Una cartografía de la discriminación arquitectónica de los discapacitados

Una cartografía de la discriminación arquitectónica de los discapacitados
Kimberly Sawchuk

Imagínese a sí mismo en una silla de ruedas, si es que no lo está ya. ¿Dónde viviría? ¿Dónde trabajaría? ¿Dónde iría a clase? ¿Dónde quedaría con amigos para tomar café, una cerveza o para comer? ¿Cómo afrontaría las calles heladas de Montreal en invierno? ¿Cómo se desplazaría por su ciudad? ¿Podría ir al cine con sus amigos?

El entorno urbano no facilita el acceso a la vida pública a aquellas personas que van en sillas de ruedas, usan muletas o necesitan un andador. Los obstáculos que presenta la arquitectura de los espacios urbanos, que niega a los discapacitados el acceso al transporte público, refleja la discriminación sistémica y la hegemonía del «tamaño normalizado» imperantes en la mayoría de los espacios compartidos. Las diferencias de movilidad ponen de manifiesto las injusticias políticas y sociales inherentes a los entornos urbanos. Nuestro entorno está construido sobre lo que podríamos llamar discriminación de los capacitados o «capacitismo».
Tal y como escriben Liz Ferrier y Vivienne Muller, «la perspectiva “capacitista” define la discapacidad en términos de deficiencia y desvío de la norma humana. […] Esta definición de la discapacidad –con su percepción deficiente y su repulsión hacia el cuerpo o la mente aberrantes– es un poderoso trasfondo que influye en nuestra percepción de la naturaleza humana» (2002, p. 2).
Aunque dentro de los estudios críticos sobre discapacidad existe variedad de posturas sobre la relación entre discapacidad y deficiencia, lo que resulta innegable es que, en tanto sociedades, necesitamos comprender cómo una deficiencia puede conducir a la discapacidad en contextos sociales específicos y encontrar la manera de des-discapacitar las ciudades mediante la identificación de esas «fuerzas socio-espaciales» que producen «diferencias materiales tanto vividas como imaginadas» entre capacitados y discapacitados (Crooks y Chouinard 2006, p. 246).
Esta es precisamente la contribución del proyecto de Antoni Abad, MONTRÉAL*in/accessible. Al poner teléfonos móviles en manos de aquellos que experimentan, todos los días de su vida, la multitud de obstáculos que les impiden tanto el desplazamiento como el acceso a los espacios públicos, surge un retrato colectivo, un mapa de grupo dinámico de los efectos devastadores de la naturaleza discriminatoria de la arquitectura urbana respecto a los discapacitados.
El capacitismo en arquitectura es una de las maneras en que un entorno se crea y recrea atendiendo a convenciones físicas que generan jerarquías de diferencias corporales, de manera que a aquellos con discapacidades se les atribuye automáticamente una «forma de ser disminuida» (Campbell 2001, p. 44). Esto es la discriminación de los discapacitados o capacitismo, una actitud que da por hecho que la discapacidad es una afección inherente e indeseable que ha de superarse, en la mayoría de los casos mediante un tratamiento médico correctivo.
El capacitismo, tal y como sugiere Fiona Kumori Campbell, significa que tener una discapacidad es un fracaso antes que una consecuencia de la diversidad humana, como lo serían la raza, la etnicidad, el género o la orientación sexual. Desde esta perspectiva discriminatoria, aquellos con «discapacidad» nunca lograrán estar por completo «a la altura» del mito –normativo, aunque ficticio– del cuerpo libre de discapacidades. Tal y como argumentan Crooks y Chouinard, si la «capacidad» es la norma, entonces aquellos con discapacidades terminan marginalizados y etiquetados inevitablemente como «los otros» (2006, p. 20).
La discriminación arquitectónica de los discapacitados, presente en nuestros entornos urbanos, influye en nuestra vida diaria y crea diferencias de acceso a espacios y lugares para determinadas personas. Así, por ejemplo, si bien se calcula que hay más de doscientas mil personas con alguna discapacidad física residentes en Montreal, la relativa inaccesibilidad de los centros culturales, cines, galerías, bibliotecas, bares, cafés, terrazas y restaurantes de dicha ciudad convierte a esas personas con problemas de movilidad en ausentes e invisibles. Así como las calles de las ciudades de América del Norte han sido hechas para favorecer la circulación fluida del tráfico rodado, nuestras calles y edificios están concebidos para favorecer a quienes se desplazan a pie antes que en silla de ruedas.
Lo que resulta crítico es comprender cómo pueden emplearse los medios para cartografiar la magnitud y el alcance de la arquitectura discriminatoria con los discapacitados. Ese es precisamente el tema de MONTRÉAL*in/accessible y también de GENÈVE*accessible y canal*ACCESSIBLE, tres proyectos de Antoni Abad en el marco de megafone.net.
En ellos, participantes en sillas de ruedas o con muletas utilizan teléfonos móviles para fotografiar los innumerables modos en que el entorno favorece su marginalización y exclusión de los espacios públicos. El proyecto megafone.net les proporciona una manera de ver y una herramienta con la que contribuir al desmantelamiento de las ciudades incapacitantes.
Usando el software de megafone.net, los participantes del proyecto producen de forma colectiva un mapa dinámico de las maquinaciones discriminatorias que acechan a los discapacitados: los escalones, las escaleras, las aceras… las desconsideraciones, en suma, que les impiden el acceso a la vida ciudadana. El resultado es una taxonomía basada en la localización de obstáculos, barreras y «desconsideraciones», así como de puntos críticos de accesibilidad: escaleras para acceder al metro, coches aparcados en las aceras, porches sin rampa, cajeros automáticos situados a una altura excesiva. El resultado no es un mapa único, pues lo que se cartografía precisamente es la ubicuidad y recurrencia del problema.
La conclusión evidente es que ciudades y pueblos de muchas partes del mundo, incluida América del Norte, están muy mal preparados para acomodar a los que sufren una deficiencia.
El mapa de megafone.net documenta el alcance de esta discriminación arquitectónica, puesto que recoge las trayectorias de los participantes y sus experiencias en sus vecindarios, un «intricado tejido de conexiones» que constituyen las características morfológicas a partir de la cuales se edifica el entorno urbano, que algunos viven de manera distinta (Bisell 2009).
En este sentido, comprender la discapacidad en tanto proceso social y material pasa por cultivar, en palabras de Fiona Kumori Campbell, «imaginarios discapacitados» que «piensen/hablen/gesticulen y sientan paisajes distintos no solo por el mero hecho de estar en el mundo, sino atendiendo a cuestiones de percepción, movilidad y temporalidad» (2000, p. 9).
megafone.net es una herramienta que permite que del esfuerzo colectivo de sus participantes surja un imaginario de la discapacidad distinto. Se genera de forma colectiva una imagen de los lugares, espacios y rutas accesibles e inaccesibles. Usar los medios de esta manera hace posibles una nueva percepción y una conciencia de cambio respecto a cómo estructuran las ciudades el acceso (o la ausencia de él) a sus espacios públicos. Por ello megafone.net es más que un proyecto artístico, es un llamamiento al cambio.
Referencias
Bissell, D., «Conceptualising differently-mobile passengers: geographies of everyday encumbrance in the railway station», Social & Cultural Geography, vol. 10, n.º 2, 2009, pp. 173-195.
Campbell, F. A. K., «Inciting Legal Fictions: Disability Date with Ontology and the Ableist Body of the Law», Griffith Law Review, vol. 10, n.º 1, 2001, pp. 42-62.
Chouinard, V., «Legal Peripheries: Struggles over Disabled Canadians Places in Law, Society and Space», Canadian Geographer, vol. 45, n.º 1, 2001, pp. 187-192.
Cresswell, T., On the Move: Mobility in the Modern Western World, Nueva York y Londres, Routledge, 2006.
Crooks, V. A. y Chouinard, V. «An embodied geography of disablement: chronically ill women’s struggles for enabling spaces of health care and daily life», Health and Place, n.º 12, 2006, pp. 345-352.
Ferrier, L. y Muller V., «Disabling Able», M/C Journal, vol. 11, n.º 3, 2008. [Consulta: 12 de febrero de 2013].
Imrie, R., «Ableist Geographies, Disabilist Spaces: Towards a Reconstruction of Golledge’s Geography and the Disabled», Transactions of the Institute of British Geographers, New Series, vol. 21, n.º 2, 1996, pp. 397-403.
Kimberly Sawchuk es profesora en el Departamento de Estudios de la Comunicación en la Concordia University de Montreal. Ocupa la cátedra de investigación sobre Estudios de Medios Móviles, desde la que codirige el Mobile Media Lab (en colaboración con Owen Chapman), www.mobilities.ca. Sus escritos sobre medios de comunicación móviles, tecnología y sociedad han sido incluidos en numerosas publicaciones, colecciones y antologías, entre las que destacan MedieKultur, Body and Society, Canadian Journal of Communication y Wi: Journal of Mobile Media.

Las mujeres, el sincretismo y el tiempo. Una mirada feminista

Las mujeres, el sincretismo y el tiempo. Una mirada feminista

Me gusta plantear la reflexión sobre el tiempo desde la diversidad que encarnamos las mujeres y la diversidad de dimensiones del tiempo, de los tiempos. Y que lo hagamos ubicadas o ancladas en la tradición paradigmática feminista.

Como antropóloga investigo experiencias del tiempo largo, ese tiempo histórico secular, que experimentamos activistas, teóricas, políticas, ciudadanas al conocer los procesos con conciencia histórica moderna. Investigo también el tiempo histórico corto, el de la experiencia vivida de cada quien, el del camino biográfico.

Hay quienes lo viven de manera tradicional como tiempo que se repite, avanza y regresa cíclicamente, como tiempo sin movimiento en que todo siempre ha sido igual, desde siempre, lo mismo, lo idéntico cincelado sobre una conciencia naturalista del cuerpo, de la sociedad, del mundo.

Hay quienes viven su recorrido biográfico en el caudal del tiempo histórico y lo experimentan en su dinamismo, su diferencia, sus circunstancias.
Encuentro que esas dimensiones distintas del tiempo no actúan diferenciadas sino en combinaciones simultáneas por grupos de identidad y cultura compartidas.
Tampoco están claramente demarcadas en la subjetividad de cada mujer. Nos desesperamos porque queremos resolver en el breve lapso vital, lo pensado de nuestras vidas y del mundo, acordes con deseos y necesidades desde visiones críticas y alternativas.
Olvidamos la historia secular y colocamos la lente biográfica para mirar procesos que implican etapas, múltiples protagonistas, movilizaciones y cambios estructurales y formales. Esa equivocación en el uso de las lentes del tiempo nos lleva a distorsiones y muchas veces a experiencias de impotencia o a desvalorizar los pequeños avances, los retrocesos y las pérdidas.
Se nos olvida que un derecho, sólo uno, o una dimensión de la condición social tardan siglos en construirse como ha sucedido con cada derecho que gozamos. El proceso de conformación de la condición ciudadana de las mujeres que aún no está arribado a puerto, ha llevado siglos. Por eso, al referirnos a la ciudadanía añadimos las voces, formal, jurídica, real, plena, mutilada, sustantiva y efectiva.
Sucede también, que aplicamos la lente del tiempo largo de la historia a las pequeñas y parciales acciones de incidencia posible, del aquí y el ahora, y, confundidas, dejamos pasar oportunidades que no se repiten porque sentimos que no nos compete, no es nuestro campo de acción o les toca a otras atenderlo.
No nos afanamos en la urgencia de enfrentar nuestras necesidades inaplazables ni las necesidades ingentes de las mujeres, la emergencia de las hambrunas, la miseria que conlleva la feminización de la pobreza o la defensa inaplazable de nuestros derechos constantemente amenazados, la construcción de la igualdad y la eliminación de la violencia de género.
Nuestros avances han sido el resultado de esfuerzos de siglos.
Otras dimensiones del tiempo están presentes en las mismas mujeres. Y, tanto el tiempo secular como el biográfico, se sintetizan en el tiempo de la vida cotidiana, concebida como el espacio en el que existimos y recreamos el mundo, con sus círculos particulares privados y públicos privadopúblicos, o públicoprivados.
Con sus esferas de acción, de incidencia puntual y de relación con los otros. El tiempo tradicional de las mujeres forma parte de tiempos comunitarios y de género cíclicos, derivados de la condición tradicional de la mujer en que son los otros la pauta del tiempo y, de modos de vida comunitarios, locales y nacionales, ligados a ciclos productivos agrícolas, industriales, a cambios estacionales.
Este tiempo no pertenece a las mujeres, es el tiempo de-los-otros, para-los-otros, en voz de Franca Basaglia . Un tiempo asignado a las mujeres como cuerpos-para-otros, seres-para-otros.

Tiempo que, mirado desde la modernidad y la perspectiva crítica feminista, es expropiado a las mujeres y conlleva enajenación. Al carecer de tiempo propio, las mujeres quedan impedidas de desplegarse en el mundo por vía propia. Su tiempo vital y su tiempo cotidiano son para-otros, son de-otros.
Prevalece la espera como experiencia de quien no es dueña de su tiempo .
Sólo con la modernidad las mujeres hemos tenido un tiempo propio, un tiempo de individuación y de ciudadanía. En ese tiempo-para-sí se configura el ser-para-sí, a través de procesos de separación y participación escolar, laboral, artística, política.

Aunque, no nos engañemos, en esos procesos las mujeres también experimentamos enajenación, porque no definimos ni las prácticas ni los contenidos de los conocimientos, ni las reglas laborales ni el sentido del trabajo que realizamos, del arte en que nos insertamos y menos aún, de la política. Estamos maniatadas por reglas patriarcales que enajenan la política y la expropian a la ciudadanía y, participamos muchas veces, adheridas a otras identidades, desagregadas como mujeres, desarticuladas y en minoría política aún cuando haya mixtura o paridad numérica.

Cada tiempo expropiado o propio conlleva territorios, espacios, actividades, funciones y posición en torno a jerarquías y poderes, y también, ciertas habilidades sociales y culturales, y capacidades que se condensan en saberes específicos.
Sincretismo y escisión
Las contemporáneas somos sincréticas, vivimos con una extraordinaria intensidad las contradicciones de tiempos asociados a estereotipos de las condiciones de género. Muchas de nosotras, en periodos de nuestras vidas, experimentamos una profunda escisión subjetiva y objetiva. En ocasiones logramos superar antagonismos, paradojas y contradicciones y emergemos renovadas con una subjetividad fortalecida.
Utopía y tiempo
A diferencia de lo que imaginaron las feministas a finales del XIX y principios del XX, al modernizarnos la mayoría de las mujeres no nos emancipamos del tiempo-de-los-otros ni de sus deberes e impedimentos. En la utopía del cambio en el uso del tiempo, la expropiación se resolvería con la participación pública de las mujeres. Cada mujer a través de procesos de individuación y aculturación (educativos, laborales y económicos, sociales y sexuales políticos) se conformaría como una ciudadana moderna desligada del deber ser doméstico, familiar, materno y sexual.
A lo largo del siglo XX en algunas sociedades más igualitarias, de alto desarrollo pacífico, las mujeres han creado y han tenido condiciones para separar tiempos, ámbitos y funciones e incluso eliminaron de sus vidas deberes tradicionales.
También ha sucedido a mujeres de clases con poder, en sociedades de menor desarrollo y mayores desigualdades sociales. En las primeras, prevalece la configuración moderna en su condición de género y como tal continúa en transformación. En las segundas la modernización abarca aspectos que no trastocan su condición patriarcal y están definidas por un complejo sincretismo de género.
En la utopía de la emancipación y la liberación de las mujeres se afirmaba que, al situarse en lo público como los hombres, trabajar como ellos, ganar dinero, como ellos, tener éxito y poder como ellos, se eliminarían la desigualdad, la discriminación y todas las formas de opresión de género.
Sin embargo, la mayoría de las mujeres se modernizó y, en efecto, disminuyeron ciertas desigualdades y formas de discriminación, pero han surgido otras nuevas. Las contemporáneas se han visto obligadas a experimentar los cambios, resignificar con sus recursos interpretativos y adaptarse conforme a sus condiciones sociales, articulando una condición compuesta de género, mezclada, sincrética. Han debido compatibilizar situaciones opresivas y situaciones de respeto, derechos y libertades: deberes tradicionales y nuevos deberes modernos.
Los resultados para muchas han sido contradictorios y difíciles de enfrentar. Los hitos de la vida de las contemporáneas contienen paradojas.

La mayoría de las mujeres del siglo XX ha experimentado la doble y la triple jornada de trabajo. Muchas han vivido la modernización impuesta, otras, voluntaria, elegida, como acto de libertad. Sin embargo, lo han hecho en las condiciones impuestas por el sistema modificado por la movilización de las mujeres, por presiones del mercado y del desarrollo.
La vertiente liberal responsabiliza a las mujeres a enfrentar esas contradicciones.
Si quieren ser modernas deben resolver la sobrecarga y el sobre esfuerzo vital que conlleva sumar jornadas y hacerlo las más de las veces, sin apoyo comunitario o estatal. Muchas mujeres se modernizaron al incursionar de pequeñas en la vida escolarizada y luego en la vida laboral y en otras actividades públicas.
Pero la experiencia no ha sido homogénea en dichas esferas: va de más a menos.
Más mujeres escolarizadas, menos mujeres en la esfera laboral y mucho menos en la esfera política civil o gubernamental. Más mujeres trabajadores, menos mujeres con poder en la economía, más mujeres acudiendo a elecciones, menos mujeres gobernando sus comunidades, sus países o las instituciones de la globalización en que trabajan. Con todo, el modelo estereotipado de mujeres que ha producido el siglo XX es el de todo al mismo tiempo y sus contenidos mezclados.

Sincréticas sobremodernas

Las mujeres sincréticas son sobremodernas por el sobre uso del tiempo , la
simultaneidad de actividades (estudio, trabajo, cuidado, participación política al mismo tiempo) o la simultaneidad de actividades prácticas (diseñar, hablar por teléfono, contestar, mails, atender a alguien, cuidar a alguna persona y manejar al mismo tiempo); la extensión de la jornadas o costa del descanso; la unificación de espacios público privado con el trabajo de oficina desde la casa; la supervisión doméstica desde el espacio público; el aumento de la movilidad espacial y el trabajo migrante con desplazamientos de pueblos y barrios a ciudades, de país a país, lo que, para millones de mujeres implica vivir y trabajar en sitios de cultura e idioma distintos y muchas veces desconocidos; el trabajo flexible para armonizar vida familiar y vida laboral ¿Qué significa eso?; trabajo voluntario a raudales por todas las causas posibles y trabajo extra para mantener el puesto.

El sobre uso del tiempo implica la extensión del tiempo, y conduce a una sobrevivencia del tiempo, una vivencia extensiva y excesiva del tiempo. Así, un año de vida de una mujer es mucho más que un año de vida de los hombres de su entorno, por la cantidad y la calidad de experiencias y acciones, actividades realizadas aparentemente en el mismo tiempo, por el esfuerzo vital realizado.
Esta sobrevivencia del tiempo sólo es comparable con la extensión del tiempo lograda en situaciones de esclavitud. Las mujeres normales sólo pueden ser comparadas con los esclavos.

Las nuevas tecnologías permiten la colocación de lo público en lo privado, el Internet, los celulares, permiten contactar a las mujeres a cualquier hora, en cualquier sitio, implican facilidades y ahorro de tiempo, a la vez que pérdida de libertad y de intimidad. Exigen una sobreatención de los otros próximos o ajenos, superpuesta a las actividades que la mujer esté llevando a cabo. Las nuevas tecnologías se suman y refuerzan los cuidados y los servicios tradicionales.
La variante en los países desarrollados o en las capas altas de sociedades en desarrollo es que guardan la individuación, el tiempo propio, ciertos trabajos y formas de participación para las mujeres de clases o grupos con poder. Se da así, un desdoblamiento de género: las mujeres con derechos o con poderes sociales pueden acceder a la condición moderna de género y mujeres de otras
nacionalidades, condición étnica y socioeconómica, reproducen la condición tradicional cuidadora y reproductora de género, sólo que enmarcadas en el mercado global.

