Atilio Montalvo: “El FMLN ha evolucionado porque llegó al Gobierno”

El asesor del FMLN, exmilitante de las Fuerzas Populares de Liberación, prevé en el partido de Gobierno la necesidad de “adaptar” el pensamiento socialista a la realidad nacional e internacional. Según él, sería un modelo en donde el Estado media entre el “capitalismo salvaje” y las personas, a la luz de la Constitución de la República, en la cual identifica “preceptos socialistas”. Explica que el “Buen Vivir” promulgado por el presidente Salvador Sánchez Cerén, promueve la inclusión de todos. “Se necesita la concurrencia de ambos (Estado y empresa privada) para un socialismo adaptado a la realidad”, expresa.

¿Se puede moderar el socialismo? Roberto Cañas dice: O es socialismo o no es.

Lo que pasa es que, en este momento, en el mundo, no existe. En América Latina no existe el socialismo. Lo único que existe es el socialismo que se desarrolló en Cuba, que es un modelo del siglo pasado que ha sufrido su reajuste en la economía cubana.

¿Tampoco es socialismo puro?

Está en una transición hacia una economía de mercado que favorece a los pequeños, pero hay una apertura. Venezuela no es socialista. Venezuela es una economía de mercado, lo que han hecho es una revolución democrática… han consolidado la democracia y rescatado la identidad latinoamericana. Pero no se puede hablar de que haya socialismo.

Pero Venezuela tiene varios medios de producción nacionalizados…

Pero sigue siendo eminentemente petrolero, insertado en el mercado mundial. La economía que funciona al interior de Venezuela es de mercado.

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DEM

¿No es capitalismo de Estado?

No hay mucha diferencia, antes estaba concentrado el petróleo en particulares, transnacionales, y ahora está concentrado en otras personas, porque no podríamos hablar del Estado, PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A.) es otra cosa, es una empresa diferente…

¿Qué es socialismo del siglo XXI?

Teóricamente no existe. Existen las ideas socialistas. Ubicándonos en nuestro país, Schafik Hándal planteó que si ganaba la Presidencia su plan iba a respetar la Constitución, como esta es una Constitución avanzada, quedaron varios preceptos socialmente avanzados, uno es que la razón de ser de la sociedad es la persona humana. Analizado de manera ortodoxa, decís: ese puede ser un precepto socialista… Las libertades democráticas, el derecho a la asociación, a elegir y ser electo, a la expresión, los rescata el FMLN.

¿Y la propiedad?

La propiedad en función social.

¿El respeto a la propiedad privada?

Está el respeto a la propiedad privada.

El FMLN habla de moderar el socialismo. ¿Qué significa?

En los estatutos se habla de una revolución democrática y de un pensamiento revolucionario socialista, es lo que hay que refrescar; más que refrescar, adaptar a las realidades no solo del país sino internacionales… Lo otro que se puede rescatar son los preceptos socialistas que parten de los principios humanistas que han dado resultados en países socialistas o democráticamente avanzados. Cuando el profesor (Salvador) Sánchez Cerén habla, la otra corriente, del “Buen Vivir”. El pensamiento de Schafik era rescatar los preceptos socialistas desde el punto de vista legal y Sánchez Cerén habla del Buen Vivir, que no abarca legal, plantea elementos filosóficos de otro tipo que ya no son ni siquiera socialistas, que podrían ser base para un socialismo en El Salvador, que habla de inclusión, de que toda la gente tiene derecho al bienestar, que en esta sociedad podemos convivir todos, que no importa si estás haciendo dinero o venís de las clases populares, que tanto derecho al empleo tiene la gente que no tiene nada, como el derecho de la gente que hace riqueza, ese es el Buen Vivir que plantea Sánchez Cerén.

¿Ese modelo (del Presidente) convive más con el mercado?

Es una utopía, porque el socialismo hasta hoy en el Frente es una utopía. Si vamos a la realidad estamos empujando a una revolución democrática de corte socialista, que es a lo mucho que llega. Una revolución democrática es más por la vía que el Estado tiene que jugar un papel intermediador entre lo que era el capitalismo salvaje, del neoliberalismo, a una democracia fuerte y consolidada en función de la persona, de los derechos sociales. De socialismo del siglo XXI no hay referencias, más que revoluciones democráticas, la referencia que tenemos es que estamos gobernando hace seis años. La electrificación, los buenos caminos, el acceso a la información, vivienda, educación y salud son otros derechos que podrían ser socialistas. Si tienes eso, tienes ciudadanos dignos. Si le agregás el empleo, pero el Gobierno no es generador de riqueza porque la riqueza lo genera la empresa privada, entonces, el acuerdo de nación en donde los empresarios cumplan la responsabilidad social y que cumpla el Estado, todo eso es a lo que están llamando socialismo, a mi entender.

¿Es la convivencia de la empresa privada con el Estado, hacia fines sociales?

Exacto, porque en ningún momento se trata de afectar a la empresa privada, es más, se ha venido incentivando. Otra cosa es que quieran todo regalado y no se puede. En la doctrina de la economía social de mercado en Europa es pagar los impuestos y cumplir con la responsabilidad social empresarial. Aquí se necesita de la concurrencia de ambos para que pueda haber un socialismo adaptado a la realidad nacional.

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DEM

¿No modifica la propiedad de los medios de producción?

No. Lo que hace es que tiene un Estado más fuerte para que el mercado no se imponga a violentar derechos ciudadanos. Si vamos a hablar del concepto teórico, el socialismo no dice que las clases desaparezcan. Marx planteaba que las clases siguen viviendo, la propiedad privada sigue existiendo, lo único que refuerzan al Estado. ¿En qué se ve el ajuste? Como que no se hace necesaria una dictadura, como la que planteaba Lenin, sino un Estado fuerte para regular y arbitrar. Como decía (Juan Jacobo) Rousseau, él sustituye la ley de la selva por el contrato social.

ANEP dice que estamos en la tercera fase del socialismo del siglo XXI. Básicamente plantea que por la vía democrática el Gobierno tratará de instalarse permanentemente y restringir las libertades de la empresa privada y de los medios de comunicación.

Habría que ver cuánto tiempo se necesita para poder ejercer los derechos plenamente. Aunque no se justifica, pero ellos también han tenido su oportunidad. Ahora es la oportunidad del FMLN. Yo más que socialista, le llamaría políticas sociales o a lo más una revolución democrática de corte socialista.

¿Cómo lo ven las bases del FMLN?

Está en los estatutos. Si lo que van a tratar de adaptar es qué es revolución democrática y socialismo es más fortalecer el papel del Estado para regular y mediar entre el mercado y los derechos civiles, y el Frente hace más énfasis en un Estado que asegure los derechos civiles. Prácticamente hacia eso se va. Que si eso se llama socialismo, son políticas sociales socialistas. Es una revolución democrática pacífica en donde el contrato social principal es la Constitución y se trata de reforzar esa Constitución con políticas sociales. Si hay alguna gente del Frente que se plantee utopías socialistas, por supuesto. Porque en la parte económica, el FMLN entiende cuál es el papel del Estado, cuál es el papel del mercado y qué es lo que tiene que hacer con los derechos ciudadanos. Porque los estatutos están muy… como veníamos de un conflicto, estábamos bien enfrentados. Ahora, que esos estatutos que sirvieron para fundar el FMLN como partido político se traten de refrescar y adaptar después de 20 años.

¿El Frente ha evolucionado?, ¿por qué?

Claro, ha evolucionado porque llegó al Gobierno, porque llegó a tener una oposición fuerte en la Asamblea Legislativa, porque alcanzó cuotas de poder político. Al gobernar te das cuenta que tenés que gobernar para todos, es una realidad del día a día en donde te topás que llega a Casa Presidencial una comunidad como también una gremial empresarial, tenés que lidiar con todo eso. Eso hace evolucionar también nuestra democracia. El hecho de que ARENA sea oposición realmente es una lección para ellos. Lo que sí va siendo estrictamente necesario son nuevos acuerdos de país, más que todo en materia económica… Los estatutos de fundación (del FMLN) probablemente ya no obedezcan a la realidad y a cómo ha evolucionado el mundo.

¿Cómo enfrentarán a militantes que creen en el socialismo y comunismo?, es un FMLN prácticamente adaptado al mercado, con fines sociales y respeto a la propiedad privada.

Sí. La discusión va a ser fuerte. La discusión incluye al movimiento social, en donde hay movimiento bastante radicalizado, el caso de los sindicatos, en donde hay gente que se salió del FMLN. En cuanto a los comunistas, son comunistas de vocación y de visión, no tanto que impidan aplicar política realista en cuanto al país. Yo no he medido las posiciones radicales, se va a hacer un estudio de la realidad, se le ha encomendado el estudio a un consultor que vaya a explicar cómo está compuesta la sociedad salvadoreña, para no equivocarnos.

¿Cómo quedan las intenciones por nacionalizar la banca, pensiones, telecomunicaciones?

En cuanto a eso, el Frente más lo que está proponiendo es ampliar las oportunidades de mercado, más que nacionalizar, democratizar el espacio radioeléctrico. En cuanto a la banca, lo que están tratando es atraer inversión extranjera. El Banrural, el Atlántida, Bancolombia. Lo demás puede ser campaña pero la realidad es otra. Yo lo veo más por la vía de fomentar la competencia y respetar los derechos del consumidor. Eso no estaba reflejado en la filosofía original que tenía el FMLN.

¿Por qué cree que el Frente no ha insistido en la demanda contra el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos?

En cuanto a la política de relaciones comerciales e internacionales, el FMLN tiene más la mira puesta a diversificarla en el mundo que a depender solo de una vía. El 60 % de las relaciones comerciales es con Estados Unidos, el FMLN lo que está diciendo es ‘Para prever lo que pasó con EE.UU. en 2008 lo que tenemos que hacer es diversificarnos. Hacer ensayitos con China, con algunos países europeos y con los asiáticos, o ver más al Sur, con todo el mundo’, lo cual te habla de que para el FMLN ya no es un mito mezclar la parte ideológica con los negocios o con el mercado. En eso ha avanzado y, en cambio, la empresa privada sigue ideologizando los preceptos del mercado y, mientras siga así, se va a retrasar. Si China ya nos está tocando las puertas. Cuba será una potencia en políticas sociales pero no tanto económica. Entonces, por eso el FMLN ya no insiste tanto en lo del TLC.

¿Por qué si el FMLN ha evolucionado no logra acuerdos con ARENA?

Estamos entre una izquierda liberal y una derecha ortodoxa que no ha avanzado. Avanzar significa que se den cuenta que tienen que destetarse, el empresariado, del Estado, para hacer negocios.

¿Sin incentivos a las inversiones?

Cómo no, si los tienen. Toda la infraestructura que se está desarrollando no es para las bicicletas. Tienen que aprender a vivir con las reglas del mercado.

A propósito de la propuesta del FMLN (Revista ECA 570, marzo-abril 1996)

A propósito de la propuesta del FMLN (Revista ECA 570, marzo-abril 1996)

El contenido económico social de la propuesta del FMLN no debe soslayar otro aspecto igual o más importante aún. Una perspectiva de análisis es si la propuesta en cuestión tiene coherencia interna, si es viable técnicamente, si existen recursos para financiarla. De una u otra forma, estos problemas podrían resolverse una vez que el partido llegue al poder, pero antes es preciso llegar.

En cualquier propuesta política y, especialmente, cuando se trata de una con contenido económico social, antes que detenerse a discutir su lógica o sus tecnicismos, importa considerar si tiene sujetos reales dispuestos a ejecutarla, ya que, de muy poco sirve una propuesta, por excelente que sea, si carece de sujetos. Desde esta perspectiva, la propuesta del Frente no es criticable, puesto que, efectivamente, cuenta con los sujetos necesarios para llevarla a cabo. Los sujetos de la propuesta del FMLN parecen ser los empresarios capitalistas.

Cabe preguntarse, entonces, si al FMLN le corresponde elaborar propuestas para tales sujetos. ¨Y por qué no? Se podría argüir y añadir: si se busca ser gobierno de El Salvador, hay que elaborar una propuesta para todos. Formalmente, parece tener sentido tal argumentación. Sin embargo, “toda la población” no pasa de ser un ente abstracto, en razón de que ésta está conformada por diferentes sectores sociales, los cuales poseen diferentes intereses y por ello, precisamente, es que se torna necesario optar preferentemente y el Frente tal parece que opta por los empresarios capitalistas, aunque no lo explicite. Y es aquí donde se encuentra un grave error: ¨a qué partido preferirían estos empresarios como gerente del proyecto, a ARENA o al Frente? La respuesta es obvia.

En segundo lugar, hay que considerar con atención la visión político ideológica que subyace en la propuesta, puesto que ella estaría definiendo la especificidad del Frente como partido político, es decir, lo que lo diferenciaría de ARENA, del Partido de Conciliación Nacional, del Partido Demócrata Cristiano, del Partido Demócrata, etc., y es lo que, por otro lado, atraería el apoyo o el rechazo de los electores. De esto dependería, en último término, su acceso al poder, la razón última de cualquier partido político.

La propuesta del Frente no parece distinguir entre aceptar las reglas impuestas por el sistema y aceptar el sistema mismo. Es decir, el Frente debiera optar preferentemente por los sectores populares y, en consecuencia, proponer algo realmente alternativo al modelo neoliberal y no simplemente ofrecer “un nuevo arreglo de la misma melodía”.

En tercer lugar, políticamente, el Frente ha caído en su propuesta en algunos errores como consecuencia de una concepción política errada. Da la impresión que busca ser “potable”, ya que, a su juicio, para algunos sectores no lo es. En esto último, el Frente está en lo correcto, porque ningún partido político puede ser “potable” para todos los sectores. El error consiste en que al buscar su “potabilización” renuncia a su naturaleza esencial: ser un partido de izquierda radical en su concepción política e ideológica. Radical no en la connotación vulgar del término, sino en el sentido de buscar atacar la raíz de los problemas. Este radicalismo tiene razón de ser en la actualidad, ya que nuestra sociedad continúa clamando a gritos por cambios radicales, lo cual exige y justifica la presencia de un partido con estas características.

Prueba de que hay un error en su concepción política sería el hecho de que en las elecciones
pasadas, cuando recién se salía del conflicto político-militar -con todo el lastre que esto significaba para el Frente en aquél momento, pero no por su visión político-ideológica, sino por sus formas de lucha-, los electores lo colocaron como la segunda fuerza política del país, pese a todas las fallas de su campaña y a los presuntos fraudes del partido oficial. Esto, obviamente, no se explica porque el Frente se presentara como un partido “potable” para todos, sino precisamente porque se lo veía como una alternativa de gobierno para los sectores populares.

En consecuencia, más que renunciar a ese contenido esencial y a su imagen de entonces, el Frente debería esforzarse por profundizar dicho contenido y por proyectar mejor esa imagen. Esto es más importante todavía cuando se considera que el partido en el poder es claramente anti popular, lo cual, seguramente, se traducirá en una disminución del número de sus electores; pero éstos podrían ser captados por otros partidos electoreros,
gangueros y demagógicos como algunos de los recién constituidos, si el Frente persiste en su postura de izquierda moderada. ¿Moderada por quién?

La búsqueda de “potabilización” puede acarrearle más costos que beneficios al Frente, ya que podría reducir el caudal de los votos populares de sus antiguos simpatizantes así como también entre otros sectores populares que urgen propuestas radicales. En cambio, entre aquellos para quienes busca ser “potable” puede que no encuentre nuevos votantes, ya que nunca podrá llegar a serlo en realidad.

Nunca le creerán que haya cambiado de piel, aunque efectivamente lo haga. En consecuencia, ¿qué sentido tiene el negarse a sí mismo? Y eso es, precisamente, lo que se desprende de la propuesta del Frente, “Economía productiva con desarrollo humano”, la
cual está muy bien, pero para los de “en frente”.

Finalmente, se pueden señalar algunos puntos y sólo algunos a partir de los cuales se podría
“trabajar” una plataforma política de izquierda radical: promocionar a los informales urbanos, así como a los empresarios pequeños y medianos; promocionar a los campesinos, así como a los agricultores pequeños y medianos; promocionar a las comunidades urbanas y rurales; promocionar las cooperativas, ya sean asociaciones o sociedades, urbanas o rurales, de producción, comercio o servicios; promocionar a la mujer para que participe más activa e igualitariamente en los diferentes ámbitos de la vida nacional; promocionar a las organizaciones no gubernamentales y velar por su eficiencia y compromiso solidario con los sujetos antes mencionados. Una plataforma como ésta debe ser elaborada y consensuada a partir de propuestas concretas de los diferentes sectores populares, que no sólo conoce cuáles son sus problemas, sino también sus posibles soluciones. Por eso mismo aquí no podemos señalar medidas específicas, sino tan sólo identificar sujetos y objetivos.

Los seis puntos anteriores implican, obviamente, una nueva concepción de la labor del gobierno de cara a la consecución del desarrollo socio económico de las mayorías populares. Su labor estaría centrada en promover la planificación local, regional, zonal y nacional y en coordinar los esfuerzos de la sociedad popular, en la cual las organizaciones no gubernamentales desempeñan un papel de primer orden. Esto no significa, por supuesto, que el gobierno desatienda financieramente el proceso, sino tan sólo el no comprometerse en aquellas tareas que estas organizaciones pueden hacer mejor que él.

Otros elementos que habría que tomar en cuenta en la elaboración de la plataforma serían: promocionar a los empleados públicos y privados, mediante su calificación y recalificación, y velar porque se respete la legislación laboral, nacional e internacional cuando se trate de convenios internacionales, suscritos por el país; generar una conciencia ecológica y evitar por todos los medios legales que continúe la degradación
del medio ambiente, así como procurar su recuperación la labor primordial en este campo correspondería a las organizaciones no gubernamentales; combatir la evasión tributaria para incrementar la recaudación fiscal que posibilite la promoción de los sectores populares, así como otras tareas sociales indelegables por parte del gobierno; gobernar de manera honesta y transparente, recuperando el patrimonio público mal habido y enjuiciando a los responsables sin considerar cuándo se cometió el delito y hasta donde lo permitan las leyes; combatir el crimen organizado y la delincuencia común, y generar las condiciones necesarias para prevenir esta última; los empresarios capitalistas se regirán por las leyes del mercado, para lo cual se propiciarán las condiciones necesarias para una sana competencia, entre sí y con las empresas extranjeras.

Si para entonces aún existieran algunos activos públicos, cuya privatización sea socialmente aceptable, se crearían empresas bajo la modalidad de sociedades cooperativas con propiedad tripartita: popular, gubernamental y empresarial capitalista. La propiedad accionaria de estos tres sectores sería igual e invariable. En el caso de los activos públicos ya privatizados se determinaría si hubo irregularidades en el proceso de privatización y si ésta se comprobase, el proceso se revertiría. En este caso, podrían crearse sociedades cooperativas bajo la modalidad anterior, si esta es la forma más favorable al interés nacional, en términos de beneficios sociales.

Aquiles Montoya

La fábula del conejo rebelde y la zanahoria imperial

La fábula del conejo rebelde y la zanahoria imperial Roberto Pineda 23 de junio de 2015
El zorro y el puma estaban muy preocupados porque en el bosque latinoamericano los conejos se habían rebelado y proclamaron que no iban a permitir que los siguieran explotando; y entonces el zorro y el puma decidieron que ya no solo había que regañarlos y castigarlos para que trabajaran más duro sino que había que ofrecerles dulces zanahorias para poderlos mantener bajo su hegemonía. Pero lo que el zorro y el puma imperial no sabían es que los conejos rebeldes estaban organizados y unidos…
Un mundo complejo y divertido
La llegada al gobierno de Estados Unidos en enero de 2009 del primer presidente afroamericano Barack Obama precede por unos meses la toma de posesión del presidente salvadoreño Mauricio Funes, en junio de ese año en El Salvador. Ambos acontecimientos marcan importantes hitos en ambos países. En el caso de Estados Unidos se trataba de un significativo avance en la lucha por la igualdad social y un fuerte golpe al racismo institucional; y en el caso de El Salvador se trataba de una histórica victoria popular sobre los representantes de la centenaria dominación oligárquica.
El cruce diplomático y político de estos dos procesos históricos permitió modificar la política exterior norteamericana, que había sido durante las campañas electorales de 1994, 1999 y 2004, de temor y rechazo hacia el FMLN y cambiarla por una nueva actitud inicial de wait and see, de esperar y ver, y posteriormente por una de ofrecer “amistad y cooperación” a sus antiguos adversarios militares.
Por lo que en El Salvador la potencia imperial decide esconder el garrote y muestra un simpático rostro caribeño que le ofrece zanahorias al también ocurrente conejo rebelde, que antes había sido conejo guerrillero. Pero además de este singular y extraordinario posicionamiento de los astros geopolíticos ¿qué es lo que explica la posición estadounidense hacia El Salvador? ¿Por qué se le aplica garrote a Venezuela y hoy a Ecuador mientras que a El Salvador se le envían barcos humanitarios? ¿Por qué del trato diferenciado? A continuación exploramos algunas aristas de esta interesante temática.
Como decorado histórico de fondo de esta fábula hay que registrar que mientras el FMLN en noviembre de 1989 impulsaba su ofensiva “hasta el tope” rodeando con columnas guerrilleras a San Salvador, en Berlín se estaban cayendo los primeros ladrillos del famoso muro del socialismo real; en esa misma larga década de los ochenta en el mundo entero el estado de bienestar keynesiano era acuchillado por el rabiosamente agresivo credo neoliberal; y como la cereza del pastel, al finalizar el siglo presenciábamos las combativas marchas en las calles de Seattle contra la OMC y un hasta entonces desconocido militar rebelde ganaba las elecciones en Venezuela.
Y en nuestro rincón mágico mientras se firmaba en 1992 los acuerdos de paz como colofón de una guerra de doce años “sin vencedores ni vencidos” el gobierno empresarial de Alfredo Cristiani avanzaba en sus planes de neoliberalizar la economía y el país; proceso que ha sido detenido pero no revertido por el actual segundo gobierno del FMLN.
Nuestro Tío Sam
Durante casi todo el siglo veinte la política exterior de Estados Unidos estuvo simbolizada por un compromiso con las clases dominantes salvadoreñas y su aparato de dominación militar. Y aunque inicialmente en 1932 le negaron el reconocimiento al General Martínez, y hubo algún malestar por la negativa de este mismo general de no permitir instalar tropa “para proteger el canal” durante la Segunda Guerra Mundial, El Salvador fue un fiel aliado de Washington contra la “amenaza soviética” luego durante toda la Guerra Fría.
Y esta histórica alianza fue ratificada con el millonario involucramiento militar –en armas, asesores y ayuda económica- durante el conflicto militar que enfrentó durante doce años al FMLN y al Gobierno salvadoreño. A la vez, durante ese periodo el crecimiento de un amplio y poderoso movimiento de solidaridad al interior de la sociedad estadounidense con la lucha del pueblo salvadoreño fue significativo.
El gobierno de Ronald Reagan (1981-85 y 1985-1989) fue recibido con la pólvora de la primera ofensiva militar del FMLN. Y es bajo este gobierno que se desarrolla la guerra salvadoreña. Reagan y sus asesores pretendieron aplastar militarmente al FMLN; evitar el colapso de la economía y consolidar un rostro político presentable ante el mundo, incluso apoyando pragmáticamente al democristiano José Napoleón Duarte, y rechazando al ultraderechista Roberto DAubuisson.
Le correspondió al gobierno del también republicano George Bush en 1989 establecer una nueva relación esta vez con el primer presidente de ARENA, el empresario Alfredo Cristiani. Fue en este periodo que se firman los acuerdos que ponen fin a la guerra. En 1993 los demócratas con Bill Clinton regresaron a la Casa Blanca y se quedaron hasta el 2001.

