Las mil y una inquietudes de la obra de Foucault (2013)

Las mil y una inquietudes de la obra de Foucault (2013)
Raimundo Cuesta
Con-Ciencia Social, nº 17 (2013), pp. 79-92
“Que le travail de la pensée foucaudienne nécessite d´être repensé à partir de notre présent, c´est bien le principe implicite sur lequel repose toute notre analyse”. Luca Paltrinieri (2012)
“Heredar a Foucault, recoger su herencia, no es repetir lo que él dijo, ni siquiera preguntarse por las mismas preguntas. Estas son tareas de eruditos devoradores de cadáveres”. Jesús Ibáñez. “Esas ideas ya no estremecerán al mundo”. El País, 27-6-1984
El mito de la unidad del autor y su obra. O lo tomas o lo dejas: la leyenda de la totalidad

La obra de Michel Foucault ha estado presente a lo largo de mi propia formación e historia intelectual: desde aquellos estudiantiles comienzos de los setenta en que trabé conocimiento de Historia de la locura en la época clásica (1961), El nacimiento de la clínica (1963) o Las palabras y las cosas (1966), libros vertidos al español en ediciones latinoamericanas que todavía hoy, cual hojas otoñales, amarillean en el rincón más vetusto y venerable de mi biblioteca.
Desde pronto me había atraído gratamente la lectura de la primigenia incursión foucaultiana en los secretos de la historia de los saberes que individualizan y separan la razón de la sinrazón, la normalidad de la locura. Por el contrario, siempre había sufrido cierta desazón con los otros dos textos, que empezaban prometiendo mucho (la mirada médica y la disección del sujeto humano como objeto de conocimiento) y terminaban agotando la paciencia (la impaciencia) de un lector estudiantil ávido de una prosa más directa y políticamente contundente.
Por lo demás, el Prefacio de Las palabras y las cosas empezaba aludiendo a que “Este libro nació de un texto de Borges”, de una imposible taxonomía de animales de una supuesta enciclopedia china. Este guiño de complicidad literaria hacia el lector, en aquella época probablemente cautivado por las paradojas borgesianas, servía para señalar, a modo de ejemplo, los límites de lo pensable, la imposibilidad de pensar lo imposible en cada época. Si además, como es fama, el capítulo primero era dedicado, a mayor gloria de Dios, al cuadro de Las meninas como expresión de un nuevo espacio de representación de su época (la representación como pura representación de la que el sujeto mismo quedaba suprimido), los excesos interpretativos de la pintura velazqueña no quitaban ni un ápice de brillantez a una prosa cuajada de ocurrencias y giros geniales.
No obstante, este pulido arte de la escritura se enredaba y quedaba sepultado en los capítulos siguientes por una abstrusa selva epistémica, que, a cada poco, obligaba al lector estudiantil a recuperar el resuello. En mi experiencia y memoria de lector quedaba registrada, pues, una ambivalente consideración de la primera etapa creativa, esa que se suele llamar “arqueológica”, del pensador francés, al que, por otra parte, siempre he regresado.
En ese ejercicio personal de autoevaluar la influencia foucaultiana en mi trabajo tenía la seguridad de que mis lecturas en los noventa, más de veinte años posteriores a las primeras aproximaciones estudiantiles, habían sido las más profundas y las que habían afectado más intensa y decididamente, hasta el día de hoy, a mi propia producción intelectual.
Y en esta singladura de madurez hubo tres obras que me marcaron de manera indeleble: Nietzsche, la genealogía, la historia (1971), La verdad y las formas jurídicas (1973) y Vigilar y castigar (1975). En todas ellas, vecinas de una común inquietud política heredera del sesentayocho, palpitaba la chispa crítica de la genealogía del poder, esa segunda etapa que, al decir de los estudiosos, sigue a la inicial fase arqueológica.
La perspectiva genealógica ha empapado mi trabajo intelectual en los últimos veinte años, aunque tampoco he renunciado a conocer y usar parcialmente algunas de las aportaciones del giro hacia el sujeto que se inicia con La voluntad de saber. Historia de la sexualidad 1 (1976), y se continúa en los dos siguientes volúmenes de la historia de la sexualidad y en los cursos impartidos en el Colegio de Francia, por ejemplo, en La hermenéutica del sujeto (1982).
En una palabra, estaba en esas elucubraciones sobre la huella foucaultiana en mis inquietudes intelectuales, cuando cayó en mis manos y di en leer el libro de José Luis Moreno Pestaña, Foucault y la política (2011). Ya en 2006 el mismo autor había realizado una primera incursión en su Convirtiéndose en Foucault. Sociogénesis de un filósofo, valiéndose del orbe categorial de Bourdieu cuando éste estudia los campos académicos.
Con ello se propone vincular trayectoria social, posición política y producción filosófica con el fin de dar cuenta de sus virajes políticos (comunista normalienne después de la guerra, filogaullista en los años cincuenta y sesenta, ultraizquiedista después del 68 y anticomunista y neoliberal desde la segunda mitad de los setenta).
Más allá de los aciertos y precisiones sobre el compromiso político de Foucault, a veces tan desprovisto de matices que nos obliga a acudir a otros relatos biográficos mucho más detallados como los de Didier Eribon (1992 y 1995) o David Macey (1993), interesa subrayar la tesis central del libro, que a modo de resumen muy esquemático podría concretarse en el lema: “lo último es lo mejor”.
En fin, en esta narrativa sobre la vida y obra de Foucault, el aparato tecnológico de raíz bourdieuana, conduce a convertir al pensador francés en alguien que, al final, después de mucho equivocarse, descubrió la libertad y comprobó que las instituciones, como el propio Estado, que acumulan poder, pueden y deben convertirse en espacios para el ejercicio de la libertad y el cuidado de sí mismo.
En suma, lo último sería lo mejor y, por fin, Foucault encontró su camino. Lo cierto y verdad es que cada apuesta política es hija de su tiempo como igualmente lo son las distintas obras pergeñadas en diversos momentos de una trayectoria individual. La unidad de la obra de autor es un mito, pero también es falsa aquella concepción de un autor y su obra que se dedica a verla como un camino de perfección que va desde el error hasta alcanzar la verdad. Este planteamiento es asociológico, ahistórico y teleológico. Cualquier tiempo pasado no siempre fue peor, y los libros (o las teorías), como decía Schopenhauer, no son como los huevos que cuanto más frescos, mejor. Como mucho, tal como proponen algunos de sus comentaristas (Castro, 2011, p. 175) podría comprenderse la totalidad de la obra como un conjunto de desplazamientos que tendría una matriz unitaria en el tema de la subjetivación. El mismo Foucault convino alguna vez en ello, pero también en considerar la analítica del poder como el centro gravitatorio de su pensar. Lo cierto es que una obra acaba “hablando” por encima de lo que crea o juzgue su autor.
No hay un “verdadero” Foucault. Es más, ni hay unidad en la obra ni existe unidad del sujeto que la produce, pues ambos son tan distintos en tiempos diferentes como lo son las propias circunstancias en las que inscribieron su experiencia creativa. Ya el propio Foucault, al teorizar sobre el método arqueológico, decía: “No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado la que rige nuestra documentación. Que nos dejen en paz cuando se trata de escribir” (Foucault, 2009, p. 30).
Él mismo había insistido una y otra vez en la expulsión del sujeto humano del discurso y había acuñado aquello de “función-autor” en su célebre Qu´est-ce qu´un auteur? de 1969 (Foucault, 1999, p. 338), para referirse a quienes consideraba meras extensiones del discurso que pronuncian o escriben, en la medida en que las reglas constitutivas de las formaciones discursivas y de la episteme son inconscientes y se encarnan, hablan, a través del que representa la tarea eventual de autor.
Claro que el propio Foucault, para eludir la poco atractiva idea de que la historia del pensamiento fuera una monótona y gris repetición de reglas ajenas a los sujetos acuñó, quizás pensando en sí mismo, el término “creadores de discursividad” para dar cuenta de cortes, de excepciones geniales que de vez en cuando emergían en esa cansina noria de normas y gramáticas inconscientes y extrahumanas. Esa paradoja persiguió al pensador francés hasta sus últimos días, pues la total expulsión del sujeto humano del discurso en sus primeras obras acabó desembocando en una reivindicación axial de la subjetividad a través de las tecnologías del yo y la ética en sus últimas obras.
Desde luego las pretensiones foucaultianas de expulsar al sujeto de la circulación discursiva comporta problemas incluso para aquellos que, como Didier Eribon (1995; el original data de 1989), se han enfrentado brillantemente a la ardua tarea de construir la biografía de alguien que abominó, en cierto momento, del sujeto individual. En efecto, su mejor biógrafo francés, pese al juicio precipitado de Tony Judt (2008), que califica a Eribon poco menos que de gacetillero reverencioso y ditirámbico, como indica en la introducción biográfica, tuvo que soportar las pullas de los foucaultianos de estricta observancia, que consideraban, como buenos detractores del humanismo, poco menos que un disparate “meter la vida del autor” en los textos generados por el maître à penser.
Pero lo cierto es que una biografía siempre comporta una “invención” del personaje y su obra, y la de Eribon también contribuyó a crear a Foucault como un ser unitario y a su obra como un trayecto relativamente coherente. Otros, como el famoso panfleto americano de James Miller (The Passion of Michel Foucault, 1993; hay edición española, Santiago de Chile, 1995), con peor intención y muy mala entraña edificaron una contraleyenda interpretando la obra del pensador en función de sus obsesiones y gustos acerca de las experiencias límites, reduciéndola, en suma, a una alegoría autobiográfica de sus pulsiones sadomasoquistas y su fascinación por la muerte (Eribon, 1995).
En suma, tal “lectura” de su obra se enmarcaba dentro de una operación de descalificación dentro de la “guerra fría” emprendida por la revolución conservadora americana, que dirigió parte de su munición más repugnante contra la influencia de lo francés y de los teóricos de la llamada por François Cusset (2005) French Theory. Así se gestó el arquetipo del Foucault “degenerado” de una cierta derecha, que, como Juan Pedro Quiñonero (2011), evocaba desde el ABC su figura como “gurú de un gineceo de jóvenes discípulos y amantes, homosexuales y drogatas”.
Solo faltaba que Louis Althusser, muy respetado por Foucault, estrangulara a su compañera o que se conocieran las no pequeñas debilidades y miserias de Jean Paul Sartre para que se promocionara una literatura contra la catadura moral de los pensadores progresistas y acerca de las debilidades de su obra. Desde luego, Tony Judt tomó buena nota de ello en algunos de sus libros. Por nuestra parte, desde Fedicaria, en el editorial del número 16 de esta revista (“De giros, idas y vueltas. Las tradiciones críticas, los intelectuales y el regreso a lo social”) dejábamos apuntadas algunas causas explicativas de la ofensiva lanzada contra la figura del intelectual crítico.
Como bien señala Eribon (1995, p. 19), el mejor remedio contra la artificial proclividad a incurrir en una postiza unidad del sujeto y de su obra radica en la investigación histórica. Cierto. Aunque todo proyecto biográfico no pueda eludir el artificio de contemplar al objeto-sujeto de la biografía en un mismo ser con identidad perdurable. Por lo demás, la ilusión unitaria radica también en las múltiples declaraciones del propio autor que, en numerosas entrevistas y relatos personales, se “muestra” y se aclara a sí mismo y a su obra, de mil y una maneras según soplan los vientos de cada coyuntura.
Al respecto, podemos recordar los “arrepentimientos” y rectificaciones del propio Foucault. A ello hay que añadir los estudiosos académicos que buscan los precedentes, las influencias y las etapas del autor. Por ejemplo, hoy ya posee consagración canónica la división tripartita de su obra en etapas sucesivas: la arqueológica, la genealógica y las tecnologías del yo.
Así pues, escolásticamente hablando, Foucault se divide en tres, lo que muy frecuentemente para sus seguidores más fervientes no es producto de la paradoja o la contradicción, sino más bien resultado de un proceso de sutil afinamiento del análisis de la realidad. En todo caso, su pensamiento comparece y se nos presenta como obra unitaria de uno de los grandes clásicos del pensamiento. Sus textos han ascendido al olimpo de la cultura legítima. La bomba Foucault ha sido desactivada por los artificieros de la buena conciencia.
Ahora bien, desde una perspectiva crítica, lícitamente nos podríamos interrogar acerca de las operaciones que comporta esta consagración (o su contrario, el vituperio total) y esta suerte de mitificación unitaria del autor y su obra. Ya la historia conceptual en los años sesenta y el correlativo giro contextual habían puesto en cuestión la historia tradicional del pensamiento y de la filosofía (de raíz kantiana), que hasta entonces consistía en la selección canónica de unos autores y unos textos y en la redundante reinterpretación de los mismos.
En esa historia existía como una línea recta sobre la que se desplegaba la vida y obra de unos elegidos que iban componiendo la sustancia, siempre renovada y progresiva, del devenir del pensamiento occidental hacia su perfección en el presente. El léxico de ese pensamiento recogería las esencias de valores universales desplegados y concretados en figuras humanas, conceptos y obras literarias. Precisamente en Foucault se aloja la llama, desde sus tiempos más tempranos, de un impulso crítico dirigido a impugnar, siguiendo los pasos de maestros como G. Canguilhem, su siempre cercano protector, y G. Bachellard, los moldes continuistas (atentos a la cadena de sucesos evolutivos más que a las discontinuidades y rupturas) de la historiografía de las ideas, la filosofía y la ciencia.
Y, como ha demostrado recientemente Luca Paltrinieri (2012), también en ella habita, siguiendo la estela canguilhemiana, la historicidad sustancial de los conceptos y su vinculación a la experiencia subjetiva (el pensar como experiencia que maneja y produce conceptos).
También la sociología de la filosofía, como nos recuerda F. Vázquez Díaz (2009, p. 12), ha contribuido a desmantelar algunos mitos y temas recurrentes al intentar objetivar el despliegue histórico de la subjetividad de los pensadores, evitando la tentación de convertir a los autores y textos clásicos en objetos sagrados ajenos al contexto social donde ocurre su existencia real. Por lo demás, la canonización y lectura ritual es muy propia de la tradición de la historia de la literatura (por ejemplo, de H. Bloom) y de una cierta hermenéutica atenta a regresar una y otra vez, cual plegaria ritualizada, hacia la tradición.
Los trabajos de P. Bourdieu, de cuya muerte se cumplen ahora diez años, y sus discípulos sobre los campos de producción artística y académica abrieron perspectivas insólitas al entender el espacio cultural como un lugar de luchas, donde se concitan redes, ejes, nódulos y polos de saber-poder y donde el habitus del homo academicus compite dentro de un sistema de distribución de capitales de distinta naturaleza (cultural, económica o social), tal como puede apreciarse en las interesantes indagaciones de Vázquez García (2009) sobre la filosofía española.
Por su parte, la propia obra de M. Foucault, ya en su primeriza época de arqueología del saber cómo en su posterior genealogía del poder, venía a romper con los supuestos idealistas y triunfalistas de la historia tradicional de las ideas. De ahí su cercanía a los filósofos e historiadores de la ciencia que, como los citados Canguilhem o Bachellard, habían puesto el acento en las discontinuidades y rupturas epistemológicas. De lo que se infiere que el autor y su obra son figuras efímeras y en continuo devenir de igual manera que lo son las miradas que recrean su existencia.
No obstante, los intérpretes de Foucault incurren a menudo en lo que Quentin Skinner (2007, p. 78) denomina, referido a la historia de la filosofía moral y política, el mito de la coherencia. Otorgar sistematicidad a un autor constituye casi una obligación para alguien que quiera difundir una obra, tal como se aprecia en el siguiente ejemplo a cargo de uno de los mejores estudiosos y divulgadores del pensador francés en España.
“Esta articulación rigurosa en tres campos de problemas mutuamente conectados [arqueología: la conversión del sujeto humano en dominio de conocimiento; genealogía: las técnicas y disciplinas externas al sujeto que lo constituyen; y las tecnologías del yo que modelan desde dentro al sujeto], revela la unidad del proyecto, la sistematicidad del pensamiento de Foucault, más allá de su apariencia dispersa y multicolor. No es, propiamente hablando, la coherencia interna de una teoría, entre sus principios y sus consecuencias; se trata más bien de la cohesión ofrecida a posteriori en sus resultados, por un trabajo empírico siempre inconcluso” (Vázquez García, 1991, p. 39).
Sin duda, a posteriori, porque las consecuencias de una obra siempre son “invenciones sociales” después de su realización. Pero tan legítimo y discutible es postular, como hace el autor supracitado o M. Morey (1999), que la sistematicidad de Foucault reside en una permanente preocupación por el sujeto, visto desde diversas posiciones (como objeto del conocer, como víctima del poder o como resultado de técnicas de cuidado de sí mismo), como afirmar que el hilo subterráneo foucaultiano se refiere al poder entendido como una compleja relación de fuerzas.
O también cabe defender que la obra del autor carece de sistematicidad, lo que no empece que contenga fuertes y redundantes anclajes temáticos, pero siempre, a su vez, amarrados a las mil inquietudes del autor y de las múltiples escaramuzas que vivieron sus días, no en vano el universo conceptual no es ajeno al mundo de la experiencia. De modo que sería un sano ejercicio enfrentarse a su obra mediante lecturas en espiral, serpenteantes y retráctiles.
En cualquier caso, la mitología de la coherencia suele venir adherida a otra falacia: la teleológica. En efecto, a menudo se comprende la obra de un autor como la encarnación de un organismo vivo que posee una necesidad de realización hacia una meta, una suerte de programa prediseñado que cumple su fin como máxima realización del genio del autor. Y a esa meta final se la rodea de antecedentes y consecuentes, de influencias y otras bagatelas por el estilo.
