Álvaro Cedeño: Conceptos remolones

Álvaro Cedeño: Conceptos remolones
POR Álvaro Cedeño / acedenog@gmail.com – Actualizado el 11 de mayo de 2015 a: 03:33 p.m.

¿Cuánto tiempo tarda una buena idea en convertirse en resultados? Con cuánta frecuencia le ponemos ilusión a una idea, pensando erróneamente que pronto dará resultados. Hace más de cuarenta años comentaba sobre la importancia del planeamiento estratégico con el rector de una universidad. Cero respuesta.
Hoy, tener un plan estratégico es uno de los elementos exigidos como parte de los esfuerzos de calidad de las universidades.
Hace igual tiempo, argumentos sistemáticos sobre la importancia de la función de mercadeo en uno de los bancos del estado, encontraron como respuesta ¿Para qué? Nunca tendremos que competir con nadie.
El libro de Drucker sobre innovación y emprendimiento cumple este año, treinta. Y no es sino muy recientemente que se han popularizado ambos temas.
La caja dentro de la cual nos encontramos encerrados supone que todo lo estamos haciendo bien y que el entorno con el cual estamos lidiando, no cambiará.
El cambio disruptivo del cual empezó a hablar Clayton Christensen hace casi veinte años en “El dilema del innovador”, todavía sigue tomando por sorpresa a distintas actividades empresariales, a pesar de lo claro que todos tenemos el fenómeno y de lo palpable que resulta, por ejemplo, la forma cómo Amazon arrasó el negocio de las librerías y está transformando ahora otros negocios.

En una empresa de productos lácteos, hace mucho tiempo plantee a sus ejecutivos el problema de qué hacer en el caso de que surgiera competencia en helados, producto muy rentable entonces. El ejercicio no pudo ser completado porque los ejecutivos consideraron que era un problema que apenas cabía en la imaginación de alguien que no conociera a fondo el negocio.

Abrámosle paso a preguntas aparentemente absurdas: ¿Cómo alojar viajeros sin construir nuevos hoteles? Airbnb lo hace. ¿Se puede incursionar en el negocio de taxis sin más automóviles?

Busque las aplicaciones de viajes compartidos (rideshare). Eso invita a preguntarse si se podría mejorar la educación pública sin tener que convertir a los maestros. O si la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) podría promover la salud a través de los grupos naturales de amigos. O resolver los problemas de transporte urbano sin nueva infraestructura.

Un amigo recomendaba que una vez que hubiéramos visto muchas veces un paisaje o un ángulo de la ciudad, convenía ponerse cabeza abajo para tener una percepción totalmente distinta de la habitual.

Un día al mes deberíamos ponernos cabeza abajo para mirar el entorno, nuestras rutinas, lo consabido, desde una perspectiva fresca. O caminar hacia atrás. O escribir con la mano menos diestra. Porque sigue habiendo una ventaja en ser el que primero mueve.

Gobiernos populares de Latinoamérica, ¿transición o reciclaje?

martes, 31 de diciembre de 2013
Gobiernos populares de Latinoamérica, ¿transición o reciclaje?
Notas a propósito del artículo de E. Gudynas, “La izquierda y el progresismo: la gran diferencia”

El texto de Gudynas intenta poner en blanco y negro los cambios políticos que vienen teniendo lugar en territorios de Nuestra América. En ese sentido, al iniciar el artículo afirma: “Uno de los mayores cambios políticos vividos en América Latina en los últimos veinte años fue el surgimiento y consolidación de los gobiernos de la nueva izquierda.” Nótese que el autor define a estos gobiernos latinoamericanos como “los gobiernos de la nueva izquierda”, sin embargo, de inmediato los subclasifica como “progresistas”, por considerarlos anclados “en la idea de progreso”. Sobre esta base, asegura, se marca una “divergencia” con “muchas de las ideas y sueños de la izquierda latinoamericana clásica.”

Así, en el primer párrafo del texto, el autor emplea tres categorías políticas diferentes: nueva izquierda, progresismo e izquierda clásica. Atribuye a ellas diferencias sustantivas en las miradas estratégicas, las propuestas y planes gubernamentales, y en las prácticas políticas concretas de los actores políticos que las encabezan. Sin embargo, no deja en claro qué entiende por “nueva izquierda”, ni por “izquierda clásica”. Tampoco define claramente que entiende por “progresismo” ni por “progreso”.

Al principio parecería que, según el autor, la “nueva izquierda” es el “progresismo”, sin embargo, línea a línea, se ocupa de demostrar que los gobiernos que engloba indiferenciadamente al inicio como de la “nueva izquierda”, en realidad no lo son, puesto que solo llegan a ser “progresistas”. Aquí surgen interrogantes: ¿Por qué definirlos entonces como algo que inmediatamente se niega? Al parecer esto responde a la intención del autor de marcar una distancia sustantiva entre el período inicial de los gobiernos de la “nueva izquierda” en Latinoamérica, y el período actual, en el que –siempre siguiendo a Gudynas‑, estos han devenido en: “progresistas”, anclados en las viejas ideas de progreso y crecimiento económico, es decir, economicistas. De aquí se derivarían, a ojos del autor, políticas muy limitadas de estos gobiernos en relación con la perspectiva de cambio social, ancladas en exportación de materias primas, en estimulación del consumo, en planes de asistencia económica a los sectores desprotegidos, para lo cual apelan –fundamentalmente‑ a políticas extractivistas…
“El progresismo actual (…) no discute las esencias conceptuales del desarrollo”, afirma el autor. Esto supondría, en síntesis, que los gobiernos de la ex-nueva izquierda devenidos en progresistas, se atienen planamente a la antigua concepción economicista del desarrollo, contradiciendo y alejándose crecientemente de los procesos democratizadores originariamente impulsados desde abajo, con los movimientos sociales, y ahora frenados-negados desde arriba. Llegado a este punto el autor entra en una seguidilla de consideraciones que buscan reforzar sus objeciones a los que considera hoy son ex-gobiernos de la “nueva izquierda”. Con las generalizaciones secundariza o menosprecia los esfuerzos por construir instancias articuladoras regionales (ALBA, UNASUR, CELAC) y su significación política en este tiempo para los procesos de cambio que pugnan por profundizase y enraizarse en cada país.
La transición en la nueva realidad global y continental
Un debate postergado pero imprescindible
El articulo mencionado resulta una provocación interesante, porque –aunque su autor no se lo proponga‑ con sus reclamos e imputaciones, pone al descubierto la necesidad de abrir debates acerca de la transición hacia la nueva sociedad, acerca de sus contenidos, sus tareas, sus significados, sus actores centrales, sus alcances, su horizonte histórico… en las condiciones actuales de Latinoamérica, en el actual sistema mundo y tiempo histórico que vivimos.
Vivimos tiempos de cambios constantes y de confusión, y ello lo refleja también Gudynas al escribir de forma confusa. Es evidente que tiene preocupaciones y se percata de algunos problemas, en realidad, poco novedosos para quienes seguimos de cerca el curso de los procesos actuales. Pero aunque no enseña nada nuevo, su análisis recorre algunos puntos clave que es preciso discutir. Toca muchas aristas y, al hacerlo –aunque de modo disperso y forzando regularidades donde, si existen, no están suficientemente claras aún‑, llama la atención y provoca el debate, considero que en ello radica probablemente su principal aporte.
No ocurre lo mismo cuando se refiere a las interrelaciones entre movimientos sociales y ong’s, estableciendo prácticamente una equiparación entre ellos, con lo cual da por tierra sus planteamientos respecto del protagonismo de los movimientos (¿o se refería a ong’s?). Igualmente resulta cuando menos llamativo su elogio a la CIDH, como si se tratar de un organismo que brillara por su criterio de justicia para con los pueblos… Estas referencias parecen más bien una reacción de enojo del autor frente a alguna crítica de la que pudo ser destinatario, aunque no lo manifiesta así en este artículo.
Algunos temas o problemáticas a considerar
-Cambio de mentalidad y construcción de un nuevo pensamiento crítico
Analizar con parámetros de ayer la realidad del presente es fuente segura de errores. Y ello ocurre cuando se intenta trazar una línea de continuidad analítica entre la realidad social local y mundial, las tareas y la perspectiva estratégica que se planteó la izquierda en el siglo XX, y la realidad del sistema-mundo actual del cual es parte nuestra región y, consiguientemente, entre las propuestas y actitudes políticas de la izquierda que hoy gobierna (“nueva izquierda”, “progresismo”), y los planteamientos de la “izquierda clásica” (de fines del siglo XX).
Vale hacer notar, además, que en el siglo pasado no existió una “izquierda clásica”, hubo muchas izquierdas, muchas miradas, propuestas, estrategias y caminos para lograrlas, protagonizados por actores políticos diversos, generalmente enfrentados entre sí. Tal fue el caso, por ejemplo, de la división entre los reformistas (camino gradual de reformas dentro del capitalismo) y los revolucionarios (toma del poder, ruptura con el sistema e implantación del socialismo), y sus consiguientes propuestas de las entonces llamadas vía pacífica (electoral) y la vía armada (insurreccional o guerra de guerrillas para la “toma del poder”).
Indudablemente estas polémicas, lejos de estar saldadas, se manifiestan hoy bajo nuevas formas, aunque ahora tienen lugar en la realidad de un nuevo sistema-mundo regido por la hegemonía global del capital con sus instituciones de poder global del mercado. Al plantearse el cambio social, es necesario entonces, dar cuenta y enfrentar nuevas problemáticas, nuevos contenidos, horizontes y actores. No se puede trazar una línea directa entre los reformistas ayer y quienes hoy plantean caminos de reformas, ni viceversa. No se puede tampoco, contraponer abstractamente, reforma y revolución; dicotomía que cada día se revela más obsoletas, a la vez que surgen y se plantean nuevas y complejas mediaciones, contradicciones y tensiones entre lo viejo y lo nuevo, entre reformas y cambios raizales.
¿Qué significa hoy ser revolucionario?, ¿tomar el poder?, ¿qué poder?, ¿quiénes? Y, en tal caso: ¿qué harían el día después?, ¿quiénes?, ¿con quiénes?, ¿cómo?
¿Para qué se quiere o se necesita el poder político-institucional? Pues para impulsar cambios en la realidad social, promover la organización y ampliación del sujeto político-social en su desarrollo hacia la conformación de la fuerza social de liberación, capaz de constituirse en conducción soiopolítica popular del proceso histórico de cambios, desde abajo, en los ámbitos parlamentario y extraparlamentario. Y para pensar colectivamente, decidir y realizar los cambios raizales, en la medida que el conjunto de condiciones sociales, culturales, de conciencia, organización, y en la subjetividades, así lo haga posible… transformando la correlación de fuerzas anclada en el poder constituido, desde el nuevo poder constituyente.
-De la izquierda del ‘deber ser’ a la izquierda del ‘ser’
Ser de izquierda significa que se es revolucionario, no que se recitan textos, ni que se dicen bonitos discursos, o que se tienen perfectos programas. Ser revolucionario es ser parte del proceso colectivo de cambio del mundo en sentido de justicia, equidad, paz, progreso humano, en el sentido y con el contenido que esto tiene para el horizonte revolucionario… ¿Qué cantidad de cambios hay que hacer en cada momento y a qué velocidad han de realizarse? Nada de ello puede definirse fuera de la arena de los acontecimientos y sus contradicciones. No hay recetas; no hay fórmulas. Se trata de una pulseada permanente con el poder del capital en general y con los nichos de su hegemonía que están dentro de nosotros mismos.
La teoría revolucionaria no puede existir fuera de los procesos revolucionarios y sus sujetos; es guía para la acción en tanto emana de ella, se nutre y enriquece en las prácticas socio-transformadoras y hacia ellas vuelve, marcando aciertos, errores, desafíos, mostrando trampas y abriendo caminos… estimulando la marcha. Es pensamiento crítico de las prácticas revolucionarias, por eso puede orientarlas, ser “guía para la acción”. Lamentablemente, esta expresión se tomó al pie de la letra, mecánicamente, suponiendo que para ello debía haber una doctrina correcta, científica, previa a los acontecimientos. Ella, como si fuera una linterna, habría de conducir a los pueblos en lucha por el buen camino, alejando a sus conducciones de errores y derrotas. Nada más alejado de la realidad, de la propuesta epistemológica de Marx, y de la verdad histórica.
No existe una teoría absoluta sobre el comunismo, el socialismo comunista, comunitario, o del siglo XXI, esperando en el algún lugar (fuera del mundo), para ser “aplicada” a cada realidad. Nada más apriorístico y dogmático que ello. Como ya advirtiera Marx, esta es “la oposición típica del idealismo entre la realidad y lo que debe ser…”, paradójicamente el rasgo característico del mal llamado “marxismo científico” en el siglo XX. [Marx,C., 1966: 11]
La ideología, el pensamiento crítico revolucionario, el pensamiento político y social se van construyendo permanentemente, es decir, están en constante cambio, con los acontecimientos históricos, con la maduración de conciencia de los sujetos en sus prácticas, con las dinámicas de las luchas sociales de clases, etcétera. Como advirtiera Mariátegui: es una “creación heroica” de los pueblos, y por tanto, hay que rescatar esa creación, sistematizarla y conceptualizarla y reconceptualizarla permanentemente, desde abajo, en articulación orgánica con los sujetos colectivos de las prácticas sociales, siendo –a la vez- parte de ellos.
-Del enfoque analítico abstracto a la mirada analítica sistémica (concreta)
El autor presenta sus enfoques aún atrapados por los límites del pensamiento lineal‑fragmentario propio del siglo XX: aborda las cuestiones ecológicas o de la naturaleza de modo aislado, igualmente lo relativo a pobreza, desarrollo, democracia… como si estas problemáticas sociales se pudieran analizar y resolver aisladamente, sin contar con un enfoque integral sistémico de la realidad social en cada momento (integrando economía, política, cultura, modo de vida). Concuerda con el Buen Vivir levantado por los gobiernos, pero les recrimina que no lo llevan a cabo.
La pregunta, en tal caso, sería: ¿Cómo saber si lo llevan a cabo o no?, ¿a partir de qué elementos?, ¿desde dónde, con quiénes y con cuáles parámetros medirlo? ¿Porqué? Indudablemente hay que entrarle de lleno a estos debates.
Urge reflexionar sobre las condiciones de la transición en la situación actual del mundo y de nuestras sociedades, teniendo como punto de partida (y de llegada), las experiencias de los actores sociopolíticos que las llevan adelante, sus y las subjetividades, identidades, cosmovisiones…
-Recuperar la dimensión analítica y sistémica de la categoría “modo de producción”
Ser ecologista, por ejemplo, no implica necesariamente estar ubicado en el nuevo tiempo. Si se piensa en la ecología separada del modo de producción y reproducción de la vida social, se mantiene la vieja concepción de la naturaleza como objeto del cual la humanidad puede “servirse”, en tanto sujeto.
Integralmente, el debate acerca de la ecología es parte del debate civilizatorio, del planteo claro de la indivisible interrelación naturaleza-sociedad como clave para la defensa de la vida toda. Este resulta uno de los anclajes epistemológico-cosmovisivo fundamental pues abre posibilidades para la creación de un nuevo modo de producción y reproducción de la vida social, es decir, de un modo de vida, anclado en la indivisibilidad de la vida humana y de la naturaleza. Es por ello, un horizonte promotor de la creación de una nueva civilizan (re-humanizada).
La civilización creada por el capital y su lógica de mercado amenazan a la sociedad y la naturaleza de muerte, el sistema mundo anclado en la producción destructiva para satisfacer la voracidad creciente de ganancias de los centros del poder global del capitalismo actual, profundiza un sistema productivo-destructivo que no toma en cuenta el sistema reproductivo, es decir, no se hace cargo de las consecuencias o cargas sociales que su reproducción sistemática imponen a la sociedad (con énfasis en las interrelaciones humanas y sus modos de vida) y a la naturaleza. Encontrándonos al borde del abismo, la defensa de la vida se impone y es integral y reclama la construcción de una convivencia armónica entre sociedad y naturaleza como parte de un todo que se llama vida. Con esto quiero subrayar un elemento central: el contenido sistémico, interconectado de las problemáticas a enfrentar y, por tanto, de las respuestas a construir para superarlas.
En relación con esto, está claro que los caminos de la transición hacia la nueva sociedad y el nuevo mundo ‑cuyo horizonte se redefine y abre con la llegada de estos gobiernos de la “nueva izquierda progresista” latinoamericana‑, ya no pueden analizarse con los lentes de una lupa del siglo XX, cuyos parámetros pertenecen a un mundo y un tiempo histórico que ya no existe.
Las problemáticas de hoy no son exactamente las mismas de ayer, recicladas. Aunque muchas coinciden, se desarrollan en situaciones y dimensiones nuevas, con aristas e interconexiones no solamente nuevas, sino anteriormente desconocidas o inimaginadas. Por ello hay que descubrirlas y analizarlas tal como ellas existen y se manifiestan hoy.
Habría que ir incluso unos pasos atrás y ver si existe una claridad común en la definición acerca de cuáles son los pilares claves para avanzar hacia una civilización capaz de superar los males, las tragedia, los modos de interrelacionamiento y pensamiento humanos de la civilización actual, regida por la lógica del metabolismo social del capital.
Un recorrido por las programáticas de los actuales gobiernos progresistas, de izquierda, revolucionarios o populares de la región parece indicar que no es así. Esto refuerza la necesidad de centrar las reflexiones también en este aspecto ‑aunque sin pretender unificar o encasillar procesos socioculturales profundamente diferentes‑, para ir fortaleciendo, tal vez, sus posibilidades de encaminarse hacia la construcción de convergencias estratégicas. Esto es parte de los desafíos del presente. A ello se anudan interrogantes claves. Entre ellas:
¿Quiénes son los creadores y protagonistas de las definiciones del rumbo de los cambios, de sus contenidos, sus ritmos, etc.? ¿Puede el pueblo de un solo país, aisladamente, en el mundo globalizado, crear y construir una civilización nueva?, ¿en qué aspectos sí y en qué debe hacerlo interarticuladamente con otros? ¿Cuál es el sentido de la integración latinoamericana?, ¿está relacionada con la posibilidad de construir un referente regional capaz de correr el horizonte civilizatorio mas allá de los límites del capital o es solo un campo formal para el intercambio mercantil y diplomático?, etcétera.
Reflexionar sobre esto ayudará a pensar hasta dónde un proceso de cambios sociales raizales puede avanzar dentro del capitalismo, realidad sociopolítica, económica y cultural en la que viven y se desarrollan todos los países, gobiernos y procesos del mundo, y desde la cual y en la cual también creamos, construimos los cambios y pensamos la transición. Ello contribuiría, por ejemplo, a matizar o reinterpretar la expresión del autor cuando, refiriéndose a los gobiernos de la “nueva izquierda” o “progresistas” latinoamericanos, dice: “…en algunos casos hay una retórica de denuncia al capitalismo, pero en la realidad prevalecen economías insertadas en éste…”.
¿Acaso supone el autor que los que ganaron las elecciones podrían romper inmediata y tajantemente con el capitalismo? ¿Cómo?, ¿con cuáles fuerzas sociales?, ¿con cuales propuestas?, ¿reemplazándolo con qué sistema?, ¿apuntalando cuál civilización? ¿Acaso considera el autor que ya existe, prefabricado, el nuevo sistema productivo-reproductivo social que puede reemplazar al del mercado, y que solo se trataría de “aplicar” su recetario a las realidades concretas? ¿Se trata acaso de “aplicar” o de crear, construir y apostar a lo nuevo, conociéndolo en la medida que se lo va creando y construyendo? Estas son solo algunas interrogantes que pueden estimular el pensamiento colectivo acerca de estas problemáticas de fondo.
Está claro que los pueblos no saltan al vacío; los grandes cambios sociales ocurren siempre por acumulación, a partir de desarrollar las fuerzas sociales, económicas, culturales y políticas del pueblo capaces de desplazar (imponerse sobre) el –entonces- viejo orden metabólico social. Esto supone procesos histórico-sociales de creación colectiva de los pueblos, su autoconstitución en sujetos políticos de su vida, de su historia; supone la refundación democrática de nuevas institucionalidades e instituciones, de nuevas interrelaciones entre todos los integrantes de una sociedad, y con el mundo entero y con la naturaleza.
No se puede vivir en libertad en un mundo plagado de injusticias, salvo desde una posición individualista: Si yo estoy bien, no me importan los demás. No hay salida individual, por países, si no hay salida para todos los países, global. Se trata, entonces, en principio, de una transición anclada en diversos procesos integrales de cambios en el ámbito de cada país que tenderán a orientarse hacia el mismo rumbo y horizonte estratégico. En materia de integración, este es uno de los mayores desafío: definir un rumbo y un horizonte civilizatorio colectivos capaz de traccionar los procesos locales y regionales en una misma dirección, y definir cuál es esa dirección para encaminarse hacia el horizonte común. Es entonces cuando la paciencia histórica, así como la creación sostenida y la resistencia al capital y sus tentaciones cotidianas, se imponen como realidad.
Si se acepta que los procesos todos se desarrollarán durante bastante tiempo dentro del capitalismo, es de suponer entonces, pulseadas constantes, palmo a palmo, con el poder del capital, luchando por construir, sostener y desarrollar desde abajo otra hegemonía, popular, orientada a abrir cauces a una nueva civilización, anclada en el Buen Vivir y Convivir. En esta perspectiva, tal vez lo que el autor define como “retórica” anticapitalista de los gobiernos, resulte, en algunos casos, un recurso pedagógico político orientador-estimulador de cambios y creaciones, fortalecedor de procesos en curso que desde abajo alimentan las esperanzas y las utopías del nuevo mundo, haciéndolas realidad día a día en sus comunidades, en sus economías, en sus modos de vida solidarios, en un respeto creciente a la naturaleza recuperándola como sujeto de vida y para la vida, creciendo en la conciencia integral de la vida y de los modos de vida.