Tuvieron que lidiar con los presidentes salvadoreños Armando Calderón Sol (1994-1999) y Francisco Flores (1999-2004). Pero este último se emocionó con la llegada del presidente republicano George Bush hijo en el 2001, y que habitaría la Casa Blanca hasta la llegada de Barack Obama en el 2009. Y la emoción por esta “amistad” provocó que dolarizara la economía, firmara el Tratado de Libre Comercio (CAFTA), permitiera la Base Militar de Comalapa y la instalación de la Academia Internacional de Polícía (ILEA), así como decidiera enviar tropa salvadoreña para la “pacificación “de Irak, política que luego fue servilmente continuada por el último gobierno de ARENA, el de Antonio Saca (2004-2009). Durante la campaña electoral del 2004 senadores estadounidenses amenazaron con “cortar las remesas” y suspender el Permiso de Protección Temporal (TPS) en el caso que ganara el candidato presidencial del FMLN, Schafik Handal.

Las razones del lobo imperial: la política de Obama hacia El Salvador 2009-2015

Tres días después del triunfo electoral en 2009 del candidato del FMLN Mauricio Funes se recibió el aval del imperio, el saludo de Obama. El susto había pasado. La transición pacífica de un gobierno de ARENA a uno del FMLN podía tener éxito. Había una nueva situación.

Existen diversas razones que explican la política de Obama hacia El Salvador. Una de estas es el esfuerzo diplomático por disputarle terreno político a la corriente emancipadora que recorre América Latina y está encabezada por Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Y en ese entonces contaba con el acompañamiento de Honduras y de Paraguay. Y de Uruguay y Argentina. E incluso con el poderoso apoyo de Brasil. Esta es una razón que continúa vigente. Somos por esto, como lo dijo en una ocasión nuestro sabio canciller “aliados estratégicos.”

Otra razón es de carácter más interno. Los Estados Unidos necesitan asegurar mediante la Base Militar de Comalapa un pilar estratégico local en la lucha contra el narcotráfico. El Salvador es hoy territorio de la DEA. De la DEA y de la AID, y del FBI, y del Pentágono, etc., etc. Lo positivo es que todo es ayuda humanitaria desinteresada.

Y además los teóricos democristianos del ISTU piensan que nos ayudan por la increíble belleza de nuestras playas, o por la calidad y suavidad de la ropa interior que exportamos, o por el temor a nuestros niños y niñas viajeros, o por la inevitable adicción a nuestras pupusas, o por el peso político de nuestra diáspora, o por nuestra envidiable estabilidad política y envidiable clima de seguridad.
Todas estas razones obligaron al presidente Obama en marzo de 2011 a incluir a El Salvador en su viaje latinoamericano, que además incluyó a otros países como Chile y Brasil. Y en su visita Obama definió con claridad cinco áreas prioritarias: migración, seguridad, Asocio para el Crecimiento, desarrollo económico-comercial y cooperación.

Los límites del juego

Tanto el segundo gobierno de Obama como el segundo gobierno del FMLN conocen los límites de esta relación. Es un noviazgo pactado con derechos. Seguramente nunca habrá matrimonio pero a la vez difícilmente habrá ruptura, aunque las relaciones pueden tensionarse en algún momento. Aunque en el caso que en el 2017 llegue un nuevo inquilino republicano a la Casa Blanca las reglas del juego probablemente tendrán que modificarse.

Por de pronto es un noviazgo con diversos horizontes de continuidad. Un horizonte deseado por ambos es el de la profundización de la relación: el gobierno implementa el II Fomilenio y se cuida de no ser muy efusivo en su relación con Venezuela. Puede también haber un enfriamiento sin ruptura: la administración Obama hace críticas “suaves” y retrasa proyectos mientras el gobierno salvadoreño se muestra más cariñoso con Venezuela; y puede haber ruptura pactada: el gobierno Obama bloquea proyectos de cooperación y el gobierno salvadoreño aumenta acercamiento con rival, pero siempre bajo el anaranjado de las zanahorias para el conejo rebelde.

Apuntes en torno a la línea general del PCS (junio de 1977)

Apuntes en torno a la línea general del PCS (junio de 1977)

En junio de 1977 circula en los medios sindicales y universitarios, un documento del Partido Comunista de El Salvador, PCS, en el que se enumeran los principales lineamientos de su visión estratégica, cuatro meses después del violento desalojo realizado por la dictadura militar en la Plaza Libertad, hecho que puso fin a sus once años de participación en la lucha política electoral y abrió la puerta a su posterior ingreso a la lucha armada.

A continuación hacemos un resumen de este importante documento, seguramente escrito por Schafik Handal, que nos permite adentrarnos en la visión en ese momento de los comunistas salvadoreños, y contrastarla con los avances alcanzados en la actual situación de un segundo gobierno de izquierda.

La Revolución Democrática Antiimperialista

El documento se divide en nueve apartados. El primero trata sobre la caracterización del tipo de revolución. Plantea que existen “dos revoluciones hacia el socialismo: -revolución democrática antiimperialista (Revolución Nacional Liberadora, Agraria, Democrática y Popular) y Revolución Socialista. Una constituye nuestro Programa Mínimo y la otra nuestro Programa Máximo.”
El segundo describe ocho tareas de la etapa de la Revolución Democrática Antiimperialista, las cuales son las siguientes: la primera es la de “derrocar la dictadura militar de derecha que deviene más y más en dictadura fascista, destruir su aparato burocrático-militar y establecer el gobierno democrático-revolucionario de las fuerzas populares encabezadas por el proletariado y su Partido.”
A continuación la de “asegurar la libertad y los derechos democráticos para las masas trabajadoras y el pueblo en general.” Como tercera tarea la de “resolver el problema agrario y campesino, mediante una reforma agraria profunda.”
Como cuarta tarea la de “liberar al país de la dependencia política y económica del imperialismo, poniendo fin al predominio económico y a toda forma de influencia política de los monopolios y de los Estados imperialistas y de la gran burguesía salvadoreña (oligarquía).” Esta es una tarea estratégica pendiente y mucho más compleja en el marco de la actual globalización neoliberal, y de un presidente estadounidense como Obama que despliega una política de “cooptación” más que de “rechazo” hacia el proyecto revolucionario salvadoreño. Es un imperio que nos esconde el garrote y nos ofrece zanahorias.
Como quinta tarea la de “elevar las condiciones de vida materiales y culturales del pueblo.” Como sexto desafío el de “emprender el acelerado desarrollo económico, social y cultural independiente de nuestro país.”
Como séptimo desafío el de “establecer una política internacional independiente, orientada a la defensa de la paz, la solidaridad con todos los pueblos en su lucha por su liberación o por la defensa o recuperación de sus riquezas naturales…” Y finalmente la tarea de “asegurar el paso al socialismo sin agotar previamente el desarrollo del capitalismo.”
El sujeto social de la revolución democrática antiimperialista
El tercer apartado define al sujeto social de la revolución democrática antiimperialista, que en aquella ya lejana época se conocía como las fuerzas motrices. Plantea que estas son “el proletariado (urbano y agropecuario); los campesinos y las capas medias. La fuerza revolucionaria principal es el proletariado. Los campesinos (en particular, los semi-proletarios o campesinos pobres) son el aliado principal del proletariado, y la alianza obrero-campesina esta llamada a dar fundamento sólido a la lucha por conquistar la dirección del movimiento revolucionario por el proletariado y su Partido, a proporcionar el grueso de las fuerzas de la revolución y a constituirse en su garantía de firmeza y consecuencia hasta el fin ,en la garantía para el avance ininterrumpido hacia la etapa socialista de la revolución.”
Establece el documento que “la burguesía no es fuerza motriz de la revolución, pero algunos sectores de ella pueden ser atraídos como aliados temporales a la lucha por la democracia y en defensa del interés nacional frente al imperialismo; otros sectores de la burguesía pueden ser neutralizados.”
Los enemigos de la revolución democrática antiimperialista
En el cuarto apartado se define como los enemigos principales de la revolución democrática antiimperialista al “imperialismo yanqui y sus sirvientes (en El Salvador, en los países de Centro América u otros de América Latina)” así como “la gran burguesía y los grandes terratenientes de nuestro país y sus sirvientes.” Y agrega que “su forma de dominación política desde diciembre de 1931 ha sido la dictadura militar de derecha, que está hoy en vísperas de transformarse en dictadura fascista abierta.”
Sostiene el documento que “los demás sectores de la burguesía y de los terratenientes son enemigos secundarios de la revolución y debe buscarse su neutralización o, su atracción como aliados temporales del proletariado.”
Señala que tal política de alianzas debe basarse en que por una parte “únicamente serán expropiados por la revolución democrática los grandes terratenientes, los grandes burgueses y los monopolios imperialistas” y por la otra en que “sectores burgueses no oligárquicos pueden estar interesados al menos en ciertos momentos, en la lucha por la democracia, o verse obligados a defender sus interese económicos frente a los imperialistas o la oligarquía, y lo harán si las fuerzas revolucionarias son fuertes y compactas.”
El documento opina que “los enemigos principales de la revolución con frecuencia no forman un bloque cohesionado y compacto, y por ello, es condición indispensable, para elaborar una táctica acertada del Partido, diferenciar a los enemigos principales según su conducta política concreta, y determinar, en cada momento, el enemigo principal más peligroso contra el cual es necesario concentrar la punta de la lucha revolucionaria para aislarlo, debilitarlo y derrotarlo.”
Agrega que “los sectores menos peligrosos del bloque de enemigos principales, pasan a ser, temporalmente, enemigos secundarios; ello exige aplicar una política de neutralización de los sectores menos peligrosos del bloque de enemigos principales y realizar maniobras que activen sus contradicciones con los enemigos más peligrosos para aprovecharlas a favor de la revolución.”
Concluye en este punto que “la derrota del enemigo más peligros significa a menudo, la derrota del enemigo principal en su conjunto o lo debilita, facilitando su derrota total sucesiva,; la derrota del enemigo principal facilita la derrota ulterior de los enemigos secundarios de la revolución.”
La construcción del Frente Único
El quinto apartado explica que “la construcción del Frente Único democrático, antioligárquico y antiimperialista, es condición estratégica para la culminación de la revolución antiimperialista.”
“En este Frente estarán representadas las fuerzas motrices de la revolución, siendo cuestión vital la conquista de la unidad del movimiento obrero y de la alianza obrero-campesina, alrededor de una común plataforma de reivindicaciones inmediatas económicas, políticas y sociales y de un programa para la liberación y transformación general del país, en sentido favorable a los interese de la clase obrera” señala el documento.
Subraya que “en la actual coyuntura de lucha contra los fascistas, que han devenido en el enemigo más peligroso, nuestro trabajo de Frente único también comprende la lucha por la unidad de las fuerzas democráticas y antifascistas incluyendo aquellas que no militan en posiciones antiimperialistas y antioligárquicas; complementando este trabajo con el aprovechamiento de las contradicciones en el campo enemigo.”
El problema del poder
El sexto apartado trata sobre la vía hacia el poder. Considera que “hasta donde se alcanza a ver en la perspectiva” como lo aprobara el V Congreso del Partido, realizado a principios de 1964, la Revolución democrática antiimperialista, habrá de realizarse por la vía armada. En marzo de 1968, el Comité Central concluyó que la forma más adecuada de la violencia armada para la toma del poder, en las condiciones de nuestro país, es la insurrección y no la guerra (prolongada).”
Agrega el documento con respecto a la guerra que “esta podría sin embargo realizarse con éxito por el gobierno revolucionario recién instaurado para defenderse del eventual ataque exterior. Concluye este apartado consignando que en 1968 el PCS “aprobó los rasgos esenciales de la insurrección, y determinó algunas tareas fundamentales relativas a su preparación.
Hay que señalar que la estrategia de Guerra Popular Prolongada era sostenida por las Fuerzas Populares de Liberación. Al final ni la tesis del PCS respecto a la insurrección, que fue compartida asimismo por el ERP y la RN, ni la de las FPL de GPP se manifestaron como correctas. Y la realidad impuso la Guerra Popular Revolucionaria.
Y reitera el documento la tesis insurreccionalista al afirmar que “ahora como resultado del proceso vivo de la lucha de clases –y con la comprensión de la mayoría de nuestro pueblo, que ha hecho en ella su propia experiencia-surge la insurrección popular como la única vía posible para conquistar el poder.”
Sobre formas de aproximación a la Revolución Democrática Antiimperialista
El documento con base a la experiencia internacional y nacional define posición ante la posibilidad tanto de un Gobierno de Apertura Democrática como uno de Transición. Sobre el primero establece que “se limita a restablecer, más o menos consecuentemente, el juego de las libertades democráticas: más para la burguesía que para el proletariado y los campesinos; más para las fuerzas reformistas y menos para las revolucionarias; más para el centro y la derecha y menos para la izquierda.” Considera que este tipo de gobiernos “se encuentra bajo la hegemonía de la burguesía democrática o de los sectores ascensionales y “moderados” de la pequeña burguesía.”
Por su parte, los gobiernos de transición, son “más avanzados, abren mucho más libertades democráticas para las masas trabajadoras y la izquierda, tienden a apoyarse en ellas y emprenden la realización de reformas dirigidas en un sentido anti-oligárquico y anti-imperialista, incluso llegan a restringir la libertad para la gran burguesía y los representantes y sirvientes del imperialismo…”
Considera que ambos tipos de gobierno “surgen como salida de crisis políticas agudas del poder oligárquico-imperialista, en condiciones en las que la correlación de fuerzas es muy adversa para las fuerzas revolucionarias y/o marcha en retraso la organización y conciencia revolucionaria del proletariado, es débil o no existe su Partido de vanguardia, y no ha alanzado el proletariado revolucionario la dirección del movimiento popular.”
Asegura el documento que este tipo de gobiernos “significan un debilitamiento del poder oligárquico-imperialista y, por consiguiente, encierran la posibilidad de que el movimiento revolucionario avance e incluso lleve al proceso hasta la realización democrática antiimperialista.”
Sostiene que “en nuestro país, las experiencias de 1944, 1948 y 1960, fueron “aperturas democráticas”; las de 1944 y marzo de 1972 pudieron dar origen a un “gobierno de transición.”
Afirma como línea política, como táctica a seguir por el PCS la de “luchar activamente por realizar las posibilidades de aproximación a la revolución democrática antiimperialista, mientras la correlación de fuerzas y demás condiciones no son favorables para el triunfo inmediato de la misma.”
Añade que “el Partido puede plantear en todo momento, una consigna revolucionaria de poder a la clase obrera y a todo el movimiento popular, mostrarle siempre la perspectiva final del socialismo al proletariado y a las capas avanzadas del pueblo, clarificándoles la relación que hay entre su lucha actual y esa meta superior; esto permite elevar sucesivamente, la organización y la conciencia de las masas…”
La lucha por la democracia y el problema del poder
En la octava parte de este documento se amplía sobre la concepción del PCS de vincular lucha por la democracia con lucha por el poder y en el marco de la polémica entablada con las FPL y las otras organizaciones revolucionarias hermanas.
Se argumenta que “el problema del poder no surge, pues, únicamente “cuando llega la hora del proletariado” dándole mientras tanto, la espalda al proceso vivo y concreto de la lucha de clases, a sus coyunturas críticas, a las situaciones revolucionarias incompletas o, a aquellas que llegan cuando no estamos del todo preparados, que es en esencia, la tesis del BPR y otras agrupaciones ultra-izquierdistas, cuando opinan, en apariencia radicalmente, en el sentido que no es revolucionario luchar por un gobierno democrático.”
Afirma que fueron estas concepciones “respecto a la lucha ´por la democracia y al problema del poder, son las que los llevaron a volver por completo la espalda a las grandes batallas revolucionarias de las masas, en relación con las elecciones presidenciales de este año.”
Reitera el documento del PCS que los gobiernos de apertura o de transición “no son etapas ni siquiera fases sucesivas obligatorias, sin cuyo cumplimiento previo, la revolución democráticas antiimperialista no puede realizarse, sino que son salidas democráticas burguesas, o pequeño burguesas, por lo general efímeras, que , independientemente de nuestra voluntad, actuando o no los comunistas, suelen encontrar en sus puntos más agudos la crisis política de la dictadura militar de derecha en nuestro país, según lo ha mostrado la experiencia de los últimos 33 años…”
Considera que “este trabajo consciente por realizar las posibilidades objetivas de una “apertura” o “transición “es lo que puede convertir tales “interrupciones” en ruptura creciente del viejo poder y, por consiguiente, en auténticas vías de aproximación a la revolución democrática antiimperialista.”
Enfatiza en que no existe ninguna “muralla china” entre la revolución democrática antiimperialista y la revolución socialista, ya que “como lo ilustra la experiencia cubana, la realización consecuente de la primera conduce, necesariamente, a la segunda, sin solución de continuidad.; a tal grado se funde una con la otra que, tomado el proceso de ambas revoluciones en conjunto, la ejecución del programa de las transformaciones democráticas antiimperialistas aparece como la realización de tareas iníciales de una sola y misma revolución, la revolución socialista.”
La conquista de la dirección del movimiento popular
En el último apartado se definen tres grandes tareas orientadas a lograr por parte “del proletariado y su Partido” la conquista de la dirección del movimiento popular. La primera tarea es la de “educar revolucionariamente a la clase obrera (educación política y elevamiento de su temple combativo), determinando en cada etapa donde debe ponerse el acento principal de esta educación: en los sindicatos o en las organizaciones ilegales y la preparación de la insurrección.”
La segunda tarea estratégica es la de “ganar a las grandes masas campesinas, principalmente a los semi-proletarios y demás campesinos pobres, para marchar como aliados fundamentales del proletariado hacia la revolución democrática antiimperialista.”
Y como tercer tarea “impulsar enérgica y sistemáticamente un trabajo correcto por la construcción del Partido y la J.C. entre el proletariado urbano y rural, entre los campesinos y entre las capas medias urbanas (principalmente, entre sus sectores asalariados).”
Y concluye el documento en relación a la necesidad de fortalecer el PCS a través de “multiplicar sus vínculos con las masas, elevar su carácter clasista, la combatividad y al disciplina, profundizar en el estudio del marxismo-leninismo y en la experiencia revolucionaria internacional, luchar sistemáticamente contra todas las manifestaciones de la ideología pequeño-burguesa y burguesa, en el Partido y en el movimiento revolucionario.”

Una cierta idea de los problemas del marxismo contemporaneo

UNA CIERTA IDEA (RADICAL) DE LOS PROBLEMAS DEL MARXISMO CONTEMPORÁNEO (1)
Alejandro Dorna (2) – Horacio Hormazábal (3)

Plural. Revista del Instituto para el Nuevo Chile. Nº 3. Rotterdam Junio 1984

La polémica en torno al marxismo se hace equívoca e inagotable. Mientras los detractores acumulan antecedentes tanto en el terreno teórico como en las consecuencias de sus aplicaciones políticas, sus defensores reiteran su pertinencia y vitalidad. Una cosa es cierta y evidente: el pensamiento de Marx es un fenómeno cultural y su impacto perdura a través de su mensaje social.

