Centroamérica:neoliberalismo,élites y grupos de poder económico (2013)

Centroamérica:neoliberalismo,élites y grupos de poder económico (2013)

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El debilitamiento de los contrapesos entre actores sociales y políticos con respecto de los grupos de poder económico, así como los triunfos electorales de gobiernos de inobjetable orientación neoliberal y pro-empresarial, crearon las condiciones necesarias para la imposición del modelo de desarrollo neoliberal en Centroamérica.

Como bien lo apunta el sociólogo brasileño Emir Sader, nuestra región “fue el lugar donde nació el neoliberalismo y el lugar donde más se expandió, fue el laboratorio de experiencias neoliberales por excelencia”[1]. Esta gestación estuvo marcada por la violencia militar, política e ideológico-cultural que imperó en América Latina desde 1973, con el golpe de Estado perpetrado contra el gobierno democrático y popular de Salvador Allende en Chile, y que desató “el terror” de las dictaduras militares en el Cono Sur y la guerra sucia de contrainsurgencia en Centroamérica.
Con esta impronta, el proyecto neoliberal se estructuró a partir de dos ejes básicos: uno, el cuestionamiento a la concepción interventora y benefactora del Estado-nación, surgida tras la crisis capitalista de 1929; y el otro, la creciente pérdida de entidad de los Estados, arrastrados por las corrientes económicas y culturales que promovieron la apertura de las economías y la mercantilización de la sociedad, bajo la bandera de los procesos globalizadores.
Para la argentina Mabel Thwaites, el acierto de esta lectura neoliberal en América Latina radicó en su capacidad de articular “en un mismo discurso el factor ‘interno’, caracterizado por la acumulación de tensiones e insatisfacciones por el desempeño del Estado para brindar prestaciones básicas a la población enmarcada en su territorio, y el factor ‘externo’, resumido en la imposición de la globalización, como fenómeno que connota la inescapable subordinación de las economías domésticas a las exigencias de la economía global”[2].

En este mismo sentido, uno de los procesos que contribuyeron al éxito sociopolítico y económico del neoliberalismo en la región fue la recolonización del control de los recursos de producción y del capital, la que, como explica Anibal Quijano, “se ha concentrado y aún tiende a concentrarse más en manos de las corporaciones transnacionales o globales, las cuales reducen el número de sus trabajadores, depredan y contaminan la naturaleza y exportan todas sus ganancias, ya que en la mayoría de los países no pagan impuestos a los respectivos Estados, o sólo algunos y muy poco”[3].
Después de tres décadas de aplicación de políticas de desregulación del Estado, endeudamiento externo, privatizaciones y apertura económica, creciente concentración de la riqueza y contracción de la inversión social, que fueron especialmente rigurosas durante los años 1990, y que solo a inicios del siglo XXI empiezan a ser confrontadas por otras alternativas, ¿qué implicaciones tuvo el neoliberalismo sobre las estructuras de poder en América Latina?
Emir Sader ha propuesto una tesis que compartimos: la contrarreforma neoliberal posibilitó el surgimiento de un nuevo bloque de poder histórico. Es decir, nuevas élites políticas y económicas, pertenecientes a los sectores más dinámicos de la economía local y a poderosos grupos empresariales de Estados Unidos y Europa, que saltan a la palestra de la mano del Estado mínimo, la desregulación y la pretendida apertura comercial. De tal suerte, el capital financiero transnacional y los nuevos grupos económicos, vinculados a la exportación no tradicional, los servicios y el agronegocio, dominan el panorama latinoamericano de los primeros años del siglo XXI.
En abono a esa tesis, encontramos que, a lo largo del último medio siglo –es decir, incluso varias décadas antes del advenimiento de la hegemonía neoliberal- han tenido lugar importantes cambios en la composición de las élites latinoamericanas, al pasar de una clase conformada por terratenientes, políticos, empresarios, militares e intelectuales –la clásica oligarquía decimonónica-, a un predominio del estrato técnico y político, es decir, la moderna élite funcional del poder.

Para Mansilla, estas élites representan “un conglomerado con fronteras porosas y poco precisas, influida por otros grupos, capas y estamentos”, pero al que “no se le puede dejar de atribuir una identidad distinta y propia dentro del conjunto social”[4].
Elementos tradicionales en el desarrollo socio-cultural de aquellas élites oligárquicas persisten, con sus diferencias de tiempo, lugares y matices, hasta la actualidad. Por ejemplo, “la cultura del autoritarismo, el uso de la religión como instrumento de control social, la explotación de los trabajadores de los campos y las minas y dilatados fenómenos de corrupción”[5]; también, con menor frecuencia, una comprensión paternalista de las problemáticas socioeconómicas de las clases subordinadas. Este último rasgo constituiría una diferencia con respecto de la moderna élite neoliberal, en la que prevalece “la economización del ámbito político y cultural” y la tendencia “a tratar a la totalidad social como si fuera un gigantesco mecanismo de mercado y a los ciudadanos como si fuesen sólo agentes económicos que intentan maximizar sus ventajas competitivas”[6].
No en vano, a la moderna élite política neoliberal que emerge durante esos años en la región, se le caracteriza como un estamento gerencial administrativo, que reivindica su condición de técnicos o especialistas; sus miembros o figuras más connotadas provienen de organismos internacionales, la empresa privada y “ocasionalmente de los propios aparatos partidarios”, que se representan a sí mismos como encarnando “el ingreso al mundo globalizado y la modernización democrática”. No obstante, “la mayoría de esos nuevos grupos elitarios surgidos durante las últimas décadas del siglo XX han resultado ser oligarquías autosatisfechas y autoritarias, que solo poseen una perspectiva histórica de corto aliento”[7].
En el caso centroamericano, el proceso de transformación y reajuste de las élites bajo el neoliberalismo tuvo, al menos, dos momentos bien diferenciados: uno, el de lo político, condicionado por las implicaciones del conflicto militar de finales de los años 1970 y de la década de 1980, en el que nuevos actores sociales –especialmente en El Salvador y Nicaragua- alcanzaron espacios de participación y representación en los sistemas de partidos, fracturando el dominio histórico de las oligarquías de viejo cuño, aunque sin alterar la matriz fundamental del modelo neoliberal y el patrón de acumulación del capitalismo periférico.
El otro momento del reajuste de las élites centroamericanas al que aludimos antes, el económico, se desarrolla a lo largo de la década de 1990 y lo que corre del siglo XXI, cuando, a la par del llamado pensamiento único de la globalización, la tecnocracia que acompañó el despliegue neoliberal adquirió, poco a poco, un mayor protagonismo en los poderes Legislativo y Ejecutivo. Simultáneamente, también presenciamos un ascenso de los grupos empresariales afines al modelo de liberalización económica.
Rodríguez Luna, por ejemplo, sostiene que entre 1991 y 1997, conforme avanzó en Centroamérica el rediseño del Sistema de Integración Regional, orientado fundamentalmente al crecimiento económico, “ascendieron al poder político élites empresariales con intereses económico-regionales, más que nacionales, y vinculadas a élites militares y a corporaciones transnacionales, principalmente estadounidenses”[8].
Es en este contexto que se consolida en la región un relativamente nuevo actor protagónico en el proceso de construcción de la hegemonía neoliberal: los llamados Grupos de Poder Económico (GPE), que han transformado el mapa del poder empresarial y, como consecuencia de esto, el mapa del poder político. Se trata de grupos que destacan por su predominio en determinados nichos de mercado, pero también por su multisectorialidad “al invertir en varios sectores, operar en varios mercados (externo e interno), y articular el capital bancario con el industrial”[9].
Los GPE han adquirido desde entonces una enorme influencia sobre los procesos e instancias de toma de decisiones, como resultado de “amplias y más complejas alianzas de fuerzas (externas e internas) que han creado las condiciones para alterar el rol del Estado y la orientación de las políticas públicas”[10]. Pero, además, la acción de estos grupos también tiene un impacto cultural en nuestras sociedades, visible en la gestación de un sentido común neoliberal en el que el sector privado de la economía pasa a ocupar un lugar central en la articulación de las relaciones sociales y productivas, como conductor de la modernización hacia afuera que exige la globalización.

Se trata, pues, de un cambio en la noción de empresariado y el sentido que se le otorga a este sector, muy diferente al que predominó en décadas anteriores. Al respecto, Durand explica que “en el campo de las ideas se critica menos la función que cumplen los empresarios en la economía y se valora más la ‘iniciativa privada’ como elemento clave de una economía, regida por las leyes del mercado. El clima ideológico es menos hostil al sector privado. El abandono o revisión crítica de ideologías populistas y socialistas, y la vigencia del ideario neoliberal y la cultura ‘empresarista’, son parte de ese proceso”[11].
El economista salvadoreño Alexander Segovia12, uno de los más conspicuos investigadores sobre los GPE y lo que denomina integración real de Centroamérica, ha señalado que el aumento del poder de estos grupos profundiza “la tradicional dependencia de los Estados centroamericanos respecto al capital”, al tiempo que incide directamente sobre la democracia y el desarrollo en, al menos, tres aspectos cruciales que intentaremos detallar aquí:
El derecho de picaporte de los GPE: es decir, sus facilidades para acceder a las diversas instancias del aparato estatal, como consecuencia de una compleja pero bien tejida red, que incluye desde las “estrechas relaciones familiares y económicas entre los principales grupos nacionales”, hasta el financiamiento de las campañas políticas de los partidos en el poder, incluso, con aportaciones millonarias a más de una organización, lo que amplía los círculos de influencia en futuros gobiernos.
El control e influencia de los GPE sobre los medios de comunicación: en virtud de sus inversiones y el manejo de la pauta publicitaria, esencial para la rentabilidad económica de las empresas de comunicación, y la ausencia de legislaciones que regulen el acceso a los medios en condiciones de igualdad para todos los sectores de la sociedad, los GPE “hacen aparecer sus agendas particulares como agendas nacionales y tratan de influir sobre la opinión pública, sobre políticas que ellos consideran críticas para sus intereses, como es el caso, por ejemplo, del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos”.

La formulación de políticas públicas orientadas al beneficio de los GPE: esto se realiza en varios niveles, a saber, el de “la orientación global de la reforma económica de los países, especialmente aquellos aspectos relacionados con la privatización, la liberalización, la desregulación y la apertura externa”; la influencia sobre actores e instituciones políticas para “obtener beneficios particulares para sus empresas”; y por último, el nivel microeconómico, “en el cual un grupo en particular ejerce su influencia para preservar privilegios derivados de poseer un monopolio u oligopolio”.
En Centroamérica, el debilitamiento de los contrapesos entre actores sociales y políticos con respecto de los GPE, así como los triunfos electorales de gobiernos de inobjetable orientación neoliberal y pro-empresarial –desde los año 1990-, crearon las condiciones necesarias para la imposición del modelo de desarrollo neoliberal, en el que convergen los intereses del capital regional y de las empresas transnacionales. Y donde, paradójicamente, ese Estado tan cuestionado por el fundamentalismo neoliberal, mantiene un papel central, pero ahora como gestor de la inversión extranjera y facilitador de los negocios privados.
NOTAS:
[1] Sader, E. (2008) Refundar el Estado. Posneoliberalismo en América Latina. Buenos Aires: CLACSO. Pág. 13
[2] Thwaites, M. (2010). Después de la globalización neoliberal: ¿Qué Estado en América Latina?, en OSAL, Año XI, Nº 27, abril. Buenos Aires: CLACSO. Pág. 23
[3] Quijano, A. (2004). El laberinto de América Latina: ¿hay otras salidas?, en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol. 10, nº 1, enero-abril. Caracas. Pp. 76.
Quijano va aún más lejos en su diagnóstico, al afirmar que la “articulación sectorial de la estructura productiva a la cadena mundial de transferencia de valor y plusvalor” implica, a su vez, “la conversión de los centros productivos [de la periferia] en una suerte de factorías coloniales. La vieja categoría de ‘enclave colonial’ recobra todo su perverso sentido. El control del capital financiero está en manos de la burguesía global”.
[4] Mansilla, H.C.F. (2006). Las transformaciones de las élites políticas en América Latina. Una visión inusual de la temática. Revista de Ciencias Sociales, abril, año/vol. XII, nº 01, Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela. Pág. 2
[5] Mansilla, op.cit. Pág. 4
[6] Mansilla, op.cit. Pág. 4
[7] Mansilla, op.cit. Pp. 5-7
[8] Rodríguez Luna, Ángel (2008). Seguridad nacional y geopolítica en América del Norte y Centroamérica. En Revista Enfoques, 8, vol. VI, Santiago de Chile: Universidad Central de Chile. Pp. 138-139.
[9] Durand, F. (1997). Nuevos empresarios (y algunos viejos problemas). Nueva Sociedad, nº 151, Septiembre-Octubre. Pág. 76
[10] Durand, op. cit. Pág. 74
[11] Durand, op. cit. Pág. 76
[12] Segovia, Alexander (2005). Integración real y grupos centroamericanos de poder económico. Implicaciones para la democracia y el desarrollo regional. San José, C.R.: Fundación Friedrich Ebert. Pp.86-98.

Quién tiene el poder en Centroamérica? (2006)

Quién tiene el poder en Centroamérica (1): Más desiguales y cada vez más integrados (2006)
Alexander Segovia
Revista Envío enero 2007
Centroamérica ha sufrido un quiebre estructural en las últimas tres décadas y hoy vive de un nuevo modelo económico, articulado en torno a las maquilas y a los emigrantes y sus remesas. Hoy, la región está experimentando una acelerada integración real que lideran los grandes grupos económicos y las empresas transnacionales. ¿Consecuencia? Tendencias negativas y preocupantes para la democracia y el desarrollo.
El cambio que ha vivido Centroamérica, sus economías y sus sociedades en los últimos 30 años, es dramático. Cuatro factores han incidido en este cambio: los conflictos armados centroamericanos y todas sus consecuencias, las reformas económicas implementadas en los países, la globalización y sus efectos, y cambios demográficos profundos. Todo esto ha alterado los patrones de acumulación y crecimiento en nuestras sociedades.
Y ha producido un quiebre estructural, con dos grandes consecuencias. Ha significado el fin de las economías agroexportadores por primera vez en nuestra historia y con ello, el fin del dominio político de las élites y oligarquías tradicionales, vinculadas a la tierra y a la producción agraria.
A la vez, ha significado la emergencia de un nuevo modelo económico del que se benefician nuevos grupos de poder. El nuevo patrón de crecimiento en Centroamérica, incluido el de aquellas economías que todavía mantienen un sector agropecuario grande la nicaragüense y la guatemalteca ya no se basa en la agricultura, sino en el dinamismo de los servicios y el comercio.
A pesar de un cambio tan drástico, seguimos haciendo análisis de una Centroamérica que ya no existe, seguimos pensando nuestra región como un espacio donde el poder está concentrado en una élite agraria reaccionaria, y seguimos analizando la realidad país por país.

NUNCA TANTA DESIGUALDAD, NUNCA TANTA INTEGRACIÓN
Nunca hemos visto en Centroamérica niveles tan profundos de desigualdad. Y nunca hemos visto avanzar tan rápidamente la integración centroamericana. La presencia de nuevos y poderosos grupos económicos que concentran cada vez más riqueza explica la desigualdad. Igualmente, son esos grupos económicos, y no los Estados, quienes están moviendo aceleradamente la integración regional.
En Centroamérica siempre ha habido grupos económicos poderosos. Lo novedoso es que estos grupos están ya globalizados y ya no tienen como único espacio de acumulación el mercado nacional, sino el mercado regional y el mercado internacional. Algunos de estos grupos centroamericanos están invirtiendo ya en 15 o más países.
También es novedosa la integración regional que estos grupos económicos ya regionalizados, junto a las empresas transnacionales que operan en Centroamérica, están fomentando. En los años 60 y 70 la integración regional se asentaba básicamente en el comercio. Y básicamente, en el comercio de bienes industriales. Aquella fue una integración llevada adelante por élites nacionales que exportaban a Centroamérica y por empresas transnacionales, con un espacio de acumulación que era el nacional. Era promovida por instituciones oficiales de la integración, que pesaban mucho.
Lo novedoso de la integración, real que hoy está sucediendo es que está dirigida por el mercado y no por los Estados centroamericanos. Y por eso, tiene poco o nada que ver con lo que piensan, dicen y firman los gobiernos. No deja de resultar preocupante que esta integración se esté dando en la práctica y sin regulaciones.
La actual integración tiene varias dinámicas. La primera es la del comercio, un factor que siempre ha estado ahí, pero que ya no es el más importante. La segunda es la que genera el turismo, que está integrando a la región muy rápidamente y en la que participan, además de las grandes empresas, pequeños y medianos empresarios y la población centroamericana en su conjunto. La tercera dinámica es la de los mercados laborales, la de nuestra fuerza laboral. Es una de las dinámicas integradoras más reciente, menos conocida, más dinámica y con un dinamismo creciente en los próximos años.
Se conoce mucho de la migración nicaragüense hacia Costa Rica. Se conocía antes de la migración salvadoreña hacia Honduras. Ahora tenemos migración entre todos los países. El caso más reciente es el de zonas de El Salvador que se están llenando de nicaragüenses y hondureños a falta de la mano de obra salvadoreña que se ha ido a Estados Unidos. Es tal esta integración que hay académicos que dicen que ya no tiene ningún sentido hablar de cinco mercados laborales, que tenemos que hablar de uno solo y fragmentado.
La cuarta dinámica es la que más tiene que ver con el cambio en el poder en la región. Es la integración que se está dando con las inversiones intra-centroamericanas, ya no en agricultura o industria sino en negocios que hace 25-30 años ni siquiera se nombraban: turismo, servicios de energía eléctrica, comunicaciones, centros comerciales, bienes raíces. Los grupos hegemónicos que dominan Centroamérica hoy están vinculados a la economía de servicios, a los bienes raíces y al sector financiero. Ya no a la agricultura tradicional, aunque en Guatemala los grupos agroindustriales y agrícolas siguen siendo aún muy poderosos.
UN ESTUDIO NOVEDOSO, COMPLEJO Y EXPLORATORIO
¿Qué implicaciones tiene para el desarrollo y la democracia la integración que impulsan los grupos económicos globalizados de la región? ¿Qué incidencia tienen estos grupos en las decisiones políticas y en la configuración de los sistemas políticos centroamericanos?
Para responder a estas preguntas recopilamos, sistematizamos y analizamos información cuantitativa y cualitativa sobre la nueva integración económica regional, sobre los grupos económicos centroamericanos y sobre las empresas transnacionales que operan en Centroamérica. Entrevistamos a empresarios, políticos y académicos de la región buscando conocer específicamente qué mecanismos utilizan para incidir en las políticas públicas. Finalmente validamos la primera versión de nuestro estudio con académicos y personas conocedoras de la realidad centroamericana.
El tema de estudio era novedoso y complejo. No se trataba de obtener un “quién es quién” en Centroamérica: quiénes son los más ricos, quienes tienen más poder. La investigación tenía un enfoque más dinámico: cómo utilizan el poder que tienen. Era un estudio exploratorio. Es notable la falta de información cuantitativa y cualitativa sobre las inversiones intra-centroamericanas y sobre las operaciones de los grupos económicos. Por esto, las conclusiones y hallazgos del estudio son puntos de partida para investigaciones posteriores sobre la economía política de la integración centroamericana.
EL FENÓMENO DE LA “INTEGRACIÓN REAL”: MANIFESTACIONES, CARACTERÍSTICAS
Existe un acuerdo bastante amplio en los círculos académicos y gubernamentales de la región de que la integración económica de Centroamérica se ha fortalecido notablemente en los últimos 15 años. Este consenso está respaldado por el significativo crecimiento del comercio intra-regional. Según datos del SIECA, entre 1990 y 2004 aumentó de 671.2 millones a 3 mil 439.7 millones de dólares.
Una mayor integración regional se constata también en el incremento de las inversiones intra-centroamericanas e internacionales realizadas por los grupos económicos centroamericanos que operan a escala regional y por las empresas transnacionales con presencia en el área. Resultado: desde principios de los años 90 se registra una creciente integración empresarial, sobre todo en las actividades relacionadas con el comercio y los servicios: básicos, turísticos, profesionales y financieros.
La integración financiera, impulsada por los principales bancos de Centroamérica, ha sido acompañada por una creciente dolarización “de hecho”. En el año 2003, en los países aún no dolarizados Panamá y El Salvador ya lo están, el 40% de los activos totales del sistema financiero estaba en dólares.
La nueva integración centroamericana presenta otras manifestaciones, poco estudiadas. Por ejemplo, la creciente unificación de los mercados laborales que realizan trabajadores y profesionales que han emigrado a otros países de la región en busca de mejores oportunidades de trabajo y mayores salarios. También se expresa en la integración territorial que han desarrollado las poblaciones y las autoridades locales de zonas fronterizas, basándose en especialidades productivas y en características económicas de los territorios en las cuales las fronteras nacionales tienen poco o ningún significado. Los ejemplos más conocidos son el río San Juan entre Costa Rica y Nicaragua; la zona de El Trifinio, entre El Salvador, Guatemala y Honduras; y el área del Golfo de Fonseca, entre El Salvador, Honduras y Nicaragua.
No hay que confundir la integración real la empresarial con esta otra integración, más amplia y compleja, con la cooperación inter-gubernamental, con todas esas iniciativas conjuntas desarrolladas por dos o más países que pueden abarcar prácticamente todos los ámbitos de la vida económica, social, política y cultural de los países. La cooperación en la lucha contra enfermedades contagiosas, en el combate al narcotráfico y al crimen organizado, así como las iniciativas dirigidas a reducir el impacto negativo de los desastres naturales, son ejemplos de esta cooperación inter-gubernamental.
El nuevo proceso de integración económica ha ocurrido fuera del marco de los instrumentos de integración regionales, a pesar de que desde finales de los años 80 se despertó un nuevo interés por la integración institucional, con nuevos acuerdos y con la renovación de los tratados formales de la integración. Lo que hemos visto después es que la integración económica de los últimos 15 años no responde, como en la década de los 60, a una política de integración elaborada por los gobiernos del área y por la institucionalidad de la integración plasmada en acuerdos formales, sino que obedece a acciones individuales de los empresarios nacionales y extranjeros y a iniciativas de la población centroamericana y de algunos gobiernos locales.
Uno de los principales desafíos que enfrentan hoy los gobiernos centroamericanos y las instituciones de la integración centroamericana es cómo institucionalizar el proceso de integración real que se está dando y cómo readecuarlo para que contribuya al desarrollo y a la democracia de la región.

LA ORIENTACIÓN: HACIA AFUERA EL MOTOR: LA GLOBALIZACIÓN
La actual integración económica regional es en gran medida consecuencia directa del proceso de globalización económica, que en su fase actual se caracteriza, entre otras cosas, por la mundialización del libre comercio; por la creciente presencia en el escenario mundial de empresas transnacionales que funcionan como sistemas internacionales de producción integrada y que, de manera creciente, concentran sus inversiones en actividades vinculadas a los servicios; por la expansión y la considerable movilidad de los capitales, unida a la persistencia de las restricciones al movimiento de mano de obra; y por el acceso masivo a la información en “tiempo real” gracias al desarrollo de tecnologías de información y comunicación.
La integración de los 90 se caracteriza por su orientación hacia fuera. Y su objetivo principal es integrar de forma eficiente a Centroamérica a la economía internacional, especialmente a Norteamérica, a través del aumento de los flujos de comercio e inversiones. Esto la hace sustancialmente distinta a la integración de hace cuatro décadas, que tenía¬ como objetivo central promover la industrialización de la región.
La globalización es uno de los factores que más ha contribuido a la modernización e internacionalización de los principales grupos económicos nacionales de Centroamérica. Ante una mayor competencia internacional y ante la limitación de los mercados locales, estos grupos comenzaron paulatinamente a expandir sus operaciones hacia el mercado regional e internacional. Sus movimientos coincidieron con la mayor presencia de las empresas transnacionales en la región.
Atraídas por los procesos de apertura, liberalización, privatización y desregulación de las economías centroamericanas, aumentaron sus inversiones en Centroamérica comprando empresas estatales y adquiriendo empresas privadas, principalmente las del sector industrial tradicional, históricamente propiedad de grupos familiares. Así, desde principios de los años 90 los grupos económicos centroamericanos y las empresas transnacionales comenzaron a “integrar” a Centroamérica expandiendo sus actividades. Cada vez más poderosos económicamente, esto aumentó su influencia política y social.
A LA SOMBRA DEL CONSENSO DE WASHINGTON
El segundo factor que ha contribuido al fortalecimiento de la integración económica regional, también relacionado con la globalización, es la aplicación, en todos los países centroamericanos de las reformas económicas basadas en el Consenso de Washington. Y aunque los tiempos, los ritmos y el alcance de las reformas fueron diferentes en cada país, todas tuvieron como piedra angular al igual que en el resto de América Latina la liberalización del comercio, una reducción de las barreras arancelarias y no arancelarias y la negociación de tratados comerciales con países extra-regionales. Las reformas comprendieron también políticas de privatización de empresas estatales y de concesión de servicios públicos, medidas de desregulación de las actividades económicas y de los mercados incluyendo el laboral, reformas fiscales y reformas financieras.
Estas reformas tuvieron un profundo impacto en las economías centroamericanas. Por una parte, movieron a una nueva integración de la región con la economía internacional, particularmente con Estados Unidos y México. Por otra, contribuyeron a aumentar los flujos de comercio e inversión dentro de la región. En particular, los procesos de privatización y de concesión de servicios públicos generaron un aumento de la inversión intra-centroamericana e internacional.
Y las medidas de apertura y de desregulación económica, junto con las medidas tomadas por algunos gobiernos del área para facilitar el tránsito de mercancías entre los países El Salvador, Guatemala y Honduras han avanzado en la eliminación de barreras comerciales, simplificación de trámites aduaneros y eliminación de puestos fronterizos, unidas al logro de una relativa estabilidad macroeconómica, influyeron en el comercio intra-regional.
HA SURGIDO UN NUEVO MODELO ECONÓMICO
El tercer factor que ha contribuido a la mayor integración económica de Centroamérica es el proceso de quiebre estructural registrado en la región en las últimas tres décadas, que provocó, entre otras cosas, el fin del modelo agroexportador tradicional, basado en el dinamismo de las exportaciones agrícolas tradicionales a mercados extra-regionales. Por primera vez en nuestra historia los países de Centroamérica ya no son economías agroexportadoras. Y por primera vez, Centroamérica ya no está dominada por élites agrarias tradicionales y oligarquías al menos como las entendimos históricamente, vinculadas a la tierra y a la producción agraria.
En el nuevo modelo económico centroamericano, basado en el dinamismo de las exportaciones no tradicionales agrícolas e industriales (maquila) y de las actividades relacionadas con los servicios y el comercio, el mercado regional constituye el espacio natural de acumulación para los grupos económicos globalizados de la región, un espacio que conocen perfectamente.
Este quiebre estructural explica el inusitado interés mostrado por los países del llamado Triángulo del Norte (El Salvador, Guatemala Honduras) en el proceso de integración en los años 90. Para las empresas transnacionales el mercado regional también es importante porque constituye una plataforma para acceder al mercado de Estados Unidos. Además, en los últimos años y gracias al aumento del ingreso disponible provocado por las remesas familiares, el mercado regional representa un mercado interno ampliado y con poder de compra en el que vale la pena invertir.
MAQUILAS Y EMIGRANTES: PILARES DEL NUEVO MODELO
El nuevo modelo económico centroamericano descansa hasta hoy en tres pilares fundamentales que lo diferencian tanto del modelo agroexportador tradicional como del modelo imperante en el resto de América Latina.
El primer pilar es la nueva inserción internacional de Centroamérica, basada en una nueva integración con Estados Unidos a través de las migraciones y de las exportaciones de maquila. Alrededor de este pilar se articula y funciona el nuevo modelo.
La maquila se ha convertido en la mayoría de los países en el rubro más importante de exportación y en una de las actividades más dinámicas, pese a sus notables limitaciones en términos de encadenamientos productivos. Como la maquila que prevalece en la región utiliza intensivamente mano de obra no calificada, contribuye a la generación de empleo, sobre todo femenino, aunque de baja calidad. La exportación de maquila contribuye también a la generación de divisas y a una incipiente transferencia tecnológica.
Las migraciones de centroamericanos hacia Estados Unidos han generado una nueva fuente de divisas, las remesas familiares, que hasta hoy han permitido superar la restricción externa al crecimiento y han contribuido a preservar la estabilidad financiera y cambiaria. Y como las remesas representan un excedente económico adicional, contribuyen al financiamiento de la inversión, refuerzan los patrones de consumo y constituyen uno de los principales instrumentos redistributivos con que cuenta el modelo, contribuyendo de esta manera a la reducción de la pobreza.
Desde otra perspectiva, las migraciones hacia Estados Unidos constituyen en la mayoría de países de la región uno de los principales mecanismos de ajuste global del nuevo modelo, al quitarle presión al mercado laboral local, lo que a su vez amplía los espacios de maniobra para definir e implementar políticas públicas, contribuyendo a la estabilidad social y política. Así, en el nuevo modelo el ajuste del mercado laboral se realiza principalmente mediante la salida de trabajadores hacia el exterior y no a través del aumento del desempleo.
LA IMPORTANCIA DE LA ESTABILIDAD FINANCIERA
El segundo pilar del nuevo modelo económico centroamericano es la estabilidad financiera y cambiaria. Este pilar no es nuevo. Constituyó uno de los pilares del antiguo modelo de desarrollo. Lo nuevo es su fundamentación: a diferencia del modelo agroexportador, en el que la estabilidad cambiaria y la baja o moderada inflación descansaba en las divisas generadas por los productos primarios de exportación, ahora se sustenta en la disponibilidad de dólares proveniente de las nuevas fuentes de divisas, particularmente de las nuevas exportaciones no tradicionales y de las remesas familiares.
Además, la estabilidad financiera y cambiaria juega ahora un rol distinto al que desempeñó en el modelo agroexportador. En el modelo agroexportador generaba una base sólida para el comercio intra-regional y colaboraba a que la inversión nacional y extranjera invirtiera en el Mercado Común Centroamericano. En el nuevo modelo, el rol fundamental asignado a la estabilidad financiera y cambiaria es favorecer la acumulación de capital en el nivel nacional y regional en las actividades vinculadas con los servicios particularmente, los servicios financieros y en la industria maquiladora, y atraer inversión extranjera a la región, tanto en actividades de exportación hacia Estados Unidos, como en sectores de servicios y comercio que operan en el nivel nacional y regional.
La estabilidad financiera y cambiaria tiene funciones diferentes, dependiendo de la modalidad que el nuevo modelo ha asumido en los distintos países. En la variante salvadoreña es considerada un elemento central para lograr el objetivo de convertir a El Salvador en una plaza financiera y de servicios regional y para integrar totalmente la economía salvadoreña a la norteamericana.
¿MODELO PRODUCTIVO O MODELO ESPECULATIVO? ¿PRODUCCIÓN O CONSUMO?
Los que defienden el modelo actual dicen que el debate entre lo productivo y lo especulativo tiene poco sentido, porque en una economía de mercado los recursos van donde los asigna el mercado, y donde los asigne el mercado es lo mejor. También dicen que por qué tenerle miedo a las economías de servicios, si las economías más desarrolladas son economías de servicios.
Los que no apoyamos el modelo actual decimos que, efectivamente, las economías desarrolladas son de servicios, pero están fundamentadas en una base productiva moderna, eficiente y competitiva. Y el modelo actual de Centroamérica no está fundado en bases productivas fuertes, sino en los emigrantes y sus remesas. La capacidad de consumo de las sociedades centroamericanas ha aumentado sensiblemente en los últimos quince años, y esto es bueno, porque una sociedad que consume más significa que está mejor. Pero, ¿se consume porque hay empleo? No, se consume más por esa fuente externa que son las remesas.

En el modelo previo, el modelo agroexportador, la banca era la gran financiadora de los grupos agroexportadores, que tenía su base en la agricultura. Hoy la banca centroamericana se ha independizado de los sectores locales y ahora la banca ya no está vinculada con la producción real. Su lógica ahora es hacer ganancia en cualquier sector, en el más rentable. Y por eso, los que estudian esta evolución pronostican que en los próximos cinco, diez años, el 70% de todos los créditos de la banca centroamericana serán para el consumo personal y no para las empresas.
Este cambio en la forma de distribuir las riquezas, de distribuir los excedentes, en el control de la banca, es realmente dramático. Aunque hay matices, porque no es lo mismo la estructura productiva de Costa Rica que es la economía que se acerca más al modelo productivo, que a la estructura de El Salvador, en donde en 20 años la agricultura pasó a representar menos del 10% del PIB, en donde el 70-80% de todo el crecimiento se da por el dinamismo de los servicios, y en donde, y por eso, la banca salvadoreña es la más importante de la región.
DEL ESPACIO NACIONAL AL ESPACIO REGIONAL Y APOYADOS POR EL ESTADO
El tercer pilar del nuevo modelo económico centroamericano lo constituye el mercado regional. Tampoco aquí hay novedad, porque este mercado fue uno de los pilares del anterior modelo centroamericano. Lo nuevo es su rol dentro del nuevo modelo: generar una base sólida que permita ampliar los espacios de acumulación de los principales grupos económicos nacionales y de las empresas transnacionales que operan en la región, vinculados a la banca, el comercio y los servicios, incluyendo servicios básicos como las telecomunicaciones y la electricidad.
Esta nueva concepción del mercado regional es lo que explica el surgimiento de la integración real, la que llevan a cabo en la práctica los sectores empresariales transnacionalizados de la región, para quienes es el mercado regional y ya no el nacional su espacio natural de acumulación. El espacio regional-territorial centroamericano tiene importancia vital para el nuevo modelo, aprovechando economías de escala y especialización productiva.

El nuevo modelo económico centroamericano se caracteriza por su orientación hacia afuera, por el papel protagónico asignado a los empresarios, por el rol central otorgado al mercado en la asignación de recursos y por la consiguiente redefinición del papel del Estado, aunque éste continúa teniendo un papel central. Al igual que en el modelo agroexportador, la participación del Estado ha sido decisiva en la configuración del nuevo modelo.
Su función principal ha consistido en generar y garantizar las condiciones básicas para la instauración de un régimen económico basado en el mercado y liderado por el sector empresarial, especialmente el de los grandes empresarios. Entre los principales mecanismos utilizados para este fin el Estado ha empleado las privatizaciones, el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica, la reducción de impuestos y el otorgamiento de exenciones y exoneraciones, la liberalización de precios internos y en general, la desregulación de las economías.
LA HORA DE LOS GRANDES GRUPOS ECONÓMICOS Y DE LOS GOBIERNOS EMPRESARIALES
¿Quiénes han sido los actores del reciente proceso de integración económica? Aunque lo han impulsado básicamente los mismos actores económicos que lideraron el proceso del Mercado Común Centroamericano las empresas transnacionales y los grupos económicos nacionales el entorno económico, social y político en el que se desenvuelven hoy es diferente, y por tanto sus actuaciones e interrelaciones son distintas.
En el caso de las empresas transnacionales, su interés por Centroamérica ya no se reduce, como en el pasado, a sacar provecho de las oportunidades que brinda un mercado ampliado y protegido, sino que hoy conciben la región como una plataforma importante para exportar hacia Estados Unidos. Además, y a diferencia del pasado, las inversiones de estas empresas en la región se han diversificado, lo que las hace más influyentes, no sólo porque tienen más poder económico, sino también porque controlan buena parte de los servicios públicos básicos telecomunicaciones, distribución de energía eléctrica, que cuatro décadas atrás estaban en manos del Estado.

En el caso de los grupos económicos, éstos han registrado un proceso de modernización y diversificación que hace que sus actuaciones sean diferentes de las del pasado. En primer lugar, la mayoría de estos grupos ya no tienen como sus ejes principales de acumulación la agricultura tradicional de exportación y la industria tradicional, como sucedía en los años 60 y 70.
Ahora, sus principales intereses económicos se encuentran en los nuevos sectores dinámicos: servicios, exportaciones no tradicionales incluyendo la maquila, turismo y comercio. En segundo lugar, la mayoría de estos grupos están globalizados y conciben el mercado centroamericano, y no el nacional, como en el pasado, como su espacio natural de acumulación. Todo esto, a la vez que ha aumentado su influencia en el ámbito regional, les ha permitido establecer alianzas estratégicas con las empresas transnacionales para operar juntos en los diferentes países, aunque en la mayoría de los casos, desde una posición subordinada.
FAVORECIDOS POR LOS PROCESOS DE PAZ
El cuarto factor que ha incidido en el proceso de integración es el advenimiento de los procesos de paz y democratización, que generaron un clima favorable de estabilidad política y social. Además, desde principios de los años 90 llegaron al poder gobiernos pro-empresariales y empresariales, sobre los que han tenido una influencia significativa los grupos de poder económico. Esto les ha permitido expandirse regionalmente, lo que ha favorecido la integración empresarial. Este ambiente político es sustancialmente distinto al de la época del Mercado Común Centroamericano, cuando nuestros países eran gobernados por regímenes autoritarios, basados en alianzas entre militares y empresarios apoyadas por Estados Unidos.
CONSECUENCIAS PREOCUPANTES PARA LA DEMOCRACIA Y EL DESARROLLO
Sin duda, el actual proceso de integración económica regional ha tenido beneficios importantes para la región en inversión, empleo, mejor aprovechamiento de las capacidades productivas regionales. También ha ayudado a una nueva inserción internacional de la región. Además, representa una buena oportunidad para que las empresas centroamericanas puedan prepararse regionalmente para competir en los mercados internacionales.
Sin embargo, esta integración también ha desencadenado o profundizado tendencias preocupantes en relación a la democracia y al desarrollo de la región. Entre las más negativas destacan una mayor concentración de la riqueza regional en pocas manos y un cambio en la correlación de fuerzas políticas a favor de los grupos económicos regionales y de las empresas transnacionales. Todo esto ha ocurrido en un ambiente de elevados niveles de pobreza, la que si en la década de los 90 disminuyó en términos relativos, aumentó en términos absolutos.
EL TLC CON ESTADOS UNIDOS ACENTUARÁ LOS DESBALANCES REGIONALES
A este desbalance de poder regional social, económico y político ha contribuido además el debilitamiento del Estado y la redefinición de su rol; la crisis de los partidos políticos y su cuestionamiento social y político; la debilidad de actores sociales como las clases medias y el movimiento sindical; la ausencia de fuerzas de izquierda modernas y propositivas; la llegada al poder de gobiernos pro-empresariales y empresariales; y la hegemonía intelectual e ideológica de la corriente neoliberal en la región, que reivindica la supremacía del mercado sobre el Estado y que convierte a los empresarios en el principal actor social dentro del modelo socioeconómico.
Este desbalance se acentuará todavía más al entrar en vigencia el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (CAFTA-DR), que inevitablemente contribuirá a reforzar al menos a corto y mediano plazo el proceso de concentración de poder económico y político en los ya influyentes grupos económicos nacionales e internacionales que operan en la región. Las condiciones iniciales de partida del tratado favorecen claramente a estos grupos, que son los que tienen dinero, información, contactos e influencias suficientes para aprovechar las ventajas que ofrece el tratado y para evadir sus costos potenciales.

La situación es más preocupante si se considera que debido a la fragilidad de las finanzas públicas y a la debilidad institucional estatal, los gobiernos centroamericanos no están en la capacidad de diseñar y aplicar políticas integrales de desarrollo y de apoyo a los sectores afectados por el tratado, especialmente a la población rural pobre la más numerosa y la que depende de actividades agrícolas, que es la más susceptible de sufrir los impactos negativos del tratado. (Continuará)
QUIÉN TIENE EL PODER EN CENTROAMÉRICA (2) Un retrato de los grandes grupos económicos
La integración “real” que tiene lugar en Centroamérica de forma acelerada y desde hace unos 15 años la protagonizan los grandes grupos económicos de la región, hoy globalizados, y con un claro origen en capitales históricos. Sus aliadas son las empresas transnacionales que operan en Centroamérica. ¿Cómo actúan los “socios” de estas empresas? ¿Y quiénes son estas empresas?
Los grupos económicos centroamericanos que de manera creciente operan en la escala regional e internacional y las empresas transnacionales que tienen presencia en Centroamérica están integrando rápidamente a la región con sus estrategias de expansión y penetración del mercado centroamericano. ¿Quiénes son estos poderosos actores? No pretendemos determinar la magnitud de la riqueza que poseen ni el nivel de ganancias que obtienen. Aún si lo pretendiéramos, resulta prácticamente imposible, porque los grupos económicos regionales, pese a mostrar en años recientes una mayor apertura y transparencia, aún se caracterizan por mantener en secreto sus actividades, sobre todo sus inversiones y sus ganancias.
La revista “América Economía” (julio-agosto 2005) sostiene que el éxito de los grandes grupos de El Salvador, Honduras y Guatemala no puede ser cuantificada, ya que ninguno de ellos informa sobre sus resultados. Lo expresa así esta publicación: El todavía nutrido Club de la Oscuridad Centroamericano es la última paradoja de un mercado cada vez más abierto y competitivo.
AUMENTA LA INVERSIÓN EXTRANJERA
Desde principios de los años 90 inició en Centroamérica un notable proceso de integración empresarial, impulsado por los principales grupos económicos regionales y por las empresas transnacionales presentes en el área. Este nuevo tipo de integración está fundamentado en las mayores inversiones que estos grupos y empresas realizan en los diferentes países.
Como consecuencia de esta integración, la inversión extranjera directa aumentó considerablemente en los últimos 15 años. Entre 1990-99, sus flujos hacia Centroamérica sumaron 13 mil 331.5 millones de dólares, un promedio anual de 1 mil 333.15 millones. Entre 2000-2004, los flujos llegaron a los 10 mil 609.4 millones, un promedio anual de 2 mil 121.9 millones. Con relación al PIB, la inversión extranjera directa alcanzó sus mayores niveles en el segundo quinquenio de los 90, debido a que en ese período ocurrieron la mayoría de privatizaciones en la región, lo que fue aprovechado por las empresas multinacionales y por los grupos económicos locales para invertir en sectores que antes les estaban vedados, como las telecomunicaciones, la energía eléctrica y el sistema financiero.
En cuanto al destino de la inversión extranjera directa, se dirigió principalmente hacia los servicios maquila, telecomunicaciones, energía eléctrica y el comercio, marcando una diferencia notable con lo que ocurría en los años 60 y 70, cuando esta inversión se centraba fundamentalmente en la industria manufacturera. Las nuevas tendencias de la inversión extranjera directa han consolidado un nuevo patrón de crecimiento en Centroamérica, basado en el dinamismo de los servicios y el comercio, lo que a su vez ha acelerado el proceso de terciarización de las economías del área.
En el caso de Costa Rica, la mayoría de los recursos se invirtieron en el sector industrial, servicios y turismo, contribuyendo a fomentar una serie de actividades no tradicionales: industria electrónica, material médico, turismo, servicios de negocios y construcción de proyectos inmobiliarios. La mayor proporción de los flujos de esta inversión en Costa Rica provino de Estados Unidos, un promedio de 63.6% entre 1997-2004. En los últimos años, algunos países europeos como Holanda y Alemania, y países de la región como México, El Salvador y Panamá, también han sido importantes inversores en Costa Rica.

En el caso de El Salvador, entre 1997-2003 la inversión extranjera directa se dirigió principalmente a la industria eléctrica, industria manufacturera, comunicaciones y comercio. Al igual que en Costa Rica, la mayor parte de las inversiones provino de Estados Unidos: en junio de 2003 alcanzó el 67%. Otros países inversores importantes fueron Venezuela, Francia, España y Panamá.
AUMENTA LA INVERSIÓN CENTROAMERICANA
Sobre la inversión directa intra-regional la realizada por empresarios centroamericanos en otros países de la región la información es escasa y poco confiable, porque buena parte de ella no está registrada en las cifras oficiales. Además, la poca información disponible en algunos países sólo cubre un período muy corto de tiempo. A pesar de eso es obvia, con los datos que hay, la importancia creciente de estas inversiones. Las de Panamá y El Salvador resultan las más significativas. El elevado monto de las inversiones salvadoreñas en Costa Rica en los años 2002 y 2003 ($23.4 millones y $25.4 millones) están relacionadas con la construcción de un centro comercial del Grupo Poma de El Salvador. En El Salvador, los países que más han invertido en los últimos años son Costa Rica, Guatemala y Panamá, fundamentalmente en la industria y el comercio.
Vale la pena señalar la importancia de las inversiones nicaragüenses en el sector financiero salvadoreño ($33.1 millones), hecho relacionado con la presencia regional de grupos financieros nicaragüenses. Por la situación interna de Nicaragua durante la revolución sandinista, estos grupos (BAC-Credomatic, Pacific y Lafise) fueron de los primeros en regionalizarse. Sus primeros negocios estuvieron vinculados a los servicios de cambio de moneda, tarjetas de crédito y banca offshore.
Las tendencias de las inversiones intra-centroamericanas en Costa Rica y El Salvador, además de ratificar la vigencia de un patrón de crecimiento basado en el dinamismo de las actividades secundarias y terciarias, indican que los empresarios centroamericanos han sido protagonistas importantes en el proceso de integración regional. Por la falta de información estadística, no es posible determinar qué porcentaje de estas inversiones las realizaron empresas pequeñas, medianas y grandes, aunque existe un consenso bastante amplio en que buena parte de ellas las realizaron los grandes grupos económicos que operan en la región.
EL ORIGEN HISTÓRICO DE LOS GRANDES GRUPOS ECONÓMICOS
Históricamente, la mayoría de los países de Centroamérica con la notable excepción de Costa Rica se han caracterizado por una concentración muy alta del ingreso y de las riquezas en pocas manos, lo que ha hecho que nuestra región sea una de las más desiguales del mundo. Como no existen mecanismos distributivos efectivos, los salarios son bajos y el empleo es escaso y de mala calidad, la gran mayoría de la población centroamericana padece pobreza y exclusión.
Una de las consecuencias directas de la concentración de la riqueza en pocas manos es la existencia de poderosos grupos económicos que históricamente han utilizado su influencia para incidir en todos los ámbitos de la vida social de los países y para ejercer un control directo o indirecto sobre el Estado, el cual ha jugado un papel central en las estrategias de expansión de estos grupos, generando y manteniendo las condiciones que requieren para acumular capital.
Estos grupos económicos surgieron vinculados a la agricultura. De ahí se extendieron, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, a otras actividades económicas: la industria, la banca y la construcción, aunque su principal eje de acumulación siguió siendo la agricultura tradicional de exportación, actividad de la cual obtenían excedentes para invertir en otros sectores.
En esta misma época, y como consecuencia de la aplicación de la estrategia de industrialización sustitutiva de importaciones, surgieron nuevos grupos económicos vinculados a la industria tradicional y al comercio, algunos de ellos provenientes de clases medias que en buena medida se fortalecieron gracias a la expansión del empleo público y de sectores vinculados a las Fuerzas Armadas, que en algunos países accedieron al control del Estado, desde donde impulsaron estrategias de acumulación en diversas actividades económicas.
Según Donald Castillo Rivas (“Acumulación de capital y empresas transnacionales en Centroamérica”, siglo XXI, 1980), los militares componen un grupo económico en ascenso dentro del mapa centroamericano, además de tener en sus manos el poder político y convertirse en árbitros de las diferencias entre los demás grupos o fracciones de la clase dominante. Sin embargo, desempeñan un papel económico distinto en los diferentes países. En Nicaragua y Guatemala se han convertido en empresarios aliados del capital extranjero, con un poder económico y político muy considerable. En Honduras y El Salvador parecieran desempeñar un papel de intermediarios entre el capital extranjero y las economías locales.
POR QUÉ SE EXPANDIERON ESTOS GRUPOS ECONÓMICOS
Como la estrategia de industrialización sustitutiva dependía de las divisas y los excedentes generados en el sector agroexportador tradicional, los nuevos grupos económicos estaban subordinados a las élites agrarias tradicionales.
Aunque en las décadas de los 60 y 70 algunos grupos económicos nacionales comenzaron a expandirse hacia el resto de la región centroamericana, para la gran mayoría de ellos su espacio de acumulación se circunscribía al territorio nacional, al mercado interno, que defendían ferozmente con medidas proteccionistas de todo tipo. Por eso, su influencia política se reducía fundamentalmente al ámbito de cada país. Desde finales de los 70, comenzaron a expandir sus operaciones a toda Centroamérica y en algunos casos a Estados Unidos, México y el Caribe.
Esto se debió a varios factores: a los conflictos armados de los años 80, que llevaron a algunos empresarios de El Salvador y Nicaragua a abandonar sus países de origen o a sacar de ellos su capital para invertirlo en países vecinos y en Estados Unidos; a la crisis estructural de la agricultura tradicional de exportación, que hizo que muchos empresarios agrícolas cambiaran de actividad económica buscando nuevas oportunidades de inversión en el resto de Centroamérica; a la mayor competencia externa, que fomentó una cultura empresarial pro-apertura, posibilitando la expansión natural de los principales grupos nacionales hacia el mercado regional; a la aparición de una nueva fuente de excedente externo: las remesas familiares que envían los emigrantes centroamericanos viviendo en Estados Unidos, que junto a las reformas financieras y a los procesos de reprivatización bancaria registrada en algunos países El Salvador y Nicaragua posibilitaron en los 90 la rápida expansión regional de los principales grupos financieros locales.
También se debió al proceso de modernización empresarial resultante de cambios generacionales y de una mayor preparación de las generaciones jóvenes, educadas generalmente en universidades de Estados Unidos; a la llegada al poder de gobiernos pro-empresariales y empresariales, que han favorecido el proceso de integración institucional y han eliminado obstáculos al comercio y a las inversiones intra-regionales.
LOS MÁS PODEROSOS: LOS SALVADOREÑOS Y LOS GUATEMALTECOS
Como resultado de todo esto, en las últimas dos décadas y en toda la región aparecieron grupos económicos cuyo ámbito de operaciones no es ya el mercado nacional sino el regional. Estos grupos provienen de todos los países, aunque los salvadoreños y guatemaltecos son los más poderosos y tienen estrechas relaciones económicas, sociales y políticas entre sí, debido a sus afinidades ideológicas, al alto grado de integración existente entre los dos países y al hecho de que durante el conflicto armado salvadoreño, algunas de las familias más poderosas de El Salvador emigraron temporalmente a Guatemala, desde donde dirigían sus negocios.
Le siguen en importancia numérica los grupos económicos de Costa Rica algunos con larga presencia en la región y los nicaragüenses, pertenecientes fundamentalmente al sector financiero y los primeros en internacionalizarse, obligados por la situación política interna de Nicaragua durante la revolución sandinista. Los grupos panameños son particularmente fuertes en el sector financiero y los hondureños en el comercial.