Pero, a decir verdad, ningún autor es plenamente coherente en el curso de su historia ni ninguna obra posee un telos predeterminado hacia la perfección. De lo que se infiere que el autor y su obra son figuras quebradizas de igual manera que lo es el tiempo que les tocó vivir. Los relatos de beatificación son operaciones ex post facto, de las que a veces participan los autores con la complicidad de sus devotos secuaces. Por lo demás, el propio Foucault no tuvo reparos en relacionar su obra con su atormentada vida más incluso que con preocupaciones epistemológicas o sociales de diversa estirpe y entidad: “Siempre me interesó que cada uno de mis libros sea, en un sentido, una reunión de fragmentos de autobiografía. Mis libros siempre han sido mis problemas personales con la locura, la prisión, la sexualidad” (Eribon, 1995, p. 73).
Y, en otra entrevista de 1981, añadía: “cada vez que he intentado hacer un trabajo teórico, ha sido a partir de elementos de mi propia experiencia” (Potte-Bonneville, 2007, p. 251). Todo lo cual se aviene mal con la intención metodológica de arqueólogo del saber de expulsar al sujeto humano del escenario de las formaciones discursivas. Foucault en sus cientos de textos y entrevistas comparece una y otra vez como y bajo la figura de “creador” de discursos, no como mero altavoz de marcos discursivos preestablecidos y sí como intelectual que piensa a partir de su propia y descarnada peripecia vital.
Ahí sí existe sistematicidad, aunque en modo alguno la obra deba reducirse a la biografía de un autor. En el fondo, esta cuestión estratégica en la teoría social de las relaciones entre sujetos y discursos se resume en la concepción que defendamos del lenguaje humano, o bien como una norma supra subjetiva que habla a través de los individuos, o bien como una práctica construida por la acción humana. El lenguaje nos habla y nosotros hablamos con el lenguaje.
Es además, como gustaba decir R. Williams (1980, p. 51), “literalmente un medio de producción… una forma específica de conciencia práctica que resulta inseparable de toda actividad material social”. Muy lejos de este horizonte dialéctico se encontraba el “arqueológico” Foucault de los años sesenta, que, por el contrario, practicaba un casi inevitable coqueteo con el estructuralismo de la década prodigiosa (el de Lévi-Strauss, Dumézil, Barthes, etc.), lo que dejó una profunda huella en la tildada como fase “arqueológica” de su pensamiento y un pozo profundo antihumanista, que nada beneficia o añade a una revisión crítica y reactualizadora de su obra aquí y ahora.
De ahí que podamos afirmar que, conforme venimos exponiendo, la naturaleza mítica de la concepción de su obra como totalidad coherente y unitaria, y del autor como operador integral y único, nos obliga a rechazar la habitual aceptación de su legado intelectual como un “lo tomas o lo dejas” y, por la misma razón, nos repele la idea de tener que guardar una fidelidad perruna a una supuesta ortodoxia asentada por los sumos sacerdotes del ramo, a riesgo de incurrir en delito de lesa majestad. Y estas consideraciones nos llevan, como sin quererlo, al papel que debiera tener la teoría en la investigación social.
Invitación al bricolage conceptual
Con motivo del veinte aniversario de su muerte, el grupo colombiano de Olga Lucía Zuluaga, de fuerte inspiración foucaultiana, que ha acreditado ya una larga trayectoria investigadora sobre los saberes y prácticas escolares, afirmaba: “cuando apelamos al nombre de Foucault, nos referimos a un modo de escribir, interrogar, de percibir, de pensar. Foucault es, pues, una perspectiva, una manera de mirar, es el nombre que se da a una caja de herramientas” (Zuluaga, 2005, p. 7).
Por su parte, sostiene Francisco Vázquez (2010, pp. 8-9) que coexisten dos especies de usuarios de nuestro filósofo, a saber, “foucaultistas”, sacerdotes descifradores del misterio de la obra (que no son moco de pavo), y “foucaultianos”, investigadores que buscan en la caja de herramientas fundamentos para el conocimiento crítico del presente.
Por su lado, más recientemente Luca Paltrinieri (2012) abunda en la idea distinguiendo entre commentateurs (los académicos que hacen exégesis de sus textos en relación con otros de la historia del pensamiento) y la de los usagers (los que utilizan su obra como boîte à outils para analizar problemas de nuestro mundo, pero añadiendo que la “caja de herramientas” puede devenir en malhereuse métaphore si se ignora la historicidad del mundo conceptual foucaultiano y su pertenencia a un sistema intelectual de referencia). Teniendo en cuenta tales precauciones a fin de no incurrir en un saqueo indigno de obra ajena, preferimos incluirnos entre los “utilizadores”, aunque tendríamos muchas dificultades a la hora de declararnos, sin rubor, “foucaultianos” o cualquier otra cosa. Se atribuye a L. Wittgenstein la invención (en su Investigaciones filosóficas, 1930) de la imagen de “caja de herramientas” para referirse a la actividad lingüística y el mismo Foucault a veces extendía la metáfora a la totalidad de su obra y, por ende, a su carga teórica. Así lo afirmaba en 1973 en una entrevista en Libération:
“Todos mis libros, ya sea la Historia de la locura o Vigilar y castigar, son, si quiere, como pequeñas cajas de herramientas. Si las personas quieren abrirlas, servirse de una frase, de una idea, de un análisis como si se tratara de un destornillador o unos alicates para cortocircuitar, descalificar, romper los sistemas de poder, y eventualmente los mismos sistemas de los que han salido mis libros, tanto mejor” (Foucault, 1991, p. 88).
Nuestra coincidencia con estas apreciaciones es total e irrestricta. Pero no sólo ha de extenderse este uso interesado y “oportunista” (oportuno) a la obra del filósofo motivo de nuestro escrito, sino también conviene llevar la metáfora de la “caja de herramientas” a toda clase de teorías cuyo objeto sea la vida humana en sociedad, porque, como dejamos dicho en otra parte (Cuesta, Mainer y Mateos, 2009, p. 21), las construcciones teóricas son artefactos, es decir, obras humanas que disponen y dibujan aparatos conceptuales más o menos complejos mediante los cuales pretendemos cartografiar, de manera artificial pero no arbitraria, la realidad objeto de indagación.
Estas representaciones mentales y reducciones conceptuales se generan y resultan de la interacción del sujeto-objeto en el mismo proceso de investigación. Cuando el artefacto se convierte en una maquinaria autoexplicativa, que, elaborada férrea y previamente, hace de apisonadora del objeto investigado, su esterilidad se torna manifiesta, como ocurre con la gran teoría en las ciencias sociales, que al abusar de los aspectos formales “está ebria de sintaxis y ciega para la semántica” (Mills, 1993, p. 52), que oculta el significado bajo una sistematicidad artificiosa.
De ese peligro no queda exenta una lectura totalizadora y autoexplicativa del entramado foucaultiano, lo que a menudo evitaba el pensador invitando a la investigación empírica del detalle. Pero, por otra parte, cuando se acude a la investigación vestido con la desnudez teórica del empirismo, los hechos proliferan como un tumulto de sucesos caprichosos imposibles de ser comprendidos y explicados.
Frente al exceso de equipaje formal y abstracto y su contrario, el déficit teórico, la investigación con pretensiones de validez científica ha de entenderse como un régimen de verdad que, sometido a unas determinadas relaciones de saber-poder, aspira a un conocimiento modesto, siempre tentativo, provisional y hasta cierto punto paradójico. Una suerte de ensamblaje o bricolage intelectual perfectamente consciente de su alcance.
Claude Lévi-Strauss, uno de las grandes figuras del estructuralismo francés, coetáneo de Foucault, publica La pensée sauvage en 1962 y allí, frente a la oposición clásica entre magia y ciencia, reivindica la autonomía del pensamiento salvaje como tipo de conocimiento y señala al bricolage como el modo de proceder de este pensamiento (Lévi-Strauss, 1972, pp. 35-37).
Por extensión y con las debidas distancias, la obra de Foucault invita a una suerte de bricolage conceptual, o sea, a considerar sus productos intelectuales no como una totalidad preestablecida y acabada, sino como una realidad incompleta de la que hay que tomar fragmentos, sobras, trozos, etc., un poco a la manera que sigue el arte del montaje y la composición intelectual de los escritos de Walter Benjamin. Como hace, para seguir con el rastro benjaminiano, la figura contraheroica del trapero que va cogiendo de aquí y de allá lo que pueda haber de útil.
La modestia, pues, ha de ser la divisa que imprima carácter a la lectura de Foucault. Además, la imagen de la caja de herramientas, que, entre otros muchos, igualmente defiende V. Galván (2010) o J. Pastor y A. Ovejero (2007), bien pudiera completarse con la del cedazo que filtra y separa la recepción de sus aportaciones. Como es bien sabido, una obra no consta solo de un repertorio de enunciados y conceptos listos para su empleo. Es también un abanico de oportunidades de uso dentro de contextos muy diferentes. Sabemos por las especulaciones de los teóricos de la recepción, que toda lectura supone una reconstrucción, de modo que los textos tienen tantas vidas diferentes como miradas de quien los lee en determinadas circunstancias.
Y de la obra que nos ocupa hubo y hay muchas miradas en función de la heterogeneidad de los sujetos y contextos de acogida. Desde luego una de las más importantes, contradictorias y curiosas de esas reconstrucciones ha sido la trasmutación, hasta lo irreconocible, merced al recibimiento apoteósico de la llamada French Theory por los departamentos de literatura de algunas universidades de Estados Unidos.
Ciertos universitarios de izquierdas de ese país tiraron de la caja de herramientas foucaultiana, derridiana y deleuziana, entre otras, para ofrecer una resistencia teórica a las secuelas de la revolución conservadora dejadas por la era Reagan, que se había mostrado irreductiblemente defensora de los valores eternos de la tradición americana.
Y así, Foucault, como otros pensadores franceses, se puso al servicio de todo un vasto universo de estudios culturales postmodernos de tipología muy variada y dispersa, que a veces rozaba el esperpento intelectual, como relató y caricaturizó François Cusset (2005), y como, en parte, también puso de relieve el affaire Sokal (este físico publicó en 1996 un artículo-trampa en Social Text, negando, con argumentos peregrinos, la gravedad y la teoría cuántica como “construcciones” sociales).
El escándalo Sokal trajo cola y demostró el trasfondo político que habita detrás del descrédito del relativismo cultural y de lo políticamente correcto (Otero, 1999). La caricatura del relativismo cultural es una cara de la moneda, la otra, como alternativa, es el regreso al esencialismo de las identidades nacionales, religiosas o de otro tipo.
En todo caso, este contexto posmodernista americano contribuyó a producir un nuevo Foucault que, cosas de la vida, se reexportó a Latinoamérica y, lo que es más sorprendente, a Europa. Rodeado de un éxito espectacular, las eventuales estancias de nuestro filósofo, al final de sus años, en el corazón del imperio, le produjeron un gran bienestar personal y él siempre recordaba el buen sabor de boca que le infundía el aire de libertad de costumbres reinante en el mundo de los campus americanos.
Por lo demás, a partir de ese fulgurante éxito se convirtió en un intelectual global y de fama mundial, con todas las servidumbres que ello comporta. Esta internacionalización de Foucault convierte su obra en un espejo donde se mira una inmensa galaxia de sujetos e intereses, que, como no podía ser menos, nos devuelven y refractan figuras multiformes, a menudo distorsionadas como en el callejón del Gato.
Se diría que Foucault ha sido triturado por su extraordinaria acogida y fama mundial, y, finalmente reducido a despojos de sí mismo, como Damiens, el condenado y torturado en 1757, con cuyo estremecedor relato se abre Vigilar y castigar. Es el destino inexorable de los intelectuales llamados a ejercer influencia sobre un radio de acción gigantesco.
“Finalmente se le descuartizó… Esta última operación fue muy larga, porque los caballos que se utilizaron no estaban muy acostumbrados a tirar; de suerte que en lugar de cuatro hubo de poner seis, y no bastando aún esto, fue forzoso para desmembrar los muslos del desdichado, cortarle los nervios y romperle a hachazos las coyunturas…” (Foucault, 1984, p. 11).
Sobre el inmenso, oceánico, escenario de conceptos e hipótesis foucaultianas es preciso navegar con tiento, quitar toda veneración fetichista hacia la obra y su autor, y, como dijimos, realizar un uso “oportunista”, pero creativo de sus aportaciones, tal como sugirió su colega, y a pesar de todo amigo, P. Bourdieu en 1996 (¿Qué es hacer hablar a un autor? A propósito de Michel Foucault).
“Foucault dijo que había leído a este o aquel autor no para obtener conocimiento, sino para sacar de allí reglas para construir su propio objeto. Hay que distinguir entre los lectores, los comentadores, que leen para hablar en seguida de lo que han leído; y los que leen para hacer alguna cosa, para hacer avanzar el conocimiento, los auctores. ¿Cómo hacer una lectura de auctor, que quizás sea infiel a la letra de Foucault, pero fiel al espíritu foucaultiano?” (Bourdieu, 2005, p. 13).
El propio Foucault, a diferencia de sus herederos que hoy se aprovechan crematísticamente de los derechos de autor, se mostró partidario de un uso libérrimo de su obra y manifestó una voluntad de acceso abierto e interpretación sin restricciones de su pensamiento, tal como él había hecho con sus maestros más queridos. Así lo reflejaba en una entrevista de 1975 en Libération:
“Yo a las gentes que amo las utilizo. La única manera de reconocimiento que se puede testimoniar a un pensamiento como el de Nietzsche es precisamente utilizarlo deformarlo, hacerlo chirriar, gritar. Mientras tanto, los comentaristas se dedican a decir si es o no es fiel, cosa que no tiene gran interés” (Foucault, 1992, p. 101).
En verdad, como indica Germán Cano (2012, p. 15) en la presentación española de un reciente Diccionario Nietzsche (Niemeyer, 2012), quizás sea preciso dar un paso más y “pensar con Nietzsche contra Nietzsche”, lo que bien pudiera valer como método de aproximación al propio Foucault. Sea como fuere, la apropiación foucaultiana de Nietzsche resulta muy intermitente, fuertemente situada y clamorosamente brillante. Pasa el cedazo a la Genealogía de la moral y a otros textos del filósofo alemán y trasmuta todo ese acervo nietzscheano en un arte de crítica del poder, la genealogía, adaptada a las necesidades de su tiempo.
Por otra parte, convertirse en despojo y sombra de sí misma es el destino irreversible de toda obra que se deslocaliza y rebasa su tiempo y el lugar de su nacimiento. Precisamente el ejemplo de la recepción de su obra en España es muy ilustrativo de los mil y un Foucaults que son susceptibles de ser albergados y cobijados en los pliegues de las páginas de sus libros.
Valentín Galván (2010) ha trazado admirablemente los vectores y protagonistas que son responsables de la acogida en tierras hispanas del trabajo intelectual de nuestro autor entre 1967 y 1986, esto es, entre la década inicial de su producción intelectual y los dos años siguientes a su muerte en 1984. En ese lapso, que coincide con el tardofranquismo, la transición y las primera fase de la gobernación socialista, existieron “muchos Foucaults… tantas recepciones de su pensamiento como batallas político-filosóficas, depende del espejo en que lo miremos y leamos” (Galván, 2010, p. 281).
La primera penetración de la obra de Foucault no fue temprana ni espectacular. A pesar de la entonces cercanía de la lengua y cultura francesas a la intelectualidad española (que a la sazón aún no miraba como ahora hacia el mundo anglosajón), hasta los años setenta Foucault es casi un desconocido. La primera traducción al español de Historia de la locura en la época clásica data de 1967 en la editorial FCE de México, y a 1968 se remonta, también en México, la primera edición en lengua española de Las palabras y las cosas (Siglo XXI).
En 1970 se vierte en Siglo XXI la primitiva edición en castellano de La arqueología del saber, sólo un año después de su publicación francesa. Ese mismo año se asiste a su consagración académica con su ingreso en el Colegio de Francia, donde pronunció la lección inaugural titulada El orden del discurso, una célebre conferencia (editada en Tusquets, Barcelona, 1973) que generalmente se considera marca la frontera entre la arqueología y la genealogía. Es en los años setenta, en mitad de la resaca post-68 y en plena Transición política española cuando su figura se agranda y cobra una presencia más intensa, primero como pensador de los márgenes y luego, cada vez más, como autor absorbido por el interés académico.
En torno a la segunda mitad de los setenta, coincidiendo con la primera traducción de Vigilar y castigar en 1976, un año después de su aparición en Francia, y en medio de la eclosión cultural y política que ciñe los tiempos de la transición, Foucault se hace un todoterreno al servicio de muy variadas causas, muy especialmente aquellas que hunden sus raíces en espacios de combates sociales no convencionales: la antipsiquiatría, las luchas de los presos organizados en la COPEL, el movimiento de liberación homosexual, los centros y revistas culturales de inspiración libertaria o de extrema izquierda, etc.
Había un Foucault para todas las necesidades, pero su principal manantial de ideas fluía de la teoría y la práctica de luchas contra el poder establecido, en tanto que “intelectual específico” (concepto foucaultiano que marcaba fuertes distancias con el intelectual universal), con las que se había comprometido al menos después de 1968. Ese influjo del Foucault “izquierdista” traspasa temporalmente hablando los años ochenta, sobreviviendo como equipaje conceptual disponible y al servicio de diversos proyectos de emancipación social. Pero nunca más lo hace con la vitalidad crítico-emancipadora de los años setenta, ya que a poco de quedar implantada su omnipresencia se ocasionó un proceso algo más tardío de apropiación académica de su legado.