La natural sequedad de un corto artículo sólo permite poner de relieve la extensión y profundidad de algunos de los problemas que el marxismo encarna. En lugar de entregarnos a la saludable demostración de nuestras reflexiones, nos vemos obligados sólo a mostrar algunos fragmentos. A nuestro juicio, al menos hay cuatro grandes ejes de análisis que pueden aproximarnos a una cierta idea (radical) de los alcances y vicisitudes de los fundamentos preposicionales del «socialismo científico»: la identificación que se ha producido entre marxismo y socialismo; la canonización del cuerpo de proposiciones establecidos por Marx y Engels; la enorme influencia de los intelectuales en la tradición marxista, y las dificultades epistemológicas del llamado materialismo dialéctico.
Finalmente, expondremos cómo la superación de tales impasses depende en gran medida de nuestra disposición para incorporar, a nuestro repertorio metodológico, una actitud experimental.
1. La identificación del marxismo con el socialismo
La identificación del marxismo con el socialismo (la teoría con la práctica) constituye una de las paradojas y tal vez el más grave equívoco ideológico de nuestro tiempo. Ofrece sin embargo la mejor explicación de la crisis ya crónica del “socialismo científico”.
La asimilación del proyecto a la idea se produjo progresiva e insidiosamente y al margen del mismo Marx. Y pese a que esta identificación puede imputarse a Engels, la discusión de fondo es otra. El apelativo «marxista» constituyó una etiqueta eminentemente política durante el siglo XIX, pues se trataba de diferenciar a los socialistas partidarios de Marx de aquellos otros, numerosos, que reivindicaban para sí el rótulo de socialistas.
En cambio, durante el siglo XX, a partir de la Revolución Rusa, el término marxista se transforma en la apelación genérica de una teoría y en la doctrina del «socialismo científico», bajo la forma canonizada impuesta por la dirigencia soviética, Lenin tanto como Bujarin, y Trotsky tanto como Stalin.
La fusión del objeto y la idea se produce justamente en el momento preciso en que (hoy es posible medir la profundidad) se produce el repliegue y sobre todo la transformación de las condiciones de vida y trabajo del movimiento obrero en Europa.
Por cierto que la discusión sobre este tema adquiere rasgos completamente distintos según los interlocutores y el contexto donde ésta se realice. En el caso latinoamericano, algunos elementos inherentes a su condición, lo hacen particularmente conflictivo, entre ellos tenemos:
a) En pocas regiones como en A. L. se ha vivido más intensa y dramáticamente la asimilación entre marxismo y socialismo: los sacrificios de un Che Guevara y de un Salvador Allende son dos testimonios de un extenso y profundo proceso.
b) La fuerza emocional del mensaje marxista verdadero credo evangelizador y la brillante lógica argumentativa de muchos de sus introductores, sumada a las condiciones objetivas de explotación infrahumana que sufre la mayoría de la población, hacen que el marxismo adquiera un status marcado de «teoría de la liberación».
c) El marxismo constituye para muchos una lengua universal de comunicación y en los hechos ha funcionado como un puente entre la Intelectualidad progresista de los países desarrollados y los «intelectuales orgánicos» de los países atrasados.
2. La canonización del marxismo
Actualmente es preciso evaluar como la obra de Marx en tanto teoría, ha dejado definitivamente paso al marxismo «realmente existente». La paradoja no siendo nueva pone en cuestión toda la estructura de la argumentación del propio Marx, y revela la importancia de los factores propiamente políticos y culturales de los procesos de cambio social.
2. 1. La canonización de Marx y Engels y luego de Lenin es producto de la revolución rusa (la vieja guardia bolchevique), de Stalin y la burocracia soviética, como justificación ideológica y razón de Estado.
La enseñanza del «materialismo dialéctico» y del llamado «comunismo científico» en los países socialistas, y la vulgarización escolar del marxismo, constituyen uno de los mejores criterios para medir la utilización canonizada de la palabra de Marx.
Este proceso de mistificación del marxismo en el cual el poder de la doctrina es la doctrina en el poder, ha sido descrito por Rakovski (1977), para quien el materialismo dialéctico no significa sino elevar a la categoría de principio sistemático una lógica de la ambigüedad.
2. 2. La canonización del marxismo no obedece solamente a una simple manipulación política y/o a la voluntad cínicamente inteligente de ciertos hombres en el poder. Sería un error desconocer las raíces sociales de la devoción marxista en los países subdesarrollados. El mensaje marxista extrae su fuerza concreta del sufrimiento de las criaturas oprimidas, de la esperanza que representa una política alternativa al hambre.
La palabra marxista es capaz de competir exitosamente con otras, pues es la apasionada y sostenida denuncia de una enorme Verdad: que la ganancia, la comodidad y el lujo de un hombre se paga con la pérdida, la miseria y la privación de otro hombre. Y aunque Marx se haya equivocado en la forma y en el mecanismo de explicación de la injusticia social, para muchos el marxismo representa esa verdad, y la promesa de un mundo terrenal mejor.
2. 3. En este proceso de canonización del marxismo, hay un elemento en la propia obra de Marx que lo hace también responsable: su lectura de Hegel y la formulación del materialismo dialéctico. Aunque pueda parecer aventurado afirmarlo, es la resurrección de Hegel en el marxismo que abre la brecha a su sello característico: su pretensión totalizante y su política totalitaria.
Lenin es el antecedente más directo de la vuelta a Hegel dentro del marxismo soviético. La razón está lejos de ser académica.
Los trabajos bastantes abstractos sobre el empiro criticismo y las múltiples lecturas sobre Hegel, en las cuales Lenin descarga su agresiva habilidad polémica, corresponden a la lucha entre la fracción bolchevique y los otros grupos socialistas de la inmigración rusa. Posteriormente, la fascinación de la revolución triunfante y el peso científico otorgado a la obra de Lenin hacen que la polémica entre socialdemócratas «dialécticos» (bolcheviques) y social-demócratas «mecanicistas» (mencheviques) se termine con la eliminación teórica y en algunos casos física de estos últimos y otros «renegados».
Imposible olvidar el notable escrito escolástico de Stalin sobre las «cuestiones del Leninismo» en el cual hace un esquemático y persuasivo ejercicio de comparación entre las posiciones metafísicas (mecanicistas) y las dialéctico marxistas, inaugurando así la extensa serie de versiones seculares de la «filosofía de partido».
2. 4. Uno de los elementos claves de la canonización ha sido la manipulación de la historia. De la misma manera como la imagen de Trotsky fue borrada de un cuadro en el cual aparecía junto a Lenin, muchas de las obras «completas» de los clásicos del marxismo han sufrido mutilaciones, otras han desaparecido de la circulación y algunas resucitan sorpresivamente toda vez que permiten justificar alguna decisión suprema.
La adulteración de la historia es flagrante y sin pudor cuando se comparan las distintas ediciones, por ejemplo de la historia del PCUS y de los diccionarios enciclopédicos.
3. El marxismo y la revolución de los intelectuales
Lenin, cristaliza y proyecta políticamente el rol y el status de los intelectuales dentro del proceso revolucionario y en la formación del partido revolucionario. La necesidad de introducir la ideología revolucionaria «desde fuera» del movimiento obrero, a causa de su tendencia espontánea al reformismo, coloca al intelectual en el centro de todo el debate teórico y político.
La esencia de la relación entre intelectual y revolución es desarrollada, posteriormente al triunfo bolchevique, por Antonio Gramsci, quien llegara a sintetizar la idea en la fórmula: «el intelectual orgánico».
Esta actitud ya pesquizable en Kautsky tuvo y sigue teniendo numerosos detractores: Rosa Luxemburgo, Otto Bauer, Gustav Landauer y muchos otros.
Y en esa vertiente crítica también se sitúa J. W. Makhaiski (1976), obrero revolucionario polaco, cuya gran actividad a comienzos de siglo en Rusia, fue descrita por L. Trotsky en sus memorias y permite apreciar el impacto que sus ideas tuvieron en los círculos de deportados.
La reciente publicación de fragmentos de su obra, hasta la fecha prácticamente inédita en Occidente, nos hace medir la profundidad del problema y aproximamos con ojos nuevos a una de sus conclusiones más audaces (para la época) y cuya vigencia tiene hoy parámetros concretos en las estructuras burocráticas (intelectuales) del llamado socialismo real: «el socialismo es el régimen social basado en la explotación de los obreros por los intelectuales profesionales.»
Para Makhaiski (1979), el profeta de esta nueva clave dominante es el propio Marx, y Lenin el conductor de la conspiración de los intelectuales (revolucionarios profesionales), quienes esconden los intereses de clase de la «sociedad culta» en el proceso de industrialización.
La originalidad de la reflexión de este autor consiste en desentrañar por una parte un antagonismo social más profundo en las relaciones de producción: la división entre trabajo intelectual y manual. En otras palabras, más allá de la lucha entre capital y trabajo, se sitúa el conflicto entre dirigentes y dirigidos. Por otra parte, demuestra que la remuneración elevada atribuida a las tareas de dirección se otorgan en detrimento del trabajo de ejecución, y en consecuencia de la apropiación de una parte de la plusvalía.
Makhaiski denuncia el enfoque «industrial-productivista» de Marx, el análisis precario que se hace de la organización del trabajo, y la poca sensibilidad de Lenin, Trotsky y la dirigencia (intelectual) del bolchevismo, respecto a las condiciones de vida y trabajo de los obreros y la estructura de poder de la fábrica. Recordamos que son justamente los bolcheviques quienes instauran con entusiasmo la militarización del trabajo, subrayan el carácter beneficioso de la disciplina industrial, y proponen la utilización de la administración «científica» introducida por Taylor a comienzos del siglo en EE. UU. y posteriormente adaptada al sistema soviético por el camarada Stajanov, héroe del trabajo de la URSS.
La presencia de una nueva forma de poder jerarquizado constituye otra de las finas intuiciones de Makhaiski, para quien los intelectuales ya representaban aquello que posteriormente Gramsci llamara entusiasta y voluntaristamente «los intelectuales orgánicos», los letrados del aparato, los revolucionario evangelizadores profesionalizados: los «capitalistas del saber» según la chocante fórmula utilizada por Makhaiski.
En definitiva, el marxismo no buscaría abolir los antagonismos fundamentales de clase, sino que sustituiría una vieja clase dirigente por otra nueva, introduciendo nuevas condiciones de opresión mucho más sutiles y eficaces.
La reflexión de Makhaiski se adelanta y completamente la célebre «ley de hierro de la oligarquía» propuesta por Michels y a través de la cual se analiza la tendencia de las organizaciones a generar una mayoría dirigida y una minoría dirigente, la cual se aleja progresivamente del control de la base, que se transforma en un simple órgano de ejecución.
4. La cuestión epistemológica en el marxismo
En un artículo anterior (Dorna y Hormazábal 1980) hemos discutido críticamente el status científico del marxismo, nos limitaremos entonces a reafirmar algunos criterios.
Durante décadas las cuestiones de orden epistemológico fueron soslayadas por los marxistas quienes presentaron al marxismo como un todo coherente y necesariamente cierto, puesto que científico. La adhesión fervorosa de no pocos científicos de laboratorio, más precisamente a la causa revolucionaria, propuesta por el (los) partido (s) marxista (s), permitió que la argumentación tuviera una fuerza persuasiva suficiente.
4. 1. El marxismo ha mostrado ser más un cientísmo que un enfoque científico.
La razón una vez más es política. Para Marx la argumentación científica y luego para Engels la cientificidad del socialismo marxista, era la manera más eficaz para demarcarse de (los) otros socialistas (llamados peyorativamente «utópicos») y del colectivismo anarquista a la Bakunin.
En consecuencia, la preocupación científica muchas veces se subordina a la contingencia política, contradiciendo los criterios más elementales de! método de la ciencia.
a) Los hechos están en seria oposición de las principales predicciones efectuadas por el propio Marx: la pauperización creciente de la clase obrera, la proximidad de la revolución en Inglaterra, el colapso del capitalismo, la sobredeterminación de la superestructura (ideología, cultura) por la infraestructura (economía, modo de producción), etc.
En la actualidad ningún marxista culto negará estos hechos, pero pocos son aquellos que están dispuestos a extraer la conclusión fundamental: buscar qué falla en la metodología y porqué la teoría predice falsedades.
b) La poca operacionalidad de las categorías de análisis utilizadas por el marxismo; a título de ejemplo, el concepto de «clase» se ha prestado a más de una polémica.
c) Las llamadas «leyes» de la historia pueden ponerse en duda desde el instante mismo en que se reconoce la imposibilidad de establecer experimentos capaces de validar el carácter explicativo de tales «leyes».
d) La dificultad para comunicar las experiencias y la tendencia a reiterar los errores de método están profundamente reñidas con el propósito del método de la ciencia.
e) Si una de las características del enfoque científico es la búsqueda de solución a problemas específicos, el procedimiento utilizado por el marxismo en el terreno social hace del problema un fenómeno global, cuya solución sólo puede ser global.
f) El diagnóstico al cual se libra el análisis marxista, se desolidariza de los criterios técnicos que propone la metodología científica: los programas de acción se conciben sin definir operacionalmente los objetivos específicos a alcanzar.
g) La dificultad de introducir elementos correctivos, sea bajo la acusación de «revisionismo», sea ante el «reconocimiento de los porfiados hechos».
Cierto es que el anatema de revisionista ha dejado de castigar al menos en Occidente las observaciones críticas de los marxistas respecto al marxismo e incluso a Marx. Incluso, en la Unión Soviética de tanto en tanto se reconocen algunos errores, especialmente después del célebre XX congreso del PCUS. El caso del economista E. Varga, deportado y perseguido en 1946, por afirmar que «una próxima crisis económica en USA no sería fatal», es aparentemente un argumento en favor del «reconocimiento y corrección de errores», puesto que en 1963 no sólo es rehabilitado sino que recibe el premio Lenin.
Sin embargo, nosotros cometeríamos un grave error aceptando esta retórica política, al confundir la aceptación de los hechos siempre «post-mortem») con la verdadera introducción de modificaciones en la metodología de diagnóstico y predicción, es decir en la naturaleza (dialéctica) del razonamiento marxista. En ese sentido, cabe subrayar que una cosa es reconocer un hecho y otra cosa distinta es remediar las causas de las fallas de nuestro aparato explicativo.
En suma, el pensamiento de Marx se desarrolla y consolida como reacción al racionalismo: el espíritu no es más que el reflejo del mundo. No obstante, el marxismo extrae de su materialismo una (su) interpretación de la ciencia, sin adoptar completamente el método de la ciencia ni plantearse el significado de la experimentación social.
4. 2. La dialéctica de la materia no es materialista.
El marxismo es perfectamente coherente para quienes admiten sus premisas epistemológicas. Marx mismo funda su enfoque sobre una (su) base «científica» que rechaza desde la partida, la confrontación con los hechos empíricos, puesto que la (su) teoría de la prueba se encierra en la dialéctica materialista y cuya evidencia se muestra más que demuestra, bajo la forma de un proceso siempre cambiante, por tanto jamás completamente comparable ni confrontable.
La dialéctica y sus leyes constituyen la plataforma sobre la cual se estructura la argumentación y la cientificidad del marxismo. La gran diferencia entre Hegel y Marx a propósito de la dialéctica, será el reemplazo de la noción de espíritu (como expresión de la idea absoluta), por la de materia. En la medida en que todo es devenir, la materia misma es dialéctica y todas las cosas son contradictorias. Mientras que en la dialéctica hegeliana, la dialéctica aborda sólo las ideas y los conceptos; en la versión marxista, la inversión materialista permite que sea aplicada a las cosas y a los objetos reales.
Lenin elevó a la categoría de ley dialéctica fundamental, el principio de contradicción y su aplicación, al análisis del «proceso» social. Pero serán Stalin y Mao Tsé Tung quienes generalizarán e] predominio de la dialéctica contraponiendo materialismo a idealismo y dialéctica a metafísica, con lo cual progresivamente la síntesis nos entregó una fórmula persuasiva: el materialismo dialéctico, con sus reglas y leyes «científicas».
Es justamente por estas razones que la crítica sobre la pertinencia científica del enfoque dialéctico provoca un enorme revuelo en el interior de la cultura marxista contemporánea. Sin embargo, esto no es nuevo: las poco conocidas críticas de E. Duhuring, tan severamente apostrofado por Engels, son un ejemplo temprano de las serias dudas planteadas en torno al naciente «materialismo dialéctico»; el ensayo de Pannekoek (1976) sobre la filosofía de Lenin, marca otro hito importante en la larga cadena de interrogantes (desde dentro) que permiten observar con una mirada más tolerante las afirmaciones empiro-criticistas de un Mach y un Avenarius, y juzgar con justicia la vehemencia polémica de Lenin.
En años cercanos, un conocido Premio Nobel, J. Monod (1970) llega a denunciar el carácter «animista» del método dialéctico. Sin embargo, sin duda es la moderna vertiente crítica de los epistemólogos italianas, con Della Volpe y sus discípulos, que se inicia a comienzos de la década de los cincuenta, el verdadero proceso de clarificación en torno al materialismo de la dialéctica.
En este sentido, cobra una importancia capital la crítica de Colleti (1977-1983), que denuncia con agudeza al «materialismo dialéctico» como el equívoco fundamental sobre el cual reposa un siglo de teorización marxista: «El marxismo y Lenin han interpretado la dialéctica de la materia, que encuentran desarrollada en la filosofía de Hegel, como un testimonio y un documento del realismo y del materialismo» (pero…) «la dialéctica de la materia no es materialista. Al contrario, es su negación.»
Imposible resumir ni desarrollar en pocas líneas la brillante demostración de Colletti, por tanto nos limitaremos a señalar dos de sus conclusiones más provocativas:
a) No existe la contradicción en la realidad. La realidad no puede contradecirse. Por tanto no existe una dialéctica de la materia. Afirmar la existencia de contradicciones reales, constituye colocarse al lado del neo-platonismo y de la teología.
El hecho de que el análisis del capitalismo y de los conflictos sociales haya sido desarrollado por Marx en términos de «contradicción dialéctica» plantea interrogantes fundamentales respecto al valor científico de dicho análisis, en la medida en que la ciencia rechaza la dialéctica.
b) La insistencia del marxismo en la dialéctica lo ha colocado en un callejón sin salida. La ciencia moderna no reconoce la dialéctica de la materia, y la considera como una filosofía romántica de la naturaleza. La exigencia del marxismo sobre la dialectización de la ciencia, comenzando por las ciencias de la naturaleza (actualmente menos insistente que hace algunos años) tuvo como consecuencia, entre otras, el «caso Lyssenko» y haber puesto en la picota los trabajos de gran cantidad de científicos, particularmente los de Einstein.
En resumen: cuestionar la cientificidad del marxismo y la pertinencia del método de la dialéctica en ciencia, exige reconocer simultáneamente dos cosas. Por una parte, que esto no puede entenderse como un «abandono» o «ejecución» sumaria de la obra de Marx (aspecto sobre el cual nuestra posición se clarifica más adelante); y por otra parte, que mientras frente a los problemas físicos y «micro-sociales» el enfoque científico experimental de las ciencias de la conducta social obtiene una capacidad predictiva y una fuerza explicativa incuestionables, no ocurre lo mismo ante el universo de los factores (entrecruzados) de lo «macro-social». Razón más que suficiente como para mantener un criterio de estudio y reflexión riguroso frente a las interesantes proposiciones que surgen a partir de la obra de Marx, cuyo pensamiento se encuentra ubicado en la galena de los grandes representantes de la Filosofía Social de todos los tiempos.
5. ¿Por dónde empezar?
Esta es una pregunta, que la confrontación de la teoría (marxista) con los hechos (empíricos), hace urgente responder.
Para quien se interrogue sobre la problemática marxista y sus implicaciones epistemológicas y repercusiones prácticas, la pregunta no consiste a nuestro juicio en hacer un inventario de los elementos «rescatables» del marxismo, sino más bien como mejor valorar en forma singular y contingente los aportes de Marx, de Engels, y de la larga legión de seguidores, en lugar de buscar en el «marxismo» («horizonte insuperable de nuestra época») las respuestas que debido a su propia estructura es incapaz de entregar, pues en el «marxismo» ni la falsedad ni la verdad de la(s) teoría(s) confirmarán lo adecuado del modelo, en la medida que sería preciso renunciar a su totalismo y a su inherente cosmovisión y puesto que su rol es un efecto no deseado por el propio Marx: convertirse en una filosofía social, en una devoción para muchos y en un hábil mecanismo de dominación de unos pocos.
La obra de Marx, más que una teoría «todopoderosa porque es verdadera» como gustaba repetir Lenin, una teoría científica de valor universal como lo divulgan los manuales escolares; es un modelo, un inventario más o menos sistemático de los elementos a los que debemos prestar atención, útil y creativo en la medida en que no sea postulado en tanto ciencia.
En otras palabras, resulta significativo que mientras en el caso de los fenómenos físicos ningún científico se proclama newtoniano o copernicano o einsteiniano, pese a la indudable simpatía o aprecio que una u otra teoría puede despertar entre sus continuadores; ante los fenómenos sociales sean justamente aquellos socialistas que se quieren científicos quienes con más fuerza hacen de la obra de un hombre un objeto de culto, en algunos casos, y peor aún, de justificación en otros.
Una manera de contrarrestar las consecuencias de la implantación de una visión dogmática a escala planetaria, como es actualmente el caso, consiste en desarrollar, no sólo en lo político, un proceso sólido de democratización de la(s) sociedad(es), sino también, en equipar a los más en el conocimiento y aplicación de los preceptos básicos de una actitud experimental.
La actitud experimental consiste en: – Evaluar permanentemente el soporte empírico de las teorías que sustentamos. – Habituarse a explicitar los supuestos y las hipótesis de lo que afirmamos, a fin de poder corregir los elementos de la teoría que no concuerdan con los hechos. – Considerar que ninguna teoría (por muy científica que sea) podrá dar completamente cuenta del problema que se plantea resolver. – Reconocer que las teorías se establecen para encontrar solución a ciertos problemas más que para dar satisfacción estética a sus adeptos. – Aceptar que cada problema tiene varios niveles de solución. – Exigir la verificación empírica de las teorías, especialmente cuando se explora un nuevo terreno. – Dudar (respetuosamente) de las teorías, por muy consagradas que sean. – Ser consistentes con la noción de experimentar, experimentar y volver a experimentar.
En conclusión: los elementos fragmentarios que hemos presentado, exigen sin duda un desarrollo ulterior. Muchas de las afirmaciones son esquemáticas, las proposiciones alternativas faltan. Pero, lo fundamental nos parece considerar que si el marxismo no es una ciencia sino una filosofía social, tendremos que equilibrar cotidianamente la fuerza de nuestras pasiones con el peso de nuestras razones, y ambas validarías con el rigor del método experimental.
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Bibliografía
Colletti, L. (1977), La dialéctica de la materia de Hegel y el materialismo dialéctico, Grijalbo (México).
Colletti, L. (1983), Le materialisme dialectique et Hegel, Socialism in the World Belgrado, 36, 39-47.
Dorna, A. y Hormazábal, H. (1980): Sobre el Status Científico del Marxismo, Nueva Sociedad (Caracas).
Michels, R. (1971), Les partis politiques, Flammarion (París)
Makhaiski, J. W. (1979), Le socialisme des intellectuels. Seuil (París).
Rokovski, M (1977), Le marxisme face aux pays de l’Est, Savelli (París).
1. Dejamos constancia de reconocimiento a nuestro colega y amigo. Profesor Jorge Tapia, quien nos ha hecho parte de sus comentarios, a una primera versión de este trabajo.
2. Sociólogo, docente e investigador en la Universidad de París VIII, docente en la Escuela Internacional de Verano (ESIN)
3. Sociólogo.