Con ello se crean nuevos estamentos de género, para los cuidados y los servicios de todo tipo que actualizan formas de selección de género basadas en la raza, la nacionalidad, la etnia, la clase, la procedencia, el estado civil, las responsabilidades familiares y la movilidad. La necesidad y la pobreza se ensamblan.
Así, se renuevan formas de discriminación racial, étnica, nacional y de clase y se crean nuevos estamentos basados en el género. La modernidad es para unas un territorio propio aunque sean tradicionales, y la condición tradicional-moderna es para las-otras.

Tiempo hito

Quiero hablar del tiempo hito , en el sentido que le da Teresa del Valle, en este caso ligado a hechos lacerantes en la vida de las mujeres. El instante en que el orden social, la cultura, el espacio y el tiempo culminan, se sintetizan en situaciones de riesgo vital para las mujeres. Es el momento que aúna tiempo secular y tiempo biográfico. Mujeres modernas del siglo XXI siguen expuestas a embarazos no deseados, a adquirir enfermedades de transmisión sexual, a la violencia de género tradicional y a nuevas formas de violencia exacerbada emergentes.
Para millones de niñas y jóvenes modernas, el sincretismo de género implica contenidos sexuales tradicionales (ignorancia, creencias fantásticas, idealización y subordinación a otras personas, y, de manera acendrada a hombres.
Esa base de género potenciada con la cosificación sexual global de las mujeres, su exhibición, uso y consumo, idealizada como libertad sexual y modernidad, aumenta su riesgo personal a sufrir daños y mantiene altos niveles de opresión de género de todas las mujeres.
La ausencia de cambios modernizadores de la condición genérica de hombres contemporáneos es notable. Se expresa en su aprovechamiento y reproducción de relaciones desiguales, en su supremacismo, en su ejercicio de una sexualidad opresiva y, desde luego, de formas violentas de control y dominio que ponen en riesgo la seguridad y la vida de las mujeres.
Un tiempo hito, es el de millones de mujeres y niñas, quienes en un instante que conjuga un sinfín de determinantes, son víctimas de una agresión, de una violencia por ser mujeres y, en un continuum perverso, de una muerte violenta, muerte de género, son víctimas, del feminicidio .
No sólo nosotras somos sincréticas, el mundo es sincrético y el mundo occidental lo es más aún. En él coexisten instituciones tradicionales fundamentalistas encargadas de normar y estructurar la sexualidad y, por ende, la subalternidad jerárquica de género de las mujeres, con instituciones, que impulsan cambios en las condiciones de género, las prácticas y la organización social, particularmente en las relaciones entre mujeres y hombres basadas en la igualdad.
En el siglo XXI se reitera la confrontación institucional y social entre quienes sostienen estructuras patriarcales y actualizan la dominación de las mujeres y quienes cincelan en el entramado social, en el Estado, en los organismos internacionales relaciones igualitarias, procesos emancipatorios y de empoderamiento de las mujeres, y cambios democráticos en la condición de género de los hombres.
El siglo XX ha sido tiempo del feminismo, como plantea Celia Amorós , marcado por la insubordinación de las mujeres y la apuesta por cambiar ya no sólo desde lo local sino desde lo global. A esa dimensión corresponden la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 que reconoce a las mujeres, la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, CEDAW, de 1979, que contiene una política obligatoria para los Estados, y es considerada la carta de los derechos de las mujeres. La última década del siglo XX ha sido un tiempo hito en la historia secular de las mujeres por los enormes avances de los derechos de las mujeres hilvanados declaraciones, tratados, plataformas y campañas, creado conferencia tras conferencia, foro tras foro, convención tras convención.
Virginia Maquieira considera que “La identificación de los derechos de las mujeres como derechos humanos representa uno de los logros más significativos de la historia contemporánea que se produjo de manera explícita en los acuerdos internacionales al inicio de los años noventa del siglo XX” .
La Declaración de Viena, El Tribunal Internacional sobre la Violencia contra las Mujeres, la Conferencia del Cairo que reconoce los derechos sexuales como derecho a la salud, la Conferencia de Beijing y su Plataforma de Acción que han dado para Beijing + 5 y +10, y todas las anteriores, empezando con la de México en 1976. La creación de organismos como la Oficina de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos de las Mujeres, Belén Do Pará que sienta las bases para la política de Estado para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres . Todos son hitos feministas.

Y, desde luego, como trasfondo o soporte y resultado de esos hitos del mundo global en diversos países, sobre todo, los que se definen como democráticos, se hacen cada vez más conocidas y mejor aplicadas un buen número de reformas constitucionales, decretos y leyes que garantizan para las mujeres y las niñas, un ramito de principios jurídicos: la dignidad, la igualdad y la equidad, la libertad y la seguridad.

Son sobre todo leyes sobre la igualdad entre mujeres y hombres, contra la violencia de género y contra la trata de personas, la explotación sexual y cualquier forma de discriminación. Alguna ley por ahí, se propone garantizar el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia .
Tiempo hito del ser-para-sí
El tiempo para-sí como experiencia individual, construida para el género surge cuando cada mujer integra en su subjetividad su derecho a tener derechos en términos de Hanna Arendt . Y cuando colectivos de mujeres lo contienen en sus mentalidades, Así, la condición de sujeto como cima del empoderamiento individual y colectivo se va instalando en prácticas y modos de vida, y en la forma de ser de las mujeres. El derecho concreto y la condición de sujeto se convierten en una parte de sí y configuran el ser-para-sí. Colectivamente, el género se empodera cuando se extiende la conciencia y la práctica social del derecho y se torna parte del bagaje cultural de las mujeres.
La historia secular puede leerse en un instante, sin embargo, en realidad es un acumulado histórico de décadas y de siglos. La ola del feminismo de la última década del siglo XX fue una condensación política del tiempo histórico.
Al llegar a su cima, vino la reacción de fuerzas conservadoras amparadas por partidos políticos, organizaciones civiles e instituciones religiosas patriarcales de diversas religiones, que se han propuesto regresar el tiempo, conculcar derechos y no sólo la ciudadanía de las mujeres, sino la condición humana de las mujeres que ha sido proclamada en diversos hitos y sólo parcialmente construida en algunos lugares.
Por eso el tiempo presente, el Siglo XXI debe ser el tiempo de los derechos humanos de las mujeres: intransferibles, indivisibles, irrenunciables. Es decir, de la construcción social del cimiento de la condición de las mujeres contemporáneas: nuestra condición humana.

Ni tiempo tradicional, ni sobreuso del tiempo, ni desagregación de derechos separados y mutilados, ni los principios excluyentes, sino organizados en sinergia: dignidad, igualdad, libertad, seguridad y paz.
Es el tiempo de recoger el paradigma paso a paso construido, de cada movimiento y cada agenda, es el tiempo de articularlos y potenciarlos en nuestras vidas, en nuestros cuerpos, en nuestros mundo como un todo para que el siglo XXI, por fin, sea el tiempo de la humanidad de las mujeres.
La mayoría de las mujeres tocadas por la modernidad, unas más tradicionales que otras, pero todas sincréticas en la experiencia de ser mujeres en el mundo, evidenciamos la separación de espacios vitales, de actividades diversas, de jornadas.
Hoy, empieza a reconocerse la necesidad de la conciliación del mundo laboral y el mundo familiar cuya puesta en práctica conllevará una profunda revolución de la vida cotidiana porque implica asumir que el tiempo y las responsabilidades familiares, domésticas y del cuidado dejen de ser parte de la condición de género de las mujeres y sean distribuidas de forma equilibrada y potenciadora.

Aspiramos a recuperar el tiempo cotidiano para las mujeres, un tiempo para sí colmado de derechos.

En el 30 aniversario de la CEDAW quiero pensar secularmente y mirar que en sólo tres décadas, la CEDAW se ha convertido en el referente de millones de mujeres movilizadas en el mundo en pos de sus derechos; en norma para la gobernabilidad democrática; en conjunto de indicadores para evaluar el adelanto moderno de las mujeres, de los países y de todas las configuraciones de la globalidad; que se configuran como unidades de intercambio económico o comunidad de visiones sobre la democracia, el desarrollo y la paz; y en pilares de la tercera dimensión del mundo conformada por el derecho internacional de los derechos humanos al amparo de la ONU.

Two Muslim Women Are Headed to Congress. Will They Be Heard?

Two Muslim Women Are Headed to Congress. Will They Be Heard?
Ilhan Omar and Rashida Tlaib have won, but the battle for a new brand of feminism in the Democratic Party and within Muslim communities has just begun.
By Rafia Zakaria
November 12, 2018, 1:21 PM

The first time a veil was worn on the floor of the U.S. House of Representatives, the wearer was not, as one would expect, a Muslim woman. Instead, it was a woman named Carolyn Maloney, a Democratic representative from New York. In October 2001, as the ruins of the Twin Towers were still smoldering, Maloney put on a blue burqa, the kind worn by women in Afghanistan, as part of a theatrical appeal to get representatives to vote for a war against the Taliban. “The veil is so thick, it is difficult to breathe,” Maloney declared as part of her plea for war against the Taliban whom she—incorrectly—blamed for the 9/11 attacks.

In January 2019, Ilhan Omar, the congresswoman-elect from Minnesota’s 5th District—who wears a headscarf—will become the first veiled woman to serve in Congress. Much has changed in the past 17 years. The myth of saving Afghan women by bombing their country into oblivion has shown itself to be a devastating proposition. The Taliban are still around, and there is talk of making peace with them as the United States wearies of trying and failing to produce some sort of victory.
Maloney is also around, winning her 14th term in last week’s midterm elections, even as Omar won her first. Nor will Omar be the lone Muslim: Joining her will be Rashida Tlaib, a longtime activist of Palestinian descent, who was elected in Michigan’s 13th District.
Maloney, Omar, and Tlaib represent divergent views of feminism. Maloney’s brand is American feminist exceptionalism, in which American women—intrepid and veil-free—are beacons of freedom with a duty to evangelize their particular brand of empowerment, even if it means using bombs.
If Maloney’s is the feminism from above, bestowed on black and brown women by white ones, the progressivism of Omar and Tlaib represents feminism from below. For both, their experience as community organizers reflects a faith in grassroots work. Theirs is a feminism of choice rather than one erected on glib pronunciations on who is or isn’t free or paternalistic exhortations of what poor immigrants or struggling blue-collar women must do to join the ranks of the elite white feminists who normally dictate U.S. feminist discourse.
And because their backgrounds—Somali and Palestinian—have been shaped by long histories of failed foreign interventions, Omar and Tlaib are unlikely to ever to see the liberation of women, Afghan or otherwise, as an argument for war. Yet all three are Democrats—a fact that raises the question of which brand of feminism will ultimately define the future of the Democratic Party.
In the wider world, the elections of Omar and Tlaib have led to much gushing and rejoicing. Compared to President Donald Trump’s rage-fueled rallies, the stories of Omar, who lived in a refugee camp and knew no English when she arrived on U.S. shores at 12, and Tlaib, who grew up partly on welfare as one of 14 siblings, provided some solace. Even if the United States has a president whose cultish following relishes his denunciations of all Muslims as terrorists—in a speech hours before the 2016 presidential election, Trump insisted that Somali refugees were a disaster for Minnesota and that many were joining the Islamic State—here, it seemed, was evidence that the country was not so bad after all. If women like Omar and Tlaib can succeed, then perhaps the United States could be saved.
Beyond the haze of victory lie tremendous challenges. A Pew survey found that attacks against Muslims in 2016 surpassed the previous high in 2001. Half of U.S. Muslims said they felt that it has become more difficult to be Muslim in America than it used to be; three out of four said there was a lot of discrimination against Muslims in the United States, a view that was reiterated by nearly 70 percent of the general public. It wasn’t just discrimination: Many American Muslims reported that they had faced intimidation and threats of bodily harm and seen mosques and other properties vandalized.
The election of two Muslim women won’t necessarily make things better for them. One of the most recent attacks against a veiled Muslim woman took place in Dearborn, Michigan, which is Tlaib’s constituency. The incident, caught on a closed-circuit camera, shows a woman in a headscarf and a long black robe approach the desk at a hospital’s emergency room. Within five seconds, a man approaches from behind her and repeatedly strikes her head with his fist.
The attack is just one of many perpetrated by white men, which add to the general fear that pervades the very Muslim-American communities that the two women will represent. It will be difficult to highlight such crimes and protect these communities within a political milieu where Islamophobia has become a fixture in public discourse.
Defending Muslim-Americans from a perch on Capitol Hill will be a challenge—but reforming the community from the inside, particularly where the rights of Muslim women are concerned, will be just as hard. Communities that feel besieged tend to turn inward, so much so that they become uninterested in internal reform.
Since 2005, when the Muslim scholar Amina Wadud led a mixed-gender congregation in prayer, an act that initiated a campaign for equal rights within worship and mosque spaces, Muslim feminists have worked hard to push for greater rights. Twitter hashtags and online discussion forums have emerged to advocate for women to be admitted in the central worship spaces of mosques instead of being relegated to side entrances. Young Muslim feminists are eager to use the victories of Tlaib and Omar to push equality within the faith. But progress may be slow, and managing their expectations will likely be difficult.
Then there is the matter of what these victories, particularly that of the headscarf-wearing Omar, will mean beyond U.S. borders. In May, while Omar was fighting a competitive primary election, France’s equality minister denounced the decision of a French student leader to appear in a documentary wearing a hijab as “promotion of political Islam.” The headscarf is banned in French schools and official government buildings, but university students such as the one in question are permitted to wear it. Similarly, in the United Kingdom, there are many Muslim members of parliament, but none who wear the hijab.
While Britain may be miles ahead of France in accepting public displays of religious affiliation—from veiled baggage screeners to turban-wearing cops—the wardrobes of Muslim women still stir controversy. Weeks before Omar and Tlaib won, a public debate broke out over the sale of hijabs for schoolgirls in a store’s school uniform section. While British Prime Minister Theresa May has voiced her support for the right to wear a headscarf, others in the Conservative Party seem more reluctant.
For the moment, the divergent visions of feminism espoused by the 14-term Maloney and her new veil-wearing and pro-Palestinian party colleagues will all coexist uneasily in the House of Representatives in January.
After all, it is one thing to use the victories of Muslim-American women as a salve on the gaping wounds of division and derision that have driven the country; it is quite another to allow them to dictate the contours of American feminism or U.S. policy abroad.
The Islamophobia of the American left may pale before the loud and flagrant hatred of the Republican Party under Trump, but it still exists.
It is often manifested in the pointed but pernicious sidelining of Muslim women, who are refused anything more than the few moments allotted to duplicitous salutes to diversity.
Reducing Omar and Tlaib to tokens of America’s enduring diversity would be a waste of both their talents and their ability to do the actual work of political and feminist transformation.

Murder, racism, demonization, and the “Court Jew” in Trump’s America

Murder, racism, demonization, and the “Court Jew” in Trump’s America
November 1, 2018 10:00 AM CST By Eric A. Gordon

Next to the seat of power: Trump’s Jewish son-in-law, Jared Kushner, has parlayed his relationship to the president into major policy influence as well as multi-million-dollar loans, from the Saudis among others. | AP

President Trump has recently “come out” as a “nationalist.” Some observers might see this declaration as a last-minute, desperate appeal to his xenophobic base to turn out in the November 6 midterm election, but the fact is that he has only finally and openly sworn his fealty to the racist ethos he grew up with: His father had an arrest record for marching with the Ku Klux Klan in New York City and was famous for discriminating against Black applicants for tenancy in his apartments. It’s a family tradition. The word Trump didn’t speak, but which everyone heard—his supporters as well as his foes—was “white” nationalist. It’s obvious that’s what he intended to convey.

Just days after the president’s announcement at one of his populist rallies, a white supremacist ideologue named Robert Bowers entered the Tree of Life synagogue in Pittsburgh with an automatic weapon and fired upon worshipers there, killing 11 and wounding several more. He claimed that Jews were responsible for the “invasion” of migrants from Central America—one of the themes Trump has been harping on since he began campaigning for the presidency—and in fact that the president had not gone far enough in identifying the true source of the problem. “I’m going in,” Bowers wrote to his internet friends moments before his attack.

Bowers could not have been unconscious of his timing, just two weeks before the 80th anniversary of Kristallnacht, when the Nazi regime declared open war on the German Jewish community by setting torches to synagogues and breaking windows of Jewish-owned businesses across the country. By his action, Bowers was unequivocally reminding Jews in America that they were not always considered acceptably “white.”

In alt-right speak, “nationalist” stands in opposition to “globalist,” another word for “cosmopolitan,” which was the more commonly used term in past years. Each of these is code for Jewish. The insinuation is that Jews, owing to their family and business ties reaching across continents, are uniquely positioned to subvert the legitimate, wholesome national aspirations of decent, innocent, pious Christians. Thus, to Bowers, HIAS (formerly known as the Hebrew Immigrant Aid Society) was responsible, with its pro-immigrant history and adherents, for dragging America into the gutter with unassimilable, brown-skinned newcomers.

It’s easy to trace modern anti-Semitism to a late Czarist-era forgery called “The Protocols of the Elders of Zion,” a purported scheme for the Jews to take power all over the world. That “fake news” of more than a century ago was often cited—and still is in certain circles—as a goad for discrimination, exclusion, pogroms, and death camps.

Anti-Semitism of course goes back much farther than that. Already in the 18th century, just to mention the name “Rothschild” was to summon up visions of Jewish masterminds whispering in the king’s ear and perverting royal destiny. And we must go back much further, too, to the Protestant Reformation, the Inquisition, the Crusades, and to the early Church teaching that Jews were the despised “Christ-killers.” Theologically, that doctrine did not get erased from Catholic doctrine until the 1960s, though not everyone has deleted the sentiment.

To be honest, even socialist systems were not immune from anti-Semitism, particularly during the Stalin years, when “internationalist” Jews were accused of colluding with Western Zionists. In some places, the virus cropped up long after Stalin was dead. The German socialist leader August Bebel referred to anti-Semitism as “the socialism of fools,” a false ideology designed to rally public opinion against a perceived common enemy—in some places and times, the “enemy of the people”—while diverting attention from the true despoilers of the earth.

If Jews did not believe in the divinity of Jesus Christ, then how could they be loyal to crown or state? Their participation in public life, whether as subjects or citizens, was always suspect. Jews were classically accused of “dual loyalty,” one visible part to the current regime, and another invisible part to the sinister global Jewish entity. In modern times, the rise of the State of Israel has often exacerbated this tension in the public mind.

How about class?

What’s missing from this story so far is a look at the factor of class and privilege. For most of history, since the emergence of an identifiable Hebrew or “Jewish” people, most Jews have been workers either on the land as herders and farmers or in small artisanal professions. In the European diaspora, Jews were not allowed to live in big cities, and were also forbidden to own land. Thus, many turned to professions such as tax collector or money lenders. Although they were agents of the local landowners, because they handled money they were thought to be rich and powerful—exactly what the landowners wanted the peasants to believe of them.

Even in Biblical accounts we learn of Jews who became wealthy and influential, although injunctions concerning labor rights and just treatment of others (including animals) constitute lengthy portions of sacred text rarely cited by today’s Biblical literalists. The story of Joseph, who became a trusted counselor to the Egyptian Pharaoh, is emblematic of the potential for a Jew to rise to a seat, if not of power, then at least next to the seat of power. But we also see how with the change of rulers, such trust can easily be lost.

The “Court Jew,” beginning with Joseph, is a familiar trope in Jewish history. Some indeed became highly influential, such as the Rothschilds, whose banking branches in many countries enabled the extended family to become wealthy financing rulers on both sides of international wars.
U.S. Secretary of State Henry Kissinger, left, and President Richard M. Nixon in 1973. | AP

But throughout the millennia, Jewish tradition warns against the Court Jew temptation: The holiday of Purim, based on the Book of Esther (this year on March 20, 2019), reminds Jews to be faithful to their values and ideals and not to be swayed by the lure of power—even to be queen of the realm seated next to the mighty Persian King Ahasuerus (presumed to be the historical Xerxes).