Todo esto supone un proceso integral de cambios en la concepción del mundo, del progreso, el bienestar, el desarrollo, la economía, la sociedad y las interrelaciones humanas y con la naturaleza. Nada puede verse, pensarse o resolverse por separado. Una nueva mentalidad, un cambio cultural se impone.
-Una nueva concepción de totalidad se abre paso

Es interesante notar que en el tiempo en que los posmodernistas anunciaban el fin de la totalidad y del “relato” colectivo, revive con fuerza el pensamiento científico que argumenta la concatenación universal de los fenómenos en la naturaleza y en la sociedad. Por supuesto, se trata de una totalidad nueva, profundizada y ampliada con el apoyo de la nano-sociología hasta lo macro, siempre con la mirada integradora que anuncia que lo analítico (fragmentado) es parte de un fenómeno social mayor al que se articula y que en esa articulación se define socialmente, o más exactamente, se interdefine permanentemente en procesos de interacción constante y redefiniciones mutas, cambios, saltos… Tales son las dinámicas sociales dialécticas, más precisamente identificadas ahora como tales, por la denominada “teoría de la complejidad”.
-El lugar central de los procesos está en los sujetos

No hay teoría, ni propuesta, ni programa ni organización que pueda desplazar o sustituir el protagonismo creativo colectivo de los sujetos sociales y políticos, su capacidad para (auto)constituirse en fuerza sociopolítica de liberación, conducción política colectiva del proceso de cambios en los ámbitos parlamentario y extraparlamentario (conjugados, articulados). Concebir la actual tarea histórica civilizatoria de defensa integral de la vida, desde las élites, grupos reducidos, llámense estos partidos, movimientos, ong’s… implica quedar atrapado por una retórica testimonial que, a lo sumo, puede servir como justificación personal frente a la titánica labor colectiva de los pueblos abocados a crear el mundo que ha de sustituir a este.

-La interculturalidad y descolonización
Y esto alude directamente a presupuestos nuevos, que den cabida a la diversidad de actores, con sus modos de vida, cosmovisiones, cosmopercepciones, sus identidades, subjetividades, aspiraciones, propuestas… es decir, habla de superar el obsoleto paradigma dogmático acerca del sujeto revolucionario, que lo limitaba a una supuesta clase obrera industrial que, en rigor, nunca existió en Latinoamérica, llama a dejar atrás el eurocentrismo negador de los pueblos indígenas como sujetos con plenos derechos y capacidades, llama también a abrir espacios políticos a las mujeres con sus pensamientos liberadores, como a todos/as los marginados/as o excluidos/as según sus capacidades físicas, sus identidades sexuales, etc., en resumen, llama a abrir las prácticas políticas a la perspectiva intercultural para concebirlas desde este lugar, reclamando por tanto, una mirada que dé cuenta de los disímiles intereses de los diversos actores y sectores que conforman el llamado “campo popular”.
Esto supone también hacerse cargo de las disputas de poder que tienen y tendrán lugar en el seno del pueblo y que acompañarán la creación del nuevo mundo buscando nuevas relaciones y modalidades de organización y acción que vayan superando la verticalidad jerárquica instalada como el “saber hacer” de la humanidad durante milenios. Sobre esta base se podrán ir abriendo pasos hacia una perspectiva de interrelacionamiento cada vez más horizontal, reconociendo la igualdad entre los diferentes, en derechos, identidades, subjetividades, modos de vida, estableciendo condiciones para la convivencia de las diferencias sobre la base de equidad y la complementariedad. La democracia ocupa aquí un lugar central, puesto que limitarla a aquella –representativa o directa‑ que solo reconoce el derecho de las mayorías es, en realidad, una modalidad encubierta de autoritarismo, pactado y reglamentado en las constituciones.
El derecho es siempre para quienes lo necesitan, no para quienes lo poseen, es decir, alcanza también a las minorías, a los relegados/as de siempre, a los subordinados/as y excluidos/as históricos… Y su reconocimiento y ejercicio efectivo hay que construirlo colectivamente. No hay modos de convivencia colectiva que puedan imponerse a la humanidad, por muy perfectos que ellos resulten en la propuesta teórica. De ellos hay sobradas muestras en la historia reciente.
Por ello, la interculturalidad presupone, se asienta y promueve, la descolonización cultural (modo de vida y de pensamiento) de nuestras realidades, desde la historia hasta el futuro pasando por el presente. No dice solo respecto de la colonia, la conquista y colonización emprendidas en el siglo XV. Teniendo en cuenta que la conquista y colonización de América, genocidio mediante, implantó el capitalismo en estas tierras, los actuales procesos de descolonización comprenden todo el período histórico, desde tiempos de la llegada del capitalismo a nuestras tierras de la mano de la conquista y colonización hasta la liberación del jugo del capital en lo económico-social y cultural, en el modo de vida, de percepción, de conocimiento, de interrelacionamiento humano y con la naturaleza.
Para expresarlo sintéticamente: interculturalidad y descolonización constituyen pilares claves promotores de la nueva civilización, anclados en la equidad, la solidaridad y la búsqueda de armonía en la convivencia humana y con la naturaleza y, todo ello, sustentado en un nuevo modo de producción y reproducción, cuyo ciclo garantice la reproducción de la vida humana y de la naturaleza. Se trata de un proceso búsqueda y creación colectivas de una nueva racionalidad del metabolismo social, proceso que Franz Hinkelammert define como: racionalizar lo racionalizado (por el capital).
Esta es, en trazos gruesos, la situación.
Dibuja un tiempo movido por un gran tembladeral histórico en el que transitamos sacudidos permanentemente por reajustes o resquebrajamientos de la agonizante civilización construida y regida por el capital. No es de extrañar, por tanto, que los caminos diversos que hoy se plantean acerca de la transición orientada a una superación de esta civilización, provoquen mas incertidumbres que certezas. Vamos a un mundo nuevo, que depende de nuestras capacidades. No viene del más allá; no hay nadie que a priori lo haya prediseñado para nosotros… Como dice Silvio Rodríguez, “la revolución se hace a mano y sin permiso”.
-El Estado, ¿actor central o herramienta popular para la transición?
Destaco particularmente, en primer lugar, lo referente a la concepción y el papel del Estado, tanto en los inicios de los procesos de cambio orientados a la transición, como a los cambios que necesariamente habrán de ir suscitándose en el curso de esos procesos.
En este aspecto, se plantea una diferenciación entre los procesos encabezados por los gobiernos populares del continente, puesto que algunos de ellos, tal vez mejor avenidos a la definición de “progresistas” dada por Gudynas, se plantean ser una variante “prolija” del capitalismo, definiendo a esta civilización como su horizonte histórico.
Recuperar el papel central del Estado como institución pública garante de derechos sociales y del respaldo económico para el ejercicio efectivo de esos derechos, es apenas un primer paso, casi obligado, del que arrancan los gobiernos dada su situación posneoliberal inicial. Pero superado ese momento, se abren interrogantes claves. Entre ellas: ¿Es el Estado un actor central del proceso o es una herramienta? Si es una herramienta, ¿de quiénes y para quienes?. Y en ambos casos, ¿quiénes lo motorizan y conducen?, es decir, ¿quiénes son los protagonistas del proceso? Y aquí se abre una inmensidad para pensar y reflexionar. Aunque no es factible ahora adentrarme en este tema, vale recordar que el Estado, como toda institución pública, es la personificación de un poder de clase social específico, está hecho a su medida y en función de la defensa de sus intereses, que representa y para lo cual fue constituido. Es absurdo entonces, sostenerlo tal cual, es decir, ajustado a la defensa de esos intereses y su jurisprudencia y pretender que, a la vez ‑en tales términos‑, pueda resultar una herramienta de cambio social.
-Potenciar la participación y el control popular
Para poner la dirección en este rumbo hay procesos democratizadores transformadores imprescindibles, como por ejemplo, las asambleas constituyentes, cuya realización abre –jurídicamente- las puertas a la participación de la ciudadanía popular (movimientos indígenas y sociales) en la definición de las políticas publicas y la gestión de lo público, de sus territorios, sus comunidades, etc. Esta participación habrá de incrementarse sustantivamente en función de las tareas que los pueblos se tracen en cada momento, de ahí que las asambleas constituyentes serán varias, tantas como lo demande el proceso democratizador revolucionario en cada sociedad.
‑Transformar raizalmente la democracia
Los procesos democrático revolucionarios necesitan transformar la democracia, abrirla a la diversidad de ciudadanías que habitan en nuestras tierras, apostar a la participación de los pueblos desde abajo, avanzar hacia la plurinacionalidad, en cada país y en el continente.
No hay posibilidad de Estado plurinacional sin democracia plurinacional, pero esto hay que crearlo y construirlo, sostenerlo y desarrollar, en cada país y en el continente. La revolución democrático-cultural que tiene lugar en Bolivia, por ejemplo, lleva en esto la delantera, es el laboratorio de la nueva Latinoamérica, plurinacional, intercultural y descolonizada. No es que ya haya madurado como Estado plurinacional, pero esta definición ubica la plurinacionalidad en el horizonte y en los imaginarios, estimulando y traccionando el proceso hacia ese rumbo. Esto es parte de la conducción político-ideológica de los procesos.
¿Qué están llenos de errores?, obviamente. Lo contrario sería propio de un engaño.
No hay nada que hagamos, saliendo de las entrañas del mundo regido por el mercado y su lógica mezquina y competitiva que pueda ser “puro” y propio de un mundo otro, que todavía no ha sido creado por nosotros. Su alumbramiento ocurrirá mediante un parto doloroso, pero como en todos los caos, será maravilloso y balsámico. Por eso, en este contexto, más que la razón individual –que es importante, sobretodo para quien la sostiene-, es primordial aportar a la construcción de la razón colectiva, sustento de la voluntad colectiva. Esto no significa, sin embargo, que haya que silenciar las opiniones o críticas a los procesos; siempre que se hagan desde adentro, redundarán en beneficio colectivo, incluso si ellas también contienen errores.
No hay arbitro individual ni colectivo, partidario, onegeístico o institucional estatal o religioso que pueda dictaminar quién tiene la razón y quién no. No hay nada mas “feo” en política que la “razón de Estado”, en todos los casos.
Los intelectuales (orgánicos) no pueden diluirse en la gestión del gobierno o el Estado; ciertamente deben estar comprometidos, entrar al “fango” de la vida real, ser parte de las búsquedas y los procesos de construcción de lo nuevo; pensar desde afuera de los procesos no aporta, pero tampoco su exégesis. Es necesario ser parte, estar comprometidos y, a la vez, mantener un distanciamiento critico, necesario para que sea posible aportar al proceso colectivo. En esa interrelación, ser uno más, no aporta.
En resumen, considero que un trabajo como el que me ha movido a escribir estas líneas es un ejemplo palpable de las contradicciones de la diversidad de miradas, juicios y prejuicios que atraviesan los procesos políticos abiertos con los actuales gobiernos populares en el continente. Ellos tal vez abran cauces a transiciones que podrían desarrollarse a partir del presente, es decir a partir del inicio de las etapas posneoliberales, de la mano de grandes luchas sociales, intentan ahora embanderan procesos de cambios raizales.
Que estas reflexiones contribuyan a promover debates necesarios acerca de la transición hacia el mundo nuevo, alentando la búsqueda de un nuevo modo de producción y reproducción que haga posible el Buen Vivir y Convivir entre la humanidad y la naturaleza, anclado en nuevos paradigmas de bienestar, progreso, desarrollo y democracia, alimentando así un nuevo pensamiento critico revolucionario que nos convoca hoy a defender la vida atravesando los campos minados por el capital, sin entrenamiento previo.
Tales son algunos desafíos.
31 de diciembre de 2013
Bibliografía empleada
Ø Gudynas, Eduardo (2013) “América Latina. Izquierda y progresismo: la gran divergencia”, ALAI http://alainet.org/active/70074
Ø Rauber, Isabel. (2012) Revoluciones desde abajo. Ed. Continente-Peña Lillo, Buenos Aires.
Ø Marx, Carlos. (1966) Crítica de la filosofía del estado de Hegel, Editora Política, La Habana,
Publicado por Isabel Rauber en 15:34

