda llamarse práctica democrática. En ese contexto, la respuestas que se dan son cada vez más violentas, de los medios y de la oposición, y la reacción del gobierno, ya incapacitado de hacer otra cosa, es la represión de las manifestaciones, los presos políticos. Se utilizan todos los instrumentos del poder en función de preservarse en el poder.
–¿Qué consecuencias tiene esta situación a largo plazo?
-Yo diría que hay tres cosas que son extraordinariamente preocupantes de las consecuencias de todo esto a mediano y largo plazo. En primer lugar, hay una destrucción del tejido productivo de la sociedad y va a tomar muchísimo tiempo recuperarlo. Recientemente hubo un decreto presidencial de apertura de 112.000 kilómetros cuadrados a la minería transnacional a gran escala en un territorio donde están los hábitats de diez pueblos indígenas, donde están las mayores fuentes de agua del país, en la selva amazónica.

En segundo lugar está el tema de cómo la profundidad de esta crisis está desintegrando el tejido de la sociedad, y hoy como sociedad se está peor de lo que se estuvo antes del gobierno de Chávez; esto es algo muy duro de decir, pero efectivamente es lo que se vive en el país. En tercer lugar, cómo se han revertido las condiciones de vida en términos de salud y de alimentación.

El gobierno dejó de publicar estadísticas oficiales y hay que confiar en estadísticas de las cámaras empresariales y de algunas universidades, pero estas indican que hay una pérdida sistemática de peso de la población venezolana, algunos cálculos dicen que es de seis kilos por persona. Y eso, por supuesto, tiene consecuencias en desnutrición infantil y tiene efectos a largo plazo. Por último, esto tiene extraordinarias consecuencias en relación a la posibilidad de cualquier imaginario de cambio. La noción de socialismo, de alternativas, está descartada en Venezuela. Se ha instalado la noción de que lo público es necesariamente ineficiente y corrupto. Es un fracaso.
–¿Cómo ves las reacciones de los partidos de izquierda a nivel global, y especialmente en América Latina, respecto de Venezuela?

-Creo que uno de los problemas que ha arrastrado históricamente la izquierda es la extraordinaria dificultad que hemos tenido como izquierda de aprender de la experiencia. Para aprender de la experiencia es absolutamente necesario reflexionar críticamente sobre qué pasa y por qué pasa. Por supuesto, sabemos toda la historia de lo que fue la complicidad de los partidos comunistas del mundo con los horrores del estalinismo, y no por falta de información.
No fue que se enteraron después de los crímenes de [Iósif] Stalin, sino que hubo una complicidad que tiene que ver con ese criterio de que como uno

es antiimperialista y es un enfrentamiento contra el imperio, vamos a hacernos los locos con que se mató tanta gente, vamos a no hablar de eso.
Creo que esa forma de entender la solidaridad como solidaridad incondicional, porque hay un discurso de izquierda o porque haya posturas antiimperialistas, o porque geopolíticamente se expresen contradicciones con los sectores dominantes en el sistema global, lleva a no indagar críticamente sobre cuáles son los procesos que están ocurriendo. Entonces se genera una solidaridad ciega, no crítica, que no solamente tiene la consecuencia de que yo no fui a criticar lo otro, sino que tiene la consecuencia de que activamente se está celebrando muchas de las cosas que terminan siendo extraordinariamente negativas.
El llamado hiperliderazgo de Chávez era algo que estaba allí desde el principio. O el modelo productivo extractivista. Lo que hoy conoce la izquierda en su propia cultura sobre las consecuencias de eso estaba ahí. Entonces, ¿cómo no abrir un debate sobre esas cosas, de manera de pensar críticamente y aportar propuestas? No que la izquierda europea venga a decirles a los venezolanos cómo tienen que dirigir la revolución, pero tampoco esta celebración acrítica, justificativa de cualquier cosa.
Entonces, los presos políticos no son presos políticos, el deterioro de la economía es producto de la guerra económica y de la acción de la derecha internacional. Eso es cierto, está ahí, pero obviamente no es suficiente para explicar la profundidad de la crisis que estamos viviendo.
La izquierda latinoamericana tiene una responsabilidad histórica en relación, por ejemplo, a la situación de Cuba hoy, porque durante muchos años asumió que mientras estuviese el bloqueo de Cuba no se podía criticar a Cuba, pero no criticar a Cuba quería decir no tener la posibilidad de reflexionar críticamente sobre cuál es el proceso que está viviendo la sociedad cubana y cuáles son las posibilidades de diálogo con la sociedad cubana en términos de opciones de salida.

Para una gran proporción de la población cubana, el hecho de que se estaba en una especie de callejón sin salida era bastante obvio a nivel individual, pero el gobierno cubano no permitía expresar eso y la izquierda latinoamericana se desentendió, no aportó nada, sino simplemente solidaridad incondicional.
El caso más extremo es pretender que el gobierno de Nicaragua es un gobierno revolucionario y parte de los aliados, cuando es un gobierno de mafias, absolutamente corrupto, que desde el punto de vista de los derechos de las mujeres es de los regímenes más opresivos que existen en América Latina, en una alianza total con sectores corruptos de la burguesía, con el alto mando de la iglesia católica, que antes era uno de los grandes enemigos de la revolución nicaragüense.
¿Qué pasa con eso? Que se refuerzan tendencias negativas que hubiera sido posible visibilizar. Pero además, no aprendemos. Si entendemos la lucha por la transformación anticapitalista no como una lucha que pasa allá y vamos a ser solidarios con lo que ellos hacen, sino como una lucha de todos, entonces lo que tú haces mal allá nos está afectando a nosotros también, y también tengo responsabilidad de señalarlo y de aprender de esa experiencia para no repetir lo mismo. Pero no tenemos capacidad de aprender, porque de repente, cuando termine de colapsar el modelo venezolano, vamos a mirar para otra parte. Y eso, como solidaridad, como internacionalismo, como responsabilidad político-intelectual, es desastroso.
–¿Por qué la izquierda adopta estas actitudes?
-Tiene que ver, en parte, con que no hemos terminado de descargar al pensamiento de izquierda de unas concepciones demasiado unidimensionales de qué es lo que está en juego. Si lo que está en juego es el contenido de clase y el antiimperialismo, juzgamos de una manera.
Pero si pensamos que la transformación hoy pasa por eso, pero también por una perspectiva crítica feminista, por otras formas de relación con la

naturaleza, por pensar que el tema de la democracia no es descartar la democracia burguesa, sino profundizar la democracia; si pensamos que la transformación es multidimensional porque la dominación también es multidimensional, ¿por qué este apoyo acrítico a los gobiernos de izquierda coloca los derechos de los pueblos indígenas en un segundo plano, coloca la devastación ambiental en un segundo plano, coloca la reproducción del patriarcado en un segundo plano?
Entonces termina juzgando desde una historia muy monolítica de lo que se supone que es la transformación anticapitalista, que no da cuenta del mundo actual. Y obviamente, ¿de qué nos sirve liberarnos del imperialismo yanqui si establecemos una relación idéntica con China? Hay un problema político, teórico e ideológico, y quizá generacional, de personas para las que esta era su última apuesta por lograr una sociedad alternativa, y se resisten a aceptar que fracasó.
https://redfilosoficadeluruguay.wordpress.com/2017/04/01/edgardo-lander-ante-la-crisis-de-venezuela-la-izquierda-carece-de-critica/

Power, socialism, and the communist movement

Power, socialism, and the communist movement

April 12, 2017

I stopped by a neighborhood organization recently to inquire about upcoming actions against our local Republican congressman, and in the course of the conversation with a young staff person, she mentioned to me that their aim is to “build power,” as they engage in their day to day activities.

Her response didn’t surprise me. Power, after all, is a reality in social conflicts. It counts a lot in deciding the outcome of clashes between contending sides in disputes over one thing or another. The sheep seldom comes out the winner when matched against the wolf.

But the conversation reminded me of an article on power, socialism, and the communist movement that has been gathering dust, so to speak, on my Google cloud. I began it months ago with the expectation that it would see the light of day long before now, but what with the election last year, and Trump’s first 100 days, I got preoccupied and, as a result, its stay on the cloud was extended. And had it not been for this recent conversation, it would have probably remained there.

In the communist movement of the 20th century where I spent most of my adult life, the main frame for understanding and changing the world was the balance of power among contending class and political forces. If the balance tilted toward the capitalist class and its allies, the prospects of progressive and radical change were narrowed; or, still worse, if the tilt turned into a decisive swing, they disappeared and democratic movements found themselves on the defensive, as they do now. If, on the other hand, the balance shifted towards the working class and its allies, then opportunities arose to expand economic, social, and political rights and freedoms. The New Deal period comes to mind.

Going a step further, a seismic shift in power to the advantage of the working class opened the door to a socialist future. This shift, however, was only the first moment of an extended process in which the working class and its “vanguard” party secured, consolidated, and expanded their power to radically construct a new state, economy, and society. Whatever facilitated this process was welcomed and needed little or no justification. Meanwhile, anything that hindered it was to be resisted by any means necessary.

In this framing, socialist values, norms, and aims — most importantly the creation of a field of action on which working people and their allies become the actual creators, architects, and producers of a new society that is democratic, egalitarian, sustainable, and humane — took a back seat to the exigencies of power against socialism’s “enemies.” If there were any tensions, ambiguities, contradictions, or dangers in such an approach and practice, they were rarely acknowledged and thus more rarely the subject of any serious examination.

Now, it was one thing to hold this view in the early part of the last century, when socialism was in its infancy and it felt like a turning point in human history had arrived, compelling everyone, in the words of “The Internationale” (the song of the international communist movement) “to stand in their place.”

But to subscribe to it long into the second half of that century, as I (and most communists) did, is quite another thing.

A critical look at the experience of socialism should have told us that a transfer in power, while necessary, is nothing close to a sufficient condition for socialism. Nor is it the defining feature of a socialism that measures up to its ideals, aspirations, and potentials.

Frederick Engels once wrote that revolutions are authoritarian affairs that turn on the question of power. He failed to add that once power passes from the hands of the old ruling elite, a process, both structured and spontaneous, of devolving and decentralizing power to democratic institutions and a popular majority should ensue on a broad scale.