En nuestro estudio, es claro que Nicaragua y Honduras aparecen como los países receptores de las mayores inversiones centroamericanas. Y que los empresarios que exportan esas inversiones hacia Nicaragua y Honduras son de Guatemala y de El Salvador.
Estos grupos económicos regionales se caracterizan por ser sumamente diversificados. Operan fundamentalmente en servicios financieros, de transporte, turísticos, construcción, comercio e industria, aunque algunos tienen inversiones importantes en agroindustria y algunos pocos en la agricultura no tradicional. Esta concentración de inversiones en los servicios y el comercio señala claramente que las economías centroamericanas son fundamentalmente economías de servicios, lo cual plantea oportunidades, pero también serios retos para el desarrollo futuro de la región, ya que a diferencia de las economías desarrolladas, han hecho este tránsito sin contar con una base productiva sólida y competitiva que sustente en el mediano y largo plazo las actividades terciarias.
La mayoría de estos grupos económicos tienen intereses en el sector financiero. Esto ha generado una interpretación, bastante generalizada en la región, que afirma que son los financieros los grupos más poderosos y hegemónicos en cada país y en toda Centroamérica. Conviene aclarar que, si bien el sector financiero es uno de los sectores de más rápido crecimiento y más lucrativo, y que efectivamente en todos los países los grupos vinculados a este sector tienen un considerable peso político, no necesariamente los banqueros son en todos los países los grupos hegemónicos. En Guatemala y Honduras no son ni los más poderosos ni los más influyentes. En estos dos países los grupos más poderosos tienen su principal fuente de acumulación en la industria, la agroindustria, en otros servicios y en el comercio, aun cuando también tienen inversiones en la banca.
Algunas personas entrevistadas, conocedoras de los sectores empresariales de la región, señalaron que la industria bancaria ha sido hasta hoy bastante lucrativa, pero no más que otras actividades económicas. Según ellas, la diferencia está en que los bancos son los únicos obligados a publicar el resultado de sus operaciones. Una persona entrevistada en Guatemala comentó que uno de los grupos económicos del país había decidido invertir en la banca no porque fuera un gran negocio sino porque daba prestigio.
CON ALIANZAS ESTRATÉGICAS Y CONNCULOS FAMILIARES
Los grupos económicos de la región tienen alianzas entre ellos en algunas de las áreas donde operan, pero mantienen una fuerte competencia en las actividades más lucrativas: los proyectos inmobiliarios centros comerciales, centros de negocios, construcción de viviendas, los servicios financieros y algunas actividades comerciales como la distribución de vehículos. Son conocidas las alianzas entre diferentes grupos en la actividad de bienes raíces (Grupo Poma y Grupo TACA en el Salvador, Grupo La Fragua y Grupo Pantaleón y Grupo Gutierrez-Bosch y Grupo Castillo en Guatemala); en el sector financiero (Grupo Cuscatlán, Grupo La Fragua y Grupo Pantaleón); y en el sector de tecnología (Grupo Pellas y Grupo Motta).
Los grupos más poderosos tienen alianzas estratégicas con empresas transnacionales y con grupos económicos extra-regionales. Las alianzas del Grupo Agrisal con SABMiller, las del Grupo CABCORP con Ambev, las de los Grupos La Fragua y CSU con Wal-Mart, las del Grupo Pellas con General Electric y con IBM, las del Banco Cuscatlán con el Citigroup y las del Grupo Poma con el Grupo Carso de México, son algunas de las más destacadas.
La gran mayoría de los grupos nacionales tiene vínculos familiares, que han sido bastante estudiados en los diferentes países. Esto les facilita establecer alianzas, intercambiar información y coordinar sus actividades de incidencia política. Muchos de los grupos centroamericanos ahora globalizados pertenecen a las familias que tradicionalmente han detentado el poder económico en la región, lo que evidencia la notable modernización registrada al interior de las élites económicas centroamericanas.
Es importante el rol de estos grupos en la integración centroamericana, es enorme su poder económico y por tanto, político, hoy más concentrado que nunca. Y esto ha reforzado el proceso de diferenciación y polarización que se viene registrando al interior de los sectores privados desde principios de la década de los 90, ya que estos poderosos grupos se han despegado literalmente del resto de sectores empresariales, conformando una estructura empresarial nacional y regional mucho más polarizada y desigual, lo que plantea serios desafíos para la democracia y el desarrollo en nuestra región.
DE LA MANO CON PODEROSAS TRANSNACIONALES
El otro actor de la integración empresarial centroamericana son las empresas transnacionales, que desempeñaron un papel central en la integración de los años 60 y 70, período en el que, además de controlar las industrias más dinámicas e intensivas en uso de capital y establecer monopolios y oligopolios en los mercados nacionales de cada país, controlaban directa o indirectamente el mercado intra-regional, sobre todo el de productos manufacturados y agroindustriales, que les servía como plataforma para exportar alimentos diversificados hacia Estados Unidos.
Dependiendo de la sensibilidad política del sector en el que operaban y de los costos de transporte, las empresas transnacionales definieron en aquellos años el número de centros de producción requeridos para alcanzar importantes cuotas de mercado en los países de la región. Así, las empresas transnacionales de bebidas, de tabaco y del sector farmacéutico se caracterizaron por contar con centros de producción en cada uno de los países centroamericanos. En algunas de las industrias de alimentos enlatados concentraron la producción regional en dos o tres centros.
En aquellos años la influencia política, social y económica de las empresas transnacionales fue importante. Por un lado, contribuyeron a modificar el balance de poder al interior de los sectores empresariales de la región fortaleciendo a los nuevos sectores industriales, comerciales y financieros vinculados a la estrategia de sustitución de importaciones. Por otro, contribuyeron a la formación de clases medias formando a ejecutivos de empresas. Cooperaron también al desarrollo e integración de pequeños productores locales a las cadenas de producción agroalimentarias. En el plano político, las empresas transnacionales ejercían una considerable influencia en los gobiernos y en el sistema político, y frecuentemente apoyaron a los gobiernos militares de la época o conspiraron contra gobiernos que ellos consideraban hostiles a sus intereses.

Según Castillo Rivas, en el libro citado, en casi todos los países uno de los aliados de la inversión extranjera fue una nueva clase empresarial, cuyo origen parece ser la descendencia directa de la antigua oligarquía agrícola, los descendientes de comerciantes extranjeros radicados en la región y un flujo continuo de nuevos empresarios, cuyo origen, como clase media alta, proviene de la burocracia y la tecnocracia estatal, así como de los militares de alta graduación. Señala, además, a los comerciantes, en particular, a los inmigrantes judíos, árabes y polacos y a otras minorías de residentes europeos, que controlaban las actividades comerciales más importantes.
En los últimos 15 años las empresas transnacionales han aumentado sensiblemente su presencia en la región, alentadas por las facilidades otorgadas por cada uno de los países a la inversión extranjera, así como por la ampliación de los espacios de acumulación derivada de la privatización y concesión de servicios públicos básicos, sobre todo en los sectores de telecomunicaciones y electricidad, los cuales hasta antes de los años 90 pertenecían al Estado.
También incursionaron, mediante la compra de empresas privadas, en sectores que antes estaban en manos de empresas familiares, como es el caso de las compañías cerveceras y las empresas de cemento. Más recientemente han incursionado en el sector bancario. Dos de las cuatro empresas multinacionales más grandes del mundo, CEMEX y Holcim, se han hecho presentes en la región centroamericana en los últimos años. Holcim está presente en todos los países de la región. CEMEX invirtió en Costa Rica, Nicaragua y Panamá.
COMPRANDO EMPRESAS PRIVADAS, CONCENTRANDO LA RIQUEZA NACIONAL
Entre las 100 empresas más importantes que operan actualmente en Centroamérica, más de la mitad (56) proceden de Estados Unidos, 28 de países europeos (Inglaterra, Francia, España, Holanda, Luxemburgo, Suiza, Suecia, Alemania), 9 de países asiáticos (Japón, Corea del Sur), 5 de países latinoamericanos (Costa Rica, México, Colombia) y 2 de Canadá. Un país que en la última década y media ha aumentado sensiblemente la presencia de sus empresas en Centroamérica sobre todo en Guatemala es México. Esto obedece, entre otras razones, a la firma de tratados de libre comercio entre México y algunos países de la región, y al proceso de internacionalización de las principales empresas mexicanas, que tienen mucho interés en el mercado centroamericano ya que representa un mercado natural para ganar experiencia internacional y constituye una plataforma importante para exportar hacia Estados Unidos.
En general, las empresas transnacionales invierten en compañías locales para controlarlas. En la mayoría de los casos, buscan apropiarse de más del 50% de las acciones. En algunas ocasiones, comienzan con una participación minoritaria, pero con el compromiso de aumentarla en un plazo determinado.
Comprando empresas privadas, las compañías transnacionales buscan entrar de manera rápida al mercado, así como aprovechar el conocimiento del mercado, los sistemas de distribución ya establecidos y los contactos con el gobierno, los proveedores y los clientes que ya tienen las empresas locales. Pero estas compras no siempre aumentan el acervo de capital para la producción, como sucede con las empresas nuevas. Tampoco generan nuevos empleos. Además, aumentan la concentración de la riqueza y debilitan las empresas nacionales. Este tipo de adquisiciones provocan cambios en las compañías de propiedad familiar, porque la estructura de capital se hace más abierta y porque la administración se moderniza en la medida que se contratan profesionales, en vez de familiares que hacen carrera dentro de la empresa.
Además de las inversiones en los servicios públicos básicos y en el sector industrial tradicional, algunas empresas transnacionales como INTEL han invertido en la región buscando plataformas competitivas de producción y de logística que les permitan producir bienes y servicios cuyo destino final son Estados Unidos u otros mercados extra-regionales.
HOY: EXTRANJERIZACIÓN CRECIENTE MAÑANA: SUBORDINACIÓN
Como resultado de estos procesos, y al igual que lo ocurrido en el resto de América Latina, se está produciendo en Centroamérica una extranjerización del aparato productivo, que está cambiando la estructura del poder económico a favor de las empresas transnacionales, al desaparecer tanto la hegemonía estatal como la de algunas industrias tradicionales nacionales. Esto ha dado paso a una nueva clase empresarial, liderada por ejecutivos de filiales de empresas transnacionales, lo que es particularmente importante en Costa Rica y Guatemala, los países donde más se concentra la inversión extranjera. Junto con la hegemonía de las empresas transnacionales, se acentúa la influencia de los países de los que provienen esas inversiones.
Sin duda, este proceso de extranjerización de las economías de Centroamérica se profundizará en los próximos años debido a la entrada en vigencia del CAFTA-DR, ya que este Tratado de Libre Comercio de Centroamérica y República Dominicana con Estados Unidos abre nuevas oportunidades de inversión a las empresas transnacionales y les brinda mayores seguridades para sus inversiones. Dado el enorme poder económico y político de estas empresas, es de prever que se profundizará el ahora incipiente proceso de adquisiciones de compañías locales pertenecientes a los grupos económicos de la región. Y más temprano que tarde, estos grupos terminarán subordinados a los intereses transnacionales. (Continuará)

DIRECTOR DE INVESTIGACIÓN DEL PROYECTO “TRANSFORMACIÓN ESTRUCTURAL EN AMÉRICA CENTRAL” DE LA UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA JOSÉ SIMEÓN CAÑAS DE EL SALVADOR. VERSIÓN RESUMIDA Y EDITADA POR ENVÍO DEL ESTUDIO “INTEGRACIÓN REAL Y GRUPOS DE PODER ECONÓMICO EN AMÉRICA CENTRAL. IMPLICACIONES PARA EL DESARROLLO Y LA DEMOCRACIA EN LA REGIÓN”, FINANCIADO POR LA FUNDACIÓN FRIEDRICH EBERT, Y DE UNA CHARLA DEL AUTOR EN EL SEMINARIO ANUAL DEL APOSTOLADO SOCIAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN CENTROAMÉRICA. SAN SALVADOR, SEPTIEMBRE 2006.

América Central en la transición hegemónica

América Central en la transición hegemónica
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

En el 2011, un informe de la agencia consultora PwC generó revuelo al proyectar que para el año 2050 China se convertiría en la principal potencia económica mundial, seguida por la India y en tercer lugar los Estados Unidos. Tan solo siete años después, en julio de 2018, el Fondo Monetario Internacional redujo esa proyección temporal y pronosticó que ese desplazamiento podría ocurrir mucho antes, en el 2030, tomando en cuenta el comportamiento reciente de ambas economías (el PIB estadounidense creció un 2,8% en el primer trimestre de 2018, frente al aumento de 6,8% registrado en China en el mismo período).

Incluso en un posible escenario de desaceleración de la actividad económica china, el relevo parece inevitable. Pocos podrían dudar que estamos en el umbral de un nuevo momento histórico, en el que la hegemonía global noratlántica, consolidada por el ascenso y expansión de los imperios británico y estadounidense en los siglos XIX y XX, se encuentra en franco cuestionamiento, mientras el eje económico se desplaza hacia el Pacífico, donde emergen nuevos polos de poder liderados por China, India y Rusia.

¿Qué implicaciones tiene esto para América Central? En la consolidación de aquella hegemonía nortlántica, nuestra región desempeñó un papel clave por su ubicación geográfica: en el siglo XIX, el control del istmo y de sus rutas interoceánicas (ferrocarriles y canales), se convirtió en obsesión y motivo de controversias entre los Estados Unidos y las potencias europeas (Gran Bretaña y Francia, principalmente, aunque ya España se había planteado la construcción de un paso de mar a mar tan temprano como en el siglo XVI).

Azuzados en su codicia por la fiebre del oro en California, y necesitados de acortar los tiempos en el tráfico de mercancías entre los océanos Atlántico y Pacífico, numerosos exploradores, aventureros, cazafortunas, científicos y empresarios se lanzaron a recorrer nuestros países con el afán de conocer y estudiar el territorio, su naturaleza y recursos, sus gentes y gobiernos, y avanzar posiciones políticas y comerciales favorables a sus intereses. No faltó quien se refiriera al proyecto de un canal por Nicaragua como “la puerta Atlántica a la tierra prometida”; pero en el pulso de gigantes, y por su factibilidad, acabó por imponerse la ruta canalera por Panamá, bajo el dominio de los Estados Unidos.

Hoy, el valor estratégico de América Central está en la mira del gigante asiático en el marco del desarrollo de su proyecto geopolítico y económico más ambicioso: la nueva Ruta de la Seda, que articulará un complejo entramado comercial, energético y de transporte. A ello responde la fuerte presencia de China bajo la forma de inversiones en infraestructura en toda la región, compra de deuda y otorgamiento de créditos millonarios, apertura de mercados para la exportación y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Costa Rica, Panamá, El Salvador, y un poco más allá, en el Caribe, con República Dominicana. Y de ahí derivan, también, las presiones políticas y amenazas abiertas que lanza Washington, sin miramientos, a los gobiernos y élites de la región para frenar el avance chino. El istmo, pues, se encuentra nuevamente en disputa.
Como ocurrió hace poco más de un siglo, cuando los hombres y mujeres de la época contemplaron el declive del poder e influencia del imperio británico y la emergencia de un nuevo hegemón –el imperio estadounidense-, así también asistimos ahora a una nueva transición hegemónica. ¿Cómo enfrentaremos en América Central este proceso? ¿Tenemos una alternativa propia para asistir al convite del gigante o, por el contrario, persistiremos en nuestro rumbo histórico de subordinación y dependencia? ¿Quedará algún aliento de audacia política y de vigor utópico –que por ahora no se vislumbra en el horizonte- para emprender la construcción de un destino alternativo para nuestra región, tal y como lo soñaron en su momento Francisco Morazán, los unionistas centroamericanos, Augusto César Sandino o el General Omar Torrijos? Tal es la magnitud de los desafíos de nuestro tiempo.

How the Language We Speak Affects the Way We Think

How the Language We Speak Affects the Way We Think
Linguistics and neuroscience find better answers to old questions.

Posted Feb 02, 2017 (Psychology Today)

As I teach linguistics, one of the most intriguing questions for my students is whether all human beings think in a similar way—regardless of the language they use to convey their thoughts—or if the language we speak affects the way we think. This question has entertained philosophers, psychologists, linguists, neuroscientists, and many others for centuries. And everyone has strong opinions about it.
Antonio Benítez-Burraco

The complex relationship between language, thought, and culture
Source: Antonio Benítez-Burraco

At present, we still lack a definitive answer to this question, but we have gathered evidence (mostly derived from typological analyses of languages and psycholinguistic studies) that can give us a good understanding of the problem. As I will try to show, the evidence argues in favor of a universal groundwork for perception and thought in all human beings, while language is a filter, enhancer, or framer of perception and thought.
//www.nutquote.com/quote/Edward_Sapir/7) [Public domain undefined Public domain], undefined
Edward Sapir (1884-1939)
Source: Unkown (http://www.nutquote.com/quote/Edward_Sapir/7) [Public domain undefined Public domain], undefined

The story begins with the first American linguists who described (scientifically) some of the languages spoken by Native Americans. They discovered many awkward differences compared to the languages they had learned in school (ancient Greek, Latin, English, German, and the like). They found sounds never heard in European languages (like ejective consonants), strange meanings encoded in the grammar (like parts of the verb referring to shapes of the objects), or new grammatical categories (like evidentiality, that is, the source of knowledge about the facts in a sentence). Not surprisingly, some of these linguists concluded that such strange linguistic systems should have an effect on the mind of their speakers. Edward Sapir, one of the most influential American linguists, wrote: “The worlds in which different societies live are distinct worlds, not merely the same worlds with different labels attached” (Sapir, 1949: 162). For centuries, people thought that words were just labels for objects, and that different languages merely attached different strings of sounds to things—or, more accurately, to concepts. Now it was suggested that the world might be perceived differently by people speaking different languages. Or, more radically, that people could only perceive aspects of the world for which their languages have words.

Really? A useful (and instructive) way of testing Sapir’s claims focuses on color perception. Color distributes continuously (it depends on the wavelength of the light), but it is perceived categorically. Interestingly, the number of basic terms for colors is far smaller than the number of color tones we can perceive. Moreover, this number differs from one language to another. For instance, Russian has 12 basic terms for colors, whereas Dani, a language spoken in New Guinea, has only two: mili (for cold colors) and mola (for warm colors).
Kurulu Village War Chief Baliem Valley – Papua
Source: By Paul from Working and living in Jayapura (Papua Province) and Jakarta, Indonesia, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2277626

Researchers found that, not surprisingly, Dani people are able to distinguish among different color tones (like red, yellow, and orange) despite labelling them identically (mola). They also found that people distinguish better between two color tones that are named differently (for instance, blue and green). Because different languages frame the continuum of color in different ways, people speaking different languages are expected to focus differently regarding colors. In some sense, Sapir was half-right.
article continues after advertisement

This effect of framing or filtering is the main effect we can expect—regarding language—from perception and thought. Languages do not limit our ability to perceive the world or to think about the world, but they focus our perception, attention, and thought on specific aspects of the world. This can be useful indeed. Chinese-speaking children learn to count earlier than English-speaking children because Chinese numbers are more regular and transparent than English numbers (in Chinese, “eleven” is “ten one”). Likewise, people speaking some Australian languages orient themselves in space better than English-speaking people (they often know north from south—even in darkness), plausibly because their languages have absolute spatial deictics. This means that when referring to a distant object they do not say “that car” or “that tree over there,” but rather “the car to the north” or “the tree to the south.” Because they need to know direction in order to correctly assembly utterances in their language, they are more accustomed than us to pay attention to the cardinal points.
//en.wikipedia.org/w/index.php?curid=35933046
Australian language families.
Source: By Kwamikagami – Commons map: File:Australian Languages.png, CC BY-SA 3.0, https://en.wikipedia.org/w/index.php?curid=35933046
article continues after advertisement

So, different languages focus the attention of their speakers on different aspects of the environment—either physical or cultural. But how do we know which aspect? Essentially, we see what’s important to the people speaking whatever language. We linguists say that these salient aspects are either lexicalized or grammaticalised. Lexicalizing means that you have words for concepts, which work as shorthands for those concepts. This is useful because you don’t need to explain (or paraphrase) the meaning you want to convey. Instead of saying, “that cold and white thing that falls from the sky in the cold days of winter,” you just say snow.

Obviously, we do not have words for everything. We only have words for concepts that are important or salient in our culture. This explains why lexicons (or set of words) in languages are all quite different. The lexicon is like a big, open bag: Some words are coined or borrowed because you need them for referring to new objects, and they are put into the bag. Conversely, some objects are not used anymore, and then the words for them are removed from the bag.

Some aspects of the world are encoded by languages even more deeply—to the extent that they are part of language grammars. You need to consider them whenever you build a sentence in that language. Linguists say that they are grammaticalised. Dyirbal, a language spoken in Northern Australia, for example, has four noun classes (like English genders). The assignment of nouns to each class is apparently arbitrary: Class I encompasses nouns for animals and human males; class II encompasses nouns for women, water, fire, and names for fighting objects; class III only encompasses nouns for edible plants; and class IV is like a residual class, where all the remaining names are put together. This grammatical classification of nouns involves a coherent view of the world, including an original mythology. For instance, though animals are assigned to class I, bird nouns are found in class II because Dyirbal people believed birds were the spirits of dead women (nouns for women are found in class II). Likewise, the way people think about time is encoded deeply in the grammar of most languages. In some languages like English, time is tripartite: past, present, and future. However, in a language like Yimas, spoken in New Guinea, there are four types of pasts, from recent events to remote past. And there are languages like Chinese that lack grammatical tense, too.

In summary, language functions as a filter of perception, memory, and attention. Whenever we construct or interpret a linguistic statement, we need to focus on specific aspects of the situation that the statement describes. Interestingly, some brain imaging facilities are now allowing us to examine these effects from a neurobiological perspective. For example, in this interesting paper, the authors prove that language affects the categorical perception of color—and that this effect is stronger in the right visual field than in the left visual field. Discrimination of colors encoded by different words also provokes stronger and faster responses in the left hemisphere language regions than discrimination of colors encoded by the same word. The authors conclude that the left posterior temporoparietal language region may serve as a top-down control source that modulates the activation of the visual cortex.

This is a nice example of current biolinguistic research (in a broader sense) helping to achieve a better and more balanced understanding of classic questions in linguistics—like the relationship between language and thought.

La filosofía intercultural desde una perspectiva latinoamericana (2007)

La filosofía intercultural desde una perspectiva latinoamericana (2007)
Raúl Fornet-Betancourt
Universidad de Aachen (Alemania)

1. Introducción

En este trabajo queremos discutir fundamentalmente dos cuestiones, esperando que su tratamiento responda a las expectativas que puede despertar el título: «La filosofía intercultural desde una perspectiva latinoamericana».

Esas dos cuestiones, que trataremos por separado en lo que serán los puntos segundo y tercero de este trabajo, son las siguientes: ¿Qué ha significado, esto es, qué consecuencias teóricas ha tenido para el desarrollo de la filosofía en América Latina la emergencia del planteamiento de la filosofía intercultural en el discurso filosófico internacional?, y esta otra: ¿Qué puede decirle la filosofía latinoamericana a la filosofía intercultural o qué se podría aportar desde la experiencia de América Latina al desarrollo del discurso filosófico intercultural como experimento de un diálogo filosófico realmente universal?

En el tratamiento de estas dos cuestiones vamos a partir de una concepción amplia de la filosofía intercultural que, sin resaltar las diferencias entre las distintas corrientes que se pueden distinguir ya hoy en ella , se fija más bien en la orientación teórica general que tiene por base común y que le da su perfil propio como movimiento filosófico. Esta concepción amplia de la filosofía intercultural constituye, pues, el trasfondo a cuya luz debe considerarse nuestra argumentación en la discusión de las dos cuestiones apuntadas como tema de este trabajo, y por eso la explicitamos como parte de esta introducción.
Presentada con la brevedad debida, digamos, por tanto, que partimos de una concepción de la filosofía intercultural que subraya la perspectiva programática de promover, por el diálogo abierto (¡y en condiciones materiales y teóricas de igualdad!) entre las tradiciones culturales de la humanidad, una transformación radical de esta forma de pensar, de conocer, de nombrar lo que conocemos, de articular lo que sabemos, de generar más saber y de comunicar o trasmitir el saber que solemos llamar «filosofía», entendiendo que ese programa de transformación de la filosofía tiene que ver mucho con la toma de conciencia de las consecuencias epistemológicas que se desprenden de la todavía inconclusa historia del colonialismo occidental.
O sea que es una perspectiva programática de diálogo intercultural que no se plantea en un marco abstracto sin memoria histórica, sino que, al contrario, brota desde la memoria de culturas heridas en su dignidad cognitiva para poner sobre el tapete del debate filosófico actual la tarea de transformar la filosofía, pero precisamente en el sentido radical de una transformación que también envuelva en su dinámica renovadora a la tradición acumulada (¡y sancionada como clásica!) hasta hoy bajo la presión del sobrepeso del pensamiento occidental.
Con esta transformación, dicho en otras palabras, la perspectiva programática que comparte el movimiento de la filosofía intercultural no apunta, por consiguiente, simplemente a la garantía del acceso de las tradiciones culturales marginadas o de su incorporación a la filosofía hecha por Occidente; pues no se trata sólo de aumentar el «tesoro» de la tradición trasmitida hasta hoy como línea paradigmática de «definición» de lo que debe o no debe ser reconocido con el nombre de filosofía.
La perspectiva de transformación de la filosofía intercultural va más allá, por cuanto que pretende –y aquí radica su difícil desafío– implicar el «tesoro» mismo de la tradición reconocida como filosofía en ese proceso de transformación intertradicional que conlleva el diálogo entre las culturas, para que eso que llamamos «filosofía» pueda ser renombrado y redefinido mediante la cooperación de todas las tradiciones de pensamiento de la humanidad.
La perspectiva por la que apuesta el movimiento de la filosofía intercultural es, por tanto, la de entrar en un proceso de intercambio que sea a su vez el lugar de convergencia de experiencias filosóficas de muy distinta procedencia, pero que se reconocen como referencias legítimas para nombrar la filosofía.
Por eso es también característico de la concepción de la filosofía intercultural que aquí presuponemos, la idea de que el diálogo filosófico intercultural debe ser un diálogo que supere los prejuicios que todavía se mantienen frente a otras formas de pensar y de conocer que supuestamente no son «racionales» porque son, por ejemplo, «mitológicas» o «religiosas», excluyéndoselas así de la filosofía.
De aquí que sea también una nota característica de la concepción de la filosofía intercultural como movimiento la preocupación por detener en el proceso de generación de conocimiento filosófico el desperdicio o desaprovechamiento de experiencias filosóficas alternativas. Para la filosofía intercultural es así central la dignificación cognitiva de todas las tradiciones culturales; y es central para su propósito de transformación radical de la filosofía por dos razones.
Primero, porque ese es el camino para aprovechar en filosofía toda la experiencia cognitiva de la humanidad, y no sólo una parte de ella; y segundo, porque es la base para que el filósofo o la filósofa supere por fin esa odiosa imagen de sí mismo que lo asemeja a los antiguos (¡y modernos!) gobernadores coloniales que estaban en Algeria, India o Perú, pero vivían culturalmente en sus respectivas metrópolis. La filosofía intercultural es un manifiesto a favor de un filosofar que vive en y desde muchos lugares y que declara por ello como inauténtico el proceder de un pensar descontextualizado que prefiere repetir ideas prestadas al esfuerzo por ser expresión de su mundo de vida.
Sobre el trasfondo de esta comprensión de lo que hemos llamado la orientación teórica general común al movimiento de la filosofía intercultural, pasamos a tratar las dos cuestiones pendientes, pero antes indiquemos que cerraremos este trabajo con un cuarto apartado donde presentaremos algunas reflexiones sobre el sentido de la filosofía intercultural en el presente momento histórico.
2. ¿Qué ha significado la emergencia de la filosofía intercultural para el desarrollo de la filosofía en América Latina?
Esta pregunta se puede responder con una afirmación contundente que puede parecer exagerada, pero que a nuestro modo de ver expresa certeramente el meollo de la cuestión, a saber, que con la influencia de la filosofía intercultural la filosofía en América Latina descubre la diversidad cultural de su contexto y siente el desafío de tener que empezar de nuevo para poder hablar pluralmente de la pluralidad espiritual del contexto donde está.
Mas para comprender que no se trata de una simple afirmación lapidaria, hay que hacer un poco de historia. Daremos, pues, un rapidísimo repaso a la historia de la filosofía en América Latina para mostrar al menos en grandes rasgos cómo la respuesta dada tiene su justificación histórica.
Como se puede comprobar consultando la historiografía filosófica latinoamericana corriente hasta bien entrada la segunda mitad del pasado siglo XX se afirmaba todavía sin mayores problemas o dudas que la filosofía en América Latina comienza propiamente con el así llamado «Descubrimiento» en 1492, es decir, con la llegada de la cultura europea y, muy concretamente, con la llegada de «los hombres teoréticos que vinieron de Occidente».
Según esta visión no habría ninguna diferencia entre la filosofía en Europa y en América Latina, ya que la filosofía se desarrollaría en el continente americano como una planta que se trasplanta a otra tierra; la filosofía pasa del viejo al nuevo mundo y crece en éste último como el eco de su voz en el primero.
Y hay que reconocer, porque corresponde al curso real que sigue la evolución filosófica de América Latina, que de hecho la filosofía que en América Latina recibe ese nombre y se desarrolla como saber filosófico reconocido como tal, no es ninguna otra que aquella que reproduce la forma europea. No olvidemos que con la conquista y la colonización –que es también una empresa de colonización espiritual– se impone, en efecto, la cultura europea con su sistema universitario y sus métodos de investigación.
Y la filosofía, en tanto que es parte de esa cultura, reproduce en América Latina el modelo cultural que se trae de Europa. Así se «explica» que la tradición filosófica que se llamará (en forma realmente impropia) latinoamericana se desarrolle como una recepción fiel de la filosofía europea. Por eso podemos ver que los manuales de historia de la filosofía latinoamericana dividen la evolución filosófica de los países latinoamericanos en etapas que corresponden a los períodos históricos de la recepción de corrientes europeas.
De este modo se habla, por ejemplo, de la etapa escolástica, de la etapa de la ilustración, de la época positivista o de la fase del marxismo.
Leída de esta manera la filosofía en América Latina no presenta en su historia, como decíamos, grandes diferencias teóricas en relación con la filosofía en Europa. Es fruto de un trasplante artificial que la sitúa justo en el contexto superpuesto que crea la expansión de la cultura europea. De aquí que esa filosofía latinoamericana nazca desvinculada por completo de las tradiciones de las culturas originarias como la nahuatl, la maya, la kuna, la guaraní o las andinas.
Es más, nace y se desarrolla en pleito con estas tradiciones de pensamiento indígenas, ya que en su visión eurocéntrica dichas culturas no habían logrado todavía dar el paso decisivo para el nacimiento de la reflexión filosófica en sentido estricto, que es el paso del mitos al logos, relegando así a estas tradiciones indígenas a la mitología o a la cosmogonía.
La historia del desarrollo de esa filosofía llamada latinoamericana es, por consiguiente, la historia de la negación de la pluralidad, y más concretamente, historia de la desvalorización cognitiva de las tradiciones indígenas de América Latina.
Esta historia de trágica violencia epistemológica –es evidente que se trata de una historia violenta en muchos sentidos , pero aquí acentuamos la violencia epistemológica por su relevancia para la filosofía– empieza a cambiar a partir de la segunda mitad del siglo XIX gracias fundamentalmente a dos acontecimientos históricos de alta significación para la reorientación de la vida cultural y, específicamente, para la renovación de la filosofía en América Latina.
Nos referimos, por una parte, a la articulación explícita de un amplio movimiento indigenista que reclama justicia social y cultural para los pueblos indígenas , y, por otra, al lanzamiento del programa de elaborar una filosofía latinoamericana que responda de verdad a los desafíos concretos con que se ven confrontadas las sociedades latinoamericanas en el momento de la organización social, política y educativa de la recién conquistada independencia nacional.
Por la influencia de estos dos acontecimientos, en cuyo análisis no podemos entrar ahora, la filosofía en América Latina inicia un proceso de contextualización de su reflexión que, a pesar de sus limitaciones, es sin duda positivo, porque por dicho proceso se reduce la distancia que separa filosofía y cultura propia en América Latina.
Muy importante en esta línea es además el hecho de que casi un siglo después, es decir, a mediados del pasado siglo XX inicia Leopoldo Zea (1912-2004) el proyecto de recuperar la historia de las ideas filosóficas en América Latina desde la perspectiva de la contribución a la emancipación mental y como base para la elaboración de una filosofía de la historia de los pueblos americanos , que culminará por su parte –y como resultado de la radicalización de este proyecto– en la constitución de una filosofía de la liberación como respuesta a la situación neocolonial en que se encuentran los países latinoamericanos.
En esta nueva constelación sí empieza a diferenciarse substancialmente la tradición filosófica latinoamericana de la herencia europea. ¿Por qué? Porque, poniendo el foco de su atención reflexiva en la consideración de la historia de América Latina desde una perspectiva de liberación, la filosofía latinoamericana se aplica a buscar sus propias fuentes, los documentos que narran las memorias de los pueblos latinoamericanos, y comienza a comprenderse a sí misma de otra manera: ya no se entiende como el eco lejano de lo que se piensa en Europa, sino como expresión propia de un pensamiento que piensa la condición periférica de los pueblos latinoamericanos y sus tradiciones.
A partir de ese momento, que podemos situar en la década de 1970-1980, se puede hablar con toda razón de lo que llamamos antes una diferencia sustancial entre la filosofía latinoamericana y la europea, y que ahora precisamos designándola como una diferencia contextual. Pues, al tomar conciencia de su contexto y redefinirse como pensar contextual, la filosofía latinoamericana asume la condición periférica y «descubre» entonces que la filosofía europea piensa desde otra condición, a saber, la condición de centro del mundo construida por el colonialismo.
Este «descubrimiento» supone para la filosofía latinoamericana el cuestionamiento de la idea de universalidad filosófica recibida de la tradición europea. Este sería un tema que merecería un análisis separado, pero lo que interesa aquí es hacer constar que ese cuestionamiento de la pretensión de universalidad de la filosofía europea representa acaso el momento más crítico en la diferencia contextual que se hace ahora manifiesta.
Subrayamos este aspecto porque, siguiendo nuestro brevísimo repaso, hay que decir sin embargo que la misma filosofía latinoamericana relativiza esa diferencia contextual o que no saca todas las consecuencias que de ella debiera sacar.
Según nuestra interpretación esta inconsecuencia se explica por dos razones principales. La primera es que la filosofía latinoamericana, a pesar de su esfuerzo real por contextualizarse, no se libera totalmente de la herencia europea y continúa todavía mirando demasiado a Europa; conserva todavía muchos de los hábitos de pensar y de los métodos de investigación de la filosofía colonizada y siente por ello la necesidad de buscar a Europa todavía como su interlocutor privilegiado.
La segunda razón la vemos en que, como consecuencia de la primera, mantiene aún una relación deficitaria con la cultura latinoamericana en el sentido de que no alcanza a percibir toda su compleja diversidad cultural y se relaciona preferencialmente con una parte de la cultura latinoamericana, que es por cierto la parte que se considera representativa de toda la cultura latinoamericana.
Para comprender esta relación deficitaria en la que en nombre de una parte se encubren otras caras culturales de América Latina, hay que tener en cuenta el papel que ha jugado –y juega– la categoría del «mestizaje cultural» en la comprensión y autocomprensión del desarrollo cultural de América Latina. Para muchos el mestizaje cultural es, en efecto, la categoría clave para explicar la cultura latinoamericana. Tan importante se la considera que es la que se ha usado para caracterizar la cultura latinoamericana en su totalidad y decir que es una cultura mestiza.
Esta manera de explicar el desarrollo cultural latinoamericano es, según decíamos, el trasfondo que hace comprensible que la filosofía latinoamericana busque su arraigo en la cultura mestiza de América Latina suponiendo precisamente que con ello le hace justicia a toda la complejidad cultural de su contexto.
Pero este supuesto es falso. Es indiscutible que existe la cultura mestiza latinoamericana, pero no es justo decir que representa toda la cultura que hay en América Latina. Porque, junto a esa América de cultura mestiza, están otras muchas Américas indígenas (y afro) que hacen cultura con sus nombres propios: kuna, guaraní, mapuche, etc. Hay así en América Latina más pluralidad cultural que la que nombra la cultura mestiza.
Por eso una filosofía latinoamericana que se relacione solamente con dicha cultura mestiza no está todavía en diálogo con toda la diversidad cultural de los pueblos latinoamericanos. Y como es esto justo lo que ha sucedido, hablamos aquí de una relación deficitaria o parcial con la pluralidad cultural de América Latina como una de las razones que han frenado o bloqueado la radicalización de la afirmación de la diferencia contextual por parte de la filosofía latinoamericana en esta época que va más o menos de 1970 a 1990.
Pues bien, en este estadio del desarrollo de la filosofía latinoamericana como forma explícita de filosofía contextual es donde precisamente se hace sentir el impacto del pensamiento intercultural en ella. (Y hablamos conscientemente de «pensamiento intercultural» en general, y no de «filosofía intercultural» en sentido estricto, porque las primeras influencias vienen de áreas como la teoría política con las reflexiones sobre las luchas por el reconocimiento de culturas minoritarias en sociedades con una cultura mayoritaria o la pedagogía con sus programas de educación bilingüe e intercultural).
Pero hagamos un breve inciso para precisar lo siguiente: Al mismo tiempo debemos considerar que el impacto teórico del pensamiento intercultural en la filosofía latinoamericana no se explica sólo como resultado de la simple recepción del debate entre multiculturalismo y comunitarismo o de las directivas para una educación intercultural de la UNESCO –ponemos estos dos ejemplos únicamente por concretizar la alusión de antes a la teoría política y a la pedagogía–, porque esa recepción de expresiones concretas de pensamiento intercultural remite a su vez a un cambio profundo de sensibilidad que es, en el fondo, la condición que hace posible la apertura al planteamiento radical de la interculturalidad.
Este cambio de sensibilidad representa, por cierto, uno de los grandes logros de la reorganización y movilización de los pueblos indígenas y afroamericanos en el contexto del debate sobre el significado del V Centenario (1492-1992) del llamado «descubrimiento» de América, ya que este acontecimiento significó, por decirlo así, la irrupción de los pueblos indígenas –¡como protagonistas!– en la historia de América Latina, reclamando poner fin a la historia de conquista y comenzar una historia nueva con la presencia reconocida de sus culturas y religiones como caminos legítimos de humanidad en América Latina.
En nuestra lectura de los hechos es, pues, este acontecimiento en la historia social de América Latina lo que produce ese cambio de sensibilidad frente al otro que lleva por su parte a que también en el campo de la filosofía se busquen métodos nuevos que permitan la apertura sin reservas a la pluralidad cultural manifiesta en la realidad.
Como otras veces en su historia, tampoco en esos años estaba la filosofía latinoamericana a la altura de las exigencias reales de su tiempo. Pero recibe el impacto de la irrupción protagónica de los pueblos indígenas (y afroamericanos) en la historia del continente, y siente la presión de radicalizar su proceso de contextualización abriéndose justo al diálogo con las culturas y tradiciones de pensamiento que hasta ese momento había descuidado en razón de su anclaje en la cultura mestiza. Es como un momento de «conversión» a la pluralidad cultural, que en otro lugar hemos analizado y caracterizado como el momento del giro intercultural en la filosofía latinoamericana.
Presionada, por tanto, por el curso de una historia en la que cada vez se hace más manifiesta la presencia de las diferencias protagónicas (los pueblos que hablan desde sus propias culturas), la filosofía latinoamericana comienza el camino de reparar su inconsecuencia o, si se prefiere, inicia la radicalización de su proceso de contextualización asumiendo como «materia» filosófica la diversidad cultural latinoamericana en toda su pluralidad.
En este camino hacia la interculturalidad, que –como decíamos– tiene una estación crucial en el contexto del V Centenario del «descubrimiento», hay que señalar otra fecha importante que es la de la rebelión zapatista en Chiapas en enero de 1994, porque esta rebelión indígena fue el detonador de un amplio debate sobre el derecho de los pueblos a su autodeterminación cultural que –fijándonos sólo en lo que aquí nos interesa– tuvo una pronta y profunda repercusión en la filosofía latinoamericana, pudiéndose decir que es a partir de este momento cuando realmente el sector más sensible de la filosofía latinoamericana centra su reflexión en la tarea de contribuir a una fundamentación ética del reconocimiento de la cultura del otro, y toma rumbo hacia la interculturalidad.
Esta observación contextual nos parece que era necesario hacerla porque nos ayuda a comprender mejor el estadio de desarrollo de la filosofía latinoamericana en su momento de encuentro con la filosofía intercultural.
Sobre este trasfondo vemos, en efecto, que ese encuentro se da justo cuando la filosofía latinoamericana, presionada – como decíamos – por el estallido de la pluralidad cultural en su propio contexto busca los instrumentos adecuados para reconocer la diversidad, hacerse cargo de ella y revisar desde ese nuevo horizonte plural la concepción que tiene de sí misma.
Pero ¿cuándo y cómo se da este encuentro entre filosofía latinoamericana y filosofía intercultural? Es evidente, por la naturaleza misma de tales encuentros culturales, que esta pregunta se refiere en su fondo a un proceso complejo y, por lo mismo, difícil de determinar en el tiempo con una fecha exacta, como dábamos a entender ya antes al apuntar que se trata primero de la influencia del pensamiento intercultural en general; y a lo que tendríamos que añadir ahora la historia «secreta» que la interculturalidad como exigencia de justicia cultural tiene en el mismo pensamiento latinoamericano.
Mas si tomamos la pregunta tal como está formulada, es decir, limitada a preguntar estrictamente por el encuentro entre filosofía latinoamericana y filosofía intercultural, creemos que se puede arriesgar la respuesta de que ese encuentro se da en 1995 en el marco del primer congreso de filosofía intercultural que se celebra dicho año en México. Pues este congreso representa el foro en que por primera vez, por decirlo así, «se ven las caras» importantes representantes de la filosofía latinoamericana (Leopoldo Zea, Enrique Dussel, etc.) y de la filosofía intercultural (Raimon Panikkar, Ram A. Mall, Franz Wimmer, etc.) y se inicia un intercambio directo que despierta grandes expectativas de cara a la reorientación de la filosofía en América Latina.
Una prueba de ello es que dos años más tarde, en 1997, el segundo congreso se organiza de nuevo en América Latina, con lo que se profundiza la experiencia del contacto directo entre la filosofía latinoamericana y la filosofía intercultural.
Pero como el caso aquí no es hacer la historia de este encuentro sino explicitar lo que significó para el desarrollo de la filosofía en América Latina, debe bastar esta breve indicación histórica para señalar el marco temporal en el que ocurre lo que queremos designar como la incorporación de América Latina al discurso filosófico intercultural internacional. Pues precisamente esa incorporación a la filosofía intercultural como movimiento internacional es la primera consecuencia que se sigue de ese encuentro para la filosofía latinoamericana. Pero ¿qué significa este hecho más exactamente?
Y de nuevo hemos de advertir que una respuesta cabal a esta pregunta requiere un análisis que por las razones obvias de espacio y tiempo no podemos ofrecer aquí, ya que se trataría de analizar el proceso de transformación que una parte importante de la filosofía latinoamericana ha llevado a cabo en los últimos diez años, por lo menos.
O sea que, sin poder profundizar en este proceso, nos limitaremos a nombrar brevemente las consecuencias teóricas que ha conllevado el encuentro con la filosofía intercultural para el desarrollo de la filosofía en América Latina. Se trata, por supuesto, de las consecuencias que, a nuestro modo de ver, son no sólo las más relevantes para la incorporación al diálogo filosófico intercultural internacional sino también las que configuran los aspectos centrales de la propia transformación de la filosofía latinoamericana en una forma específica de filosofía intercultural.
En este sentido, pues, destaquemos, primero, que por el encuentro con la filosofía intercultural la filosofía latinoamericana entra en una nueva constelación filosófica; una constelación que no tiene un centro determinado porque es una constelación dinámica que «progresa» dialógicamente por el diálogo entre las diferentes culturas del saber.
De ahí, segundo, que el encuentro con la perspectiva filosófica de la interculturalidad signifique para la filosofía latinoamericana el momento en que ésta puede superar realmente su fijación europea, es decir, reconocer como un prejuicio escondido el resto de eurocentrismo que había frenado la radicalización de su proceso de contextualización al hacer que viera en la filosofía europea su interlocutor por excelencia y que mantuviera los métodos filosóficos europeos como los únicos válidos.
De esta forma, tercero, el encuentro con la filosofía intercultural significa para la filosofía latinoamericana el descubrimiento de una pluralidad epistemológica y metodológica que la ayuda a revalorar sus propias tradiciones.
Se redescubre a sí misma, si se prefiere, como parte de la pluralidad filosófica del mundo, y deja así detrás la antigua imagen (eurocéntrica) en la que sólo se veía como un apéndice de la filosofía europea. Por eso el descubrimiento de la pluralidad filosófica que le facilita el encuentro con la filosofía intercultural, significa en concreto para la filosofía latinoamericana un impulso decisivo para diferenciar su historia y reencontrarse con su propia pluralidad negada.
En cuarto lugar cabe señalar, por último, que la interacción con la filosofía intercultural permite a la filosofía latinoamericana adentrarse en un proceso de transformación intercultural de sí misma en el que –como síntesis de los tres aspectos antes señalados– se perfila como una filosofía polifónica en cuya articulación resuenan todas las voces culturales de América Latina.
Esta transformación es el camino de la reconciliación entre filosofía y diversidad cultural en América Latina y, por tanto, también el camino por el que la filosofía intercultural gana una nueva forma específica. Por eso pasemos ahora a la segunda cuestión.
3. ¿Qué podría decirle la filosofía latinoamericana a la filosofía intercultural?
Por lo expuesto en el apartado segundo se comprende que cuando usamos ahora la expresión «filosofía latinoamericana» nos referimos únicamente a la que, gracias tanto a la propia labor autocrítica frente al desafío del estallido de la diversidad cultural en su contexto como al impacto del desarrollo de la filosofía intercultural, se redefine desde el diálogo con todas las culturas de América Latina y se transforma así en una variante específica de la filosofía intercultural.
Precisando entonces el alcance de nuestra segunda cuestión advertimos que preguntamos por la aportación que puede hacer la filosofía intercultural latinoamericana al movimiento filosófico intercultural internacional.
Y advertimos además que también aquí nuestra respuesta ha de ser breve y sintética.
Cuatro son, nos parece, los puntos en que se puede resumir la posible aportación de la filosofía intercultural latinoamericana al debate actual de la filosofía intercultural en general:
Primero, algo que es obvio, a saber, trasmitir sin reduccionismos la pluralidad filosófica que está presente en el contexto latinoamericano y dar a conocer de este modo en el debate filosófico internacional los muchos nombres propios con que se puede asociar en América Latina la reflexión filosófica, como por ejemplo los nombres Aymara, Guaraní, Kuna o Maya.
Como portavoz polifónico de esta pluralidad filosófica, la filosofía intercultural latinoamericana estaría contribuyendo al enriquecimiento de la filosofía intercultural y de la humanidad, porque estaría restituyendo al mundo la página del libro del universo que, según José Martí, los europeos le robaron con la conquista de América.
Segundo, trasmitir la experiencia de que el intercambio intercultural, para no quedarse en un plano abstracto, debe estar basado en la contextualización del pensar en procesos históricos concretos, y que eso requiere a su vez el ejercicio de la filosofía como un pensar comprometido social, política y culturalmente. O sea que también la filosofía intercultural debe ser una filosofía comprometida.
Esta idea podría ser, en efecto, una aportación a la filosofía intercultural desde la experiencia de América Latina, pues es propio de la filosofía intercultural latino-americana partir de las luchas concretas de culturas marginadas que dejan muy claro que sus luchas no son luchas por un reconocimiento simplemente formal, sino que son reivindicaciones que implican el derecho de las culturas a la auto-determinación económica, política y religiosa.
La realización de las culturas –y quien habla de reconocimiento de las culturas, habla también de su derecho a la realización– requiere así la justicia social, porque sin ésta las culturas se ven privadas de las condiciones indispensables para realizarse como tales, es decir, para configurar sus respectivos mundos según sus valores.
No queremos pasar por alto en este punto decir que si proponemos la idea del compromiso político de la filosofía como una aportación que puede hacer hoy la filosofía intercultural latinoamericana al diálogo filosófico intercultural en general, es porque tenemos la impresión de que en el movimiento de la filosofía intercultural se suele preferir un concepto de cultura que no tiene suficientemente en cuenta la relación de las culturas con las condiciones reales de poder económico y político.
De manera que la experiencia latinoamericana de una filosofía que, por su articulación con la realidad socio-política, se compromete con la lucha de las culturas por lograr la justicia social que necesitan para realizar sus identidades, puede ser, en verdad, una contribución a corregir esa deficiencia y a elaborar un concepto más histórico de cultura en el diálogo filosófico intercultural.
Tercero, y como consecuencia de lo anterior, otra de las aportaciones de la filosofía intercultural latinoamericana estaría en la propuesta de entrelazar los paradigmas de la liberación y de la interculturalidad como perspectivas que se complementan y que, por tanto, se enriquecen mutuamente. No hay interculturalidad sin liberación de las alteridades ni hay liberación sin el diálogo de las diferencias, porque sólo una cultura libre puede comunicar su verdadera identidad y porque, a su vez, la liberación plena de cada cultura requiere el diálogo abierto con las otras como lugar donde, por el apoyo y la corrección mutuos, se experimentan nuevas posibilidades.
Y cuarto, por último, vemos que la aportación latinoamericana al debate filosófico intercultural internacional puede ser bien la de mostrar –en la línea del compromiso de la filosofía– que la filosofía intercultural tiene hoy un reto histórico a escala mundial. Es el reto de la recolonización del mundo mediante la expansión de un modelo único de civilización, el modelo del capitalismo neoliberal, que es un modelo incompatible con el proyecto de un mundo plural en el que las culturas y los pueblos de la humanidad se esfuerzan por convivir respetando sus diferencias y practicando la solidaridad.
Correspondería entonces a la filosofía intercultural trabajar por «interrumpir» el ritmo uniformante de la civilización dominante y mostrar que la interculturalidad no es sólo una «idea» sino una fuerza de realidad alternativa.
4. Observación final
Como decíamos en la introducción, deseamos terminar este trabajo con unas breves consideraciones sobre el sentido de la filosofía intercultural en el mundo actual. Para ello retomaremos la perspectiva del compromiso histórico de la filosofía, que hemos esbozado en el apartado anterior, como un punto de vista que compartimos y que será además el punto de partida de nuestras consideraciones finales.
Por eso no nos interesa ahora poner el acento en el sentido que tiene la filosofía intercultural para mejorar la calidad de la filosofía en tanto que forma específica del saber humano, sino que lo que queremos poner sobre el tapete es más bien –y precisamente– el sentido que tiene la filosofía intercultural para mejorar la calidad del mundo en que vivimos hoy y dar así también otra calidad a la historia que hacemos desde nuestro presente histórico.
Hablamos entonces del sentido de la filosofía intercultural como discurso teórico con fuerza para contribuir a promover un cambio de calidad en la vida humana y, con ello, un cambio de rumbo en la historia que hacemos.
Desde esta perspectiva, pues, queremos destacar en primer lugar que el sentido de la filosofía intercultural hoy está íntimamente relacionado con su capacidad de proponer respuestas a los desafíos con que confronta a la humanidad el curso de una historia que agudiza cada vez más la fractura social y cultural entre pueblos y culturas, al imponer como ley universal la ideología de un supuesto «progreso», esto es, la dinámica de desarrollo de una civilización capitalista que saquea a la naturaleza y que, basada en un individualismo antropocéntrico -que es agresivo tanto frente al cosmos como frente al mismo ser humano–, agudiza el desgarramiento de la subjetividad humana.
De aquí que la retórica de la globalización con su énfasis en los procesos globales que unen cada vez más a la humanidad oculte que la dinámica de su progreso, aunque implica ciertamente un expansión global, no corresponde a un proceso de crecimiento en universalidad, es decir, a una verdadera comunicación entre la diversidad cultural de la humanidad.
Y es por eso tarea que da sentido a la filosofía intercultural en nuestro mundo actual, denunciar la falacia de esa retórica del globalismo y mostrar que la reconciliación de la humanidad no se logra por la globalización de un modelo único sino por la universalidad que crece desde el intercambio libre entre la diversidad.
En esta línea hay que ver las contribuciones de la filosofía intercultural, por ejemplo, a la pluralización del ethos de los derechos humanos o de la idea de la democracia, así como al fomento de una pedagogía del reconocimiento del otro o su aportación a la universalización de la crítica al fundamentalismo, incluido el fundamentalismo occidental de la lógica del mercado y de la idolatría del dinero. Y es indudable que su sentido real en nuestro momento histórico actual depende en gran medida de que continúe su compromiso con tareas de liberación estructural como las que acabamos de nombrar con los ejemplos dados.
Mas igualmente importante nos parece señalar que el sentido de la filosofía intercultural en nuestro mundo de hoy también radica en comprometerse con la tarea de promover –como dimensión del giro cultural y social que necesitamos para mejorar la calidad del mundo y de la historia que hacemos, por supuesto– un giro antropológico en nuestras sociedades. Éste es el punto que queremos destacar en un segundo momento de nuestras consideraciones finales.
Así, a nuestro modo de ver, da sentido a la filosofía intercultural en el contexto histórico de hoy comprometerse en la tarea de corregir la imagen del ser humano que ha globalizado la cultura occidental dominante; y de corregirla no sólo en las consecuencias que ha tenido para el trato con la naturaleza y con los otros a nivel estructural –a las que ya hemos aludido–, sino justamente en las consecuencias que conlleva para la propia manera de ser, de vivir, y de actuar en cada uno de nosotros.
Por ejemplo, se trataría de reactivar, justo mediante el diálogo entre culturas, memorias de dignidad humana que nos devuelven la conciencia de la medida y de la proporción, el sentido del equilibrio, y que con ello nos remiten a una forma de existencia que es capaz de sentir que pierde dignidad humana cuando, en nombre de necesidades falsas, participa en el curso de un mundo que excluye al otro justo porque está construido sobre la ley de asegurar el despilfarro de unos pocos.
Por último destacaríamos en tercer lugar que la filosofía intercultural tiene sentido en nuestro momento histórico actual si aprovecha el intercambio entre culturas para trasmitir las reservas de sentido que tiene la humanidad todavía y, complementando la perspectiva del punto anterior, proponer la diversidad espiritual de las culturas como fuerza alternativa ante el cinismo y la frivolidad de sociedades cuya supuesta globalidad suple la profundidad y viven sólo del «espectáculo» y para el «espectáculo».
Acaso, pues, no debería hoy la filosofía intercultural seguir –al menos del todo– el consejo de Hegel cuando éste recomendaba a la filosofía evitar ser edificante , y aprovechar las muchas tradiciones en las que bebe para impulsar en el ser humano de hoy no sólo una apertura cognitiva sino también una conversión ética.