Isabel Rauber
Pensadora latinoamericana. Estudiosa de los procesos de construcción de poder popular desde abajo en indo-afro-latinoamerica. Profesora universitaria. Pedagoga política. Doctora en Filosofía.

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A season’s reflections on socialism

A season’s reflections on socialism
Sam Webb, December 23 2014

This season, besides gaiety, good food and drink (and may all of us have an abundance of these), brings moments of quiet reflection. Sometimes the reflection is of a personal nature; other times, it’s about the larger world in which we live.
Both are good for the soul. But here, I’m going to stick with the larger world – and making it a better one – with some reflections on socialism. It is a subject on which my thinking has changed significantly over the past decade, and continues to evolve.

And that’s good! Over time I have learned that in politics, standing still is seldom a wise choice, especially when things change, and they always do.

Reflection 1: I begin with the unexpected implosion of the Soviet Union nearly a quarter century ago. One moment this seemingly sturdy socialist edifice was a major presence in world politics and the next moment – poof! – it was gone.

Not surprisingly, the demise of that first land of socialism, whose revolutionary beginning in 1917 constituted a sea change in the international class struggle, triggered a debate that will likely continue for a long time. While I don’t claim to be a historian, I offer one thought:

The fall of the Soviet Union wasn’t the singular handiwork of its then-leader Mikhail Gorbachev, as some have suggested. I don’t doubt that Gorbachev played a role in the meltdown, but leaving the analysis here misses the forest for the trees.
The “forest” – the bigger picture – was the Soviet model of socialism that took shape in the 1930s, became entrenched, acquired a political constituency at the leadership and mass level, and proved resistant to any fundamental change till the very end.

This model didn’t come out of any Marxist textbook. It was a specific historical product. It was the outcome of an extraordinarily tumultuous 10-year period, in which a peasant-based economy and society, hyper-industrialization, an autocratic political culture, the looming war against Hitler and Nazism, competing political and class forces, and especially the personality and policies of Joseph Stalin clashed and left a deep and lasting imprint on the main features and dynamics of Soviet socialism.

Soviet society during this period was modernized, struck – at great cost in human life – the decisive blow against the Nazi war machine, evolved into a world power, registered notable achievements in the provision of jobs, education and other public services, science and culture, and overcame many long-standing divisions and inequalities.

But the price paid was nearly incalculable, in two ways.

First, the authoritarian and at times improvisational “forced march to socialism” snuffed out the lives of millions of victims, including substantial numbers of communist leaders and members. In the name of building socialism in one country and combating the class enemy, Stalin and his acolytes committed crimes on a vast scale. Only later was this sordid chapter in socialism’s history finally condemned by the Soviet Communist Party and the world communist movement.

Second, the command-style, undemocratic structures of political and economic governance were deeply rooted and persisted long after Stalin’s death. These structures – and the political constituencies that controlled and gained advantage from them in various ways – were resistant to necessary economic renovation and democratization in the second half of the 20th century. All of this gradually and inexorably sucked the dynamism and liberating potential out of Soviet socialism. By the 1980s, stagnation, exhaustion and cynicism came to define the society.

Any analysis that fails to place these historical dynamics at its core will yield only the most surface, superficial insights as to why the Soviet Union fell so quickly and with no popular resistance. At the same time, making a deeper historical-political analysis doesn’t preclude recognizing other causative factors – including the role of Gorbachev and other Soviet leaders who lost confidence in socialism and its capacity for renovation, the unrelenting pressures of U.S. imperialism, and so on – but it doesn’t turn them into the main explanation for the collapse.

Reflection 2: If our vision of socialism is simply a slightly modified version of what existed in the 20th century, don’t expect a crowd to embrace it. I have said on more than one occasion that using a rear view mirror to construct a vision of socialism won’t fill the bill.
Only a vision that is modern, forward looking, democratic, and home grown will capture the imagination of the American people – not to mention meet the challenges of this century. It has to be sunk in our own realities, traditions, and sensibilities in the first (and last) place.
Moreover, socialism’s vision shouldn’t be reduced to economic structures, relations, planning, and growth rates, or how big a basket of material goods it provides.
What should figure large is socialism’s commitment and capacity to expand the boundaries of human freedom and equality, as it completes the unfinished democratic tasks left over from the American Revolution and Civil War. It must place ordinary people – and this is paramount – at the center of creating a new society. It must accent the full, free, and many-sided development of the individual along with the expansion of collective rights like the right to organize. It must paint in many colors new arrangements of collective living and working.
And it should insist that political power be subordinated to a set of values, as well as embedded in and checked by a thoroughly democratic culture and institutions.
Furthermore, political power and its exercise cannot be the property, constitutionally or otherwise, of any one party or centralized state. Socialism should diffuse power broadly among the people and a range of institutions. If the 20th century taught us anything it is that a singular emphasis on the question of class and political power (a means) at the expense of socialist values and aims (a purpose) can easily lead to major distortions of democracy, massive crimes against people, and eventually the loss of legitimacy, and defeat.
In short, socialism’s vision and practice in the 21st century must give new vigor to, and in some cases recover, its democratic, emancipatory, humanistic, people-centered essence.
Reflection 3: It is evident that some sections of the American people are gravitating toward a radical critique of society. And furthermore, this gravitation towards radical change, inconsistent and uneven as it is, is explained in no small measure by the giving way of one era in which U.S. capitalism was relatively dynamic, stable, and broadly lifting standards, to a new era defined by instability, inequality, heightened exploitation, and economic crises.
Economic crisis alone, however, is not the sole cause of revolutionary change. The soil is prepared via the cumulative impact of many different crises – economic, political, social, and moral – taking place over time, during which people’s understanding gains in sophistication (going beyond “them and us” and “the system sucks”), unity broadens and deepens, and organizational capacities and infrastructures grow by leaps and bounds.
In other words, the old notion of economic breakdown followed by “the revolution” should be retired. It should be replaced by an understanding of a more protracted and complicated political/historical process, which will surely have more than one stage and shifts in initiative, momentum, popular thinking, and power, as we see today in Latin America.
Reflection 4: Socialism, it is correctly said, must be the product of an engaged, united, and politically sophisticated majority. But it doesn’t follow that such a majority will simply emerge out of everyday struggles in the absence of a growing, equally engaged, and broad, nonsectarian left. To think it will just emerge out of struggles is as mistaken as the inverse, namely, thinking that socialism will be the product of an energized and radical minority. Both are bound up with and depend on each other. And without a broad, deep, and durable alliance between them, a socialist future is a pipe dream.
Reflection 5: The struggle for democracy (economic and social as well as political) is at the core of the struggle for socialism. It’s not a diversion or a second-order task. Of overriding importance in this regard is the struggle against racism and male supremacy and for equality. Not only do these interrelated struggles bring long overdue justice to tens of millions, but they are also a cornerstone of higher levels of unity and understanding in the working-class and people’s movements at every stage of struggle, socialist included.
Reflection 6: We have seen over the past four decades an unrelenting ruling-class offensive, the rise of right-wing extremism and neoliberalism, and large-scale economic transformations in the global economy and the size and structure of the working class (including a historically unprecedented expansion of the pool of cheap, unprotected, and exploitable pool of labor worldwide). But to turn this new socio-economic environment, in which organized labor is fighting for its life, into a rationale for bidding farewell to the working class as a political actor in the 21st century is wrongheaded.
There is no way to win radical democracy and socialism without labor figuring prominently in the leadership of the broader movement. What other social constituency has labor’s resources, institutional strength, and power?
Reflection 7: A socialist movement needs a revolutionary theory. At its core is Marxism, but it must also include our country’s revolutionary-democratic traditions and other schools of radical social theory. But theory becomes a guide to action only if creatively applied and developed, only if it captures the complexity, contradictions and contingency in everyday life. Cut-and-dried formulas, simplistic answers, and high-sounding slogans with no reflection in concrete reality are of little help.
If the left hopes to evolve into a major political player in the politics of the U.S., practical engagement in everyday struggles is an absolute necessity. But at the same time, that is not enough, and never will be. The left has to distinguish itself at the level of ideas as well as practice. And that takes hard work and study, collective and individual, a robust infrastructure and a culture that builds theoretical capacities every bit as much as organizational ones. As a someone once said, humans do not live by bread alone; they also need ideas, understanding and inspiration.
Reflection 8: There is considerable resistance on the left to embracing the concept that the struggle goes through phases and stages, each with its own particular balance of power and particular class and democratic tasks. It’s as if political will and a resistance alone are enough to bring us to socialism.
A case in point is the near refusal by many radicals to acknowledge differences of any consequence between the Republican and Democratic parties. A while ago, I read an editorial in a left journal introducing a special edition on strategy. There was not a single mention in that editorial of the rise of right-wing extremism, which, among other things, dominates the Republican Party, controls roughly 25 state governments, and is one election away from controlling every branch of the federal government.
Now if this article were the exception, I wouldn’t bring it up, but it isn’t. The analysis of many on the left boils down to this: both parties have “blood on their hands” and bow down to Wall Street.
These are neither brilliant insights nor good guides to action. Indeed, they obscure the differences between the two capitalist parties on a whole range of questions, their very different social bases, and the utterly anti-working-class, racist, misogynist, super-militarist, anti-immigrant, deeply reactionary and authoritarian worldview and program of the Republicans.
Understanding these differences and their strategic and tactical implications is essential if the left is to assist in moving the country beyond the current political impasse to the higher ground of substantive social justice, sustainability, and eventually socialism.
Thinking of the major turning points in our nation’s history makes me believe that socialism in the U.S. will never become a reality without stages of struggle, changes of tack, compromises, unreliable and conditional allies, and tensions between competing tasks. It will never happen without taking advantage of rifts in the ruling and political elite, without a keen sense of mass moods (not our mood), without experienced, modest, and astute leaders, leading organizations that are transparent, democratic, and able to activate people at the grassroots, without a big and lasting footprint in the legislative and electoral arena, and without a sustained and broad-scale struggle for democracy. Isn’t it ridiculous in the extreme to think otherwise?
Thus the left – not to mention the larger movement – has to allow for complexity, contradiction, and a shifting terrain of struggle on which it elaborates and re-elaborates its strategic, tactical, and class and democratic tasks to fit changing conditions of struggle. The point of political engagement isn’t to feel righteous or conjure up “get socialism quick schemes.” It is to change the world.
Reflection 9: Socialism must give priority to sustainability, not growth without limits, not growth that degrades the natural conditions that make the production and reproduction of life and human society in its infinite variety of forms possible.
Humankind now faces changes in our planet’s climate that could not only make socialism a mere dream, but make the Earth itself uninhabitable. If there is a more defining struggle in this century I’m not sure what it is.
But while its full resolution will require socialism, humanity – and certainly socialist-minded people – can’t wait for socialism to address the dangers of climate change as well as environmental degradation. These dangers must be front and center now! We are approaching tipping points which if reached will give global warming a momentum that human actions will have little or no control over.
Standing in the way of any mitigation of climate change – not to mention every other progressive change on the political agenda – is, in the first place, right-wing extremism and powerful global energy corporations. Only a broad and diverse movement stands a chance of defeating this entrenched and powerful political bloc and, in doing so, taking a first and absolutely necessary step to protect and sustain Earth and life on it – and the possibility of a socialist future.
This winter solstice week we see the return of the light as the days start to get longer. I hope my nine reflections on socialism shed some light as well at this turn-of-the-year season. I’ll continue to ponder them through the holidays and beyond, and hope you do too.