This didn’t happen in the Soviet Union, except for a short burst of freedom in the early days. Instead, power became further centralized and it begat still more centralization in fewer and fewer hands in order to combat socialism’s opponents.

Moreover, what was temporary and contingent became permanent and institutionalized as it acquired a social constituency, consisting of upper and middle level leaders and managers of the party, state, and economy that had a stake in maintaining the existing political, economic, and ideological setup. This made it a stubborn thing to uproot, even when conditions changed and popular desires for a more democratic and humane socialism grew.

Power, in short, became detached from socialism’s overarching essence, values, and aims. Stalin, it goes without saying, played an outsized role in this process. His desire for unchecked power, reinforced by his distortions of marxism and skewed notions of building socialism in conditions of encirclement and backwardness made for a hyper explosive brew. And the fallout was staggering — to the Soviet people, first of all, but also to the image and future of socialism.

Indeed, a near singular emphasis on the accumulation and centralization of power led to the eventual meltdown of the USSR as well as other socialist countries in Eastern Europe with barely a whimper from the class that the ruling parties claimed to represent.

But well before that happened, what seemed unimaginable became the ideologically sanctioned practice of Soviet authorities under Stalin: torture, executions, and show trials, labor camps and mass incarcerations, relocations of entire peoples, gross violations of democratic rights, the hollowing out of democratic institutions, massive surveillance and an accompanying climate of fear and suspicion, and the deaths of millions of innocents.

After Stalin’s death, the worst practices of those years ended and attempts were made to liberalize Soviet and the Eastern European socialist societies, but each attempt quickly ran up against concentrated bureaucratic and political power — sometimes police authorities and military might — that placed narrow limits on the reforming impulse. As a result, democracy and human freedom remained formal and cramped, civil society languished, and an independent press and culture worthy of its name never saw the light of day. Dissent fled into the kitchen and other crevices of private life.

It is ironic that U.S. communists — and again, I was one of them — expressed great outrage at the mention of the McCarthy period’s violations of democracy and attacks on communists, but, with some notable exceptions, had little to say about the social disaster and horror of the Stalin period and the long arc of unfreedom and eventually stagnation that followed. And when we did, it was either a claim that no other alternatives were available, or an admission (at times reluctant) that “mistakes” were made, or an insistence on a “balanced” assessment of Soviet socialism.

Our mistake, however, wasn’t so much an inability to recognize irony. But more to the point, it was an indefensible failure of political, moral, and intellectual imagination, caught, as we were, in an embedded internal culture and world movement that resisted by and large critical thinking and reflection on such matters.

Responsibility for the downgrading of socialist values and humanism and the reduction of democracy from a core feature to simply an instrument of policy — not to mention the transformation of a marxism that is dialectical, open to new experience, and subject to critique into a rigid ideology referred to as Marxism-Leninism that legitimized practices that were inhumane, undemocratic, and anti-socialist — lies, in the first place, with its communist protagonists in the 20th century. However, a measure of responsibility also falls on Marx, Engels and Lenin. In their efforts to counter utopian notions, place socialism on a materialist theoretical foundation, and elaborate a path to socialism in the heat of the battle, they made sweeping assertions that didn’t always include cautionary warnings about the limits of their application or point to the operation of competing tendencies. Nor did they give sufficient emphasis in their analysis to socialism’s democratic, ethical, and emancipatory vision as an essential frame for the elaboration of revolutionary and socialist practice.

Even if we assume that the 21st century leaders of the left have learned the necessary lessons from the experience of the 20th century, we still have to ask what measures are necessary to guarantee that power and its practitioners are subordinated to (and, when necessary, reined in by) socialist values, norms, vision, and democratically constituted bodies.

This is a discussion for the many who are laboring in today’s vineyards, but I will make a few general observations.

1) Power should never again be the property of any one party (or movement). There is little evidence for the notion that under socialism social contradictions disappear and thus obviating the need for a multi-party system. Certainly, the idea of a constitutionally enshrined vanguard party should be left in the past, where it made its unfortunate entrance.

Much the same can be said about state-controlled media. Experience abounds that an independent and broadly based media is crucial in socialist as well as capitalist societies. Among other things, it is a key, and sometimes the only, reliable voice that will expose misdeeds and corruption at the top levels of official society.

2) There must be legal prohibitions on unchecked use of power that eviscerates democratic freedoms and rights. E. P. Thompson, the great British historian who wrote in the Marxist tradition, made this observation in his famous afterword to Whigs and Hunters: The Origins of the Black Act (1975):

“I am told that, just beyond the horizon, new forms of working class power are about to arise which, being founded upon egalitarian productive relations, will require no inhibition and can dispense with the negative restrictions of bourgeois legalism. A historian is unqualified to pronounce on such utopian projections. All that he knows is that he can bring in support of them no evidence whatsoever. His advice might be: watch this new power for a century or two before you cut down your hedges.”

Good advice, even if we believe with great conviction that we will never be so wrongheaded or shortsighted as were many communist leaders in the last century.

3) Power has to be devolved and decentralized to the people and popular institutions. In other words, the socialist state, economy, culture, and society have to be creatively transformed and thoroughly democratized and socialized in accordance with the emancipatory values and vision of socialism. And the only hope of such an outcome is a multi-racial, working class-based, majoritarian movement of great depth, understanding, and unity, that acts as socialism’s midwife and stays engaged long into its old age.

In case you think I have been hard on Engels, let me end with a quote from Marx’s closest collaborator that is germane and incisive:

“If the conditions have changed in the case of war between nations, this is no less true in the case of the class struggle. The time of surprise attacks, of revolutions carried through by small conscious minorities at the head of unconscious masses is past. Where it is a question of a complete transformation of the social organization, the masses themselves must also be in it, must themselves already have grasped what is at stake, what they are going in for with body and soul. The history of the last fifty years has taught us that.”

Giovanni Arrighi, la larga duración del capitalismo geohistórico y la crisis actual

Giovanni Arrighi, la larga duración del capitalismo geohistórico y la crisis actual

Tom Reifer
Viento Sur

La amplitud y el alcance de la obra intelectual de Giovanni Arrighi –especialmente, su capacidad para ofrecer análisis fundamentados en un contexto geohistórico a largo plazo– supone un logro sorprendente, sin olvidar que su generosidad para con sus interlocutores no tenía casi parangón. Tom Reifer escribe en memoria de Giovanni Arrighi.

Uno de los rasgos más ilustrativos de nuestros días es la escasez de análisis capaces de situar la actual crisis socioeconómica en una perspectiva geohistórica. Desde el punto de vista del capitalismo de larga duración, ningún intelectual ha desarrollado un análisis más imponente de la crisis actual que Giovanni Arrighi.(1)

Arrighi, por supuesto, junto con Immanuel Wallerstein (1974, 1980, 1989) y el difunto Terence Hopkins, fue uno de los creadores y principales defensores del enfoque del sistema-mundo sobre el capitalismo europeo, las desigualdades mundiales de la renta y el “desarrollo” (véase Arrighi, Hopkins y Wallerstein, 1989).(2)

La propia visión del sistema-mundo –que cuestionaba la preponderancia, tras la Segunda Guerra Mundial, de la teoría de la modernización– surgió de los movimientos de los años sesenta e hizo confluir una fructífera síntesis del marxismo, el radicalismo del Tercer Mundo y una serie de corrientes críticas de las ciencias sociales, desde la escuela francesa de los Annales a la escuela histórica alemana (véase Goldfrank, 2000).

El análisis de los sistemas-mundo fue inicialmente desarrollado por Wallerstein y Hopkins, que simpatizaban con los estudiantes que ocuparon la Universidad de Columbia durante las revueltas estudiantiles y la “revolución mundial de 1968” (ambos formaban parte del comité ejecutivo de la comisión universitaria que se creó con tal ocasión). Hopkins y Wallerstein acabaron trasladándose, en los años setenta, a la Universidad Estatal de Nueva York (SUNY), en Binghamton, que se convirtió durante un tiempo en el centro de los estudios sobre los sistemas-mundo. Así, la visión del sistema-mundo fue consecuencia directa de los movimientos de los años sesenta y uno de sus legados intelectuales más duraderos.

Arrighi llegó a la facultad de Sociología de Binghamton a fines de los años setenta y pasó a ser una pieza clave del programa de licenciatura y del Centro Fernand Braudel para el Estudio de Economías, Sistemas Históricos y Civilizaciones. Aquí, varios grupos de investigación colectiva reunían a estudiantes y profesores para trabajar sobre proyectos comunes. En uno u otro momento, por la facultad de Binghamton pasaron figuras como Anibal Quijano, Bernard Magubane y Walter Mignolo.

La amplitud y el alcance de la obra intelectual de Giovanni Arrighi –desde el análisis del sur de África a su interpretación del auge del sudeste asiático encabezado por China, así como sobre las perspectivas para el Sur Global y un nuevo Bandung– supone un logro sorprendente. Además, tal como señaló Ravi Sundaram –actual director del Centro para el Estudio de la Sociedades en Desarrollo de Delhi– en una conferencia para conmemorar y discutir todo el trabajo de Arrighi en el contexto de la presente crisis que tuvo lugar en mayo de 2009 en Madrid, Arrighi demostraba una generosidad casi sin parangón para con sus interlocutores.(3)

Este tipo de debates en el marco de la solidaridad mutua, en los que tanto creía Giovanni, es sin duda necesario para renovar las fuerzas progresistas en todo el mundo. Así, la noticia de la muerte de Arrighi, que falleció el 18 de junio de 2009 tras una dura batalla contra el cáncer, fue recibida con gran tristeza por el mundo de la academia y el activismo, y por sus amigos, ex alumnos y colegas.

La conferencia organizada en Madrid, en la que se dieron cita personas de todo el mundo –incluidos muchos ex alumnos y colaboradores de Arrighi desde los años sesenta hasta la actualidad– pretendía ser una especie de punto de reencuentro y una oportunidad para discutir la crisis actual y el trabajo de Giovanni. Por desgracia, a última hora y debido a su enfermedad, Giovanni y Beverly Silver, su mujer y compañera intelectual, no pudieron asistir al encuentro.