Who, until now, exemplified the Court Jew better than German refugee and Harvard professor Henry Kissinger? Practitioner of Realpolitik, he became Secretary of State under Richard Nixon and then Gerald Ford. He was the principal architect of the destabilization campaign that brought down Salvador Allende’s socialist government and brought in Gen. Pinochet, he gave the “green light” to the Argentine military’s dirty war (which among its features rounded up many Jewish intellectuals and professionals for imprisonment or liquidation), and rubber-stamped the Indonesian invasion of East Timor. Preposterously, he shared the Nobel Peace Prize for helping to end the Vietnam War—which the Vietnamese had won themselves. Master of the quotable quip, he is famous for saying, “Power is the great aphrodisiac.” Did he know at the time—as later revealed by the Nixon White House tapes—how much anti-Semitism infected his boss’s presidency, and how much he was personally ridiculed? In her campaign for the presidency, Hillary Clinton raised eyebrows by citing Kissinger as a good friend and mentor, signaling, to the distress of many of her supporters, just what kind of foreign policy she might pursue.

Today’s all-powerful Jews include the often demonized Hungarian refugee George Soros, whom the ultra-right accuses of bankrolling the Honduran asylum seekers in order to destroy America. And in Trumpworld, especially during his campaign, they included the “globalist” Wall Street bankers who backed Hillary Clinton. Trump reposted one notorious image of Clinton from a neo-Nazi internet site that depicted her against a background of stacks of money, a big red six-pointed (Jewish) star and the label of corruption. That’s the magic of anti-Semitism: The Jews are responsible for all the sins of the world, whether they’re on the liberal-to-Communist end of the spectrum or the international finance capital side.

The Trump administration is studded with several prominent Court Jews. Some, like the president himself, may once have identified themselves as Democrats, but saw in the Trump phenomenon, and in the larger neoliberal austerity project, an opportunity for rapid enrichment and access to power by aligning themselves with him.

Of course, there’s his son-in-law, Jared Kushner, married to daughter Ivanka. Kushner is, like Trump, a player in the higher echelons of the New York real estate market—and equally indebted. Trump’s own grandchildren, by Jared and Ivanka, are Jewish. Kushner has successfully parlayed his relationship to the president of the United States into multi-million-dollar loans, from the Saudis among others. The saying “the personal is political” has never assumed such consequential proportions as now in public policy.

There are several other prominent Jews in the administration. In his business Trump relied on Jewish lawyers, such as Michael Cohen, who were intimately connected to the mogul’s private affairs. Early on in his career, Trump had Roy Cohn of McCarthy fame as a mentor. Another such lawyer would be Trump’s bankruptcy lawyer, David M. Friedman, whom Trump appointed as ambassador to Israel in 2017. Trump, with Kushner and Friedman, both of whom have generously funded right-wing nationalist Jewish settlements in the occupied West Bank, has reset the terms of the U.S.-Israel relationship to align with Prime Minister Benjamin Netanyahu’s vision of a Greater Israel that tosses aside both its own historic acceptance of a two-state solution for the Palestinian issue, and the official U.S. position on that as well.

Right now, the Evangelical right-wing in the U.S., and even the neo-Nazi fascists, are enamored with the powerful Israeli state that in its raw exercise of authority over the Palestinians has shown what a “white” settler regime can and should be doing to its darker, indigenous population. It has replicated many of the apartheid-like principles that were long known in America, under different circumstances and in different times, as Jim Crow. The right-wing applauds Jewish “nationalism,” seeing how Netanyahu flirts openly with Nazi-like leaders in places such as Ukraine and Hungary, and authoritarians such as Russia’s Putin and the U.S. Republican Party leadership.

But public opinion shifts over time. The day may come—and there are those who openly speculate about it even now—when it will become legitimate again to question the “dual loyalty” of such Jews in America: Are they more on our side or Israel’s?

At least the Evangelicals have a good excuse, though a fundamentally demented one: They support Israel wholeheartedly in their belief that the Messiah will come again when all the Jews have re-gathered in their historic homeland of Zion and the Rapture will signal the End of Days. Those Jews who have accepted Jesus as the Christ will be saved and enter Heaven; as for the rest, too bad. The Israeli leadership, including the country’s head rabbis, have warmly welcomed Evangelical support, obviously not buying into such Millenarian fantasies, but appreciating the church-sponsored tourism, the political allegiance on the world stage, and the emotional goodwill.

Another prominent figure who has heavily invested in Republican politicians is the Las Vegas gambling and hotel magnate Sheldon Adelson, also known for his extreme pro-Netanyahu views. He benefited hugely from the Republicans’ “tax reform.” Trump’s Secretary of the Treasury, Steven Mnuchin, former investment banker, film producer, and hedge-fund manager, is Jewish. He was photographed awhile back beaming with a sheet of freshly minted dollar bills hot off the press, proudly displaying his signature. It was almost a parody of the ancient “Jews and money” association.
Unintentional parody: Treasury Secretary Steven Mnuchin, right, with his wife Louise Linton, showing off a sheet of new $1 bills, the first currency notes bearing his signature at the Bureau of Engraving and Printing (BEP) in Washington. | Jacquelyn Martin / AP

And who can forget about Trump’s whiz kid (b. 1985) senior advisor for policy, the brilliant Stephen Miller? He was the communications director for Senator (now Attorney General) Jefferson Beauregard Sessions, and press secretary for the unhinged Evangelical Republican Rep. Michele Bachmann. Miller helped Trump with his inaugural address, and crafted the Muslim travel ban, the administration’s refugee policy, and the horror of separating children from their parents at the border. He has challenged the courts’ authority to limit the president’s rule on immigration policy.

The Court Jews have not spoken out against any of the president’s atrocities, nor his open acceptance of support from David Duke and other Nazis, whether of the alt-right, neo-, nationalist, or other varieties. They did not object to Trump’s pathetic waffling over the Charlottesville riot, where right-wing marchers chanted, “Jews will not replace us” (where? On dollar bills, as advisors in the White House, as media leaders and captains of industry?)

A breach in social cohesion

In the rush to deepen the hate against traditionally “despised” groups, such as African Americans, immigrants, LGBTQ people, women, foreigners who are either from “shithole” countries or stealing our jobs, the Trump presidency has created new and possibly irreparable breaches in social cohesion. Hate crimes have risen precipitously, often egged on by the president’s own provocatively repulsive speech. The Anti-Defamation League cites a 57 percent increase in anti-Semitic vandalism, threats, and harassment over the last year.

Jewish journalists, a favorite target of the president, have been attacked verbally and physically, often irrespective of their politics. The conservative columnist Jonah Goldberg, who once regularly justified Trump’s policies, revealed in a recent article that “when the alt-right first rallied around Trump, starting in 2015, I was one of their targets. I was besieged with anti-Semitic filth. I ranked sixth on the Anti-Defamation League’s list of targeted Jewish journalists. Once, when I mentioned that my brother had died, I was pelted with ‘jokes’ asking if he’d been turned into soap or a lampshade.”

On the president’s unwanted, unwelcome visit to Pittsburgh in the wake of the Tree of Life murders, he sounded off again on the impending “invasion” of the Central American hordes—the very issue for which the 11 victims were shot to death. Trump was not merely “insensitive” or “tone deaf.” He was openly condemning the gunshot victims for their own death, in almost the same language the killer Bowers had used.

In recent days, Trump has rhetorically proposed that by executive order he will cancel the American birthright of some people born in this country (as he tried to do for years to attack Hawaii-born Barack Obama). The birthright issue also has echoes in Nazi Germany: In the mid-1930s, German Jews were legally declared not German citizens like their Aryan fellow nationals.

Most Jews oppose Trump, which he certainly knows and which has made Jews—with the notable exception of his supporters among them—a particular object of his disdain.

The country has seen, far more quickly and radically than it ever imagined, how corrosive speech leads to criminal actions. We have witnessed the results.

In the early days, there were Jews who supported Hitler. Either they believed he could restore order to a chaotic economy and create employment. Or they were able to dismiss his anti-Semitic rantings as lunacy, while focusing on his encouragement for big business. Or they thought they were too important for him to touch. Or they figured they could bargain for release of Jews to go to Palestine and help build the Zionist home there.

All who continue to seek the king’s favor should remember Pastor Martin Niemoeller’s prophetic warning, “First they came for the socialists, and I did not speak out because I was not a socialist…then they came for trade unionists…then they came for the Jews…then they came for me—and there was no one left to speak for me.”

The Court Jews will not be saved. No one will be saved.

There will be plenty more to do after November 6. Right now the focus is on the critical midterm election. Be sure you and your family and friends vote. It’s the first step toward ending the insanity.

RECORDANDO A RAÚL CASTELLANOS FIGUEROA

RECORDANDO A RAÚL CASTELLANOS FIGUEROA
Por Domingo Santacruz Castro
29 de octubre de 2018

Hace 48 años la familia Castellanos Figueroa y también la familia Braña, pierden al hijo, al padre, al esposo muy querido. El Partido Comunista de El Salvador y el movimiento popular pierden a uno de sus más grandes cuadros dirigentes, si no el más grande en esa época.

Con seis años mayor que Schafik, Raúl fue uno de los dirigentes que influyó mucho en la conducta revolucionaria de la generación de cuadros y militantes de los años 50 y 60, y de no haber fallecido a temprana edad, con apenas 45 años su influencia hubiera llegado mucho más lejos.

Raúl fue hijo de Jacinto Castellanos Rivas, con un historial sumamente interesante. Jacinto fue un intelectual, periodista, amigo de muchos intelectuales de los años 30, como Salarrué, Masferrer. Como alumno de la Escuela de Cabos y Sargentos, la Escuela Militar de entonces, Jacinto recibió clases del General Maximiliano Hernández Martínez, antes de ser el dictador, juntamente con otros oficiales como Joaquín Hernández Callejas, otro intelectual conocido como “Quino Caso”. Ya siendo Oficial del Ejército, Jacinto fue atraído por las ideas filosóficas impartidas por el General Hernández Martínez, con quien trabó cierta amistad y hasta dio colaboración en la formación de un movimiento político que lo postuló en las elecciones de 1930. Junto con su amigo y colega Quino Caso, Jacinto participa en los círculos intelectuales de la época, lo cual junto con éste figuraban en el grupo de amigos de don Alberto Masferrer y por lo tanto, en colaboradores del periódico PATRIA. En esta actividad conoció y trabó amistad con Farabundo Martí y con otros profesionales progresistas de esos años.
Jacinto acompañó al General Martínez en el giro político para una alianza con el Ingeniero Arturo Araujo en donde participa como parte de la fórmula presidencial para la disputar la Vicepresidencia en las elecciones de 1931. Las actividades periodísticas junto a Don Alberto Masferrer, le dieron a Jacinto cierta notoriedad en los círculos políticos progresistas. Durante el período electoral que culminó con la victoria de la alianza Araujo Martínez, Jacinto y Quino Caso fortalecieron su relación con el General Maximiliano Hernández Martínez y su círculo de militares amigos. Esa relación explica su involucramiento en la formación del Comité Militar que derrocara al Presidente Araujo el 02 de Diciembre de 1931, en el Quino Caso fue uno de los integrantes y Jacinto fue escogido como Secretario Privado del General Martínez en la Presidencia de la República, al menos por un tiempo.
Después de las masacres de indígenas y campesinos de 1932, y del fusilamiento de su amigo Farabundo Martí, el 01 de Febrero de 1932, que para él fue un vil asesinato, Jacinto se apartó del General y de inmediato se transformó en un fuerte crítico y opositor de Martínez y su dictadura militar. Con el tiempo, siendo un luchador social perseguido, Jacinto emigra a México, ingresa al Partido Comunista Mexicano, junto con su hijo Raúl y tiempo después regresa al país e ingresa al PCS y se convierte en uno de sus dirigentes en los años 50. Por testimonio de Jacinto conocimos detalles sobre el fusilamiento de Farabundo y sus camaradas Alfonso Luna y Mario Zapata, así como de su digno comportamiento durante el ilegal juicio militar para quitarlos del camino. Por él nos enteramos de las últimas palabras pronunciadas por Farabundo antes de morir frente al pelotón de fusilamiento.

RAÚL CASTELLANOS F. INTEGRANTE DEL COMITÉ DE HUELGA DE BRAZOS CAÍDOS DE ABRIL Y MAYO 1944

Raúl Castellanos Figueroa desarrolla su juventud en medio de intensas luchas sociales de la época que fueron creciendo en contra de la dictadura militar. Desde muy joven, contagiado por las ideas de su padre y estimulado por la profunda crisis política de la dictadura y del país, fue uno de los estudiantes universitarios integrantes del Comité Estudiantil Universitario que organiza y llama al pueblo a la Huelga General de Brazos Caídos. Raúl fue elegido para representar a los estudiantes de Ingeniería. Otros de sus compañeros en dicho Comité de Huelga fueron los Estudiantes Jorge Bustamante, Fabio Castillo Figueroa, Julio Oliva y otros;
Ya desde antes de los acontecimientos de abril y mayo, Raúl ya colaboraba como redactor del periódico Opinión Estudiantil, desde cuyas páginas atacaba duramente a la Dictadura Militar de Martínez. Otros compañeros en la plana de redacción del periódico, fueron Jorge Arias Gómez, Juan José Vides, Gabriel Gallegos Valdez e Italo López Vallecillos;

Hay que decir que Raúl Castellanos, por muchos años, fue objeto de una sistemática persecución policial por la dictadura militar que prevaleció en nuestro país por muchos años; desde los acontecimientos de abril y mayo y meses posteriores Raúl fue acosado por el sanguinario Coronel Osmín Aguirre y Salinas, Director de la Policía Nacional en los meses que siguieron al golpe militar del 21 de Octubre de 1944 y los meses posteriores mientras ocupó la presidencia de la Repúbica.

Raúl emigró a la ciudad de México en donde vivió por varios años junto con su padre. En México, como hemos dicho, además de estudiar la carrera de Economía Política en la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, participó activamente en actividades políticas con el movimiento estudiantil revolucionario de México de aquellos años.

DIRIGENTE DESTACADO DEL PCS
Lo conocí como uno de los dirigentes más destacados de la Dirección del PCS. Miembro de la CP, del Secretariado y del CC desde finales de los años cincuenta, a Raúl casi siempre lo encontrábamos en reuniones clandestinas, en alguna charla en la Universidad Nacional, escasamente en un mitin del FNOC o del FUAR y desde luego, en el PRAM. Muchos documentos, manifiestos o pronunciamientos del PRAM y del CC del PCS eran elaborados por Raúl. Con el tiempo pude apreciar el respeto que la Dirección tenía en Raúl. Casi siempre otros compañeros ponían en sus manos para revisión trabajos preparados para acontecimientos importantes, incluso los de Schafik, a pedido de éste. Durante varios años publicó artículos de orientación y educación política en el periódico LA VERDAD, órgano del CC del PCS y en otras publicaciones como “Abril y Mayo”, órgano del PRAM, en “VOZ OBRERA”, en revistas y en diversas publicaciones de las organizaciones dirigidas por el PCS o vinculadas a él.
Colaboraba con Periódicos como La Tribuna, “El Independiente, El Latino, La Crónica, Primera Plana, este último de la Escuela de Periodismo. Todos ellos, especialmente Opinión Estudiantil, le abrieron las páginas a sus artículos. También publicó muchos artículos en los periódicos de derecha, como La Prensa Gráfica y el Diario de Hoy, utilizando nombres falsos.

ORGANIZADOR DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO ABRIL Y MAYO, (PRAM) Y DEL FRENTE NACIONAL DE ORIENTACIÓN CÍVICA, FNOC.

Por decisión de la Dirección del PCS, Raúl fue designado como responsable de la organización y dirección política del Partido Revolucionario Abril y Mayo, PRAM, que inició actividades como Movimiento Abril y Mayo a principios de 1959. Fue una tarea política necesaria, encaminada a organizar un instrumento político abierto capaz de atraer a la intelectualidad y personalidades progresistas, a las masas populares, de las y los trabajadores y luchadores sociales para hacer trabajo político abierto y de ser posible, legal, sin aferrarse. El escenario socio político era propicio, creado con el triunfo de la Revolución Cubana, el cual iba en aumento. Pero también se necesitaba crear un instrumento político no tan rojo para aglutinar y atraer a otras fuerzas sociales y políticas a un frente democrático que facilitara atraer las distintas fuerzas en contra de la dictadura militar.

Raúl dudó un poco en sus capacidades para asumir la tarea. Sin embargo, pronto se dio cuenta que no estaría solo. Una buena cantidad de cuadros con mucho entusiasmo le fueron asignados y otros que llegaron por su cuenta. Me refiero a Tirso Canales, Roberto Armijo, Raúl Padilla Vela, Gabriel Gallegos Valdez, Mario Salazar Valiente, Pedro Mancía Cerritos, Rafael Aguiñada Carranza, Pepe Rodríguez Ruiz, Miguel Parada, y Muchas y muchos cuadros de jóvenes que saliendo de las organizaciones juveniles pasaron a integrarse al PRAM. Muchas brigadas de voluntarios fueron creadas en el PRAM para reunir las firmas exigidas por el CCE para intentar su legalización, que fue rechazada.

Pero también fueron miles de obreros, campesinos, empleados y otros sectores que buscaron y se afiliaron a este partido político de izquierda, porque sentían la necesidad de realizar trabajo político en amplios sectores y territorios del país. Con toda esa gente y con mucho entusiasmo, no fue difícil para el PRAM, para Raúl y otros compañeros darle forma al partido y dar los primeros pasos para la creación del Frente Nacional de Orientación Civica, FNOC, al cual se unieron: La Asociación General de Estudiantes Universitarios, AGEUS; la Confederación General de Trabajadores Salvadoreños, CGTS; el Partido Acción Renovadora, PAR: el Partido Radical Democrático, PRD. Varias otras organizaciones juveniles, sindicales, gremiales y otras en formación se unieron al esfuerzo para darle vida al FNOC, cuya misión era derrocar a la dictadura militar del coronel José María Lemus y sustituirla por un gobierno democrático. La tarea de derrocar a Lemus fue lograda el 26 de octubre de 1960, de donde surge el gobierno democrático con la Junta de Gobierno.

LA JUNTAVICO MILITAR Y EL DIRECTORIO MILITAR
Con el derrocamiento de Lemus y la llegada de la Junta Cívico Militar, se produce una apertura democrática que apenas duró tres meses. No fue posible aprovechar ese corto tiempo para impulsar ni siquiera un plan mínimo de acción y menos de cambios estructurales.
Vino el contragolpe del Directorio Cívico Militar del 25 de enero de 1961 y con él la reinstalación de la dictadura militar. La represión fue general contra todas las organizaciones sociales, culturales, y políticas. Algunos de los cuadros políticos conocidos afiliados y dirigentes del PRAM pasaron a la clandestinidad.
Con gente menos conocida, menos quemada, como decimos, se procede a la reestructurar la Directiva Nacional del PRAM, eligiendo como coordinador al abogado Roberto Carías Delgado. Otros compañeros y compañeras se mantuvieron al frente del Partido realizando actividades combinadas, abiertas y secretas. Raúl pasó a ocupar otro cargo sin dejar de ser el cuadro político ideológico y de conducción del PCS, esperando decisiones del la CP del PCS.
Por varios años se mantuvo el esfuerzo del PRAM como una organización política generadora de organización, orientación, denuncia y lucha política abierta.

CAPTURA Y SECUESTRO DE RAUL JUNTO CON ANTONIO VELASCO IGLESIAS
Raúl era uno de los cuadros dirigentes del PCS permanentemente perseguido por los cuerpos de seguridad. Muchas veces fue capturado y expulsado del país. En Octubre de 1962, Raúl Castellanos y el dirigente obrero Antonio Velasco Iglesias, fueron capturados y secuestrados en un descuido del comando operativo responsable de su seguridad. Los dos compañeros fueron capturados violentamente, como era la costumbre de los esbirros policiales. Ya en sus manos, los compañeros fueron objeto todo tipo de violaciones a sus derechos incluyendo la aplicación de torturas. La campaña por su liberación adquirió volumen fuerte. La dictadura los acusaba de ser agentes al servicio de la Revolución Cubana, sólo por haber participado en actos de solidaridad con Cuba durante la crisis del Caribe, conocida como la crisis de los misiles.

