El Salvador y Estados Unidos: resistencia popular e imperialismo (II)

El periodo comprendido entre los años 1913 y 1929 representa tanto para Estados Unidos como para El Salvador un momento histórico bastante agitado y acompañado por la sedimentación de procesos, que iban a dejar una huella perdurable para los siguientes años e incluso décadas.

En la metrópoli imperial, el debate en política exterior entre aislacionistas e internacionalistas, reflejaba el choque de intereses entre diversas fracciones de la burguesía con respecto a la vía de desarrollo del capitalismo monopolista de estado y los desafíos globales al convertirse en una potencia mundial.

En El Salvador es un periodo caracterizado por la disputa entre varios imperialismos por el control político y económico en el país y en la región; por el enfrentamiento interno entre diversas fracciones oligárquicas, que integraban el bloque de poder existente en aquella época y por la emergencia de la incipiente clase obrera, de su movimiento social y de su partido político. Estas tres dinámicas determinarían el rumbo del proceso político y social.

Por otra parte, las abismales diferencias en el desarrollo de las fuerzas productivas entre ambos países, determinaban los cauces que seguían los proyectos políticos de las clases dominantes y subalternas; orientaban los procesos de la lucha de clases; condicionaban las formas de lucha de los movimientos populares así como la construcción de sus respectivas vanguardias sociales y políticas.

A continuación abordaremos estas problemáticas de este periodo, desde la óptica del estudio de la política exterior del imperio; de las resistencias populares, que incluye la misma lucha a su interior por parte de la clase obrera multinacional y multirracial y el movimiento popular norteamericano. Y también de la lucha de los sectores populares salvadoreños por la independencia y la democracia. Solo podremos resolver nuestro rompecabezas histórico en la medida que identifiquemos las piezas principales y las coloquemos en su debido orden, combinando acertadamente lo nacional con lo clasista, la opresión imperial y la explotación capitalista.

1. Los Estados Unidos enfrentan guerra mundial mientras continúan su política intervencionista en América Latina y el Caribe

Las políticas globales del imperio

1.1.1 La era Wilson

Con la llegada del presbiteriano, sureño y demócrata Woodrow Wilson a la presidencia de Estados Unidos ( 1913-1921) , se realiza un amplio viraje en la concepción estratégica de la política exterior. Wilson decide abandonar las supuestamente fracasadas políticas de la gran hermana (McKinley) gran garrote (Roosevelt) y de la diplomacia del dólar (Taft) y sustituirlas por una nueva visión.

A la que él mismo se encarga de bautizar como la “diplomacia moral” mediante la cual los Estados Unidos y su bondadoso gobierno asumen la obligada responsabilidad de enseñar a los países “buenos” y a los gobiernos “interesantes” el disfrute de las libertades y de la democracia.

A nivel interno, Wilson aprobó legislación represiva para enfrentar la amenaza de una huelga nacional de los ferrocarrileros, pero a la vez se vio obligado a conceder la jornada laboral de ocho horas, y a penalizar el empleo de menores. También se negó a reconocer el derecho de voto de las mujeres y promovió la discriminación racial.

En 1914 estalla la primera guerra mundial entre las potencias imperialistas coloniales europeas. Es un conflicto para un nuevo reparto del mundo en beneficio de sus afanes expansionistas. Se enfrentaron, por un lado, los imperios Alemán, Austro-Húngaro y Otomano (Turquía, Grecia, Bulgaria, Rumania, Serbia, Montenegro y Albania) y por el otro, Inglaterra, Francia y Rusia.

En esa época Inglaterra y Francia eran las principales potencias coloniales. Y a finales del siglo XIX ya se habían enfrentado en el Sudan. Pero amenazadas por la pujanza alemana decidieron unirse. En el caso francés, deseaban la revancha de la derrota sufrida frente a Prusia en la guerra de 1870-1871. Al final de la guerra, Francia emerge como primera potencia militar y necesita mantener debilitada a Alemania y apoderarse de sus colonias en África así como atacar a la Rusia Roja. Inglaterra ´por su lado, se encuentra debilitada por el esfuerzo militar.

Los Estados Unidos optaron astutamente por mantenerse al margen de la guerra y aprovechar la situación para fortalecer su comercio con ambos bandos y para penetrar y fortalecer su influencia comercial en los países latinoamericanos y en otros continentes. Al final de la guerra los EE.UU. controlaban el 40 por ciento de las reservas internacionales de oro. Se habían convertido en los acreedores de Europa. Habían ganado la guerra sin participar en esta.

Los Estados Unidos durante tres años, muy hábilmente esperaron el desgaste económico y social provocado por la guerra europea. En 1917 se ven obligados a abandonar su cómoda posición de neutralidad y forzados a intervenir. El mundo había cambiado. En la lejana Rusia de los zares se había instaurado el primer gobierno socialista de la historia, dirigido por Lenin. Los trabajadores se alzaban en el teatro de la historia.

Y los Estados Unidos entran en guerra apoyando por una parte, a las potencias de la triple Entente (Inglaterra, Francia y Rusia) y por la otra, enarbolando la bandera de la paz por medio de la famosa propuesta de los 14 Puntos del presidente Wilson, para asegurar la paz en Europa, como marco general para concluir el conflicto armado, el cual finaliza en 1918 con la firma por las partes contendientes del Tratado de Versalles.

Entre los 14 Puntos de Wilson estaban los de garantizar “libertad de navegación y comercio, la desaparición de las barreras económicas, la creación de la Liga de las Naciones.”

No obstante esto, resulta sumamente interesante e ilustrativo de la dinámica política interna del imperio norteamericano, que la derecha republicana atrincherada en la visión aislacionista, se encargó de evitar que los mismos Estados Unidos firmaran el Tratado de Versalles. Y que se incorporaran a la obra maestra del llamado idealismo wilsoniano, la famosa Liga de las Naciones, el antecedente histórico de las Naciones Unidas.

La diplomacia moral wilsoniana estableció el principio imperial mesiánico, del derecho de Estados Unidos a intervenir en cualquier lugar con el fin de establecer la paz y propagar la libertad. Y posicionó a Estados Unidos a la cabeza del sistema internacional con la tesis que el mundo solo será seguro cuando sea completamente democrático. O sea influenciado por estados Unidos.

Cuadro 1.

Presidentes de Estados Unidos
Presidentes de El Salvador

Woodrow Wilson (D) 1913-1921
Carlos Meléndez (PND) 1913-1915

Warren Harding® 1921-1923
Jorge Meléndez (PND) 1919-1923

Calvin Coolidge® 1923-1929
Alfonso Q. Molina(PND) 1923-1927

Pío R. Bosque (PND) 1927-1931

Las quizás sinceras reflexiones de Wilson sobre la paz mundial y la diplomacia moral se expresaron en América latina y el Caribe con la prolongación de la ya tradicional política agresiva e intervencionista. Y a esta constelación de agresiones se le bautiza como panamericanismo. Y se materializa en una serie de encuentros presidenciales.

En abril de 1914 en una supuesta represalia por capturas indebidas de marines en el puerto de Tampico, los Estados Unidos bombardean e invaden el puerto mexicano de Veracruz. Posteriormente justifican esta posición alegando que estaban colaborando para derrocar al general golpista Victoriano Huerta e instalar al demócrata Venustiano Carranza. El primero pro-inglés y el segundo pro-norteamericano.

En 1914 invade y ocupa Nicaragua de nuevo, ya que en 1912 2,5000 marines habían desembarcado para suprimir una rebelión, y se quedarían “administrando las aduanas portuarias” hasta 1925. En 1915 invaden Haití y se quedan hasta 1934. Las tropas del idealismo wilsoniano restablecen la esclavitud además de dejar el país en ruinas.

En 1916 invaden la República Dominicana y se quedan hasta 1924. Con su respectivo administrador de aduanas al servicio del National City Bank. En 1917 invaden Cuba y se quedan hasta 1923. Entre 1927 y 1928 realiza cinco intervenciones en Honduras al servicio de las compañías bananeras. En 1920 marines desembarcan en Guatemala para defender “la vida y los bienes de los ciudadanos estadounidenses.”

1.1.2 La presidencia Harding

Coincidiendo con la era del jazz, asume la presidencia el republicano Warren Harding, (1921-1923) con un programa político basado en “regresar a la normalidad” o sea en corregir drásticamente la política internacional de Wilson y regresar al aislacionismo. La apuesta imperial era fortalecerse internamente y dejar que los europeos arreglaran entre ellos sus problemas.

Harding, un hombre de muy pocas luces, se esmero en reclutar a un gabinete de lujo al servicio de los monopolios. Charles Evans Hughes, asumió como Secretario de estado, Herbert Hoover, Comercio; Henry Wallace, Agricultura; y el multimillonario Andrew Mellon, Tesoro; y al expresidente Taft le correspondió la presidencia del Tribunal Supremo.

Se considera que Harding fue rehén y víctima de la banda de Ohio, sus asesores que se dedicaban al póker, whiskey, lujo y corrupción. Fue un gobierno pro-corporaciones, racista, represivo y muy corrupto.

En febrero de 1923 Harding, en el marco de su visión aislacionista, impulsó la firma del famoso Tratado de Paz y Amistad entre los gobiernos centroamericanos, con el objetivo de poner fin a los permanentes conflictos que plagaban a la región. Entre otros acuerdos estaba la creación de una Corte para dirimir conflictos. Este tratado actualizaba un tratado anterior de 1907. El punto medular era el no reconocimiento de gobiernos surgidos de golpes de estado. Harding deseaba negocios, y no guerra.

1.1.3 La era Coolidge.

En 1923 muere Harding y asume la presidencia Calvin Coolidge (1923-1929), conocido como El Silencioso Cal. Continua la visión aislacionista en política exterior, nombrando como secretario de estado a Frank B. Kellog. No obstante esto, en 1926 siguiendo la tradición imperial, envía marines a Nicaragua para combatir al ilustre patriota Augusto Cesar Sandino.

En 1928 asiste a la VI Conferencia Panamericana celebrada en La Habana, Cuba. En esta reunión se produce un fuerte debate entre el canciller de El Salvador y el representante Hugues de Estados Unidos, en relación a la política intervencionista de estados Unidos en América Latina. Al regresar el desafiante canciller salvadoreño a su país le esperaba una carta de despido.

Las políticas de los gobiernos salvadoreños con respecto a los imperios inglés, francés, alemán y norteamericano

1.2. 1 las políticas de los gobiernos salvadoreños

Durante este periodo 1913-1929 la fuerza política interna predominante fue la llamada Dinastía Meléndez -Quiñonez, que gobernó desde 1913 hasta 1927.

Los Meléndez eran una familia terrateniente cafetalera de Santa Ana, uno de los principales clanes de esa época de la oligarquía nacional. Su primer gobernante fue Carlos Meléndez (1913-1918). Casado con Sara Meza. Sin descendientes.

Una de sus primeras medidas de gobierno fue la creación de la Policía Nacional, organismo represivo que durante ochenta años aterrorizó a la población. Meléndez se vio obligado a asumir posiciones nacionalistas, no obstante que fue en su gobierno que inició el viraje hacia los Estados Unidos y el alejamiento hacia Inglaterra.

Pero en el periodo de gobierno anterior de Manuel Enrique Araujo (1911-1913) se observa en la correspondencia diplomática norteamericana (diciembre de 1911) la preocupación por el apoyo que el gobierno guatemalteco de Manuel Estrada Cabrera proporciona a un grupo de opositores salvadoreños, dirigidos por Prudencio Alfaro. Cabrera y Araujo eran enemigos. Asimismo se refiere la visita realizada por el secretario de estado, Knox a El Salvador en marzo de 1912.

Resulta interesante que Knox se hospedó en la residencia del futuro presidente, Don Carlos Meléndez. Y que entre los invitados a la recepción para el alto funcionario norteamericano, se encuentre Rafael Guirola Duke, Ministro de Finanzas y Crédito Público, en sus apellidos se evidencia una segunda generación de miembros de la oligarquía cafetalera salvadoreña, que fortalecían su control mediante bien calculadas alianzas matrimoniales. Sus padres fueron Don Ángel Guirola de la Cotera y Doña Cordelia Duke Alexander. (Pineda 2011)

El 21 de octubre de 1913 Carlos Meléndez presenta una protesta del GOES por la pretensión de Estados Unidos de establecer una Base Militar en el Golfo de Fonseca. La protesta es respondida hasta el 18 de febrero de 1914. Y la réplica fue realizada por francisco Dueñas, en la ciudad de Washington. El Embajador Don Carlos A. Meza, realizó otra protesta el 8 de julio de 1914.

Cuando estalla la primera guerra mundial en 1914, Meléndez asume una política de neutralidad “benévola” figura jurídica orientada a evitar el involucramiento en la guerra, para evitar sufrir desgastes por parte de sus principales socios comerciales europeos, entre los que se encontraban los mercados de países en guerra como Inglaterra y Alemania.

En 1915 Meléndez rechaza categóricamente la firma del tratado Bryan-Chamorro, entre Nicaragua y Estados Unidos, mediante el cual se le permite a Washington construir una base militar en el Golfo de Fonseca, al considerar que constituye una violación a la soberanía del país. Los internacionalistas salvadoreños Francisco Martínez Suarez y Reyes Arrieta Rossi elaboran la “Doctrina Meléndez” y la presentan ante la Corte de Justicia Centroamericana.

En 1916 Carlos Meléndez envió un contingente militar y 5 mil fusiles para que se sumaran a las fuerzas constitucionalistas del presidente mexicano Venustiano Carranza que luchaba en contra del general Victoriano Huerta. Una clara actitud a favor de los Estados Unidos. (Embajada de México en El Salvador)

Le sucedió su hermano Jorge Meléndez (1919-1923). Casado con Tula Mazzini. Tuvieron tres hijos: Jorge, Ricardo y María de los Ángeles. Dueño de los ingenios azucareros Prusia y Venecia. Un año antes, en 1918, este clan familiar y en particular Alfonso Quiñonez, funda una organización paramilitar de derecha, llamada Liga Roja, que se encarga de atemorizar en la ciudad y el campo a sus opositores políticos. Es un antecedente de ORDEN y de los Escuadrones de la Muerte.

Lo que resulta sumamente interesante es que los enemigos principales de la Liga Roja fueron los grupos pro-ingleses y de terratenientes tradicionales, que también se habían acercado a los sectores populares y contaban con sus propios intelectuales orgánicos, como Miguel Tomas Molina, Enrique Córdoba, Tomas G. Palomo y Arturo Araujo. Contaban incluso con el apoyo de grupos estudiantiles universitarios, algunos de los cuales avanzaron después a posiciones marxistas.

Pero también el régimen de la dinastía Meléndez-Quiñones como proyecto burgués en conflicto con el proyecto oligárquico, es uno de los primeros esfuerzos desde las clases dominantes de búsqueda de un sustento popular a su proyecto político, apelando a artesanos, indígenas, campesinos e incluso a sectores de la intelectualidad.

Entres estos últimos se encuentra el destacado pensador Alberto Masferrer, quien respalda en 1912 al presidente Manuel Enrique Araujo, y luego apoya a finales de 1914 la candidatura de Carlos Meléndez para reelegirse en el cargo presidencial. En 1918 impulsa la realización de un Congreso Obrero en un local proporcionado por Arturo Araujo y bajo la protección del presidente Carlos Meléndez.

Y en 1929 Masferrer, el principal teórico del proyecto burgués, realiza una intensa campaña por medio de su periódico Patria a favor de la industrialización. Masferrer, intelectual orgánico del proyecto burgués, era portavoz de una ideología en oposición al proyecto oligárquico, al que consideraba como “atrasado.”

El gobierno de Meléndez apoya a Masferrer en la edición de revistas y periódicos. Y ya reelecto decreta leyes favorables a los artesanos. Las familias oligárquicas Álvarez, Meléndez, Quiñonez, asumen el proyecto pro-norteamericano y se oponen al proyecto pro-inglés. (Guidos Vejar 1980)

No obstante algunas actitudes patrióticas, es durante el gobierno de Carlos Meléndez (1913-1918) que inicia el viraje hacia Estado Unidos y ya en el gobierno de su hermano Jorge Meléndez (1919-1923) esta influencia se consolida y marca el definitivo desplazamiento de los ingleses en el bloque oligárquico. En 1922 se traslada la deuda pública en su totalidad hacia bancos de Estados Unidos, por medio de un préstamo por 21.5 millones dólares, con bancos neoyorquinos. (Correspondencia del Departamento de Estado. El Salvador 1922)

O sea que hace noventa años los Estados Unidos se afianzaron como potencia hegemónica en El Salvador. Incluso un año después de adquirir la deuda, los Estados Unidos nombraron a un agente fiscal autorizado para colectar el 70 por ciento de los derechos aduanales, un militar de nombre William M. Renwick, quien llegó en 1923 y estuvo en Acajutla hasta finales de esta década. Hubo un senador en Washington, de apellido Couzens, muy interesado en conocer sobre estos sospechosos arreglos.

Esta presencia norteamericana continua bajo los gobiernos de Alfonso Quiñonez (1923-1927) , que impulsa la diversificación agrícola (algodón, caña de azúcar) y la industrialización (textiles) , de Pio Romero Bosque (1927-1931) e incluso de Arturo Araujo (1931) que marca el fin del proyecto burgués. En el caso de Araujo, había transitado desde una posición inicial pro-inglesa hacia una posición final pro-norteamericana.

Hay que señalar que Romero Bosque fue el que le introdujo el cambio hacia la democratización y el bloque oligárquico le respondió formando la Asociación Cafetalera. Y este proyecto burgués iniciado en 1913 entra en crisis con la llegada del General Martínez por un golpe de estado el 2 de diciembre de 1931, que representó la restauración del proyecto oligárquico.

En 1928 el Dr. José Gustavo Guerrero durante la VI Conferencia Panamericana realizada en La Habana, Cuba, se enfrentó dignamente al secretario de estado norteamericano por la intervención en Nicaragua. Por esta acción patriótica, el presidente Pío Romero Bosque lo condecoró destituyéndolo del cargo.

1.2. 2. Las políticas del imperio norteamericano

En 1908 se efectúa la primera inversión directa de Estados Unidos en la economía salvadoreña, afectando la minería y los ferrocarriles. En 1913 la inversión de Estados Unidos ascendía a 3 millones dólares. Esta exportación de capital se amplía de 1914 a 1919 como resultado de los beneficios derivados de la primera guerra mundial, que le permitió a Estados Unidos adueñarse de una cuota sustancial de los negocios europeos.

A partir de entonces consolida su posición como principal socio comercial y desplaza a los imperios europeos. Y a la vez se incorpora como nuevo socio al bloque oligárquico. Este bloque formado a partir de 1871 experimenta también la ampliación de sus intereses de la exportación al beneficiado del café, por parte del sector de inmigrantes. (Guidos Vejar 1980)

Los cuales de esta manera controlan la banca, el beneficiado y la exportación del café, lo que los coloca en una situación de clara ventaja frente a los tradicionales productores. Y esto será una fuente permanente de conflictos. Por ejemplo, en 1919 grupos de productores exigieron el gobierno la creación de un banco hipotecario, que les protegiera contra los altos intereses de los créditos de la banca privada, controlada por el gripo de inmigrantes, así como de los costos por el transporte internacional del grano.

En octubre de 1909 asume como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante El Salvador, William Heimke, llega hasta marzo de 1914. Es sustituido por Boaz W. Long (1914-1917). Luego llega Frank D. Arnold (1918-1921). Sigue Peter Augustus Jay (1921), Bajo el gobierno de Harding asume Montgomery Schuuler (1921-1925). Bajo el gobierno de Coolidge, Jefferson Caffery (1926-1928). Luego Warren D. Robbins (1929-1931). Bajo el gobierno de Hoover, Charles B. Curtis ( 1931 al 10 de enero de 1932).

En la correspondencia diplomática norteamericana del año 1920 se refleja la interesante preocupación por las actividades “revolucionarias” de Arturo Araujo, quien junto con su padre el cafetalero Eugenio Araujo, y con su cuñado, el español Luís Francés, conspiran y amenazan desde Honduras al gobierno de Jorge Meléndez. Incluso Araujo penetra e invade la población de Arcatao.

En 1921, el presidente Jorge Meléndez inicia la negociación de un préstamo de 10 millones dólares a través de los Hermanos Bloom, un bufete jurídico de Nueva York. Dos años antes, en 1919 la firma francesa de Leon Dreyfus le presta al GOES 780,000 dólares y recibe por esa cantidad bonos asegurados mediante los impuestos de la venta del café.

En 1922, bajo el gobierno de Jorge Meléndez, el GOES adquiere un empréstito con Minor Keith, de UFCO por 21,500.00 y luego con bancos de Nueva York,( National City Bank y National City Company) . Lo que le permite la cancelación de la totalidad de la deuda inglesa, realización de obra pública y cancelación de deuda interna. Estas medidas marcaron de manera definitiva la sujeción a la potencia del norte. Es interesante señalar que esta deuda, aumentada a 26 millones dólares, se termino de cancelar hasta finales de la década de los años 50. (Guidos Vejar 1980)

En 1926 bajo el gobierno de Alfonso Quiñonez Molina llega al país la multinacional ESSO, con terminales en Acajutla, La Libertad y Cutuco. En 1927, bajo la cobertura de una empresa canadiense, Estados Unidos adquiere el control de la compañía de distribución de la energía CAESS. En 1934 bajo el gobierno del General Martínez, la Canadian International Power renegoció su contrato por 50 años más, hasta 1984. Como dato curioso hay que rescatar que es hasta 1929 que el país cambia su nombre de Salvador a El Salvador.

En 1929 capitalistas nacionales constituyen empresas para disputarle el espacio a compañías de inmigrantes franceses que monopolizaban la construcción de viviendas y de la pavimentación, y que estaban encabezados por el famoso alsaciano René Keilhauer. Asimismo se realizan protestas en contra de aumentos al pasaje del transporte público, que estaba controlado por inmigrantes de origen sirio-palestino.

2. Las respuestas de las resistencias progresista y popular

2.1 La respuesta del movimiento sindical y popular salvadoreño

En 1912 el presidente Manuel Enrique Araujo condenó de manera enérgica la intervención de los marines en Nicaragua así como se opuso a la contratación de préstamos extranjeros para financiar el funcionamiento del estado y las obras de infraestructura. Guidos vejar es de la opinión que él y todos los gobiernos que le precedieron desde 1994 “eran proingleses.”

En noviembre de 1916 se realiza un mitin antiimperialista en el Parque Morazán en el que se rinde homenaje a los marinos mexicanos del cañonero Jesús Carranza, que visitaba los puertos nacionales. El entonces Br. Salvador Merlos “habló de México como un ejemplo de la virilidad de la raza, que nos da el país azteca al enfrentarse a los poderosos cuando estos amenazan su soberanía. (Lindo 2012)

En 1918 los sectores populares se aglutinaron alrededor de la candidatura de Tomas G. Palomo para enfrentarse a los partidarios de Carlos Meléndez, en especial sectores de estudiantes universitarios. Este año se celebra en la ciudad occidental de Armenia un Congreso Obrero, organizado por Alberto Masferrer y Arturo Araujo, en el que se rinde tributo al benefactor Carlos Meléndez. Y también surge desde las entrañas de la UES el combativo semanario Opinión Estudiantil. (Pineda 2011)

En 1919 surge la huelga como método de lucha del incipiente movimiento obrero, que empieza a diferenciarse del anterior movimiento artesanal. Se realizan protestas populares en contra de la Compañía del Tranvía en San Salvador y Santa Tecla.

Se realiza la Convención de la Unión Obrera Salvadoreña, surgida el año anterior en el Congreso de Armenia. Surge la Universidad Popular como instrumento de educación alternativa. Se realiza la primera huelga del gremio de sastres. Y los anarquistas forman el Centro de Estudios Racionalista Germinal, para promover la organización sindical y popular.

En 1920 son capturados los estudiantes universitarios José Luís Barrientos y Agustín Farabundo Martí, luego de un mitin en solidaridad con el pueblo de Guatemala. Posteriormente son expulsados hacia ese país.

En 1921.se desarrolla una huelga magisterial por aumento salarial y mejores condiciones de trabajo.

En 1922 los estudiantes universitarios se suman a la campaña en pro de la candidatura de Miguel Tomas Molina y contra el dictador Jorge Meléndez. En diciembre de 1922 una demostración de mujeres en apoyo a la candidatura de Miguel Tomas Molina es salvajemente reprimida por la dinastía Meléndez Quiñonez.

En 1923 en la ciudad de Santa Ana, los trabajadores organizados celebran por vez primera el Día Internacional de los trabajadores.

En 1924 se celebra por primera vez en la capital salvadoreña el 1 de mayo. El 23 de septiembre se crea la Federación Regional de Trabajadores Salvadoreños, FRTS, afiliada a un organismo regional, la COCA.

En 1926 surge la Liga Antiimperialista, para encauzar el sentimiento patriótico y solidario de los sectores populares, y en espacial impulsar la solidaridad con la gesta patriótica de Augusto Cesar Sandino.

En 1927 surge la AGEUS; gloriosa y combativa organización de los estudiantes universitarios. Durante este año se incorpora a la lucha antiimperialista de Sandino la primera guerrillera salvadoreña, Teresa Villafuerte Dupont.

En 1929 el presidente salvadoreño Don Pío Romero Bosque, desafiando al imperialismo norteamericano, escribe una histórica carta al héroe de las Segovias, General Sandino.

2.2 Las respuestas del movimiento sindical y popular norteamericano

En 1913, 11, 000 mineros del carbón de Colorado se declararon en huelga, la cual fue muy reconocida e incluso contó con la participación de la legendaria Mother Jones, organizadora del Sindicato Unido de Mineros (UMW) , esta huelga culminó con la “masacre de Ludlow” en 1914, en la que fueron asesinados 11 niños y 2 mujeres.

Al final intervino la Guardia Nacional a solicitud de los patronos, la poderosa familia Rockefeller. Mientras se realizaba la represión contra los mineros, los Estados Unidos bombardeaban Vera Cruz en México en represalia por la captura de unos marines en el puerto de Tampico. Represión al interior y agresión hacia afuera era y es la política de la clase dominante imperial.

El 1 de septiembre de 1919 surge en la ciudad de Chicago, el Partido Comunista de Estados Unidos, y desde entonces el movimiento obrero y popular cuenta con una organización que conduce sus luchas. Sus primeros miembros provenían de las federaciones “de idiomas” sindicales de la Federación Americana del Trabajo (AFL) o sea obreros alemanes, húngaros, judíos, lituanos, polacos, rusos, y ucranianos así como comunistas de habla inglesa (Krasnov 1977)Su primer secretario general fue Charles E. Ruthenberg (1882-1927), de Cleveland, Ohio, antes dirigente del Ala Izquierda del Partido Socialista (creado en 1901), y su actual secretario general es Sam Webb.

Este mismo año de 1919 en febrero, en la ciudad de Seattle se realizó una huelga general de cinco días, convocada por los Obreros Industriales del Mundo, (IWW) para exigir aumento salarial. Mientras en Nueva Jersey, 28,000 trabajadores de las de las fábricas de seda en Paterson se fueron a la huelga.

Ese mismo año de 1919 el dirigente sindical William Z. Foster (1881-1961) dirigió una huelga de 350,000 trabajadores del acero en Chicago. Durante las celebraciones del 1 de mayo a lo largo del país la consigna principal fue la de “Fuera manos de la Rusia Soviética” exigiendo el regreso de las tropas norteamericanas, que habían ido a combatir a ese país contra el gobierno socialista de Lenin.

En noviembre de 1920 se crea la Liga Educativa Sindical (TUEL) que juega un destacado papel en la formación política de los cuadros del movimiento sindical

En 1920 son capturados en Boston, los activistas italianos Nicola Sacco y Bartolomé Vanzetti y sentenciados a muerte. Fue un juicio contra dos obreros anarquistas y extranjeros, y despertó la solidaridad del pueblo norteamericano que se movilizó para lograr su libertad. En agosto de 1927 fueron electrocutados.

En 1924 surge el diario de izquierda Daily Worker, que por décadas informó, educó y movilizo a millones de trabajadores. En la actualidad es un semanario llamado Peoples World. Este año las fuerzas de izquierda apoyan la candidatura presidencial independiente del senador republicano Robert M. La Follete.

En octubre de 1925 se realizó en Chicago, el Primer Congreso de los Trabajadores Negros, en el cual destacados luchadores afroamericanos unieron sus ideas y acciones para luchar desde los sindicatos contra el racismo institucionalizado en la sociedad norteamericana.

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Roberto Pineda 4 de noviembre de 2012

Crisis y democracia, neoliberalismo y movimientos sociales

En un artículo anterior me ocupaba de los efectos de la crisis sobre las estructuras estatales y supraestatales, tomando como ejemplo la crisis de la UE y del Estado de las autonomías en España . Esta vez el objetivo es analizar los efectos de la crisis sobre las democracias liberales occidentales.

Las clases populares, formadas por actores muy diversos, empezaron a movilizarse de manera masiva, primero desde finales de la década de los 90 contra las medidas neoliberales, especialmente en América Latina; y después contra los efectos sociales de la crisis a partir de 2008, especialmente en Europa. Esta nueva ola de protagonismo de las masas populares, ocupando el espacio público y transformando la realidad social y política de países y regiones, ya había comenzado unas décadas antes . Paralelamente a las contestaciones actuales en Europa, el mundo árabe también se vio sacudido por una rebelión de masas que está transformando toda la región.

Los nuevos sujetos plurales de estas movilizaciones y sus formas de protesta han convivido y conviven con antiguos movimientos sociales, especialmente en Europa, como los sindicatos y su clásica arma de lucha, las huelgas laborales. Pero entre ambos aparecía una diferencia fundamental. Los sindicatos normalmente se orientan hacia objetivos socio-laborales que deben ser acordados mediante una negociación, y la huelga juega como un elemento de presión, lo cual no pone en duda la estructura general de dominación política y social. Sin embargo, las movilizaciones de masas impulsadas por los nuevos sujetos sociales plurales como reacción a las agresivas políticas del neoliberalismo (tanto en su fase de ascenso en América Latina, como en la fase de la crisis en Europa) se plantean de manera creciente objetivos más ambiciosos, aunque también más difusos, superar el modelo de democracia burguesa por una más participativa y, finalmente, superar el capitalismo. En relación a ambos objetivos las alternativas propuestas se hacen más difusas y diferentes. Tanto lo ambicioso de las aspiraciones, como la falta de concreción de las alternativas hacen imposible la negociación. Por eso las consignas que traducen los deseos de las masas en acción a veces expresan más la arista de protesta que la de alternativa, es el ejemplo del famoso ¡Qué se vayan todos!

Algunos de los principales ensayistas y publicistas de la izquierda se han ocupado de definir y analizar esta nueva realidad social. Así por ejemplo, Marta Harnecker definía a los nuevos movimientos sociales de la siguiente manera: “Difieren en muchos aspectos del clásico movimiento obrero. Sus plataformas tienen un fuerte acento temático y su convocatoria es policlasista y multigeneracional. Sus modos de organización son menos jerárquicos y más en red que en el pasado y sus formas concretas de acción son muy variadas. Aparecen también en el escenario nuevos actores sociales. Es sorprendente, por ejemplo, la capacidad de movilización que han manifestado los jóvenes, organizados fundamentalmente por vía electrónica, con el objetivo de repudiar la actual globalización; resistir a la aplicación de medidas de corte neoliberal, desarrollar poderosísimas manifestaciones contra la guerra y ahora contra ocupación, y difundir experiencias de luchas revolucionarias, rompiendo el cerco informativo al que habían sido siempre sometidas las ideas progresistas y de izquierda.”

Raúl Zibechi señala las causas que provocaron la eclosión de estos nuevos movimientos sociales en América Latina en la década de 1990, “Los movimientos sociales nacidos en América Latina son las respuestas al terremoto social que provocó la oleada neoliberal de los ochenta, que trastocó las formas de vida de los sectores populares al disolver y descomponer las formas de producción y reproducción, territoriales y simbólicas, que configuraban su entorno y su vida cotidiana.”

Ese terremoto social se ha reproducido de nuevo en Europa al finalizar la primera década del siglo XXI como consecuencia de la grave crisis económica que golpea, especialmente, a los países del sur, y que ha llevado en un corto período de tiempo al desmantelamiento de sus débiles Estados de Bienestar, sumiendo en situaciones de pobreza y desesperanza, inimaginables unos pocos años antes, a amplias capas populares. Y también en Europa han nacido nuevos movimientos sociales, entre los que sobresale el movimiento de los indignados en España, con réplicas en otros países y una fuerte capacidad de movilización.

Los sujetos que han protagonizado las movilizaciones antineoliberales en América Latina son más variados que los que participan en las movilizaciones europeas. En el subcontinente americano existen dos sujetos que en Europa son de escasa importancia como los campesinos, o inexistentes como los pueblos indígenas. Pero si son más parecidos otros sujetos, como los trabajadores precarios y desempleados, las clases medias empobrecidas y los estudiantes, atravesados todos ellos por dos grupos diferenciados especialmente golpeados por la crisis, los jóvenes y las mujeres.

Las democracias burguesas en América Latina y Europa, basadas en sus reglas formalistas de participación se han visto enfrentadas a movimientos que exigían mayor inclusión y participación, y radicalización de la democracia, con el objetivo de liberarlas de la farsa que las reduce a la participación puntual en un acto de votación cada cuatro o seis años, y de la degradación que supone la manipulación de la opinión pública por los grandes conglomerados de medios de comunicación y el chantaje de los grandes poderes económicos, hoy señalados con el aséptico nombre de los mercados.

Estos nuevos sujetos, y los movimientos que conforman, han acudido a un nuevo repertorio de formas de protesta y lucha que han llegado, en ciertos momentos, a situaciones insurreccionales en América Latina, sin alcanzar ese nivel, por el momento, en Europa. Además, en Europa, el peso de uno de los más antiguos movimientos sociales, el obrero, con sus clásicas organizaciones sindicales y sus también clásicas formas de lucha, la huelga, sigue teniendo un peso mucho más relevante que en América Latina, y ello, a pesar del carácter reformista de las cúpulas sindicales.

Este repertorio de nuevas formas de protesta ha desbordado el marco laboral para tomar las plazas y calles en ocupaciones y manifestaciones, en cortes de carreteras, y en ocupaciones de edificios públicos y privados emblemáticos. Han acudido a las demandas de convocatoria de asambleas constituyentes, de referéndums y de nuevas elecciones, politizando de esta manera sus demandas y apuntando al corazón del problema al exigir una auténtica democracia y un modelo económico que estén, ambos, al servicio del pueblo y no de los grandes poderes económicos.

En América Latina, como es sobradamente conocido, el ciclo de protestas de estos nuevos actores y movimientos que se incorporaban a la historia llegaron a derribar diferentes gobiernos neoliberales en Argentina, Bolivia o Ecuador; desarticularon golpes de Estado y movimientos sediciosos de la extrema derecha como en Venezuela, Bolivia y Ecuador; consiguieron llegar al poder a través de partidos o líderes identificados con ellos como en Ecuador, Bolivia y Venezuela, y también vieron como la derecha les robaba su victoria bien legalmente, como en Argentina, bien con un golpe de Estado abierto como en Honduras o encubierto como en Paraguay, bien a través del fraude electoral como en México. Pero donde accedieron al poder, la democracia se hizo mucho más real, inclusiva y participativa, sin que en ningún lugar el pulso entre la vieja sociedad oligárquica y neoliberal y los nuevos proyectos populares y democráticos haya concluido, ni tampoco las tensiones en el interior del campo popular. En todas esas experiencias los nuevos movimientos y sus formas de lucha fueron objeto de intentos de deslegitimación y criminalización por parte de las oligarquías y sectores neoliberales, a nivel nacional e internacional, utilizando para ello los poderosos medios de comunicación a su servicio y amparándose en las reglas formales de una democracia burguesa puesta al servicio de sus intereses.

La democracia es una conquista de las clases populares

Frente a ello, el objetivo de los nuevos movimientos no fue renegar de la democracia, sino denunciar su vaciamiento por las elites políticas y económicas y reivindicar una radicalización y profundización de la democracia. La lucha contra la opresión económica y social se hacía bajo la bandera política de una democracia auténtica.

Existe una tesis ampliamente documentada y sostenida por estudiosos y analistas del desarrollo democrático que sostiene que la ampliación del contenido de la democracia llevada a cabo durante más de siglo y medio ha sido posible gracias a las luchas de las clases populares. Es necesario recordar una vez más que liberalismo y democracia forman un binomio conflictivo y contradictorio. Las democracias liberales del siglo XIX eran democracias censitarias, donde solo un muy reducido sector de la población gozaba de la ciudadanía, el sector formado por los propietarios importantes, al que se podía añadir los que gozasen de un nivel educativo alto, normalmente pertenecientes al sector de los propietarios. Ni siquiera las mujeres de ese sector tenían el derecho a la ciudadanía. Fueron las clases populares, especialmente el movimiento obrero, y el movimiento feministas (sufragistas) quienes ampliaron paulatinamente los sectores con derechos políticos.

Pero esa extensión aún no representaba el moderno Estado social y democrático de derecho, es decir, aquel que reconoce, junto a los derechos políticos, una serie de derechos sociales y económicos a las clases populares, esos que conformaron el Estado de Bienestar hoy en vías de desmantelamiento. Y esos derechos necesitaron nuevos períodos de lucha para ser conseguidos.

Entonces, ¿el liberalismo se hizo democrático en este proceso y cesó sus contradicciones con la democracia? En absoluto. Grosso modo podríamos decir que el liberalismo solo aceptó la extensión de la democracia conforme encontraba medios para mantener bajo control a las “peligrosas clases populares” que accedían a los derechos políticos. Aún así, cuando estos mecanismos dejaban de funcionar y se hacía real el peligro para su dominio, simplemente acababa o intentaba acabar con la democracia. Ejemplos históricos de ello son la II República española, la Guatemala de Arbetz, el Chile de Allende, o Venezuela (golpe de Estado abortado por la defensa popular de la legalidad democrática) y Honduras en la actualidad, entre otros muchos ejemplos que pueden citarse. Y sin llegar tan lejos, el fraude electoral en México en 2006 para impedir la victoria de López Obrador a la presidencia de ese país.

Tres grandes medios fueron encontrados por el liberalismo para ejercer ese control en diferentes épocas. El más antiguo y burdo, más propio de sociedades rurales, fue el caciquismo, mediante el cual los caciques controlaban el voto de amplias masas, mayoritariamente rurales, en sus feudos. Luis Corvalán hace una descripción de estas prácticas en las elecciones presidenciales chilenas de 1938 que es extensiva a otros países del mundo, “el sistema electoral permitía las más groseras deformaciones de los verdaderos sentimientos ciudadanos. Abundaban las dobles inscripciones, votaban los muertos de la derecha, se robaban las urnas, se compraba y vendía votos. Y como la candidatura de Ross desconfiaba de los “carneros” se organizaron para al 25 de octubre, día de la elección, las encerronas de elementos de venales a fin de llevarlos a votar, mediante el sistema de acarreo, para asegurarse así que no iban a fallar”.

El segundo medio de control sobre las clases populares peligrosas, más adecuado a las sociedades desarrolladas económicamente, está formado por la conjunción de tres fenómenos. En primero es un crecimiento económico sostenido que permite compartir una parte del beneficio del crecimiento con las clases populares a cambio de paz social y reconocimiento de la hegemonía burguesa. Los amplios beneficios económicos que permiten repartir una parte de los mismos son fruto de los aumentos sostenidos de la productividad del trabajo y de la sobre-explotación de los países atrasados. El segundo fenómeno es la existencia de organizaciones sindicales integradas dentro del mecanismo de un negociación que permiten acordar las condiciones de dicho reparto, lógicamente la clase obrera es la principal beneficiaria de esos beneficios invertidos en paz social, pero también se extienden a otras capas populares. El tercer fenómeno es la existencia de partidos socialdemócratas que transmitan y garanticen a nivel político la hegemonía burguesa dentro del movimiento obrero y otras capas populares. Este es el medio de control que se está resquebrajando en Europa con la ofensiva para desmantelar el Estado de Bienestar. Por esto mismo, cuando se ataca al Estado de Bienestar se está disolviendo el lazo que mantenía unido al liberalismo y la democracia mediante una paz social sostenida mediante los beneficios obtenidos de la explotación interna y sobre todo externa. En épocas de crisis, la burguesía busca recomponer su tasa de beneficio mediante el fin del reparto de los beneficios y el aumento de la explotación. Pero desmantelar el Estado de Bienestar es acabar con el Estado social, intentando hacer retroceder al Estado liberal a un estadio histórico anterior de su desarrollo, algo imposible de hacer aceptar pacíficamente a las clases populares. De ahí que, inevitablemente, dicho desmantelamiento tenga que ser acompañado de una degradación de la democracia y un aumento de los aspectos autoritarios y represivos del Estado liberal.

El tercer medio de control es el más moderno y sofisticado de los tres, se trata de los poderosos medios de comunicación de masas que buscan asegurar la hegemonía de la burguesía sin necesidad de la mediación de los sindicatos y los partidos socialdemócratas. Se trata de un medio capaz de ser utilizado tanto en sociedades desarrolladas como no desarrolladas. Su eficacia ha sido alta, pero ha encontrado sus límites en dos situaciones. Primero, cuando los sacrificios y sufrimientos que sufren las clases populares llegan a un cierto nivel relativo, la propaganda de los medios empieza a perder capacidad para mantener la hegemonía burguesa y, en conjunción con otras condiciones, esa hegemonía comienza a ser disputada por las organizaciones representativas de las clases populares. Es el ejemplo de los levantamientos populares anti neoliberales en América Latina. La segunda situación que contrarresta el monopolio de los grandes medios de comunicación de masas es la difusión de los modernos medios de comunicación de más difícil control, los teléfonos móviles e internet, como ha sido demostrado en muchas de las movilizaciones más importantes desarrolladas en los últimos años en el mundo.

Por tanto, si el primer medio de control pertenece mayoritariamente a las sociedades rurales del pasado o atrasadas, si el segundo está quedando inutilizado con la ruptura del pacto social por parte de la burguesía, y el tercero está siendo contrarrestado por otros medios de comunicación en las actuales sociedades de masas, el dominio burgués se encuentra ante una situación insólita que se agrava, de un lado por la intensidad de una crisis económica del capitalismo, similar a la de los años 30, y por otro debido al desafío de los movimientos sociales que no solo luchan por evitar la degradación de la democracia en sus contenidos actuales, sino por ampliar y profundizar esos contenidos democráticos.

Los intentos de deslegitimar y criminalizar la rebeldía civil pacífica que recorre la Europa del sur en estos momentos están abocados al mismo fracaso que cosecharon cuando intentaron lo mismo en América Latina. Podríamos, pues, terminar haciéndonos unas preguntas claves en estos momentos que ilustran claramente si es el neoliberalismo o las clases populares y sus movimientos quienes defienden la bandera de la democracia: ¿Es mejor democracia la mexicana, con el descarado fraude electoral a López Obrador, frente a la democracia venezolana, donde Chávez se sometió a un referéndum revocatorio? ¿Es democrático que el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, o la canciller alemana Angela Merkel decidan los destinos de 27 pueblos europeos? ¿Son democráticas las amenazas de la troika obligando a retirar el referéndum griego que quiso realizar Papandreu? ¿Es democrático que el Parlamento Europeo, única institución de elección directa en la UE, permanezca mudo durante los graves acontecimientos en Europa? ¿Es democrático que los mercados dicten las medidas que el gobierno de Rajoy impone a la sociedad española en cada consejo de ministros semanal? ¿Es democrático reducir a los pueblos europeos a la pobreza y la miseria con el objetivo de salvar a los bancos? ¿Son más democráticas las amenazas, extorsiones, provocaciones y represiones de los gobiernos e instituciones neoliberales, o las muestras de solidaridad y libre manifestación de las clases populares?

Los actuales movimientos sociales que se movilizan en Europa contra el programa neoliberal de desmantelar el Estado de Bienestar, que defienden los derechos de la inmensa mayoría de la población frente a los intereses de los mercados, son los auténticos defensores de una democracia que solo se ha ido ampliando y profundizando a lo largo de la historia a través de las luchas de las clases populares.

Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog :

http://miradacrtica.blogspot.com/, o en la dirección: http://www.scribd.com/sanchezroje

Los efectos de la crisis en las estructuras estatales y supraestatales. El caso de España y la UE.

Ver un análisis sobre este fenómeno en mi artículo “ La revolución de masas prende en el mundo árabe”

Marta Harnecker, Ideas para la lucha, pág. 11

Raúl Zibechi, Autonomía y emancipaciones. América Latina en movimiento, pág. 21

Luis Corvalán, De lo vivido y lo peleado. Memorias. LOM, pág 38

La Consolidación Oligárquica Neoliberal en El Salvador ylos Retos para el Gobierno del FMLN

Texto Originalmente publicado en Revista América Latina (Universidad ARCIS, Chile), 10 (2011)

La historia de El Salvador en la era republicana ha sido caracterizada por abismales desigualdades en el engranaje de las relaciones sociales y la estructura del poder. Es notorio el uso histórico del término “Las 14 Familias” que fue utilizado para denotar a la oligarquía cafetalera que se cimentó en las reformas liberales del último cuarto del siglo diecinueve y que dominó al país por un siglo (1880-1979).

En el ideario popular “Las 14 Familias” se resumió en la simple noción de “La Oligarquía” e incluso se sigue utilizando has el día de hoy para identificar a las contadas familias que siguen controlando el nuevo poder económico en la era neoliberal. Pero desde el punto de vista conceptual/analítico, nos podemos preguntar: ¿Cómo ha cambiado la oligarquía en El Salvador? ¿Cuáles son las nuevas dinámicas políticas y socioeconómicas que caracterizan la composición y comportamiento del nuevo grupo de poder? Durante 20 años (1989-2009), y de la mano del instrumento partidista de la oligarquía, Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), El Salvador experimentó la implementación de un programa neoliberal basado en la privatización, la desregularización, la dolarización y el libre comercio que al mismo tiempo constituyó la piedra angular para la reconstitución de la estructura tradicional de poder donde la oligarquía nacional ha logrado consolidarse.

El Salvador cambió aceleradamente durante ese tiempo, de un sistema agropecuario exportador con tintes semifeudales a una economía basada en las finanzas y los servicios. Del mismo modo, la antigua oligarquía cafetalera se ha transformado en una clase financiera dentro del marco de esta nueva economía basada en las finanzas y los servicios, que además se ha convertido en una clase importadora que utiliza el dólar estadounidense como moneda y sobrevive gracias al consumo que sostienen las remesas que los salvadoreños en el exterior, principalmente en EE UU, mandan a sus familias periódicamente.

Por lo tanto, la nueva oligarquía ha cambiado sus viejos fundamentos ideológicos que se basaban en preceptos terratenientes/feudales y retrógrados por el innovador y “modernizante” mundo de la doctrina neoliberal, pero el resultado macro social de este quiebre ideológico ha representado simultáneamente un continuismo del privilegio y la desigualdad en El Salvador, y de hecho la estructura de poder se ha consolidado e incluso se ha agudizado.

En este contexto, el triunfo electoral del Frente Farabundo Martí Para la Liberación Nacional (FMLN), el ex guerrillero partido de izquierda y frontal enemigo de la oligarquía y del neoliberalismo, que ganó la presidencia del país por primera vez en marzo del 2009, tuvo como uno de sus pilares de acción “cambiar” la orientación neoliberal de cuatro gobiernos de ARENA y encaminar al país en un sendero distinto donde las urgencias socioeconómicas de las grandes mayorías desplazaran a los intereses oligárquicos como las prioridades estatales.

No obstante, las promesas de cambio no fueron radicales o substanciales, y es aquí donde yace el gran reto para el gobierno del FMLN: al prometer medidas cosméticas y superficiales sin abordar la base fundamental de las desigualdad social y la pobreza, es decir el sistema oligárquico en sí, el FMLN ha asegurado la continuidad del sistema que implementó ARENA a favor de un puñado de oligarcas.

Nada más que un cambio radical podría desmantelar la consolidación oligárquica neoliberal, es decir, la raíz de los problemas más básicos que el país enfrenta. El siguiente artículo intentará facilitar un análisis crítico de esta problemática salvadoreña dentro del marco de los desafíos que se han venido fraguando en el periodo de la posguerra y que condicionan la evolución política y socioeconómica del país: el neoliberalismo, la consolidación oligárquica, y los retos del gobierno del FMLN.

La primera sección abordará un análisis histórico de la conformación de la oligarquía cafetalera entre los años 1880 y 1932, mientras que en la segunda sección examinaremos la alianza histórica entre la oligarquía cafetalera y los militares que se pactó para mantener el sistema a flote hasta 1979. La tercera sección presentará un recuento del giro neoliberal que catapultó a una nueva oligarquía dentro del marco de una economía terciaria, importadora y orientada al consumo improductivo, a costa de las mayorías que continúan marginadas y sumidas en enormes desigualdades socioeconómicas.

La cuarta sección buscará presentar un análisis de la creciente identidad transnacional de la nueva oligarquía salvadoreña, tanto para dejar constancia de su nuevo carácter como de su vertiginoso poderío. Finalmente, la quinta sección intentará proporcionar un franco análisis sobre los retos que le esperan al gobierno del FMLN en cuanto a las promesas de cambio y las oportunidades y riesgos, tanto internos como externos, que se avecinan al tratar de enfrentar el funcionamiento y orientación del nuevo sistema oligárquico.

Caracterización Histórica de la Oligarquía Cafetalera

Podríamos argumentar que la oligarquía cafetalera fue exitosa en perpetuar por un siglo su ideología tradicionalista y agraria (de principios de 1880s a 1979) aunque las modalidades hayan cambiado a través de los años. El fundamento económico de la oligarquía cafetalera se cimentó durante las reformas liberales a finales del siglo diecinueve, cuando el régimen de Rafael Zaldívar eliminó por decreto todas las tierras comunales y los ejidos indígenas para abrir paso a la privatización de la tierra y facilitar la expansión del incipiente sector cafetalero (Colindres 1977; Lindo 1980 & 1990; Menjivar 1980; Bradford Burns 1988; Torres Rivas 2007).

En febrero de 1881 se aprobó la “Ley de Extinción de Comunidades” la cual afectó a más del 15% de la tierra productiva del país y ordenaba a los administradores de las tierras comunales campesinas a dividir sus propiedades de forma individual ó a vender las tierras a personas que estuvieran dispuestas a comprarlas (Menjivar, 1980: 100-101).

Esta ley dejaba al descubierto la nueva orientación en el régimen de tenencia de la tierra: “la indivisión de los terrenos poseídos por comunidades impide el desarrollo de la agricultura, entorpece la circulación de la riqueza y debilita los lazos de la familia y la independencia del individuo…que tal estado debe cesar cuanto antes como contrario a los principios económicos, políticos y sociales que la República ha aceptado” (Geoffroy Rivas, 1973: 438) 2

Un año más tarde se aprobó la “Ley de Extinción de Ejidos”, que de igual forma descalificó las tierra comunales “por cuanto anulan los beneficios de la propiedad en la mayor y más importante parte de los terrenos de la República” (Ibíd.). La visión de Zaldívar se basaba en la construcción de un país agroexportador que desechaba todas las formas arcaicas de producción y tenencia de la tierra en favor del dinamismo de la exportación del café que no sólo diversificaría la economía nacional sino que también proporcionaría una mayor fuente de ingresos para financiar la eventual expansión del aparato estatal.

Asimismo, y para asegurar la mano de obra en las nuevas plantaciones de café, Zaldívar introdujo leyes que prohibían “vagancia y trabajo migratorio” y asignaban “jueces agrarios” para controlar la disponibilidad de jornaleros, mientras se autorizaba la expulsión de “intrusos” en todas las nuevas tierras privadas por parte de la recién formadas patrullas policiales comunales (Gordon 1989: 21). El aparato represivo se reforzó progresivamente con la introducción de la Policía Rural en 1889, asignada primordialmente a las áreas cafetaleras.

Es importante señalar que el crecimiento de los cuerpos represivos obedeció a la modalidad de privatización de la tierra. A medida que las tierras comunales y los ejidos perdieron apoyo estatal, la clase dominante, consolidada en el periodo republicano y vinculada con el régimen de Zaldívar, se convirtió en el gran beneficiario de la reforma liberal.

Aprovechando la ambigüedad de las leyes y las brechas legales que éstas permitían, la clase dominante se sirvió de prácticas corruptas, tales como la contratación de abogados inescrupulosos y el soborno de administradores locales, para apropiarse de las mejores tierras del país. A esto se añadió la eventual expulsión forzada de indígenas y campesinos para “limpiar” las tierras y agilizar la explotación cafetalera (Geoffrey Rivas, 1973: 439).

Es aquí donde los cuerpos represivos encontraron su mayor punto de acción: despojando las tierras de forma ilegal y violenta y conteniendo las rebeliones campesinas que se levantaron para combatir los abusos, como sucedió en 1882, 1885 y 1889 (Menjivar 1980: 89; Trujillo 1981). Este proceso de despojo no solamente permitió la base de acumulación originaria para fundamentar el nuevo modelo agroexportador y la base material para establecer la nueva oligarquía cafetalera, sino que también representó el hito en la formación de un régimen socioeconómico fundamentalmente injusto y caracterizado por enormes desigualdades que se reprodujo de forma permanente por casi un siglo.