El marxismo contemporáneo

El marxismo contemporáneo
Gabriel Vargas Lozano

En 2009 fue publicado en paperback el voluminoso libro titulado
Critical companion to contemporary marxism (*), compilado por Jacques Bidet, conocido filósofo francés y fundador de la revista Actuel Marx,
junto a Jacques Texier, en una primera época, y Stathis Kouvelakis, profesor de filosofía política del King’s College de Londres y autor del libro, Philosophy and Revolution: from Kant to Marx, entre otros.

En la contraportada se dice que “se trata de un volumen interdisciplinario que ofrece un panorama preciso de los recientes desarrollos de la teoría marxista en Estados Unidos, Europa (sin España), Asia (sólo un autor japonés) y mas allá”. Supongo que “el más allá” será Latinoamérica y África aunque, en realidad, se trata del marxismo europeo, que obviamente ha influido en el
mundo.

El libro está compuesto por 814 páginas y dividido en tres grandes temáticas: prefiguraciones, en donde se exponen las claves interpretativas del marxismo por Bidet, Kouvelakis, Tosel, Callinicos, Duménil y Levy; configuraciones, en donde se aborda el marxismo analítico, la escuela de Frankfurt, Lukács y la escuela de Budapest, la escuela de la regulación, el marxismo ecológico, las teorías del sistema-mundo capitalista, marxismo y teología de la liberación, socialismo de mercado, los radicales americanos, el marxismo político, el operaismo italiano, los estudios poscoloniales, la historia marxista británica, los análisis de clase marxistas, la nuevas interpretaciones de El Capital; la teoría del Estado, las teorías del racismo, el materialismo histórico y las relaciones internacionales, marxismo y lenguaje; y la tercera parte titulada figuras, conformada por estudios sobre Adorno y Marx, Althusser, Alain Badiou, Walter Benjamin, Roy Bhaskar, Bourdieu y el materialismo histórico, Deleuze, Marx y revolución, Jacques Derridá, Foucault, lector y crítico de Marx, el legado de Gramsci, la concepción de Habermas sobre Marx, Frederic Jameson, Henry Lefebvre, Kózó Uno y Raymond Wiliams.

Lo que uno puede decir después de esta simple mención es que el libro es impresionante y hay que felicitar a Bidet y Kouvelakis por esta iniciativa, al
tiempo que echamos de menos que no se haya hecho algo similar con las mejores iniciativas del marxismo latinoamericano durante la segunda mitad del siglo xx, para que, al menos, hubiera tenido un capítulo
en este libro.

Como se comprenderá, no es posible, en una reseña, abordar todas las
posiciones expuestas, sin embargo, la introducción y los cuatro primeros artículos nos ofrecen un panorama bastante completo de la perspectiva adoptada.

De entrada, Bidet y Kouvelakis nos dan una nota de optimismo: “El marxismo
está demostrando su persistencia, su productividad y su capacidad para adaptarse a contextos y coyunturas” (p. XI), y luego tres precisiones: en primer lugar, la posición ortodoxa se ha hecho añicos y no es ya sostenible; en segundo, asumir un post-marxismo implica la presunción de que el marxismo está agotado, lo cual no se puede sostener debido a las múltiples razones que se ofrecen en los trabajos incluidos y, en tercer lugar, la adopción de un neomarxismo, como el que los autores sostienen, implica una re-interpretación de Marx, pero a partir de nuevos contextos y descubrimientos.

En efecto, si el mundo ha cambiado en cierto sentido, y se han presentado nuevos fenómenos como el del capitalismo globalizado, la crisis ecológica, cambios en el proceso de trabajo, la urbanización, los nuevos movimientos sociales, etcétera, se requiere también ofrecer nuevas reflexiones, pero que no impliquen una ruptura con algunas de las tesis fundamentales de Marx. Por
tal motivo, podemos decir que en este libro se registran una serie de aportes que apuntan hacia una profunda renovación del marxismo.

En el prólogo también se registra un desplazamiento del interés por el marxismo del sur de Europa y Latinoamérica hacia el mundo anglófono. ¿Cuáles son las causas de este desplazamiento? La respuesta a esta
pregunta se desprende de los diversos ensayos incluidos, pero podemos considerar que se trata de un fenómeno relacionado con dos grandes fracasos políticos: por un lado, el derrumbe del llamado socialismo real y, por otro, el fracaso del eurocomunismo, que fue adoptado activamente por los
partidos comunistas de Francia, Italia y España.

En el caso de diversos países latinoamericanos influyeron los fracasos políticos de la izquierda y la influencia del neoliberalismo, sin embargo se registra una cierta recuperación en países como Ecuador, Brasil, Argentina, Venezuela y Bolivia, debido a la necesidad de fortalecer la resistencia.

En el análisis que hacen los autores sobre corrientes de pensamiento y temáticas podemos reconocer prácticamente a todas, debido a que han estado presentes en los debates del mundo hispánico. Por ejemplo, Callinicos se refiere a los aportes de los historiadores ingleses como Thompson,
Dobb, Hobsbawm, Anderson, así como el marxismo analítico en sus tres etapas: la iniciada por Cohen, a través de su Teoría de la historia en Karl Marx
; de Jon Elster (aplicando el individualismo metodológico en su Making sense of Marx), John Roemer (en su A General theory of explotation and class, en
donde separa la teoría de la explotación de la teoría del valor/trabajo) y las tesis de Wright y Brener.

Frente a la tesis de Ronald Aronson, en el sentido de que el marxismo ha muerto, la hipótesis de Callinicos es que “el marxismo no ha sido técnicamente refutado pero ha sufrido severos golpes políticos”. En otras
palabras, el marxismo sigue siendo viable pero no niega que existan anomalías, silencios y otras limitaciones que requieren más análisis y propuestas.

Al final de su interesante ensayo, en donde da a conocer autores que no se han
traducido al español, como Chris Harman, dice que el problema central es cubrir el vacío existente entre teoría y praxis, y ofrece tres opciones: primera, la de validar la interpretación de Marx a través de una teoría de la modernidad, como hace Jacques Bidet, quien efectúa un deslinde crítico con Habermas y Rawls.

Por cierto, en México acaba de morir prematuramente Bolívar
Echeverría, quien trabajó también en una teoría de la modernidad y sobre la hipótesis de una modernidad barroca que sería propia de Latinoamérica; segundo, la posición posmoderna de un Fredric Jameson que implica su reconstrucción en vista de que estamos en una nueva época. (Como nota
al calce, creo que Callinicos, en su pregunta ¿hacia dónde va el marxismo anglo-sajón?, se quedó corto en el análisis del marxismo norteamericano)

Y tercero, el registro de que entramos en una nueva etapa de luchas suscitadas por el capitalismo en su fase neoliberal, lo que permitirá al marxismo convertirse de nuevo en fuerza material. Esta última tesis es la del filósofo griego radicado en Inglaterra.

Por su lado, André Tosel, profesor emérito de la Universidad de Niza, hace un
balance muy amplio e incisivo del desarrollo del marxismo en Italia y Francia. Con respecto al marxismo italiano, que fue conocido por su riqueza teórica que convoca a figuras como Della Volpe, Luporini, el primer Colletti, Mario Dal Pra, Ludovico Geymonat, Umberto Cerroni, Giusseppe Vacca, etcétera, se nos ofrece la hipótesis de la incapacidad del pcipara sortear dos crisis: la que provino de la transformación del capitalismo globalizado y la del derrumbe
del llamado socialismo real aunque, en este último caso, conocemos la posición crítica frente a dicha experiencia que tuvo sus raíces en Gramsci y Togliatti.

A juicio de Tosel, el comunismo italiano no fue capaz de responder a problemas como: las funciones que tendría el estado socialista para preservar las libertades civiles; qué pasaría con las instituciones de libertad después de la conquista del poder y cuál sería una alternativa a la democracia representativa. Cuestiones planteadas por Bobbio en su momento, a fines de los setenta.

Tosel dice: “por lo general, el marxismo italiano cometió, en términos generales, un suicidio, a través de una precipitada metamorfosis social-liberal, terminando por aceptar e liberalismo de las teorías de la justicia de John Rawls” (p.59). Sería interesante contrastar esta hipótesis con parte de lo ocurrido en España.

A pesar de lo anterior, el marxismo italiano ha tenido a otros autores como Costanzo Preve (La filosofía imperffeta- Una proposta di riconstruzioni del marxismo contemporáneo1984) y Domenico Losurdo, un excelente historiador de la filosofía que publicó, en 2006, una Controhistoria del liberalismo, aparte de una biografía intelectual de Nietzsche, entre otros.

Nuevamente encontramos aquí que el marxismo tiene dos registros, uno es el teórico, en donde encontramos mil marxismos (Wallerstein), y otro es el práctico político, como en Italia y en Francia. También en el último país se observa una pérdida de la identidad del Partido Comunista Francés frente a la socialdemocracia. Las dos preguntas que plantea Tosel son: ¿qué clase de
democracia es posible o deseable después de la autodisolución de la democracia representativa capitalista?, y ¿qué clase de revolución puede haber después del fracaso del comunismo soviético y el fin de cierto tipo de violencia? A ello responde el propio Tosel a través de su libro Democratie et liberalisme, 1995.

En el caso de Francia se registran, en los últimos tiempos, importantes iniciativas, como la desarrollada por Jacques Bidet en su último libro,
Théorie General(1999), insuficientemente discutida y que arranca con una nueva lectura de El Capital de Marx; las polémicas reflexiones de Balibar
en sus libros, como el dedicado a la filosofía en Marx o Race, Class, Nature
de 1988 que abandona la tesis del marxismo como concepción del mundo o de un partido; y la poco conocida tesis de Jean Robelin, Marxisme et socialisation (1989), entre otras.

Como hemos dicho, no es posible analizar todos y cada una de los ensayos que conforman esta rica antología. Pienso que el libro es de lectura y discusión obligadas para los que se interesan en la situación del marxismo actual y sus posibilidades futuras, en forma seria. Los demás podrán seguir pensando que el único mundo posible es el neoliberalismo o, peor aún, el neoconservadurismo.

(*) Critical companion to Contemporary Marxism.
Edited by Jacques Bidet and Stathis Kouvelakis. First published in 2005, Brill Academic Publishers; Paperback 2009, Chicago, Ill. Haymarket books.
(**) Profesor-investigador de la uam-i y director de la revista Dialéctica.

La nueva geopolítica del petróleo

La nueva geopolítica del petróleo

Ignacio Ramonet

¿En qué contexto general se está dibujando la nueva geopolítica del petróleo? El país hegemónico, Estados Unidos, considera a China como la única potencia contemporánea capaz, a medio plazo (en la segunda mitad del siglo XXI), de rivalizar con él y de amenazar su hegemonía solitaria a nivel mundial. Por ello, Washington instauró secretamente, desde principio de los años 2000, una “desconfianza estratégica” con respecto a Pekín.

El presidente Barack Obama decidió reorientar la política exterior norteamericana considerando como criterio principal este parámetro. Estados Unidos no quiere encontrarse de nuevo en la humillante situación de la Guerra Fría (1948-1989), cuando tuvo que compartir su hegemonía mundial con otra “superpotencia”, la Unión Soviética. Los consejeros de Obama formulan esta teoría de la siguiente manera: “Un sólo planeta, una sola superpotencia”.

En consecuencia, Washington no deja de incrementar sus fuerzas y sus bases militares en Asia Oriental para intentar “contener” a China. Pekín constata ya el bloqueo de su capacidad de expansión marítima por los múltiples “conflictos de los islotes” con Corea del Sur, Taiwán, Japón, Vietnam, Filipinas… Y por la poderosa presencia de la VIIª flota de Estados Unidos. Paralelamente, la diplomacia norteamericana refuerza sus relaciones con todos los Estados que poseen fronteras terrestres con China (exceptuando a Rusia). Lo que explica el reciente y espectacular acercamiento de Washington con Vietnam y con Birmania.

Esta política prioritaria de atención hacia el Extremo Oriente y de contención de China sólo es posible si Estados Unidos logra poder alejarse de Oriente Próximo. En este escenario estratégico, Washington interviene tradicionalmente en tres ámbitos. En primer lugar, en el ámbito militar: Washington se encuentra inmerso en varios conflictos, especialmente en Afganistán contra los talibanes y en Irak-Siria contra la Organización del Estado Islámico. En segundo lugar, en el ámbito de la diplomacia, en particular con la República Islámica de Irán, con el objetivo de limitar su expansión ideológica e impedir el acceso de Teherán a la fuerza nuclear. Y, en tercer lugar, en el ámbito de la solidaridad, especialmente con respecto a Israel, para quien Estados Unidos sigue siendo una especie de “protector en última instancia”.

Esta “sobreimplicación” directa de Washington en la región (particularmente después de la Guerra del Golfo en 1991) ha mostrado los “límites de la potencia norteamericana”, que no ha podido ganar realmente ninguno de los conflictos en los cuales se ha implicado fuertemente (Irak, Afganistán). Conflictos que han tenido, para las arcas de Washington, un coste astronómico con consecuencias desastrosas incluso para el sistema financiero internacional.

Actualmente, Washington tiene claro que Estados Unidos no puede realizar simultáneamente dos grandes guerras de alcance mundial. Por lo tanto, la alternativa es la siguiente: o Estados Unidos continúa implicándose en el “pantanal” de Oriente Próximo en conflictos típicos del siglo XIX; o se concentra en la urgente contención de China, cuyo fulgurante impulso podría anunciar a medio plazo la decadencia de Estados Unidos.

La decisión de Barack Obama es obvia: debe hacer frente al segundo reto, pues éste será decisivo para el futuro de Estados Unidos en el siglo XXI. En consecuencia, este país debe retirarse progresivamente –pero imperativamente– de Oriente Próximo.

Aquí se plantea una pregunta: ¿por qué Estados Unidos se ha implicado tanto en Oriente Próximo, hasta el punto de descuidar al resto del mundo, desde el fin de la Guerra Fría? Para esta pregunta, la repuesta puede limitarse a una palabra: petróleo.

Desde que Estados Unidos dejó de ser autosuficiente en lo que al petróleo se refiere, a finales de los años 1940, el control de las principales zonas de producción de hidrocarburos se convirtió en una “obsesión estratégica” norteamericana. Lo cual explica parcialmente la “diplomacia de los golpes de Estado” de Washington, especialmente en Oriente Medio y en América Latina.

En Oriente Próximo, en los años 1950, a medida que el viejo Imperio Británico se retiraba y quedaba reducido a su archipiélago inicial, el Imperio estadounidense lo reemplazaba mientras colocaba a la cabeza de los países de esas regiones a sus “hombres”, sobre todo en Arabia Saudí y en Irán, principales productores de petróleo del mundo, junto con Venezuela, ya bajo control estadounidense en la época.
Hasta hace poco, la dependencia de Washington respecto al petróleo y al gas de Oriente Próximo le impidió considerar la posibilidad de retirarse de la región. ¿Qué ha cambiado entonces para que Estados Unidos piense ahora en retirarse de Oriente Próximo? El petróleo y el gas de esquisto, cuya producción por el método llamado “fracking” aumentó significativamente a comienzos de los años 2000. Eso modificó todos los parámetros. La explotación de ese tipo de hidrocarburos (cuyo coste es más elevado que el del petróleo “tradicional”) fue favorecida por el importante aumento del precio de los hidrocarburos que, en promedio, superaron los 100 dólares por barril entre 2010 y 2013.

Actualmente, Estados Unidos ha recuperado la autosuficiencia energética e incluso está convirtiéndose otra vez en un importante exportador de hidrocarburos. Por lo tanto, ya puede por fin considerar la posibilidad de retirarse de Oriente Próximo, con la condición de cauterizar rápidamente varias heridas que, en algunos casos, datan de más de un siglo.

Por esa razón, Obama retiró casi la totalidad de las tropas norteamericanas de Irak y de Afganistán. Estados Unidos participó muy discretamente en los bombardeos de Libia y se negó a intervenir contra las autoridades de Damasco, en Siria. Por otra parte, Washington busca a marchas forzadas un acuerdo con Teherán sobre el tema nuclear y presiona a Israel para que su gobierno progrese urgentemente hacia un acuerdo con los palestinos. En todos estos temas se percibe el deseo de Washington de cerrar los frentes en Oriente Próximo para pasar a otra cuestión (China) y olvidar así las pesadillas de Oriente Próximo.

Todo esto se desarrollaba perfectamente mientras los precios del petróleo seguían altos, cerca de 100 dólares el barril. El precio de explotación del barril de petróleo de esquisto es de aproximadamente 60 dólares, lo que deja a los productores un margen considerable (entre 30 y 40 dólares el barril).

Aquí es donde Arabia Saudí ha decidido intervenir. Riad se opone a que Estados Unidos se retire de Oriente Próximo. Sobre todo si Washington establece antes un acuerdo sobre el tema nuclear con Teherán, lo que los saudíes consideran demasiado favorable a Irán. Además, según la monarquía wahabita, expondría a los saudíes, y a los suníes en general, a convertirse en víctimas de lo que llaman “el expansionismo chií”. Hay que tener presente que los principales yacimientos de hidrocarburos saudíes se encuentran en zonas de población chií.

Considerando que dispone de las segundas reservas mundiales de petróleo, Arabia Saudí decidió usar el petróleo para sabotear la estrategia norteamericana. Oponiéndose a las consignas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Riad decidió, contra toda lógica comercial aparente, aumentar considerablemente su producción y hacer de ese modo bajar los precios del petróleo, inundando el mercado de petróleo barato. La estrategia dio rápidamente resultados. En poco tiempo, los precios del petróleo bajaron un 50%. El precio del barril descendió a 40 dólares (antes de subir ligeramente hasta aproximadamente 55-60 dólares actualmente).

Esta política asestó un duro golpe al “fracking”. La mayoría de los grandes productores estadounidenses de gas de esquisto están actualmente en crisis, endeudados y corren el riesgo de quebrar (lo que implica una amenaza para el sistema bancario norteamericano que, generosamente, había ofrecido abundantes créditos a los neopetroleros). A 40 dólares el barril, el esquisto ya no resulta rentable. Ni las excavaciones profundas “off shore”. Numerosas compañías petroleras importantes ya han anunciado que cesan sus explotaciones en alta mar porque no son rentables, provocando la pérdida de decenas de miles de empleos.

Una vez más, el petróleo es menos abundante. Y los precios suben ligeramente. Pero las reservas de Arabia Saudí son suficientemente importantes para que Riad regule el flujo y ajuste su producción de manera que permita un ligero aumento del precio (hasta 60 dólares aproximadamente) pero sin que se lleguen a superar los límites que permitirían reanudar la producción mediante el “fracking” y en los yacimientos marítimos a gran profundidad. De este modo, Riad se ha convertido en el árbitro absoluto en materia de precio del petróleo (parámetro decisivo para las economías de decenas de países entre los cuales figuran Argelia, Venezuela, Nigeria, México, Indonesia, etc.).

Estas nuevas circunstancias obligan a Barack Obama a reconsiderar sus planes. La crisis del “fracking” podría representar el fin de la autosuficiencia de energía fósil en Estados Unidos. Y, por lo tanto, la vuelta a la dependencia de Oriente Próximo (y también de Venezuela, por ejemplo). Por ahora, Riad parece haber ganado su apuesta. ¿Hasta cuándo?