No era la primera captura y secuestro ni de Raúl Castellanos, ni de del dirigente obrero Velasco Iglesias. Todo revolucionario sabía en esos momentos el grave riesgo que corría su vida y la de su familia; la Dirección del PCS era perseguida con mucha minuciosidad. Raúl Castellanos sabía muy bien ese ambiente, pero siempre desafiaba y se las arreglaba para evadir los chequeos visuales de la inteligencia enemiga. Por ello teníamos que organizar todo un plan de entrada y salida de los oradores a la plaza Libertad durante las concentraciones públicas.

A Raúl y demás cuadros dirigentes y militantes del PCS estaban conscientes que mantener en alto la bandera del PRAM en los meses de lucha del Frente Nacional de Orientación Cívica, 1959-60, como en los años del Directorio Militar hasta 1962 constituía todo un desafío. Raúl Castellanos recibió la decisión de asumir la Secretaría General de este partido abierto en los momentos en que el movimiento popular había entrado en un difícil reflujo revolucionario. El régimen había aprobado una nueva Constitución Política, con una reforma constitucional que facilitaba por primera vez la representación proporcional en la Asamblea Legislativa. El FUAR regateaba la disolución por orientación de Salvador Cayetano Carpio, a nombre supuestamente, de la Dirección del PCS. No pudimos entender por varios años, la verdadera razón esgrimida por Carpio para disolver el FUAR. A los cuadros con responsabilidad nacional en las Columnas se nos creó una situación difícil para explicar y convencer a la militancia revolucionaria que aceptara la nueva orientación de dejar sin efecto la estructura y el funcionamiento del FUAR. Schafik y Raúl Castellanos no pudieron incidir en la votación de la CP y CC. Con el tiempo supimos que la destitución de Schafik del FUAR y la disolución de éste, eran parte de los planes de Carpio para deshacerse de los intelectuales pequeño burgueses de la Dirección del PCS. Logró sus propósitos ganando a la mayoría de los organismos de dirección. De esa manera el PCS perdió, a mi juicio, una buena oportunidad para construir y desarrollar una experiencia de lucha político militar con importante apoyo popular.
El vacío de abandonar la lucha política combativa, fue llenado parcialmente con la presencia del PRAM y los fogosos discursos de Raúl Castellanos Figueroa, pronunciados en las tribunas públicas.
Pero también el PRAM fue sometido a revisión. Las difíciles condiciones de la clandestinidad no permitieron ampliar y desarrollar un movimiento político abierto, como lo era el PRAM, así como tampoco fue posible que el FUAR se desarrollara como organización político militar; pero indudablemente, esas dos tribunas permitieron que numerosos cuadros desarrollaran sus cualidades de organización, agitación y lucha popular con primeros pasos de autodefensa y educación política en las bases populares.

Raúl, Schafik y Roberto Castellanos eran inseparables, aunque con edades diferentes. Raúl nació en 1926, Schafik en 1930 y Roberto en 1923. Había otros compañeros en ese tiempo que compartían una generación de luchadores formados dentro del PCS. Sin embargo, hay que decirlo, aunque Schafik era el de edad menor, siempre fue respetado y querido por todos ellos. Raúl respetaba mucho a Schafik por su seriedad, por su conducta y reputación intachables. Lo mismo se apreciaba en Schafik sobre Raúl. Ambos se estimaban por su abnegada y sacrificada labor como cuadros dirigentes revolucionarios. Ambos desarrollaron una relación de trabajo político con funciones diferentes con otros camaradas de la Dirección del PCS, como fueron los casos de Roberto Castellanos Calvo, de Jorge Arias Gómez, y otros cuadros.
Para Raúl, sin descuidar responsabilidades como docente universitario de la UES, su trinchera de combate por encargo del PCS fue el PRAM, era su frente de lucha abierta, pero también tenía las tareas internas en la Comisión Política y el Secretariado del Comité Central, que nunca descuidó y atendió con mucha diligencia y disciplina.
Raúl construyó un sólido equipo de trabajo colectivo, con varios de los cuales se apoyó para realizar una labor de organización, orientación y agitación política en todo el territorio nacional. Las figuras más conocidas eran Tirso Canales, Raúl Padilla Vela, Mario Salazar Valiente, Rafael Aguiñada Carranza y otros dirigentes obreros en la Junta Directiva, también José Domingo Mira, Hildebrando Juárez, y varios intelectuales y profesionales.

Con el apoyo de varios otros compañeros, entre los cuales siempre figuraba Víctor Manuel Sánchez, “El Niño”, Ricardo Rivera, “Marino”, Los hermanos De León (René y Armando), Alejandro Montano, “Chiricuto”, El Ronco Carrillo, Pedro Santacruz y varios otros, con ellos se preparaban los vehículos para penetrar romper el cerco policial y la salida de los oradores de la plaza pública después del mitin. Nadie debía saber el destino final hacia donde se dirigía en cada actividad. Esa era responsabilidad del propio Cuadro Dirigente. Claro, siempre había una forma de verificar el éxito de la operación. A mediados de 1962 el PCS había sufrido la penetración de la inteligencia enemiga en las estructuras intermedias. En ese año varias estructuras del PCS, incluidas las de impresión y distribución de propaganda interna fueron golpeadas. Varios Centros fueron asaltados y capturados los cuadros responsables.
Tiempo después supimos de los planes del enemigo para caerle a la Dirección, especialmente a los tres cuadros dirigentes más conocidos, Raúl, Schafik y Roberto Castellanos Calvo. Cada quien se movía y funcionaba de manera conspirativa; los tres planificaban a su manera la forma de funcionar. Los tres se diferenciaban entre si, tanto en su personalidad, como en la forma de operar. Eran diferentes pero con un rasgo común: su lealtad, firmeza ideológica a toda prueba.
Raúl era el cuadro culto, educado, elegante, sencillo, humano, de palabra suelta, penetrante en sus análisis y observaciones, amigo, capaz de ganar el respeto y el cariño de sus camaradas;

Habiéndolo tratado regularmente desde 1962, tanto en reuniones y charlas en el PRAM como en el FUAR y en diferentes escenarios del PCS, siempre recibí algo positivo de Raúl Castellanos: como la capacidad de síntesis de su experiencia, de su modo de ser, su don de gente, como lo decía Schafik. Nos preocupó mucho su desaparición producto de la captura de Octubre de 1962. El PCS, el PRAM y el movimiento popular realizaron una campaña nacional muy combativa exigiendo la liberación de los dos compañeros. A finales de ese año, Raúl y Velasco Iglesias aparecieron en territorio del estado de Tapachula, México. La dictadura militar salvadoreña y con el apoyo de la similar dictadura guatemalteca, que eran ratas del mismo piñal, a los dos camaradas los dejaron en ese lugar sin dinero, sin papeles, sin alimentos. Era la modalidad común aplicada por las dictaduras y tiranías de Centro América en ese tiempo.

Después de los problemas internos que culminaron con la renuncia de Salvador Cayetano Carpio de la militancia y cargos dentro del PCS, pese a que Carpio en muchas ocasiones se refirió a Raúl como el pequeño burgués, jamás escuché un reproche o una injuria o frase hiriente en contra de Carpio.

El VI Congreso del PCS, celebrado el 30 de Agosto de 1970, ratificó a Raúl Castellanos Figueroa como miembro del Comité Central y de la Comisión Política. Nadie puso en duda su integridad moral y ética revolucionaria, menos su capacidad teórica y política como para apartarlo, al contrario, cuando su nombre fue pronunciado como candidato a los cargos mencionados, fue elegido por aclamación.

Raúl fue fundador del Departamento de Periodismo de la Universidad de El Salvador, el cual se convirtió en la Escuela de Periodismo. La muerte sorprendió a Raúl cuando apenas cumplía los 46 años. La C. P. decidió enviarlo junto con Rafael Aguiñada Carranza a representar al PCS a una Comisión de apoyo de los Partidos Comunistas y Obreros, que se reuniría en Budapest a principios de Octubre de 1970, después de la Conferencia Mundial de los Partidos Comunistas celebrada en Moscú en 1969.
No logró cumplir con la tarea encomendada. Desde que salió de El Salvador había mostrado síntomas de problemas de salud. Fue su última misión. De Budapest fue trasladado a Moscú, en donde le fue practicada de urgente una intervención quirúrgica por especialistas soviéticos, ya era demasiado tarde, la amibiasis había invadido gravemente el hígado y otros órganos vitales. falleció el 29 de Octubre de 1970.
Su esposa y compañera Rosa Brañas, hija Florencia y su hijo Roberto fueron enviados a Moscú a repatriar los restos de

nuestro camarada Raúl Castellanos.

Los restos de Raúl llegaron al Aeropuerto Internacional de Ilopango. La Dirección del PCS decidió recibirlos con la bandera del PCS que fue colocada en el féretro donde los restos fueron colocados. Desde Ilopango hasta la Universidad de El Salvador ondearon las banderas rojas del PCS por primera vez desde 1931, cuando era un partido legal.
Durante varios días se le rindieron homenajes en varios locales del movimiento social popular y en cada uno los respectivos homenajes de las y los camaradas y pueblo en general.
Hay un discurso de despedida de Schafik que conmovió a la militancia y a quienes acompañamos los restos de Raúl Castellanos Figueroa en el Cementerio General.
El PCS y el Movimiento Popular de nuestro país perdieron físicamente a uno de sus mejores hijos.

¡GLORIA ETERNA A RAÚL CASTELLANOS FIGUEROA!

De dónde surgió el Bolsonaro?

De dónde surgió el Bolsonaro?
Gustavo Bertoche Guimarães (profesor de filosofía, facebook, 13 de octubre de 2018)
Lo siento, amigos, pero no es de un “machismo”, de una “homofobia” o de un “racismo” del brasileño. La inmensa mayoría de los votantes del candidato del PSL no es machista, racista, homofóbica ni defiende la tortura. La mayoría de ellos ni siquiera son bolsonaristas.

Bolsonaro surgió de aquí mismo, del campo de las izquierdas. Surgió de nuestra incapacidad para hacer la necesaria autocrítica. Surgió de la negativa a conversar con el otro lado. Surgió de la insistencia en la acción estratégica en detrimento de la acción comunicativa, lo que nos llevó a demonizar, sin intentar comprender, a los que piensan y sienten de modo diferente

Es, incluso, lo que estamos haciendo ahora. Mi Facebook y mi WhatsApp están llenos de ataques a los “fascistas”, a aquellos que tienen “manos llenas de sangre”, que son “machistas”, “homofóbicos”, “racistas”. Sólo que el elector medio de Bolsonaro no es nada de eso ni se identifica con esos defectos. Las mujeres votaron más a Bolsonaro que a Haddad. Los negros votaron más a Bolsonaro que a Haddad. Una cantidad enorme de gays votó a Bolsonaro.

Amigos, estamos equivocando el blanco. El problema no es el elector de Bolsonaro. Somos nosotros, del gran campo de las izquierdas. El elector no votó a Bolsonaro porque él dijo cosas detestables. Él votó a Bolsonaro A PESAR de eso.
El voto a Bolsonaro, no nos engañamos, no fue el voto a la derecha: fue el voto antiizquierda, fue el voto antisistema, fue el voto anticorrupción. En la cabeza de mucha gente (aquí y en los Estados Unidos, en las últimas elecciones), el sistema, la corrupción y la izquierda están ligados. El voto de ellos aquí fue el mismo voto que eligió a Trump allá. Y los pecados de la izquierda de allí son los pecados de la izquierda de aquí.
Bolsonaro tuvo los votos que tuvo porque evitamos, a toda costa, mirar nuestros errores y cambiar la forma de hacer política. Nos quedamos atrapados en nombres intocables, incluso cuando demostraron su falibilidad. Adoptamos el método más podrido de conquistar mayoría en el congreso y en las asambleas legislativas, por haber preferido el poder a la virtud. Corrompimos los medios con anuncios de empresas estatales hasta el punto en que los medios pasaron a depender del Estado. Y expulsamos, o llevamos al ostracismo, todas las voces críticas dentro de la izquierda.
¿Qué hemos hecho con Cristóvão Buarque? ¿Qué hemos hecho con Gabeira? ¿Qué hicimos con Marina? ¿Qué hemos hecho con el Hélio Bicudo? ¿Qué hemos hecho con tantos otros menores que ellos?
Los que no concordaban con nuestra vaca sagrada, los que criticaban los métodos de las cúpulas partidistas, fueron callados o tuvieron que abandonar la izquierda para continuar teniendo voz.
Mientras tanto, nos engañábamos con los éxitos electorales, y nos convertimos en un movimiento de la élite política. Perdimos la capacidad de comunicarnos con el pueblo, con las clases medias, con el ciudadano que trabaja 10 horas al día, y pasamos a engañarnos con la creencia en la idea de que toda movilización popular debe ser estructurada de arriba hacia abajo.
La propia decisión de lanzar a Lula y a Haddad como candidatos muestra que no aprendemos nada de nuestros errores -o, lo que es peor, que ni percibimos que estamos equivocando, y ponemos la culpa en los demás. ¿Dónde están las convenciones partidarias lindas de los años 80? ¿Dónde están las corrientes y tendencias lanzando contra-pre-candidatos? ¿Dónde están los debates internos? ¿Cuándo fue que el partido pasó a tener un dueño?
En suma: las izquierdas envejecieron, enriquecieron y se olvidaron de sus orígenes. Lo que nos quedaba fue la creación de slogans que repetimos y repetimos hasta que pasamos a creer en ellos. Sólo que esos eslóganes no prenden en el pueblo, porque no corresponden a lo que el pueblo vive. No basta con llamar al elector de Bolsonaro “racista”, cuando ese elector es negro y decidió que no vota nunca más al PT. No basta con decir que la mujer no vota a Bolsonaro para la mujer que decidió no votar al PT de ninguna manera.

No, amigos, Brasil no tiene 47% de machistas, homofóbicos y racistas. Calificar a los votantes de Bolsonaro de todo eso no va a resolver nada, porque el engaño no va a prender. El elector medio del tipo no es nada de eso. Él sólo no quiere que el país sea gobernado por un partido que tiene un dueño.
Y no, no está habiendo una disputa entre barbarie y civilización. El bárbaro no disputa elecciones. (Ah Hitler disputó, etc. ¿Usted ha leído Mein Kampf? Yo sí. Está todo allí, ya en 1925. Lo siento, amigo, pero chistes y frases imbéciles NO SON Mein Kampf. ¿Dónde está su capacidad hermenéutica?).
Hay una ola Bolsonaro, pero podría ser una ola de cualquier otro candidato anti-PT. Yo sospecho que Bolsonaro surfea en esa ola solo porque es el más antipetista de todos. Y la culpa del surgimiento de esa ola es nuestra, exclusivamente nuestra. No sólo es nuestra, como continuará siendo hasta que consigamos hacer una verdadera autocrítica y traer de vuelta a nuestro campo (y para nuestros partidos) una práctica verdaderamente democrática, que es algo que perdimos hace más de veinte años.
Hablamos tanto en defensa de la democracia, pero no practicamos la democracia en nuestra propia casa. ¿Es que olvidamos su significado y transformamos también la democracia en un mero lema político, en que lo que es nuestro es automáticamente democrático y lo que es del otro es automáticamente fascista? Es hora de utilizar menos las vísceras y más el cerebro, amigos. Y los slogans hablan a la bilis, no a la razón.

Luego de los Acuerdos de Paz de 1992… Entrevista con Rolando Orellana (V)

Luego de los Acuerdos de Paz de 1992…Entrevista con Rolando Orellana (V)

SAN SALVADOR, Junio 30 de 2017 (SIEP). “En este periodo, me correspondió trabajar sobre la reinserción del FMLN a la vida política del país, y el proceso previo de ubicación en campamentos y desarme junto con ONUSAL. El desafío era lograr que luego de doce años de guerra nuestros combatientes lograran reinsertarse a la vida civil” explica Rolando Orellana, destacado revolucionario salvadoreño, dirigente del Partido Comunista de El Salvador, PCS.

Luego de los Acuerdos de Paz de 1992

Añade que “luego de los Acuerdos de Paz de 1992, regresé en enero a El Salvador, a tener vida pública y realizar actividades políticas abiertamente. Uno de los primos de mi esposa, Roberto, me alojo en su casa; él vivía con su familia en la Colonia América, caminando del cuartel El Zapote hacia San Marcos. Aunque se había firmado la paz, las cosas no estaban sencillas, el aparato clandestino represivo de la dictadura se mantenía intacto y yo tuve que tomar medidas para no poner en riesgo a la familia que me acogía.”

“Por ejemplo, para comunicarme con las estructuras del FMLN que se iban instalando abiertamente, utilizaba los teléfonos públicos, pues el aparato de inteligencia de la dictadura mantenía el control del sistema telefónico y escuchaba nuestras conversaciones. Ese aparato de la dictadura se mantenía al acecho y en otro entorno familiar muy cercano a mí, llamaron por teléfono más de una vez para amenazarme de muerte.”

Mantuve el trabajo por los derechos humanos más orientado a coordinar acciones con las instituciones que surgieron de los Acuerdos de Paz. A finales de enero se creó la Comisión Nacional para la Consolidación de la Paz COPAZ, institución que surgió del compromiso adoptado en Nueva York el 31 de diciembre, ante el Secretario General de las Naciones Unidas Javier Pérez de Cuellar, destinada a supervisar el cumplimiento de los Acuerdos de Paz.

En esa comisión estuvieron representados el FMLN, el gobierno y todos los partidos políticos activos en ese entonces. Yo pase a formar parte de la Sub-Comisión de Derechos Humanos de COPAZ. Además me correspondió ser el enlace por parte del FMLN con la Comisión de Observadores de las Naciones Unidas ONUSAL, y con la División de Derechos Humanos encargada de verificar el cumplimiento de los Acuerdos de Paz en el tema de los derechos humanos.

Participé también en la reinserción de los combatientes desmovilizados del FMLN a la sociedad salvadoreña, dando charlas sobre la nueva situación política del país y promocionando entre ellos los derechos humanos. En 1992 la Corte Suprema de Justicia estaba presidida por el Dr. Mauricio Gutiérrez Castro, hombre de derecha. Me di cuenta que en la Corte se había publicado una edición popular de la Constitución de la República, un libro pequeño de bolsillo, que me pareció que podría servir para que los desmovilizados del FMLN comprendieran el pase que estábamos dando del conflicto armado a la convivencia pacífica y política.

Y en un evento organizado por ONUSAL, que se celebró en un hotel de San Salvador, al cual fui invitado, asistió el Doctor Gutiérrez Castro. Hubo un receso y en esos minutos lo busque y lo encontré en uno de los pasillos del salón donde se desarrollaba el evento; le abordé y le dije: “Doctor soy Rolando Orellana del FMLN, me permite hablar unos minutos con usted”. Él muy extrañado me pregunto: “¿Tiene tarjeta de presentación del FMLN?” Tome una de las que andaba en la bolsa de mi camisa y se la entregue. Al verla, él me dijo: “vengase, vamos a hablar a otro lado”.

Mi intención era conseguir ejemplares de la edición de la Constitución y le dije durante la conversación: “quiero que nuestros desmovilizados conozcan la Constitución de la República, le pido que me regale copias para repartirlas entre ellos y que la estudien”. ¿Cuántas quiere? me preguntó, cinco mil le dije. Al final solo me mandó la mitad, pero fueron muy útiles, las distribuí por todos los campamentos donde están los excombatientes desmovilizados. Y con ese librito hicimos un esfuerzo educativo con nuestros excombatientes, dándoles a conocer sus derechos constitucionales y los fundamentos de la legalidad a la que nos íbamos a insertar. A la vez dábamos capacitaciones sobre los Derechos Humanos y explicábamos los objetivos y características de los Acuerdos de Paz.

La creación de la PNC y de la PDDH

Habían grandes desafíos como el de crear la Policía Nacional Civil, con una nueva filosofía civilista. Se fueron organizando grupos de personas procedentes tanto del FMLN como de la Fuerza Armada, para integrar los mandos ejecutivos de la nueva policía y nos correspondió capacitarlos. Un día me busca Carlos Ascensio, que después fue director de la PNC, para que capacitará en derechos humanos a un grupo de miembros del FMLN aspirantes a ingresar a la PNC. Fue una experiencia bonita, formar de esa manera los excombatientes, hoy ellos son Comisionados o Sub-Comisionados de la PNC.