Según Flores Macal, para 1886 unas cuantas familias, por ejemplo Alfaro, Palomo, Dueñas, Regalado, Escalón y Meléndez, se habían apoderado de 40% del territorio nacional para expandir el sector agroexportador, la mayoría antiguas tierras ejidales y comunales (Flores Macal, 1983: 60). La nueva Constitución de 1886 promulgó oficialmente la privatización de la tierra y el modelo agroexportador como la estrategia nacional hacia el desarrollo, mientras que la emergente oligarquía cafetalera se convertía en la nueva clase dominante que controlaría las riendas del modelo agroexportador y todos los demás sectores económicos del país.

Del mismo modo, esta clase también se constituiría como una élite gobernante ya que miembros de este grupo ocuparon la silla presidencial hasta la tercera década del siglo veinte (Mariscal, 1979: 143). Este proceso de acumulación originaria concluyó en el logro de tres objetivos fundamentales para la consolidación de la nueva oligarquía cafetalera: permitió la despojo de tierras y la 3 liberalización de la mano de obra para sostener al industria del café; propició la inserción de El Salvador dentro de los circuitos del mercado internacional como mono-exportador de café; y eliminó la tradición de gestión de tierras por parte de los gobiernos municipales al centralizar esta gestión en manos del gobierno nacional, lo que a su vez facilitó la transferencia de tierras a los intereses oligárquicos que controlaban el estado nacional.

Para finales del siglo diecinueve, la exportación de café se había convertido en la espina dorsal de la economía nacional, ya que representaba 76% de las exportaciones (esta cifra llegaría a 95% en 1931) y recaudaba más del 80% de las rentas del estado (Geoffrey Rivas, 1973: 439). Del mismo modo, la industria del café se convertiría en el negocio exclusivo de unas cuantas familias oligárquicas que se mantendría hasta 1979, un grupo que se denominó “Las 14 familias” ya que los más poderosos constituían ese número aunque en realidad era mayor (Colindres 1977; Albiac 1999; Paniagua 2002).

En el cuadro 1 se especifican las principales familias que controlaron este rubro hasta mediados de la década de los 1970s, una producción que representaba más de dos tercios de la producción nacional cafetalera y que se llevaba a cabo en la mejor tierra del occidente del país.

Cuadro 1 Principales Familias en la Producción de Café, 1974 (Miles de quintales)
Familia(s)
1. Regalado Dueñas y Mathies Regalado 2. Guirola 3. Llach y Schonenberg 4. Hill y Llach Hill 5. Dueñas 6. Álvarez Lemus 7. Meza Ayau 8. Sol Millet y Escalante 9. Daglio 10.Other Álvarez 11. Salaverría 12. Deininger 13. Alfaro (Castillo- LiévanoVilanova) 14. Dalton 15. Lima 16. García Prieto-Miguel Salaverría 17. Ávila Meardi-Meardi Palomo 18. Liebes 19.Battle 20. Álvarez Drews 21. Quiñonez 22. H. De Sola 23.Kriete 24.Cristiani Burkard 25. Eduardo Salaverría 26. Bonilla
Producción 85 72 50 49.5 45.5 42 41 36.5 38.5 33 32 22 22 22 20 20 19 18 18 16 14.5 13.5 13 12.5 12 4
Fuente: Colindres, 1976: 471 10

¿Cómo podemos caracterizar a este grupo dominante? Edelberto Torres Rivas argumenta que el concepto de lo “oligárquico” debe ser concebido como una “categoría descriptiva” que hace referencia a una forma particular de ejercer dominio político y económico dentro del marco de las relaciones y conflictos históricos entre las clases (Torres Rivas, 2007: 214).

Asimismo, lo “oligárquico” se refiere a “la conducción política que corresponde al periodo de formación del estado nacional, momento que corresponde al largo trecho histórico de consolidación de la economía comercial para la exportación, es decir, cuando se establecen de forma estable, orgánica, los lazos con el mercado mundial y, al mismo tiempo, cuando internamente las instituciones del orden colonial quedan redefinidas o superadas en un proyecto de integración y modernización capitalista” (Ibíd.: 214-215).

Esta caracterización del poder oligárquico se plasmó en El Salvador durante las reformas liberales y la privatización de la tierra ejidal y comunal, de donde emerge una nueva clase política-económica que se integra a los mercados internacionales mediante la exportación de café y termina por dominar el estado nacional y la economía en su conjunto.

Torres Rivas continúa “[en el poder oligárquico] la élite es capaz de hacerse de tierra y capital para sembrar, procesar o comerciar café, se convierte en una fuerza social dominante, violenta en sus métodos. Sus intereses son intereses mayores hasta alcanzar dimensión nacional, y por ellos el poder político se pone directamente a su servicio” (Ibíd.: 215).

Es decir, en virtud del poderío económico acumulado por la oligarquía, el estado pasa a subordinarse ante las necesidades e intereses multidimensionales de la clase oligárquica. Finalmente, Torres Rivas añade “en la constitución de esta dominación política se va conformando una relación profundamente desigual y autoritaria entre un pequeño grupo de propietarios terratenientes/comerciantes y una masa de campesinos o peones agrícolas…la subordinación política paralela a la sobreexplotación económica se apoya en una extensa y profunda estructura de privilegios sociales reales, con la base que otorga la propiedad de la tierra, o la tradición que acompaña el color de la piel o el apellido, la herencia de la posición social, el origen familiar…” (Ibíd.).

En este sentido, el poder oligárquico encapsula tres aspectos que inciden en la estructura de poder en formación: el poder político y económico paralelos, el estado como aparato subordinado a los intereses de clase dentro del marco del desarrollo capitalista y su conexión con el mercado mundial, y la consolidación de enormes desigualdades de clase claramente demarcadas.

Si tomamos en cuenta estas características de lo “oligárquico” como punto de referencia para conceptualizar la clase cafetalera que emergió en El Salvador después de las reformas liberales de finales del siglo diecinueve, podemos resaltar los siguientes rasgos como constituyentes de este grupo oligárquico: 1. Una clase política conformada por un limitado grupo de individuos pertenecientes a pocas familias que ostentan reconocimiento histórico y cuyo prestigio yace en su origen, raza, posición social dentro de la colonia, apellido, o la alguna combinación de éstos 2. Una clase económica que está fundamentalmente ligada al campo y a la industria agroexportadora, y que su domino sobre la espina dorsal de la producción nacional le 5 3. 4. 5. 6. permite invariablemente controlar todos los demás sectores económicos que se derivan del sector primario (como la industria, el comercio, las finanzas y los servicios, entre otros).

Es decir, el grupo oligárquico controla en su totalidad el sistema económico del país y todos los sectores que lo conforman. El estado nacional funciona como un instrumento patrimonialista al servicio de la clase oligárquica, el cual a su vez es dirigido directamente por parte de la oligarquía. El sistema socioeconómico que sustenta y reproduce al núcleo del poder oligárquico es fundamentalmente desigual y explotador, donde la riqueza está concentrada en muy pocas manos, las grandes mayorías son marginadas y explotadas el servicio del sector agroexportador, y las posibilidades de redistribución de la renta o movilidad social son esencialmente nulas.

La modalidad de ejercer el poder es basado en la imposición, la violencia y la represión, donde no hay una mediación institucional constituida que negocie y reconozca derechos democráticos para la población en general. Subordinación a la influencia de los poderes imperialistas y hegemónicos. Esta conceptualización de la oligarquía cafetalera salvadoreña evolucionó a través de los años de acuerdo con los cambios políticos y socioeconómicos provocados tanto por factor internos como externos, siendo el protagonismo adquirido por los militares desde 1932 y los intentos de dar el salto a la industrialización las variantes más notales antes de 1979.

Pero la esencia del poder oligárquico se mantuvo virtualmente intacta hasta 1979, cuando la crisis interna del sistema oligárquico, complementada por la disensión dentro del aparato militar y la organización popular de izquierda, provocó una crisis de poder y el fin del modelo de poder oligárquico agroexportador que estuvo vigente por un siglo.

La Alianza Oligárquico-Militar y Desafíos al Modelo

En este contexto es importante analizar los cambios en la correlación de fuerzas que provocó la Gran Depresión mundial de principios de los años 1930s. La desigualdad, explotación y pobreza que resultaron de las reformas liberales y la expansión del modelo agroexportador se agudizaron con la caída vertiginosa de los precios del café durante la crisis mundial, lo que a su vez llevó a un aumento importante en la actividad y movilización política de las clases explotadas.

En enero de 1932, y con el incipiente Partido Comunista como uno de sus fuerzas dinamizadoras, los campesinos y trabajadores en las zonas cafetaleras del país se levantaron en armas contra el modelo oligárquico, un evento histórico que puso en jaque momentáneamente al poder oligárquico (Anderson 1971, Marroquín 1977; González 1984; Cerdas Cruz 1986; Guido Béjar 1988; Dalton 2000).

Como medida de emergencia, la oligarquía recurrió al ejército para restablecer el orden y sofocar la insurrección a fuerza de cañón y salvar un statu quo que parecía moribundo. La intervención militar cerró “con broche de oro” su nuevo protagonismo al masacrar a 30,000 campesinos, en su mayoría indígenas, y así inaugurar la dictadura militar que gobernaría el país por más de 60 años (Anderson 1971; Dalton 2000).

Con la masacre también se inició la alianza estratégica oligárquico-militar mediante la cual la oligarquía cafetalera preservaría su status como clase económica dominante pero ahora protegida por las armas de los militares que a su vez pasarían a ocupar su puesto como clase gobernante (Guido Béjar 1988). 6

En este sentido, es importante destacar que durante este proceso de reacomodo en la estructura de poder y la recuperación del poder oligárquico ante el desafío de las masas, la ideología de la oligarquía cafetalera se mantuvo casi intacta a través del siglo veinte, y ésta ideología bloqueó todo esfuerzo por levantar iniciativas de desarrollo endógeno que diversificaran la base productiva del país y engendraran una distribución más balanceada de la renta nacional.

Los intentos por industrializar el país dentro del marco de un modelo de sustitución de importaciones quedaron truncos por una negligencia intencionada. Hasta finales de los años 1970s, el sector oligárquico agro-exportador todavía constituía la espina dorsal de la economía salvadoreña y su mayor fuente de divisas y excedente económico (Dada Hirezi 1978; Sevilla 1983).

La alianza estratégica entre la oligarquía y los militares comenzó a manifestar deficiencias funcionales para la década de los 1970s, alimentadas por factores estructurales. Una fue la crisis de los precios del café durante esa década, lo que a su vez llevó a una intensificación en los niveles de explotación, pobreza y desigualdad. Igualmente, el crecimiento de las fuerzas de izquierda y las organizaciones de masas propició un movimiento popular con un carácter progresivamente dinámico y convocador que comenzó a desafiar de forma abierta al régimen dictatorial militar, el cual había perpetuado su poder mediante elecciones fraudulentas en 1972 y 1977.

Esta movilización evolucionó eventualmente hacia una orientación político-militar con la conformación de grupos de guerrilla urbana que chocaban de forma ascendente con las fuerzas de seguridad del estado. Finalmente, otro factor que influyó a una creciente inestabilidad fue el paulatino protagonismo de fuerzas paramilitares de ultra-derecha, los llamados escuadrones de la muerte, patrocinados por la oligarquía para enfrentar de forma clandestina y violenta la organización popular (North 1985; Montgomery 1995).

La inestabilidad política generalizada desembocó en el golpe de estado de octubre de 1979, liderado por la “juventud militar” y el ala más progresista de los militares conformada por los rangos bajos y medianos. El golpe de estado se cristalizó en la creación de una Junta CívicoMilitar que prometió la introducción de reformas económicas y políticas que llevaran al país a la construcción de un sistema de corte liberal y con más equidad en la distribución de riqueza.

Este intento apresurado de reformas también fue el último intento para evitar la inminente guerra civil que se avecinaba (North 1982; Menjívar Ochoa 2006). Aunque la Junta no pudo desmantelar el modelo oligárquico, las reformas que introdujo tuvieron un impacto importante en el núcleo de poder económico de la oligarquía cafetalera. La Junta inició un proceso de reforma agraria que se llevaría a cabo en tres facetas y tendría como objetivo central la eliminación del latifundio, mientras que a su vez introdujo la nacionalización de la banca y del comercio exterior, este último considerado la fuente principal de la riqueza de la oligarquía ya que la actividad más lucrativa de la agro-exportación es su comercialización en los mercados internacionales (Menjívar Ochoa 2006).

Mientras la Junta, debilitada por divisiones internas y por la esperada ofensiva política por parte de la oligarquía, cedía el paso a un reacomodo de poder que se asemejaba al statu quo que precedió al golpe, y con la guerra civil ya en curso, los demócratas cristianos (DCs) ocupaban el protagonismo político con la ayuda de la administración Reagan y su plan de contrainsurgencia. Los DCs eran enemigos históricos de la oligarquía y apoyaron el desarrollo de los tres paquetes 7 de reformas que la Junta introdujo, mientras que el gobierno de Reagan elegía a los DCs y su reformismo de centro para librar la guerra contra el socialismo revolucionario representado por la guerra popular en manos de la izquierda militante y avanzada por el ejército guerrillero del a FMLN (Lungo 1990)

Entonces, podemos afirmar que el poderío histórico político-económico de la oligarquía cafetalera fue desarticulado durante la década de los 1980s por la combinación de tres factores: el ala progresista del militarismo que engendró los proyectos de reformas que dislocaron el poder económico de la oligarquía; los DCs que apoyaron las reformas y recibieron el visto bueno de la administración Reagan dentro del marco de la guerra civil; y el proyecto revolucionario antioligárquico avanzado por el FMLN mediante la lucha armada y en aras de tomar el control del estado.

Esto no significó necesariamente que la oligarquía desapareció del radar del poder nacional, sino que el poder casi absoluto se desarticuló y requirió de una reconfiguración en la estrategia para recuperarlo. Es más, la reforma agraria no se implementó en su totalidad, y aunque alrededor de 20% de la tierra fue redistribuida a cooperativas campesinas, la faceta que supuestamente iba a eliminar los latifundios nunca se llevó a cabo (Zamora, 1998: 54).

De igual forma, la banca nacionalizada siguió favoreciendo al sector oligárquico en cuanto a crédito e inversión, mientras que la comercialización del café y otros productos en manos del estado sufrió del boicot sistemático por parte de la oligarquía, lo que provocó un sesgo en la producción y una guerra al fin contra las agencias estatales a cargo del comercio exterior (Zamora, 1998: 59-65; Gaspar Tapia, 1989: 19-27).

Es decir, la oligarquía cafetalera sufrió una serie de golpes fuertes que la hicieron tambalear, pero no lograron hacerla caer del todo. Eventualmente, la tabla de salvación la proporcionó la doctrina neoliberal, que para finales de la guerra en El Salvador se había convertido en la ideología hegemónica mundial capitaneada desde El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

El Giro Estratégico: ARENA y el Ajuste Estructural Neoliberal Con el triunfo de ARENA en 1989, que convirtió en Presidente al oligarca cafetalero Alfredo Cristiani, las puertas de abrieron para que El Salvador experimentara con el modelo anunciado desde Washington como la nueva base de la economía mundial.

Y es precisamente aquí cuando se lleva a cabo el quiebre histórico en la ideología constitutiva y funcional de la oligarquía salvadoreña: se da el salto de la mentalidad agraria tradicional a la “modernidad” de un modo de producción sustentado en el sector financiero e importador vinculado a los circuitos transnacionales de capital y de servicios.

De oligarquía retrógrada se pasa a una supuesta burguesía “despercudida” concentrada en los servicios y en las importaciones; del café y el siervo semi-feudal, se pasa al centro comercial y al trabajador asalariado flexible (Segovia, 2002: 53-91).

Invariablemente, el giro en economía política que facilitó la consolidación oligárquica en El Salvador no se puede concebir sin tomar en cuenta el nuevo patrón ideológico mundial que emergió de los planteamientos del Consenso de Washington y el “Nuevo Orden Mundial” 8 concebidos a principios de los años 1990s. La caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética dieron la pauta para el inicio de una nueva ofensiva del aparato capitalista mundial para asegurarse un entorno económico/político a nivel global que propiciase la acumulación de capital y la multiplicación de las plusvalías.

La supremacía del individualismo sobre lo colectivo, la reducción de la intervención y regulación estatales en la economía, y la preponderancia del mercado como la fuerza productiva y distribuidora fueron los preceptos fundamentales del giro neoliberal mundial, primero implementados por Pinochet en Chile, Reagan en los EEUU y Thatcher en el Reino Unido y luego diseminados por el mundo a través de los Programas de Ajuste Estructural (PAEs) y los Programas de Estabilización Económica (PEEs) patrocinados por El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

En El Salvador, el giro neoliberal se comenzó a gestar en 1983, cuando intereses oligárquicos, amparados por la USAID, fundaron La Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES). Este tanque de pensamiento se dio a la tarea de empezar a articular los preceptos neoliberales para su eventual implementación en El Salvador, y en 1985 publicó un documento titulado “La Necesidad de un Nuevo Modelo Económico para El Salvador” (Gaspar Tapia, 1989: 55-58; Vaquerano, 2005: 209).

Aquí se establecían las directivas de un modelo basado en la ampliación del libre mercado y la iniciativa privada, mientras que se abogaba por un estado limitado y atacaba las políticas económicas de los DCs que habían continuado con la mayoría de las reformas económicas implementadas por la Junta a principios de los años 80s. Fue mediante este pronunciamiento que una fracción de la oligarquía salvadoreña oficialmente declaró su giro hacia el neoliberalismo como la estrategia a seguir para restablecer su dominio clasista y recuperar su poderío económico.

En este contexto, y después de más de diez años de lucha armada y 75,000 muertos, el FMLN y el gobierno de Cristiani firmaron en enero de 1992 los Acuerdos de Paz que pusieron fin al conflicto y abrieron un nuevo capítulo en la historia del país (Dunkerley 1994). En esencia, los Acuerdos de Paz terminaron siendo pactos netamente políticos e institucionales que dejaron intacto el sistema socioeconómico del país, que paradójicamente había sido una de las causas de raíz de la guerra civil (Editorial ECA, 2002: 179-182).

Los Acuerdos de Paz pactaron la eliminación del aparato represivo del estado, introdujeron cambios en el sistema judicial y el sistema electoral, reconocieron oficialmente los derechos humanos, y permitieron la transición del FMLN hacia un partido político legal. Pero al mismo tiempo, los Acuerdos no abordaron el sistema desigual de tenencia de la tierra, la concentración de la riqueza que aún se concentraba en pocas manos, los altos índices de pobreza y exclusión social, y dejaron intacto el programa de ajuste estructural neoliberal que estaba en marcha desde que Cristiani había llegado al poder en 1989 (CIDAI, 2002: 212-4, 222-5).

Cuadro 2 Cambios en el empleo rural agropecuario y no agropecuario Años 1980 y 2004 (En porcentajes) Empleo Industria Construcción Comercio 1980 13% 5% 11% 2004 12% 4% 21% 9 Servicios Otros Agropecuario Fuente: PNUD 2005 6% 4% 61% 10% 10% 43% Cuadro 3 Cambios en las fuentes de divisas 1978 y 2004 Fuentes de divisas Agro exportaciones tradicionales Remesas Maquila No tradicionales fuera de C.A. Fuente: PNUD, 2005 1978 81% 8% 3% 8% 2004 5% 70% 12% 13%

Efectivamente, el giro neoliberal que la nueva oligarquía había concebido como su instrumento de reconfiguración de poder no tendría mayores obstáculos que superar. La primera gran transformación neoliberal del período de Cristiani fue la reprivatización de la banca, la cual benefició a un pequeño grupo y cimentó el nuevo poderío financiero que hoy vemos consolidado.

Con la aprobación de la Ley de Saneamiento y Fortalecimiento de Bancos Comerciales y Asociaciones de Ahorro y Préstamo (Noviembre 1990), el estado salvadoreño asumió la responsabilidad de sanear la cartera morosa de los bancos nacionales mediante la transferencia de cartera de alto riesgo, un proceso que al finalizar le costó al fisco salvadoreño alrededor de 3500 millones de colones, aproximadamente US$700 millones (Arias, 2008: 90; Segovia & Sorto, 1992: 8).

La ley creó el Fondo de Saneamiento y Fortalecimiento Financiero (FOSAFFI), cuyo objetivo central era el de asegurar que la cartera de los bancos estuviese solvente a fin de atraer la compra de acciones por parte de agentes privados (no se permitía la compra de acciones por parte de entes públicos), así como de proporcionar financiamiento para la adquisición privada de estas acciones, o sea, financiar a aquellos interesados en comprar acciones (Segovia & Sorto, 1992: 56).

El 29 de noviembre de 1990 se aprueba la Ley de Privatización de las Instituciones Financieras Nacionalizadas, y así se abre un ciclo de compra acelerada por parte de manos privadas de las acciones “saneadas” con capital público. A pesar de que las leyes de saneamiento y privatización contenían clausulas para impedir la concentración en la adquisición de acciones (como porcentajes límites y segmentos exclusivos para pequeños inversionistas), la mayor parte de la cartera bancaria terminó en pocas manos. Un método utilizado por los oligarcas fue el de pago de testaferros o “prestanombres” que compraban acciones con nombre propio pero que en realidad eran de otro (o que recibían acciones por medio de poderes), y así evadir los límites legales establecidos por la ley (Moreno 2009).

La falta de trasparencia llevó a que aliados de los oligarcas terminaran como directores de las instituciones o consiguiendo mayorías en las asambleas generales de accionistas donde los límites terminaron siendo burlados o simplemente ignorados. Para mediados de los años 90s, el proceso de privatización de la banca había confluido en la creación de un oligopolio financiero controlado por familias de apellidos oligarcas con credenciales históricas y otros que habían ascendido durante el proceso mismo (ver cuadro 3). 10

Indudablemente, la reprivatización de la banca sirvió como un instrumento fundamental para catapultar el poder financiero de la nueva oligarquía salvadoreña, la cual ya no cimentaría su poder en el control de las industrias de agro-exportación (café, azúcar y algodón) ni en la protección históricamente proporcionada por los militares, sino en la acumulación vertiginosa de capital y de inversiones que eventualmente llevó a la economía salvadoreña a convertirse en un rígido oligopolio controlado por un puñado de empresas financieras.

Este oligopolio financiero llegó a acaparar más del 90% de la cartera bancaria salvadoreña, y posteriormente este control de los bancos sirvió como base financiera para expandir los negocios de estas familias a las ramas del comercio, bienes y raíces, pensiones, aseguradoras, servicios y turismo (Equipo Maíz 2004).

Cuadro 4 Bancos Privados y Familias Propietarias, 2004
Banco 1. Banco Cuscatlán Familia(s) Cristiani, Llach, Bahaia, De Sola 2. Banco Agrícola Baldochi, Dueñas, Kriete Ávila, Palomo Déneke, Araujo Eserski 3. Banco de Comercio Belismelis, Catani Papini, Álvarez, Freund, Sol, Escalante Sol, Palomo 4. Banco Salvadoreño Simán Jacir, Salume, Simán Siri, Zablah Touche 5. Banco De América Murray Meza, Meza Ayau, Central y Credomatic Sol Meza, Meza Hill, Palomo, Quiñonez Meza, Álvarez Meza 6. Scotiabank y Poma, Salaverría, Quirós, Ahorromet Llach Hill, Hill, Meza Hill, Hill Valiente Fuente: Equipo Maíz, 2006

Cuando el capital transnacional le echó el ojo a los bancos salvadoreños, y tomando en cuenta la eliminación de los límites a las adquisiciones de acciones por agentes extranjeros que vino con la ratificación del tratado de libre comercio con EE UU (CAFTA) en el 2004, la nueva oligarquía salvadoreña no tuvo otro remedio que vender los bancos con una ganancia estupenda: US$4 mil millones de dólares (Arias 2008: 96-97).

A esta venta hay que destacarla como una de las grandes estafas perpetradas contra el pueblo salvadoreño en los últimos años, ya que a pesar que los bancos nacionales fueron saneados con dinero público, la venta billonaria al capital transnacional no dejó un centavo en el fisco salvadoreño, por un lado porque la mayoría de los activos estaban registrados fuera del país, y por otro porque la evasión tributaria por parte de los oligarcas fue pan diario durante la gestión de ARENA (Ibíd.: 112).

La nueva política crediticia de los bancos privados, que castigaba al agro y alentaba los servicios, junto a las políticas de liberalización de precios dieron la pauta para la reversión paulatina de la reforma agraria de los años 80s, ya que muchas cooperativas entraron en mora por la falta de apoyo estatal y la baja en competitividad, y de esta forma muchas tierras volvieron a sus dueños históricos (CONFRAS 2008). Del mismo modo, la comercialización del café y del azúcar volvió a manos de sus antiguos dueños oligárquicos (Rivera Campos, 2000: 70).

La importación del 11 petróleo también se privatizó, mientras que una liberalización general de precios eliminó los subsidios y otras formas de apoyo estatal para la producción y consumo de productos de la canasta básica. Cuando el segundo gobierno de ARENA, liderado por Armando Calderón Sol, privatizó el sistema de pensiones e introdujo las AFPs (Administradoras de Fondos de Pensión) los beneficiados fueron los grandes banqueros privados ligados a ARENA quienes terminaron integrando las AFPs a sus prósperos circuitos financieros (Equipo Maíz 2005).

Cuadro 5 Medidas Neoliberales Durante los Gobiernos de ARENA, 1989-2004

Gobierno de Alfredo Cristiani (19891994) – Privatización del Comercio exterior para el café y azúcar – Privatización del sector bancario – Privatización del Hotel Presidente – Privatización de las importaciones de petróleo – Liberalización de los precios de la canasta básica y eliminación de los subsidios al sector agropecuario – Cierre del Instituto Regulador de Abastecimientos (IRA), ente que vendía los granos básicos a precios subsidiados – Cierre del Instituto de Vivienda Urbana (IVU), que estaba a cargo de la construcción de vivienda pública – Reducción del impuesto sobre la renta y los aranceles, y eliminación del impuesto sobre el patrimonio – Introducción del Impuesto al Valor Agregado (IVA) – Liberalización del tipo de cambio y la tasa de interés

Gobierno de Armando Calderón Sol – Privatización del sistema de pensiones (1994-1999) – Privatización del sistema de distribución eléctrica – Privatización de las telecomunicaciones – Privatización de los ingenios azucareros – Privatización del sistema de placas y licencias viales – Aumento del IVA de un 10% a un 13%

Gobierno de Francisco Flores (1999- – Dolarización de la Economía 2004) – Privatización de algunos servicios médicos del sector público – Privatización del aeropuerto y puertos – Firma de tratados de libre comercio con México, Chile, República Dominicana y Panamá

Gobierno de Antonio Saca (2004-2009) – Firma del tratado de libre comercio con Estados Unidos (CAFTA) Fuentes: (Equipo Maíz, 2004: 18-25; Moreno, 2004: 21)

Asimismo, la reforma tributaria impulsada por ARENA tuvo claros ganadores y perdedores. Para empezar, Cristiani eliminó el impuesto al patrimonio (pagado por los dueños de grandes 12 propiedades), redujo a la mitad el impuesto sobre la renta (lo cual benefició a los que ganaban más) y comprimió gradualmente los aranceles (lo que facilitó el negocio de la importación al que muchos empresarios ya le habían apostado).

Los huecos fiscales que esta reforma tributaria acarreó fueron tapados con el IVA, el impuesto más regresivo que se puede concebir, sobre todo cuando ni los granos básicos ni las medicinas se salvan de él. El economista César Villalona lo describe de forma simple pero contundente: “El sistema tributario de El Salvador es como un Robin Hood al revés: le quita a los pobres para darle a los ricos” (Equipo Maíz, 2003: 25).

La dolarización de la economía en el 2001 significó un paso coherente con la naturaleza de la nueva orientación económica propiciada por ARENA. Al eliminar al colón, la moneda nacional, no solamente se le dio el tiro de gracia a la moribunda industria exportadora, pero también se vino a beneficiar a los conglomerados bancarios y los grandes importadores ya que el riesgo de un colón devaluado, un impedimento para las compras en el exterior y un peligro para las deudas externas que los bancos habían contraído en dólares, fue cortado de tajo.

La dolarización es generalmente considerada como una medida de último recurso para solucionar problemas de de cambio y/o hiperinflación, pero en El Salvador, que no tenía problemas inflacionarios o cambiarios, esta medida se adoptó para acomodar el sistema monetario a las demandas de los intereses financieros de los grandes bancos (Villalona 2001; Lazo 2004).

Finalmente, los tratados de libre comercio (TLCs) facilitan aún más la industria importadora y han terminado de rematar a las exportaciones y al sector agropecuario. Sucesivos gobiernos de ARENA firmaron TLCs con México, Chile, República Dominicana, Panamá y Estado Unidos, y lo que se ha logrado es el aumento paulatino de las importaciones mientras las exportaciones se estancan (Equipo Maíz 2008).

En el 2008, y de acuerdo al Banco Central de Reserva, el déficit comercial fue de más de 5 mil millones de dólares, el nivel más alto registrado en la historia del país. Las remesas ya no podrán llenar ese vacío, y al no tener un sector exportador que genere divisas, el camino hacia un continuo endeudamiento parece ser la única opción viable a corto plazo (pero nefasta al largo plazo).

Este recuento de las políticas neoliberales implementadas por ARENA durante casi veinte años nos ayuda a dilucidar el nuevo engranaje del poder en El Salvador: una economía de servicios e importaciones que solamente beneficia los intereses de los nuevos grupos financieros e importadores y que castiga duramente a la minimizada clase media y a los sectores populares. La economía neoliberal ha servido como el medio perfecto para que los grupos oligárquicos recuperen y consoliden sus intereses y privilegios en el ámbito nacional.

Como vemos en el cuadro 6, el nuevo poder económico está concentrado en ocho grupos mayormente financieros, pero que también controlan la industria, el comercio, la construcción, los seguros, las pensiones, y los servicios, entre otros sectores. Cuadro 6 Nuevos Grupos de Poder en El Salvador, 2004

Grupo 1. Grupo Cuscatlán (44 empresas) Familias Cristiani, Llach, De Sola, Salaverría, Hill Actividades Inversión financiera; sector bancario; aseguradoras; pensiones; exportación y distribución de medicamentos; ganadería y agricultura; distribución de fertilizantes; construcción; Capital US$6865 millones 13 corredoras de bolsa de valores; exportación de café; agencias inmobiliarias; importación y venta de electrodomésticos; piscicultura; industria textil; fumigación; industria de bebidas; tabaqueras

2. Grupo Banagrícola Baldochi Dueñas, Inversión financiera; sector bancario; (36 empresas) Kriete Ávila, Dueñas, aseguradoras; pensiones; transporte Palomo Déneke, aéreo; industria de cemento; industria Araujo Eserski, Pacas de papel y plástico; comunicaciones; Díaz, Cohen industria de licores; exportación de café; agencias inmobiliarias; industria química; ingenios de azúcar

3. Grupo Banco Simán, Salume, Inversión financiera; sector bancario; Salvadoreño (54 Zablah, Touché aseguradoras; agencias inmobiliarias; empresas) industria química; elaboración y venta de productos alimenticios; importación y fabricación de productos industriales; construcción y servicios de arquitectura e ingeniería; distribución de cigarrillos; industria de harina de trigo; almacenaje y bodegas

4. Grupo Banco de Belismelis, Catani, Inversión financiera; sector bancario; Comercio (27 Papini, Álvarez, aseguradoras; pensiones; industria empresas) Freund, Cohen, Sol, siderúrgica; industria de cemento; Escalante Sol, industria de aluminio, industria Palomo láctea; exportación y comercialización de café; industria química; generación de energía eléctrica; industria avícola

5. Grupo AGRISAL Murray Meza, Meza Inversión financiera; sector bancario; (41empresas) Ayau, Sol Meza, aseguradoras; pensiones; industria de Meza Hill, Palomo, cervezas; industria de bebidas y Álvarez Meza embotelladoras; industria de calzado, agencias inmobiliarias; exportación de café; industria de cemento
6. Grupo Poma, Salaverría Inversión financiera; sector bancario; Poma/Salaverría Prieto, Quirós aseguradoras; exportación de café; Prieto/Quirós (55 agencias inmobiliarias; construcción empresas) y bienes raíces; centros comerciales; importación y distribución de automóviles; industria de aluminio; industria de cemento

7. Grupo Hill/Llach Hill, Llach Hill, Inversión financiera; sector bancario; Hill (13 empresas) Meza Hill, Hill aseguradoras; exportación de café; Argüello agencias inmobiliarias; almacenaje y bodegas

8. Grupo De Sola De Sola aseguradoras; industria química; (10 empresas) elaboración y venta de productos alimenticios; exportación de café; agencias inmobiliarias Fuentes: Equipo Maíz 2006; Goitia 2006 US$6515 millones US$1835 millones US$1351 Millones US$768 millones US$ 175 millones US$51 millones US$25 millones 14

Para el año 2004, el capital y los activos de las empresas de estos ocho grupos empresariales equivalieron a US$17,585 millones, una cifra de dos mil millones de dólares mayor al producto interno bruto del país, y que es igual a casi seis veces el presupuesto nacional para ese año, más del doble de la deuda externa y el equivalente a seis años de entrada de remesas familiares.

Es decir, alrededor de 280 empresas en manos de un puñado de familias oligárquicas, la mayoría de tradición cafetalera, controlan un nivel mucho mayor de riqueza que los 6.5 millones de salvadoreños y ostentan una superioridad financiera abrumadora comparada a los recursos del gobierno nacional.

Asimismo, el modelo liberal que facilitó esta reconcentración de riqueza y poder ha despojado al estado salvadoreño de su roles reguladores y distributivos, porque éstos se han transferido a la supuesta justicia y eficiencia del libre mercado y la ética empresarial. Es un estado neoliberal, pero también un estado secuestrado por un pequeño grupo de personas con intereses bien definidos e intocables.

La concepción de un “libre mercado” en El Salvador no sólo es errada, ya que la sociedad salvadoreña se maneja con monopolios y oligopolios, sino que ha llevado a un ciclo perverso de injusticia en la economía política y de corrupción en la administración del estado.

Después de cuatro gobiernos de ARENA, El Salvador enfrenta una mayor concentración del ingreso nacional el cual se alimenta de una economía especulativa que se concentra en las ganancias a corto plazo. La desigualdad en El Salvador ha crecido y que la pobreza se mantiene a niveles menos alarmantes porque las remesas familiares cumplen un papel vital. Hay un gran segmento de salvadoreños que sigue marginado y con prospectos desesperanzadores, mientras unos cuantos crecen sin límites (Editorial ECA, 2006).

Para muestra, un botón: Social Watch reporta que en 1995 el 66% de los frutos de la actividad económica quedaban en manos de los empresarios en forma de ganancias, mientras que el 34% les quedaba a los trabajadores en forma de salarios; para el 2005, las ganancias eran del 75% y los salarios del 25% (Hernández & Pérez, 2008: 124). Si esa estadística se simplifica, se puede decir que “113,000 empresarios se quedan con 75% de lo que producen 2.591.000 personas trabajadoras” (Ibíd.).

El índice Gini sitúa a El Salvador entre el 20% de los países más desiguales del mundo, con un 0.525 (Ibíd.). En cifras reales, esto significa que en El Salvador el 20% más rico recibe más de 58% del ingreso, mientras que el 20% más pobre recibe apenas el 2.4%, veinticuatro veces menos que los más ricos. Otras estadísticas hablan por sí solas: entre 500 y 700 salvadoreños salen del país diariamente en busca de una vida mejor en otras tierras; entre el año 2000 y el 2007, según el Banco Central de Reserva, el número de hogares que reciben remesas creció casi 13 veces; el 56% de la actividad económica del país se realiza en la economía informal; el déficit comercial ya pasó los 5 mil millones de dólares (parte del cual debe ser cubierto con préstamos); y un sector agrario aniquilado adrede y que apenas ronda el 10% del PIB, lo cual obliga al país a asumir la vulnerable posición de depender de las importaciones para poder adquirir alimentos (Moreno 2004: 51-78; Arias, 2008: 29)

Cuadro 7 Principales Indicadores Económicos, 2008 (Millones de US$) 15 Exportaciones Importaciones Balanza Comercial Deuda Externa Remesas Familiares Sector Servicios (% de economía) Sector Agropecuario 13% (% de economía) Sector Industrial 23% (% de economía) Fuente: Banco Central de Reserva http://www.bcr.gob.sv Cuadro 8 Porcentaje de hogares en situación de pobreza con y sin remesas 2004 Condición de pobreza Pobreza total Pobreza extrema Pobreza relativa Pobreza con Remesas Total Urbano 34.5 29.2 12.6 8.6 22.0 20.6 Pobreza sin remesas Total Urbano Pobreza total 41.2 34.9 Pobreza extrema 19.5 14.5 Pobreza relativa 21.7 20.4 Fuentes: PNUD, 2005; Goitia 2006

Rural 43.6 19.3 24.4 Rural 51.9 28.1 23.8 US$4549.1 US$9754.4 – US$5205.3 US$10691.1 US$3787.6 (17.1% de PIB) 51% Del mismo modo, las remesas familiares que los migrantes salvadoreños que viven en el exterior, primordialmente en Estados Unidos, mandan a sus familias periódicamente, se han convertido en el pilar fundamental de la economía. Millones de salvadoreños han emigrado del país porque no se les ha brindado la oportunidad de un trabajo digno y un futuro mejor, y su ayuda financiera a sus familias constituye el factor que mantiene a flote a la economía salvadoreña.

En el año 2008, las remesas totales fueron casi US$3,787 millones, una suma que llega casi al 20% del Producto Interno Bruto (PIB) y cubre aproximadamente dos tercios del déficit en la balanza comercial. Lo trágico de la situación es que los migrantes que fueron expulsados del país mandan fondos que sostienen en pie precisamente al sistema que los expulsó, sobre todo porque más del 86% de las remesas se usan para el consumo, lo que a su vez contribuye a alimentar la base consumerista, terciaria y de importaciones de la economía neoliberal (Moreno 2009).

Es decir que las remesas terminan por ayudar a la reproducción de un sistema fundamentalmente injusto e insostenible. Pero este proceso de neo-liberalización también tuvo su desgaste interno. La llegada de Cristiani al poder fue el triunfo del ala más modernizadora de la oligarquía, y muchos de estos nuevos protagonistas no venían necesariamente del núcleo histórico preponderante de “Las 14 Familias.”

Desde el principio, y empezando con la privatización de la banca y la reforma tributaria, el gobierno de Cristiani atacó frontalmente al sector agro-exportador. El establecimiento de una política crediticia anti-agro y pro-servicios, la implementación de incentivos fiscales (el drawback, o la devolución del 6% sobre el valor de las exportaciones) para las exportaciones no16 tradicionales como la maquila, y la apertura comercial que redujo aranceles a las importaciones, dieron la pauta para marginar a los agro-exportadores.

La introducción de un tipo de cambio fijo, sustentado por ley, dio el tiro de gracia a este sector moribundo. Los grandes perdedores fueron los oligarcas cafetaleros que rehusaron a dar el salto al modelo neoliberal, y su decisión acabó por desplazarlos de las listas de los nuevos privilegiados. Sin embargo, este quiebre ideológico dentro de la composición oligárquica salvadoreña no se ha traducido en un salto hacia el progreso para el país.

Es decir, el nuevo grupo de poder salvadoreño difícilmente se puede catalogar como una burguesía en el sentido tradicional de la palabra, porque los espacios para un reacomodo socioeconómico y político más incluyente y más orientado a la equidad y la redistribución (sin que esto signifique un fin a las desigualdades del capitalismo) se han visto cerrados por la mezquindad histórica.

En otras palabras, el cambio en ideología y carácter del poder oligárquico no han significando un cambio en la esencia de la estructura de poder del país, y de hecho, esa estructura de poder se ha concentrado aún más. Es indudable que la ideología de los grupos de poder ha cambiando y por la tanto su naturaleza y orientación funcional son diferentes.

El grupo empresarial financiero que se ha logrado imponer es un grupo neoliberal desligado casi por completo de tendencias agrarias y exportadoras. La economía que se ha creado, basada en el capital financiero, en lo servicios, en las importaciones y que sobrevive de las remesas, da fe de ello. Pero las relaciones sociales desiguales y la rígida jerarquía del poder, ancladas en normas históricas, se han mantenido y se han profundizado.

Asimismo, la nueva oligarquía utilizó al estado nacional como un medio para avanzar sus intereses, un proceso que se cristalizó en la implementación sistemática del ajuste estructural neoliberal. Entonces, podemos argumentar que las características históricas del poder oligárquico, enumeradas en la primera sección de este artículo, se han reconfigurado de forma muy similar durante la era neoliberal: la reconfiguración de una oligarquía conformada por unas cuantas familias en su mayoría de tradición histórica, el control casi absoluto por parte de este pequeño grupo de la economía nacional en todos sus sectores estratégicos, su concepción patrimonialista del estado, su sostenimiento sobre un sistema fundamentalmente desigual e injusto basado en el despojo y la violencia solapada detrás de una democracia liberal de fachada, su desprecio por la redistribución y la justicia social, y su subordinación ante el poder hegemónico transnacional. Lo que cambió fue la mentalidad instrumentalista de la económica-política que la nueva oligarquía adoptó para rearticular su poder sobre la sociedad salvadoreña.

Transnacionalización del Nuevo Bloque de Poder Hay un elemento de suma importancia que hay que añadir cuando se analiza la naturaleza y composición del nuevo grupo de poder en El Salvador: su creciente transnacionalización. En primer término, y desde el punto de vista ideológico, es importante señalar que en El Salvador el modelo neoliberal se adoptó por iniciativa propia de los grupos de poder reemergentes que vieron al neoliberalismo como el camino a su reconfiguración. Es decir, los agentes transnacionales no vinieron a imponer los PAEs y PEEs, sino que éstos se “tropicalizaron” de acuerdo a los cálculos e intereses de la nueva oligarquía.

Sin embargo, es importante recordar que los gobiernos de ARENA siguieron al pie de la letra el esquema ideológico y programático 17 del FMI y el Banco Mundial (salvo un par de casos, como la tasa de cambio fija) lo cual hizo de El Salvador un “alumno aplicado” y digno de emulación (Moreno 2009). El Banco Mundial y el FMI avalaron y apoyaron el giro neoliberal en El Salvador, pero aquí hay que hacer dos importantes aclaraciones.

Los PAEs y PEEs se diseñaron y diseminaron alrededor del mundo no para beneficiar las pequeñas oligarquías nacionales sino para crear las condiciones para un nuevo patrón de acumulación que sirviera los intereses del capital transnacional y derrumbara los obstáculos que impedían las ganancias. Segundo, la nueva oligarquía salvadoreña se engolosinó con las políticas neoliberales que se implementaron durante los años 90s y que le permitieron consolidar su nuevo poder, pero esto sucedió mientras el capital transnacional no le había echado el ojo al mercado interno salvadoreño como un espacio potencializador para las inversiones y las ganancias.

Pero este contexto cambió en el 2001 con dos importantes transacciones que involucraron importantes agentes transnacionales. Roberto Murray Meza, como el nuevo patriarca del Grupo AGRISAL, empieza la venta paulatina de la empresa de bebidas alcohólicas La Constancia a la cervecera transnacional sudafricana South African Breweries (después SABMiller) la cual se finaliza en el 2005 (Arias, 2008: 114).

Asimismo, la empresa de transportes aéreos TACA (originalmente Transportes Aéreos Centroamericanos), propiedad de la Familia Kriete y uno de los pilares del Grupo Banagrícola, comienza su transnacionalización al expandirse a Sudamérica con la integración de TACA Perú y la creación del Grupo TACA, el cual también incluiría a las principales aerolíneas centroamericanas (adquiridas en los 1990s) y a Volaris en México. TACA es hoy “Transportes Aéreos del Continente Americano.”

Finalmente, en el 2005 la transnacional suiza Holcim pasa a ser el propietario mayoritario de Cementos CESSA, la cual había comprado con anterioridad la planta estatal Maya (Moreno, 2009).

El Grupo Poma/Salaverría/Quirós, un líder regional en los sectores de construcción e importación de vehículos, entre otras actividades, se ha venido expandiendo en Centroamérica, Estados Unidos y México (donde se ha aliado con el imperio de Carlos Slim) desde finales del los años 90s y se perfila actualmente a seguir su expansión en la región (Villalona 2007).

Estos eventos nos llevan al análisis de varios aspectos importantes. Primero, es claro que el nuevo bloque de poder oligárquico, luego de haber consolidado su poder económico en el ámbito nacional, se lanza a la expansión regional porque considera que el mercado interno salvadoreño es ya limitado. Segundo, finalmente se permite que el capital transnacional se adueñe de los sectores estratégicos que el nuevo bloque de poder oligárquico salvadoreño se había reservado desde el inicio del giro neoliberal.

Tercero, estos eventos sirvieron como antesala y preámbulo a la negociación y firma del Tratado de Libre Comercio con EEUU (CAFTA). La firma del CAFTA abre las puertas a la venta del sistema bancario que comienza en el 20062007. Los estatutos del TLC eliminaron todas las medidas que protegían al capital nacional contra las ambiciones acaparadoras del capital transnacional, y el primer sector que cayó presa, por ser el más lucrativo, fue el bancario.

Citigroup compró el Cuscatlán, Bancolombia al Banco Agrícola, el canadiense Scotiabank al Banco de Comercio, y HSBC adquirió el Banco Salvadoreño. La venta de estos bancos fue de más de 4 mil millones de dólares, y además de los bancos el capital transnacional adquirió también las aseguradoras, las administradoras de fondos 18 de pensiones, y las bolsas de valores incluidas en los portafolios financieros de los bancos adquiridos (Arias, 2008: 96-97).

Una vez los grandes bancos transnacionales se interesaron en el mercado financiero salvadoreño, los oligarcas nacionales no tuvieron más remedio que someterse a la única opción disponible: sucumbir a las presiones de venta. Así vemos que han habido tres niveles de transnacionalización que conciernen al nuevo grupo de poder oligárquico salvadoreño: primero, con la implementación del modelo neoliberal que lo alineó con las nuevas tendencias globales; segundo, con la entrada del capital transnacional que se ha intensificado en los últimos cinco años; y tercero, con la regionalización del capital del bloque no sólo a Centroamérica y México, sino que también a Sudamérica e incluso Estados Unidos.

En este sentido, el nuevo bloque de poder oligárquico salvadoreño ha adquirido una nueva e importante dimensión en su carácter funcional: la de su nueva condición transnacionalizada y su creciente interés en los mercados regionales. Dentro del marco integral del neoliberalismo transnacional, los nuevos oligarcas salvadoreños son actores insignificantes, pero éstos se beneficiaron de los esquemas del neoliberalismo transnacional (en teoría como en práctica) mientras los grandes no entraban. Algunos han pasado de poseer a administrar en el marco de la economía política nacional (y es probable que otros sigan este camino), pero al mismo tiempo se perfilan a expandirse como actores dinámicos en los mercados regionales y transnacionales.

Es por eso que la nueva oligarquía salvadoreña debe ser analizada no sólo dentro de su nuevo papel dominante dentro del país, sino que también de acuerdo a su expansión regional y transnacional.

La Nueva Oligarquía, el FMLN y Los Prospectos de Cambio

En marzo del 2009, el FMLN, el partido de la ex-guerrilla y el bastión anti-neoliberal en el país, ganó el poder ejecutivo por primera vez en la historia bajo la promesa de “cambio” y la consigna de cambiar el rumbo del país. El candidato ganador, Mauricio Funes, no es militante del partido y hasta el día que decidió aceptar la postulación se desempeñaba como un periodista con buena reputación.

Dado que el neoliberalismo está encajado en el funcionamiento del estado después de veinte años de implementación, los retos que afronta el FMLN en su búsqueda por neutralizar el neoliberalismo se presentan complejos y hasta cierto punto abrumadores. Las medidas neoliberales, sobre todo las privatizaciones, la reforma tributaria, la dolarización y los TLCs, han impuesto de forma categórica una orientación económica virtualmente inmutable, que si se ve amenazada, podría causar el caos total en la gestión estatal.

El sistema funciona para beneficiar los intereses de la nueva oligarquía, entonces, ¿cómo puede el FMLN enfrentar este reto? Como punto de partida podemos empezar diciendo que podría haber cierto margen de maniobra, pero los cambios que se pueden efectuar, desde la perspectiva de repartir riqueza y quitarle poder económico y político al bloque oligárquico, pueden ser, a lo sumo, meramente cosméticos.

Esto no debe espantar a nadie, ya que dadas las circunstancias nacionales y transnacionales con las que asume la presidencia Funes, es quizás el camino más juicioso. Pero la estructura de poder permanecerá intacta, al menos durante un primer periodo del FMLN en el ejecutivo. El primer factor que hay que tomar en cuenta es la actitud que Funes y el FMLN asumieron desde el principio de la campaña para con el poder económico: diálogo y concertación en vez de 19 confrontación.

Solamente el hecho de que Funes fuera el candidato enviaba el mensaje de que el FMLN renunciaba a hacer cambios radicales y a antagonizar al gran capital nacional y extranjero. Luego, el equipo económico de Funes habla por sí mismo: es conformado por liberales, “burgueses iluminados”, y a lo mucho social demócratas. No hay revolucionarios en el combo, y tampoco es pecado, pero no esperemos cambios estructurales en el manejo de la economía.

Y esto le beneficia a la oligarquía, por lo menos a corto y mediano plazo. Pero el hecho de que el FMLN haya decidido construir su oferta de gobierno sin proponer enfrentar al sistema que beneficia a la oligarquía es una clara señal de que el neoliberalismo ha disciplinado al partido de izquierda. En otras palabras, el FMLN ha decidido tolerar al neoliberalismo por cuanto prometió no tocar las bases centrales que lo sostienen.

Mauricio Funes fue elegido por el pueblo salvadoreño precisamente porque NO prometió tocar los intereses oligárquicos, ya que aparentemente esta juiciosa orientación mantenía el statu quo, conservaba la confianza de los inversionistas y no pondría a El Salvador en la lista negra de las instituciones financieras internacionales.

Los 500,000 votos adicionales que consiguió el FMLN (si los sumamos al “voto duro” de 800,000) se pudieron conseguir porque la promesa de cambio era esencialmente cosmética y la ofrecía un candidato que contaba con altos niveles de aceptación. Además, la propuesta de cambio se planteó ante un rival desgastado y desacreditado en la gestión gubernamental. En este sentido y para que haya un verdadero cambio en el país, se debe comenzar por desmantelar los pilares del poder oligárquico que ARENA construyó durante 20 años al frente del ejecutivo.

Esto implicaría una revisión minuciosa de la economía política neoliberal implementada desde 1989, en su carácter de instrumento mediante el cual la reconfigurada oligarquía nacional (ya no cafetalera sino financiera) logró restablecer su dominio sobre la economía del país. Pero para que se realice el cambio que ahora se espera, debe existir un plan de acción más certero y radical que toque los nervios del organismo de desigualdad y privilegios que reina en el país.

Y hoy por hoy, eso no se va a dar, tal como se prometió en la campaña electoral. Segundo, el FMLN y Funes encuentran un estado debilitado por las reformas neoliberales, por un lado, y secuestrado por los intereses de los oligarcas, por el otro. La posibilidad de que el estado se convierta en un jugador clave y eficiente en los quehaceres del desarrollo integral nacional se presenta remota porque éste no controla ningún medio de producción estratégico, no hay recursos naturales que generen divisas, el país depende de las importaciones y las remesas, se carece de política monetaria porque la dolarización la ha minado, la deuda en su conjunto es significativa, y la corrupción y el patrimonialismo (al servicio del poder oligopólico) están a la orden del día.

La economía política neoliberal ha echado raíces y no puede ser fácilmente revertida sin dificultades. Las privatizaciones son virtualmente irreversibles (hasta la posibilidad de revivir una agencia como la vieja IRA causa estupor en los grupos de poder), la dolarización está para quedarse, los TLCs se proyectan como escritos en piedra, y se le sigue apostando a las remesas como fuente de divisas. Pero como ya se ha analizado, el nuevo gobierno no va a tocar ninguna de estas políticas y dejará que sigan su curso sin interrupciones.

Asimismo, es importante recordar que el FMLN y Funes controlan el ejecutivo, pero no el estado en su conjunto. La 20 asamblea legislativa, el poder judicial, la Corte de Cuentas, entre otros, siguen en manos de los partidos afines a la oligarquía. La aprobación de la pírrica reforma fiscal a principios del 2010, que no tocó el impuesto sobre la renta ni del patrimonio, es una muestra latente de la debilidad del FMLN y el poderío que ostenta la nueva oligarquía. Finalmente, hay que tomar en cuenta dos factores internacionales.