El neomachismo

El neomachismo

Viernes 22 de enero de 2010, por Amparo Rubiales

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Nunca pensamos que cuando nuestra democracia se fundamentó, entre otros principios, en la libertad y la igualdad, nos iba a ser más difícil hacer a esta última efectiva y, sin embargo, el miedo a la libertad del que escribió Erich Frömm no era nada comparado con el miedo a la igualdad, más generalizado y resistente.

Los que defendían “los valores” de la sociedad patriarcal, aunque lo razonaran de muy diversas maneras, eran calificados de machistas. Empezaron a estar mal considerados y fueron disminuyendo “de boquilla” los que así se denominaban; pero cuando la igualdad se va haciendo más plena comienzan a formular nuevos argumentos que, supuestamente, no la cuestionan, pero sí su forma de ejercicio, con ideas que, en ocasiones, llegan a parecer incluso “razonables”. Parecen distintas de las de siempre aunque, en el fondo, desean lo mismo: la subordinación de las mujeres.

Miguel Lorente, en su libro denominado Los nuevos hombres nuevos. Los miedos de siempre en tiempo de igualdad, sostiene que el género masculino ha urdido nuevas tramas para defender su posición de poder, y éstas se basan en los supuestos problemas que la incorporación de la mujer a la vida activa ha tenido, sobre todo, en el ámbito de las relaciones familiares. A esta nueva estrategia la denomina posmachismo, por haber nacido, dice, en el contexto de la posmodernidad, y por haber mantenido desde su aparición una cierta distancia respecto a las posiciones clásicas del machismo o del patriarcado.

Sin embargo, y aunque me parece absolutamente correcto todo lo que argumenta, creo que es mejor denominar a esta nueva forma de pensamiento como neomachista, porque, cada día más, se está transformando en una nueva ideología que se va extendiendo y que se caracteriza, precisamente, por tener miedo a la igualdad. Es una nueva manera de sostener las posiciones machistas de siempre, pero con nuevos discursos y nuevos contenidos. Nadie se llama hoy abiertamente, por ejemplo, fascista, pero es evidente que hay una nueva manera de serlo, y a éstos se les denomina neofascistas.

Los neomachistas equiparan el feminismo con el machismo, tratando de crear confusión en algo que no puede tenerlo, porque pretenden cosas opuestas: éste la primacía del varón y aquél la igualdad entre mujeres y hombres. La diferencia es tan grande que no merecería la pena ni explicitarla, a no ser porque el neomachismo intenta confundir, para poder mantener mejor sus nuevas posiciones, encaminadas, como siempre, a cuestionar los derechos de las mujeres, su autonomía y la independencia ganada. No cuestionan, dicen, la igualdad, pero sí las consecuencias de su ejercicio; están en contra de la violencia de género pero manifiestan con reiteración, por ejemplo, que hay demasiados casos de denuncias falsas, sin añadir que, si así fuera, se estaría cometiendo un delito que hay que denunciar, como en cualquier otro caso.

Hay algún juez que da miedo por las cosas que dice no quiero ni nombrarlo porque es lo que le gustaría, pero existen, desgraciadamente, demasiados también alguna mujer teóricos del neomachismo que surgen diariamente y que tenemos que desenmascarar como hicimos con los machistas.

Consideran la igualdad como una amenaza, pero no para ellos sino para las relaciones sociales, y lo exacerban en lo más extremo: la violencia de género. El feminismo siempre ha sido ridiculizado y hoy, con nuevas formas, lo vuelve a ser con fuerza. Así, hablan de revancha de género, de feminismo resentido, dogmático o radical, sin más intención que la de volver a “demonizarlo”.

Son manifestaciones de ese miedo a la igualdad que los neomachistas tratan de extender de diversas maneras: sacralizan, por ejemplo, la lactancia materna, culpabilizando a las madres que no pueden practicarla; hacen responsables a las mujeres de los problemas de los menores, con la teoría del “nido vacío”; y del aborto ni hablemos, parece que es un capricho de algunas. Ninguno de ellos dice que está en contra de la igualdad sino que, por el contrario, afirman que somos las mujeres las que estamos haciendo una sociedad con graves problemas de convivencia como consecuencia directa de nuestra necesidad de ser libres e iguales. Nunca entendieron que sin igualdad la libertad no existe, y que aquélla o es real o no es igualdad, y la democracia las exige ambas.

Las mujeres siempre hemos tenido que alcanzar cosas con las que los hombres ya nacían; nos relegaron al mundo privado y hemos ido conquistando con muchos años y esfuerzo parcelas de lo público, pero llevando siempre a cuestas la vida privada. Los hombres, que tenían destinado como propio el mundo público, lo han mantenido, y su incorporación al otro mundo lo está siendo en mucha menor medida, de ahí las resistencias a la igualdad que perviven pese a lo mucho que hemos avanzado sobre todo en los países desarrollados, porque en otros muchos todavía siguen con el burka, símbolo de la mayor de las discriminaciones que padecen las mujeres.

Tenemos que acabar con todos los burkas del mundo, sabiendo hacer frente con la misma contundencia a los viejos argumentos y a éstos más sutiles del neo-machismo.

Yo como hombre opino que las mujeres decidan

Yo como hombre opino que las mujeres decidan

Por: Miguel Lorente Acosta | 17 de julio de 2014

YO-OPINO-TU DECIDES-MLA 2014
Soy hombre, y como tal no puedo quedarme embarazado; por tanto, en ningún caso tendría la posibilidad de decidir interrumpir mi embarazo. Sí puedo ser padre a través del embarazo de una mujer y su maternidad, sin embargo, no puedo obligar a ninguna mujer a quedarse embarazada por muy fuerte que sea mi deseo de alcanzar la paternidad, salvo que utilice la violencia. Del mismo modo, tampoco puedo impedir a una mujer sea madre, a no ser que recurra de nuevo a la violencia; podré evitar que sea la madre de mis hijos, pero no que ella sea madre si así lo decide, por muy estrecho e intenso que sea el vínculo que nos una. Mi deseo de no ser padre no lo podría equiparar a la consecuencia de que ella no fuera madre, si así lo decide.

Todas las combinaciones sobre el embarazo y el papel de los hombres alrededor del mismo, pasan por el respeto a la decisión de las mujeres, en caso contrario estaríamos utilizando alguna forma de violencia para obligarlas a algo que ellas no quieren.

Y todas las combinaciones son posibles y respetadas excepto una: la decisión de una mujer embarazada de no ser madre a través de la interrupción del embarazo.

El argumento que se da es la defensa de la vida del embrión, pero las circunstancias de la realidad nos dicen que no es así, que en verdad la legislación que pretende reformar la actual “Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo” (LO 2/2010), sólo se dirige al embrión para controlar el cuerpo y la libertad de las mujeres. En caso contrario, esta u otra norma, deberían regular y proponer alguna medida sobre los más de 500.000 embriones congelados que existen en nuestro país como consecuencia de las técnicas de reproducción humana asistida, la mayoría de los cuales lo más probable es que terminen siendo no viables.

Del mismo modo, tampoco se hace lo suficiente para evitar la causa del aborto, que no es el capricho de algunas mujeres embarazadas, como se intenta presentar en un nuevo ataque hacia ellas, sino el trauma de un embarazo no deseado. Por ello no es casualidad que se silencie que en tan sólo un año la parte preventiva de la actual ley, haya conseguido una importante reducción del número de abortos, y que, según la OMS, sean los países con legislaciones más permisivas con la interrupción del embarazo donde menos abortos se producen.

No parece, pues, que el respeto a la vida del embrión sea la razón principal de la reforma de la legislación vigente. Todo apunta a que en realidad se busca imponer una determinada moral e idea de las mujeres sobre su rol de madres.

Si no se hace nada por evitar las circunstancias que dan lugar a la interrupción voluntaria del embarazo, y sí se hace para obligar a las mujeres a que continúen un embarazo no deseado, la conclusión es sencilla: desde esas ideas “ser mujer y maternidad” se entiende como una situación indivisible e inaccesible a la voluntad, y que, por tanto, no puede estar sujeta a la libertad de decidir de las mujeres, ni quedar al margen del significado que una parte de la sociedad, aquella que busca imponer su moral, da a esas circunstancias, a las cuales deben quedar sometidas todas las mujeres.

Un embarazo no deseado no dura nueve meses, se prolonga durante toda la vida… Y si una relación sexual no consentida es una violación, ¿qué es una maternidad no consentida…?

Yo, como hombre, pido que las mujeres sean libres para decidir sobre su maternidad, también tras un embarazo no deseado. Y lo hago en nombre de esa libertad que tenemos, hombres y mujeres, para decidir y actuar en otras circunstancias relacionadas con la maternidad y la paternidad sin obligar a nadie, ni imponer nuestros criterios y voluntad.

La libertad, la igualdad, la dignidad y el resto de los Derechos Humanos exigen su respeto en las personas que pueden verlos limitados, no la quiebra de los mismos en nombre de determinadas ideas y creencias particulares, totalmente respetables, pero sin que ese respeto pueda suponer su imposición al resto de la sociedad.

Si lo que se pretende es acabar con el aborto, lo que debe conseguirse es evitar los embarazos no deseados.

En consecuencia, Yo, como ciudadano y como hombre, quiero la Igualdad y la Libertad para las mujeres y los hombres de mi país, por ello pido que las mujeres decidan sobre su embarazo y la elección de ser o no ser madres. Ellas son tan responsables y capaces como los hombres para proteger y defender la vida y al resto de Derechos Humanos, pero sólo ellas son quienes pueden verse atrapadas de por vida en un embarazo no deseado.

Si te sientes identificado como hombre con este posicionamiento, o lo quieres defender como mujer, hazlo a través del hagstag #yoopinoquetudecidas

La izquierda que tenemos y la que necesitamos

LA IZQUIERDA QUE TENEMOS Y LA QUE NECESITAMOS
por REVISTA MEMORIA

Pensando en la izquierda como un movimiento real ¿cuáles son las fuerzas, las posturas y las acciones concretas sobre las cuales debería sostenerse-construirse-reconstruirse una fuerza política a la altura de la coyuntura-crisis histórica que vivimos? En medio las dificultades del presente ¿qué elementos fecundos prefiguran, pueden servir de plataforma, de puntos de partidas para ir construyendo una izquierda a la altura de los desafíos de la época que estamos viviendo?

Con base en estas preguntas, Memoria entrevistó a destacados intelectuales y militantes de las izquierdas mexicanas.
ENRIQUE SEMO

Pensar en la izquierda que deseamos y necesitamos es incorrecto, hay que pensar en la izquierda que podemos construir y cómo construirla, no hay que pensar en lo que deseamos, pues eso sería la revolución socialista y esa posibilidad no existe por ahora. Conviene decir que ya no podemos hablar en México de una sola izquierda, porque ese nombre ha sido mancillado tantas veces que ha perdido sentido, es necesario hablar de izquierdas y darle a cada izquierda el contenido concreto: la izquierda electoral, la izquierda movimientista, la izquierda comunista, la izquierda populista, etc.

En 1988-1989 surgió una nueva izquierda completamente diferente a la que hubo entre los años de 1958 y 1988, un resultado de la unión de dos tipos distintos de izquierdas. Hablamos de nueva izquierda, así sucedió en todo el mundo, las viejas formas de la izquierda son reemplazadas porque la realidad cambia. Lo anterior coincide con el momento en que el socialismo realmente existente se vino abajo, la URSS en 1992, pero ya había comenzado en Polonia, Checoslovaquia, en la Alemania democrática, se juntaron ambas cosas y se creó la izquierda que hemos tenido en los últimos 25 años.

flores 24En 1988-1989 con la división del PRI, a raíz de la ambición de Cuauhtémoc Cárdenas por ser candidato a la presidencia y su sucesivo fracaso, hubo una salida de mucha gente de ese partido y el lanzamiento de una candidatura independiente, surgió así una izquierda muy moderada. Pero cuando se logra dividir algo muy grande siempre se lleva algo significativo como fue en ese caso. La otra izquierda que existía era una izquierda siempre derrotada, a pesar de ser bastante sólida, en ese momento venía luchando en el contexto de crisis económicas y devaluaciones que habían tenido lugar en los años 80. Esa izquierda vio en la candidatura de Cárdenas, que tuvo inmediatamente un gran efecto en buena parte por su nombre, una oportunidad de salir de la derrota y por lo tanto se sumaron. De ese proceso surgió esa nueva izquierda que mencionamos.

La izquierda ya había ganado en aquel periodo (88-89) la legalidad desde el punto de vista electoral. Fue un enorme logro, porque durante muchos años la izquierda tuvo que conformarse con candidatos no registrados o no participar en los procesos electorales. Y después de ganar la legalidad en 1979, la izquierda había ascendido poco a poco y juntaba alrededor de entre 10% y 12% de votos, sin dejar de ser una fuerza limitada.

La entrada de Cárdenas y la unificación, así como el surgimiento del PRD trastocó muy profundamente el plan que tenía el PRI, que estaba trabajando por crear un sistema electoral más o menos creíble, hacer un sistema de dos partidos: uno de centro izquierda que sería el PRI y uno de centro derecha que sería el PAN. Sin embargo llega 1988 y aparece un tercero en discordia afirmándose como una fuerza electoral importante. El sistema se trasforma en un sistema tripartito, cuestión que no estaba en el plan antes mencionado.

Ese partido electoral fue hecho con la esperanza de que fuera un partido diferente, no como los dos existentes, algo más apropiado para la izquierda en este país. Pero salió un partido igual que los otros. Decir que el PRD es peor que el PRI en la forma de partido, o peor que el PAN es mentira, es igual a ellos pero a la gente de izquierda eso no le sirve, hubieran necesitado un partido electoral, sí, pero diferente, adaptado a las condiciones de México.

Entonces es una victoria-derrota, dialéctica como siempre. Victoria en que ocupamos un lugar en el mundo electoral, derrota porque el partido resultó igual que los otros.