Gracias a la tecnología moderna, Giovanni y Beverly pudieron seguir partes de la discusión desde la habitación de un hospital en los Estados Unidos. Sin embargo, no se dio el animado intercambio de visiones con Giovanni y Beverly que todos los participantes esperaban con tanta expectación. A pesar de esta dolorosa ausencia de la conferencia –que contó con la participación, entre otros, de Lu Aiguo, Samir Amin, Perry Anderson, Amiya Bagchi (2005), Walden Bello, Robert Brenner, Gillian Hart, Hung Ho-fung, Bill Martin, Emir Sadr, Ravi Palat y John Saul–, y tal como comentó Beverly Silver, se trató, sin duda, de un gran éxito. Durante los cinco días que duraron las jornadas, los debates fueron tremendamente intensos y, a menudo, derivaron en sesiones maratonianas.

Nacido en Milán en 1937, la trayectoria política de Giovanni estuvo definitivamente marcada por la actitud antifascista de su familia. El contexto político en que surgieron estas actitudes estaba caracterizado, por supuesto, por la ocupación nazi en algunas zonas de Italia, el aumento de la resistencia local y la llegada de los aliados. Formado originalmente en economía neoclásica en Italia, tras trabajar un tiempo en algunas empresas, Arrighi acabó emigrando a Zimbabwe (entonces Rhodesia) a principios de los años sesenta.

Como apunta William Martin (2005: 381) en un artículo sobre la importancia de académicos como C.L.R. James, W.E.B. Du Bois y Oliver Cox en la perfilación del concepto, “el análisis de los sistemas-mundo, como la economía capitalista mundial, tiene profundas raíces africanas”.(4)

La emigración de Arrighi (2009) a África fue, según sus propias palabras, “un verdadero renacimiento intelectual”, un viaje en que empezó su “larga marcha de la economía neoclásica a la sociología histórica comparativa”. Aquí, junto con John Saul, Martin Legassick y muchos otros, esta nueva generación de activistas-investigadores desarrolló un análisis político-económico pionero, centrado en las contradicciones generadas por la proletarización y la desposesión del campesinado en el sur de África.

Fue también en Rhodesia donde Giovanni, que en 1966 se hizo miembro de la Unión del Pueblo Africano en Zimbabwe (ZAPU), coincidió con su antiguo alumno –y después amigo y compañero de la ZAPU– Bhasker Vashee, un africano de origen indio con su mismo espíritu internacionalista y que, años después, pasaría a ser director del Transnational Institute, sustituyendo al legendario activista-académico antiimperialista Eqbal Ahmad (2006).(5)

De hecho, Giovanni y Bhasker fueron compañeros de celda al ser detenidos por sus actividades anticolonialistas. Giovanni fue deportado aproximadamente una semana después de su arresto; Basker sólo fue liberado tras un año de prisión incomunicada y tras una larga campaña internacional a favor de su puesta en libertad. En 1966, Giovanni se trasladó a Dar es Salaam, en un momento en el que Tanzania daba refugio a movimientos de liberación nacional de toda África. Aquí, entre los colegas de Arrighi se contaba una larga lista de académicos radicales, como John Saul, Walter Rodney e Immanuel Wallerstein.

Más tarde, Giovanni volvió a Italia para dedicarse a la enseñanza y participó en movimientos que defendían la autonomía de la clase trabajadora, además de ayudar a fundar el Gruppo Gramsci. A fines de los años setenta, Arrighi finalizó una de sus obras clave, La geometría del imperialismo, reeditada en 1983. Fue más o menos en torno a esta época cuando Giovanni empezó a reconceptualizar este trabajo como un puente hacia lo que se convertiría en su libro más significativo, El largo siglo XX, seguido después por (2007) Adam Smith en Pekín: orígenes y fundamentos del s. XXI. La obra de Arrighi es hoy considerada por muchos como el trabajo individual más importante sobre la larga duración y la actual crisis del capitalismo mundial.(6)

Partiendo del trabajo de Smith, Polanyi, Gramsci, Marx y Braudel –y del concepto de éste último del capitalismo como el antimercado–, Arrighi afirma que el capitalismo evolucionó durante una serie de largos siglos, en los que distintas combinaciones de organizaciones gubernamentales y comerciales han dirigido, sucesivamente, unos ciclos sistémicos de acumulación. Estos ciclos se han caracterizado por las expansiones materiales del sistema-mundo capitalista. Cuando estas expansiones alcanzan su límite, el capital se desplaza al ámbito de las altas finanzas, donde la competencia militarizada entre Estados por el capital móvil ofrece algunas de las mayores oportunidades para las expansiones financieras.

Así, la otra cara de la moneda de estas expansiones financieras ha sido el estímulo recíproco de la industrialización militar y las altas finanzas como parte de la reestructuración general del sistema-mundo que acompaña a los otoños de los ciclos sistémicos de acumulación y las estructuras hegemónicas de los que forman parte. Las expansiones financieras desembocaron, en un primer momento, en un auge temporal del poder hegemónico en decadencia, en lo que George Soros ha tildado de la “burbuja de la supremacía norteamericana” tras el derrumbe del imperio soviético y la ruptura de la URSS.

En última instancia, sin embargo, estas expansiones financieras militarizadas dieron lugar a un creciente caos sistémico y a nuevas revoluciones organizativas en un emergente bloque hegemónico de organizaciones gubernamentales y comerciales “dotado de unas capacidades organizativas cada vez más amplias y complejas para controlar el entorno político y social de la acumulación de capital a escala mundial”, un proceso que, como señalaba Arrighi (1994: 14, 18), tiene un claro “límite inherente”.

En este sentido, cabe destacar que Arrighi –a diferencia de Wallerstein, pero al igual que Braudel– no sitúa los orígenes del capitalismo mundial en los Estados territoriales de Europa durante el largo siglo XVI, sino más bien en las ciudades-Estado italianas de los siglos XIII y XIV, en lo que fue un precursor regional del sistema-mundo moderno.

Arrighi dibuja después la alianza del capital genovés y el poder español que produjo los grandes descubrimientos, antes de pasar a analizar la cambiante suerte de las hegemonías holandesa, británica y estadounidense, sus respectivos ciclos sistémicos de acumulación y el desafío planteado a los Estados Unidos por el renacimiento económico del sudeste asiático, al que hoy se ha sumado China.(7)

En volúmenes posteriores, que conformaron lo que Arrighi llamaba una ‘trilogía imprevista’ –Caos y orden en el sistema-mundo moderno (coescrito con Beverly Silver y otros colaboradores, 1999) y Adam Smith en Pekín (2007)–, así como en una serie de artículos y la versión actualizada de El largo siglo XX (próxima publicación), este potente análisis aparece aplicado hasta el presente.

Tomemos, por ejemplo, algunas de las propuestas planteadas por Arrighi y Silver hace ya una década (1999: 273-274, 287-288):

La expansión financiera mundial de los últimos veinte años, más o menos, no es ni una nueva etapa del capitalismo mundial ni el anuncio de una “futura hegemonía de los mercados globales”. Se trata, más bien, del indicio más evidente de que nos encontramos en medio de una crisis hegemónica. Como tal, cabe esperar que la expansión sea un fenómeno temporal que terminará de forma más o menos catastrófica”; (…) [hoy día], la propia expansión financiera parece basarse en fundamentos cada vez más precarios” [lo cual se deriva en una] “reacción” [que] “anuncia que la masiva redistribución de renta y riqueza sobre la que descansa la expansión ha alcanzado o está a punto de alcanzar sus límites.

Y cuando la redistribución ya no se pueda sostener económica, social y políticamente, la expansión financiera está destinada a su fin. El único interrogante que sigue abierto no es si tendrá lugar, sino cuándo y con qué catastróficas consecuencias se derrumbará el actual dominio mundial de los mercados financieros sin regular (…) Pero la ceguera que llevó a los grupos dirigentes de estos Estados a confundir el “otoño” con una nueva “primavera” de su poder hegemónico supuso que el fin llegara antes y de forma más catastrófica de lo que hubiera podido ser de otro modo (…) Hoy se hace evidente una ceguera parecida”.

[Y así], “la caída, más o menos inminente, de Occidente de los puestos de mando del sistema capitalista mundial no sólo es posible, sino probable (…) los Estados Unidos tienen incluso una mayor capacidad que Gran Bretaña hace un siglo para convertir su hegemonía en declive en una dominación explotadora. Si el sistema acaba hundiéndose, será fundamentalmente por la resistencia de los Estados Unidos a ajustarse y acomodarse a las nuevas circunstancias. Y viceversa: que los Estados Unidos se ajusten y se acomoden al creciente poder económico del sudeste asiático es una condición esencial para una transición no catastrófica hacia un nuevo orden mundial”.

En Adam Smith en Pekín, Arrighi retomó muchos de estos temas bajo la perspectiva del nuevo auge de un este asiático centrado en China y la despiadada apuesta norteamericana para mantener su dominio hegemónico con la invasión y la ocupación de Iraq, territorio que alberga las segundas mayores reservas de petróleo del mundo. En lugar de anunciar una nueva etapa de la hegemonía estadounidense, como esperaban sus artífices, Arrighi (2007) hizo hincapié en cómo las ambiciones del Proyecto por un Nuevo Siglo Estadounidense, cuyos miembros ocupaban cargos clave en la Casa Blanca de Bush, ha incrementado la probabilidad a largo plazo de que cada vez hablemos más de los Estados Unidos en el contexto de la “era asiática” del siglo XXI y de lo que los comentaristas ya han empezado a llamar “el Consenso de Beijing” (Ramo, 2002).(8)

Adam Smith en Pekín, al igual que sus predecesores, exige una atenta lectura, teniendo en cuenta lo denso del análisis y lo ambicioso de su alcance. Como señala el propio Arrighi (2007: xi), el objetivo del libro es “ofrecer una interpretación tanto del actual desplazamiento del epicentro de la economía política mundial desde Norteamérica hacia Asia oriental a la luz de la teoría de Adam Smith sobre el desarrollo económico como una interpretación de La riqueza de las naciones a la luz de dicho desplazamiento”.

Al mismo tiempo, el libro aborda otras cuestiones, como los motivos de lo que Kenneth Pomeranz (2000) denomina la “gran divergencia” entre Europa occidental, sus ramas colonas y Asia oriental. En la última parte del libro, Arrighi analiza la creciente divergencia entre el poder militar de los Estados Unidos en todo el mundo y el creciente poder económico de Asia oriental, como lo demuestra la acumulación de miles de millones de dólares de superávit en el este asiático encabezado por China y su inversión en valores del Tesoro estadounidense y otros activos en dólares, incluidas las hipotecas de alto riesgo o ‘basura’. Estos hechos son considerados anómalos, sin precedentes en ciclos sistémicos de acumulación anteriores ni en ciclos hegemónicos afines.