El primero es la crisis económica mundial la cual ha maniatado la capacidad de respuesta de los estados dependientes en la periferia ya que lo que ocurre obedece a factores totalmente fuera del alcance de sus manos. Cualquier movimiento que pueda parecer antagonista a los intereses empresariales podría degenerar inestabilidad y hasta un bloqueo económico interno capaz de agudizar el ya complicado escenario impuesto por la crisis global.

Esto nos lleva al segundo factor: el golpe de estado de Honduras. Es indudable que el bloque oligárquico hondureño atizó el golpe para deshacerse de lo que ellos percibían como el primer Chávez centroamericano, y la forma en que se hizo fue rápida y contundente. La experiencia en Honduras nos dice que los golpes de estado son tolerables otra vez, sobre todo por la actitud de apoyo tácito de la administración Obama.

Si se permite en Honduras, se permitirá en Guatemala, Nicaragua y El Salvador, y la nueva oligarquía salvadoreña, con sus siervos dentro de ARENA, al verse amenazados no dudarán en dar el zarpazo. Que tengan éxito es otra cuestión, pero se puede inferir que Funes no está dispuesto a darles justificaciones para hacerlo. Funes y el FMLN no van a tocar el núcleo de intereses económicos de la oligarquía, y por el momento, solamente podrán mitigar algunos de los problemas más urgentes de los pobres y la reducida clase media.

Disminuir la marginación social, reducir la corrupción y el gasto patrimonialista, y hacer que el aparato estatal responda con más efectividad y constancia al pueblo, serían muy buenos resultados para los próximos años. Se han dado los primeros pasos, pero quizás queda margen para otros proyectos importantes, como una verdadera reforma fiscal y tributaria, la reactivación de la producción agrícola y la inversión en la educación y salud.

No son tareas fáciles ya que la derecha y la oligarquía las va a combatir a muerte sencillamente porque tocan sus intereses primordiales. Es aquí donde el FMLN debe saber aglutinar las fuerzas que lo apoyan y lo llevaron a la victoria electoral, pensando en la radicalización paulatina de sus políticas para las elecciones legislativas y municipales del 2012 y las presidenciales del 2014.

Conclusión El objetivo central de este artículo fue plasmar de forma crítica los quiebres y continuidades de la oligarquía salvadoreña desde sus orígenes en el siglo diecinueve hasta su consolidación como un reconfigurado grupo de poder durante la época neoliberal de la posguerra. Es claro que la mentalidad política-económica de la oligarquía salvadoreña experimentó un quiebre importante al desechar la tradición agraria-cafetalera en favor de un modelo neoliberal basado en las finanzas y los servicios.

Sin embargo, la orientación macro-social de esta “nueva” clase representa una continuidad oligárquica en cuanto a su visión del desarrollo económico, la concentración de la riqueza en pocas manos, el rol del estado, la redistribución de la renta y la justicia social, y la reproducción de un sistema socioeconómico basado en la desigualdad e injusticias estructurales. Los medios cambiaron, pero las consecuencias del ejercicio del poder oligárquico se han reproducido e incluso se han exacerbado. 21

Se necesita un seguimiento en la investigación por tres razones. La primera es históricaconceptual. Para reiterar, el nuevo bloque de poder oligárquico se ha levantado de las cenizas de la vieja oligarquía cafetalera con un carácter económico nuevo (el neoliberal), pero su mentalidad política permanece presa de las huestes excluyentes y del hambre de poder que la caracterizaron a lo “oligárquico” históricamente. El Salvador es un país que siempre ha sido gobernando por atroces tendencias oligárquicas, y la clase dominante ha visto al país como su inalienable propiedad privada.

Esta nueva oligarquía representa la continuidad de esta tendencia, ahora con un aura de supuesta modernidad, pero que también marca contundentemente las fronteras que dividen a los ganadores de los perdedores del sistema. La segunda razón es meramente política. Se ha venido anunciando desde 1992 que supuestamente el país vive una democracia que goza de libertades y a la que se debe defender, pero los grandes beneficiarios de ésta son precisamente los mismos de siempre. Una verdadera democracia no puede crecer mientras un reducido grupo la manipula por conveniencia propia y se utiliza al estado como instrumento de clase en aras de fortalecer y consolidar sus privilegios.

Como país que sigue luchando para construir una democracia al menos medianamente decente y alcanzar un mejor nivel de desarrollo integral, los salvadoreños y salvadoreñas deben preguntarse cuál es la clase de sociedad democrática que quieren: si la minimalista, donde votar es suficiente, o la que empodera al ciudadano común mediante canales participativos y promueve la acción en los diferentes ámbitos de la vida política. La existencia de esta oligarquía reconfigurada incide en esta decisión, porque al final la democracia tiene que ver con la administración y ejecución del poder mismo.

Finalmente, existe una razón tercera razón, la socioeconómica. Este bloque de poder es una estructura que aglutina un descomunal poder económico y por consiguiente una influencia política aplastante que ha sido capaz de moldear al estado salvadoreño para usarlo a su antojo. Los nuevos oligarcas controlan un gran capital (relativamente importante tomando en cuenta el tamaño del país) que ahora es permeable a las fronteras nacionales y se expande regionalmente de forma creciente.

El gobierno del FMLN podrá hacer muy poco para revertir el sistema de poder oligárquiconeoliberal, en primer lugar porque nunca lo propuso como plataforma de gobierno, una decisión que muestra cómo el neoliberalismo, y por ende la oligarquía, lo ha disciplinado para tolerar lo que se implementó durante 20 años de gobiernos de ARENA. En segundo lugar, el FMLN carece de los instrumentos necesarios para llevar a cabo un cambio substancial, sobre todo porque heredó un estado incapacitado y en bancarrota virtual, tiene que lidiar con una economía neoliberal institucionalizada y bien cimentada, y no tiene margen de maniobra ante una clase dominante que no dudará en ponerlo en aprietos económicos si ésta percibe un giro de políticas en su contra.

Para realizar un cambio significativo en El Salvador es necesario desmantelar el núcleo del poder oligárquico del país, lo cual es la causa matriz de los problemas nacionales, pero hoy por hoy el FMLN no tiene la voluntad ni los recursos para llevar a cabo una empresa de tal envergadura.

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The Modernization of Underdevelopment:El Salvador, 1858-1931

“What most strikes me on arriving from Europe is the absence of all extremepoverty,” Mrs. Henry Grant Foote observed approvingly of El Salvador in themid-nineteenth century.’ The British diplomat’s wife concluded that SouthernEurope and the major cities of England suffered far worse poverty and humanmisery than the diminutive-and other observers would add “backward”-Cen-tral American republic. These first impressions of the country, to which QueenVictoria’s government had posted Mrs. Foote’s husband in 1853, were also herconclusions strengthened by eight years of residence there.Her memoir revealed at least one explanation for the satisfactory quality oflife: people enjoyed access to land.

The large Indian population still possesseda part of its communal lands, ranked by Mrs. Foote as among the “most fertile“areas of El Salvador.2 Those who chose not to live in the communities, shenoted, “generally have their own little piece of land and a house on it.”’ Theoutskirts of the capital, San Salvador, seemed almost Edenic in her prose: “Theenvirons of the city are very beautiful, being one mass of luxuriant orange andmango trees, bending beneath their load of fruit, and the cottages of the poorpeople are remarkably neat and clean, each surrounded by its own beautifulshrubbery of fruit trees.“4 These observations buttressed her conclusion of theready availability of food. The simple society excluded sharp distinctions be-tween rich and poor. The Englishwoman praised the practical modesty amongthe upper class, although its humility sometimes bemused her. At one point shechuckled: “One custom struck us as very peculiar in this state. Everyone, fromPresident downwards keeps a shop, and no one objects to appear behind hiscounter and sell you a reel of cotton, the wives and daughters officiating in thesame capacity.“3 She left an incomplete although suggestive portrait of the newnation, characterizing life as bucolic, devoid of social and economic extremes.Around the middle of the century, a small group of foreign travelers anddiplomats, among them John Bailey, E. G. Squier, Carl Scherzer, and G. F. VonTemsky, visited El Salvador.6 Their accounts corroborated Mrs. Foote’s. Al-though those visitors considered the small nation to be overcrowded even then,Professor, Department of History, UCLA.0 1984 by Western Illinois University.
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294E. Bradford Burnsthey agreed that most of the population owned land, either individually orcollectively. The large hacienda existed but did not monopolize the rural econ-omy. Squier noted, “There is little public and unclaimed land in the state, andfew large tracts held by single individuals.“7 He contrasted that aspect of landtenure favorably with the experience of other nations he knew. The Indians,who at midcentury comprised at least a quarter of the population, worked eithertheir communal lands or individual plots. A large number of them exclusivelyinhabited a Pacific coastal area of 50 by 20 miles between the ports of La Libertadand Acajutla, “*retaining habits but little changed from what they were at theperiod of conquest,” according to Squier.8 All the travelers lauded the generosityof nature and spoke of the abundance of food. Von Tempsky recalled that theIndian Village, Chinameca, he visited in 1855 was “well supplied with the neces-saries of life.“9 Particularly impressed with the region of Sonsonate, Scherzerlauded the abundance, variety, and low price of food.10 None mentioned eithermalnutrition or starvation.The largely subsistence economy produced rather leisurely for the world mar-kets. Indigo, traditionally a principal export, earned $700,000 of$ 1,200,000 fromforeign sales in 1851. Minerals, balsams, skins, rice, sugar, cotton, and cacaoaccounted for much of the rest.Even though the foreign visitors waxed eloquent about some idyllic aspectsof life as they lived and perceived it in El Salvador, not one pretended that theisolated nation was a rustic paradise. Problems existed. The visitors lamentedthe disease and political turmoil. Still, even if life did not mirror the ideal, asocioeconomic pattern that benefited many had emerged in the long colonialperiod and much briefer national period: food was produced in sufficient quan-tity to feed the population, the economy was varied, little emphasis fell on theexport sector, the land was reasonably well distributed, the foreign debt waslow, and the absence of the extremes of poverty and wealth spoke of a vaguedegree of equality. Having endured for some time, however, by the 1 850s suchcharacteristics were about to disappear. The El Salvador those foreigners ob-served was on the threshold of change and a rather rapid and dramatic changeat that.Over the course of three centuries, Spain had implanted its political, economic,social, and cultural institutions in its vast American empire with varying degreesof effectiveness. Those regions nearest the viceregal capitals or well integratedinto imperial trade patterns bore the most vivid testimony to their successfulimplantation. Consequently, no matter what great distances might have sepa-rated Lima from Mexico City, the gold mines of Colombia from the silver minesof Bolivia, or the sugar plantations of Cuba from the cacao estates of Venezuela,similarities in economic and political structures outweighed inevitable localvariations. Historiographic studies tend to dwell on the relative changelessnessand continuity of some of those institutions over half a millenium. The insti-tutions surrounding the use of land and labor are two useful examples; theconcentration and authoritarian exercise of political power is another. Still, themetropolitan institutions did not fully penetrate every part of Spanish America.To the degree they did not, those regions remained marginal to internationaltrade and isolated from the primary preoccupations of the crown. Fusing Iberian,Indian, and African cultures and institutions, such regions remained nominallysubordinate to a distant monarch but for practical purposes more responsiveto local conditions.
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The Modernization of Underdevelopment: El Salvador, 1858-1931295More regional diversity existed in Spanish America during the period whenthe colonies obtained their independence, 1808-1824, than there would be atthe end of the century. The reasons for the rapid homogenization during thenineteenth century are not difficult to find. Many of the elites in all the newlyindependent governments had embraced or would embrace the ideas that sprangfrom the European Enlightenment. They admired French culture, while theylooked to England for their economic vigor. As the nineteenth century waxed,their collective desire grew to create in the New World a replica of Europe northof the Pyrenees. To emulate the “progress” the elites believed characteristic oftheir model nations, they needed capital. They obtained it through loans, in-vestments, and trade, all three of which linked them ever more closely to NorthAtlantic capitalism. Marvelous advances in communication and transportationfacilitated the growing conformity forged by common goals and trade patterns.One major consequence was that as the new nations neared the first centenaryof their independence, the institutional patterns of Latin America reflected amore striking similarity than they had after more than three centuries of Iberiandomination. To achieve conformity required certain areas and nations, thosethat once had been marginal to Spanish interests and thus most superficiallyincorporated into European commercial patterns, to change dramatically. Apredominately export-oriented economy linked to international capitalism be-came the dynamo propelling that profound, rapid change. In certain cases, rad-ical transformation-almost revolutionary in some instances-challenged thestereotypes of “changelessness” and “continuity” often applied to the entirearea.One of the new nations, El Salvador, provides a striking example of the rapidand profound change of a once-neglected outpost of the Spanish empire. Further,its experience with progress or modernization accompanied by the increasingimpoverishment of the majority of the inhabitants illustrates how a Latin Amer-ican nation could modernize without developing.”’Spanish institutions had imperfectly penetrated El Salvador. Throughout thecolonial period that small area bore a closer resemblance to its Indian past thanLATENANGlo\GOFig.I1.Map of|ElSalvaor.SONSONATEigSANFRANCISCOlvaor
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296E. Bradford Burnsto any of the bustling centers of colonial Spanish America. Like the other CentralAmericans, the Salvadorans remained geographically isolated and largely self-sufficient. As Adriaan C. van Oss convincingly argued, the Central Americanshad “turned their backs on the coasts and thereby on intensive commerce withthe motherland.“12 Yet, within the short span of three decades, roughly between1860 and 1890, El Salvador acquired the economic, political, and social insti-tutions characterizing the rest of Latin America. These included a dynamic andmodernizing export sector based on monoculture and the predominance of thelarge estate producing for foreign trade; a subservient, impoverished, landlessrural labor force; concentration of economic and political power within thehands of the principal planters who exercised it from a single dominant city,the capital, which, if it fell short of duplicating its urban model, Paris, none-theless contained districts reflecting the architectural influence of nineteenth-century Europe; and a political understanding and tolerance between an in-creasingly professional military and politicoeconomic elites. In a number offundamental aspects, El Salvador became nearly indistinguishable from the otherSpanish-speaking nations. The process by which that formerly isolated and sin-gular state acquired institutions characteristic of the rest of Spanish America aswell as the consequences of that process merit study.For three centuries Central America formed part of the Spanish empire beforeit fell briefly under Mexican rule. A shaky confederation, the United Provincesof Central America, emerged in 1824 but crumbled under political rivalries adecade and a half later. In 1839, some of the leading citizens of San Salvadordeclared the independence of El Salvador, although the vision of a greater Cen-tral American fatherland remained constant in El Salvador. Promulgating aconstitution in 1841, the Salvadorans embarked on a tempestuous political jour-ney. The population of the new republic, estimated in 1850 to be 394,000,consisted largely of Indians and mestizos with a small minority of whites, blacks,and mulattoes (see table 1). Most of the population lived in the countryside.The economic structures characteristic of the long colonial past remainedintact during the first half of the nineteenth century. El Salvador continued toexport in small quantities marginal products of limited demand. The Spanishmercantilist legacy rested lightly on the region because of its isolation and eco-nomic insignificance. The land-use patterns accommodated both Spanish andIndian practices. The Indian villages held the land they needed;-the traditionalTABLE 1ESTMATES OF THE POPULATION OF EL SALVADOR, 1821-1930YearPopulation1821250,0001855394,0001878554,0001882612,9431892703,5001900783,4331910986,53719201,178,66519301,353,170SouRcE: Jeffry Royle Gibson, “A Demographic Analysis of Urbaniza-tion: Evolution of a System of Cities in Honduras, El Salvador, andCosta Rica” (Ph.D. diss., Cornell University, 1970), p. 80.
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The Modernization of Underdevelopment: El Salvador, 1858-1931297Indian communities survived. The haciendas, the large estates owned by Span-iards and their descendants, also existed. In the early nineteenth century, therewere approximately 440 haciendas averaging close to 2,000 acres each.’3 Theyaccounted for one-third of the land area. The Indian communities producedfood for local consumption. So did the haciendas, but they also grew the principalexport crops, foremost of which was indigo.Indigo production required both a regular and a seasonal labor force. Thehaciendas drew their workers from neighboring Indian communities. They alsoslowly but steadily encroached on Indian lands. The control of the politicalinstitutions of the new republic by a small merchant and planter class comple-mented those trends. The new national elite fully understood the importanceto their own prosperity of controlling land and labor. No longer did a distantSpanish crown thwart them. For the time being, however, certain other realitiesinhibited their economic expansion. The frequent wars in Central America, ascarcity of capital and credit, a disruption of trade routes and patterns, and thelack of any products in high demand in foreign markets caused a general eco-nomic decline throughout much of the first half of the nineteenth century. Thosepolitical and economic realities enforced a kind of balance between the Indiancommunities and the haciendas. Both seemed to provide satisfactory, if verymodest, life styles. Such was the El Salvador described by Foote, Squier, VonTempsky, Scherzer, and Baily.After 1858, new socioeconomic patterns took shape. Greater political stabilityand closer contact with the North Atlantic nations, principally the United States,France, and Great Britain, partially explain the emergence of the new patterns.Very importantly, the elite found a new crop, coffee, that the country couldgrow and profitably sell abroad. More than anything else, concentration on thegrowth and export of that single crop altered old institutions. Before the end ofthe century, the new coffee estates became the base of economic production,political power, and social organization. The coffee planters emerged as thepowerful economic, political, and social elite.Instrumental in initiating the challenge to the old system, President GerardoBarrios (1858-1863) directed the fledgling nation’s first steps toward moderni-zation and change. A trip through Europe in the early 1 850s had influenced himprofoundly. In one letter back to El Salvador, he proclaimed his mission: “Iurgently needed this trip to correct my ideas and to be useful to my country…. I will return to preach to my fellow countrymen what we Central Americansare and what we can become.”’4 He did. He informed the legislative assemblyin 1860 that he intended to “regenerate” the nation.’5In a pattern already becoming familiar throughout Latin America, those whowould “regenerate” their society advocated rather uncritically the models pro-vided by the leading capitalist nations of the North Atlantic. Their agrarian,industrial, and technological advances awed the Latin American elites. Thosenations seemed to have found the sure road to “progress,” a gloriously nineteenth-century notion for which the current social science concept “modernization” issynonymous. In the minds of the elites, “to progress” came to mean to recreatethe European model in Latin America. Carried to its extreme, it even signifiedthe encouragement of European immigration to replace the Indian and Africanpeoples of the New World. Within a broad Latin American perspective, Barrioswas by no means unique in either his discovery of Europe or his hope of re-creating his nation in its image. Within the narrow confines of bucolic El Sal-
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298E. Bradford Burnsvador, however, he seemed to be something of a visionary ready to deny thepast in order to participate in an alluring if uncertain future.Barrios characterized the nation he governed as one that was “backward,”“destitute,” and “misgoverned,” and into which he believed he introduced“progress.”’6 Both a military commander and the owner of a medium-sizedestate, the president represented the nascent middle class in his lifestyle, outlook,and aspirations. His govemment vaguely encompassed a liberalism character-istic of later nineteenth-century Salvadoran politics. He favored individual lib-erties, opposed dictatorial rule, and sought to end the neofeudalism dominatingthe countryside. He succeeded in accelerating a rural shift from neofeudalismto neocapitalism. In a not unfamiliar pattem in nineteenth-century Latin Amer-ica, however, liberty during the Barrios years-as thereafter-smiled exclusivelyon the elites, and authoritarian rule remained the practice despite rhetoric tothe contrary.A devoted francophile, President Barrios incorporated Liberal and Positivistideas into his policies to turn his country from its Iberian and Indian past to acloser approximation of a rapidly changing Westem Europe. In 1860, the firstprogram he announced for his government included these five goals: promotionof agriculture, industry, and commerce; introduction into El Salvador of theprogress that distinguished other nations; encouragement of immigration; re-form of the educational system in accordance with the latest European ideas;and construction of roads and ports to facilitate international communicationand transportation. Such goals typified the modernizers of nineteenth-centuryLatin America. Soon after the announcement of his program, the presidentpromulgated the nation’s first civil code and a new educational plan, both ofwhich inevitably drew on the latest European models. In true Positivist fashion,Barrios believed the government should play a direct role in encouraging ex-ports.’7 The most immediate results of his policies were to facilitate the growthof capitalism and to promote foreign commerce. Indeed, exports doubled be-tween 1860 and 186218Barrios appreciated the incipient agrarian and commercial changes alreadyunder way in El Salvador. In 1853, steamship service had been inauguratedbetween El Salvador and California. Six years later, the government began topay a subsidy to the Pacific Mail Steamship Company to service the Salvadoranports. As one immediate consequence, sugar and rum exports rose, a trendBarrios applauded. United States diplomats stationed in San Salvador also spokeenthusiastically about the rising export trade facilitated by the steamships.’9President Barrios not only encouraged the growth of crops with an internationaldemand but favored land and labor laws complementary to such agrarian en-terprise.Understanding the importance of coffee on the world market and the suita-bility of El Salvador’s rich volcanic soil to produce it, the president promotedits production.20 Farmers had first started to grow small amounts of coffee forlocal consumption in the eighteenth century. Governmental encouragement ofits production dated from 1846, without noticeable results. Barrios assumed avigorous role in its promotion in order both to diversify exports and to increasenational income. Under his direction, coffee exports had their mo’dest begin-nings. In his presidential address to the legislative assembly on 29 January 1862,he emphasized the impetus his government gave coffee, predicting (incorrectly)
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The Modernization of Underdevelopment: El Salvador, 1858-1931299that within two years El Salvador would be the major coffee producer in CentralAmerica.21In the decades after Barrios (really even including the Conservative govern-ment of Francisco Duenas, 1863-1871),22 the Liberals articulated a program ofgoals focusing on the modernization of the transportation and communicationinfrastructures, the expansion of coffee exports, the adoption of European models,and the strengthening of governmental power. Never loath to use force to im-plement their program, they extended their authority from the presidential pal-ace to the most remote hamlet.The relatively complex process of coffee production engendered a series ofcrises in the traditional neo-Hispanic and neo-Indian institutions that had ad-equately served a society whose economy leisurely grew indigo and food crops.23The eventual triumph of coffee, a kind of victory of modern capitalism, neces-sitated new institutional arrangements.Coffee production differed significantly from indigo, traditionally the primaryexport. The indigo plant grew without need of a great deal of care or investment.Within a year, the farmer could harvest it, although the amount of pigmentincreased if harvest could be delayed two or even three years. Indigo productionrequired a small permanent work force supplemented during the harvesting andprocessing, both of which were relatively uncomplicated. Coffee could be grownunder a variety of conditions on lands ranging from a small plot or a few acresto vast extensions of land. Small coffee planters seemed to flourish in someparts of Latin America. Colombia provided a useful example. In El Salvador,however, the growing and most especially the processing of coffee took placeon medium-sized and large estates. Care, conservation, and fertilizing of theland and preparation of the coffee, including drying, processing, and sacking,required considerable capital and a large permanent work force generously aug-mented during the harvest season. Coffee planters waited three to five years forthe first harvest. They required considerably more capital, patience, and skillthan the producers of indigo. Those requirements everely limited the numberof coffee growers but particularly the number of processors. Handsome profits,however, reimbursed the few who met the requirements.The lure of a lucrative market prompted those planters who could bear thefinancial burden to expand their estates, which grew at the expense of communallandholdings and small landowners. The shift in landowning pattems funda-mentally altered the lifestyle of the majority. The governments enthusiasticallyencouraged this change: they facilitated the concentration of land into fewer andfewer hands. Thus, in the decades between 1860 and 1890, the landholdingpatterns came to resemble the commercial capitalistic models characteristic ofplantation economies elsewhere in the world. The first step was to label theIndian communal lands as retrograde, antiprogressive. They stood accused ofthe heinous crime of delaying or even preventing modemization. In short, theypreserved the “backward” past. President Barrios initiated the legal attack onthe ejidos, landholding communities, and the tierras communales, municipallyowned and worked lands. His policies forced part of those lands onto the market,just as ambitious entrepreneurs sought more acres for coffee trees.An official governmental and survey in 1879 revealed that only a quarter ofthe land still belonged to the villages.24 The govemment of President RafaelZaldivar (1876-1885) promptly oversaw the disposal of those remaining lands.Zaldivar proudly wore the modernizing mantle of Barrios, demonstrating his
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300E. Bradford Bunsadmiration for his predecessor by erecting an imposing mausoleum for him. Aneditorial in the Diario Oficial in early 1880 summarized the official attitudetoward the communal lands, revealing once again the ideological continuity ofthe governments after 1858:On the one hand, we see virgin fertile lands that are calling for the application of capital and laborto reap the wealth that is promised; while on the other, we see the majority of the inhabitants ofour villages content to grow crops of maize and beans that will never raise this miserable peopleabove their sorry position. They will remain in the same wretched state they endured in colonialtimes…. The government is determined to transform the Republic, to make each one of the villages,yesterday sad and miserable, into lively centers of work, wealth, and comfort.2’Action followed. In early 1881, the government abolished the tierras commu-nales. With far-reaching consequences, the decree denounced ancient practicesto declare unequivocally the economic policy in vogue for some decades dra-matically enforced after 1881: “The existence of lands under the ownership ofCommunidades impedes agricultural development, obstructs the circulation ofwealth, and weakens family bonds and the independence of the individual. Theirexistence is contrary to the economic and social principles that the Republichas accepted.” A year later, a law dissolved the ejidos for the same reason: theywere “an obstacle to our agricultural development [and] contrary to our eco-nomic principles.“26 The communidades and ejidos bore the blame, accordingto official thinking, of thwarting “progress,” meaning, of course, the expansionof coffee culture. In both cases, the lands were divided among community mem-bers. Such actions disoriented the Indian and folk populations, which had littleconcept of private ownership of land. Quite the contrary, they identified thecommunity and the land as one: the land existed for the commonweal of thegroup. The community cared for the land in an almost religious fashion. Co-operation rather than competition governed the economic behavior of thosepopulations. In the government’s judgment, the Indians and rural folk obviouslywere not prepared to contribute to El Salvador’s capitalist future.Once the communal lands were distributed into small plots, the coffee plantersset about acquiring the land. Experience proved that it was easier to befuddleand buy out the new, small landowner than the well-entrenched and tradition-oriented community.” The emerging rural class system, increasingly character-ized by a small group of wealthy coffee planters and processors on the one handand a large body of ill-paid laborers on the other, contrasted sharply with themore equalitarian structures of rural El Salvador prior to 1860.Export patterns altered radically during the same decades. From the colonialperiod into the early 1 880s, El Salvador had enjoyed varied agrarian productionand export: maize, indigo, tobacco, sugar, cacao, coffee, cotton, and tropicalfruits. The midcentury invention of synthetic dyes doomed the most importantof those exports, indigo. Coffee more than made up for its demise. The exportstatistics tell the tale. In 1860, coffee composed but 1 percent of the exports; in1865, 8 percent; and in 1870, 17 percent. In 1875, for the first time, the valueof coffee exports exceeded indigo exports, quite a change from 1865 when thevalue of indigo exports amounted to 15 times that of coffee. Table 2 indicatesthe changing nature of El Salvador’s exports during the critical 1864-1875 pe-riod. In 1879, coffee accounted for 48.5 percent of the total value of all exports.By 1910, it accounted for $4,661,440 of exports totaling $5,696,706:”’Indigo bythen earned only $107,936 on the world markets. During the decade of the1880s, El Salvador became virtually a monoagricultural exporting nation, its
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The Moderization of Underdevelopment El Salvador, 1858-1931301f;t*.Oc WN 00 ON 0i 0 o0 n_C O:d00)= t:c t-D ‘c 4N _n_O en CA *wz(c4 – CO0W r-I“O~.0 F _t t_moX- O<".0 C OI^^' 0O00-MNNoo>eng:0oo O o c7A-OON.0 vb oCe0WCCC)C)C:O, -.-ooooFb^OoOurX~~~~~0-oLCOOoottmU U00 en ON tl >cO \00 in ‘TC q-00VI I’No_oOte0~~~~~~~~~~HWN )Qhu0O’r1I,,_0~~~~~~~~~~~b “O:0ON ‘ ,Dt’_r’o 0WW)4t – l- e r-”’t*ONO :t- M-w c en t-ut)c~ o (70~[ ooep~0 o ar6en W ONent>0 ‘Ne)~~~~~re?C-4etCNa t- oo-i0 00 \? oe?;O n o no4 _ n oa o enno oot _ o-W) – CD __C)*o>M~oo-m “’esCW1n\0*nabC7 I.ozT?^o>=N<0 tn ?N v0% M r inCO>^4M.oo 00 00 00 0?\?\?l00 00 00 00 000 000\14 _- _4 _- _4 _. _4 .- _- _” _0-
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302E. Bradford Burnseconomic prosperity largely dependent on the purchase of coffee by three orfour nations, which, in turn, supplied investments, technology, and manufac-tured goods in quantities commensurate with the profits from coffee sales.The domination of the national economy by coffee obviously affected therural folk, the overwhelming majority of the population. The expanding coffeeestates continued to dispossess vast numbers of them of their lands. They, then,depended on the coffee plantations for work and, to the relief of the coffeeplanters, formed a sizable pool of unemployed and underemployed who couldbe hired at meager wages. At the same time, the increasingly unstable positionof larger numbers of the rural population created discontent and unrest amongthem. The rural poor protested their deteriorating situation. Major uprisingsoccurred in 1872, 1875, 1880, 1885, and 1898. The planter-dominated govern-ments addressed the problem of maintaining order not only to assure tranquillitybut just as importantly to insure a docile and plentiful labor supply. Threateningfines, arrests, and punishments, the Vagrancy Laws of 1881 required the pop-ulace to work. The Agrarian Law of 1907 further regulated the rural workingclass, while it authorized the organization of a rural constabulary to provide thephysical protection the landowners demanded. Agricultural judges-in a fashionsomewhat reminiscent of the Spanish repartimiento system-made certain thatthe labor force was available when and where the planters needed it. The newrural police enforced the judges’ decisions, intimidated the workers, protectedthe planters, and guaranteed the type of rural order the planters believed essentialto their prosperity. They already had closely identified national well-being withtheir own.By the end of the century, coffee had transformed El Salvador. The landowningstructures, the land-use patterns, and the relationship of the workers to the landwere radically different. Whereas in 1858, there existed a reasonable balancebetween large estates, small landholdings, and ejidos, by 1890, the large estatedominated. The increasing accumulation of capital in a few hands strengthenedthe coffee estate, improved coffee processing, and further facilitated coffee ex-portation.A tiny but significant group of capitalists appeared by the end of the century.Foreign immigrants, who invariably married into the leading Salvadoran fam-ilies, played a disproportionately important role among them. They skillfullycombined their wider knowledge of North Atlantic capitalism with local needs.A small number of Salvadoran capitalists from both the upper and middle classesand the local representatives of British capitalists joined them. Some of themcontrolled the processing and/or export sectors of the coffee industry, highlylucrative and strategic enterprises. Their interests obviously intertwined withthose of the coffee planters.Political stability accompanied economic growth and change. Beginning withthe government of Barrios in 1858 and ending with that of General AntonioGutierrez in 1898, the chiefs-of-state stayed in office longer then their prede-cessors. In that 39-year time span, 7 presidents governed for an average of 5.7years each, more than double the time the chiefs-of-state between 1839 and 1858had served. Five of the presidents had military backgrounds. Force dislodgedeach president from office. The administration of Tomas Regalado, 1898-1903,marked a transition. General Regalado came to power through force, regularizedhis position through election, served the constitutional four-year term, and thenstepped down from the presidency at the end of that term.28
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The Modernization of Underdevelopment: El Salvador, 1858-1931303The coffee elites had codified the political rules for their domination in theConstitution of 1886. It remained in force until 1939, the longest lived of ElSalvador’s many constitutions. Suppressing communal landownership, it em-phasized the inviolability of private property. Within the classic framework ofnineteenth-century liberalism, the document valued the individual over the col-lective. It enfranchised literate male adults, a minority in a land where illiteracyprevailed. Characterized as authoritarian and elitist, it served the planters hand-somely during the half-century it was in force, defining the political boundariesof the “modern” state they sought to create.29 It contributed significantly to thenew political stability.Increasing political stability, rising exports and income, economic growth,and a careful attention to the servicing of foreign debts nominated El Salvadoras a candidate for foreign loans used to purchase a wide variety of consumeritems the coffee class fancied, to introduce foreign technology, and to modernizethe economy. Not unnaturally, a government in the service of the plantersfavored investment in and modernization of the infrastructure servicing thecoffee industry. Renovation of two important ports, La Libertad and Acajutla,was completed in the 1860s. The first bank opened its doors in 1872, and theymultiplied in number during the decade of the 1 880s. The republic entered therailroad era in 1882 with the opening of a modest 12-mile line between Son-sonate, a departmental capital and one of the principal commercial centers, andAcajutla. The line facilitated the export of the varied local products, amongwhich coffee was rapidly becoming the most important. English loans in 1889promoted the expansion of an incipient railroad system that also fell underEnglish administration.British investments accompanied loans and together they assured Britain’seconomic preeminence. Besides railroads, mining attracted British capital. In1888, the English established the Divisadero Gold and Silver Mining Companyand the following year, the Butters Salvador Mines. The British began to enterthe banking business in El Salvador in 1893.The coffee interests also appreciated the importance of a modern capital, thesymbol of their prosperity, as tribute to their “progressive” inclinations, andthe focal point of their political authority. By the end of the century largernumbers of the richest families were building comfortable, in some cases evenpalatial, homes in the capital. They broke some of their immediate ties withthe countryside and the provincial cities to become a more national elite centeredin San Salvador.A sleepy capital of 25,000 in 1860, San Salvador boasted of no pretentions.A visitor in the mid-1880s remembered: “There is very little architectural tasteshown in the construction of the dwellings or of the public buildings … thestreets are dull and unattractive. … The public buildings are of insignificantappearance.“30 It compared unfavorably with the cities of similar size in LatinAmerica. Sensitive to that reality, the newly prosperous coffee elites resolved torenovate the capital, expunging the somnolent past in favor of the envisionedvigor of the future. The city took on new airs as the center of a booming economy.By 1910, the population numbered more than 32,000. The central streets hadall been paved and electricity illuminated the city. An excellent drainage systeminsured the good health of the inhabitants. A series of new buildings, amongthem a commodious headquarters for the governmental ministries, a cathedral,and a market, added to the modernity. The elites boasted of attractive homes
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304E. Bradford Burnsin the capital. The new and beautiful Avenida de la Independencia combinedwith ample parks and plazas to provide grace and spaciousness to the city. Themodern, still somewhat quiet capital made a favorable impression on visitors.Above all else it spoke of-and symbolized-the prosperity that coffee affordedthe nation.3’The very restricted democracy fostered by the Constitution of 1886 functionedsmoothly in the early decades of the twentieth century. From 1903 to 1931, eachpresident was elected in the approved fashion-selected by his predecessor andratified by a limited electorate-and served for the constitutional mandate offour years. The politicians respected the doctrine of “no reelection.” Peacefulselection and rotation of presidents contrasted sharply with the violence char-acteristic of the change of governments in the nineteenth century. The prepon-derance of civilian presidents was also unique. Of the eight men elected to thepresidency during the 1903-1931 period, only one was a military officer, GeneralFernando Figueroa (1907-191 1).The prosperity and power of the coffee planters reached their culminationduring the years 1913-1929, an economic and political period referred to as theMelendez-Quinonez dynasty because of the two related families that held thepresidency. Those families ranked among the largest coffee producers. When anassassin felled President Manuel Enrique Araujo in 1913, Vice-President CarlosMelendez assumed the presidency as the constitution provided and then wonthe presidency in his own right during the elections the following year. In 1919,his brother, Jorge Melendez, succeeded him for four years, followed by hisbrother-in-law, Alfonso Quinonez Molina, for another quadrenniel. This tightlyknit family political dynasty demonstrated the ease incumbent presidents en-joyed in manipulating elections to select their successors. It further illustratedthe increasingly narrow political base of the coffee planters. Indeed, fewer andfewer men controlled the thriving coffee industry, particularly the processingand export. During the dynasty, perhaps more than at any other period, thoselinked to coffee exports were able to monopolize both economic and politicalpower. One obviously enhanced the other. Wealth conferred the prestige thatfacilitated political manipulation. In turn, their control of the government com-plemented their economic interests. During those years, the planters successfullyheld the small but aggressive urban middle class at bay, repressed or manipulatedthe impoverished majority-both the rural masses and the growing urban work-ing class-and neutralized the military, from whose ranks had arisen so manyof the nineteenth-century presidents.The actual exercise of political power by the coffee class forged a uniquechapter in Salvadoran history: prolonged civilian rule. When General Figueroa,a constitutionally elected president, left the presidential palace in 191 1, civilianpoliticians occupied it for the succeeding two decades, a remarkable record,never equaled before or since. Of course the economic strength, political influ-ence, and social domination of the coffee elites had been a reality since the lastdecades of the nineteenth century. From the beginning of their rise to economicand political power in the 1860s and 1870s they had enjoyed amiable relationswith the military. The planters counted on the military to support a politicalsystem complementary to coffee exports. Economic prosperity, after all, facili-tated the modernization and professionalization of the army. The easy shiftfrom military to civilian presidents manifested the harmonious relations be-tween the planters and the officers.
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The Modernization of Underdevelopment: El Salvador, 1858-1931305The army had won its laurels on the battlefield. Nearly a century of inter-national struggles-the frequent wars against Guatemala, Honduras, Nicaragua,and assorted foreign filibusters-and of civil wars created a strong and reasonablyefficient army, perhaps the best in Central America. A prudent governmentpampered the military. A military academy to train officers functioned sporad-ically. In 1900, the third such school, the Escuela Politecnica Militar, opened,only to be closed in 1927. Five years later the government inaugurated theEscuela Militar, still functioning. Thus, for most of the years of the twentiethcentury, a professional academy existed. In 1909, the government contractedwith Chile for a military mission to improve the training of officers. The EscuelaPolitecnica Militar and the Escuela Militar provided a reasonable-to-good ed-ucation for the cadets and fostered the corporate interests of an officer class.Increasingly the academy drew its cadets from the urban middle and lowermiddle classes, two groups enthusiastically advocating the modernization of thecountry.32 While the officers’ concept of modernization tended to parallel thatof the planters, it also emphasized the need for up-to-date military training andequipment, manifested a growing faith in industrialization, and responded tothe vague but powerful force of nationalism.In 1910, the government reported that its army consisted of an impressive78 staff officers, 512 officers, and 15,554 troops on active duty (a figure thatseems to be inflated).” Percy F. Martin, in his exhaustive study of El Salvadorin 191 1, reported: “The Government . . . have [sic] devoted the closest care andattention to the question of military instruction, and the system at present inforce is the outcome of the intelligent study of similar systems in force in othercountries, and the adaptation of the best features existing in each. A very highesprit de corps exists among the Salvadoran troops, and, for the most part, theyenter upon their schooling and training with both zeal and interest.“34 Thegovernment favored the officers with good pay, rapid promotion, and a host ofbenefits. Martin marveled at the comforts provided by one of the officers’ clubs:“For the use of officers there exists a very agreeable Club, at which they canprocure their full meals and all kinds of light refreshments at moderate prices;while the usual amusements such as drafts, cards, billiards, etc., are providedfor them. So comfortable is this Club made that officers, as a rule, find verylittle inducement to visit the larger towns in search of their amusements.”’35 Acontented military was the logical corollary to planter prosperity.The further solidification of the corporate interests of the military was en-couraged by the establishment in 1919 of a periodical for and about the militaryand in 1922 of a mutual aid society, the Circulo Militar. More than an economicassociation, it encouraged the moral, physical, and intellectual improvement ofits members. One knowledgeable visitor to Central America in 1928 claimedthat El Salvador had the best-trained army in the region.mPeace and order at home combined with increasing demands for coffee insureda heady prosperity for the planters and their government. With the exceptionof an occasional poor year, usually due to adverse weather, production movedupward after 1926 toward an annual harvest of 130,000,000-140,000,000 pounds,as table 3 illustrates. After 1904, El Salvador produced at least one-third ofCentral America’s coffee, its closest competitors being first Guatemala and sec-ond Costa Rica. After 1924, Salvadoran production surpassed that of Guatemalato hold first place in quantity (and many would add quality) in Central America.
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306E. Bradford BurnsTABLE 3COFFEE PRoDucTIoN,1924-1935YearPounds1924-192595,020,0001925-1926101,413,0001926-192766,139,0001927-1928149,474,0001928-1929134,042,0001929-1930143,301,0001930-1931165,347,0001931-1932105,822,0001932-1933141,096,0001933-1934127,869,0001934-1935130,073,000SouRCE: Edelberto Torres Rivas, Interpretacion del Desarrollo SocialCentroamericano (San Jose, Costa Rica: Editorial Universitaria Cen-troamerica, 1973), pp. 28485.The elites and the government became increasingly dependent on income fromcoffee production.A significant change in El Salvador’s international trade pattern also tookplace. In the nineteenth century, El Salvador sold much of its exports to theUnited States and bought most of its imports from Europe. In the twentiethcentury, that triangular pattern became increasingly bilateral due to a closertrade relationship with the United States, which bought more Salvadoran exportsthan any other nation and began to furnish most of its imports as well.Growing U.S. investments in El Salvador further linked the two nations eco-nomically. Prior to the opening of the twentieth century, U.S. investments hadbeen practically nonexistent. In 1908, they totaled a modest $1.8 million, butthey rose rapidly thereafter. $6.6 in 1914; $12.8 in 1919; and $24.8 in 1929.While these sums were insignificant in terms of total U.S. investments abroad,which in Latin America alone accounted for over $1.6 billion by the end of1914, they represented a sizable proportion of the foreign investments in ElSalvador by 1929. U.S. investors consequently began to exert influence over theSalvadoran economy. The pro-U.S. attitudes of the presidents of the Melendez-Quinonez dynasty greatly facilitated the penetration of North American interestsinto El Salvador, while World War I reduced the British presence.“7The coffee planters and their allies exuded confidence. Coffee prices, landdevoted to coffee production, coffee exports, and coffee income all rose im-pressively after 1920. At no time from 1922 through 1935 did coffee representless than 88 percent of the total value of exports. During three of those years,1926, 1931, and 1934, it accounted for 95 percent. The amount of land producingcoffee increased from 170,000 acres in the early 1920s to 262,000 acres in theearly 1930s. Meanwhile, coffee growing and processing concentrated in everfewer hands with no more than 350 growers controlling the industry by the mid-1920s. The largest enjoyed annual incomes of $200,000.38Ruling from their comfortable and modern capital, the planters and theirallies were creating an impressive infrastructure of roads, railroads,, nd portsas well as a telegraphic and telephone communication network. The plantations,the government, and the army were efficiently run. In their own terms, the eliteswere highly successful. Still, they nurtured visions of further change. Some fret-
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The Modernization of Underdevelopment: El Salvador, 1858-1931307ted over the dependence on coffee for prosperity and talked of the need todiversify agriculture. A few experimented with cotton as an alternate export.Others spoke in terms of industrialization, and limited amounts of capital didsupport an incipient manufacturing sector. The elites even discussed the exten-sion of democratization and the inclusion of the lower classes in the politicalprocess. It was the talk of a contented minority that wanted to perfect theirpolitical and economic systems. Benefiting from the great changes wrought bytransforming a largely peasant and subsistence economy into a plantation andexport economy, the coffee elites assumed that their own prosperity reflectedthe well-being of the nation they governed.While the shift to coffee culture may have created an aura of progress aroundthe plantation homes and the privileged areas of the capital, it proved increas-ingly detrimental to the quality of life of the majority. One U.S. observer con-trasted the lifestyles of the classes in 1931:There is practically no middle class between the very rich and the very poor. From the people withwhom I talked, I learned that roughly ninety percent of the wealth of the country is held by abouthalf of one percent of the population. Thirty or forty families own nearly everything in the country.They live in almost regal splendor with many attendants, send their children to Europe or the UnitedStates to be educated, and spend money lavishly (on themselves). The rest of the popultation haspractically nothing. These poor people work for a few cents a day and exist as best they can.3“This grim observation was by no means novel. After a tour of Central Americain 1912, Charles Domville-Fife concluded that “there are more comparativelypoor people in this country [El Salvador] than there are in some of the largerstates.“O An academic study of the 1919-1935 period speaks of “recurrent foodshortages” and “economic desperation” among the masses in a period of highliving costs and low wages.4’ The cost of basic foods skyrocketed between 1922and 1926: corn prices, 100 percent; beans, 225 percent; and rice, 300 percent.The importation of those foods, once negligible, became significant in 1929.42An analysis of the class structure in 1930 suggests the concentration of wealth:it categorized 0.2 percent of the population as upper class.43 An accelerating rateof population increase accentuated the problems of poverty. The populationreached 1,443,000 by 1930. The vast majority was rural. Yet, only 8.2 percentcould be classified as landowners.44The very changes that facilitated the concentration of land into fewer handsalso precipitated the social and economic disintegration of the life style of theoverwhelming majority of the Salvadorans. The changes squeezed off the landthose who grew food for their own consumption and sold their surpluses inlocal market places. The relative ease of access to land-hence, food-depictedby the five travelers in the 1850s was no longer accurate after 1900. The dis-possessed depended on seasonal plantation jobs. Some began to trickle into thetowns and capital propelled by rural poverty and the search for urban jobs,which either did not exist or for which they were unprepared. The extent of thenew social and economic disequilibrium was not immediately appreciated. Im-pressive economic growth masked for a time the weakness of the increasinglynarrow, inflexible, and dependent economy.As is true in such overly dependent economies, events in distant marketplaceswould reveal local weaknesses. By the end of the 1920s, the capitalist worldteetered on the edge of a major economic collapse whose reverberations wouldshake not only the economic but also the political foundations of El Salvador.With his term of office nearing an end in 1927, President Quinonez pickedhis own brother-in-law, Pio Romero Bosque, to succeed him, a choice with
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308E. Bradford Burnssignificant consequences. Don Pio, as Salvadorans invariably refer to him, turnedout to be more liberal, less conventional, and highly unpredictable in comparisonwith his three predecessors of the Melendez-Quinonez dynasty. He entered officeriding high on the wave of coffee prosperity, but the international financial crisisthat began in 1929-1930 soon tossed his government into a trough of economictroubles, testing all his skills in navigating the ship of state.The dynamic sector of the economy suffered the vicissitudes common tonations dependent on the export of a single product. In an indictment beforethe Legislative Assembly, Minister of Finance Jose Esperanza Suay pointed outthe cause of the nation’s economic plight: “The coffee crisis that this year [ 1929]has alarmed everyone clearly indicates the dangers for our national economyof monoculture, the domination coffee asserts over agrarian production.”’45 ElSalvador may have been an efficient coffee producer, but it was not the onlyone. In fact, exporters were beginning to outnumber importers. The economicprosperity of at least ten Latin American nations, of which Brazil was by farthe most important, also depended on coffee sales. At the same time, a fewAfrican areas were producing coffee for export. Demand fell while supplies re-mained constant or even increased in some instances. Consequently the pricedropped drastically. In 1928, El Salvador sold its coffee for $15.75 per hundredkilograms-in 1932, for $5.97. The financial consequences for El Salvador canreadily be perceived in an economy in which coffee constituted 90 percent ofthe exports and 80 percent of the national income. Not surprisingly therefore,government revenues plummeted 50 percent between 1928 and 1932. El Sal-vador witnessed the highest index of rural unemployment in Central America.Small coffee growers suffered severely. Their loss of land through bankruptcyand foreclosure-an estimated 28 percent of the coffee holdings-augmented theestates of the large landowners. The problems revealed a modernized but under-developed economy, one that readily responded to foreign whims but failed toserve Salvadoran needs.The planters’ reaction to the mounting problems exacerbated the nation’seconomic woes. They increased the amount of land devoted to coffee in an effortto make up for falling prices. The consequences of that trend were as obviousas they were disastrous: the economy depended more than ever on coffee, morepeasants lost their land, rural unemployment rose, and food production forinternal consumption declined.46President Romero Bosque tried valiantly to ride out the economic storm.Politically he fared better. Practicing the liberal ideology he preached, he per-mitted the full play of those liberties authorized by the Constitution of 1886but hitherto suppressed. His administrative talent and his unimpeachable hon-esty impressed his fellow countrymen. He determined to make honest men ofpoliticians. He turned on his less-than-scrupulous predecessors and even sentQuinonez into exile. Those actions heightened his popularity despite the eco-nomic crisis.To the amazement of all and the consternation of the professional politicians,Don Pio decided to hold an honest presidential election in 1931. Contrary toall previous political practices, the president advanced no candidate. It wasindeed an historical first. Since no political parties existed, a few hastily orga-nized to take advantage of the unprecedented opportunity to electioneer.The six new parties represented the interests of the working, professional,middle, and planter classes and thereby reflected the social changes overtaking
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The Modernization of Underdevelopment: El Salvador, 1858-1931309El Salvador.4’ A small but vocal urban working class had emerged in the 1 920s,flexing its muscle in several important strikes. The presidents of the dynastyflirted occasionally with that potential source of political power. Their policiesgyrated from wooing the workers to repressing them. In 1925, some workersand intellectuals, with the assistance of communist leaders from Guatemala,founded the Communist party of El Salvador. In the excitement of preparationfor the 1931 election, a Labor party also emerged. It nominated Auturo Araujo,who enjoyed a genuinely popular following. The candidate sought to distancehimself from his more radical supporters, the foremost of whom, Agustin Far-abundo Marti, was busy organizing rural labor, an activity guaranteed to disturblandlords and arouse the suspicion of the military.To avoid any of the international influences among the Labor party members,most notably of communism, Araujo turned to the ideas of Alberto Masferrerto enhance his party’s program. An intellectual, philosopher, and writer, Mas-ferrer dominated Salvadoran letters.48 The strongest voice of the newly invig-orated nationalism in El Salvador, he criticized the institutions that had beenshaped by the coffee class and called for greater social justice. In Patria, theprestigious and lively newspaper he founded on 27 April 1928, Masferrer pro-tested against the presence of foreign companies, the lack of decent housing,and the high cost of living. He advocated industrialization and the protectionof national resources from foreign exploitation. He denounced those “who havethe souls of a checkbook and the conscience of an account ledger,” those whokept “the people in misery, who kill by hunger thousands of persons, and whocause more than half the workers to die due to lack of food, shelter, or restbefore they reach the age of thirty.”’949Both the extreme left and right verballyassaulted Masferrer. The right labeled him a dangerous Bolshevik, criminalagitator, and subversive. The left attacked him as a demagogue, traitor, andright-wing socialist.For his campaign, Araujo adopted Masferrer’s program of vitalismo, the “vitalminimum” that the philosopher defined as “the sure and constant satisfactionof our basic needs.”’’0 Thus, Araujo campaigned for the nine major points ad-vocated by vitalismo, among them: hygenic, honest, and fairly remuneratedwork; medical care, potable water, and decent sanitation; a varied, adequate,and nutritious diet; decent housing; sufficient clothing; expedient and honestjustice; education; and rest and recreation. Within the context of Salvadoransociety in late 1930 and early 1931, Araujo ventilated some “revolutionary“views. Vitalismo, he declared, would be financed by transferring funds from themilitary budget to social expenditures. One can but speculate about the reactionto such a proposition within the confines of those comfortable officers’ clubs.Masferrer himself held some unconventional ideas about the role of the mil-itary within Salvadoran society. That fully one-sixth of the national budget wentto the army in 1929 disturbed him. It was not productive investment; it didnot contribute to national development. “For a country that no longer fightswars, our army is extraordinarily expensive…. And, if there are no longer anywars to fight, why should the state maintain such a burdensome institution?“he asked.5” The army could serve much more useful national goals if it addedto its traditional roles of protection from foreign invaders and the maintenanceof internal order those of building and maintaining roads, providing water tothe villages, improving the health of the inhabitants through sanitation cam-
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310E. Bradford Burnspaigns, protecting the forests, and helping the population in times of naturaldisaster.Araujo also heeded Masferrer’s call for land reform. The philosopher advo-cated the nationalization of the land and its redistribution.52 He classified thelandowning system as well as the relations between the landlords and ruralworkers as “feudal”: “The lord in this case is the landowner, he who gives andtakes, he who permits the worker to reside on his lands or expels whoever doesnot obey or please him.“53 Araujo planned to have the government buy the landfrom the rich and redistribute it to the poor.With its platform firmly buttressed by the ideas of Masferrer, the Labor partyaroused the enthusiasm of large numbers of people who viewed its program asthe means to solve the deepening economic difficulties and to create a morejust society. For his running mate, Araujo chose a military man, General Max-imiliano Hernandez Martinez. The general had borne the presidential standardof the small National Republican party before he joined forces with Araujo.First as a presidential candidate and later as a vice-presidential candidate, Mar-tinez appealed to the popular classes on social issues.Honoring his promises, Don Pio remained impartial during the selection ofpresidential candidates and the campaign. The elections took place in earlyJanuary 1931. Araujo won. He confronted an impossible task. Somehow he hadto reconcile the vast differences among the Labor party, the coffee planters, themilitary, and the newly emergent middle class. He had to accomplish his miraclein the midst of the worst-and what would be the longest-economic crisis inmodern Salvadoran history. The problems cried for bold action; an irresolutepresident proved to be incapable of acting. He ignored the “vital minimum“program that he had supported during the campaign. His inaction confoundedand then alienated his followers. Frustrations mounted daily; unrest resulted.On 2 December 1931, the military responded to the crises precipitated byeconomic collapse and political unrest. The soldiers turned out of office the firstand thus far only freely elected president, who fled the country after less thanone year in office. The military coup was the first in 33 years-since November1898, when General Tomas Regalado seized power-and the first staged byprofessional army officers who did not come from the dominant socioeconomicclass.54 Three days later the military junta turned power over to the constitutionalvice-president, General Hernandez Martinez, who also had served as ministerof war.5” His exact role in the coup d’etat still remains unexplained. Investedwith power, he governed energetically for the next 13 years, a record of politicallongevity in El Salvador.Most sectors of society greeted the military seizure of power with relief. Ithad become painfully apparent to all that President Araujo, immobilized by theeconomic debacle and the inability of the national institutions to respond tonew demands, could not govern. The majority thought the young officers whocarried out his overthrow would be able to resolve the crises threatening todestroy the nation. Rightly or wrongly, the populace put trust and hope in thoseofficers. The Marxist student newspaper Estrella Roja congratulated the militaryon the coup d’etat. It reiterated the belief that the incompetence pf Araujo“imposed a moral obligation on the military to remove him from office.” Thenewspaper quickly pointed out, however, that the coup itself could resolve fewof the nation’s fundamental problems:
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The Modernization of Underdevelopment: ElSalvador, 1858-1931311Pardon our skepticism. We do not believe that the coup will end the Salvadoran crisis which is farmore transcendental than a mere change of government. The crisis has deeper roots than the inca-pacity of Don Arturo. It results from the domination of a capitalist class that owns all the land andmeans of production and has dedicated itself to coffee monoculture.6Although no profound institutional changes were forthcoming, Araujo’s down-fall represented something more than “a mere change of government.” It ini-tiated new alliances and a sharing of power. In short, it ended the coffee planters’monopoly of economic and political power.The economic collapse alone had not triggered the coup. The causes of thepolitical change also included the growing social, economic, and political com-plexities engendered by incipient industrialization and growing urbanization,more intensive nationalism, the roles played by immigrants, an urban prole-tariat, an expanding middle class, and professional military officers in an in-creasingly varied society, improved transportation and communication, andefforts to diversify the economy. Further, any explanation of the coup must takeinto account the inability of President Araujo to govern, an unfortunate realityin the country’s first democratic experiment, which may have revealed as muchabout institutional structures as it did about the chief executive.The demands on the government varied, and while some could be reconciled,others could not. The rural folk looked to the communal past for a solution totheir plight. They wanted the government to return land to them. The planterelites obviously favored the present land distribution and the export economyfrom which they had extracted so many benefits for such a long period. Theexpanding middle class and the professional military thought in nationalisticterms that included a reduction in the level of dependency, a wider sharing ofsocial benefits, and industrialization. Their solutions to the crises lay in thecities. Urban growth had been slow, and, as table 4 shows, the populations ofthe five largest cities remained relatively small. Urban dwellers accounted foronly 15 percent of the population. Yet, they provided many of the leadersadvocating innovations.The events of 1931 brought to a close a dynamic period in the history of ElSalvador during which the coffee planters had gained economic and politicalascendancy to dominate the nation. Stresses during the preceding decade dem-onstrated the increasing difficulty the coffee planters experienced in governingthe nation. The brief political experiment under Don Pio and Don Arturo hadbeen sufficient to prove that a functioning, pluralistic democracy would notwork to the planters’ best advantage. They lost their political monopoly. Thecoup in 1931 signified that they would not regain it. They understood by thenthat they would benefit most from an authoritarian government managed bythe military and complementary to some of the goals of the middle class, whichTABLE 4POPULATIONS OF THE FIVE LARGEST CITIEs, 1930CityPopulationSan Salvador89,385Santa Ana39,825Santa Tecla20,049San Miguel17,330Sonsonate15,260SouRcE: Gibson, “A Demographic Analysis of Urbanization,” p. 338.
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312E. Bradford Burnswanted access to the national institutions and upward mobility. Those groupsworked out a suitable arrangement to the exclusion of the rural masses and theurban working class. They divided the tasks of government after 5 December1931: the military exercised political power, while the landowners, in alliancewith sympathetic bankers, merchants, exporters, and segments of the urbanmiddle class, controlled the economy. Each respected the other. General Mar-tinez succeeded in reestablishing oligarchical control, although he could notreturn the nation to the status quo ante 1931. El Salvador was entering a newphase of history.During the 1858-1931 period, El Salvador reshaped its institutions in orderbetter to export coffee; modernization had taken place, producing some of theadvantages its advocates had predicted. There were more and better roads, amodest railroad system, efficient ports, and a capital city with sections boastingall the amenities of its European or U.S. counterparts. Almost everything con-nected with the export of coffee and the life styles of the elites seemed up-to-date, indistinguishable from what one might find in the capitals of the majorindustrial nations. Impressive growth had taken place. The statistics measuringpopulation, coffee production, and foreign investments had risen impressively,and, until 1929, so had national income. An observer could conclude that certainaspects of national life had progressed in the course of seven decades, that the“progressive” El Salvador of 1931 differed considerably from the “backward“nation Barrios had resolved to “regenerate” in 1858.National life was different, but not always in a positive way. Quite anotherlegacy of growth and progress was the nation’s acute dependence on the exportof a single product, coffee, for its prosperity. Monoculture and plantations weresome of the results, and they dominated the economy. The efficient productionof coffee did not extend to foodstuffs. The countryside fed the population lessadequately than before. By the end of the 1920s, El Salvador began to importfood, not because the land could not feed the people-the hoary excuse of over-population has been disproven-but rather because the planters used it to growexport crops.“7 On several levels, the nation had lost control of its own economy.By 1931, El Salvador confronted a series of political and economic crises, theconsequences of the type of modernization its governments had imposed.The perceptive observations of two commentators, widely spaced in time,reveal the basic difference separating the El Salvador of the end of the 1850sfrom that of the end of the 1920s. Mrs. Foote had lived among a well-fedpopulation. Large estates, small farms, and communal lands coexisted. Therelatively varied export sector had played a significant but not the dominantrole in the economy. The critical eye of Alberto Masferrer viewed quite a dif-ferent situation. He assessed the state of Salvadoran society in 1928 in this way:There are no longer crises; instead, there are chronical illnesses and endemic hunger…. El Salvadorno longer has wild fruits and vegetables that once everyone could harvest, nor even cultivated fruitsthat once were inexpensive….Today there are the coffee estates and they grow only coffee.Where there is now a voracious estate that consumes hundreds and hundreds of acres, before therewere two hundred small farmers whose plots produced corn, rice, beans, fruits, and vegetables. Nowthe highlands support only coffee estates and the lowlands cattle ranches. The cornfields are disap-pearing. And where will the corn come from? The coffee planter is not going to grow it because hisprofits are greater growing coffee. If he harvests enough coffee and it sells for a good price, he canimport corn and it will cost him less than if he sacrifices coffee trees in order to grow it…. Whowill grow corn and where? . . . Any nation that cannot assure the production and regulate the priceof the most vital crop, the daily food of the people, has no right to regard itself as sovereign.Such has become the case of our nation.”’
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The Modernization of Underdevelopment: El Salvador, 1858-1931313In vivid contrast to Mrs. Foote’s earlier observations, Masferrer saw a hungrypopulation with limited access to the use of land, a population whose basic needfor food was subordinated to the demands of an export-oriented economy. The“progress” charted by the Salvadoran elites had failed to benefit the overwhelm-ing majority of the citizens.59 Prosperity for a few cost the well-being of themany.The contrasts between Foote’s and Masferrer’s observations suggest that littleor no development had taken place, if one measures development by a risingquality of life index and the maximum use of resources, natural and human,for the well-being of the majority. Thus, the contrasts provoke serious questionsabout the wisdom of the type of modernization and economic growth El Sal-vador pursued after 1858, since neither addressed the needs of the majority ofthe Salvadorans. Rather, they left a legacy of poverty, dependency, and classconflict that succeeding generations of generals, politicians, and planters havenot been able to resolve.NOTESIMrs. H. G. Foote, Recollections of Central America and the West Coast of Africa (London: Newby,1869), p. 101.2Ibid., p. 84.3lbid., p. 61.4Ibid., p. 54-55.’Ibid., p. 60.6John Baily, Central America: Describing Each of the States of Guatemala, Honduras, Salvador,Nicaragua, and Costa Rica (London: Saunders, 1850); E. G. Squier, Notes on Central America,Particularly the States of Honduras and Salvador (New York: Harper, 1855); Carl Scherzer, Travelsin the Free States of Central America: Nicaragua, Honduras, and San Salvador, 2 vols. (London:Longman, 1857); G. F. Von Tempsky, Mitla: A Narrative of Incidents and Personal Adventures ona Journey in Mexico, Guatemala, and Salvador in the Years 1853-1855 (London: Longman, 1858).In a much later and certainly more scholarly study, David Browning tends to confirm the maintheses of these more impressionistic travelers: El Salvador: Landscape and Society (Oxford: OxfordUniversity Press, 1971).7Squier, Notes on Central America, p. 326.’Ibid., p. 331.’Von Tempsky, Mitla, p. 424.’?Scherzer, Travels in the Free States, vol. 2, pp. 148, 195-96.“For a series of useful case studies of the effects of the penetration of international capitalismupon the local economies during the nineteenth century, see Roberto Cortes Conde, The First Statesof Modernization in Spanish America (New York: Harper, 1974).“Adriaan C. van Oss, “El Regimen Autosuficiente de Espana en Centro America,” Mesoamerica(Guatemala) 3 (June 1982): 68.“3Browning, El Salvador, pp. 85, 87.“4Letter of General Gerardo Barrios, Rome, 21 November 1853, printed in the Revista del De-partamento de Historia y Hemeroteca Nacional (San Salvador) 11 (March 1939): 42.“That speech is printed in Joaquin Parada Aparicio, Discursos Medico-Historicos Salvadorenos(San Salvador. Editorial Ungo, 1942), p. 222.“6Address to the General Assembly, 29 January 1862, printed in Italo Lopez Vallecillos, GerardoBarrios y su Tiempo, vol. 2 (San Salvador. Ministerio de Educacion, 1967), p. 219.
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314E. Bradford Burns’7Gary G. Kuhn, “El Positivismo de Gerardo Barrios,” Revista del Pensamiento Centroamericano(Managua) 36 (July-December 1981): 88. For a more general statement on Positivism in El Salvadorsee Patricia A. Andrews, “El Liberalismo en El Salvador a Finales del Siglo XIX,” ibid., pp. 89-93.”’Kuhn, “El Positivismo,” p. 87.19. ..the commerce of the Central American States has wonderfullly increased, and especiallywithin fifteen years and since the establishment of the line of steamers from Panama. This hasintroduced and established regularity, certainty, and dispatch in their communication with the restof the world. It has organized and maintained a mail service and secured a rapid, sure, and safemode of commercial intercourse and exchange. In the interests which are thus growing up intoimportance, (sic) and wealth and commanding influence will be found the means of counteractingthe unfortunate results of their political systems, and those interests must soon be powerful andwidespread enough to be able to finally put down the political system which retards or hinders theirdevelopment…. Since the establishment of the Panama Company’s Steamers, the Revenues fromthe Custom House in . . . Salvador have more than quadrupled. The foreign commerce of all theRepublics, which, previous thereto, was in the hands of a few who could afford to import cargoesaround Cape Horn, has been opened to all. . .. The growth of California and the States on thePacific has opened new courses for their trade” (James R. Partridge to Secretary of State, 22 April1865, Diplomatic Dispatches from U.S. Ministers to Central America, General Records of the De-partment of State, National Archives of the United States of America). “The Republic of Salvador,though territorially much the smallest of the five Central American States, is first in the amount ofexports and only second in population. It has three seaports on the Pacific, La Union, La Libertad,and Acajutla, at all of which the Panama Railroad Steamers stop twice a month, up and down, andat which American vessels land and receive freight and passengers. In the other Central AmericanStates these steamers land only at one port” (A. S. Williams to Secretary of State, 27 March 1867,ibid.).“Lopez Vallecillos, Gerardo Barrios, pp. 216-18, 127-28.21Ibid., pp. 216-17.22This interpretation of the Duenas administration rests on the assessments of Derek N. Kerr, “LaEdad de Oro del Cafe en El Salvador, 1863-1885,” Mesoamerica (Guatemala) 3 (June 1982): 4, 7,as well as on the diplomatic dispatches of A. S. Williams. In particular, see his dispatches of 12January and 8 February 1969, to the U.S. Secretary of State, Diplomatic Dispatches from U.S.Ministers to Central America, General Records of the Department of State, National Archives ofthe United States of America.23For an understanding of the negative effect the introduction of coffee culture had on the peasantryof Costa Rica and Guatemala, see Mitchell A. Seligson, Peasants of Costa Rica and the Developmentof Agrarian Capitalism (Madison: University of Wisconsin Press, 1980); and David J. McCreery,“Coffee and Class: The Structure of Development in Liberal Guatemala,” Hispanic American His-torical Review 56 (August 1976): 438-60.24Browning, El Salvador, p. 190.2“Ibid., p. 173.26The quotations from the Law for Extinction of Communal Lands, 26 February 1881, and theLaw for the Extinction of Public Lands, 2 March 1882, are found in William H. Durham, Scarcityand Survival in Central America: Ecological Origins of the Soccer War (Stanford, CA: StanfordUniversity Press, 1979), p. 42.2“This trend was almost universal throughout Latin America. For the general discussion consultE. Bradford Burns, The Poverty of Progress: Latin America in the Nineteenth Century (Berkeley andLos Angeles: University of California Press, 1980), particularly pp. 132-54. For specific discussionsof El Salvador see Browning, El Salvador, particularly pp. 146, 147, 167, 173, 175, and 214; AlastairWhite, El Salvador (Boulder, CO: Westview, 1982), p. 93; and Rafael Menjivar, Acumulacion Ori-ginaria y Desarrollo del Capitalismo en El Salvador (San Jose, Costa Rica: Editorial UniversitariaCentroamericana, 1980), pp. 123-27.2Jorge Larde Y Larin, Guia Historica de El Salvador (San Salvador: Ministerio de Cultura, 1958),pp. 32-43.2“Rafael Guidos Vejar, El Ascenso del Militarismo en El Salvador (San Salvador. UCA/Editores1980), p. 65.30William Eleroy Curtis, The Capitals of Spanish America (New York: Harper, 1888), 180-81.3IPercy F. Martin, Salvador in the XXth Century (London: Arnold, 191 1), pp. 256-75.
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The Modernization of Underdevelopment: El Salvador, 1858-193131532The role of the military in El Salvador, 1858-1931, and the relations between civilian politiciansand military officers adhere in general terms to the broad observations made by Edwin Lieuwenconcerning the behavioral pattern of the military throughout Latin America in the nineteenth andearly twentieth centuries. See his Arms and Politics in Latin America (New York: Praeger, 1961),pp. 17-35. Vejar provides the details and some general conclusions for the study of the Salvadoranmilitary in the nineteenth and early twentieth centuries in El Ascenso del Militarismo.33Martin, Salvador, p. 86.34Ibid., p. 87.35Ibid., p. 88.36Arthur J. Ruhl, The Central Americans (New York: Scribner’s, 1928), p. 174.37Rafael Menjivar covers the topic and statistics of growing U.S. investments in AcumulacionOriginaria, pp. 55-81.“The statistical data in this paragraph are drawn largely from Everett A. Wilson, “The Crisis ofNational Inttion in El Salvador, 1919-1935” (Ph.D. diss., Stanford University, 1969), pp. 108-41.“Major A. R. Harris, U.S. Military Attache to Central America, 22 December 1931, NationalArchives of the United States, R. G. 59, File 816.00/828, as quoted in Thomas P. Anderson, Malanza:El Salvador’s Communist Revolt of 1932 (Lincoln: University of Nebraska Press, 1971), pp. 83-84.4?Charles W. Domville-Fife, Guatemala and the States of Central America (London: Francis Grif-fiths, 1913), pp. 285-86.4“Wilson, “Crisis of National Integration,” pp. 29, 115, 128.4“Ibid., pp. 126-127; Durham, Scarcity and Survival, p. 36.43Alejandro R. Marroquin, “Estudio Sobre la Crisis de los Anos Trenta en El Salvador,” Anuariode Estudios Centralamericanos 3 (1977): 118.“Ibid.“Quoted in ibid., p. 121.“Vejar, Ascenso del Militarismo, pp. 102, 100.47These parties were the Partido Evolucion Nacional (National Evolution party), representing themost conservative and economically powerful groups; the Partido Zaratista (party of Alberto GomezZarate), grouping together the urban supporters of Zarate who favored the policies of the “Dynasty”;the Partido Constitucional (Constitutional party), sharing much of the conservative philosophy ofthe National Evolution party and appealing largely to the same groups; the Partido Fraternal Pro-gresista (Progressive Fraternal party), directed by a general and enjoying military support, appealedto the the rural workers in a paternalistic way; Partido Nacional Republiciano (National Republicanparty), also directed by a general, Maximiliano Hernandez Martinez, and uniting professionals,students, workers, and some coffee growers; and the Partido Laborista (Labor party), appealing tothe urban and rural workers as well as to smaller farmers. Ibid., pp. 113-14.“Hugo Lindo, “El Ano de Alberto Masferrer,” Inter-American Review of Bibliography 29 (July-September, 1969): 263-77. His biographers tend to be uncritical. One, Matilde Elena Lopez, char-acterized him as Central America’s “broadest hinker,” one of the “most illustrious men of thecontinent,” and a “revolutionary.” Masferrer: Alto Pensador de Centroamerica: Ensayo Biografico(Guatemala City: Editorial del Ministerio de Educacion, 1954), p. 9.“Quoted in Marroquin, “Estudio Sobre la Crisis,” p. 144.5“Alberto Masferrer, Patria (San Salvador. Editorial Universitaria, 1960), p. 83. The first editionof El Minimum Vital appeared in 1929. This essay draws on Masferrer’s newspaper discussions ofhis idea and on the definitive textual edition: Minimum Vital y Otras Obras de Caracter Sociologico(Guatamela City: Ediciones del Gobierno, 1950), pp. 179-210.“5Masferrer, Patria, p. 219.“2Ibid., 189-90.“Quoted in Marroquin, “Estudio Sobre la Crisis,” p. 145.4Vejar, Ascenso del Militarismo, p. 12.
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316E. Bradford Burns“There is no doubt that Maximiliano Hernandez Martinez is a controversial figure in Salvadoranhistoriography, generally denounced as an “eccentric”-if not “insane”-dictator. Two scholars oftwentieth-century Salvadoran history, Everett A. Wilson and Robert V. Elam, suggest that somerevisionist assessments of Martinez may be in order. Wilson concludes, “There are several indicationsthat Martinez, in spite of the notorious eccentricity and brutality of his long regime, presided oversignificant national reconstruction in the early 1930’s” (“Crisis of National Integration,” p. 233).Elam emphasizes, “Perhaps no president in this nation’s history began with a broader base of supportthan that enjoyed by Maximiliano Hernandez Martinez in 1932” (“Appeal to Arms: The Army andPolitics in El Salvador, 1931-1964” [Ph.D. diss., University of New Mexico, 1968], p. 45).“6Vejar, Ascenso del Militarismo, p. 131.57A major theme of William H. Durham, Scarcity and Survival in Central America, is that ifSalvadorans would make more efficient use of their land, they would be able to feed themselves well.5’Masferrer, Patria, pp. 179-82.59The Salvadoran situation amply illustrates the theme of the impoverishment of the majority asLatin America “progressed” or “modernized” in the nineteenth century set forth in Burns, ThePoverty of Progress. For an economist’s view of that theme, consult Robert E. Gamer, The DevelopingNations: A Comparative Perspective (Boston: Allyn and Bacon, 1976). Another useful economicanalysis, but with a contemporary emphasis, is: David Felix, “Income Distribution and the Qualityof Life in Latin America: Patterns, Trends, and Policy Implications,” Latin American ResearchReview 18, no. 2 (1983): 3-34.