Por otro lado, en 1994 llega para la izquierda movimientista mexicana el EZLN, un momento tan importante que puede ser equiparado a lo que fue la candidatura de Cárdenas en la izquierda partidista y la izquierda electoral. Surge en una forma magnífica un movimiento social en un centro de movimientos sociales: Chiapas, los mayas, los mismos de la guerra civil de Guatemala, los mismos rebeldes de 1712, toda la tradición rebelde maya. Se transforma al mismo tiempo en una fuerza mediática y en una fuerza social, limitada en número pero muy importante porque renovaron el pensamiento radical, renovaron el discurso, la forma de presentarse no era el antiguo marxismo-leninismo, y en ese sentido le debemos al movimiento neozapatista una renovación del pensamiento radical, radical-romántico, que siempre ha existido como corriente dentro del marxismo. Entonces, para los noventa tenemos otra situación: un partido electoral de izquierda y un movimiento con un nuevo discurso, más fresco, renovado y extremista. Sería cuestión de analizar qué nos han dejado y dónde estamos.

Actualmente, y después de 30 años de reformas neoliberales, nos encontramos con que muchos de los logros de las masas son escamoteados en bien del reino del mercado y de la entrada ilimitada de capital extranjero con su tecnología. Ante eso, en muchos países de América Latina la izquierda, una centro izquierda, logra aprovechar la reforma democrática que Estados Unidos ha impulsado para llegar al poder; y una vez que llega al poder, con una política independientemente de los estilos y las diferencias, tiene dos grandes denominadores comunes: es redistributiva y de participación popular, de solución de algunos de los problemas en los países donde el elemento indígena es todavía muy fuerte, es decir, de una democracia de respeto a las diferencias. Con esas dos cosas, sin grandes cambios, es una izquierda que se elige y reelige, que demuestra que los órganos de la democracia los puede usar totalmente en su beneficio, nosotros vemos en Uruguay, en Bolivia, victorias fáciles de la izquierda, en Brasil y en Argentina un poco más angustiosas pero victoria al fin y al cabo.

Mientras tanto nuestra izquierda es incapaz de lograr eso, primero porque el sistema mexicano no renuncia al fraude político, al fraude electoral, cuestión que en los otros países ha sido limitado si se quiere. Aquí se ha vulnerado tres veces el proceso electoral: 1988, 2006 y 2012. En 88 posiblemente no ganó Cárdenas, pero sacó mucho más de lo que se le aceptó y la situación debía haber sido una fuerza del Frente muy superior al PAN en las cámaras; en 2006 se pierde por un mínimo porcentaje en unas elecciones verdaderamente más que turbias; y en 2012 hay una compra gigantesca del voto que seguramente costó una verdadera fortuna. Pero no se puede echar la culpa a la derecha de que no deje ganar, este tipo de pensamiento no es un pensamiento creativo para la izquierda, debemos preguntarnos por qué no podemos romper eso, debimos haber contado con que va a haber trampas y tomar medidas.

La izquierda no fue capaz de reaccionar, de prever, porque a lo mejor la condición para ganar aquí era por 10% o 15%, ganar de otra forma o protestar de otra forma. Pero la izquierda que se creó con ese objetivo (electoral), un poco similar a las izquierdas que surgieron en Ecuador, Bolivia, Brasil o Argentina, no pudo ganar. La pregunta es ¿por qué no pudo? Y no quedarnos en “es que no nos dejaron”.

Por otro lado, el nuevo lenguaje en la guerrilla, que rápidamente abandonó el camino armado, tuvo dos o tres limitaciones. Como está basado en comunidades indígenas tiene un lenguaje radical y un planteamiento de problemas que no corresponde al otro México, que es ya dominante: el México urbano, capitalista, financiero. Existen otros muchos “Méxicos”, eso no debe olvidarse. Todos son reales: el de la comunidad chiapaneca y el del dominio del capital financiero, pero el lenguaje de ellos para el otro México no se puede adoptar. Por eso cuando se propusieron crear una organización nacional fue un fracaso, muy sabiamente ellos decidieron ser fieles a su origen. Yo en eso no veo un error, yo veo en eso una situación: “no se podía de otra manera”. Hubo errores, por ejemplo la Otra Campaña, pero en términos generales hicieron lo que se debía hacer.

En los movimientos sociales ha surgido una cantidad de grupos, de corrientes, de fuerzas. Muchas de ellas tipo Normal de Ayotzinapa, que son compañeros políticamente muy conscientes, que tienen formas de lucha muy establecidas, que son propias a la situación de Guerrero. Yo creo que el movimiento social si prende ahora cuenta con una diversidad de grupos que se van a disputar la dirección.

demian 9En cuestión de partidos electorales hay claramente dos corrientes y líneas políticas: los “chuchos”, la de un partido socialdemócrata que si se compara con la socialdemocracia en los 60 no hay punto de continuidad. Los “chuchos” quieren una socialdemocracia con un partido que se limite a lo electoral, que negocie todo dentro del marco del proyecto impuesto. Sin poder salirse de ese marco, jugar un papel a la izquierda del centro, del PRI. Eso ya está definido. El paso de la izquierda semi legal a la izquierda actual fue una crisis que sufrieron todos los partidos comunistas europeos, pero no tuvo los efectos corrosivos y destructivos que tuvo en México.

Las “tribus” como grupos de interés, a pesar de todo, son una forma de democracia feudal, pero nadie tiene todo el control. Todos jugando y negociando sus partes de poder y control. El PRD es un partido de izquierda en sus inicios, tiene dos poderes: el gran personaje y la burocracia que se necesita para hacer funcionar un partido electoral. Desarrolló caudillos y una burocracia profesional capacitada. Los “chuchos” construyeron eso, se pusieron a la cabeza de ello. Según Robert Michels, el teórico de los partidos, entre burocracia y caudillo siempre gana la burocracia. Esta línea de una socialdemocracia dedicada a las elecciones y a la vida parlamentaria únicamente, sin participación en los movimientos, buscando siempre acuerdo y sacando “raja” en los acuerdos. Cuando hay “raja” para el pueblo se justifica negociar: “yo te apoyo en esta reforma reaccionaria, tu apóyame en esta reforma popular”. Pero no es así: “tú me das apoyo político dentro de mi partido”, “tú me dejas ganar en tal estado, yo apoyo tu proyecto”: eso ya no es izquierda. Pienso que eso no lleva a gran cosa. En ese sentido existen muchas posibilidades sobre lo que pasará: ¿se consolida como un hermano gemelo más combativo del PRI? o ¿se va a consolidar de alianzas puramente electorales con el otro partido? Pero desde este punto de vista ya está muerto, porque abandona la lucha por ganar el gobierno y hacer lo que hacen las izquierdas latinoamericanas, a nuestra manera y en nuestras posibilidades. Yo creo que el capital financiero no está en contra de una política redistributiva, hasta cierto punto.

Existe otra posibilidad, Morena salió de una rebelión contra esa idea de una socialdemocracia pura y trata de formar una corriente alrededor de una personalidad más acorde con las necesidades de una izquierda moderada en México. O nos aceptan una izquierda capaz de hacer lo mismo que en Brasil o Uruguay o ¿para qué? Yo estoy en Morena, no muy activo debido a mis años, pero muy atento y ayudando en lo que puedo. Existe la oportunidad de crear otro tipo de izquierda más combativa, pero sin salirse de ciertos límites, las fronteras de la izquierda de Ecuador, Uruguay, Argentina, pero a la manera mexicana. Ahí está esa posibilidad.

Durante 30 años lograron tener adormiladas a las multitudes mexicanas, no hubo grandes movimientos de protesta. Pero esto está explotando ahora, tenemos un ascenso fundamental del movimiento social.
ENRIQUE DUSSEL

En México existen dos claras posiciones de izquierda; la izquierda con pretensiones de gobierno, negociadora, que tiene un problema teórico porque entiende el ejercicio de la política solo como negociación y la izquierda que está más en la tradición de estar en contacto con el pueblo y asumir sus intereses para desde ahí proponer un frente o llegar en su momento al ejercicio del poder. Un poder que, sin embargo, es concebido según la tradición de que captado el poder ejecutivo ya puede empezarse a derramar la honestidad, la democracia y una cierta concepción hacia abajo, es decir, no deja de tener una inspiración populista.

Ahora esto llegó a la crisis final que estamos viviendo, el grupo que concibe la política como negociación, negoció todo y sobretodo repartió cargos de gobierno. Lo que pasó en Iguala no fue una excepción, es un ejemplo de lo que es la política de esta fracción, la Nueva Izquierda a la que interesaba llegar al gobierno, no importa cómo y claro, ahora se dan cuenta que el candidato era un hombre articulado a las mafias de la droga o era él mismo mafioso. Lo que pasa es que no tenían ningún órgano que calibrara la honestidad de las personas; pero no solo, lo que sucede es que ya no tenían ningún proyecto, el único proyecto era gobernar en nombre de la izquierda pero la izquierda no tenía ninguna nota particular en su tipo de gobierno. Lo vemos en los delegados del Distrito Federal, yo no veo en qué se distinguen de ningún otro, porque no tienen ningún plan, no saben cómo establecer realmente una justicia a favor de los dominados, de los oprimidos, de los pobres, lo más que se hace a veces es demagógico en lo electoral y de ahí entonces que resulta una corrupción completa.

flores 25Pienso que en 2015 el PRD va a sufrir una crisis completa, sino es que desaparece, porque no tiene experiencia de verdadero contacto con la base mediante una propuesta de izquierda. Sino más bien una propuesta con la base ofreciendo a los líderes cargos que tienen un buen salario y que se ha priisado, es decir, se ha corporativizado. Si yo ocupo el gobierno, tengo un grupo de gente al cual puedo repartir cargos, prebendas, participación hasta económica y eso hace que haya gente que colabora, pero lejos ya de algún ideal de la izquierda del comienzo del siglo y aún de la época del 68 y demás, ya no hay nada de ello. Claro, Morena es una escisión estratégica pues se deslinda de todo eso. López Obrador es más temido por la gente de Nueva Izquierda que por el mismo PRI, porque saben que el electorado que apoyó sus candidatos, ni sabía a quién apoyaba y en realidad era arrastrado por la candidatura de López Obrador.

Creo que es un momento crucial y el 2015 se va a definir. Y entonces va a haber una izquierda que se va a ir con Morena y no creo que quedé mucha gente del PRD, ha usado los últimos votos de los cuales pudo aprovecharse de la candidatura de López Obrador pues ya no la tiene. No veo qué atractivo va a tener aún en el Distrito Federal, va a ser vencido aún en el DF. Se trata de una situación importante pero de redefinición de la izquierda. Hay que presentar un proyecto que realmente articule con los intereses del pueblo, que realmente se pueda transformar en un partido que responda a las exigencias de la gente. Tiene que haber un gran apoyo de la juventud que se oponga al grado de degradación inmoral que ha caído el país, porque hay un problema de falta de ética. Esta articulación de las mafias de la droga con todas las estructuras del Estado significa una corrupción profunda. La honestidad, simple y vulgar, ya no la hay.

Así, el 2015 va a ser un momento muy importante, vamos a ver si sigue funcionando la maquinaria de la mediocracia del partido en el poder, en la línea de La dictadura perfecta, o si la gente empieza a ya no creer más en esa mediocracia y a tomar actitudes más críticas. El único partido que puede recoger ese descontento es Morena, los demás están todos mezclados en el asunto. Y Morena mismo no es para nada un partido a la manera que se pensaba a la izquierda en los inicios del siglo XX. Aquello menos malo, que se ve como más posible y tiene una oportunidad muy fuerte, pero ante una maquinaria estatal muy bien aceitada afectada con un descredito descomunal. Entonces creo que nos aproximamos a momentos muy interesantes para la izquierda. Una izquierda que debe, en primer lugar, presentar gente honesta al nivel de la ética, capaz también de formular a nivel municipal, estatal y nacional un proyecto que pueda atraer a la gente y no le diga simplemente: “es de izquierda”, sino que presente críticas al sistema, comprensibles pero realmente críticos. Y eso hay que ver si puede realizarse.

Debe ser una izquierda justamente que vuelva a los orígenes, una izquierda de una nueva generación. Ojalá que los jóvenes pudieran darse cuenta que es el momento de ellos, de la gente de menos de 40 años que no se ha ensuciado tanto y que pudiera entrar a limpiar la izquierda, a concebir la política como un servicio y no como un servirse de ella, y no usar el corporativismo sino realmente el contacto con la base para incentivar en la gente, en las comunidades barriales y en los pequeños pueblos una participación creciente.

demian 8Una participación de la gente que podemos abrazar, pero una participación constitucional. Hay que empezar a hablar de la necesidad de una nueva Constitución. Esa Constitución debe partir del concejo barrial, antes del municipio y de la delegación o del pueblo pequeño, la aldea, donde la gente se reúne en democracia directa y decide las cosas de abajo para arriba. Hay que darle al pueblo capacidad de participación constitucional, legal. No que nos organicemos para llegar a participar, nosotros tenemos que llegar a legalizar todo eso, hacerlo constitucional. Y de esos concejos barriales y populares hacer la comuna municipal, a su vez, las elecciones las harían todos esos concejos participativos y de ahí sale el presidente municipal, el alcalde, quién sea, elegido por la gente. A ese nivel los partidos casi ni actúan todavía, éstos deben actuar de ahí en adelante, pero también con gran contacto. Es necesario presentar un proyecto que no sea corporativo, que sea democrático, nada que ver con el liberalismo. Pero que sea democrático en el sentido en que se basa en la participación de abajo hacia arriba.

Entonces, la izquierda que debe surgir debe ser de la juventud, y la juventud del partido de la izquierda debería tener un órgano nacional con autonomía dentro del partido, para que los viejos no den consigna a los jóvenes. Entonces debe apoyarse mucho a la irrupción de la juventud en la nueva concepción de la izquierda, proponiendo cosas muy precisas, porque alternativas al capitalismo todavía no tenemos.

En mi libro 16 Tesis de Economía Política, digo que nunca ha habido un proyecto alternativo sino que ese proyecto está en construcción permanente. No reformista sino parcial, pero con principios, y esos principios también hay que enunciarlos, hacer un proyecto concreto, no a largo plazo sino a mediano, que sea atractivo para la participación del pueblo. Pienso que la gran consigna debería ser: la comunidad participa y nosotros nos defendemos. No se necesitan ni la policía o el Estado, ni nadie porque ya todo eso se corrompió, es la comunidad la que debe defenderse, la comunidad la que debe exigir que haya luz, drenaje. Tiene que haber una participación popular en la distribución del presupuesto de la delegación, del municipio, del estado provincial. Como en Venezuela, tenemos que proponer el poder ciudadano, el poder electoral debe ser elegido directamente por el pueblo. A los jueces los tiene que elegir la comunidad y la sociedad civil. Y la Suprema Corte tiene que ser de elección popular, no que pongan ahí diputados y el ejecutivo sus compinches para que los justifiquen. Una propuesta fuerte, democrática atractiva, juvenil, y los viejos hay que jubilarnos. Al PRD hay que decirle que en paz descanse, ya hicieron bastante mal para seguir llamándose de izquierda.