Además, el libro de Arrighi, partiendo de una serie de borradores anteriores publicados en New Left Review (NLR), dibuja un reconocimiento y una crítica –aunque desde una perspectiva histórico-mundial comparativa– del trabajo reciente de Robert Brenner (1998, 2002, 2006), que muchos consideran la teoría más convincente del actual largo ciclo descendente y la crisis del capitalismo mundial.

Brenner es un académico ya famoso por su trabajo sobre los orígenes del capitalismo. En muchos sentidos, esta combinación de reconocimiento y crítica de Brenner no resulta sorprendente e ilustra el método de Arrighi que, como profesor y académico, siempre instaba a sus alumnos y colegas a combatir los puntos más fuertes de un argumento, no los más débiles.

Bob Brenner (1977, 1981) es, sin duda, uno de los principales detractores del análisis del sistema-mundo, que en un principio criticó como una forma de “marxismo neo-smithiano”. Su labor sobre los orígenes del desarrollo capitalista dieron después lugar al llamado “debate Brenner” (Aston y Philpin, 1987). En muchos sentidos, teniendo en cuenta sus respectivos análisis de los orígenes del desarrollo capitalista, Arrighi y Brenner no podían estar más lejos. La crítica de Brenner a la perspectiva del sistema-mundo de Wallerstein pasaba fundamentalmente por el papel preponderante que Brenner concede a las relaciones entre clases y la lucha de clases en la agricultura, excluyendo prácticamente todo lo demás, situando los orígenes del desarrollo capitalista en el campo inglés. Wallerstein y Arrighi, en cambio, sitúan dichos orígenes en el contexto de un sistema-mundo en expansión, que funciona con una única división del trabajo, que supera los límites territoriales de los Estados-nación.

Aún así, en lo que se refiere a la agricultura capitalista, Wallerstein y Brenner –a pesar de sus grandes diferencias y siguiendo la tradición de la escuela de Annales, muy centrada en la historia rural– tienen más en común entre sí que con el tratamiento de los orígenes del capitalismo que Arrighi elabora en El largo siglo XX (véase también Brenner e Isett, 2002). En la obra de Arrighi (1994, 1998), el capitalismo agrícola tiene un papel modesto o nulo en los orígenes del desarrollo capitalista a escala mundial.

Esto difiere claramente de la visión de Wallerstein en El moderno sistema mundial, cuyo primer volumen, al fin y al cabo, lleva por subtítulo La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI. En este punto, tal y como apunta Walter Goldfrank en uno de sus artículos (2000:162), la perspectiva de Wallerstein tenía mucho en común con la clásica obra de Barrington Moore Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia (1966).

En cambio, la versión de Braudel de la historia capitalista, siguiendo a Oliver Cox (1959), situaba al capitalismo en el máximo nivel del comercio y las altas finanzas mundiales –y sólo en menor medida en la industria–, y ésa es la idea con la que Arrighi coincidía fundamentalmente. La actual crisis del capitalismo a escala mundial parece un momento especialmente oportuno para volver a plantear estos importantes debates sobre la naturaleza del desarrollo capitalista, sus orígenes, sus trayectorias futuras, su posible desaparición y alternativas realistas. Una cuestión clave es qué tipo de sistema o sistemas alternativos se acercarían más al orden u órdenes mundiales más democráticos, igualitarios, pacíficos y socialmente justos que busca la humanidad.

En cuanto a la presente crisis, Arrighi y Brenner tienen mucho más en común en lo que se refiere al análisis del largo ciclo ascendente y del consiguiente largo ciclo descendente. Aunque parezca paradójico, Brenner –la persona que arremetió contra el “marxismo neo-smithiano”– ofrece una visión de la crisis que se parece bastante al análisis neo-smithiano que hace Arrighi sobre el fin de todas las expansiones materiales: la creciente competencia reduce los beneficios. Así, tanto Arrighi como Brenner consideran que la crisis actual no es tanto una crisis financiera propiamente dicha como la muestra de una crisis del capitalismo mucho más profunda, que se remontaría al largo ciclo descendente de los años setenta.

Brenner, sin embargo, considera que esta crisis se caracteriza en gran medida por la sobreproducción, mientras que Arrighi opina que el ciclo descendente se debe básicamente a la sobreacumulación. Otro aspecto que Arrighi destaca (2007), a diferencia de Brenner, pasa por relacionar más claramente el actual ciclo largo descendente con la crisis de la hegemonía estadounidense –algo parecido, salvando las distancias, a los problemas a los que se enfrentó la hegemonía británica a fines del siglo XIX y principios del XX–, así como a los diversos grados del creciente poder de la clase trabajadora.(9)

Curiosamente, Brenner, que antes había subrayado el protagonismo de la lucha de clases en los orígenes del desarrollo capitalista, prácticamente pasa por alto el papel de la clase obrera y la lucha de clases para explicar el origen del largo ciclo descendente y se centra, de forma casi exclusiva, en la rivalidad intracapitalista entre Japón, Alemania y los Estados Unidos.

La atención de Brenner a la producción en Japón, Alemania y los Estados Unidos se diferencia también del acento de Arrighi en el dinero, las finanzas y la financiarización en el contexto de la actual crisis de la hegemonía estadounidense.

Arrighi destaca, en concreto, el crecimiento exponencial de los mercados monetarios extranjeros, el desmantelamiento del sistema de cambios fijos de Bretton Woods y el paso a un sistema cambiario flexible en el marco de la guerra de Vietnam y la crisis fiscal general de lo que James O’Conner denomina “el Estado militar del bienestar” de los Estados Unidos. La consiguiente liberalización de los controles sobre el capital en gran parte del mundo que fue de la mano de este paso a los cambios flexibles ha desembocado, como se predijo, en burbujas especulativas y repetidas crisis financieras mundiales.

Para Arrighi, un momento especialmente decisivo en este sentido llegó con la expansión financiera militarizada, encabezada por los Estados Unidos, de fines de los años setenta y principios de los ochenta, en la que los Estados Unidos competían por el capital móvil en los mercados de capital mundiales adquiriendo créditos con los medios más regresivos posibles. Esto supuso un giro crucial, ya que fue durante esta época cuando Washington abandonó su anterior tolerancia por formas de desarrollismo a favor de una contrarrevolución en la política del desarrollo asociada con el llamado “Consenso de Washington”, que se sigue desplegando hoy en día en el contexto del desmoronamiento del capitalismo “neoliberal” (véase Serra y Stiglitz, 2008; Eatwell y Taylor, 2000; Arrighi, 1994, 2002).

Peter Gowan (1999), con su libro La apuesta por la globalización: la geoeconomía y la geopolítica del imperialismo euro-estadounidense y una serie de artículos relacionados (véase también Davis, 1986; véase también Sassen, 2008), fue uno de los mejores analistas de este proceso de globalización empresarial-estatal capitaneada por los Estados Unidos. Gowan prestaba una especial atención a la ofensiva de lo que Jagdish Bhagwati (2002) denomina “el complejo Wall Street-Tesoro” –repleto de ahorros de inversores asiáticos– para abrir los mercados asiáticos a través de la guerra financiera.

La eliminación de los controles sobre el capital, la desregulación de los mercados financieros y el crecimiento del capital financiero especulativo –desde los derivados a los fondos de alto riesgo– en el marco del aumento de las exportaciones chinas condujo directamente a la crisis económica asiática de 1997 y a los consiguientes intentos por mejorar la integración financiera regional.(10) Esta importante obra de Gowan –ex investigador del Transnational Institute y miembro del equipo de redacción de New Left Review durante muchos años, también fallecido el pasado junio– le valió la entrada al selecto club de los más destacados analistas del poder estadounidense, entre los que también sobresale el brillante lingüista y destacado pensador político Noam Chomsky (1982, 1991, 1993, 2007, 2010).(11)

Poco antes de su muerte, Arrighi (2009) reflexionaba sobre su propia obra en una entrevista realizada por David Harvey, uno de los más renombrados expertos en capitalismo. Harvey le preguntaba a Arrighi: “La actual crisis del sistema financiero mundial parece la reivindicación más espectacular de las predicciones teóricas que has sostenido desde hace mucho tiempo más allá de lo que nadie podía imaginar. ¿Hay de todas formas aspectos de esta crisis que te hayan sorprendido?”. Arrighi (2009:90) le respondió aludiendo a los distintos elementos que le habían pasado por alto: los detalles de las burbujas especulativas, desde el auge de las punto com y la megaburbuja inmobiliaria a la determinación de la belle époque de la hegemonía estadounidense, que considera que ganó impulso con Clinton, antes de apuntar que: “con la explosión de la burbuja de la vivienda, lo que estamos observando ahora es, con toda claridad, la crisis terminal de la centralidad financiera y de la hegemonía estadounidenses” (véase también Canova, 2008).

Entre los principales aspectos de la definición de los períodos del capitalismo mundial según Arrighi (1994: 4-5; 2009: 90-94), se encuentra la convergencia fundamental con el acento que pusieron Braudel y Schumpeter en la flexibilidad del capitalismo, su no especialización y su capacidad para cambiar y adaptarse. También aquí radica el papel privilegiado del capital monetario y el sistema de deudas nacionales para reiniciar el capitalismo, ya que se acumula en centros en declive y busca futuros beneficios invirtiendo en potencias hegemónicas al alza, desde Venecia a los Estados Unidos.(12) Igual de importante es el constante énfasis de Arrighi en la geohistoria; Arrighi demuestra cómo las diversas combinaciones de geografía e historia han hecho y deshecho fortunas capitalistas.

Otro de los aspectos más importantes del análisis de Arrighi –al que se suele prestar poca importancia y que es fundamental para entender su uso del concepto de hegemonía de Gramsci en el contexto del capitalismo como un sistema global– es que las repetidas batallas entre las potencias capitalistas y territoriales han sido decisivas para la creación y la recreación del capitalismo mundial. En este sentido, aunque pocas veces se menciona, las potencias capitalistas y territorialistas de Arrighi eran, en gran medida, sinónimo de las repetidas batallas entre las potencias navales y, después, aéreas (Venecia, las Provincias Unidas, Inglaterra, los Estados Unidos) y las potencias continentales territorialistas (España, Francia, Alemania y la URSS).