The Journal of Developing Areas 18 (April 1984) 293-316

El Salvador: la lucha por la democracia y el socialismo

El proceso revolucionario de nuestro país, en este periodo de gobierno de una coalición de centro-izquierda, encabezada por el presidente Funes y el FMLN, atraviesa por inesperadas veredas de profundización de la democracia y en un contexto de avances de los procesos sudamericanos de cambio, las cuales marcaran decisivamente el camino salvadoreño a la democracia y al socialismo.

En este marco, como movimiento popular surgen apremiantes interrogantes que ameritan la reflexión y discusión colectiva, para poder avanzar, entre las que se encuentran las siguientes: ¿Dónde políticamente nos encontramos? ¿Cómo fortalecer lo acumulado? ¿Cómo avanzar al socialismo? A continuación profundizamos al respecto de estas candentes preguntas.

¿Donde estamos?

Estamos a la ofensiva. La victoria electoral de marzo de 2009 significó un inmenso esfuerzo popular para lograr el desplazamiento de la derecha oligárquica del control del ejecutivo y la llegada de un gobierno de centro-izquierda, lo cual marca el inicio de un nuevo periodo histórico en el que el FMLN se encuentra a la ofensiva, en un proceso acelerado de acumulación política, que se expresa entre otras cosas, en el control sobre Asamblea Legislativa y Corte Suprema de Justicia. Para no mencionar Corte de Cuentas y TSE.

Así como en la configuración estratégica de una alternativa de disputa económica por medio de Albapetróleo, Albaalimentos, etc. Se ha avanzado en las alturas y se necesita avanzar también en las profundidades de los sectores populares. Como dice la canción, arriba y abajo. Por otra parte, a victoria del FMLN en el 2009 fue una victoria estratégica, pero no decisiva.

La derecha sigue teniendo múltiples recursos y experiencia para recuperar sus privilegios perdidos. Y tratará de lograr la restauración oligárquica. Y la tendencia principal en este momento les favorece. Pero ha perdido la iniciativa política para definir el debate y encauzar la agenda de país y esto es clave para el proceso de lucha por la democracia y el socialismo.

Es una nueva etapa de lucha, inédita, histórica, por lo que seguramente se cometerán errores. Pero constituye el momento de mayor acumulación política logrado por la izquierda en sus casi noventa años de historia. Por lo que su consolidación se vuelva la tarea estratégica principal.

Las fuerzas del cambio

En el campo de las fuerzas del cambio se ha logrado construir a partir del 2007 una amplia y diversa alianza de fuerzas políticas y sociales alrededor de la derrota de ARENA y la conquista de un gobierno democrático integrado por el FMLN y los sectores aglutinados alrededor del presidente Funes. Estos sectores tienen intereses objetivos en seguir derrotando a ARENA.

El núcleo político del presidente Funes fue conocido como los Amigos de Mauricio y representa los intereses de sectores profesionales urbanos, pequeños y medianos empresarios, algunos dueños de medios de comunicación, sectores de la burguesía no oligárquica, incluso núcleos del capital transnacional, entre otros.

Los sectores aglutinados alrededor del partido GANA, representa los intereses de grandes empresarios no oligárquicos y sectores de funcionarios públicos recientemente enriquecidos. GANA arrastra tras de sí a otros dos partidos, a CN y a PE.

Y será interesante observar las posiciones del recién fundado MNP, vinculado a la TR. Ojala que el MNP centre sus ataques no sobre los errores del FMLN sino sobre lo que significaría el regreso de ARENA al control del ejecutivo. El MNP representa los intereses de sectores populares. Y ojala por otro lado, que el FMLN abandone su actitud de gran partido y busque al MNP para sumarlo a la pelea contra ARENA y ojala que el MNP acepte.

Y también se encuentra el movimiento popular y social, que es influenciado por algunas de las fuerzas políticas mencionadas arriba. Estamos hablando entonces de cinco sectores. El FMLN; como la principal fuerza de izquierda que representa los intereses populares, el presidente Funes, que representa los intereses de la fracción no oligárquica de la burguesía y de sectores del capital transnacional, el partido GANA, que representa los intereses de sectores de la burguesía emergente; Tendencia Revolucionaria, fuerza política de izquierda, y el Movimiento Popular, con sus tres grandes vertientes: CONPHAS y CIRAC, UNDPC y MDP.

Las fuerzas de la vieja sociedad

La derecha, por su parte, por medio de su instrumento electoral ARENA, logró en marzo de 2012 mantener el control sobre San Salvador y arrebatarle al FMLN bastiones simbólicos y estratégicos de poder territorial alrededor de la capital. Esto los oxigenó. Lograron también seleccionar a su candidato presidencial Norman Quijano sin costos públicos.

Pero siguen con dificultades. El fantasma de la compra de diputados y quizás hasta de alcaldes y magistrados, los persigue. Y como ellos lo han hecho en el pasado, están probando de su propia medicina. Y hoy están traumatizados hasta por los que se sacan la lotería.

Asimismo han logrado movilizar a ANEP y convertirla en un confiable instrumento de lucha y de construcción de alianzas con algunos sectores democráticos. Esfuerzo que se materializa en Aliados por la Democrática. Y también se encuentran trabajando por atraer a sectores de los partidos CN y PE e incluso a personajes del CD. Con GANA no quieren saber nada.

ARENA representa los intereses de los sectores oligárquicos de la burguesía.
Y durante veinte años, desde 1989 hasta 2009, lograron imponer un modelo neoliberal de gobierno autoritario junto con una economía dolarizada, como
mecanismo para fortalecer sus intereses económicos. ARENA junto con ANEP se ha convertido en el principal obstáculo para el progreso social de El Salvador. No es casual su cerrada oposición a los subsidios sociales.

De recuperar el ejecutivo, ARENA desplegará una intensa y sistemática campaña para erradicar cualquier tipo de medida tomada que fortalezca el proceso de democratización y abrirán un periodo de brutal ajuste de cuentas, eliminando programas sociales y conquistas y derechos laborales, para así recuperar ganancias y posiciones perdidas y evitar con la represión, sorpresas en el futuro. Y van punteando, pero esto puede y debe revertirse.

La tarea política principal de esta etapa de lucha por la democracia, y en este periodo iniciado en marzo de 2009 es la derrota de la derecha oligárquica en los diversos terrenos en que ha afincado su dominación: en lo político, lo social, lo económico y lo cultural.

Se ha avanzado en lo político, pero falta una visión más holística que permita avanzar en lo social (desarrollo del movimiento popular), en lo económico (creación de una alternativa popular desde las alcaldías y desde el ejecutivo) y en lo cultural (construcción de una red mediática alternativa desde las universidades, las alcaldías y el ejecutivo).

¿Cómo protegemos lo ganado?

Con lucha y organización popular. El esfuerzo principal de lucha ha estado centrado en lo legislativo. Y se ha logrado aprovechar el proceso de crisis interna que vive la derecha producto todavía de la derrota del 2009. Se ha logrado atraer a los demás partidos de derecha y aislar a ARENA. Se ha logrado fortalecer el espacio legislativo y abrir el espacio judicial.

La victoria en el 2014 solo será posible rebasando las fronteras del FMLN y construyendo una alianza mucho mayor que la que permitió ganar con el entonces periodista Funes en el 2009. En ese marco una candidatura de fuera del FMLN hubiera sido lo más recomendable, pero no sucedió así por diversas razones, muy propias de la lectura que el FMLN hace de la experiencia con el presidente Funes.

Seguramente no podremos derrotar a ARENA exclusivamente con las fuerzas aglutinadas en el FMLN y en el movimiento popular bajo su influencia. Ni siquiera sumando las fuerzas alrededor del presidente Funes. Ni siquiera con el MNP. Se necesita ampliar la alianza hasta sectores de la derecha no oligárquica como GANA y el expresidente Saca. No hay otra opción.

Esto no significa que estos sectores no puedan convertirse en un futuro en enemigos del proceso de cambios. Lo importante es el papel que por sus propios intereses hoy desempeñan. Aquí no podemos partir de nuestros deseos y sentimientos, sino de las realidades impuestas por la correlación de fuerzas. Se trata de aislar al enemigo principal y más peligroso de este periodo de lucha, que es la fracción oligárquica de la burguesía representada por ARENA.
Incluso la obligada inclusión del Alcalde de Santa Tecla, Oscar Ortiz viene a tratar de nivelar las encuestas nada favorables al candidato seleccionado por el FMLN. Pero de lo que se trata ahora es de avanzar. Y de lograr derrotar por segunda vez a ARENA y a ANEP, y de esta forma seguir socavando el poder de la oligarquía y de su instrumento electoral y colocar los intereses de la gente por encima de los intereses de los poderosos.

Debemos de reconocer autocríticamente que no hemos tenido la capacidad de proponer un candidato y un programa que provoque el entusiasmo que fue logrado con la campaña del periodista Mauricio Funes y que nos permita acelerar el estallido de la victoria. En política como en el mundo del espectáculo, el timing is everything. El momento oportuno lo es todo.

Si esta visión amplia resulta victoriosa y conquistamos la victoria en 2014 y 2015, habremos avanzado un nuevo escalón que nos conducirá a una nueva realidad política, seguramente de mayor confrontación, ya que la derecha oligárquica va reaccionar lógicamente con mucha energía, y los choques serán más agudos.

Y esto será una extraordinaria escuela política para los sectores populares. Y podría acercar un momento de ruptura con el orden establecido. Asimismo provocara una situación más favorable para impulsar la lucha por una agenda popular y profundizar los cambios ya realizados.

El 2014, independientemente de los candidatos e incluso de los partidos, es una elección que decidirá si nos movemos en una dirección progresista, de ofensiva política, de avance político o social o si retrocedemos a una situación de autoritarismo político y predominio de los intereses empresariales oligárquicos, de resistencia, de nuevo a la defensiva. La tarea política principal es convencer a una gran mayoría popular de la necesidad de seguir avanzando.

Hay que reconocer que al interior del movimiento popular no existe consenso sobre esta visión de una estrategia de amplitud. Algunos consideran que la gestión de Funes y del FMLN no se diferencia e incluso ha sido hasta peor administrativamente que los cuatro gobiernos de ARENA. Otros piensan que un gobierno de ARENA permitirá volver a reactivar la lucha social. Incluso hay los que sostienen que la derrota del FMLN es inevitable y hasta saludable para evitar que surja la corrupción por “las mieles del poder.”

Con respecto al FMLN algunos consideran que es lo mismo que ARENA, un partido del sistema. Otros van más allá y afirman que el FMLN es peor porque crea ilusiones en la gente que es posible el cambio dentro del sistema. Incluso hay trasnochados que sueñan con regresar a la lucha armada. Otros andan afanados construyendo desde la “verdadera” izquierda no un movimiento social sino un segundo partido electoral.

Nuestra opinión es que el FMLN, no obstante sus errores de táctica y de estrategia, sigue aglutinando a miles de hombres y mujeres comprometidos con el cambio social, con la revolución social, con la lucha por la democracia y el socialismo. Y es una fuerza política, popular y electoral muy poderosa.

Asimismo el régimen de Funes y del FMLN ha sido frustrante en muchos terrenos, particularmente en su política económica y en su política exterior. Pero la frustración no puede convertirse en la base para un diseño estratégico que comprenda las elecciones de 2014 y 2015. No pueden nuestros sentimientos guiar nuestros pensamientos y acciones. Lo que esta en juego es demasiado importante para que permitir que esto suceda. Se necesita una visión de conjunto y evitar que los árboles nos oculten el bosque.

Una estrategia adecuada puede hacer la diferencia entre la derrota y la victoria. Por ejemplo, 1932 y 1944. En 1932 el PCS definió de acuerdo a los lineamientos entonces de la III Internacional, una estrategia de clase contra clase que nos condujo al fracaso porque nos aisló de amplios sectores democráticos; mientras que en 19944 los revolucionarios tuvieron la claridad de construir una poderosa alianza de fuerzas populares que logró la victoria contra el tirano de las aguas azules. Una estrategia adecuada nos permite descubrir el vínculo, el engarce entre una etapa de lucha y la siguiente.

Una estrategia equivocada, sectaria, que solo vea hacia el ombligo del FMLN está condenada al fracaso ya que debilitaría los vínculos con los amplios sectores democráticos que pueden ser ganados a esta pelea. Claro, la línea estratégica no es una brújula segura que siempre acierta, pero si señala con claridad hacia donde queremos ir, cual es nuestro sur, a que puerto queremos llegar y con quienes.

¿Cómo avanzar al socialismo?

Ganando las mentes y los corazones de las amplias mayorías populares. La actual etapa de lucha de clases por la democracia y el actual periodo de gobierno del presidente Funes y del FMLN, transcurre en los marcos históricos del sistema capitalista. No los rompe, sino en muchos aspectos hasta los fortalece ya que respeta y hasta moderniza su régimen jurídico y económico. Así como no toca sus vínculos con el mercado internacional y sus alianzas con el imperio.

Pero permite que amplios sectores populares, y particularmente de la clase obrera, realicen el vital aprendizaje que les enseñe que el sistema capitalista no resuelve sus problemas sino que los agrava, y es un sistema diseñado para favorecer a una minoría propietaria de los medios de producción.

La lucha por el socialismo en El Salvador inicia a mediados de los años veinte del siglo pasado y ha atravesado por múltiples etapas, que van desde la primera tesis universitaria marxista en 1913; los primeros grupos marxistas al interior de la FRTS; pasando por la creación del PCS en 1930, la insurrección indígena-campesina de 1932; la resistencia clandestina contra el dictador Martínez; la creación de la UNT en mayo de 1944; la creación del FUAR en 1961; la fundación del FMLN en 1980 y la llegada del primer gobierno de izquierda en 2009. Las ideas del marxismo pronto cumplirán cien años en nuestra patria. Y hay que celebrarlo.

Todos estos acontecimientos y muchos otros, así como organizaciones y personajes que abrazaron la causa socialista como Farabundo Martí y Schafik Handal han mantenido encendida la llama , incluso en las más difíciles condiciones de persecución y clandestinidad, en las que ser identificado como comunista era una segura condena de muerte.

Los partidarios del socialismo conquistaron en 1992 el derecho a divulgar públicamente sus doctrinas. No obstante esto, tres años después, el PCS junto con los otros cuatro partidos que constituyeron el FMLN en 1980, las FPL, el ERP, la RN y el PRTC, fueron auto disuelto. El criterio fue el de fortalecer un nivel superior de unidad. Y quizás fue lo más correcto.

Y el FMLN se declara hoy como partido revolucionario, socialista y humanista. Pero no marxista-leninista. Y además abandonó su naturaleza de partido de cuadros para convertirse en un partido de masas, esto en el complejo proceso que lo llevó de ser un invencible ejército guerrillero a ser un poderoso ejército electoral.

Lo que es un hecho es que la idea del socialismo es hoy mucho más aceptada entre la población salvadoreña que en la época de la dictadura militar, no obstante que hoy ya no existe el poderoso campo socialista dirigido por URSS, que existía en aquellos tiempos. Pero se mantiene Cuba Socialista y existe Venezuela Bolivariana. Y existe la RPCh y Vietnam.

Pero todavía existen amplios sectores populares víctimas del anticomunismo, que ha sido la bandera ideológica ensangrentada que ondearon las dictaduras
militares por noventa años y con la que siguen navegando los principales medios de comunicación así como el partido ARENA y la gremial ANEP.

Definir una fecha para la llegada del socialismo a El Salvador sería jugar con las cartas de la imaginación. Negar su llegada también sería oponerse obtusamente a las leyes del cambio social. El socialismo llegará, será instaurado, triunfará cuando los sectores populares hayan alcanzado un nivel organizativo y de conciencia tan elevado, que les permita atraer y convencer a la mayoría de la población sobre sus ventajas así como aislar a los sectores más recalcitrantes de la burguesía y de sus aliados internacionales.

Debemos de insistir en que el capitalismo como sistema ha fracasado en el mundo entero (guerras, crisis económica, deterioro ambiental, criminalidad) así como en El Salvador (desempleo, alto costo de la vida, delincuencia). El futuro pertenece al socialismo.

Si será su llegada de forma pacífica o violenta eso dependerá de la resistencia de las clases dominantes. Lo que si es seguro es que será un proceso de transición largo y complejo, con periodos de avance y periodos de estancamiento e incluso de retroceso, como nos lo enseña la experiencia internacional. La revolución socialista modificará las estructuras económicas del país colocando sus palancas fundamentales al servicio de la población. Abrirá un periodo de amplias libertades y profunda participación popular en los asuntos públicos.

La lucha por derrotar a ARENA en el 2014 y 2015 esta fuertemente vinculada a crear condiciones que nos permitan avanzar en nuestro desarrollo histórico y que nos faciliten la tarea de educar políticamente a los amplios sectores de la población que sigue infectada con el virus del anticomunismo. Debemos de construir un puente que permita unir nuestras necesidades tácticas (derrotar a ARENA en el 2014 y el 2015) con nuestras tareas estratégicas de lucha por el socialismo. Vincular lo inmediato con lo mediato, el presente con el futuro.

¿Cómo será el socialismo salvadoreño? A partir de nuestra evolución histórica y de las tradiciones de lucha de nuestra clase obrera y sectores populares, puede decirse y deducirse que será democrático, pluralista, inclusivo, con mucha participación popular.-

ASOMAN PUGNAS ENTRE WASHINGTON Y TEL AVIV

En términos políticos, la película producida por un grupo sionista compuesto por judíos de doble nacionalidad israelí-estadounidense y un egipcio copto puede ser analizada, desde una perspectiva táctica, como una manipulación antiestadounidense y, desde una estratégica, como un ataque psicológico antimusulmán.

Así lo afirma en un artículo titulado “La blasfemia como táctica política” el periodista y activista político francés Thierry Meyssan, fundador y presidente de la Red Voltaire.

“La inocencia de los musulmanes” fue realizada hace varios meses pero fue lanzada en un momento deliberadamente calculado para provocar disturbios contra Estados Unidos y se ha sabido que agentes israelíes fueron desplegados en varias grandes ciudades con la misión de canalizar la ira de las multitudes contra objetivos estadounidenses.

Meyssan percibe en ello la evidencia de una fuerte pugna y un creciente alejamiento entre Washington y Tel Aviv que explican los recientes desencuentros entre Obama y Netanyahu, incluido el hecho de que éstos no se reunieran en ocasión de la visita a Nueva York del israelí para hablar ante la Asamblea General de la ONU.

Meyssan señala que militares estadounidenses del más alto rango han
hecho saber al gobierno israelí en las últimas semanas su intención
de no continuar la sucesión de guerras comenzada tras el 11 de
septiembre de 2001 (Afganistán, Irak, Libia y Siria) que, según los acuerdos
informales de 2001, debían extenderse a Sudán, Somalia e Irán.

Meyssan considera que la primera advertencia israelí a EEUU se dio
en Afganistán, en agosto de 2012, cuando impactaron dos cohetes el
avión estacionado en tierra del General Martin Dempsey, Jefe del estado
mayor conjunto estadounidense.

Para el periodista francés, la más reciente advertencia ha sido más
brutal aún porque la exhibición del filme y sus consecuencias,
aunque parecen un ataque frontal contra las creencias de los musulmanes,
son además operaciones orientadas contra todo aquel que se oponga al
proyecto de dominación israelí.

Fueron agentes israelíes quienes manipularon a la multitud que participó en el asesinato del Embajador de Estados Unidos en el Consulado de Benghazi, asegura Meyssan.

El hecho cobra mayor gravedad si se considera que en Libia
actualmente el gobierno nacional es ficción legal y el Embajador estadounidense
es el jefe de facto del Estado.

Los hechos en torno a “La inocencia de los musulmanes”, dice
Thierry Mayssan, sirven al propósito de hacer que Washington -que parece en
camino de abandonar la agenda sionista- regrese a su anterior posición.

Así ve también la tensión israelí-estadounidense el activista pacifista canadiense Donald Currie quien recomienda a las fuerzas políticas progresistas de Norteamérica considerar la gravedad de estos hechos para dejar de abogar acríticamente por la relección de Obama y en cambio lo hagan urgiendo a apoyar su candidatura solo en el contexto de una posición contraria a los planes de EEUU, la OTAN e Israel de provocar, mediante guerras, los cambios en Siria e Irán.

Currie estima que los pueblos de Canadá y Estados Unidos continuarán siendo arrastrados a esas guerras mientras no existan candidatos presidenciales que hablen abiertamente de estas realidades y tengan coraje suficiente para oponerse a ellas.

Demostrativo igualmente de esta situación es la forma en que ataca a Obama el influyente periodista conservador y pro-israelí Charles Krauthammer, en un artículo sobre “Un colapso épico de la política exterior” que publican varios periódicos estadounidenses.

Krauthammer, refiere que la Doctrina de El Cairo, que fue pieza central de la política exterior de Barack Obama en busca de un acercamiento con el mundo islámico, ha colapsado.

“Ahora solo queda la evidencia de una superpotencia en retirada. El mundo islámico esta convulso con una explosión de antiamericanismo. “Desde Tunez al Líbano, los islamistas del Norte de África se alzan; Irán desafía a Estados Unidos, exige el derecho a enriquecer uranio y admite que tiene Guardias Revolucionarios desplegados en Siria.

Rusia, después de armar a Al Assad, exige que Estados Unidos no intervenga.
Se queman escuelas, negocios y edificios diplomáticos
estadounidenses; el Embajador de EEUU y tres asistentes suyos son asesinados en
Benghazi; se izaron banderas negras en las embajadas de EEUU en
Túnez, Egipto, Yemen y Sudán en protesta por la muerte de Osama bin Laden;
masacres en Nigeria; crece la violencia en Siria… lo único que
declina es la America de Obama”.

El gobierno de EEUU, anonadado y confundido, culpa a los avances de una película que nadie ha visto y quizás no exista. Los Estados del Golfo ruegan a Estados Unidos que actúe en el caso de Irán… y Obama a quien contiene es a Israel, dice Krauthammer.
Octubre de 2012.

Breve historia del desarrollo capitalista y el movimiento obrero en Turquía

El proceso de desarrollo capitalista en Turquía es un proceso más bien tardío con respecto a occidente. Este retraso histórico procede de la peculiar estructura socio-económica sobre la que se ha desarrollado el capitalismo turco. Por esta razón, para comprender las peculiaridades del capitalismo turco, es necesario comprender la historia social y económica del Imperio Otomano que forma la base histórica de la Turquía moderna.

El estado otomano se creó en el siglo XIV (en el año 1300). Se convirtió en un verdadero imperio después de conquistar Estambul (1453). Si miramos la historia del estado otomano, podemos hablar de tres períodos diferentes —-cada uno con propiedades diferentes—-, que abarcan seiscientos años entre su formación y su colapso.

El primer período duró hasta el siglo XVII, fue un período de ascenso del colosal imperio, el estado otomano se expandió territorialmente con las conquistas en Asia y Europa. Desde el punto de vista de su estructura socio-económica y política, el estado otomano reflejaba los rasgos del despotismo oriental clásico de este período, que toma su forma del modo asiático de producción.

El segundo período duró desde el siglo XVII al XIX, fue un período de vacilación, antes del ascenso del occidente capitalista. El sistema de la tierra, que constituye la base económica del despotismo otomano, comienza a deteriorarse; la corrupción y el desorden aumentan en la administración del estado; las luchas por el poder entre la clase dominante se intensifican.

Y, finalmente, el tercer período que abarca todo el siglo XIX y que es el período del colapso, cuando el imperio comienza a desintegrarse a todos los niveles y, poco a poco, se convierte en una semicolonia de occidente.

La sociedad otomana y el modo asiático de producción

Mientras investigaba la evolución histórica de las formas de propiedad y las relaciones de producción precapitalistas, Marx prestó mucha atención al “modo asiático de producción” y al “despotismo oriental”. Esta formación socio-económica típica de oriente no se parecía a la antigua esclavitud, sino al modo medieval y feudal de producción.

La característica común de la antigua esclavitud y el feudalismo medieval, que aparecieron en determinadas circunstancias históricas en occidente, es que ambos modos de producción se basaban en la propiedad privada-individual. En estas sociedades la plusvalía creada por los productores directos (esclavos y siervos) estaba basada en la tierra y se apropiaban de ella los nobles propietarios de la tierra. El estado, tanto en la esclavitud como en la sociedad feudal, era un instrumento especial de opresión destinado a asegurar el dominio de los grandes terratenientes sobre los productores directos.

Cuando miramos la evolución histórica de las sociedades orientales, tanto las formas de propiedad como las relaciones de producción, y la formación de las clases y el estado, en estas sociedades son algo diferentes que en occidente. En estas sociedades no hay propiedad privada individual de la tierra y tampoco existe una clase poseedora de propiedad privada. En las sociedades orientales la propiedad de toda la tierra y los recursos naturales pertenecían a “la más alta unidad”, es decir, al estado, al frente del cual estaba el déspota. Como propietario real de la tierra, el estado también era el propietario real de la plusvalía producida por los productores directos (comunas agrarias). El estado despótico era el centro de gravedad de todas las comunas agrarias y se presentaba como el “padre sagrado” que salvaguardaba el orden en estas comunas. Al ser el poder dominante en las sociedades orientales, el estado despótico tenía tres funciones básicas: la guerra y la conquista (saqueo del exterior), impuestos sobre la tierra (saqueo interior) y las obras públicas que son necesarias para la reproducción.

Marx analiza el “modo asiático de producción” y el “despotismo oriental” en el Grundrisse y en El Capital. En sus muchos escritos sobre esta cuestión Marx expresaba la historia de los otomanos como la historia del despotismo oriental, al menos hasta el siglo XIX, constituyendo un ejemplo típico del despotismo oriental desde el punto de vista tanto del modo de producción como de la estructura del estado.

En el período inicial y de expansión del estado otomano, las tierras conquistadas pasaban a formar parte de las posesiones del estado, y las poblaciones musulmanes y no-musulmanas de estas tierras (productores directos), se convertían en los contribuyentes unidos a la tierra (raeya). La administración de estas tierras estaba a cargo de la burocracia militar (sipahi). La burocracia militar de los otomanos era el sector de la clase dominante más importante y con más peso específico. Los sipahi, que representaban la autoridad central (estado-sultán) en la tierra que ellos administraban, eran los responsables de vigilar la tierra, recoger el excedente (en forma de impuestos) producido por los reaya y además, cuidaban de los soldados del ejército otomano en caso de guerra. Esta relación de producción basada en la tierra era muy importante para el estado otomano, porque su economía se basaba en la guerra y en las conquistas de tierra, además, esta relación de producción le permitía tener un gran ejército.

Ningún gobernante individual, militar o civil de la sociedad otomana, disfrutaba de la propiedad privada de la tierra para su propio derecho y, por consiguiente, tampoco del derecho de explotación individual sobre los campesinos productores. El status quo establecido no permitía a los individuos acumular riqueza individual ni utilizarla a su voluntad. Eso significa que en el orden otomano no existía una relación similar a la de “siervo-señor” o a la de “patricio-esclavo”. La estructura despótica central del estado otomano y la arrolladora propiedad estatal de la tierra, nunca permitió la existencia de una fuerza independiente, es decir, señorización, que se pudiera desarrollar frente a la autoridad central. El único poseedor de la propiedad y la soberanía era el estado monolítico personificado en el monarca (sultán).

De este modo, el sistema de explotación de los otomanos funcionaba más colectiva que individualmente, y se producía a través del estado. La plusvalía arrebatada a los productores directos en forma de impuestos, primero iba a parar al tesoro y después, se distribuía a la clase dominante (los altos oficiales de palacio, la alta burocracia militar-civil y el ulema religioso) en forma de salarios y rentas. Encima de esta pirámide de la clase dominante, organizada de una forma muy centralizada y jerárquico-burocrática, se sentaba el déspota (sultán), quien supuestamente “domina sobre la tierra en nombre de dios y, por lo tanto, disfrutaba de una posición sagrada”. El sultán es el símbolo del poder estatal centralizado y concentrado.

La estructura de clase de la sociedad otomana

La composición social de la sociedad otomana estaba formada por la clase dominante del estado, que se encontraba arriba, y debajo si situaban los productores directos (campesinos y artesanos). Tanto las comunas agrarias como los gremios artesanos de las ciudades, estaban bajo el control estricto del estado central.

En el organigrama social otomano, no existía, ni podía hacerlo, una clase mercantil madura al estilo occidental. Casi toda la plusvalía se concentraba en manos del estado y se utilizaban para satisfacer las necesidades del estado. De este modo, no existían mercancías para el comercio privado y las relaciones de libre cambio. En estas condiciones, era imposible la acumulación de capital mercantil y la formación de una clase mercantil dentro del sistema. El comercio en la sociedad otomana era un comercio a larga distancia destinado a satisfacer las necesidades de palacio (del déspota), del ejército y de la burocracia militar-civil de alto nivel que habitaba en las ciudades. Este tipo de comercio estaba a cargo, bien de los oficiales encargados por el estado, o de los comerciantes que venían del extranjero (que no eran parte del sistema otomano). De esta forma, más que un comercio de mercancías, lo que hacía el estado era intercambiar valores de uso para satisfacer sus necesidades.

En cuanto a la situación de los productores que trabajan en las comunas agrarias y que constituyen la base esencial de la economía otomana, estaban completamente fuera de la vida social y económica de las ciudades y llevaban una vida aislada. En estas comunas agrarias asiáticas, la propiedad privada, la mercancía y las relaciones de cambio nunca se podrían haber desarrollado. En el nivel más bajo de la división del trabajo, estaba la unidad indivisible de la agricultura y los artesanos, y la satisfacción de todas las necesidades desde dentro de la misma comuna; las comunidades se mantenían en una situación de autoabastecimiento y permanecían como unidades económicas aisladas. Por todas estas características, las comunas agrarias subsistieron durante cientos de años.

Marx dijo que estas comunas agrarias asiáticas, inocentes e inocuas aparentemente, formaron la base económica del despotismo oriental mientras éste existió. El desarrollo del mercado y las relaciones capitalistas eran imposibles en un lugar donde no existía propiedad privada y libre cambio. Por lo tanto, Marx señaló que la dinámica interna que desarrollaría el capitalismo estaba ausente en las sociedades orientales que estaban bajo el reino del modo asiático de producción, y por lo tanto, el capitalismo sólo podría venir de un agente externo a estas sociedades.

La evolución de la sociedad otomana tiene un contraste absoluto con el desarrollo occidental. El estado en occidente ha tomado forma de acuerdo con la evolución de la propia sociedad, es decir, según el peso de las clases sociales implicadas en las relaciones económicas. Por el contrario, en la sociedad otomana, las relaciones sociales y las clases fueron moldeadas por el estado.

La proporción de elementos (parásitos) improductivos (oficiales de palacio, alta burocracia militar y civil y el ulema religioso) en la sociedad otomana era mayor que en las sociedades feudales europeas. Por esa razón el gobierno de la población fue una parte esencial en la formación de las ciudades otomanas. Pero estas ciudades no eran “ciudades autónomas” distintas a aquellas que se formaron de manera independiente de la autoridad central en occidente. Todo lo contrario, eran construidas por el propio estado y eran una especie de cuarteles generales administrativos donde habitaba la clase estatal. La necesidad de satisfacer las necesidades de la clase dominante llevó a la organización de la industria y el comercio en estas ciudades. Pero tanto la industria como el comercio, se desarrollaron como una función del estado más que como actividad privada de individuos independientes. De esta manera, la actividad industrial y comercial en las ciudades otomanas estaba bajo el control absoluto del estado. Este estatismo sólido impidió la formación de un sistema de mercado y el desarrollo del cambio, como había ocurrido hace mucho tiempo antes en occidente. De este modo, las relaciones capitalistas y el primitivo proceso de acumulación del capital que se desarrollaron durante los siglos XVI y XVII en occidente, no los pudo experimentar la sociedad otomana.

En esta estructura social la dinámica interna que provocó el desarrollo del capitalismo era absolutamente imposible. Como Engels dijo en un artículo escrito en 1890 en Neue Zeit:

“En realidad, como en todos los dominios orientales, el dominio turco también es incompatible con la sociedad capitalista; porque es imposible salvar la plusvalía del dominio completo de gobernantes tiranos y pachas glotones; aquí no podemos encontrar la primera condición esencial de la propiedad burguesa, es decir, la seguridad del comerciante y sus mercancías”.

El período titubeante del despotismo otomano antes del capitalismo occidental

Después del descubrimiento de América y la apertura de nuevas rutas para el comercio, hubo un proceso de rápido desarrollo del comercio y de la acumulación originaria del capital en Europa occidental. Y, especialmente, en Gran Bretaña, en los siglos XVI y XVII, las relaciones feudales de producción desaparecieron, apareció una nueva clase (la burguesía) y aparecieron las condiciones previas (la manufactura) para el futuro capitalismo industrial. Este período de mercantilismo estuvo acompañado de una política de colonialismo en todo el mundo. Este febril proceso de desarrollo capitalista avanzó a pasos agigantados en los siglos XVIII y XIX.