Hay que ir a buscar a Morena los elementos que prefiguran a la izquierda que necesitamos, si algo queda es ahí y si no, ya no hay más. No veo otra, si claro, no es perfecto, como quisiéramos. Está muy corrompida la política, el que entra a la política es para sacar una tajada, no es para decir voy a servir al pueblo. Son muy pocos los honestos y donde están es en Morena, por eso es necesario.
IMANOL ORDORIKA

En primer lugar hay que aclarar que no es posible hablar de una sola izquierda mexicana ya que dentro de ésta se encuentran distintas expresiones políticas y sociales. Aunque han existido momentos en los que las izquierdas han generado grandes procesos de movilización social, como 1968 y en 1988, actualmente es posible afirmar que todas estas expresiones se encuentran en crisis, erosionadas y sin un proyecto político definido.

Tenemos por un lado a las izquierdas electorales, cuyo mayor espacio de confluencia fue el PRD y que surgieron gracias a procesos de unificación de un amplio conjunto de sectores democráticos. Este sector se encuentra fragmentado y completamente deslegitimado frente a la sociedad. Después no se puede dejar de lado al zapatismo, que a partir de su levantamiento en 1994 jugó un papel de articulación similar al que jugó el cardenismo en su momento. Sin embargo, debido a su propia dinámica dejó de funcionar como eje y adquirió una dimensión muy localizada en sus propios territorios. Existen también pequeños grupos con una fuerte militancia de izquierda pero con un discurso sectario y dogmático, como de los años 70, cuya influencia en la población es bastante limitada. El #YoSoy132, que fue una movilización apartidista, tuvo gran relevancia en su momento pero por sus propias características no adquirió un carácter permanente. En distintos puntos del país sigue habiendo una ciudadanía de izquierda que participó en distintos movimientos sociales. Algunas expresiones y desprendimientos de esta ciudadanía de izquierda que se aglutinó en movimientos electorales pudo votar por alguna de las opciones que aparecieron como expresiones de izquierda o centro-izquierda, a pesar de que en el actual Gobierno de la Ciudad de México esto se ha desdibujado por completo, aunque ya venía diluyéndose desde tiempo atrás.

flores 18Creo que hay amplios contingentes de individuos que estamos dispersos, sin un referente político claro, sin una vida orgánica, sistemática, sin una discusión permanente de los problemas del país y por lo tanto sin capacidad de presentarle a la ciudadanía, al pueblo, a los trabajadores, a los sectores marginales y al conjunto de la sociedad, una propuesta creíble y sentida que sea capaz de articular y de expandir la acción política. Esto no quiere decir que en algunos momentos, como en la situación de los crímenes cometidos contra los estudiantes de Ayotzinapa, toda esa enorme franja de las izquierdas mexicanas no se exprese con contundencia y de manera más o menos coordinada exigiendo la presentación con vida de los estudiantes desaparecidos y castigo a los responsables de los crímenes. El movimiento está poniendo en juicio a las autoridades responsables, a los partidos que están detrás de ellas, al Gobierno Federal, a los otros partidos que se desentienden de la situación. Estamos ahí pero desarticulados, desorganizados, sin proyecto y sin representar una alternativa o varias para agrupar y entregar a los mexicanos una o varias opciones de izquierda bien definidas.

Hay que enfatizar que existen diversos polos de izquierda. Unos han sido los distintos polos de la izquierda político-electoral, otro claramente fue el zapatismo, otro fue el 132, como un movimiento social y otros son un conjunto de grupos políticos sin capacidad de movilización masiva. Tenemos que ser capaces de distinguir entre un movimiento de masas, como el que se ha expresado alrededor de los crímenes contra los estudiantes de Ayotzinapa, y las 40 siglas de diferentes grupos políticos cuya militancia puede ser muy respetable, pero que no constituyen movimientos como tales y que no necesariamente están todos en la misma línea. Los hay más o menos radicalizados, aunque todos tienen muy poca incidencia en la población. Algunos de estos grupos se han centrado en la disputa por el Auditorio Che Guevara, que ha pasado de ser un espacio del conjunto de los estudiantes universitarios a una especie de botín particular en disputa entre dos o tres grupos que son difíciles de distinguir entre sí. Por supuesto, faltaría hablar de otro polo de las izquierdas que son los proyectos de organizaciones armadas que subsisten en distintos puntos del país y que reivindican un proyecto de acción de tipo militar aunque su incidencia política es muy limitada.

Desde el 132 hasta lo de Ayotzinapa no había surgido ningún gran movimiento de izquierda. Afortunadamente, el movimiento por la presentación de los estudiantes de Ayotzinapa es muy amplio, agrupa a sectores muy vastos de la sociedad y está, de alguna manera, encabezado por distintas izquierdas: los propios estudiantes de Ayotzinapa, los estudiantes de la FECSM, y los estudiantes que se mueven en las asambleas de las diferentes escuelas de la UNAM, que pertenecen a diversos grupos, han logrado de alguna manera una expresión de masas en donde mucha de la gente que está participando tiene una orientación de izquierda pero no una militancia. Yo creo que ahí es donde está un enorme potencial, en los estudiantes movilizados por su frescura, por su creatividad, por su capacidad de centrar los temas fundamentales del debate. Aunque por el momento se observan limitaciones en el sentido de que no está claro que puedan trascender al momento y a la situación propia de Ayotzinapa y plantear un agrupamiento de carácter nacional más amplio. Porque ni la Asamblea Nacional Popular que se está convocando en Ayotzinapa, ni la Asamblea Interuniversitaria han logrado hacer un planteamiento con contenido programático que trascienda la demanda fundamental que es “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Alrededor de eso se pueden plantear otras: la defensa de las normales rurales, la necesidad de apoyarlas y de conseguir mejores condiciones para los estudiantes de estas instituciones educativas, el cuestionamiento a la defensa de los derechos humanos, tema al que la gente es sensible pero que no termina de consolidarse. Porque lo de Ayotzinapa es terrible, pero lo del país también. Al lado de los 43 desaparecidos se han destapado una enorme cantidad de fosas clandestinas con cadáveres que afortunadamente no son los estudiantes desaparecidos pero que son de otros mexicanos asesinados y desaparecidos, familiares de otras personas y que no podemos perder de vista, ya que esto se suma a todas las víctimas de la guerra contra el narco que comenzó durante el gobierno de Felipe Calderón y continúa en el sexenio de Enrique Peña Nieto.

flores 21Nos encontramos en una situación sumamente paradójica, ya que en un momento de profunda crisis del Estado mexicano, la crisis alcanza totalmente a la izquierda que tiene que reconstruirse a partir de su propia experiencia y a partir de la movilización de masas que se va desarrollando en cada momento. Yo creo que esa es la izquierda mexicana a la que tenemos que apuntar: con capacidad de movilización de masas, que pueda plantearse distintas formas de lucha política, que no cancele de antemano la posibilidad de participar en un proceso electoral pero que tampoco se reduzca ni se oriente fundamentalmente hacia ella, que sea una izquierda capaz de analizar en cada momento todos los espacios de lucha que pueden permitir el avance de un proyecto que tampoco tenemos. Y ahí es donde creo que radica una de las carencias fundamentales: ¿Cómo pensar este país y plantear su reorganización desde la izquierda? ¿Cuál es el proyecto que nosotros tendríamos que diseñar, construir, debatir y en dónde lo podemos hacer? Son preguntas de las que lamentablemente aún no tenemos la respuesta.

Creo que se cerró un ciclo de las izquierdas mexicanas. Con la descomposición absoluta del PRD por un lado, la retracción del EZLN y con el fin del movimiento 132 se termina un ciclo y quedamos en una condición paradójica. El #YoSoy132 abrió una perspectiva al demostrar, en un momento de crisis, que era posible movilizarse y transformar hechos de la condición del país, pero era muy difícil que ese movimiento pudiera ir más allá. No es que el movimiento haya fallado sino que tenía las condiciones y límites de su propia existencia. El tema de hoy es cómo, desde las diferentes posturas de izquierda que hay en México, sería posible agrupar en uno o varios puntos algunas ideas de lo que se tiene que hacer en México actualmente. Creo que esa es una de las tareas fundamentales: la tarea de construcción programática, de reflexión. Hay que luchar, hay que estar en las calles, hay que organizarse, hay que avanzar y para todo esto es fundamental desarrollar el proyecto y los ejes de lucha para trascender la inmediatez y poder avanzar realmente en trasformaciones sustantivas para nuestro país. Esto no es nada nuevo, lo han planteado revolucionarios de todos los países en diferentes épocas.

Me preguntan qué pienso de Morena. En mi opinión, Morena simboliza más o menos lo mismo que el PRD, solo que en lugar de tener a “Los Chuchos” como caciques tiene a Andrés Manuel, que no difiere demasiado en las posturas ni en los estilos políticos, aunque él intenta mostrarlos como dinámicas completamente diferentes. Sin embargo, para algunos sectores de la población representa una opción que se tendrá que discutir en el momento de las elecciones, ese es un análisis que se tiene que hacer siempre ante toda coyuntura. Aun siendo así, no creo que Morena esté generando ideas, proyectos, ni mucho menos una formulación político-programática para el país ya que no ha trascendido el esquema puramente organizativo de su propio partido. Lo que tienen son ideas sueltas que se supone que las encarna un personaje político, López Obrador, que supuestamente es en sí mismo un programa. Pero no hay un programa claro y por esa razón se mueven con un enorme pragmatismo para no tener que definirse ante los temas más fundamentales, exceptuando el de la reforma energética en el que han sido bastante claros, aunque muy ineficientes y poco hábiles a la hora de la conducción política del proceso, con una posición relativamente clara y firme, pero que no va más allá. Evaden los temas, tardaron un mes en tratar el tema de Ayotzinapa, evadieron el tema del Politécnico, en su momento López Obrador evadió el tema de Atenco, el del aborto, en fin, hacen siempre un cálculo de costo-beneficio electoral sobre cualquier tema y así no se puede construir un programa político de la izquierda.
ALEJANDRO ÁLVAREZ

En realidad lo que están proponiendo no es una pregunta, sino varias preguntas sobre la izquierda que existe actualmente, la que sería necesaria y la que sería deseable. Pienso que un asunto que podríamos reconocer ahora es que se vive una situación de crisis de la izquierda, especialmente en el caso de México; esa crisis abarca dos dimensiones, a la izquierda que llamaría social porque ha estado ligada a la presencia en sindicatos, centros de educación superior, organizaciones populares, comunidades indígenas etc. Esa izquierda social con el asunto del empuje de las reformas neoliberales ha sufrido derrotas muy importantes, esto plantea que es una izquierda que está recuperándose de las heridas; la parte de la izquierda que podríamos llamar partidista se encuentra en crisis pero por otras razones, en realidad existe un problema, las reformas neoliberales arrastraron a ese sector de la izquierda que se quiere autodefinir como moderna, porque está dispuesta a pactar con el régimen cualquier tipo de arreglo con tal de empujar las reformas que interesan al gran capital, esa izquierda partidista ha dejado en crisis no solo a los partidos políticos sino al sistema político en su conjunto porque el sistema está cada vez más alejado de los intereses de la población. La otra dimensión de la crisis de la izquierda partidista es de tipo moral, pues en la medida en que se observa una penetración creciente de los intereses del crimen organizado muchas de las fuerzas políticas y de los partidos han caído en la tentación de hacerle el juego a los narcos y esto se ha traducido en una pérdida de capacidad política, de autoridad moral, porque en realidad han transformado las sedes estatales y regionales de los partidos en franquicias políticas que se venden al mejor postor y esto ha generado una verdadera debacle.

Entonces, estamos en una situación muy complicada pues necesitamos a la izquierda política, porque necesitamos la acción en el terreno electoral; el neoliberalismo está haciendo todo lo posible por borrar a la izquierda de los espacios institucionales, llámense elecciones, sindicatos, comunidades indígenas, escuelas, actividades culturales. Hay una disputa por la hegemonía y tienen claridad en buscar acabar con la izquierda en todas sus expresiones o transformar a la izquierda en un ser que no se reconozca ni a sí mismo y que juegue el papel de oposición domesticada, que en el caso mexicano tiene una larguísima historia esa experiencia; esta es la izquierda que tenemos. ¿Cuál izquierda necesitamos?, necesitamos una izquierda que tenga, en primer lugar, capacidad de fundirse en las acciones de masas, movilizando a las masas, porque la resistencia frente a los problemas de la política neoliberal ha entrado a una de enorme complejidad, pues para frenar la acción de masas en contra de las reformas neoliberales se ha montado una guerra contra el pueblo disfrazada de una lucha contra el narco y el gobierno federal está golpeando a las organizaciones de izquierda y a los dirigentes de izquierda en todo el país. Podemos documentar asesinatos de dirigentes políticos partidistas, líderes comunitarios, sindicales y ambientalistas en todo el territorio nacional en un marco de oscuridad en donde siempre se quiere dejar un espacio para asociar los problemas a una posible pertenencia o compromiso con el narco, necesitamos una izquierda que pueda caminar con las masas en la resistencia al neoliberalismo y para eso debe tener claro el proyecto neoliberal y un proyecto alternativo hacia dónde debe caminar. ¿Qué sería lo deseable?, lo deseable es que abandonáramos esa división absurda entre lo electoral y lo social, entre lo reivindicativo y lo político para que entráramos en una comprensión cabal de que todo absolutamente está en juego hoy. Necesitamos gente que entienda la problemática económica, tome una posición política, sepa pelear en la lucha reivindicativa, asumiendo los límites y los riesgos pero siendo consecuentes en cada una de las luchas y también tener claridad ideológica, no sirve de nada ese sector de izquierda que está más neoliberal que los neoliberales porque en realidad eso lo que está haciendo es generar una aversión a la actividad política, se generaliza el sentido de que todos los políticos son iguales, toda la política es una porquería y entonces necesitamos una cosa distinta, diferente. Reitero, no podemos oponer artificialmente el que si alguien quiere estar en la actividad política partidista entonces se olvide de la lucha reivindicativa o al revés, y necesitamos que la gente entienda que estamos en escenarios tan complejos que vamos a necesitar que la gente se mueva con soltura entre una estrategia y otra.

Ahora, qué elementos fecundos nos pueden servir de punto de partida para ir construyendo una izquierda a la altura de los nuevos desafíos, lo que se puede decir es que la movilización de masas en los últimos meses, en particular en relación al asunto de las atrocidades contra los normalistas de Guerrero, nos indica que hay un potencial en la ciudadanía, un depósito de energía, compromiso y de intentos de caminar a un México diferente como lo pueden probar las movilizaciones de masas en donde la izquierda, sin necesidad de ponerse de acuerdo entre ella, ha tenido que caminar, no le ha quedado más remedio que caminar con estas expresiones de indignación ciudadana, que por cierto es la segunda vez que ocurre, al final del régimen de Calderón a propósito de los incidentes de Cuernavaca en donde asesinaron al hijo de Javier Sicilia, tuvimos una irrupción de esta indignación frente a la violencia, incluso frente a la criminalización de los jóvenes, porque estábamos viviendo un clima de terror contra los jóvenes por el hecho de ser jóvenes.