Como Arrighi subraya, las expansiones financieras y la rivalidad por el capital móvil y el creciente caos sistémico que, por norma, caracterizan a las transiciones hegemónicas fueron recreando el mundo sobre unas bases sociales cada vez más estrechas y militarizadas. La trayectoria del poder estadounidense desde fines de los años setenta lo demuestra de forma bastante clara (Gowan, 1999; véase también Reifer, 2007). Sin embargo, en última instancia, estas repetidas expansiones militarizadas terminaron, sin excepción, con la recreación del sistema mundial sobre unas nuevas bases sociales bajo una potencia hegemónica en alza o, al menos, con la caída del rival continental.

El último ejemplo de derrumbe de un rival continental fue la dramática caída del imperio soviético en Europa oriental y la ruptura de la propia Unión Soviética, de forma que gran parte de la región ha vuelto ahora a su papel de Tercer Mundo, en una batalla que se libró tanto en los mercados mundiales de capital como en cualquier campo de batalla, como no se cansaba de recalcar Arrighi (véase también Berend, 1996). En este panorama, no sólo se revela el eclecticismo y la flexibilidad del capitalismo, sino también la naturaleza evolutiva y dinámica de este sistema en expansión a medida que crecía hacia un alcance global.

Otro aspecto crítico de la obra de Arrighi (1990, 1991, 2002) es el análisis de distintas regiones-mundo y las desigualdades en la renta mundial. En este sentido, Arrighi siempre intentó tener en cuenta: a) la herencia precolonial b) el impacto del colonialismo y c) la trayectoria poscolonial, en el marco de un análisis histórico mundial comparativo. La idea de los últimos trabajos de Arrighi (1991, 2002) era combinar su análisis comparativo de largo plazo del África subsahariana con su trabajo más reciente sobre Asia oriental, así como analizar el desarrollo en otras regiones, desde la experiencia de Europa oriental a lo que él denominaba “el núcleo orgánico de la economía-mundo capitalista”, incluidos Europa occidental, Japón y los Estados Unidos.

Otro elemento destacable del trabajo de Arrighi (1998) fue replantear lo que él llamaba “los no debates de los años setenta” (primero entre Theda Skocpol, Robert Brenner y Immanuel Wallerstein y, después, entre Wallerstein y Braudel). Aquí, Arrighi señalaba que por útiles que hubieran resultado estos no debates en el pasado para proteger algunas agendas de investigación contra su desaparición prematura, “finalmente resultaron contraproducentes para la plena realización de sus potencialidades. Opino que el análisis de los sistemas-mundo hace tiempo que llegó a este nivel y que sólo se puede beneficiar de una discusión dinámica de cuestiones que se deberían haber debatido hace mucho tiempo pero que nunca se debatieron”.

En este contexto, Perry Anderson (2007: Ch.12), redactor durante años de New Left Review, comparte algunos pasajes especialmente reveladores en su ensayo sobre la importante obra de Brenner.(13) Tras examinar el argumento de Brenner sobre el papel central del capitalismo agrícola en Inglaterra –excluyendo prácticamente todo lo demás, como el papel de las ciudades y del comercio (exterior)– en los orígenes del desarrollo capitalista, Anderson (2007: 251), de forma muy elocuente, admite:

Más allá de la fuerza de este caso, siempre ha habido dificultades con su contexto general. La idea del capitalismo en un solo país, tomada literalmente, es sólo un poco más plausible que la del socialismo en un solo país (…) Históricamente, tiene más sentido contemplar el surgimiento del capitalismo como un proceso de valor añadido que ganaba en complejidad a medida que se movía a lo largo de una cadena de lugares interrelacionados. En esta historia, el papel de las ciudades fue siempre central (…) Los terratenientes ingleses nunca podrían haber iniciado su conversión hacia la agricultura comercial sin el mercado de la lana en las ciudades flamencas (véase también Jameson, 1998: 136-161).

No me consta que nadie haya apuntado aún a la confluencia entre Brenner y Wallerstein –en marcado contraste con el trabajo de Braudel y de Arrighi– sobre la relevancia del capitalismo agrícola (en Inglaterra para Brenner y en Inglaterra y las periferias emergentes de la economía-mundo en las Américas y en Europa oriental para Wallerstein) en la emergencia del capitalismo. Sin duda, las diferencias son aún mayores que las similitudes: para Brenner, el capitalismo se desarrolla en el campo del Estado-nación inglés y, para Wallerstein, en el contexto del incipiente sistema-mundo. En su obra El moderno sistema mundial, Wallerstein elaboró un esquema brillante de las interrelaciones entre el capitalismo agrícola y el máximo nivel del comercio y las finanzas mundiales de Braudel.

Sin embargo, hasta la fecha, nadie ha analizado en profundidad cómo estas formas dinámicas de capitalismo agrícola podrían relacionarse con el crecimiento del capitalismo en el máximo nivel del comercio y las finanzas mundiales que plantea Braudel en su trilogía clásica Civilización y capitalismo, del siglo XV al XVIII y Arrighi en El largo siglo XX. En muchos sentidos, no resulta sorprendente, ya que una de las principales ideas de la obra de Braudel y Arrighi –a diferencia de Annales y Brenner, que conceden una gran importancia a la historia rural– pasa por relativizar la importancia potencial de la agricultura en los orígenes del sistema-mundo del desarrollo capitalista.

En este contexto, resulta significativo el retorno de Arrighi a su propio trabajo anterior sobre el papel de la oferta de mano de obra, basándose en la importante obra de Gillian Hart (2002) sobre el tema en el este asiático y el sur de África. Hart llama la atención sobre las contradicciones de la acumulación del capital a través de la desposesión mediante la plena proletarización, como señala Arrighi, de lo que Samir Amin (1976) denomina “las reservas de mano de obra de África” en todo el sur de África, incluido el país del apartheid (véase también Mamdani, 1996). Aquí, la combinación de colonialismo blanco –en el marco de la expansión de la agricultura capitalista, el descubrimiento de extensas reservas de riquezas naturales y una continua falta de mano de obra– condujo a los colonialistas blancos a promover la total desposesión de una gran parte del campesinado africano para proporcionar mano de obra barata a las minas, primero, y a la industria manufacturera, después. Con el tiempo, sin embargo, la plena proletarización de estos grupos terminó incrementando los costes laborales y desembocando en un creciente estancamiento económico.

Esta experiencia surafricana de la acumulación a través de la desposesión en el contexto del colonialismo blanco contrasta marcadamente, como subraya Gillian Hart (2002), con las experiencias de “éxito de desarrollo” del este asiático, incluido el reciente auge económico de China. La trayectoria del este asiático ha pasado por la acumulación del capital sin un proceso de desposesión, combinada con un “desarrollo e industrialización rurales” (por ejemplo, mediante iniciativas de empresas en aldeas). “Así como la tradición surafricana, en última instancia, ha reducido los mercados nacionales, aumentado los costes de reproducción y disminuido la calidad de la mano de obra, la tradición del este asiático ha ampliado los mercados nacionales, reducido los costes de reproducción y mejorado la calidad de la mano de obra” (Arrighi, Aschoff y Scully, 2009: 39-40; véase también Hart, 2002: 206-231).(14)

La paradoja aquí –resaltada por Arrighi y sus colaboradores– es que la plena proletarización de los productores originales a través de la acumulación mediante desposesión, aunque normalmente se asociaba con los orígenes de un desarrollo capitalista fructífero, se ha convertido en uno de los principales obstáculos a ese tipo de desarrollo en el sur de África, así como quizá en muchas otras regiones del Sur Global. Así pues, se parte de distintas trayectorias de acumulación –con o sin desposesión y políticas de exclusión racial– para analizar la discrepancia radical de las experiencias de desarrollo del este asiático y del sur de África. Para abordar estos desafíos, especialmente la necesidad de redistribuir tierras y mejorar la educación y el bienestar social de la mayoría de los africanos, se presentan varias recomendaciones (Arrighi, Aschoff & Scully, 2009; véase también Sen, 1999).(15)

El trabajo de Hart y Arrighi sobre la acumulación con y sin desposesión en las trayectorias contemporáneas de desarrollo en el sur de África y el este asiático también podría arrojar cierta luz sobre la cuestión de los orígenes del desarrollo capitalista en la agricultura analizado por Brenner y Wallerstein. De hecho, y aunque no se ha hecho hasta el momento, es posible imaginar el establecimiento de una serie de vínculos geohistóricos entre la obra de Marx, Wallerstein, Braudel y Arrighi sobre “el máximo nivel del comercio y las altas finanzas” (junto con el trabajo de Barrington Moore, Brenner, Wallerstein y otros sobre el capitalismo agrícola, que relaciona estos acontecimientos en una síntesis original).

La idea aquí pasaría por demostrar más claramente –como, por ejemplo, a través del tratamiento clásico que Wallerstein concede a estas cuestiones en El moderno sistema mundial y mediante una relectura del “debate Brenner” y de lo que Giovanni denomina “los no debates de los años setenta”– cómo la agricultura capitalista, la urbanización y lo que Arrighi llama el “sistema capitalista de formación del Estado y libramiento de la guerra”– están estrechamente interrelacionados en los orígenes históricos mundiales del desarrollo capitalista, como Perry Anderson parece sugerir en el pasaje de Spectrum citado anteriormente. Estos debates sobre pasado y presente están, por supuesto, interrelacionados; las digresiones del pasado plantean, en esencia, preguntas sobre el presente y reflejan inquietudes de hoy día.

Tal como indicaba la revista New Left Review (1977: 1) en una introducción editorial a la crítica de Brenner al llamado ‘marxismo neo-smithiano’ a fines de los años setenta:

El famoso debate en los años cuarenta entre historiadores marxistas –Dobb, Sweezy, Hilton, Takahashi y otros– sobre los orígenes del capitalismo representa uno de los intercambios internacionales más duraderos sobre una cuestión teórica fundamental que haya tenido jamás lugar en el marco del materialismo histórico. Las implicaciones de sus lecturas encontradas de cómo surgió el capitalismo y por qué lo hizo en determinadas regiones del mundo en lugar de otras revestían un interés que excedía lo meramente histórico.