Descolonizar las humanidades

Descolonizar las humanidades
Dr. Luis Adrián Mora Rodríguez
Universidad de Costa Rica

Primero que nada quisiera agradecer a la organización de este Primer Foro por la invitación tan cordial que me han hecho. En especial me gustaría subrayar toda la ayuda y disponibilidad del Dr. José Roberto Pérez con quien me he mantenido en contacto desde julio de este año. A la Universidad de El Salvador, así como a la facultad de Ciencias y Humanidades por facilitar este diálogo.
A continuación me propongo presentar una serie de reflexiones sobre la idea de “descolonizar las humanidades”. Para iniciar creo que es fundamental observar que la pregunta por una educación humanística, así como la pertinencia misma de la enseñanza de las humanidades es hoy en día más que urgente. En efecto, cuando nuestros países se aprestan a festejar, en un contexto incierto, sus 200 años de independencia, es necesario reflexionar sobre las bases humanísticas de nuestra formación, pues fue sobre dichas bases que se trató de crear un cierto modelo de nación.

Ahora bien, dicho modelo, heredado de la más pura tradición de la Ilustración está hoy en profunda crisis. Si algo nos han enseñado estas dos décadas del siglo XXI es que esta narrativa ilustrada, así como las promesas de una modernidad liberadora han fracasado parcialmente. Y digo parcialmente puesto que queda, a mi entender, todavía una potencia en esta discursividad que es preciso puntuar y rescatar, como lo señalaré adelante.

Mi presentación se dividirá en tres partes: En primer lugar, presentaré brevemente lo que entiendo por “descolonizar” y su relación con lo que se ha llamado teoría o pensamiento decolonial. Así como la diferencia que tiene esta teoría con la teoría poscolonial. En segundo lugar, analizaré un caso específico de colonialidad presente en los programas de humanidades de mi universidad, la Universidad de Costa Rica, y por último señalaré algunas pistas críticas sobre la “moda decolonial”.

Primero que nada ¿qué entendemos por teoría decolonial?
De la postcolonialidad a la teoría decolonial

Los años 80 y 90 marcaron un parteaguas en el pensamiento crítico. Con la crisis de los modelos socialistas de Europa, el llamado “socialismo real”, las opciones de pensar una sociedad distinta se fueron agotando. A la vez, nuevas formas de crítica inspiradas en el postestructuralismo, y formuladas desde lo que podríamos llamar las “periferias”, en especial, la India, tomaron una posición importante en el espectro académico, sobre todo anglosajón.

Lo postcolonial en sus diversas manifestaciones: teoría postcolonial, discursos postcoloniales, intelectuales postcoloniales, señalaba una cierta ruptura temporal y espacial. En palabras de Stuart Hall, lo postcolonial tiene que entenderse en términos cronológicos y de paradigma. Significa un “después”, pero también un “más allá”. Con lo “postcolonial” estamos en un ámbito de poder y saber inseparables.
Esto nos permite entender la colonización, no sólo como un sistema político de organización y poder, sino también como un sistema epistemológico, donde conocimiento y representación van de la mano. Esta tensión entre lo cronológico y lo epistemológico –que también encontramos en la teoría o pensamiento descolonizador- es productiva. En efecto, para entender en su totalidad lo que el concepto “postcolonial” refiere, hay que entender que éste no afirma haber sobrepasado las relaciones coloniales, sino que busca investigar cómo han emergido nuevas relaciones marcadas por ese pasado, nuevas configuraciones de “saber-poder”. Nos dice Hall:

“Lo que estas descripciones teóricas están intentando construir, en maneras diferentes, es una idea de un desplazamiento o transición conceptualizada como reconfiguración de un campo, y no como un movimiento de trascendencia lineal entre dos estados mutuamente excluyentes” p.138

Una parte de lo que lo que llamamos “pensamiento decolonial” toma sus raíces en esta reflexión y metodología postcolonial. Lo postcolonial, si se quiere, abre una brecha a partir de la cual se van a formular una serie de interrogantes sobre todo en la academia norteamericana con respecto a la realidad y la situación de América Latina. Pienso acá principalmente en los primeros trabajos de Walter Mignolo, así como a la producción teórica de Gloria Anzaldúa. Pero también, uno de los aportes teóricos más importantes del pensamiento postcolonial es la problematización de la categoría de “subalterno”, que servirá sin duda, a las investigaciones del proyecto Modernidad/Colonialidad.

Dicha categoría, como bien se sabe, surge de la escuela de estudios subalternos india. Dicha escuela es la que reflexiona sobre el proceso de independencia del subcontinente desde una perspectiva original y que rechaza tanto la explicación de Cambridge (explicación imperial), como la explicación nacionalista india. Más adelante podremos referirnos, de ser necesario, a este debate.

Ahora bien, por su parte, lo “decolonial” tiene una historia particular. Como lo señala Arturo Escobar en su ya conocido artículo, más que hablar de una teoría, se habla de un proyecto que nace como análisis de la “modernidad/colonialidad” .
En dicho artículo, Escobar refiere la incitación planteada por la teoría postcolonial como deconstrucción del relato de la modernidad ilustrada, pero también, el legado del pensamiento crítico latinoamericano.

En este sentido, como lo han subrayado Eduardo Restrepo y Axel Rojas en su libro introductorio, la inflexión decolonial posee una serie de rasgos constitutivos que distinguen el acercamiento teórico de aquellos que participan en él. Repasaré rápidamente estos 6 rasgos:

1) La distinción entre “colonialidad” y “colonialismo”: que permite ir más allá de los problemas planteados por la teoría postcolonial. En palabras de Restrepo y Rojas: “ La colonialidad es un fenómeno histórico mucho más complejo que se extiende hasta nuestro presente y se refiere a un patrón de poder que opera a través de la naturalización de jerarquías territoriales, raciales, culturales y epistémicas, posibilitando la reproducción de relaciones de dominación; este patrón de poder no sólo garantiza la explotación por el capital de unos seres humanos por otros a escala mundial, sino también la subalternización y obliteración de los conocimientos, experiencias y formas de vida de quienes son así dominados y explotados.”

2) La colonialidad es el “lado oscuro” de la modernidad. Los y las intelectuales ligadas al proyecto M/C ven en la modernidad un “lado oscuro”, constitutivo de la misma. La modernidad se encuentra indisociablemente unida a la experiencia colonial. Se trata de dos caras de la misma moneda. La experiencia colonial no es un “desviación”, un “accidente” de la modernidad, sino que es indisociable de ésta.

3) La problematización de los discursos eurocentrados e intra-modernos. Esto se refiere a la constatación que aún los discursos críticos sobre la modernidad, discursos generados por ejemplo en el post-estructuralismo (podemos pensar aquí por ejemplo en Foucault, pero también en Habermas) son eurocéntricos. Y parten de la hipótesis central de que la modernidad es un proceso intra-europeo. Es decir, que el proceso por el cuál Europa ocupa el lugar estratégico que ocupa en el ámbito intelectual, pero también social, económico y político, es un proceso único y que se explica desde su misma historia interna.

“En contraposición a este supuesto nos dicen los autores, la inflexión decolonial argumenta que hay que entender a Europa desde una perspectiva de sistemamundo, en la que Europa misma es también resultante de este sistema geo-político, incluyendo las tecnologías de gobierno y las formaciones discursivas que la producen como tal.” (p.18)

4) La inflexión decolonial piensa en términos de sistema mundializado de poder. Es decir, que trata de sobrepasar el análisis por región o país, y trata de abordar los problemas dentro de una dinámica global, teniendo en cuenta las relaciones mundiales de poder, la forma en que estas crean “sistema”. Y esto, a partir de la constitución de dicho sistema con la llegada de los españoles a las islas caribeñas.
5) La afirmación de “un paradigma otro”. En este sentido, la “inflexión” decolonial se mira a sí misma como un cuestionamiento de las formas tradicionales (pretendidamente universales) de crear conocimiento. No es la afirmación de un más allá, como lo sería el “post”, de post-modernidad, ni la afirmación de un desplazamiento hacia una nueva teoría, como sería quizás la afirmación del “post” en postcolonialidad. Sino la problematización acerca de cómo se crea, se difunde y se consolida el conocimiento. En palabras de Walter Mignolo, se busca no sólo cambiar los contenidos, sino sobre todo los términos de la conversación. La crítica al eurocentrismo en la inflexión decolonial pasa por entender que todo conocimiento está situado corporal, geográfica e históricamente.
6) La inflexión decolonial aspira a consolidar un proyecto decolonial. En este sentido se afirma su dimensión política. Se trata de plantear una ética y una política de la pluriversalidad. Es decir, la inflexión decolonial no se limita a formar un saber académico y criticar las estructuras coloniales de poder y de saber, sino que busca ser un proyecto de decolonialidad total, que abarque los distintos ámbitos de la vida. Ahora bien, acá se vuelven problemáticas algunas afirmaciones, como la que Walter Mignolo hace en una entrevista de Nelson Maldonado-Torres, donde afirma que el proyecto decolonial es crítico tanto de la derecha como de la izquierda, y que “no comulga con la izquierda marxista.”
Ahora bien, teniendo en mente estas especificidades del proyecto decolonial, o del proyecto modernidad/colonialidad, podemos entonces reflexionar sobre la relación entre humanismo y colonialidad. En primer lugar, haré un breve recorrido por los programas que fundamentan la opción regular de los cursos de humanidades de la Universidad de Costa Rica, señalando algunas tensiones a la vez teóricas y metodológicas.
En segundo lugar, a partir de un acercamiento a la teoría decolonial plantearé una serie de observaciones al desarrollo del acontecer humanista en la dinámica universitaria de estos cursos, subrayando las contradicciones que emergen. Por último, abordaré también algunas críticas que me parece necesario formular a la teoría decolonial, con el fin de evitar que se convierta en una moda intelectual.
Los cursos de humanidades en la Universidad de Costa Rica
1. Programas y tensiones
Para comenzar quisiera explicar brevemente cómo funcionan los cursos de humanidades en la Universidad de Costa Rica. Estos cursos son la esencia de la Escuela de Estudios Generales, la cual organiza y autoriza los cursos con vocación humanista dentro del Sistema de Educación General. Los estudiantes que ingresan por primera vez a la Universidad deben llevar un bloque obligatorio de cursos, los llamados “estudios generales”. Se trata de cursos de historia de la cultura, filosofía y pensamiento, comunicación y lenguaje.
Su misión no es servir de “introducción”, puesto que dichas introducciones se hacen en las carreras específicas, tanto de historia, como de filosofía o letras. Estos cursos tienen una finalidad más amplia como lo señalaré más adelante.
Ahora bien, para llevar estos cursos obligatorios durante su primer año universitario, en paralelo de sus cursos de carrera, los estudiantes tienen dos opciones.
1) Una opción regular que implica que cada uno de los tres cursos se lleva por separado, donde cada profesor de historia, filosofía o comunicación desarrolla un programa definido en las diferentes cátedras.
2) Una opción “seminario participativo”: donde los tres profesores de las tres disciplinas trabajan en conjunto, alrededor de una temática y con un profesor más, del área de sociología o artes (teatro, cine, música). Esta última área se llama “repertorio”. Y la idea que la fundamenta es que los estudiantes lleven cursos de disciplinas que no encontrarán en sus currículos. Por ejemplo, los estudiantes del área de ciencias (física, química, biología, etc.) deben matricular un repertorio de teatro, música o sociología.
Mientras que los estudiantes de Letras (derecho, ciencias sociales, literatura) deben llevar un repertorio de biología, matemática o medio ambiente. Comencemos con los programas de filosofía de la opción regular. Un recorrido por estos programas planteados en la Cátedra de Filosofía muestra claramente los problemas ligados al quehacer humanístico actual. En efecto, si bien los programas establecen una guía de acción y desarrollo de los cursos, siempre dejando una gran libertad al cuerpo docente, es evidente que en ellos se lee una fuerte tensión entre lo que podríamos llamar la práctica tradicional del humanismo y las tendencias críticas más actuales, entre ellas, el llamado “pensamiento decolonial”.
Así por ejemplo, podemos leer en la descripción del curso que se desarrolla durante el primer semestre lo siguiente:
“En cuanto parte integrante de los Estudios Generales, el presente Programa de «Filosofía y Pensamiento» se propone ambientar al estudiantado del «Curso Integrado de Humanidades I», en el quehacer filosófico por medio de un acercamiento a las dos primeras etapas de la Historia de la Filosofía —Clásica y Medieval— y su incidencia en la formación de la cultura occidental (…)”
Como podrán imaginar, el programa del segundo semestre hace exactamente la misma afirmación, señalando que se abordarán “las tres últimas etapas de la Historia de la Filosofía” (con mayúscula). Esta postulación del tema filosófico, siguiendo las más clásicas referencias del “pensamiento occidental” permite mostrar las contradicciones en la puesta en práctica de la enseñanza humanística en la Universidad de Costa Rica.
Ahí se encuentra la afirmación de un desarrollo lineal progresivo en el pensamiento humano, cuya cuna de nacimiento sería la Grecia clásica. El carácter eurocentrico y sesgado de esta perspectiva es más que evidente. Pareciera como si los programas invitaran a repetir ciertos cánones y a desarrollar una perspectiva ajena a la realidad nacional y latinoamericana. Aunque dicha perspectiva es una obligación del Estatuto Orgánico de la Universidad.
No obstante, esta tendencia se trata de aminorar con otras partes de los programas. Por ejemplo, la segunda unidad del programa del primer semestre lleva por título: Filosofía Antigua y el pensamiento filosófico de las culturas del mundo. Y la tercera parte: “La Filosofía Medieval y el encuentro de las tres culturas (Cristiana, Judía y Musulmana)”. En el programa del segundo
semestre se plantea como primer eje: “El humanismo en el pensamiento renacentista y la colonialidad”, y en el tercer eje: “La filosofía contemporánea y la descolonización del pensamiento”.
Estos acercamientos a otras formas de filosofar resultan de debates y propuestas realizadas por los propios profesores, quienes, enfrentados a los discursos clásicos sobre el humanismo han dado aportes críticos para la construcción programática. Se trata, sin embargo, de un esfuerzo parcial, puesto que la voluntad de integrar una perspectiva otra viene a situarse al final del programa, como si se tratara de una “etapa más” en la historia del pensamiento. Ese “post” al cual hacíamos referencia al principio.
En este sentido, se pueden reconocer dos problemas fundamentales en el planteamiento propio de los Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica en lo que concierne a una perspectiva decolonial.
En primer lugar, podemos hablar de un problema estructural con respecto a la enseñanza de la filosofía en Humanidades. Frente a un estudiantado pocas veces familiarizado con cuestiones filosóficas centrales y con poco acercamiento a ciertos autores considerados clásicos, la crítica propuesta desde la teoría o perspectiva decolonial puede resultar incomprensible.
El profesorado debe entonces generar una especie de desvío obligatorio, acercándose a los cánones del pensamiento “occidental”, silenciando la crítica frontal, para establecer las bases de lo que más adelante podrá someterse a escrutinio. Como se puede imaginar, este acercamiento no está exento de problemas de índole metodológica.
En segundo lugar, existe también un problema histórico, que viene de la constitución misma de los Estudios Generales. Si bien no es lugar acá para un estudio genealógico de los mismos, es importante traer a colación la disputa y polémica que genera en 1974 la apertura de la opción participativa, en complemento de la opción regular.
La opción regular es la primera opción histórica ofrecida por los cursos de humanidades. Su dinámica pedagógica ha sido siempre básicamente magistral, heredera de los primeros intentos por establecer los Estudios Generales en los años 50. Luego del tercer congreso universitario de 1973, se abre la opción de seminarios participativos con una nueva visión humanista, más centrada en la cogestión del proceso de enseñanza y aprendizaje. Inspirada de desarrollos pedagógicos originales planteados en el Cono Sur, como por ejemplo, la pedagogía de la liberación de Paulo Freire.
Dicha opción como lo señalamos anteriormente es interdisciplinaria, agrupa a tres profesores de las cátedras que conforman la Escuela: Filosofía y pensamiento, Historia de la Cultura y Comunicación y Lenguaje, acompañados por un profesor/a de los repertorios (sociología) o las opciones artísticas (cine, teatro, apreciación musical). Esta variedad abre lógicamente las perspectivas críticas, los ejes programáticos son definidos por los propios docentes, y la nomenclatura misma del seminario da una idea del enfoque teórico. A continuación un par de ejemplos: “Ciudadanos de un mundo sin fronteras”, “Investigación crítica de nuestra cultura”,etc.
Volviendo entonces al programa regular, podemos ver que la pretensión de darle un giro decolonial al mismo es vacía, puesto que se trata de integrar esta perspectiva de manera artificial y siguiendo una pretendida linealidad histórica. En efecto, es en el “espacio” de la Filosofía Contemporánea donde vendría a hablarse de “descolonización”.
Ante este panorama, resulta claro que el enfoque o perspectiva decolonial debería abarcar la totalidad programática (en términos de contenido), pero también el acercamiento metodológico, tanto en la evaluación como en el desarrollo de los cursos. Es necesario entonces preguntarse qué sería una metodología decolonial, un acercamiento que busque romper con las relaciones de poder/raza/clase que predominan en el aula universitaria. Esta es sólo una de las muchas preguntas que habría que resolver.
2. La opción decolonial y el corpus humanista
Ahora bien, abordar el corpus humanista en clave decolonial implica a mi parecer, no tanto desconocer los aportes teóricos de la filosofía clásica, reemplazándolos por algo que sería “propio” o auténtico desde otro lugar. Sino trabajar desde esas referencias subrayando los aspectos “ocultos” que la enseñanza tradicional no aborda. Así por ejemplo, la afirmación
humanista que postula una idea del ser humano en la filosofía antigua debe cuestionarse y enfrentarse a la realidad imperial de Grecia clásica. La dicotomía desarrollada por Aristóteles en la Política, entre “civilización” (polis) y “barbarie” debe leerse y criticarse en el contexto de esta expansión imperial.
Asimismo, las reflexiones del humanismo renacentista, donde la utopía y los ideales greco-latinos son restaurados, deben estudiarse en paralelo y bajo la lupa de la afirmación Europea imperial y la consolidación del sistema-mundo capitalista que permite la conquista americana.
Estos elementos han de tenerse en cuenta cuando se trata de “descolonizar” el humanismo. Pero no son suficientes. En efecto, la crítica a lo que podría ser una “historia” oficial de la filosofía, con sentido teleológico inclusive, no puede ahorrarse la necesidad de integrar de manera sistemática otros aspectos silenciados y olvidados del saber y del pensamiento. Por lo tanto, es fundamental incluir en los contenidos una verdadera reflexión que ponga al mismo nivel los desarrollos teóricos de otras culturas.
Tocamos acá un verdadero escollo, a la vez práctico y teórico. Uno de los grandes obstáculos en la integración de las filosofías “otras” es que el cuerpo docente carece de formación en ellas. Los currículos de formación de estos docentes adolecen de una perspectiva decolonial. Y así, el acercamiento a esta crítica se hace muchas veces de manera fragmentaria e incompleta. Implica una verdadera de-construcción de la propia formación para poder acercarse de manera integral a estas propuestas.
Se podría incluso afirmar que implica un trabajo constante de investigación, de actualización y de formación continua. Trabajo que lamentablemente escasea cuando año con año se repiten los programas y se logra un cierto “confort intelectual” en el cuerpo docente. Esto claro está cuando se pretende al menos entender dicha teoría y sus implicaciones.
Por otra parte, es evidente que existe un ocultamiento, una invisibilización de los saberes producidos por los marginados y/o excluidos. Razón por la cual es difícil encontrarlos e integrarlos. En el caso específico de Costa Rica, donde la población indígena ha sido históricamente diezmada y silenciada es poco lo que se puede incorporar desde una formación general. Una “voluntad decolonial” mal comprendida pretendería traer a colación estas visiones, imponiéndolas de manera esencialista, error en el que ha caído buena parte de la llamada “crítica decolonial”.
Por el contrario, el acceso a dichos conocimientos pasa entonces por un trabajo que va más allá de la filosofía como disciplina, e integra la investigación en otras áreas de las ciencias sociales.
De ahí la importancia del trabajo interdisciplinario, que viene entonces a modificar la perspectiva desde la cual se construye el conocimiento. En efecto, al abrazar los postulados teóricos de un “paradigma-otro” resulta imprescindible luchar por una transformación total de la experiencia educativa. No se trata solamente de cambiar en términos de contenidos, sino también en términos de metodología y de práctica docente. Es ahí donde la clase magistral se revela como un legado colonial y añejo, el examen aparece como una tecnología de control, y la evaluación como un disciplinamiento.
3. La moda decolonial
Teniendo esto en mente, es también importante lanzar una mirada crítica a aquello que podría denominarse la “moda decolonial”. En efecto, los alcances que han tenido los trabajos del grupo Modernidad/colonialidad han sido sumamente importantes, al punto que encontramos el adjetivo “decolonial” en múltiples disciplinas y campos: pedagogía decolonial, sociología decolonial, ética decolonial, etc.
En este sentido, resulta tentador dejarse llevar por un humanismo decolonial que vendría de alguna manera a cambiar la perspectiva hegemónica, ya sea mediante nuevos contenidos o mediante una transformación radical de la propia Universidad.
No obstante, este accionar, por revolucionario que parezca, debe a mi criterio basarse en un estudio crítico de la propia teoría decolonial. ¿En qué consiste dicha crítica? No se trata de desconocer la importancia de las preguntas formuladas, sino de saber situarlas y mostrar su relevancia. Me propongo ilustrar esto con un par de ejemplos y recurro acá a Silvia Rivera
Cusicanqui quien lo ha mostrado mejor que yo.
En su texto Ch’ixinajaj utxiwa: una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores, Rivera lanza una crítica feroz contra esta tendencia académica imperial que ha puesto en boga el “discurso decolonial”. Nos dice: “(…) sin alterar para nada la relación de fuerzas en los “palacios” del Imperio, los estudios culturales de las universidades norteamericanas han adoptado las ideas de los estudios de la subalternidad y han lanzado debates en América Latina, creando una jerga, un aparato conceptual y formas de referencia y contrarreferencia que han alejado la disquisición académica de los compromisos y diálogos con las fuerzas sociales insurgentes.” (2010, p. 58)
Es claro que una gran parte de la crítica decolonial se ha convertido en una caja de Pandora de nuevos conceptos: “colonialidad del ser”, “colonialidad del saber”, “herida colonial”, “diferencia imperial”, se utilizan a diestra y siniestra, cortados de sus fuentes y de los contextos que pudieron originarlos. Si bien se trata de discusiones teóricas que pueden resultar interesantes y provechosas, en el contexto de la enseñanza humanística pueden transformarse en obstáculos para la emancipación.
Y no está de más señalar que se trata, incluso, de lecturas erróneas de ciertos textos. Así por ejemplo, uno de los autores más comentados y sobre los cuáles se dirigen las críticas de la teoría decolonial es René Descartes. Sin embargo, las lecturas que se hacen de este autor se enfocan en una parte ínfima de su producción intelectual, por lo general, se deforman los principios de su filosofía y se generalizan sus resultados convirtiéndolo en un eje de la “cultura eurocéntrica occidental”.
Sin embargo, no debemos olvidar que ya en tiempos del mismo Descartes, existieron teorías que competían con su concepción dualista, como por ejemplo, el trabajo de Baruch Spinoza. Es importante también abordar la complejidad de dichos autores, y cuestionar su carácter referencial. Si bien Descartes escribe las Meditaciones Metafísicas, punto álgido de la concepción racionalista del yo, no debemos olvidar que, al mismo tiempo, en su tratado de 1649, sobre las pasiones del alma, Descartes cree localizar en la glándula pineal, el lugar exacto donde reside el alma.
Otro ejemplo que ilustra a lo que me refiero, sucede con la lectura que el pensamiento decolonial hace de la conquista y la colonización de América. Así por ejemplo, para Mignolo, dicho proceso parece ser unilateral, el despliegue máximo de la lógica imperial occidental, por lo cual, un verdadero posicionamiento decolonial no puede más que condenar dicho acontecimiento en su totalidad.
Afirmación que olvida una serie de matices y desconoce una serie de trabajos que problematizan de manera particular esta experiencia. Se pueden traer a colación, por ejemplo, los trabajos de Serge Gruzinski sobre el pensamiento mestizo (2007), o los estudios de Bolívar Echeverría sobre el barroco americano (1998). De igual manera, figuras como Bartolomé de Las Casas son objeto de lecturas parciales y fuera de contexto. Lecturas que permiten entonces justificar y legitimar todo un entramado teórico que pretende explicar realidades geopolíticas. A esto debemos quizás sumar, la ambigüedad política no de la teoría, sino de ciertos de sus exponentes.
Vuelvo al caso de Mignolo y su afirmación según la cuál la opción decolonial “no es ni de derecha, ni de izquierda”. Un cierto tufo postmoderno no deja de impregnar acá este posicionamiento. Y hace necesaria una reflexión, tal y como lo pedía, Rivera Cusicanqui, entre la propuesta teórica y la articulación práctica y política con los actores sociales.
En resumen, nos parece que la relación entre humanidades y colonialidad debe de ser vista a través de una serie de acercamientos que tengan en cuenta la realidad material de su propio desarrollo. Para descolonizar el humanismo hay que descolonizar las estructuras universitarias que lo han fosilizado.
Más que romper con los moldes clásicos y buscar una esencia “pura”, originaria, se trata de problematizar dichos moldes, contextualizar su surgimiento, reflexionar sobre su perpetuación, observar cuáles perspectivas se silenciaron con su establecimiento.
Desde la filosofía, por ejemplo, se debe lograr un verdadero diálogo con los autores, se debe abordar el momento histórico en que se escribieron los textos, así como las contradicciones entre la práctica y la teoría, o los efectos prácticos de dichas teorías, su uso y abuso (pienso por ejemplo en el caso de Locke que ha sido bastante estudiado).
Pero más que un corpus referencial de base, el humanismo descolonizado debe usar a la filosofía en lo que tiene de liberador, de emancipador y de revolucionario. Debe de poner en el centro de su reflexión a los estudiantes y a su realidad. De nada sirve “enseñar” la historia de la filosofía, si ello significa memorizar textos y autores.
Sirve en cambio el enfrentamiento pleno con los textos, y por lo tanto, el enfrentamiento con la autoridad de saber que dichos textos transmiten y legitiman. Sólo en la medida que nosotros mismos, como docentes/investigadores en humanidades sepamos separarnos y cuestionar nuestro propio rol, nos acercaremos a la posibilidad de practicar un humanismo “descolonizado”, que comienza, sin duda, en el propio espacio del aula.

¿Cómo pensar desde el sur? La construcción de nuevas epistemologías

¿Cómo pensar desde el sur? La construcción de nuevas epistemologías.
Roberto Pineda

Introducción

Muchas gracias por esta invitación, es muy importante en nuestro proceso emancipador la construcción de pensamiento rebelde, crítico, subversivo, de nuevas epistemologías, de epistemologías liberadoras, desde abajo y desde el sur. Es nuestro desafío el dejar de pensar desde el norte y empezar a pensar desde el sur.

Pero no es fácil hacerlo, cambiar, transformar los modos de pensar, despojarse de la llamada mirada o incluso marca colonial, porque son 500 años de adoctrinamiento imperial , de colonialismo del saber, de universalidad excluyente, de ser margen, periferia cultural del eurocentrismo. Y porque también hoy nos “asustan con el petate del muerto” de los supuestos tres grandes finales de nuestra época: el fin de la historia , el fin de la modernidad y el fin de las utopías .Y a esta tríada podemos agregarle la muerte del sujeto .

En este marco, debemos reconocer que hemos mimetizado el pensamiento del norte, sabemos cómo pensar desde el norte, hemos sido desde niños socializados a pensar desde el norte. Y no hablo del norte geográfico sino desde el norte histórico, epistémico , de relaciones de poder.

Pero frente a un pensamiento situado en el norte dominante y que posee y construye el conocimiento ¿Cómo pensar desde el sur? Y no solo pensar. Ante un lenguaje dominante que construye la realidad ¿Cómo decir, como enunciar desde el sur?

Frente a una práctica eurocéntrica ¿Cómo hacer desde el sur? Frente al predominio del individualismo, de la competencia ¿Cómo sentir desde el sur? En definitiva ¿Cómo ser desde el sur? ¿Cómo reivindicar lo diferente, lo heterogéneo, lo plural, lo marginal, lo suprimido? Estas son las preguntas clave que deben guiar nuestras reflexiones.

Para esto se requiere a mi juicio partir de una mirada a nosotros mismos, a nuestro mundo, a nuestro país y a los desafíos planteados frente a la epistemología capitalista-patriarcal-racista dominante del mercado global neoliberal. Me ceñiré en mi intervención a estas cuatro dimensiones.

Lo personal.

Una feminista estadounidense, Kate Millet, fallecida hace una semana en París a los 82 años, nos enseñó que el patriarcado no deriva de la esencia humana, sino que tiene origen histórico y cultural, y también, ojo, que lo personal es político, que lo privado es también político .

Así que rompiendo el patrón “científico” de la distancia obligada del sujeto cognoscente de la realidad a investigar, del objeto de estudio , iniciare por una reseña personal. Me parece que soy un típico ejemplar de una subjetividad colonial eurocéntrica: fíjense que como herencia del colonialismo ibérico soy racialmente mestizo , no soy ni indígena, esto lo aprendí en Sonsonate, aunque a veces “se me sale el indio” , ni tampoco blanco europeo, esto lo descubrí allá en Estados Unidos al identificarme como hispano, como latino en la escuela. No era anglo.

El colonialismo español se diferenció del colonialismo inglés en el tratamiento a las poblaciones coloniales . Los españoles se fusionaron, se mezclaron, dando lugar al sincretismo racial y cultural conocido como mestizaje. Los ingleses prefirieron exterminar a las poblaciones indígenas y mantener su “pureza” racial.

Lo de ser latino fue para mí un aprendizaje clave porque en nuestro país lo racial es ocultado, es de lo más mitificado, ya que aquí supuestamente no hay ni indios ni negros , ni pobres ni ricos, ni cheles ni prietos, somos un feliz paraíso mestizo, completamente homogéneo, apegados a la letra sarcástica del Carnaval de San Miguel de Paquito Palaviccini. San Miguel en el Oriente es el Caribe de El Salvador.

Somos el país de la sonrisa decía también una antigua publicidad, que nos miraba desde los ojos del turismo eurocéntrico. Hoy nos dicen que somos un rincón mágico. Quizás, pero a la vez somos el país de Monseñor Romero y Prudencia Ayala , de Schafik Handal y Matilde Elena López, el país de muchas luchas populares y esto podemos decirlo con orgullo.

Siguiendo con lo personal, mi formación y práctica religiosa es primeramente católica romana y luego luterana llegando hasta a “ordenarme” como pastor (aunque de joven hubo un tiempo que me creí ateo por aquello del diamat, del materialismo dialéctico y del que dirán los camaradas por esta preocupante debilidad ideológica).

Pero también practicante de la Teología de la Liberación , que representa una nueva revolución teológica -anunciada por el peruano Gustavo Gutiérrez – al plantear la fe en un Dios de la vida que acompaña la lucha de los pobres por la justicia, enfrentado a los ídolos capitalistas de la muerte, la riqueza y el poder.

Mi formación política es marxista en su versión leninista , supongo después de tantas marchas, huelgas, reuniones y círculos de estudio cuando joven, donde en calurosos escondites clandestinos se discutía sobre dos tácticas, el estado y la revolución y el qué hacer de Lenin…

Mi formación académica es la teología (no la indígena sino la que se creó en los monasterios y seminarios alemanes e ingleses, la de Lutero y Calvino), los derechos humanos (los que surgieron con la querida Ilustración y la Revolución Francesa), las relaciones internacionales en su versión realista estato-céntrica y el estudio de los idiomas imperiales inglés y francés aunque mi primera lengua es el idioma imperial español (con la vergüenza y el desafío que no hablo ni estudio náhuat). Sueño con que ojala en el futuro haya alguien que presente una tesis en esta Universidad en náhuat, en un idioma no imperial, el de nuestros abuelos y abuelas.

Soy una persona urbana y cosmopolita (no soy indígena, ni campesino ni siquiera llegó a obrero, la clase supuestamente destinada por el progreso de la historia a derrumbar el capitalismo). Soy empleado público, de las capas medias asalariadas, capitalinas. Y mi música el rock y el pop en inglés de los años setenta del siglo pasado ( Silk & Croft; the Mamas and the Papas, Joe Cocker, Santana, The Who, de la mera generación de Woodstock.)

Y aunque todavía soy alcohólico activo (y lo peor es que con whiskey y vodka, ni siquiera con chicha ni con chaparro) Antes el chaparro era ilegal así que una botella de chaparro era un tesoro, hoy lo venden en los supermercados, y cómo olvidar el mero mero Muñeco,o las hierbas prohibidas. Al final puedo utilizar la enseñanzas de los Alcohólicos Anónimos para expresar que solo por hoy.

Además, me gusta más el pan “francés” que la tortilla, pero también me gustan los tamales, atoles, quesadillas, etc. Y como olvidar las disputadas y hoy transnacionales pupusas. Al final la comida da la cara por nuestra nacionalidad, en particular la sopa de mondongo que se disfruta los domingos en el parque McArthur, de allá por Los Ángeles.

Y hasta mi corte de pelo es romano. En la antigüedad los hombres libres usaban el cabello largo y los esclavos el cabello corto, o rapado. Nuestros abuelos indígenas usaban el pelo largo. Los romanos se diferenciaron de los griegos por el corte de pelo. Era un corte marcial, imperial, orientado a las guerras de conquista colonial.

Y confieso ya por último que he pecado… ya que visto ropa de marca imperial: Lacoste, Banana Republic, Levis, Tommy Hilfiger, etc, pero también de vez en cuando me pongo cotonas de manta. Y cuando era joven use los famosos bluyines Búfalo. ¿Se acuerdan? Este es parte de mi recorrido personal por la episteme eurocéntrica internalizada.

Y para finalizar vivo en un pueblito a diez minutos de acá de origen precolombino y con un nombre desafiante, se llama Ayutuxtepeque, el cerro de los cusucos. Y ya por último, soy terriblemente puntual, sometido a las estrictas normas del reloj del tiempo eurocentrico.

2. El mundo en el que viví y en el que vivo

Vivimos en un nuevo capitalismo. Y esto tiene que ver con la epistemología. Hay tres rasgos que deseo subrayar: el carácter de la época, los rasgos más característicos y las nuevas resistencias. El primero tiene que ver con la caracterización de la época. Donde estamos ubicados, desde donde hablamos. Lo que nuestros amigos filósofos como Guillermo llaman el lugar de enunciación, el locus enuntiationis.

Antes se hablaba, digo hablábamos de la época del tránsito del capitalismo al socialismo a nivel global. Y el mundo era blanco y negro, hasta la televisión. Los buenos y los malos. Y como clase obrera, cada primero de mayo se hacía el recuento de las nuevas victorias, de las nuevas banderas rojas en el mapamundi, de los nuevos países que habían sido liberados de la explotación capitalista. Vietnam, Etiopía, Angola, Nicaragua…y estábamos felices que el mundo marchaba al socialismo. Pronto nos llegaría nuestro turno. Sí Nicaragua venció, El Salvador vencerá…y Guatemala le seguirá, decíamos entusiasmados.

Y de repente vino el terremoto del 89 y todo cambió. La URSS no fue ni derrotada militarmente sino que se derrumbó como un castillo de naipes. Y los Estados Unidos y la misma CIA despertaron sorprendidos hace 30 años con la noticia que eran los dueños absolutos del planeta, sin rivales políticos ni ideológicos en un virtual y real mundo unipolar. Y ni se lo creían. Y se inventaron lo de la globalización. Escuchamos sorprendidos y confundidos a Francis Fukuyama que nos hablaba entonces del fin de la historia . Y también Samuel Huntington con su nuevo orden mundial postguerra fría del choque de culturas , entre nueve civilizaciones. Una de estas es la latinoamericana.

El impacto de la debacle en términos ideológicos, causada por el derrumbe del “socialismo realmente existente” 30 años después sigue vigente. Seguimos en necesidad de nuevos paradigmas, sueños, utopías que rechacen el discurso colonial y neoliberal. El marxismo como discurso emancipador necesita para ser relevante en este nuevo mundo, ser enriquecido con nuevas categorías de análisis, necesita establecer un diálogo con otros discursos emancipadores, como el feminismo y la teología de la liberación.

Pero, 30 años después, ¿dónde estamos? Hay un pensador italiano ya fallecido, Giovanni Arrighi, que nos da luces al respecto. El plantea que el capitalismo en su historia como sistema mundial, como sistema mundo, ha conocido tres grandes momentos de acumulación económica y hegemonía política: la de Holanda, la de Inglaterra, y la de Estados Unidos y que nos encontramos en una transición histórica hacia una nueva fase, la hegemonía china. Es un periodo de transición sistémica . Hay cambios en lo que se llama la geopolítica del poder mundial. El BRIC, con todas sus contradicciones, es expresión de esta transformación global.

Segunda idea. ¿En qué tipo de capitalismo vivimos? La globalización neoliberal ha introducido cambios. Cambios en nuestro entorno y cambios en nuestros estilos de vida. El mundo se ha tecnologizado y en nuestras vidas, en nuestros empleos, la computadora y los celulares forman parte ya de nuestra cotidianidad. Nuestras vidas transcurren en las playas y montañas del internet y las redes sociales. Es un mundo nuevo pero sigue siendo violento, desigual y capitalista.

Vivimos vidas virtuales en comunidades virtuales, en relaciones fugaces, momentáneas, atrapados por la publicidad en las redes invisibles del consumismo y la fragmentación. En el mundo laboral e incluso educativo, presenciamos una ruptura: el modelo piramidal prusiano, burocrático y vertical, basado en rígidas cadenas de mando, está siendo sustituido por el modelo flexible, horizontal de trabajo en redes, con empleos temporales.

Asimismo la empresa y el estado recurren cada vez más a la subcontratación de empresas y personas, y en este proceso se pierden derechos adquiridos, como el seguro social, seguro médico, derecho de antigüedad, etc. Es un retroceso con respecto al estado de bienestar. Nos movemos en el marco de la cultura de la precariedad, del mundo de la exclusión, de lo subalterno. Y el propósito no es fortalecer la democracia, sino incrementar las ganancias, las utilidades, la rentabilidad.

En el enfrentamiento geopolítico global que hoy se manifiesta como guerra comercial pero que en el futuro se puede transformar en guerra militar, debe existir claridad que tanto Rusia como China, tanto la India como Irán, representan poderes emergentes que rompen con la monopolaridad imperial.

En este marco se inserta el BRICS y las Rutas de la Seda, y la disputa con Estados Unidos por Europa. El mundo ha cambiado. La Europa que fue la cuna de los primeros imperios del capitalismo, hoy es disputada por los imperios emergentes.
Por otra parte, en Estados Unidos, el fenómeno Trump obedece a una corriente político-ideológica nacionalista, aislacionista y racista- dentro de la clase dominante estadounidense que plantea una salida a la crisis de hegemonía global, a su declinación como potencia dominante, en abierta disputa contra la corriente financiero globalista neoliberal, beneficiaria del comercio internacional. Obama y Hillary Clinton forman parte de esta fracción. Ambas corrientes se expresan tanto en el Partido Republicano como en el Partido Demócrata.

Y existen también otras propuestas, como la propuesta “progresista” e incluso “socialista” representada por Bernie Sanders, al interior del Partido Demócrata, y la corriente popular-democrática de los sectores populares independientes. El próximo noviembre se enfrentaran estas tendencias en pugna, que luchan, coexisten e incluso a veces se alían a nivel federal, estatal y municipal. A nivel global existe un equilibrio de fuerzas en el que los Estados Unidos mantienen la supremacía militar pero pierden gradualmente ante China la supremacía económica. Este enfrentamiento global se manifiesta a todo nivel.

Tres. ¿Dónde se encuentran las resistencias? En todo el planeta, en el norte y en el sur. Hay acontecimientos clave que señalan el despertar de una resistencia mundial anti-capitalista y anti-patriarcal. Uno de estos fue la batalla de Seattle en noviembre de 1999, contra la cumbre de la OMC. Otra fue la creación del Foro Social Mundial en Porto Alegre en 2001.Otro fue la protesta contra la invasión en Irak en febrero de 2003. Otro fue el Movimiento de los Indignados, de Ocupa Wall Street en 2011. Y seguramente vendrán otros, la rueda de la historia no se detiene, sigue su curso.

Otras resistencias fueron los movimientos y movilizaciones populares contra las privatizaciones en Suramérica. Y luego llegaron los gobiernos progresistas. Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador. Y hoy la resistencia frente a la contraofensiva imperial…Y cómo no mencionar a Cuba, la isla de la Dignidad.

3. El país en el que viví y en el que vivo

Nací en un país supuesta o formalmente independiente, cantando el himno nacional en la escuela y repitiendo la oración a la bandera. Los criollos que encabezaron las gestas de nuestra independencia a principios del siglo XIX rechazaron y se enfrentaron a España, pero no rechazaron la Europeidad, al contrario, abrazaron celosos como propias las ideas de la Ilustración, de la Revolución Francesa. Los intelectuales y artesanos que asumieron las ideas del socialismo a principios del siglo XX lo hicieron desde la cosmovisión marxista, eurocéntrica, emancipadora, fuertemente influenciados por la Gran Revolución Socialista de Octubre en Rusia.

Y en estos doscientos años de lucha, del 1811 al presente, la única gesta que rompe, que se diferencia del pensamiento eurocéntrico emancipador es la de Anastasio Aquino y los pueblos nonualcos que en 1833, se levantan desde otra lógica, desde otra visión epistémica, la de la lucha por la tierra, la lucha por la justicia y la lucha por la paz, contra el reclutamiento forzoso para ir a pelear las guerras entre conservadores y liberales. Aquino se levanta contra la republica liberal de los criollos. Es un momento histórico paradigmático que amerita ponerle atención en el marco de las luchas decoloniales.

La mitad de mi vida la viví bajo una dictadura militar. Y esto también tiene que ver con la epistemología. Mis tres hijas felizmente ya no conocieron esta dictadura. Antes, los militares ocupaban el aparato de estado. Los presidentes eran todos militares, generales y coroneles. Y esto era lo normal, lo aceptado. Los fusiles de los cuarteles mandaban a la sociedad. Y los finqueros, los cafetaleros, los banqueros mandaban a los militares. Y los Estados Unidos, felices que hasta nos mandaban leche con cereal, que se repartía en las escuelas.