En el régimen de Peña Nieto se sigue la misma línea que Calderón y lo que estamos enfrentando es este intento de corromper y degradar la acción social asociándola a los vínculos con el narcotráfico, cuando en realidad lo que estamos viendo es la crisis del Estado mexicano por los pactos múltiples de impunidad que hay entre políticos y narcos, entre empresarios y narcos que están creando este clima repugnante que se ha reconocido como pacto de impunidad. En donde están queriendo bloquear la acción ciudadana, bloquear la resistencia a las reformas neoliberales con la idea de que se puede mediante el terror someter a la población.

Necesitamos una izquierda que retome los intereses, las preocupaciones y los proyectos vitales de la población y que camine con ellos. Hoy en las reformas neoliberales está implicado este asunto de la acumulación por la desposesión en una escala masiva, están afectando comunidades indígenas, terrenos ejidales, comunidades agrícolas, pueblos, escuelas y proyectos educativos. Están apostando contra todo, y entonces hay que organizar la resistencia, definir los puntos de avance y no tener miedo a que esto se vea como una reacción atrasada, primitiva. Reflejo de una izquierda que no entiende de arreglos y de componendas porque la otra parte, esa izquierda que ha estado pactando, va en un proceso de descomposición tan grande que pronto veremos grandes cambios también en el escenario político nacional.

En el caso de Morena no solamente es la carga que podría derivarse del PRD, yo pienso que Morena lleva su propia carga, en el sentido de que es una fuerza con una dirección muy caudillesca, poco colectiva, en donde las prioridades están fijadas de manera un poco artificiosa, separando las demandas, como si algunas fueran de su exclusiva preocupación o peor aún, como si fueran las fuerzas únicas que pudieran llevar a una victoria en un campo; pongo como ejemplo el asunto del petróleo que es un problema que compete a todo los mexicanos y en el que existe, hasta donde yo he podido observar, una actitud sectaria por parte de Morena.

En el caso del EZLN no se ha recuperado de los excesos de convertir a la lucha electoral en el problema fundamental o como una falsa salida, cuando en realidad en toda América Latina las masas están buscando y explorando un cambio a través de las elecciones. Digamos que para gente que ya tomó las armas y que ya se decidió a actuar, las elecciones son un divertimento, una falsa salida; pero para la gente que está comenzando a participar las elecciones son una oportunidad de dar un giro y cambiar las cosas y la correlación de fuerzas. Están los casos de Venezuela, Brasil, Ecuador y de Bolivia, en donde lo que observamos es la búsqueda de regímenes postneoliberales con una situación atenuada de neoliberalismo que da un respiro a las masas, ya que hemos vivido un verdadero asalto a las condiciones de vida y de trabajo de la población en el país y el continente. Esa desesperación de creer que la lucha electoral se la puede uno saltar costó un retroceso estratégico para los zapatistas que ya habían logrado impactar en la opinión pública nacional y mundial, por supuesto hay un proceso de continuidad. Es una fuerza que ahí está, que está haciendo su trabajo hormiga, de convocatoria con las comunidades indígenas de otros lugares del país que es muy importante, tal y como lo hemos visto al estar presente en las movilizaciones políticas de los últimos acontecimientos. Creo que no han ajustado cuentas con el problema central de tener una definición mucho más clara de lo que significan los procesos electorales, para un México que es esencialmente urbano, esencialmente dominado por las relaciones capitalistas modernas, en donde los medios de comunicación juegan un papel muy grande y la organización de la sociedad es incipiente, no por falta de inspiración, sino por el peso de una estructura corporativa que es terrible en prácticamente todas las instancias a nivel nacional.

Pienso que los dos proyectos son importantes y que juegan un papel, que tienen significación pero tienen al mismo tiempo sus propios límites fijados por su estrategia, por su estructura o por su forma de conducción.

Dejaría hasta aquí el planteamiento con la idea de que ustedes están trabajando opiniones breves de problemas muy complicados, pero esto se puede retomar con más tiempo.
MARCELA LAGARDE

En los 12 años del PAN al frente del gobierno existió una política que luego se convirtió en una política de Estado enormemente violenta. Con el slogan del enfrentamiento al crimen organizado y a los narcos, el presidente Calderón que algún día será juzgado como debe ser ante un tribunal utilizó al Ejército y a la Marina para un asunto interno. Esto se hizo sin solicitar al Congreso el permiso para hacerlo. No fue votado por ningún órgano. Fue una política del Presidente que se lanzó al combate. No era un recurso lingüístico. Realmente estaba en combate, y lo demostró. Hay cifras oficiales que hablan de más de 100 mil muertos y 30 mil desaparecidos. Entonces, lo de Ayotzinapa no es algo raro o extraño. No es un fenómeno exótico. Es parte de una política de Estado que en algunos lugares del país se mantuvo. En el caso de Guerrero tenía antecedentes propios con la represión y la guerra sucia. Y que nosotros, la izquierda, denunciamos.

demian 7En ese cuadro no me limito a Ayotzinapa, sino me voy 12 años más atrás. ¿Cuál sería el conjunto de fuerzas que nos permitiría darle vuelta a la hoja y cambiar este régimen? Me parece que tendría que ser un espectro amplio y democrático. El eje debe ser la perspectiva democrática y de izquierda. No una izquierda “contra” sino a “favor”. Así me defino hace mucho tiempo: una izquierda a favor de alternativas concretas, que hemos ido creando y en algunos casos logrando parcialmente. Nos falta la articulación de estas fuerzas: partidos políticos que tengan un perfil de izquierda definida no que haya que interpretarla y que se plantee la unidad de la izquierda. Proceso que no sucede porque hay partidos que surgen dividiendo a la izquierda constituida partidistamente. Ahí tenemos que hacer un esfuerzo de diálogo de una agenda de puntos mínimos, sobre los cuales construir una alternativa electoralmente viable. Tendríamos que articular en este frente partidista también a organizaciones civiles que en México se han fortalecido en los últimos tiempos y que abarcan un espectro importante de organizaciones civiles defensoras de los derechos humanos, que son básicas y muchas otras que articulan movimientos específicos: indígenas, de mujeres y feministas, que son tan importantes para una visión democrática, los movimientos por la diversidad, los juveniles, los movimientos culturales por ampliar el sustrato y el soporte a una renovación de la cultura en México. Tendríamos que articular todo eso con una propuesta de mínimos para plantear la democracia desde la izquierda.

La izquierda que deseamos es aquella que recoja los aportes tan importantes que hemos hecho las izquierdas a este país en los últimos cuarenta años. Capaz de recoger ese legado histórico. Lo que tenemos actualmente es una izquierda fragmentada, debilitada, polarizada, enormemente ligada a liderazgos personales que no comparto. La hemos denominado izquierda populista. Que está en contra y que tiene como contrario a la otra izquierda. No puedo considerar que están haciendo un aporte al atacar constantemente a las izquierdas diversas. López Obrador con su organización surgió del PRD, aunque ya tenía su otro partido. Desgajó al PRD, esos me parecen ejercicios inaceptables en la izquierda a estas alturas. En un país con tanta violencia y tan frágil en su articulación democrática. Pienso que tendríamos que hacer un enorme esfuerzo para convocar y articularnos. Puede ser regionalmente o por grandes temas y problemas que podamos ver desde una óptica teórica o política.

Es necesario consolidar un gran esfuerzo para hacer algo de emergencia para apaciguar cualquier intentona autoritaria en este gravísimo problema que estamos viviendo. El gobierno nos está dando una serie de mensajes graves y no soluciones. Estamos alertas pero no tenemos voces que nos articulen, partidos que estén asumiendo en este momento de crisis una respuesta importante. El PRD, que era el partido de la izquierda más grande, está implicado y parece que ha quedado paralizado con el apoyo al gobierno y al municipio en Guerrero. Hay una respuesta “ultra”, donde sacan a golpes a dirigentes del PRD, a los que la prensa también lincha. Por ejemplo, el periódico La Jornada ya los tiene linchados de antemano. Pero ahora que dan la cara los maltratan. Como a Encinas, que es un compañero al que respeto mucho. Sin duda, estamos huérfanos, padecemos una orfandad política.

«Memoria» de regreso

«Memoria» de regreso
26 febrero, 2015 · de observatoriodehistoria · en Historiografía, Opinión. ·

por Jaime Ortega *

Después de casi tres años, la revista Memoria vuelve a las calles —y a la red— a partir de febrero. Fue creada en 1983, cuando la izquierda había conquistado ya sus derechos políticos de manera plena, al menos para poder competir abiertamente en un sistema que se aspiraba ser democrático. Su nacimiento se debe al esfuerzo que militantes de izquierda, particularmente comunistas, con Arnoldo Martínez Verdugo a la cabeza, llevaron adelante a partir de la constitución del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista. Memoria pasó a ser la expresión de aquel centro: su objetivo era, precisamente, preservar y evocar la memoria de las luchas del pueblo mexicano.

Mucho ha corrido desde aquel momento. La revista tuvo momentos esplendorosos y momentos opacos. Iba y venía, cómo toda publicación de la izquierda militante. En 2012 se cerró un ciclo: Memoria dejó de aparecer.
Ilustración del primer número de la nueva Memoria.

Ilustración del primer número de la nueva Memoria.

En un intenso proceso de reorganización se ha logrado consolidar de nuevo su publicación. Ante los tiempos de crisis que corren, una publicación que pueda servir como brújula es más que necesaria. La terrible crisis social, política y económica que atraviesa a México obliga a redoblar los esfuerzos. Las izquierdas deben tener sus expresiones culturales, teóricas, de resguardo de su legado. En este sentido es que Memoria busca contribuir al debate de la coyuntura (momento de intervención por definición), pero también a la acumulación de saberes de un pensamiento crítico que se (re)produce todo el tiempo.

La coyuntura no es pensada como un contexto determinado, sino como un momento de demarcación tanto teórico como político. Para poder intervenir en ella, la coyuntura mexicana nos obliga a dotarnos de elementos para discutir y delimitar lo que contribuye a la articulación, acumulación y modificación de las fuerzas que disputan la hegemonía social y política.

El primer número de esta etapa de la revista tiene varios nodos problemáticos. El más importante de ellos se refiere al entendimiento de la(s) “izquierda(s)” en nuestro país; un conjunto de intervenciones desde distintos puntos de enunciación articulan el dossier del número. Se encuentran también materiales para comprender la crisis económica y sus múltiples manifestaciones, así como los debates en torno al salario mínimo en el Distrito Federal. El pensamiento crítico no deja de tener su espacio en el momento de debate del comunismo o las tesis de economía política de Enrique Dussel.

Memoria regresa con los bríos de una publicación fresca, vigorosa, que se encuentra, más que a la búsqueda de respuestas, a la formulación de las preguntas que ayuden a explicar los acontecimientos. Y regresa con el ánimo de intervenir en el debate de las izquierdas, para ser eco de un pueblo en lucha.
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¿Era Monseñor Romero un verdadero representante de la teología de la liberación?

¿Era Monseñor Romero un verdadero representante de la teología de la liberación?
Michael E. Lee*
El Faro / Publicado el 11 de Mayo de 2015

Varios autores dudan sobre la orientación teológica de Monseñor Romero y cuestionan su identificación con la teología de la liberación. El conocido teólogo Michael E. Lee Reflexiona sobre esas dudas y da su respuesta.

En el difícil camino hacia la beatificación de Óscar Arnulfo Romero, su relación con la teología de la liberación fue siempre una preocupación en los círculos vaticanos. Cuando el postulador de la causa de Romero, el arzobispo Vincenzo Paglia, anunció que el dilatado proceso había sido “desbloqueado”, muchos atribuyeron la decisión al recién elegido Papa Francisco, un latinoamericano que enfatiza una iglesia “pobre y para los pobres”. Sin embargo, posteriormente Paglia dijo que había sido Benedicto XVI, el predecesor de Francisco, quien había eliminado el último obstáculo al proceso.

Fue una sorpresa saber que después de tantos años Benedicto, crítico de largo plazo de la teología de la liberación, había aprobado la beatificación de Romero. Después de todo fue él mismo, cuando era el Cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), quien había escrito la crítica más punzante de la teología de la liberación: Libertatis nuntius (1984). Él había hecho callar a Leonardo Boff e investigado a varios otros teólogos de la liberación. Si Benedicto apoyaba la santidad de Romero, debía de haber habido un cambio importante en su manera de pensar. ¿O no lo había habido? Benedicto, incluso como Papa emérito, nunca ha indicado ningún ablandamiento en su posición con respecto a la teología de la liberación. De manera que si Benedicto no cambió, quizás fue Romero, o al menos la presentación de Romero, la que fue modificada con el fin de hacerlo más apetecible para un público escéptico ante esta corriente.

Los trabajos académicos sobre la iglesia católica en El Salvador antes de la guerra civil han identificado al arzobispo Romero con lo que la antropóloga Anna Peterson llama el “catolicismo progresista”, que surgió de las iniciativas pastorales y teológicas posteriores al Concilio Vaticano II y a la reunión de Medellín, y que alentó el predecesor de Romero, Luis Chávez y González. Inicialmente, Romero no mostró afinidad con este catolicismo progresista en sus años como obispo auxiliar de San Salvador (1970-1974) o como obispo de Santiago de María (1974-1977). Sin embargo, como ha argumentado la obra de Zacarías Díez y Juan Macho, en este último período se inició un proceso de transformación que, con la elevación de Romero al arzobispado y el asesinato de Rutilio Grande, lo convirtió en el principal impulsor y defensor de una iglesia que había empezado a experimentar la peor parte de la violencia represiva.

Teológicamente, los opositores del Arzobispo Romero eran, a excepción de Monseñor Rivera Damas, los demás miembros de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES) y las organizaciones católicas de derecha, no aquellos que abrazaban la teología de la liberación. Aunque la politóloga Tommie Sue Montgomery identifica un ala más radical del clero, Romero sigue identificado dentro de un espectro de la teología de la liberación.

Contrariamente a este consenso académico general, el historiador italiano Roberto Morozzo della Rocca ha argumentado que Romero se mantuvo apartado de la teología de la liberación a lo largo de su vida y desaprobaba de dicha corriente. Refiriéndose a las declaraciones críticas que Romero hizo a principios de 1970 con respecto a la teología de la liberación, Morozzo demuestra que ciertas posturas se mantuvieron consistentes a partir de ese período: Romero advertía contra la reducción de la fe a la política, condenaba la violencia insurreccional, e identificaba como insuficientes las metas meramente materiales o históricas para la liberación humana. Desde este punto de vista, Romero pudo haber sido paciente y cortés con quienes estaban comprometidos con las ideas de la teología de la liberación, pero nunca compartió su visión.