Los juegos del intercambio

2. LOS JUEGOS DEL INTERCAMBIO
En mi anterior conferencia señalé el lugar característico que ocupa, del siglo XV al XVIII, un enorme sector de autoconsumo que permanece en lo esencial completamente al margen de la economía de intercambio. Europa, incluso la más desarrollada, aparece sembrada, hasta el siglo xviii e incluso más adelante, de zonas que participan poco en la vida general y que, en su aislamiento, se obstinan en llevar su propia existencia, casi por completo encerrada en sí misma.
Quisiera abordar hoy lo que concierne propiamente al intercambio y que designaremos a la vez como economía de mercado y como capitalismo. Este doble apelativo indica que pensamos diferenciar estos dos sectores que, desde nuestro punto de vista, no se confunden. Repitamos, no obstante, que estos dos grupos de actividad economía de mercado y capitalismo minoritarios hasta el siglo XVIII y que la mayoría de las acciones de los hombres permanece encerrada, sumergida, en el inmenso campo de la vida material. Si bien la economía de mercado se encuentra en plena expansión, cubre ya vastísimas superficies y cosecha éxitos espectaculares, adolece aún, con bastante frecuencia, de falta de densidad.
En cuanto a aquellas realizaciones del Antiguo Régimen que llamo con razón o sin ella capitalismo, son índice de un nivel brillante y sofisticado, aunque limitado, que no afecta al conjunto de la vida económica y no crea la excepción confirma la regla ningún “modo de producción” propio y tendente, por sí mismo, a generalizarse. Dista mucho, incluso, ese capitalismo al que denominamos mercantil de dominar y dirigir en su totalidad a la economía de mercado, aunque ésta sea su condición previa indispensable. Y sin embargo, el papel nacional, internacional y mundial que desempeña el capitalismo resulta ya evidente.
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La economía de mercado, de la que hablé en el primer capítulo, se nos presenta sin excesiva ambigüedad. Los historiadores le han otorgado, en verdad, un lugar de favor. Todas las ensalzan. En comparación, la producción y el consumo son aún continentes mal investigados por una búsqueda cuantitativa que todavía se encuentra en sus comienzos. No se entiende este universo con facilidad. La economía de mercado, por el contrario, no deja de suscitar opiniones en torno a ella. Llena por sí sola páginas y páginas de documentos de archivos, archivos urbanos, archivos privados de familias de comerciantes, documentos jurídicos y policiales, deliberaciones de las cámaras de comercio, registros de notarios… Entonces, ¿cómo no reparar en ella e interesarse por ella? Está siempre presente.
El peligro reside, evidentemente, en que sólo nos fijemos en ella, en que la describamos con un lujo de detalles tal que pueda llegar a sugerir una presencia invasora, insistente, cuando en realidad sólo es un fragmento de un vasto conjunto, por su propia naturaleza, que la reduce a un papel de lazo entre la producción y el consumo; y de hecho, antes del siglo xix es una simple capa más o menos gruesa y resistente, en ocasiones muy fina, situada entre el océano de la vida cotidiana que subyace y los procedimientos del capitalismo que, una vez de cada dos, la dirigen desde arriba.
Pocos historiadores son claramente conscientes de esta limitación que, al restringirla, define la economía de mercado y señala su verdadero papel. Witold Kula es de los pocos que no se dejan llevar demasiado por el movimiento de los precios del mercado, sus altibajos, sus crisis, sus lejanas correlaciones y sus tendencias al unísono es decir, todo aquello que torna palpable el aumento regular del volumen de los intercambios. Para recoger una de sus imágenes, es importante mirar siempre al fondo del pozo, hasta llegar a la masa profunda del agua o de la vida material a la que afectan los precios del mercado, pero no calan en ella ni consiguen arrastrarla siempre. Por lo tanto, toda historia económica que no sea a doble registro a saber, la salida del pozo y el pozo en su profundidad corre el peligro de quedar terriblemente incompleta.
Una vez señalado esto, resulta evidente que entre los siglos XV y xvi, la zona ocupada por esta vida rápida que es la economía de mercado no ha cesado de expandirse. La variación en cadena de los precios de mercado es, a través del espacio, la señal que lo anuncia y lo demuestra. Estos precios varían en el mundo entero: en Europa, según demuestran numerosas informaciones, en Japón y en China, en la India, y a lo largo de los países del Islam (también en el Imperio turco), así como en América, en donde los metales preciosos juegan un papel precoz es decir, en Nueva España, en Brasil, en Perú. Y todos estos precios se corresponden mejor o peor, se suceden con diferencias más o menos acusadas, apenas sensibles a través de toda Europa, donde las economías aparecen íntimamente conectadas unas con otras, pero, en cambio, con un retraso de al menos veinte años con respecto a Europa en la India de fines del siglo xvi y principios del XVII.
Resumiendo, cierta economía relaciona entre sí, mejor o peor, los distintos mercados del mundo, una economía que no arrastra tras ella más que algunas mercancías excepcionales, pero también los metales preciosos, viajeros privilegiados que están dando la vuelta al mundo. Las piezas de a ocho españolas, acuñadas con la plata de América, cruzan el Mediterráneo, atraviesan el Imperio turco y Persia, y llegan a la India y China. A partir de 1572, por el enlace de Manila, la plata americana cruza también el Pacífico y, al final del viaje, llega de nuevo a China por esta nueva vía.
Estas conexiones, estas cadenas, tráficos y transportes esenciales, ¿cómo no iban a llamar la atención de los historiadores? Estos espectáculos les fascinan, como ya fascinaron a sus contemporáneos. Incluso los primeros economistas, ¿qué estudiaban en realidad si no es la oferta y la demanda en el ámbito del mercado? La política económica de las altivas ciudades, ¿qué era sino la vigilancia de sus mercados, de sus suministros y de sus precios? Y cuando una política económica se esboza en la actuación del Príncipe, ¿no es acaso a propósito del mercado nacional, de la bandera nacional que hay que defender, de la industria nacional ligada al mercado interior y exterior y a la que interesa promover? En esta zona estrecha y sensible del mercado es donde resulta posible y lógico actuar. En ella repercuten las medidas tomadas, como demuestra la práctica diaria. Tanto es así que se ha llegado a creer, con razón o sin ella, que los intercambios juegan por sí solos un papel decisivo, equilibrante, que allanan los desniveles mediante la competencia, ajustan la oferta y la demanda, y que el mercado es un dios escondido y benévolo, la “mano invisible” de Adam Smith, el mercado autorregulador del siglo XIX y la piedra angular de la economía, si nos atenemos al laissez faire, laissez passer.
Hay en esto una parte de verdad y otra de mala fe, pero también de ilusión. ¿Podemos acaso olvidar cuántas veces el mercado fue invertido y falseado, arbitrariamente fijados sus precios por los monopolios de hecho y de derecho? Y sobre todo, si admitimos las virtudes competidoras del mercado (“el primer ordenador puesto al servicio de los hombres”), es importante señalar al menos que el mercado no es sino un nexo imperfecto entre producción y consumo, aunque sólo fuese en la medida en que sigue siendo parcial.
Subrayemos esta última palabra: parcial. Creo de hecho en las virtudes y en la importancia de una economía de mercado, pero no en su reinado exclusivo. Esto no impide que, hasta una época relativamente cercana, los economistas razonasen únicamente a partir de sus esquemas y de sus lecciones. Para Turgot, la circulación se identifica realmente con el conjunto de la vida económica. Del mismo modo y mucho después, David Ricardo no ve más que el río, estrecho pero vivo, de la economía de mercado. Y si bien los economistas, desde hace más de cincuenta años e instruidos por la experiencia, ya no defienden las virtudes automáticas del laissez faire, el mito sigue aún presente en el ámbito de la opinión pública y de las discusiones políticas actuales.
2
Finalmente, si he introducido el término capitalismo en el debate, a propósito de una época en la que no siempre se le reconoce carta de naturaleza, ha sido sobre todo porque necesitaba otra palabra que no fuera economía de mercado para designar aquellas actividades que se nos revelan como diferentes. Mi intención no era ciertamente la de “introducir el lobo en la majada” Sabía muy bien ¡los historiadores han insistido tantas veces al respecto! que este término conflictivo es ambiguo, terriblemente cargado de actualidad y, virtualmente, de anacronismo. Si, con gran imprudencia, le he abierto la puerta, ha sido por múltiples razones.
En primer lugar, entre los siglos XV y XVIII, hay ciertos procesos que exigen un apelativo especial. Cuando los observamos de cerca, resulta casi absurdo incluirlos, sin más, dentro de la economía de mercado ordinaria. El término que nos viene entonces espontáneamente a la cabeza es el de capitalismo. Si lo expulsamos, molestos, por la puerta, vuelve a entrar casi inmediatamente por la ventana. ,Porque no le encontramos un sustituto adecuado, y esto es sintomático. Como dice un economista americano, la mejor razón para emplear el término capitalismo, por muy desprestigiado que esté, es, a fin de cuentas, que no hemos encontrado ningún otro que le sustituya. Es indudable que presenta el inconveniente de arrastrar tras de sí innumerables querellas y discusiones; pero estas querellas, las buenas, las menos buenas y las ociosas, son, en verdad, imposibles de evitar; no se puede actuar y discutir como si no existieran. Otro inconveniente peor es que el término aparece cargado de aquellas connotaciones que le presta la vida actual.
Porque el término capitalismo en su acepción más amplia, data de principios del siglo xx. Observo por mi parte, de una forma un poco arbitraria, que su verdadero lanzamiento se produce con la edición, en 1902, del famoso libro de Werner Sombart, Der moderne Kapitalismus. Este término fue prácticamente ignorado por Marx. Henos aquí entonces directamente amenazados por el mayor de los pecados, el de anacronismo. No existe el capitalismo antes de la Revolución Industrial, gritaba un joven historiador: “¡El capital sí, pero el capitalismo no!”.
No obstante, nunca se produce entre el pasado, incluso lejano, y el presente ruptura total, discontinuidad absoluta o si se prefiere, nocontaminación. Las experiencias del pasado no dejan de prolongarse en la vida actual, no dejan de incrementarla. Así pues, mucho, historiadores y no de los menores se dan cuenta actualmente de que la Revolución industrial se anuncia mucho antes del siglo XVIII. Quizás la mejor razón para persuadirse de ello sea el ejemplo que dan ciertos países subdesarrollados de hoy en día que intentan realizar su revolución industrial y, aun teniendo, según dicen, el modelo de éxito ante sus ojos, fracasan en el intento.
Resumiendo, esta dialéctica interminable puesta en tela de juicio pasado, presente; presente, pasado corre el riesgo de ser simplemente el corazón, la razón de ser de la historia misma.
No podremos doblegar ni definir el término capitalismo, para ponerlo al servicio exclusivo de la explicación histórica, a no ser encuadrándolo seriamente entre las dos palabras que subyacen y le prestan su sentido: capital y capitalista El capital, como realidad tangible y masa de medios fácilmente identificables, y en constante actividad; el capitalista, como persona que preside o intenta presidir la inserción del capital en el proceso incesante de producción al cual se ven obligadas todas las sociedades; el capitalismo constituye, grosso modo (y sólo grosso modo), la forma en que es llevado normalmente con fines poco altruistas este constante juego de inserción.
La palabra clave es la de capital. Esta última, en los ensayos de los economistas, ha tomado el sentido reforzado de bien capital; no sólo designa las acumulaciones de dinero, sino también los resultados utilizables y utilizados de todo trabajo previamente ejecutado: una casa es un capital, al igual que el trigo almacenado en una granja; un navío o una carretera también constituyen capitales. Pero un bien capital sólo merece ese nombre si participa en el renovado proceso de la producción: el dinero de un tesoro que permanece inactivo ya no constituye un capital, al igual que un bosque no explotado, etc. Una vez sentado esto, ¿existe acaso alguna sociedad conocida que no haya acumulado o acumule bienes capitales, que no los utilice con regularidad en su trabajo y que, por medio del trabajo, no los reconstituya y haga fructificar? El más modesto de los pueblos de Occidente, en el siglo XV, posee sus caminos, sus campos desempedrados, sus tierras cultivadas, sus bosques organizados, sus setos vivos, sus huertas, sus ruedas de molino, sus reservas de grano…
Ciertos cálculos realizados con respecto a las economías del Antiguo Régimen arrojan una relación de uno a tres 0 a cuatro entre el producto bruto de un año de trabajo y la masa de los bienes capitales (lo que en francés llamamos le patrimoine), la misma, en suma, que la aceptada por Keynes para la economía de las sociedades actuales. Cada sociedad llevaría, pues, tras sí el equivalente a tres o cuatro años de trabajo acumulado, en reserva, que utilizaría para sacar adelante su producción, y el patrimonio sólo se moviliza parcialmente con tal fin, nunca en un 100%, desde luego.
Pero dejemos estos problemas. Los conocen ustedes tan bien como yo. No les debo, en realidad, más que una sola explicación: ¿cómo puedo distinguir aceptablemente el capitalismo de la economía de mercado, y viceversa?
Supongo, desde luego, que no esperarán ustedes de mí que lleve a cabo una distinción perentoria del tipo de “el agua debajo y el aceite encima”. La realidad económica no trata nunca de cuerpos simples. Pero aceptarán sin demasiada dificultad que pueda haber al menos dos tipos de economía llamada de mercado (A y B), discernibles sí les prestamos un poco de atención, aunque sólo sea por las relaciones humanas, económicas y sociales que instauran.
En la primera categoría (A), incluiría de buen grado los intercambios cotidianos del mercado, los tráficos locales o a corta distancia, como el trigo y la madera que se encaminan hacia la ciudad cercana; e incluso los que tienen lugar en un radio más amplio, siempre que sean regulares, previsibles, rutinarios y abiertos, tanto a los pequeños, como a los grandes comerciantes: como por ejemplo los envíos de grano del Báltico desde Dantzig hasta Ámsterdam en el siglo XVII, o el tráfico del aceite y del vino del sur hacia el norte de Europa, y estoy pensando en aquellas “flotillas” de carros alemanes que venían a buscar, cada año, el vino blanco de Istria.
El mercado de un pueblo podría constituir un buen ejemplo de estos intercambios carentes de sorpresas, “transparentes”, cuyos pormenores conoce todo el mundo de antemano y cuyos beneficios siempre moderados podemos calcular aproximadamente. Este reúne ante todo a productores campesinos, campesinas, artesanos y a clientes, unos del mismo pueblo y otros de los pueblos cercanos. En todo lo demás hay, de vez en cuando, dos o tres comerciantes; es decir, entre el cliente y el productor aparece el intermediario, el tercer hombre. Y este comerciante puede, en ciertas ocasiones, alterar el mercado, dominarlo e influir en los precios por medio de manejos de almacenamiento; incluso un pequeño revendedor puede, en contra de los reglamentos, salir al encuentro de los campesinos a la entrada del pueblo, comprarles a precio reducido sus géneros y ofrecerlos seguidamente él mismo a los compradores: es un fraude de tipo elemental, que está presente en todos los pueblos y más aún en todas las ciudades y que es capaz, cuando se extiende, de hacer subir los precios.
Así pues, incluso en el pueblo ideal que nos estamos imaginando, con su comercio reglamentado, leal y transparente donde los hombres trabajan “el ojo en el ojo, la mano con la mano”, como dicen los alemanes, el intercambio perteneciente a la categoría B, que huye de la transparencia y del control, no se halla por completo ausente. Asimismo, el comercio regular que anima a los grandes “convoys” de trigo del Báltico es un comercio transparente: las curvas de precios a la salida de Dantzig y a la llegada a Ámsterdam son sincrónicas, y el margen de beneficios es a la vez seguro y moderado. Pero si se produce una carestía en el Mediterráneo, hacia 1590, por ejemplo, veremos a los mercaderes internacionales, representantes de importantes clientes, desviar de su ruta habitual a barcos enteros, cuyo cargamento, transportado a Liorna o a Génova, triplica o cuadruplica entonces sus precios. También en este caso, la economía A puede cederle el paso a la economía B.
En cuanto nos elevamos en la jerarquía de los intercambios, es el segundo tipo de economía el que predomina y dibuja ante nuestros ojos una “esfera de circulación” evidentemente distinta. Los historiadores ingleses han señalado la creciente importancia, a partir del siglo xv y junto al mercado público tradicional, el public market de lo que ellos llaman private market, o sea, el mercado privado; yo lo llamaría más bien, para acentuar la diferencia, el contramercado. ¿Acaso no trata éste, en efecto, de desembarazarse de las reglas del mercado tradicional, en exceso paralizadoras a veces?
Algunos comerciantes itinerantes, recolectores de mercancías, van a buscar a los productores en sus propias casas. Compran directamente al campesino la lana, el cáñamo, los animales vivos, los cueros, la avena o el trigo, las aves de corral, etc. 0 incluso les compran estos productos por adelantado: la lana antes de que esquilen a las ovejas, el trigo cuando está apuntando. Un simple papel firmado en la posada del pueblo o en la misma granja cierra el trato. Después, encauzarán sus compras, por medio de carros, bestias de carga o barcos, hacia las grandes ciudades o hacia los puertos exportadores.
Ejemplos como éstos se encuentran en el mundo entero, tanto en París como en Londres; en Segovia para las lanas, en trno a Nápoles para el trigo, en Apulía para el aceite, en Insulindia para la pimienta… Cuando no acude a la misma explotación agrícola, el comerciante itinerante concierta sus citas junto al mercado, al margen de la plaza donde éste tiene lugar o bien, con mayor frecuencia, se reúne en una posada: las posadas son etapas de la circulación rodada, oficinas de transporte. Que este tipo de intercambios sustituye las condiciones normales del mercado colectivo por transacciones individuales cuyos términos varían arbitrariamente según sea la situación respectiva de los interesados, lo demuestran sin ambigüedad los numerosos procesos que origina en Inglaterra la interpretación de los pequeños papeles firmados por los vendedores.
Es evidente que se trata de intercambios desiguales en los que la competencia ley esencial de la llamada economía de mercado no desempeña apenas ningún papel, y en los que el mercader cuenta con dos ventajas: ha roto las relaciones entre el productor y el destinatario final de la mercancía (él es el único que conoce las condiciones del mercado a ambos extremos de la cadena, y, por lo tanto, el beneficio contable) y dispone de dinero en efectivo, lo que constituye su argumento principal. De ahí que se tiendan largas cadenas mercantiles entre la producción y el consumo, y es sin duda su eficacia lo que las hizo imponerse, especialmente en lo que se refiere al abastecimiento de las ciudades, y lo que incitó a las autoridades a hacer la vista gorda o, por lo menos, a relajar sus controles.
Ahora bien, cuanto más se alargan dichas cadenas, más escapan a las reglas y controles habituales y más claramente emerge el proceso capitalista. Y lo hace de forma brillante en el comercio, a larga distancia, el Fernhandel, en el que los historiadores alemanes no son los únicos en ver el superlativo de la vida de intercambio. El Fernhandel es, por excelencia, un campo en el que se maniobra libremente, opera a unas distancias que le ponen a resguardo de los controles ordinarios, o que le permiten sortearlos; actuará, según los casos, desde las costas de Coromandel o las riberas de Bengala hasta Ámsterdam; desde Ámsterdam hasta cualquier almacén de reventas de Persia, de la China o del Japón.
En esta extensa zona de operaciones, cuenta con la posibilidad de escoger, y escogerá aquello que le proporcione los máximos beneficios: ¿el comercio en las Antillas ya sólo produce beneficios modestos? Da lo mismo, ya que, en ese mismo instante, el comercio de la India y de la China garantiza la obtención de beneficios dobles. Basta, pues, con cambiar de punto de mira.

De estos grandes beneficios se derivan considerables acumulaciones de capital, tanto más cuanto que el comercio a larga distancia sólo se reparte entre unas pocas manos. No entra cualquiera en él. El comercio local, por el contrario, se esparce entre multitud de participantes. En el siglo xvi, por ejemplo, el comercio interior de Portugal, visto en su totalidad y con todo su supuesto valor monetario, es, con mucho, superior al comercio de pimienta, especias y drogas. Pero este comercio interior se encuentra a menudo bajo el signo del trueque, del valor de uso. El comercio de especias, en cambio, se sitúa directamente dentro del ámbito de la economía monetaria. Y son sólo los grandes negociantes los que lo practican y concentran en sus manos sus anormales beneficios. El mismo razonamiento valdría para la Inglaterra de tiempos de Defoe.

No es una casualidad que, en todos los países del mundo, un grupo de grandes negociantes se destaque claramente por encima de la masa de mercaderes, y que este grupo sea más limitado, por un lado, y aparezca siempre ligado, por otro, al comercio a larga distancia, entre otras actividades. Este fenómeno es visible en Alemania desde el siglo XIV, en París desde el XIII, en las ciudades italianas desde el XII, e incluso antes.