Pero esta situación de injusticia social y violación de los derechos humanos originó una larga guerra de doce años. Una guerra que concluyó con la modificación del sistema político, pero no alcanzaron las fuerzas y esfuerzos insurgentes del FMLN y el movimiento popular para transformar el sistema económico-social.
Han pasado 25 años desde los Acuerdos de Paz y el país de nuevo ha cambiado. Los militares regresaron a los cuarteles. Y los partidos políticos pasaron a ocupar el papel de operadores del sistema político. Y la amarga dominación represiva de los uniformados ha sido sustituida por la adormecedora hegemonía de los medios de comunicación. Todo cambió.

Antes encontrar un nuevo libro de marxismo era un tesoro por el que se podía perder la vida, había que esconderlo, leerlo en secreto. Hoy vivimos absortos en nuestros celulares y poca gente lee, estudia, reflexiona, analiza, discute.
Hemos cambiado en lo económico. Somos una sociedad con una economía terciaria, de servicios, dependiente básicamente de las remesas de nuestros compatriotas en Estado Unidos. La migración masiva hacia Estados Unidos es un acto de resistencia. Allá en las entrañas del imperio, continuamos la lucha. Acá producimos poco. Y la visión económica actual es la del rebalse, a mayor esfuerzo mayor riqueza para todos. Hay que producir para poder distribuir, nos dicen. Y esto es un mito que se continúa repitiendo y fracasando. Porque mientras más se produce, menos se distribuye. Son las grandes corporaciones transnacionales las que se beneficiaban antes y se siguen beneficiando ahora.

Y la derecha ha avanzado en la batalla de las ideas. Los feminicidios como el de la agente policial Carla Ayala y la penalización del aborto debería de avergonzarnos, ya que esta normativa ha provocado el encarcelamiento de mujeres pobres, campesinas, que han sufrido un aborto espontáneo, así como la maternidad forzosa de jóvenes y niñas víctimas de abuso sexual , mientras se sigue condenando a mujeres que optan por interrumpir su embarazo en sitios clandestinos poniendo en riesgo su vida, salud y libertad.

Hemos cambiado en lo político. Como izquierda hemos estado diez años en el gobierno. Esta presencia se ha traducido en sendos y positivos programas sociales, que han beneficiado a niños, ancianos, mujeres, indígenas, etc. Pero no son suficientes sino están vinculados a cambios estructurales, sin una visión de ruptura con el sistema, estos cambios positivos se vuelven frágiles, temporales, sujetos a los vaivenes de los tiempos electorales.

¿Cómo superar la cultura de la inmediatez, de la sobrevivencia? El grueso de los trabajadores participa de una economía informal, sin derechos, en el que el presente es el único horizonte y no hay proyecto de futuro. El neoliberalismo nos arrebató el mañana.

Antes por la liberación, por la revolución, por el socialismo se daba la vida. Hoy se trata de resolver el presente, de enfrentar la coyuntura, el momento. Y la política en general asume tres dimensiones, sobre las cuales como izquierda debemos de reflexionar seriamente, para encontrar las modalidades que nos permitan construir poder popular, incluso en estas difíciles, condiciones de un mundo globalizado. En primer lugar se convierte en la cultura de lo inmediato, de la próxima elección.

En segundo lugar, la política ya no es el enfrentamiento entre dos proyectos históricos sino el territorio de la negociación, el tú me das y yo te doy y aquí no ha pasado nada. Y la política de la lucha social se transforma en la cultura de la negociación, de lo que se ha dado en llamar el realismo político. Y el fin justifica los aliados. Y por último, la política de lucha social se transforma en la cultura del espectáculo. Ya no importa el programa sino el candidato.

4. Reflexiones finales: los desafíos

¿Hacia dónde vamos como país? ¿Cuáles son los desafíos? ¿Cuál es el nivel de acumulación logrado? ¿Cuáles son las nuevas epistemologías? Debemos de ir a la búsqueda en nuestra historia y en nuestra realidad del pensamiento alternativo, subversivo, emancipador, de ruptura, muchas veces borrado, silenciado, desconocido. El pensamiento descolonizador, las nuevas epistemologías, solo florecen en la lucha. La esperanza surge desde la lucha.
Por lo que debemos reflexionar sobre lo que hemos hecho y hacemos como izquierda y movimiento popular y social, incluso como universidad. Una lección fundamental de estos últimos diez años es que no solo se trata de ganar la elección y administrar el sistema.

Hay que ir profundizando los cambios y volverlos permanente ya que las simpatías del electorado son variables y el sistema político de democracia representativa se fortalece mediante su alternabilidad. El juego consiste en que una vez estoy yo y otra vez estas tú, y todos felices, mientras no se toquen los intereses de las fuerzas fácticas, de las fuerzas armadas, de la oligarquía, del capital transnacional y de los Estados Unidos. Lo de la relación con China Popular es un claro ejemplo de esto. Se están tocando intereses imperiales. Se le están tocando la cara al tigre imperial.

El diseño político del estado capitalista es el de garantizar la continuidad del sistema, por lo que las fuerzas de izquierda política y sociales deben de contar con un proyecto de transformaciones, de ruptura. El estado capitalista reproduce por su misma naturaleza relaciones de marginación y de autoritarismo, independientemente de la fuerza política que gobierne. El estado capitalista y el nuestro sigue siendo un estado capitalista, aunque estemos en el ejecutivo, por naturaleza, se auto protege, e incluso tiene fuerzas de reserva para salir en su auxilio en caso de amenaza.

Debemos por lo tanto como izquierda política y social, incluso académica, fortalecer nuestra propuesta, proyecto estratégico, visión, rumbo, horizonte, modelo alternativo. En educación, en salud, en relaciones internacionales, en vivienda, en seguridad, etc., utilizar nuestra conducción del gobierno como mecanismo de transformación institucional, y a la vez de organización popular, de construcción de poder popular.

No podemos ni debemos repetir lo que se venía haciendo, de la forma en que se venía haciendo. Y tener claridad que la gente nos ve, nos mide. Y saca conclusiones. La gente es bondadosa, comprensiva pero llega un momento que se le agota la paciencia y golpea la mesa, como sucedió en marzo pasado.
La acumulación política lograda por la guerra e incluso por los programas sociales, se está agotando. Debemos preparar las nuevas batallas. Prepararnos para no permitir que nos desalojen del ejecutivo, ganar un tercer gobierno, como tarea estratégica, pero también prepararnos para pasar de manera organizada a la oposición política.

Otra lección es que la disputa por el corazón de la gente es una pelea compleja, cotidiana, permanente…No es lineal, hay avances pero a la vez retrocesos, porque no somos dueños de los sentimientos de la gente, ni siquiera de los ya convencidos. No podemos ni debemos reproducir relaciones basadas en la cultura del autoritarismo sino en el convencimiento, en la cultura del respeto, de la tolerancia, de la crítica, de la solidaridad internacional y del compromiso político.

La nueva sociedad basada en la cooperación y no en la competencia, la construimos desde nuestros lugares de vida y de lucha. Es importante abrirnos al sufrimiento, al dolor de la mayoría de nuestro pueblo. Solo respondiendo al dolor del otro podemos llegar a ser plenamente humanos, y romper con el patrón individualista de la indiferencia, por ello el sufrimiento provocado por este sistema capitalista es una categoría central para una nueva ética, para una nueva epistemología desde el sur. A vez es crucial la memoria. Somos herederos y herederas de una historia de sufrimiento, de opresión y explotación, pero también de lucha. Podemos haber sido derrotados muchas veces, pero nunca vencidos.

Otra lección es que únicamente desde arriba, desde el estado capitalista, no se pueden impulsar cambios sin el peligro de la reversibilidad. Los cambios se hacen desde abajo y desde arriba. Solo desde abajo se quedan en la denuncia y en la protesta y solo desde arriba en el clientelismo y la desmovilización. Lo clave es la construcción de poder popular.

Y no podemos acostumbrar a la gente a pedir en vez de luchar, porque cuando no tengamos que darle van a buscarse a otro que les dé. Y la derecha en este terreno nos supera porque ese es su estilo, esa es la naturaleza de sus políticas. Es su charco cultivado desde el PRUD, desde el PCN, desde la Democracia Cristiana, desde ARENA.

El desafío planteado es de ruptura del imaginario hegemónico o coexistencia con el capitalismo-patriarcalismo y esta ruptura, este quiebre, esta búsqueda de una nueva visión epistemológica, no puede ser de manera verbal, retórica, discursiva sino en los hechos, en nuestra práctica diaria, cotidiana, en los valores de nuestra vida personal, en las relaciones con nuestra familia, con nuestras mascotas, con nuestros vecinos, con nuestro medio ambiente, con nuestros compañeros y compañeras de trabajo, de partido, de cooperativa, de iglesia, de equipo de futbol, de escuela, de universidad, de Facebook, etc.
Lo del espacio familiar es clave, y con esto concluyo, y se relaciona con la forma como procesamos la influencia violenta de las masculinidades hegemónicas vinculadas fuertemente a la homofobia y la violencia de género, y como construimos nuevas epistemologías, nuevas masculinidades alternativas.

Habemos algunos que somos opresores dentro de nuestras familias, con nuestras esposas, hijos, incluso con nuestra madre, con nuestros abuelos y abuelas, pero somos liberadores, tolerantes, gente organizada de izquierda, en la universidad; habemos otros, sin alusiones personales, que somos esposos oprimidos en nuestra casa pero opresores, autoritarios con nuestros alumnos en las aulas de clase.

Son procesos que debemos de caminar cotidianamente, en cada momento, para ser así consecuentes con nosotros mismos, con lo que predicamos, con nuevas epistemologías, porque como decía Freire nadie nace aprendido, todos aprendemos juntos. Gracias!

¿Enfrentar la guerra de quinta generación con arcos y flechas?

¿Enfrentar la guerra de quinta generación con arcos y flechas?

Aram Aharonian

ALAI AMLATINA, 24/08/2018.- Alrededor del mundo, una inmensa gama de organismos gubernamentales y partidos políticos están explotando las plataformas y redes sociales para difundir desinformación y noticias basura, ejercer la censura y el control y socavar la confianza en la ciencia, los medios de comunicación y las instituciones públicas.

El consumo de noticias es cada vez más digital, y la inteligencia artificial, el análisis de la Big Data (que permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones) y los algoritmos de la “caja negra” son utilizados para poner a prueba la verdad y la confianza, las piedras angulares de la llamada sociedad democrática occidental.

Son muy pocos los dueños de la infraestructura que permite el uso de la Internet en todo el mundo, y también los servicios que sobre ella se brindan. La propiedad de los cables de fibra subacuáticos, las empresas que se alojan y controlan el NAP de las Américas, los grandes centros de datos como Google, Facebook, Amazon o los llamados “servicios en la nube” como Google Drive, Amazon, Apple Store, OneDrive, veremos que son corporaciones trasnacionales, en su mayoría con capitales estadounidenses.

Hoy, de las seis principales firmas que cotizan en bolsa, cinco de ellas son del rubro de las TIC: Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook.

Campo popular: aggiornar la lucha

Es que el mundo cambia constantemente, muchas veces al ritmo de la tecnología y pareciera que a la izquierda, a los movimientos y medios populares de comunicación, nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados o ya perimidos, enarbolando consignas que no tienen correlato con este mundo nuevo.

Mientras, las corporaciones mediáticas hegemónicas desarrollan sus estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla donde se pelea con nuevas armas, donde la realidad no importa, en lo que quizá ya ni se trata de la guerra de cuarta generación, la que ataca a la percepción y sentimientos y no al raciocinio, sino a una guerra de quinta generación, donde los ataques son masivos e inmediatos por parte de megaempresas trasnacionales, que venden sus “productos” (como el espionaje) a los Estados.

Hoy debiéramos estar más atentos a la integración vertical de los proveedores de los servicios de comunicación con compañía que producen contenidos, la llegada de los contenidos directamente a los dispositivos móviles, a la trasnacionalización de la comunicación, convirtiendo a la información en campañas de terrorismo mediático… mientras apenas denunciamos lo fácil que está siendo convertir a la democracia en una dictadura manejada por las grandes corporaciones

Debiéramos estar atentos a los temas de vigilancia, manipulación, transparencia y gobernanza de Internet, al video como formato a reinar en los próximos años, estar atentos al hecho de que los mismos televisores se van convirtiendo en una pantalla más a donde llegan los contenidos manipulados por las grandes corporaciones.

Pero desde el campo popular seguimos reclamando la democratización de la comunicación y la información, creyendo que una distribución equitativa de las frecuencias de radio y televisión entre los sectores público, comercial y popular puede significar el fin de la concentración mediática. Estamos peleando guerras que ya no existen, cuando el campo de batalla está en Internet, en el Big Data, en los algoritmos, en la inteligencia artificial.

Cansa la insistencia discursiva anclada en el pasado y con una agenda diseñada en países centrales, que no incluyen nuestras realidades. Se insiste en una necesaria renovación de la izquierda, en la necesaria búsqueda de nuevos caminos en las catarsis colectivas de seminarios, foros, reuniones, conciliábulos, escritos, pero no se buscan soluciones específicas al aislamiento y endogamia de nuestros sitios populares, alternativos a los mensajes hegemónicos, comunitarios, populares.

Estos temas no están en la agenda de los movimientos, de los partidos ni de los gobiernos (incluso los progresistas), más preocupados por seguir con la satanización de las nuevas tecnologías, por la denunciología, que en definir estrategias y líneas de acción. Hoy los gobiernos de la restauración conservadora disparan contra Unasur, que en su momento de auge no pudo concretar un canal propio de fibra óptica, que al menos le hiciera cosquillas al control de las megacorporaciones.

Hoy, el escenario digital puede convertirse en una vía para la reconexión del progresismo con sus bases, y en particular con los jóvenes, que es como decir con el futuro. Pero, no se ha avanzado en una agenda comunicacional común, pero tampoco en temas estratégicos para el futuro de la soberanía tecnológica, como la gobernanza de Internet, el copyright, la innovación, el desarrollo de nuestras industrias culturales.

Se habla de nuevos caminos, pero pocos parecen dispuestos a transitarlos, porque seguramente afectan su identidad, su memoria y su vida. Se insiste en denunciar la desinformación, la información basura, el terrorismo mediático (tenemos doctorados en denunciología y lloriqueo), pero no nos preparamos para aprender a usar las nuevas herramientas, las nuevas armas de una guerra cultural ciberespacial. Quizá el problema no sea formular, sino tener oídos dispuestos a intentar, dice el humanista Javier Tolcachier.

Cada sitio de medios y/u organizaciones sociales dirige sus mensajes a una masa crítica acotada, a los que ya están convencidos de su mensaje, en una gimnasia endogámica, sin definir una agenda propia, latinoamericanista, en defensa de los derechos humanos y de los trabajadores, una línea editorial que los pueda unificar y entonces entrar con fuerza en la guerra cultural, en la batalla de las ideas.

Sus lenguajes –y hablamos sobre la generalidad y por eso es de destacar los esfuerzos del mediactivismo de Fora de Eixo, Facción o Emergentes, por ejemplo- no se adecúan al momento histórico, cultural ni tecnológico. Están anclados en la denunciología, sin visibilizar las luchas, los anhelos, de los pueblos o sociedades que dicen representar.

El informe de Oxford

Un informe de Samantha Bradshaw y Philip Howard, investigadores de la Universidad de Oxford (Challenging Truth and Trust: A Global Inventory of Organized Social Media Manipulation), confirma que la manipulación de la opinión pública sobre las plataformas de medios sociales se ha convertido en una amenaza a la vida pública.

En 2017, el primer inventario de las tropas de ocupación cibernéticas globales realizado por estos investigadores arrojaron luz sobre la organización mundial de la manipulación de los medios de comunicación social por gobiernos y actores de partidos políticos. Este año revela las nuevas tendencias de manipulación organizada de los medios, y sus cada vez más crecientes capacidades, estrategias y recursos en las que se apoya este fenómeno, con evidencias de campañas de la manipulación organizada de los medios en 48 países, 20 más que el año anterior.

En cada país se constató que al menos un partido político o agencia gubernamental usaba los medios de comunicación social para manipular a la opinión pública nacional, en países donde los partidos políticos diseminan desinformación durante las elecciones, o donde la institucionalidad se siente amenazada por noticias basura e injerencia extranjera en los asuntos internos, y desarrollan sus propias campañas de propaganda cibernética.

En una quinta parte de estos 48 países, sobre todo en los del sur global, se hallaron pruebas de campañas de desinformación operando sobre las aplicaciones de chat como WhatsApp, Telegram y WeChat. La manipulación de las redes es un gran negocio, donde gobiernos, fundaciones, ONGs y partidos políticos han gastado más de 500 millones de dólares en investigaciones, desarrollo e implementación de operaciones psicológicas y manipulación de la opinión pública a través de internet.

En algunos países esto incluye “esfuerzos para contener al extremismo”, pero en la mayoría de los países esto implica la propagación de noticias basura y desinformación durante las elecciones, las crisis militares y complejos desastres humanitarios.

La Guerra de Quinta Generación

Si la guerra de primera generación se basa en movilizar la mano de obra, la segunda en el poder de fuego y la tercera en la libertad de maniobra, los paradigmas cambian sustancialmente en la de Cuarta Generación, donde tanto los recursos empleados como los objetivos e intereses a alcanzar engloban tanto al interés público como privado (intereses de corporaciones). La idea principal es que el Estado ha perdido su monopolio de la guerra, y a nivel táctico incluye desde el aspecto armamentista al psicológico.

Dada la enorme superioridad tecnológica alcanzada durante la etapa anterior frente a esta asimetría de fuerzas entre contendientes, solo es concebible el uso de fuerzas irregulares ocultas que ataquen sorpresivamente al enemigo, tratando de provocar su derrota al desestabilizar a su rival, con el uso de tácticas no convencionales de combate.

En la Guerra de Quinta Generación (también denominada guerra sin límites), introducida desde el 2009 como concepto estratégico operacional en las intervenciones EEUU-Otan, no interesa ganar o perder, sino demoler la fuerza intelectual del enemigo, obligándolo a buscar un compromiso, valiéndose de cualquier medio, incluso sin uso de las armas. Se trata de una manipulación directa del ser humano a través de su parte neurológica (ondas biaurales y componentes de cristales de magnetita del cerebro y los métodos sobre sus posibles manipulaciones).

Y los medios masivos y las redes sociales son parte integral del esquema de esta guerra, para generar desestabilización en la población a través de operaciones de carácter psicológico prolongado; se busca afectar la psiquis colectiva, afectar la racionalidad y la emocionalidad, además de contribuir al desgaste político y a la capacidad de resistencia.

Y se cuenta con mecanismos científicos de control total a través de no solo la manipulación de medio masivos de comunicación e información concentrados, sino también de sistemas financieros como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, miles de fundaciones y organizaciones no gubernamentales.

Zbigniew Brzezinski, exsecretario de Estado estadounidense, afirmaba que la clave estaba en el ataque al recurso emocional de un país por medio de la revolución tecnológica, La táctica para mantener la desintegración política en la sociedad consiste en crear complejos de inferioridad y en convertirse en referencia externa en todos los ámbitos, evitando que los proyectos y modelos colectivos o alternativos se consoliden en su identidad, pues la referencia será algo distinto a sí mismos; el mundo desarrollado y su modelo prevaleciente.

Los medios de difusión masiva se encargan de condicionar las mentes en las naciones subdesarrolladas, puesto que “el Tercer Mundo enfrenta, ahora, el espectro de las aspiraciones insaciables”, según escribía Brzezinski hace ya 44 años.

Redes sociales, aislacionistas

Las redes sociales son un conjunto de plataformas digitales de esparcimiento e interacción social entre sus diversos usuarios, ya sean personas, grupos sociales o empresas, que permiten el envío de mensajes, la comunicación en tiempo real y la difusión de contenido de distintos modos, entre los usuarios que se encuentren conectados entre sí, es decir, que sean “amigos” o “seguidores” .

La aparición masiva de las redes sociales, dice la experta británico-ecuatoriana Sally Burch, han revolucionado nuestras sociedades, pero también han causado preocupación porque al no estar reguladas son aprovechadas para la desinformación, la imposición de imaginarios colectivos con la difusión de información falsa, creando realidades virtuales lejanas a las realidades reales, la apropiación de datos personales para fines comerciales y/o de manipulación política e, incluso, para conculcar la intimidad de los ciudadanos, invadiendo sus espacios de trabajo, educación, ocio e incluso de socialización.

Las redes sociales tienen acceso y manipulan los datos de sus usuarios (direcciones de correos, números telefónicos, aficiones, gustos, amigos), gentilmente proporcionados por ellos mismos a través de la construcción de sus propios perfiles. Su atractivo principal es la masividad: el mismo mensaje, información –o la misma publicidad tácita o encubierta- puede ser enviado a millones de personas a la vez, a través de las distintas plataformas (computadoras, tablets, celulares).

Operan en base a algoritmos que organizan la información para mostrarnos más de aquello que nos guste y menos de lo que no. Cuando validamos un comentario, una publicidad o una noticia, retroalimentamos el sistema para que se adapte aún más a nuestros gustos puntuales. Ya que los algoritmos privilegian el contenido semejante al que hemos elegido (con un “me gusta”), restringiendo las oportunidades de recibir información real, no filtrada, donde el usuario solo accede a opiniones semejantes a las suyas (un efecto antidemocrático, sin duda), agrega Burch.

Por ejemplo, un algoritmo usado por Facebook se basa en la afinidad (cantidad de veces que unos e conecta con otro, publicando en sus muros, validando –me gusta- sus contenidos. Su peso es la cantidad de interacciones que tiene una publicación y el tiempo hace que la información decaiga en interés y baje en la cola de la información.

Las desventajas de las redes sociales apuntan a la ruptura con la presencia de los otros, instándonos a dejar de socializar en persona, en la construcción de sociedades ciberdependientes, nichos donde no tiene cabida el pensamiento contrario, la otredad.

¿El fin de la transparencia?

La consultora británica Cambridge Analytica (CA), la que protagonizó el escándalo por el uso de 87 millones de datos de usuarios de Facebook, si bien anunció el cese de todas sus operaciones, simplemente cambió de piel y seguirá sus manipulaciones, amenazando la transparencia de las elecciones en varios países, entre ellos Argentina, Colombia y México.

La compañía británica culpó de su quiebra a las denuncias de manipulación política que inundaron los medios internacionales en los últimos, pero lo cierto (y que no dice) es que sus principales activos ya trabajan en una empresa con fines similares llamada Emerdata Limited, en cuyo consejo de administración aparecen una serie de nombres directamente vinculados con CA, según destapó en marzo Business Insider.

Alexander Taylor fue nombrado director de Emerdata el 28 de marzo en sustitución del dimitido Alexander Nix, quien reconoció que trabajó en elecciones en países de todos los continentes, incluyendo Estados Unidos, Reino Unido, Argentina, Nigeria, Kenia y República Checa, y debió alejarse a raíz de un vídeo grabado por la televisión británica con cámara oculta donde hizo toda clase de comentarios inapropiados como ofrecer grandes cantidades de dinero a un candidato y amenazarle con publicarlo, para intentar extorsionarlo.

Según Business Insider, entre los responsables de Emerdata aparece Johnson Chun Shun Ko, un ejecutivo chino de Frontier Services Group, la firma militar presidida por el prominente partidario de Trump Erik Prince, fundador de la contratista militar estadounidense Blackwater y “casualmente” hermano de la secretaria de educación de Estados Unidos, Betsy DeVos, pilar de la internacional capitalista Red Atlas.

El Observatorio en Comunicación y Democracia señala que recién cuando el escándalo tomó dimensión global, Facebook .el principal agente empresarial involucrado en los cambios de tendencia en las urnas británicas (referendo por el Brexit) y estadounidenses (elección de Donald Trump) en 2016 reconoció que la consultora británica había accedido (¿o comprado?) a la información personal de al menos 87 millones de usuarios y la había utilizado para crear perfiles de votantes.

Facebook gestiona más de 300 millones de gigabytes en información personal de sus usuarios, un arsenal de perfiles que le permite disponer de una de las plataformas on line más importante del mundo, indispensable para beneficiarse de modelos de negocio que amplían consumidores y diversifican mercados al calor del incremento productivo de los robots y la automatización industrial.

Colofón

Todo esto acontece apenas dos decenios después de que Sergey Brin y Larry Page registraran el dominio google.com y once de que Steve Jobs presentara en sociedad, en San Francisco, el primer iPhone. Mientras, Facebook sigue creando perfiles de usuarios y los algoritmos que usara Cambridge Analytica siguen a disposición de quien los quiera (o pueda) pagar.

Difícil que un país sólo tenga capacidad de desarrollar los niveles necesarios de respuesta para mantener y/o recuperar la soberanía en algunas áreas, y por eso es imprescindible la suma de voluntades –gobiernos, academia, movimientos sociales- para sumar fuerza de negociación en temas básicos como inteligencia artificial y el big data. No hay otra salida: debemos apropiarnos del big data para poder pensar en herramientas liberadoras.

La única forma de luchar en esta guerra de Quinta generación es poniéndose al día en lo que respecta a la inteligencia artificial, es en la posibilidad de montar nuevas plataformas que evadan los filtros de las grandes corporaciones, es en la necesidad de adueñarse de las armas, las herramientas para poder pelear en esta guerra cultural, de generar agendas propias de acuerdo a los intereses de nuestros pueblos.

La carrera por una presión fiscal cada vez menor gana velocidad en los últimos años, de la mano de los gobiernos neoliberales y de los paraísos fiscales, que permiten la evasión y elusión fiscal, que a su vez priva a los gobiernos de obtener recursos para llevar a cabo políticas distributivas, agravando aún más la desigualdad

Si bien la desigualdad se redujo de manera considerable durante la última década en América Latina, de la mano de la actual ofensiva neoliberal –que tiene a los impuestos como uno de sus blancos a combatir–, el riesgo es su nivel vuelva a incrementarse.

El problema de la evasión fiscal ha ganado protagonismo entre la opinión pública en los últimos años gracias a la publicación masiva de los nombres de personas y entidades que utilizaban empresas y cuentas offshore en paraísos fiscales para evadir el pago de impuestos.

Los Panamá Papers en 2016 y los Paradise Papers en 2017 pusieron al descubierto el modus operandi de la evasión fiscal y a aquellos que hacían uso de ella, sindicando entre los evasores a presidentes latinoamericanos como el argentino Mauricio Macri, el colombiano Juan Manuel Santos y el chileno Sebastián Piñera, y excandidatos presidenciales como Doria Medina en Bolivia o Guillermo Lasso en Ecuador.

Pero según investigadores latinoamericanos, la publicación de los Papeles de Panamá obedecería a una gran estrategia de Washington para consolidar su posición en el mundo como un gran paraíso fiscal, en momentos en que tiene una grave crisis de liquidez. Con la publicación de esta investigación el dinero ya está buscando un refugio para ya no ser investigado y exhibido.

El investigador de la Universidad Autónoma Nacional de México, Ariel Noyola, afirma que este dinero vaya a parar a cualquiera de los cuatro paraísos fiscales que tiene EEUU: Delaware, Wyoming, Dakota del Sur o Nevada. Los principales bancos y fondos de cobertura de EEUU son los que colocan su dinero sin regular en los más de 30 paraísos fiscales que existen en el mundo, desde hace ya casi medio siglo.

El mensaje que dan los Papeles de Panamá es claro: señores empresarios y ciudadanos, su dinero no está seguro en Panamá como paraíso fiscal, deposítelo en EEUU, cuyos paraísos fiscales sí son seguros. A Noyola le llama la atención que en la investigación de los Panamá Papers no salieron a la luz nombres de empresas ni de ciudadanos estadounidenses.

Así, se podría interpretar que los fondos y la información que mantiene el territorio estadounidense en sus paraísos fiscales son impenetrables a estas estrategias de investigación y contrainformación. Y para demostrar su fiabilidad, los paraísos fiscales de EEUU tienen a su servicio al periódico alemán Süddeutsche Zeitung, del Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (con sede en Washington, a 170 kilómetros de Delaware), y a un ejército de ‘periodistas de investigación’ de todo el mundo que le hacen el juego.

Delaware, con una población de 920 mil habitantes, tiene 945 mil empresas registradas, Wyoming cuenta con 128 mil ‘entidades de negocios activas’, lo que equivale a una por cada 4.5 ciudadanos, pese a ser el segundo estado menos poblado del país. Pero los paraísos fiscales de EEUU no son del interés, ni de los medios de comunicación, ni del Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación, filtradores de los Papeles.

Dos datos interesantes: el periódico alemán Süddeutsche Zeitung forma parte de un grupo mediático que pertenece, entre otros, a la corporación financiera estadounidense Goldman Sachs, y la investigación fue financiada, entre otros, por el Departamento de Estado de EEUU, según reconoció su portavoz Mark Toner.

Pero más allá de las actitudes poco leales de aquellos que mantienen cuentas o negocios en paraísos fiscales y a la vez dirigen los presupuestos públicos de sus países, es necesario algunos datos económicos sobre los perjuicios que ocasiona la existencia de los mismos dan escalofríos

Los países en desarrollo pierden alrededor de 100.000 millones de dólares anuales por la evasión y elusión fiscal de grandes empresas a través de paraísos fiscales. La pérdida estimada de estos países por el uso de incentivos fiscales a las grandes empresas es de otros 138.000 millones de dólares anuales.

Los paraísos fiscales tienen un filón con las grandes fortunas latinoamericanas. El 27% de la riqueza privada total de América Latina está depositada en países que ofrecen un tratamiento impositivo favorable para los más acaudalados, lo que le convierte en la región del mundo con mayor proporción de capitales privados en estas naciones, por delante de Oriente Medio y África (23%) y de Europa del este (20%). Y a años luz de Europa Occidental (7%), Asia-Pacífico (6%) y Estados Unidos y Canadá (1%), según el Boston Comsulting Group, una de las mayores consultoras estratégicas del mundo.

Susana Ruiz, responsable de justicia en la organización no gubernamental Oxfam. La apunta que “Holanda, Panamá, Suiza y Luxemburgo” son los países más utilizados por los latinoamericanos para evitar impuestos a través de cuentas bancarias. Saber cuánto dinero está oculto “es difícil, precisamente por la naturaleza misma de estos flujos”, pero hay investigadores que calculan que suma en “aproximadamente entre 20 y 32 billones de dólares, volumen equivalente al PIB de las dos potencias mundiales, Estados Unidos y China, juntas.

Mientras, la inversión mundial hacia paraísos fiscales ha aumentado un 45 por ciento entre 2008 y 2016, drenando recursos nacionales y eludiendo masivamente el pago de impuestos. Según el Fondo Monetario Internacional, los países en desarrollo son hasta tres veces más vulnerables que los países desarrollados a los efectos negativos que la legislación fiscal de un país tiene sobre otro.

A pesar de que en los últimos años los beneficios de las grandes transnacionales se han triplicado, su contribución tributaria ha caído, pasando del 3,6 por ciento del PIB en 2007 al 2,8 por ciento en 2014, según los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), lo que motivó que durante 2017 algunos países comenzaran a tomar medidas contra la evasión fiscal e igualmente cortar la carrera bajista de la presión tributaria.

Es necesario comprender que los impuestos proporcionan al Estado el financiamiento para desarrollar sus políticas de lucha contra la pobreza y la desigualdad a través de su inversión en educación, sanidad o políticas sociales.

Los especialistas señalan que poner limitaciones legales claras a la evasión fiscal, aumentar la transparencia de los movimientos y el origen de los grandes capitales y apartar del servicio público aquellos que atentan de manera irresponsable contra el sector público, son algunas medidas necesarias para que la ofensiva en contra del Estado de la derecha regional no siga generando nuevas víctimas, en forma de desigualdad, en el camino.

– Aram Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la )