Pero la situación del imperio otomano era completamente diferente en el mismo período. Debido a su estructura estancada, el imperio otomano perdió su poder ante el desarrollado de occidente y entró en un período de estancamiento a principios del siglo XVII. El sistema agrario asiático de los otomanos comenzó a deteriorarse en este período. La ausencia de nuevas conquistas de tierra, el declive de las rutas comerciales orientales, el aumento del contrabando, la insuficiencia de la producción agraria, etc., llevaron a la disminución de los ingresos del estado otomano. A principios del siglo XVII, los gastos del estado otomano triplicaban los ingresos. La crisis financiera del tesoro otomano hacía necesario encontrar nuevas fuentes de ingresos. Pero la única fuente disponible era el incremento de los ingresos procedentes de la tierra. Para incrementar los ingresos, el estado recurrió a vender su derecho a cobrar los impuestos. De este modo, la administración de la tierra que estaba en manos de su burocracia militar (sipahi), pasó a manos de individuos privados, los multezim (personas influyentes que habían acumulado riqueza de una forma u otra). Este fue un acontecimiento muy importante que llevó a la degeneración y disolución del sistema agrario otomano. Con esta medida cambiaron los poderes de los que controlaban la producción agraria y la plusvalía. Ahora los individuos privados sustituían al estado que hasta ese momento expropiaba directamente la plusvalía agrícola bajo la forma de impuestos. Aparecieron nuevos elementos que compartían los ingresos del estado. Esta situación llevaría a la formación de nuevas fuerzas políticas junto a la clase estatal (sultán y la burocracia civil-militar). La propiedad de la tierra que, esencialmente, pertenecía al estado, de facto, había pasado a las manos de los multezims. Ahora, junto con el antiguo sistema agrario asiático, basado en la propiedad estatal, apareció el nuevo sistema agrario (entre el despotismo y el latifundismo) basado en la propiedad de facto de individuos privados (usurpación de la tierra) y las relaciones de explotación privada. Estas personas influyentes comenzaron a formar sus propias fuerzas armadas que con el tiempo desafiarían a la autoridad central. Desde el siglo XVIII en adelante, la autoridad central (los sultanes) cada vez estaba más desesperada ante el despotismo de los terratenientes y señores locales, y también porque no podían superar estas fuerzas centrífugas.

Otro sector que buscaba conseguir parte de las tierras propiedad del estado eran los altos oficiales —-los visires, pachas, gobernadores provinciales, ulema religiosos—- que eran parte de la propia clase estatal. Según las leyes otomanas los oficiales tenían prohibido poseer propiedad privada individual. Pero los oficiales encontraron una solución a este obstáculo. En el imperio otomano era posible asignar tierra a los “waqfs” (un tipo de fundaciones) que se creaban para la “caridad religiosa”, la “solidaridad social” y tenían el derecho a dirigir las tierras pertenecientes a estos waqfs. Después de crear estos waqfs, los gobernadores y las pachas los utilizaron para conseguir tierras del estado. De este modo, las tierras propiedad del estado comenzaron a ser saqueadas por la propia burocracia estatal junto con los déspotas y terratenientes locales de las provincias. En la historia económica de Turquía este sistema de waqfs jugó un papel muy importante en el saqueo de la propiedad pública. Extrañamente, este sistema de waqfs ha seguido existiendo en la historia de la república. Todavía existen bajo el amparo del estado burgués. Cuentan con activos valorados en millones de dólares y cientos de empresas, estos waqfs estatales, una reliquia de la tradición otomana, todavía son lugares de succión para la burocracia dominante.

Por supuesto, los únicos que sufrieron el expolio del sistema agrario otomano fueron los productores que trabajan la tierra (reaya). Los reaya eran formalmente responsables sólo ante el estado y pagaban los impuestos, pero ahora, fueron sometidos a la represión despiadada y a la explotación de los déspotas locales. En poco tiempo, esta represión despiadada y la explotación de los déspotas locales, los terratenientes y los multezims usureros (recolectores de impuestos) se hizo intolerable para los reaya. Como resultado de esta transformación, los campesinos abandonaron la tierra y en los siglos XVII y XVIII se convirtieron en desempleados. Pero como no existía un desarrollo industrial en el sistema otomano, capaz de emplear a estas masas desvinculadas de la tierra, formaron bandas de bandidos o se fueron a las ciudades a formar hordas de parados y holgazanes. En las regiones remotas del centro del imperio reinaba el caos, el desorden y la anarquía.

El proceso de disolución

En el siglo XIX se produjo una disolución más substancial de la estructura tradicional del imperio otomano, a través de sus relaciones con el capitalismo occidental. Este proceso terminó con la transformación del imperio otomano en una semicolonia y su posterior colapso. Por lo tanto, podemos decir que el papel principal de la disolución final del imperio otomano lo jugó el capitalismo occidental, fue el agente externo.

En el siglo XIX el mercado otomano se abrió al capitalismo occidental. Al mismo tiempo, aumentó la dependencia del estado de los banqueros occidentales a través de la deuda externa. Por otro lado, en el mismo período, el capital extranjero creó los ferrocarriles y una red de comunicaciones, como condición sine qua non para el desarrollo del mercado capitalista. El transporte marítimo, la construcción de barcos, la apertura de algunas minas y algunas fábricas con propósitos militares, etc., son otros acontecimientos de este período. Y además de estas transformaciones de la base material, también se dieron algunos pasos importantes para desarrollar la propiedad privada de la tierra. En el marco de estos acontecimientos, apareció la primera burguesía, al principio formada por no-musulmanes y aglutinada en torno a los puertos marítimos.

A principios del siglo XX, cuando el capitalismo alcanzó su etapa imperialista, este largo proceso de disolución del imperio otomano entró en su última fase. En esta fase el imperio otomano se convirtió en una semicolonia, en el sentido literal de la palabra, como Irán y China. Por ejemplo, el Banco Otomano creado por el capital francés, poco a poco, comenzó a funcionar como banco central y se hizo cargo del control de la moneda otomana. De la misma forma, después de algunas serias crisis de deuda, el tesoro otomano cayó en manos del consejo internacional llamado Düyun-u Umumiye (las Deudas Generales), formado por representantes de los estados occidentales.

Pero la clase dominante otomano no aceptó pasivamente este proceso que suponía su declive general. Pero tampoco se comportó de una forma monolítica. Para mantenerse tuvo que introducir algunas reformas, igual que el zarismo ruso, y tuvo que reforzar el aparato del estado (fundamentalmente el ejército). Todos estos procesos llevaron a la formación de dos sectores dentro de la clase dominante otomana, que tenían intereses e ideas contrarias. Estos dos sectores tenían la intención de salvar al estado otomano a su propia forma. Mientras uno de ellos mantenía que este objetivo se podía conseguir con el mantenimiento de las antiguas tradiciones despóticas, el otro defendía la “occidentalización” y la “modernización”. Después de establecerse como el movimiento de la Juventud Turca, este sector reformista se convirtió en una organización política independiente con el nombre de Comité por la Unión y el Progreso. Después de un largo proceso de luchas y choques, este sector consiguió tomar el poder en 1908 y proclamó una monarquía constitucional. Casi todos los cuadros que más tarde encabezarían la formación de una república burguesa salieron de este movimiento y organización.

La dirección nacional del Comité por la Unión y el Progreso, reconocía que la única salvación era acercarse al imperialismo alemán, y estar con él en una guerra mundial. El imperialismo alemán había conseguido, a expensas de sus rivales imperialistas, una gran influencia en el imperio otomano y lo condenó a la esclavitud financiera. El estado otomano entró en la guerra mundial con su una economía y fuerzas débiles, fue derrotado y arruinado. Después de la guerra todas las tierras del imperio, excepto la pequeña región en el centro de Anatolia, fueron ocupadas por las fuerzas imperialistas. Esto llevó a la aparición de contradicciones dentro de la clase dominante otomana y de aquí a la ruptura decisiva del sector que llevaría más tarde a la formación de la república burguesa.

La Guerra de la Independencia y la fundación de la república burguesa: 1919-1923

La república burguesa se instauró en 1923, y representó un punto de inflexión histórico relacionado con el principio del desarrollo del capitalismo en Turquía. Por razones que ya hemos señalado anteriormente, en la sociedad otomana no hubo un desarrollo capitalista al estilo occidental hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Por eso tampoco se desarrolló adecuadamente una burguesía nacional como la occidental. De este modo, los oficiales del ejército otomano que mantenían la tradición de ser la antigua “clase estatal”, tomaron la dirección de la lucha por la independencia nacional contra los ocupantes imperialistas occidentales que habían ocupado Anatolia después de la Primera Guerra Mundial. El objetivo de Mustafa Kemal, uno de los pachas otomanos, y compañía, era crear una nación-estado tipo occidental en las zonas liberadas de Anatolia. Esto significa, en una forma u otra, que fueron los pachas otomanos quienes llevaron adelante la misión histórica de la burguesía nacional.

El establecimiento de una república burguesa y la transición al capitalismo en Turquía se realizó en la era imperialista. Este período también fue un período histórico en el cual la gran Revolución de Octubre rompió la cadena imperialista-capitalista. El establecimiento del poder de los soviets de obreros y campesinos se convirtió rápidamente en una fuente de inspiración para la liberación de los pueblos oprimidos. Por lo tanto, la lucha por la independencia nacional en Turquía, un vecino de la URSS, se desarrolló bajo influencia de dos tendencias diferentes: la revolución de octubre y bolchevique, por un lado, y el nacionalismo burgués por el otro.

Esto provocó dos movimientos por la independencia separados. En primer lugar, el movimiento nacionalista dirigido por Kemal, que estaba formado por oficiales del ejército otomano, la burguesía comercial de Anatolia y los grandes terratenientes de Anatolia. El segundo, al que se llamó Ejército Verde, estaba bajo la influencia de la revolución en Rusia y los soviets campesinos y, esencialmente, llevaron adelante una guerra de guerrillas basándose en primer lugar en el campesinado. Esto movimiento también estaba, hasta cierto punto, en contacto con el todavía joven movimiento comunista.

El movimiento nacionalista encabezado por los pachas y burócratas otomanos consiguió sus objetivos gracias a la explotación de nuevo equilibrio mundial de fuerzas creado al final de la guerra mundial y la existencia de la Unión Soviética. Aunque las potencias imperialistas ocuparon una gran parte de Anatolia, en realidad, quedaron muy debilitadas con el resultado de la guerra mundial. Surgió un enorme malestar y mucha rebeldía revolucionarias entre la clase obrera de Europa y también poderosos movimientos de independencia en las colonias que habían comenzado a levantarse. Además, se creó una Internacional revolucionaria bajo la dirección del nuevo régimen revolucionario en la Rusia soviética. En el terreno objetivo, el temor y la amenaza que provocaban la Internacional Comunista y la Unión Soviética eran factores que debilitaban las ambiciones de los imperialistas. La dirección nacionalista en Anatolia tuvo mucho cuidado en pasar por encima de esta debilidad de los imperialistas, y al mismo tiempo, demostró una sumisión total ante la Unión Soviética para conseguir ayuda financiera y militar.

La dirección nacionalista, que funcionaba de una forma independiente del gobierno de Estambul —-bajo ocupación británica—-, creó una situación de doble poder al establecer una nueva Asamblea Nacional y un gobierno en Ankara a principios de 1920. Incluso en esta etapa, el movimiento nacionalista encabezado por Kemal comenzó a mantener contactos diplomáticos con el imperialismo británico. En estos contactos los británicos le respondieron que debía alejarse de la Unión Soviética y deshacerse del joven movimiento comunista y las fuerzas guerrilleras del Ejército Verde formadas por campesinos. Todos estos elementos fueron liquidados en 1921, cumpliendo los deseos británicos, y después el gobierno de Ankara consiguió que le invitaran a la conferencia celebrada en Londres en 1921.

Contrariamente a lo que se cree, el ejército regular encabezado por Kemal no luchó directamente con las fuerzas imperialistas. Después de la conferencia de Londres, los ejércitos de ocupación comenzaron a retirar sus fuerzas de Anatolia. La llamada Guerra de la Independencia es en realidad una guerra contra los armenios en oriente y, principalmente, contra la ocupación griega en occidente. No lucharon ni contra los británicos que ocuparon Estambul y sus alrededores, ni contra los italianos que ocuparon la región del Egeo y el Mediterráneo, ni contra los franceses que ocuparon el sur y la parte suroriental de Anatolia. Aunque hubo una resistencia armada a pequeña escala contra las fuerzas francesas, debemos recordar que en realidad las tropas francesas estaban formadas por armenios.

Después de conseguir derrotar a los griegos (a propósito, los británicos apoyaron a las griegos poco después de la Conferencia de Londres) en Anatolia occidental, el gobierno encabezado por M. Kemal en Ankara fue reconocido oficialmente por los estados imperialistas en la Conferencia de Lausana en 1923. Con la proclamación de la república (29 de octubre de 1923), tres meses después del Acuerdo de Lausana que fue firmado en julio, el nacimiento de la república burguesa turca en el suelo de Anatolia, sustituyó al arruinado imperio otomano.

La burguesía turca era muy débil y cobarde en este período de formación de la república. Luchaba por su independencia nacional contra el occidente imperialista por un lado, y por el otro, frenaba la realización de los requerimientos de la revolución democrático burguesa. Temía un movimiento popular en Anatolia similar a la revolución soviética. Por eso la burguesía turca no abolió completamente las antiguas tradiciones despóticas asiáticas del estado otomano. Todo lo contrario, las utilizó y las adornó con un poco de salsa republicana. El contenido democrático de la nueva república burguesa establecido por M. Kemal era muy débil. Por otro lado, su carácter opresivo y totalitario era muy aparente.

De este modo, las reformas políticas y sociales necesarias del capitalismo moderno para desarrollar en Turquía fueron realizadas desde arriba con métodos bisckmarkianos. No fue el resultado de una revolución democrático burguesa radical. La nueva república burguesa estaba comprometida con los terratenientes y compartía el poder con ellos. Por lo tanto siguieron un camino prusiano de desarrollo capitalista hasta los años sesenta. De este modo el desarrollo del capitalismo en Turquía ha sido un proceso extremadamente tardío y penoso.

La base de clase del poder político establecido en 1923 estaba formada por los siguientes elementos: la burocracia civil-militar que todavía mantenía su posición tradicional (en la forma otomana) de clase dominante; la burguesía comercial; y los grandes propietarios de tierra de Anatolia. El elemento hegemónico en este bloque de la clase dominante era la burocracia civil-militar encabezada por Kemal. El poder kemalista proclamó en el Congreso de 1923 que seguiría el camino capitalista. Al hacerlo el nuevo gobierno declaraba públicamente que estaba a favor de una economía capitalista basada en las relaciones liberales, y que, no tenía problemas con el capital extranjero. Por consiguiente, el gobierno de Ankara asumió las deudas otomanas y aseguró que durante seis años no se tocarían los privilegios y exenciones de los estados imperialistas obtenidos en los tiempos otomanos.

La fundación del Partido Comunista de Turquía

El Partido Comunista de Turquía (PKT) fue fundado en 1920 como una sección de la Comintern bajo la influencia directa de la revolución de octubre. Su congreso fundacional se celebró en Bakú bajo los auspicios de lo bolcheviques. Pero un año después, el movimiento nacionalista burgués de M. Kemal, de acuerdo con el imperialismo británico, organizó conspiraciones contra los comunistas. Temía las perspectivas de crecimiento del PC y una revolución obrera-campesina de tipo soviético. Y en una conspiración 15 dirigentes del PC, incluido el secretario general del partido, Mustafa Suphi, fueron asesinados el 28 de enero de 1921 y arrojados a las oscuras aguas del Mar Muerto.

Esta página de la historia es una completa tragedia para los comunistas turcos. El movimiento nacionalista burgués de Mustafa Kemal siguió una política hipócrita. Llegó a acuerdos secretos con los imperialistas para aplastar el movimiento comunista turco y para ello recurrió a las intrigas. Y al mismo tiempo, pretendía ser un movimiento anti-imperialista y populista para conseguir ayuda de la Unión Soviética. Y, desafortunadamente, tuvo bastante éxito con esta táctica. En realidad, esta realidad histórica fue un ejemplo contundente del error que supone confiar a la burguesía el movimiento de liberación nacional y considerarla su aliado. Un ejemplo similar ocurrió después en China con Chiang Kai-shek.

En realidad, el movimiento socialista en Turquía no comprendió, durante mucho tiempo, la misión de los dirigentes burgueses tipo bismarckiano: Mustafa Kemal y el carácter real del kemalismo. La izquierda turca, consideró durante años al movimiento de Kemal realmente anti-imperialista. La debilidad fundamental de la gran mayoría de la izquierda en Turquía es la concepción del anti-imperialismo sin un contenido anti-capitalista. Por eso entre la izquierda todavía existen simpatías con el kemalismo. Otra mal interpretación de la izquierda es equiparar, más o menos, el capitalismo de estado del kemalismo con el socialismo. Por eso, el movimiento de izquierdas, en general, considera que es su deber cuidar ese estatismo, que alimentó el capitalismo en Turquía y proporcionó a la burguesía nativa la acumulación de capital. ¡Qué lástima! Pero es real.

Este punto es muy importante. Porque esta aproximación errónea al kemalismo hasta hoy en día ha dejado a la izquierda turca ciega en muchos aspectos, particularmente, en la cuestión kurda donde han adoptado una postura chovinista.

La historia de la república burguesa en Turquía es la historia de persecuciones interminables, prohibiciones y terror contra la clase obrera y el movimiento socialista. Por ejemplo, el PKT, el partido de izquierdas más antiguo de Turquía, en sus setenta años de historia sólo ha estado legalizado dos años. El resto ha trabajado en condiciones de clandestinidad y en secreto.

El PKT ha seguido durante casi toda su historia la línea estalinista soviética oficial. Aunque en el pasado surgieron algunos grupos de oposición, ninguno de ellos rompió con el estalinismo. Sólo hubo una excepción en la historia del PKT, la “Oposición de Trabajadores” organizada en 1932 y donde también participó el gran poeta turco: Nazim Kikmet. Pero este grupo opositor fue acusado de trotskista y fue liquidado por la dirección estalinista del partido.

La primera fase del poder kemalista: 1923-1930

La política económica aplicada durante los primeros años de estado burgués, fue una política económica liberal que buscaba el desarrollo de las relaciones con el capitalismo occidental. El principal objetivo de estas políticas era crear una economía nacional a través del desarrollo capitalista. Pero no existía una clase burguesa nacional ni tampoco la acumulación de capital adecuada para promover las inversiones capitalistas. Por lo tanto, el punto central de la política económica del estado durante este período fue el estímulo y el apoyo a la empresa capitalista privada. El joven estado burgués creado bajo la dirección de los oficiales otomanos, quería el regreso del capital que durante años había sacado a Europa la burguesía no-musulmana y ponerlo a disposición de la burguesía nativa.

Durante este período, el poder político, en gran parte, siguió en manos de los cuadros burócratas militares-civiles. Estos cuadros en cierto sentido fueron condescendientes con la naciente burguesía nacional. Este es un aspecto peculiar del desarrollo capitalista turco. Su objetivo era crear una clase burguesa y un estado burgués tipo occidental. Y el Partido Republicano del Pueblo (CHP) fue creado por los mismos cuadros estatales para este propósito.

Pero a pesar de la política liberal y de las leyes favorables, no se pudo llevar a cabo el avance industrial capitalista ni conseguir el nivel deseado de la clase burguesa “nacional”. No existía la cantidad adecuada de acumulación de capital nativo para esto, y tampoco había afluencia de capital de occidente. Aunque la política general del poder kemalista pretendía la occidentalización (convertirse en un país capitalista), los estados capitalistas occidentales todavía albergaban dudas ante la joven república turca. Como resultado, durante esta primera fase, Turquía permaneció, en gran parte, como un “país agrario” con relaciones de producción pre-capitalistas.

En estos primeros años se realizaron algunas reformas super-estructurales que conformaron el marco del desarrollo capitalista. Para promover este movimiento de reformas, M. Kemal presentó el objetivo de la joven república burguesa de la siguiente forma: “Alcanzar el nivel contemporáneo de civilización occidental”. Pero esta “occidentalización” y las reformas pretendidas por Kemal (Ataturk), eran complicadas en una esfera social que era la continuación de la sociedad otomana. Además, para que estas reformas pudieran llevarse hasta el final, era necesario hacer las transformaciones apropiadas desde la base (industrialización, reforma agraria, etc.,). El latifundismo todavía existía, especialmente en el este y el sureste (Kurdistán turco). Lejos de liquidar el latifundismo, la burocracia kemalista tuvo que aliarse con este latifundismo. Por lo tanto, la mayoría de las reformas super-estructurales sólo fueron reformas superficiales que no podían ir más allá de ciertos límites formales y fueron “ajenas a la población”.

La crisis capitalista mundial y el período del “capitalismo de estado” en Turquía: 1930-1946

En el año 1930, la situación de la economía de la joven república turca no era en absoluto prometedora. Otro acontecimiento importante fue el inicio de una profunda crisis del sistema capitalista mundial (1929-1933). Esta crisis afectó a la economía turca a través del comercio exterior. Como las exportaciones de Turquía se basaban sobre todo en la agricultura, el descenso de los precios de los productos agrícolas disminuyó los ingresos tanto del estado como de los terratenientes. La moneda turca perdió un valor considerable en este período. Por otra parte, el tesoro turco se encontró con un gran problema ya que Turquía tenía que empezar a pagar las deudas otomanas en ese mismo período. Estas deudas devoraban casi una décima parte del presupuesto.

Estas condiciones desfavorables obligaron al joven estado burgués a desarrollar una nueva estrategia económica. Y esta estrategia implicaba la intervención directa del estado en la vida económica (estatismo) para comenzar la industrialización y construir una economía nacional. Los cuadros burócratas civil-militares que mantenían una posición hegemónica dentro del estado también se inclinaban hacia la implantación de esta estrategia. Porque esta sección que ya había estado en la posición de clase dominante, todavía se consideraba los propietarios del estado y los protectores de la sociedad. La burocracia kemalista creía que el capitalismo “nacional” sólo se podría implantar a través del estado. La coyuntura mundial reforzó esta idea. Además, la economía de la Unión Soviética basada en el estatismo no se vio afectada por la crisis, todo lo contrario, seguía creciendo, esto fue seguido muy de cerca por Turquía.

En estas condiciones el estado turco comenzó a preparar planes quinquenales económicos similares a los de la Unión Soviética. Este período se extendió desde 1930 hasta 1946, fue un período caracterizado por “estatismo” absoluto y prevaleció en todas las esferas de la economía. La vida política estaba bajo la dictadura de un partido, el partido oficial del estado, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), que representaba a la burocracia dominante. Aunque el nombre del partido incluía la palabra “pueblo”, no tenía nada que ver con el pueblo y sus intereses. Todo lo contrario, este partido era el representante del bloque de “burocracia-burguesía-grandes terratenientes agrarios”, por medio de una rápida acumulación de capital a través de la superexplotación del trabajo dentro de la nación.

Este estatismo se implantó dentro de un marco político represivo y casi autoritario, las masas trabajadoras no podían decir nada y los niveles de vida no mejoraron. El estado implantó esta política capitalista basada en la sobre-explotación del trabajo tapada con el velo de la retórica “populista” y “anti-imperialista”. Estas prácticas del poder kemalista contaron con el apoyo de algunos dirigentes del Partido Comunista de Turquía (TKP), entonces era un partido estalinista. Ellos (entre los que estaba el secretario general del partido) querían que el partido se pusiera a la cola del poder kamlista. Incluso algunos de estos dirigentes de izquierdas dejaron el partido para publicar el periódico Kadro (cuadro) que apoyaba el estatismo del CHP. Aplaudieron este capitalismo de estado y lo calificaron de política anti-imperialista y populista, sin tener en cuenta la naturaleza de clase nacionalista burguesa del poder kemalista. Defendieron la siguiente idea: “Nuestro estatismo es un estatismo nacional que no se basa en ninguna clase y puede ser un ejemplo para los pueblos del mundo que quieren librar una guerra de independencia”. Esta identificación del estatismo con el socialismo y la sociedad sin clases, ha seguido viva en el movimiento de izquierdas turco, incluso hoy en día.

Después de la muerte de Mustafa Kemal en 1938, poco antes fue proclamado “jefe eterno”, no ocurrió el más mínimo cambio en la estructura de la dictadura de un partido y otro pacha ex – otomano, Ismet Inonu, que recibió el título de “jefe nacional” ascendió a la presidencia.

Aunque Turquía no participó en la Segunda Guerra Mundial, las masas trabajadoras se hundieron en una miseria sin precedentes, como si hubieran participado en la guerra. Un aumento abrupto de los gastos militares, caídas de la producción del 5-6%, reclutamiento de la población productiva para el ejército, proliferación de la explotación bélica… esta situación agravó la miseria y el hambre. Además, las masas trabajadoras sufrían una severa represión y el terror. Además, las minorías que vivían en Turquía, como los griegos, armenios, judíos, etc., también se llevaron su ración de represión. Les usurparon sus propiedades y muchos de ellos fueron enviados a campos de trabajo, este tipo de actos, calificados como “impuesto sobre la riqueza”, recordaban mucho a la Alemania nazi.

Estas condiciones y otras medidas políticas y económicas agravaron el descontento y las contradicciones entre varios sectores de la clase dominante y preparó el camino para la división política del bloque de la clase dominante.

A propósito, aunque Turquía no participó en la guerra, eso no impidió que hiciera sus propios preparativos para venderse al campo imperialista que, probablemente, resultaría victorioso. Por ejemplo, permitieron el desarrollo de una tendencia fascista y racista dentro del estado, ésta colaboró con los nazis en previsión de una victoria de la Alemania nazi. Esta corriente fue liquidada sólo después de quedar claro que Alemania sería la perdedora.

El período de la posguerra: El nuevo equilibrio de fuerzas mundial y Turquía (1946-1950)

Como Turquía había seguido una actitud dudosa durante la Segunda Guerra Mundial y no había tomado parte en la guerra contra el nazismo en nombre de los aliados europeos, para los aliados su posición era bastante dudosa. Pero cuando la derrota alemana fue ya una certeza, Turquía, de una forma hipócrita, declaró la guerra a Alemania, y así compensar su anterior postura.

A consecuencia de la guerra, la clase dominante turca se encontró con un cambio importante en la nueva coyuntura mundial. En Europa después de la derrota del fascismo soplaban vientos liberales. Turquía también tuvo que empezar a realizar medidas liberales en la esfera política para poder adaptarse a este cambio. La burguesía turca necesitaba ayuda económica del capitalismo occidental para superar sus problemas económicos. En este contexto, decidió aproximarse al imperialismo estadounidense. Después de comprobar que la dictadura de un partido no era una forma de gobierno adecuada para esta nueva coyuntura mundial, Turquía tuvo que aceptar el establecimiento de nuevos partidos políticos en 1946.

En pocas palabras, tanto las nuevas circunstancias mundiales, como las nuevas relaciones con el imperialismo estadounidense, tendrían sus repercusiones en la vida política en el siguiente período. Como resultado, el CHP, que había estado dominado por la burocracia, ahora no satisfacía a algunos sectores de la clase dominante (especialmente a los grandes terratenientes y comerciantes). Esto provocó una escisión importante dentro del CHP. Los grandes terratenientes y los comerciantes dejaron el CHP y formaron el Partido Democrático (PD). En realidad, los grandes terratenientes y de la burguesía mercantil querían liberase de la protección política de la burocracia kemalista. Y en 1950, con la llegada al poder del PD, la dictadura de un solo partido del CHP, después de 30 años, llegó a su fin. Eso supuso el final de un período dentro de la historia de la república.

Asqueadas por la severa opresión de la dictadura de un partido, las masas votaron por el PD en las elecciones de 1950 y lo llevaron al parlamento con una mayoría aplastante. El PD era en realidad un partido que defendía el orden existente y que reflejaba los intereses de los grandes terratenientes y los capitalistas. Como el régimen no permitía otras alternativas, crearon el PD para deshacerse a toda costa del CHP. El PD facilitó la canalización de la furia para sus propios intereses, se presentó como el defensor de la democracia y las libertades. El PD pronto demostraría que era un completo enemigo de la clase obrera.

En 1946 también se crearon algunos partidos de izquierda. Por ejemplo, el PKT creó dos partidos socialistas legales, aunque él mismo tenían que trabajar en la clandestinidad (porque todavía estaba prohibido formar un partido que llevara el nombre de comunista). Uno de ellos fue el Partido Socialista de los Trabajadores y Campesinos de Turquía y el otro el Partido Socialista de Turquía. Sin embargo, la burguesía turca demostró su intolerancia con los partidos de izquierdas. El CHP kemalista, todavía en el poder, prohibió estos dos partidos socialistas seis meses después de su creación.

Por otro lado, la clase obrera turca utilizó la nueva coyuntura política para crear sindicatos legales. Era la primera vez que se permitían los sindicatos desde el nacimiento de la república. Se crearon cientos de sindicatos locales y el movimiento sindical comenzó a florecer. Pero la burguesía turca estaba aterrorizada. Después de seis meses de sindicatos legales, formados por socialistas y comunistas, el gobierno los prohibió y arrestó a sus dirigentes. De esta forma la burguesía acababa con el movimiento sindical.

La historia de la república turca ha sido la historia del obstáculo, la prohibición y la opresión desde el punto de vista de los derechos económicos y sociales de la clase obrera. La primera ley laboral que regulaba el marco legal de las relaciones industriales se aprobó trece años después de la proclamación de la república en 1936. Sin embargo, esta ley no incluía el derecho a crear sindicatos, ir a la huelga o la negociación colectiva. Sólo en 1947 los trabajadores consiguieron el derecho a crear sindicatos. Incluso entonces, el derecho a la huelga y la negociación colectiva no estaba permitido. Esto se conseguiría en 1963, cuarenta años después de la proclamación de la república. Por otro lado, el estado burgués no permitió la existencia de partidos socialistas legales hasta 1960. Los artículos que prohibían la “propaganda comunista”, copiados del código penal fascista de Mussolini en 1936, siguieron en vigor hasta 1990. Esta ley fue abolida, aparentemente, en 1990. Pero hay otros artículos similares en otras leyes.

El período de gobierno del Partido Democrático: 1950-1960

En este período tuvo lugar un febril desarrollo capitalista dentro de la agricultura debido a una política económica favorable a los grandes propietarios y a los comerciantes dedicados a la importación-exportación. El aumento de la producción agrícola permitió ampliar los recursos que permitían hacer frente al pago de la deuda externa. También comenzó el desarrollo y un avance considerable de la industrialización, aunque dependía del desarrollo de la coyuntura económica mundial. La fuerza motriz de este desarrollo en los años cincuenta fue la apertura de nuevas tierras para la agricultura y el uso de métodos modernos en la agricultura, es decir, el desarrollo del capitalismo en la agricultura.

En cuanto al desarrollo en la esfera política, en este período comenzó la liquidación de los cuadros tradicionales burocráticos civiles-militares de la administración del estado —-que estaban a favor de la intervención del estado en la economía—-, entonces el poder político pasó a la coalición de la burguesía comercial y a los grandes propietarios de tierra. Pero el conflicto entre el sector tradicional que estaba a favor del intervencionismo en la economía y el sector burgués que estaba a favor del liberalismo continuó sin llegar a un acuerdo.

Las relaciones de Turquía con el imperialismo estadounidense se estrecharon. La entrada en la OTAN (1952), la decisión de EEUU de incluir a Turquía en el Plan Marshall, la formación del CENTO, etc., todo esto tuvo lugar en este período. Y también en este período Turquía participó activamente en la política de guerra fría de EEUU con el envío de tropas a la guerra de Corea, y se convirtió en uno de los aliados más estrechos de EEUU en Oriente Medio.

En cuanto a las relaciones de clase, el estado turco buscaba el control de la organización sindical, consideraba que con el nivel existente de desarrollo capitalista era imposible frenar el movimiento sindical de la clase obrera sólo con prohibiciones y medidas represivas. De esta forma, siguiendo las directrices de EEUU, permitieron en 1952, bajo el control del estado, la creación de la Confederación de Sindicatos Turcos (Turk-Is). Esta confederación era algo parecido a una organización semi-oficial. Querían crear un sindicalismo al estilo estadounidense y lo hicieron con la ayuda del AID y el Ministro de Trabajo. Incluso reclutaron a trabajadores del sector público para intentar mantener controlado el Turk-Is.

El período comprendido entre 1950 y 1955 fue un período caracterizado por el liberalismo. Pero también preparó las condiciones previas para una crisis económica y financiera que llegó muy pronto. La deuda externa aumentó y el gobierno siguió una política unilateral de inversión (sólo inversiones agrícolas). Esto convenía a los intereses del capital imperialista. Tanto el capital europeo como el estadounidense preferían llevar el dinero a donde consiguieran mayores tipos de interés y conseguir beneficios con la venta de sus mercancías, en lugar de hacer inversiones directas. Y esto pronto llevaría a Turquía de un callejón sin salida económico y financiero.

La primera crisis seria del capitalismo turco estalló en 1958. La crisis financiera y de la deuda externa preparó el camino para el derrocamiento del gobierno del PD. El déficit comercial alcanzó el 60 por ciento del total de las exportaciones. La importación de los componentes necesarios para la industria (máquinas, equipamiento, materia prima) se hizo imposible. Las inversiones disminuyeron, la economía se hundió y los gastos sociales se redujeron. Finalmente, Turquía llegó a una situación en la que no podía pagar la deuda externa. Por supuesto, las clases trabajadoras fueron las que más sufrieron. Por otro lado, la situación de los oficiales de menor graduación del ejército y otros oficiales dentro de los departamentos del estado también empeoraban casi diariamente.

El PD continuó bombeando recursos de los fondos del estado y los bancos a los grandes terratenientes, a pesar de la crisis económica. No apoyó adecuadamente a los capitalistas industriales. Naturalmente, esto provocó una reacción entre la burguesía industrial. Por otro lado, El PD se alejó del ejército al reducir las ayudas a la burocracia militar y debilitó su influencia política.

La burguesía industrial buscaba poner fin al dominio de los grandes terratenientes. El imperialismo también estaba a favor de poner fin a este poder que era un obstáculo para el desarrollo capitalista de Turquía y para la implantación de un desarrollo capitalista planificado bajo la dirección de la burguesía industria. Pero también estaba claro que con el gobierno del PD era imposible llevar adelante una transformación esencial de la economía turca. El PD se oponía a este plan.

El nuevo período después del golpe militar del 27 de mayo: 1960-1970

En los últimos días del gobierno del PD estallaron grandes manifestaciones estudiantiles contra el movimiento. Debido a la acumulación de contradicciones entre las clases y capas urbanas, los oficiales de baja y media graduación dieron un golpe de estado. Poco después del golpe, el primer ministro Menderes y dos destacados ministros fueron juzgados y ahorcados.

El derrocamiento del gobierno del PD, objetivamente, convenía tanto a la burguesía como al imperialismo. El golpe de estado fue obra de oficiales de baja graduación del ejército, independientemente de las intenciones de los oficiales, no se enfrentaron a la oposición de la burguesía industrial y el imperialismo estadounidense. A largo plazo no iba en contra de sus intereses. En opinión de los oficiales golpistas ¡habían llevado adelante una “revolución” para defender las libertades, para proteger a las instituciones de la república y los principios de Ataturk contra las prácticas antidemocráticas del gobierno del PD! Pero, por otro lado, estos oficiales “revolucionarios” en su primera declaración política dejaron claro que: “Respetamos todos los tratados internacionales. Somos leales a la OTAN y el CENTO”. Esta declaración de la junta “revolucionaria” seguramente fue una garantía para el imperialismo europeo y al estadounidense.

Poco después del golpe de 1960 el CHP, el antiguo “partido del estado” fundado por M. Kemal, fue llamado por los oficiales golpistas para que asumiera el poder. El CHP representaba a la burguesía urbana aglutinada alrededor de Is Bankasi (Banca Empresarial), que era, y todavía lo es, el banco más grande de Turquía y, en parte, pertenecía al propio CHP —-y a la intelectualidad burguesa y burocracia civil-militar—-. Estos círculos querían una industrialización capitalista planificada (lo que llamaban “economía mixta”) y también querían atraer al capital extranjero. Idearon la “organización planificada del estado” y prepararon planes quinquenales con la ayuda del imperialismo occidental. Con estos planes querían conseguir la liquidación de las relaciones de producción pre-capitalista, la reforma agraria y la transferencia de los recursos de la agricultura a la industria, lo que básicamente iba en contra de los grandes propietarios de tierra.

Después de un breve período de tiempo, comenzó a funcionar el régimen parlamentario regular de Turquía y las elecciones. En 1965 el Partido por la Justicia (AP) llegó al poder. Aunque fundado como una extensión del PD, ahora, a diferencia del pasado, también representaba a la burguesía industrial. El PA siguió con una política que daba prioridad a la industria, especialmente a la industria de ensamblaje. Poco a poco creció el número de holding y también la concentración y centralización de capital.

El año 1960 fue un importante punto de inflexión desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo y de la clase obrera. Se aprobó una nueva constitución. Con la llegada de una relativa democratización de la vida política y social se abrió un nuevo período.

Durante los primeros cuarenta años de república, la burguesía nativa floreció gracias a la acumulación de capital provocada por el capitalismo de estado. Comenzaron las inversiones privadas industriales. La industria capitalista privada se desarrolló a pasos agigantados. Paralelamente, la clase obrera comenzó a crecer rápidamente y entró en ebullición. En los años sesenta toda la sociedad demostró una tendencia a prosperar política y culturalmente. Todos los sectores de la sociedad comenzaron a crear sus organizaciones, asociaciones, cooperativas, etc., Por primera vez en cuarenta años comenzaron a publicarse públicamente los libros de izquierdas prohibidos. Las ideas socialistas atrajeron la atención de amplios sectores intelectuales. Aunque el proceso avanzaba a pasos agigantados, se trata de un proceso tardío si se compara con la historia de los movimientos proletarios en los países europeos.

Después de 1960 se produjeron acontecimientos importantes relacionados con el movimiento de la clase obrera. En 1961 se fundó un partido socialista legal, el TIP (Partido de los Trabajadores de Turquía) que después se convertiría en el primer partido de masas en la historia de la república. Al principio fue fundado por sindicalistas, pero después se unieron intelectuales socialistas. Atrajeron inmediatamente la atención de los trabajadores activos en los sindicatos, el TIP llegó a ser muy popular tanto en las ciudades como en las zonas rurales y consiguió quince parlamentarios en las elecciones de 1965, gracias al sistema electoral relativamente democrático de entonces. Las luchas de los trabajadores comenzaron con un fuerte empuje, incluso en las primeras etapas. En 1963 se aprobaron el Código de Huelga y la Negociación Colectiva. El movimiento de clase se mantuvo en ascenso después de 1963. Sólo había una confederación, Turk-Is, que era una organización controlada por el estado. Esta era cada vez más insuficiente para defender las luchas económicas de la clase obrera. La dirección del Turk-Is demostró que estaba muy alejada de la causa de los trabajadores. El Turk-Is no apoyó la lucha económica de la clase obrera y esto provocó una fuerte oposición dentro del Turk-Is. La nueva generación de trabajadores y sus dirigentes, era muy crítica con el sindicalismo servil ante el estado burgués, disfrazado como un “supra-partido y un sindicalismo apolítico”, los trabajadores buscaron nuevos cauces para lucha sindical. Cuatro sindicatos expulsados del Turk-Is (Maden-Is, Lastik-Is, Basin-Is, Gida-Is) fundaron una nueva confederación, la DISK (Confederación de Sindicatos Revolucionarios de Trabajadores) en febrero de 1967. Estos sindicatos siempre estuvieron en la primera línea de lucha y organizaron, particularmente, al sector privado.

La DISK se convirtió en el centro de la lucha sindical en Turquía, y también se convirtió en el foco de los círculos socialistas obreros dentro del proletariado. Y después hubo otro importante punto de inflexión en la historia de la clase obrera turca: el año 1968.

Las acciones de la juventud y la oleada de huelgas generales en Europa en 1968, inmediatamente, afectaron a la juventud turca y ésta se movilizó. La oleada de acciones de la clase obrera comenzó en ese momento y sobrepasó el marco legal de la burguesía. Las acciones de la clase obrera, como las ocupaciones de fábricas, boicots, huelgas ilegales, aunque con un carácter espontáneo, sí contenían una esencia revolucionaria. Inmediatamente estuvieron acompañadas por las demandas de la juventud a favor de la independencia nacional y las manifestaciones y ocupaciones de tierra de los campesinos en las áreas rurales. El DISK se fortaleció, muchos trabajadores del Turk-Is empezaron a abandonarlo y se pasaron al DISK.

En 1968 el único partido de izquierdas legal era el TIP. Muchos círculos e individuos de izquierdas, representando a diferentes tendencias políticas, trabajaban dentro de este partido. El TKP ilegal, por otro lado, no intentó crear una organización separada hasta 1973 y trabajó también dentro del TIP. En realidad, la mayoría de los dirigentes del TIP eran antiguos militantes del TKP. A pesar de esto, existía un completo abismo entre los viejos cuadros del TKP y las jóvenes generaciones del período de ascenso posterior a 1960, y la joven generación de socialistas que no sabían demasiado del TKP y su historia. Pero el TKP era más antiguo y en cierto sentido era el partido histórico de Turquía, realmente tuvo un efecto directo o indirecto en muchas formaciones políticas, incluido el TIP.

En los años sesenta, en el proceso de movilización política en Turquía, el guerrillerismo y el maoísmo comenzaron a organizarse, particularmente, dentro del movimiento juvenil, como en muchos otros países. Debido a este factor y otros factores similares, el TIP, que unía a varias fracciones de izquierda, poco a poco comenzó a experimentar un proceso crónico de escisiones. Desde entonces, no se ha podido comparar con un partido legal de masas de la clase obrera, como sí lo era al principio.

Dentro del TIP tuvo lugar una escisión importante: por un lado, el guerrillerismo y el maoísmo y, por el otro lado, los proletarios revolucionarios que defendían el trabajo entre la clase obrera.

El estado comenzó a organizar los movimientos religiosos reaccionarios y los dirigió contra los trabajadores y estudiantes para acabar con el naciente movimiento de izquierdas. Estas organizaciones reaccionarias estaban directamente financiadas por las empresas petroleras árabe-estadounidenses —-como ARAMCO—- en Oriente Medio.

La burguesía comenzó a preparar los ataques no sólo contra las organizaciones sindicales de la clase obrera, también contra los derechos sindicales en general. El gobierno burgués realizó algunas propuestas legislativas en el parlamento para prohibir el DISK. La clase obrera respondió a estos ataques con una acción de masas. Los días 15-16 de junio de 1970, tuvo lugar una lucha obrera en la que participaron 150.000 trabajadores en Estambul e Izmit. Estos días han quedado marcados como una fecha muy importante de la historia de lucha de la clase obrera turca. Las calles de Estambul e Izmit que son el centro del proletariado industrial moderno se vieron sacudidas durante dos días por las acciones de los trabajadores. Según los compañeros de aquella generación y que fueron testigos de estos días, los empresarios, después de ver el magnífico bramido de la clase obrera, o se encerraron en sus casas o abandonaron Estambul. La policía y el ejército atacaron a los trabajadores con armas y provocaron 3 muertos y 200 heridos. El gobierno burgués declaró la ley marcial. Pero a pesar de todo, no pudieron romper la marea ascendente del movimiento obrero y la izquierda. Por primera vez en la historia de Turquía el viento soplaba fuertemente hacia la izquierda.

1970-1980: El período de monopolización de capital en Turquía

Este período es el de aceleración de la monopolización industrial. La fusión de la banca y el capital industrial, la formación de grupos financieros como en occidente y el ascenso de su papel en la política, todo esto tuvo lugar en este período. De nuevo se desarrolló la diferenciación entre la clase capitalista. Por ejemplo, la gran burguesía que se basaba en el capital industrial y bancario creó su propia organización separada, el TUSIAD, que ahora se llama “Club de los Ricos”. Se creó en 1970 y se ha convertido en un elemento decisivo en el poder político desde entonces.

La característica distintiva del desarrollo capitalista en este período, es la implantación de un modelo de industrialización basado en las deudas externas y la “sustitución de la importación”. La expresión concreta de esto fue un rápido desarrollo de la industria de ensamblaje en los años setenta. Por ejemplo, la industria automovilística y la industria de bienes de consumo duraderos en Turquía desde el principio se crearon como industrias de ensamblaje. Los componentes se importaban del extranjero y después se montaban en el país. Aquellos capitalistas que invirtieron en estas industrias consiguieron una enorme acumulación de capital en un corto espacio de tiempo, gracias a los bajos salarios y al aumento de la tasa de explotación.

El golpe militar del 12 de marzo de 1971

Cuando la burguesía vio que la oposición de la clase obrera crecía a pasos agigantados durante un período de relativa libertad, inmediatamente, tomó sus precauciones. De este modo, sólo diez años después, se produjo un segundo golpe militar. Este golpe estuvo provocado por el miedo de la burguesía turca y el imperialismo estadounidense al movimiento obrero y al aumento de acciones anti-estadounidenses entre la juventud. También apareció una corriente de anti-americanismo e independencia nacional entre el ejército. El poder dominante encontró la solución con un golpe militar (12 de marzo de 1971) y clausuró el parlamento. Aunque al principio se presentó como un golpe de izquierdas, en realidad, fue un golpe reaccionario (derechista) bajo la batuta de EEUU.

Durante este período, entre 1971 y 1974, con un régimen semi-militar muy opresivo tanto el movimiento obrero como el socialista recibieron un duro golpe. El único partido legal de la clase obrera, el TIP, fue prohibido. Las actividades de los sindicatos afiliados al DISK y las asociaciones juveniles también fueron prohibidas. Miles de intelectuales socialistas, trabajadores, jóvenes revolucionarios, sindicalistas, etc., fueron arrestados y torturados. El movimiento de la izquierda se desintegró completamente y las organizaciones quedaron hechas añicos. La burguesía turca ahorcó a tres dirigentes juveniles que eran estudiantes de universidad cuando sólo tenían veinte años, acusados de violar la constitución. El objetivo de la burguesía era intimidar a la juventud revolucionaria y aislar a los socialistas y revolucionarios de la población.

Este período duró tres años y para la burguesía fue el ensayo del régimen militar fascista del 12 de septiembre de 1980. En este período sacó muchas lecciones para su propio interés. Impuso nuevas prohibiciones para obstaculizar el desarrollo de la izquierda. Cambió la constitución, relativamente liberal, de 1961 y abolió todos los artículos democráticos de la vieja constitución. Introdujo nuevos artículos anti-socialistas en el Código Penal. El arquitecto de esta política fue Ecevit que actualmente es el primer ministro.

Después de 1973. El ascenso del movimiento obrero

En 1973 se celebraron nuevas elecciones y en 1974 el partido, aparentemente, de izquierdas de Ecevit llegó al poder. Comenzaba una nueva coyuntura tanto para la burguesía como para la izquierda. El movimiento de izquierdas ahora estaba completamente desintegrado y dividido en decenas de nuevas organizaciones.

Ideológica y políticamente, existían dos principales tendencias entre esta izquierda desintegrada. En primer lugar, la tendencia estalinista tradicional que pretendía organizarse entre la clase obrera y el movimiento sindical y que seguía la línea oficial del PCUS. Y en segundo lugar, la tendencia populista revolucionaria, que estaba organizada entre los estudiantes y las capas pequeño-burguesas de las ciudades y provincias. Por supuesto, la fuente ideológica de alimentación de esta tendencia también era el estalinismo. Su línea política se encarnó en el maoísmo y el guerrillerismo.

Desgraciadamente, en ese período no existía ninguna tendencia comunista internacionalista organizada sobre la base del marxismo revolucionario. Aunque existían algunos círculos intelectuales pequeños que defendían las ideas de Trotsky y criticaban el estalinismo, no pudieron formar una organización política activa entre la izquierda, ni siquiera formar una corriente de pensamiento. La razón era que la corriente estalinista era muy fuerte entre la izquierda turca y la concepción del “socialismo del estado estalinista” era ampliamente aceptado por los intelectuales socialistas. En aquel momento existía entre la izquierda un prejuicio negativo contra Trotsky y el trotskysmo. En su opinión Trotsky es un “enemigo del leninismo”, “un aventurero”, “un traidor”, etc., Desgraciadamente, esta situación tragicómica, por no decir estúpida, no ha desaparecido totalmente.

En 1973 el TKP, que durante años existió sólo como un buró externo de Moscú, decidió organizarse de nuevo ilegalmente dentro del país. El TKP ilegal con este paso adelante consiguió una popularidad rápida e importante. La razón principal de esto fue, junto a su organización ilegal, su creación de un movimiento amplio legal de masas en su periferia y si capacidad de influir en el movimiento sindical, consiguieron dominar la dirección del DISK. Entre 1970 y 1980 muchos militantes del TKP ilegal consiguieron salir elegidos en los comités ejecutivos de muchos sindicatos y organizaciones legales de masas. Fundaron bajo el control directo del partido, asociaciones de jóvenes, profesores, empleados técnicos y mujeres, con decenas de miles de militantes. Y por supuesto existían cientos de células secretas del partido formadas por los trabajadores de las fábricas.

En realidad, la forma de organización de TKP era correcta. Pero tanto su línea política como la dirección eran completamente reformistas y defendían la colaboración de clases. La dirección del TKP dependía de la burocracia soviética y seguía la línea dictada por ella de forma ciega, el resultado inevitable de esto fue una división dentro del partido basada en el reformismo y las ideas revolucionarias. También en el mismo período se fundaron muchos partidos socialitas legales e ilegales. Pero ninguno de ellos llegó a tener la implantación entre los trabajadores que tenía el TKP.

En el período entre 1970 y 1980 el crecimiento del movimiento de la clase obrera no tuvo precedentes. Al mismo tiempo, las ideas socialistas se extendían entre la clase obrera. El DISK, bajo la dirección del TKP, organizó por primera vez un mitin de masas en 1976 para celebrar el 1º de Mayo que había estado prohibido durante cincuenta años y que casi estaba olvidado por el proletariado. En el mitin participaron 200.000 personas. Después estallaron las huelgas más largas de la historia del país. El sindicato más militante del DISK, el sindicato de metalúrgicos, comenzó las huelgas que afectaron a 120 fábricas con 40.000 trabajadores y que duraron 11 meses. Estas huelgas provocaron un enorme ambiente de solidaridad. El movimiento juvenil, las mujeres trabajadoras, los intelectuales, etc., vigilaban las tiendas donde estaban los huelguistas. No dejaron a las familias de los trabajadores nunca solos.

Todo esto aterrorizó a la burguesía y la obligó a tomar medidas. Sabía que las siguientes manifestaciones del 1º de Mayo serían más masivas y estarían dominadas por la izquierda. En 1977 en la manifestación del 1º de Mayo en Estambul participó medio millón de personas pertenecientes a todos los sectores de la sociedad. Sin embargo, la burguesía ya había adoptado sus medidas y preparó una provocación para obstruir el ascenso del movimiento de obrero y la izquierda. En esta acción contrarrevolucionaria la burguesía contó con la ayuda de los servicios secretos del imperialismo estadounidense.

En esta gran manifestación del 1º de Mayo hubo una provocación sangrienta orquestada por los servicios secretos turco y estadounidense. Sobre los 500.000 manifestantes cayó una descarga de disparos realizada por grupos de provocadores. Murieron cuarenta trabajadores a causa de los disparos o atropellados por la policía.

La memoria del 1º de Mayo de 1977 no ha desaparecido desde entonces de la mente de los trabajadores y revolucionarios, se ha convertido en un día histórico, no se ha olvidado la masacre y se mantiene viva la furia. Desde entonces, la celebración del 1º de Mayo, cualesquiera que sean las circunstancias, se ha convertido en una tradición para los revolucionarios de Turquía.

La atmósfera política comenzó a cambiar después del 1º de Mayo de 1977. La burguesía incrementó sus provocaciones contrarrevolucionarias. Una vez más, estaba preparándose para bloquear el ascenso de la izquierda con un golpe militar, como ha hecho siempre. Pero antes de eso, la farsa socialdemócrata de Bulent Ecevit y su partido, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), comenzó sus ataques anticomunistas. Ecevit estaba dispuesto a terminar con la influencia del TKP en el DISK y pacificar este sindicato.

Por otro lado, los dirigentes obreros y revolucionarios comenzaron a sufrir los ataques de grupos paramilitares armados encabezados por el fascista MHP (Partido del Movimiento Nacionalista) en las ciudades, especialmente en los barrios obreros. Comenzaron a perpetrar asesinatos selectivos de figuras conocidas de la lucha revolucionaria y en el movimiento obrero. La lista de muertes se publicaba en los periódicos fascistas. Comenzaron los asesinatos políticos de figuras políticas importantes perpetrados por fuerzas contra-guerrilleras entrenadas por la CIA. Docenas de personas murieron asesinadas. Intentaron calmar a las masas con este sistema.