Estas lecturas influyen en la evaluación de la situación de la lucha de clases a escala mundial hoy día, las interpretaciones del Estado burgués y las concepciones de la transición del capitalismo al socialismo. El debate también conllevó una serie de problemas teóricos clave sobre la naturaleza del determinismo histórico, la relación entre economía y política, y la validez del análisis básico de Marx del capitalismo.(16)

Se podría decir algo muy parecido con respecto a los debates actuales sobre estas cuestiones. En los últimos años, Arrighi esperaba elaborar una recopilación de su trabajo más importante desde la óptica de la desigualdad global. Lamentablemente, Arrighi no podrá terminar esta labor, aunque espero que haya otros que reunirán sus trabajos más importantes sobre el tema y les darán la amplia difusión que se merecen. Uno no puede dejar de preguntarse hasta qué punto Arrighi habría basado esta iniciativa en el destacado trabajo sobre la desigualdad desarrollado en las últimas décadas por personas como Jean Dreze, Amartya Sen, Amiya Kumar Bagchi (2005), Charles Tilly (1999), Branko Milanovic (2005) y Roberto Korzeniewicz, entre otros.(17)

Por otro lado, no se podría rendir mejor homenaje a Giovanni Arrighi y su búsqueda de un sistema mundial más humano que volviendo a estas cuestiones fundamentales de nuestro tiempo, que forman parte de nuestros esfuerzos colectivos para entender el mundo y transformarlo en un lugar más pacífico, socialmente justo, medioambientalmente sostenible e igualitario en todos los sentidos.

Entre las pérdidas más significativas en la vorágine de la vida contemporánea del siglo XXI, dominada por la cultura de lo inmediato y de lo que Noam Chomsky –tomando prestadas las palabras de Isaiah Berlin– llama ‘el clero secular de los intelectuales de elite, se encuentran la práctica desaparición de cualquier intento por analizar el presente desde la perspectiva de la larga duración. La obra de Giovanni Arrighi –y la de sus colaboradores y tantos estudiantes y activistas a los que ha servido de inspiración– representa un esfuerzo pionero precisamente en ese sentido. Como decía mi amigo y compañero Wilbert van der Zeijden, pensando en la pérdida durante el pasado mes de junio de dos de los más grandes intelectuales de nuestro tiempo, Giovanni Arrighi y Peter Gowan, “sólo podemos esperar que nuestra generación sea lo bastante inteligente como para seguir avanzando a partir de sus investigaciones, pensamiento y perspectivas”.

Así que, en palabras de los movimientos de liberación africanos, ¡a luta continua!

27/8/2009

Tom Reifer es profesor adjunto de Sociología de la Universidad de San Diego e investigador adjunto del Transnational Institute.

Notas

Me gustaría expresar mi agradecimiento a todos los participantes de la conferencia internacional sobre la obra de Giovanni Arrighi y la actual crisis patrocinada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid por estimular un debate que ha influido mucho en mi propio pensamiento. Gracias también a Tom Doberzeniecki por sus útiles comentarios. Asumo, por supuesto, la responsabilidad por cualquier posible error u omisión.

La revista Journal of World-Systems Research publicará próximamente una versión previa de este ensayo.

(1) Según su página web en la Universidad Johns Hopkins, donde Arrighi trabajó en su día como director del Instituto de Estudios Globales sobre Cultura, Poder e Historia y como catedrático entre 2003 y 2006, y donde daba clases desde fines de los años noventa, finalmente recibió uno de los mayores honores del centro, la cátedra de Sociología George Armstong Kelly. La página explica también que “Giovanni contará con un acto en su honor en la convención anual de la Asociación de Sociología de los Estados Unidos, con una sesión titulada ‘Desde Rhodesia a Pekín: reflexiones sobre la labor académica de Giovanni Arrighi”, el sábado 8 de agosto en el Hilton San Francisco”.

(2) Véase también el importante trabajo de Branko Milanovic (2005), que bebe de las importantes aportaciones de Arrighi sobre las desigualdades de la renta mundial para analizar la actual polarización global de la riqueza.

(3) Se prevé que las ponencias de la conferencia, patrocinada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, se publiquen próximamente en un único volumen.

(4) Véase también la destacada colección en volúmenes editada por Aquino de Braganca e Immanuel Wallerstein, The African Liberation Reader: Documents of the National Liberation Movements, Zed Press, 1982.

(5) Los textos de Ahmad (2006) están recopilados en un imponente volumen. Amigos durante años, el difunto Edward Said le dedicó su libro Cultura e imperialismo (Barcelona: Anagrama, 2004).

Sobre Basker, véase la breve biografía, una curiosa entrevista con él y los distintos tributos, incluido el del propio Arrighi, en la página web del Transnational Institute, que patrocina una charla anual en memoria de Basker Vashee y que esperaba que Arrighi se hubiera podido encargar de la próxima.

(6) Para hacerse una idea de sus logros, véanse las distintas entradas de Ingham y Reifer en The Cambridge Dictionary of Sociology, 2006. Véanse también las brillantes reseñas de Frederic Jameson en The Cultural Turn, capítulos 7-8, New York: Verso, 1998, pp. 136-189.

El largo siglo XX, que salió publicado en 1994, no dibuja en detalle, por supuesto, la actual crisis de las últimas décadas, un tema que Arrighi trató en (2007) Adam Smith en Pekín. Sin embargo, como se comenta más adelante, el marco analítico que Arrighi estableció a principios de los años noventa se revela muy profético a la luz de la debacle financiera de 2008 y 2009. Más adelante, examinaremos la opinión de Arrighi (2007) sobre lo que se suele considerar el análisis alternativo más importante e integral de la actual crisis, propuesto por Robert Brenner (2003, 2006). Véase también Arrighi y Silver, 1999, al que también aludiremos más adelante.

(7) Nuestra interpretación del papel clave del capitalismo financiero y cosmopolita genovés en la conformación del mundo moderno se está viendo transformada hoy día gracias a la titánica aunque poco conocida labor de uno de los ex alumnos de Fernand Braudel, Giuseppe Felloni, que se ha pasado unos treinta años estudiando y catalogando los archivos –escritos en latín– del legendario Banco di San Giorgi de Génova. Sobre el trabajo de Felloni, véase Vincent Boland, “The World’s First Modern, Public Bank”, Financial Times, 17 de abril de 2009, y las referencias citadas en él.

(8) Véase también la Declaración de Beijing.

(9) Véase también el interesante artículo de Beverly J. Silver y Giovanni Arrighi, “Workers North & South”, Socialist Register 2001, editado por Leo Panitch y Colin Leys, London: Merlin Press, 2000, pp. 53-76, el artículo de Arrighi (1990) “Marxist Century, American Century: The Making & Remaking of the World Labour Movement”, New Left Review 179, enero/febrero de 2009, pp. 29-64, y Silver, 2003.

(10) Un trabajo fundamental sobre el importante papel de los fondos de alto riesgo durante la crisis –que echa por tierra gran parte de la ortodoxia neoliberal preponderante– es Gordon de Brouwer (2001), Hedge Funds in Emerging Markets, Cambridge University Press. Véase también Alfred Steinherr’s Derivatives, John Wiley, 1998, 2000. Para un excelente análisis del crecimiento de la integración financiera de Asia oriental, véase Injoo Sohn (2005, 2007). Finalmente, véase también Eatwell & Taylor, 2000, así como Helleiner (1994), y Panitch y Konings (2008).

(11) Véase una muestra del compromiso de Gowan con la perspectiva del sistema-mundo en su importante reseña de Caos y orden en el sistema-mundo, de Arrighi y Silver, en New Left Review 13, enero/febrero de 2002, pp. 136-145 y su “Contemporary Intracore Relations & World-Systems Theory”, en Christopher Chase-Dunn y Salvatore Babones, eds., Global Social Change, Baltimore: Johns Hopkins, 2006, pp. 213-238, en el que Gowan analiza el destacado trabajo de Christopher Chase-Dunn y Thomas Hall (1997) y de Chase-Dunn, 1989. Chase-Dunn es actualmente director del Instituto de Investigación sobre Sistemas-Mundo (IROWS) en la Universidad de California Riverside.

(12) Para un interesante artículo sobre el papel clave –y a menudo olvidado– del dinero y la banca en los orígenes y el desarrollo del capitalismo, véase Geoffrey Ingham, “Capitalism, Money & Banking: A Critique of Recent Historical Sociology”, British Journal of Sociology, Volume no. 50, Issue no. 1, marzo de 1999, pp. 76-96. Véase también Ingham 2004, 2008.

Para uno de los mejores blogs sobre la actual crisis financiera, véase el sitio web del Transnational Institute y el Institute for Policy Studies: www.casinocrash.org – “pensamiento crítico sobre la crisis financiera y económica”.

(13) En este capítulo, Anderson (2007) desarrolla uno de los debates críticos más elaborados sobre el análisis de Brenner del largo ciclo descendente, analizando sus virtudes y las cuestiones teóricas y empíricas que deja sin respuesta. Entre los principales puntos débiles de Brenner, según señala Anderson (2007: 261-262; véase también Arrighi, 2007: 139-142), estarían: a) el presupuesto, y no la argumentación, del papel protagonista de la producción material, concretamente de la fabricación industrial, en la interpretación del largo ciclo descendente y b) la poca atención teórica (tan habitual entre los economistas después de Marx) que se presta al papel del dinero, las divisas y los tipos de cambio, así como a la importancia del dominio del dólar estadounidense en el sistema global (este último punto es, precisamente, uno de los más fuertes del trabajo de Arrighi). El ensayo de Anderson incluye una discusión preliminar sobre las primeras críticas de Arrighi a Brenner, posteriormente revisada e incluida en Adam Smith en Pekín.

Otra cuestión clave que aún queda por abordar con mayor detalle es el vínculo entre la profunda estructura del capitalismo Estatal-empresarial militarizado de los Estados Unidos y el poder estadounidense en el conjunto del sistema global.