El tayir, en el Islam y antes ya de la aparición de los primeros negociantes occidentales, es un exportador-importador que, desde su casa (estamos ya ante el comercio fijo), dirige a agentes y comisionistas. No tiene nada en común con el hawanli, el tendero del zoco. En Agra, que, hacia 1640, es aún una enorme ciudad de la India, un viajero anota que con el nombre de “ sogador” se designa a “aquel al que llamaríamos en España un mercader, pero hay algunos que se adornan con el nombre particular de katari, el título más eminente para aquellos que profesan en estos países el arte mercantil y que significa comerciante riquísimo y de gran crédito”.
En Occidente, el vocabulario señala unas diferencias análogas. El négociant es el katarí francés, y esta palabra aparece en el siglo xvii. En Italia, hay una enorme distancia entre el mercante a taglio y el negoziante; lo mismo en Inglaterra entre el tradesman y el merchant que, en los puertos ingleses, se ocupa ante todo de la exportación y del comercio a larga distancia; y en Alemania, entre los Krämer, por un lado, y el Kaufmann o el Kaufherr, por otro.
¿Hace falta señalar que estos capitalistas, tanto en el Islam como en la cristiandad, son los amigos del príncipe, aliados o explotadores del Estado? Muy pronto, desde el principio, traspasarán los límites nacionales y se entenderán con los mercaderes de otras plazas extranjeras. Poseen mil medios para falsear el juego a su favor, mediante la manipulación del crédito y el fructuoso juego de las buenas monedas contra las falsas: las buenas monedas de oro y plata se destinan a las grandes transacciones, al Capital; y las de cobre a los pequeños salarios y a los pagos cotidianos, al Trabajo, en consecuencia. Cuentan con la superioridad de la información de la inteligencia y de la cultura.
Y se apoderan a su alrededor de lo que es bueno aprehender: la tierra, los edificios, las rentas… ¿Quién pondría en duda que tienen a su disposición los monopolios, o simplemente el poder suficiente para anular en un noventa por ciento de los casos a la competencia? Al escribir a uno de sus agentes de Burdeos, un mercader holandés le recomendaba que mantuviera secretos sus proyectos; si no, añadía, “le ocurriría a este negocio lo que a tantos otros en los que, en el momento en que surge la competencia, ¡ya se acabaron los beneficios! “ Finalmente, y gracias a la masa de los capitales, pueden los capitalistas preservar sus privilegios y reservarse los grandes negocios internacionales de su tiempo. De una parte, porque en esta época de lentísimos transportes, el gran comercio impone largos plazos a la circulación de capitales: son necesarios meses, y a veces años, para que retornen las sumas invertidas, engrosadas por sus beneficios.
De otra parte, porque generalmente el gran mercader no utiliza sólo capitales: recurre al crédito, al dinero de los demás. Por último, los capitales se desplazan. Desde finales del siglo XIV, los archivos de Francesco di Marco Datini, mercader de Prato, cerca de Florencia, nos señalan las idas y venidas de las letras de cambio entre las ciudades italianas y los puntos álgidos del capitalismo europeo: Barcelona, Montpellier, Avignon, París, Londres, Brujas… Pero se trata aquí de juegos tan ajenos al común de los mortales, como son las actuales deliberaciones ultrasecretas del Banco de Pagos Internacionales, en Basilea.
Así pues, el mundo de la mercancía o del intercambio se encuentra estrictamente jerarquizado, desde los más humildes oficios mozos de cuerda, descargadores, buhoneros, carreteros, marineros hasta los cajeros, tenderos, agentes de nombres diversos, usureros y, finalmente, hasta los negociantes. Lo que a primera vista resulta sorprendente es que la especialización, la división del trabajo, que no hace más que acentuarse rápidamente al compás de los progresos de la economía de mercado, afecta a toda esta sociedad mercantil salvo a su cima, la de los negociantes capitalistas.
Así este proceso de parcelación de funciones, esta modernización, se manifestó ante todo y solamente en la base: los oficios, los tenderos, incluso los buhoneros, se especializan. No ocurre lo mismo en lo alto de la pirámide, ya que, hasta el siglo XIX, el mercader de altos vuelos no se limita, por así decir, a una sola actividad: es comerciante, claro está, pero nunca de un solo ramo, sino que, según las ocasiones, es a la vez armador, asegurador, prestamista, prestatario, financiero, banquero e incluso empresario industrial o explotador agrícola. En Barcelona, en el siglo XVIII, el tendero detallista, el botiguer, está siempre especializado: vende telas, o paños, o especias. … Si algún día se enriquece lo suficiente como para convertirse en negociante, pasa automáticamente de la especialización a la no especialización. A partir de ese momento, cualquier buen negocio que se encuentre a su alcance pasará a ser de su competencia.
Esta anomalía ha sido a menudo señalada, pero la explicación que suele dársele no nos puede satisfacer: el mercader, nos dicen, divide sus actividades entre diversos sectores para limitar sus riesgos: perderá con la cochinilla, pero ganará con las especias; fracasará en una transacción comercial, pero ganará al jugar con los cambios o al prestarle dinero a un campesino para que pueda constituirse una renta… Para resumir, seguiría el consejo de un proverbio francés que recomienda “ne pas mettre tousses oeufs dans le même panier” [“no jugárselo todo a una sola carta”].
De hecho, yo pienso: o que el mercader no se especializa porque ninguno de los ramos que se encuentran a su alcance está lo suficientemente desarrollado como para absorber toda su actividad. Se cree con demasiada frecuencia que el capitalismo de antaño era menor, debido a la falta de capitales, que le fue preciso ir acumulando durante mucho tiempo para expandirse. Sin embargo, la correspondencia mercantil o las memorias de las cámaras de comercio nos muestran bastante a menudo el caso de capitales que buscan inútilmente una forma de inversión. Entonces, el capitalismo se sentirá tentado por la adquisición de tierras, por su valor refugio y su valor social, pero también a veces de tierras que pueden explotarse de forma moderna y ser fuente de beneficios sustanciosos, como sucede, por ejemplo, en Inglaterra, en Venecia y otros lugares.
0 bien se dejará seducir por las especulaciones inmobiliarias urbanas; o también por las incursiones, prudentes pero frecuentes, en el campo de la industria, así como por las especulaciones mineras (siglos XV y XVI). Pero resulta significativo que, salvo en casos excepcionales, no se interese por el sistema de producción y se contente, mediante el sistema de trabajo a domicilio o putting out, con controlar la producción artesanal para asegurarse mejor su comercialización. Frente al artesano y al sistema del putting out, las manufacturas no representarán, hasta el siglo XIX, más que una pequeña parte de la producción.
Que si el gran comerciante cambia tan a menudo de actividad, es porque los grandes beneficios cambian sin cesar de sector. El capitalismo es de naturaleza coyuntural. Incluso hoy en día, uno de sus grandes valores es su facilidad de adaptación y de reconversión. O Que una única especialización ha mostrado, en ocasiones, tendencia a manifestarse dentro de la vida mercantil: el comercio del dinero. Pero su éxito nunca ha sido de larga duración, como si el edificio económico no pudiese nutrir suficientemente esta punta culminante de la economía.
La banca florentina, algún tiempo floreciente, se derrumba con los Bardi y los Perucci en el siglo xiv; y más tarde con los Médicis, en el siglo XV. A partir de 1579, las ferias genovesas de Piacenza se convierten en el clearing de casi todos los pagos europeos, pero la extraordinaria aventura de los banqueros genoveses durará menos de medio siglo, hasta 1621. En el siglo XVII, Ámsterdam dominará a su vez en forma brillante los circuitos del crédito europeo, y la experiencia se saldará también esta vez con un fracaso en el siglo siguiente. El capitalismo financiero no triunfará hasta el siglo xix, más allá de los años 1830-1860, cuando la Banca lo acapare todo, industria y mercancía, y cuando la economía, en general, haya adquirido el suficiente vigor como para sostener definitivamente esta construcción.
Resumiendo, hay dos tipos de intercambio: uno, elemental y competitivo, ya que es transparente; el otro, superior, sofisticado y dominante. No son ni los mismos mecanismos ni los mismos agentes los que rigen a estos dos tipos de actividad, y no es en el primero, sino en el segundo, donde se sitúa la esfera del capitalismo. No niego que pueda haber un capitalismo rural y disfrazado, astuto y cruel. Lenin, según me dijo el profesor Dalin de Moscú, sostenía incluso que, en un país socialista, si se le devolvía la libertad a un mercado de pueblo, éste podría reconstruir el árbol entero del capitalismo.
No niego tampoco que pueda existir un microcapitalismo de los tenderos. Gerschenkron piensa que el verdadero capitalismo surgió de ahí. La relación de fuerzas que se halla en la base del capitalismo puede esbozarse y encontrarse en todos los estratos de la vida social. Pero en definitiva, es en lo alto de la sociedad donde se despliega el primer capitalismo, donde afirma su fuerza y se nos revela. Y es a la altura de los Bardi, de los Jacques Coeur, de los Jacob Fugger, de los John Law y de los Necker donde debemos ir a buscarlo y donde más probabilidades tenemos de descubrirlo.
Si de ordinario no se hace una distinción entre capitalismo y economía de mercado es porque ambos han progresado a la vez, desde la Edad Media hasta nuestros días, y porque se ha presentado a menudo al capitalismo como el motor y la plenitud del desarrollo económico. En realidad, todo se sostiene sobre los anchos hombros de la vida material: si ésta crece, todo va hacia adelante; la economía de mercado crece también a su costa y amplía sus relaciones. Ahora bien, el que se beneficia siempre de esta expansión es el capitalismo. No creo que Joseph Schumpeter tenga razón cuando hace del empresario el deus ex machina. Creo con firmeza que es el movimiento de conjunto el que resulta determinante, y que todo capitalismo está hecho a la medida, en primer lugar, de las economías que le son subyacentes.
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Como privilegio de una minoría, el capitalismo es impensable sin la complicidad activa de la sociedad. Constituye forzosamente una realidad de orden social, una realidad de orden político e incluso una realidad de civilización. Porque hace falta, en cierto modo, que la sociedad entera acepte, más o menos conscientemente, sus valores. Pero no siempre es éste el caso.
Toda sociedad densa se descompone en varios “conjuntos”: el económico, el político, el cultura] y el jerárquico social. El económico sólo podrá comprenderse en unión de los demás conjuntos”, disolviéndose en ellos, pero también abriendo sus puertas a los próximos a él. Hay acción e interacción. Esta forma particular y parcial de la economía que es el capitalismo no se explicará plenamente sino a la luz de estas proximidades e invasiones; acabará adquiriendo gracias a ella su auténtico rostro.
De ahí que el Estado moderno, que no ha creado el capitalismo pero sí lo ha heredado, tan pronto lo favorezca como lo desfavorezca; a veces lo deja expandirse y otras le corta sus competencias. El capitalismo sólo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es el Estado. En su primera gran fase, la de las ciudades Estado de Italia, en Venecia, en Génova y en Florencia, la élite del dinero es la que ejerce el poder. En Holanda, en el siglo xviii, la aristocracia de los Regentes gobierna siguiendo el interés e incluso las directrices de los hombres de negocios, negociantes o proveedores de fondos. En Inglaterra, con la revolución de 1688, se llega asimismo a un compromiso semejante al holandés. Francia mantiene un retraso de más de un siglo: sólo con la revolución de julio, en 1830, se instalará por fin cómodamente la burguesía de los negocios en el gobierno.
Así pues, el Estado se muestra favorable u hostil al mundo del dinero según lo imponga su propio equilibrio y su propia capacidad de resistencia. Lo mismo ocurre con la cultura y con la religión. En un principio, la religión fuerza de tipo tradicional dice no a las novedades del mundo, del dinero, de la especulación y de la usura. Pero existen acomodos con la Iglesia. Aunque ésta no cesa de decir no, acabará por decir sí a las imperiosas exigencias del siglo. Para decirlo brevemente, aceptará un aggiornamento, un modernismo como hubiéramos dicho antaño. Agustin Renaudet recordaba que Santo Tomás de Aquino (12251274) formuló el primer modernismo llamado a tener éxito.
Pero si la religión y, por lo tanto, la cultura, barrió bastante pronto sus obstáculos, mantuvo una fuerte oposición de principio, especialmente en lo que se refiere al préstamo con interés, condenado como usura. Se ha llegado incluso a sostener, un poco precipitadamente, es verdad, que estos escrúpulos sólo desaparecieron con la Reforma y que ésta es la razón profunda de la ascensión del capitalismo en los países del norte de Europa. Para Max Weber, el capitalismo, en el sentido moderno de la palabra, no habría sido ni más ni menos que una creación del protestantismo o, mejor aún, del puritanismo.
Todos los historiadores se oponen a una tesis sutil, aunque no logran desembarazarse de ella de una vez por todas: vuelve a resurgir ante ellos sin cesar. Y, sin embargo, es manifiestamente falsa. Los países del Norte no han hecho más que tomar el lugar ocupado durante largo tiempo y con brillantez por los viejos centros capitalistas del Mediterráneo. No inventaron nada, ni en el campo de la técnica ni en el del manejo de los negocios. Ámsterdam copia a Venecia, al igual que Londres copiará a Ámsterdam, y Nueva York a Londres. Lo que entra en juego en cada ocasión es el desplazamiento del centro de gravedad de la economía mundial, por razones económicas, y esto no afecta a la naturaleza propia del capitalismo.
Este deslizamiento definitivo desde el Mediterráneo a los mares del Norte, que se produce muy a finales del siglo xvi, supone el triunfo de un país nuevo sobre otro viejo. Y supone también un amplio cambio de nivel. Gracias a la nueva ascensión del Atlántico, se produce una expansión de la economía en general, de los intercambios, del stock monetario y, nuevamente, el vivo progreso de la economía de mercado es el que, fiel a la cita de Ámsterdam, llevará sobre sus espaldas, las construcciones ampliadas del capitalismo. Finalmente, me parece que el error de Max Weber deriva esencialmente, en su punto de partida, de una exageración del papel desempeñado por el capitalismo como promotor del mundo moderno.
Pero éste no es el problema esencial. El verdadero destino del capitalismo se jugó, en efecto, de cara a las jerarquías sociales. Toda sociedad evolucionada admite varias jerarquías, digamos varios escalones, que le permiten salir de la planta baja donde vegeta la masa del pueblo que está en la base el Grundvo1k de Werner Sombart: jerarquía religiosa, jerarquía política, jerarquía militar y jerarquías diversas del dinero. Entre unas y otras, según los distintos siglos o lugares, existen oposiciones, compromisos o alianzas; a veces, hay incluso confusión.
En la Roma del siglo XIII, la jerarquía política y la religiosa se confunden pero, alrededor de la ciudad, la tierra y el ganado crean una clase de grandes señores peligrosos, mientras que los banqueros de la Curia sieneses ascienden ya muy alto.
En Florencia, a finales del siglo XIV, la antigua nobleza feudal y la nueva gran burguesía mercantil forman ya un mismo cuerpo dentro de una élite del dinero, la cual se hace también, lógicamente, con el poder político. En otros contextos sociales, por el contrario, una jerarquía política puede aplastar a las demás: es el caso de la China de los Ming y de los Manchúes.
Es también el caso, aunque de forma menos nítida y continua, de la Francia monárquica del Antiguo Régimen, que durante mucho tiempo no deja a los mercaderes, ni siquiera a los ricos, más que un papel carente de prestigio, y coloca en primera línea a la decisiva jerarquía de la nobleza. En la Francia de Luis XIII, el camino del poder pasa por acercarse al rey y a la Corte. El primer paso de la verdadera carrera de Richelieu, titular del insignificante obispado de Lugon, fue convertirse en capellán de la reina madre, María de Médicis, y poder acceder así a la Corte para introducirse en el estrecho círculo de los gobernantes.
Hay tantos caminos para la ambición de los individuos como sociedades. Y tantos tipos de éxito. En Occidente, aunque no escaseen los éxitos de individuos aislados, la historia repite incesantemente la misma lección, a saber, que los éxitos individuales deben inscribirse casi siempre en el activo de las familias vigilantes, atentas y consagradas a incrementar poco a poco su fortuna y su influencia. Su ambición aparece surtida de paciencia, se desarrolla a largo plazo. Entonces, ¿es preciso cantar las glorias y méritos de las “largas” familias, de los linajes?
Supondría poner en primer plano, en el caso de Occidente, aquello que llamamos, en líneas generales y con un término que se ha impuesto tardíamente, la historia de la burguesía, sustentadora del proceso capitalista, creadora o utilizadora de la sólida jerarquía que se convertirá en la espina dorsal del capitalismo. Este último, en efecto, para asentar su fortuna y su poder, se apoya sucesiva o simultáneamente en el comercio, en la usura, en el comercio a larga distancia, en el “cargo” administrativo y en la tierra, valor seguro y que, por añadidura, y mucho más de lo que se piensa, confiere un evidente prestigio de cara a la misma sociedad.
Si atendemos a estas largas cadenas familiares y a la lenta acumulación de patrimonios y honores, el paso, en Europa, del régimen feudal al régimen capitalista se hace casi comprensible. El régimen feudal constituye, en beneficio de las familias señoriales, una forma duradera del reparto de la riqueza territorial, riqueza de base y por lo tanto un orden estable en su textura. La “burguesía”, a lo largo de los siglos, vivirá como un parásito dentro de esta clase privilegiada, cerca de ella, contra ella y aprovechándose de sus errores, de su lujo, de su ociosidad y de su falta de previsión, para acabar apoderándose de sus bienes con frecuencia a través de la usura y para infiltrarse finalmente en sus filas y perderse en ellas.
Pero hay otros burgueses para reanudar el asalto, para reemprender la misma lucha. Parasitismo, en suma, de larga duración: la burguesía no cesa de destruir a la clase dominante para nutrirse de ella. Pero su ascensión fue lenta, paciente, traspasándose sin cesar la ambición a hijos y nietos. Y así sucesivamente.
Una sociedad de este tipo, derivada de la sociedad feudal y que todavía sigue siendo feudal a medias, es una sociedad en la cual la propiedad y los privilegios sociales se encuentran relativamente a salvo, en la cual las familias pueden disfrutar de aquellos con relativa tranquilidad, al ser la propiedad sacrosanta y desear ellos que así sea, y en la cual permanecen, por lo general, en su sitio. Ahora bien, es preciso que estas aguas sociales estén tranquilas o relativamente tranquilas para que se produzca la acumulación y se mantengan los linajes, y para que, si la economía monetaria colabora, emerja por fin el capitalismo. Éste destruye, con este proceso, ciertos bastiones de la alta sociedad, pero reconstruye, en cambio y para beneficio propio, otros tan sólidos y duraderos como aquellos.
Estas largas gestaciones de fortunas familiares, que desembocan un buen día en un éxito espectacular, nos resultan tan familiares, tanto en el pasado como en el presente, que nos cuesta darnos cuenta de que estamos aquí, de hecho, ante una característica esencial de las sociedades de Occidente. No reparamos en ella, en realidad sino distanciándonos y observando el espectáculo diferente que nos ofrecen las sociedades extraeuropeas. En estas sociedades, lo que llamamos o podemos llamar capitalismo tropieza en general con obstáculos sociales nada fáciles o imposibles de franquear. Son estos obstáculos los que nos sitúan, por contraste, en el camino de una explicación general.
Dejemos a un lado la sociedad japonesa, en donde el proceso es el mismo, en líneas generales, que en Europa: una sociedad feudal se deteriora lentamente y una sociedad capitalista acaba liberándose de ella; Japón es el país en el que las dinastías mercantiles han durado más tiempo algunas, nacidas en el siglo XVII, prosperan todavía hoy en día. Pero la occidental y la japonesa son los únicos ejemplos que nos puede recordar la historia comparativa de sociedades que pasan casi por sí mismas del orden feudal al orden del dinero. En otras zonas, las posiciones respectivas del Estado, del privilegio del rango y del privilegio del dinero son muy distintas, y es de estas diferencias de donde trataremos de extraer una enseñanza.
Veamos el caso de la China y del Islam. En China, las imperfectas estadísticas que se nos ofrecen parecen indicar que la movilidad social en línea vertical es mayor que en Europa. No porque el número de privilegiados sea relativamente mayor, sino porque la sociedad es mucho menos estable. La puerta abierta, la jerarquía abierta, es la de los concursos de mandarines. Aunque estos concursos no siempre se llevaron a cabo dentro de un contexto de honestidad absoluta, resultaban, en principio, asequibles a todos los medios sociales, infinitamente más asequibles en todo caso que las grandes universidades occidentales del siglo XIX. Los exámenes que posibilitaban el acceso a las altas funciones del mandarinato eran, de hecho, redistribuciones de las cartas del juego social, como un constante New Deal.
Pero los, que logran de esta forma ascender a la cima no permanecen allí más que de modo precario, con carácter vitalicio si se quiere. Y las fortunas amasadas a menudo en estas ocasiones no sirven apenas para fundar lo que llamaríamos en Europa una gran familia. Por otra parte, las familias excesivamente ricas y poderosas resultan, por regla general, sospechosas al Estado, que es el único en poseer el derecho sobre la tierra y el único habilitado para recolectar los impuestos que paga el campesino, el cual vigila muy de cerca las empresas mineras, industriales y mercantiles. El Estado chino, pese a las complicidades locales de mercaderes y mandarines corrompidos, siempre fue hostil al florecimiento de un capitalismo que, cada vez que prospera a favor de las circunstancias, se ve finalmente frenado por un Estado en cierto modo totalitario (si despojamos a esta palabra de su sentido peyorativo actual). Sólo encontramos un auténtico capitalismo chino fuera de China en Insulindia, por ejemplo, donde el mercader chino actúa y reina con entera libertad.
En los vastos países del Islam, sobre todo antes del siglo XVIII, la posesión de tierras es provisional, ya que, también allí, pertenece por derecho al príncipe. Los historiadores dirían, siguiendo el lenguaje de la Europa del Antiguo Régimen, que existen beneficios (es decir, bienes cedidos con carácter vitalicio) y no feudos familiares. Para decirlo con otros términos, los señoríos, es decir, las tierras, los pueblos y las rentas territoriales, son distribuidos por el Estado, al igual que antaño lo hacía el Estado carolingio, y se encuentran de nuevo disponibles cada vez que muere su beneficiario. Esto constituye para el príncipe una forma de pagar los servicios de soldados y caballeros. Cuando muere el señor, su señorío y todos sus bienes vuelven al Sultán de Estambul o al Gran Mogol de Delhi.
Digamos que estos grandes príncipes, mientras dura su autoridad, pueden cambiar de sociedad dominante, de élite, igual que de camisa, y no se privan de ello. La cima de la sociedad se renueva, por lo tanto, muy a menudo y las familias no tienen la posibilidad de incrustarse en ella. Un reciente estudio sobre el Cairo en el siglo XVIII nos señala que los grandes comerciantes no consiguen mantenerse en su puesto más allá de una sola generación. La sociedad política los devora. Si en la India la vida mercantil es más sólida, es porque se desarrolla al margen de la sociedad inestable de la cima, dentro de los marcos protectores constituidos por las castas de mercaderes y banqueros.
Una vez señalado esto, podrán ustedes comprender mejor la tesis que sostengo, bastante sencilla y verosímil: existen unas condiciones sociales en la base del avance y del triunfo del capitalismo. Éste exige cierta tranquilidad del orden social, así como cierta neutralidad, debilidad y complacencia del Estado. E incluso en Occidente encontramos diversos grados de esta complacencia: a razones claramente sociales e incrustadas en su pasado se debe que Francia haya sido siempre un país menos favorable al capitalismo que, por ejemplo, Inglaterra.
Creo que este punto de vista no suscitará objeciones serias. En cambio, un nuevo problema se plantea. El capitalismo requiere una jerarquía. Pero, ¿qué es exactamente una jerarquía para un historiador que ve desfilar ante sí cientos y cientos de sociedades que poseen todas ellas rematadas en la cima con un puñado de privilegiados y de responsables? Verdad de ayer para la Venecia del siglo XIII, para la Europa del Antiguo Régimen y para la Francia de Monsieur Thiers o la de 1936, en la que los eslóganes populares denunciaban el poder de las “doscientas familias”. Pero verdad también en Japón, en la China, en Turquía y en la India. Y verdad todavía hoy: incluso en los Estados Unidos, el capitalismo no inventa las jerarquías sino que las utiliza, al igual que tampoco ha inventado el mercado o el consumo. El es, dentro de la amplia perspectiva de la historia, el visitante nocturno. Llega cuando ya todo está en su sitio. Dicho de otra forma, el problema en sí de la jerarquía lo rebasa, lo trasciende, lo domina por anticipado. Y las sociedades no capitalistas no han suprimido, desgraciadamente, las jerarquías.
Todo esto abre las puertas a largas discusiones que he tratado de presentar en mi libro sin aportar conclusiones. Porque ahí reside, sin duda, el problema clave, el mayor de todos los problemas: ¿hay que destruir la jerarquía, la dependencia de un hombre con respecto a otro? Sí, afirmó JeanPaul Sartre en 1968. Pero, ¿es esto realmente posible?