El lado más oscuro del Renacimiento

El lado más oscuro del Renacimiento
Walter Mignolo
Universidad de Duke, universitas humanística no.67 enero-junio de 2009 pp: 165-203 bogotá – colombia issn 0120-4807
Introducción
I
La idea del lado oscuro del Renacimiento trasciende los límites de la distinción que comúnmente se establece entre el Renacimiento y el periodo moderno temprano. Mientras que el concepto de Renacimiento se refiere al resurgimiento de los legados clásicos y a la constitución de la erudición humanística para la emancipación humana y el de periodo moderno temprano enfatiza la emergencia de una genealogía que anuncia el periodo moderno y posmoderno, el concepto del lado más oscuro del Renacimiento subraya la renovación de la tradición clásica como una justificación de la expansión colonial y la emergencia de una genealogía (el periodo colonial temprano) que anuncia el periodo colonial y el poscolonial.
Así, más que una sucesión lineal de periodos, concibo la coexistencia de nudos complejos (Renacimiento/lado más oscuro del Renacimiento; periodo moderno temprano/periodo colonial; iluminismo/lado más oscuro del Iluminismo; periodo moderno/colonial). Es decir, se concibe el Renacimiento junto a su lado más oscuro y el primer periodo moderno junto con el periodo colonial temprano.
¿Por qué el «lado más oscuro del Renacimiento» y los siglos XVI y XVII y no, por ejemplo, los tardíos siglos XVIII o XIX cuando la mayor porción del mundo estaba bajo dominación colonial?
Una de las razones es que mi campo de conocimiento no es la historia cultural inglesa sino las historias culturales española, latinoamericana e indígena. Pero más importante es que los legados del imperialismo británico y de la expansión colonial francesa y alemana no solo están indirectamente relacionados con mi entrenamiento profesional sino también con mis experiencias personales que son tan importantes en la teorización poscolonial.
Lo que concibo como periodo moderno/colonial (según las genealogías previas) es el momento cuando el inglés, el francés y el alemán se constituyen como las lenguas de la modernidad y del «corazón de Europa» (según Hegel), relegando al castellano y al portugués como lenguas no apropiadas para los discursos científicos ni filosóficos.
Cuando, hacia 1630 en Ámsterdam, René Descartes fusionó la cultura letrada con el conocimiento numérico y empleó de otro modo la noción de rigor científico y razonamiento filosófico en francés, los idiomas castellano y portugués quedaron atados a los legados letrados y humanísticos del Renacimiento europeo.
Si a comienzos del siglo XVII pudiéramos detectar una reorientación de los discursos filosóficos y científicos, notaríamos que ella estuvo atada a lenguas específicas (los idiomas del periodo moderno: inglés, alemán, francés) y que coincidió con el momento en que Ámsterdam comenzó a reemplazar a Sevilla como el centro occidental de las transacciones económicas al final del Renacimiento/primer periodo moderno/colonial y al comienzo de la Ilustración/periodo moderno/colonial.
Entonces, ¿por qué escribir este texto originalmente en inglés y no en español? En este momento, escribir en español significa quedar al margen de las discusiones teóricas contemporáneas. En el mundo donde las publicaciones académicas son significativas, hay más lectores en inglés y francés que en español. Como los estudiantes cuando escriben una disertación en estudios literarios, esto requiere un doble esfuerzo: conocer el canon y el corpus.
Escribir en español un intento por inscribir los legados hispano y latinoamericanos e indígenas en los actuales debates sobre el Renacimiento/periodo moderno temprano y en los legados coloniales y teorías poscoloniales significa marginalidad antes que tener la posibilidad de participar en una conversación intelectual que, desde el siglo XVIII, ha estado dominada por el alemán, el francés y, más recientemente, por el inglés. Diré más sobre este asunto unos párrafos más adelante cuando presente la contribución de Gloria Anzaldúa a la teorización de las herencias coloniales.
Los legados del Imperio Español en las Américas conectan los siglos XV y XVI con el presente, ya sea el de las sociedades plurilingüísticas y multiculturales andinas o mesoamericanas en Latinoamérica o las culturas latinas emergentes en los Estados Unidos. De tal manera, mi justificación para concentrarme en el primer periodo colonial y en el lado más oscuro del Renacimiento (en vez de hacerlo sobre el Imperio Británico) es que mi propia situación hoy –contraria a pensar desde y acerca de Australia, Nueva Zelandia o India coloniales– está conectada con las herencias del Imperio Español, con la más reciente expansión imperial de Estados Unidos hacia Latinoamérica y con las migraciones latinoamericanas hacia Estados Unidos.
Finalmente, la necesidad de reinscribir los legados del lado más oscuro del Renacimiento y del primer periodo colonial en la discusión actual sobre las herencias coloniales y las teorías poscoloniales emerge de la necesidad de descolonizar la erudición y de descentrar los lugares de enunciación epistemológica.
Estoy de acuerdo con quienes insisten en que el colonialismo no es homogéneo, que deberíamos poner más atención a la diversidad de discursos coloniales, que la poscolonialidad no puede generalizarse. Precisamente, porque estoy de acuerdo con la necesidad de diversificar las experiencias coloniales, estoy interesado en extender los lugares de enunciación desde donde se estudian y se reinscriben en el presente los legados coloniales. En otras palabras, sería erróneo asumir que las teorías poscoloniales solamente podrían emerger de los legados del Imperio Británico o postularlas como modelos teóricos y monológicos para describir las particularidades y la diversidad de experiencias coloniales; también sería equívoco asumir que los legados teóricos de las lenguas de la modernidad (francés, alemán, inglés) son los únicos con legitimidad científica.
Inscribir las lenguas del primer periodo colonial (español, portugués, quechua, aymara, náhuatl) en las lenguas teóricas de la modernidad es un primer paso hacia la descolonización intelectual y hacia la negación de la negación de la contemporaneidad.
Mi posición no es un interés personal ni intenta defender lenguas, culturas y tradiciones nacionales; por el contrario, está fundada en mi convicción de que un camino fértil de la teorización poscolonial es, precisamente, desarrollar las posibilidades de diversos y legítimos lugares de enunciación teóricos y, al hacerlo, reubicar al sujeto de conocimiento monológico y universal inscrito en el periodo moderno/colonial (Ámsterdam como el nuevo centro económico y Descartes como el ejemplo paradigmático de la inteligencia moderna).
Si el Imperio Español declinó en el periodo moderno/colonial y el castellano se volvió un idioma de segunda clase en relación con las lenguas de la modernidad europea –francés, inglés y alemán– esto fue, principalmente, porque el castellano había perdido su poder como idioma que generaba conocimiento: se convirtió en una lengua más idónea para expresiones literarias y culturales en el momento en que el conocimiento se articuló a fuerza de acentuar las cualidades primordiales de la razón en ideas y argumentos científicos y de suprimir las cualidades secundarias transmitidas en sentimientos y emociones.
En el periodo moderno se produjo una fractura dentro de las lenguas romances: aunque el francés mantuvo la facilidad expresiva atribuida a ellas, también fue la lengua del rigor filosófico y de uno de los poderes coloniales de la modernidad.
Este quiebre se enfatizó después de la Segunda Guerra Mundial cuando el planeta fue dividido en tres áreas clasificadas, y el castellano (y el portugués) se convirtió (se convirtieron) en una (dos de las) tercera(s) lengua(s) mundial(es).
La situación se mantuvo y reforzó por la coincidencia de la división del planeta en tres áreas lingüísticas y económicas categorizadas por la migración masiva de población hispanoparlante desde Latinoamérica y el Caribe español hacia Estados Unidos. Parte del mundo francófono (con excepción de Canadá) comenzó a compartir con el hispanoparlante su pertenencia al llamado «Tercer Mundo» (cf. Fanon, 1967) aunque, al mismo tiempo, el francés mantuvo el estatus de lengua del primer mundo.
La perspectiva que acabo de esbozar es relevante para ubicar la emergencia de la «etnología comparativa», de la «razón etnográfica», de la constitución del «mito de la modernidad» y de la configuración de la «razón poscolonial»; en otras palabras, para la articulación de entender el pasado y hablar el presente. Anthony Pagden (1982), un historiador británico cuyo campo de experiencia es el Imperio Español, ubicó la emergencia de la etnología comparativa en el Renacimiento/periodo moderno temprano/colonial, mientras Jean-Loup Amselle (1990), un antropólogo francés cuyo campo de trabajo es la expansión colonial francesa en África, localizó la emergencia de la razón etnográfica en el Iluminismo/periodo moderno/colonial.
La «etnología comparativa» de Pagden (1982) y la «razón etnográfica» de Amselle (1990) son dos caras de la misma moneda: la articulación racional de diferencias culturales que hace un observador europeo (o, si se quiere, diferentes tipos de observadores europeos) que, en ningún caso, tiene en cuenta la racionalización discursiva de un observador no-europeo (o de diferentes tipos de observadores no-europeos).
Aunque sean las dos caras de una misma moneda, la «etnología comparativa» y la «razón etnográfica» son significativamente diferentes (Amselle, 1990). Más allá de la diferencia del periodo en el cual se ubican, la primera es forjada por un historiador británico que tiene al Imperio Español como su campo de conocimiento, mientras la segunda fue fraguada por un antropólogo francés que tiene la expansión colonial francesa como campo de experiencia.
En el primer caso, la identificación erudita es con Europa y Pagden hace explícita su posición en las últimas publicaciones. Por otra parte, es claro que Amselle se identifica ante todo con una disciplina (la Antropología) e implícitamente con Francia como país, más que con Europa como una entidad transnacional. Aunque encuentro interesantes y útiles las contribuciones de Pagden y Amselle, no puedo inscribirme en sus programas.
En cambio, encuentro una base más compatible en la expresión de Enrique Dussel (filósofo argentino) de contrarrestar la modernidad desde una perspectiva colonial. El «mito de la modernidad» de Dussel es el equivalente de la «etnología comparativa» de Pagden y de la «razón etnográfica» de Amselle, que se expresa así:
La modernidad incluye un «concepto» racional de emancipación que afirmamos y subsumimos. Pero, al mismo tiempo, desarrolla un mito irracional, una justificación para la violencia genocida. Los posmodernistas critican la razón moderna como una razón de terror; nosotros criticamos la razón moderna por el mito irracional que oculta (Dussel, 1993: 66).
Al ubicar la emergencia de la modernidad hacia finales del siglo XV con el «descubrimiento» europeo de un «Nuevo Mundo», Dussel (1993) pone el acento en el periodo moderno temprano/colonial cuando Europa se mueve desde una situación periférica en relación con el Islam, hacia una posición central en relación con la constitución del Imperio Español, la expulsión de los Moros y el éxito de la expansión transatlántica.
En esa configuración, las Américas se convierten en la primera periferia del mundo moderno y en parte y parcela del mito de la modernidad. Al hacer frente común con Dussel y no con Pagden o con Amselle, intento enfatizar en la necesidad de hacer una intervención cultural y política inscribiendo la teorización poscolonial en legados coloniales particulares: en otras palabras, la necesidad de inscribir el lado más oscuro del Renacimiento en el espacio silenciado de las contribuciones hispano y latinoamericanas e indígenas a la historia universal y a la teorización poscolonial.
El escenario que acabo de describir podría remodelarse en términos de dos estadios (periodo temprano moderno/colonial y periodo moderno/colonial) de la colonización y la globalización occidental, que tienen en común una constante tendencia hacia la organización de jerarquías en una estructura temporal.
Aunque esta tendencia tuvo sus inicios a finales del siglo XVI cuando José de Acosta clasificó los sistemas de escritura según su proximidad al alfabeto como punto de llegada, Amselle (1990) ubica la emergencia de esta idea poderosa y transformadora en el libro de Lafitau de 1724, Moeurs des sauvages americains comparées aux moeurs des premiers temps: las complicidades entre el reemplazo del «otro» en el espacio por el «otro» en el tiempo y, por la misma razón, la articulación de diferencias culturales en jerarquías cronológicas.
Fabian (1983) bautizó esta transformación como la negación de la contemporaneidad. Aquí lo que nos debe llamar la atención es que el reemplazo del «otro en el espacio» por el «otro en el tiempo» fue enmarcado arbitrariamente en términos de límites y fronteras. A finales del siglo XV se construyeron las fronteras no solo en términos geográficos y relacionados con las extensiones y los límites del Océano Atlántico sino también en términos de las fronteras de la humanidad.
El ordenamiento aún no era abiertamente cronológico; solo llegó a ser así, claramente, en el siglo XVIII. Entonces, el problema planteado es la articulación de diferencias tanto en el espacio como en el tiempo, y los usos del espacio y el tiempo como medios para articular las diferencias culturales.
Así, mientras la negación de la contemporaneidad emergió como una de las principales consecuencias conceptuales de la exageración del privilegio del tiempo sobre el espacio en la organización y categorización de culturas y sociedades en el periodo moderno temprano/colonial, la negación de la negación de la contemporaneidad es una de las mayores tareas de la teorización poscolonial.
El tercer estadio de la expansión y la globalización occidental, del cual somos parte, habitualmente se ubica después de la Segunda Guerra Mundial. Algunos de los hitos de este tercer periodo son los movimientos de descolonización en las colonias británicas, francesas y alemanas, la creciente expansión de Estados Unidos y la sustitución de todas las formas de colonialismo territorial por el marketing y las finanzas globales.
Aunque el sujeto a quien le estoy escribiendo está localizado en el tercer estadio de la globalización, los sujetos [d]escritos están en el primero. De tal manera, un problema que se plantea es el de entender el pasado y hablar el presente. En el presente hablado (que también habla de nosotros), las teorías que articulan lo global hablan el presente en un mundo posmoderno y poscolonial.
Si posmoderno y poscolonial son expresiones sospechosas porque no estamos fuera de la modernidad o del colonialismo, o porque al usarlas se refuerza la preferencia que la modernidad atribuye al tiempo sobre el espacio, quisiera enfatizar que, a pesar de todas las ambigüedades, posmodernidad y poscolonialidad designan (en mi argumento) las ubicaciones de dos modos diferentes de rebatir la modernidad. Si «deconstrucción» es un modo u operación ligada con la primera, «descolonización» se asocia con la última.
Gloria Anzaldúa (1987), al teorizar sobre los bordes, las fronteras y los lugares de contacto cultural, provee más entendimientos teóricos de los que puedo desarrollar aquí. Solo mencionaré algunos de ellos. Primero, la doble re-inscripción del español: Anzaldúa reinscribe el español (una tercera lengua mundial) en el inglés (una primera lengua mundial) haciendo hincapié en las dificultades para domesticar una lengua salvaje.
Resulta muy curioso el replanteamiento que hace Anzaldúa del concepto de «domesticar una lengua». Semejante –a primera vista– a la filosofía del lenguaje de Nebrija, es en realidad Nebrija visto desde las consecuencias de su propia filosofía. Para Anzaldúa (1987) domesticar una lengua es una estrategia de resistencia, mientras que para Nebrija era una estrategia imperial de control, gobierno y colonización.
Por otra parte, Anzaldúa reinscribe el concepto azteca de pintar y escribir (Tlilli, In Tlapalli [la tinta roja, la tinta negra]) y, al hacerlo, refuta a Nebrija y a Aldrete negando que la escritura sea la representación del sonido (Nebrija), y que las lenguas sean fronteras en un territorio (Aldrete).
En segundo lugar, al ligar lengua y género, Anzaldúa tiene en cuenta reconfiguraciones geoculturales y cronológicas: geoculturales porque la «América Hispánica» [en el trabajo de Anzaldúa (1987)] se extiende e inscribe dentro de Estados Unidos y cronológicas porque la noción de «América Hispánica» desdibuja las fronteras entre lo colonial y lo neo o poscolonial, ya que el español fue la lengua oficial tanto del imperio colonial como de las naciones neo o poscoloniales, por una parte, y se habla en las comunidades latinas en Estados Unidos, por otra.
Aún más, los vínculos que establece Anzaldúa entre género y lengua tienen en cuenta los desplazamientos de conceptos neoculturales como América, Nuestra América, Hispanoamérica, Latinoamérica, etc., en cuanto ellos están fundados en y por formaciones discursivas que presuponen la masculinidad como el sujeto constitutivo de categorías neoculturales.
En cambio, Anzaldúa (1987) desplaza el acento desde la demarcación de los espacios geográficos hacia sus bordes, locaciones en las cuales lenguas (español, inglés, náhuatl) y género (macho, hembra, homosexual, heterosexual) son las condiciones de posibilidad para la creación de espacios-en-medio como una forma diferente de pensar.
La gran contribución teórica de Anzaldúa es crear un espacio-en-medio desde dónde pensar más que un espacio híbrido para hablar acerca de, un espacio de pensamiento híbrido de legados hispano/latinoamericanos e indígenas como la condición de posibilidad para teorías poscoloniales hispano/latinoamericanas e indígenas.
En este aspecto, las «tierras de frontera» de Anzaldúa empalman con el concepto de «fagocitosis» de Rodolfo Kusch (1962, 1973) (a quien comento en el siguiente acápite), con el «mito de la modernidad» de Dussel (1993), y con «un pensamiento otro» de Abdelkebir Khatibi (1990) quien, como Anzaldúa, construye un espacio transdisciplinario para pensar acerca de la colonización desde la inscripción lingüística y personal en legados coloniales más que para escribir sobre la colonización desde las reglas de un juego disciplinario. Tales son los lugares desde donde intento hablar el presente teorizando el pasado.
II
Quisiera mencionar solamente un puñado de los muchos artículos que se relacionan directamente con la línea general de mi argumento. “Eurocentrism and Modernity” , la primera de las conferencias de Enrique Dussel en Frankfurt, y su libro sobre el mito de la modernidad (Dussel, 1995) son un desarrollo de su primer trabajo sobre la filosofía de la liberación (Dussel, 1985b). Culture and Imperialism de Edward Said apareció en 1993. El libro es extenso y controversial, y aquí no puedo hacerle justicia ni tampoco a la polémica que ha suscitado. Me limitaré a dos aspectos relacionados con mi propio argumento.
Quien lea el libro de Said encontrará que el énfasis que yo pongo en la estrategia comparativa resuena en la estrategia analítica del contrapunteo de Said. De inmediato, el lector no se remite al «contrapunteo» del azúcar y el tabaco de Fernando Ortiz (1995). Cuando leí Culture and Imperialism, asumí que su análisis del contrapunteo era prestado de Ortiz.
Fernando Coronil (1995) me mostró mi error al destacar que dos críticos de las complicidades entre antropología e imperialismo, con cincuenta años de diferencia entre uno y otro, pensaron a la manera del contrapunteo y que ambos modelos derivaron de la música: de la clásica en Said, de la cubana y de tradición litúrgica popular en Ortiz.
Mi propia restitución de la estrategia comparativa viene de otro intelectual del «Tercer Mundo», Raimundo Pannikar (1988), un historiador de la religión que examina la tradición metodológica comparativa moderna (clásica) implementando una estrategia comparativa epistemológica y metodológica emergente moderna (colonial), al preguntar quién compara qué, por qué y cómo.
Al reformular la estrategia colonial en los legados coloniales y al introducir al sujeto comparado en el acto de comparar, Pannikar (1988) desbarata la idea de que las culturas son entidades monológicas que una mente científica observa, disecciona y compara.
La estrategia comparativa, así reformulada, se convierte en el análisis del proceso de transculturación (otro concepto introducido por Ortiz) del cual el sujeto comparado es parte y parcela: Ortiz, Said, Coronil y yo, tenemos diferentes intensidades y formas de inversión con los legados coloniales que promovieron nuestros análisis y críticas del colonialismo: por ejemplo, mientras Ortiz no transige con la cuestión del exilio, Said no puede evitarlo (Mudimbe, 1994).
De ahí la necesidad de mirar las interacciones entre la gente, las instituciones, y la producción cultural alineadas mediante relaciones de poder y dominación, y la necesidad de mirar las teorías poscoloniales en su conexión con los legados coloniales. En consecuencia, mi argumento está concebido y construido en la intersección de legados tanto del Renacimiento/periodo temprano moderno, de una parte, como del periodo colonial temprano/indígena, de otra.
En conexión con el locus de enunciación, se debe intentar menos describir y narrar cómo se dieron e implementaron la colonización de las lenguas, las memorias y el espacio, y más identificar los espacios del medio producidos por la colonización como la locación y la energía de nuevos modos de pensar, cuya fuerza reside en la transformación y en la crítica de las «autenticidades», tanto de las herencias occidentales como indígenas. Esta es la razón por la cual en mis trabajos me interesa más explorar nuevas formas de pensar acerca de lo que sabemos, que en acumular nuevo conocimiento bajo viejas formas de pensar.
Frecuentemente uso la palabra «tradición». Mi insistencia en entender el pasado y hablar el presente invita a una comprensión de «tradición» no como algo que está aquí para ser recordado, sino como el proceso mismo de recordar y olvidar. Por eso, mis trabajos hacen parte del proceso de reconfiguración de las tradiciones. En este sentido, las «tradiciones» serían un ensamblaje de actos múltiples y filtrados de decir, recordar y olvidar.
En tales promulgaciones, las «tradiciones» son los lugares donde la gente se afianza en comunidades por medio de las lenguas, los hábitos de comida, las emociones, las formas de vestir, de organizarse y concebirse a sí misma en un espacio dado (país o frontera) mediante la construcción de una imagen propia y del otro. Quiero insistir en que ésta es la razón por la cual estoy más atento a la emergencia de nuevas identidades que a la preservación de las viejas, y la territorialidad se concibe como el escenario de interacción de lenguas y memorias al construir lugares y definir identidades.
Semiosis colonial es la expresión que uso para sugerir un proceso –más que lugares– en los cuales la gente interactúa. Un concepto performativo de interacción semiótica me permite concebir los encuentros coloniales como un proceso de manipulación y control más que de transmisión de significado o representación. No estoy buscando representaciones sino, más bien, procesos e interacciones semióticas.
En la primavera de 1994 fue puesto en venta el tan esperado libro de Homi Bhabha, The Location of Culture. En ese momento, había leído casi todos los artículos que se convirtieron en capítulos del libro, con excepción de la introducción y la conclusión. Ya había dedicado muchas páginas (Mignolo, 1994) a comparar las contribuciones de Dussel (1993, 1995) y Bhabha (1994) a la crítica de la modernidad desde una perspectiva colonial y poscolonial.
Aquí solamente quisiera subrayar dos aspectos estrictamente relevantes a mi proyecto y a la línea de razonamiento que estoy tratando de articular. En primer lugar, Bhabha (1994) está rebatiendo la raíz de la modernidad desde las experiencias y las herencias del Imperio Británico en India y, en consecuencia, desde el legado del segundo estadio o globalización, desde el Iluminismo hasta la Segunda Guerra Mundial.
Así, su teorización está profundamente afianzada en la historia lingüística de la modernidad y en el predominio del inglés y del francés. Por ejemplo, encontré «natural» el entusiasmo intelectual y emocional que Terry Eagleton expresó por el libro, entusiasmo que yo mismo tiendo a poner en la crítica del occidentalismo de Kusch (1962, 1973), en la crítica de Dussel (1993, 1995) a la modernidad y en la ubicación crítica de Anzaldúa (1987) entre el habla azteca y las herencias escritas, entre el castellano como una lengua colonial con relación al náhuatl y al inglés; como una nueva lengua colonial que reemplaza y desplaza el papel del castellano en las historias complejas y en las genealogías de los periodos temprano moderno y temprano colonial.
Sus argumentos brotan de la herencia del Imperio Español y, en consecuencia, su teorización está profundamente enraizada en las lenguas e historias de la modernidad y el desplazamiento del castellano como una lengua propia para el conocimiento y el razonamiento filosófico.
Segundo, comparto con Homi Bhabha (1994) su énfasis en los «espacio del medio», un concepto que aprendí de la noción de Ortiz (1995) de «transculturación», de la noción de Kusch (1962, 1973) de «fagocitosis cultural», de la noción del novelista y crítico literario Silviano Santiago (1978) del «entre-lugar» de la literatura latinoamericana elaborada a comienzos de la década de los años setenta, de la noción de «tierra de frontera» de Anzaldúa (1987), de la palabra nepantla, acuñada por quienes hablaban náhuatl en Nueva España durante el siglo XVI para designar el entre-espacio entre culturas, de la noción de Khattibi (1990) de «un pensamiento otro» y de la transformación de «bi-lingüe» en «bi-lengua», que pone el acento en los espacios en medio más que en los dos polos implícitos en la noción de bilingüismo.
Todos esos ejemplos tienen en común su inscripción en el periodo colonial temprano y en el hecho de que están enraizados en el desplazamiento del castellano y el portugués en la historia de la modernidad. Khattibi parece ser la excepción. Sin embargo, el hecho de que en Khattibi el francés colonial está transculturado con el árabe, y que ésta sea la lengua sobre la cual el castellano construyó su momento triunfal en el periodo moderno temprano, me hace sentir más cerca al pensar y sentir de Khattibi que al de Amselle, por ejemplo, cuyas conceptualizaciones están investidas en la historia de las culturas y lenguas francesas y su expansión colonial.
En otras palabras, todo esto significa traer al primer plano la historia de la lengua (y la objetividad) en el periodo moderno y las inscripciones lingüísticas para teorizar y comprender el abigarrado campo de los legados coloniales .
En el acto de describir y explicar nos describimos y entendemos a nosotros mismos: comparaciones, diferencias y hermenéuticas pluritópicas.
Si la erudición no puede representar al colonizado fielmente ni permite hablar al subalterno, al menos puede romper una noción monolítica de éste y mantener una práctica discursiva alternativa, paralela tanto al discurso oficial del Estado –para el cual los mapas representan territorios y las historias se consideran la verdad de los eventos–, como al discurso establecido de la erudición oficial, en el que las reglas del juego académico son la sólida garantía del valor del conocimiento, independientemente de cualquier agenda política o interés personal .
Como dije anteriormente, trato de entender tanto el pasado como hablar del presente. Esta comprensión es una empresa comunal y dialógica, no solitaria ni monológica; el impulso hacia la comprensión no surge solamente de los imperativos disciplinarios y racionales sino también de los sociales y emocionales. El pasado no se puede volver un discurso neutral.
Ligado a una determinada disciplina, cualquier concepción de él será diseñada según las reglas de los reportes eruditos o científicos dentro de la disciplina. Los discursos eruditos (como cualesquier otros) adquieren su significado a partir de sus relaciones con el tema, con una audiencia, con un contexto de descripción (escogido para hacer del pasado un evento o un objeto absolutamente significativo) y con el locus de enunciación desde el cual uno «habla», y, hablando, contribuye a cambiar o a mantener sistemas de valores y creencias.
Para Foucault (1969), el locus enuntiationis (modo de enunciación, en su terminología) era uno de los cuatro componentes de las formaciones discursivas que él concebía en términos de roles sociales y funciones institucionales. Foucault se preocupó principalmente por la base disciplinaria e institucional de las formaciones discursivas y puso menos atención a la historia personal del sujeto que comprende (¿macho o hembra?, ¿con qué grupo étnico se identifica él o ella?, ¿a qué clase social pertenece él o ella?, ¿en qué configuración política particular está hablando o escribiendo él o ella?).
En su horizonte no estaba plantear preguntas acerca del locus de enunciación en situaciones coloniales. Desde la perspectiva del locus de enunciación, entender el pasado no puede separarse de hablar el presente, así como el sujeto disciplinario (o epistemológico) no puede separarse del no-disciplinario (o hermenéutico). Esto implica, entonces, que la necesidad de hablar el presente tiene su origen en un programa de investigación que necesita desacreditar, reformar o celebrar hallazgos disciplinarios previos y, a la vez, en la confrontación no disciplinar del sujeto (género, clase, raza, nación) con las urgencias sociales. Ciertamente, no abogo por reemplazar lo disciplinar por fundamentos políticos, sino que intento subrayar las inevitables dimensiones ideológicas de cualquier discurso disciplinar, particularmente en la esfera de las ciencias humanas.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, debo decir que este texto ha sido escrito desde la perspectiva de un académico literario nacido y crecido en Argentina, un país impregnado más de una historia poscolonial con un gran componente de inmigración europea que de experiencias coloniales o tradiciones indígenas.
Como académico literario, me interesé en la relectura de textos y eventos de la conquista y la colonización del Nuevo Mundo desde la perspectiva de la expansión de la cultura letrada occidental, más que desde las fórmulas provistas por la interpretación literaria. Como latinoamericano y argentino, me interesé en la fusión de horizontes entre el presente, tal cual es narrado por los ancestros canonizados de la cultura española en Latinoamérica y el que nosotros, latinoamericanos y eruditos del presente, elegimos narrar.
Esta fusión de horizontes no es necesariamente amistosa pero podría ser crítica (por ejemplo, al trazar una genealogía que me ponga, como hijo de inmigrantes italianos, en riña con la tradición española en Latinoamérica). Al traer este fragmento de autobiografía a un primer plano, no tengo la intención de promover una relación determinista entre el lugar de nacimiento y el destino personal. No creo que alguien nacido en Nueva York será un corredor de bolsa, alguien nacido en San Luis Potosí será un minero o en Holanda un cervecero.
Pero entrego estas partes de mi procedencia que me hacen particularmente sensible a temas de bilingüismo y de comprensión transcultural: mi vivencia primero en una nación predominantemente española, Argentina, que no coincidía con mi propio estatus de hijo de inmigrantes italianos y luego, en otro, Estados Unidos, donde llegar a ser ciudadano resuelve una gran cantidad de asuntos prácticos pero no borra las propias memorias. En consecuencia, el esfuerzo de autoexaminarse críticamente es imperativo porque el erudito literario se entremezcla permanentemente con identidades lingüísticas y nacionales. Los lazos entre el pasado, que me esfuerzo por entender, y el presente, que me motiva a hablar y a escribir, no siempre son obvios. De ahí la constante necesidad de nuevas interpretaciones (entender el pasado y hablar el presente) de textos, eventos, acciones e ideas.
El nombre apropiado del campo de estudios de estas reflexiones oscila entre discurso colonial y semiosis colonial (Seed, 1991; Mignlo, 1992, 1993). El primero ha sido definido por Peter Hulme (1986, 1989) como toda clase de producción discursiva relacionada con y producida en situaciones coloniales desde –para usar sus propios ejemplos– las Capitulaciones de 1492 hasta La Tempestad, desde las órdenes y edictos reales hasta la más cuidadosa prosa escrita.
El discurso usado en este sentido tiene una enorme ventaja sobre la noción de literatura cuando el corpus que está en juego es colonial. Mientras la literatura colonial ha sido construida como un sistema estético dependiente del concepto renacentista de poesía, el discurso colonial pone la producción discursiva colonial en un contexto de interacciones conflictivas, de apropiaciones y resistencias, de poder y dominación.
Textos significativos como el Popol Vuh y muchos otros del mismo tipo adquieren un nuevo significado: en vez de considerarlos textos precolombinos admirados por su otredad, se convierten en parte de la producción discursiva colonial. No podría ser de otra forma ya que el Popol Vuh como lo conocemos fue escrito alrededor de 1550.
¿Cómo podría ser precolombino un texto escrito alfabéticamente si los indígenas no tenían letras, como todos los misioneros y hombres de letras constantemente nos lo recuerdan? Entonces, ¿cómo no podría estar relacionado este texto con el Renacimiento europeo cuando la celebración de la letra llegó a ser uno de sus fundamentos?
El Popol Vuh original, destruido durante la conquista, fue escrito en quiche, ciertamente una lengua no muy popular en el Renacimiento europeo, pero muy común en las colonias donde la mayoría de las lenguas (como el náhuatl, el zapoteca y el quechua) compitieron con el latín y el español, y desafiaron la continuidad de la tradición clásica y la expansión de la cultura letrada occidental.
Sin embargo, cuando se cruza la frontera, la noción de discurso colonial , deseable y bienvenida, no es la más exhaustiva para aprehender la diversidad de interacciones semióticas en situaciones coloniales ni para iluminar el lado más oscuro del Renacimiento.
La noción de discurso, aunque comprende tanto las interacciones orales como las escritas, no tiene en cuenta las interacciones semióticas entre diferentes sistemas de escritura, tales como el alfabeto latino introducido por los españoles, el sistema de escritura picto e ideográfica de las culturas mesoamericanas y los quipus en Perú colonial , los cuales delinean sistemas particulares de interacciones que tuvieron lugar durante el periodo colonial.
Si fuéramos a usar el término discurso para referirnos a interacciones orales y reserváramos texto para las escritas, necesitaríamos extender este último más allá de los documentos escritos alfabéticos para incluir todas las inscripciones materiales de signos . Al hacerlo, honraríamos el significado etimológico de texto (tejido, textil) que se empezó a perder cuando la escritura alfabética y la celebración renacentista de la letra oscurecieron el significado medieval más generoso.
La expresión semiosis colonial indica, de una parte, un campo de estudio paralelo a otros ya establecidos como la historia o el arte coloniales, pero, de otra, también intenta mostrar un cambio en nuestra comprensión de la construcción del Nuevo Mundo durante el siglo XVI, una perspectiva en la cual el lado más oscuro del Renacimiento se ilumina y cambia de voz: el Renacimiento europeo es visto desde la periferia colonial .
La introducción de la semiosis colonial como un campo de estudio va acompañada de una aproximación filológica y comparativa para su comprensión. Los procedimientos filológicos podrían generar poco entusiasmo entre los lectores interesados en estudios culturales y subalternos o en repensar las culturas populares, que esperarían un fundamento más ideológico. Sin embargo, creo que una «nueva filología» es esencial para contextualizar objetos culturales y relaciones de poder ajenas a la cotidianidad del académico y especialmente para (re)construir el conocimiento y las creencias que los españoles y los mexicas tuvieron acerca de sus propias interacciones semióticas y cómo percibieron las prácticas y las creencias del otro. La nueva filología que suscribo gira alrededor de dos axiomas: 1) cada mundo es exuberante porque dice más de lo que piensa; 2) cada mundo es deficiente porque dice menos de lo que se espera.
Los dos axiomas fueron propuestos por Ortega y Gasset (1959, 1963) quien [como Bakhtin (1986) por la misma época] estaba reaccionando contra la lingüística de Saussure y moviéndose hacia una comprensión más pragmática del lenguaje. En vez de mirar el «sistema de la lengua» de Saussure, Ortega y Gasset puso su atención en el «habla de la gente» [el decir de la gente]. Sin embargo, ni Ortega y Gasset ni Bakhtin enfrentaron el problema de una nueva filología o una imaginación dialógica que transara satisfactoriamente con la comparación entre eventos y artefactos desde culturas radicalmente diferentes y, mucho menos, con situaciones coloniales en las que los estudios comparativos deberían poner en primer plano la dominación cultural, la resistencia, la adaptación y la hibridación.
Mi énfasis está puesto en los eventos y artefactos culturales en sí mismos, y en los discursos mediante los cuales éstos se conceptualizan desde dentro y desde afuera de una comunidad dada. Las descripciones son, entonces, tan cruciales como los objetos y eventos descritos. La cuestión de quién describe, qué, cuándo y para quién guía mis reflexiones, tanto cuando describo las autodescripciones mexicas o españolas, o las descripciones españolas de los mexicas, como cuando me describo a mí mismo describiendo las descripciones de los mexicas o de los españoles sobre sí mismos o sobre el otro. Tomo la filología como una herramienta analítica para describir descripciones.
Para llevar a cabo un procedimiento analítico no se requiere estar afiliado a posiciones filosóficas e ideológicas. El hecho de que la filología durante los siglos XVIII y XIX se asociara cada vez más con la hermenéutica debería verse en sus contingencias históricas más que en sus necesidades ontológicas o lógicas. La scientia, antes de la emergencia de las ciencias humanas (Foucault, 1966: 355-398), fue entendida en el contexto de prácticas discursivas relacionadas con la lógica (o la dialéctica) y la retórica.
Entonces, si la hermenéutica en el siglo XX se separa de la interpretación del discurso y del texto para abarcar el espectro más amplio de las ciencias humanas (Ricoeur, 1981), es posible repensar los vínculos tradicionales entre hermenéutica y filología para entender prácticas semióticas transculturales.
Dos razones importantes respaldan una aproximación comparativa con situaciones coloniales desde la perspectiva de las ciencias humanas : la primera es que la misma definición de semiosis colonial implica la coexistencia de interacciones entre (y de) la producción cultural de miembros de tradiciones culturales radicalmente diferentes; la segunda es que el propio acto de entender tradiciones que no son nuestras implica una perspectiva comparativa entre lo que se entiende y el acto mismo de entender.
De tal manera, no percibo contradicciones en usar procedimientos filológicos y comparaciones para ocuparme críticamente de situaciones coloniales cuando, de hecho, los métodos que estoy proponiendo como una empresa descolonizadora han sido forjados por miembros de las mismas culturas que produjeron la expansión colonial.
Tampoco asumo que la filología será una aproximación más apropiada para el estudio del Renacimiento europeo que el estudio de la expansión colonial europea y del encuentro con pueblos de tradiciones culturales no occidentales. Sin embargo, dado que estoy tratando con situaciones coloniales, no estoy necesariamente obligado a cargar con los antecedentes adscritos al procedimiento metodológico mismo. De hecho, la filología y la comparación deberían permitirnos mirar el Renacimiento europeo mediante la localización del sujeto que comprende en las periferias coloniales.
No obstante, permítanme expandirme sobre las ventajas de las aproximaciones filológica y comparativa y justificar mi creencia de que tal método también puede ser benéfico tanto en el campo de los estudios culturales coloniales como para repensar las culturas populares y construir teorías poscoloniales.
En primer lugar, la semiosis colonial implica la coexistencia de las culturas «alta» y «baja», así como de las relaciones de poder entre quienes controlan la política y la economía, y las comunidades subalternas. En segundo lugar, es necesaria una aproximación filológica para entender la semiosis colonial en dos niveles: para distanciar críticamente al sujeto epistemológico de su propia educación, recuerdos y sensibilidad y para aproximarse críticamente a la conceptualización de prácticas semióticas extrañas a la cultura en la cual éste se ubica.
Este problema metodológico, común entre los antropólogos, también es relevante para quienes trabajan con signos o rastros del pasado más que con poblaciones en el presente. Por ejemplo, Mapa o geógrafo son nombres comunes para un ciudadano occidental educado, pero amoxtli y tlacuilo no. Aunque mapa y geógrafo también son nociones comunes en el discurso erudito, existe una tentación de hablar de «mapas indígenas» (cf. Robertson, 1959).
Es necesario comprender cómo entendían los indígenas un «mapa»; en este punto, la filología debe complementarse con una aproximación comparativa. Dado que mapa y amoxtli eran nombres con los cuales diferentes culturas y comunidades designaban los objetos gráficos y materiales en los cuales se describía el territorio, es esencial una comparación entre su forma y usos en su respectivo contexto cultural. La situación se vuelve más compleja cuando nos damos cuenta de que amoxtli podría también traducirse como «libro» y tlacuilo como «escribano».
En la Edad Media, mapa significaba «servilleta, tela con signos» y, por extensión, el material en el que se inscriben signos gráficos. Amoxtli se refería tanto al árbol del cual se extraía la superficie sólida para escribir («papel») como al objeto que contenía el material escrito (p. ej., «libro»). Entonces, amoxtli y «tela con signos» eran superficies sólidas sobre las cuales se inscribían los signos de la territorialidad.
Así, mientras la territorialidad fue común tanto a los españoles como a los grupos étnicos indígenas, mapa y amoxtli eran nombres relativos a culturas para objetos gráficos en los cuales se representaba la territorialidad. Un geógrafo se distinguía de un historiador en una cultura en la que escribir y hacer mapas eran actividades claramente diferentes.
Sin embargo, esto no era necesariamente así en una cultura en la que el tlacuilo pintaba tanto signos pictográficos que preservaban los recuerdos pasados como aquellos en los que se trazaban fronteras espaciales. Esta es la razón por la cual un sustantivo náhuatl que podía traducirse al español como pintura fue aplicado tanto a la escritura como al mapa. Una posible solución es introducir un concepto teórico como «organización territorial», o «conceptualización territorial» que autoriza un análisis comparativo de los mapas españoles y los amoxtli indígenas.
Si el análisis filológico y comparativo es la aproximación necesaria para entender la semiosis colonial debido a la coexistencia de sistemas de descripciones y al proceso coevolutivo, con diferentes grados y niveles de interferencia e hibridación, éste no puede justificarse desde la perspectiva de una hermenéutica filosófica (Gadamer, 1976), que implícita o explícitamente ubique tanto la filología como la comparación en la era moderna (Mueller-Vollmer, 1985).
La comprensión de «nuestra» tradición, en la que descansa el fundamento de la hermenéutica discursiva filosófica, implica que la tradición que debe conocerse y los sujetos de conocimiento son uno y el mismo; una tradición universal es entendida por un sujeto universal que, al mismo tiempo, habla por el resto de la humanidad. En contraposición a la comprensión monotópica de la hermenéutica filosófica, la semiosis colonial presupone más de una tradición y, por tanto, demanda una hermenéutica diatópica o pluritópica, un concepto que tomo en préstamo de Raimundo Panikkar (1988).
Evidentemente lo que estoy proponiendo no es nuevo. Enrique Dussel (1985b) ha desarrollado una perspectiva semejante para abordar un problema similar: las tensiones entre la tradición filosófica occidental tal como se practica en los centros de educación europeos y en las universidades del tercer mundo. Dussel (1985b) propone un método «analéctico» como una alternativa al «dialéctico». Al modificar la posición de Levinas de acuerdo con su propia experiencia en (y de) la historia latinoamericana, Dussel (1985b) va hacia una politización de la fenomenología al introducir la noción de pueblo como una alternativa al Dasein en la reflexión fenomenológica.
Criticado duramente por pensadores marxistas que inicialmente abrazaron su «filosofía de la liberación», también ha sido culpado por su concepto metafísico de pueblo [a pesar de tener raíces en las experiencias argentinas de la década de los años setenta y en la historia latinoamericana (Cerutti Guldberg, 1983)] y por su propio concepto totalizante de analéctica .
Pero ha sido reconocido por politizar la fenomenología como una forma oposicional de pensar enraizada en la perspectiva del Otro histórico, marginalizado y oprimido (indios, proletarios, mujeres). Aunque estoy de acuerdo con quienes han desaprobado a Dussel por proponer una alternativa metodológica que permanece dentro de la perspectiva monotópica que intenta confrontar, quisiera capitalizar su movimiento hacia una descolonización o liberación (en sus propias palabras) del pensamiento (Dussel, 1985a: 108-131; Dussel, 1989) .
En consecuencia, hay que hacer una distinción importante entre la analéctica y el concepto de hermenéutica pluritópica que estoy desarrollando aquí. Mientras la analéctica de Dussel permite entender, describir o interpretar un pensamiento radical del objeto, la hermenéutica pluritópica además pone en cuestión la posición y homogeneidad del sujeto epistemológico. Uno tiene la impresión que Dussel permanece dentro de un concepto representacional del conocimiento que cuestiona la conceptualización del Otro como un sujeto que debe ser entendido, sin cuestionar al mismo sujeto que conoce. No obstante, no debería descartarse su contribución a la construcción de lugares de enunciación disciplinarios poscoloniales .
No estoy interesado en el corpus completo de la filosofía de la liberación practicada por Dussel, sino en su politización de la fenomenología y en la introducción de la analéctica como un locus de enunciación alternativo. Tal movimiento ha enemistado a Dussel con los pensadores marxistas, dado que él ve la analéctica como una opción mejor que la dialéctica y la filosofía de la liberación como una alternativa al marxismo [para una crítica de la filosofía de la liberación, ver Schutte (1991)].
Mi problema particular con Dussel es que la introducción de la analéctica termina concibiendo los márgenes como fijos y ontológicos más que como un concepto relacional y móvil. Sin embargo, Dussel no es una voz solitaria que reclama el derecho al margen para hablar, producir y transmitir conocimiento. El escritor y crítico literario africano Ngugi Wa Thiong’O (1986, 1992) ha articulado una idea similar de manera diferente. Thiong’O habla de centros alternativos, en cambio de centros y periferias.
Al analizar El corazón de las tinieblas de Conrad, y En el castillo de mi piel de Lamming, Thiong’O (1986) concluye que Conrad está criticando al imperio desde el mismo centro de su expansión, mientras Lamming está criticándolo desde el centro de la resistencia. Edgard Kamau Brathwaite (1984) apoyó esta idea al leer y hablar de la poesía de Thiong’O .
Su búsqueda de un ritmo y una voz –que corresponde con su experiencia vivida en el Caribe– tuvo un momento crucial cuando la caída de una piedra en el océano le dio un sonido y un ritmo que podía encontrar leyendo a Milton o a Shakespeare; un segundo momento decisivo llegó cuando percibió las semejanzas entre el golpe de una piedra en el océano y el calipso, un ritmo que podía encontrar oyendo a Beethoven.
Por su parte, Michelle Cliff (1985: 13) indirectamente adhiere a estas afirmaciones cuando establece que uno de los efectos de la asimilación en el anglocentrismo de la cultura británica de las Indias Occidentales
[…] es que al hacerlo usted cree absolutamente en la hegemonía del inglés del rey y en la forma en la que se supone que uno debe expresarse. O si no, su escritura no es literatura; es folclor y nunca puede ser arte… El ideal anglicano –Milton, Wordsworth, Keats– fue mantenido ante nosotros con una garantía de que éramos incapaces y nunca podríamos componer un trabajo de similar corrección… No se habla reggae aquí.
Mientras Thiong’O, Lamming y Brathwaite simultáneamente construyen y teorizan otros centros, centros que fueron considerados los márgenes de los imperios coloniales, los latinos en Estados Unidos y los afroamericanos están demostrando que los márgenes también son centros o, como señala Thiong’O (1986), que el conocimiento y las normas estéticas no están universalmente establecidas por un sujeto trascendente sino que son universalmente instituidas por sujetos históricos en diversos centros culturales. Gloria Anzaldúa (1987), por ejemplo, ha articulado una poderosa estética alternativa y una hermenéutica política al ubicarse en el cruce de tres tradiciones (hispanoamericana, náhuatl y angloamericana) y al forjar un locus de enunciación donde se enfrentan diferentes formas de conocer y distintas expresiones individuales y colectivas.
Pero quizás el mejor ejemplo de un esfuerzo pionero para entender la colonización en el Nuevo Mundo, y particularmente en los Andes, mediante la práctica de una hermenéutica pluritópica –sin darle ese nombre– es el del filósofo argentino Rodolfo Kusch (1962, 1973). Por razones políticas, Kusch estaba enseñando en una universidad de Salta, en el norte de Argentina, durante la década de los sesenta. En el pasado, el norte argentino había sido parte del imperio inca, y allí Kusch comprendió cuánto del legado inca permanecía en el siglo XX en Perú, Bolivia y el norte de Argentina. Comenzó a practicar una etnofilosofía comparativa, yendo desde el sistema de pensamiento practicado por la elite inca en el siglo XVI (bajo el dominio español) y por campesinos de origen indígena, hasta la tradición filosófica occidental practicada en Europa y ensayada en la periferia colonial. El análisis de Kusch, al moverse desde una tradición de pensamiento a otra, no fue solo un ejercicio de hermenéutica pluritópica sino, me atrevo a decir, el paso mínimo para constituir lugares de enunciación diferenciales y para establecer una política de investigación intelectual que fuera más allá del relativismo cultural.
La investigación filosófica de Kusch estuvo motivada por la necesidad sentida por intelectuales latinoamericanos desde la segunda mitad del siglo XIX de descubrir o inventar la identidad cultural de América, un nombre ambiguo que algunas veces implica Suramérica o Latinoamérica y algunas veces el continente americano completo, incluyendo el Caribe. Kusch lo usa en ambos sentidos, indicando las diferencias entre las herencias indígenas y europeas en América del Sur, Central y del Norte. Su principal argumento gira alrededor de la distinción entre formas de pensar causales y seminales (de «semen», semilla», origen», «fuente»), en cuanto ellas se refieren a dos marcos conceptuales genéricos (y a sus secuelas) promulgados e ilustrados en Occidente.
El primero es un pensamiento racional en la tradición del Iluminismo en una economía capitalista; el otro, representado por los indígenas de los tiempos coloniales y por los campesinos descendientes de indígenas hoy, es un pensamiento racional en los sistemas económicos tributarios en Mesoamérica, una variedad de formas de vivir bajo la economía occidental desde los siglos XVI y XVII. Si hay una dicotomía presente en la investigación de Kusch, ella termina una vez que compara a los indígenas de ayer con los campesinos de hoy, el pensamiento europeo de ayer y de hoy, la gente de la ciudad y del campo, la clase media en los centros urbanos tanto de norte como del sur del Atlántico y del Pacífico. El análisis de Kusch vuelve a las formas de pensamiento anteriores a las del periodo moderno temprano cuando lo seminal, en el occidente venidero, estaba anclado en la religión.
Comienza localizando en Occidente dos modos de pensamiento, al mismo tiempo que subraya la liberación del pensamiento religioso proclamada por los ideólogos de la modernidad, desde el Renacimiento hasta el Iluminismo. Kusch intenta desenredar cómo interactúan estos dos modos de pensar en la historia de América (sus ejemplos paradigmáticos son Bolivia, Perú, Argentina y Chile y, más específicamente, la alta meseta de los límites entre Bolivia y Perú, de una parte, y Buenos Aires, de otra), mediante el análisis conceptual entremezclado con experiencias personales en el norte de Argentina y el sur de Bolivia y con el análisis de la clase media en las afueras de la ciudad de Buenos Aires.
En la dialéctica entre formas de pensar causales y seminales, Kusch encuentra y funda (sin nombrarlo), «un tercer espacio» en el que puede practicarse una hermenéutica pluritópica. Kusch usa el «nosotros» como miembro y participante de la sociedad conducida por formas de pensar causales. Como argentino filósofo, es capaz de ir más allá de una superficie de oposiciones dicotómicas y encontrar el patrón o lógica subyacente, experiencial, que conecta la resistencia seminal (oculta bajo la presencia de instituciones y formas occidentales de pensamiento) con actitudes indígenas explícitas que han resistido la asimilación al pensamiento causal.
Así vemos que los campesinos de origen indígena existen en un contexto híbrido donde la cosificación de las «artesanías» en los mercados campesinos domingueros no borra las actitudes seminales mantenidas entre los miembros de sus propias comunidades. Al comparar filosofías alternativas de su propio país y de los vecinos con la misma lengua oficial (español) y similares configuraciones lingüísticas indígenas, Kusch deja de ser el intruso que trata de entender al Otro desde lejos.
El Otro para Kusch es parte de su propio país, parte de su propia vida cotidiana y de su comunidad. El «nosotros» y el «ellos» están subsumidos en un tercer espacio en el cual ambos llegan a ser «nosotros», los miembros de este país, los herederos de un legado colonial. Kusch hace patente que siempre al describir y explicar algo nos explicamos y entendemos a nosotros mismos.
En un contexto más amplio, Kusch es –como los indígenas con quienes conversa y a quienes refleja– un miembro y un participante de las Américas. No es un antropólogo que, después de terminar sus dos o tres años de trabajo de campo, pasará el resto de su vida en un entorno primermundista escribiendo sobre sus amigos distantes, haciendo carrera fuera de su amplio campo de trabajo. Por eso, el ejercicio de una hermenéutica pluritópica es más que un ejercicio académico. Para Kusch es una reflexión sobre la política de una investigación intelectual y una estrategia de intervención cultural. «Escribir culturas» adquiere un significado totalmente nuevo cuando la investigación intelectual es parte de la cultura compartida por el mismo y por el otro, por el sujeto de estudio y por el sujeto que conoce.
Así, la hermenéutica pluritópica que estoy tratando de articular se mueve hacia un concepto interactivo de conocimiento y entendimiento que se refleja en el proceso mismo de construir (de poner en orden) esa porción del mundo para ser conocida . Hoy en día está de moda contar una historia desde diferentes puntos de vista para mostrar cuán relativa es la invención de la realidad. Una aproximación pluritópica no enfatiza la relatividad cultural ni el multiculturalismo, sino los intereses sociales y humanos presentes en el acto de contar historias o construir teorías. Lo que está en juego son las políticas de representar y de construir lugares de enunciación, más que la diversidad de representaciones resultantes de locaciones diferenciales al contar historias o construir teorías.
En este punto debería introducirse la dimensión ética del conocimiento y la comprensión que, para el entendimiento pluritópico, implica que mientras el sujeto de conocimiento tiene que asumir la verdad de lo que se conoce y comprende, él o ella también tiene que admitir la existencia de una política alternativa de locación con iguales derechos para reclamar la verdad. El problema ético surge cuando el relativismo ideal pasa por alto que la coexistencia de perspectivas siempre se da en medio de un despliegue de relaciones de poder y, algunas veces, de violencia. De tal manera, si los aspectos epistemológicos y ontológicos de una comprensión pluritópica podrían tratarse en términos de relativismo, su dimensión ética invita a mirar la configuración del poder. El relativismo cultural puede ser un paso importante para entender las diferencias culturales, pero la práctica de Kusch sugiere que éste se queda corto si no se analiza en el contexto del poder y la dominación. Desde este punto de vista, la colonización del lenguaje, la memoria y el espacio arroja luces sobre el mismo proceso de conocimiento.
Las situaciones coloniales invitan a repensar el legado hermenéutico. Si la hermenéutica es definida no solamente como una reflexión sobre el conocimiento humano, sino también como el mismo conocimiento humano , entonces, la tradición en la cual se ha fundamentado y desarrollado la hermenéutica tiene que replantearse en términos de la pluralidad de las tradiciones culturales y a través de las fronteras culturales. Panikkar (1988: 131; énfasis agregado) define su concepto de hermenéutica diatópica, de la que yo parto, así:
La hermenéutica diatópica es el método de interpretación requerido cuando la distancia que hay que superar, necesaria para cualquier conocimiento, no solo es una distancia dentro de una cultura única […], o temporal […], sino más bien la distancia entre dos (o más) culturas, que han desarrollado independientemente en diferentes espacios (topoi) sus propios métodos de filosofar y formas de alcanzar inteligibilidad y sus propias categorías.
Un aspecto distingue el concepto de Panikkar del mío: la clase de «diferentes espacios» implicados en situaciones coloniales. Así, las situaciones coloniales y la semiosis colonial presentan un dilema hermenéutico para el sujeto que conoce interesado en la jerarquía establecida por la dominación de una cultura (su historia, instituciones e individuos) sobre otra. Históricamente, el análisis de las situaciones coloniales se ha estudiado y narrado desde puntos de vista prevalecientes en diferentes dominios de las culturas colonizadas, aun cuando el intérprete defienda los derechos y bienes de las culturas colonizadas.
La semiosis colonial pone en primer plano el siguiente dilema: ¿cuál es el locus de enunciación desde donde el sujeto que conoce comprende las situaciones coloniales? En otras palabras, ¿en cuál de las tradiciones culturales que deben ser comprendidas se ubica realmente el sujeto que conoce al construir su locus de enunciación? ¿Cómo pueden repensarse el acto de leer y el concepto de interpretación dentro de una hermenéutica pluritópicamente orientada y de la esfera de la semiosis colonial? Estas preguntas no solo son relevantes cuando se están considerando amplios temas culturales como las situaciones coloniales y la semiosis colonial, sino también cuando se tienen en cuenta asuntos más específicos como raza, género y clase. En este sentido la analéctica de Dussel es un complemento necesario para una hermenéutica pluritópica, al enfatizar el locus de enunciación y desafiar la universalidad del sujeto que conoce.
Gadamer (1976: 28; énfasis agregado) establece claramente los objetivos y justificaciones de la hermenéutica filosófica:
Mi tesis es –y pienso que es una consecuencia necesaria de reconocer la operatividad de la historia en nuestra condicionalidad y finitud– que la hermenéutica nos enseña a ver a través del dogmatismo de afirmar una oposición y una separación entre la tradición natural, persistente y la apropiación reflexiva de ella. Detrás de esta afirmación está un objetivismo dogmático que distorsiona el mismo concepto de reflexión hermenéutica. En este objetivismo se ve a quien comprende –aún en las llamadas ciencias del conocimiento como la historia– no en relación con la situación hermenéutica y la constante operatividad de la historia en su propia conciencia, sino de una manera que implica que su propio conocimiento no se introduce en el evento.
El historiador y filósofo mexicano Edmundo O’Gorman (1958) merece una reconsideración en este punto por su contribución al descentramiento del conocimiento y del sujeto que conoce, y a la construcción de un locus de enunciación poscolonial . No discrepo y, en verdad, apruebo la crítica de Gadamer a la concepción positivista del conocimiento y la comprensión, sobre las mismas bases que acepto la crítica de O’Gorman (1947) a la historiografía positivista (ambos vienen de la misma fuente: de la crítica de Heidegger al conocimiento historiográfico) .
Sin embargo, mi posición se distancia de la de Gadamer al tiempo que me acerca a la de O’Gorman y asume la paradoja de que un modelo de pensamiento tan centrado en las prácticas filosóficas occidentales (como la hermenéutica filosófica) produjo un contradiscurso y una crítica a la historiografía de Occidente desde los centros coloniales (para seguir el planteamiento de Thiong’O).
De tal manera, la analéctica de Dussel y la invención de O’Gorman parten de la tradición filosófica que las engendra para convertirse en metodologías alternativas a procesos sociales de conocimiento y artefactos culturales alejados de una hermenéutica filosófica o de una pragmática universal. Quiero aprovechar los movimientos filosóficos de Dussel y O’Gorman más que sus posiciones filosóficas completas. Vamos a dar un paso más en esa dirección.
La noción de Gadamer de una «tradición natural, persistente» presupone una hermenéutica monotópica en la cual el locus de enunciación de quien conoce pertenece a la misma tradición inventada por el mismo acto de conocimiento. Al contrario, las situaciones coloniales parten de los acuerdos unificados de un proceso evolutivo (civilizatorio) hegemónico que sitúa todos los orígenes en Grecia, y que fue extendido a todos aquellos países que lo aceptaron como su propio origen.
Desde la perspectiva de las situaciones coloniales, es útil recordar que hacia el siglo XI tanto el cristianismo latino como la Arabia musulmana eran coherederos de los griegos; y que el latín y el árabe eran las lenguas del saber sagrado y secular. De tal manera, si la hermenéutica está restringida a «nuestra tradición natural persistente» y esa tradición es greco-latina, entonces la hermenéutica es regional y restringida a una clase específica de tradición. Pero, si la hermenéutica se extendiera más allá del legado greco-romano para entender las tradiciones no-occidentales, no podría ser monotópica sino pluritópica.
Es decir, debe rechazarse la idea de que un sujeto que –localizado en la «tradición persistente y natural» de Occidente– está en una posición de observador trascendental para entender legados no-occidentales, si este sujeto no cuestiona el mismo acto de conocer y, en cambio, proyecta un conocimiento monotópico sobre mundos multilingües y pluriculturales. De ahí que sea imperativo partir del hecho de describirnos describiéndonos a nosotros mismos a través de los otros. Cuando Gadamer lee en los románticos el deseo de superar a los clásicos y descubre el encanto del pasado, de lo lejano, de lo extraño –la Edad Media, India, China, etc– (Gadamer, 1985: 259), redefine la hermenéutica en el contexto del conocimiento intercultural, aunque el sujeto que conoce permanece localizado en una cultura específica, que clama el derecho al conocimiento hermenéutico intercultural:
La hermenéutica puede definirse como el intento de superar esta distancia en áreas donde la empatía fue difícil y no se alcanzó fácilmente el acuerdo. Siempre hay una brecha sobre la cual hay que tender un puente. Así, la hermenéutica adquiere un lugar central para ver la experiencia humana. Ésta fue realmente la intuición de Schleiermacher; él y sus socios fueron los primeros en desarrollar la hermenéutica como un fundamento, como el aspecto primario de la experiencia social, no solamente para la interpretación erudita de textos como documentos del pasado, sino también para entender el misterio de la interioridad de la otra persona.
Este sentimiento por la individualidad de las personas, la comprensión de que ellas no pueden clasificarse y deducirse según reglas generales o leyes, fue una aproximación nueva significativa para la concreción del otro (Gadamer, 1984: 57).
Superar la tradición clásica y encontrar lo remoto y lo extraño no cambió la hermenéutica monotópicamente concebida, que mantuvo una posición europea para el sujeto que conoce y su locus de enunciación. Nunca se hizo la pregunta de cómo un indio o un chino podrían conocer lo remoto y lo extraño, mucho menos cómo podrían entenderse hoy los encuentros entre europeos y chinos o entre europeos e indígenas en el siglo XVI, ni quién ni desde dónde tal conocimiento se alcanzó.
La tarea de entender los encuentros del siglo XVI durante la expansión de la cristiandad y el poder político y religioso europeo sería diferente si se asumiera desde la perspectiva de los miembros de los grupos conflictivos en el poder (que tuvieron la habilidad de hablar y ser oídos) en Europa, China, o (Latino)América. La hermenéutica monotópica sirvió para mantener la universalidad de la cultura europea y, al mismo tiempo, para justificar la tendencia de sus miembros de percibirse como el punto de referencia para evaluar todas las demás culturas. Lo que lograron países europeos como España y Portugal durante los siglos XVI y XVII (y lo que mantuvieron Inglaterra, Alemania y Holanda durante los siglos XVIII y XIX) fue el poder económico y político que hizo posible la universalización de valores regionales.
Las situaciones coloniales implican una tradición plural y no una «persistente natural», reclaman una redefinición de la hermenéutica filosófica de Gadamer e invitan a una hermenéutica pluritópica en lugar de una monotópica. Mientras en la hermenéutica de Dussel (1985b) el filósofo permanece como la voz del Conocimiento y de la Sabiduría, y en su caso, el Conocimiento y la Sabiduría del Pueblo, en un conocimiento dialógico el papel del filósofo o erudito es hablar y oír otras voces que hablan acerca de experiencias extrañas a él.
Si las tradiciones «naturales» son cuestionadas y regionalizadas (hay tantas tradiciones naturales como comunidades que las inventan), entonces, ya no puede mantenerse la posición universal del sujeto que conoce. Raza, género, clase y nacionalidad son dimensiones importantes en el proceso de conocerse uno mismo, así como también en el proceso disciplinario en el cual se responda a la pregunta de qué debe ser conocido.
Sin embargo, si un conocimiento pluritópico de semiosis colonial requiere de una metodología comparativa, podremos, entonces, caer fácilmente en la trampa de que el conocimiento comparativo es en sí mismo un producto de las expansiones coloniales (Wynter, 1976; Duchet, 1971; Pagden, 1982), o de que él comienza con Heródoto; o quizás aún antes, con Homero o con los escritores jónicos (Hartog, 1988: 212-259).
Prefiero pensar que si el proceso comparativo necesita un origen, ese –como muchos otros– no debería buscarse entre los griegos sino entre algunas de las características comunes a los organismos vivos. Discernir diferencias para construir identidades, y viceversa, también parece ser un rasgo de la inteligencia humana (Lenneberg, 1967; Rosch, 1978) y, en consecuencia, también son actitudes comparativas (Smith, 1973). ¿Por qué la comparación debe interpretarse como una invención griega y no como una necesidad humana para la (mejor) adaptación y supervivencia?
Podemos atribuir las categorías comparativas formuladas en términos disciplinarios a la expansión colonial de los siglos XV al XVII, lo que implica que solamente el fundamento occidental del conocimiento fue una forma autorizada de conocimiento, al comparar y formular categorías comparativas. Además, es posible argumentar que la mayoría de estudios comparativos (de literaturas, religiones, lenguas, historias, cartografías, etc.) está fundamentada en una hermenéutica monotópica. En consecuencia, una comparación alternativa basada en una hermenéutica pluritópica es al mismo tiempo una necesidad y un desafío: necesidad, porque las situaciones coloniales están definidas por la asimetría de las relaciones de poder entre los dos (o más) polos que se comparan; y desafío, porque una metodología alternativa debe ocuparse y desprenderse de las presuposiciones de los fundamentos filosóficos y metodológicos establecidos, de los que parte: en este caso, la comparación y la hermenéutica monotópica.
David Wallace (1991) ha observado que uno de los principales hitos históricos del Renacimiento es el «descubrimiento» y la colonización del cuarto y último continente, el Nuevo Mundo; y la más poderosa redefinición del paradigma del Renacimiento tuvo lugar en la Europa del siglo XIX en medio (y como parte de) la repartición de territorios africanos, asiáticos y australianos entre los poderes europeos, es decir, durante el último estadio de la expansión colonial.
Pero la cuarta parte del mundo fue conocida como tal solamente desde la perspectiva de la cosmografía europea. Las concepciones musulmanas y chinas de la tierra no dividían al mundo conocido de la misma manera. Nada en la naturaleza misma dividía el mundo en cuatro partes; esto fue más bien una invención humana dentro de una tradición cultural particular. Desde que los académicos vinculados al cada vez más amplio campo del discurso colonial han dado cuenta de un complejo sistema de interacciones semióticas encarnado en la expandida cultura alfabética de Occidente, un concepto como semiosis colonial tiene la ventaja de despojarlo a uno de la tiranía de las nociones de texto y discurso alfabéticamente orientadas, y la desventaja de acrecentar el ya vasto y algunas veces confuso vocabulario.
Las ventajas del concepto de semiosis colonial consisten en definir un campo de estudio de manera paralela y complementaria a términos preexistentes como historia colonial, arte colonial, economía colonial, etc. Pero, al mismo tiempo, la noción de semiosis colonial revela que los estudios coloniales centrados en la lengua están moviéndose más allá de la esfera de la palabra escrita para incorporar sistemas de escritura no alfabéticos y orales, y sistemas gráficos no verbales, y que deberían repensarse nociones relacionadas como arte colonial o historia colonial desde las perspectivas desarrolladas por una hermenéutica pluritópica.
Si los signos no definen propiedades ni orientaciones teológicamente divinas o intencionalmente humanas sino que adquieren tales cualidades cuando entran en una red de descripciones hechas por quienes de una manera u otra las usan, entonces, ¿cuáles son los criterios para validar una descripción sobre otra? La pregunta no es nueva ni insignificante. Esta es la respuesta simple que quisiera dar aquí: interpretación, no correspondencia; esta es la función de la descripción, más que la exactitud de la representación. Representar es interpretar, no es buscar correspondencias con el mundo o el verdadero significado de una frase, un texto, un objeto, un evento. Interpretar significa tanto tener la destreza como el conocimiento para usarla; la sola habilidad no es suficiente para hacer a una persona un buen jugador, una superestrella o el líder de una comunidad.
El punto que señalo es que los académicos que estudian la cultura (sea ésta nacional, étnica, o de género) a la cual pertenecen no son necesariamente subjetivos, así como los académicos que estudian culturas a las cuales no pertenecen no son imperiosamente objetivos. Puesto que creo que las teorías no son necesariamente los instrumentos requeridos para entender algo que yace fuera de la teoría, sino, por el contrario, que las teorías son instrumentos requeridos para construir conocimiento y comprensión (en la academia ellas serían llamadas «descripciones científicas o eruditas»), mi uso de «subjetivo» y «objetivo» constituye ejemplos, no enunciados epistemológicos.
Desde el punto de vista de una epistemología constructivista, en la cual el mundo (o el texto) es construido por el sujeto como «representación» (von Glasersfeld, 1984; von Foerster, 1984), o de una epistemología interpretativa (representativa), en la cual el sistema nervioso mismo se constituye como un sujeto de conocimiento y comprensión en un proceso constante de autodefinición y autoadaptación , será cierto que la situación personal (individual) y social del sujeto que conoce será representada dentro de reglas y procedimientos de una disciplina (aún en caso de que sean impugnados), así como dentro de la comunidad académica a la que pertenece.
A fin de cuentas, construir o interpretar conocimiento y comprensión implica que el organismo vivo y cualesquiera de sus posibles descripciones (sistema nervioso, persona, ser, académico, científico, etc.) prevalece en sus interacciones con el mundo, al mismo tiempo que compite con y se preocupa por otros organismos vivos de la misma especie en su diálogo y relaciones.
Lo opuesto sería cierto para una noción «objetiva» del conocimiento: el orden del mundo y las reglas disciplinarias prevalecerán sobre las necesidades del organismo, las obsesiones personales y los intereses humanos. Por consiguiente, en ningún caso podríamos decir que se logra un conocimiento y una comprensión mejores –más profundos, más exactos, más fidedignos, más informados, etc.– Ya sea que nos aproximemos al conocimiento y a la comprensión desde un punto de vista constructivista o performativo (aún teniendo en cuenta las diferencias entre ellos y limitándolo a la propia configuración de las iniciativas disciplinares), la agenda del investigador y la audiencia a la cual se dirige son igualmente relevantes en la construcción del objeto o del sujeto, tanto como la información y los modelos de que dispone el sujeto que conoce. Así, el locus de enunciación es parte del proceso de conocimiento y comprensión que constituye al sujeto tanto como lo son los datos para la construcción disciplinar (sociológica, antropológica, histórica, semiológica, etc.).
En consecuencia, el relato «cierto» de un tema en la forma de conocimiento o comprensión será negociado en las respectivas comunidades de interpretación tanto para su correspondencia con lo que se considera real, como para la legitimidad del locus de enunciación construido en el mismo acto de describir un objeto o un sujeto. Además, el locus de enunciación del discurso que está siendo leído no sería entendido en sí mismo, sino en el contexto de los lugares de enunciación previos que el discurso corriente refuta, corrige o despliega. Tanto el decir (y la audiencia está incluida) como lo dicho (y el mundo al que se refiere) preservan o transforman la imagen de lo real construido por el acto previo de decir.
Una investigación en semiosis colonial debe ser interdisciplinaria (o multidisciplinario, como algunos lo preferirían) en contenido y método. Por interdisciplinario quiero decir que practicantes de diversas disciplinas convergen al estudiar una situación o al resolver un problema; o un practicante de una disciplina toma en préstamo de (y relaciona sus hallazgos con) otras disciplinas. En ambos casos, se repiensan problemas, preguntas y métodos que han sido cuestionados por académicos previos en sus propias disciplinas.
Expandir las fronteras disciplinares es una tendencia de nuestro tiempo, claramente descrita por Clifford Geertz (1983), de la cual hablan constantemente los pensadores posmodernos (Harvey, 1989; Rosenau, 1992). No abordaré el tema de la fuerza que está detrás de esta tendencia. Sin embargo, quiero plantear, sucintamente, cómo afecta la eliminación de las barreras disciplinares los análisis de la semiosis colonial.
Mi entrenamiento disciplinar combina la historia de la literatura, el análisis del discurso y la semiótica bajo la etiqueta de «teoría de la literatura». La semiótica (o semiología, que prefiero por sus nexos con la filología) y el análisis del discurso han perdido el atractivo del que gozaban hace veinte años. Sin embargo, han establecido una agenda de preguntas y de problemas por resolver. La perspectiva semiológica introdujo en la agenda de las ciencias sociales y las humanidades preguntas relacionadas con los significados y las interpretaciones, centrándose en la producción, transmisión, recepción y procesamiento de signos.
Ciertamente, la semiótica de Peirce fue a la lógica lo que la semiótica de Saussure fue a la lingüística. En cambio, la aproximación de Lotman (Lotman et al. 1973; Lotman, 1990; Lotman y Ouspenski, eds., 1976;) a la perspectiva semiológica introdujo un contexto denominado como «semiótica de la cultura», que percibo compatible con los estudios culturales. De ningún modo fueron insignificantes las contribuciones de Bakhtin (1981, 1986): se introdujeron cuestiones ideológicas, se abordaron los géneros desde una perspectiva semiológica, y se remodeló el viejo debate entre ciencias hermenéuticas y epistemológicas, naturales y humanas, introducido por Dilthey. El propio trabajo de Derrida (1967, 1971, 1972), a finales de la década de los sesenta y comienzos de la de los setenta, debe mucho a la aproximación semiológica, aunque él se oponga.
De la grammatologie (1967) no podría haber sido concebida sin la amplia difusión de la lingüística semiológica saussureana y su adaptación por Lévi-Strauss (1958, 1973) en la antropología teórica. Finalmente, en esta genealogía de deudas, el concepto de Foucault (1969, 1971) de formación discursiva emergió de la necesidad de ir más allá de la aproximación abstracta al lenguaje significante/significado y de la necesidad de mirar no los códigos lingüísticos abstractos que regulan el habla sino el funcionamiento del discurso en la historia y la sociedad.
Este acercamiento no es distinto al de Bakhtin. Estas son algunas de las referencias que tengo en mente cuando hablo sobre la semiótica. Sin embargo, ninguna de las formulaciones anteriores contempló las situaciones coloniales en sus discusiones acerca de los aspectos abstractos o históricos de los signos y los discursos. Por ello, la necesidad de introducir la noción de semiosis colonial.
La producción y transmisión de signos a través de fronteras culturales y las negociaciones entre discursos orales y diferentes clases de sistemas de escritura abren nuevos horizontes que difícilmente puede encontrar el académico en una tradición de estudios literarios. Las descripciones y explicaciones de la comunicación humana a través de fronteras culturales confrontan al académico con los límites de una noción lineal de la historia y lo invitan a reemplazarla por una historia no lineal; a sustituir las relaciones causales por una red de conexiones; a aceptar que el «mismo» objeto o evento es concebido de manera muy distinta en diferentes culturas y que no es suficiente decir que cualquier pensamiento abstracto o actividad dirigida al pensamiento en culturas no occidentales es como la ciencia o la filosofía y, además, que hay narrativas y canciones que son como la literatura oral.
El quid de la cuestión es que cuando las diferencias culturales van más allá de los recuerdos comunes expresados en diferentes lenguas, no tenemos más alternativa que entender las diferencias en relación con nuestra propia identidad y mirarnos a nosotros mismos como otros. Ya que esto es, realmente, algo muy difícil de hacer, es precisamente lo que las ciencias humanas (ciencias sociales y humanidades) intentan: inventar un (meta)lenguaje mediante el cual podamos llegar a ser observadores de nuestras propias interacciones. El problema es que la distinción epistemológica tradicional entre participante y observador no es suficiente, ya que, como participantes, ya somos observadores. Es decir, somos observadores dos veces. Permítanme elaborar esta distinción.
He tratado de elaborar esto en términos de observador/participante y observador/académico(científico) con la ayuda de la distinción de Maturana (1978) entre descripciones y explicaciones, y del papel que juega el observador en cada una de ellas. Esta es una diferencia importante, claramente visible aunque no explícita, en la noción de observador de Maturana. Simplificando un argumento mucho más complejo, me aventuraría a decir que, de acuerdo con Maturana, nos concebimos como seres humanos que llegamos a ser observadores de nuestras interacciones y, en el proceso de convertirnos en observadores conscientes, generamos descripciones y representaciones de lo que hemos observado.
La palabra es, quizás, uno de los medios semióticos más poderosos para incrementar el dominio de la interacción comunicativa, pero también permite a los participantes en el habla reflexionar sobre la palabra misma y sobre las interacciones del habla. Brevemente, ser humano (siguiendo esta lógica) no es solamente interactuar semióticamente sino usar el lenguaje para generar descripciones del ámbito de las interacciones de las cuales participamos. De otra parte, si la palabra es un medio para describir nuestras interacciones semióticas, no es el único.
También tenemos la escritura y otras formas de usar sonidos y signos para interactuar, así como para describir nuestras propias interacciones. No me ocuparé aquí de si el habla (y la escritura alfabética) son los sistemas de signos más poderosos para comunicar y describir nuestras comunicaciones. El lenguaje (en cualquier manifestación, no solo el habla ni la escritura alfabética) permite un ámbito de interacciones, al tiempo que permite al observador describir sus propias interacciones como participante, tanto en las comunicativas semióticas como en cualquier otro tipo de interacciones sociales.
El hecho de que me interese por las primeras no debería hacernos olvidar que, como animales racionales, no solo interactuamos sino que hemos inventado sistemas de signos para describir nuestras interacciones. Así, un concepto interpretativo de cognición no solamente afecta nuestra descripción del mundo, sino también las descripciones de nuestras descripciones (humanas) del mundo. No solo usamos una herramienta; también justificamos sus usos al seleccionarla entre muchas posibilidades. El uso de la herramienta es tan ideológico como las descripciones inventadas para justificar su uso.
Pero, en otro nivel, el observador de Maturana ya no es la persona que describe sino quien explica. El segundo observador es el científico: «Como científicos, queremos dar explicaciones de los fenómenos que observamos. Es decir, queremos proponer sistemas conceptuales o concretos que se consideran intencionalmente isomórficos (modelos de) con los sistemas que generan el fenómeno observado» (Maturana, 1978: 29) . Entonces emerge el primer aspecto interesante cuando se comparan los objetivos del observador-académico(científico) y las funciones de los modelos y de las explicaciones en las prácticas científicas con los objetivos del participante-observador y las funciones de las definiciones y de las descripciones en las prácticas de la cotidianidad.
El desafío de las ciencias humanas no es solamente el que siempre se ha señalado –la fusión del objeto de estudio con el sujeto que lo estudia–, sino el posicionamiento y la politización del sujeto que conoce, así como el impulso y la necesidad que le lleva a conocer o entender. Cuando el académico o científico social tiene que negociar su propio mundo cultural, tal como lo concibe en la práctica cotidiana, debe resolver un conjunto de problemas más complejos: el esquema cultural del (meta)lenguaje disciplinar con el mundo cultural y el esquema conceptual del (meta)lenguaje disciplinar con otros mundos sociales.
En nuestro siglo, los antropólogos han comenzado a darse cuenta de que el azande no tenía prácticas disciplinares llamadas antropología. Sin embargo, si el antropólogo occidental puede «observar» al azande y describir sus costumbres como observador-participante y como miembro de una cultura diferente, así como observador-científico de un mundo disciplinar llamado antropología, se abren las posibilidades tanto de «ser observado», en varios niveles, como de reemplazar la propia autodescripción del azande por la más autoritaria y científica, provista por el entrenamiento antropológico.
Este punto nos lleva de nuevo a nuestra consideración previa de la movilidad del centro, el poder para hablar o escribir, y la construcción de los lugares de enunciación. En el caso del lado más oscuro del Renacimiento se ha tratado de un esfuerzo por entender de otra manera, de reestructurar radicalmente los patrones de conocimiento heredados del Renacimiento europeo y del Iluminismo francés, enfrentándolos con la desarticulación y rearticulación del conocimiento heredado de legados coloniales y neocoloniales.
Bibliografía
Pop Wuj: libro del tiempo, trad. Adrián I. Chávez. 1987. Buenos Aires, Ediciones Sol. Amin, Samir. 1989. El eurocentrismo: crítica de una ideología. México DF, Siglo XXI. Amselle, Jean-Loup. 1990. Logiques métisses. Anthropologie de l’identité en Afrique et ailleurs. París, Payot. Anzaldúa, Gloria. 1987. Borderlands/La Frontera: The New Mestiza. San Francisco, Spinsters; Aunt Lutte. Appiah, Kwame Anthony. 1992. In My Father’s House: Africa in the Philosophy of Culture. Londres, Oxford University Press. Ascher, Marcia y Robert Ascher. 1981. Code of the Quipu: A Study in Media, Mathematics and Culture. Ann Arbor, University of Michigan Press. Bakhtin, Mikhail. 1981. The Dialogic Imagination. Four Essays. Austin, University of Texas Press. Bakhtin, Mikhail. 1986. Speech Genres and Other Late Essays. Austin, University of Austin Press. Balandier, Georges. 1970. The Sociology of Black Africa: Social Dynamic in Central Africa. New York, Praeger. Bhabha, Homi. 1986. “The Other Question: Difference, Discrimination, and the Discourse of Colonialism”, en Francis Barker, Peter Hulme, Margaret Iversen y Diana Loxley (eds.), Literature, Politics, and Theory: Papers from the Essex Conference, 1976-1984. 148-172. Nueva York, Methuen. Bhabha, Homi. 1994. The Location of Culture. Londres, Routledge. Becker, Alton. 1980. “Text-Building, Epistemology, and Aesthetics in Javanese Shadow Theatre”. Dispositio. 13-14: 137-68. Bourdieu, Pierre. 1979. La distinction. París, Minuit. Brathwaite, Edward K. 1984. History of the Voice: The Development of National Language in Anglophone Caribbean Poetry. Londres, New Beacon. Brenner, Robert. “The Origins of Capitalist Development: A Critique of NeoSmithian Marxism”. New Left Review. 104: 25-93. Cerutti Guldberg, Horacio. 1983. Filosofía de la liberación latinoamericana. México DF, Fondo de Cultura Económica.
Chariter, Roger. 1982. “Intelectual History or Sociocultural History? The French Trajectories”, en Dominque La Capra y Steven Kaplan (eds.), Modern European Intellectual History: Reappraisal and New Perspectives. 13-49. Ithaca, Cornell University Press, Cliff, Michelle. 1985. The Land of Look Behind. Ithaca, N. Y., Firebrand Books. Clifford, James. 1988. The Predicament of Culture: Twentieth Century Ethnography, Literature and Art. Boston, Harvard University Press. Coronil, Fernando. 1995. “Introduction to the Duke University Press Edition. Transculturation and the Politics of Theory: Countering the Center, Cuban Counterpoint”, en Fernando Ortiz, Cuban Counterpoint: Tobacco and Sugar. ix-lv. Durham, Duke University Press. Derrida, Jacques. 1967. De la grammatologie. París, Minuit. Derrida, Jacques. 1971. Marges de la philosphie. París, Minuit. Derrida, Jacques. 1972. «Semiologie et grammatologie», en Julia Kristeva, Josette Rey-Debove y Donna Jean Umiker, Essays in Semiotics. 11-27. La Haya, Mouton. Duchet, Michèle. 1971. Anthropologie et histoire au siècle des lumières. París, Maspero. Dussel, Enrique. 1985a. La producción teórica de Marx: un comentario a los Grundrisse. México DF, Siglo XXI. Dussel, Enrique. 1985b. Philosophy of Liberation. New York, Orbis Book. Dussel, Enrique. 1989. «Teología de la liberación y marxismo». Cuadernos Americanos. 12(1): 138-159. Dussel, Enrique. 1993. “Eurocentrism and Modernity”. Boundary 2. 20(3): 65-76. Dussel, Enrique. 1995. The Invention of The Americas: Eclipse of “The Other” and The Myth of Modernity. New York, Continuum. Garza, Mercedes de la, (comp.). 1980. Literatura maya. Caracas, Biblioteca Ayacucho Fabian, Johannes. 1983. Time and the Other. How Anthropology Makes Its Object. New York, Columbia University Press. Fanon, Franz. 1967. Black Skin, White Masks. New York, Grove Press.
Foucault, Michel. 1966. Les mots et les choses: Une archeologie des sciences humaines. París, Gallimard. Foucault, Michel. 1969. L’archeologie du savoir. París, Gallimard. Foucault, Michel. 1971. L’ordre du discours. París, Gallimard. Gadamer, Hans-Georg. 1976. Philosophical Hermeneutics. Berkeley, University of California Press. Gadamer, Hans-Georg. 1984. “The Hermeneutics of Suspicion”, en Gary Shapiro y Alan Sica (eds.), Hermeneutics: Questions and Prospects. 54-65. Armhest, University of Massachussets. Gadamer, Hans-Georg. 1985. “On the Discrediting of Prejudice by the Enlightenment”, en Kurt Mueller-Vollmer (ed.), The Hermeneutics Reader: Texts of the German Tradition from the Enlightenment to the Present. 257-260. Nueva York, Continuum. Geertz, Clifford. 1983. Local Knowledge. Further Essay in Interpretative Anthropology. New York, Basic Books. Habermas, Jürgen. 1979. “What is Universal Pragmatics?” en Jürgen Habermas, Communication and the Evolution of Society. 1-68. Boston, Beacon Press. Habermas, Jürgen. 1985. “On Hermeneutic’s Claim to Universality”, en Kurt Mueller-Vollmer (ed.), The Hermeneutics Reader: Texts of the German Tradition from the Enlightenment to the Present. 293-319. Nueva York, Continuum. Hartog, Francois. 1988. The Mirror of Herodotus: An Essay on the Representation of the Other. Berkeley y Los Angeles, University of California Press. Harvey, David. 1989. The Condition of Posmodernity. Cambridge, Massachusets, Basil Blackwell. Hulme, Peter. 1986. Colonial Encounters: Europe and the Native Caribbean, 1492-1797. New York, Methuen. Hulme, Peter. 1989. “Subversive Archipielagos: Colonial Discourse and the Break-up of Continental Theory”. Dispositio. 14: 1-24. Khatibi, Abdelkebir. 1990. Love in Two Languages. Minneapolis, University of Minessota Press. Kusch, Rodolfo. 1962. América profunda. Buenos Aires, Hachette.
Kusch, Rodolfo. 1973. El pensamiento indígena y popular en América. Buenos Aires, Hachette. Laclau, Ernesto. 1971. “Feudalism and Capitalism in Latin America”. New Left Review. 67: 19-38. Lambropoulos, Vasilis. 1992. The Rise of Eurocentrism: Anatomy of Interpretation. Princeton, N.J., Princeton University Press. Lenneberg, Eric. 1967. Biological Foundations of Language. Nueva York, Wiley. Lévi-Strauss, Claude. 1958. Anthropologie structurale. Paris, Plon. Lévi-Strauss, Claude. 1973. Anthropologie structurale, deux. Paris, Plon. Lotman, Juri M., Boris Ouspenski, V. V. Ivanov, V. N. Toporov, A. Pjatigorskij. 1973. “Theses on the Semiotic Study of Cultures as Applied to Slavic Texts”, en Jan van der Eng y Mormit Grigar (eds.), Structure of Texts and Semiotics of Culture. 1-28. La Haya, Mouton. Lotman, Juri M. 1990. Universe of the Mind. A Semiotic Theory of Culture. Bloomington, Indiana University Press. Lotman, Juri M. y Boris Ouspenski, eds. 1976. Travaux sur le système des signes. Bruselas, Éditions Complexes. Marcus, George y Michael M. J. Fischer. 1986. Anthropology as Cultural Critique: An Experimental Moment in the Human Sciences. Chicago, University of Chicago Press. Marcus, Leah. 1992. “Renaissance/Early Modern Studies”, en Stephen Greenblat y Giles Gunn (eds.), Redrawing the Boundaries of Literary Study in English. 41-63. Nueva York, Modern Language Association. Maturana, Humberto. 1978. “Biology of Language: The Epistemology of Reality”, en G. A. Miller y Eric Lenneberg (eds.), Psychology and Biology of Language and Thought: Essays in Honor of Eric Lenneberg. 27-64. New York, Academic Press. Maturana, Humberto y Francisco Varela. 1987. The Tree of Knowledge: The Biological Roots of Human Understanding. Boston, New Science Library. Mignolo, Walter. 1991. “Re(modeling) the Letter: Literacy and Literature at the Intersection of Semiotics and Literacy Studies”, en Myrdene Anderson y Floyd Merrell (eds,), On Semiotic Modeling. 357-394. Berlín, de Gruyter.
Mignolo, Walter. 1992a. “On the Colonization of Amerindian Languages and Memories: Renaissance Theories of Writing and the Discontinuity of the Classical Tradition”.Comparative Studies in Society and History. 34(2): 301-330. Mignolo, Walter. 1992b. “The Darker Side of the Renaissance: Colonization and the Discontinuity of the Classical Tradition”. Renaissance Quarterly. 45(4): 808-28. Mignolo, Walter. 1993. “Colonial and Postcolonial Discourse: Cultural Critique or Academic Colonialism?”. Latin American Research Review. 28(3): 120-134. Mignolo, Walter. 1994. “The Postcolonial Reason: Colonial Legacies and Postcolonial Theories”. Ponencia presentada en el foro Globalization and Culture, Duke, 9-12 de noviembre. Mudimbe, Valentin. 1994. “For Said. Why Even the Critic of Imperialism Labors under Western Skies”. Transition. 63(2995): 34-50. Mueller-Vollmer, Kurt. 1985. “Language, Mind, and Artifact: An Outline of Hermeneutic Theory since the Enlightenment”, en Kurt Mueller-Vollmer (ed.), The Hermeneutics Reader: Texts of the German Tradition from the Enlightenment to the Present. 1-52. Nueva York, Continuum. O’Gorman, Edmundo. 1947. Crisis y porvenir de la ciencia histórica. México DF, Imprenta Universitaria. O’Gorman, Edmundo. 1951. La idea del descubrimiento de América: Historia de esa interpretación y crítica de sus fundamentos. México DF, Universidad Nacional Autónoma de México. O’Gorman, Edmundo. 1958. La invención de América Latina: el universalismo de la cultura occidental. México DF, Universidad Nacional Autónoma de México. Ortega y Gasset, José. 1959. “The Difficulties of Reading”. Diogenes. 7(28): 1-17. Ortega y Gasset, José. 1963. Man and People. Nueva York, W. W. Northon. Ortiz, Fernando. 1995. Cuban Counterpoint: Tobacco and Sugar. Durham, Duke University Press. Pagden, Anthony. 1982. The Fall of Natural Man: The American Indian and the Origins of Comparative Ethnology. Cambridge, Cambridge University Press. Pannikar, Raimundo. 1988. “What is Comparative Philosophy Comparing?”, en Gerald James Larson y Eliot Deutsch (eds.), Interpreting across boundaries: New Essays in Comparative Philosophy. 116-136. Princeton, Princeton University Press. Ricoeur, Paul. 1981. Hermeneutics and the Human Sciences. Essays on Language, Action, and Interpretation. Cambridge, Cambridge University Press. Robertson, Donald. 1959. Mexican Manuscript Painting of the Early Colonial Period. New Haven, Yale University Press. Rosch, Eleanor. 1978. “Principle of Categorization”, en Eleanor Rosch y Barbara Lloyd (eds.), Cognition and Categorization. 28-49. Hillsdale, N.J., Lawrence Erlbaum. Rosch, Eleanor. 1987. “Wittgenstein and Categorization Research in Cognitive Pshycology”, en Michael Chapman y Roger Dixon (eds.), Meaning and the Growth of Understanding: Wittgenstein’s Significance for Developmental Psychology. Hillsdale. 151-166. N.J., Lawrence Erlbaum. Rosenau, Pauline Marie. 1992. Post-Modernism and the Social Sciences. Princeton, N.J., Princeton University Press Said, Edward. 1993. Culture and Imperialism. New York, Alfred A. Knopf. Santiago, Silviano. 1978. «O entre-lugar do discurso latino-americano», en Santiago Silviano, Uma literatura nos trópicos. 11-28. São Paulo, Perspectiva. Schutte, Ofelia. 1991. “Origins and Tendencies of the Philosophy of Liberation in Latin American Thought: A Critique of Dussel’s Ethic”. Philosophical Forum. 22(3): 270-295. Seed, Patricia. 1991. “Colonial and Postcolonial Discourse”. Latin American Research Review. 26(3): 181-200. Smith, Mary Elizabeth. 1973. Picture Writing from Ancient Southern Mexico. Norman, University of Oklahoma Press. Stocking, Jr., George W., ed. 1983. Observers observed: Essays on Ethnographic Fieldwork. Madison, University of Wisconsin Press. Stocking, Jr., George W., ed. 1991. Colonial Situations: Essays on the Contextualization of Ethnographic Knowledge. Madison, University of Wisconsin Press.
Tedlock, Dennis y Barbara Tedlock. 1985. “Text and Textile: Language and Technology in the Arts of the Quiché Maya”. Journal of Anthropological Research. 41(2): 121-146. Thiong’O, Ngugi Wa. 1986. Decolonizing the Mind: The Politics of Language in African Literature. Londres, J. Currey. Thiong’O, Ngugi Wa. 1992. “Resistance in the Literature of the African Diaspora: Post-Emancipation and Post-Colonial Discourses”. Ponencia presentada en la serie de talleres The Inventions of Africa, Ann Arbor, 17 de abril. Varela, Francisco. 1990. Conocer: las ciencias cognitivas. Barcelona, Gedisa. Varela, Francisco, Evan Thompson y Eleanor Rosch. 1991. The Embodied Mind: Cognitive Science and Human Experience. Cambridge, MIT Press. von Foerster, Heinz. 1984. “On Constructing Reality”, en Paul Watzlowick (ed.), The Invented Reality. 41-61. New York, W. W. Norton. von Glasersfeld, Ernst. 1984. “An Introduction to Radical Constructivism”, en Paul Watzlowick (ed.), The Invented Reality. 17-40. New York, W. W. Norton. Wallace, David. 1991. “Carving Up Time and the World: Medieval-Renaissance Turf Wars; Historiography and Personal History”. Wisconsin, Center for the Twentieth-Century Studies. Wallerstein, Immanuel. 1974. The Modern World-System: Capitalist Agriculture and the Origins of the European World-Economy in the Sixteenth Century. Nueva York, Academia Press. West, Cornel. 1989. The American Evasion of Philosophy: A Genealogy of Pragmatism. Madison, University of Wisconsin Press. West, Cornel. 1990. “The New Cultural Politics of Difference”, en Russell Fergusson, Martha Gever, Trinh T. Minh-ha y Cornel West (eds.), Out There: Marginalization and Contemporary Cultures. 19-38. New York, Museum of Contemporary Art; Cambridge, MIT Press. Wynter, Sylvia. 1976. “Ethno or Socio Poetics”, en Michel Benamou y Jerome Rothemberg (eds.), Ethnopoetics: A First International Symposium. 78-94. Boston, Boston University Press. Zea, Leopoldo. 1988. Discurso desde la marginación y la barbarie. Barcelona, Anthropos.