(14) Giovanni Arrighi, Nicole Aschoff y Benjamin Scully, “Accumulation by Dispossession & its Limits: The Southern African Paradigm Revisited”, 17 de febrero de 2009, artículo inédito de próxima publicación. Los autores (2009: 8-10) también citan la sugerencia de Hart (2002: 199-200) de que entendamos este análisis de las diferencias histórico-comparativas entre las trayectorias de desarrollo del sur de África y el este asiático como una forma para “replantear debates de economía política clásicos y revisar la premisa teleológica sobre la ‘acumulación primitiva’ a través de la que la desposesión se ve como un concomitante natural del desarrollo capitalista”.

Para una larga revisión histórica sobre las desigualdades en Sudáfrica, véase el destacado trabajo de Terreblanche (2005).

(15) Una forma interesante de realizar este análisis comparativo podría pasar por incluir más plenamente la experiencia de América Latina. Para una primera idea de este tipo de análisis, en que se comparan los ejemplos del este asiático, bajo la influencia de Japón, y de América Latina, bajo la influencia de los Estados Unidos, en lo que se refiere a los modelos de desarrollo e industrialización, véase el excelente trabajo del fallecido Fernando Fajnzylber, 1990a, b; véase también Reifer, 2006: 133-135; así como Janvry, 1981. Para un análisis sobre la importancia de las cuestiones medioambientales en el desarrollo sostenible, véase Faber, 1993. Para debates más amplios sobre la creciente relevancia de las cuestiones medioambientales en las luchas por el desarrollo sostenible y la justicia social, véase la revista Capitalism, Nature & Socialism.

(16) Véase también las aportaciones al debate reunidas en The Transition from Feudalism to Capitalism, Verso, 1976, con una introducción de Rodney Hilton.

(17) Korzeniewicz –otro de los ex alumnos de Arrighi– y sus colegas son autores de lo que será, sin duda alguna, una obra de referencia sobre las desigualdades globales, Unveiling Inequality (próxima publicación, Russell Sage Foundation, 2009).

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Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=2566

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El mosaico del sector pinturas centroamericano luce más colores que nunca. Los competidores estrenan alianzas, compras, marcas y nuevos territorios. Todos los canales de comercialización y los nichos de mercado están en disputa.

Por Velia Jaramillo, estrategiaynegocios.net

En 2012, el colombiano Grupo Orbis comenzó a remover el mercado, al concluir la adquisición en Costa Rica de Grupo Kativo, en una transacción que superó los US$120 millones. Con la compra, los colombianos afianzaron su incursión en territorio centroamericano, la que habían iniciado a finales de 2011 con la adquisición de Vastalux, empresa de origen costarricense, por US$5 millones.
Con ambas adquisiciones, Orbis alcanzó, según sus directivos, cerca del 30% de participación en el mercado centroamericano. Con Kativo, los colombianos tomaron control de un negocio con un canal propio de 68 tiendas a lo largo de toda la región y con marcas líderes como Protecto.

Luego vino en 2014 la venta de Comex al gigante global PPG Industries por un valor de US$2.300 millones, dando paso a PPG Comex. El pasado junio, Diego Foresi, director general de PPG Comex Latinoamérica informó a E&N que la compra se había completado y anunció que PPG Comex fortalecerá la operación en Centroamérica, con más de 90 tiendas.

La fusión de PPG con Comex tuvo otro efecto relevante en el mercado: Glidden, la marca número uno de Panamá, propiedad de PPG y operada por Pintuco desde su adquisición de Kativo, que manejaba dicha franquicia, pasó a ser manejada por Comex desde este año. Ahora Comex se prepara para relanzar Glidden en la región, con énfasis en Panamá.

El otro gran competidor regional, Grupo Solid, protagonizó el último movimiento relevante: compró en 2014 Pinturas Modelo, líder en el mercado nicaragüense con lo cual consolidó su liderazgo en ese mercado, destacó la CEO de Solid, Yara Argueta.
En busca del mercado regional

¿Cómo están abordando los actores presentes regionalmente estos mercados? Hay estrategias distintas. La penetración regional puede darse por la vía de adquirir o montar plantas locales. Así lo hizo Pintuco, que compró la Kativo con plantas en Costa Rica, Honduras y Panamá. Grupo Solid, por su parte, aunque adquirió la operación de Modelo en Nicaragua, decidió cerrar la fábrica y servir al mercado nicaragüense con productos de su planta en Guatemala.

PPG Industrias, después de adquirir Comex pasó a tener 156 fábricas en el mundo. Comex no fabricaba en Centroamérica y, tras la fusión, “los productos llegarán a Centroamérica desde la planta que creamos más conveniente para el mercado que atendemos”, dijo Diego Foresi, director general de PPG Comex Latinoamérica. No obstante, expuso, “nuestro plan de expansión geográfica considera también un centro de manufactura en la región”.
Para Javier Castillo, presidente de la Gremial de Fabricantes de Pintura en Guatemala: “Las costumbres de compra de pinturas en Centroamérica por país no son exactamente las mismas, las empresas tienden a tener cierto liderazgo en el punto de fabricación”. Un estudio de mercado, en Guatemala, refiere, confirmó que el 80% de la venta total de pinturas proviene de productoras nacionales.
Mercado bajo asedio
Detrás de todos estos movimientos de las empresas líderes, está la búsqueda de ganar participación en un mercado que podría superar los 40 millones de galones, estima Castillo. Para Yara Argueta, CEO de la líder regional Solid, es un poco más pequeño: 35 millones de galones, siendo Costa Rica y Guatemala los mercados más grandes. Medido en ventas anuales, estimó, se trata de una industria de US$300 millones.
“Es un mercado pequeño y bien fragmentado”, anotó. Solo en el mercado guatemalteco, según estudios de la Gremial de Fabricantes de Pintura, se consumen 9 millones de galones de pintura por año.
En Costa Rica el consumo es más grande, de entre 12 a 14 millones de galones, estimó Castillo. Es un mercado con mayor tendencia a pintar y más criterio de compra de alta calidad. El mercado de pinturas, principalmente doméstico y también industrial, no está creciendo, consideró Castillo. “Cuando vienen otros actores lo que hacen es quitar presencia a los demás”.

En el mapa de actores que compiten en esta industria, destaca también Sherwin Williams, con planta y fuerte liderazgo en El Salvador, operaciones en Panamá desde hace 50 años y presencia en todos los países de Centroamérica. Desde Costa Rica, Grupo Sur también abre brecha en el mercado regional. Líder en su mercado de origen, está presente con tiendas en Honduras, Panamá, Guatemala, Nicaragua, Puerto Rico, México, El Salvador, Jamaica y Chile. Opera más de 147 tiendas en Centroamérica.
Las empresas compiten desde una estrategia multicanal mediante la cual están presentes a través de franquicias, tiendas propias, cadenas departamentales, supermercados y ferreterías. Cada empresa tiene su estrategia, pero todas tienen unidades para el sector industrial, para el sector doméstico, unidades para el sector de tiendas. En cuanto a los canales de venta, el ferretero es el más grande en Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Honduras, en tanto que en Panamá los supermercados son relevantes.

Un jinete a lomos de elefante

06/02/2017 12:22:02
Un jinete a lomos de elefante
Elefante-de-la-india

Desde que probé los efectos de la lectura no he podido, ni querido, deshacerme de esa adicción. Suelo preferir la lectura a la conversación, los libros a las personas. Mis conversaciones predilectas van sobre libros, y mi idea de la felicidad pasa por una tienda de libros.

Mi vida pudo ser muy distinta. Casi llegué a aborrecerlos. En la casa de mis padres había libros por todas partes: en libreras y mesillas, al lado de los sillones y en los armarios. En los años de la represión política, cuando los militares podían echarte a la cárcel por tener libros, papá ocultó algunos volúmenes en el entrecielo. En mi casa también se oía mucha música. Sobre todo, de la que suele llamarse «clásica». El volumen con que mi hermano mayor solía escucharla hacía entrechocar los vasos en el chinero. Puesto a escoger, yo prefería la música a la lectura. De hecho, por años, estuve seguro de que los libros eran un asunto de viejos.

Tengo un enorme respeto por quienes devoraban libros desde pequeños. A esa edad yo tenía en mente cosas más importantes, como arrastrar por el piso mis carritos Matchbox, o escuchar por la radio los partidos del Alianza FC, el equipo capitalino. Reconozco, sin embargo, que existen niños fenómenos. En casa vivía uno: mi hermano menor. Luisito ya leía de corrido cuando lo matricularon en el kínder, y él fue la primera persona que me platicó sobre las aventuras de un niño solitario que habitaba en un asteroide. Yo leí El Principito bastante más grande, y llegué a tomarle respeto de una manera, digamos, romántica. Una muchacha, a quien cortejaba, me besó amorosamente cuando le regalé una tarjeta de Hallmark que traía escrito: «Solo se ve bien con el corazón…», etc. Aquella fue toda una sorpresa para el chico miope, dientudo y lleno de acné que fui.

Pero en este mundo, y en los otros, todo cambia. Para mi primera comunión, mi papá me regaló el libro de un tal John Bron titulado 32,000 kilómetros por la selva africana. Pueden googlearlo. En el sitio de MercadoLibre piden hasta 150 dólares por esa antigualla. La obra narra en primera persona los peligros que pasa un «bwana» en su travesía por África a bordo de un pequeño DKW. Los retratos donde se miraba a aborígenes con discos de arcilla incrustados en sus labios y, en especial, una fotografía donde dos jovencitas mostraban sus pechos con absoluta naturalidad, atrajeron mi atención. Lo leí de punta a punta, más de una vez. El libro de aquel desconocido aventurero me convirtió en un lector. Desde entonces, los libros de viajes y aventuras están entre mis predilectos. Si me tocara colonizar Marte y tuviera que elegir un libro para llevar, escogería uno de Robert Louis Stevenson.

Mi adicción a la lectura fue producto de una serie de contratiempos. En mi adolescencia yo era un poco enamoradizo pero las niñas parecían huir de mí. Tampoco era bueno para el básquet, no era un muchacho popular, ni un estudiante destacado, y tratando de hacerme notar publiqué en el periódico mural del colegio un artículo de tono anticlerical que, en efecto, volvió hacia mí las miradas del cuerpo docente, y casi me mereció la expulsión. Las súplicas de mi madre ablandaron el corazón del prefecto y los curas me dejaron volver a clases, imponiéndome medidas cautelares. El profesor de idioma me hizo preparar una exposición sobre literatura nacional. Saqué de un pomo de vidrio, redondo como una pecera, un papelito doblado donde estaba escrito el nombre de Salvador Salazar Arrué, conocido como Salarrué.