En la Subcomisión de Derechos Humanos de COPAZ, participó también el camarada Pedro Guardado (Claudio). Realizamos en esta Subcomisión un buen trabajo. Desde ahí supervisamos la formación de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos; acompañamos al Doctor Carlos Molina Fonseca, primer Procurador de Derechos Humanos, en sus actividades de fundación de esa institución.

Pero en esa Sub-Comisión conocí en toda su magnitud lo que era la corrupción del sistema. Resulta que en la Sub-Comisión había representantes de todos los partidos políticos y acordamos realizar una campaña nacional de divulgación de los Derechos Humanos, utilizando todos los medios de prensa, radial, escrita y televisiva. Uno de los integrantes de la Sub-Comisión miembro del PCN, se autopropuso para presentar una propuesta de difusión de los derechos humanos a nivel radial por todo el país.
Presentó el proyecto y nos pareció al resto de miembros de la Sub-Comisión y cuando entramos a discutir los costos, él presento una suma muy alta en miles de miles de colones y nos dijo que había fondos para financiar la campaña radial, que no nos preocupáramos por eso. Él se había contactado con una agencia publicitaria que le había elaborado el proyecto.

Nos explicó que solo necesitábamos autorizarlo, que él lo llevaría a COPAZ para que se aprobara y que al tener los fondos cada uno de nosotros recibiría de comisión 15, 000 colones. A mí me sorprendió el ofrecimiento y me hice aún lado y el proyecto no prosperó. Te imaginas, apenas teníamos los primeros intercambios con las personas que participaban del poder y ya recibíamos ofertas de esa índole.

Un hecho que me tocó vivir fue el de la intolerancia. Los Acuerdos de Paz en esencia plantearon la reconciliación y el reconocimiento y respeto de las diferencias. Yo entendí que con los Acuerdos de Paz teníamos los salvadoreños la oportunidad de entendernos por el bien del país, a pesar de las diferencias políticas y de pensamiento. Pretendimos con esos Acuerdos, vivir en paz a pesar de nuestras diferencias. Pero eso no fue percibido así por individuos que habían participado de la hegemonía de la dictadura militar; y sus remanentes, que se mantienen aún hoy a más de 25 años de la firma de la paz, y no permiten que vivamos una democracia plena.

Pues bien, en 1994 se realizaron las primeras elecciones con participación del FMLN, de las cuales salió favorecido con el voto popular obteniendo una importante cuota de poder político al lograr un buen número de diputados y alcaldes. El trabajo en la Asamblea Legislativa es acompañado por asesores de los diputados. Nidia Díaz fue electa Presidenta de la Comisión de Justicia y Derechos Humanos y asumí la responsabilidad de ser su asesor, y como tal la acompañaba a todas las sesiones de esa Comisión.

Elaboraba propuestas y borradores de documentos de trabajo sobre los derechos humanos que pasaban a la discusión de la Comisión. Fue ahí donde soporte en carne propia la intolerancia política por parte de los diputados de derecha. Yo no participaba en las discusiones y votaciones de la Comisión, pero estaba atento en los debates para hacerle comentarios y sugerencias a Nidia.

Se daban discusiones fuertes con los diputados de ARENA, dos de ellos eran viscerales; se presentaron momentos en que estos diputados pasaban a los ataques verbales personales y en más de una oportunidad recibí también esos ataques por ser el asesor de Nidia. Quien se pasó de la raya en esos ataques fue un representante del PCN, Marcos Valladares, este fue años después Procurador de los Derechos Humanos; se refería a mi persona con insultos y palabras soeces. No se percibía ningún esfuerzo por tolerar y respetar las diferentes formas de pensamiento y de propuesta política.

Esa actitud de los diputados de derecha se insertaba en un ambiente en que nos veían, a los del FMLN, como enemigos, no nos aceptaban. En esa atmosfera asesinan a Darold Velis, dirigente del FMLN, cuando iba a dejar a su hija al colegio, y asesinaron también a otros compañeros.

La vida familiar y personal luego de los Acuerdos de Paz

Mi participación como asesor en la Asamblea Legislativa fue ad honorem. Y se me planteo luego de los Acuerdos de Paz la necesidad de restablecer mi vida familiar y este fue un proceso muy complejo y difícil. Necesitaba un balance entre mi vida pública, mi participación política en la legalidad y el restablecimiento de los lazos familiares, de mis antiguas amistades, algunas de las cuales se alejaron al conocer mi militancia en el FMLN, ya que anteriormente esta militancia había sido clandestina. Lo más difícil fue mi reinserción profesional a partir de una carrera de derecho estudiada en la Unión Soviética.

Había regresado a El Salvador con mi esposa y dos hijos pequeños, sin ningún tipo de recursos. Por suerte tenía casa porque desde 1977 la saque con el INPEP cuando trabajaba en la UES y durante todo el conflicto se estuvo pagando, habíamos logrado alquilarla y la recuperamos. Teníamos casa pero no teníamos dinero, no tenía trabajo remunerable y había que empezar de cero. Comenzamos resolviendo nuestros problemas económicos de prestado, acudíamos mi esposa y yo con los familiares a que nos prestaran dinero y siempre nos dieron la mano. Matricule a mis dos hijos en una escuela pública cerca de la casa y comencé a buscar trabajo pero no encontraba.

Un día mi esposa al verme preocupado por la situación económica, me dice: no te preocupes voy a vender comida mexicana. Y los fines de semana en la acera de la casa puso una mesita con bancas y ofrecía tacos y tortas mexicanas. Nos fue tan bien que decidimos instalar un negocio móvil en las calles aledañas al Mercado Central. Llegábamos bien de mañana y nos instalábamos con una cocina portátil. Vendíamos tortas y tacos.

Y por la tarde vendíamos en las afueras del mercado de Mejicanos, pan dulce que nos daba una señora amiga de la familia en consignación; no nos íbamos del mercado hasta que no vendíamos el último pan. Y colaboraba siempre en la Asamblea Legislativa, en la lucha parlamentaria. Dejaba a mi esposa vendiendo la comida mexicana y luego me iba para la Asamblea Legislativa. Ahí permanecía en las mañanas y al mediodía pasaba por mi esposa y salíamos a traer a nuestros hijos a la escuela.

Por mi parte, en la rebusca, logre recuperar los libros de mi biblioteca personal, que eran bastante porque a mí siempre me ha gustado leer, libros que había adquirido por varios años antes del conflicto, pues bien, periódicamente visitaba un local de venta y compra de libros usados, que quedaba por la alcaldía de San Salvador, sobre la segunda avenida norte, ahí vendía mis libros, me quede sin biblioteca pero así conseguía algún dinero.

Además fíjate que en la casa donde vivía creció un palo de limones, y daba una gran cosecha. Así que también llenábamos costales de limones para irlos a vender al Mercado Central. Mi hijo Carlos Adrián se ponía a gritar: ¡limones, limones, baratos! Así pasamos unos días vendiendo también limones en la calle, hasta que de una cantina que estaba cerca de donde mi esposa vendía la comida mexicana, llegaron y nos dijeron ya no vendan los limones, nosotros se los vamos a comprar todos.

Me recuerdo que en los días difíciles, apareció una prima de mi esposa, Lupita, quien trabajaba en los restaurantes del Pollo Campero, y nos regaló varias cajas de pollo, con pan; creo que fueron los mejores pollos camperos que hemos comido. También llegaba Roberto, el primo que me alojó en su casa cuando regresé al país, nos dejaba bolsas con frijoles y arroz y aceite para cocinar. Dios nunca nos desamparó, a través de la familia nos proveyó.

Había nacido nuestra tercera hija y las necesidades eran mayores, entonces decidí regresar a la docencia universitaria. Pero lamentablemente no logre una plaza a tiempo completo sino horas clase. Y trabaje en varias universidades, primero en la Universidad Nacional, en la Facultad de Derecho, ahí me dieron un ciclo, luego en la Universidad Luterana, después en la Universidad Monseñor Romero, que está en Chalatenango, viajaba todos los sábados y domingos a dar clases, en la Universidad Modular Abierta y en la Universidad Francisco Gavidia daba clases en la noche. Me rebuscaba.

La toma de la Asamblea Legislativa

Y mantenía mi “trabajo” en la Asamblea Legislativa. Un día del mes de enero del año 1995, los veteranos de guerra de la fuerza armada en un afán de conseguir beneficios, se tomaron la Asamblea Legislativa y quedamos adentro de rehenes. El día que llegaron los desmovilizados de la Fuerza Armada había una reunión entre los diputados y el Doctor José María Méndez, quien era Magistrado de la Corte Suprema de Justicia para discutir proyectos de nuevas leyes penales. Don Chemita, así le decían cariñosamente, quedo también atrapado en la toma de la Asamblea Legislativa.

Se suspendió la reunión en la que estaba el Doctor Chema Méndez y él decidió salir del edificio, yo le dije lo voy a acompañar Don Chemita, pero al llegar a la puerta los desmovilizados se negaron a dejarlo salir, les explique que él no era diputado, que era Magistrado de la Corte, que tenía limitaciones para caminar, lo cual era cierto, y que él no tenía nada que ver con las demandas de los desmovilizados.

Continuaron negando la salida, insistí en hablar con uno de sus dirigentes, accedieron y apareció uno de ellos; le hable y le explique que quien era el Doctor Chema Méndez, esta persona luego de escucharme se dirigió a los que estaban en la puerta y les dijo déjenlo salir, el Doctor es el papá de nuestro abogado; resultó, que el hijo de Don Chemita, que llevaba su mismo nombre estaba representando a los desmovilizados en unas demandas. Abrieron las puertas para dejar salir al Don Chemita, pero yo me le pegue y les dije que él no podía caminar bien y que necesitaba ayuda y que yo lo iba acompañar, aceptaron y me dejaron salir.

Hice una buena negociación para salir y es que tenía una gran preocupación, después de estar en la Asamblea yo salía al mediodía al Mercado Central a traer a mi esposa y luego pasar por mis hijos a la escuela, si no salía de la Asamblea qué pasaría con mi esposa, yo no tenía manera de avisarle que estaba de rehén, me angustie y por eso hable mucho con los desmovilizados para que me dejarán salir acompañando a Don Chemita. La toma de la Asamblea Legislativa duro dos días.

Un año después, me entere que había una plaza para un jurídico en una dependencia de la Corte Suprema de Justicia. Y me decidí a ir a hablar con Don Chemita, fui a su casa allá en la colonia Flor Blanca. Al llegar, me recibió y le conté la razón de la visita. Me dijo: anóteme su nombre completo en esta libreta. Me fui agradeciéndole que me hubiera recibido. A los dos días recibí una llamada en la que me comunicaron que me presentara a trabajar. Fui contratado. Estoy trabajando en la Corte Suprema de Justicia, desde febrero de 1996.

Reacomodos en la derecha y la izquierda salvadoreñas(1998)

Reacomodos en la derecha y la izquierda salvadoreñas(1998)
http://www.uca.edu.sv/publica/eca/595edit.html
Editorial de la UCA

El neoliberalismo ha sacudido las fronteras de los partidos políticos tradicionales, ocasionando cierto desconcierto en la sociedad. La derecha, comprometida con el ajuste y las reformas estructurales neoliberales, convencida de que la desigualdad es natural y, en consecuencia, de la inutilidad de cualquier esfuerzo para erradicarla; pero temerosa por haber ido demasiado lejos, promueve políticas orientadas a reducir su impacto social, así como también a generar consensos amplios, sin los cuales los cambios con dificultad podrán sostenerse a largo plazo.

Esta postura, al mismo tiempo que la acerca a la izquierda política, la aleja de los sectores ideológicamente extremistas que militan en sus filas.
La izquierda política, por vocación consagrada a luchar por la igualdad o por las fórmulas que atenúan la desigualdad, convencida de que, en buena medida, ésta tiene raíz social y, por lo tanto, es erradicable, pero también preocupada —si no ansiosa— por ser objeto del reconocimiento de las fuerzas que deciden el destino del país y por dejar atrás su pasado revolucionario y militar, busca coincidencias con la derecha. Este acercamiento es comprensible y se justifica en nombre de la transición democrática y del consenso.
Este desplazamiento de la izquierda hacia el centro derecha la aleja de sus posturas más conocidas, llegando al punto de cuestionar su identidad, y, al igual que en la derecha, hace que el sector más tradicional se aferre ideológicamente a los planteamientos de antaño, como si nada hubiese ocurrido después del final de la guerra fría.

Estos desplazamientos de la clase política de final de siglo causan asombro en no pocos y bastantes se sienten confundidos. Pareciera no haber diferencia entre la derecha y la izquierda y, por lo tanto, que la política ya no tiene sentido o, en el mejor de los casos, que ha cambiado tanto que se ha vuelto incomprensible. A comienzos de la década era más fácil, las posiciones estaban definidas con claridad meridiana y no era problema identificar de qué lado se encontraban los políticos. En la actualidad, las fronteras ideológicas que antes separaban e identificaban a unos y otros se han vuelto borrosas. El desconcierto que esta supuesta confusión proyectada por el espectro político pueda ocasionar influye, seguramente, en el desinterés de la mayoría de la población en la política.
En las páginas siguientes no se pretende tanto constatar los desplazamientos y reacomodos efectuados por los políticos salvadoreños y sus efectos desconcertantes en la sociedad, los cuales, por otra parte, son evidentes, sino reflexionar sobre su significado y sus implicaciones.
1. El pensamiento único de la derecha
Contrario a las apariencias, la derecha no sólo cuenta con un plan —cuyos pilares fundamentales son la estabilidad macroeconómica, la desregulación, la reducción del Estado y la privatización de la propiedad estatal y las pensiones—, sino que no abriga la menor duda sobre su aplicación. Está convencida de que de su ejecución fiel dependen el desarrollo económico y el bienestar social de El Salvador. Por eso rehúye la verificación cuantitativa de las estadísticas del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y se presente como verdad a priori.
El discurso pronunciado el 1 de junio por el presidente Armando Calderón en la asamblea legislativa ilustra esta creencia. Según el presidente de la república, El Salvador avanza “inexorablemente hacia la realización de su grandioso destino”. Esto quiere decir que el plan, una vez lanzado, llevará al país de manera inequívoca a ese destino “grandioso”, sin que nada ni nadie pueda impedirlo. Sin embargo, en ningún momento se describe el contenido de ese destino, impidiendo así comprender en qué consiste su grandiosidad. Sólo se refiere a él utilizando una fórmula genérica —“Nuestro nuevo El Salvador”—, sin especificar a quiénes —o a cuántos— incluye ese “nuestro” ni en qué consiste la novedad.
La tesis central de este pensamiento único ya es de sobra conocida: el mercado gobierna y el gobierno administra lo que el mercado dicta. Es una ideología cerrada, que pretende poseer una representación total de la realidad
A veces pareciera que esta novedad está definida por la modernidad, la democracia y la participación. Términos de uso corriente, en cuya definición no se profundiza, como si hubiera claridad y acuerdo general sobre su contenido. De todos modos, llama la atención que la equidad y la justicia no formen parte de la lista y hay que preguntarse por qué esta ausencia. Pero nada de esto parece importar a la derecha, porque El Salvador estaría predestinado por alguna fuerza superior desconocida a gozar de un destino grandioso. Visto así, es inevitable que el gobierno actual considere que sus fortalezas son mayores que sus debilidades.
Si El Salvador está predestinado a gozar de “oportunidades reales y maravillosas”, es lógico invitar a acelerar el paso para llegar cuanto antes. Cualquier retraso no es más que una postergación innecesaria e inútil. En consecuencia, no hay que perder energías en “debates superficiales infructuosos”, tampoco hay que distraerse “en cosas del pasado”; ni hay que permitir que “actitudes dubitativas” paralicen la marcha segura del país. No queda más que actuar con “determinación y sabiduría”, “fortaleza y prontitud” para alcanzar una meta maravillosa.
El discurso asume gratuitamente que su visión de futuro, tan promisorio como vago e indefinido, es compartido por la sociedad. Da por descontado que el país entero se comprometió con los acuerdos de paz, apostó por la democracia y acepta los planteamientos de la Comisión Nacional de Desarrollo para elaborar un plan de nación. Es cierto que no desconoce la existencia de temores y resistencias a los cambios impulsados, motivadas por enfoques políticos estrechos, ideologías o intereses particulares egoístas, en detrimento del bien común; pero no presta mayor atención a estos obstáculos, sin duda, por la certeza de la gran oportunidad que, impaciente, aguarda al país.
No hay que llevarse a engaño. Pese a los desacuerdos e incluso a las divisiones y desgajamientos que pueda haber en la derecha salvadoreña —exceptuando un reducido, pero ruidoso grupo extremista, el cual aún permanece atrapado en el esquema de la guerra fría—, ésta cree en las mismas ideas y está convencida de su triunfo económico y político.
Por encima de las diferencias sobre el rigor con el cual deba aplicarse la libertad de mercado, está su certeza casi absoluta de que lo política y económicamente correcto es el planteamiento neoliberal, el cual, además de reducir la realidad a términos económicos, aspira a ser el único pensamiento posible, y, por lo tanto, se presenta como indiscutible.
Por lo tanto, las disputas giran en torno a si la libertad de mercado debe ser total o aún se deben mantener los privilegios para algunos pocos. No conviene olvidar que, en circunstancias extremas, por lo menos hasta ahora, cuando la derecha se siente amenazada, reacciona como una totalidad, olvidando sus diferencias.
La tesis central de este pensamiento único ya es de sobra conocida: el mercado gobierna y el gobierno administra lo que el mercado dicta. Es una ideología cerrada, que pretende poseer una representación total de la realidad, aunque a partir de una perspectiva exclusivamente económica, que asegura tener siempre la razón, prescindiendo de las circunstancias, y que presume que cualquier otro planteamiento debe inclinarse ante ella.
Los elementos más característicos de esta ideología son los siguientes: el mercado es el medio para resolver todos los problemas; las finanzas constituyen el motor de la economía; el libre intercambio ilimitado es factor de desarrollo ininterrumpido del comercio; la mundialización del mercado financiero y de la producción manufacturera lleva al desarrollo; la división internacional del trabajo modera las reivindicaciones sindicales; la moneda fuerte es factor de estabilización; la desregulación de la economía es condición indispensable de su crecimiento; el costo ecológico de éste es irrelevante; reducir el Estado es ampliar la civilización; el mercado lleva a la democracia; el pragmatismo reemplaza a la ideología; no ataca a los débiles, sino las pretensiones más débilmente justificadas; la corrupción es inevitable, pero será marginal; las desigualdades son de orden natural y, por lo tanto, constantes; primero hay que crear riqueza para luego repartirla; y la experiencia económica chilena es el ejemplo que debe ser imitado.
Este planteamiento lleva aparejada la idea de una sociedad perfecta, en la cual predominaría la armonía. En ella no habría contradicciones significativas ni entre los individuos ni entre los grupos, sino que todos estarían dedicados a trabajar de manera equilibrada a favor de la transición democrática. Sin embargo, esta armonía no es perfecta aún. Su realización es obstaculizada por la persistencia de una contradicción esencial entre el Estado y la sociedad. Aquél estaría plagado de funcionarios ineficaces y perversos, mientras que en ésta abundarían los individuos y empresarios eficientes, honrados y de gran proyección comunitaria. Esta contradicción desaparecerá en el momento en que el Estado haga lo que el mercado le dicte, haciendo realidad la armonía plena.
La ideología de la sociedad perfecta es estimulada por creadores de opinión, dedicados a publicitar la armonía social y el avance inequívoco hacia el bienestar y la democracia. Las contradicciones e inconsistencias se minimizan y se consideran intrascendentes para el gran diseño final. La imagen de estos voceros de la perfección adquiere dimensiones desconocidas, porque, al arrogarse la representación de la sociedad, se colocan por encima de toda sospecha, quedan libres de cualquier crítica social y siempre proyectan el lado positivo en los medios de comunicación social, en los cuales aparecen continuamente. El servicio que estos voceros prestan al pensamiento único es muy valioso. El énfasis que su discurso pone en el avance inexorable hacia la prosperidad y la democracia vuelve más difícil poner en evidencia las contradicciones sociales de la política neoliberal.
En este pensamiento que se impone como único, ilusionado porque cree que no existe alternativa, es prácticamente imposible considerar el bien común, pues la medida de lo necesario, lo único y lo bueno la da el mercado. Este es la fuente del pensamiento único. Al relegar realidades como la solidaridad, la comunidad, etc., en favor de la competencia y el individualismo extremos, obliga a la población a aplicar el principio de supervivencia. La política ya no tiene como centro la persona y la sociedad, sino que su éxito o fracaso se determinan por los instrumentos que aplica. Si la derecha está interesada en rescatar la perspectiva del bien común debe abandonar —o al menos tomar cada vez más distancia— las formas de explotación y opresión y, en un mismo movimiento, debe descubrir los valores fundamentales de la convivencia humana. En ambos movimientos subyace un imperativo moral del cual ha prescindido hasta ahora.
Resulta, pues, dudosa la invitación a sumarse a este pensamiento único, y cuestionable la participación en la elaboración de un plan de nación donde, desde la perspectiva gubernamental, no parece existir otra alternativa. Pero es más cuestionable aún pensar que, asumiendo este pensamiento único y compartiendo sus falsas ilusiones, se puede seguir algún bien para las mayorías salvadoreñas excluidas y empobrecidas, puesto que es, esencialmente, excluyente, tal como se puede comprobar en muchos países del norte y del sur.
Es indudable que ha llegado la hora para hacer a un lado los prejuicios, los recelos y los egoísmos ancestrales, tal como la derecha lo reclama con toda razón; pero para buscar una alternativa a su pensamiento. Este no puede ser asumido como factor de cohesión y mucho menos como fuente inspiradora de entusiasmo. No deja de llamar la atención que, mientras otras naciones se esfuerzan por encontrar la forma para abandonar este planteamiento tan excluyente, en El Salvador, la derecha se empeña en adentrarse en él aún más.
El desafío principal que la derecha salvadoreña tiene planteado es su conversión a los intereses sociales y nacionales. Hasta ahora, se ha caracterizado por ir siempre a lo suyo, que es el enriquecimiento rápido e ilimitado.
Ninguna de las fracciones de la derecha salvadoreña actual ofrece alternativa al pensamiento único y, por lo tanto, a la exclusión. Es evidente que la extrema derecha, más nacionalista que neoliberal y para la cual nada habría cambiado desde la caída del muro de Berlín, no representa ninguna opción para la modernización de fin de siglo.
En cambio, las alternativas que pueda ofrecer la derecha neoliberal son más atractivas. El que un grupo impulse las reformas neoliberales con más ortodoxia que el otro sólo significa una diferencia en intensidad, puesto que ambos absolutizan el mercado y comparten la misma ideología. Ninguno habla con la misma insistencia de las debilidades del mercado así como lo hace de las del Estado.
Ni siquiera el intento genuino para armonizar el ajuste y las reformas neoliberales con las reformas sociales y por construir un consenso básico justifica sumarse a un proyecto de derecha que no puede ser sino excluyente. La política neoliberal necesariamente genera desigualdades materiales escandalosas, mientras proclama la igualdad como derecho imprescindible de la humanidad. No se puede desconocer que la derecha neoliberal es democrática, pero de una forma deficiente, porque la igualdad que proclama se detiene en la igualdad ante la ley. Estas y otras contradicciones del pensamiento único deben ser desveladas sin temor a romper falsos consensos. El consenso es importante como un medio que puede hacer la convivencia social posible y tolerable, pero nunca debe ser convertido en un fin. Entonces, se vuelve una imposición más, muy útil para acallar la protesta de los excluidos y ocultar una realidad social escandalosa.
El desafío principal que la derecha salvadoreña tiene planteado es su conversión a los intereses sociales y nacionales. Hasta ahora, se ha caracterizado por ir siempre a lo suyo, que es el enriquecimiento rápido e ilimitado.
Las ideologías sólo han sido un instrumento útil para ocultar la mercancía de contrabando. La derecha salvadoreña no fue liberal, sino que usó del liberalismo como más convino a su interés primordial. Ahora tampoco es neoliberal, sino que utiliza el pensamiento único porque sirve bien a sus intereses. No obstante esto, no está demás exigirle la revisión de su planteamiento económico y social, puesto que es evidente que no entrega lo que promete ni contribuye al desarrollo de El Salvador ni a su humanización. Para completar la tarea, la derecha debe hacer un esfuerzo enorme por desideologizarse, es decir, debe abandonar las racionalizaciones y los encubrimientos que le han permitido disimular ese afán de enriquecimiento sin importarle el costo social, durante la mayor parte del siglo XX.