Informe del Comité Central al VII Congreso del Partido Comunista de El Salvador (1979)

INFORME DEL COMITÉ CENTRAL AL VII CONGRESO DEL PARTIDO COMUNISTA DE EL SALVADOR San Salvador, 12 de abril de 1979.

Desde el VI Congreso de nuestro partido, reunido en agosto de 1970, ha transcurrido un largo período extraordinariamente rico y complejo de la historia contemporánea del país.

El marco institucional durante este período muestra, asimismo, una enorme riqueza y complejidad, ha estado cargado de inapreciables enseñanzas y ejercido una fuerte influencia sobre el curso de los acontecimientos en El Salvador.

En el documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General…”, discutido durante meses por todo el Partido y la JC, se ha abordado el estudio de muchos aspectos fundamentales de la historia de nuestro país, de su modo de producción, sus clases sociales y su sistema político. Esos análisis abarcan también aspectos muy importantes del proceso nacional y del marco internacional del período transcurrido desde el VI Congreso, de manera que este informe del CC prestará principal atención al examen y balance de la táctica y la actuación de nuestro partido, a los problemas relativos a su construcción y desarrollo, en los últimos nueve años, pero nos veremos obligados a incursionar en un pasado más lejano y en algunos casos estructurales y super-estructurales, en busca de las raíces también en los problemas de la situación actual y de nuestra conducta presente.

En la segunda mitad de los años cincuenta, dio comienzo un flujo de la lucha de clases, que culminaría a fines de 1962 y comienzos de 1963; aquellas luchas, el papel desempeñado por nuestro Partido y la influencia que aquellos acontecimientos ejercieron sobre él, configuraron muchos rasgos característicos del proceso político desde entonces y promovieron las tendencias ideológicas que mas tarde se desarrollaron y fraccionarían la izquierda.

La sucesión presidencial en 1956, desencadenó agudas contradicciones en las filas militares y el nuevo Presidente (Coronel José María Lemus), para consolidarse frente a sus rivales, se vio obligado a cesar la represión, derogar la anti-comunista Ley de Defensa del Orden Constitucional y Democrático”, permitir el retorno de los exiliados casi todos los comunistas y abrir un clima de tolerancia política, que duró los primeros dos años y medio de su gobierno.

La insurrección popular y militar que derrocó al sanguinario Pérez Jiménez en Venezuela (1958), pero sobre todo, el triunfo estremecedor de la Revolución Cubana, el 1 de enero de 1959, pusieron en marcha un gran ascenso revolucionario en nuestro continente, lo que podríamos llamar la “primera ola” de la revolución latinoamericana.

La revolución cubana, con su pronto avance hacia las posiciones antiimperialistas radicales y hacia el socialismo, abrió una etapa histórica nueva para América Latina y obligó al imperialismo yanqui a introducir sucesivas modificaciones y giros demagógicos a su política frente a nuestros países, comenzando por Alianza para el Progreso, hasta la actual “Política de los Derechos Humanos” paralelamente con sus furiosos y descarados esfuerzos en la promoción de la contrarrevolución, la conspiración y la agresión, contra la misma Cuba y contra todos los avances revolucionarios de los demás pueblos del continente.

Desde que se inició el lapso de tolerancia proveído por el gobierno de Lemus, nuestro partido actuó con mucha iniciativa organizativa y enérgica acción movilizadora:

– Organizó Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas (FMS) en 1956. – Dio fuerte impulso al trabajo por el reagrupamiento y fortalecimiento del movimiento sindical, que había salido muy golpeado y dividido de los años de represión durante el gobierno de Osorio. Estos esfuerzos culminaron con la creación de la Confederación General de Trabajadores Salvadoreños (CGTS), en 1957. – Inició la organización de los primeros núcleos juveniles: Acción Estudiantil Universitaria (AEU), Clubs “Tazumal” y “Lamatepec”, “Asociación de la Juventud, 5 de Noviembre”, “Unión Nacional de Estudiantes de Educación Media (UNEEM), años 1955 a 1960. – Fundó e impulsó, junto con un grupo de jóvenes intelectuales de izquierda el “Movimiento Revolucionario Abril y Mayo” en 1959, que se convirtió en el Partido Revolucionario Abril y Mayo (PRAM), en 1960. – Impulsó activamente la movilización de masas:
a) alrededor de la solidaridad con la lucha de otros pueblos y principalmente la solidaridad con la Revolución Cubana desde antes de su victoria y en su defensa frente al imperialismo, después del 1 de enero de 1959. La consigna “Cuba sí, yanquis no”, llegó a convertirse en la consigna principal y saturadora de toda la movilización popular, cualesquiera que fueran sus motivaciones específicas.
b) Alrededor de la organización y lucha por la legalización del PRAM y por la conquista de reformas al sistema político, especialmente a la Ley Electoral, con el fin de garantizar la existencia y desarrollo de los partidos y la representación proporcional en la Asamblea Legislativa, lucha que condujo a la creación del Frente Nacional de Orientación Cívica (FNOC), que agrupó a los partidos opositores, incluyendo al PRAM, a la CGTS y a la AGEUS.

Alarmado frente al avance organizativo del movimiento obrero y popular en general, a su radicalización bajo la influencia del ejemplo cubano, a la activación y organización de las fuerzas democráticas y su unidad, el gobierno de Lemus clausuró la tolerancia y se lanzó a realizar una grosera represión, resistida heroicamente por las masas conducidas por el FNOC, durante las grandes jornadas de agosto-octubre de 1960, que llevaron a la crisis y facilitaron el derrumbe de aquel gobierno. Se abrió así un breve período de tres meses de libertad, cerrado por el contragolpe militar del 25 de enero de 1961, comprometido con la orientación reformista del gobierno yanqui encabezada por J.F. Kennedy.

Nuestro partido desempeñó un papel brillante durante todos esos años, particularmente en las jornadas que trajeron la caída de Lemus y en los meses siguientes: Se elevó mucho el prestigio de los comunistas; éramos también, aunque pequeño y débil, el movimiento más y mejor organizado, con la mayor y más ramificada influencia y organización entre las masas.

Todos aquellos progresos de nuestro partido se lograron sin que poseyera una línea general que definiera posición ante problemas fundamentales como el carácter, fuerzas motrices y vías de la revolución. Los comunistas asumíamos la defensa firme y consecuente de las masas, contra la arbitrariedad y la represión del régimen, luchábamos por conquistar una mayor libertad política, defendíamos el derecho de los trabajadores a organizarse, realizar la huelga, manifestarse; denunciábamos la intromisión del imperialismo y la sumisión del régimen a sus dictados; planteábamos la necesidad de una reforma agraria, demandábamos el derecho de las masas del campo a la organización; denunciábamos la extenúente explotación, la miseria, el hambre, el desempleo, el atraso en todo sentido, las demás lacras sociales impuestas al pueblo por el modo de producción, al cual caracterizábamos erróneamente como semi-feudal y semi-colonial, impulsábamos fuertemente la solidaridad con otros pueblos, defendíamos a la Unión Soviética contra la propaganda calumniosa, defendíamos el derecho de la humanidad a un mundo sin guerra; divulgábamos las nociones elementales acerca de lo que es la sociedad socialista, organizábamos y dirigíamos los sindicatos y sus luchas en las condiciones mas difíciles , cultivábamos su convivencia clasista, llevábamos a los trabajadores , a los estudiantes y a otros sectores populares las ideas progresistas; realizábamos una agitación y una movilización relativamente intensas alrededor de todo esto y así conquistamos el cariño de amplias masas. Pero no teníamos claros objetivos políticos.

En cuanto a tales objetivos, nos proponíamos vagamente “la democratización” orientada en sentido “anti-feudal” y “anti-imperialista”, postulábamos la reforma agraria, sin precisar su contenido, considerábamos que el carácter de la revolución en esta etapa era “democrático burgués”, nos esforzábamos por unir a las fuerzas democráticas en un “frente patriótico”, con la participación de un supuesto “sector antiimperialista de la burguesía, junto con la pequeña burguesía y los campesinos en alianza con la clase trabajadora y en alianza con ésta” (Pleno del CC de enero de 1956); no nos planteábamos la cuestión de la toma revolucionaria del poder y, en general, la considerábamos ésta como una meta muy distante.

La victoria de la revolución cubana puso ante nosotros, súbitamente, la necesidad de adoptar definiciones ante el problema del poder y los demás problemas estratégicos de la revolución, la necesidad de contar con una línea general y un programa.

La capacidad teórica de nuestro partido era sumamente débil y su composición social mayoritariamente pequeño burguesa (artesanos, intelectuales y pequeños núcleos de campesinos pobres).

En tales condiciones, como ocurrió también en otros países, la brillante experiencia de la Revolución Cubana fue superficialmente comprendida y asimilada por nosotros y ello nos indujo a adoptar una orientación que cultivó y elevó la vocación y la mística revolucionaria de nuestro Partido, lo llevó a realizar una gran jornada de organización, agitación y movilización de masas, pero que adolecía de la enfermedad izquierdista. En octubre de 1960, un Pleno ampliado del CC planteó por primera vez desde 1932, la tarea de poner rumbo hacia la toma revolucionaria del poder, por medio de la insurrección armada, línea que se vio interrumpida por el derrocamiento de Lemus y los cien días de la Junta de Gobierno.

En abril de 1961, una reunión del Comité Central, ampliada con la asistencia de cuadros de los Comités Departamentales de San Salvador y Santa Ana, (los únicos con que contaba el Partido entonces) de la Comisión Sindical y del frente universitario, apreció el momento siguiente al contragolpe del 25 de enero de 1961 como una situación revolucionaria madura y adoptó los siguientes acuerdos:

a) tomar el camino de la lucha armada, en el esquema de la guerra de guerrillas;
b) crear bajo la dirección del partido una organización revolucionaria en la que pudiera incorporarse a los elementos avanzados, más combativos y resueltos, surgidos de las masas durante las luchas de los años anteriores en los diferentes frentes de nuestro trabajo. Esta organización debería ayudarnos a realizar la preparación política de las masas para la revolución y dar base a la promoción de la lucha armada.

Aunque se manifestaron en la reunión ampliada del CC dos posiciones en cuanto a si debían o no combinarse con la lucha armada, la lucha económica, reivindicativa en general, y las formas de lucha legal, los acuerdos anteriormente aludidos se adoptaron por unanimidad.

El Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR), surgió como resultado de la aplicación de aquella orientación. El FUAR irrumpió vigorosamente en la arena política nacional, con su estilo ágil de agitación y movilización de masas. Pronto se habría unilateralizado todo el trabajo del partido, girando de un modo prácticamente exclusivo alrededor de la agitación fuarista que anunciaba la proximidad de la revolución y propagandizaba la lucha armada con esquemas típicamente izquierdistas. Nuestro trabajo en los diferentes frentes de masas fue uniformemente puesto bajo esta orientación. Sufrió daño particularmente nuestro trabajo en los sindicatos. La CGTS fue sectarizada y el grupo de dirigentes oritianos de la CGS aprovechó nuestro sectarismo para debilitarla hondamente, arrancándole sindicatos y alejando de nosotros sectores obreros ansiosos de organización.

Mientras tanto, los preparativos para iniciar la lucha armada, emprendidos por nosotros febrilmente, sufrieron golpes serios que aplazaron sus posibilidades. Esos golpes del enemigo se vieron facilitados por nuestra inexperiencia y menosprecio de las normas de seguridad y también por la inexperiencia de nuestros compañeros de otros países, que nos prestaban ayuda y sufrieron penetración de la CIA.

En la base de aquel flujo de masas que llevó al derrumbe del gobierno de Lemus y permitió el surgimiento tan dinámico de un movimiento radical como el del FUAR, se encontraba el agravamiento de la crisis de la estructura agro-exportadora todavía absolutamente hegemónica en el capitalismo dependiente salvadoreño y también una crisis económica coyuntural (entre 1958 y 1962), que trajo un extenso desempleo.

Desde la segunda mitad de 1962, tomó un creciente ritmo la inversión en la industria ligada al Mercado Común Centroamericano, que comenzaba a funcionar con éxito. En 1963, la crisis económica cedió paso a la franca reanimación, que desembocaría en el auge económico de 1964-69. Estos cambios en la coyuntura económica modificaron de inmediato las condiciones para la lucha política: llegó a tope el flujo de la lucha de masas iniciado en la segunda mitad de los 50 y se comenzó el reflujo o “bajón”. Esto afectó también de un modo radical la posibilidad de poner en marcha el proyecto de la lucha armada acordado por el Pleno Ampliado del CC en abril de 1961.

Este aplazamiento de nuestras posibilidades de iniciar la lucha armada vino a coincidir con el surgimiento en la Dirección del partido de fuertes dudas acerca de si era correcto la línea que seguíamos; dudas que se convirtieron en sistemática demanda de corregir asumida por una parte de sus miembros. Después de varios meses, la aguda discusión en el seno de la Dirección culminó con acuerdos unánimes para modificar la línea, en junio de 1963, y se puso entonces en marcha la preparación del V Congreso. En realidad, fue el reflujo iniciado a fines de 1962 lo que hizo evidente e ineludible la necesidad de corregir nuestra línea, pero la corrección de los errores izquierdistas por el V Congreso (febrero de 1964), nos llevó a errores de economismo.

A pesar de los errores izquierdistas, fue aquella una fase dinámica y rica en progresos en la vida del Partido. La preocupación por darle una línea general y un programa, el estudio cada vez más profundo de nuestro país, de su historia, de sus clases sociales, etc., arranca precisamente de aquellos días. “Los apuntes para un Programa Revolucionario del partido”, la “Plataforma Programática del FUAR”, luego el Proyecto de Programa General” y el “Proyecto de Programa Agrario”, elaborados entonces, fueron nuestros primeros documentos programáticos.

Nuestro Partido logró con aquellas luchas fuaristas métodos ágiles de agitación y movilización, sacó su propaganda del primitivismo y el poquiterismo anteriores; sus filas crecieron y su organización se extendió a otros departamentos del país, recibió importante impulso la educación comunista y la formación de cuadros en general; ganó un lugar importante en la arena política nacional; incrementó fuertemente su prestigio e influencia entre la intelectualidad; logró hacer retroceder notablemente la influencia de la ideología anti-comunista entre las masas, elevar el prestigio y la influencia del socialismo, difundir ampliamente el antiimperialismo; dio un fuerte impulso a la toma de conciencia de la clase obrera y a la politización de las grandes masas; realizó un gran avance hacia la reconstrucción de la Juventud Comunista y la revolucionarización de las masas juveniles; inició la penetración de las masas del campo, de donde fuera brutalmente arrancado por la matanza de 1932 y prácticamente no había retornado desde entonces, sino de modo fugaz durante los cinco meses que siguieron a la caída del tirano Hernández Martínez en 1944.

Los análisis y orientaciones del V Congreso tuvieron muchas virtudes, que ayudaron al desarrollo del partido y de su trabajo entre las masas, mejoraron notablemente su conocimiento de la formación social de nuestro país, etc.; pero al mismo tiempo, ese Congreso no descubrió las raíces de nuestros errores izquierdistas y, aunque alertó contra ello, tampoco armó adecuadamente al Partido contra el peligro de la desviación de derecha.

Estas insuficiencias de la lucha ideológica y de la corrección, reflejaban la debilidad teórica y orgánica de nuestro partido, tenían raíces en su persistente composición social, predominantemente pequeño-burguesa, la cual se había visto reforzada por su crecimiento durante la lucha fuarista.

Las discusiones habidas en el Comité Central desde finales de 1962 hasta junio de 1963, hicieron el énfasis en señalar que la desviación izquierdista consistía en la “unilateral agitación política con el tema de la proximidad de la revolución y de la lucha armada”, lo cual había impedido que impusiéramos la lucha económica y reivindicativa en general, lucha a la cual se atribuía ser la forma “fundamental”, “principal”, etc., de la lucha de clases, “la forma de la lucha de clases mas fácilmente comprensible por las masas”, etc. Una vez que estos planteamientos triunfaron en el CC, fueron vaciados, bajo distintas modalidades, en los documentos llevados al V Congreso, pero sobre todo, se vaciaron y calaron profundamente en el pensamiento de los principales cuadros de dirección nacional e intermedia, en el curso de las reuniones en que se trasladaron las conclusiones del CC, antes del Congreso.

Los documentos del V Congreso fueron en apariencia portadores de una línea que propugnaba el desarrollo y combinación de todas las formas de lucha, pero sus formulaciones en ese sentido eran mas la repetición de principios generales consagrados de nuestra teoría, que la expresión de conclusiones y convicciones surgidas de aquel debate habido en el CC que, por lo contrario, había cimentado en los cuadros concepciones típicamente economistas, combatidas y superadas por el leninismo desde comienzos del siglo actual. Aunque se insistió en conservar la afirmación de que lo más probable, “hasta donde se alcanza a ver”, es que la toma del poder se realizará por la vía armada, el documento consignó la posibilidad también de la vía pacífica y el énfasis que en ello se hizo durante la discusión en la Dirección y después del Congreso, de hecho estuvo en la base de la falta de preocupación del CC elegido por el V Congreso para estudiar los problemas de la lucha armada e impulsar debidamente la construcción de nuestra Fuerza Armada. Este trabajo continuó, pero como algo al margen casi de la política real que aplicaba el Partido, hasta que el enemigo comenzó a agredir al movimiento de masas e, incluso, a asesinar camaradas maestros, Saúl Santiago Contreras, Oscar Gilberto Martínez Carranza (1967-68). Entonces, apareció un súbito interés por vencer el rezago en este trabajo y estudiar sus problemas. Este interés fue, sin embargo, fugaz y más bien condujo a complicar el avance en este terreno.

El entusiasmo revolucionario que reflejan algunos pasajes de la parte política del informe del CC al V Congreso, tiene su explicación en el hecho de que esa parte del informe había sido preparada desde fines de 1961 y comienzos de 1962, cuando se creyó realizar el V Congreso; es decir, fue escrita antes de la discusión en el CC, cuando predominaba sin contrapeso la tendencia izquierdista. Después, solo se agregaron nuevos capítulos a aquel mismo texto haciéndole apenas pequeñas correcciones, pues se consideró que la “línea trazada por el Pleno Ampliado del CC en abril de 1961 seguía siendo justa en lo fundamental”. Después del Congreso solo se organizó el estudio por el partido de su parte económica, a tono con la idea de que la economía determina de un modo rígido a la política y de que la lucha económica era lo principal y fundamental.

Nuestros errores izquierdistas se achacaron en gran parte a la debilidad teórica y en este punto se concluyó que el aspecto principal de dicha debilidad consistía en la falta de dominio de la teoría económica marxista, menospreciando la ignorancia que teníamos de la teoría leninista de la revolución, de su profunda lucha ideológica contra el oportunismo de derecha, el economismo, el revisionismo, etc. Y contra el izquierdismo.

Al final del Informe al V Congreso de decía, en efecto:

“En la tarea de educar ideológicamente a nuestro partido tendrá que jugar el papel principal el dominio de la teoría económica marxista y del conocimiento de la realidad nacional. Por aquí es donde ha estado nuestra mayor debilidad teórica”.

En efecto, así estuvo orientado el programa de estudio de la Escuela de Cuadros Intermedios que creamos después del Congreso.

Al hacer el balance de la aplicación de la línea del V Congreso, el Informe del CC al VI Congreso dice con gran justeza lo siguiente:

“La línea trazada por el V Congreso se presenta así como una línea multifacética y completa. Sin embargo, en los esfuerzos por corregir la mencionada unilateralidad que constituía un evidente error izquierdista siendo nuestro partido débil ideológicamente y teniendo una composición social marcadamente inclinada hacia la pequeña burguesía, en el mismo proceso de elaboración de la línea que después aprobó el V Congreso, se produjo una tendencia a incurrir en errores del tipo contrario. Nuestra actividad durante los dos primeros años siguientes al Congreso demostraron en la práctica que esa era la tendencia surgida del proceso de lucha ideológica habida dentro del Comité Central anterior”.

Y más adelante dice:

“En 1964-65 continuaba el reflujo iniciado a fines de 1962, y tales condiciones, dificultaban la aplicación de la línea trazada por el V Congreso. Esa línea encerraba cierta tendencia a unilateralizar el trabajo en el sentido de la lucha económica reivindicativa, la cual, unido a las condiciones del reflujo hizo que durante esos dos años desapareciera de nuestra parte, casi totalmente, la agitación política y la lucha política de masas.”

Las orientaciones del V Congreso no nos prepararon para enfrentar las tareas políticas que surgían con la nueva situación, a pesar de que ésta se encontraba ya configurada cuando el Congreso se reunió.

La salida de aquella crisis coyuntural (1958-62), vino ligada a modificaciones en el modelo estructural: el carruaje de la economía nacional, hasta entonces montado sobre la rueda única de la agro-exportación, adquiriría su segunda rueda, la industria vinculada al Mercado Común Centroamericano y dominada crecientemente por las transnacionales. De este modo se diversificaba pero también se hacía más dependiente.

Estas modificaciones estructurales no sólo acarrearon el cambio de las inmediatas condiciones políticas, sino también hondas transformaciones en la composición clasista de la sociedad que prepararon cambios aún más grandes en las posteriores condiciones para la lucha política en nuestro país.

Con la salida de la crisis económica y el fin del flujo de la lucha de masas desde fines de 1962, el gobierno del Coronel Rivera se consideró firmemente consolidado y, como una necesidad del nuevo proceso de desarrollo del capitalismo dependiente, dispuso la reforma de la Ley Electoral para conceder la representación proporcional en la Asamblea Legislativa, la misma por la que habíamos luchado en 1960 junto a las demás fuerzas democráticas, contra Lemus. Esta reforma política, el cese de la represión y la implantación de un clima de tolerancia, estimularon grandemente la actividad de los partidos políticos legales y las actividades legales de sectores democráticos en otras esferas. En fin de cuentas, esas reformas forzaron el desplazamiento del centro de la lucha política al terreno legal, sacándolo de la arena ilegal donde estuvo principalmente situado desde la resistencia a la represión desatada por el gobierno de Lemus en agosto de 1960, con la sola interrupción de los 100 días de vida de la Junta de Gobierno que lo derrocó.

La característica principal de esta nueva situación consistía en que la lucha electoral pasaba a ser la forma preponderante de la lucha política. Es esta una tendencia ajena a nuestra voluntad, que surgió sin nuestra previsión y se nos impuso. El V Congreso no nos preparó para ello.

El Informe del CC ante el VI Congreso, al analizar aquel momento y la conducta de nuestro partido frente al mismo, hizo las siguientes apreciaciones y señalamientos, que nos parecen enteramente justos:

“En 1963 se produjo la reforma de la Ley Electoral que permitió la representación proporcional en la Asamblea Legislativa y el PDC se lanzó a la “revolución cristiana” y por la “revolución de los pobres”. Las elecciones de marzo de 1964 se realizaron cuando nos encontrábamos en los preparativos finales para el V Congreso y cuando habían culminado ya las agudas discusiones en el anterior Comité Central. El evento electoral nos encontró sin una orientación política clara. No sabíamos que debíamos hacer en el terreno de la lucha política abierta y legal. Tuvimos que improvisar una posición frente a las elecciones y, como no podía ser de otro modo a causa de nuestra incompleta línea general, llamamos a votar contra el gobierno, lo cual tendía a favorecer a la democracia cristiana. Nuestra participación en las elecciones para diputados y munícipes en marzo de 1966 fue también el resultado de una discusión y una preparación tardía de parte de la Comisión Política y del Comité Central, pero tuvo el mérito de obligar a todo el Partido a analizar mejor la necesidad de su participación activa en la lucha política, poniéndolo sobre el camino de subsanar el vacío que se había creado durante 1964 y 1965. Además, nuestra participación en 1966, pese a los pobres resultados que obtuvimos, nos preparó para evaluar la situación, nos permitió conocer mejor el pensamiento de las masas y trazarnos planes acertados para nuestra participación en las elecciones presidenciales de 1967.”