Jesús Delgado también ha argumentado que Romero no estaba influenciado por los teólogos de la liberación, señalando que los libros de éstos se mantenían sin abrir en los estantes de su biblioteca. A pesar de ser una aserción superficial, sí apunta a lo que puede considerarse como una desconexión entre los teólogos de la liberación y Romero. Romero no asistió a sus numerosos congresos, no publicó libros junto a ellos ni los citó en sus escritos o homilías. Así, este recuento de las inclinaciones teológicas de Romero lo presenta como completamente apartado de la teología de la liberación. Esto se debe a que Morozzo, que escribió la parte biográfica de la “Positio” del Vaticano, el documento en que se presentan los argumentos a favor de la canonización de Monseñor, allana el camino para una canonización que evita mostrar acuerdo con la teología de la liberación.

Pero a pesar de lo persuasivas que son las pruebas para esta posición, hay tres tesis que explican por qué no resultan convincentes.

Por un lado, la objeción de que Monseñor Romero no era teólogo de la liberación muestra falta de comprensión de lo que es teología. Ciertamente, Óscar Arnulfo Romero no era un teólogo profesional de la liberación. Él no ostentaba un título de doctorado, no tenía nombramiento en una universidad, y nunca publicó un libro o un artículo académico. Sin embargo, esta es una visión truncada del quehacer teológico. En su introducción a la teología de la liberación, Leonardo y Clodovis Boff hacen una útil distinción entre tres niveles de la teología de la liberación: el popular, el pastoral y el profesional. A pesar de que Monseñor Romero nunca participó en congresos teológicos, su predicación y ministerio sirvieron, como ha demostrado Martin Maier, de inspiración teológica. Su trabajo pastoral en la Arquidiócesis de San Salvador juntó los niveles populares y profesionales de la teología de la liberación para encauzar su proclamación del evangelio como liberación completa. Él dejó un rico legado teológico.

Por otro, en sus homilías y cartas pastorales Monseñor Romero desarrolló los mismos temas que los teólogos de la liberación. Metodológicamente, la teología de la liberación se distingue por su enfoque inductivo, que toma en serio la experiencia y la fe de los cristianos. Esto marcó un alejamiento del enfoque que había dominado la teología católica durante más de un siglo, la neoescolástica. En lugar de ser una aplicación deductiva de definiciones abstractas, la teología de la liberación es, como Gustavo Gutiérrez ha formulado, una reflexión crítica sobre la praxis cristiana a la luz de la palabra de Dios. En este enfoque influye el planteamiento de ver-juzgar-actuar de Acción Católica.

Este enfoque guió a los teólogos de la liberación a alcanzar nuevos puntos de vista sobre temas teológicos como Dios, Cristo, la Iglesia, el pecado, etc. En concreto, al surgir de la pobreza generalizada y la desigualdad en Latinoamérica, este enfoque teológico hizo preguntas fundamentales acerca de la relación entre la aspiración humana por la liberación y la proclamación cristiana de la salvación. Entre las contribuciones significativas de la teología de la liberación para el pensamiento contemporáneo se incluyen entre otros la opción preferencial por los pobres, la realidad del pecado social, y la importancia de la ortopraxis. Sin duda, había muchas variedades diferentes de teologías de la liberación, pero estas características ayudan a iluminar los parecidos de familia en este enfoque teológico.

Los escritos de Romero y su predica como arzobispo muestran el mismo enfoque inductivo de la teología de la liberación y desarrolla los mismos temas. De hecho, la estructura de su segunda, tercera y cuarta cartas pastorales siguen la metodología de ver-juzgar-actuar. La clave del método y contenido de Romero fue su tema medular: la pobreza. La teología madura de Romero comienza con la experiencia de los pobres, se preocupa por el anuncio del Evangelio a los pobres, denuncia a los que explotan a los pobres, y llega a una comprensión más profunda de la fe gracias a su involucramiento con el mundo de los pobres. Como dijo Romero en Lovaina, “Y de ese mundo de los pobres decimos que es la clave para comprender la fe cristiana, la actuación de la Iglesia y la dimensión política de esa fe y de esa actuación eclesial. Los pobres son los que nos dicen qué es el mundo y cuál es el servicio eclesial al mundo. Los pobres son los que nos dicen qué es la ‘polis’, la ciudad, y qué significa para la Iglesia vivir realmente en el mundo.” El enfoque teológico de Romero fue liberacionista y produjo ideas consistentes con los aportes de otros teólogos de la liberación.

Por último, los que desean separar a Monseñor Romero de la teología de la liberación suponen incorrectamente que ésta es contraria a las enseñanzas de la Iglesia Católica. Las teologías de la liberación se ubican en un espectro y siempre han contado con una crítica interna. De hecho, las críticas de Romero a las posiciones extremas en la teología de la liberación que se supone que demuestran su distancia de la misma las han hecho los mismos teólogos de la liberación. El problema es una herencia de Libertatis nuntius, que hizo advertencias sobre ciertos aspectos de la teología de la liberación pero nunca citó textos específicos o nombres de autores.

En El Salvador, la teología de la liberación se ha identificado más visiblemente con los jesuitas Jon Sobrino y el fallecido Ignacio Ellacuría, a quienes Romero consultaba por sus conocimientos de teología. Sin embargo, el trabajo de estos teólogos de la liberación profesionales es sólo parte de un tejido mucho más amplio. La teología de la liberación en El Salvador incluye el trabajo pastoral de religiosas y de sacerdotes como David Rodríguez, Inocencio Alas, Rutilio Grande, Noemí Ortiz, Alfonso Navarro, Silvia Arriola, Rogelio Ponseele, Miguel Ventura y muchos otros. Era elemento central en los Centros de Formación, como Los Naranjos y El Castaño. Inspiró el ejemplo valiente de mujeres y hombres en las correspondientes comunidades eclesiales de base y sus delegados de la palabra, muchos de los cuales, al igual que Romero, pagaron por su fe con el precio de su propia sangre.

Monseñor Romero es una parte de este tapiz. Sin duda hubo desacuerdos, como el debate después del apoyo tentativo de Romero a la Junta de octubre de 1979, pero el ministerio de Romero, su denuncia de la injusticia, su defensa de los derechos humanos, su intento de centrar la iglesia en la difícil situación de los pobres, está indisolublemente ligado a la historia de la teología de la liberación. Él encarna sus valores más altos en la búsqueda hacer presente en el mundo al Reino de Dios.

Decir que Monseñor Romero era la encarnación de la teología de la liberación significa confrontar las caricaturas dudosas y la culpabilidad por asociación que con demasiada frecuencia han distorsionado la realidad de la teología de la liberación y sus promotores. Pero quizás más que aclarar el punto, la vinculación correcta de Romero con el legado de la teología de la liberación, con esa visión y esperanza que inspiró a los cristianos comprometidos a vivir la fe como una forma de transformar la sociedad, significa que puede continuar inspirando. Pueden encontrarse en los conflictos alrededor de la minería o de la violencia de las pandillas. Todavía se pueden escuchar las voces que claman por la liberación, y merecen la esperanza liberadora que ofrece el ejemplo de Romero.

*Michael E. Lee es Associate Professor en el Departamento de Teología de la Universidad de Fordham. Este artículo es un extracto de un libro que examina el legado teológico de Monseñor Óscar Romero, que aparecerá próximamente bajo el sello editorial Orbis Books. Editor responsable de esta entrega: Héctor Lindo-Fuentes.

Nuestro derecho a ser marxistas-leninistas

Nuestro derecho a ser marxistas-leninistas
Fidel Castro Ruz

Mayo 7 de 2015.
Pasado mañana, 9 de mayo, se conmemorará el 70 aniversario de la Gran Guerra Patria. Dada la diferencia de hora, cuando elaboro estas líneas, los soldados y oficiales del Ejército de la Federación de Rusia, llenos de orgullo, estarán ejercitando en la Plaza Roja de Moscú con los rápidos y marciales pasos que los caracterizan.

Lenin fue un genial estratega revolucionario que no vaciló en asumir las ideas de Marx y llevarlas a cabo en un país inmenso y sólo en parte industrializado, cuyo partido proletario se convirtió en el más radical y audaz del planeta tras la mayor matanza que el capitalismo había promovido en el mundo, donde por primera vez los tanques, las armas automáticas, la aviación y los gases asfixiantes hicieron su aparición en las guerras, y hasta un famoso cañón capaz de lanzar un pesado proyectil a más de 100 kilómetros hizo constar su participación en la sangrienta contienda.

De aquella matanza surgió la Liga de las Naciones, institución que debía preservar la paz y no logró siquiera impedir el avance acelerado del colonialismo en África, gran parte de Asia, Oceanía, el Caribe, Canadá y un grosero neocolonialismo en América Latina.

Apenas 20 años después, otra espantosa guerra mundial se desató en Europa, cuyo preámbulo fue la Guerra Civil en España, iniciada en 1936.
Tras la aplastante derrota nazi las naciones cifraron sus esperanzas en la Organización de las Naciones Unidas, que se esfuerza por crear la cooperación que ponga fin a las agresiones y las guerras, donde los países puedan preservar la paz, el desarrollo y la cooperación pacífica de los Estados grandes y pequeños, ricos o pobres del planeta.

Millones de científicos podrían, entre otras tareas, incrementar las posibilidades de supervivencia de la especie humana, ya amenazada con la escasez de agua y alimentos para miles de millones de personas en un breve lapso de tiempo.
Somos ya 7 mil 300 millones los habitantes en el planeta. En 1800 sólo había 978 millones; esta cifra se elevó a 6 mil 70 millones en el año 2000, y en 2050, según cálculos conservadores, habrá 10 mil millones.

Desde luego, apenas se menciona que a Europa occidental arriban embarcaciones repletas de emigrantes que se transportan en cualquier objeto que flote, un río de emigrantes africanos, del continente colonizado por los europeos durante cientos de años.

Hace 23 años, en una Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, expresé: Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre. No sabía entonces, sin embargo, cuan cerca estábamos de ello.
Al conmemorarse el 70 aniversario de la Gran Guerra Patria deseo hacer constar nuestra profunda admiración por el heroico pueblo soviético, que prestó a la humanidad un colosal servicio.

Hoy es posible la sólida alianza entre los pueblos de la Federación Rusa y el Estado de más rápido avance económico del mundo: la República Popular China; ambos países, con su estrecha cooperación, su avanzada ciencia y sus poderosos ejércitos y valientes soldados, constituyen un escudo poderoso de la paz y la seguridad mundial, a fin de que la vida de nuestra especie pueda preservarse.

La salud física y mental, y el espíritu de solidaridad, son normas que deben prevalecer, o el destino del ser humano, este que conocemos, se perderá para siempre.
Los 27 millones de soviéticos que murieron en la Gran Guerra Patria, lo hicieron también por la humanidad y por el derecho a pensar y a ser socialistas, ser marxistas-leninistas, ser comunistas, y a salir de la prehistoria.
www.granma.cu/archivo?a=482> |internet@granma.cu
mailto:internet@granma.cu

Saludo al Pueblo Soviético

EL PARTIDO VANGUARDIA POPULAR SALUDA AL PUEBLO SOVIÉTICO
Personen
Partido Vanguardia Popular Costa Rica
An
BCC rpineda59@yahoo.com
Mai 8 um 5:47 PM

EL PARTIDO VANGUARDIA POPULAR SALUDA AL PUEBLO SOVIÉTICO Y A TODOS AQUELLOS QUE HICIERON POSIBLE LA DERROTA DEL NAZI-FASCISMO.

Cuando el 9 de mayo DE 1945 en las semiderruidas torres del Reichstag hitleriano ondeó la bandera roja con la hoz y el martillo, nació el símbolo indestructible de la derrota del fascismo. Una fecha que no puede ser olvidada porque ahí se cerraron las puertas a las ansias de poder brutal y criminal del hitlerismo.

Los comunistas costarricenses entonces se sintieron felices y vencedores. Sus alegrías y sus sueños de entonces son los que ahora, en condiciones diferentes, soñamos y celebramos los comunistas de esta nueva generación.

Los soviéticos pusieron los mayores sacrificios, dieron su sangre y pusieron su inteligencia al servicio de la humanidad.

Podría alguien pensar siquiera cómo sería este mundo si los nazi-fascistas hubieran vencido en la Segunda Guerra Mundial. No podemos describirlo, pero temblamos de horror y de ira ante semejante posibilidad. Estaría el planeta sembrado de los horrores de los campos de concentración, los judíos habrían desaparecido y en los cementerios enormes fosas serían la última morada de la inteligencia y del espíritu. No sería posible siquiera pensar en la igualdad ni en la dignidad de todos los humanos.

El heroísmo del pueblo soviético y su glorioso Ejército Rojo frenaron esa terrible ola de maldad, de maldad pura y simple que pretendió someternos a todos.

Si hemos de amar la justicia, debemos en justicia amar al pueblo ruso, a todos los pueblos soviéticos y a sus valientes soldados.

El esfuerzo del Ejército Rojo fue acompañado por los movimientos guerrilleros en casi todos los países de Europa ocupados.

Los comunistas, incluyendo a la propia Alemania, fueron parte de los movimientos guerrilleros en todos los países, incluyendo a Italia donde se destacó por su heroísmo el Dr. Collado. En la Universidad de Boloña una placa conmemorativa rinde homenaje a este valiente luchador costarricense. Nuestro camarada Adolfo Braña, luchó en España contra el franquismo y luego se sumó a los guerrilleros franceses.

Es difícil, como se sabe, erradicar las malas hierbas. Se eliminaron las más crueles, los nazis.

Pero quedaron semillas abonadas por el estiércol capitalista.

El monopolio mediático, al servicio del imperio yanqui y de la oligarquía de todos los países, pretende falsificar la historia, borrar el glorioso papel de la Unión Soviética y del Partido Comunista de la Unión Soviética, en la derrota del nazismo. No lo lograrán.

El mundo se ha complicado, el imperialismo sigue luchando por el dominio del mundo entero y los pueblos siguen luchando. China se hizo grande y poderosa, fueron derrotados en Vietnam y en la Corea Popular, agreden, matan y destruyen pero no avanzan. Esto los hace más crueles pero también más incapaces de lograr sus propósitos.

Pretenden destruir a Rusia, pensando que la tragedia histórica de la disolución de la URSS, la había convertido en una dulce manzana que plácidamente esperaba un mordisco. Resulta que se han comenzado a quebrar los dientes imperiales.

América Latina es nueva. La Revolución Bolivariana es un faro que no podrá ser apagado con mentiras y conspiraciones.

Otros factores han contribuido al proceso de unión de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Cuba resistió más de cincuenta años de criminal bloqueo, gracias a un pueblo con enorme capacidad para resistir y a la inteligencia de un dirigente excepcional, Fidel Castro.

La lucha popular en gran parte del planeta afronta grandes dificultades, pero no está en crisis. Las crisis azotan al mundo capitalista.

El heroísmo soviético está vivo y las ansias populares de una vida en justicia y en paz también.

Nuestro saludo fraternal para el pueblo ruso, para su ejército y para todos los luchadores antifascistas.

SU SANGRE NO SE DERRAMÓ EN VANO, LOS PUEBLOS SE INSPIRAN EN SU HEROÍSMO.

PARTIDO VANGUARDIA POPULAR