Finalmente, asesinaron al presidente del DISK, Kemal Turkler, que era el dirigente de los metalúrgicos. Los metalúrgicos era el sector más destacado de la clase obrera turca. Kemal Turkler era conocido y respetado por toda la clase obrera. Su asesinato fue un punto de inflexión en este período. A su funeral asistieron 500.000 trabajadores. Pero desgraciadamente el movimiento de la clase obrera carecía de una verdadera dirección revolucionaria que pudiera llevar adelante la lucha de resistencia contra el golpe militar. La dirección burocrática del TKP se retiró, fue una completa rendición y llegó a un compromiso vergonzoso con el gobierno de Ecevit.

El golpe militar del 12 de septiembre

En estas condiciones desfavorables, después del 1º de Mayo de 1977, el movimiento obrero comenzó la retirada y la clase obrera se calmó. El resultado fue horroroso, el pacifismo y el agotamiento masivo, lo que pretendían los golpistas. La burguesía turca hacía decidido controlar la crisis política y económica, intensificada justo entes de 1980, por los tanques, cañones y armas. Y el 12 de septiembre de 1980, Turquía presenció el tercer golpe militar. La constitución y el parlamento fueron abolidos, todos los partidos, incluidos los burgueses, fueron prohibidos. Los dirigentes del partido arrestados, el DISK fue prohibido, los sindicalistas arrestados, los acuerdos colectivos firmados por los sindicatos fueron derogados, los salarios congelados… Durante el período de la dictadura militar del 12 de septiembre, decenas de miles de personas fueron arrestadas y torturadas; cientos de ellos asesinados, colgados e incapacitados. Aquí algunas cifras:
1.650.000 personas arrestadas, la mayoría fueron torturadas.
2.Más de 50.000 personas tuvieron que emigrar a los países europeos como inmigrantes políticos.
3.Se pidieron 700 sentencias de muerte, 480 fueron sentenciados, 216 fueron suspendidas por el parlamento y 48 fueron ahorcados.
4.200 personas murieron en la tortura.
5.23.677 asociaciones prohibidas.

El golpe militar del 12 de septiembre es la respuesta contrarrevolucionaria de la burguesía al ascenso del movimiento obrero. Este régimen militar fascista no sólo salvó a la burguesía de su callejón sin salida, también reestructuró el orden político burgués sobre bases reaccionarias, sus efectos todavía continúan. A pesar de la impresión que quiso dar el régimen militar al convocar elecciones parlamentarias en 1983, la realidad es que no ha cambiado nada en Turquía. La burguesía todavía teme a la clase obrera y a la izquierda, por eso mantiene su régimen opresor. Pero incluso esto no ha sacado a la burguesía del callejón sin salida, todo lo contrario, está más hundida en el pantano. La burguesía y su régimen “parlamentario” no pueden engañar a nadie. Por eso lucha desesperadamente en medio de una crisis política, económica y social.

En pocas palabras, las experiencias que en el pasado atravesaron los países europeos: ascenso y caída del movimiento obrero, masacres, ataques fascistas, dictaduras militares sangrientas, etc., Turquía lo ha experimentado intensamente durante los últimos cuarenta años.

Uno de los objetivos del régimen del 12 de septiembre fue superar el límite del mercado interno. Los “24 decretos de enero”, que fueron un símbolo del régimen militar en la esfera económica, han dado paso a una nueva estructuración económica orientada a los exportaciones. La línea Ozalista (la versión turca del thatcherismo) suavizó los obstáculos para la reestructuración y ha dado pasos adelante serios hacia la integración de Turquía en el mercado mundial. Uno de estos pasos es la pertenencia a la UE que todavía es un gran problema.

El período posterior al 12 de septiembre de 1980

Aunque la dictadura militar sangrienta del 12 de septiembre —-que fue presentada en occidente como un régimen militar apacible—- ha comenzado a disolverse con el tiempo, su legalidad todavía continua. Por ejemplo, el código de leyes aprobado por la junta militar está aún vigente, aunque recientemente se han hecho algunas enmiendas a la constitución.

El régimen político actual es un gobierno policiaco-militar camuflado con un parlamento que está lleno de diputados nacionalistas y reaccionarios. Se pueden encontrar rastros de la forma despótica de la administración, herencia del imperio otomano, en las actuales estructuras políticas del estado. El ejemplo más contundente de esto es el peso del ejército en la vida política y económica, que es completamente diferente a la situación de los países de Europa occidental. Una institución del ejército y las grandes empresas, el OYAK, que está dirigida por los generales, es uno de los mayores monopolios del país. Este monopolio tiene dos grandes bancos y también el monopolio de la industria automovilística (la Renault turca, que es una empresa subsidiaria de la Renault francesa). El Consejo de Seguridad Nacional está dominado por el estado mayor del ejército que todavía domina la política.

La tortura contra los prisioneros políticos arrestados es una parte sistemática de la vida política en Turquía. Las prohibiciones de los sindicatos aprobadas por el régimen militar del 12 de septiembre todavía están vigentes. Otro hecho importante es el aspecto despótico-militar del estado turco que se ha fortalecido durante el período de la lucha de liberación nacional del pueblo kurdo.

Durante esta guerra del ejército turco contra la resistencia nacional kurda, han muerto asesinados veinte mil kurdos, diez mil están en la cárcel, miles son torturados, cientos de miles de campesinos kurdos han tenido que huir de sus tierras y pueblos. Obligados a emigrar a otras ciudades, estas personas están condenadas al desempleo y el hambre. Las prisiones son centros de tortura y los prisioneros políticos tienen que recurrir a las huelgas de hambre para conseguir sus derechos más elementales. Son masacrados en las prisiones, que son quemadas, demolidas y bombardeadas por las fuerzas armadas del estado. En pocas palabras, Turquía, es presentada como un “paraíso” para los turistas, es justo lo contrario en relación a su régimen político.

Después de capturar a Abdullah Ocalan en febrero de 1999 y con el debilitamiento del PKK, el ejército turco tiene un nuevo objetivo político: “la amenaza de la reacción” encarnada en el fundamentalismo islámico. Han prohibido el Partido del Bienestar encabezado por Necmettin Erbakan, que era visto como el elemento fundamentalista más peligroso, pero esto después de haberse convertido en el principal partido de la oposición en las elecciones que se celebraron en la segunda mitad de los años noventa. La intervención de los militares, que prohibieron el partido que había ganado las elecciones, se la ha llamado el “golpe encubierto” del 28 de febrero de 1997. El Partido de la Virtud, formado como una extensión del Partido del Bienestar después de su cierre, también se enfrenta al mismo destino y Necmettin Erbakan tiene prohibida su participación en política. Los elementos radicales islámicos, adoptados por el imperialismo estadounidense durante los años de la guerra fría y apoyados con petrodólares procedentes de los países árabes, ahora son considerados una amenaza, ahora ya no son útiles para los estadounidenses y la burguesía turca. Y ahora, como no quieren un foco islámico de poder, estos elementos han sido liquidados de la vida política y económica.

Aunque el sector pro-europeo de la burguesía ve la entrada en la UE como la única solución (y aunque parece una idea correcta desde el punto de vista de la burguesía), la región se enfrenta a muchos problemas. Turquía sufre una crisis económica no vista antes. El desempleo crece rápidamente. Como esta crisis ha estallado en un momento en que la economía capitalista mundial está en recesión, no es fácil para el capitalismo turco superar la crisis a corto plazo. Las repercusiones de la continuación de las crisis en las esferas política y social producirá inestabilidad política y una amarga lucha de clases.

Como resultado de largos años de persecuciones y prohibiciones, la clase obrera todavía está desorganizada incluso sindicalmente y, tampoco ha superado su temor al aspecto policiaco-militar del régimen burgués. Debido a la demoledora política sindical de la burguesía, la militancia sindical ha caído hasta el 7 por ciento. Esto significa un número total de 1.300.000 militantes sindicales, incluida la militancia en los sindicatos de trabajadores públicos que tienen un total de 400.000 (que no tienen derecho a la negociación colectiva ni derecho a huelga). Entre ellos, la confederación sindical más grande, Türk-Is, tiene 650.000 militantes. El DISK era la confederación sindical más grande antes del golpe militar de 1980, después perdió toda su fuerza y se ha convertido en una confederación pequeña. Ahora tiene 120.000 miitantes. El Hak-Is, que tiene orientación islámica, tiene 100.000 militantes.

Los partidos de izquierda legales en la actualidad no tienen relaciones con la clase obrera y los sindicatos, como ocurría con el partido socialista TIP o el TKP en el pasado. La dirección del TKP, que tiene fuertes raíces históricas, experimentó un proceso de aburguesamiento similar al de la burocracia soviética.

Hay cinco partidos de izquierdas en Turquía que vale la pena mencionar: HADEP (Partido Democrático del Pueblo) formado en 1994, IP (Partido de los Trabajadores) formado en 1994, SIP (Partido del Poder Socialista, ahora se llama Partido Comunista de Turquía) formado en 1995, ODP (Partido de la Solidaridad y la Libertad) formado en 1996 y el EMEP (Partido del trabajo) formado en 1996. Excepto por el HADEP, el más grande de estos, sólo consiguió un 0,7 por ciento en las elecciones generales. El ODP, construido en primer lugar por ex – izquierdas cansados y renegados después del colapso de la Unión Soviética, hoy parece ser un partido ineficaz y desorganizado. El HADEP fue formado por los kurdos y consiguió el 4 por ciento en Turquía en las últimas elecciones de abril de 1999, gracias a los votos que ganaron en Kurdistán en las pasadas elecciones generales. Aunque consiguieron el 90 por ciento en algunas zonas del Kurdistán turco, ahora no tienen representación parlamentaria, porque los partidos políticos deben tener al menos el 10 por ciento del total de votos para poder entrar en el parlamento.

Por otro lado, nunca ha habido un partido socialdemócrata al estilo occidental en Turquía debido a las grandes diferencias en el proceso de desarrollo capitalista. También debemos recordar que en este país existió una dictadura de un partido político que duró un cuarto de siglo. Se han producido algunos intentos de formar partidos socialdemócratas por parte de aquellos círculos políticos que deseaban seguir el ejemplo de los países europeos. Las fracciones que salieron del partido estatal oficial, el Partido del Pueblo, intentó organizar estos partidos socialdemócratas por arriba. El partido del primer ministro actual, Ecevit —-El Partido de la Izquierda Democrática—- procede del Partido del Pueblo. Ahora está en coalición con el fascista Partido del Movimiento Nacionalista (“lobos grises”).

El Partido del Pueblo bajo la dirección de Deniz Baykal cada vez es más pequeño y está inmerso en luchas fraccionales interminables. Estos partidos no tienen lazos históricos con el movimiento sindical de la clase obrera, como ocurre con los partidos socialistas y socialdemócratas en Europa, y tampoco se organizan sobre esas bases. Por estas razones, las condiciones políticas en Turquía son muy diferentes de las europeas en muchos aspectos.

El Salvador y Estados Unidos: resistencia popular e imperialismo

Introducción

La lucha de los sectores populares y progresistas salvadoreños se ha enfrentado históricamente no solo a los enemigos internos, sino también a las fuerzas imperialistas, que han determinado por varios siglos los destinos de nuestra patria. Hemos sido intervenidos por aztecas, españoles, mexicanos, ingleses y norteamericanos.

En cada uno de estos distintos periodos históricos, los sectores populares y progresistas salvadoreños han construido los instrumentos organizativos y las líneas estratégicas y tácticas, que les han permitido defender y avanzar sus intereses.

Es vital comprender que la lucha entre oprimidos y opresores, entre las resistencias populares y el imperialismo, tiene carácter internacional y que una de sus máximas expresiones es la lucha emprendida por los sectores populares y progresistas, en especial los sectores trabajadores, dentro de los mismos Estados Unidos por conquistar la democracia, la paz y el socialismo.

El conocimiento de estas experiencias es vital para la construcción de una estrategia internacional de lucha popular que rompa con el sistema capitalista existente. Cumplir en parte esta tarea es el propósito de este breve estudio. El conocimiento de cada uno de estos periodos nos permitirá establecer la imbricación existente entre ellos.

Para los propósitos de este estudio, que abarca desde la génesis del imperialismo norteamericano y llega hasta nuestros días, identificamos doce grandes periodos. Estos periodos son los siguientes: el periodo del nacimiento de la republica imperial que va de 1893 a 1913; que es el que se presenta en esta primera parte.

Y queda pendiente trabajar el periodo de la Primera Guerra Mundial que va del 1913 al 1929; el periodo de la Gran Depresión que va del 1929 a 1933; el periodo de la Segunda Guerra Mundial que va de 1933 a 1945; el periodo que de la Reconstrucción capitalista que va de 1945 a 1954; el periodo de la Guerra Fría que va de 1954 a 1963; el periodo de la Guerra de Vietnam que va de 1963 a 1974; el periodo de la Crisis del Petróleo que va de 1974 a 1981.

El periodo de la Contraofensiva neoliberal que va de 1981 a 1989; el periodo de la Guerra del Golfo que va de 1989 a 1992; el periodo de la Guerra en Yugoslavia que va de 1992 a 2001; y el periodo del Ataque a las Torres Gemelas que va de 2001 a 2012. Cada periodo se aborda desde dos grandes niveles: las políticas del imperio y las respuestas de la resistencia progresista y popular. El primer nivel se divide en global y hacia El Salvador. Y el segundo nivel el movimiento popular salvadoreño y movimiento popular norteamericano.

1. El surgimiento de un nuevo imperio a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX

1.1 Las políticas globales del imperio

Al gobierno del demócrata Grover Cleveland (1893-1897), en su segundo mandato, le corresponde iniciar los primeros pininos en la ruta hacia una potencia colonial. Y lo hace proclamando la validez universal de la Doctrina Monroe, frente al litigio que sostenía el gobierno de Venezuela con Inglaterra, vinculado a disputas territoriales.

Cleveland se para firme frente a una Corona británica en decadencia. Y es que los ingleses sabían que se iban a enfrentar con una armada recientemente modernizada y decidieron sabiamente evadir el combate. Y Cleveland muestra también su dureza ante una huelga de los trabajadores ferrocarrileros de Chicago, enviando al ejército a reprimirlos. El imperio naciente empezaba a gatear.

Posteriormente, la administración republicana de William McKinley (1897-1901) y el surgimiento de una nueva republica imperial coincidieron en el tiempo con los gobiernos salvadoreños de Rafael Gutiérrez (1894- 1898) y de Tomas Regalado (1898-1903). A William McKinley le correspondió poner los cimientos del imperio global norteamericano. A Gutiérrez y Regalado les correspondió administrar la hacienda cafetalera para el beneficio de la recién creada oligarquía.

McKinley desató en 1898 la guerra hispano-norteamericana como mecanismo que le permitió humillar a una debilitada España y apoderarse de Cuba y Puerto Rico en el Caribe y de Filipinas y Guam en el Pacifico. Asimismo maniobra para garantizar la separación de la provincia de Panamá de Colombia y tomar control de la Zona del Canal. Asimismo se apodera de las islas de Hawaii.

En síntesis, McKinley construyó un poderoso arco defensivo para proteger sus dos costas y abrió una estratégica ruta comercial, para sus pujantes empresas transnacionales. Fue el constructor inicial del nuevo imperio que asomaba sus buques de guerra para mostrar su creciente poderío. Pero que además mostraba un fuerte poderío económico así como una novedosa maquinaria ideológica.

Y le siguió en esta empresa imperial el presidente Teodore Roosevelt (1902-1909), que como alumno aventajado de McKinley, acuñó la famosa frase de una política exterior basada en la estrategia del gran garrote, como instrumento para atemorizar y golpear a los países que se opusieran a los planes colonialistas y expansionistas de la potencia emergente.

Roosevelt coincidió en el tiempo con los gobiernos oligárquicos salvadoreños de Tomas Regalado (1898-1903) Pedro José Escalón (1903-1907) y Fernando Figueroa (1907-1911).

Roosevelt impone a Cuba en 1901 la humillante Enmienda Platt, que incluso es incorporada como parte de su constitución, y que incluye el control en 1903 sobre la Bahía de Guantánamo. También invade Republica Dominicana en 1904, ocupa Cuba en 1906, y consolida el control sobre la Zona del Canal de Panamá.

Asimismo Roosevelt envía a la Gran Flota Blanca para circunnavegar el mundo con la bandera de las barras y las estrellas, y de esta manera mostrar su poderío. Asume el desafío de reinterpretar y aplicar con fuerza la misma Doctrina Monroe de 1823, agregándole un Corolario con su apellido, que justifica la intervención de Estados Unidos en América Latina, para restablecer el orden y proteger las vidas y propiedades de ciudadanos norteamericanos. La Marina de Guerra se convierte en la fuerza emblemática del imperio naciente.

Todo esto realizado a la luz del poderío industrial alcanzado y la necesidad de ampliar los mercados para colocar los productos de sus corporaciones y monopolios, dado que el mercado interno se encontraba ya saturado. Los Estados Unidos se convierten en una nación con una política exterior agresiva e intervencionista. Por sus orígenes puede decirse que de tal palo, tal astilla.

Y consolidan su hegemonía en América Latina, y en especial en el Caribe y Centroamérica, que ya desde entonces son considerados como áreas vitales para la “seguridad nacional.” Y la joya de la corona es lógicamente el canal interoceánico en Panamá, una vía vital para las comunicaciones navales y el comercio de las corporaciones norteamericanas.

Estados Unidos logra evitar de esta manera que Alemania se le adelantara. Los germanos habían tratado de construir una base militar en la isla venezolana Margarita, incluso realizan con la ayuda de Italia y de Gran Bretaña un bloqueo militar en 1902 contra los puertos de este país sudamericano. El presidente Cipriano Castro solicita entonces la mediación norteamericana. Y el problema se resuelve.

Alemania trató también de lograr que otros gobiernos les permitieran establecer bases navales, como intentaron hacerlo en el Golfo de Fonseca, así como estaciones carboníferas para abastecer a sus buques y submarinos. Alemania, lo mismo que Estados Unidos y Gran Bretaña, andaba en búsqueda desesperada de mercados donde colocar sus productos y plataformas para invertir.

El Corolario Roosevelt marca el inicio de la diplomacia de las cañoneras y el fin de la hegemonía británica en el continente, aunque en el caso salvadoreño es un proceso que tiene dos grandes momentos simbólicos: 1913, con el asesinato del presidente Manuel Enrique Araujo y 1931, con el derrocamiento del presidente Arturo Araujo. El nuevo siglo parecía tener un sistema internacional configurado por tres grandes potencias mundiales en disputa: EE.UU, Alemania y Japón.

Luego de McKinley y Roosevelt, le correspondió al presidente William Taft (1909-1913) proseguir el esfuerzo expansionista norteamericano. Taft trató de imprimirle un sesgo más diplomático que militar, pero las necesidades de imponerse como potencia mundial terminaron por hacerlo regresar a la senda imperial ya probada de las intervenciones y ocupaciones militares. La política exterior de Taft recibió el sugerente título de “la diplomacia del dólar.”

En teoría Taft planteaba que había que “sustituir balas por dólares” y que mediante tratados comerciales e inversiones de capital en ramas estratégicas de las economías latinoamericanas, se podría beneficiar tanto a las compañías norteamericanas como a las poblaciones de estos países, que se subirían así al esperado tren del progreso y del bienestar.

En la realidad durante su gestión, los Estados Unidos continuaron ejercitando sus tropas en la expansión y conquista imperial. Prueba de esto son los casos de Republica Dominicana, Haití y Nicaragua. En Republica Dominicana bajo el pretexto imperial de de alejar el peligro de desordenes y revoluciones que pudieran justificar la intervención de las potencias europeas, se impusieron tratados humillantes, así como ocupaciones militares en 1904, en 1907, y en 1912. Haití fue ocupado militarmente en 1915 y se quedaron hasta 1934.

En el caso de Nicaragua, la oposición de EE.UU. a la gestión patriótica del presidente José Santos Zelaya, quien se opuso a la instalación de una base militar en el Golfo de Fonseca, y además financiaba su deuda nacional con bancos europeos, motivó a que desembarcaran marines para apoyar la conspiración de inversionistas norteamericanos, que habían designado a Adolfo Díaz, como “presidente.” Como era de esperarse, al final tras la intervención, la deuda fue trasladada a bancos de Nueva York.

En 1911 el secretario de estado Philander Knox, debido a un atraso en los pagos de deuda, nombró a un oficial del ejército invasor para que asumiera el control de las aduanas de los puertos y realizara directamente el cobro de los derechos aduaneros de Nicaragua. Y lo mismo trató de hacer con Costa Rica, Honduras y Guatemala. En 1913 impusieron el tratado Bryan-Chamorro, mediante el cual el gobierno de Nicaragua concedió el derecho a una base militar en el golfo de Fonseca.

Con estas ideas de la diplomacia del dólar de Taft se inaugura una tendencia que siempre resurge y corre paralela a la diplomacia de las cañoneras de Roosevelt. Son dos visiones que al final termina complementándose, pero que es preciso conocer y manejar, porque reflejan tenues diferencias entre los sectores de poder de la metrópoli imperial. Son conocidas como la estrategia del garrote y la estrategia de la zanahoria.

El periodo presidencial de William Taft (1909-1913) coincidió con los presidentes salvadoreños Fernando Figueroa (1907-1911) y Manuel Enrique Araujo (1911-1913).

Cuadro 1. Presidentes norteamericanos y salvadoreños 1893-1913

Presidentes Norteamericanos Presidentes salvadoreños
Grover Cleveland 1893-1897
William McKinley 1897-1901 Rafael Gutiérrez 1894-1898
Teodore Roosevelt 1902-1909 Tomas Regalado 1898-1903
Rafael Escalón 1903-1907
William Taft 1909-1913 Fernando Figueroa 1907-1911
Manuel E. Araujo 1911-1913

1.2 La política del imperio inglés y norteamericano hacia El Salvador

1.2.1El imperialismo inglés
A finales del siglo XIX, las clases dominantes salvadoreñas, en su génesis liberal agroexportadora, y en el marco de una economía basada en el café, tuvieron como uno de sus componentes iniciales, la participación del capital inglés.
Fue hasta principios del siglo XX que el imperialismo inglés es desplazado por el imperialismo norteamericano, y en el marco de una acre disputa en la que también participaban otros imperios ávidos de nuevos mercados, entre estos el alemán, el francés, el holandés, el italiano e incluso el belga.
Guidos Vejar considera que “en las dos últimas décadas del siglo pasado quedo configurado el “bloque de poder” que ha llegado a imponerse mediante la importación de las diversas actividades cafeteras…como clase fundamental, dirigente del sistema hegemónico, se encuentra formada por: 1. Los grandes productores del café; 2. Los inmigrantes que controlaban las firmas comerciales importadoras-exportadoras: 3. Los capitalistas financieros. Y en esta última categoría Guidos vejas incluye a “la burguesía financiera inglesa a través de sus representantes bancarios, empresarios mineros y representantes ferrocarrileros.” (Guidos Vejar 1986)
El imperialismo inglés fortaleció su posición luego de la salida de España de la región, con la independencia política lograda en 1821. Ni lentos ni perezosos contactaron a los nuevos líderes republicanos e iniciaron una era de intercambios comerciales y prestamos, por medio de empréstitos estatales y como inversión directa.
Torres Rivas evalúa que “el vacío dejado, por España fue rápidamente ocupado por la diplomacia inglesa interesada en controlar el comercio y la riqueza de las excolonias españolas; en Centroamérica empiezan a manifestarse desde entonces factores estratégicos de naturaleza geopolítica.” (Torres Rivas 1977)
La primera exportación de capital inglés se registra en 1888, bajo el gobierno liberal de Francisco Menéndez (1885-1890), y está destinada a la minería. (Menjívar 1980) Los Estados Unidos llegaron hasta veinte años después, en 1908 y en el ramo de los ferrocarriles. Estamos hablando de la empresa inglesa “Divisadero Gold and Silver Mining Co. Ltd.” Estuvo en producción hasta 1920, cuando fue vendida a una empresa norteamericana.
El siguiente año, 1889, comienzan los empréstitos ingleses para la construcción del ferrocarril. Esto le permitió a la Corona Británica el “control del comercio exterior salvadoreño mediante casas comerciales inglesas, a las que luego se sumarían las alemanas y francesas.” (Menjívar 1980)
En 1893, bajo el gobierno liberal de Carlos Ezeta (1890-1894) inicia la exportación de capital bancario con lo que se cierra el triangulo inversor británico: minas, ferrocarriles y bancos. En 1899 se forma la empresa “Salvador Railway Co., para administrar las líneas ferrocarrileras. Con una inversión de 485, 000 dólares, se autoriza en 1893 el establecimiento de una sucursal del “Banco de Nicaragua.” (Menjívar 1980) Por su parte, Castellanos plantea que “en 1880, con capital inglés, se fundó el primer banco llamado Internacional.” (Castellanos 2002)
En 1899, bajo el gobierno de Tomas Regalado, se consolida la presencia inglesa en la minería con la apertura de una nueva explotación en La Unión, esta vez de la “Butters Salvador Mines Ltd.” En 1914, bajo el gobierno de Carlos Meléndez, se crea el Anglo South American Bank, que posteriormente cambiaría su nombre por el de Banco de Londres y Montreal.
Guidos Vejar estima que tanto el presidente Manuel Enrique Araujo como “todos los gobiernos que le precedieron eran pro-ingleses…” pero que ya empezaban a surgir fraccionamientos al interior del bloque oligárquico, “con la introducción de un nuevo grupo…los capitalistas norteamericanos, que…desplazan a los ingleses de su posición influyente en las relaciones económicas y políticas del país.” (Guidos Vejar 1986)
1.2.2El imperialismo norteamericano

Los Estados Unidos vuelven sus ojos hacia El Salvador hasta después que la Federación Centroamericana (1838-1840) se disuelve. El 1 de mayo de 1849, el funcionario diplomático norteamericano George Squier, Encargado de Negocios en Guatemala envió una nota al gobierno salvadoreño, presentando sus plenos poderes y credenciales para negociar un tratado con el país.

Pero fue hasta el 15 de junio de 1863, bajo el gobierno en EE. UU. de Abraham Lincoln (1861-1865)y en El Salvador del Capitán General Gerardo Barrios (1861-1863) que se establecieron relaciones diplomáticas, al presentar James R. Partridge sus cartas credenciales en San Salvador como el primer Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario. Ese mismo día se estableció una Legación (Misión Diplomática) Americana representada por el Ministro Residente Partridge.

En diciembre de 1907, bajo el gobierno de Teodore Roosevelt, y como mecanismo para contener los frecuentes conflictos armados entre los gobiernos centroamericanos, se realiza la Conferencia de Paz de Washington, en la cual se establece que “solo se reconocerían a los gobiernos que surgieran de elecciones libres.” Y a la vez y como medio para resolver disputas internas se forma la Corte Centroamericana de Justicia.

1908, un año después de la Conferencia de Washington, bajo los gobiernos de Teodore Roosevelt y de Fernando Figueroa, es el año en que los Estados Unidos inician la exportación de capitales hacia nuestro país, en dos vías, en minería (se adquiere la Butters Salvador Mines) y en la construcción de una nueva instalación ferroviaria, que partiendo de Guatemala llegaba a La Unión.

Y además incluía la construcción del muelle de Cutuco. Minas y ferrocarriles, y muy pronto se sumaría el capital bancario, para seguir el libreto inglés, aunque con el agregado ahora de puertos. Como trasfondo se encuentra la disputa imperial con los ingleses y la decisión de hacer fracasar la línea ferroviaria británica y su respectivo puerto de Acajutla. (Menjívar 1980) Los Estados Unidos mostraban sus músculos a los ingleses.

El 3 de diciembre de 1931 los Estados Unidos, interrumpen las relaciones diplomáticas con El Salvador luego del golpe de estado en contra del presidente Araujo, que lleva al gobierno al general Maximiliano Hernández Martínez, quien semanas después reprimiría sangrientamente un levantamiento armado de sectores indígenas y populares.

Lo anterior tuvo como premisa el respeto al tratado suscrito en 1923 entre EE. UU., y los países centroamericanos, de no reconocer gobiernos surgidos de revoluciones. Fue hasta el 26 de enero de 1934 que se reconoció al gobierno del general Martínez y se envió como Ministro al diplomático Frank. P. Corrigan.

Y fue hasta el 23 de marzo de 1943 que esta Misión Diplomática adquirió el nivel de Embajada, motivada por la necesidad de construir un frente común en contra de la amenaza del Eje Fascista. El primer embajador fue Walter Thurston.

2. Las respuestas de la resistencia progresista y popular

2.1 La respuesta del movimiento progresista salvadoreño

El movimiento popular y progresista de finales del siglo XIX y principios del siglo XX estaba todavía fuertemente influido por las corrientes ideológicas del liberalismo y se manifestaba como sectores de la intelectualidad y de grupos de gremios artesanales, partidarios de las gestas patrióticas de Gerardo Barrios y de Francisco Menéndez.

Entre estos grupos se realizaban actividades orientadas a lograr la unión centroamericana así como se admiraba profundamente la lucha por la independencia que realizaban los patriotas cubanos y puertorriqueños.

En 1897, los estudiantes universitarios José Gustavo Guerrero y Vicente trigueros publicaron un periódico de denuncia política al que bautizaron justamente El Látigo, ya que se encargaba de criticar mordazmente los actos represivos y corruptos del régimen de turno, encabezado por el oligarca cafetalero Rafael Antonio Gutiérrez. (López Vallecillos 1987)

En 1904, bajo el gobierno de Rafael Escalón, se unifican diversas expresiones de gremios artesanales en la Sociedad Confederada de Obreros de El Salvador, COES. Es un primer germen de central de trabajadores, aunque todavía lastrado por la visión artesanal. (Pineda, 2010)

En septiembre de 1911, en las celebraciones del centenario de la independencia, se realiza en San Salvador el Primer Congreso Obrero Centroamericano. Es una actividad apoyada por el presidente Manuel Enrique Araujo, que gozaba del respaldo de los sectores artesanales. El principal dirigente obrero de esa época era José Mejía.

En la reunión se respiraba u profundo sentimiento antibelicista y se rechazó el uso por parte de los gobiernos centroamericanos de los obreros como carne de cañón. Una de sus resoluciones establece que: “todos los obreros, pertenecientes a la federación, den juramento de no prestar su brazo para el uso de las armas contra ningún Estado de Centro-América.”

El siguiente año, 1912, y con la anuencia gubernamental, observamos el despliegue de un intenso proceso organizativo que involucra a tipógrafos, barberos, y panaderos. En 1913 se organizan los trabajadores ferrocarrileros, una fuerza estratégica por su influencia y combatividad. (Pineda 2011)

“No obedezco ordenes de nadie” escribió en una histórica carta dirigida al presidente norteamericano Taft, en 1912, en la cual el presidente Manuel Enrique Araujo condenó enérgicamente la intervención militar de tropas estadounidenses en Nicaragua. Asimismo Araujo mantuvo una digna actitud de oposición a que el país se endeudara con préstamos internacionales. (Pineda, 2011)

El breve gobierno de Manuel Enrique Araujo (1911-1913) marca un significativo viraje en las políticas del estado salvadoreño, en varias direcciones. Internamente, promueve la organización popular y el despliegue de la agricultura y en política exterior, se opone resueltamente a la contratación de préstamos extranjeros para financiar el funcionamiento del estado y obras de infraestructura y condena categóricamente la intervención de Estados Unidos en Nicaragua. (Guidos Vejar 1986)
En 1913 en la Universidad de El Salvador se presenta por vez primera un trabajo de graduación en la Facultad de Derecho, basado en el método marxista de análisis. Se trata de El estado centroamericano por el entonces Bachiller Sarbelio Navarrete.

2.2 La respuesta del movimiento popular y sindical norteamericano

Muy diferente era la situación del movimiento popular y progresista en Estados Unidos, en especial de su movimiento sindical, el cual adquiere dimensiones nacionales en la primera mitad de de la década del sesenta del siglo XIX, aunque inicialmente sus actividades fueron clandestinas. Señalamos algunas pocas acciones de su inmenso y diversificado esfuerzo de lucha popular.

En 1854 los mineros irlandeses de las minas de carbón de Pensilvania se organizan en una organización secreta llamada los “Molly Maguires”, que inicia una labor de amenazas contra los patronos represivos. Llegan a tener una gran fuerza. En 1875, 9 de sus líderes fueron capturados, juzgados condenados y ahorcados y esto golpeo fuertemente a la organización.

En 1866 surge el National Labor Union, esfuerzo que puede considerarse como una de las primeras central sindical nacional. En 1869 surge la central sindical Knights of Labor, creada en Cleveland y de naturaleza secreta, que en 1886 lleva a cabo fuertes movimientos reivindicativos, en especial la lucha por la jornada laboral de ocho horas, que se expresó en 1600 huelgas en todo el país.

El año de 1886 pasaría a la historia del movimiento sindical mundial como símbolo de la unidad y la combatividad de los trabajadores. Durante una huelga en Chicago, iniciada el 1 de mayo, contra la compañía McCormick de maquinas segadoras, el 3 de mayo la policía interviene violentamente y asesinan a 6 huelguistas.

Frente a esto, los huelguistas convocan a un mitin el día siguiente en la Plaza Haymarket. Los huelguistas reciben la solidaridad de muchos sindicatos, incluyendo a dirigentes del Knighst of Labor. Durante el mitjn un provocador estalla una bomba y mueren 7 policías. Ocho líderes anarquistas del Knight of Labor son arrestados, se les juzga y 4 son ahorcados. Es de estos incidentes que nace las celebraciones del 1 de mayo, en homenaje a estos mártires. (Asimov 1977)

Este año de 1886 también se constituye la Federación Americana del Trabajo, AFL, dirigida por el dirigente sindical de los tabacaleros, Samuel Gompers, quien se encarga de encausarla por senderos de la colaboración de clases. No obstante esto, la AFL jugó un papel destacado en la lucha por la jornada de ocho horas, que se expresó este mismo año en 350, 000 obreros que paralizaron 11,562 centros de trabajo. (Zinn 1980)

En 1871 se realizaron disturbios racistas contra los trabajadores de origen chino en California. En 1890 tiene lugar la masacre de indígenas de Wounded Knee. En junio de 1894 se desarrolló una huelga de los trabajadores ferroviarios de Chicago, que fue duramente reprimida por órdenes del presidente Cleveland.

El 27 de junio de 1905 se realiza en Chicago la fundación de Trabajadores Industriales del Mundo, Industrial Workers of the World, IWW, combativa organización sindical opuesta a la línea reformista de la AFL. Tuvo como núcleo principal a la federación sindical de mineros.

Entre sus dirigentes se encontraban figuras legendarias del sindicalismo como William “Big” Haywood, Daniel de Leon, Eugene Debs, Lucy Parsons, Mary “Mother” Jones, y otros. Los Wobblies como fueron conocidos, practicaban la solidaridad obrera en la lucha sindical y su lema era el de “una ofensa a uno es un ataque a todos.” (Asimov 1977)

BIBLIOGRAFIA

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López Vallecillos, Ítalo. El periodismo en El Salvador. UCA Editores. San Salvador. 1987
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Selser, Gregorio. Diplomacia, garrote y dólares en América Latina. Editorial Palestra. Buenos Aires. 1962
Torres Rivas, Edelberto. Interpretación del desarrollo centroamericano. EDUCA. San José, C.R. 1977
White, Alastair. El Salvador. UCA editores. San Salvador. 1973
Zinn, Howard. A people’s history of the United States. Harpers. New York . 1980

Las relaciones interamericanas (1810-1959): De la independencia a la revolución cubana

Las relaciones interamericanas (1810-1959): De la independencia a la revolución cubana

La trayectoria de las relaciones interamericanas

Las relaciones interamericanas sólo se inician en América con la consti¬tución de los estados-nación. El primer estado-nación se conforma en este Continente con la revolución norteamericana de 1776. A él le siguen los demás estados-nación producto del pro¬ceso independentista en América Latina de las dos primeras décadas del siglo diecinueve. A medida que surgen y se consolidan los esta¬dos naciones en el Continente con el triunfo de las revoluciones de independencia nacional, las relaciones interamericanas van tomando forma.

Primero, los contactos para defender la independencia; después las negociaciones, conflictos y guerras para resolver los límites del territorio; en seguida, la necesidad de defenderse ante los en-emigos exteriores; y, finalmente, el reconocimiento por parte del mundo, son elementos que obligan a los nuevos países a establecer contactos, tratados y pactos. Así va desarrollándose la idea de establecer alguna forma de unidad americana, aparte de la aspiración federativa de las antiguas colonias españolas ideada por Bolívar.

Relaciones interamericanas existen históricamente, por tanto, desde el momento en que aparecen los estados-nación de tipo mo¬derno en el continente americano. Desde un principio quedan sig¬nadas por la lucha contra el colonialismo europeo. Es necesario, por tanto, partir de la revolución de independencia en el conti¬nente, punto de partida ineludible si se quiere seguir un proceso difícil, tormentoso, contradictorio, repleto de aspiraciones, colmado al mismo tiempo de frustraciones y no pocas amarguras, como ha sido el de las relaciones interamericanas.

Antes de la llegada de Colón al continente, América no tenía entidad en el conocimiento universal. No existía como tal. Tampoco había adquirido el carácter histórico definido que la haría un continente distinto a los hasta entonces conocidos. “América es otra cosa”, ha escrito el historiador colombiano Germán Arciniegas, para expresar la diferenciación radical de este continente. No importa que los intentos y esfuerzos por convertirse en federación americana, unión panamericana, confe¬deración de países, pacto o comunidad, no hayan tenido mucho éxito.

Desde el comienzo del movimiento independentista de América Latina en 1810 hasta la guerra hispano-norteamericana en 1898 las relaciones interamericanas se orientan a la búsqueda de una política común. Esta es la primera etapa de las relaciones inter¬americanas. Al contrario, en una segunda etapa, después de la intervención norteamericana hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, esas relaciones oscilan entre el intervencionismo, la conciliación y el en¬frentamiento.

Durante la Segunda Guerra Mundial, toda América Latina se une a Estados Unidos contra el Eje y se inicia un proceso de unión en torno a la seguridad del continente. En la postguerra, hasta el comienzo de la guerra fría con el muro de Berlín en 1961 y el triunfo de la revolución cubana en 1959, se restablece el objetivo de un propósito común, pero ahora bajo la hegemonía de un país americano, Estados Unidos, convertido en la potencia más poderosa de la historia. Con la guerra fría la situación mundial conduce a una clasificación política de los países que se denominó tres mundos. Estados Unidos, parte del primer mundo como una de las superpotencias con la capacidad de controlar militarmente el mundo y América Latina toda como parte del tercer mundo subdesarrollado y sin posibilidad alguna de competir por el dominio de la tierra. En esta cuarta etapa, América Latina llega al final de la década del ochenta en medio de la crisis de la deuda externa.

Y finalmente, el fin de las dictaduras militares, la crisis con el narcotráfico, la iniciativa Bush para las Américas, el desmoronamiento de la Unión Soviética, la desintegración de países de la antigua cortina de hierro, una corriente de gobiernos antiestadounidenses y nuevas formas de alineación continental en el concierto mundial.

Primera etapa: América independiente, 1810-1898

América puede ser clasificada básicamente en dos formas dife¬rentes. Desde el punto de vista de su origen histórico moderno dado por el descubrimiento y la colonia, existe una América in-doeespañola con una extensión de catorce millones de kilómetros; una inglesa (Estados Unidos) con un poco más de nueve millones; una an¬glofrancesa (Canadá) con casi diez millones; y la portuguesa (Brasil) con ocho millones y medio. En esta forma de clasificación podrían distinguirse cuatro Américas.

Si se toma como punto de referencia el desarrollo político y económico, sólo existen dos, Estados Unidos y Canadá, por un lado y el resto de América, por el otro. De hecho, la conquista y la colo¬nización de América por los europeos duró más de tres siglos. En cambio, el período de diferenciación política y económica a partir de la independencia americana desde su culminación en la segunda década del siglo diecinueve, no alcanza a los dos siglos. Pero más que las características culturales o lingüisticas propias del ori¬gen histórico moderno, es preferible adoptar como guía de análisis el del desarrollo histórico que nos conduce hasta el presente.

Para los colonos ingleses llegados a la costa este de los Es¬tados Unidos, la independencia comienza con su huida de Inglaterra para formar “un cuerpo político civil” en el siglo diecisiete y la conquista en el siglo diecinueve con la expansión hacia el Oeste en busca del oro de California y de las tierras de los indios. Sólo entonces termina el descubrimiento, y su independencia culmina con el triunfo de George Washington.

Al sur del río Grande, por su parte, la independencia fue una lucha contra el colonialismo y la dominación política; el descubrimiento ya se había constituido en un hecho de la historia universal y la con¬quista en una gigantesca aventura de los Cortés, Pizarro, Jiménez y los demás que mostraron al mundo culturas sorprendentes y llegaron hasta los ríos más grandes del mundo, el Amazonas, el Orinoco, el Paraná. Ello posibilitó, por fin, alcanzar el conocimiento de la tierra, asegurarse de la unidad biológica del ser humano, abrir la infinitud del universo y de la ciencia, e im¬pulsar definitivamente el capitalismo.

El proceso del descubrimiento y conquista al sur del río Bravo fue cruento, como casi todos los acontecimientos trascendentales de la historia humana. Los indígenas nativos fueron esclavizados y millares murieron a causa del trabajo forzado, las guerras y las enfermedades. Se generalizó el comercio de esclavos negros traídos de Africa. Y se produjo, como producto histórico, un mestizaje generalizado de tres razas a lo largo de los cinco siglos.

Fue diferente, por tanto, el proceso de independencia en las dos Américas, y también el de conquista y colonia. Sus caminos dis¬tintos o contrapuestos no provienen del color de la piel, de las características culturales, del mestizaje o de las prácticas reli¬giosas, con todo lo que influyeron en la conformación de cada una. Es el mismo proceso histórico de las sociedades indígenas, de la evolución del país colonialista, de la estructura colonial estable¬cida en cada región, del proceso de independencia, de la forma de gobierno adoptada o diseñada, en una palabra, de los acontecimien¬tos históricos determinantes, lo que define esa trayectoria.

El contraste es muy notorio. El desenvolvimiento de un go¬bierno democrático en Estados Unidos no ha tenido interrupciones. En América Latina sólo un país ha escapado al sino de los golpes militares. Mientras Estados Unidos se erigía al final del siglo diecinueve como una potencia económica capitalista, en América Latina apenas se iniciaba la industrialización. A finales del siglo veinte, casi dos siglos después de la independencia latinoameri¬cana, Estados Unidos sigue siendo la potencia económica más grande de la historia y los países latinoamericanos permanecen, sin excep-ción, en el subdesarrollo económico. Si bien la independencia política fue la condición sine qua non de la conformación del estado-nación, los países latinoamericanos no empiezan a conformarse como tales sino después de la segunda década del siglo pasado. Para entonces, el país del norte, plenamente establecido como estado-nación, era ya reconocido internacionalmente y se dedicaba a definir sus fronteras territoriales.

Los países latinoamericanos se dividieron y se subdividieron en su lucha de conformación del estado-nación. Estados Unidos par¬tió de las colonias originales hasta conformar un país de costa a costa. Todavía hoy no han sido plenamente definidas las fronteras nacionales en América Latina. La trayectoria económica ha sido más dramática. Solamente al final del siglo XIX inician algunos países de América Latina un proceso lento de industrialización, cuando ya Estados Unidos se ha transformado en una potencia económica mundial, se ha colocado a la vanguardia de la industrialización moderna y sus dólares empiezan a inundar el mundo.

Ninguno de los países latinoamericanos se erige hoy como una potencia mundial, no obstante el territorio y el número de habi¬tantes de México y Brasil. Tras dos guerras mundiales, en las que ha sido factor decisorio, Estados Unidos emergió como la superpo¬tencia, sólo desafiada durante veinticinco años por la que hoy ha resultado ser una superpotencia con pies de barro, la Unión So-viética, esfumada ante los ojos atónitos de todo el mundo.

En el comienzo de las relaciones interamericanas estaba en juego no solamente la independencia nacional sino también la definición del territorio de cada uno de los países, su conforma¬ción, por tanto, como estados-nación, la adopción de una forma de gobierno y su acomodación en el contexto de las relaciones interna¬cionales.

La independencia nacional de los países latinoamericanos tiene que ver con la liberación del colonialismo europeo. Europa vivía a principios del siglo diecinueve el espectro de la revolución francesa y de las consecuencias políticas y sociales que habían es¬tremecido hasta los cimientos la sociedad francesa. El primer in¬tento de gobierno democrático, sin embargo, había sucumbido con el triunfo del imperio napoleónico. Pero Napoleón iba arrasando con el régimen económico y social del feudalismo por donde asentaba sus reales, y las monarquías feudales de Austria, Prusia y Rusia, con todas las contradicciones inherentes a sus intereses de expansión territorial, formaban alianzas para defender sus regímenes. Gran Bretaña se inclinaba hacia ellas, no sólo por los vínculos monárquicos que las acercaban, sino por la amenaza del enemigo común proveniente de Francia. Napoleón, aun después de la derrota sufrida en Trafalgar, seguía buscando el bloqueo económico de la isla.

Estados Unidos había consolidado su independencia y defendía el primer gobierno republicano de la historia contra los intentos ingleses de restauración del colonialismo y contra las intenciones de reconstitución monárquica en el mundo provenientes de Austria, Prusia y Rusia. Es en esa realidad histórica en donde se origina la Doctrina Monroe. Para los norteamericans, independencia nacional y gobierno democrático eran inseparables. Jefferson, Adams y Monroe definen la política internacional de Estados Unidos bajo esos dos parámetros fundamentales. Esos mismos principios serán aplicados a las relaciones interamericanas en un primer período. No puede olvi¬darse que en el momento de la revolución independendista de América Latina no existía un solo gobierno democrático en Europa. Pero tam¬poco que un siglo después, antes de la Primera Guerra Mundial, to¬davía predominaban los imperios monárquicos en el Viejo Continente y a ellos seguirían las dictaduras de Mussolini, Hitler y Franco.

Si bien la independencia latinoamericana había definido su carácter entre 1810 y 1820 como un movimiento de separación efec¬tiva y no persistían dudas sobre el objetivo de constituir Estados-nación, la mayoría de los países sufrían enormes vacilaciones en torno a la forma de gobierno que debían adoptar. Desde Europa la influencia política favorecía la restauración de la monarquía, aunque ideológicamente la defensa de la democracia conservaba el arraigo que traía de la revolución independendista. De esa vacilación resultarían formas de gobierno imperiales en cuatro ocasiones, uno en Brasil de setenta años, uno en Haití y dos en Mjéxico. Pero varios intentos monárquicos en casi todos los países.

Napoleón había sido derrotado por una coalición monárquica de Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia. El Tratado de París en 1814, el Congreso de Viena de 1815 y el protocolo de Tropeau firmado en 1820 condujeron a la elaboración de la “doctrina Metternich” como un pacto de seguridad colectiva de las potencias europeas contra la revolución democrática. La ola mundial predominante del momento conducía a la monarquía, no al gobierno democrático. Sólo Estados Unidos navegaba contra la corriente restauracionista.

No obstante el auge de la ola monárquica europea, la influen¬cia de los grandes ideológos de la revolución burguesa de la Ilus¬tración no se había perdido en América Latina. La concepción hegeliana de la culminación del desarrollo de la idea absoluta en la monarquía prusiana no contaba con seguidores en América Latina como tampoco la de la encarnación de la razón y libertad en el es¬tado. En Estados Unidos la concepción práctica y sistemática de una democracia representativa provenía de Locke. Los latinoamericanos radicales habían recibido la influencia francesa más difusa y con¬ tradictoria de Rousseau. Desde el punto de vista ideológico, de to¬das maneras, la corriente mundial favorecía la instauración de go¬biernos democráticos.

Por otra parte, todavía no se había fortalecido la reacción católica fundamentalista de oposición a la democracia, al libera¬lismo y al desarrollo del capitalismo que tanto arraigaría en América Latina. La revolución de independencia en los países lati¬noamericanos tomó su inspiración en dos fuentes coantrapuestas que influirían poderosamente en el proceso ideológico del siglo dieci-nueve, la fuente de la Ilustración y la fuente del escolasticismo radical. La primera conducía a una forma de gobierno basada en la voluntad popular, la segunda a la continuación monárquica inspirada en un origen divino del poder real. No sería aventurado atribuir a esta contraposición ideológica una explicación de la debilidad de la democracia en América Latina desde el mismo comienzo de la formación de los estados-nación.

En este contexto mundial no resulta extraño que Bolívar se hu¬biera inclinado por la monarquía como una forma de gobierno apta para frenar la anarquía de los latinoamericanos, que en México, Brasil y Haití se hubieran establecido imperios monárquicos, que se hu¬bieran importado príncipes europeos de sangre aristocrática para gobernar y se hubiera intentado traer varios más de los que go-bernaron efectivamente. Bolívar consideraba que el modelo para América Latina era la monarquía inglesa y no la democracia norteamericana. Así se lo manifestó al capitán Maling en su famosa en-trevista de 1825 en el Perú y lo ratificó en varias oportunidades a los cónsules ingleses en Bogotá. Su constitución boliviana de poder presidencial dictatorial y congreso hereditario más bien resultó del fracaso de su iniciativa para importar un príncipe inglés.

Igualmente, veía inconveniente el establecimiento de un go¬bierno federal semejante al de Estados Unidos, abogaba por el apoyo incondicional de Inglaterra y se proponía convencer a las potencias europeas de que la posición de los países latinoamericanos no era hostil a las monarquías del Viejo Continente.

Hasta su disolución en 1832, la Gran Colombia se constituyó en el centro de una política interamericana que miraba más las relaciones de los países hispánicos que los demás de América. Principalmente a Bolívar se debió la idea de llegar a un tratado de “unión, liga y confe¬deración” con todos ellos en la búsqueda de una federación de países que conservaran cada uno su propia autonomía política. Bolívar soñó realmente en conformar un gran país federal muy fuerte con las excolonias españolas o con muchas de ellas. La inclusión de Estados Unidos en la confederación fue siempre motivo de mutua sospecha. Por esa razón, tanto Estados Unidos y las dos potencias europeas, Francia e Inglaterra, miraron con reservas el tratado propuesto por Bolívar.

Estados Unidos, debido a las tendencias monárquicas del Liber¬tador y a su propuesta reiterada de convertir la Gran Colombia y toda la América del Sur en un protectorado inglés (Rivas, 164; Rippy), se abstuvo siempre de comprometerse en cualquier tipo de federación o confederación, inclusive en cumplimiento de su política de la Doctrina Monroe. Los temores y objeciones de los norteamericanos influyeron poderosamente en su actitud frente al Con¬greso de Panamá. Fue, por tanto, determinante en el comienzo de las relaciones interamericanas, la selección y adopción de una forma de gobierno democrático o monárquico o de dictadura militar por las nuevas naciones.

Los ingleses, por su parte, a pesar de estar a favor de una confederación convertida en protectorado inglés de acuerdo a la propuesta de Bolívar o de una Gran Colombia gobernada por un Príncipe europeo a la muerte del Libertador, como lo propusiera el Consejo de Ministros en 1829 (Rivas, pag. 165), no se sentían se¬guros a causa de las pugnas internas suscitadas por las ideas monárquicas y dictatoriales de Bolívar.

Monarquía con príncipe europeo o protectorado inglés, consti¬tuyeron dos ingredientes substanciales en el inicio de las relaciones interamericanas frente a la política mundial. Los norteameri¬canos no solamente se oponían, para entonces, a la posibilidad de una injerencia británica o de cualquier otra potencia europea, sino que impulsaban la forma de gobierno republicana que ellos habían adoptado y que consideraban modelo para el mundo, en abierta con¬tradicción y competencia con los británicos.

Consolidar la independencia y defenderla, escoger y adoptar una forma de gobierno y asegurar un territorio, hicieron parte del mismo proceso al principio de las relaciones interamericanas. La formación y desmembramiento de la Gran Colombia; la definición de los países en el Río de la Plata con el reconocimiento de Uruguay como estado-nación; las fronteras de Brasil; las de Perú, Bolivia y Paraguay; las de Chile; y las de Centroamérica, entre los mismos países que componían la Confederación Controamericana, pero también con México, con la Gran Colombia y aún con Estados Unidos; las de México con Estados Unidos; las de Estados Unidos con Luisiana, Florida, Texas, Nuevo México y California; y las del Caribe y las Antillas, especialmente Cuba y Puerto Rico; las del Paraguay y las de Chile, constituyeron un elemento siempre presente en la construcción de las relaciones interamericanas.

Cada uno de estos conflictos de fronteras condujo a al¬guna forma de negociación, mediación o intervención de los países americanos y, en no pocas ocasiones, de las potencias europeas. Así mismo no pocas veces desembocaron en confrontaciones armadas no so¬lamente en el siglo pasado, sino muy recientemente en la primera mitad del siglo veinte.