Así, tardamos dos años en incorporarnos a la lucha política legal, como lo exigían las nuevas condiciones. Este retraso nuestro abrió al PDC, fundado en 1960, el espacio que no había podido abrirse con su participación en la mascarada que fueron las llamadas elecciones para la Asamblea Constituyente de diciembre de 1961, realizadas en las condiciones de la represión.

Nuestra participación en la campaña electoral presidencial de 1966-1967 fue la primera muestra de que comenzábamos a dominar esta forma de lucha y a ponerla al servicio de la causa democrática antiimperialista. Refiriéndose a esta memorable jornada, el Informe al VI Congreso dice:

“Sin duda alguna, nuestra participación en la campaña electoral y en las elecciones presidenciales de 1967 fue un acierto. La idea central de esa campaña consistió en llevar a las masas la conciencia de la necesidad de cambios profundos en nuestro país para resolver sus problemas sociales y políticos y en obligar a las demás fuerzas políticas a tomar posición sobre ese planteamiento. El eje de la propaganda durante la campaña estuvo en la difusión de la necesidad de una Reforma Agraria profunda, en los nexos causales de la concentración de la tierra en manos de la oligarquía, con los graves problemas de la injusta distribución del ingreso nacional, del atraso cultural, de la desocupación, de la miseria y el hambre. Aunque el programa de la campaña comprendía también el problema de la dependencia económica y política, los planteamientos en torno de esta cuestión clave fueron muy poco difundidos durante la campaña. La campaña electoral que hicimos consiguió en amplia proporción sus objetivos: la conciencia de la necesidad de cambios, se difundió extensamente, pero sobre todo en las ciudades. Las masas del campo, que eran presumiblemente el destino de nuestra propaganda sobre la Reforma Agraria, no reaccionaron como se esperaba porque pudo más la campaña de atemorizamiento del enemigo y porque nuestros métodos de trabajo hacia el campo no eran los apropiados. La campaña nos deja en este sentido una valiosa lección.”

“Objetivo principal de nuestra campaña fue el de recobrar nuestra influencia entre las masas obreras de San Salvador y otros centros industriales que habían caído bajo la influencia de la democracia cristiana mediante su propaganda sobre la “revolución de los pobres” Este objetivo fue alcanzarlo no solo en San Salvador, sino también en Santa Ana y otras ciudades”.

“En conjunto, la campaña nos llevó a importantes avances y amplias bases de influencia para continuar avanzando. Esto se pudo notar aún antes de las elecciones, cuando en enero de 1967 se inició el movimiento huelguístico recesado casi absolutamente durante los 20 años anteriores. El despertar del proletariado urbano, cuya composición era mayoritariamente industrial (proletariado nuevo y joven de edad), indudablemente fue ayudado y alertado por nuestra gran campaña política, una de cuyos trazos más activos fue el que tendió hacia las fábricas”.

Pero estos progresos no fueron debidamente valorados y aprovechados. El sentimiento de frustración invadió al grupo de intelectuales aliados nuestros, sobre todo cuando el gobierno canceló el registro del PAR, vehículo legal de aquella campaña. Nosotros no supimos manejar bien nuestras relaciones con ellos en aquella situación.

“Un nuevo brote de izquierdismo comenzó a surgir en nuestras filas, manifestándose después de la huelga obrera general de abril de 1967, como una tendencia voluntarista a promover la huelga de hecho bajo la consigna de que cada una de ellas debía ser respaldada por una huelga general, independientemente de si las condiciones eran o no favorables para ello.

Ese fue el esquema que siguió la huelga de panificadores en septiembre de 1967 y marcó el inicio de las discrepancias internas en el Partido.

Luego, cuando se realizaba la primera huelga de los maestros a comienzos de 1968 y fue reprimida la huelga obrera que intentamos en apoyo de éstos, siendo asesinados los compañeros Saúl Santiago Contreras y Oscar Gilberto Martínez, los izquierdistas se declararon enemigos de la participación en las elecciones, considerándolo una “traición a los intereses del proletariado”; mientras el gobierno hacía todo de su parte para impedir que nos volviéramos a abrir paso a la arena política legal y presentáramos batalla. La posición izquierdista tenía su principal representación en la dirección del CC y las agudas discusiones que esto provocó en su seno, impusieron al Partido una línea contradictoria e inestable frente a las elecciones de marzo de 1968: un Pleno del CC acordaba participar y luego venía otro que ordenaba realizar el boicot a las elecciones. Los izquierdistas alegaban que los maestros en huelga y los obreros golpeados por la represión “veían con asco las elecciones”.

El mayor beneficiario de esta conducta confusa de nuestro partido fue el nuevo PDC que, sin haberse jugado en apoyo a los huelguistas, convirtió en votos su descontento contra el gobierno y el de las masas que les daban apoyo, golpeadas por la represión. Resultó que los huelguistas no sentían asco por las elecciones, sino que las tomaron como un canal para manifestar su condena contra el régimen. La democracia cristiana obtuvo entonces la votación más alta que ha registrado en toda su existencia en el país, alcanzando 21 diputados (más del tercio de la Asamblea) y más de 70 alcaldías donde habitan más de dos tercios de la población nacional, incluyendo entre ellas San Salvador, Santa Ana y San Miguel.

Los izquierdistas, sin embargo, no reconocieron sus errores voluntaristas en el movimiento huelguístico ni respecto a las elecciones.

Apoyándonos en nuestro logros con el movimiento fuarista en la Universidad, ayudamos decisivamente a llevar a su dirección en 1962, un equipo de intelectuales progresistas y, junto con ellos, emprendimos un vigoroso movimiento de reforma universitaria.

El contenido de la enseñanza universitaria y sus métodos fueron modernizados, en medida considerable y comprometida con las posiciones democráticas antiimperialistas y de izquierda en general. El número de estudiantes se multiplicó varias veces; fueron abiertos los centros universitarios de occidente y oriente; fue derrotada por largo tiempo la influencia del anti-comunismo en la Universidad y ésta devino en un centro de difusión de las ideas progresistas incluso del marxismo-leninismo, y un punto de apoyo moral y material para el movimiento popular.

De 1968 en adelante comenzaron a perfilar en la Universidad grupos de estudiantes y docentes que abrazaban las posiciones izquierdistas en boga en América Latina de aquellos años. Uno de esos grupos se había desplazado desde las posiciones social cristianas. Pronto se les unirían algunos elementos desprendidos de la Unión de Jóvenes Patriotas (que era la Juventud Comunista en embrión) y, después, a comienzos de 1970, se desprendería de nuestro Partido la fracción izquierdista, que arrastró a otros cuadros de UJP y encontró en la Universidad una de sus principales bases de apoyo social y político para su crecimiento.

Durante 1964 y 1965, nos empeñamos en sacar al movimiento sindical clasista del lamentable estado de debilidad en que había caído; venciendo no sólo las dificultades que nos oponía la actividad divisionista y anticomunista del enemigo, sino también las viejas costumbres de pensamientos sectarios y métodos artesanales en nuestros mismos cuadros sindicales, se logró fundar la FUSS a fines de 1965, incluyendo a los pocos sindicatos (en su mayoría de obreros artesanales) que aún agrupaba la combativa CGTS y a muchos otros que se habían mantenido sin afiliarse a ninguna central y que principalmente agrupaban obreros de la industria. Más tarde, buscando organizar las 3 federaciones que exige la ley como mínimo para constituir legalmente una confederación, organizamos la FESTIAVTSCES.

En el seno de nuestros cuadros de la FUSS-FESTIAVTSCES se configurarían más tarde, en el marco del movimiento huelguístico de 1967-1968, las dos tendencias que entraron en aguda lucha: la izquierdista y la economista.

En 1966, se organizó la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños (ANDES 21 de Junio), agrupando prácticamente a todos los maestros de enseñanza primaria y media dependientes del Estado en nuestro país. A la formación de esta importante organización dio un decisivo aporte nuestro Partido; bajo cuya orientación había sido organizado el frente magisterial revolucionario durante la lucha contra Lemus, la Federación Magisterial Salvadoreña, durante los 100 días de la Junta, la Columna Magisterial del FUAR en 1961.

Las dos grandes huelgas de ANDES (1968 y 1971), conmovieron fuertemente al país, fueron centros promotores de una vasta politización y reagrupamiento popular contra el régimen, que facilitó la creación de la UNO. La huelga de ANDES en 1971 acerca al gobierno de Sánchez Hernández a la crisis que se precipitó con su pérdida de las elecciones presidenciales y el alzamiento militar frustrado del 25 de marzo de 1972.

Las luchas de ANDES, que incorporaron a la acción a ese numeroso sector de las capas medias, crearon también en sus filas favorables condiciones para que la corriente izquierdista, organizada desde 1970, encontrara terreno para hundir raíces.

El 14 de julio de 1969 se produjo la guerra contra Honduras. Era el resultado de las contradicciones engendradas en el Mercado Común Centroamericano, por los grandes contrastes y desequilibrios que acarreó a esta región la industrialización seudo-integracionista, dominada por los monopolios imperialistas, norteamericano principalmente; y la consecuencia también del brusco agravamiento del problema agrario en Honduras y El Salvador, cuyos gobiernos inútilmente habían pretendido soslayar.

Frente a la guerra contra Honduras, la Dirección del Partido cometió serios errores. En un comienzo del conflicto la CP se orientó bien, condenando y rechazando la posibilidad de la guerra, su contenido reaccionario y anti-popular, por ambos lados, promoviendo al Partido a realizar un gran esfuerzo por llevar a las masas esta orientación; pero luego se dejó confundir por la maniobra del gobierno de Sánchez Hernández, que se presentaba como partidario de un arreglo pacífico, frente al gobierno hondureño de López Arellano, que, con las expulsiones masivas de campesinos salvadoreños, surgía como “el principal provocador del conflicto”.

Confundidos ante la situación apoyamos la idea de que algunas organizaciones de masas guiadas por nosotros asistieran a la convocatoria de Sánchez Hernández para constituir un “Frente de Unidad Nacional” que buscaría preservar la paz”. Una sola de tales organizaciones (AGEUS), estuvo a tiempo para asistir a la primera reunión en Casa Presidencial; y ninguna asistió a otra reunión más. Al percibir que el “Frente de Unidad Nacional” tenía en realidad la finalidad de apoyar al gobierno para realizar la guerra, nos retiramos de inmediato y constituimos el Frente de Unidad Popular, que levantó la bandera de la paz.

Pero el chauvinismo había comenzado a influirnos y se dejó traslucir en nuestra Declaración, donde fijábamos posición. Aunque nos pronunciamos por la paz, dijimos allí también, que llamaríamos a defender la integridad territorial en caso de ser agredido el país, lo cual, aparte de que reflejaba una falsa apreciación de la situación, que nos bajaba la guardia a nosotros y a quienes nos rodeaban, ya que era el régimen salvadoreño el que se preparaba para agredir a Honduras y no al revés, significaba una posición ideológica extraña al proletariado revolucionario, capaz de conducirnos al abandono total de la justa posición en cualquier momento.

El gobierno de Sánchez Hernández realizó antes de la agresión la simulación de ataques de la aviación hondureña en la frontera y ello hizo estallar súbita y virulentamente el chauvinismo en la masa estudiantil y docente de la Universidad. Nosotros no luchamos con firmeza contra esa posición y, aunque no la apoyamos abiertamente, le cedimos paso.

Cuando la agresión a Honduras se produjo el 14 de julio de 1969, estalló en nuestro país una ola de chauvinismo de masa, apoyándola. La motivación principal que movía a las masas a adoptar aquella postura era la expulsión masiva y grosera de campesinos salvadoreños de Honduras durante las semanas anteriores, su identificación con ellos, como sector popular agredido. El ejército salvadoreño surgía así ante sus ojos como “defensor del pueblo”, cuando marchó contra Honduras.

Esta masiva reacción chauvinista popular impacto muy fuertemente sobre nosotros y la CP acordó cesar la campaña contra la guerra que veníamos desarrollando por medio de mítines y asambleas obreras, en San Salvador, Santa Ana y otras cabeceras departamentales, hasta pocas horas antes de producirse la agresión. Al mismo tiempo, ordenó la CP a las bases procurar incorporarse a los organismos de “Cruz Roja” y otros de la llamada “Defensa Civil”, con el objeto de estar en condiciones de orientar a las masas oportunamente.

No salimos en ningún momento a dar apoyo a la agresión y la CP se propuso retomar poco a poco la ofensiva de denuncia contra ella, “en la medida que las condiciones lo permitieran, pero estas vacilaciones y errores de principio inhibieron al Partido de realizar la acción orientadora que le correspondía y muchos elementos simpatizantes y aún algunos militantes nuestros (incluido un miembro de la CP, que ya no es militante del Partido desde 1970), se embarcaron en darle apoyo a la agresión.

Hay que decir claramente que en la CP no hubo unanimidad al acordar esos pasos. Hubo quienes se mantuvieron firmes en la justa posición de principio.

Los errores que cometimos frente a la guerra contra Honduras, lo mismo que la tolerancia de la dirección ante la corriente economista y burocrática en el frente sindical, fueron sin duda factores que contribuyeron a alimentar la corriente izquierdista. A pesar de que un Pleno Ampliado del CC con participación de los izquierdistas, reconoció y condenó los errores cometidos frente a la guerra, éstos no se dieron por satisfechos y pasaron a organizar formalmente su fracción y a trabajar por dividir al partido. La frustración de ese empeño, los llevó luego a renunciar del Partido y retirarse de nuestras filas a formar su propia organización.

Nuestro partido, utilizó su participación en las elecciones de diputados y alcaldes de marzo de 1970, para realizar una campaña de esclarecimiento a las masas sobre las verdaderas causas y el carácter reaccionario de la guerra contra Honduras. Esta tarea fue llevada a cabo por medio de decenas de mítines (mas de 50), del “Partido Revolucionario 9 de Mayo” (PR9M), sucesor del PAR encabezado por nosotros y al cual le fue rechazada su solicitud de registro.

III

Cuando se realizó nuestro VI Congreso, la crisis estructural del capitalismo dependiente de nuestro país estaba entrando en su fase madura, iniciada con la guerra contra Honduras (julio de 1969) y la quiebra consiguiente del sistema institucional del Mercado Común Centroamericano. En el terreno político, se había iniciado, desde 1967, con la cancelación del PAR, el cierre de la “apertura democrática limitada”, realizada por el gobierno del Coronel Julio Adalberto Rivera en 1963-1964.

La dictadura militar derechista se encontraba entonces en vísperas de precipitarse en la aguda y profunda fase actual de su crisis, como sistema de dominación; aunque sus jefes, embriagados por la acogida masiva del ejército en San Salvador, a su regreso de la agresión a Honduras, más bien veían su régimen “rejuvenecido” por la guerra, supuestamente apto para seguir adelante con todo el viento de la historia a favor.

Las fuerzas democráticas de nuestro país buscaban en 1970-71 nuevos esquemas tácticos y estratégicos que culminaría con un reagrupamiento general.

La Iglesia Católica en nuestro país iniciaba su viraje hacia las posiciones progresistas y una parte de su clero se desplazaba hacia el compromiso directo con el movimiento popular.

Surgían nuevas organizaciones revolucionarias postulando y emprendiendo la acción armada, afectadas por concepciones izquierdistas (1970).

En esa situación fue que nuestro Partido elaboró una táctica cuya aplicación culminaría en 1977 y que ejerció una influencia decisiva para la polarización de las fuerzas políticas, y el desencadenamiento de la gran crisis en que se encuentra la tradicional dictadura militar derechista.

Aunque con un retraso de 10-15 años, la fase madura de la crisis estructural de los países centroamericanos, y en particular de El Salvador, nos puso en concordancia con la fase similar en que se encontraba la mayoría de países de Sur América desde los años finales de la década de los 50.

El documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General del PCS”, que se encuentra sometido a las consideraciones de este Congreso, hace un análisis profundo de esta situación. De allí tomamos algunos señalamientos y enfoques que son fundamentales:

“El Salvador, sufre esta profunda crisis estructural, característica de los países capitalistas dependientes de un desarrollo medio y al mismo tiempo, una profunda crisis de su sistema político; está así en crisis el capitalismo dependiente “salvadoreño” como sistema entero, su base y superestructura; su sistema de relaciones económicas, su sistema político y jurídico, las formas ideológicas dominantes tradicionales”.

“Es esta crisis de la formación social entera la que constituye la base material y política de la actual situación histórica, que vive nuestro país, cuyo atributo principal consiste en que la revolución es ahora una posibilidad objetiva real y no solo un buen deseo de los revolucionarios.”

“Pero esta etapa histórica también puede desembocar en una salida que imponga al país la continuidad del curso capitalista dependiente de evolución: Esta es también una posibilidad real, que solo la revolución podría impedir.”

“La salida de la crisis estructural hacia la continuación del curso capitalista de evolución, sería sólo un paliativo a la profunda crisis del capitalismo dependiente “salvadoreño”, no su definitiva solución”.

“Entre la crisis del sistema político y la crisis del sistema de las estructuras económico-sociales existe una interacción dialéctica: la una agrava a la otra, el alivio de una alivia a la otra, pero al mismo tiempo que hay interdependencia armónica entre ambas, existen contradicciones y también una autonomía relativa entre ellas:”.

“Ilustra muy bien la existencia de estas contradicciones y autonomía relativa, la experiencia centroamericana:

“Los tres países de nuestra región donde ha imperado tradicionalmente un sistema político autoritario (El Salvador, Nicaragua y Guatemala), son también aquellos donde la crisis del sistema político se ha vuelto mas aguda y ha conducido a una mayor polarización de las fuerzas; mientras que en Costa Rica, donde la democracia burguesa es tradicional, ha demostrado ser esta un marco suficientemente flexible para albergar el juego de las tendencias emanadas de la crisis estructural (en esencia, la misma que sufre toda Centroamérica), ora inclinando el timón del Estado hacia el “centro” y en ciertos momentos, incluso, hacia el “centroizquierda “, ora hacia la derecha, pero sin que todavía el enfrentamiento político haya adquirido – desde la guerra civil de 1948- un grado crítico de agudeza y polarización. Así, pues, Costa Rica sufre de crisis estructural, pero no vive una crisis del sistema político.”

“Puede también traerse a cuento el caso de Honduras, donde en diciembre de 1972 fue roto el modelo tradicional del sistema político bipartidarista, por el golpe militar reformista. Se originó así, una situación en la que, a pesar de la falta de juego electoral, imperó un clima de tolerancia que admitió durante 5 años la pugna de las tendencias de solución a la crisis estructural, sin provocar una extrema agudización del conflicto político. Cuando la flexibilidad del sistema político abierta en diciembre de 1972 agotó sus posibilidades reales, con la frustración (en todo lo principal), del proyecto reformista condensado en el “Plan Nacional de Desarrollo”, se inició en 1975-77 un período de inestabilidad del gobierno, empezó a clausurarse la tolerancia, apareció la garra de la represión sobre el movimiento obrero y popular, se intenta restaurar el sistema político tradicional bajo la supremacía del Partido Nacional –el ,mas conservador y antidemocrático- y así la crisis política toca de nuevo a la puerta de ese país.”

“La Lógica de estas realidades y experiencias centroamericanas apunta a esta conclusión: la democracia podría sacar al sistema político de su crisis, aliviar la crisis de la formación social en conjunto, alejar el peligro de revolución y facilitar la continuación por la ruta capitalista dependiente de evolución. Sin embargo, excepto Costa Rica, donde la democracia tiene hondas raíces históricas, en los demás países del istmo, la democratización es una tarea sumamente difícil y riesgosa para las clases dominantes: puede desatar y agudizar mucho sus propias contradicciones internas, ya que es imposible su unanimidad en torno a un proyecto de esta clase; puede encontrar tozuda resistencia de parte de las jefaturas militares, usufructuarias por décadas del privilegio de gobernar. Y puede facilitar la organización y la acción de las grandes masas trabajadoras, ahora marginadas del ejercicio de la libertad por la continua represión, ampliándose y agudizándose aún más la lucha de clases, en pos de las radicales transformaciones estructurales.”

Veamos más de cerca los problemas e interacciones de la crisis estructural y del sistema político en El Salvador.

a) En el marco de la crisis estructural y política y el estancamiento económico, ha tenido lugar un fuerte incremento de la actividad financiera especulativa, principalmente en derredor de la industria de la construcción y las inversiones turísticas, ha adelantado el aburguesamiento de los latifundios y la proletarización de los campesinos, ha adelantado el proceso de fusión entre el capital bancario, industrial, comercial y agro-exportador, configurándose una oligarquía financiera, monopolista, “modernizante”, cada vez mas entrelazada con las transnacionales imperialistas y sumamente poderosa; ha crecido considerablemente la esfera del capitalismo de Estado, pero casi únicamente en los servicios y las finanzas.

La oligarquía financiera, las sucursales de las transnacionales y la alta jerarquía militar, constituyen hoy el núcleo principal del bloque de poder. La burguesía agro-exportadora y terrateniente, una parte de la cual se ha fundido dentro de la oligarquía financiera, sigue ejerciendo fuerte influencia sobre ella, como pudo verse durante el enfrentamiento que suscitó la “Transformación Agraria”.

b) La pugna por imprimir una salida burguesa a la crisis estructural del capitalismo dependiente de mediano desarrollo, incluye tendencias económicas que en nuestro país son contradictorias, al menos en sus inicios: por un lado, la tendencia al capitalismo monopolista de Estado dependiente, que amengüe el papel del capitalismo privado y por el otro la tendencia al fortalecimiento del sector capitalista privado, alrededor de la oligarquía financiera y de las sucursales de las transnacionales, el cual se opone al incremento del control estatal sobre la economía.

Esta segunda tendencia (la privada) ha resultado hasta hoy más poderosa en nuestro país y ello trae implícito cierto recorte al autoritarismo estatal en la esfera económica que, en el fondo, es un obstáculo para un avance fácil y rápido hacia la configuración del Estado Fascista, como una parte del bloque de poder lo desea”.

c) “El Estado ha experimentado un rápido endeudamiento externo, sin que éste le haya servido para adelantar su participación en la esfera productiva, porque tal participación es rechazada por las mismas clases dominantes a las que sirve la dictadura militar derechista”.

“Las pequeñas reformas agrarias no ha sido posible realizarlas, porque fueron bloqueadas por el sector más reaccionario de la oligarquía financiera, por la burguesía agraria y los terratenientes”.

“Las transnacionales imperialistas han acrecentado sustancialmente su dominio sobre la industria y la economía nacional en conjunto, pero el volumen de sus inversiones ha estado muy lejos de lo esperado y de lo requerido para romper el estacionamiento de la industrialización”.

“El ritmo y el volumen de la inversión privada interna has sufrido una grave disminución desde 1977”.

“Todo esto ha agravado la crisis estructural y forzado la dependencia del financiamiento imperialista, de lo cual se derivan mas dificultades económicas y políticas, puesto que la concesión de dicho financiamiento se vincula, hoy por hoy, a las pautas y maniobras aperturistas del gobierno norteamericano en Centro América”.

d) “Así, pues, se encuentran estancados los propósitos principales pendientes a poner en marcha un nuevo modelo de desarrollo capitalista dependiente, postulado desde 1970 por la política económica oficial”.

“Al fracaso sufrido hasta hoy en la construcción de los pilares del nuevo modelo económico, han contribuido también la crisis económica del mundo capitalista (inflación, saltos en los precios del petróleo y devaluación del dólar especialmente) y la crisis política nacional, que ha alejado la inversión foránea y ha provocado la huída masiva del capital local. El retraso en romper el impase económico repercute, a su vez, agravando la crisis del sistema político.”

“Resolver la crisis del sistema político ha pasado a ser la cuestión clave, ya sea para dar una salida paliativa o una solución real a la crisis estructural, a la situación histórica en conjunto. Para las masas trabajadoras y populares, la solución no puede comenzar si no con el derrocamiento de la dictadura militar derechista y la instauración de poder revolucionario democrático antiimperialista; para las clases dominantes conseguir un paliativo comienza, necesariamente, con la introducción de modificaciones en el sistema político de la dictadura militar, el cual a su vez, busca angustiosamente su salvación”.

“Los sectores mas reaccionarios de la oligarquía financiera, más vinculados a la esfera del capitalismo de Estado, mayores beneficiarios de la misma; el sector mas reaccionario de las transnacionales que operan en el país, de los terratenientes y los militares, han estado empujando a la dictadura militar a convertirse en un régimen fascista moderno, que patrocina y garantiza el paso a la fase monopolista de Estado del capitalismo dependiente”.

“Otros sectores de las clases dominantes, coincidiendo con la orientación trazada por Washington, se inclinan a favor de ensayar con una maniobra aperturista, con la cual esperan disminuir la agudeza de la lucha de clases, normalizar el funcionamiento de la economía, incentivar las inversiones y marchar gradualmente, hacia la fase monopolista desplegada del capitalismo dependiente”.

“Aunque la alternativa fascista no ha podido realizarse plenamente, porque encara graves obstáculos ante todo el desarrollo y el ascenso del movimiento revolucionario, -la agudización de la lucha de clases -, es la que se aviene más con el carácter y tradiciones de la dictadura militar”.

“La dictadura militar derechista salvadoreña nació portando el germen de su propia crisis: se instauró como un régimen de excepción, en un momento también excepcional (el de la situación revolucionaria de 1931-32), y debía abandonar la escena una vez alejado el peligro de la revolución.”

“Los intereses del desarrollo “modernizante” del capitalismo dependiente requerían de un régimen político distinto, propio para los tiempos “normales”, “evolutivos”; pero el régimen de excepción se perpetuó a contra pelo de esta necesidad, como sistema político permanente. Este contrasentido tenía que chocar, y chocó, con las tendencias y necesidades del desarrollo capitalista y del desarrollo social en general; por eso hubo de realizarse en el pasado reparaciones y reajustes en el modelo de la dictadura militar, para salvarla. Pero esos reajustes sólo aplazaron su colapso, no han superado su crisis congénita.”

“De nuevo el país se avoca a las cercanías de otra situación revolucionaria y ello pareciera justificar para las clases dominantes la existencia de un régimen de excepción y avalar su fascistización; pero la dictadura militar derechista llega a este momento sumamente desgastada por 45 años de existencia postiza y, encomendada a ella, el fascismo no ha podido establecerse aquí de un modo eficientemente avasallador, como en Chile o Uruguay”.

“Es por eso que, en un momento en que las clases dominantes necesitan nuevamente de un régimen de excepción, se forman entre ellas grupos que prefieren ensayar con una maniobra “aperturista”, en vez de arriesgarse a que el desgaste y profundo desprestigio nacional e internacional de la vieja dictadura militar, favorezcan la victoria de la revolución. En esto hay, desde luego, un contrasentido, que ilustra la contradictoria y hasta incongruente conducta, que la crisis de la formación social impone a las clases dominantes”.

IV

Compañeros:

Como todos sabemos, después del VI Congreso dio comienzo un período en el que nuestro Partido mantuvo en el centro de su atención y de su actuación política la construcción y consolidación del frente único de las fuerzas democráticas y la utilización de las elecciones.

A lo largo de los nueve años transcurridos desde entonces, esta táctica nuestra alcanzó sus logros máximos, pero en febrero de 1977 llegó al tope de algunos de sus aspectos principales y hubo de ser modificada.

Este Congreso, el VII, tiene así la oportunidad de hacer el balance de la aplicación de esta táctica, examinar las modificaciones introducidas en abril de 1977 y evaluar la marcha de su cumplimiento durante los últimos dos años.

En 1970-71, nuestro Partido consideró que, desde un punto de vista político práctico, no solo no estaban agotadas o cerradas las posibilidades de utilización revolucionaria de la lucha legal en general y electoral en particular, sino que era, de hecho, imposible resolver los principales problemas y tareas políticas que la vida nos planteaba, sin trazar un táctica basada en la participación electoral.

Echemos un vistazo sobre las condiciones de entonces y sobre los problemas y tareas políticas que surgieron entre nosotros:

a) Las elecciones de diputados y alcaldes de marzo de 1970, a 8 meses de la guerra contra Honduras, arrojaron un sustancial fortalecimiento de la influencia del gobierno y el ensanche de su base social de apoyo como resultado de que pudo atraerse masas trabajadoras y de las capas medias confundidas aún por la marea chauvinista.
b) En las filas militares, en los equipos de tecnócratas y políticos civiles del régimen tomaba cuerpo una corriente reformista, que tendía a agruparse alrededor de una plataforma basada en la realización de alguna modalidad de reforma agraria democrática, la elevación del paso del Estado a niveles determinantes en ramas importantes de la producción, en el sistema financiero y en la conducción económica general del país. Sobre el logro de dicho objetivo, los reformistas planeaban recortar el rol hegemónico de la burguesía agro-exportadora y los terratenientes, adoptar medidas de mejoramiento social y asumir rasgos populistas en la conducción política del país. Tal era la respuesta reformista a la crisis estructural y del sistema político.
c) Por aquel tiempo tenía lugar en varios países latinoamericanos la experiencia de los gobiernos militares reformistas y, en diversos grados, antiimperialistas (Perú, Panamá, Bolivia, Ecuador); empezaba a moverse Venezuela hacia la recuperación de su riqueza en hierro y petróleo bajo el gobierno democristiano de Caldera; en México gobernaba Luis Echeverría, con su política “tercermundista” y de acercamiento a Cuba; en el Caribe surgían a la vida independiente las colonias inglesas y sus gobiernos tendían a alinearse en las posiciones disidentes frente a Washington; en Chile se instalaba por la vía electoral el gobierno de la Unidad Popular encabezado por Allende, por un programa que proclamaba ser una primera fase en marcha hacía el socialismo; en Argentina se cuarteaba la dictadura militar de Onganía y, con Lanusse, buscaban una salida democrática a la situación nacional y, en lo internacional, avanzaba la tesis de Allende del derecho de América Latina al pluralismo ideológico de sus gobiernos; en Costa Rica gobernaba el socialdemócrata Partido de Liberación Nacional; y, finalmente, la OEA se precipitaba en la crisis como instrumento de dominación del imperialismo yanqui, se derrumbaba el bloqueo diplomático contra Cuba impuesto por ésta.

En dos palabras, una ola de reformismo, populismo, antiimperialismo y revolución bañaba nuestro continente y formaba un clima favorable a la incubación de la tendencia reformista en el Estado Salvadoreño, aunque, en realidad, nunca llegó a ser ésta, ni podía ser, verdaderamente poderosa en nuestro país, por las razones que ya hemos expuesto al analizar la crisis de la formación económico-social.

d) El PDC salvadoreño, uno de los 3 de su género que en América Latina contaba con el arrastre electoral suficiente para acceder al gobierno, vio derrumbarse sus expectativas para las elecciones presidenciales de 1972, cuando el Partido oficial logró arrebatarle en 1970 la mayor parte de las alcaldías más importantes del país ganadas en 1968 y reducirle su fracción parlamentaria.

Debilitando el PDC, vacilaba su dirigencia entre ir a un pacto con la dictadura militar para presentarse con un candidato común a las elecciones presidenciales de 1972 y gobernar juntos al servicio del esquema reformista, o involucrarse en una alianza con las fuerzas de izquierda para recuperar sus posibilidades de conquistar la presidencia de la República en 1972 o en las elecciones siguientes.

Gran parte de los activistas y cuadros intermedios del PDC se encontraban ya, de hecho, involucrados en la unidad de acción con la izquierda, principalmente durante las jornadas de apoyo a la segunda huelga de ANDES y también ellos recibían una cuota de la represión.

La base organizada y la base de apoyo político del PDC, se componía de amplios sectores asalariados de las capas medias y otros sectores de las mismas (empleados, maestros, artesanos, vendedoras, pequeños y medianos empresarios, profesionistas, técnicos, ejecutivos de la empresa/privada, tecnócratas, etc.); por pequeños grupos obreros; por nutridos conjuntos de campesinos medios y grupos relativamente numerosos de asalariados agropecuarios y campesinos pobres.

Estaba muy claro en aquellos días, que debíamos encarar y resolver estas interrogantes principales:

¿Cómo reagrupar en aquellas condiciones existentes a las masas políticamente activas y levantar, así, de nuevo la bandera democrática, popular y antiimperialista como una alternativa real y no sólo propagandística?

¿Podríamos cumplir esa tarea con el PDC?

¿Debíamos permanecer indiferentes ante la posibilidad de que ese partido pactara con la dictadura militar y la ayudara a postergar su crisis, confundiendo a cientos de miles de trabajadores y elementos de las capas medias?

Al estudiar las posibilidades reales de desenvolvimiento del reformismo en América latina y El Salvador, en particular, el Pleno del CC celebrado en octubre de 1970, hizo esta conclusión, que resultó confirmada por la marcha de los años siguientes:

“En estas condiciones (que, además, no pueden ser otras, dada la naturaleza misma del capitalismo latinoamericano), el reformismo que es un camino planeado para cerrar el paso a la revolución, se convierte, de hecho, a contrapelo de los cálculos y deseos de los reformistas, en el centro de conflicto en el seno de los gobiernos de las clases dominantes y de los ejércitos, es la fuente de grandes tensiones políticas. Entre tanto, la lucha de masas se acrecienta en muchos de nuestros países y, dentro del marco ya descrito, aún sus demandas reinvidicativas se convierten con gran facilidad en contienda de alcance político. El reformismo, de esta manera, se está transformando en un elemento que objetivamente ayuda a la madurez del proceso revolucionario, en vez de impedirle el paso como se lo han propuesto. Naturalmente, que el reformismo, en sí mismo, tiene esencia reaccionaria y sólo se convierte en elemento revolucionario a condición de que haya en marcha “un fuerte y bien orientado movimiento revolucionario de masas”.

Para el Comité Central surgió muy claro que la respuesta práctica a estas interrogantes, únicamente podía encontrarse participando en las elecciones y pactando con el PDC y otras organizaciones democráticas (en los hechos fue, además, solamente el MNR), una alianza política en torno a un programa que, en esencia, recogiera la bandera que levantamos con el PAR en 1966-67 y en torno a una candidatura presidencial única.

En el mismo Pleno en que, ya en 1971, el CC aprobó los términos en que nos encaminábamos a esa alianza, también decidió no disputar candidatura con el PDC, aceptar de una vez la de José Napoleón Duarte, eliminando así obstáculos para el entendimiento y concentrar nuestra atención en la demanda de la adopción de un programa bien orientado.

Concertar la alianza no fue asunto fácil; dentro del PDC todavía forcejaban los dirigentes que querían llevarlo a la formula “una personalidad independiente como candidato común con el gobierno”.

Las bases del PDC jugaron un papel decisivo a favor de las alianza que proponíamos nosotros y en esta posición unitaria suya habían influido mucho las batallas que libraron en unidad de acción con nuestras bases durante los meses anteriores y la campaña a favor de este entendimiento que nosotros realizamos en plaza pública por ese mismo tiempo. Es necesario consignar también, que los más destacados dirigentes y líderes del PDC, incluido el propio Duarte, se decidieron por la opción de la Unidad Popular Democrática en aquella encrucijada.

La fórmula del arreglo con el gobierno fue abrumadoramente derrotada en el PDC y así fue que, tras derrotar nosotros otras manipulaciones marrulleras para despojarnos del instrumento político legal del que nos habíamos logrado proveer, surgió la Unión Nacional Opositora (UNO).

Hoy, a casi 8 años, el CC considera que aquel fue un notable acierto político de nuestro Partido. A las luchas electorales de la UNO está sin duda vinculado, más a que a nadie y a nada, el aislamiento político nacional y la condena internacional a que se llevó al régimen, el debilitamiento profundo del partido oficial, la reagrupación de la mayoría del pueblo en su contra y la polarización absoluta del enfrentamiento político en nuestro país. No es posible imaginar hoy ninguno de los rasgos de la situación política actual, sin esas premisas que sentaron las vastas movilizaciones de masas; la penetrante y convincente agitación y propaganda, la masiva promoción de activistas y organización de comités de apoyo, etc., realizadas durante las campañas electorales de la UNO, especialmente, en la última campaña presidencial, la huelga política, la enorme movilización y las acciones insurreccionales de la semana siguiente al día de las elecciones.

Durante estos años, todo nuestro Partido y la JC realizaron minuciosos balances de cada una de esas campañas, incluida la última.

Las principales conclusiones y análisis de esta experiencia las hemos divulgado entre las masas, a la opinión pública nacional e internacional. El documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General”, también recoge dichas conclusiones. No creemos por eso necesario volver aquí sobre ello.

Únicamente vamos a analizar ciertos aspectos del desarrollo de nuestra táctica durante las luchas de la UNO y de su influencia ideológica sobre nosotros:

Primero: Cuando en 1966 iniciamos nuestra participación en las elecciones, veíamos en ello exclusivamente un medio para llegar a las más extensas masas, incluso a las más atrasadas políticamente, con la propaganda de nuestras ideas y orientaciones y menos apreciamos la importancia de convertir en votos la influencia, así lograda.

Era y sigue siendo justa la orientación de principio según la cual “nosotros no andamos a la caza de votos”, pero sólo si se le entiende en el sentido de que jamás renunciaremos a nuestros principios, ni nos plegaremos a las posiciones enemigas o demagógicas del ofrecimiento de ganguerías, con tal de conseguir votos. Pero nosotros absolutizábamos esta orientación, en el sentido de que de plano, a nosotros no nos interesaban ni debían interesarnos los votos.

Por eso no estábamos preparados en las elecciones presidenciales de 1972, para asumir, sería y eficazmente la responsabilidad de conducir a las masas a la lucha por hacer respetar su voluntad mayoritaria contra el descarado fraude y la grosera imposición que el gobierno se vio obligado a realizar. No habíamos reflexionado sobre la significación política concreta que tiene el hecho de que la mayoría del pueblo se pronuncie en las urnas en una dirección determinada. En tal caso, no basta con sentirse satisfecho por la propaganda realizada y la conciencia política de masas lograda; se vuelve absolutamente necesario, ineludible, ponerse a la cabeza de las masas para proseguir su lucha por alcanzar el poder. La votación nacional mayoritaria, pues, inmediatamente plantea las cosas en el terreno de la lucha por el poder.

Nosotros subestimamos los votos partiendo también de la premisa concretamente justa de que en las condiciones de las dictadura militar derechista de nuestro país, las elecciones no son una vía real de acceso al gobierno, y menos una vía para tomar el poder. Pero el problema no era ese, sino otro: las grandes masas, al expresar en las urnas su voluntad mayoritaria, se están pronunciando por alcanzar el poder, así lo entienden y están dispuestas a luchar por hacer respetar su voluntad y realizar su aspiración, exige que esa lucha se organice y se dirija firme y eficazmente.

El alzamiento militar del 25 de marzo de 1972 vino a demostrar paladinamente que la cuestión electoral, incluso en nuestro país, aunque por otros caminos y bajo otras modalidades, es también una cuestión de poder y no simplemente de propaganda. Tampoco estábamos preparados para actuar con agilidad y eficiencia cuando el alzamiento militar se produjo.

Así, pues, actuando dogmáticamente con las justas, puras y muy revolucionarias banderas del “anti-electorerismo”, de la condena de la “politiquería”, etc., también se puede, en las condiciones de la participación electoral, resultar haciendo involuntariamente el juego al enemigo.

Recogiendo esta enseñanza, nosotros, como es sabido, pasamos a considerar hasta el 28 de febrero de 1977, que la participación en las elecciones era un componente central de la vía hacia el poder. En consonancia con ello planeamos y ejecutamos nuestra táctica para las elecciones presidenciales de 1977.

Segundo: El alzamiento del 25 de marzo de 1972 y las experiencias de Portugal, de Etiopía y de otros países, vinieron a reafirmar la antigua reorientación marxista-leninista de que para la revolución es necesario ganar al menos una parte del Ejército. La lucha electoral demostraba en 1972 sus virtudes para la realización de esta tarea.

Esto nos llevó a analizar más a fondo el papel del Ejército al timón del sistema político de nuestro país, las experiencias del impacto en sus filas de las luchas democráticas a lo largo de más de 4 décadas de dictadura militar, etc.

De allí, dedujimos la tesis del “reencuentro del pueblo y la Fuerza Armada” para gobernar juntos y realizar la transformación del país, que constituyó uno de los elementos fundamentales de nuestra táctica en las elecciones presidenciales de 1977.

Nosotros consideramos que este enfoque del problema continúa siendo justo, aunque en aquella ocasión no rindiera aún los frutos deseados.

Pero consideramos que la tarea de ganar aunque sea una parte del Ejército debe ser realizada de un modo permanente y sistemático. Para ello, no basta con una tesis como aquella. Se necesita realizar un trabajo complejo dirigido a todos los niveles del Ejército, a las tropas, a los sub-oficiales, a los oficiales y aún a los jefes. Es un trabajo de propaganda, de penetración, de organización, de aislamiento y descomposición de los elementos enemigos, etc. La CP prestó atención a este asunto durante los años pasado y los frutos de sus elaboraciones, estarán a disposición del nuevo Comité Central que aquí elegiremos.

Tercero: Durante los once años de participación electoral de nuestro Partido, logramos contribuir a la radicalización del pensamiento de las masas, influimos, incluso, en el pensamiento de nuestros aliados y de sus bases. Pero es necesario apuntar también que las características propias de esas formas de lucha legal y el pensamiento, métodos y costumbres de conducta política de nuestros aliados, ejercieron, así mismo, influencia sobre nosotros, engendró condiciones favorables a la persistencia de viejas tendencias desviacionistas de derecha que arrastra nuestro Partido o haciendo surgir modalidades nuevas de las mismas. Ciertas ilusiones y enfoques no realistas, ciertas costumbres liberales, que han afectado nuestra disciplina, brotaron de ese terreno y, aunque hemos emprendido la lucha en su contra, aún no puede decirse que han sido superadas, como lo veremos más adelante en este informe.

V

En abril de 1977 la Comisión Política realizó el balance de la jornada electoral y post-electoral culminada el 28 de febrero anterior, trazó la orientación táctica para la lucha del Partido en el tiempo siguiente. Sus análisis, conclusiones y orientaciones fueron recogidas en un documento y llevados a todo el Partido y la JC, mediante la realización de seminarios de información y discusión.

He aquí algunos fragmentos medulares del documento de abril de 1977:

“Quizás no haya en este continente otro país donde se haya utilizado de modo tan multiforme y agotante las posibilidades de la lucha electoral, como lo hemos hecho en nuestro país.”

“ Hemos utilizado la participación en las elecciones como medio de concientización y organización de las masas trabajadoras, como instrumento de protesta y condena política contra el régimen, hemos utilizado la participación en las elecciones para construir el frente único de las fuerzas democráticas y para unificar el pensamiento político de las masas alrededor del programa de transformaciones democráticas; las hemos utilizado para disputar el ejército a la reacción y para alertar al pueblo sobre el peligro del fascismo y su naturaleza profundamente hostil a todos sus intereses; unas veces hemos llevado a las masas a votar positivamente, otras veces las llevamos a anular el voto, hicimos un retiro general de las elecciones, utilizándolo para elevar la movilización popular y luego hemos llevado de nuevo a las masas a la lucha electoral como parte directa de una batalla mayor por instalar un gobierno democrático e impedir la entronización de la dictadura fascista abierta. Pero no hemos conseguido que las elecciones abran a las fuerzas democráticas el acceso al poder”.

“Antes que permitir semejante función de las elecciones, la dictadura militar corrompió progresivamente el procedimiento electoral durante estos once años hasta destruirlos. En la medida que avanzaba la educación política del pueblo salvadoreño y se unía para alcanzar el poder, el régimen incrementaba el uso de viejos y nuevos procedimientos de fraude electoral, hasta volverlos totalmente descarados y llegar al punto a que se llegó el 20 de febrero de 1977, cuando ya ni siquiera se permitió votar a cientos de miles de ciudadanos, porque las urnas habían sido rellenadas desde antes de abrirse la votación”.

“En el curso de esta reiterada experiencia, las masas comprendieron ya en 1972-74, la fraudulencia de las elecciones en nuestro país, la falsedad e hipocresía de la “democracia” que defienden aquí las clases dominantes y su gobierno. Si concurrieron a las últimas elecciones fue porque aceptaron concientemente el llamamiento de la UNO a votar y defender el voto, a derrotar el fraude y hacer respetar la voluntad popular mediante su propia lucha, con el cálculo de que el evento electoral y la lucha contra el fraude dieron base a otras acciones decisivas posteriores. Las elecciones del 20 de febrero de 1977 y las batallas siguientes fueron el punto culminante de esa táctica apoyada concientemente por las masas; esta fue la ocasión en que apareció más cerca la posibilidad de realizarse exitosamente aquel plan”.

“Tras de esta última experiencia es necesario preguntarnos: ¿Qué valor puede tener en adelante la participación en elecciones, de esta manera corrompidas y destruidas en nuestro país? Dicho de otro modo, a sabiendas del enorme servicio que prestó la participación electoral durante once años, es necesario determinar si en adelante puede aportar o no provecho para el avance de la causa democrática y revolucionaria”.

“A este respecto nos parece muy claro hoy día que las elecciones han agotado sus posibilidades como componente central de la vía de acceso al poder para las fuerzas democráticas, no sólo ante las capas avanzadas y organizadas sino también ante las grandes masas del país, que lo han aprendido de su propia experiencia. Ha quedado así planteada la necesidad de reemplazar esa vía hacia el poder por otra. Las elecciones podrán en el futuro asumir algún valor táctico ocasional comprensible para las masas; pero a menos que este gobierno sea sustituido por un régimen de apertura democrática real, las elecciones no recuperarán su valor estratégico en relación con la vía hacia el poder”.

“Así, pues, la presente coyuntura también se diferencia de la de 1971-72 en que conduce necesariamente a un viraje estratégico y abre el paso a nuevas formas de lucha”.

“La Comisión Política, en su reunión del 7 de marzo determinó como el objetivo principal hasta el 1 de julio, el de impedir la instalación del gobierno de Romero y realizar con ese fin todas aquellas actividades y tareas que favorezcan la acción coordinada de las diversas fuerzas democráticas encaminadas hacia esta meta. Al analizar la situación y posibilidad de las distintas fuerzas opuestas al régimen actual, la CP señaló, hoy por hoy, de los sectores militares democráticos o simplemente desafectos a él, y que, por tanto, se ha puesto a la orden del día la necesidad de estimularlos y prepararse para realizar oportuna y eficaz coordinación de la acción popular de masas con la acción militar directa”.

“La camarilla de jefes militares fascistas, el sector fascista de la gran burguesía local y sus sirvientes, el sector fascista de los imperialistas yanquis, sus aliados y sirvientes en los gobiernos latinoamericanos, constituyen el enemigo principal más peligroso de la clase obrera y el pueblo salvadoreño en la actualidad. Contra este enemigo debemos concertar la punta de la lucha en nuestro país y la solidaridad internacional, para aislarlo, dificultar lo mas posible la aplicación de sus planes de destrucción de las organizaciones populares, debilitarlo y derrocarlo antes de que se consolide en el poder y, en todo caso, antes de que hunda sus raíces profundas en la organización del Estado y en la economía”.

“Para llevar a la práctica esta orientación, debemos promover un trabajo amplio por la construcción y desarrollo del frente único de las fuerzas anti-fascistas, civiles, militares, ahondar y a promover las contradicciones en el campo de las fuerzas enemigas principales y secundarias; poner especial atención al trabajo por unir a las fuerzas de izquierda y por la alianza obrero-campesina; esforzarnos por atraer al menos una parte de la F.A. al lado de las fuerzas anti-fascistas y revolucionarias; avanzar hacia las conquista de la dirección del movimiento revolucionario por la clase obrera y su partido; asegurar el avance, paso a paso, pero firmemente, hacia la combinación y coordinación de la lucha política y la lucha armada, sobre la base del sucesivo ensanche de las fuerzas políticas organizadas de masas en la ciudad y el campo y sobre la base de la construcción, paso a paso, de las fuerzas armadas revolucionarias a partir de la auto-defensa y marchar así hacia la insurrección a un plazo no muy largo.”
“A lo largo de este proceso hemos de combinar la lucha legal e ilegal, la lucha en las ciudades y en el campo, el movimiento obrero y el movimiento campesino, las formas abiertas y secretas de organización y acción, la lucha reivindicativa y las organizaciones amplias de masas, con la lucha política y las organizaciones avanzadas, particularmente con la construcción sistemática de nuestro Partido y la JC, en especial entre la clase obrera, el proletariado agropecuario, los campesinos y las capas medias urbanas, en este orden de prioridad”.

“Todo nuestro trabajo debe avanzar sorteando el peligro del aventurerismo izquierdista y el degradante inmovilismo del oportunismo de derecha, para lo cual debe impulsarse una lucha ideológica sistemática contra las manifestaciones de estas tendencias pequeño-burguesas y burguesas”.