2. Las falsas expectativas de la izquierda
La avalancha neoliberal desconcierta a la izquierda, hasta el extremo de llegar a poner en duda la racionalidad y moralidad de su proyecto histórico. Una parte se aferra a su pasado revolucionario y a la retórica que lo acompañaba, como si nada hubiese ocurrido en la década de los noventa, desconociendo la realidad actual, automarginándose y refugiándose en un mundo irreal, con lo cual se niega a sí misma la posibilidad para transformar el estado actual de cosas.
Otra parte de la izquierda, en cambio, se aproxima a la derecha que favorece reformas sociales y la libertad plena del mercado, buscando así la aceptación y el reconocimiento por parte del orden establecido. Aunque este movimiento tiene mucho de pragmatismo oportunista, sus integrantes parecen encontrar en él nuevas seguridades y un discurso convincente. Algunas victorias parciales les confirman que ésta es la postura correcta para mantenerse en la política.
A juzgar por estos desplazamientos sorprendentes, pareciera que la izquierda aún no ha aprendido a vivir sin un dogma —ya sea de corte revolucionario o neoliberal— que le proporcione certezas. La independencia de pensamiento, la tensión de la búsqueda y la ilusión del futuro no constituyen su punto fuerte.
Los cambios ocurridos después de la guerra fría y las pretensiones del pensamiento único debieran impulsarla a repensar y replantear su proyecto para poder responder a las cuestiones vitales que agobian a las mayorías populares. Pero, en lugar de asumir este desafío, la izquierda se refugia en un pasado inexistente o en una ideología que, en teoría, le es ajena. Ni la ideología revolucionaria del pasado ni el pensamiento único neoliberal saben dar cuenta de las necesidades y aspiraciones de las mayorías salvadoreñas y, en consecuencia, tampoco debieran ser asumidos por una izquierda que, por vocación y tradición, se debe a éstas.
A la izquierda política del nuevo milenio le corresponde, por lo tanto, historizar los valores humanos del socialismo a partir de la crítica a las experiencias históricas del siglo XX.
El pensamiento de izquierda en cuanto tal es incompatible con la desigualdad y con cualquier forma de explotación y opresión. Su compromiso con la libertad, la igualdad y la solidaridad debiera inspirar la crítica de la realidad existente y animar la acción para transformarla. La izquierda se encuentra en una posición ventajosa respecto a la derecha, pues no tiene que descubrir estos valores que, en sí mismos, implican una crítica al capitalismo, en cualesquiera de sus versiones, y una voluntad transformadora.
Sin embargo, debe renovar su compromiso, ensombrecido por el desconcierto provocado por los acontecimientos posteriores a la caída del muro de Berlín y el neoliberalismo. Estos la desafían a historizar de nuevo el valor de la justicia social, así como ya lo hizo en las dos últimas décadas. Las limitaciones de esta historización y su fracaso en cuanto que no condujo al triunfo esperado no la excusan para volver a intentarlo. Las circunstancias históricas no son las mismas, pero la explotación y la opresión no han desaparecido —ni siquiera han disminuido, sino que han adquirido otras formas. De ahí la exigencia de una nueva historización. No es un desafío que se puede tomar o dejar. La izquierda está obligada a asumirlo, si quiere abrirse al futuro.
Historizar no significa rechazar el diálogo o el debate con la derecha, tampoco implica cerrarse a negociaciones o pactos, cuando así convenga a los intereses de las mayorías. En las circunstancias actuales, historizar significa, negativamente, no dejarse arrastrar por el pensamiento único neoliberal, sino ejercer una función crítica constante desde la libertad, la igualdad y la solidaridad.
Positivamente, exige crear realidades que respondan cada vez más —y no siempre de forma directa e inmediata— a estos valores. Proponer su vigencia absoluta o creer que se puede llegar a una sociedad libre, igualitaria y solidaria de manera mecánica significaría caer en el idealismo ineficaz o pensar que la utopía está garantizada de antemano —así como lo cree la derecha, para la cual la historia avanza de manera inequívoca hacia la prosperidad y el bienestar.
La izquierda debiera saber más y mejor acerca de la complejidad de los procesos históricos, la cual impide que el avance tecnológico conduzca de manera directa al progreso social. La fe ciega en el triunfo final de una ideología suele dejar su paso sembrado con innumerables víctimas del hambre y de la violencia.
La izquierda todavía no parece haber aprendido estas dolorosas lecciones del pasado. Después de las desautorizaciones experimentadas tanto por el dogma comunista del este europeo como por el dogma del triunfo final de las revoluciones centroamericanas, no es realista volver a refugiarse en creencias dogmáticas de ningún tipo. Por la misma razón, el pensamiento único neoliberal debe ser descartado; aparte de que es evidente que no puede entregar lo que promete. El potencial revolucionario de la izquierda radica en su vocación a construir la convivencia humana, confrontando la avalancha neoliberal.
A la izquierda política del nuevo milenio le corresponde, por lo tanto, historizar los valores humanos del socialismo a partir de la crítica a las experiencias históricas del siglo XX. El concepto de socialismo debe ser liberado de su asociación a los regímenes del este europeo y a la socialdemocracia y, al mismo tiempo, debe rescatar su dimensión humana más auténtica. Eliminar el concepto del discurso para no perturbar al orden establecido no resuelve la dificultad, aunque, sin duda, es muy cómodo para quienes buscan la aceptación del poder económico; olvidar los valores de libertad, igualdad y solidaridad que invoca, equivaldría a desnaturalizar la izquierda. Aunque no habría por qué temer el uso apropiado del término socialismo, la cuestión no es tanto ésta como la voluntad transformadora global de una realidad excluyente y violenta, que ofrezca una alternativa real al pensamiento único neoliberal.
Este desafío no es sólo de orden intelectual, sino que al ser una posibilidad real invita a comprometerse con una lucha inclaudicable. Es una lucha que incluye la generación de una conciencia nueva que impulse a desenmascarar y combatir la perversidad neoliberal y a construir una sociedad más humana —y cristiana. A este esfuerzo deben sumarse trabajadores, comunidades de base, intelectuales y sobre todo las iglesias cristianas, cuya misión las obliga a comprometerse con la justicia social. La deshumanización que predomina en todas partes es una interpelación ineludible para una Iglesia que se define a sí misma como “experta en humanidad”. Renunciar a la utopía bíblica y contemporizar con el neoliberalismo tiene mucho de cooptación y muy poco de evangélico.
Luchar por la libertad, la igualdad y la solidaridad sin saber con exactitud cuándo o cómo podrán realizarse, constituye una aventura moral de inspiración netamente revolucionaria —y también cristiana—, que nace de una profunda indignación por el predominio destructivo de sus contrarios y de un amor igualmente profundo a la humanidad —y al reino de Dios. El “horror económico” neoliberal, tal como algunos califican la sociedad del 20 por ciento que tendrá empleo contra el resto que no lo tendrá y, por lo tanto, quedará excluido de los beneficios del capitalismo, hacia la que se aproxima la humanidad a pasos acelerados, debiera ser razón política y moral —y cristiana— suficiente para adoptar una actitud de rebeldía.
El pensamiento único pretende neutralizar la protesta social, contraponiendo su idea de sociedad perfecta a la realidad excluyente y señalando a quienes se niegan a aceptar esta visión como contrarios al progreso y a la democracia. De esta manera, se arroga funciones de árbitro sobre unas realidades que desconoce. Sus pretensiones absolutistas, disfrazadas de deseo de consenso, hacen que tolere la crítica con dificultad.
La disolución de los regímenes socialistas europeos y la desaparición de los movimientos revolucionarios armados centroamericanos pareciera darle autoridad para rechazar cualquier alternativa que no sea la suya. Renunciar a la utopía socialista en razón de sus primeros fracasos históricos significaría echar por la borda el sentido social y moral de la izquierda. El reclamo de la derecha por la tenacidad de la rebeldía ante la imposición, la injusticia y la violencia no debe ser óbice para exigir con firmeza los cambios estructurales necesarios para eliminar estos males sociales.
Plantear la cuestión de la sociedad utópica, en la cual se concreticen los valores fundamentales que hacen humana la convivencia, admitiendo que es más lo que no se sabe que lo que se sabe sobre ella y que buena parte de ello no puede ser conocido a priori, es crucial para criticar la existente y para delimitar el horizonte en el cual hay que actuar.
La utopía sólo puede proporcionar un esbozo general, pero necesario, de la realidad hacia la cual hay que tender. La práctica transformadora irá dando respuesta a las interrogantes planteadas en la actualidad y, a su vez, planteará otras nuevas, no previstas ahora. Por lo tanto, a la utopía no puede exigírsele más de lo que puede dar de sí. Pero sin ella no es posible superar el pensamiento único neoliberal.
La incertidumbre sobre el presente y el futuro no debiera paralizar a la izquierda. La aparente ausencia de alternativa al neoliberalismo actual debiera ser un acicate para criticar la falsedad de la solución que ofrece y para construir otra más incluyente y humana. El futuro está abierto para la izquierda, siempre y cuando no transija en sus valores fundamentales y sepa historizarlos, aun a contracorriente. Pero para ello, debe estar dispuesta a comenzar de nuevo cuantas veces sea necesario, superando la tentación conservadora de quedarse en lo conocido o conformarse con lo adquirido. Para ser fiel a su misión, la izquierda debe ser revolucionaria consigo misma.
3. Razones para diferenciar entre la derecha y la izquierda
Los desplazamientos de la derecha y la izquierda salvadoreña pueden valorarse desde dos perspectivas: desde los intereses de cada partido político y desde el bien de las mayorías populares. Las decisiones de los primeros obedecen a su objetivo primordial que es alcanzar el poder del Estado por los medios establecidos en la ley. De ahí que los políticos tiendan a pensar equívocamente que todo les está permitido, lo cual con frecuencia los coloca en la ilegalidad y el fraude. En la práctica, ninguna nación está libre de la corrupción ni del fraude político, pero éstos son más frecuentes ahí donde la institucionalidad estatal y la conciencia colectiva son más débiles. Desde esta perspectiva, es poco lo que cabe señalar o reclamar a los partidos políticos, excepto lo establecido por la ley.
La misión de la izquierda es otra. Guiada por el convencimiento de que la desigualdad y la exclusión tienen una razón social y, por lo tanto, son eliminables, debiera concentrar su esfuerzo en desenmascarar la retórica del discurso dominante, buscar alternativas al pensamiento único y mostrar las contradicciones de la sociedad neoliberal.
En cambio, el bien de las mayorías populares ofrece una perspectiva muy diferente para valorar estos movimientos ideológicos. En consecuencia, no es nada despreciable que la derecha se muestre interesada en complementar el carácter exclusivamente económico de su proyecto de nación con reformas sociales y admita, al menos en teoría, la participación de la población en las decisiones importantes (ver “Deficiencia en sociedad”, ECA, 594, 1998).
Hay que otorgar el beneficio de la duda a esta derecha que al fin parece haberse convencido de que la libertad —que asegura conocer bien— debe ser complementada con la igualdad y la solidaridad. Esta apertura debiera ser aprovechada para animarla a seguir adelante, trabajando por el bienestar de las mayorías salvadoreñas. En este contexto, se le hace un gran servicio si se le señalan sus contradicciones ideológicas. La prosperidad económica y la democracia prometidas no pueden posponerse de manera indefinida, postergándolas a una especie de final escatológico. Si el capitalismo tiene rostro humano, hay que exigir sin dilación su aparecimiento. Si dicho rostro no surge en un tiempo prudencial, entonces, es evidente la necesidad de un replanteamiento radical del mismo. La validez de una ideología cuyo argumento más sólido consista en predecir tiempos mejores depende de la verificación de sus predicciones.
Ahora bien, la apertura de la derecha a las reformas sociales y la participación ciudadana no puede ser utilizada por la izquierda como pretexto para renunciar a su vocación liberadora sin desnaturalizarse. Una cosa es animar a la derecha —e incluso apoyarla, si se considera conveniente para los intereses populares— en su intento por descubrir la igualdad y la solidaridad; pero otra bien distinta es renunciar a la propia identidad para ser aceptado por ella y así tener más posibilidades para ganar unas elecciones o poder social. Mientras la izquierda mantenga sus principios básicos, la derecha no la aceptará. Más aún, la derecha salvadoreña actual no tiene la grandeza de ánimo necesaria como para aceptar a una izquierda que la consideró enemiga de clase y le declaró la guerra. Eso para no hablar de poderosos prejuicios raciales y de clase.
El interés de la derecha en la izquierda salvadoreña tiene más de cooptación que de un interés genuino por lo que ésta pudiera aportar al proceso de construcción de una nación próspera y democrática. Obedece más a la dinámica del pensamiento único, tan convencido de sus creencias, que no tolera alternativa. Es una exigencia de la idea de sociedad perfecta, cuyo triunfo sería confirmado por la integración de la izquierda. Por consiguiente, en la medida en que la izquierda sea cooptada por la derecha pierde su razón de ser.
Es una ingenuidad calcular que la igualdad y la justicia pueden ser pactadas con la derecha, por más democrática que ésta se presente. En estas condiciones, el triunfo electoral tampoco tendría sentido, porque una izquierda que llegase al poder para aplicar los principios del pensamiento único de una manera ortodoxa —eliminando los monopolios, los oligopolios y los privilegios—, haría un gobierno de derecha, todo lo moderna que se quiera, pero de derecha, al fin de cuentas. Cabe preguntarse, entonces, qué sentido podría tener una izquierda dedicada a gerenciar un proyecto eminentemente capitalista; ésa es, justamente, una tarea de la derecha que, si se lo propone, lo puede hacer bastante bien.
La misión de la izquierda es otra. Guiada por el convencimiento de que la desigualdad y la exclusión tienen una razón social y, por lo tanto, son eliminables, debiera concentrar su esfuerzo en desenmascarar la retórica del discurso dominante, buscar alternativas al pensamiento único y mostrar las contradicciones de la sociedad neoliberal. Proponerse arrebatar al capital financiero las prioridades del debate nacional no es una quimera.
Pero para ello, la izquierda debe mantenerse fiel a sus principios y apuntar hacia la utopía de talante humanista que la ha caracterizado. El compromiso con la realidad humana negada por el neoliberalismo debiera animar su pensamiento y su praxis, asumiendo con valentía el desafío para encontrar las respuestas exigidas por la sociedad.
En la práctica, ninguna nación está libre de la corrupción ni del fraude político, pero éstos son más frecuentes ahí donde la institucionalidad estatal y la conciencia colectiva son más débiles.
Tal vez ya no pueda predecir con la misma seguridad de antes el futuro de la humanidad, pero sí puede señalar con bastante certeza que la alternativa neoliberal no satisfará las expectativas que ella misma ha planteado. A partir de la crítica a la imposición, la desigualdad y al egoísmo capitalistas podría crear nuevas posibilidades reales, más justas y solidarias. Antes que ser un partido político, la izquierda debe ser un movimiento profético y utópico, que genere conciencia colectiva y movilice a las mayorías empobrecidas. Sólo así podrá ser el partido de las mayorías y tener el poder necesario para ganar elecciones, porque sólo así tendrá la fuerza y la mística necesarias para ello.
Los reclamos de la derecha por los sobresaltos que pudiera protagonizar en este empeño no debieran atemorizarla. Su mejor garantía son su potencial revolucionario y sus convicciones democráticas. La sociedad salvadoreña no es perfecta ni avanza con la determinación y seguridad que sus epígonos aseguran, sino que está atravesada por contradicciones de toda clase, las cuales deben ser arbitradas por el Estado, desde la perspectiva del bien común. Un bien que, a veces, puede exigir el mal de algunos. Desentenderse o negar estas contradicciones no las resuelve. Señalarlas y presionar para que sean enfrentadas con realismo no implica rechazar la transición ni la democracia, tal como parecen implicar equívocamente los promotores del pensamiento único, sino impulsar con ahínco el esfuerzo transformador.
Quizás ésta no sea la mejor postura para ganar las elecciones —al menos no tan pronto como la izquierda quisiera—, pero es la mejor opción —desde una perspectiva política y ética— para defender el derecho a la vida de la mayoría de los salvadoreños, un derecho amenazado, si no negado, por fuerzas muy poderosas. Evidentemente, la izquierda no es la fuerza más idónea para administrar el capitalismo, pero sí lo es para promover y defender la humanidad de la sociedad salvadoreña.
Entre hacer mal lo que la derecha puede hacer bien y asumir el papel de defender los valores humanos desde la oposición política, la opción de la izquierda es clara. Frente a las pretensiones totalitarias del pensamiento único y los intentos encubridores de su idea de sociedad perfecta es necesaria una oposición firme y valiente, comprometida con la defensa del derecho a la vida de los salvadoreños.
Dicho con otras palabras, antes que ser un mal gobierno es mejor ser una buena oposición y esto no sólo por mera conveniencia política, sino sobre todo por razones morales.
La izquierda salvadoreña tiene, además, una deuda con los caídos durante el conflicto armado. Decenas de miles de militantes y simpatizantes se enrolaron en su lucha motivados por un genuino deseo de justicia y solidaridad y cayeron soñando con una sociedad más humana y fraterna. Muchos de los políticos actuales, entonces dirigentes rebeldes, los motivaron con sus ideas y su ejemplo a abandonarlo todo para consagrarse a este ideal. La deuda adquirida con estas víctimas de la guerra no se salda sólo con un monumento que recuerde su memoria, sino también y en especial trabajando incansablemente por el ideal al que entregaron su juventud y su vida.
San Salvador, 25 de junio de 1998.