En efecto, ya algunos de los mejores estudiosos hispanos, como los sociólogos Julia Varela o Fernando Álvarez-Uría conocen directa y relativamente pronto su obra en París, convirtiéndose en tempranos investigadores universitarios y en eficaces trasmisores del conjunto de su quehacer teórico en España. En 1978 inauguran la colección Genealogía del Poder dentro de Ediciones La Piqueta (el esfuerzo más duradero y eficaz de difusión hispana de la dimensión crítica foucaultiana), con una excelente compilación agrupada bajo el título de Microfísica del poder.
Poco antes, a la altura de 1976 cuando M. A. Quintanilla dirige y publica su Diccionario de Filosofía contemporánea, Foucault figura ya en una entrada que se ciñe casi en exclusiva al comentario de Las palabras y las cosas, una obra escrita diez años antes, y allí queda caracterizado como pensador estructuralista. Este tipo de normalización clasificatoria, aunque, como puede verse, poco actualizada, va a ser seguida por una progresiva penetración en los mundos oficiales de la investigación de distintas disciplinas. Pronto se suceden las indagaciones académicas desde diversos campos, por ejemplo desde la historia de la Medicina con las aportaciones de José Luis Peset o Rafael Huertas, desde la psiquiatría con Guillermo Rendueles, desde la Filosofía con Miguel Morey (que factura la primera tesis hispana en 1979) o, algo más tarde, con Francisco Vázquez García.
En una palabra, Foucault pierde fuerza en los movimientos sociales de la calle mientras lo gana como objeto de interés universitario, de modo que ya en los años ochenta se da un salto ideológico “del político de la caja de herramientas al de su construcción académica y su próxima conversión en un clásico de la Filosofía” (Galván, 2010, p. 250). Este ascenso de la calle a los palacios de la ciencia y las cumbres de la fama conlleva, en nuestra opinión, una progresiva y notable erosión de su dimensión crítica.
Hoy, por consiguiente, en España Foucault es contemplado como un clásico cuyo arsenal de conceptos (saber, episteme, formaciones discursivas, disciplinas, dispositivos, gubernamentalidad, biopolítica, poder pastoral, cuidado de sí, etc., etc.) se utilizan acá y acullá, ya sea sin demasiada precisión sobre el alcance de su significado, ya sea con excesiva y ortodoxa rigidez.
Por lo demás, “habría que hacer una revisión de la historia de las ideas que reposa en la hipótesis de que los textos son leídos, y de que, siendo leídos, son comprendidos, etc. En general, lo que circula son los títulos como Vigilar y castigar. Ha habido desde entonces, muchos títulos con infinitivos” (Bourdieu, 2005, p. 17). El mismo Bourdieu tiene razón al referirse a que se da una cierta resistencia a leer a Foucault (aunque no a simular que se ha leído), o al fenómeno indudable de que el patrimonio intelectual de su obra tiende a interpretarse hoy con las lentes postmodernistas que tallaron los académicos norteamericanos.
Y eso por no referirse al desprecio hacia su figura de muchos intelectuales arrepentidos de su pasado progresista, fenómeno extendido por todo occidente tras la crisis finisecular del comunismo, que tienden a ridiculizar sus antiguas devociones ideológicas y a entronizar nuevos dioses más prosaicos y benefactores (el dinero y la influencia). A ello se añade el coro de las plañideras que, no habiendo renunciado del todo a una cierta visión avanzada del mundo, se han erigido en defensores del patrimonio de la cultura occidental entendida como un canon imperecedero heredado del mundo grecorromano. La cofradía de los intelectuales humanistas, donde a menudo la derecha y una cierta izquierda se dan la mano, tienden a abominar de las consecuencias de la huella foucaultiana leída en clave yankee.
Aunque tempranamente, en 1977, Jean Braudillard escribió un libro titulado Olvidar Foucault, su recomendación fue totalmente ignorada dentro y fuera de Francia. Si nos fijamos en España, su muerte en 1984 fue ampliamente reseñada en toda la prensa nacional como un acontecimiento. Así en los matutinos del 27 de junio de ese luctuoso año comparecieron las firmas acreditadas de los periodistas y conocedores de su labor (los Jesús Ibáñez, Fernando Savater, Juan Pedro Quiñonero, Josep Ramoneda, Miguel Morey, etc.). En ese mismo año se rinde homenaje a su vida y obra en Madrid y en un número de la revista Liberación (1984, 3, pp. 3-31).
A partir de ese tiempo se publican varios libros colectivos. Esos años muestran que la ola de consagración foucaultiana quedaba afirmada y su legado fosilizado y anclado, fenómeno que ejemplifica perfectamente el titular de El País del 26 de junio de 1984: “Un líder del espíritu de Mayo del 68. Murió Foucault, uno de los principales protagonistas de la corriente estructuralista del pensamiento francés”.
El proceso de normalización y neutralización empezaba a ser un hecho. Pero a la altura del veinte aniversario de su muerte, las cosas habían cambiado sustancialmente y en el año 2006, cuando la retirada del pensamiento progresista era una realidad evidente y triunfaba el regreso a los valores de siempre, Félix de Azúa (2006), un precioso ejemplar de disfórico “intelectual melancólico”, escribía un artículo en El País, donde ponía de chupa de dómine a las nefastas consecuencias del relativismo foucaultiano acusando al pensador de Poitiers de haberse negado a aceptar el SIDA y ser responsable de prácticas de riesgo con sus compañeros de intercambio sexual.
Todo ello sazonado y mezclado con la “barbarie stalinista” o el “totalitarismo de Castro”. En suma, la muerte por SIDA de Foucault le convertiría en víctima necesaria de sus propias doctrinas de descreído. Otra vez sonaban en esas notas los ecos de la despreciable melodía del libro de James Miller (La pasión de Michel Foucault, 1993), o la resaca de la caricatura del escándalo Sokal. En fin, como señaló Fernando Álvarez-Uría (2006) en su artículo de respuesta a Félix de Azúa, “más vale que la sátira, la ironía y la maledicencia las reserven (…) para la prensa amarilla o las crónicas marcianas”.
Pero este tono entre inquisitorial, amarillista y chismoso se convertirá en un locus recurrente del pensamiento conservador a la hora de tratar la figura de Foucault, que, a pesar de los pesares, nunca pudo ser derribado del pedestal intelectual al que se le había subido. En cambio, una versión liberal más inteligente tiende a perdonarle sus muchos pecados (al fin y al cabo, ¡qué importa el sexo!) e intenta rescatar su último pensamiento como un aval legitimador de los despropósitos del imperante neoliberalismo de nuestro tiempo. Es decir, o se lanza al pecador Foucault a los infiernos, o se le deja vivir una dulce existencia post mortem en el elíseo fluir de los mercados.
Sírvase usted mismo: reinventar el Foucault crítico
Por lo tanto, el presente descrédito de la faceta más crítica de Foucault y su neutralización política e hibernación académica posee concomitancias con un fenómeno mucho más amplio, ocurrido desde los años ochenta en los países del capitalismo tardío, cual es la crisis de los movimientos sociales alternativos, del pensamiento crítico y del tipo de intelectual correspondiente.
Foucault convivió con la generación que le precedió (la de Sartre), la del intelectual tradicional gestado a finales del siglo XIX, que comparecía en el espacio público como conciencia viva de la comunidad y como guía moral universal de sus conciudadanos. Sin embargo, Foucault negaba esa universalidad y proponía la figura del “intelectual específico”, aquel que se comprometía en las luchas sociales concretas dentro del terreno en el que sus conocimientos eran más apropiados para proponer resistencias contra el poder dominante y, en su caso, formular prácticas alternativas (siempre en plural).
Hoy todavía es posible reclamar esta función dentro de espacios de poder contrahegemónicos, porque, además, “hay que seguir reinventando a Foucault” (Galván, 2010, p. 21). Es decir, todavía sus escritos nos permiten elegir entre una multiplicidad de herramientas. Algún fedicariano entiende tal reinvención como una apuesta a favor de una lectura pragmática que sirviera para “incluir su caja de herramientas o sus cócteles molotov en forma de libros en el debate social y comprobar así su eficacia política para el cambio social tangible y no meramente como una materia especulativa” (Pérez Guerrero, 2012, p. 6).
Y, de todas las maneras imaginables, es preciso tomar partido. En mi caso, la elección busca, sin fidelidades preestablecidas, la reinvención de Foucault mediante su lectura con las lentes de las tradiciones de la teoría social crítica que precede y sigue a su obra. A tal fin, Julia Varela y Fernando Alvarez-Uría constituyen, sin duda, un buen ejemplo de cómo es posible insertar la obra foucaultiana en lo mejor de la teoría social rescatando toda la historia de su quehacer intelectual como un continuum crítico.
La arqueología del saber y la genealogía del poder constituyen campos de intervención susceptible de fundar una sociología de las prácticas científicas y una sociología del control social. Hay, sin embargo, en la última etapa de la obra de Foucault una nueva dimensión que consideramos fundamental para sustentar un proyecto de sociología crítica: el investigador ha de asumir en su existencia su compromiso intelectual. Propone como proyecto ético la correspondencia entre conocimientos y comportamientos (Varela y Álvarez-Uría, 1991, p. 26).
Ahora bien, la tal correspondencia no se da ni en Foucault ni en el Lucero del alba. Incluso hay, como demuestra la deriva reformista de la obra de Roger Castel (2005), muchas y muy diversas maneras de entender hoy, a partir de categorías foucaultianas, la resistencia contra el capitalismo. Pero, como decíamos, no es fácil ni necesario, ni quizás conveniente, tal como proponen J. Varela y F. Álvarez-Uría, considerar la obra del pensador francés como un todo, como una unidad orgánica investida de un sistema coherente y autosuficiente.
Tampoco, a despecho de forzar la historia y adoptar una suerte de papel de “cómplice militante” (Pérez Guerrero, 2012), puede sostenerse la tesis de una inequívoca, inmaculada e inalterable entrega izquierdista de Foucault. Seguramente sería más adecuado, aquí y ahora, rastrear lo que invitaban a buscar en su obra con motivo de la segunda edición española de La voluntad de saber: el “hilo rojo anticapitalista” (Varela y Álvarez-Uría, 2005, p. XII).
Y para seguir el hilo es preciso, en nuestra opinión, tirar de muchos, y a veces opuestos, ovillos foucaultianos, desprendiéndonos quizás de una conceptualización del poder inespecífica por omnipresente y una idea de control social, como señala R. Huertas (2012), quizás demasiado mecánica. En cualquier caso, existe un punto de convergencia hacia un mismo tema insoslayable: una analítica del poder que muestra cómo se fragua la subjetividad en distintas fases del desarrollo capitalista conforme a tecnologías de dominación y autosometimiento cada vez más refinadas e individualizadas: desde el poder disciplinario hasta la gubernamentalidad y la biopolítica.
A tal efecto, la genealogía en tanto que método de problematización del presente y de indagación del pasado no ha de considerarse sólo ni principalmente una etapa de su obra, sino que constituye el núcleo central crítico del discurso foucaultiano, siendo así que el énfasis postrero en el cuidado de sí y en la ética comparecen como derivaciones, a veces divagaciones, de la cuestión central para nosotros: cómo el conocimiento y las prácticas discursivas imponen formas disimétricas de poder, dominación y sometimiento de los agentes individuales en el decurso de la vida social.
Bien es cierto que la inmensa obra de Foucault ha deparado otras muchas aportaciones en muy diversos campos específicos (desde la psiquiatría al derecho), pero su actualización crítica en nuestro tiempo nos lleva una vez más a reivindicar su nada ortodoxa e incompleta teoría del poder, sólo esbozada pero más rica y complementaria que la proveniente de la tradición marxista, y su metodología del conocimiento, la genealogía, como mejores y valiosos útiles para una crítica del presente.
El mismo Foucault se preguntaba en El uso de los placeres: ¿qué es la Filosofía hoy, si no el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo? Y añadía la necesidad de sospechar de lo que ya se sabe y emprender la tarea de imaginar cómo y hasta dónde sería posible penser autrement (Foucault, 2009, p. 7). Las mil y una inquietudes de su obra, y su vigencia hoy, se compendia en su ambición desmedida por traspasar las fronteras del pensamiento establecido. Muchas de sus preocupaciones siguen siendo las nuestras, también algunas de sus muchas contradicciones.
REFERENCIAS
ÁLVAREZ-URÍA, F. (2006). Michel Foucault, la verdad y el chismorreo. El País, 19-10-2006.
ÁLVAREZ-URÍA, F. y VARELA, J. (1991). Prólogo. En Foucault, M. Saber y verdad. Madrid: La Piqueta, pp. 7-29.
ÁLVAREZ-URÍA, F. y VARELA, J. (1994). Prólogo. La cuestión del sujeto. En Foucault, M. Hermenéutica del sujeto. Madrid: La Piqueta, pp. 7-31.
AZÚA, F. (2006). No me lo puedo creer. El País, 15-10-2006.
BAUDRILLARD, J. (1994). Olvidar a Foucault. Valencia: Pre-Textos.
BOURDIEU, P. (2005). ¿Qué es hacer hablar a un autor? En Capital, cultural, escuela y espacio social. México: Siglo XXI, pp. 11-20.
CANO, G. (2012). Presentación. Campo de fuerzas “Nietzsche”. En Niemeyer, Ch. (ed.). Diccionario Nietzsche. Conceptos, obras, influencias y lugares. Madrid: Biblioteca Nueva, pp. 13-19.
CASTEL, R. et al. (2009). Pensar y resistir. Madrid: Círculo de Bellas Artes.
CASTRO, E. (2011). Diccionario de Foucault. Temas, conceptos y autores. Madrid: Siglo XXI.
CUESTA, R., MAINER, J. y MATEOS, J. (2009) (coords.). Transiciones, cambios y periodizaciones en la historia de la educación. Salamanca: Impreso y editado por www.lulu.com.
CUSSET, F. (2005). French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos. Barcelona: Melusina.
ERIBON, D. (1992). Michel Foucault. Barcelona: Anagrama.
ERIBON, D. (1995). Michel Foucault y sus contemporáneos. Buenos Aires: Nueva Visión.
FOUCAULT, M. (1971). Las palabras y las cosas. México: Siglo XXI.
FOUCAULT, M. (1975). Historia de la locura en la época clásica. México: FCE.
FOUCAULT, M. (1984). Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI.
FOUCAULT, M. (1991). Saber y verdad. Madrid: La Piqueta.
FOUCAULT, M. (1992). Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta.
FOUCAULT, M. (1994). Hermenéutica del sujeto. Madrid: La Piqueta.
FOUCAULT, M. (1998). La verdad y las formas jurídicas. Barcelona: Gedisa. También en Foucault, M. (1999c, pp. 169-281).
FOUCAULT, M. (1999a). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets.
FOUCAULT, M. (1999b). Entre filosofía y literatura. Obras esenciales I. Barcelona: Paidós. Introducción, traducción y edición de Miguel Morey.
FOUCAULT, M. (1999c). Estrategias de poder. Obras esenciales II. Barcelona: Paidós. Introducción, traducción y edición de Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría.
FOUCAULT, M. (2004). Nietzsche, la genealogía, la historia. Valencia: Pre-Textos. También en Foucault (1991, pp. 7-29).
FOUCAULT, M. (2005). Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. Madrid: Siglo XXI.
FOUCAULT, M. (2007). Nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires: FCE.
FOUCAULT, M. (2008). La arqueología del saber. Madrid: Siglo XXI.
FOUCAULT, M. (2009). Historia de la sexualidad II. El uso de los placeres. Madrid: Siglo XXI.
GALVÁN, V. (2010). Michel Foucault en España. De vagos y maleantes. Barcelona: Virus Editorial.
HIGUERA, J. (1999). Michel Foucault: la Filosofía como crítica. Granada: Comares.
HUERTAS, R. (2012). Historia cultural de la psiquiatría. Madrid: La Catarata.
JUDT, T. (2008). Sobre el olvidado siglo XX. Madrid: Taurus.
VI-STRAUSS, C. (1972). El pensamiento salvaje. México: FCE.
MACEY, D. (1993). The lives of Michel Foucault. Londres: Hutchintson.
MILLER, J. (1993). The Passion of Michel Foucault. Nueva York: Simon & Shuster.
MILLS, C. W. (1993). La imaginación sociológica. México: FCE.
MORENO PESTAÑA, J. L. (2006). Convirtiéndose en Foucault. Sociogénesis de un filósofo. Barcelona: Montesinos.
MORENO PESTAÑA, J. L. (2011). Foucault y la política. Madrid: Tierradenadie.
MOREY, M. (1996). Michel Foucault. Tecnologías del yo y otros textos afines. Barcelona: Paidós.
MOREY, M. (1999). Para una política de la experiencia. Introducción y cronología. En Foucault, M. Entre filosofía y literatura. Obras esenciales I. Barcelona: Paidós, pp. 9-63.
OTERO, E. (1999). El affaire Sokal. El ataque postmodernista a la Ciencia y la impostura intelectual. Estudios Sociales, 100, 9-38.
PALTRINIERI, L. (2012). L´experience du concept. Michel Foucault entre épistémologie et histoire. Paris: Publications de la Sorbonnne.
Las mil y una inquietudes de la obra de Foucault
Con-Ciencia Social, nº 17 (2013) – 92 – pp. 79-92 / Raimundo Cuesta
PASTOR, J. y OVEJERO, A. (2007). Michel Foucault, caja de herramientas contra la dominación. Oviedo: Universidad de Oviedo.
REZ GUERRERO, V. (2012). Análisis de la cultura de la transición a la luz de los usos de Foucault. Con-Ciencia Social, 16, 135-141.
POTTE-BONNEVILLE, M. (2007). Michel Foucault, la inquietud de la historia. Buenos Aires: Ediciones Manantial.
QUINTANILLA, M. A. (dir.) (1976). Diccionario de Filosofía contemporánea. Salamanca: Sígueme.
QUIÑONERO, J. P. (2011). Michel Foucault al descubierto. ABC, 3-4-2011.
SKINNER, Q. (2007). Significado y comprensión en la historia de las ideas. En Bocardo Crespo, E. (ed.). El giro contextual. Cinco ensayos de Quentin Skinner y seis comentarios. Madrid: Tecnos, pp. 63-108.
SKINNER, Q. (2009). Visions of Politics. Volume 1 Regarding Method. Cambridge: Cambridge University Press (vid. cap. 4: Meaning and understanding in the history of ideas).
VARELA, J. y ÁLVAREZ-URÍA, F. (1997). Genealogía y sociología. Buenos Aires: El Cielo por Asalto.
VARELA, J. y ÁLVAREZ-URÍA, F. (1999). Introducción a un modo de vida no fascista. En Foucault, M. Estrategias de poder. Obras esenciales II. Barcelona: Paidós, pp. 9-25.
VARELA, J. y ÁLVAREZ-URÍA, F. (2005). Ensayo introductorio. Capitalismo, sexualidad y ética de la libertad. En Foucault, M. Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. Madrid: Siglo XXI, pp. VII-XLV.
ZQUEZ GARCÍA, F. (1995). Foucault. La historia como crítica de la razón. Barcelona: Montesinos:
ZQUEZ GARCÍA, F. (2009). La Filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1963-1990). Madrid: Adaba.
ZQUEZ GARCÍA, F. (2010). Presentación. En Galván, V. Michel Foucault en España. De vagos y maleantes. Barcelona: Virus Editorial, pp. 5-9.
WILLIAMS, R. (1980). Marxismo y literatura. Barcelona: Península.
ZULUAGA, O. L. et al. (2005). Foucault, la Pedagogía y la educación. Pensar de otro modo. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional.