Estados Unidos diseñó paulatinamente una política para sus relaciones con América Latina. Partieron del reconocimiento de las nuevas naciones. En 1822 estableció relaciones diplomáticas con la Gran Colombia y para 1826 había establecido relaciones con casi to¬dos los países independientes de América Latina, incluyendo el im¬perio mexicano. Su propósito fundamental radicaba en desarraigar los vínculos de las nuevas naciones con sus antiguas metrópolis y con toda Europa. El reconocimiento mutuo como naciones era un principio esencial de las relaciones interamericanas.

No se trataba de conformar una confederación, como de pronto lo soñara Bolívar. A ello se opusieron consistentemente los Presi¬dentes norteamericanos. En consecuencia, Estados Unidos planteó una táctica diferente. Primero, defender la independencia de todos los países de América sobre la base de instituciones democráticas. Segundo, establecer en el Continente tratados comerciales con la cláusula de nación más favorecida. Tercero, abrir los mares a la navegación de todos los países sin privilegios de ninguna natu¬raleza.

Para las relaciones interamericanas los tres objetivos de los norteamericanos se van a constituir en objetivos nacionales durante esta etapa. El desarrollo del comercio con Estados Unidos, para equilibrar el dominio mercantil ejercido por Inglaterra a nivel mundial. Pero también la apertura de la navegación, cuyo objetivo central radicaba en la formación de una marina mercante propia con miras a defender la autonomía del propio comercio. Si se adiciona el propósito norteamericano de defensa de la independencia, el pro¬grama continental de Estados Unidos podría haber sido adoptado por los países de América Latina sin dificultades.

La misma Gran Colombia trató en diferentes formas de salva¬guardar condiciones favorables que le permitieran formar una gran marina mercante. Rápidamente se vieron frustrados por pésimas nego¬ciaciones en los tratados de comercio con Inglaterra y Estados Unidos, principalmente después del tratado de Amistad y Comercio Gual-Hamilton-Campbell.

Sin embargo, la conformación del territorio nacional originó una serie de conflictos de Estados Unidos con los países lati¬noamericanos. Desde el principio de la nación norteamericana, Cuba fue considerada parte del territorio. Monroe le comunicaba a Jef¬ferson que “siempre he convenido en que esa isla tiene un valor ina¬preciable… de ser posible, debemos incorporárnosla”. (Conell-Smith, pag. 84). De allí se originó el principio de “gravitación política” planteado por Adams, según el cual Cuba “tendrá que caer hacia la Unión Norteamericana”. Por esa razón, se opusieron con¬sistentemente a todo intento de los países latinoamericanos, espe¬cialmente México y Colombia, por liberar a Cuba del yugo español. Algo semejante sucedía con Puerto Rico. Estados Unidos prefería que Cuba siguiera en manos de la decadente España en cumplimiento de aquel principio de “retener a la prenda en manos del más débil”.

Pero el principal conflicto fronterizo de Estados Unidos con países latinoamericanos en este período fue, sin duda, el de la frontera con México que condujo a las guerras de 1835 y 1845. De allí resultó la independencia de Texas y su anexión a la Unión Americana. En seguida vino la toma de California. Con ello se con¬sumó lo que los norteamericanos habían denominado el principio de finis Hispaniae, el fin de España. No quedaban sino las islas del Caribe.

Cuatro principios guiaron el proceso de conformación del terri¬torio norteamericana. El de “la gravitación territorial” apli¬cado a Cuba. Un segundo del “destino manifiesto”, según el cual, históricamente el país del norte estaba destinado por sus institu¬ciones y por sus condiciones raciales a ser un país grande y poderoso. Otro, el de “el fin de España”, que orientaba el despojo de las colonias españolas en Norteamérica. Y uno más denominado “retención de la prenda en las manos más débiles” con miras a ase¬gurar más fácilmente la conformación de su territorio nacional.

Estados Unidos diseñó desde el principio de su vida republicana una política de conformación del territorio que se mantuvo consistentemente hasta finales de siglo con miras a lograr un país grande y poderoso. En América Latina existió el mismo objetivo. Bolívar conformó la Gran Colombia con Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador, trató de incorporar a Perú y Bolivia para lograr una gran Confederación suramericana. La Gran Colombia, bajo su inspiración, logró firmar, para llevar adelante este propósito, tratados de unión, liga y confederación con varios países de América del Sur, incluyendo a Chile. Igualmente Rivadavia en el cono sur escudriñó estrategias para unir Argentina, Paraguay y Uruguay. Era como el producto de una conciencia de que sólo con un territorio grande se podía llegar a países poderosos. No difería, por tanto, el objetivo norteamericano con el de los latinoamericanos.

El principal obstáculo de Estados Unidos en su meta territorial fue Europa. En América Latina, las rivalidades internas con raíces en el sistema colonial español. Los norteamericanos lo superaron aprovechando hábilmente los conflictos europeos, pero también diseñando hacia México una política consistente. No sucedió así en América Latina, en donde fracasó rápidamente ese intento y perdió continuidad la política territorial.

No era en ese entonces Estados Unidos la potencia económica y política del mundo. Inglaterra dominaba la navegación, monopolizaba el comercio, ampliaba su imperio colonial, había llegado a ser la primera potencia militar después de la derrota de Napoleón, se había convertido en el centro de la revolución industrial e ini¬ciaba la expansión capitalista de la inversión directa en empresas de otros países. España había entrado en decadencia después de la pérdida de sus colonias americanas y Francia se esforzaba por no perder la competencia por la hegemonía mundial con Inglaterra. Para finales de siglo el imperio inglés se extendía a todos los continentes sin excepción con colonias, dominios, protectorados, condominios y presencia portuaria.

Estados Unidos no desarrolló en este período una política colonialista de gran potencia hacia América Latina. Bolívar se equivocó confundiendo la potencialidad norteamericana territorial y económica con una política colonialista por parte de Estados Unidos. La guerra con Mé¬xico fue el resultado de la ambición sobre territorios que habían pertenecido a España, pero que habían comenzado a desmembrarse, por fuerza de la colonización espontánea, del dominio mexicano. Pero la doctrina del “destino manifiesto” no parece haber llegado al extremo de lanzarse a la conquista de México.

En cambio, la injerencia inglesa en América Latina fue notoria durante este período. Los británicos se apoderaron de Belice, se establecieron en la Mosquitia, crearon conflictos intervencionistas en Yucatán, entraron en contradicción con Venezuela por la Guayana, fueron acusados de haber instigado la guerra del Pacífico a favor de Chile, tomaron partido en el Río de La Plata y se quedaron con Las Malvinas. Como producto de las intervenciones permanentes de Inglaterra en América, Estados Unidos mantuvo relaciones tensas con los británicos, cuyo origen naturalmente provenía de dos guerras con la antigua metrópoli. Pero, además, trataron en todas las for¬mas de obstaculizar los tratados de comercio de los países lati¬noamericanos con Estados Unidos por considerarlos un desafío a la hegemonía mundial que ejercieron hasta bien entrado el siglo veinte.

Por una parte la Doctrina Monroe, de origen norteamericano y aplicable a toda América, y por otra parte los Congresos y Conferencias en búsqueda de una forma de unión o colaboración entre los países, de iniciativa latinoamericana, son los elementos determinantes en la conformación de relaciones interamericanas en el período que llega hasta la guerra hispano-norteamericana.

La aplicación de la Doctrina Monroe no fue uniforme. Estados Unidos navegó en un mar de contradicciones en la defensa de la in¬dependencia americana frente a las potencias europeas. Por una parte, las conveniencias de sus relaciones internacionales carac¬terizadas por un tire y afloje con Inglaterra y Francia, fundamen¬talmente debido al interés básico de la consolidación de su terri¬torio. Por otra parte, las diferentes tendencias políticas y sociales que tan agudamente se enfrentaban en el país del Norte, especialmente respecto del candente problema de la esclavitud, influyeron o en agudizar tendencias expansionistas o en reaccionar contra zonas latinoamericanas con población negra esclava o liberada. Ambos factores nublaron el panorama de aplicación de la Doctrina Monroe.

Inicialmente la defensa a ultranza del derecho divino de los monarcas y emperadores proclamada por la Santa Alianza, definió claramente las condiciones de aplicación de la Doctrina Monroe en defensa de la independencia americana y de la generalización de go¬biernos democráticos. Pero en la década del cincuenta, a medida que se acercaba la guerra civil, perdía actualidad en los medios políticos norteamericanos. Solamente después de la Guerra de Sece¬sión volvió a recuperarse el sentido americanista de la Doctrina Monroe, pero su significado original duraría ya muy poco.

Muy posiblemente la aplicación más contundente de la Doctrina Monroe tuvo que ver con la intervención de Estados Unidos contra la injerencia pro-monárquica de los franceses en México que dio al traste con el reinado de Maximiliano en 1867. Fue su más ajustada aplicación. En seguida, la reconstrucción del Sur, la colonización del Oeste y la gran revolución industrial en el Norte, modificaron radicalmente su contenido en el contexto de las relaciones interamericanas.

Si Estados Unidos tenía como preocupación fundamental mantener fuera de América a las potencias europeas y establecer una zona amplia de comercio libre, en América Latina las aspiraciones iban más allá, a la conformación de una gran confederación de habla hispana. La Gran Colombia, con Bolívar al frente, se propuso lograr esa meta grandiosa. En ello consistió el primer paso de las relaciones latinoamericanas.

Para 1822 la Gran Colombia había firmado tratados de confe¬deración con Perú y Chile. En 1823 se firmó con México y en 1825 la Convención Torrens-Gual que ampliaba el tratado de Ligas y Confe¬deración Perpetuas. Aunque no se logró tratado semejante con las Provincias Unidas de Centroamérica por las diferencias sobre el concepto de arbitraje, pudo firmarse uno de conciliación en 1826. No fue posible obtener un acuerdo con el Estado de Buenos Aires de¬bido a que Bernardino Rivadavia defendía una alianza también con los europeos que defendieran la independencia, como en su concepto lo era Inglaterra. Sólo se firmó un pacto de amistad y defensa.

Toda esta política conducía a la Asamblea de Plenipotenciarios propuesta por la Gran Colombia en 1823. En ella se pretendía obtener cinco propósitos: consolidar la alianza y confederación de países independientes con territorios propios; definir el principio del uti possidetis juris para fijar las fronteras territoriales de lo que había sido la división de las antiguas colonias españolas y portuguesas; los derechos de los individuos en los distintos países y las formas del comercio que podrían utilizar; fijar una reunión para Panamá; el pacto no interferiría las relaciones interna¬cionales de cada uno de los comprometidos. En el fondo, se es¬tablecía una alianza y confederación perpetua, se mantenía la uni¬formidad ante las potencias neutrales y se formaba una fuerza con¬tra España. Era la propuesta del Dn. Pedro Gual, Ministro de la Gran Colombia.

Como el propósito fundamental de la política grancolombiana apuntaba a la formación de la confederación de los países de raíz hispana, cuando fue a convocarse el Congreso de Panamá que estaría destinado a la realización definitiva de este gran objetivo, la participación de Estados Unidos se convirtió en objeto de aguda polémica. Lo contradictorio del asunto fue que Bolívar, al mismo tiempo que se oponía a la participación de Estados Unidos, defendía la incorporación de Inglaterra a la alianza americana. Y Rivadavia, por su parte, se inclinaba por la integración de ambos.

Pero resultó ser más contradictoria la actitud de Estados Unidos y de Inglaterra, una vez se definió invitarlos a ambos. Tan agudo resultó el debate en el Congreso norteamericano que los delegados, escogidos finalmente, no alcanzaron a llegar a tiempo a las sesiones de Panamá. E Inglaterra, para no profundizar sus diferencias con los norteamericanos, sólo participó como país observador. Ninguno de los dos veía con buenos ojos la propuesta bolivariana de formar una entidad independiente, con ejército independiente y con la unificación de la moneda, así fueran sus intenciones las de defender a América. No parecen haber existido condiciones políticas y territoriales para establecer una entidad del tipo de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte en la segunda década del siglo diecinueve. No puede olvidarse que Bolívar tuvo en mente atacar al imperio brasileño, intervenir en el Río de la Plata y derrotar al dictador Francia en Paraguay.

Panamá fue un fracaso, por la poca asistencia de los países americanos y por la ineficacia de los acuerdos firmados. A renglón seguido surgieron conflictos en México, en Gran Colombia y en Perú. Los acuerdos del Congreso ni siquiera quedaron en letra muerta. Ni la situación política, ni el desarrollo económico, ni el carácter de los conflictos, ni las propuestas de confederación, se adecuaban a unos países embrionarios, en cada uno de los cuales de antemano se habían establecido tradiciones culturales específicas no fáciles de compaginar. Una propuesta como la de un ejército permanente de 60.000 hombres resultaba utópica, así como la de una armada naval común. La escuadra del Pacífico quedaría al mando del Perú; la del Atlántico con dirección plural de tres comisionados, cada uno de los cuales gozaría de inmunidad. Teóricamente, el Congreso de Panamá se adelantó más de un siglo a principios de las Naciones Unidas. Pero en la realidad concreta, resultaron impracticables para un continente en formación política y económica.

Panamá no se hizo famosa sólo por haber albergado el más importante de los congresos interamericanos del siglo XIX, sino por las posibilidades de un canal interoceánico que uniera el Atlántico con el Pacífico, meta anhelada por América y Europa. Desde la conquista española se elaboraron proyectos para unir los dos océanos con un canal. Pero las exigencias de un comercio cada vez más internacionalizado como efecto del desarrollo capitalista en Europa y América, hicieron más apremiante su construcción.

El interés estadounidense en el canal acentuado a medida que los intereses económicos hacían más urgente la conexión del este y oeste de Estados Unidos especialmente después del descubrimiento de las minas de oro en California, puede ser un elemento de explicación de la agresiva política de este país en Centroamérica a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX. En la etapa siguiente la actuación norteamericana en esta región del continente determinarán en gran medida las relaciones interamericanas. En la presente, el proyecto del canal apenas produjo escaramuzas, negociaciones e intervenciones momentáneas por parte de Estados Unidos.

Sin embargo, el solemne compromiso norteamericano incluido en el Tratado Mallarino-Bidlack de 1846 entre Nueva Granada (Colombia) y Estados Unidos —con grandes ventajas comerciales para el país del Norte—, de mantener la neutralidad del istmo y respetar la soberanía colombiana sobre él, duraría solamente sesenta años. El Tratado estipuló que: “Estados Unidos también garantizan del mismo modo, los derechos de soberanía y propiedad que Nueva Granada tiene y posee sobre dicho territorio (istmo de Panamá).”(1) Theodore Roosevelt volvería añicos el Tratado Mallarino-Bidlack en 1903, sin ni siquiera inmutarse, anexándose la zona del Canal y convirtiendo a Panamá en una especie de protectorado.

No fue el Congreso de Panamá el único esfuerzo adelantado por los americanos para establecer principios de unión, de colaboración o de acción colectiva. Cuatro conferencias más se celebraron antes de la guerra hispano- norteamericana, dos en Lima, una en Santiago de Chile y la última en Washington. Podría decirse que, en último término, se dirigieron a establecer principios de defensa frente a guerras externas e internas y elementos de relaciones comerciales entre los países americanos.

Los acuerdos aprobados en el Congreso de Lima de 1847 no fueron ratificados por ninguno de los países asistentes. Lo mismo sucedió con las resoluciones adoptadas en el Congreso de Lima de 1864, convocado para tratar la agresión de España contra Perú. El Congreso Continental adquirió un significado diferente, porque enfrentó por primera vez una amenaza directa de Estados Unidos contra un país americano en la guerra de México y en la intervención del filibustero Walker en Centroamérica. Por primera vez se estableció un principio de arbitraje. Como en el anterior, ninguna de las resoluciones fue ratificada por los gobiernos participantes.

La reunión de Washington en 1890 se convirtió en la Primera Conferencia Internacional de Estados Americanos, la cual adquiriría un significado especial por las circunstancias que dieron origen a una nueva etapa de las relaciones interamericanas. Allí se establecieron dos oficinas, la de la Unión de Repúblicas americanas y la Oficina Comercial de las Repúblicas americanas. Como se verá, sus conclusiones resultaron inocuas.

Aparte del reconocimiento mutuo como estados naciones independientes y soberanas y de la discusión de una serie de principios teóricos sobre las relaciones entre los países americanos, el sistema interamericano ni se estableció ni funcionó. Las diferencias de desarrollo económico no constituyeron un elemento importante en estas relaciones como sí lo van a significar en la etapa siguiente. Pero políticamente, la variabilidad de los países latinoamericanos y su inconsistencia frente al sistema democrático de gobierno establecieron una distancia significativa entre Estados Unidos y el resto de América. No solamente por haberse establecido monarquías, sino por la asiduidad de golpes de estado y gobiernos dictatoriales en América Latina. A diferencia de lo que sucedería en el futuro, las distancias económicas no se erigieron en un obstáculo para las relaciones interamericanas, pero los conflictos políticos afectaron más las relaciones entre los países de América Latina que de estos con Estados Unidos. Fue una etapa de tanteo, análisis, conocimiento y primeros intentos de establecer un sistema interamericano.

Segunda etapa: el intervencionismo norteamericano determina las relaciones interamericanas, 1890-1939

Las relaciones interamericanas hasta la guerra civil nortea¬mericana corrieron por dos cauces relativamente separados, el de Estados Unidos con la Doctrina Monroe y el de los países lati-noamericanos dirigido a buscar una unidad basada en la cultura y la tradición. Con posterioridad a la Guerra de Secesión, Estados Unidos trató de tomar la iniciativa en colocar la Doctrina Monroe como guía de las relaciones interamericanas por un cauce unificado. Pero los hechos históricos acaecidos al final del siglo, modifi¬caron substancialmente el contexto en que se moverían las relaciones entre los países americanos.

Lentamente fue desapareciendo o diluyéndose la amenaza europea contra la independencia; los territorios habían llegado a límites definidos; con los tratados de liga, unión y confederación no se había alcanzado nada concreto; los intentos de mediación, conci¬liación y arbitraje no habían sido muy exitosos; y las condiciones para un sistema interamericano distaban mucho de obtener una formu-lación efectiva. Ni el Congreso de Panamá, ni las Conferencias de Lima, ni los tratados defensivos de Washington y Lima habían tenido repercusiones trascendentales sobre las relaciones interamericanas. Pero con todo, los intentos de establecerlas continentalmente partían de una condición necesaria para el futuro, la conformación de los estados naciones que fue consolidándose a lo largo del siglo XIX.

La Guerra hispano-norteamericana de 1898 modificó substancialmente la situación. Primero, Estados Unidos surgió como una potencia económica con ambiciones colonialistas. Segundo, las relaciones in¬teramericanas empezaron a girar en torno al poderoso país del Norte y a sus acciones en América Latina. Tercero, unas veces por su¬misión, otras veces por reacción, América Latina fue diseñando una política interamericana defensiva basada en la no intervención y en la no injerencia.

Cada una de los tres períodos en que se divide esta etapa adopta el nombre de una política norteamericano específica. El big stick (gran garrote) y la diplomacia del dólar se extienden desde Theodore Roosevelt hasta la llegada de Woodrow Wilson a la presi¬dencia de Estados Unidos. Con la política del new deal (nuevo trato), Wilson intenta modificar la imagen del gran garrote, con resultados completamente contrarios. Y finalmente entre Hoover y F.D. Roosevelt diseñan la política good neighbor (buen vecino) con mejores resultados.

En la década del 90 lo que había constituido el principio del Destino Manifiesto de Estados Unidos para conformar su territorio fue transformándose en toda una tendencia colonialista. Todos los países europeos con desarrollo económico poseían colonias en Asia, Africa y América. El Imperio Alemán, recién constituido, iba a con¬vertirse en una amenaza para el mundo en pos, precisamente, de cons¬truir su imperio colonial. Pero Estados Unidos, que intentaba abrirse paso hacia el Pacífico, conectar sus dos costas por el mar a través de un canal interoceánico, consolidar una zona de influen-cia económica y competir ventajosamente con Europa en el poderío mundial, no contaba con colonias al acercarse la última década del siglo XIX.

Las teorías de Josiah Strong, de Alfred Thayer Mahan y Henry Cabot Lodge, aparecidas y ampliamente difundidas en la década del noventa, en obras como Our Country, Expansion under New World Conditions, Forum y otras, contribuyeron decisivamente a formar una conciencia colonialista con el criterio de que Estados Unidos debía convertirse en potencia mundial. Su base teórica partía de la supe¬rioridad anglosajona y del destino manifiesto de los norteamericanos en la salvación de la humanidad. Los objetivos preferidos de esta teoría colonialista eran el Caribe, México, Centroamérica, Fili¬pinas, Hawai y China. No se trataba ya, por tanto, de un expan¬sionismo tendiente a la conformación del territorio nacional, sino del poderío global colonialista en América y ultramar.

Sin embargo, a finales del siglo XIX ya no era lo mismo cons¬truir un imperio colonial que un siglo antes. América no se encon¬traba en las mismas condiciones de Africa. América venía de un siglo de independencia y de construcción de estados en el estricto sentido moderno del término. Hacerse a los países latinoamericanos y convertirlos en colonias no constituía un objetivo fácil. Pero Estados Unidos contaba con un arma que llegarían a utilizar más eficazmente que los europeos en la en la construcción de su imperio colonial, el poder del capital financiero, el auge del dólar que competía ya exitosamente con la libra esterlina y el franco. En dos décadas, la última del siglo XIX y la primera del siglo XX se con¬solidaron grandes imperios monopolistas en carbón, acero, petróleo y surgieron inmensos trust financieros. El poderío económico norteamericano recién estrenado en el mundo, imprimiría un sello de supremacía y de arrogancia a las relaciones de Estados Unidos con los países latinoamericanos sumidos en intrincados conflictos de política interna y con unas economías que no despegaban de su atraso secular.

Mirada en perspectiva, no parece que la convocatoria a la Primera Conferencia Internacional de Estados Americanos de 1889 en Washington, a la que, por primera vez, acudieron todos los países de América, con la excepción de República Dominicana, hubiera sido una coincidencia. Estados Unidos tomaba la iniciativa de convocar los países americanos para ponerse de acuerdo en una política con¬tinental.

Respondía esta iniciativa a una renovada idea de panamerica¬nismo que reflejaba la intención de tomar la dirección política del continente americano como efecto del poderío económico producto de su vertiginoso desarrollo económico y financiero. El gobierno norteamericano hizo todos los esfuerzos por deslumbrar a los dele¬gados con su adelanto tecnológico en una excursión de casi mil kilómetros en tren. No había un país en la tierra que pudiera mostrar semejante red de comunicaciones. Su significado simbólico en el contexto de las relaciones interamericanas no se escapa, no importa que el objetivo económico de una unión aduanera no se hu¬biera materializado, debido, principalmente, a la oposición de Ar¬gentina.

El Presidente McKinley, no solamente lanzó el país a la guerra contra España para defender los intereses norteamericanos —tales como el comercio, las inversiones, la paz —, sino también derrotar a España para apoderarse de Filipinas, Puerto Rico y Guam. Así lo logró en el tratado de París de 1899. La política del gran garrote había comenzado. Theodore Rossevelt no hizo sino continuarla y darle su verdadero sentido con lo que se ha llamado el Corolario Roosevelt, su política hacia Cuba, su injerencia en República Do¬minicana y Panamá y la toma de la zona del Canal.

Puede considerarse la Enmienda Platt como el primer paso en una cadena intervencionista norteamericana, primero en el Caribe, después en América Latina. Aprobada en el Congreso de Estados Unidos en 1901 recién posesionado Theodore Roosevelt, como una condición para el retiro de las tropas norteamericana acordado en el tratado de París, fue impuesta a Cuba e incorporada a su propia Constitución. Por primera vez en América Latina, una cláusula in¬tervencionista de una potencia extranjera quedaba elevada a norma constitucional. Mediante ella, Estados Unidos adquiría el derecho de intervenir en el país caribeño en defensa de su independencia y para la protección del orden. Además, la enmienda permitía a Es¬tados Unidos mantener una base naval en territorio cubano.

Este fue el origen de la base naval de Guantánamo. Las tropas norteamericanas no se retiraron ni siquiera después de derogada la Enmienda en 1934 y todavía hoy se encuentran en poder de la base. La Enmienda Platt significó la derrota definitiva de la lucha por la independencia nacional de Cuba que habían llevado a cabo patrio¬tas cubanos como Máximo Gómez, Antonio Maceo, José Martí y Calixto García en la Guerra de los Diez Años. Pero también significó un cambio de la Doctrina Monroe y el comienzo del intervencionismo norteamericano en América Latina.

Theodore Roosevelt enunció el Corolario a la Doctrina Monroe en su mensaje anual al Congreso de 1904. Según él, Estados Unidos se erigía en “una potencia de policía internacional” con el fin de mantener el orden hemisférico y proteger los ciudadanos norteameri¬canos y sus negocios en el extranjero. El Corolario Roosevelt, además de haber significado el viraje definitivo de la Doctrina Monroe hacia el intervencionismo, imprimió un sello de justifi¬cación a todas las invasiones de tropas norteamericanas de 1898 a 1930.

Desde la primera intervención militar en Cuba a finales del siglo diecinueve hasta la invasión de Nicaragua en 1926, Estados Unidos realizó no menos de veinte expediciones militares en el Caribe y Centroamérica. Pero no habían sido las primeras. En las cuatro décadas que van de 1850 a 1890, del siglo pasado Estados Unidos había inter¬venido directa o indirectamente en casi todos los países de América Latina, incluyendo los del cono sur, pero especialmente en Panamá y Nicaragua. En algunos de ellos, como en Colombia en 1885, a petición de las mismas autoridades nacionales. Pero, tanto las aventuras del pirata Walker en Nicaragua como los negocios del ferrocarril de Panamá y del llamado “incidente del melón”, en el que murieron varios norteamericanos en Colón, ni tampoco el auxilio prestado al Presidente Núñez de Colombia, o el auxilio prestado a ciudadanos norteamericanos en varios países pueden considerarse producto de una política colonialista dirigida a establecer un dominio militar, político o económico sobre los territorios intervenidos. El nuevo carácter de las excursiones militares norteamericanas posteriores a la guerra hispano-norteamericana posee un carácter diferente y obedecen a la trans¬formación sustancial sufrida por la Doctrina Monroe.

La Doctrina Monroe queda despojada de su sentido primigenio en el período que se extiende entre la Enmienda Platt y el Corolario Roosevelt, es decir, entre 1901 y 1904. El bloqueo angloalemán a Venezuela define la nueva situación. Venezuela había sido bloqueada por las fuerzas combinadas de Inglaterra y Alemania en 1902, a las que posteriormente se unirían las de Italia, para forzarla a pagar obligaciones financieras. El secretario de Estado de Roosevelt, John Hay, dio vía libre a la intervención europea con la condición de que no se convirtiera en adquisición de territorio. El gobierno de Roosevelt no podía condenar la intervención europea precisamente porque sus puntos de vista coincidían con las intenciones de las potencias europeas. No importa que el gobierno norteamericano, por las presiones de la opinión pública, hubiera modificado su posi¬ción, la declaración misma y la política adoptada por Roosevelt en América Latina, dejaron sin piso el principio fundamental de la Doctrina Monroe. De ahí en adelante esta sería considerada en América Latina como la justificación de las intervenciones nortea¬mericanas en el continente.

Panamá representa el caso dramático que sintetiza la interven¬ción militar y la injerencia política y diplomática de Estados Unidos en América Latina durante este período, uno por medios mi¬litares y otro por medios diplomáticos y financieros. El 13 de noviembre de 1903 Panamá le entrega parte de su territorio a los norteamericanos para la construcción del canal interoceánico y el derecho de intervención a perpetuidad con la firma del Tratado Hay-Bunau Varilla, solamente una semana escasa después de haber declarado su independencia de Colombia y sólo a cuatro meses —el 13 de junio— de haber sido pactado por el famoso personaje estadounidense de este episodio, Nelson Cronwell, la maniobra en las oficinas del propio presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt. Estados Unidos se anexaba la zona del Canal mediante una maniobra política que le daba el control sobre Panamá.

Dos años después las tropas norteamericanas desembarcaban en República Doninicana. Y en 1909 se sucede la primera intervención directa en Nicaragua para apoyar un gobierno de su beneplácito. McKinley, Roosevelt y Taft, cada uno en su momento, con su estilo, con sus propósitos específicos, intervinieron militarmente, se in¬miscuyeron en la política, desarrollaron la diplomacia del dólar y utilizaron acá y acullá el gran garrote sin contemplaciones. Las relaciones interamericanas quedarían signadas por estos hechos para todo el siglo.

Gran garrote de Theodore Roosevelt o Diplomacia del dólar de Taft, am¬bas políticas tuvieron el mismo sabor. Mediante la primera Estados Unidos se erigía en “policía internacional”. Con la segunda el país del Norte surgía como impulsor de la modernización y del progreso. Se trataba de sacar de la quiebra a los países latinoamericanos y ponerlos “en el camino del progreso, de la paz y de la prosperi¬dad”. Para ello, no importaba cualquier descarada intervención. Era algo así, como modernizarlos a punta de “gran garrote”.

Woodrow Wilson proclamó desde el primer momento de su posesión a la presidencia de Estados Unidos su oposición a la política del gran garrote y a la diplomacia del dólar. Su tradición intelectual lo comprometía con principios fundamentales como la autodetermi¬nación de las naciones, el pacifismo, la buena conducta en el trato internacional y con una nueva visión de Estados Unidos en el mundo. A su política la denominaron “la diplomacia misionera”, para carac¬terizar su interés en promover la seguridad norteamericana en un mundo convulsionado por la Primera Guerra Mundial, pero también para definir su visión internacionalista de promotor de la paz en las negociaciones del Tratado de Versalles y en la organización de la Sociedad de Naciones.

Su discurso de Mobile en 1913 se hizo famoso por el giro que en él dió a las relaciones internacionales de Estados Unidos y por el rechazo dado a la “diplomacia del dólar” en China y en América Latina. Como efecto de la revolución rusa, Wilson levantó la ban¬dera mundial contra el comunismo en defensa de la democracia occi¬dental. Su política internacional inició “el nuevo trato” que más tarde Franklin D. Roosevelt aplicaría también a su política in¬terna.

Pero el “nuevo trato” fracasaría en su política para América Latina. Y fracasó porque Wilson navegaba entre su política mora¬lista y su visión financiera. En Mobile había dicho “los estados latinoamericanos han sufrido más imposiciones en la forma de prés¬tamos que ningunos otros pueblos del mundo,” pero una década antes había escrito “los ministros de Estado deberán salvaguardar las concesiones que hayan obtenido los financistas, aun cuando haya que arrollar la soberanía de naciones que no quieran someterse de buen grado.”(2)

En Wilson pudo más la defensa de los intereses financieros de su país que sus escrúpulos moralistas. En 1915 intervino en Haití y lo convirtió en un protectorado norteamericano. En 1916 ocupó con los marines la República Dominicana y de ahí en adelante hasta 1930 todas las elecciones fueron vigiladas por las fuerzas norteameri¬canas. Así resultaría en la Presidencia Rafael Leonidas Trujillo e iniciaría la dictadura de su familia que se prolongaría por treinta años. Wilson también llevó a cabo dos intervenciones militares en México que irían a tener honda repercusión en el contenido de las relaciones interamericanas.

Lo que puso a prueba la moralidad de Wilson fue la Revolución Mexicana. Probablemente con la mente puesta en los desórdenes de México, propios de toda revolución, Wilson declaraba en marzo de 1913 que “tendremos estos principios como la base de mutua relación, de respeto, y ayuda con nuestras hermanas repúblicas y entre nosotros mismos.” Se refería a que “un gobierno justo des¬cansa siempre en la aprobación de sus gobernados y en que no puede haber libertad sin un orden basado en la ley, en la conciencia y aprobación pública.” Y añadía “someteremos nuestra influencia de todo tipo a la realización de estos principios en la práctica y en los hechos, conscientes de que el desorden, la intriga personal y el desafío a los derechos constitucionales debilitan y desacreditan los gobiernos…No podemos tener simpatía por aquellos que se toman el poder para defender sus intereses y ambiciones personales.” (3)

En la revolución mexicana se operaron varias tomas del poder, no se respetó la constitución, intervinieron toda clase de intere¬ses y ambiciones, el desorden fue parte natural de una lucha a muerte por el poder y casi siempre primaron las fuerzas anti- norteamericanas, no ajenas al resentimiento dejado por las guerras entre los dos países en el siglo XIX. Para la teoría de Wilson no había alternativa distinta a la de hacer valer sus principios. En¬tonces ordenó ocupar el puerto de Veracruz el 21 de abril de 1914 sin la aprobación del Congreso. Y en su defensa de la ocupación ar¬gumentó la necesidad de proteger el pueblo mexicano pobre, opri¬mido, desamparado y sin participación alguna en el proceso político. Y de nuevo en 1916 envió al Brigadier Pershing en busca de Pancho Villa a territorio mexicano para castigarlo.

La ocupación de Veracruz y la expedición de Pershing consti¬tuyen la primera intervención norteamericana en defensa de la democracia, del orden y del pueblo oprimido latinoamericano. Wilson intervendría una vez más en República Dominicana en 1915; volvería a Nicaragua e iniciaría una tercera en Haití para mantenerlo como protectorado. En este país Wilson impondría una nueva Constitución, cuya autoría reclamó Franklin D. Roosevelt, entonces Secretario ad¬junto de Marina de Wilson. (4)

Pero el verdadero sentido de las acciones de Wilson tenían que ver con los intereses estratégicos de Estados Unidos en México y, en último término, con los intereses petroleros. México estaba pro¬duciendo más de cien millones de barriles de petróleo y una deuda de más de quinientos millones de dólares, cuyos intereses alcan¬zaron al terminar la revolución en 1920 a doscientos millones de dólares. También por razones estratégicas Wilson compraría a Dina¬marca las islas Vírgenes.

En los episodios mexicanos los gobiernos del grupo ABC, com¬puesto por Argentina, Brasil y Chile, a los que se unió Uruguay, apoyaron a Estados Unidos. Esta actitud pro norteamericana entre los países de América Latina no iba a ser excepcional, aun en medio de los peores atropellos. Brasil había apoyado expresamente el Coro¬lario Roosevelt. Uno de los prohombres de Colombia, Rafael Uribe Uribe, solamente a tres años de la pérdida de Panamá a manos del país del Norte, al terminar la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro de 1906, concluía su informe oficial al gobierno con esta hiperbólica loa a Estados Unidos:

“contra los pronósticos pesimistas de muchos que auguraban una política egoísta, absorbente e imperiosa de los Estados Unidos de América en el seno de la Conferencia, … la conducta de los representantes de la república del Norte ha sido inspirada en su conjunto, como en el más insignificante de sus detalles, por el más elevado, noble y desinteresado amor al bienestar común. … El gran trust panamericano, predicho por algunos, bajo la dirección de Estados Unidos, no ha parecido por ninguna parte. La delegación norteamericana ha dado esta vez el inesperado espectáculo de hacerse amar irresistiblemente, aun de sus adversarios naturales.” (4)

En vísperas de la aplicación del gran garrote de Roosevelt contra Colombia, uno de los negociadores del canal de Panamá con Estados Unidos e inmediatamente después elegido Presidente del país, el general Rafael Reyes, declaraba en su discurso a la Segunda Conferencia Interna¬cional de Estados Americanos celebrada en México en 1901:

“los norteamericanos han contribuido a disipar, no sólo en nuestro continente, las tinieblas, sino en el mundo entero; ellos son un poder civilizador, y no hay por lo mismo que temerlos como conquistadores ni como expoliadores. Ellos han plantado el estandarte de la libertad y del progreso en Cuba, Puerto Rico y Filipinas: ellos son la humanidad selec¬cionada.” (5)

No acababan de pasar los hechos de Panamá, estaba fresco el rechazo de los norteamericanos a la doctrina Drago y su condena por la Corte de la Haya, no habían salido de Cuba, cuando Estados Unidos convoca la Conferencia de Washington de 1907 para firmar un tratado de paz y amistad con los dictadores centroamericanos. A la conferencia acudieron el dictador de México, Porfirio Díaz, el de Guatemala, Manuel Estrada Cabrera, y el de Nicaragua, José Santos Zelaya. De allí resultaría la doctrina Tobar, propuesta por el diplomático ecuatoriano Carlos Tobar, según la cual los países cen-troamericanos sólo reconocerían gobiernos libremente elegidos, cláusula a la cual se acogió inmediatamente Estados Unidos para in¬tervenir a su gusto en América Central, principalmente en Nicaragua, no obstante no haber firmado el Tratado ni haber propi¬ciado la doctrina Tobar.

Estados Unidos siempre contó en los países latinoamericanos con aliados incondicionales que le permitieron su injerencia en los asuntos internos y sus intervenciones militares. Baste con men-cionar a Batista en Cuba, a la familia Trujillo en República Do¬minicana, a los Somoza en Nicaragua, cada uno de ellos apoyado por sectores dirigentes antinacionales. Para el poderoso país del Norte nunca importó que representaran los intereses más antidemocráticos y más antipopulares.

Al terminar la Primera Guerra Mundial, América Latina inicia un proceso de reacción contra el intervencionismo militar nortea¬mericano y contra su hegemonía económica en el área. En la Sociedad de Naciones los países latinoamericanos trataron de bloquear el artículo 21 del Pacto que mencionaba la Doctrina Monroe como un el¬emento de preservación de la paz en el Hemisferio, precisamente por las funestas consecuencias que habían resultado de su Corolario enunciado por Theodore Roosevelt.

Pero fueron las conferencias panamericanas posteriores a la Guerra las que dieron la pauta. La protesta de México no asistiendo a la Conferencia de Santiago de Chile en 1923, con una actitud muy diferente a la demostrada por el gobierno colombiano en 1906 des¬pués de la pérdida de Panamá, sentó un precedente decisorio. Pero donde se iniciaría la ofensiva latinoamericana contra la política intervencionista de Estados Unidos y de injerencia permanente en los asuntos de estos países, fue en la Conferencia de 1928 en La Habana. Este esfuerzo culminaría en las Conferencias de Montevideo en 1933, de Buenos Aires en 1936 y de Lima en 1938, no obstante que, para las dos últimas, Estados Unidos estaría enfrentado a Mé¬xico por las expropiaciones petroleras y de propiedades agrícolas norteamericanas.

El primer paso definitivo fue dado con el artículo 8º del Tratado de Derechos y Obligaciones de las Naciones, firmado en la Conferencia de Montevideo por Cordell Hull, Secretario de Estado norteamericano, que a la letra rezaba: “ninguna nación tiene dere¬cho a intervenir en los asuntos internos o externos de otra.” Como Hull colocó a renglón seguido que la política de Estados Unidos se basaría en “el derecho de las naciones tal como está generalmente reconocido y aceptado,” con lo cual dejaban la duda de si seguirían interviniendo en protección de vidas y propiedades de ciudadanos de Estados Unidos en América Latina.

El segundo paso lo constituyó el “Protocolo adicional rela¬tivo a la no intervención”, firmado en Buenos Aires, el cual no dejó duda alguna sobre el compromiso adquirido por Estados Unidos. Este famoso texto de tanta trascendencia en las relaciones inter¬americanas es muy simple: “las Partes Contratantes Principales declaran inadmisible la intervención de cualquiera de ellas, di¬recta o indirectamente, y fuere cual fuese la razón, en los asuntos internos y externos de cualquiera de las otras Partes.”

Más adelante, en la Carta de la Organización de Estados Ameri¬canos, se reformularía este principio. En lugar de “Partes Contratantes” se habla de “Estados o grupos de Estados”; la inad-misibilidad de la intervención se reemplaza por el concepto de no tener derecho a intervenir; y lo hace más explícito al incluir cualquier otro tipo de injerencia como intervención; pero, además, adiciona otro principio que enuncia la prohibición de utilizar me¬didas coercitivas de carácter económico y político. La Carta diría:

“Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho de intervenir, directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier otro. El principio anterior excluye no solamente la fuerza armada, sino también cualquier otra forma de injerencia o de tendencia atentatoria de la personalidad del Estado, de los elementos políticos, económicos y culturales que los constituyen.”

Tanto en uno como en otro, la no intervención fue un compromiso, pero carente de mecanismos de “acción colectiva” para hacerlo efi¬caz.

Haberse comprometido con el principio de no intervención sig¬nificaba un cambio substancial de la política norteamericana en las relaciones interamericanas. Una serie de factores determinaron ese cambio: el fracaso de las experiencias intervencionistas; la pre¬sión de los países latinoamericanos; el éxito de una política de crédito, inversión directa y tratados comerciales en América Latina; y la pavorosa crisis económica del 30.

Por su parte, Hoover había visitado diez países latinoameri¬canos en 1928, y el más prestigioso dirigente del Partido Democráta, F.D. Roosevelt, entonces gobernador de New York, había fijado unas nuevas pautas para las relaciones in¬teramericanas que podrían resumirse en tres, ganarse de nuevo la buena voluntad de América Latina; remplazar la intervenciones ar¬bitrarias por rela¬ciones de comercio; y buscar una forma de coope¬ración en el hemis¬ferio.

Con la firma del compromiso de no intervención por el Secre¬tario de Estado de F.D. Roosevelt se inicia el último período de las relaciones de Estados Unidos con América Latina en esta etapa, la de la política del buen vecino. En esencia significa la mate¬rialización de los principios enunciados por F. D. Roosevelt. Apuntaba a poner término a “la agresión norteamericana —territo¬rial y finan¬ciara—” y a conducir las naciones latinoamericanas “a una especie de asociación hemisférica en la cual ninguna república obtendría indebida ventaja.” (7)

Roosevelt criticó la política de Wilson, no obstante haber aceptado la necesidad de la ocupación de Veracruz. Igualmente puso en duda la conveniencia de las acciones militares en Haití y Nicaragua. Expresamente rechazó la diplomacia del dólar utilizada por Hoover, su inmediato predecesor, y la política de la banca norteamericana en las tres primeras décadas de este siglo. “Los bancos de New York,” afirmaba, “ayudados por los viajes del Profe¬sor Kemmerer a varias repúblicas, obligaron a la mayoría de éstas a aceptar empréstitos innecesarios a tipos exorbitantes de interés y pagando fuertes comisiones.” (8) Kemmerer había recorrido América Latina como un reformador de la estructura financiera de los países latinoamericanos. En Colombia, por ejemplo, fue el iniciador de lo que se llamó entonces “la danza de los millones” y sus fórmulas de reestructuración del sistema financiero se orientaban a modernizar la estructura de las finanzas de tal manera que se adecuaran al manejo de los inmensos empréstitos de los financistas norteameri¬canos. Sus reformas persistirían hasta la década de los ochenta.

Roosevelt regresaba a los principios iniciales de la política hemisférica norteamericana en la búsqueda de una asociación que “desterrara el miedo de una agresión territorial o financiera” y de un acercamiento “desde el punto de vista del derecho de autodeter¬minación y del empleo de un sistema de aislamiento para el restablecimiento del orden.”

Estados Unidos siempre se opuso a una confederación política. En su ambición colonialista se convirtió en la “policía interna¬cional” hemisférica del otro Roosevelt para apoderarse de territo¬rios, para controlar económicamente y para mantener el orden. El nuevo Roosevelt insinuaba en su documento la posibilidad de es¬tablecer una “acción colectiva” destinada al restablecimiento del orden en reemplazo de la intervención armada o del chantaje fi¬nanciero. Se había operado un cambio substancial en la política norteamericana hacia América Latina el cual prepararía las condi¬ciones para una alianza hemisférica contra el fascismo en los años siguientes.

Lo que determinaba para Roosevelt la política interior y exte¬rior de Estados Unidos era la superación de la peor crisis económica posiblemente de su historia independiente. El derrumbe de una economía como la norteamericana tan sólida que llegó a considerarse invulnerable en octubre de 1929, trajo consigo la más profunda re¬cesión de este siglo. Una superproducción proveniente de la falta de consumo en un sistema de enorme concentración del capital; el proteccionismo que cerró mercados de exportación con los que se aliviara la superproducción; la expansión del sector financiero so¬bre la base de la ampliación desmesurada y desordenada del crédito que condujo a la especulación desembocada; y una depresión agrí¬cola, han sido señalados como las causas más posibles de aquella crisis económica.

Continuar en la línea de erigirse en “policía internacional” no significaba ningún beneficio económico para aliviar la crisis. Al mismo tiempo, Europa y Japón habían iniciado una ofensiva sobre América Latina, bien para conservar la influencia comercial que ya poseían ante la creciente expansión norteamericana, bien para con¬quistar nuevos mercados en medio de una competencia aguda, la cual conduciría a la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos estaba obli¬gado a buscar nuevos mercados si quería contrarrestar la contrac¬ción de su mercado interno y la superproducción que afectaba su economía. Para ello debía desplazar a los europeos y japoneses y ganarles la competencia en el continente. Se trataba de un mercado de bienes de consumo, intermedios y de capital en pleno proceso de expansión y de una zona con una inmensa capacidad para absorber capital.

El gran acierto de Roosevelt en las relaciones interamericanas consistió en comprender la inutilidad de una política colonialista en América Latina y la oportunidad que le ofrecía la región para la ampliación del mercado norteamericano. En respuesta a su viraje en la política latinoamericana, el Secretario de Estado Cordell Hull firmó el compromiso de no intervención militar en el continente, no sin antes dejar una especie de constancia histórica sobre la posi¬bilidad de seguir utilizando la injerencia diplomática.

No fue fácil poner en práctica la nueva política anticolonia¬lista. Roosevelt se negó a intervenir militarmente en Cuba y en Nicaragua. A seguir la política anterior lo presionaban tanto su subsecretario de Estado Summer Wells cuya frase “ningún gobierno puede sobrevivir un largo período sin el reconocimiento de los Es¬tados Unidos”, se habia hecho famosa, como los embajadores suyos en Cen¬troaméricano y la Guardia Nacional nicaragüense bajo la direc¬ción de Anastasio Somoza. Así mismo es modificada la política de injerencia en un instructivo del propio Welles a los diplomáticos en Centroamérica para no seguir guiándose por el Tratado General de Paz y Amistad. “Generalmente ha ocurrido”, decía el instructivo, “que ese consejo se ha considerado inmediatamente como interven¬ción, y, en efecto, a veces terminó en una verdadera interven¬ción.” (9)

Pero serían México y Bolivia los países que se constituirían en la piedra de toque de la política del buen vecino de Roosevelt. Primero Bolivia y después México expropiaron las compañías petro¬leras, basadas en la propiedad estatal del subsuelo y en conflictos con las multinacionales norteamericanas. En gran medida la política intervencionista de Estados Unidos se había sustentado en la lega¬lidad de defender las inversiones económicas y de proteger la vida de sus ciudadanos. No fue este el caso. Roosevelt exigió reciproci¬dad por parte de los dos países a su política del buen vecino, pre¬sionó una solución negociada y se abstuvo de intervenir militar¬mente.

En realidad, dispuso de muy poco espacio de maniobra diplomática. Por una parte, la opinión pública de ambos países abrigaba fuertes sentimientos antinorteamericanos y, por otra parte, la situación mundial les permitía escudarse en la protección de Alemania y Japón, los rivales de Estados Unidos. Tanto en este caso como en el de las relaciones interamericanas en general, el estallido de la Segunda Guerra Mundial modificó substancialmente la situación a favor de Roosevelt.

Progresivamente la política norteamericana de agresión militar y diplomática se fue transformando durante las dos décadas del veinte y del treinta en una política de control económico sobre el continente. Estados Unidos contaba con una punta de lanza, sus in¬versiones petroleras y agroindustriales en el Caribe, en Cen¬troamérica, en México, Venezuela, Colombia y Bolivia. Había ini¬ciado una política agresiva de crédito a través de la compra de bonos de deuda pública y privada y para garantizar su cobro había es¬tablecido el Consejo de Protección de los Tenedores de Bonos Ex-tranjeros. Y con miras a ampliar su mercado de capitales había fun¬dado el Banco de Exportación e Importación, el cual se transfor¬maría en la década del cincuenta en el Banco Mundial. Para contra-rrestar la trayectoria colonialista, lo que hace Roosevelt es apo¬yarse al máximo en estos instrumentos económicos en sus relaciones con América Latina.

Ninguna medida tan trascendental para el nuevo giro de las relaciones interamericanas como la Ley de Convenios Comerciales de 1934, la cual se enmarca dentro de las medidas para superar una crisis económica ligada a la contracción del mercado. Ella le daba medios legales al gobierno de Roosevelt para establecer tratados comerciales con los países latinoamericanos. Las medidas protec-cionistas establecidas por el Acto Legislativo Smoot-Hawley de 1930 no habían permitido acelerar su firma. Cuba, Colombia, Brasil y Argentina firmaron tratados recíprocos de comercio entre 1934 y 1938. Asignarle a Estados Unidos el tratamiento de “nación más fa¬vorecida” para equiparar el tratamiento de su comercio al de las naciones europeas; congelar las tarifas aduaneras o disminuirlas de los productos norteamericanos; liberar los impuestos protec¬cionistas de los productos primarios exportados por los países de América Latina, constituyeron ejes centrales de los tratados.

Las condiciones excepcionales del mercado internacional im¬puestas por la guerra mundial no permitieron evaluar inmediatamente las consecuencias de los tratados recíprocos de comercio. Solamente una vez se restableció la normalidad al finalizar la guerra, se sintieron los efectos demoledores de unos tratados desiguales que concedieron ventajas excesivas a Estados Unidos. Para entonces se habían convertido en un obstáculo para el desarrollo de la industria de los países signatarios debido a la competencia de las mercancías norteamericanas y habían impedido el manejo racional de los recur¬sos del Estado.

El Ministro de Hacienda de Colombia, a quien le tocó desmontar el tratado en 1948, Hernán Jaramillo Ocampo, lo consideró suprema¬mente gravoso para la economía del país. Los países latinoameri¬canos se sometieron a la apertura de sus mercados a cambio del mejoramiento de las condiciones de ingreso para sus productos pri¬marios. Roosevelt, en esencia, caía, así, en la utilización de las mismas presiones económicas indebidas de sus predecesores tan dura¬mente criticadas por él en el lanzamiento de su política del buen vecino.

Tampoco fue ejemplar el comportamiento del buen vecino frente a las dictaduras latinoamericanas. Estados Unidos se mantuvo im¬pertérrito frente a los gobiernos dictatoriales de Venezuela, Ar¬gentina, Brasil, Centroamérica, el Caribe, y le abrió camino a las de República Dominicana y Cuba. Ya como Secretario de Estado de Roosevelt, Summer Wells calificaría a Batista como “esa figura ex¬traordinariamente brillante y hábil”. No era otra la forma como se referían a los dictadores latinoamericanos en ese momento. El go¬bierno de Roosevelt quedaría comprometido con el asesinato de Agusto César Sandino; apoyaría el gobierno paralelo de la Guardia Nacional de Somoza y lo llevaría al poder; se comprometería con el ascenso de Trujillo en República Dominicana; mantendría a Haití como protectorado; y atacaría el gobierno de Grau Sanmartín en Cuba para defender la subida de Fulgencio Batista. Ninguna acción en fa¬vor de los gobiernos democráticos fue tomada en esta etapa. Si ellos no florecían en América Latina, tampoco eran respetados por la potencia del Norte. Ningún interés o intención de desarrollar una “acción colectiva” en defensa de la democracia se asomó en el horizonte.

Las relaciones interamericanas pasaron por el período más tur¬bulento de su historia entre 1890 y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Estuvieron dominadas por el intento colonialista de Estados Unidos; se vieron enfrentadas al intervencionismo militar y a la injerencia diplomática en los asuntos internos de casi todos los países del continente. Programáticamente la Doctrina Monroe pasó a ser de una defensa del continente para los americanos a una doctrina de agresión en favor de los interese económicos y es¬tratégicos de Estados Unidos. Al terminar la Primera Guerra Mundial había quedado con las manos libres para convertir a América Latina en lo que se ha llamado mundialmente su “patio trasero”. Y al ini¬ciarse la Segunda Guerra Mundial sus intentos colonialistas se habían trocado en una agresiva política comercial de dominio económico.

En el entretanto, los países latinoamericanos no lograron unirse para enfrentar la política colonialista de agresión por parte de Estados Unidos. Más preocupados por los conflictos entre ellos, sólo obtuvieron el reconocimiento de la no intervención y de la no injerencia en los asuntos internos de los países después de casi cuarenta años de la guerra hispano-norteamericana. No tuvieron la capacidad de asociarse en defensa de la integridad nacional. Más bien, asumieron con frecuencia actitudes sumisas que no se com¬padecían con la política de agresión que dominaba las relaciones interamericanas. Cuando finalmente, al término de esta etapa, lo¬graron ponerse de acuerdo para lograr la consagración del principio de no intervención, ya Estados Unidos había obtenido un predominio económico sobre el área no superado todavía a finales del siglo XX.

Ninguna acción colectiva eficaz contra el colonialismo. Ningún intento colectivo contra el intervencionismo. Ninguna acción colec¬tiva en defensa de la democracia. La Unión Panamericana, creada a finales del siglo XIX, era presidida invariablemente por funciona¬rios norteamericanos. Su ineficacia apenas era comparable con la de las resoluciones inocuas de las Conferencias Panamericanas.