La ética del cuidado

La ética del cuidado
Alejandra Alvarado García*
Aquichán vol.4 no.1 Bogotá Jan./Dec. 2004

  • Enfermera. Profesora auxiliar. Docente, Facultad de Enfermería, Universidad de La Sabana.

alejandra.alvarado@unisabana.edu.co
¿Qué significa la ética del cuidado?

Para definirla es preciso revisar el significado de cuidar. “Cuidar es, por tanto, mantener la vida asegurando la satisfacción de un conjunto de necesidades indispensables para la vida, pero que son diversas en su manifestación” . Cuidar es “encargarse de la protección, el bienestar o mantenimiento de algo o de alguien”.

Por otra parte, el cuidado ético involucra la interacción y el contacto moral entre dos personas, en el que media una solicitud, en el que hay unión entre las personas, como parte de la relación humana. De lo anterior podemos deducir que la ética del cuidado es la disciplina que se ocupa de las acciones responsables y de las relaciones morales entre las personas, motivadas por una solicitud, y que tienen como fin último lograr el cuidado de sus semejantes o el suyo propio.
La ética del cuidado se basa en la comprensión del mundo como una red de relaciones en la que nos sentimos inmersos, y de donde surge un reconocimiento de la responsabilidad hacia los otros. Para ella, el compromiso hacia los demás se entiende como una acción en forma de ayuda. Una persona tiene el deber de ayudar a los demás; si vemos una necesidad, nos sentimos obligadas a procurar que se resuelva.

La ética del cuidado tiene que ver con situaciones reales, tan reales como las necesidades ajenas, el deseo de evitar el daño, la circunstancia de ser responsable de otro, tener que proteger, atender a alguien. La moralidad como compromiso deriva precisamente de la certeza de que el bienestar, e incluso la supervivencia, requieren algo más que autonomía y justicia: el reconocimiento y cumplimiento de derechos y deberes.
¿Cómo se origina y se desarrolla la ética del cuidado?
Se origina a partir de las investigaciones en psicología para describir el desarrollo moral de las personas. Se inicia con los trabajos de Jean Piaget (1932) y Lawrence Kohlberg (1981-1984), quienes en sus estudios para describir el proceso y las etapas del desarrollo moral excluyeron inicialmente a las mujeres, y concluyeron que ellas tenían menos desarrollo moral que los hombres.
Puesto que ellas poseen mayor sensibilidad hacia los otros, son capaces de cambiar las reglas; sus juicios se enfocan más hacia la responsabilidad, y la moralidad se basa en el cuidado del otro. Por el contrario, los hombres poseen un juicio autónomo y sus decisiones son claras; son individualistas y su moral se basa en los derechos de los individuos .
En 1982, Carol Gilligan refuta esa conclusión, a partir de los resultados que obtuvo en tres estudios realizados con mujeres: en el primero exploró la identidad y el desarrollo moral en los primeros años del adulto, el pensamiento acerca de la moral y la toma de decisiones, y en los otros grupos estudió la relación entre la experiencia, el pensamiento y el papel del conflicto en el desarrollo.
Las conclusiones de Gilligan ponen de manifiesto que el desarrollo moral de las mujeres es diferente al de los hombres, pero igualmente valioso. Señala que ellas, en vez de aplicar principios éticos abstractos a cuestiones morales, de conformidad con las teorías tradicionales, emplean estrategias diferentes en la toma de decisiones.
La mujer entiende los problemas morales en términos de conflicto de responsabilidades. Su juicio moral sigue una secuencia, en la cual primero se trata de la sobrevivencia, luego de la benevolencia y por último de la comprensión reflexiva del cuidado para la resolución de conflictos.
A partir de la teoría de Gilligan, en 1984 la filósofa Noddings combinó el reconocimiento de la ética con perspectivas sobre el desarrollo moral de la mujer, y centró sus ideas en el valor de los cuidados y la actitud solícita, que encontramos desde el momento del nacimiento, cuando somos totalmente dependientes del cuidado de los demás. Estos estudios marcan el desarrollo de la ética del cuidado.
En cuanto a la evolución de la conceptualización del cuidado, se puede observar que se inicia en las apreciaciones de las diferencias entre hombres y mujeres, que se han establecido muy bien prácticamente desde la creación. Desde allí ya se observa que la mujer y el hombre piensan y actúan diferente moralmente, se aprecia cómo en las culturas antiguas el hombre es símbolo de poder, de violencia, de fuerza, de muerte, mientras que la mujer simboliza la piedad, el cuidado, la sensibilidad ante el dolor.
En lo que a la atención en salud se refiere, en el medioevo y en la modernidad el hombre presta atención al juicio justo, y la visión femenina al cuidado del enfermo. En otras palabras, el papel del médico y su moralidad, encauzados a la función curativa, se opusieron a la tarea del cuidado, propio de las enfermeras, y justificaron esos roles profesionales en la concepción de los géneros masculino y femenino, en los cuales se asignaban a la mujer las labores de alimentación, vestido y cuidado.
En la posmodernidad, la propuesta de la ética del cuidado ha suscitado un gran interés, y muchos teóricos insisten que en lugar de replantear radicalmente la teoría moral, la teoría ética contemporánea debería tratar de establecer un equilibrio entre los enfoques orientados a los principios y a la ética del cuidado.
Algunos teóricos de enfermería han incluido el cuidado como un valor central en las dimensiones éticas de la práctica de la profesión. Gadow, en 1985, afirma que el valor de los cuidados apoya una ética de enfermería dirigida a proteger y promover la dignidad humana de los pacientes que reciben atención en salud.
Watson, en 1985, sugiere que los cuidados constituyen el fundamento de la ciencia humana en la enfermería. Esta disciplina tiene como eje central el cuidado, entendido este como el gran interés de proteger, promover la vida y la dignidad, y se basa en satisfacer las necesidades del otro, generando así grandes sentimientos de bienestar, tanto para quien recibe los cuidados como para quien los brinda.
¿Cuál fue la contribución de Piaget, Kohlberg y Gilligan a la ética del cuidado?
Realmente, los primeros estudios de Piaget sobre el desarrollo moral poco tienen que ver con conceptualizaciones éticas. La preocupación de él se basa más en “el criterio moral en el niño”, se dirige más a comprender el desarrollo de nociones particulares, como la mentira, el manejo y origen de las reglas, el castigo, etc., sin que se exigiera una comprensión clara de los problemas morales. Piaget entiende la justicia como el manejo de reglas sociales y el simple acto de transformación de estas por consenso social. Estas “capacidades” cognitivas corresponderían con lo que Kohlberg presenta como propio de un razonamiento convencional.
Para la teoría estructural de Piaget y Kohlberg es irrelevante contemplar las diferencias en el desarrollo debidas a variaciones culturales, sociales, educativas o de género; de igual modo, consideran la justicia como el eje central de la moralidad.
Kohlberg manifiesta que el desarrollo moral implica un proceso jerárquico de seis etapas, guiado por un sistema racionalista, donde prima la justicia como base fundamental de su teoría, la cual es procedimentalista; es decir, no se puede decir que algo es bueno en general, solo que la decisión se ha tomado, siguiendo o no las normas. El problema no radica en si los resultados son justos, sino en que se cumplan los procedimientos.
Para la ética de la justicia es necesario partir de las personas como entes separados, independientes, lo cual supone una concepción del individuo como previo a las relaciones sociales, que comprende el mundo como una red de relaciones, en las que se inserta el yo, y surge un reconocimiento de las responsabilidades hacia los demás.
Gilligan propone la ética del cuidado como la responsabilidad social, desde la que se plantea la búsqueda del bienestar de las personas, de aquellas que habrían de ser afectadas por las decisiones morales, las cuales tienen consecuencias para la vida, para el futuro de las próximas generaciones; hace una propuesta por una segunda voz, “que aboga por las diferencias, por el reconocimiento de historias particulares, por el cuidado y el deseo de bienestar del otro, por la benevolencia como matriz de las relaciones sociales y del juicio ético”.
En su teoría, Gilligan reclama por esa segunda voz, esa voz que grita más allá de las fronteras de un grupo, o de un género, una voz que clama por un espacio, donde el “otro” deba ser reconocido en su particularidad… (cuadro 1).
No obstante, para la ética del cuidado la responsabilidad hacia los demás se entiende como una acción en forma de ayuda. Una persona tiene el deber de ayudar a los demás, de tal modo que no puede plantearse ni la omisión. Si vemos una necesidad, nos sentimos obligados a procurar que se resuelva; sin embargo, esto se basa en la comprensión del mundo como una red de relaciones, en la que nos sentimos insertos. Así, surge un reconocimiento de la responsabilidad hacia los otros.
¿Cuáles son los valores y principios éticos que fundamentan la relación enfermera-paciente-familia en las diferentes etapas del proceso de enfermería?
La enfermera, como cualquier otra persona, es un ser moral que debe estar continuamente en una reflexión ética, la cual le permita revaluar sus compromisos con el cuidado de la vida en cualquiera de las etapas del ciclo vital. Como primera medida, el mayor compromiso es el de defender la vida en sí misma, reconociéndole a cada persona su dignidad, su individualidad, intimidad, autonomía, capacidad de autorregularse, entre otros factores, siempre aplicando los principios y valores morales durante la elaboración del proceso de atención que debe brindar. En el cuadro 2 se mencionan algunos de ellos.
Como se observa en el cuadro 2, se identifican algunos de los principios éticos y valores morales que predominan durante el proceso de atención de enfermería para cualquier paciente: en primera instancia, lidera la autonomía como derecho mismo del individuo de determinar sus propias acciones, de acuerdo con los planes que ha escogido, respetando sus convicciones y, por ende, sus decisiones. Todo lo anterior antes del consentimiento informado.
De igual manera, prevalece el principio de beneficencia, que significa evitar el daño y promover el bienestar de la persona. Con la reflexión anterior no se quiere demeritar ninguno de los principios éticos, tan solo realizar un breve análisis de los que más sobresalieron para la autora durante la descripción del proceso de atención de enfermería. Otro aspecto que se debe resaltar es la capacidad de autorregulación de cualquier individuo, puesto que esto lo hace ser único, irrepetible y capaz de escoger su propio bienestar.
En el cuadro 3 se esquematizan algunos valores y principios éticos, los derechos y responsabilidades que se deben tener en cuenta durante los diferentes momentos de la atención en salud de la persona, desde su admisión en un centro asistencial hasta la salida de él.
¿Cómo podríamos los profesionales de enfermería fortalecer los aspectos éticos en la atención de salud y en el cuidado?
La profesión de enfermería, desde su origen, ha tenido la misión de velar por la calidad de las relaciones entre enfermera- paciente-familia y el personal de salud. Desde este punto de vista, el profesional de enfermería tiene la obligación de capacitarse, para adquirir los conocimientos y habilidades que le permitan discutir o apoyar procesos relacionados con la práctica ética de las profesiones de salud.
Por lo tanto, la responsabilidad de la enfermera, en el desarrollo de los aspectos éticos en la atención en salud, va más allá del nivel individual, trasciende al ámbito interdisciplinario y busca siempre el bienestar del paciente, aboga por los derechos de las personas a quienes cuida, para asegurar que sus necesidades sean atendidas en forma eficiente y humanizada.
Por todo lo anterior, la autora está convencida de que los programas de formación en enfermería deben enseñar, como herramienta fundamental de su currículo, la asignatura de ética y bioética, en la cual se brinden conceptos que permitan al profesional sentirse seguro, competente, con argumentos que sustenten las decisiones frente a los dilemas éticos y la toma de decisiones a los que se enfrenta cotidianamente. De igual modo, conviene promover el diálogo interdisciplinario con los pacientes y los demás grupos de profesionales, con base en los valores y principios éticos.
Durante la enseñanza se deben abrir espacios que permitan integrar la ética y la bioética en la práctica, de manera que el alumno adquiera habilidad en el razonamiento ético, a la vez que desarrolle sus habilidades de razonamiento clínico y experticia práctica. Con ello, el profesional de enfermería estará en condiciones de participar activamente en los diferentes comités: de ética en enfermería, de ética hospitalaria, bioéticos clínicos asistenciales y de investigación, para aprender a considerar la dimensión ética del cuidado.
También se requiere que el profesional de enfermería, en su cotidianeidad, siempre ponga en práctica sus principios éticos, junto con sus valores, actuando con ejemplo, impartiendo educación a quienes lo rodean, divulgando el análisis de la ética en las organizaciones donde labora, entre sus colegas y superiores, involucrando todos estos aspectos en la elaboración de planes de cuidado.
¿Qué valores, derechos y principios éticos se deben atender en las políticas y en la organización del sistema de salud, en la discusión y en la utilización de los recursos disponibles?
Después de analizar los conceptos y argumentos de los principios éticos y los valores, la conclusión a la que se puede llegar es que estos constituyen la fuerza moral indispensable para garantizar una atención de calidad en salud y basada en el cuidado. En todos los procesos relacionados con la salud deben estar concebidos e implícitos los principios éticos, porque en todos ellos el objetivo es la salud y el bienestar del ser humano. Los valores, por su parte, nos dan el soporte suficiente para que en la convivencia con nuestros semejantes y con la naturaleza podamos alcanzar la felicidad. Los derechos son el camino para conseguir el bienestar, la solución a las necesidades básicas y fundamentales del ser humano, en la sociedad y en el mundo que habita.
“La política sanitaria de una nación, de una comunidad o de una institución es su estrategia para controlar y optimizar la utilización social de sus conocimientos y recursos médicos” . En las políticas de salud se deben tener en cuenta las creencias y compromisos de un determinado pueblo, pues de no ser así, no se basan en la realidad, ni en las necesidades de una nación; por lo tanto, esas políticas no tienen fundamento real y no son acordes con las necesidades de las personas. Contar no solamente con la participación del sector salud, sino de otras disciplinas, las cuales ayudan a explicar mejor esas creencias y valores del pueblo, que son reales y hacen parte de la medicina tradicional.
Para atender la situación de salud en nuestro país, es importante tener en cuenta los principios éticos que rigen actualmente, en la Ley 100 de 1993:
Eficiencia: es la mejor utilización de los recursos administrativos, técnicos y financieros disponibles.
Universalidad: garantía para que todas las personas tengan acceso a la salud.
Solidaridad: práctica mutua de ayuda entre el sector.
Integralidad: la cobertura de todas las contingencias que afectan la salud, condiciones de vida de toda la población.
Unidad: articulación entre las políticas e instituciones para alcanzar los fines.
Participación: intervención de la comunidad, a través de los beneficiarios de la seguridad social.
Estos principios éticos, que rigen en el servicio público de seguridad social, son planteamientos positivos de la Ley 100, frente a la cobertura total de los servicios y ante la comunidad colombiana. También está el régimen subsidiado, como herramienta fundamental para garantizar el servicio a todos aquellos individuos que no tienen acceso a un servicio de salud, por sus condiciones de pobreza absoluta. Sin embargo, estas normas en la práctica no siempre se llevan a cabo, pues las malas administraciones y las burocracias han hecho que no tengan el impacto adecuado. Además, los recursos en salud han disminuido o no son suficientes para atender las demandas.
El derecho al que deben apuntar las políticas de salud y el sistema sanitario es el de salud para todos, pues toda persona tiene derecho a la protección de la vida y a la salud . Esto se pretendía con la Ley 100, pero las metas no se cumplieron para el 2000. Hay una carencia absoluta para este logro, puesto que la infraestructura del país no estaba preparada para estas nuevas políticas, que se perfilaban como las mejores para sacar al país de la crisis sanitaria por la que estaba atravesando. Así, la salud se convirtió en un negocio, y el Estado no asume su responsabilidad, sino que la transfiere al sector privado.
Estos aspectos no son favorables para la población, en cuanto a la atención y cuidado que debería recibir, pues por la forma como se está actuando se observa que no se da espacio para los principios de equidad, justicia, beneficencia, solidaridad y servicios con calidad humana.
Una enfermera que se compromete con la atención indaga y busca soluciones a corto plazo, teniendo como base la ética del cuidado, a fin de establecer el puente de conciliación entre las políticas actuales y el servicio que presta, para hacer de este un servicio digno para la comunidad sujeta al cuidado.
Distribución y utilización de recursos:
VALORES: veracidad, pertinencia, responsabilidad, equidad, solidaridad, respeto, conciliación, sensibilidad, cultura.
DERECHOS: veeduría, participación, gratitud, no discriminación, oportunidad, suficiencia.
PRINCIPIOS: justicia, universalidad, beneficencia, no maleficencia, calidad, autonomía, integralidad, confiabilidad.
Políticas de salud:
VALORES: equidad, solidaridad, conciliación, sensibilidad, cultura, comprensión, competitividad, continuidad.
DERECHOS: participación, información y educación en ética y valores, no discriminación.
PRINCIPIOS: dialogicidad, integralidad, justicia, universalidad, veracidad, beneficencia, no maleficencia, confiabilidad.
Organización del sistema de salud:
VALORES: honestidad, responsabilidad, sensibilidad, cultura, competitividad, solidaridad, continuidad.
DERECHOS: oportunidad, calidad, suficiencia, cobertura, gratitud, accesibilidad, eficacia y eficiencia, oportunidad.
PRINCIPIOS: beneficencia, no maleficencia, integralidad, justicia, confiabilidad, autonomía.
BIBLIOGRAFÍA
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El Alquimista

El Alquimista
H. P. Lovecraft (traducción al español por Roberto Pineda, octubre 2018)

En lo alto, coronando la verde cumbre de un montículo agrandado, cuyos lados se encuentran cubiertos en la base con árboles retorcidos de bosque virgen, se emplaza el viejo castillo de mis antepasados. Por siglos sus elevadas almenas han mirado sobre el salvaje y áspero campo abajo, sirviendo como hogar y fortaleza para la orgullosa casa con una tradición incluso más antigua que las paredes musgosas que la cubren. Estas antiguas torres, manchadas por las tormentas de generaciones y desmoronándose bajo la lenta pero fuerte mirada del tiempo, formaron en las épocas del feudalismo una de las más temidas y formidables fortalezas de toda Francia. Desde sus coloridos parapetos y almenas fortificadas tanto barones, como condes y hasta reyes fueron desafiados, y nunca en sus espaciosos salones han sonado los pasos de un invasor.