Frei Betto: “Las izquierdas latinoamericanas debemos pensar por qué los más pobres ya no nos apoyan tanto

Frei Betto: “Las izquierdas latinoamericanas debemos pensar por qué los más pobres ya no nos apoyan tanto”
29 de noviembre de 2018 | Escribe: Stephanie Demirdjian en Internacional
Fraile dominico brasileño y referente de la teología de la liberación.

La vida del fraile y teólogo brasileño Frei Betto está marcada por hitos de todos los colores y formas desde el día en que nació, hace 74 años, en la ciudad brasileña de Belo Horizonte. Militó en la Juventud Estudiante Católica, trabajó como periodista, se unió a la orden de los domínicos, fue encarcelado y torturado por oponerse a la dictadura militar, estudió teología, filosofía y antropología, y fue asesor de varios gobiernos progresistas de América Latina, incluido el primer mandato del ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva.

En el medio, escribió más de 50 libros de diferentes géneros literarios –desde novelas hasta ensayos– y se convirtió en uno de los principales referentes brasileños de la teología de la liberación, una corriente del pensamiento cristiano que consiste en “ver el mundo desde los ojos y el sufrimiento de los pobres”, como el propio fraile lo ha definido más de una vez.

De visita en Uruguay, Frei Betto conversó con la diaria sobre las razones de la llegada al poder del ultraderechista Jair Bolsonaro, que el 1º de enero asumirá como presidente de Brasil. Al mismo tiempo, habló sobre la “autocrítica” que tiene que hacer el Partido de los Trabajadores (PT) para reconstruirse en este contexto y cómo impacta en la política la influencia de las iglesias evangélicas. Acerca de la teología de la liberación, fue bastante claro: sigue viva en espíritu pero, en la práctica, perdió terreno.

¿Qué lectura hace del triunfo de Jair Bolsonaro, a un mes de que se celebraron las elecciones presidenciales en Brasil?

El triunfo de Bolsonaro se ha dado por cuatro factores. El primero es el antipetismo, que ha sido muy fuerte en Brasil por la manera en la que se intentó explotar los casos de corrupción que efectivamente hubo en el partido. Son casos excepcionales pero graves, y el partido nunca hizo una autocrítica pública, entonces la oposición supo explotar esto y creó una ola antipetista. No es que la gente prefiera a Bolsonaro, la gente prefiere a cualquiera que no sea del PT. Esto tuvo lugar dentro de una conspiración para encarcelar a Lula; este es un segundo factor. No hay pruebas contra Lula, hay pruebas contra otros líderes del PT, que fueron sancionados y algunos dimitieron, como Antonio Palocci, que fue ministro de los gobiernos de Lula y de Dilma Rousseff. Pero contra Lula no. Entonces, como Lula tenía mucho prestigio y estaba garantizado que ganaría en estas elecciones, se trató de ponerlo en la cárcel, y ahora el juez que lo hizo [Sérgio Moro] ha sido recompensado por Bolsonaro y nombrado ministro de Justicia. Esta es la prueba de que se trató de una conspiración. Otro factor es la influencia de las iglesias evangélicas, las únicas que hacen un trabajo de base con el pueblo. En los 13 años de gobierno del PT no hemos hecho este trabajo, no hemos tratado de hacer la alfabetización política de la gente sencilla, mientras que las iglesias evangélicas sí lo hicieron. El papel de esas iglesias neopentecostales es garantizar que los pobres soporten la pobreza. Entonces son como un rebaño de corderitos, de ovejitas que aceptan la palabra del pastor como si fuera la palabra de Dios. Es una forma terrible de opresión, de servidumbre voluntaria, pero que tiene mucha fuerza en Brasil, incluso fuerza política. Las iglesias evangélicas tuvieron su peso en la elección de Bolsonaro y tienen una bancada parlamentaria muy fuerte. El cuarto factor es la manipulación de las redes digitales, que ahora plantean un problema grave para la democracia. ¿Qué significa “democracia” si las manipulaciones que hace un hombre como [Steve] Bannon desde Estados Unidos ya han influido en las elecciones de 50 países del mundo? Incluso en la elección de Donald Trump, en el brexit en Reino Unido y ahora en la victoria de Bolsonaro en Brasil. También hay que tener en cuenta que Bolsonaro tuvo 47 millones de votos y hay 30 millones de brasileños que no votaron, entre abstenciones, votos en blanco y nulidad. Pero por la ley y la democracia de Brasil ahora Bolsonaro es el futuro presidente y forma un gobierno de carácter fascista, de militares, y que tiene un discurso antidemocrático. De la elección de Bolsonaro también es responsable la cobardía del sistema judicial brasileño, porque tendría que haberlo sancionado por las cosas absurdas que ha dicho durante la campaña, como defender la tortura u ofender a los homosexuales y a las mujeres. Pero todo se soportó en la Justicia, sin ninguna sanción. Eso facilitó su proyección.

¿A qué atribuye el crecimiento de las religiones evangélicas en Brasil, tanto en cantidad de fieles como en los espacios de poder político?

Lo atribuyo a varios factores. Primero, los dos pontificados conservadores de la iglesia católica, el de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI, no valorizaron nuestro trabajo en las bases populares con las comunidades eclesiales de base. Al contrario, hubo mucha sospecha, mucha oposición y un cambio de obispos y curas que apoyaban este trabajo, entonces muchos fieles de las comunidades eclesiales de base emigraron a las iglesias evangélicas. Además, no se sentían bien en las misas católicas, que generalmente son muy buenas para las capas medias y altas. Pero tú, fiel, dueña de una empresa, vas a la misa y difícilmente vas a encontrar a un empleado tuyo ahí, o al portero de tu edificio, o al chofer de tu auto. Esa gente va a la iglesia evangélica. La iglesia católica no ha sabido dar apoyo ni valorar. También el clericalismo que hay en la iglesia católica –todo está centrado en la figura del cura– ha dificultado mucho nuestro trabajo. Los curas no viven en las favelas, pero los pastores sí, entonces ese acercamiento conquista a la gente. Otro factor tiene que ver con una mística interna de que “un hermano vota a un hermano”. Es decir, un evangélico, cuando va a votar, tiene que votar a otro evangélico. Por eso Bolsonaro, que es de tradición católica, se hizo bautizar en la Asamblea de Dios, que es una confesión protestante de carácter pentecostal. Con mucha inteligencia, fue a tratar de convertirse en evangélico para merecer también ese voto.

Durante la campaña electoral, Bolsonaro presentó una agenda que –entre otras cuestiones– amenaza con criminalizar los movimientos sociales. En este contexto, ¿qué perspectiva de acción y movilización tienen?

Los movimientos sociales van a seguir con sus luchas. Seguramente va a haber más represión, prisión de sus líderes y mucha agitación en Brasil, porque Bolsonaro va a querer traspasar los límites constitucionales. La Constitución garantiza, por ejemplo, el derecho a la protesta o a la organización popular, pero para él todo eso va a estar encuadrado en la ley antiterrorismo de Brasil, que lamentablemente es una ley de un gobierno del PT, el de Dilma. Los movimientos sociales van a ser caracterizados como movimientos terroristas, al menos él en su discurso lo planteó así. Hay que esperar para ver si eso ocurre. De acá a un mes vamos a poder evaluar por dónde va este gobierno.

¿En qué posición queda ahora la izquierda en Brasil y, particularmente, desde qué lugar empieza a reconstruirse el PT?

El PT tiene que pasar por una autocrítica. Tiene que poder decir “nosotros hemos avanzado en muchas cosas, los logros son más importantes que los fracasos, pero nos hemos equivocado en este, este y este punto”. También tiene que sancionar a sus militantes que efectivamente metieron la pata en la corrupción. Si no pasa eso, nadie va a creer en esta autocrítica. La izquierda tiene que buscar algo como lo que han logrado en Uruguay con el Frente Amplio. Tenemos que encontrar una manera de unirnos contra esta ofensiva fascista que va a venir. Para eso hay que trabajar mucho, porque no podemos pensar en los desacuerdos que tenemos con el otro.

¿Cómo se ve actualmente en Brasil la figura de Lula?

Es muy respetada. La gente tiene memoria de que los dos mandatos de Lula fueron muy buenos; tanto es así, que salió del gobierno con 87% de aprobación. La gente hace una distinción entre Lula y el PT. El PT ya está viejo, metió la pata –o las manos– y tiene sus problemas, pero Lula es otra cosa. La gente sabe distinguirlo, y eso hace que él sea muy querido todavía por el pueblo.

¿Cree que su liderazgo va a sobrevivir al gobierno de Bolsonaro?

Creo que sí, porque mi expectativa es que el gobierno de Bolsonaro va a ser un desastre y mucha gente que lo votó va a estar arrepentida. Eso va a reforzar el liderazgo de Lula.

¿Ha hablado con él después de las elecciones?

No, después no. Fui a visitarlo a la cárcel antes de las elecciones y ahora voy a ir antes de Navidad. Tengo noticias, por la familia y por amigos que lo visitan, y sé que está muy bien, de buen ánimo. Indignado, porque está encarcelado, porque no pudo participar en las elecciones, por todas las injusticias y las acusaciones falsas que le hacen, pero está firme desde el punto de vista mental y espiritual.

¿Qué lugar tiene la teología de la liberación en el Brasil actual?

La teología de la liberación sigue viva ahora en Brasil, después de un largo período de pontificados conservadores que no han valorado esta línea pastoral. Ahora sí se valora, sobre todo porque el papa Francisco está muy identificado con las tesis de la teología de la liberación. Hay un nuevo aliento, la teología de la liberación vuelve a ser muy importante para la fe cristiana, para los movimientos de iglesias, para entender la relación entre la Biblia y la realidad que vivimos, entonces estamos en un nuevo momento de ofensiva en ese sentido. Pero hemos perdido mucho espacio.

¿Ese espacio se perdió en detrimento de las religiones evangélicas?

Exactamente. Perdimos espacio en la base, pero no desde el punto de vista teórico, porque seguimos avanzando y tratando nuevos temas, como la ecología, la innovación tecnológica, la astrofísica, una teología feminista muy avanzada, también una teología indígena.