América Latina, ensombrecida por el despotismo y amarrada por el lacayismo, se mantenía impotente. Veintisiete años de dictadura en Venezuela; veintidós años en Guatemala; once años en el Perú; e inestabilidad política en la mayoría de los países, no es un panorama edificante. Y se había dado comienzo a la de Getulio Var¬gas de quince años en Brasil, a la de Anastasio Somoza en Nicaragua de treinta y dos, a la de Fulgencio Batista de veintitrés en Cuba, a la de Trujillo de treinta y uno en República Dominicana, a la de Ubico en Guatemala de trece. Era un panorama desolador. En estas condiciones las relaciones interamericanas tienen que afrontar el desafío de la Segunda Guerra Mundial.

Tercera etapa: la alianza estratégica con Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y la conformación del sistema interamericano, 1939-1959

Cuando Estados Unidos ingresa a la Segunda Guerra Mundial, des¬pués del ataque japonés a Pearl Harbor, la conciencia lati¬noamericana en torno al fascismo y a las pretensiones de dominación mundial del Eje, conformado por Alemania, Italia y Japón, había avanzado notoriamente. No hay duda de que medio siglo de interven¬cionismo militar e injerencia política y económica estadounidense en América habían contribuido a abrirle un campo de simpatía a otras potencias, especialmente a Alemania, además de una corriente ideológica proclive al fascismo, en amplios círculos políticos de América Latina. En los conflictos de México y Bolivia, Alemania había servido de una especie de refugio potencial frente a cualquier intento de retaliación por parte de la política nortea¬mericana. Pero la agresión alemana directa sobre el centro y norte de Europa había cambiado con rapidez la posición de casi todos los países de América Latina.

Alemania no sólo poseía intereses económicos muy importantes en el hemisferio, sino que su influencia ideológica se había arra¬igado en amplios sectores políticos. La misma contemporización de los europeos con Hitler, refugiados en la política de concesiones de Chamberlain para detenerlo, contribuyó no poco a distorsionar la imagen del nazismo en el mundo y, particularmente, en América Latina.

El fascismo latinoamericano se había alimentado del auge de Mussolini en Italia, del resurgimiento económico y militar de Ale¬mania durante el gobierno de Hitler después de la humillación del Tratado de Versalles, del triunfo del General Franco en España con¬tra los republicanos y de la política imperialista de Estados Unidos en los últimos cincuenta años. El Movimiento Integralista de Brasil fue quizás su más refinada expresión. Hoy, probablemente, no esté de moda el nazifascismo, especialmente después de que se destaparon los crímenes cometidos con los judíos en Alemania. Pero, como tendencia ideológica y de conducta, pervive agazapada en sec¬tores políticos y militares latinoamericanos. Sólo es suficiente para comprobarlo, el remitirse a las recientes dictaduras militares de Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y Paraguay.

El fascismo se conformó ideológicamente como una posición irre¬conciliable con el liberalismo individualista de la democracia representativa y contra el comunismo colectivista de la dictadura del proletariado. Al final de la Primera Guerra Mundial no era sino un movimiento localizado en Italia. Una década después había echado raíces en Autria, Hungría, Polonia, Rumania, Bulgaria, Grecia y Japón. En Alemania se había convertido en el nacional socialismo bajo la dirección de Adolfo Hitler. Y para el comienzo de la Se¬gunda Guerra, el fascismo había alcanzado extensión mundial. Su radical posición contra Estados Unidos, Inglaterra y Francia, se constituyó en uno de los atractivos políticos en América Latina, por el hecho de la trayectoria del enfrentamiento secular con la dominación inglesa y estadounidense.

Sin embargo, también ciertos aspectos de la ideología fascista encontraron eco profundo en algunos sectores dirigentes de América Latina. La concepción de un gobierno autoritario, el rechazo al régimen de elecciones populares, el caudillismo carismático, la convicción sobre la natural desigualdad social y económica de la sociedad, la afirmación de una jerarquía rígida como forma de es¬tructura social, la conformación de un corporativismo ligado al Es¬tado, la eliminación de las organizaciones sindicales y populares autónomas, una economía de acumulación privada absolutamente depen¬diente del régimen político, el militarismo, la arbitrariedad de las reglas del juego ante la ausencia de fiscalización del poder absoluto del gobernante, el rechazo al parlamento, eran rasgos ideo¬lógicos del nazifascisnmo que encajaban en las concepciones políticas de influyentes sectores de la clase dirigente latinoame¬ricana.

Entroncaban admirablemente con la nostalgia de imperio y del facilismo del poder absoluto de la tradición autocrática de la colonia española. Pero también facilitaban el aplastamiento de los movimientos obreros que habían surgido con fuerza y beligerancia en el hemisferio por influencia de la Revolución Rusa y de las organi¬zaciones campesinas que luchaban por una redistribución de la tierra contra los latifundistas tradicionales de la América his¬panoportuguesa. El fascismo alentaba la conciencia aristocrática de las clases poderosas latinoamericanas hondamente orgullosas de su jerarquía intocable frente a las clases populares, frente a los campesinos y obreros. Y, así mismo, alentaba un oculto y vergonzoso racismo contra los indígenas y los negros, descendientes estos úl-timos de los esclavos importados de Africa en los siglos XVII y XVIII.

Para los movimientos fascistas y profascistas de América Latina, la prédica de Mussolini y Hitler contra el liberalismo in¬dividualista, contra la revoluciones francesa y rusa, contra el co-munismo, contra la clase obrera, contra la democracia representa¬tiva, caían como anillo al dedo; servían de soporte ideológico para defender gobiernos dictatoriales y arbitrarios. El catolicismo fun-damentalista y tramontano de finales del siglo XIX que había defen¬dido los privilegios terratenientes coloniales y medievales contra el liberalismo y el capitalismo individualista, ya no ofrecía sufi¬ciente fundamentación de sus convicciones antidemocráticas y aris¬tocratizantes. Mussolini soñaba en un nuevo Imperio Romano Ger¬mánico. Hitler revivía la edad brillante de Bismarck. Y en América Latina, estos sectores fascistas, recurrían para su inspiración a figuras históricas del pasado defensoras de la dominación española, de las monarquías o de las estructuras económicas feudales que tan¬tas guerras civiles habían producido en el siglo XIX.

Además de los ideológicos o hereditarios, otros factores ope¬raban en la definición de América Latina frente a la Segunda Guerra Mundial. Los intereses económicos alemanes, como el monopolio de la aviación comercial o las inversiones industriales en varios países de América Latina, impedían una decisión rápida de ali¬neamiento con Estados Unidos. El peso ideológico de los partidos políticos favorables al fascismo o con simpatías hacia Mussolini, Hitler o Franco, determinaban la posición de los gobiernos. Los éxi¬tos militares de Alemania en los dos primeros años de la guerra inclinaban la opinión en favor de los triunfadores potenciales.

Pero, por otro lado, Estados Unidos había ya logrado modi¬ficar su imagen noto¬riamente y su decisión de comprometerse a una política de no inter¬vención militar y de no injerencia en los asun¬tos internos de los otros países, había logrado una unificación de criterio en las con¬ferencias continentales de 1936 y 1938. La ima¬gen del Presidente Roosevelt fascinaba a no pocos estadistas del hemisferio. Y la firma de los tratados comerciales con los gobier¬nos latinoameri¬canos, contrarrestaba eficazmente los intereses económicos alemanes en el área. Con todos sus tropiezos e inconsis¬tencias, la política del Buen Vecino fue factor determinante en la posición de América Latina frente al Eje.

Inicialmente los países americanos llegaron a un acuerdo común de mantener la neutralidad en el conflicto bélico, considerado fun¬damentalmente como una conflagración europea. Esta decisión no en¬contró mayores obstáculos. Haber optado por la neutralidad el go¬bierno de Roosevelt hasta el ataque de Pearl Harbor, fortaleció ini¬cialmente el movimiento fascista en un momento en que no cabía ya dudas sobre su ambición de dominar el mundo. Estados Unidos había adquirido una responsabilidad mundial con su participación en la Primera Guerra Mundial; había jugado un papel decisorio en el tratado de paz de Versalles; el fracaso de la Sociedad de Naciones en detener la ofensiva de Hitler en el centro de Europa, no le de¬jaba alternativa. Resultaba incomprensible haberse comprometido en la Primera Guerra Mundial y mantenerse neutral frente al peligro nazifascista.

No se trataba solamente de un conflicto de supremacía económica, como había podido ser la Primera Guerra Mundial. En esa ocasión Estados Unidos tampoco había respondido inmediatamente a las condiciones de la situación de Europa. Lo que estaba en juego era el futuro de la humanidad frente a una doctrina de dominación universal contra la que acabarían unidos los defensores de la democracia representativa y de la dictadura del proletariado . Man¬tener la neutralidad, como lo exigían los partidos y movimientos fascistas y profascistas de América Latina, significaba una garan-tía para las pretensiones alemanas y japonesas de dominación mundial.

En la Octava Conferencia Internacional de Estados Americanos celebrada en Lima en diciembre de 1938 se trató por primera vez el problema de una guerra europea que podría acarrear graves conse¬cuencias sobre la situación de América. No se aprobó ninguna acción colectiva para defenderse de la agresión de un país extraño al con¬tinente. La Declaración de Lima o Declaración de Solidaridad de América no pasó de allí, de ser una declaración de solidaridad que dejaba a cada país la decisión soberana de actuar sin compromiso colectivo. Solamente se avanzó en diseñar un organismo de consulta que sería convocado en caso de agresión o de peligro.

Persistió en la Conferencia el temor de los latinoamericanos a que Estados Unidos aprovechara cualquier garantía que se le otor¬gara exclusivamente en su propio interés expansionista. Argentina se opuso a unir fuerzas con Estados Unidos para una acción de defensa conjunta. Insistentemente había sido contraria en conferencias an¬teriores a compromisos de esa naturaleza, más por mantener una conexión europea que por no comprender el carácter de la solidari¬dad americana. Pero ahora pesaba el factor de la influencia fascista en el continente, además de la desconfianza y el rechazo a la política norteamericana del último medio siglo. Se avecinaba un conflicto entre los dos países que iría hasta después de la Guerra.

Cuatro reuniones americanas (Panamá, La Habana, Río de Janeiro y México), tres de consulta y la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, tuvieron lugar durante la guerra. Cada país fue tomando por su cuenta las determinaciones soberana¬mente. Para 1942 los nueve centroamericanos y del Caribe habían declarado la guerra y otros tres países (México, Venezuela y Colom¬bia) habían roto relaciones con el Eje. Ni siquiera en este momento trascendental para la humanidad amenazada por el peligro fascista, los países americanos lograron tomar una acción conjunta, ni para defenderse del enemigo común, ni para incorporarse colectivamente a la guerra antifascista.

Sin embargo, fue la guerra la que preparó las condiciones in¬mediatas de un sistema interamericano que partiría definitivamente del Acta de Chapultepec a principios de 1945. En primer lugar, la confrontación con la guerra trasladó el blanco de conflicto al peligro mundial fuera del continente. Estados Unidos se convirtió en un aliado ineludible. Varios países latinoamericanos le permi¬tieron establecer bases militares. Unos cien mil soldados nortea¬mericanos llegaron a estar acantonados en América Latina. Esto le permitió a Estados Unidos estrechar sus relaciones con casi todos los ejércitos latinoamericano, lo cual constituiría un factor esen¬cial para su política en las décadas subsiguientes. Todas las declaraciones contra el Eje, obtuvieron unanimidad, a pesar de las divergencias profundas con Argentina y Chile que las suavizaron.

En realidad, Argentina sólo rompió relaciones con el Eje en enero de 1944, cuando ya la balanza se inclinaba hacia los aliados. Para entonces los alemanes habían comenzado su retirada de Rusia, habían tenido que abandonar el cerco de Stalingrado, los aliados habían entrado en Italia por Sicilia y avanzaban hacia el norte, la ingleses habían derrotado a los alemanes en Africa y en el Pacífico los japoneses retrocedían cada vez más. La tardanza sospechosa de Argentina en un momento crucial para la historia del mundo, demues¬tra las dificultades pasadas y presentes de la solidaridad ameri¬cana. De todas maneras, frente al carácter de la guerra, América Latina terminó por unificarse y por establecer la alianza con Esta¬dos Unidos.

En segundo lugar, la economía de guerra obligó a Estados Unidos a modificar su actitud de presión y abuso con su poderío económico que había mantenido desde la última década del siglo pasado, aún en los momentos más brillantes de la política del Buen Vecino. Durante cinco años el país del Norte facilitó todas las condiciones para que los países latinoamericanos fortalecieran sus economías en el abastecimiento de materias primas. Cobre en Chile, estaño en Bolivia, acero en Brasil, petróleo en Venezuela, produc¬ción industrial de bienes primarios e intermedios para el abaste-cimiento de las tropas.

Con la excepción de Argentina y Panamá, todos los demás países latinoamericanos recibieron préstamos generosos y blandos con base en los Convenios Bilaterales de Préstamo y Arrendamiento. De una suma total de 475 millones de dólares entregados, casi el 75% se destinó a Brasil por haber dado facilidades especiales para el transporte aéreo de las tropas norteamericanas. La presión nortea-mericana sobre los latinoamericanos para adecuar las economías al desafío mundial de la guerra contra el fascismo había comenzado desde la reunión de Panamá en octubre de 1939. De allí saldría el Comité Consultivo Interamericano Económico y Financiero con ese propósito. Y en la reunión de La Habana de 1940 se establecería la Comisión Interamericana de Desarrollo. Estados Unidos buscaba con ello asegurarse sus materias primas y mercados firmes para sus ma¬nufacturas; América Latina trataba de defender los precios de sus productos primarios.

Casi todas las economías latinoamericanas obtuvieron cre¬cimientos económicos espectaculares en este período. Estados Unidos había diseñado desde principios de siglo una política sistemática de promover la modernización de la economía y del Estado en toda América Latina. Buscaba con ello crear condiciones favorables para la inversión directa y fortalecer la estructura financiera con mi¬ras a la exportación de capital. Inversión y crédito requerían la modernización de la infraestructura económica y de la organización del Estado. La misión Kemmerer, en los años veinte, había hecho parte de ese propósito. Durante la guerra, la política de modernización se aceleró y, de-bido a ello, toda América Latina experimentó ese crecimiento económico pocas veces logrado antes o después. Estados Unidos aprovecharía al máximo las posibilidades que le creó la moder¬nización de este quinquenio en la década del cincuenta con la in¬versión directa que le permitió la política de sustitución de im¬portaciones y las condiciones de una estructura estatal y fi¬nanciera apropiadas para el crédito externo.

De entonces en adelante, las relaciones interamericanas se desenvolverían dentro de una contradicción permanente, Estados Unidos tras la seguridad continental, América Latina en pos de condiciones favorables para su desarrollo económico. Apenas fina¬lizada la guerra, la confrontación internacional entre Estados Unidos y la Unión Soviética convertiría la seguridad continental en prioridad ineludible para el país del Norte, pero la modernización latinoamericana alcanzada durante la guerra colocaría desafíos ma¬yores a las economías de estos países.

Estados Unidos empezó a exigir reciprocidad para la ayuda económica. Tres fueron las condiciones en las que insistió siempre: eliminación o disminución de tarifas aduaneras, estímulo a la in¬versión extranjera y economía de empresa privada sin injerencia es¬tatal. Desde los primeros tratados de comercio firmados en la primera mitad del siglo XIX, en una u otra forma, estas tres exi¬gencias han persistido en el tiempo, aunque en ciertos momentos es¬tratégicos se han hecho más apremiantes. Sin duda alguna, al final de la guerra, Estados Unidos se encontraba en una posición privile¬giada de control económico sobre América Latina.

En tercer lugar, la guerra resultó un escenario de primera categoría para establecer las bases definitivas del sistema inter¬americano. Ya el principio de seguridad colectiva contra amenazas provenientes de fuera del continente no adolecían de falta de con¬tenido concreto. Por esa razón, las declaraciones de defensa colec¬tiva firmadas durante un siglo y casi nunca ratificadas adquirieron una realidad dramática. Cuando en La Habana los Ministros de Rela¬ciones Exteriores suscribieron el principio de que “todo intento de parte de un Estado no americano contra la integridad o inviolabili-dad del territorio, soberanía o independencia política de un Estado americano será considerado como un acto de agresión contra los Es¬tados que firman esta declaración,” Alemania había ocupado Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y parte de Francia y había encontrado gobiernos títeres fascistas o profascistas sobre los cuales solidificar su expansión política.

Si bien es cierto que Estados Unidos no logró una resolución de rompimiento colectivo de relaciones con el Eje ni menos una declaratoria de beligerancia activa ni en 1939 o en 1940 cuando no había entrado en la guerra y tampoco lo logró en 1942 en medio de la ofensiva general de Alemania en Europa, de Japón en el Pacífico y de Italia y Alemania en Africa, cada vez se fue diseñando un sistema de solidaridad, asistencia y defensa política interameri¬cano. El obstáculo para que el sistema no fuera simplemente declaratorio, sino efectivo, con instrumentos y medidas eficaces, fue la oposición de Argentina, permanentemente acusada por Estados Unidos y otros países latinoamericanos de tendencias nazi-fascis¬tas.

Primero se estableció la Junta Interamericana de Defensa. En seguida el Comité Consultivo de Emergencia para la Defensa Política. Al mismo tiempo se conformaron comisiones conjuntas entre Estados Unidos y países latinoamericanos como México y Brasil. Y dos meses escasos antes de la rendición alemana y cinco antes de las bombas atómicas sobre Japón, los países americanos firmaron el Acta de Chapultepec en la Conferencia Interamericana sobre Proble¬mas de la Guerra y la Paz.

Durante la guerra, dos preocupaciones de primer orden habían sido el centro de atención de los acuerdos interamericanos, la se¬guridad continental frente a la agresión del Eje y la contención de la subversión fascista desplegada masivamente en todos los países del continente. El Acta de Chapultepec hace parte de la seguridad continental y responde a las condiciones históricas del momento, a las de la guerra. Sin embargo, además de la solidaridad frente a las amenazas extracontinentales, incluye la solidaridad frente a cualquier amenaza, independientemente de su origen. Es decir, se refiere a la inviolabilidad del territorio, de la soberanía y de la independencia, no importa si la agresión proviniere de fuera o de dentro del continente.

Por otra parte, exige que los países signatarios adopten en caso de amenazas o actos de agresión medidas tales como “el retiro de Jefes de Misión; la ruptura de las relaciones diplomáticas; la ruptura de las relaciones consulares; la ruptura de las relaciones postales, telegráficas, telefónicas y radiotelefónicas; la inter¬rupción de las relaciones económicas, económicas y financieras, el empleo de las fuerzas militares para evitar o repeler la agresión.” Como se trataba del problema de la guerra, esta resolución entró en vigencia inmediatamente, sin obligación de ser ratificada por los gobiernos. Era la primera vez que el sistema interamericano apro¬baba una acción colectiva, en defensa de la seguridad del conti¬nente.

Desde la Conferencia de Buenos Aires en 1936 hasta el final de la guerra, cada reunión interamericana se refirió a la defensa política del continente. Mientras la seguridad colectiva se orien-taba a contrarrestar amenazas militares o violaciones territo¬riales, la defensa política tenía que ver con el peligro ideológico y la infiltración doctrinaria del nazifascismo. Cada conferencia expidió resoluciones referentes al problema de la infiltración política y en la mayoría de las naciones del hemisferio fueron com¬plementadas con legislación propia. Según la resolución de Buenos Aires, había que defenderse del “peligro que suponían para las ins¬tituciones democráticas del Continente las ideología y actividades nazifascistas.” Allí mismo se declaró la “existencia de una demo¬cracia solidaria en América.”

En Panamá se hizo referencia a las “ideologías subversivas” que atentaban contra el “ideal interamericano” y se recomendó a los gobiernos tomar medidas para “extirpar en las Américas la propa¬ganda de las doctrinas que tiendan a poner en peligro el común ideal democrático interamericano.” En La Habana se aprobaron cinco resoluciones sobre la defensa política del continente. Todas ellas tuvieron que ver con recomendaciones a los gobiernos para que tomaran medidas contra actividades ilícitas de los diplomáticos o de particulares extranjeros o de nacionales provenientes de agentes nazifascistas atentatorias contra la paz y la tradición democrática de América.

En Río de Janeiro se aprobaron medidas más estrictas, precisa¬mente en un momento en que el desarrollo de la guerra era más grave para los aliados. La Resolución XVII clasificó en cuatro las medi¬das que deberían tomar los gobiernos americanos contra el nazifas¬cismo: controlar a los extranjeros peligrosos, evitar el abuso de la naturalización, regular el tránsito a través de las fronteras naturales y evitar actos de agresión política. Reiteradamente se hace referencia en los apartes de la resolución a la defensa de las instituciones democráticas, a la lucha contra la propaganda an-tidemocrática y a la preservación de la integridad e independen¬cia del Continente Americano.

El Comité Consultivo de Emergencia para la Defensa Política que funcionó desde 1942 hasta la creación de la OEA en 1948, cons¬tituyó un paso definitivo en la conformación del sistema interame¬ricano. Aunque sólo trabajaron en él Argentina, Brasil, Chile, Es¬tados Unidos, México, Uruguay y Venezuela, las determinaciones tomadas respondieron a la situación de emergencia que vivía el mundo y en la que estaba implicada toda América. El último informe del Comité concluía en la necesidad de la existencia de un régimen democrático auténtico en todos los países americanos, “exento de los vicios y debilidades que predisponen a la infiltración y desarro¬llo de las doctrinas totalitarias.”

Con la guerra, la seguridad colectiva del Continente había salido por fin de la retórica; la confrontación con un enemigo real y común lo había logrado. Al mismo tiempo, el carácter de la ideo-logía fascista y el desarrollo de las dictaduras en Alemania, Italia y Japón colocaba a la democracia representativa como una forma de gobierno ineludible. No resulta fácil entender las declaraciones de este período referentes a la trayectoria democrática de América, tomada como un todo, ni a los ideales democráticos del continente. Solamente Estados Unidos, Colombia y Chile contaban en ese momento con la autoridad suficiente para referirse a esa trayectoria. La historia latinoamericana de los siguientes cincuenta años sólo dejaría intacto a Estados Unidos.

No resulta fácil comprender las declaraciones sobre el “ideal democrático interamericano”, ni las amenazas contra las “instituciones democráticas del Continente”, cuando la democracia representativa no era en ese momento, ni lo había sido, una forma de gobierno generalizada en los países de América Latina. Durante la guerra habían persistido las dictaduras de República Dominicana, Cuba, Nicaragua, Brasil y Guatemala, sin tener en cuenta las que se habían derrumbado en vísperas del estallido bélico, como las de Perú, Venezuela y El Salvador. De aquí en adelante, la referencia a los ideales democráticos habrá que entenderla como el rechazo a la ideología nazifascista en la coyuntura del momento y a la ideología marxista en el inmediato futuro, con connotaciones de carácter económico y social más que como una afirmación de la democracia representativa. Las declaraciones en favor del ideal democrático hay que entenderlas como un rechazo a transformaciones económicas y sociales contrarias al funcionamiento del capitalismo de libre em¬presa defendido por Estados Unidos.

La década del cincuenta verá florecer las dictaduras militares por toda América Latina. A las dictaduras del tiempo de guerra se sumarán la de Leonardi en Argentina, la de la Junta Militar en Bolivia, la de Rojas Pinilla en Colombia, la de otra Junta Militar en Honduras, la de Stroessner en Paraguay, la de Odría en Perú y la de Pérez Jiménez en Venezuela, además del derrocamiento del gobierno de Arbenz en Guatemala que no harán honor a la democracia. Para Estados Unidos no importará la defensa de los gobiernos elegidos por voto popular, sino la contención del comunismo, no importa el tipo de régimen político que se requiera para ello. Todo lo que no se someta a los intereses estratégicos mundiales y continentales del país vencedor de la Segunda Guerra Mundial, tendrá el sabor de comunismo. En esa forma se irá preparando el ambiente para involucrar a América Latina en la guerra fría en el período siguiente a la revolución cubana.

Liquidado el fascismo, quedaba como enemigo ideológico y político, el comunismo. Resulta coincidencialmente simbólico que la Organización de Estados Americanos, OEA, hubiera nacido al mismo tiempo y en el mismo lugar de un levantamiento popular contra el gobierno de Colombia de Mariano Ospina Pérez, a raíz del asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán, que bien pudo haberse convertido en una revolución socialista. Fue el bogotazo del 9 de abril de 1948, mientras se celebraba la Novena Conferencia Internacional Americana. Durante las dos décadas siguientes, pero, sobre todo, en la década del sesenta, el órgano de consulta de la OEA jugará un papel determinante en la que se denominará la contención del comunismo en el hemisferio. La Conferencia aprobaría la primera resolución anticomunista de los países americanos denominada “La conservación y defensa de la democracia en América”.

Si el Acta de Chapultepec había recogido la experiencia de la guerra en la práctica de la solidaridad americana y de una alianza de América Latina con Estados Unidos, igualmente definió las pautas del sistema interamericano que se haría realidad en el Tratado In¬teramericano de Asistencia Recíproca, TIAR, en la Carta de la OEA y en el Pacto de Bogotá. Como intento de confederación política, en la forma de solidaridad y asistencia o en el carácter de organi¬zación, el sistema interamericano ha intentado permanentemente con¬vertirse en una instancia continental de acción colectiva. Esos tres documentos expresan el esfuerzo de siglo y medio por llegar a una realización tangible.

Tres obstáculos de mucho peso se interpusieron entonces en la obtención de esa meta. Ante todo, la contradicción de un órgano regional con el de uno de carácter mundial como la Organización de las Naciones Unidas. En este caso, de nuevo surge el choque con los criterios defendidos por Estados Unidos, porque ni permitía representación permanente de América Latina en el Consejo de Seguridad, ni aceptaba la independencia del órgano regional. En el forcejeo de las grandes potencias por obtener el control de las Naciones Unidas, Estados Unidos pretendía al mismo tiempo preservar su influencia dominante en el continente, pero dejar el campo abierto para ampliarla fuera de él. En palabras de un especialista en América Latina, David Green, Estados Unidos buscaba “un hemisferio cerrado en un mundo abierto”. Su constancia en el Acta de Chapultepec es consecuencia de esa posición: “Dicho acuerdo y las actividades y procedimientos pertinentes estarán de conformidad con los fines y principios de la organización internacional general, cuando llegue a establecerse”.

En segundo lugar, la posición secundaria de América Latina en el contexto mundial. Para Estados Unidos las dos preocupaciones del momento tenían que ver con la reconstrucción de Europa y con la contención de la Unión Soviética. De los acuerdos de Yalta, la Unión Soviética había obtenido ventajas decisivas, pero los esfuerzos de recuperación por las pérdidas de la guerra, mayores que la de todos los demás países beligerantes, dejaban a Estados Unidos transitoriamente como árbitro de la situación mundial. En lugar de debilitarse, Estados Unidos había emergido de la guerra como la primera potencia económica. Su territorio había quedado incólume. Su sistema productivo más fortalecido que nunca por el esfuerzo de aprovisionamiento para la guerra. Y militarmente se había convertido en la única potencia atómica.

En la Conferencia de Río de Janeiro en 1947, el Secretario de Estado, George Marshall, notificó a los países latinoamericanos sobre las prioridades de su país. Un año más tarde, en Bogotá, lo ratificaría. Tanto para el gobierno de Truman como para el de Eisenhower, América Latina y la OEA, constituirían un problema de segunda categoría. Vendría la guerra de Corea y la transformación de la Unión Soviética en una potencia atómica, con lo cual la política norteamericana de contención adquiriría mayor vigencia. Ni los acontecimientos de Guatemala, interpretados como una amenaza comunista en el continente, ni la asonada contra el vicepresidente Richard Nixon en Caracas, harían cambiar la posición de Estados Unidos.

Pero además, las relaciones de los países latinoamericanos con el país del Norte, convertido ahora en la superpotencia mundial más poderosa de la historia, enfrentaron dificultades adicionales. Inmediatamente, al término de la guerra, América Latina aspiró a sacar ventajas económicas del esfuerzo hecho durante la guerra para colaborar con Estados Unidos y de la alianza política y militar que había establecido. En este sentido, exigió de Estados Unidos, sin muchos resultados, condiciones favorables para los productos de la región y para las materias primas de que lo abastecía. Así mismo, abogó por sistemas de crédito blando con miras a desarrollar el proceso de modernización ya iniciado durante las dos décadas anteriores. Entre los latinoamericanos fue tomando influencia la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, con asiento en las Naciones Unidas, en donde adquirieron auge las teorías de la dependencia, críticas de la situación de hegemonía económica atribuida a la superpotencia estadounidense.

Inicialmente, la propuesta cepalina de sustitución de importaciones, acogida por casi todos los países latinoamericanos, pareció poder erigirse en una fórmula de desarrollo económico eficaz y de independencia frente al dominio de Estados Unidos. Por esa razón, los norteamericanos se opusieron a la CEPAL. Pero, a la vuelta de pocos años, resultó lo contrario, es decir, llegó a ser la fórmula más eficaz de inversión directa por parte de los grandes consorcios industriales estadounidenses. A primera vista, los países de América Latina que supieron aprovechar la sustitución de importaciones aumentaron su planta industrial, pero perdieron su capacidad financiera que pasó inexorablemente a manos de los organismos internacionales de crédito recién fortalecidos y de la banca privada de la superpotencia.

Aprovechando el poder económico logrado durante la guerra y el puesto casi hegemónico en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, Estados Unidos, con la dirección de John Foster Dulles, Secretario de Estado de Eisenhower, regresó a las peores épocas agresivas de la diplomacia del dólar. Con el fin de contener la influencia soviética en el mundo, cualquier método era factible y cualquier instrumento resultaba lícito. De la Ley de Seguridad Mutua aprobada en 1951, Dulles sacó las mayores ventajas. Estados Unidos logró firmar Convenios de Ayuda para la Defensa Mutua con doce países latinoamericanos, a las que obligaba a limitar su comercio con las naciones soviéticas.

De un mayor dramatismo resultó la contradicción sobre la democracia. Todas las resoluciones contra el comunismo invocan de ahí en adelante la defensa de la democracia. Pero ninguna define lo que quiere significarse con el término. En Bogotá fracasa estruendosamente un intento por definir el significado del término democracia. No podía ser de otra manera. Todas las resoluciones anticomunistas de la OEA y en favor de la democracia están firmadas por los dictadores latinoamericanos. Lo hicieron entonces sin ningún escrúpulo, precisamente por su particular interpretación del término “democrático”, dentro del cual todos ellos se incluían.

Pero, además, Estados Unidos venía cortejando a los dictadores latinoamericanos. A Trujillo le debía favores de guerra por haber puesto a su disposición sin restricciones el país entero para el establecimiento de bases militares. Y a Pérez Jiménez, el haberse convertido en el modelo de la lucha contra la subversión anticomunista y por las políticas de inversión norteamericana sin limitaciones que había adoptado. John Foster Dulles, que se había convertido en el apóstol de la lucha contra el comunismo en América Latina, llegaría a afirmar de Pérez Jiménez: “Venezuela es un país que ha adoptado la clase de política que a nuestro entender deberían adoptar los demás países de Sudamérica”. Juan Domingo Perón en Argentina abanderaba una posición “tercerista” que él denominó “justicialismo”, algo así como una posición distinta del capitalismo y el socialismo, pero de todas maneras opuesta a la política norteamericana y poco afecta a la democracia. Sin embargo, a fines de la de la década del cincuenta, en medio de la grave crisis económica que se había desatado en Argentina, acudió a su secular enemigo y fue aceptado con bombos y platillos.

Todas estas contradicciones del sistema interamericano vinieron a sentirse mucho antes de que cualquiera lo hubiera previsto. Los presidentes electos de Guatemala al término de la dictadura de Ubico, Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, iniciaron un conjunto de reformas radicales, especialmente de reforma agraria. Arbenz, también célebre por su famosa polémica con Estados Unidos titulada Fábulas del tiburón y las sardinas, se embarcó en la expropiación de 160.000 hectáreas de la United Fruit Company, de la cual Foster Dulles había sido abogado. Inmediatamente el gobierno de Guatemala fue acusado de comunista.

En la Décima Conferencia Interamericana de Caracas celebrada en 1954, Dulles trató de obtener el apoyo de los países latinoamericanos para una declaración que considerara violatorio de los tratados de asistencia recíproca y de la Doctrina Monroe el establecimiento de un gobierno comunista en el Continente. México y Argentina votaron en contra de un proyecto de resolución muy suavizado. Como Guatemala se opuso igualmente a una declaración de esa naturaleza, Dulles declaró, refiriéndose a la actitud guatemalteca: “Esta penetración del despotismo soviético fue, claro está, una amenaza directa a nuestra Doctrina Monroe, la primera y más fundamental de nuestras políticas extranjeras.” La invocación de la Doctrina Monroe se había convertido en un arma expansionista de Estados Unidos y había dejado de ser la defensa de la soberanía de los países americanos contra la amenaza de reconquista europea.

En seguida Honduras y Nicaragua recibieron ayuda militar de Estados Unidos y Guatemala fue sorprendida por la invasión de tropas provenientes de Honduras al mando del coronel exilado Carlos Castillo Armas. Posteriormente se comprobó la intervención de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, en ese momento dirigida por el hermano del Secretario de Estado. Guatemala llevó el caso al Consejo de Seguridad, Honduras y Nicaragua pidieron intervención del Comité Interamericano de Paz, mientras Estados Unidos proponía en el Consejo de Seguridad que el caso fuera llevado a la OEA. La proposición norteamericana fue vetada por la Unión Soviética, el caso fue llevado a la OEA, el gobierno de Arbenz fue derrocado y ninguna de las dos organizaciones, ni la internacional ni la interamericana, se pronunciaron sobre el hecho.

Un gobierno elegido por elecciones democráticas había sido derrocado por una intervención armada y la OEA, con tantas declaraciones en defensa de la democracia, había sido incapaz de tomar una determinación para preservarla en Guatemala. Al contrario, el Consejo de la Organización de Estados Americanos revocó la resolución de convocatoria del Consejo Consultivo aprobado en el Tratado de Río de Janeiro para que tratara el conflicto de Guatemala. El Presidente del Consejo comenzó su informe de la siguiente manera: “…me permito dar a los honorables miembros del Consejo una noticia que estoy seguro de que han de recibir con sumo agrado.” En seguida explicaba el acuerdo de los militares para quedarse en el gobierno y la inutilidad de convocar el órgano de consulta que iba a considerar “el peligro que significaba para la paz de América la penetración del Comunismo Internacional en las instituciones políticas de Guatemala.” A continuación fue aplazada sin fecha la Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores y nunca más se volvió a tratar el derrocamiento de un gobierno elegido legal y popularmente.

Cuando en la década siguiente el sistema interamericano se enfrente a la situación de Cuba en el Continente, la división de los países latinoamericanos será más grave de lo que fue ante el caso de Guatemala. Pero el conflicto entre lo que se denominará la defensa de la democracia o el ataque a la penetración del comunismo se agudizará. El fracaso de la OEA frente al caso de Guatemala alcanzará entonces hondas repercusiones. América Latina se encontraba en medio de un conflicto mundial, en el que no iba a ser simplemente un convidado de piedra, como más o menos lo había sido durante la Segunda Guerra Mundial. El caso Guatemala había puesto a prueba el sistema interamericano sólo a seis años de haberse aprobado la Carta de la OEA y había probado ser inútil. La democracia no había sido defendida. Y los mecanismos establecidos para ello habían sido manipulados impunemente por Estados Unidos. Una vez más el intervencionismo estadounidense encontraba una justificación para actuar y los países latinoamericanos lo aceptaban con la excepción de México, Argentina y el país afectado. Se habían confundido de nuevo los intereses económicos del país del Norte con la defensa de los intereses del Continente.

NOTAS

(1) José Joaquín Caicedo Castilla, Historia diplomática de Colombia, 2 vols., en Historia extensa de Colombia, vol XVII, pag. 243.

(2) Van Alstyne, The Rising American Empire, pag. 201, citado por Connell-Smith, Los Estdos Unidos y la América Latina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1977, pag. 161.

(3) Citado por J. F. Rippy, The United States and Mexico, Alfred A. Knox, 1926, pag. 332.

(4) Ver Connell-Smith, op. cit., pag. 176

(5) Rafael Uribe Uribe, “Conferencia Panamericana, informe de la delegación de Colombia en la tercera Conferencia Panamericana,” en Por América del Sur, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Editorial Kelly, 2 vols, Bogotá, 1955, t.I, pag. 135.

(6) Rafael Reyes en la Conferencia de México de 1901, citado por José Fernando Ocampo, Colombia siglo XX, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1980, pag. 55.

(7) En un texto dictado por Roosevelt a Stefen Early en 1940, citado enteramente por Bryce Wood, La política del buen vecino, editorial UTEHA, México, 1961, pag. 116.

(8)Ibid.

(9)Ibid., pag. 132.

BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA

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El Salvador: paisajes políticos y paisajes electorales

A esta altura del partido en el país, no todo lo político es electoral, pero si todo lo electoral es político. Cada fuerza social y política rompe con la cultura del último minuto y se prepara con mucha anticipación – año y medio-para colocarse en los primeros lugares de la carrera electoral presidencial. Y en esta situación, es conveniente distinguir entre escenarios políticos y escenarios electorales.

En política, las percepciones se convierten en realidades. Si alguien es percibido como débil esa es la realidad. Si alguien es percibido como fuerte esa es la realidad. Es una realidad mediática que termina por imponerse y determinar la imagen, no obstante que es una realidad construida, inducida, facilitada, pero se vuelve real, objetiva, fáctica. Lo que no significa que no pueda modificarse. Es posible, así como es posible que una simple cascara en el camino haga deslizar y derribe a un gigante.

A continuación abordamos estos aspectos, desde una óptica de movimiento popular o sea de izquierda social. Lo hacemos desde varios niveles de análisis: desde el teórico, desde el fotográfico (la situación del momento) y desde la prospectiva (hacia futuro).
Lo político y la política del paisaje salvadoreño

Cuando nos referimos a lo político estamos hablando de ese amplio espectro que abarca una parte de la superestructura del edificio social y que se refleja en el aparato político-jurídico, que comprende el estado y su sistema político, incluyendo los partidos y las elecciones. La otra dimensión de lo superestructural es lo ideológico. Y la base del edificio social es la estructura económica, en este conocido esquema de análisis.

Mientras que cuando hablamos de la política nos referimos a las diversas expresiones de la lucha de clases, una de las cuales es precisamente la lucha política. Pero también está la lucha económica y la lucha ideológica. Lo político es el marco institucional legal, mientras que la política es el choque de intereses y visiones entre las diferentes fuerzas sociales que se disputan el control del estado.
Lo político es lo estable y continúo mientras que la política es el movimiento, el choque, la pelea entre fuerzas sociales con proyectos divergentes de país, que van originando las diversas correlaciones de fuerza, los distintos momentos y panoramas coyunturales.

El actual sistema político salvadoreño se establece en 1982, en el marco de un conflicto militar, y se fortalece en 1992 con la incorporación de la izquierda armada a la lucha política electoral. Y este sistema recibe en el 2009 un nuevo empuje, al verificarse la alternabilidad electoral sin ningún tipo de crisis significativa. El sistema comprobó por medio de la alternabilidad que podía asimilar cualquier opción política sin desmoronarse.

En lo político los niveles de consenso o disenso de las fuerzas sociales o políticas alrededor de las políticas de país, impactan profundamente en el funcionamiento de las instituciones del estado. En nuestro caso, la polarización ha sido la norma y no la excepción. Y lo seguirá siendo mientras no se modifique la actual correlación de fuerzas, que es de equilibrio, y viene así desde el conflicto armado.

Esta es una herencia de doce años de guerra que tuvo un desenlace negociado, por lo que el proyecto de país sigue sin definirse. Los cuatro gobiernos de ARENA no lograron romper este ciclo. Eso vuelve cada elección una batalla decisiva. Lo político – aunque cada vez menos- sigue vinculado a la disputa histórica por la continuidad o ruptura del sistema.

Lo político determina la política. Las líneas de los partidos y las acciones de los movimientos sociales, tanto empresariales como populares, así como la cotidianidad del ciudadano están atravesadas por las decisiones que desde lo político realizan los sectores gobernantes y que impactan en el ciudadano y en su economía, seguridad, costo de la vida, empleo, educación, salud, etc.

En la política impactan positiva y negativamente las políticas gubernamentales; las políticas municipales, las visiones y decisiones empresariales y de los sectores populares; la actitud de poderes fácticos que no van a elecciones, pero mandan, como son las Fuerzas Armadas, la Iglesia, los Medios de Comunicación, y los Estados Unidos, entre otros.

En la política existe una campaña electoral en curso, con un candidato débil con un programa fuerte; un candidato fuerte con un programa débil y la posibilidad de un candidato fuerte con un programa fuerte. Pero a la vez existen otras variables a considerar en este horizonte, son el aparato partidario y la estrategia electoral. Y la ultima pero quizás la más importante, una sólida y bien protegida alcancía, o sea las finanzas, el financiamiento de la campaña.

La fuerza política que logre combinar de manera adecuada estas cinco variables lograra despejar la incógnita de la ecuación, y por lo tanto, encontrar el tesoro de la victoria electoral. Y son por lo menos tres las fuerzas en disputa. Y se han lanzado ya dos toreros al ruedo…y falta uno.

Un presidente Funes que va de salida

Ya relativamente falta poco para que el presidente Funes termine de darse la vuelta en el caballito de la presidencia. Ya camina por el cuarto y penúltimo año. Y con un envidiable nivel de popularidad, seguramente se prepara para emprender el viaje de regreso hacia la civilidad. Pero es claro que regresara al hogar con un cargamento político muy valioso. Experiencia, popularidad, relaciones y quizás recursos. Claro, sin aparato partidario. Pero a veces, los aparatos partidarios son cargas pesadas que es mejor evitar.

En lo que le queda de mandatario, el presidente Funes necesita garantizar su presencia y herencia como símbolo del cambio, en las diversas y principales opciones electorales presidenciales. Necesita blindar su gobierno de críticas y patentar como propios los diversos programas de compensación social que ha ejecutado. En esta tarea le va corresponder legitimar o torpedear candidaturas. No tiene opción. A menos que se decida por el silencio, lo cual es poco probable. Ha empezado a hablar y lo seguirá haciendo…

Y parece ser que se prepara para cabalgar como un experimentado jinete, afianzado de las crines de dos caballos en contienda, con una pierna en la izquierda y otra en la derecha. La apuesta es garantizar la continuidad de su novedoso proyecto político socialdemócrata consistente en una alianza con EE.UU., el afianzamiento en el estado de un nuevo sector empresarial y los subsidios para sectores populares. Un coctel que seguramente va marcar el programa de los candidatos en contienda, hasta terminar entonando con voces diferentes una misma melodía.

Los tortuosos caminos de la ANEP

Es impresionante la capacidad del empresariado salvadoreño para mimetizarse y aparecer públicamente como abanderados de procesos de democratización, de lucha contra la corrupción y de abrirse a la construcción de alianzas que favorezcan la participación popular. Cosas veredes.

Y a la vez que se mantiene un discurso confrontativo, que pone en evidencia el dolor que causa haber sido desplazados de la conducción gubernamental, juega y coquetea con propuestas de exigir mayor transparencia en una gestión que ya no controlan.

Le correspondió a Jorge Daboub conducir el barco empresarial de la ANEP en esta tormenta que amenaza con hundirlos cada vez más en la irrelevancia. Y lo ha hecho ciñéndose al pie de la letra al papel asignado como gladiador frente al presidente Funes. Un triste papel que el anterior presidente de la ANEP, Carlos Araujo, se negó a desempeñar.

La nueva izquierda abraza la senda electoral

La decisión del partido Tendencia Revolucionaria de abrazar la senda electoral por medio del frente político Movimiento Nuevo País, MNP, constituye un nuevo desarrollo en las filas de la izquierda. Viene a sumarse a por lo menos tres esfuerzos anteriores de construir coaliciones y frentes de lucha popular. Entre estos podemos mencionar al MPJS (2008), a la CPC (2009) y al MDP (2011).

Es una decisión que viene a consolidar la tesis ya generalizada dentro de la izquierda y de la derecha, de la vía electoral como la única forma de acceder al poder. En este sentido, es un reconocimiento al sistema político establecido de democracia representativa, que niega o al menos debilita la opción de la lucha popular extraparlamentaria como vía al poder.

El que la TR sacrifique su antigua visión y estrategia de lucha popular a cambio de la participación en la lucha electoral, únicamente puede entenderse a la luz de la necesidad de crecer orgánicamente y convertirse en un significativo referente político municipal o legislativo, lo cual es posible pero no fácil.

Parece ser un retroceso en lo ideológico, pero un avance en lo político. La apuesta será seguramente recoger el descontento de sectores de izquierda al interior del FMLN y de los sectores populares. No será sencillo, hay una cultura de la organicidad que será difícil de romper.

La lucha por la unidad popular

La lucha popular se expresa en la actualidad en tres grandes vertientes que fluyen separadas, pero que pueden y deben unirse. La vertiente principal por su capacidad de convocatoria popular y de musculo organizativo es la vinculada al FMLN y que se manifiesta en dos grandes arroyos: CONPHAS y CIRAC. Son dos expresiones debido a los imperecederos ombligos históricos.

La otra gran vertiente de masas está vinculada a la labor social realizada por el gobierno Funes en el agro, con los excombatientes, con las mujeres y jóvenes, y con el movimiento sindical. Se expresa orgánicamente en la Unidad Nacional por la Defensa y Profundización de los Cambios. Hace unas semanas constituyó en el CIFCO el Movimiento Campesino Salvadoreño.

La tercera vertiente está relacionada con la TR. Se expresa en una serie de luchas, radios comunitarias y de redes sociales, en diversas partes del país, que incluye las importantes luchas contra la minería, por la defensa del agua, en contra de las presas, a favor de las luchas ambientalistas e indígenas.

La fuerza que desde la izquierda logre buscar entendimientos entre estas tres vertientes contribuirá de manera decisiva a la construcción de un poderoso instrumento de lucha popular, que rebase lo electoral y afiance la lucha popular antiimperialista como estrategia principal de los sectores revolucionarios y democráticos.

El Alcalde que sueña con ser presidente

Desde sus maromas provocadoras desde el 2008 en contra de la entonces alcaldesa Violeta Menjívar, Norman Quijano sabía que ganar San Salvador en el 2009 y luego en el 2012 lo convertiría al interior de su partido en el seguro candidato presidencial del 2014. Y efectivamente así sucedió.

Norman tiene como ventajas para garantizarle a ARENA la recuperación del ejecutivo las siguientes: capacidad ilimitada para prometer hasta lo imposible; la posibilidad de un relevo presidencial republicano en Estados Unidos, y la posibilidad de recursos y de la unidad del partido.

Las encuestas lo ubican como el próximo presidente, pero para que este sueño se convierta en realidad Quijano necesita resolver dentro de su partido líos pendientes con Cristiani, limar asperezas con los precandidatos derrotados, en especial con Doña Vilma; lograr que su popularidad en las bases areneras y en las encuestas haga el milagro de sacar las chequeras de los contribuyentes del partido; y finalmente, que desde su ya complicada alcaldía no surja una crisis que le amargue su dilatada marcha triunfal a saborear la guayaba de la presidencia.

El vicepresidente que sueña con ser presidente

Con la muerte de Schafik en el 2006, Salvador Sánchez Ceren aumentó significativamente su peso como uno de los líderes más respetados e influyentes en la dirección del FMLN. Destacado líder magisterial en la década de los setenta, y jefe máximo luego del suicido de Marcial, de las poderosas FPL. Fue un aliado estratégico de Schafik tanto durante el conflicto armado, durante el proceso de negociación y en la construcción del FMLN como fuerza político electoral.

La decisión de la dirección de FMLN de llevarlo como candidato obedece a la necesidad de evitar cometer el error de llevar a la presidencia a una persona que no refleje la línea partidaria, como pasa con el presidente Funes. Es un error que no volverán a cometer, aunque para ello necesiten sacrificar evidentes criterios electorales de potabilidad así como redoblar el esfuerzo por posicionarse en las urnas.

Pero como en política nada está escrito en piedra, la apuesta electoral del FMLN es a remontar las dificultades y lograr mediante una bien articulada estrategia de largo plazo entusiasmar a su militancia y enamorar al voto indeciso, el cual supuestamente tendrá la suficiente claridad para no caer víctima de la propaganda y defenderá las conquistas sociales logradas en este gobierno. En caso que esta sea una estrategia exitosa, el FMLN seguiría gobernando otros cinco años.

El expresidente que sueña con reengancharse

La sola mención de su nombre parece despertar vicios y pasiones olvidadas y temores incontrolables, y esto es ya un logro de su singular campaña mediática basada en la negativa y la incertidumbre. Lo real es que el expresidente Saca es un actor de ambiciosas pretensiones.

Y al convertirse en el tercero en discordia, estaría modificando profundamente el escenario de estas elecciones presidenciales. Tiene experiencia, carisma, relaciones y recursos. Y si cuenta con el aval del actual propietario residente de Casa Presidencial les cosas incluso se le facilitarían, ya que navegaría bajo la bandera del cambio.

Para la derecha arenera la candidatura del innombrable es una pesadilla porque saben que representa los intereses de un nuevo bloque histórico que pugna por establecerse y por desplazar definitivamente a la tradicional oligarquía. Pero también en la izquierda política resultan sospechosas las ya frecuentes concentraciones populares que se realizan sin su autorización y que hablan de “una tercera fuerza.”

Los candidatos Un ménage a trois o el bipartidismo tradicional

El FMLN se ve obligado a llevar un candidato histórico para garantizar la cohesión de su base interna y asegurar así el “voto duro.” Un voto duro que se paralizó en marzo pasado pero que se espera recuperar para el 2014.

La posibilidad de “una tercera fuerza” viene a modificar sustancialmente el esquema de polarización bipartidaria y puede afectar en diversos grados a los dos partidos grandes. Este menage a trois electoral puede tener resultados imprevisibles y alterar el balance de fuerzas existente hasta el momento. El alargamiento premeditado de Saca es parte integral de esta estrategia y de la emergencia de este peligrosos triangulo.

Los programas subsidios vs. inversiones

Los subsidios y las inversiones aparecen como los polos sobre los que gravitaran los debates y las ofertas. ARENA se presentara como la opción para salvar la economía “estancada” mediante el impulso de la inversión extranjera y así crear empleos y disminuir el costo de la vida. A nivel de seguridad se les complica la situación porque “la tregua de las pandillas” es una medida exitosa que difícilmente podrán atreverse a cuestionar.

El FMLN se presentara como los continuadores de los cambios, y van a reivindicar y con razón los uniformes, zapatos y útiles escolares, el vaso de leche, la reactivación del agro, y hasta el subsidio al transporte.

Los aparatos partidarios y los indecisos

Tanto ARENA como el FMLN han logrado dominar la técnica y el arte de la lucha electoral. Son maquinarias electorales. El enfrentamiento electoral es su elemento, su hábitat natural. Y esto hará a las elecciones presidenciales de 2014 especialmente reñidas.

Lo que es un hecho para ambas maquinarias electorales es que ningunos comicios podrán ganare exclusivamente con su voto duro. Necesitaran conquistar el voto de los sectores indecisos, que son muy variables y responden fuertemente a percepciones del momento.

Las estrategias electorales: coalición o partido

Cada partido diseña una estrategia electoral que le permita fortalecer y multiplicar sus fuerzas, neutralizar cualquier tipo de amenazas y aislar para luego derrotar a su adversario. En la experiencia del FMLN la única vez que ha logrado la victoria ha sido mediante una amplia y multifacética alianza electoral.

Para ARENA la última vez que ha logrado alcanzar la derrota ha sido mediante una alianza que incluyo al PCN, al PDC e incluso al Movimiento Renovador. ARENA en cuatro ocasiones ha ganado solo y el FMLN únicamente ha ganado acompañado.

Los escenarios de futuro (tendencias y perspectivas)

Se pueden presentar diversos escenarios. La tendencia principal en la actualidad, a año y medio del evento electoral, es hacia la restauración oligárquica. Esto se puede modificar. Ojala que se modifique. Pero un claro escenario de futuro es la victoria de ARENA en primera vuelta. Para esto necesita rebasar la votación segura de su “voto duro” con más de medio millón de votos.

Otro escenario es la posibilidad de una segunda vuelta., sea entre ARENA y el FMLN, o entre ARENA y GANA. Algunos confían en que el “bloque” de fuerzas legislativo FMLN, GANA, CN y PES se va traducir en una alianza formal o informal que permitirá derrotar a ARENA en segunda vuelta. ¿Votaría la base del FMLN por Saca? ¿Votaría la base de GANA por Sánchez Ceren?

Un último escenario es el de un segundo gobierno del FMLN. Para lograr esto el FMLN necesita asegurar un resultado electoral que sobrepase con más de medio millón de votos su techo electoral histórico, que anda por los 800, 000 votos. Esos votos debe obtenerlos por medio de una exitosa estrategia electoral o por medio de alianzas, o por ambos elementos.-