Pero desde aquellos gloriosos tiempos todo ha cambiado. Una situación de pobreza cercana a la indigencia, junto con el orgullo vinculado al apellido que prohíbe toda búsqueda de alivio por medios comerciales, han evitado que sus vástagos mantengan sus propiedades con el esplendor debido, por lo que caen terrones de las paredes, la hierba crece en los parques, el foso está seco y polvoso, a los patios les faltan lozas, algunas torres están cayéndose, así como los pisos hundidos, los paneles de madera comidos por los gusanos, y también las alfombras de los interiores, todo mostrando un sombrío presente de un pasado glorioso…Con el paso del tiempo, primero uno y luego otro de los cuatro cabrestantes se fueron arruinando, hasta que por ultimo una sola torrecilla guardaba a los pocos y tristes descendientes de los anteriormente poderosos dueños de la propiedad.

Y fue en una de estas vastas y sombrías salas de esta restante torre que yo, Antoine, el último de los infelices y maldecidos Condes de…vieron por vez primera la luz del día, hace noventa lejanos años, dentro de estas paredes, y entre los bosques húmedos y sombríos, los salvajes barrancos y las grutas de las laderas abajo. Nunca conocí a mis padres. Mi padre murió a los treinta y dos años, un mes antes que naciera, por la caída de una roca que se desprendió de uno de las barandas desiertas del castillo; y mi madre murió al darme a luz, por lo que mi cuidado y educación dependieron exclusivamente de un último sirviente, un viejo y confiable hombre de gran inteligencia, cuyo nombre recuerdo como Pierre. Fui un único niño y la falta de compañía que este hecho implicó fue aumentada por el extraño cuidado ejercido por mi avejentado guardián, al excluirme de la compañía de los niños campesinos, cuyas viviendas estaban distribuidas aquí y allá en las planicies que bordeaban la base de la montaña. En ese tiempo, Pierre me explicó que esta prohibición obedecía a que mi noble nacimiento me colocaba por encima de tales compañías plebeyas. Ahora sé que su propósito real fue el de mantenerme alejado de los cuentos ociosos acerca de la terrible maldición sobre mi linaje, que se contaban por las noches y que fueron magnificados por los simples campesinos cuando en voz baja conversaban a la luz de los fogones de sus cabañas.
Por lo que aislado, y dependiendo de mis propios recursos, pasé las horas de mi niñez escrutando los antiguos tomos que llenaban la sombría biblioteca del castillo, o vagando sin propósito alguno a través de los tenebrosos bosques que rodeaban la parte de la colina cerca de su base. Y fue quizás como efecto de tales recorridos que adquirí un aire de melancolía. Aquellos estudios y búsquedas que trataban de lo oscuro y oculto en la Naturaleza eran los que más llamaban mi atención. De mi propio linaje se me permitió aprender muy poco, pero aún ese poco conocimiento al parecer me deprimió mucho. Quizás fue solo en un inicio el rechazo manifiesto de mi preceptor de discutir conmigo sobre mi linaje paterno que provocó en mí el terror que siempre he sentido ante la mención de mi apellido; no obstante esto, a medida que fui creciendo, pude acomodar diversos fragmentos aislados de la historia, dejados caer por una lengua cerrada que había empezado a ceder llevada por la cercanía de la senilidad, y que se relacionaba con cierta circunstancia que siempre había considerado extraña, pero que hoy me parecía vagamente terrible. La circunstancia a la cual me refiero es la edad temprana en la cual todos los Condes de mi linaje habían encontrado su final. Hasta este momento había considerado esto como un atributo natural de una familia de hombres de corta vida. Luego he reflexionado largamente acerca de estas muertes prematuras, y comencé a relacionarlas con los recorridos del viejo, que a menudo hablaba de una maldición que por siglos había prevenido que las vidas de los que ostentaban mi título excediera los treinta y dos años. Al cumplir los veinte y un años el envejecido Pierre me entregó un documento familiar y me dijo que este había sido por muchas generaciones dado de padre a hijo, lo que debía continuarse por cada poseedor. Su contenido era de la más asombrosa naturaleza y su estudio confirmó mis más graves preocupaciones. Ya para este tiempo, mi creencia en lo sobrenatural era firme y sólida, de no ser así hubiera rechazado con desprecio la terrible historia que frente a mis ojos se desenvolvía.
Los documentos me trasladaron a los días del siglo trece, cuando el antiguo castillo en el que estaba sentado había sido una fortaleza temida e inexpugnable. Hablaba de cierto viejo que una vez habitó en nuestras propiedades, una persona de no pocos logros, aunque un poco por encima de un campesino, nombrado Michel, y frecuentemente llamado por el apellido Mauvais, el Maligno, a cuenta de su siniestra reputación. Él había estudiado más allá de lo que se acostumbra en su gente, buscando tales cosas como la Piedra Filosofal, o el Elixir de la Vida Eterna, y se le consideraba versado en los terribles secretos de la Magia Negra y la Alquimia. Michel Mauvais tenía un hijo, llamado Charles, un joven tan ducho en las artes ocultas como él mismo, y que por lo mismo era conocido como El Brujo, o El Mago. Este par, rechazado por toda la gente honesta, era sospechoso de las prácticas más repulsivas. Se decía que el Viejo Michel había quemado a su esposa en vida como un sacrificio al demonio y que las incontables desapariciones de muchos niños pequeños eran situadas en las temidas puertas de estos dos. Pero sobre las oscuras naturalezas del padre y del hijo corría un rayo redentor de humanidad; el viejo malvado amaba a su vástago con fiera intensidad, mientras el hijo tenía por su padre nada más que afecto filial.
Una noche el castillo sobre la montaña se vio envuelto en una salvaje confusión debido a la desaparición del joven Godfrey, hijo del Conde Henri. Una cuadrilla de búsqueda, encabezada por el frenético padre invadió la vivienda de los hechiceros y se encontraron con el viejo Michel Mauvais, atareado sobre una inmensa caldera que estaba violentamente hirviendo. Sin saber con certeza, en la locura desencadenada de furia y desesperación, el Conde se abalanzó sobre el viejo hechicero, y antes que este liberara su sanguinario contenido, su víctima había desaparecido. Mientras tanto, sirvientes proclamaban con alegría haber encontrado al joven Godfrey en una distante y abandonada habitación del castillo, lamentando que el pobre Michel había sido asesinado en vano. A medida que el Conde y sus acompañantes se retiraban de las humildes estancias de los alquimistas, la forma de Charles El Hechicero apareció a través de los árboles. A través de los agitados comentarios de los criados se enteró de lo que había ocurrido, aunque inicialmente pareció no conmoverle la muerte de su padre. Luego, avanzó pausadamente para encontrarse con el Conde, y pronunció con un acento torpe pero terrible la maldición que por siempre perseguiría a la casa del Conde…
“¡Qué nunca un noble de tu estirpe asesina sobreviva a una edad mayor que la tuya!”
dijo, cuando, repentinamente se internó en el oscuro bosque, sacando de su túnica un frasco de un líquido incoloro que lanzó hacia el rostro del asesino de su padre mientras desaparecía tras la oscura cortina de la noche. El Conde murió sin pronunciar palabra, y fue sepultado el siguiente día, un poco más allá del treinta y dos aniversario de la hora de su nacimiento. No se encontraron indicios de sus asesinos, aunque bandas de campesinos despiadados recorrían los bosques cercanos y las praderas que rodeaban a la colina.
Pero el tiempo se encargó de borrar la memoria de la maldición en las mentes de la posterior familia del Conde, de forma tal que cuando Godfrey, causa inocente de toda la tragedia y ahora ostentando el título, fue muerto por una flecha mientras cazaba, a la edad de treintidos años, no se percataron sino solo hubieron pensamientos de pesar por su partida. Pero cuando, años después, el próximo joven Conde, de nombre Robert, fue encontrado muerto en un campo cercano sin causa aparente, los campesinos murmuraban que su amo apenas había cumplido sus treintidos años cuando fue sorprendido por su temprana muerte. Louis, hijo de Robert, fue encontrado ahogado en el foso a la misma fatídica edad, y así siguió a través de los siglos la ominosa crónica: Henris, Roberts, Antoines, and Armands arrancados de sus felices y virtuosas vidas al acercarse a la edad del asesinato de su desgraciado ancestro.
Por las palabras que leí me fue claro que únicamente me quedaban once años de existencia. Mi vida, a la que no le adjudicaba antes ningún valor, se volvió preciosa en cada día, mientras profundizaba en los misterios del mundo secreto de la magia negra. Aislado como estaba, la ciencia moderna no me había impresionado, y trabajaba como en la Edad Media, oculto como lo habían hecho el viejo Michel y el joven Charles para adquirir los conocimientos de alquimia y demonología. No obstante todo lo que leía, no podía encontrar respuestas para la extraña maldición que pesaba sobre mi linaje. En raros momentos de lucidez, incluso me atrevía a buscar una explicación natural, atribuyendo las muertes tempranas de mis ancestros al siniestro Charles El Brujo y sus herederos; pero luego de una cuidadosa investigación descubrí que no había descendientes conocidos del alquimista, por lo que regrese a mis estudios ocultos y a mayores esfuerzos por encontrar un hechizo que libere a mi linaje de su terrible carga. Había una cosa de lo que estaba completamente seguro, nunca me casaría, porque dado que no existían otras ramas de mi familia, la maldición finalizaría conmigo.
A medida que me acercaba a los treinta años, el viejo Pierre fue llamado a la tierra del más allá. En soledad lo sepulte bajo las piedras del patio principal, el cual en vida había adorado recorrer. Me vi forzado a meditar sobre mí mismo como la única criatura humana dentro de la gran fortaleza, y en la total soledad mi mente comenzó a dejar de protestar en vano contra la condena inevitable, y a aceptar la suerte que muchos de mis ancestros habían encontrado. Mucho de mi tiempo lo dedicaba entonces a la exploración de las ruinosas y abandonadas torres y salones del viejo castillo, que me habían provocado temor en mi juventud, y algunas de las cuales, el viejo Pierre me había confesado que no habían sido recorridas por pies humanos en cerca de cuatrocientos años. Extraños y sorprendentes fueron muchos de los objetos con los que me encontré. Muebles, cubiertos por el polvo de años, y desmoronándose por la putrefacción de la crónica humedad golpearon mi vista. Inmensas telarañas cubrían completamente el lugar y gigantescos murciélagos revoloteaban por todos lados con sus alas membranosas la hasta entonces desierta oscuridad.
De mi edad exacta, incluso por días y horas mantenía un muy cuidadoso registro, porque cada movimiento del péndulo del enorme reloj de la biblioteca me decía mucho de mi condenada existencia. Gradualmente pude enfrentarme a lo que por tanto tiempo me preocupó. Dado que la mayoría de mis ancestros habían fallecido algún poco tiempo antes de alcanzar la exacta edad del Conde Henry, estaba prendido al reloj esperando la llegada de la desconocida muerte. Desconocía bajo qué forma la maldición me impactaría pero estaba dispuesto al menos a que no me encontraría como una víctima cobarde o pasiva. Con renovado vigor me dedique a examinar el viejo castillo y sus edificaciones.
Y fue en uno de mis más largos recorridos que pude descubrir en una parte desierta del castillo, menos de una semana antes de la hora fatal de lo que sentía marcaría el límite máximo de mi estadía en la tierra, más allá del cual no tendría ni la más mínima esperanza de continuar con aliento, que me encontré con el evento culminante de mi vida entera. Había dedicado la mejor parte de la mañana a subir y bajar unas semidestruidas escaleras en uno de los lugares más deteriorados de las antiguas torres. A medida que la tarde avanzaba, busque los niveles inferiores, descendiendo en lo que parecía ser un lugar medioeval de confinamiento, o una más recientemente excavada bodega para pólvora. Mientras atravesaba cuidadosamente los pasajes incrustados con salitre, al pie de la última escalera, el pavimento se volvió muy húmedo, y pude observar a través de la luz de mi temblorosa antorcha que una pared lisa y húmeda impedía mi paso. Al voltearme para retroceder, mis ojos se encontraron con una compuerta con un anillo, que se encontraba directamente bajo mis pies. Al detenerme, logre con dificultad levantarla, y quedo al descubierto una apertura negra, que exhalaba peligrosos gases que provocaron que mi antorcha chisporroteara, y revelando en un fluctuante resplandor lo alto de un tramo de gradas de piedra. Tan pronto como la antorcha, la cual baje hacia las repelentes profundidades, empezó a quemarse libre y fijamente, inicie mi descenso. Las grades eran muchas y conducían a un estrecho pasadizo de piedras, por lo que sabía se encontraba profundamente bajo tierra. Este pasadizo era de gran longitud, y terminaba en una amplia puerta de roble, que goteaba por la humedad del lugar, y resistía firmemente mis esfuerzos por abrirla. Luego de cierto tiempo concluí mis esfuerzos en esta dirección, y procedí a tomar alguna distancia hacia las gradas, cuando repentinamente experimente uno de los más profundos y enloquecedores choques que puede recibir la mente humana. Sin ningún tipo de aviso, escuche que la pesada puerta empezó a crujir y a abrir lentamente sus oxidadas bisagras. Mis sensaciones inmediatas eran incapaces de analizar. Encontrarse en un lugar completamente desierto como hasta entonces había considerado al viejo castillo y enfrentarse a la evidencia de la presencia humana o de un espíritu, provocaba en mi mente un horror indescriptible. Cuando por último me voltee para encarar el origen del sonido, mis ojos debieron de salirse de sus orbitas ante la visión que contemplaron. Ahí en la antigua puerta gótica se destacaba una figura humana. Era la de un hombre cubierto por un casquete y una larga túnica medieval de color oscuro. Su cabello largo y barba suelta eran de un terrible e intenso tono negro, e increíblemente abundantes. Su frente, de una altura superior a las dimensiones regulares, sus mejillas, profundamente hundidas y recubiertas con arrugas; y sus manos, largas, como garras, y nudosas, eran de una blanqueza mortuoria, casi como mármol, como nunca había visto en un hombre.
Su figura, delgada como esqueleto, estaba extrañamente doblada y casi perdida dentro de los voluminosos pliegues de su peculiar vestimenta. Pero lo más extraño de todo eran sus ojos, cavidades gemelas de una abismal negritud, profundos en su expresión de entendimiento, pero inhumanos en su grado de maldad. Estos me observaban ahora, perforando mi alma con su odio, y fijándome al lugar donde me encontraba parado. Al final la figura habló en una voz atronadora que me estremeció con su tono cavernoso y latente malevolencia. El lenguaje en el cual el discurso estaba revestido, era el del bajo Latín que se usaba entre los hombres de letras de la Edad Media, y que se me hacía familiar debido a mis prolongadas investigaciones en las obras de los viejos alquimistas y demonologistas.
La aparición habló acerca de la maldición que se ha apoderado de mi linaje, me dijo de mi pronto fin, y se extendió acerca del delito cometido por mi ancestro contra el viejo Michel Mauvais, y se deleitó sobre la venganza de Charles el Brujo. Me contó cómo el joven Charles había escapado por la noche, regresando años después a matar a Godfrey el heredero con un flecha cuando este se acercaba a la edad que tenía su padre cuando fue asesinado; como había secretamente regresado al lugar y se había establecido, secretamente, en la entonces desierta cámara subterránea, cuya puerta ahora ocupaba el espantoso narrador; como se había apoderado de Robert, el hijo de Godfrey, en un campo y lo había obligado a beber un veneno y lo dejo morir a la edad de treintidos años, manteniendo así el horrible mandato de su vengativa maldición.
En este punto pude imaginarme la solución al más grande de los misterios, de cómo la maldición había sido cumplida desde la época cuando Charles el Brujo debió haber muerto, porque este hombre divagaba sobre un recuento de los profundos conocimientos alquimistas alcanzados por los dos hechiceros, padre e hijo, hablando particularmente de las investigaciones de Charles El Brujo con respecto al elixir que proporcionaría a quien lo tomara vida y juventud eterna.
Su entusiasmo había hecho remover de sus terribles ojos por el momento el odio que al principio lo perseguía; pero repentinamente el resplandor diabólico regresó, y con un sonido impactante como el silbido de una culebra, el extraño levantó un frasco de vidrio con el evidente deseo de terminar con mi vida como Charles El Brujo seiscientos años antes había terminado con la de mi ancestro.
Impulsado por un claro instinto de sobrevivencia, rompí el hechizo que hasta entonces me había mantenido inmóvil, y arroje mi ahora casi extinta antorcha a la criatura que amenazaba mi existencia. Escuche como el frasco se rompía sin ningún riesgo contra las paredes del pasadizo a la vez que la túnica del extraño cogía fuego e iluminaba la horrible escena con un abominable resplandor. El chillido de terror y de impotente malicia emitido por mi futuro asesino fue ya muy fuerte para mis afectados nervios, que caí sobre el viscoso piso en un desmayo total.
Cuando regrese en mis sentidos, todo estaba espantosamente oscuro, y mi mente al recordar lo sucedido, se contrajo de contemplar alrededor, pero al final la curiosidad me superó. Me pregunte sobre quien era este hombre maligno, y como llegó a los muros dentro del castillo? Y por qué buscaba vengar la muerte del pobre Michel Mauvais, y como la maldición se había implementado través de los largos siglos desde la época de Charles El Brujo?
Me había quitado de mis hombros el temor de años, porque sabía que a quien había derribado era la fuente de todo mi peligro de la maldición; y ahora que era libre, me consumía el deseo de saber más acerca de la cosa siniestra que había perseguido a mi linaje por siglos, y había hecho de mi propia juventud una larga y continua pesadilla.
Determinado a seguir explorando, busque en mis bolsillos por pedernal para encender de nuevo la antorcha que cargaba. Antes que todo, la nueva luz me reveló las formas distorsionadas y ennegrecidas del misterioso extraño. Sus espantosos ojos estaban ahora cerrados. Al rechazar esta visión, preferí voltearme y dirigirme más allá de la puerta gótica. Aquí me encontré con lo que parecía ser un laboratorio de alquimista. En un rincón estaba una inmensa pila de un metal amarillo dorado que relucía magníficamente a la luz de la antorcha. Podía haber sido oro, pero no me detuve para examinarlo, porque estaba extrañamente afectado por lo que me había sucedido. En el final más alejado del apartamento se encontraba una apertura que conducía a uno de los muchos barrancos salvajes del bosque oscuro de la colina.
Todavía sorprendido, pero comprendiendo ahora como el hombre había obtenido acceso al castillo, procedí a regresar. No podía evitar pasar por los remanentes del extraño y decidí hacerlo con la cara apartada, pero a medida que me acercaba al cuerpo me pareció escuchar que emanaba un débil sonido como si la vida no se hubiera del todo extinguido. Aterrorizado me volví para examinar la carbonizada y arrugada figura sobre el piso. Entonces de repente los horribles ojos, más negros incluso que la cara chamuscada que los contenía se abrieron del todo con una expresión que no fui capaz de interpretar. Los agrietados labios trataron de emitir palabras que no pude comprender bien. Una vez capte el nombre Charles El Brujo y de nuevo me imagine que las palabras “años” y maldición” salían de su boca desencajada. Pero todavía no pude comprender el propósito de su desconectado discurso. Ante mi evidente ignorancia de su significado, los oscuros ojos de nuevo se fijaron malévolamente en mí hasta que, al ver a mi oponente totalmente indefenso, me estremecí mientras lo miraba.
De repente el desgraciado, animado con su último destello de fuerza, alzó su terrible cabeza del húmedo y hundido pavimento. Entonces como yo continuaba paralizado por el miedo, el encontró su voz y en su aliento de muerte gritó estas palabras que han perseguido desde entonces mis días y mis noches.
“Tonto”, chilló “es que no puedes adivinar mi secreto? Es que no tienes cerebro para reconocer la voluntad que a través de seis largos siglos ha realizado la maldición sobre tu linaje? No te he contado acaso del gran elixir de la vida? Es que no sabes cómo el secreto de la alquimia fue resuelto? Te lo diré, soy yo! Yo! Yo que he vivido por seiscientos años para mantener mi venganza, PORQUE YO SOY CHARLES EL BRUJO!”