En la coyuntura política actual, de avance de las derechas en la región, ¿cuál es la autocrítica que deben hacer las izquierdas latinoamericanas?

Debemos hacer una autocrítica en el sentido de por qué la gente más pobre ya no nos apoya tanto. ¿En dónde nos hemos equivocado? ¿Será que nos faltó hacer alfabetización política? ¿Será que dejamos que la economía dependiera demasiado de las importaciones de commodities? ¿No creamos suficiente mercado interno? ¿Será que hemos trabajado demasiado en la dimensión cultural y artística? Todas esas son cuestiones que tenemos que valorar ahora.

La semana pasada, en el Foro Mundial del Pensamiento Crítico celebrado en Buenos Aires, el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, dijo que habrá una “noche oscura” en la región, pero que no será larga porque “el neoliberalismo está agonizando”.

Yo no comparto tanto este optimismo de Linera. Creo que el capitalismo tiene mucha capacidad de sobrevivir de distintas maneras. Yo soy de una generación que ha creído que asistía al velorio del capitalismo unas diez veces, y no pasó. Al contrario, sigue cada vez más hegemónico, sobre todo después de la caída del muro de Berlín. Entonces yo creo que tenemos que repensar nuestra manera de enfrentar este sistema, y hay que enfrentarlo por la organización de base. Tenemos que crear un nuevo modelo de sociedad dentro del propio capitalismo basado en la economía solidaria, las luchas de protección ambiental, el buen vivir de los indígenas. Es decir, hacer espacios democráticos populares socialistas desde la base que vayan minando cada vez más esta pirámide capitalista que tiene una desigualdad brutal.

Vuela camarada…

VUELA CAMARADA , CONTEMPLA CON TUS OJOS VERDES LA DIVISA DEL AZUL CELESTE Y CUENTALE TUS DUDAS Y SOSPECHAS A LAS ESTRELLAS

Scarlett Cuadra Waters.

Recuerdo que por esos días abandonaste las filas del FER- ML de la tendencia proletaria del FSLN para integrarte a nuestra organización la Juventud Socialista Nicaragüense (JSN), misma a la que pertenecía quien sería el padre de tu hijo. Tiempos de auge revolucionario en el marco de las divisiones entre las tendencias sandinistas y socialistas y las discusiones sobre las tácticas y estrategias que cada fracción u organización consideraba como correcta, no faltando en las discusiones las agresiones verbales, propias de nuestra cultura e idiosincrasia política.
Allí fue también en donde supimos de tu liga ancestral revolucionaria, al ser hija del poeta Manolo Cuadra y hermana también del ya conocido revolucionario Pablo Antonio Cuadra Ayala. Recuerdo también a ese grupo de jóvenes costeñas que se vincularon a nuestra labor además de tu persona: Zenaida Cadenas y Gloria Bacon. El núcleo u organismo de base nuestra, en ese entonces formado entre otros por Bolívar Téllez, Arturo Aguirre, Héctor Mairena, Lester Matus y otros que no recuerdo en este momento, realzaban sus tareas principalmente en el RURD.
Por esos días nos involucramos tanto en las movilizaciones anti dictatoriales y en la fundación del brazo armado del Partido Socialista Nicaragüense (PSN) la Organización Militar del Pueblo (OMP) a través de la cual te integraste a combatir en el Frente Sur Benjamín Zeledón. Tras el triunfo revolucionario y la fusión del PSN con el FSLN en el mismo 1979,
Volcaste todo tu entusiasmo y experiencia en el Frente femenil AMLAE, tiempos también en que tenías que asumir tu papel de madre de tu hijo Simbawe. Todo ello, junto a la labor de fortalecer y defender el Proyecto revolucionario en distintas trincheras. Tras la derrota electoral de 1990, como muchos compañeros, pasaron a defender las reservas de la RPS y en tu caso fue destacada tu labor en el campo de la comunicación social y el desarrollo social comunitario. Época en que se empezó a desarrollar esa penosa enfermedad que minó tu físico pero no a tu moral revolucionaria.
Scarlett hoy cuando has emprendido el eterno vuelo y nos tenemos que remontar a tantos anécdotas y recuerdos que agolpan nuestra memoria, nos resta decirte vuela… vuela paloma blanca , contempla con tus ojos verdes la divisa del azul celeste y cuéntale tus sospechas y tus dudas a las estrellas, mismas que guiaron senda en el pardo terrestre en donde se explayo tu sino … vuela, vuela paloma blanca, haz de tu senda estelar una réplica del mismo camino que un dia recorrimos para conquistar la utopía.

Aprendizajes desde una posición vivida masculina

Aprendizajes desde una posición vivida masculina
02/01/2019

Estas notas se refieren al capítulo 5 de Big Little Lies, concretamente a la escena de la “cena familiar”. Es una serie de 2017, abiertamente feminista, con Nicole Kidman como una de las protagonistas, que narra el encuentro de un grupo de mujeres y la sororidad que subyace entre ellas. El objeto del análisis son dos minutos en la vida de una mujer, un hombre y dos niños en pleno desarrollo cognitivo. Es una escena aparentemente sin violencia, sin grandes muestras de machismo explícito y a la vez muy significativa de lo que nos constituye como que hombres en esta sociedad patriarcal.

Sólo analizando la socialización masculina podemos dar cuenta de cuáles son los aprendizajes que derivan de ella. La socialización como el lugar donde aprendemos a relacionarnos con nuestro grupo de pares y con el otro dialéctico, a relacionarnos con el mundo desde una experiencia marcada por una posición, en nuestro caso, masculina. Es allí donde vivenciamos y disfrutamos primeramente los privilegios masculinos y donde comenzamos a sentirlos como derechos. Donde a través de identificaciones y desidentificaciones vamos conformándonos como sujetos sexuados. Cómo se vive el mundo desde esa posición, qué normalizamos (qué damos por hecho), cómo nos diferenciamos de las mujeres y qué incorporamos como dispositivos para ejercer el control y el dominio sobre ellas consiguiendo así mantener nuestra posición intacta. Al fin y al cabo es examinar cómo se fragua una subjetividad dominante frente a las mujeres.

Empieza la escena, los niños están jugando en la mesa con sus coches, lo que promueve que aprendan que conducir (en todos sus sentidos) es cosa de hombres. A continuación, la madre les manda que dejen de jugar y se pongan a comer, a lo que los niños hacen caso omiso del deseo de la madre, es sólo cuando el padre les dice que coman que éstos asumen la orden, dejan de jugar y empiezan a comer. Es un buen ejemplo de cómo los niños aprendemos que la autoridad la tenemos los hombres y que las mujeres no tienen poder sobre nuestras decisiones, aprendemos que podemos hacer lo que queramos sin importar sus deseos, los límites de “lo posible” los ponemos nosotros. Es el privilegio que define lo viable, lo permitido.

De seguido, los niños preguntan por la adolescencia, a lo que Nicole Kidman contesta pero queda tapada por la respuesta del padre, quien eructa y hace alusión a que los adolescentes le temen cuando pone su “voz especial”. Los aprendizajes en los que deriva son, por un lado, que los hombres podemos poner la norma (no jugar en la mesa) y acto seguido transgredirla. Y por otro, que esa transgresión pasa por lo que en cada momento nos apetece o decidimos, y que si trata de algo que molesta a las mujeres es doblemente divertido y satisfactorio. Es decir, los hombres podemos romper las normas siempre que se nos antoje aun siendo contradictorios. Ni la sociedad (normas sociales), ni las mujeres tienen autoridad sobre nosotros, la referencia de lo que está bien o está mal es precisamente lo que hacemos y lo que no hacemos, somos los únicos jueces de nuestros actos. Una ética del yo orientada a cumplir nuestros deseos y apetencias, un ejercicio de poder mediante el que establecemos los márgenes de lo justo con nuestros hacer, una bara de medir la realidad que tiene como referencia al “mí mismo” y que por tanto no se acerca a la realidad sino que se mantiene en una fantasía egocentrada, puramente ideativa.

Lo que muestra el padre con esa “voz especial” es que los hombres tenemos dos caras y una de ellas puede dar miedo. Miedo que puede sernos de gran utilidad para conseguir lo que queremos si no lo hemos conseguido por otros medios. Aprendemos así que tenemos la legitimidad de mostrar una parte monstruosa sin que dejemos de ser nosotros mismos. Nos damos el permiso a ejercer la violencia de manera eventual, en parte porque sabemos que no se nos va calificar como violentos. Por supuesto hay muchas formas de violencia y alzar el tono de voz (salida de la boca de un hombre) tiene unas implicaciones simbólicas ligadas al miedo, que se traducen en unos beneficios prácticos, obtener la razón o conseguir que se haga nuestra voluntad.

El colmo es el final de la escena, donde después de perseguir y disparar a la madre por todo el salón, el padre le dice que va a salvarla y la abraza, para en realidad sujetarla y que puedan dispararle a gusto.

Aprendemos que la violencia es divertida y no hay mal en hacer daño, que violentar a las mujeres, ejercer violencia sobre ellas no sólo es lícito sino que puede ser objeto de diversión, disfrute y placer. Otra cosa que aprendemos, cuando los niños salen de su cuarto con las metralletas disparando al padre y éste les hace un gesto a escondidas señalando a Nicole Kidman, es que el poder masculino se sustenta sobre la complicidad, al margen de otras condiciones o intersecciones como pueda ser en este caso la intergeneracionalidad. Aprendemos también a tener nuestro espacio de comunicación secreto al margen de las mujeres, a esconder cosas que sólo con hombres podemos compartir.

El colmo es el final de la escena, donde después de perseguir y disparar a la madre por todo el salón, el padre le dice que va a salvarla y la abraza, para en realidad sujetarla y que puedan dispararle a gusto. Aprendemos en situaciones como esa que mentir y engañar a las mujeres está bien, especialmente si es para conseguir lo que nosotros queremos y/o reforzar la fraternidad (construida por oposición y con base en la opresión del otro, diferente y desigual, las mujeres).

Es urgente que los hombres nos pongamos manos a la obra, que nos analicemos con perspectiva de género, que incorporemos la autocrítica como hombres y que llevemos a cabo un proceso de transformación de nuestro deseo, de la manera en que leemos a las mujeres y nos relacionamos con ellas. Es prioritario pensar sobre los anclajes de la masculinidad, las dificultades y las resistencias internas emergentes ante cambio que nos toca.

Falleció Scarlet Cuadra Waters, militante sandinista y fundadora de la Revista Correo

La periodista y militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional, Scarlet Cuadra Waters, de 62 años de edad, falleció esta madrugada en el hospital Militar de Managua, a causa de una enfermedad progresiva que la aquejaba.

Scarleth Waters era hija del poeta, narrador y periodista nicaragüense Manolo Cuadra. Fue fundadora del semanario Barricada Internacional, trabajó en la Asociación de Mujeres Nicaragüenses “Luisa Amanda Espinoza” (AMNLAE) y en el año 2008 fundó la Revista Correo.

COMPROMETIDA CON LA REVOLUCIÓN

El historiador y folclorista Wilmor López recordó que conoció a Scarleth Cuadra en 1978 y siempre demostró ser una mujer leal, honesta, alegre, contenta, pendiente de todo y comprometida con la revolución.

“A nuestro grupo de amigos nos llamaba la atención que ella era hija del poeta Manolo Cuadra, el hombre que impulsó e hizo toda las diligencias para que el Comandante Carlos Fonseca participará en el Sexto Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, realizado en Rusia, en 1955”, dijo Wilmor López.
La militante sandinista Scarlet Cuadra Waters
La militante sandinista Scarlet Cuadra Waters

El folclorista nicaragüense recordó la manera como Scarlet Cuadra les contestaba las preguntas sobre la relación de su padre Manolo Cuadra con el Comandante Carlos Fonseca a quien también lo instó a que escribiera el libro testimonial “Un nicaragüense en Moscú”.

“Ella fue un ser humano excepcional, solidaria y una punta de lanza al heredar el don de la pluma de su padre, escribiendo artículos interesantes, análisis, críticas y propuestas siempre defendiendo la revolución”, recordó Wilmor López.

MUESTRAS DE SOLIDARIDAD

Scarleth Cuadra tuvo tres hijos, el mayor Simbawe Aguirre Cuadra, procreado con el artista Arturo Aguirre; Manolo Ariza Cuadra y una niña que falleció a corta edad, productos de su relación con el español Pedro Ariza.

Sobre el fallecimiento de Scarlet Cuadra, distintos artistas nicaragüenses expresaron sus condolencias a través de las redes sociales, tal es el caso del cantante Diego Aguirre quien publicó en su facebook: “Es una pérdida enorme, mi corazón llora. Scarlet Cuadra una mujer alegre, combativa, digna heredera del rol de su padre el poeta Manolo Cuadra, mujer que hasta los momentos difíciles de su salud defendió con todo corazón el proyecto revolucionario con su grito Mí Comandante Se Queda”.

HONRASNEBRES

El cuerpo de Scarlet Cuadra Waters fue cremado y en su memoria, su compañero de vida Pedro Ariza, sus hijos Simbawe Aguirre Cuadra y Manolo Ariza Cuadra, sus hermanos Katherine y Pablo, su familia y amigos le ofrecerán una cantana a partir de las 5 de la tarde, en la Funeraria Monte de Los Olivos, en Managua.

Tu Nueva Radio Ya envía su más sentido pésame a la familia doliente por el sensible fallecimiento de Scarlet Cuadra Waters, militante Sandinista y defensora de las causas revolucionarias de los pueblos.

Gilberto Váldez: la lucha se construye desde otro lugar y con otras reglas

Entrevista a Gilberto Valdés Gutiérrez (Guanajay, 1952). Licenciado en Letras en la Universidad de La Habana (1974) y Doctor en Ciencias Filosóficas (Instituto de Filosofía, 2002). Investigador del Instituto de Filosofía. Se dedica en particular al estudio de los movimientos sociales y políticos, a los paradigmas emancipatorios en América Latina hoy y a la filosofía política y social en general. Coordina las actividades del grupo Galfisa (Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología) del Instituto de Filosofía.

Fernando Luis Rojas (FLR): En las discusiones sobre el socialismo, en ocasiones se desatiende el significado de este concepto para la gente, su lugar en el sentido común de los cubanos. ¿Qué opinas al respecto?

Gilberto Valdés Gutiérrez (GVG): Creo que existe una novedad conceptual en el denominado proceso de actualización y la discusión de una nueva constitución. Ambos procesos, que no están desligados, tienen un impacto en la noción que sobre el socialismo hemos incorporado en la teoría y el imaginario social cubano.

Como he dicho en otras ocasiones, en medio de tantos desaprendizajes necesarios y de tantas desconstrucciones desmovilizadoras es innegable la necesidad de ejercer, como diría Marx, la crítica radical de todo lo existente, sin que ésta retroceda ni frente a los resultados alcanzados ni frente al conflicto con las fuerzas existentes.

Hoy esa crítica implica “desaprender”, sin violar la continuidad de lo conocido, las nociones históricas conformadas y el instrumento cognitivo heredado, tal y como lo recibimos de versiones limitadas del llamado marxismo-leninismo.

Todas las discusiones desde la década del noventa hasta las que se llevan a cabo a partir del proyecto constitucional, deben ser concebidas como procesos de autoaprendizaje, en medio de la diversidad de propuestas. Las soluciones económicas, políticas, jurídicas, éticas, estéticas y culturales que necesitamos para enfrentar los nuevos retos no podrán efectuarse apelando a una cientificidad elaborada exclusivamente desde el recinto académico, ni solo aplicando procedimientos, técnicas y metodologías institucionales. Tampoco debe tratarse de un cuerpo conceptual a priori, construido al margen de las prácticas concretas, que se aplica para la concientización de los sectores populares.

Los saberes de la gente juegan un papel político regulador de primer orden, como aprendizaje proveniente del mundo de la vida cotidiana. Una de las amenazas con la que debemos lidiar, es la acostumbrada construcción de dicotomías (“esto o lo otro”), como presuntas antinomias que no pueden resolverse dialécticamente, por su carácter unidimensional. Un ejemplo de lo anterior es la escisión a veces desmovilizadora entre la economía y la política, entre plan y mercado, entre lo social y lo político, entre lo político y lo cultural.