Fui a encontrarme con él a la Biblioteca Nacional. El hombre fue muy paciente. Accedió a repetir, sin un gesto de malestar, la historia de su infancia en Sonsonate cuando descubrí, apenado, que no había puesto a funcionar la grabadora. No he conocido ningún personaje más extraño que aquel viejo corpulento y silencioso. Más que sus cuentos, me atrajo su personalidad. Encontré muchos de sus libros en la biblioteca de mi padre y los leí. Mi exposición al final del curso fue sobre un breve ensayo suyo en contra de los santos. Por suerte, el cura se lo tomó con buen humor. De un día para otro, gané la inmerecida fama de escritor.

El bicho de las letras me había ensartado sus dientes. Los fines de semana, cuando la familia salía de paseo, prefería quedarme leyendo y escribiendo mis ocurrencias. Aquella repentina afición por las letras y el aislamiento alarmaron a mi madre. El fantasma de su hermano, un poeta de vida perturbada que se suicidó a los 20 años de edad, todavía incomodaba la memoria familiar.

La violencia terminó empujándome a los libros. En medio del ambiente conflictivo previo a la guerra civil, me matriculé en la universidad con vistas a la facultad de medicina, que era el sueño de mi madre. En esa carrera se interpuso ni más ni menos que el ejército. Los militares ocuparon la universidad. Yo tenía 17 años y no sabía nada de la vida. Alcanzaba a distinguir que necesitaba encontrar alivio para algo que nunca he sabido bien qué es. Henry David Thoreau escribió que «Casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación». La lectura de poemas y novelas aplacaba ese desasosiego.

Comencé a frecuentar a un grupo de poetas en una cafetería del centro de San Salvador. Llegaba a las tertulias con una torre de libros y me amurallaba detrás de ellos para resistir los sarcasmos de mis nuevos amigos. Ingresé a letras, pero al poco tiempo me sentí desengañado. En cuarto año, después de protagonizar una reyerta literaria de trasfondo ideológico contra el jefe del departamento, supe que mis días universitarios estaban contados. Para cerrar el ciclo, en el período más álgido de las movilizaciones sociales de mediados de los setenta, terminé escribiendo proclamas para sindicatos de obreros afines a un grupo armado, y lo dejé todo. Pero esa es otra historia…

***

¿Cómo me volví un adicto a la lectura? Jonathan Haidt, un conocido autor y conferencista TED, sostiene que los humanos no somos tan racionales como creemos. Para él, los procesos de toma de decisiones son comparables con la acción de un jinete sentado en el lomo de un elefante. El jinete es nuestra parte racional, y el elefante, nuestra intuición. El elefante se abre paso sin aparente rumbo y, de cuando en vez, el jinete trata de llevarlo en una determinada dirección. En mi caso, el elefante me arrastró hasta este lugar, las letras, donde terminé encontrándome muy a gusto. La literatura es el mayor simulador de realidad, y la lectura es un acto rotundo de evasión. Los libros son solo el soporte de esa maravilla del ingenio humano.

Los gringos suelen usar la expresión «beber de una manguera contra incendios» para referirse a alguien que intenta tragar más de lo que puede. La frase describe perfectamente mi relación con los libros. Si algo me envanece es poseer numerosos libros que no he leído nunca.

No digo esto para sumarme a los millares de personas que han vuelto al libro un fetiche. Los libros son un objeto sobrevalorado. La noción «libro», aunque las personas suelen adjudicarle un valor positivo, contiene millones de cosas estúpidas y hasta dañinas. Ese despilfarro de tinta y papel bien podría usarse en mejores causas.

Por si alguien lo ha olvidado, los libros no siempre fueron lo que son ahora. Séneca, un nombre con prestigio, consideró los libros como un peligro social porque ensimismaban a las personas y reducían su posibilidad de sostener conversaciones. En nuestros días, mucha gente mira la tecnología con una aprensión similar a la del viejo Séneca.

El libro es el gran ícono de la ortodoxia literaria que mira con estupor las nuevas escrituras provenientes de la revolución electrónica. La autopublicación en línea constituye una nueva manera de escribir y de poner en circulación eso que se suele denominar «la obra». Creo que las conversaciones ahora tienen canales muy diversos, y que muchas de las verdades de nuestro tiempo se dicen en clave de broma: tuits, gifs y emoticonos. Los libros y las formas convencionales de lectura ocupan solo un escaño de ese universo.

Las botas de Kramer

Las botas de Kramer
marzo 17, 2017
Dagoberto Gutiérrez

En las tardes, cuando el sol ardiente se preparaba para dormir, los pájaros del cerro de Guazapa empezaban a prepararse para pasar la noche.
Desde el puesto de mando del frente mirábamos pasar a los combatientes que regresaban de sus misiones, aprovechábamos para verlos, escucharlos y conocer su ánimo. Les preguntábamos cosas operativas o de interés personal de cada uno de ellos. Se trataba de conocer lo que estaba cerca de su corazón.
Uno de ellos era Kramer, Ulises Castro, de unos 19 años. Siempre lucía fresco, descansado y con energías en reserva, aun cuando llegara de una dura y peligrosa jornada.
Siempre llevaba su uniforme pulcramente ordenado y hasta limpio, y como era vigoroso y fuerte, el fusil parecía quedarle pequeño, en su rostro siempre se dibujaba una especie de sonrisa cómplice, como compartiendo la resistencia desde el cerro de Guazapa.
Su nombre de guerra era expresión de solidez y convicción, era un nombre duro y cerrado, aunque Ulises era un joven cuidadoso y atento, generosamente preocupado por los otros y las otras.
La guerra es siempre un escenario de mucha dureza, pero fue ahí donde florecieron los actos más heroicos, llenos de solidaridad y también de amor, y fue ahí donde la vida floreció para vencer a la muerte que rondaba en cada rincón.
Kramer era de cabeza grande, pelo ondulado, ojos grandes y semidormidos, dueño de una gran voluntad y con condiciones físicas y anímicas para librar los años de guerra más tenaces y más duros.
En esos corredores militares se encontró con otra combatiente, la Claudina, conocido como La China, por sus rasgos físicos, y también conocida por su inteligencia emocional que le aseguraba un gran don de gentes. Ella siempre supo establecer y mantener buenas relaciones con el resto de combatientes. Se encontraron durante duras operaciones militares en la zona de San Sebastián, San Vicente, y sin duda, desde que se vieron la primera vez, de alguna manera supieron que eran el uno para el otro. “No te agüevés”, le dijo, Kramer, y le ayudó durante la marcha. De ahí nació una relación que se mantuvo durante toda la vida de Kramer.
Al finalizar la guerra civil viajaron juntos al norte, a los Estados Unidos, y ahí empezaron una especie de nueva vida, pero Kramer siempre mantuvo una fuerte vinculación espiritual con su papel durante la guerra civil y el frente de Guazapa, su heroísmo y la sangre derramada siempre estuvo presente en su pensamiento y su vida.
Ambos se propusieron estudiar, trabajar y formar una familia. Claudina se graduó en ingeniería en sistemas y Kramer se dedicó a la construcción. En este oficio supo poner en práctica algunas características que resultaron vitales en la guerra como el manejo minucioso de los detalles, la observación de los horarios de las jornadas y el trato con las personas. De esa manera, llegó a ser supervisor de proyectos de construcción y contratista.
Durante los años que han vivido en ese país viajaron 4 veces a El Salvador y tuvieron dos hijas, Tamara, la mayor, que estudió ciencias políticas y literatura latinoamericana, actualmente estudia derecho. Mientras que la hija menor, Lenna, realiza estudios internacionales. Ambas están relacionadas con El Salvador, con su historia, sus familias, y con sus abuelos.

Kramer siempre pensó que la vida lo había premiado con esos años de vida. Sobrevivir a la guerra había sido, en su caso, el camino para conocer a sus hijas, y por eso siempre se mostró seguro y optimista, dedicado a su trabajo, mientras mantuvo en su corazón, como una vela encendida, al frente de Guazapa, a su papel guerrillero y a todo lo que significó la guerra popular.

Como suele ocurrir, en medio de la energía, la salud y el trabajo afanoso, de repente se cuela, como un grito en la noche, las enfermedades más tenaces y peligrosas. Así ocurrió con Kramer, al que de un solo golpe se le agrupó una diabetes y una cirrosis allá por el 2015, y pese a un trasplante realizado, la crisis plantó sus raíces fuertemente.

Vinieron momentos en los que perdió contacto con la realidad, y no conocía a nadie, excepto a Tamara, su hija mayor. Su gran fortaleza física le permitió superar la crisis, pero su vida ya estaba amenazada, al grado tal que en el presente año, 2017, fue trasladado a una casa de tratamiento de enfermedades terminales. Y en esos días, en la zona donde está ese lugar, inusualmente, el cielo se mantuvo oscuro, el sol brilló e hizo calor, toda la semana se mantuvo linda, y Kramer dispuso con su familia los detalles de su funeral. “No te agüevés”, le dijo a La China, “sigan unidas y adelante”. Dispuso que en su funeral le vistieran con su uniforme verde olivo de guerrillero, que estuvieran sus botas militares y que el ataúd fuera cubierto con la bandera del Partido Comunista, recordando que él fue combatiente de las Fuerzas Armadas de Liberación, FAL.

El 26 de febrero de este año, 2017, a las 5 y media de la tarde, y en medio de un fuerte viento y un frio pertinaz, murió Kramer, Ulises Farabundo Castro Ramirius, tenía 51 años. Fue enterrado el 11 de marzo, a las 4 y media de la tarde en San Salvador, en medio de canciones, memorias, recuerdos y contactos entre el pasado, el presente y el futuro.

La muerte siempre está presente en la vida y en ese amorío conflictivo entre una y otra, resulta que la vida siempre sale airosa al final de la historia, y Kramer siempre está presente en la vida, en la memoria y en la historia, así ocurre con las vidas de las personas que como Kramer descubrieron que uno es el otro y que el otro es uno, esa alteridad alumbra los caminos y ahuyenta a las sombras. Así será.

San Salvador, 17 de marzo del 2017