Las tentaciones del líder

Mario Vega, 4 de junio 2015/EDH

Al igual que los demás países latinoamericanos, El Salvador es un país presidencialista. Es decir, el presidente es el centro del control político, de la integración nacional, de la orientación del Estado y de las relaciones internacionales. Culturalmente, el presidencialismo genera un paternalismo sobre la ciudadanía que le inhibe de tomar iniciativas propias a la espera que sea el presidente quien resuelva las dificultades de la nación. Eso coloca al presidente en una situación complicada, como complicada es toda posición de liderazgo.

En el tema de seguridad, que es la más grande preocupación de la ciudadanía, se deben sortear con éxito muchas de las implicaciones del tema al mismo tiempo que se resiste la tentación de las salidas espurias. Una de las primeras tentaciones es la relacionada con el tema electoral: lo que se haga o no se haga con respecto a la violencia, incidirá en el resultado de las siguientes elecciones. El problema con la violencia es que para lograr su mitigación no hay atajos. Las soluciones realistas son a largo plazo y sobrepasan en mucho a los períodos presidenciales. El paso de los días se traducen en una presión creciente que sumadas a las justificadas quejas de la población tientan a decantarse por el uso de la fuerza del Estado para obtener resultados antes que comience el siguiente período electoral. A mayor prisa, mayor fuerza, hasta llegar al abuso y a los excesos desplazando y postergando el imprescindible factor de la prevención.

Otra de las tentaciones con las que el presidente debe bregar son las que producen las presiones internacionales. Una muy importante es la de los Estados Unidos, por el alto intercambio comercial, las remesas y los programas de apoyo de ese país que ejercen mucha influencia en las decisiones nacionales. De acuerdo a los medios de comunicación, los Estados Unidos apuestan por la adopción de un enfoque criminalístico del problema. Es decir, la confusión que con frecuencia se hace entre delito y violencia. En esa línea de interpretación, se descartan opciones de solución alternativas a la violencia para endurecer la línea de la pura represión. La participación de las comunidades, fundaciones e iglesias se deprecia y se fortalecen los batallones militares tras la lógica estadounidense de no negociar con terroristas.

Otra de las tentaciones es la de ceder a la inercia cultural. Por tradición histórica, el salvadoreño promedio, recurre a la agresividad y a la violencia como herramientas para la solución de conflictos. Esa tradición, aplicada al tema de la seguridad, genera un clamor popular que aboga por medidas extremas como la pena de muerte, los escuadrones de limpieza social y las matanzas generalizadas. La tentación consiste en abandonar la firmeza y la insistencia en una política nacional de prevención de la violencia para entregar la conducción de la represión a jefes de inteligencia y aprovechar el aplauso popular ante medidas de fuerza aun cuando éstas representen un retroceso en la consolidación de la democracia y la institucionalidad. Las personas no están tan preocupadas por el respeto a las leyes y a los procedimientos siempre y cuando tengan la percepción que se está haciendo algo para combatir la delincuencia en la tradición cultural de la venganza. Cuando el líder sucumbe a las tentaciones y a los deseos de sus seguidores, pierde su calidad de líder pues se vuelve uno más de ellos.

El concepto de clases en Bourdieu. ¿Nuevas palabras para viejas ideas?

El concepto de clases en Bourdieu. ¿Nuevas palabras para viejas ideas?
Graciela Inda y Celia Duek

Los trabajos de Pierre Bourdieu han llegado a ocupar en los últimos tiempos un lugar considerable en los ámbitos académicos de las ciencias sociales, al punto de que muchos consideran a Bourdieu uno de los más importantes teóricos de la sociología actual. Los aspectos de su obra que aquí nos interesan son la discusión acerca del concepto de clase social y la crítica al enfoque marxista de las clases, inspirados uno y otro en su teoría de los campos sociales. La pregunta a la que intentaremos dar respuesta es ¿constituyen
crítica y propuesta formulaciones realmente originales?

Antes de entrar de lleno en el tema, acordemos que no es fácil ubicar a Bourdieu en el
campo de las posiciones teóricas preexistentes, entre otras cosas porque él mismo se
niega a encasillarse en una corriente, oponiéndose a la “etiqueta clasificatoria” que
ubica a cada autor como “marxista”, “weberiano” o “durkheimiano”. Este sociólogo
francés considera que la pretendida oposición entre los tres clásicos enmascara la unidad
de la sociología, y que lo que él hace es recurrir a los distintos autores para pedir ayuda
momentánea. A menudo, para que la ciencia avance —dice— se requiere comunicar
teorías que se han constituido como opuestas, comunicar sus conceptos, métodos o
técnicas, integrar sus aportaciones teóricas en un mismo sistema conceptual, superar las
oposiciones remontándose a una raíz común [1].

Pese a esto, creemos que tras analizar algunos de sus conceptos y enunciados seremos
capaces de determinar su relación con problemáticas preexistentes, ya que —desde
nuestro punto de vista— jamás se parte de un espacio teórico neutro. Para acceder a las
ideas de Bourdieu sobre las clases sociales es preciso introducir las categorías básicas
de su sistema teórico: espacio social, campo, capital, habitus.

Para nuestro autor, los hombres se hallan en el universo social en una lucha
(competencia) por la apropiación de bienes y servicios escasos. Pero en esta lucha no se
encuentran igualmente dotados de las propiedades valiosas para el triunfo, que
constituyen lo que el autor llama capital. El capital, desigualmente distribuido y en sus
diversas especies, determina las oportunidades de los individuos.

A la imagen de un mundo de competencia perfecta o de igualdad perfecta de
oportunidades, de un mundo sin acumulación y sin transmisión hereditaria de
posesiones y caracteres adquiridos, representada por la ruleta como juego de azar en el
que es posible ganar o perder mucho dinero en un instante y así elevar o descender el
propio status repentinamente, Bourdieu opone la imagen de un mundo regido por el
capital:
“El capital hace que los juegos de intercambio de la vida social, en especial
de la vida económica, no discurran como simples juegos de azar en los que
en todo momento es posible la sorpresa […] El capital es una fuerza
inscrita en la objetividad de las cosas que determina que no todo sea
igualmente posible e imposible. La estructura de distribución de los
diferentes tipos y subtipos de capital, dada en un momento determinado del
tiempo, corresponde a la estructura inmanente del mundo social, esto es, a
la totalidad de fuerzas que le son inherentes, y mediante las cuales se
determina el funcionamiento duradero de la realidad social y se deciden las
oportunidades de éxito de las prácticas.” [2]

El capital acumulado por los individuos es de esta manera el que decide el lugar que
éstos ocupan en la sociedad. Dicho capital puede ser de diversos tipos: capital
económico, capital cultural, capital social (recursos basados en las conexiones sociales
y pertenencia a grupos), y finalmente, como forma que toman aquellas especies de
capital al ser percibidas y reconocidas como legítimas, el capital simbólico,
comúnmente llamado prestigio [3]. En función del capital poseído, los individuos serán
portadores de ventajas o de desventajas en los diferentes mercados.

Teniendo ya el concepto de capital, podemos ahora decir que el mundo social puede
representarse para Bourdieu mediante la figura de un espacio, entendido éste como una
serie de posiciones distintas definidas por relaciones de exterioridad mutua, por
relaciones de proximidad o de alejamiento y por relaciones de orden. El mundo social
constituiría un espacio de varias dimensiones (campos) en las cuales los hombres
establecen relaciones en función del capital poseído (y de este modo, de la posición
ocupada).

Este espacio social, a la vez, es definido como un campo de relaciones de fuerzas
objetivas, independientes de las intenciones de los individuos, donde el poder está
representado por las diferentes especies de capital vigentes en sus campos: económico,
cultural, social y simbólico. El campo es entonces una “arena de batalla”, un tipo de
“mercado competitivo” en el que se emplean varios tipos de capital.

“Las especies de capital, como una buena carta en un juego, son poderes
que definen las probabilidades de obtener un beneficio en un campo
determinado (de hecho, a cada campo o subcampo le corresponde una
especie particular de capital, vigente como poder y como lo que está en
juego en ese campo). Por ejemplo, el volumen del capital cultural (lo
mismo valdría mutatis mutandis para el capital económico) determina las
posibilidades asociadas de beneficio en todos los juegos en que el capital
cultural es eficiente, contribuyendo de esta manera a determinar la posición
en el espacio social (en la medida en que ésta es determinada por el éxito
en el campo cultural).” [4]

La posición de un agente en el espacio social se define entonces por su posición en los
diferentes campos, es decir, por su posición en la distribución de los poderes que
actúan en cada campo. En otras palabras, la posición en el campo depende del capital
poseído. En las sociedades más avanzadas, los poderes más importantes son el
económico y el cultural. Dicho en sus propios términos, el capital económico y el
cultural son los principios de diferenciación más eficientes.

La distribución de los agentes en el espacio social compromete, para ser exactos, tres
dimensiones: el volumen global de capital poseído, la composición de este capital (peso
relativo de los diferentes tipos de capital) y la trayectoria o evolución en el tiempo del
volumen y composición del capital.

En concreto, esto significa que una primera y más importante división puede
establecerse entre quienes detentan algún tipo de capital (por ejemplo, empresarios,
profesionales, profesores universitarios) y quienes carecen de cualquier tipo (obreros sin
calificación desposeídos tanto de capital económico como de capital cultural), pero
también puede trazarse una segunda línea de demarcación, según el tipo de capital de
que se disponga (oposición entre los ricos en capital económico y los ricos en capital
cultural: por ejemplo, entre empresarios e intelectuales; oposición entre pequeños
comerciantes y maestros; etc.).

Tenemos hasta aquí que los agentes del universo social se diferencian por las posiciones
relativas que tienen en el espacio social. Agreguemos ahora que la cercanía / lejanía de
estas posiciones está en la base de la diferenciación de grupos de agentes o “clases”. El
espacio de posiciones sociales organiza las representaciones y las prácticas de los
agentes. Es por esto que en base al conocimiento de ese espacio el “investigador” puede
“recortar” unas clases lo más homogéneas posibles en cuanto a los dos determinantes
mayores de las aficiones y prácticas (el capital económico y el capital cultural). Estas
clases son “[…] conjuntos de agentes que ocupan posiciones semejantes y que, situados
en condiciones semejantes y sometidos a condicionamientos semejantes, tienen todas
las probabilidades de tener disposiciones e intereses semejantes y de producir, por lo
tanto, prácticas y tomas de posición semejantes”. [5]

Pero como las disposiciones y conductas que las convertirían en un verdadero grupo
existen sólo como “probabilidades”, debemos denominar a éstas no clases reales sino
clases probables, clases teóricas o clases en el papel. En sentido estricto, para Bourdieu,
una clase sólo tiene existencia real si conforma un grupo con iniciativa de acción
conjunta, un grupo movilizado para la lucha, con auto-conciencia, organización propia,
aparato y portavoz. Mientras esto no suceda, aquellas sólo son clases probables, grupos
prácticos “en potencia”.

Como comentario señalemos que, al introducir esta diferenciación entre clase en el
papel y clase real, Bourdieu reedita la vieja discriminación entre estrato y clase (Aron),
entre cuasi-grupo y grupo de interés (Dahrendorf), entre clases como bases posibles
para una acción comunitaria y comunidades (Weber) o entre clase en sí y clase para sí
(Marx de Miseria de la filosofía). Es decir, reflota la tradicional escisión de la “clase”
en una doble situación, conceptualmente demarcada (clase en sí, situación de clase,
cuasi grupos, intereses latentes, por un lado, y clase para sí, grupos estatutarios, grupos
de intereses, intereses manifiestos, por otro) acercándose con esta operación al supuesto
propio de una tendencia “sobre politizante” del marxismo según el cual la clase social
no existiría efectivamente más que en el nivel político, donde habría adquirido una
conciencia de clase propia.

Pero retomemos la argumentación del autor. Según Bourdieu, la confusión de las clases
“construidas teóricamente” (agrupaciones ficticias que sólo existen en la hoja de papel)
con clases “reales”, es decir, existentes en las sociedades concretas, representa un error
frecuente entre los teóricos marxistas. De esta “reificación de los conceptos” o “ilusión
intelectualista” hay que escapar separando claramente las construcciones científicas o
categorías lógico-mentales (“clases” que resultan de la clasificación de los agentes por
parte del científico) de las clases “reales” (grupos con existencia política).
Sin embargo, oponerse de este modo al “realismo de lo inteligible” no significa, afirma
Bourdieu, posicionarse en el otro extremo. No significa defender un “relativismo
nominalista”, que niega las diferencias sociales al reducirlas a meros artefactos teóricos
o construcciones analíticas arbitrarias. [6]

Para librarse de la alternativa realismo/constructivismo, Bourdieu sugiere pensar la
clase social como una “construcción teórica bien fundada en la realidad”. La división en
clases es una construcción analítica —dice—, pero una construcción bien fundamentada
en la realidad, pues “se basa en los principios de diferenciación que realmente son los
más efectivos en la realidad”. [7]

Esto significa que si bien la clase se construye teóricamente, los criterios de
clasificación seleccionados por el investigador no son absolutamente arbitrarios y no da
lo mismo elaborar las clases teóricas según cualquier criterio, pues existe un espacio
objetivo que determina compatibilidades e incompatibilidades, proximidades y
distancias. Una buena taxonomía es la que conoce mejor ese espacio y se ocupa de unas
propiedades determinantes que permiten predecir las demás propiedades (su principio
de clasificación es en este caso “verdaderamente explicativo”). Así, el modelo que él
elabora a partir de su teoría de los campos traza divisiones que corresponden
efectivamente a unas diferencias reales en diversos ámbitos de la práctica, y por lo tanto
sus clases teóricas están más que cualquier otra clasificación (por sexo, por raza, etc.)
“predispuestas a convertirse en clases en el sentido marxista del término”:

“El modelo define pues unas distancias que son predictivas de encuentros,
afinidades, simpatías o incluso deseos: en concreto esto significa que las
personas que se sitúan en la parte alta del espacio tienen pocas
posibilidades de casarse con personas que se han situado en la parte de
abajo […] A la inversa, la proximidad en el espacio social predispone al
acercamiento: las personas inscritas en un sector restringido del espacio
estarán a la vez más próximas (por sus propiedades y sus disposiciones, sus
gustos y aficiones) y más inclinadas al acercamiento; también resultará más
fácil acercarlas, movilizarlas. Pero ello no significa que constituyan una
clase en el sentido de Marx, es decir un grupo movilizado en pos de unos
objetivos comunes y en particular contra otra clase.” [8].

Lo que quiere decir que las clases en el papel no existen de por sí como grupos reales,
aunque sí explican la probabilidad de constituirse en grupos prácticos, familias, clubes
e incluso asociaciones y movimientos sindicales y políticos. La proximidad en el
espacio social no engendra automáticamente la unidad sino que define una
“potencialidad objetiva de unidad”.

Advirtamos nosotros que esta afirmación de que una clase sólo existe efectivamente si a
partir de posiciones similares se organiza una acción común, es posible únicamente a
condición de concebir la clase como grupo empírico de individuos; lo que supone
además poner en primer plano la cuestión de los agentes que componen las clases en
lugar de la de los lugares objetivos que las definen. En efecto, Bourdieu define a las
clases reales como “[…] grupos hechos de individuos unidos por la conciencia y el
conocimiento de su condición de comunalidad y aptas para movilizarse a la procura de
sus objetivos comunes […].” [9]

Lo que está al comienzo del análisis no son las clases sino los individuos, de cuya
clasificación resultan aquéllas. Aquí, como en las teorías “funcionalistas” [10], las
clases sociales son entendidas principalmente a partir de los individuos. En otras
palabras, las clases se reducen a las propiedades sociales características de cada
individuo. Si el procedimiento consiste en “medir la distancia relativa entre individuos”,
para después reagruparlos en clases, significa que se parte de una imagen de la sociedad
como agregado o asociación de individuos; individuos que luego pueden clasificarse,
agruparse, ordenarse, etc.

Además, al circunscribir el interés de clase y las prácticas de clase al terreno de lo
“probable”, de lo “posible” y de lo “potencial”, el razonamiento, como el de Max
Weber y el de muchos de los que vinieron después, conduce a relativizar el valor del
análisis de la sociedad y la historia en términos de “clases” y de “lucha de clases”.
Mientras que para el marxismo todas las sociedades que hemos conocido desde la
Antigüedad hasta ahora han sido sociedades de clase, y es un factor objetivo el que las
define como tales (la separación entre los productores y los medios de producción), para
Bourdieu, la clase ‘real’, “suponiendo que haya existido ‘realmente’ alguna vez”, tan
sólo es la clase movilizada.

De modo que para este autor, si bien no se puede negar la existencia y persistencia en
las sociedades actuales de diversidad, conflictos, y fundamentalmente de diferencias
(por ejemplo, en el volumen global de capital poseído), ello no basta para afirmar la
existencia de las clases:
“Las clases sociales no existen (aún cuando la labor política orientada por
la teoría de Marx haya podido contribuir en algunos casos, a hacerlas
existir por lo menos a través de las instancias de movilización y de los
mandatarios). Lo que existe es un espacio social, un espacio de diferencias,
en el que las clases existen en cierto modo en estado virtual, en punteado,
no como algo dado sino como algo que se trata de construir.” [11]

Ahora bien, las diferencias de las que habla el autor de “La distinción” no se limitan a
ser diferencias de posición dependientes de la desigual distribución de capital en todos
los campos. Esas diferencias de posición existentes entre los conjuntos de agentes
(clases) se traducen en diferencias de disposición y, por intermedio de éstas, en
diferencias de toma de posición. Es decir, las divisiones objetivas del espacio social se
retraducen, a través de los habitus, en diferencias de prácticas (por ejemplo, prácticas de
consumo de bienes culturales, prácticas deportivas, elecciones políticas).

Los habitus —concepto central de la teoría de Bourdieu— son definidos como una serie
de esquemas internalizados por medio de los cuales los hombres perciben, comprenden
y evalúan el mundo social. O también, como “estructuras mentales y cognitivas”
mediante las cuales los agentes manejan el mundo. Los habitus son “sistemas de
disposiciones duraderas y transferibles”, producto de los condicionamientos asociados a
una clase particular de condiciones de existencia. Ellos se adquieren como resultado de
la ocupación duradera de una posición dentro del mundo social, y es por esto que “a
cada clase de posición corresponde una clase de habitus”.

Además de la relación de homología entre el espacio de las posiciones y el espacio de
las disposiciones (habitus), puede establecerse entonces a partir de las capacidades
generativas de los habitus una correspondencia entre éstos y el conjunto de las tomas de
posición, es decir, de las prácticas, gustos, preferencias de personas, opciones de
consumo y bienes que conforman un determinado “estilo de vida”.