A todas luces, existe una diversidad de posicionamientos éticos y políticos en torno a la Revolución, su densidad liberadora y su fardo de errores y proyecciones en las nuevas circunstancias. Muchos de estos posicionamientos reflejan sensibilidades generacionales.

Las transformaciones económicas, jurídicas y político-institucionales son fenómenos que generan estimaciones contrapuestas sobre los ritmos, orden, forma y sentido de los cambios particulares, pero que muy pocos objetan como salida ante la crisis de la economía cubana de los últimos años y la necesidad de renovar el consenso social socialista de cara a la movilidad y complejidad estructural y cultural que condiciona (y resulta de) tales acontecimientos.

Carolina García Salas (CGS): ¿Cuáles de esas transformaciones destacarías? ¿Dónde están las amenazas?

GVG: El redimensionamiento del Estado y la superación de su forma como Estado-empresario, el paso a la descentralización (mayor autonomía y facultades) de la empresa estatal socialista y su capacidad de planificación, incorporando emprendimientos autónomos en el mercado, la emergencia del sector privado en sus diversas variantes, las repercusiones de la Ley de la Inversión Extranjera en el contexto de nuestra economía y de nuestra sociedad, las reformulaciones acerca del modo de construir la hegemonía y el papel de la sociedad civil… Todas ellas activan el imaginario dicotómico conformado en décadas anteriores que reduce y empobrece la diversidad de opciones entre la noción socialista desplegada como estatalización extrema, frente a la cual –según ese modo binario de pensar_ presumiblemente solo se podría sustituir por la “mercantilización” como alternativa.

Habrá quienes sientan que se está “desmontando” el socialismo y reaccionen negativamente a los cambios y no faltarán, interna y sobre todo externamente, quienes a la vez que saluden las aperturas, llamen a seguir ensanchando el papel del mercado y la propiedad privada y la “liberación” de las trabas estatales que los constriñen, con la apuesta consecuente de un modelo de democratización que pretenda llenar el déficit procedimental democrático del Estado y el sistema político en el socialismo histórico, con el acervo democrático liberal.

Por esas dos razones: primera, no existe un “antídoto” válido para cada momento histórico que nos haga inmune a la posibilidad del retorno al capitalismo dependiente; segunda, porque serán cada vez más visibles las voces que nos estimulen a seguir dando pasos hacia la mercantilización de la vida; he insistido en la necesidad de abrir cauce y ensanchar el corredor cultural crítico del no capitalismo en la sociedad cubana.

CGS: ¿Qué entiendes por “corredor cultural crítico del no capitalismo”?

GVG: Primero, este corredor cultural está marcado por el debate. Implica una doble dirección, porque las propuestas que se desplieguen deben combinarse y articularse con iniciativas diseñadas e intencionadas desde el ámbito institucional. Pero no porque la gente le caiga atrás a la institución, pidiéndoles de favor que atiendan sus propuestas. Es necesario que las instituciones atiendan y respeten la auto-organización social de dichas emergencias y, las que son deseables, se multipliquen (espontánea e institucionalmente) no solo en nuestros centros educacionales, culturales y de investigación, sino en las organizaciones sociales y en las comunidades. No debemos prescribir negativamente a priori el carácter desinstitucionalizado de las subjetividades colectivas no capitalistas, no es una debilidad, ni les resta fuerza. Al contrario, es justamente uno de los componentes de su capacidad corrosiva radical: la lucha se construye desde otras bases, desde otro lugar y con otras reglas.

La realidad no es homogénea, incluso en una nación como Cuba que ha logrado conformar un tejido social articulado sobre la base de sellos identitarios fuertes. La realidad tiene lugares sociales y perspectivas diferentes.

Para que ese corredor cultural del no capitalismo pueda significar algo socialmente y se arraigue en el sentido común es necesario que sometamos a crítica otro parámetro estereotipado: los criterios inamovibles (y tan de moda) sobre “lo revolucionario” y “lo no revolucionario”. Hay una idea de Juan Valdés Paz sobre esa necesaria pluralidad del referente axiológico revolucionario. Valdés Paz dice en El espacio y el límite que la ideología de la Revolución es mucho más que una doctrina de Estado y debe ser lo “suficientemente heterodoxa y ecléctica como para dar cuenta de la diversidad social, la historia y culturas nacionales, las experiencias socialistas, nuestra cultura política y la permanente «batalla de ideas» contra el capitalismo y el sectarismo.”

FLR: Por lo que dices, ¿apuestas abiertamente por un escenario de aceptación de la diversidad como camino a ese corredor cultural crítico del no capitalismo?

GVG: El tema de la diversidad eclosionó en el mundo social y académico cubano en los noventa. La diversidad, aunque ha estado siempre, a partir de esos años ha adquirido mayor significación ética, política y visibilidad epistemológica. Pero igual que existe esa diversidad, existen sus lecturas. La diversidad (sexual, de género, racial, religiosa, social, ideológica, cultural, entre otras) la concibo no como un lastre a superar, sino como riqueza a potenciar y articular. Asumir las diversidades es un proceso de aprendizaje social y político y una necesidad que se precisa reconocer para que sea fuente de la emancipación.

Los seres humanos no se adscriben a una identidad única sino múltiple, a una multiplicidad de pertenencias que ellos mismos organizan de alguna manera en el marco de las obvias restricciones sistémicas, pero que están presentes de modo simultáneo y a la vez jerarquizan. El problema surge a la hora de determinar el referente axiológico, práctico-político para realizar la articulación: ¿debemos centrarnos en la diferencia como momento de esa diversidad o en su identidad?

Para que la diversidad no implique atomización y desbandada es preciso desear, pensar y hacer la articulación, o lo que es lo mismo: generar procesos socioculturales y políticos desde las identidades. El pensamiento alternativo es tal únicamente si enlaza diversidad con articulación, lo que supone crear las condiciones de esa articulación (impulsar lo relacional en todas sus dimensiones, como antídoto a la ideología de la delegación); fortalecer el tejido asociativo sobre la base de prácticas y valores fuertes (de reconocimientos, justicia social y justicia ambiental, equidad de género).

Pareciera que el reconocimiento de las diferencias resulta punto de partida para la constitución de sujetos con equidad y reconocimiento de las identidades respectivas. Sin embargo, la diversidad que se pretende asumir desde el “narcisismo de las diferencias” deviene recurso ideológico y cultural de dominación, cerrando el paso a cualquier reconstrucción que pretenda levantar, sobre tales diferencias, identidades sociales colectivas capaces de trascender el orden enajenante que las discrimina a todas por igual. Las razones últimas de la fragmentación se hallan en la enajenación del trabajo. La diversidad que necesitamos potenciar y articular es la que expresa la voluntad socializadora de los individuos en proceso de emancipación socialista.

CGS: En esta mirada a la transformación cultural que se necesita. ¿Qué lugar otorgas a lo simbólico?

GVG: Creo que para hablar de transformación cultural es necesario sacudirnos el empaquetado académico. En una visión educativa amplia, social-humana, no pueden desecharse las manifestaciones asociadas a lo marginal, lo vulgar, lo cotidiano, que por otra parte, tienen que ver con el individuo real: sus relaciones esenciales, sus gustos y preferencias, sus aspiraciones y necesidades materiales y espirituales. Aparece así la posibilidad de una educación de la sensibilidad que no contrapone cotidianidad a trascendencia, que no impone un ideal inalcanzable al sujeto, sino que lo prepara de manera participativa para co-construir sus propios canales estéticos, su propia subjetividad, hacerse responsable de su proyección en consonancia con la comunidad y la época.

Considero que hemos reflexionado poco sobre la evidencia que nos descubre la relación hegemonía / dominación, desde el papel de los componentes simbólicos que aporta la espectacularidad en la actual fase impositiva del capital. Uno de los pecados de las izquierdas en el último siglo ha estado signado por el candor utópico de que la justicia brilla con luz propia y no necesita escenografía en su presentación pública. La tarea consiste en deslindar lo mediático-manipulador y la perspectiva crítica-liberadora de las potencialidades humanas de la sensibilidad. No hemos estudiado suficientemente cuánto aportó la imagen mesiánica de los barbudos al aliento revolucionario de aquel enero cubano; el trasfondo estético y político de la canonización popular del Che en la Higuera; el costo político de algunos desaciertos mediáticos. “La cortina de hierro” con que se cubre el amo imperial es marcadamente cultural; la batalla ideológica por un mundo nuevo, se ha vuelto sumamente compleja.

Para favorecer la concientización y la autocomprensión de los sujetos sociales resulta clave alejarnos de todo didactismo insulso y panfletario. Ya sabemos, gracias a la práctica estetizada de la vida, que no es suficiente blandir argumentos racionales en un mundo en que la gente funciona desde otros canales, que siempre estuvieron ahí, pero que ahora se encuentran en ejercicio permanente más allá de lo que podíamos imaginar. El hombre participa de lo político no solo desde condicionamientos racionales. La emoción, la simpatía, el fervor, el entusiasmo, generalmente menospreciados bajo la sombrilla del racionalismo occidental, juegan un papel importante en la toma de decisiones individuales y colectivas.

No tienen sentido los intentos por negar la posibilidad actual de educar políticamente desde la admisión de la estetización y la re-estetización de la vida cotidiana. Si la escuela, la familia, las instituciones políticas, sociales, culturales revolucionarias no se sienten aludidas, ni intencionan su labor sobre estas bases, otros lo harán necesariamente. Y esos otros son los generadores de la cultura de la conservatización a que hacía referencia Fernando Martínez Heredia, que al igual que el apoliticismo, crea las condiciones sicológicas para el imaginario antisocialista.

FLR: Al escucharte da la impresión que no basta con preguntarnos ¿a qué socialismo aspiramos?, si no que debemos hablar también de la batalla que se da en Cuba hoy entre una cultura socialista y su opuesta, la capitalista.

GVG: En efecto. Enfrentar y superar multifacéticamente al capitalismo es un desafío histórico permanente en nuestra época, que trasciende la lucha de un país y de un grupo de países, que compromete a la humanidad en su totalidad. Hemos aprendido que no basta con subvertir solo sus resortes estructurales e institucionales de dominio y sujeción, sino es necesario comprender que está compuesto por “prácticas pequeñitas” –como dice Ángeles Eraña– de interacción social enajenada y fetichizada desde lo cotidiano.

Si no nos preparamos con nuevos procesos de aprendizaje/desaprendizaje sensibles para enfrentar esas prácticas e impedimos que se coloquen como norma reguladora del sentido de la vida la sicología del “éxito” individualista, el consumismo del “nuevo rico”, la insensibilidad frente a los privilegios reales, si no desafiamos la mirada economicista que desliga producción y reproducción de la vida, si reproducimos en nuestro accionar y sistema de valores el paradigma patriarcal discriminatorio de acceso al poder y al saber (centrado en el arquetipo “viril” y “exitoso” de un modelo de hombre racional, adulto, blanco, occidental, desarrollado, homofóbico y burgués), no podremos superarlo culturalmente en la perspectiva histórica.

CGS: Has mencionado con mucha fuerza la necesidad de atender el sentido común de las personas y su relación con la vida cotidiana. Esto pasa también por las alternativas económicas –en materia de propiedad y gestión– que caracterizan el ámbito cubano contemporáneo. ¿Qué opinas sobre estos temas?

GVG: Para Cuba, revolución por el socialismo con mercado es una realidad a asumir en el terreno práctico, de manera diáfana y no vergonzante, pero en modo alguno acrítica. El debate teórico y axiológico, lejos de estar dirimido, recién comienza en este punto. Ello explica la avidez con que desde los años noventa del pasado siglo las ciencias sociales cubanas han revisitado, con mirada histórica y crítica contextualizada, los temas vinculados al tránsito hacia la Nueva Política Económica (NEP) y la controversia posterior en torno a sus significados.

Un rasgo consustancial a esos procesos es que, en ocasiones, las medidas socialistas, justificadas o no, se alzaran históricamente sobre una especie de vacío, así como sobre una inadecuada preparación de los sujetos-actores sociales que impedía la plena hegemonía socialista.

Durante décadas se borró el conflicto, concientizado por Lenin, entre la superación económica de la propiedad privada y las circunstancias políticas que impusieron la vía jurídico-administrativa de dicha “superación”, como “castigo” a la burguesía en medio de la agudización de los combates de clase. El proyecto original, que sólo comprendía la instauración del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Soviets, devino forma sui géneris de “implantación” del socialismo. La guerra civil y el sabotaje convierten la expropiación y la nacionalización en medidas de autodefensa de la propia Revolución. Se trataba de condiciones excepcionales que en modo alguno hacían superfluas las conclusiones esbozadas en un texto como Las tareas del proletariado en nuestra Revolución, donde para Lenin el nuevo poder “no implanta”, no se propone implantar ni debe implantar ninguna transformación que no esté ya perfectamente madura en la realidad económica y en la conciencia de la inmensa mayoría del pueblo.

El resultado es la discordancia entre el desarrollo de elementos vitales (producción-distribución-consumo, administración-control-sociedad civil, y Estado-poder-ejercicio del poder); y de las relaciones que tienen como elemento central mediador el problema de la propiedad.

La discusión sobre la disparidad de desarrollo, sus causas y clasificaciones, tiene una larga historia. De lo que se trata es de determinar si fue posible o no, o si quedó trunca la alternativa socialista al capitalismo, como proceso civilizatorio y formacional nuevo, con su propia línea político-cultural de desarrollo, o si lo que devino fue una alternativa a la modernidad occidental, como proceso de actualización civilizatoria, sobre la base de un tipo de propiedad no capitalista.

¿Por qué comienzo por ahí? Porque a propósito de la NEP, la dificultad radica hoy en aceptarla o no como nuevo rumbo estratégico en el que, una vez conquistado el poder estatal por vía revolucionaria, y dar pasos gigantescos de subversión y ruptura con las relaciones sociales capitalistas (el régimen de propiedad) y los resortes superestructurales de la dominación capitalista, se retrocede o reacomoda el proyecto hacia una interfase en la que aún lo socialista no aparece como opuesto pleno, como superación societal multifacética del orden económico capitalista, aunque este esté distorsionado por una nueva dirección hegemónica en formación.

El Che fue un crítico respetuoso de la NEP y sobre todo de su impronta posterior en la URSS. A la vez que identificaba al sistema presupuestario de financiamiento como la vía idónea para el avance del socialismo y el comunismo en Cuba, reconocía con claridad que “la economía política del período de transición falta totalmente”. Fue el artífice principal de dicho sistema y polemista agudo del cálculo económico de corte soviético, y consideró necesario que “nosotros debemos mantener todavía, durante un tiempo, los dos sistemas y después entrar ya a discutir algunas cosas mucho más profundas…”. El Che se leyó a Lenin, y en las polémicas de la época escribe: “Tal es, precisamente, la tesis que permitía a Lenin decir que sí era una revolución socialista la de Octubre, y en un momento dado plantear, sin embargo, que debía irse al capitalismo de Estado y preconizar cautela en las relaciones con los campesinos”. El Che admite que en aquellas condiciones, “cuando el atraso es muy grande, la correcta acción marxista debe ser atemperar lo más posible el espíritu de la nueva época, tendiente a la supresión de la explotación del hombre por el hombre, con las situaciones concretas de ese país; y así lo hizo Lenin en la Rusia recién liberada del zarismo y se aplicó como norma en la Unión Soviética”.

El defensor del sistema presupuestario de financiamiento, reconoce que tanto la argumentación sobre la NEP, como de la variante aplicada posteriormente en la URSS del llamado cálculo económico, es “absolutamente válida y extraordinaria por su perspicacia en aquel momento, es aplicable a situaciones concretas en determinados momentos históricos”. Yo te diría, que a mi juicio la identificación de la NEP con la política económica seguida en la URSS, es válida a los efectos argumentativos de la crítica de Che y sobre todo de su concepción diferente sobre la transición socialista en las condiciones cubanas, aunque existen sustantivas diferencias de concepción económica, y sobre todo en materia de estrategia política, en la propuesta inconclusa de la NEP y las variantes que le sucedieron tanto con Stalin como con los ulteriores momentos del llamado socialismo real.

Pero la época y las condiciones de radicalidad en que surge y avanza la Revolución cubana, está marcada por el establecimiento de todo el sistema mundial del socialismo. El Che se pregunta: “¿Cómo se puede producir en un país colonizado por el imperialismo, sin ningún desarrollo de sus industria básicas, en una situación de monoproductor, dependiente de un solo mercado, el tránsito al socialismo”?

En este contexto de radicales transformaciones estructurales y concientización popular (expropiaciones, nacionalizaciones, leyes en beneficio popular), de aguda lucha de clases es que debemos entender las propuestas teórico-prácticas de Che Guevara y en especial el Sistema Presupuestario de Financiamiento como concepción integral (económica, política y cultural) de construcción socialista. Para Che la posibilidad de avanzar en la acumulación originaria socialista era un imperativo económico y cultural que hacía pertinente los esfuerzos del trabajo liberado por la Revolución en aquella década de rupturas y avances civilizatorios. De ahí su convicción (avalada además por la idea de la época de que el marxismo podía prever, pronosticar casi en detalles las líneas de acciones revolucionarias) de “forzar la marcha de los acontecimientos, pero forzarlos dentro de lo que objetivamente es posible”.

FLR: Pero, ¿cómo conecta esto con la realidad cubana actual?

GVG: No tiene sentido hoy contraponer de modo libresco las conceptualizaciones y estrategias de desarrollo que respondieron a problemáticas concretas en cada etapa y coyunturas del proceso emancipatorio cubano, al proceso en curso de reestructuración de la economía y la sociedad en las actuales condiciones. Incorporar la médula racional de cada polémica, de las posiciones divergentes confrontadas en esta historia es una necesidad que problematiza y enriquece el debate de nuestros días. Virtud de Che fue su pensamiento cuestionador de dogmas, sometiendo sus propias nociones a la crítica revolucionaria.

En una de las reuniones bimestrales (verdaderos espacios de discusión revolucionaria plural, de aprendizaje colectivo), al incentivar una lectura histórica de El Estado y la revolución señalaba que “en cada momento tenemos que tomar medidas que en el momento siguiente podrán no ser correctas y que en el momento anterior pudieran no haber sido correctas, y que a lo mejor en este momento no son correctas tampoco, es verdad, pero hay que analizarla en el sentido dialéctico de que todo está en movimiento, de país cercado por el imperialismo, con profundos problemas internos de producción, en proceso de reestructuración de sus instituciones…”.

Esta reflexión es muy significativa tratándose de Che Guevara, para quien el proyecto socialista era multifacético e integral, y debía “crear” el hombre y la mujer nuevos, y también una nueva cultura. No solo necesitamos más que nunca el antimperialismo y la visión anticapitalista de Che, sino retomar en los actuales escenarios de diálogos y disputas la acción multifacética de intelectuales revolucionarios que no sean “asalariados dóciles al pensamiento oficial ni becarios que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas”.

Para pensar la continuidad de la Revolución hay que volver sobre lo que parecía ya entendido y hasta superado (no para incorporar acríticamente o rechazar por presunta inviabilidad), sino para resignificar todo lo valioso desde las nuevas condiciones nacionales e internacionales en que nos desenvolvemos.

Las transformaciones en curso asumen (o deben asumir) ese desafío. En consecuencia, se produce una transformación del Estado, la Sociedad Civil, así como de sus relaciones mutuas. También de los vínculos del Estado con el ciudadano y del individuo con la colectividad. En ese proceso de redimensionamiento aparece con fuerza el rescate del mercado.

El tema es polémico. A mi juicio, la complementariedad de mercado y plan, mercado y socialismo, espontaneidad y autoridad, siendo absolutamente necesaria para toda una época interformacional, de límites imposibles de fijar desde el presente, no es el “gran descubrimiento”: es el gran sucedáneo de nuestra incapacidad intelectual (o de la inmadurez societal) para descubrir el secreto de la superación histórica de la civilización del capital, pese a que asumamos conscientemente el reto que nos impone dicha época. Tal vez la paradoja sea consecuencia de aquella observación de Marx: “No basta con que el pensamiento acucie hacia su realización; es necesario que la misma realidad acucie hacia el pensamiento”.

Admitiendo que el mercado —contenido viejo que actúa en este caso como forma— puede y tiene que ser utilizado en la nueva “esencia” socialista (aún infomal en tal sentido), su talón de Aquiles radica en hacer caso omiso de las condiciones fundamentales donde éste debe actuar. ¿Cuáles serán sus nuevas leyes, papel y lugar en el sistema socioeconómico? ¿Qué contenido tendrá el mercado que lo haga adecuado al proyecto social y a la economía social socialista? ¿Cómo “domesticarlo” para que no imponga a través de su simbolicidad los valores que naturalizan la explotación transnacional y el dominio imperial sobre nuestros pueblos?

Hay suficientes elementos históricos para consentir que el fin de la producción capitalista de mercancías no es el fin de las relaciones mercantiles, toda vez que continúa un proceso de producción y un intercambio de productos supeditados a la división social del trabajo. Sin embargo, la mera extensión de las leyes del mercado al socialismo, sin una determinación clara del mecanismo de acción y subordinación de las mismas, muestra, hasta el momento, la posibilidad de reversión de la alternativa socialista como alternativa de emancipación humana.

FLR: Finalmente, por estos días se discute el anteproyecto constitucional. ¿Te parece un proyecto que se subordina a la realidad o que dialoga con ella sin renunciar al horizonte socialista?

GVG: Quiero partir de que se trata de un proceso democrático, cuya esencia no se agota (o no debe agotarse) con que la gente trasmita sus criterios. Después viene la manera en que esos criterios toman cuerpo en el proyecto, y luego, cómo se implementan.

Ahora bien, esta discusión expresa, al mismo tiempo, la necesidad de continuar trabajando en el ensanchamiento de ese corredor cultural del no capitalismo, y la situación real de la cultura acumulada y existente en Cuba a la altura de 2018. Procesos como este hacen emerger, visibilizar, fenómenos que ya existen. Los planteamientos conservadores presentes en el proyecto o que emergen en la discusión popular, digamos, por ejemplo, los relativos a la supresión del horizonte comunista o los disímiles criterios generados por el Artículo 68; son un termómetro. El asunto está en qué hacemos. Como país se asume el compromiso de consultar, escuchar y tener en cuenta a todos los ciudadanos, pero como individuos tenemos la libertad de resistirnos ante estas manifestaciones conservadoras. Nos hace falta una izquierda anticapitalista sólida, sin temores, diversa pero no atomizada, y quizás este sea un asunto de comunión entre las diferentes posiciones existentes.

‘Roma’: sororidad de mujeres solas

‘Roma’: sororidad de mujeres solas
Alfonso Cuarón hace un perfecto retrato de cuál ha sido y es el lugar de las mujeres en un orden patriarcal en el que el poderío masculino es posible gracias a la subordinación de ellas
3
Conéctate
Octavio Salazar
Córdoba 26 DIC 2018 – 11:55 CET

Un coche enorme que, procedente del espacio público (masculino), entra con dificultad en el portalón de la casa (femenina). No vemos el rostro del patriarca. Lo intuimos a través de sus manos que sostienen un cigarrillo y que maniobran al volante. El profesor, el marido, el padre, el proveedor. Un hombre con traje que, ausente del hogar, vuelve a él con el poder que le da haber nacido con un pene entre las piernas. El tipo que, aunque apenas ocupe un par de escenas, y del que apenas escuchamos su voz, es en gran medida el detonante de lo que pasa en las habitaciones. Esa escena del coche que, al entrar, va pisando mierdas de perro, es solo una de las muchas con las que Alfonso Cuarón, con unos planos que parecen querer mantener una cierta distancia objetiva y con una narrativa que no impone ningún credo, dibuja a la perfección el contexto y los personajes de su Roma.

Es esta una de esas películas milagrosas en las que la mirada de un hombre creador es capaz de situarse más allá de su ombligo de genio y de posarse sobre la realidad las mujeres que siempre han existido para que nosotros fuéramos justamente los divinos, los autónomos, los protagonistas. Con evidentes tintes autobiográficos, el director de Gravity nos adentra en el universo de una familia o, mejor dicho, de una familia en crisis, y lo hace a través de los pasos medidos, prudentes y domesticados de las que cuidan. Esos seres para otros, que diría Marcela Lagarde, que, de la mañana a la noche, viven entregados a las necesidades, materiales y emocionales, de los demás.

Con la ayuda de un blanco y negro que consigue situarnos en un espacio temporal concreto, y que contribuye a que los hilos narrativos lleguen a nosotros sin apenas florituras, Cuarón nos hace un perfecto retrato de cuál ha sido, y es, me temo, el lugar de las mujeres en un orden patriarcal en el que nuestro poderío es posible gracias a la subordinación de ellas. Basta con seguir la rutina de Cleo, encarnada más que interpretada por ese brutal descubrimiento que es Yalitza Aparicio, para ir sumando las renuncias, las dependencias y los sometimientos. Todo ello al tiempo que encontramos todas las claves que podrían servir para explicar con ejemplos la ética del cuidado, así como para poner en evidencia cómo ellas, y no solo las que están en peores condiciones socioeconómicas, han sido siempre seres disponibles. Las encargadas de satisfacer los deseos y las necesidades, por supuesto incluidas las sexuales, de un varón que las considera intercambiables y que vive proyectado en el trabajo, en la lucha, en la fortaleza que da sentido a su rol de héroe.

Ese joven entregado a las artes marciales, al que luego vemos empuñando una pistola, es otro retrato magnífico de cómo la masculinidad hegemónica se construye sobre el músculo grasiento, y con frecuencia ensangrentado, de los cuerpos que compiten, se pelean y hasta se matan entre sí. La violencia normalizada que con demasiada frecuencia acaba convertida en humillación de las que no son consideradas equivalentes.

Cleo es una de esas mujeres, de esos millones de mujeres, que sufren una discriminación interseccional. Su singular vulnerabilidad deriva en primer lugar de su condición de mujer, que es la que la sitúa en una subordinación estructural, a la que habría que sumar su condición de indígena y su pobreza. La suma de todos estos factores no hace sino situarla en una posición de extrema fragilidad: una especie de nadie, en palabras de Eduardo Galeano, que solo puede ser identificado socialmente en función de aquellos a los que sirve. Es decir, Cleo es una de esas mujeres que carecen incluso de subjetividad —así, cuando llega al hospital, es imposible saber su apellido o su procedencia— y que podría ser otra cualquiera. Una idéntica en un mundo en el que la igualdad ha sido siempre monopolio disfrutado y administrado por los varones. Ellas: las paridoras, las esposas, las limpiadoras, las putas. O sea, las cautivas.
MÁS INFORMACIÓN

‘Roma’: sororidad de mujeres solas
La infancia de Cuarón tiene rostro de mujer
‘Roma’: sororidad de mujeres solas
Cine hermoso y puro, o sea, Cuarón | Por Carlos Boyero

Más allá pues del magnífico retrato de una época y de un lugar determinado, Roma es un emocionante relato sobre cómo el patriarcado genera víctimas y silencios. De cómo el amor, Roma al revés, ha sido durante siglos la excusa perfecta para mantener a las mujeres en una situación de dependencia. De cómo los hombres nos hemos servido de quienes se han ocupado de la intendencia material y emocional para poder ocupar los púlpitos. De cómo la sororidad ha sido siempre la estrategia afectiva y política que ha permitido que mujeres diversas, y en clara contradicción con el discurso patriarcal que las convierte en enemigas entre sí, se apoyen mutuamente y sobrevivan en condiciones adversas. “Estamos solas”. La soledad que supone carencia de voz, sentirse manejadas en función de los intereses del macho dominante, habitar como de prestado el espacio público de las oportunidades y los derechos.

El paso lento de Cleo, sus ojos tristes, sus abrazos amorosos, sus sonrisas difíciles de descubrir, son una bellísima lección sobre cuál ha sido la historia interminable de las mujeres. De tantas y tantas mujeres. Las que Cuarón conoció en su infancia y las que todas y todos podemos identificar en nuestras vidas. Las que rescatadas del olvido y convertidas en memoria deberían ser hoy palanca más que luminosa para pensar en un futuro sin siervas. Es decir, con mujeres que puedan elegir su soledad —cuánto he pensado en Carmen Alborch al ver esta película— y que tengan en sus manos las herramientas necesarias para modelar sus proyectos de vida. Unas vidas no construidas para salvar a los demás sino para salvarse a sí mismas. La revolución del amor que empieza por la de unas leyes, escritas y no escritas, que liberen a todos los seres humanos de la servidumbre consistente en limpiar las mierdas de los perros ajenos. La revolución que pide a gritos hombres sin cochazos y sin mayúsculas. El feminismo que nunca debería olvidar que la desigualdad social y económica es la madre de todas las batallas.

Revelando la africanidad salvadoreña

Revelando la africanidad salvadoreña

Escrito por: Jorge Colorado Publicado: 23-06-14 Comentarios: 0

83

EmailShare

lienzo Quauquechollan

Porción del Lienzo de Quauhquechollan (Siglo XVI) en donde se muestra un personaje con características africanas acompañando a los conquistadores españoles que se dirigen hacia el actual territorio salvadoreño.

Desde los trabajos de don Pedro Escalante Arce y Carlos Loucel Lucha, el tema de la africanidad salvadoreña ha ido tomando importancia en el estudio científico del pasado y de la identidad salvadoreña, a pesar de ello, el gran público todavía desconoce que nuestro pasado salvadoreño estuvo ligado con África, un continente que hoy nos parece muy lejano.

Hay que decirlo sin rodeo: sí, en El Salvador hubo africanos, fueron traídos aquí por los europeos durante los tres siglos que representó el período colonial, construyeron un grupo social dinámico y en algunos casos llegaron a tener un fuerte poder económico.

La africanidad no es cosa del pasado, hoy gran parte de la población salvadoreña sino es que todos tenemos un antepasado africano, es un tema apasionante que vincula nuestra historia personal y nacional, por ello se me ocurrió entrevistar a alguien especializado en el tema y quien mejor que mi colega Marielba Herrera.

Marielba Herrera es una antropóloga salvadoreña que se ha dedicado en los últimos años al estudio de la religiosidad, al patrimonio, la identidad y ha trabajado desde hace varios años el tema de la afrodescendencia salvadoreña.

En la actualidad colabora con la Vicerrectora de Investigaciones de la Universidad Tecnológica de El Salvador y es investigadora adjunta de la Academia Salvadoreña de la Historia, pertenece a una red de investigaciones de religiosidad del Cristo Negro a nivel centroamericano y ha colaborado con la de la Universidad San Carlos de Guatemala y con la Universidad Nacional Autónoma de México.

¿Cómo llegaste al tema de la africanidad en El Salvador?

Llegué a esto porque en el trabajo que se realizó sobre Macario Canizales con la UTEC, en Izalco, comenzamos a encontrar ciertos elementos que no correspondían a lo indígena y que tampoco eran cristianos. Es complicado hablar de esto porque nosotros tenemos tan metida la idea del blanqueamiento mental y la colonización que hemos dejado de lado el tema de la africanidad.

Hablando con otro colega antropólogo (Cristian Hernández), me dijo un día que en Ereguayquin (Usulután) hay una danza que si vos lo escuchás no parece tan indígena y tampoco tan cristiana.

Entonces, llegando a ese punto, propuse en algún momento junto con mi colega de investigación José Heriberto Erquicia, de la UTEC, abordar trabajos desde la línea de la afrodescendencia, que en ese momento fue un boom, porque cuando comenzamos se declaró el año de la afrodescendencia.
10479706_1426702194282284_1601425286_n

Marielba Herrera durante trabajo de campo antropológico

¿Pero a ti te ha llamado la atención la idea de los afrodescendientes desde mucho antes?

Sí, el tema siempre lo he tenido presente, llegué a él de la misma forma que llegaron muchos investigadores, esto es porque tenemos un ancestro que fue africano, yo soy afrodescendiente.