Por último, al diferenciarse, los habitus son diferenciantes: generan prácticas distintivas,
maneras que funcionan como signos distintivos y que refuerzan la separación entre los
grupos sociales. El consumo y las maneras de consumo del obrero y del empresario, por
ejemplo, difieren sistemáticamente y esto los “distingue”. De manera que, las
diferencias objetivas en el espacio social tienen su correlato en el plano simbólico,
configurando grupos caracterizados por estilos de vida diferentes (“estamentos” o
grupos de status, en Weber).

Habiendo desarrollado lo esencial de la concepción de las clases de Bourdieu estamos
en condiciones de sugerir que ella, más allá de los esfuerzos del autor por mantener las
distancias, debe mucho a la teoría weberiana. Además, está orientada en toda su
extensión por la intención expresa de establecer “rupturas” con la teoría marxista.
Tras la terminología original que caracteriza singularmente su teoría (habitus, campo,
capital) encontramos un sistema conceptual bastante menos novedoso, y unos puntos de
partida que en cierto modo coinciden con los de la problemática “funcionalista” de
orientación weberiana. Aunque en ciertos párrafos se evidencie su origen marxista y
aunque algunos elementos de su discurso se descubran como provenientes de esta
teoría, lo que debe llamar nuestra atención —aquí, como en todos los casos— es la
cuestión decisiva del sentido global del texto, de la dirección dominante y determinante
de su discurso (problemática).

Con mayor precisión, podemos ubicar la teoría de Bourdieu en el marco de lo que
Nicole Laurin-Frenette llama “problemática del poder” [12]. El supuesto inicial
coincide con el del resto de los autores de esta línea. Este supuesto es el del escenario
social como el lugar de una lucha o competencia entre los “hombres” por la obtención
de bienes escasos. En él, las relaciones sociales son relaciones de fuerza, de
competición entre los individuos, cuyo desenlace (altamente probable) será el triunfo de
los que poseen en mayor grado las propiedades eficientes para la lucha. Esta concepción
se pone de manifiesto en Bourdieu de manera clara en el siguiente párrafo:

“El mundo social puede ser concebido como un espacio multidimensional
que puede ser construido empíricamente a través del descubrimiento de los
principales factores de diferenciación que cuentan por las diferencias
observadas en un universo social determinado, o, en otras palabras, por el
descubrimiento de los poderes o formas de capital que son o pueden
convertirse en eficientes, como ases en un juego de cartas, en este universo
particular, esto es, en la lucha (o competencia) por la apropiación de bienes
escasos de la cual este universo es el sitio. De aquí se concluye que la
estructura de este espacio es determinada por la distribución de las varias
formas de capital, esto es, por la distribución de las propiedades que están
activas al interior del universo en estudio —aquellas propiedades capaces
de conferir fuerza, poder, y consecuentemente beneficios a sus
poseedores.” [13]

La estructura de ese espacio, es decir, la estructuración en clases, se funda en relaciones
de poder. Como se puede apreciar, en el lenguaje de Bourdieu capital y poder son
sinónimos. Si esto es así —y varias de sus expresiones autorizan a pensarlo— decir que
las divisiones en el espacio social responden a la distribución del capital en sus diversas
especies, no es sino decir que la división en clases sociales es un fenómeno (o una
construcción analítica) que representa la distribución del poder en la sociedad [14].
Para las teorías de las clases sociales inscriptas en la “problemática del poder”, las
relaciones de poder son la base de las relaciones de clase y los procesos de dominación
aparecen como relaciones de poder entre los individuos. Además, el poder no es
referido a los procesos de control de la producción y reproducción, y a la posición de los
grupos en dichos procesos, sino que está vinculado a la persona. El individuo es su
portador y su instancia determinante.

Esta definición “psicológica” del poder, que llega a la teoría sociológica de la mano de
Weber (poder como posibilidad de hacer triunfar la propia voluntad en el seno de una
relación social, a pesar de las resistencias), no se descubre transparente en la letra de
Bourdieu. Lo que sí es indiscutible, sin embargo, es de que para Bourdieu el poder
sintetiza las propiedades poseídas por el individuo y capaces de conferirle fuerza y
ventajas, aunque claro está, estas “propiedades” no consisten en aptitudes y capacidades
“naturales” de la persona.

Luego, las clases no se fundan en las relaciones de producción sino en la distribución
global, en todos los niveles, del poder o capital. Como lo que se propone el autor es
construir una teoría multideterminada de las relaciones, el poder o el capital no se
restringen a lo económico. Como se ha visto, existen diversos campos, relativamente
autónomos, en los cuales se despliegan diferentes formas de capital, que actúan a la vez
como poderes y como lo que se disputa en ese campo.

Bourdieu se enfrenta con esta representación al “economicismo” de la teoría marxista de
las clases. Esta teoría comporta —según su punto de vista— una visión unidimensional
del problema al definir la distribución de los agentes en clases solamente por el lugar
que ocupan en el campo económico (es decir, por la propiedad o no de los medios de
producción), ignorando la multiplicidad de diferencias que surgen de la ubicación en
otros campos y subcampos.

La capacidad explicativa del marxismo se ve también opacada por implicar una
concepción dualista de la estructura social (habría dos grandes bloques en los que
pueden ubicarse la totalidad de los agentes: propietarios de los medios y vendedores de
la fuerza de trabajo).

“Las insuficiencias de la teoría marxista de las clases, y en particular su
incapacidad para dar cuenta del conjunto de las diferencias objetivamente
atestiguadas, son el resultado de que al reducir el mundo social al campo
económico esta teoría se condena a definir la posición social solamente por
referencia a la posición en las relaciones de producción económica así
como de que ignora al mismo tiempo las posiciones ocupadas en los
diferentes campos y subcampos, en particular en las relaciones de
producción cultural, y todas las oposiciones que estructuran el campo
social y son irreductibles a la oposición entre propietarios y no propietarios
de los medios de producción económica; construye así un mundo social
unidimensional […].” [15]

Frente a esto, el autor de Sociología y cultura propone una consideración del espacio
social como espacio pluridimensional, esto es, como conjunto de campos con autonomía
relativa respecto del campo de producción económica, al interior de los cuales tiene
lugar una lucha entre las posiciones dominantes y dominadas.
Sobre esta crítica de Bourdieu al “economicismo” marxista nos vemos impelidos a
hacer algunos comentarios. En primer medida, recordar que la aspiración por rebasar
una concepción economista de las clases según la cual éstas se localizarían
exclusivamente en el nivel económico de las relaciones de producción, no es nueva. Ya
hace sesenta años Schumpeter cuestionó a Marx por hacer de sus clases “fenómenos
puramente económicos” y además económicos en un sentido estrecho (propiedad / no
propiedad de los medios) [16]. Dahrendorf, por su parte, escribió en 1957 que el control
de los medios de producción constituye tan sólo un caso particular de dominación, y
dedujo, contra Marx, que las clases no están vinculadas a la propiedad privada, a la
industria o a la economía, sino a su causa determinante: al dominio y a la distribución
de éste [17]. Esto por mencionar sólo a dos autores.

En segundo término, debemos decir que esta objeción en boca de Bourdieu parece
desconocer que el marxismo economicista no es todo el marxismo sino un cierto
marxismo, y que la crítica a esta interpretación economicista ha provenido del interior
mismo del campo marxista. Contra esa lectura, Poulantzas sostuvo siempre que el lugar
económico no basta en la determinación de las clases sociales; lo político y lo
ideológico desempeñan igualmente un papel muy importante:

“Es erróneo, por lo tanto, pretender que en el MPC —o en cualquier otro—
sólo bastan las relaciones de producción para definir las clases sociales: y
esto no simplemente en el sentido de que habría que referirse también a las
relaciones de repartición, a los ingresos —lo que es exacto, pero que
concierne siempre a lo económico— sino a la medida en que el modo de
producción capitalista ‘puro’ localiza las relaciones de producción como
estructura regional (económica) situándolas en su relación con las otras
estructuras regionales, siendo las clases de ese modo efecto de aquella
matriz.” [18]

En tercer lugar, y en relación a la participación de la teoría marxista en una concepción
dualista de la estructura social, se hace necesario señalar que para esa teoría la división
en dos clases es pertinente sólo en el nivel de análisis general y abstracto de modo de
producción. De ningún modo el marxismo pretende que esa sea la estructura de clases
de una formación social concreta. En una sociedad concreta, en una formación
históricamente determinada, existen siempre más de dos clases, pues están implicados
varios modos y formas de producción.

Mas volvamos a la teoría de Bourdieu. A partir de su lectura, podría pensarse que el
modelo del mundo social como conjunto de campos con lógicas específicas, recortados
o diferenciados por el tipo particular de capital (poder) que se disputa, evoca la figura
weberiana de la separación de los órdenes de poder económico, social y político que
sirve de base a su modelo de estratificación tridimensional [19]. Sin embargo, tras
proponer el tratamiento del espacio social como espacio pluridimensional, Bourdieu
reconoce que existe una “jerarquía” entre las especies de capital, por la cual el campo
económico “tiende a imponer su estructura a los otros campos”. Más aún, llega a decir
que existe una relación de “dependencia causal” entre los varios campos y el campo
económico:

“Es importante establecer una justa jerarquización de los principios de
jerarquización, es decir, de las especies de capital. El conocimiento de la
jerarquía de los principios de división permite definir los límites dentro de
los cuales operan los principios subordinados y, al mismo tiempo, los
límites de las similitudes vinculadas a la homología; las relaciones de los
demás campos con el campo de la producción económica son a la vez
relaciones de homología estructural y relaciones de dependencia causal
[…].” [20].

Es como si en este aspecto capital (el del modo de articulación entre los campos en los
que los hombres establecen sus relaciones), Bourdieu aprobara la posición marxista.
Pero esto lo coloca en una postura ambigua, puesto que por un lado critica la teoría
marxista por “economicista” y por otro, o bien postula esa relación de dependencia
causal (ni siquiera de determinación en última instancia, como expresa la fórmula
materialista) entre los poderes de diverso tipo y el poder económico, o bien, en otros
momentos de la argumentación, se apropia del concepto marxista de “autonomía
relativa” para pensar la relación entre las estructuras.

Como crítica, se podría decir que en este punto Bourdieu oscila entre dos perspectivas
antagónicas: la de lo social como constituido por esferas autónomas, cuyas relaciones
(de condicionamiento, de determinación) son todas, en teoría, igualmente posibles
(teoría weberiana), y la de la estructura social como articulación compleja de niveles
con autonomía relativa y determinación en última instancia por el nivel económico
(teoría marxista).

Para abonar nuestra hipótesis de la inscripción de la concepción de Bourdieu en el
terreno de las teorías “funcionalistas” de las clases (en el sentido antes expuesto) hemos
hecho referencia a la consideración de las relaciones sociales como relaciones de
competencia entre individuos desigualmente provistos en la persecución de sus fines,
nos hemos referido también a la idea de las clases como manifestaciones de la
distribución del poder en los distintos órdenes y hemos mencionado la vinculación con
un enfoque individualista de las clases. Pero todavía es necesario decir algo más.

Y es que, lejos de representar lugares antagónicos y contradictorios en la estructura
social, las clases construidas de Bourdieu, al expresar el reparto de una propiedad
cuantificable (el capital), conforman una jerarquía continua de posiciones. En efecto, en
cada campo, los individuos se ordenarían a lo largo de una línea ininterrumpida, según
la magnitud de su capital. Luego, al considerar el espacio social en su totalidad, es decir
en todos sus campos, el concepto es el mismo: las coordenadas según las cuales se
determina la posición de un individuo representan variables ordinales del mismo tipo
(volumen global de capital, participación de las distintas especies en ese total y
trayectoria).

Productos de la combinación de estas tres dimensiones, las posiciones posibles en el
espacio social terminan siendo innumerables. Es por ello que entre los individuos de un
cierto conjunto no hay identidad de posición sino más bien “proximidad”, “cercanía”,
“semejanza”; en tanto lo que separa a las diferentes clases son simplemente
“distancias”. Lo que en el marxismo son oposiciones y contradicciones entre las
prácticas de distintas clases, es descrito aquí en términos de distancias diferenciales
respecto de un valor rentable (por ejemplo, el código lingüístico de las clases populares
está más alejado de la norma lingüística y cultural impuesta por la escuela de lo que lo
está el código de la clase burguesa) [21].

Ya para terminar, recordemos que, más allá de las diferencias que nosotros hemos
señalado, Bourdieu combate frontalmente la teoría marxista de las clases, con la que
considera que son necesarias ciertas “rupturas”. Resumiendo, su crítica apunta a tres
aspectos: la “reificación de los conceptos”, que designa el error de identificar sin más
trámite la clase construida con la real, el “economicismo”, y por último el
“objetivismo”.

El marxismo —dice Bourdieu— abandona con su ruptura objetivista las “ideologías”,
“preconceptos” y teorías populares en su consideración del espacio objetivo de las
posiciones sociales; esto es, abandona el punto de vista de los agentes. Para el autor, las
representaciones que los agentes tienen de su propia posición son importantes porque
contribuyen a la construcción de la visión del mundo, y de esta manera, a la
construcción real de ese mundo.

Frente al objetivismo marxista, Bourdieu afirma que la clase existe como
representación y voluntad. Lo que la hace existir es la presencia de representantes que
hablen en su nombre, de aparatos políticos y sindicales, de cierta simbología y de
portavoces que hagan creer que tal grupo existe. La clase sólo existe en la medida en
que haya agentes que sean capaces de defender su existencia; agentes que se sientan
autorizados a hablar en su nombre y la hagan existir así como una fuerza real dentro del
campo político.

En base a estas críticas, Bourdieu llega a la conclusión de que la teoría marxista es hoy
“el obstáculo más poderoso” para la construcción de una teoría adecuada del mundo
social. Pero ni su crítica al marxismo ni los conceptos que él propone en relación a las
clases sociales aportan elementos realmente nuevos y originales. Son, como nuestro
análisis ha querido demostrar, reiteraciones o reformulaciones en un lenguaje
rejuvenecido de antiguas proposiciones de la teoría sociológica. En definitiva, nuevas
palabras para viejas ideas.

NOTAS Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

[1]: BOURDIEU, Pierre (1990): ‘Una ciencia que incomoda’ en Sociología y cultura,
Editorial Grijalbo, México, pp. 84-85.
[2]: BOURDIEU, P. (2000): ‘Las formas del capital. Capital económico, capital
cultural y capital social’ en Poder, derecho y clases sociales, Editorial Desclée de
Brouwer, Bilbao, pp. 132-133.
[3]: Si bien estos tipos de capital parecen ser los que determinan la estructura del
espacio social de países como Francia, en un análisis de los regímenes de tipo
“soviético” Bourdieu introduce como principio de diferenciación importante otra
especie de capital, cuya distribución desigual origina diferencias constatadas: el capital
político. En la República Democrática Alemana, por ejemplo, el capital económico
estaba prácticamente fuera de juego, y junto a las diferencias de capital cultural y
escolar poseídos cobraba importancia la distribución del capital político, que
proporcionaba a sus poseedores una forma de apropiación privada de bienes y servicios
públicos (Véase BOURDIEU, Pierre. “La variante ‘soviética’ y el capital político” en
“Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción”. Editorial Anagrama. Barcelona.
1999).
[4]: BOURDIEU, P. (1990): ‘Espacio social y génesis de las clases’ en Sociología y
cultura, Editorial Grijalbo, México, pp. 282-283.
[5]: BOURDIEU, P. (1990): ‘Espacio social y génesis de las clases’ en Sociología y
cultura, Editorial Grijalbo, México, p. 284.
[6]: A su entender, ésta ha sido frecuentemente la posición de los sociólogos
conservadores, interesados en demostrar que las diferencias sociales no existen o que
cada vez son menores (tesis de la homogeneización de la sociedad, de las “sociedades
de clase media”, del aburguesamiento de la clase trabajadora), y que no existe tampoco
ningún principio de diferenciación dominante.
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17
[7]: BOURDIEU, P. (1994): ‘¿Qué es lo que hace una clase social? Acerca de la
existencia teórica y práctica de los grupos’ en Revista Parguaya de Sociología, Año
XXXI, No. 89, p.10.
[8]: BOURDIEU, P. (1999): ‘Espacio social y espacio simbólico’ en Razones prácticas.
Sobre la teoría de la acción, Editorial Anagrama, Barcelona, pp. 22-23.
[9]: BOURDIEU, P. (1994): ‘¿Qué es lo que hace una clase social? Acerca de la
existencia teórica y práctica de los grupos’ en Revista Paraguaya de Sociología, Año
XXXI, No. 89, pp. 12-13 (el subrayado es nuestro).
[10]: Al decir teorías “funcionalistas” de las clases no estamos usando el término en el
sentido tradicional estrecho, que lo restringe a una corriente teórica muy específica
(estructural-funcionalismo) que reconoce su origen en el positivismo, el evolucionismo
o la antropología organicista (Malinowski, Spencer, Comte, Radcliffe-Brown). Por el
contrario, al hablar de problemática “funcionalista” de las clases sociales concebimos el
término en un sentido mucho más amplio, que es el que sugiere Nicole Laurin-Frenette,
y que implica incluir a un conjunto de teorías que están fundadas sobre los mismos
postulados relativos a la naturaleza del individuo y de la sociedad, independientemente
de que sus autores se reconozcan o no como parte de esa tradición. (Para más detalle,
véase LAURIN-FRENETTE, Nicole (1989): Las teorías funcionalistas de las clases
sociales, Siglo XXI Editores, Madrid.)
[11]: BOURDIEU, P. (1999): ‘Espacio social y espacio simbólico’ en Razones
prácticas. Sobre la teoría de la acción, Editorial Anagrama, Barcelona, 1999, pp. 24-25.
[12]: Esta autora clasifica las teorías “funcionalistas” de las clases sociales
posparsonianas en dos categorías no excluyentes, según se inspiren más directamente en
la teoría weberiana o en la parsoniana: la “problemática del poder” y la “problemática
del status”. En las teorías del primer grupo (Aron, Lenski, Mills, Dahrendorf, etc.) la
noción central es la de poder, concebido en términos weberianos como capacidad de un
individuo o grupo de imponer su voluntad en una relación social. La desigualdad entre
los individuos, clases o estratos es reducida aquí a una desigual distribución del poder.
El poder es entonces el factor determinante de la posición social. Pero en tanto y en
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18
cuanto el poder es visto como un hecho de “voluntad”, de “capacidad”, es decir como
una propiedad individual, más allá de cuáles sean las bases sobre las que se asienta
(económica, profesional, racial, social, etc.) su fundamento se reduce siempre a
atributos diversos del individuo. En las teorías del segundo grupo (Davis y Moore,
Tumin, Barber, Warner) el eje analítico es la noción de status o prestigio, y se recuperan
a la vez las nociones de función, contribución al sistema, recompensas, rol, valor, etc. El
status es quien define la posición del individuo en la jerarquía social, y es fruto de la
evaluación y el reconocimiento por la colectividad del mérito del individuo. Lo que se
evalúa y reconoce es la contribución del actor, a través de los roles, al cumplimiento de
las funciones socialmente necesarias. Como existen distintos tipos de roles
(económicos, políticos, familiares) o de contribuciones por parte de los integrantes a la
sociedad, el prestigio puede reposar, como el poder, sobre múltiples bases. (Véase
LAURIN-FRENETTE, N. (1989): Las teorías funcionalistas de las clases sociales,
Siglo XXI Editores, Madrid, pp. 165-170.)
[13]: BOURDIEU, P. (1994): ‘¿Qué es lo que hace una clase social? Acerca de la
existencia teórica y práctica de los grupos’ en Revista Parguaya de Sociología, Año
XXXI, No. 89, p.10.
[14]: La siguiente frase explicita bastante ese punto de vista: “La posición de un agente
determinado en el espacio social puede definirse entonces por la posición que ocupa en
los diferentes campos, es decir, en la distribución de los poderes que actúan en cada uno
de ellos […]” (BOURDIEU, P. (1990): ‘Espacio social y génesis de las clases’, en
Sociología y cultura, Editorial Grijalbo, México, p. 283). El subrayado es nuestro.
[15]: BOURDIEU, P. (1990): ‘Espacio social y génesis de las clases’, en Sociología y
cultura, Editorial Grijalbo, México, p. 301.
[16]: SCHUMPETER, Joseph (1946): Capitalismo, socialismo y democracia, Editorial
Claridad, Buenos Aires.
[17]: DAHRENDORF, Ralf (1962): Las clases sociales y su conflicto en la sociedad
industrial, Ediciones Rialp, Madrid.
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[18]: POULANTZAS, Nicos (1973): Poder político y clases sociales en el Estado
capitalista, Siglo XXI Editores, México, p. 81.
[19]: Para la teoría weberiana de las clases, los estamentos y los partidos, véanse las pp.
242-248 y 682-694 de WEBER, Max (ed. de 1999): Economía y Sociedad. Esbozo de
sociología comprensiva, Fondo de Cultura Económica, México.
[20]: BOURDIEU, P. (1990): ‘Espacio social y génesis de las clases’, en Sociología y
cultura, Editorial Grijalbo, México, p. 302.
[21]: Sobre el uso de la noción de distancia en ciertos textos de Bourdieu y Passeron,
Baudelot y Establet han escrito: “Habría, según ellos, únicamente distancias, entre las
clases sociales. Las ‘diferentes clases’ estarían desigualmente alejadas del capital
cultural y lingüístico. Esta concepción geográfica —hasta geométrica— de la sociedad,
además de que no considera en lo absoluto la base económica —donde hay,
recordémoslo, lucha— es también insuficiente en materia de escuela y cultura”
(BAUDELOT, CH. y ESTABLET, R. (1976): La escuela capitalista, Siglo XXI
Editores, México, p. 200).