Yo me acuerdo cuando estaba pequeña mi padre me contaba de su bisabuelo, habían varías historias familiares, me decía que mi bisabuelo era blanca, pero mi bisabuelo era distinto, cuando le preguntaba a qué se refería él con ser distinto, yo le preguntaba si era indígena y él me decía que no, que no lo era. Entonces me comenzaron a surgir las dudas y esto a la larga me dieron pie a considerar que mi abuelo pudiera haber sido de estos últimos cimarrones que la historia los conoce como los volcaneños del volcán de Santa Ana. Mi bisabuelo se llamaba Jacinto Herrara Grijalva, investigando me doy cuenta que el apellido Grijalva está asociado a un grupo de afrodescendientes de la zona de Ahuachapán, así que también estaba relacionado con ellos directamente.

En las fotos de mis tíos abuelos, ves las diferencias de los blanquitos, chelitos, ojos claros, pero que tienen esos rasgos muy fuertes africanos, como la nariz, los labios y de repente tenés del otro lado que son hijos morenos, que sí tiene los rasgos mucho más fuertes. Y otras cosas… por ejemplo, a mi bisabuelo lo conocían en Santa Ana como Don Chico Diablo, porque él era el brujo de ahí, pero eso es parte de la otra historia familiar que todavía estoy recopilando.

¿Entonces sí te sentís identificada con la africanidad salvadoreña?

Genéticamente sí, pero es que en El Salvador, como se tiene la idea o el mito que como no hay costa atlántica o que Martínez los sacó, la gente cree que los afrosalvadoreños o afrodescendientes son personas que vienen de afuera. Pero todos los que nos identificamos de alguna forma con esa africanidad lo podemos identificar como algo netamente genético, nos definimos a partir de la piel, de tus rasgos físicos, pero no hay un arraigo cultural fuerte, aunque en la sociedad salvadoreña sí tenés estos elementos culturales mulatos desde la colonia que han prevalecido hasta la fecha.

Por ejemplo, en la danza de San Benito de Palermo, la danza, es obvia la imagen del santo negro de San Benito que según la tradición africana que llega a América, es traída por los Angolanos. En El Salvador hay una serie de documentos que te hablan de personas que fueron traídas de Angola y que fueron vendidas en el puerto de Acajutla.

En el caso de San Benito, creemos que surge en un contexto en el que los mulatos trabajaban en las haciendas añileras, esto a finales del siglo XVIII, esas ideas de poder reunirse o fusionarse en una sola imagen negra te va a dar una identidad y te va a indicar de que grupo étnico estaban viviendo en ese lugar en particular.

Vos ves a San Benito de Palermo y entendés que iconográficamente los atributos que la gente le haga a la imagen, tiene que ver con esa vida del campo, sobre todo en la ganadería, que era el oficio donde los mulatos trabajaban durante la época colonial.
Trabajadores afrodescendientes a inicios del siglo XX

Trabajadores afrodescendientes a inicios del siglo XX

¿Por qué vemos más cosas indígenas y españolas que africanas?

Creo que lo vemos por el proyecto del Estado-Nación, que como en México se tuvo que recurrir a ese pasado prehispánico, glorioso, fuerte, para poder crear una identidad nacional, en éste país ser negro para la gente es ser descendiente de esclavos y la gente no quiere ser eso. La gente prefiere, a mi criterio, esto es una opinión muy personal, la gente va a preferir ser descendiente de alguien que perdió todo, que fue sometido, que fue víctima, a ser otro tipo de persona.

Pero bueno, recordemos que también los negros que llegaron a América, fueron arrancados de sus tierras, llegaron a un lugar donde no pertenecían, donde tuvieron que sobrevivir de alguna forma y es en ese proceso, cuando se empiezan fusionar africanos recién llegados a indígenas en El Salvador, ves esa fusión afroindígena.
plantaciones de azucar

Africanos en una plantación de azúcar, imagen colonial, imagen obtenida de libro “Del olvido a la memoria” UNESCO.

¿Tu decís los zambos?

No, porque el zambo viene a ser otra caracterización, a la hora de crear las castas se crearon a partir de lo físico, pero de repente hubo estatus sociales que te modificaron el nombre como mulato libre y no quería decir precisamente que tenías que ser evidente negro, hay afrodescendientes blancos, no podes llevártelo sólo a lo físico, esto también incluye lo político, lo militar, lo económico.

Hoy por hoy, ¿La población salvadoreña está muy vinculada con lo afrodescendientes?

Sí, no te puedo decir que todos, pero un gran porcentaje de la población sí, en todos lados. El último censo, saca un aproximado de 7,000 mil personas auto identificándose afrodescendientes. No es un número tan alto pero te está diciendo que hay gente que está sintiéndose descendiente de africanos. Claro, esto tiene sus problemas, habrá que ir a ver quienes dijeron eso, además el censo fue muy cuestionado, entonces puede ser “negro de raza” porque sos muy oscuro de la piel, podés decir que “yo soy negro porque me dicen el negro”, esa es una tarea pendiente de la antropología. Tenés que ver en que se basa esa negritud, si de lo biológico, cultural, político o de que.

Actualmente se está dando el fenómeno de la migración, por ejemplo en San Alejo, me decía alguien que tiene hijas que se han ido a Estados Unidos y han regresado embarazadas y han tenido hijos de afroamericanos. Hay que tomar en cuenta todas estas variables para poder hacer estudios en la actualidad.

Una pregunta clásica que la gente siempre hace ¿Por qué en Honduras, Panamá, Jamaica, Belice, el sur de Estados Unidos es evidente los negros y aquí en El Salvador no?

Es que mirá, en El Salvador por estar fuera de esa área circuncaribe lo hemos vivido de otra forma y el mestizaje aquí fue mayor que en la zona del Caribe, en estas zonas se establecieron parejas entre ellos, es que ellos se han mantenido y se pueden identificar más fácilmente que en El Salvador.

¿Se han hecho estudios genéticos de ADN mitocondrial?

Como tal no, hay algunos estudios pequeñitos, pero un verdadero estudio no se ha hecho. Yo me haría un estudio genético para reafirmarme lo que ya se, sólo tengo que ver las fotos de mi familia y mi historia familiar para saber que sí, estoy vinculada a ese pasado africano.

¿Qué característica debería de tener un salvadoreño cualquiera para poder sospechar que quizás tuvo pasados africanos? Y esto te lo pregunto desde los aspectos más físicos que los culturales.

La gente lo resume al fenotipo, no todos los colochos (rizos) son afrodescendientes, si tu familia es de Usulután, San Vicente, Metapán, tienes piel oscura, podrías tener un tono de piel un poco más oscura que los demás, una nariz amplia, aunque no todas las narices amplias suponen afrodescendencia, pero tenés esa idea que yo no parezco indígena del todo, ni europeo y sospechas y a partir de ahí deberías de hacer una exploración de tu pasado, preguntándole a tu familia. Se dan cosas interesantes, por ejemplo gente que es totalmente blanca me la he encontrado y me dicen que estudiando su familia han detectado orígenes africanos.

¿Los africanos sufrieron más que los indígenas durante la colonia?

Es difícil de precisar, pero si vos revisas a Gutiérrez y Ulloa antes del levantamiento de 1811, él te dice que los mulatos son la clase económica emergente, que era el número más grande de la población en El Salvador para ese momento.

Siguiendo esa clasificación un tanto difusa ¿Podríamos considerar a los mulatos como ladinos?

Ese es un problema, un caso típico que yo encontré estudiando un documento de finales del siglo XVIII, donde un cura dice que está bautizando a unos niños gemelos, de una madre mulata, la niña nace blanquita y el cura la asienta como ladina, y su hermanito nace negrito, el mismo cura lo categoriza como mulato. Quién definía en ese momento quien era que étnicamente hablando, era el que llenaba la fe de bautizo, y esto lo hacía según el tono de piel. Y esto era un problema, porque con el tiempo los mulatos comenzaron a aparecer como ladinos por la decisión de otro o por las variaciones del color de la piel.

El Estado-Nación y sus políticas racistas de finales del siglo XIX y siglo XX fueron minimizando, fueron negando la existencia de la africanidad. Le decía a alguien, el indígena fue y ha sido conscientemente invisibilizado, sí y ahí los tenés, los identificas. En el caso de los afrodescendientes, fueron negados totalmente, pero claro, están ahí, estamos aquí todavía.

Minacce di espatrio e accuse di fascismo, storia del declino di una sinistra

Minacce di espatrio e accuse di fascismo, storia del declino di una sinistra
Alessandro Catto

“Nelle file del partito democratico cristiano si raccolgono masse di operai, di contadini, di intellettuali, di giovani, i quali hanno in fondo le stesse aspirazioni nostre perché al pari di noi vogliono un’Italia democratica e progressiva, nella quale sia fatto largo alle rivendicazioni delle classi lavoratrici.”

In questa frase pronunciata durante un comizio di Roma da Palmiro Togliatti nel 1944 troviamo la summa della politica comunista gramsciana, derivata da quella essenziale battaglia tutta volta a conquistare l’egemonia culturale e, conseguentemente, elettorale nel paese.

Una politica diretta alla conquista delle simpatie popolari, fatta di caparbi tentativi di comprensione verso le pulsioni delle masse, finanche di infiltrazione di militanti comunisti nelle principali organizzazioni avversarie per studiare, capire e convincere. Un modus visto all’opera, del resto, anche durante il ventennio mussoliniano, quando fare gli antifascisti era decisamente meno comodo di farlo ora, a fascismo ben concluso.
Con questo breve incipit storico non voglio di certo accusare di fascismo il nuovo esecutivo, visto che ci pensa già abbondantemente il coro di media e stampa mainstream impegnato a dipingerci Salvini come il nuovo Goebbels e Di Maio come un incapace inetto, sorvolando ben volentieri sui motivi del successo elettorale dei due soggetti e sulla migrazione, pressoché completa, delle classi popolari verso i loro partiti.
Voglio al contrario far notare il profondo cambio di paradigma che ha coinvolto la cultura progressista del nostro paese, passata da una umile e pur encomiabile opera di convincimento ad una licenza di denigrazione ed offesa senza precedenti, o alle risibili minacce d’espatrio (ahimé raramente seguite dai fatti) provenienti dagli spalti più chic del proscenio intellettuale, sintomo, più che di una presunta aristocrazia del pensiero, di una dissociazione dalla quotidiana realtà di milioni e milioni di abitanti che delle promesse del cosmopolitismo glamour, finora, hanno raccolto solo gli ampi lati deleteri, dall’immigrazione senza sosta alle delocalizzazioni, dalla concorrenza salariale al ribasso all’assenza di sicurezza nelle periferie.
Viviamo giorni nei quali il prezioso contributo liberal al dibattito politico, al posto di concentrarsi sulle contraddizioni e i danni del modello fin qui proposto, sciorina mete di destinazione ed approdo della autoproclamata “parte migliore del paese”, che vuole scendere dalla giostra, che vuole fuggire dai populismi, dai nazismi, dai fascismi e vivere in un eden fatto di abbracci multiculturali, sorrisi europeisti e simposi tra anime belle, dimenticandosi che il modello cosmopolita tutto ponti e abbracci tanto propagandato è talmente condiviso che ormai in qualsiasi parte d’Occidente soffia fortissimo il vento del sovranismo, della riappropriazione degli spazi, delle identità e dei confini, dal governo gialloverde alla Brexit, dall’Austria al gruppo Visegrad, da Putin a Trump.
La sinistra paga il conto delle tante promesse di salvezza fatte e giocoforza mai mantenute, nonché della propria lontananza culturale e della propria autoreferenzialità, che hanno fatto passare un intero scacchiere politico dalle rivendicazioni giacobine alla puerile distribuzione di brioches al sapore di Maria Antonietta.
Mai un tentativo di comprensione, mai l’umiltà di calarsi nella parte dell’elettore leghista, delle istanze espresse dagli altri, mai la capacità di comprendere il presente e le sue contraddizioni ma sempre l’insopportabile spocchia nell’encomiarlo, nel ritenerlo l’unico mondo possibile, nel ritenerne le opposizioni sempre puzzolenti e impresentabili, finendo col divenire guardiani d’ordine e depositari delle responsabilità dell’esistente.
Il problema è che il palazzo reale sta cadendo a pezzi e rivendicare con orgoglio la propria fuga dalla realtà non fa che amplificare il proprio fallimento, così come continuare a dipingere l’alternativa come una masnada di fascisti, razzisti e nazisti non fa che spingere ulteriormente il popolo verso la realtà, irrimediabilmente diversa dagli aristocratici peri nei quali restano assisi, fortuna loro, la maggior parte degli odierni narratori.
Viene proprio da dire che qualunque simpatizzante leghista, qualunque elettore di centrodestra o militante pentastellato non deve affatto augurarsi la scomparsa dell’attuale sinistra, ma deve augurarsi una sua lunga presenza tra noi mortali e una sua forte salute, perché a fronte di una alternativa tanto inconsistente la rendita è assicurata per almeno un lustro

La (stessa) musica del mondo

La (stessa) musica del mondo
Giuseppe Laterza

Come funziona la globalizzazione della cultura? Un modo per rispondere è guardare alla musica, forse il consumo culturale più globalizzato che esista. Un buon osservatorio ce lo forniscono gli utenti di Spotify, più di cento milioni di persone in giro per il mondo.

Le classifiche per paese disponibili sulla piattaforma di streaming sono una interessante rappresentazione del modo in cui concretamente prende forma un fenomeno planetario. I primi dieci brani musicali della classifica americana sono abitualmente in cima alle classifiche di tutto il mondo.

In questi giorni, per esempio, “Shape of You” di Ed Sheeran (inglese) è primo in America e anche in Germania, Australia, Giappone, Malesia, Indonesia, Svezia, Nuova Zelanda, Finlandia, Filippine, Francia… Stessa situazione per i brani dei Chainsmokers (americani), Drake (canadese), The Weeknd (canadese di genitori etiopi), Migos (americano), Taylor Swift (americana) nei primissimi posti in tutte le classifiche. Spotify non fornisce i dati – e la musica – di grandi paesi, come la Cina e l’India e dell’intero continente africano.

È comunque impressionante vedere come attecchisca la stessa musica in America come in Giappone, in Australia come in Europa. Musica al 90% americana e inglese, con qualche inserzione canadese e australiana (Sia). Con una rilevante eccezione: il Sudamerica. Qui è un’altra musica a dettare legge,con il reggaeton che prende il posto del rap e dell’hip hop.

Stessa musica in Argentina e in Messico, in Honduras, Guatemala, Costarica, El Salvador: qui si canta prevalentemente in spagnolo. In Brasile al primo, secondo e terzo posto musicisti locai, anche se con ritmi molto simili ai colleghi anglosassoni. Neanche un brano di musica nazionale invece nelle classifiche tedesche, austriache e polacche, poca in Svezia e Danimarca, un po’ di più in Finlandia. Stessa situazione in Giappone: solo quattro brani sui primi cinquanta sono di artisti nazionali.

In Francia invece c’è molto rap francese ai primi posti in classifica. In Turchia al primo, terzo e quinto posto gruppi musicali turchi; al secondo, quarto e sesto inglesi e americani. E in Italia? La classifica è identica a tutte le altre, con il dominio incontrastato degli stessi musicisti inglesi e americani che si ascoltano in Malesia e in Indonesia. Nei primi cinquanta posti solo quattro cantanti italiani: J-AX, Fedez,Tiziano Ferro e Carmen Consoli.
Morale della favola: non sembra che in fatto di gusti i risorgenti nazionalismi abbiano fatto breccia. I giovani di paesi ai quattro capi del mondo parlano la stessa lingua musicale. L’altra faccia della medaglia è che l’unica musica che colonizza le classifiche è quella anglosassone, dando ragione a chi vede nella globalizzazione una forte componente di omologazione. È pur vero che il fenomeno non è nuovo: da dove veniva la mitica generazione rock nata negli anni ’40 dei Beatles e dei Rolling Stones, di Bruce Springsteen e Bob Dylan, di Janice Joplin e Tina Turner?
Ed è significativo che quella generazione, con poche eccezioni, fosse bianca mentre oggi la musica dominante è fatta in buona parte da neri. La diffusione della lingua inglese conta fino a un certo punto, perché la musica è una lingua a sè, una lingua universale. E dato che esiste certo una musica diversa, attraente e pop in altre aree del mondo, come mai è così raro che abbia successo fuori dei confini del proprio paese? Non è solo questione di potenza economica o commerciale.
Potrà nascere in futuro una nuova globalizzazione multiculturale o ascolteremo tutti musica cinese?