La CP dedicó una serie de reuniones extraordinarias durante los meses de febrero, marzo y abril del año en curso, a realizar el balance de la aplicación de las orientaciones acordadas en abril de 1977. Los resultados de esas largas deliberaciones de la CP se recogen en el documento aprobado el pasado 2 de abril, que a continuación incluiremos:

I. El contenido del documento aprobado el 19 de abril de 1977, sus análisis, previsiones y orientaciones son en esencia justos, aunque en él se refleja que la CP sobreestimo las posibilidades reales que habían en el período del 28 de febrero al primero de julio de aquel año, para impedir la toma de posesión de la Presidencia de la República por el General Romero y, en consecuencia, para que ocurriera entonces una apertura democrática. La sobreestimación de tales posibilidades está ligada a las debilidades ideológicas de la Dirección de las que se habla mas adelante.
II. La Conclusión principal de la discusión habida en la CP, consiste en que nuestro Partido tiene un rezago de dos años en la realización del viraje que debió efectuar después del desalojo de la Plaza Libertad, el 28 de febrero de 1977.

En aquel momento, llegó a su fin la apertura democrática limitada, que se inició en 1963-64 con la reforma electoral que admitió la representación proporcional en la Asamblea Legislativa. Aquella reforma dio base a una creciente importancia de la participación en las elecciones, desplazando durante trece años (once para el PCS), el centro principal de la lucha política al terreno legal. El fraude en las elecciones presidenciales de 1977, culminación de un proceso evidente de corrupción del procedimiento electoral, no sólo para nosotros y los sectores avanzados, sino también para grandes masas trabajadoras y populares en general.

La intensa y extensa movilización de masas, la huelga general y las acciones insurreccionales en defensa de la voluntad popular, que siguieron al fraude en la votación del 20 de febrero, hasta el 28 del mismo mes, fueron un gran esfuerzo consciente, apoyado con su acción por extensas masas, que buscaba llevar la lucha por el poder a una fase superior.

Una gran parte del proletariado, de los campesinos y las capas medias habían ya tomado conciencia de que en nuestro país son indispensables hondas transformaciones políticas y estructurales, y que ellas sólo pueden realizarse por un gobierno democrático verdaderamente popular.

La reiterada impotencia de los tecnócratas y militares reformistas para aplicar sus planes, especialmente su vergonzosa capitulación ante los terratenientes y la gran burguesía en el intento de la llamada “transformación agraria” en 1976; la consiguiente aceleración del proceso de fascistización que venía avanzando desde 1972, en una combinación inestable con proyecto reformistas y populistas; y la frustración de las masas ante los reiterados fraudes electorales, principalmente el del 20 de febrero de 1977, en sus intentos de alcanzar el poder utilizando las elecciones, desplazaron el centro de la lucha política hacia el terreno ilegal y para las masas activas y avanzadas, la vía para alcanzar el poder quedó vinculada a la lucha armada.

Aunque podían, y aún pueden, ser aprovechados muchos espacios legales todavía abiertos y otros que lograran abrirse, incluyendo las elecciones mismas, la lucha política, como lucha por la instauración de un poder democrático que transforme al país, quedó situada en las arena ilegal e insurreccional para grandes masas del pueblo, desde el 20 de febrero de 1977. La combativa lucha de la semana siguiente tuvo ya en su base esta convicción de las masas.

El que aquella lucha de la semana siguiente al 20 de febrero no haya podido conducirse más allá del contragolpe enemigo del día 28 y el que la UNO se demostrara incapaz de continuar encabezando la lucha, fueron motivo indudable de frustración para las masas políticamente más activas y combativas. Esto, y el hecho de que nuestro Partido no haya realizado prontamente los cambios tácticos que la situación exigía, produjo un vacío de jefatura política, que otros comenzaron a llenar: primero fue la Arquidiócesis de la Iglesia Católica y, luego, gradualmente, también las organizaciones izquierdistas.

A pesar de que el documento aprobado por la CP en abril de 1977 registró este desplazamiento de la lucha política al terreno ilegal e insurreccional y trazó para nuestro Partido la tarea de organizar el viraje correspondiente, ello no ha sido realizado y ésta es la causa fundamental de la marginación que ha venido sufriendo durante los últimos años.

El Partido afronta hoy el peligro de ser marginado del todo y reducido al papel de un simple grupo propagandístico, dejando de ser el factor político real y crecientemente en el proceso histórico del país, que vino siendo hasta el 28 febrero de 1977.

Las causas que impidieron al Partido realizar el viraje señalado en el documento de abril, son de diversa índole, pero principalmente radican en la propia Comisión Política y el Secretariado del Comité Central. Son causas ideológicas, políticas y orgánicas, que implican responsabilidad colectiva e individual de la Dirección.

III. CAUSAS IDEOLÓGICAS.
1. El prolongado ejercicio unilateral de las formas legales de la lucha política fue una condición favorable para la perduración y fomento de ciertas manifestaciones desviacionistas de derecha, como, por ejemplo, posiciones de tipo economista o reformista, la falta de interés en las tareas de la construcción de nuestra fuerza armada, el abandono a la espontaneidad del trabajo de penetración en la clase obrera y en las masas del campo, la negligencia para estudiar los problemas de la insurrección, la resistencia franca, o no, a la combinación de la lucha política y la lucha armada, ciertas manifestaciones individuales de liberalismo en la conducta personal y de insensibilidad ante la apremiante necesidad de impulsar la lucha.
2. Apego a viejas concepciones erróneas acerca del carácter de la revolución democrática, separada de la revolución socialista, e ilusiones respecto de una vía evolutiva, incluso pacífica, hacia dicha revolución en nuestro país. Estas ilusiones, aunque nunca fueron teorizadas o adoptadas como línea en ningún documento partidario oficial estaban a la base de enfoques y decisiones políticas importantes adoptadas por la Dirección durante algunos años. Las contradicciones entre reformistas y conservadores en el gobierno y el Ejército, en nuestro país, entre 1967-1977, y las experiencias de varios procesos reformistas antiimperialistas en distintos países latinoamericanos, algunos de ellos encabezados por los militares progresistas (Perú, Panamá, Bolivia, Honduras), el acceso de la UP al gobierno de Chile por vía electoral, junto con el viraje más o menos general de la Iglesia Católica Latinoamericana hacia posiciones progresistas, fueron factores que, unidos a nuestra debilidad teórica y a la influencia de viejas concepciones erróneas en un tiempo predominantes en el MCI (“vía no capitalista de desarrollo”, revolución democrática y revolución socialista como dos revoluciones: separadas, énfasis en vía pacífica, etc.), cooperaron fuertemente en la configuración de nuestras concepciones confusas acerca del carácter y las vías de la revolución en nuestro país.

Las tendencias desviacionistas y las concepciones derechistas han comenzado a ser superadas en el proceso de elaboración y discusión de los documentos para el VII Congreso del Partido, pero aún existen y tienen raíces.

Por lo que se refiere a la militancia del Partido y la JC, debe tenerse en cuenta que en su gran mayoría (más del 89%), ingresaron a nuestras filas durante el período de lucha política legal que terminó el 28 de febrero de 1977 y, además, ha sido muy deficiente el trabajo realizado para educarlos y asimilarlos. Esto ha contribuido a dificultar el viraje acordado en abril de 1977 y ha cooperado en mantener vivas las expresiones desviacionistas de derecha en la Dirección del P., en la medida en que ésta no ha sido objeto de crítica por parte de la base, a pesar de que durante los últimos años se ha enriquecido la democracia interna del Partido y multiplicando los canales de comunicación entre base y dirección.

Así, pues, las tendencias desviacionistas de derecha no sólo afectan a la dirección, sino también al conjunto de la membresía y la corrección de las mismas exige la realización de una campaña ideológica interna, que parta de este reconocimiento auto-crítico de sus errores por la dirección del Partido.

IV. CAUSAS POLÍTICAS.
1. La dirección del Partido no comprendió en toda su importancia la necesidad de sustituir con agilidad el liderazgo de la UNO, cuando ésta abandonó su papel en la conducción de las masas promovidas mediante la compaña electoral y la lucha de la semana siguiente en defensa de la voluntad popular.

El documento de abril planteó este problema con claridad, así:
“Durante la campaña electoral y después de las elecciones, hasta el 27 de febrero, la jefatura del movimiento popular la tuvo en sus manos la UNO. Desde entonces se ha producido un vacío de jefatura. ¿Podrá y querrá la UNO asumir de nuevo la jefatura?; y si ello no fuera así, ¿Qué organización y cómo ha de llenar este vacío?: ¿Cuál será en el futuro el papel de la UNO? Tal es uno de los principales problemas a resolver…”

Sin embargo, las interrogantes planteadas con tanta claridad no encontraron una respuesta, ni en el documento de abril mismo, ni en las decisiones de la CP en el tiempo siguiente. A finales de 1977 la CP se planteó este problema de nuevo, pero no a partir de la necesidad de reemplazar el liderazgo de la UNO, sino a partir de las necesidad de dar a la actividad de masas de nuestro Partido una mayor coordinación, concentración y presencia, que le permitiera emular con otras organizaciones de masas dirigidas por los izquierdistas. Resolvió entonces reunir en nuestro frente político legal a los distintos frentes de masas que el partido y la JC dirigen.

Esta decisión adoleció de dos defectos, que, en definitiva, la volvieron casi inoperante:

a) Insistía en la promoción de la lucha política principalmente en el terreno legal, en un momento en que se había desplazado objetivamente a la arena ilegal.
b) Estaba en contradicción con la naturaleza no partidista de las principales organizaciones de masas influidas o dirigidas por el Partido, lo cual impedía su incorporación y dificultaba que el esquema acordado tomara, en la práctica, la envergadura necesaria.

Mientras tanto, el tiempo había transcurrido y el vacío de liderazgo político se había llenado parcial y pluralmente.

Aunque las organizaciones izquierdistas y la iglesia, han realizado brillantes y valientes actuaciones anti-fascistas y han mantenido en alto la moral combativa y la voluntad de resistencia de grandes masas, al mismo tiempo congestionaron a éstas de contradicciones ideológico-políticas y sectarismo, obstruyendo la posibilidad de concentrar sus energías combativas y dirigir su punta contra el enemigo principal.

Estas organizaciones y la iglesia, tomadas en conjunto, han logrado promover a la acción únicamente a una parte de las masas que marcharon tras la conducción de la UNO. Otra parte de ellas, se ha marginado de la acción, conservan un pensamiento opuesto al régimen pero prefieren no actuar, por confusión ante la división y la lucha virulenta entre las distintas fracciones del movimiento popular, por temor ante la represión, o por una mezcla de ambos factores.

Por otra parte, la fortaleza orgánica y la capacidad de convocatoria de algunas de dicha organizaciones izquierdistas han sufrido una mengua notable, como consecuencia de la represión y de sus propios errores de aventurismo.

2. Los factores que influyen para que la CP incurriera en esta omisión tan dañina al elaborar la táctica del Partido después del 28 de febrero de 1977, están relacionados, en su esencia, con los problemas ideológicos y orgánicos que se menciona en otro lugar de este documento, pero en lo inmediato, este error fue consecuencia de no haber existido acciones insurreccionales de la semana siguiente a las elecciones, más allá del desalojo de la Plaza Libertad, aunque era evidente el deseo de combatir que existía entre las masas y nosotros mismos.

Si hubiéramos estado preparados para llevar más lejos aquella gran batalla popular, su propio desenvolvimiento nos habría conducido, inevitablemente, a resolver en la práctica la cuestión del papel de la UNO, en la nueva fase de desarrollo de la lucha de clases que había quedado inaugurada en nuestro país.

3. El que no hayamos podido conducir la lucha más lejos de la frontera del 28 de febrero, tiene sus raíces en los aliados, problemas ideológicos y otros de tipo orgánico que se mencionan adelante, pero también en la división de la izquierda y el activo boicot contra nuestro Partido desarrollado por las organizaciones izquierdistas; y no sólo con su propaganda contra la participación en las elecciones, que hizo vacilar o neutralizar a importantes masas trabajadoras, sino también, con su boicot directo contra nuestra táctica cuando se había pasado a la lucha por hacer respetar la voluntad popular, burdamente negada por el fraude.

La preparación para llevar más lejos aquella gran batalla popular exigía, entre otras cosas, un acuerdo con las demás organizaciones de izquierda, nosotros estábamos conscientes de esta necesidad y buscamos tal entendimiento desde noviembre de 1976, pero fuimos rechazados.

V. CAUSAS ORGANICAS

La no realización del viraje acordado en abril de 1977 tiene también causas orgánicas que, ante todo, radican en la dirección del Partido. Tales causas son las siguientes:

a) Incumplimiento de sus funciones fundamentales por el Secretariado del CC y, principalmente, por el Sub-Secretario General.
b) Debilitamiento acentuado de la capacidad de la CP y el Secretariado del P y del CE de la JC, en los meses de mayo a agosto de 1977, por la salida del país de un número crecido de sus miembros a cumplir tareas internacionales, en la promoción de la solidaridad con nuestra lucha. Salieron en ese período los Secretarios Generales del CC del Partido y del CC de la JC, el Sub-Secretario General del CC del Partido, dos miembros de la CP y un miembro del CE de la JC.
c) Ausencia de un plan concreto de trabajo para llevar a la práctica las medidas acordadas en abril de 1977 y, sobre todo, ausencia de un control sistemático del cumplimiento de dichas medidas. La CP y el Secretariado, en conjunto, mostraron poca o ninguna energías y entusiasmo respecto a la promoción de esas medidas.
d) El incumplimiento de sus funciones por el Secretariado, el Sub-Secretario General y otros secretarios, los acentuados desniveles que hay en la CP en cuanto a la formación teórica, la capacidad política y de trabajo de sus miembros, junto con ciertas formas incorrectas de realizar algunas discusiones por parte del Secretariado General, afectaron la práctica de la dirección colectiva, y, con ello, la eficiencia y sabiduría de la dirección del Partido.
e) El fuerte deterioro numérico y de calidad sufrido por el CC electo por el VI Congreso, lo convirtió en un organismo casi estéril, lo incapacitó para ejercer un papel dirigente real y para permitir dentro de sus marcos una más racional distribución del trabajo, la renovación de la CP y sus demás órganos. Esto afectó también a la dirección colectiva y su capacidad política.

VI. LA CORRECION

La salida de la situación de relativo inmovilismo a que llevaron al Partido durante los dos últimos años las deficiencias, errores y desviaciones ideológicas de la dirección, está vinculada a la realización del viraje previsto por el documento de abril de 1977. Las condiciones no son exactamente las mismas que entonces y las formas concretas de ese viraje, las medidas y formas orgánicas a realizar diferirán también de las que aquel documento trazó, pero su esencia sigue siendo la misma y podemos, incluso, utilizar las mismas formulaciones empleadas por aquel documento, transcritas atrás.

Sobre la base de los esfuerzos por llevar al Partido y a la JC a cumplir esta orientación, y en el curso de estos esfuerzos práctico , tendremos que realizar una campaña interna de rectificación ideológica para derrotar y erradicar las tendencias desviacionistas de derecha y armar nuestras filas contra el peligro de incurrir en la desviación izquierdista; tendremos que superar nuestras deficiencias orgánicas – comenzando por las de la misma dirección-, elevar la disciplina, el espíritu de sacrificio, la entrega a la lucha y la combatividad de nuestra militancia y, así, imprimir a nuestro Partido los rasgos de un firme destacamento revolucionario en combate.

En términos inmediatos, la puesta en marcha del Partido y la J hacia el rumbo trazado exige resolver de un modo práctico, entre otros, los 5 problemas siguientes:
1. Asegurar un financiamiento suficiente y adecuado a las necesidades de nuestra lucha y desarrollo en todos los frentes.
2. Asegurar una propaganda escrita masiva, variada y oportuna, con una forma atractiva y un contenido certero revolucionario.
3. Imprimir un ritmo mayor a la construcción de nuestra F.A. y resolver bien el problema de sus relaciones orgánicas con el P y la J.
4. Crear los mecanismos orgánicos que nos permitan llegar al conjunto del P y la J a realizar una ágil, combativa y constante agitación y movilización de masas.
5. Trazar y llevar a la práctica las orientaciones concretas para comenzar nosotros a combinar la L.P. y la L.A.

Al mismo tiempo que ponemos en marcha las medidas adecuadas para resolver bien los 5 problemas anteriores, debemos trazar e iniciar la aplicación práctica conforme a planes, de las orientaciones que nos permitan:

• Penetrar rápidamente al corazón de la clase obrera.
• Sacar del estancamiento nuestros trabajo en el campo
• Comenzar a coordinar el movimiento obrero y al movimiento de las masas del campo
• Avanzar pasos concretos y sólidos en el terreno de la unidad de la izquierda, que abran a la unidad de acción.

El VII Congreso nos dará una línea general correcta y desarrollada, unos Estatutos aptos para desarrollar y modernizar nuestro Partido y un nuevo CC formado por el núcleo de nuestros mejores y más probados cuadros. En esta base y con estos instrumentos, podremos encarar a fondo los problemas que nos atan y, si ponemos en ello el empeño, la energía y decisión necesarios, resolveremos esos problemas en un plazo no muy largo.

Llegamos a nuestro Congreso en un momento en que nuestro Partido y J., han comenzado a vencer la inmovilidad de dos años y, aunque de un modo todavía disparado, se enfrascan y comprometen en la promoción y conducción de las masas trabajadoras al combate. Hemos cosechado ya los primero éxitos.

Esta es una buena manera de encaminarnos al encuentro de las complejas y difíciles tareas del necesario viraje que debemos realizar.

Compañeros:

Lo primero que debemos hacer ante nuestras dificultades, es comprender, con la mayor exactitud, cual es su lugar en el proceso de nuestra lucha, es decir, cuando aparecieron y en relación con cuáles condiciones y sucesos, cuál fue la fase anterior de nuestra actividad. Así es como podemos colocarnos en el camino correcto, encontrar las causas inmediatas y las raíces más profundas de nuestras dificultades, conocer su magnitud real y elaborar las medidas eficaces para superarlas, con ayuda de los instrumentos de nuestra teoría y del método insustituible de la crítica y la autocrítica.

Si nos limitamos a hacer el inventario de nuestra dificultades y desgracias, la lista de nuestros rasgos negativos actuales, a condenarlos y lamentarlos, reduciendo a un contenido puramente moral el ejercicio de la crítica y la autocrítica, únicamente lograríamos preocuparnos más, pero no encontraríamos las condiciones y causas de donde emanan nuestros problemas y no podríamos encontrar la ruta que conduce a resolverlos. Así, terminaríamos ofuscándonos, perdiendo la perspectiva y la capacidad de discernir nuestros pasos próximos, cometeríamos de seguro otros errores y empeoraríamos nuestra situación.

Con toda seguridad, como lo enseña la experiencia negativa de otros Partidos y organizaciones revolucionarias, semejante actitud ante nuestros problemas terminaría rompiendo la unidad de nuestras filas y orillándonos por mucho tiempo, o hasta por siempre, del torrente de lucha por la revolución y el socialismo.

Hay ahora compañeros que, llevados de su preocupación, siguen más este segundo camino que el primero al encararse ante la realidad de nuestros problemas y, así por ejemplo, los absolutizan, se refieren a los rasgos negativos de hoy como si ellos lo fueran todo, lo abarcaran todo y, lo que es peor, como si tales rasgos negativos hubieran existido siempre en nuestro Partido pero sólo hoy los estamos descubriendo.

Compañeros: En 1964 también fue colocado nuestro Partido ante la necesidad de realizar un viraje, por la realidad de los giros en la situación económico-social y sus consiguientes impactos en la lucha política y en los demás terrenos de la lucha de clases. Entonces la vida nos convocaba a desplazar la lucha del Partido en la arena legal, que era hacia donde había pasado a situarse el centro de la lucha política. También entonces fue difícil para nosotros y tardamos dos años en realizar el viraje. Cuando lo hicimos nos trajo desgarraduras.

En aquella ocasión, nuestro retraso benefició a la democracia cristiana, hoy nuestro retraso ha beneficiado a los izquierdistas que siguen condenando nuestra participación en las elecciones, pero se cuidan de no señalar que es, precisamente, de allí de donde han obtenido ellos las favorables condiciones para desarrollarse. Sus errores de voluntarismo y sectarismo los están colocando hoy ante el peligro de perder la influencia que así ganaron. Una parte de ellos comienza a entenderlo y a corregir sus pasos. ¡Bueno para ellos y bueno para todo el movimiento revolucionario!.

Nos toca a nosotros el turno de corregir y debemos reconocer que quizá fue más fácil hacerlo cuando el competidor era la Democracia Cristiana que lo será hoy, cuando el competidor son los izquierdistas.

En 1963-64 nuestra preocupación y discusión interna giraban en torno de nuestros pecados izquierdistas, y no fuimos suficientemente profundos en su examen y corrección que dio base a los errores derechistas del período siguiente y absorbidos en aquella discusión no vimos que en ese mismo momento estaban ocurriendo los cambios en la situación que obligarían pronto a un viraje general, para el cual no nos preparamos.

Ahora, debemos cuidar mucho de que no vaya a ocurrirnos algo parecido porque también estamos ante el peligro de incurrir en errores de izquierdismo al corregir las desviaciones de derecha. Otra similitud con la encrucijada de hace 15 años, aunque no sean en su esencia lo mismo, consiste en que también hoy estamos en un momento en el que pueden venir pronto algunos cambios importantes en la situación política, como resultado de la maniobra aperturista en que se encuentran empeñadas un sector de la gran burguesía, ciertos agrupamiento en los escalones militares y civiles del Estado, el Partido Demócrata Cristiano y, aunque con vacilaciones también, el Arzobispado, todo ello con el respaldo activo y cada vez más enérgico, del gobierno de Carter.

De las posibilidades reales y límites de esa maniobra hablaremos adelante. Lo que aquí queremos consignar es que sería un error que nosotros cerráramos los ojos ante ella y no nos preparáramos para actuar como corresponde.

Así de complejas son las condiciones y las dificultades en que debemos realizar nuestro viraje. La primera y más decisiva condición para que salgamos airosos es que nos enfrentemos a este reto firmemente unidos y resueltos.

VI.

Compañeros:

Durante los nueve años trascurridos desde nuestro VI Congreso, ha experimentado extraordinario desarrollo el movimiento revolucionario de nuestro país. El PCS ha hecho una considerable aportación a este desarrollo.

Todas las organizaciones revolucionarias, el PCS incluido, hemos fortalecido y ramificado los vínculos con las masas, hemos crecido orgánicamente y también hemos profundizado nuestros conocimientos de la realidad del país y de las características y regularidades de la lucha de clases; hemos debido modificar, unos más consecuentemente que otros, nuestras concepciones, corregir errores, mejorar nuestras relaciones, bajo el impacto de la viva experiencia propia, a veces muy negativa y dolorosa, bajo la influencia de nuestra mutua lucha ideológica y de las riquísimas enseñanzas de la formidable experiencia internacional de estos años.

Con el objeto de situarnos con los pies firmemente en la tierra, de no perder en ningún instante la perspectiva y de comprender a fondo el momento que vivimos, las posibilidades revolucionarias que encierra, es necesario que hagamos una evaluación en conjunto del trabajo, los avances y aportaciones de nuestro Partido durante estos nueve años. Es necesario que analicemos el terreno en que surgieron y se desarrollaron las demás organizaciones revolucionarias, la evolución de su línea y las posibilidades reales de la marcha hacia la unidad, en provecho de la revolución.

Es indispensable, asimismo, que analicemos la situación y la probable evolución de la política del gobierno, de las clases dominantes y del imperialismo en el futuro próximo.

Es necesario que nos situemos en el marco internacional de hoy, especialmente en la situación centroamericana, y analicemos su evolución probable.

En este apartado del informe, haremos la evaluación de conjunto del trabajo del Partido en este período y examinaremos las raíces y evolución de las demás organizaciones revolucionarias. Los dos apartados siguientes están dedicados al examen de la probable evolución de la política de las fuerzas dominantes en nuestro país, y de la situación centroamericana.

Otros apartados del Informe del Comité Central, que se conocerán después de este, están dedicados a informar y evaluar nuestro trabajo específicamente en cada uno de sus frentes de masas o internos. Aquí procuraremos presentar y evaluar en su conjunto el trabajo del Partido.

Esto es tanto más necesario hoy, que hemos sometido a crítica y autocrítica nuestra conducta en los dos últimos años y hemos puesto en la picota con la mayor honradez de que somos capaces, nuestros defectos, debilidades y errores. En momentos así, con una membresía de militancia tan reciente, se corre el riesgo de que ese lado de la realidad se absolutice, se apaguen ante nuestros ojos los méritos y, en definitiva, no sepamos en qué apoyarnos para salir adelante.

He aquí inventario de la obra del Partido desde 1970:

a) Nos proveímos de un nuevo instrumento político legal y dimos una determinante contribución a la constitución de la UNO, a la elaboración de su Programa, a la orientación de sus luchas y realizamos una intensa, organizada y decisiva participación en sus grandes campañas.
b) Organizamos ATACES (Asociación de Trabajadores Agrícola y Campesinos de El Salvador), mejorando nuestro trabajo de masas y la construcción partidaria en el campo.
c) Creamos nuestro periódico de masas, elevamos su circulación y le ganamos prestigio en lo nacional e internacional.
d) Emprendimos la lucha contra el economismo y el burocratismo en el frente sindical, lo cual nos obligó, incluso, a renovar totalmente el equipo de nuestros cuadros. Ahora poseemos un equipo joven que, aunque falto todavía de experiencia, muestra dinamismo, combatividad, claridad política, magníficas perspectivas para el desarrollo de su calidad y se ha ganado considerable prestigio.

La creación de la Confederación Unitaria Sindical (CUS), como un paso hacia la Central Única, fue lograda a fines de 1977 por este nuevo equipo de cuadros.

Este objetivo había sido trazado desde 1966, cuando se fundó la FUSS, pero había sido abandonado de hecho durante años bajo el predominio de los economistas y burócratas que, en realidad, daban la espalda a las directrices que en ese sentido les impartía reiteradamente la Comisión Política.

La Comisión Política se vio obligada a enviar a dos de sus propios miembros a ese frente, para sacar adelante la orientación trazada. Ellos fueron los compañeros Antonio y Rodrigo. Rodrigo fue absorbido por el economismo y el oportunismo personal; fue necesario sacarlo de la CP y del CC y, finalmente, salió de las filas del Partido. Antonio- seudónimo de Rafael Aguiñada Carranza- luchó firme y abnegadamente por aplicar la orientación del Partido, especialmente se empeñó en la lucha por crear la Confederación Unitaria y avanzar en la unidad más amplia del movimiento sindical. Enfrentándose a toda clase de dificultades con entereza comunista, el “Chele” conquistó un gran prestigio y logró empujar hacia delante un trecho decisivo al carro de la unidad. Hinchando la rabia ante este avance, el enemigo lo asesinó cobardemente. Fue uno de los primeros crímenes de los fascistas contra el movimiento obrero.

Hace pocas semanas, en medio del fragor de la lucha obrera de la gran jornada de febrero y marzo, nuestros esfuerzos por alcanzar la unificación del movimiento sindical han logra un nuevo y largo paso de avance, con la formación del Comité Coordinador Provisional, que abarca alrededor del 75% del movimiento sindical.

El contenido político de los acuerdos de unidad de acción, que constituyen el pacto que originó este Comité Coordinador Provisional, están correctamente orientados y ayudará a elevar mucho más el papel de la clase obrera en el conjunto del movimiento popular y democrático.

Se han sentado premisas concretas para una rápida y ramificada construcción de nuestro Partido y Juventud Comunista (JC) en la clase obrera.

Dependerá de nuestro trabajo futuro la materialización de tan buenas posibilidades.

e) Hemos desarrollado un trabajo cada vez mejor en el frente Magisterial.

El pequeño grupo de 7 ó 9 maestros comunistas con que contábamos en 1970 lo perdimos casi todo cuando la fracción izquierdista se fue de nuestras filas. Unos se fueron ganados por la fracción, la mayoría se marginó de la lucha, presas de las dudas y la confusión. Ahora contamos entre nosotros con algunas decenas de maestros comunistas en varios Departamentos del país. Hay también maestros en las filas de la JC. Fue constituida hace algunos años la Comisión Magisterial Nacional del Partido, por cuya consolidación ha trabajado la Dirección. Bajo la conducción de esta Comisión ha venido aumentando notablemente nuestra influencia en ANDES, donde nuestros camaradas han debido librar una larga, valiente y brillante lucha ideológica con las posiciones izquierdistas hegemónicas en el cuerpo directivo de dicha organización y, al mismo tiempo, han impulsado la unidad de acción, que ha empezado a abrirse paso.

Se han sentado bases para un mayor crecimiento del Partido y la JC entre la masa magisterial y nuestros cuadros, aunque de reciente militancia en su mayoría, muestran cualidades para desarrollarse.

f) Nuestra lucha por la reapertura de la Universidad y la reorganización del movimiento estudiantil y docente, después de la intervención militar de la misma en julio de 1972, nos permitió reconstruir la organización comunista y su frente abierto, elevar mucho nuestro prestigio y ganar la confianza de las masas, que pusieron casi exclusivamente en nuestras manos la dirección de aquella gran jornada.

Así nos recuperamos del profundo daño que los izquierdistas nos causaron en la Universidad.

Es cierto que después los izquierdistas, apoyándose en las características sociales de la masa estudiantil, en permanente renovación, lograron una posición hegemónica en la AGEUS, a costa de sacrificar la real existencia de ésta, y en otras asociaciones estudiantiles. Pero nuestro trabajo allí, pese a sus deficiencias, ha podido persistir y hundir raíces, como ha podido verse durante los últimos tiempos.

El prestigio del Partido entre los docentes y autoridades de la Universidad se ha elevado en estos meses. Hemos desempeñado y estamos desempeñando un papel influyente en la orientación del nuevo proceso universitario.

g) Un avance de gran significación y trascendencia para toda nuestra lucha fue la constitución de la Juventud Comunista en julio de 1973.

La JC puede considerarse ya una organización consolidada; su aporte a las luchas de todos estos años, ha sido inapreciable tanto por su volumen, como por la innovación en los métodos y formas, su agilidad y variedad.
Uno de los méritos de la JC es que abrió el trabajo comunista en el frente del arte y la cultura, que, de hecho, sólo había existido de manera fugaz y raquítica a lo largo de la historia del PCS.

La JC se esfuerza por desarrollarse entre la juventud obrera y trabajadora en general.

En las filas de la JC se ha originado un núcleo de cuadros talentosos y capaces, fieles al marxismo-leninismo, con una clara posición partidista, que hacen una importante contribución al desarrollo de todo nuestro movimiento.

h) En 1973 sometimos a un profundo estudio los problemas orgánicos que entorpecían el desarrollo del Partido y, como fruto de ello, emprendimos la rectificación a todos los niveles de nuestra organización. Apoyándonos en los logros de esa rectificación, siguiendo las orientaciones que trazó, logramos un importante crecimiento y cambiar sustancialmente la composición social de nuestras filas: en nuestra membresía pasó a predominar el origen proletario, los militantes que proceden de las capas medias vienen mayoritariamente del sector asalariado, se redujo radicalmente la cuota de los que proceden de la pequeña burguesía propiamente tal. La organización del Partido se extendió a 13 de los 14 Departamentos del país, duplicando así el área que abarca nuestro trabajo.

i) Hemos logrado un progreso importante en la construcción de nuestra fuerza armada, a pesar de que no se puso en ello todo el empeño que era debido. La calidad y seriedad que tiene hoy este trabajo, sienta bases sólidas para un desarrollo de más celeridad en el futuro inmediato.

j) Hemos logrado un extraordinario desarrollo multifacético de nuestra línea general, superando viejas concepciones erróneas y superficiales que nuestro Partido arrastró por décadas; y hemos hecho un esfuerzo sistemático por incorporar a todo el Partido y la JC al proceso de elaboración de la línea general y también de la táctica en cada momento. Poco a poco, como consecuencia de este esfuerzo, ha venido creciendo el número de cuadro que dominan los problemas de nuestra línea, que los estudian y aportan a su desarrollo.

Este Congreso aprobará el extenso documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General del PCS”, en el cual se recoge el esfuerzo de todos estos años en pro del desarrollo de la estrategia y la táctica del Partido, del dominio de la teoría marxista-leninista de la revolución y su aplicación a las condiciones de nuestro país; el documento sintetiza también la propia experiencia de nuestro Partido.
En la discusión de este documento participó todo el Partido y la JC desde el mes de junio de 1978 y su aprobación por el Congreso nos dará una poderosa herramienta y una guía clara que facilitará nuestra marcha, nos permitirá asimilar mejor y más pronto a los nuevos militantes y promover el surgimiento de nuevos cuadro, en mayor número.

Es justo reconocer que el ataque constante que hemos recibido de parte de las organizaciones izquierdistas durante estos nueve años y nuestra larga polémica con ellos, fueron un acicate que nos obligó a empeñarnos en el desarrollo de nuestra línea, nos ayudó a superar algunas de nuestras concepciones equivocadas, superficiales y absolutas. La seriedad y fertilidad de este trabajo ha sido sin duda uno de los factores que más ha contribuido a mantener la cohesión del Partido y la JC.

Uno de los logros del desarrollo de nuestra línea, llamado a marcar una huella imborrable en el proceso de la lucha por la revolución en nuestro país, es la consigna de “la unidad de la izquierda” que lanzamos formalmente desde septiembre de 1976, consigna que dio pie a la elaboración de una política encaminada a ese objetivo, que ha sido recogida en el mencionado documento que se aprobará aquí.

Podemos informar al Congreso que la línea de la unidad de la izquierda ha comenzado a obtener éxito y lograr los primero frutos. Vemos hoy con optimismo esta perspectiva, sin dejar de reconocer sus tremendas dificultades.

k) Durante estos nueve años hemos logrado desarrollar mucho las relaciones y elevar el prestigio internacional de nuestro Partido. Esto ha jugado un papel decisivo para nuestra comprensión y aprovechamiento de la experiencia de otros Partidos, movimientos y luchas, ha despejado en muchos aspectos nuestro pensamiento, nos ha inculcado más profundamente las convicciones y el espíritu internacionalistas, nuestra fe en el socialismo y ha contribuido a promover la solidaridad mundial con la lucha de nuestro pueblo.

El PCS, fundado en marzo de 1930, cumplirá cincuenta años de vida el año próximo. A lo largo de su dilatada existencia, nuestro Partido ha hecho una gran contribución a la causa del proletariado y del pueblo salvadoreño en general.

Durante cuarenta años de sus cuarenta y nueve años de edad, el PCS fue un combatiente revolucionario solitario que empuñaba la bandera comunista del socialismo y la mantuvo en alto flameando, contra las adversidades, muchas veces sangrientas.

Los izquierdistas que nos atacan, encuentran en la edad del Partido uno de los argumentos que consideran más contundentes para “demostrar” la supuesta superioridad de sus organizaciones, que cuentan con menos de diez años de vida.

Nosotros debemos reflexionar con seriedad sobre esta cuestión, para conocer mejor los problemas de nuestro desarrollo y también para comprender más a fondo las características del desarrollo de la lucha política en nuestro país.

La primera pregunta que surge para la reflexión es esta:
¿Por qué no aparecieron mucho antes esas organizaciones izquierdistas, en cualquier momento entre los años 30 y los años 50 ó 60?.

Sus propagandistas suelen responder que antes el PCS era revolucionario y su influencia abarcaba todos los sectores del movimiento popular, monopolizaba-por decirlo así- el espacio para la…el PCS –según ellos- se volvió “revisionista”, lo cual hizo necesario el aparecimiento de otras organizaciones “genuinamente” revolucionarias.

Nosotros no pretendemos eludir, ni siquiera minimizar nuestros errores; los reconocemos y asumimos frente a ellos una posición auto-crítica, incluso, pensamos que algunos de nuestros errores y enfermedades ideológicas jugaron un papel que favoreció, en efecto, el surgimiento de las organizaciones izquierdistas. Pero consideramos que ello no basta para responder satisfactoriamente a la pregunta que hemos planteado, porque no es cierto que durante 40 años haya sido nuestro Partido la organización con el grado de desarrollo necesario para “monopolizar” todo el espacio disponible.
Al contrario, después de la destructiva derrota que el PCS sufrió a manos de la rabiosa contrarrevolución en 1932 y la represión de los años siguientes, fue reducido a un estado de prolongada debilidad, cercado por la persecución y el anticomunismo, ampliamente difundido. Más que la influencia de los comunistas, llenaba el espacio la influencia de los anticomunistas, la desorganización de las masas, su atraso político, su temor a la represión anticomunista.

El PCS, sin embargo, asumió una participación activa en todas las luchas y momentos cruciales de la historia nacional durante esas décadas, incluso ejerció influencia en el curso y el desenlace de los más importantes acontecimientos. Poco a poco, nuestro Partido logró romper el cerco de la venenosa campaña de calumnias que buscaba asfixiarlo y llevar las ideas progresistas y revolucionarias a sectores del proletariado, de la intelectualidad y del resto del pueblo. El PCS no abarcaba todo el espacio, se abrió paso, se abrió poco a poco un espacio y con ello lo abrió también para todos los matices y corrientes de la izquierda.

Estas corrientes, empero, no podían tampoco surgir sólo por que contaran con espacio. Era necesario que tuvieran un fundamento social, material, y este era sumamente estrecho durante decenios.

Sólo cuando se desplegó más el desarrollo del capitalismo dependiente y sus contradicciones, más exactamente, cuando éste entró en la tercera etapa de su desarrollo como formación económico-social, con la puesta en marcha de la industrialización, es que surgieron y se extendieron las bases sociales clasistas, que hicieron posible el surgimiento de las organizaciones izquierdistas, como expresión de determinadas clases y capas de la sociedad salvadoreña.

La industrialización de los años 50-70, como proceso dominado económica y tecnológicamente por los monopolios imperialistas y sus esquemas neocolonialistas y la aceleración de la expansión del capitalismo en la agricultura, trajeron consigo grandes deformidades y desequilibrios en la evolución social, una de las cuales consiste en el brusco surgimiento y crecimiento acelerado de las capas marginales y de las capas medias urbanas modernas, a un ritmo muy superior al crecimiento del proletariado industrial. En particular, cabe destacar el espectacular crecimiento experimentado por la masa de estudiantes universitarios y docentes (de unos 3000 en 1960 a más de 30,000 en 1979), en su mayoría sin posibilidades de graduación, ni de empleo. La proletarización masiva de los campesinos originó angustiosas tensiones y la agudización de la lucha de clases en el campo, sobre todo después de la guerra con Honduras, que redujo notablemente la posibilidad de un alivio al problema campesino mediante la emigración hacia las tierras de aquel país.

Incluso, la clase obrera industrial, ensanchada considerablemente en los 25 años últimos, por su reciente formación y su incipiente experiencia en la lucha de clases, conserva todavía rasgos sicológicos e ideológicos pequeño-burgueses o campesinos.

Se formó, así, una amplia base social para el surgimiento de organizaciones políticas pequeño-burguesas y para la proliferación de las corrientes izquierdistas; todo lo cual, junto con su propia inmadurez y sus errores, afectó también en cierta medida al desarrollo del PCS.

Así, pues, ni el PCS ocupaba el espacio disponible para la izquierda, durante los años treinta a los cincuenta, ni pudo ocuparlo todo cuando ese espacio se ensanchó descomunalmente en los años sesenta y setenta.

Es sintomático y demostrativo de lo dicho que, cuando nuestro Partido adoptó entre 1961-63 una línea izquierdista, pequeño-burguesa, también creció rápidamente, de modo principal entre los mismos sectores de las capas medias y las capas marginales, pero muy poco entre la clase obrera.

Nosotros luchamos por construir el Partido del proletariado, como Partido obrero real y no sólo por definición ideológico-teórica. No es que creamos que las capas medias y otros sectores del pueblo no pueden llevar la revolución al Poder. De hecho, eso ha ocurrido en varios países. Pero la suerte de la revolución, su avance hacia el socialismo y la construcción de éste no estarán asegurados mientras no estén en las manos del proletariado y del Partido del proletariado, también esto ha sido demostrado por la experiencia internacional.

Nuestro Partido aunque es el único verdaderamente obrero en nuestro país, lleva retraso en el cumplimiento de esta tarea esencial de su propia construcción en el corazón del proletariado, en el seno de las masas principales de obreros de la industria y el proletariado agropecuario sobre todo. Un mayor desarrollo del PCS, el destacamento revolucionario más maduro en El Salvador, contribuiría mucho más y mejor a superar el sectarismo, el desviacionismo y otras debilidades que aquejan al movimiento popular y, en consecuencia, a acortar el trecho para la victoria.
El desarrollo del PCS es, pues, hoy más que nunca, una tarea revolucionaria esencial. Esta es la consigna más importante que debe salir de este Congreso para los comunistas.

El hecho de que las organizaciones izquierdistas hayan comenzado a vincularse con el movimiento obrero es cierto que acarrea a los sindicatos a errores de aventurismo y trae confusión ideológica, sectarismo y división a sus filas, pero también esta vinculación está llamada a ejercer influencia sobre los izquierdistas y ayuda a crear condiciones en sus organizaciones en contra del sectarismo, a favor de la unidad de la izquierda, y de la corrección de muchos de sus esquemas ideológicos y políticos, como ha comenzado a verse en la práctica. Por otra parte, significa para nosotros un saludable reto a la emulación, que debemos aceptar.

Como ya hemos dicho atrás, la entrada en su fase madura de la crisis estructural y del sistema político, la búsqueda de una salida hacia el capitalismo monopolista de Estado dependiente, en las condiciones del ascenso del movimiento revolucionario en nuestro país, trajo consigo un proceso de fascistización de la dictadura militar que soporta el pueblo salvadoreño desde diciembre de 1931.

La tendencia al fascismo empezó a asomar cabeza desde los primeros días del gobierno del Coronel Arturo Armando Molina, julio de 1972, aunque sólo se configuró con toda nitidez cuando sufrió su primera derrota la corriente reformista que también abrigaba en su seno ese gobierno (salida del gabinete de los tres ministros reformistas, en octubre de 1973) y cobró un fuerte impulso después de la derrota del Primer Distrito de Transformación Agraria (octubre de 1976), el fraude en las elecciones del 20 de febrero de 1977 y la llegada del General Romero a la Presidencia de la República (1º de julio de 1977).

El fascismo era la forma de la contrarrevolución que por aquellos años estaba a la ofensiva en América Latina, apoyado y fomentado por la CIA, ciertas trasnacionales yanquis, el Pentágono y el gobierno del Partido Republicano.

Nuestro Partido tuvo el mérito de ver este peligro desde sus inicios y lo denunció. También vio desde el principio las dificultades que la fascistización enfrentaría en nuestro país y alertó contra el error de considerar el fascismo como un peligro fatal, inexorable: llamó a combatirlo firmemente.

El Pleno del CC realizado en agosto de 1972, fue el primero en señalar el surgimiento del peligro fascista, apuntar sus contradicciones y dificultades. Aunque no teníamos todavía nociones claras acerca de la naturaleza, el contenido clasista, objetivos y función histórica concretos del fascismo en países como el nuestro, el documento aprobado por ese Pleno del CC hizo un trazo bastante acertado al respecto.

He aquí algunos fragmentos:

“Es necesario que tomemos la más clara conciencia de que el asalto a la Universidad forma parte de una escalada hacia el entronizamiento de una tiranía fascista, para lo cual existen planes que maneja la alta jefatura militar, que es la que en realidad toma las más importantes decisiones en el gobierno actual.”

“La tendencia hacia el fascismo surge de la desesperada situación de deterioro en que se ha visto colocado el tradicional régimen militar derechista, por sucesivos flujos de la lucha popular, que han sido cada vez más poderosos. La guerra contra Honduras, como sabemos, le permitió al régimen un alivio de la presión popular y le proporcionó el espejismo de una consolidación duradera, que pronto fue roto por un flujo todavía más potente, el de 1971 y comienzos de 1972. Este último empuje popular condujo a la división en el ejército y al alzamiento fallido del 25 de marzo. Así, el régimen militar derechista ha sentido estremecerse el suelo bajo sus pies y ha encarado el peligro cierto del desmoronamiento”.

“¿Cómo anticiparse a un nuevo auge de la lucha popular, que puede ser más desastroso e incluso mortal para el régimen? Esta es la interrogante que se abrió para la estrategia enemiga”.

“Tres posibles respuestas surgen ante ellos para atajar el peligro”:

a) Un programa reformista;
b) Un vasto plan represivo;
c) Una combinación de ambos: una mezcla de garrote y reformas”.

“Esta última parece ser la fórmula que ha sido adoptada. Su objetivo político central es disputarle las masas al movimiento que encabezan las fuerzas revolucionarias y demás fuerzas democráticas. El enemigo pretende ganarse a las masas sobornándolas con migajas y, al mismo tiempo, aplicar selectivamente la represión contra las fuerzas revolucionarias, sus aliados y demás sectores progresistas, para debilitarlos o destruir su capacidad de dirección y su eficiencia para organizar y orientar al pueblo.

“Una línea basada únicamente en la represión, aislaría todavía más al régimen y forzaría el paso a las formas superiores de la lucha popular. Por lo demás, de las reformas no puede prescindirse porque ellas han llegado a ser indispensables para la expansión del capitalismo.”

“El fascismo exalta el militarismo y trata de impregnar con los procedimientos militares todas las actividades de su partido político, haciendo de él una especie de destacamento de choque, al tiempo que eleva el papel de la policía y demás cuerpos represivos y aplica la “solución militar” a todo conflicto social; militarizando empresas en huelga, disolviendo “manu militari” concentración y manifestación, etc.”.

“Los fascistas cuidan de dar a sus actos – al menos al comienzo- una apariencia legal, ya sea forzando mañosamente la aplicación de las leyes existentes o dictando leyes apropiadas para sus fines y procedimientos”.

“Los fascistas se esfuerzan por convertir las organizaciones de masas, en especial los sindicatos, en dóciles apéndices del gobierno. Con ese fin, procuran destruir la influencia de los comunistas y de otras tendencias progresistas en los sindicatos y demás organizaciones de masas, procediendo a la persecución de tales elementos e incluso disolviendo aquellas organización en las que resulta muy difícil erradicar la influencia revolucionaria.

“Todo indica, pues, que no debemos subestimar ni en lo mínimo el peligro fascista. Sin embargo, no debemos tampoco sobre-estimarlo. No debemos partir de que ya se ha entronizado una tiranía fascista, sino que debemos ser realistas y entender que está en marcha el plan de fascistización, pero no ha logrado todavía entronizarse”.

“Una descuidada caracterización de este gobierno de una vez como tiranía fascista, podría hacernos perder la perspectiva de la lucha y llevarnos a exagerar el papel de la lucha clandestina en la actualidad, abandonar o debilitar el amplio trabajo abierto y llevar confusión y fatalismo a las masas”.

“Para no sobre-estimar el peligro del fascismo debemos tener en cuenta que su llegada no supera las contradicciones dentro de las clases dominantes, ni dentro del ejército y que, mucho menos, supera las contradicciones entre el pueblo y sus explotadores y opresores. La fascistización trae consigo, además, nuevas contradicciones. El mismo hecho de que intente combinar represión con reformas lleva en sí una contradicción: el recrudecimiento de la represión fortalece las tendencias conservadoras y debilita a los sectores y elementos reformistas dentro del gobierno, hace más superficiales las medidas que lleguen a aplicarse; y, al contrario, entre más consecuentes son las reformas, más necesita el gobierno la movilización y apoyo populares para defenderlas y consolidarlas contra la resistencia de los sectores recalcitrantes, lo cual entra en conflicto con las acciones represivas”.

“No debemos olvidar que el proceso de fascistización que se está intentando no ocurre en un país capitalista desarrollado, si no en un país dependiente en el que ha avanzado mucho la crisis de estructura y son muy agudos los problemas sociales. Esto tiende a dificultar la marcha de la fascistización, puesto que para superar los graves problemas económicos y sociales no bastan los parches de superficie y no es muy fácil ganar con ellos la simpatía de las masas”.

“Contamos con dos factores especialmente favorables para enfrentar el plan de fascistización”:
a) La muy difundida actitud opositora de las masas hacia este gobierno;
b) El adelantado trabajo de frente único en el terreno político”.

Hasta aquí, las citas del documento del Pleno del CC de agosto de 1972. Su extraordinaria previsión y acierto saltan a la vista casi a siete años de distancia.

En efecto, el proyecto fascista se encuentra hoy atascado. Continúan los fascistas en el timón del Estado, principalmente al mando de la Fuerza Armada, continúan causando sufrimientos y derramamiento de sangre del pueblo trabajador, pero sus esquemas económicos y sus pretensiones de configurar un Estado verticalista se encuentran en el atolladero.

Por otra parte, la gran ofensiva del fascismo de los años 71-76 en América Latina, encontró su tope y dio principio el debilitamiento, el cuarteamiento, y, en algunos casos –como el de Bolivia-incluso el derrumbe de los fascistas.

Las dificultades que enfrentan los fascistas salvadoreños son crecientes. Las principal es la heroica resistencia y la solidaridad internacional; pero también otras que son graves; las crisis económica se ha agudizado por causas no solamente económicas sino, principalmente, por la crisis política, que promueve la fuga masiva de capital y bloquea la inversión externa; el apoyo a los fascistas de parte de la burguesía ha dejado de ser unánime con el aparecimiento de un sector aperturista, que incluye señores del gran capital, la condena internacional contra este gobierno terrorista encabezado por el General Romero se ha mantenido y crece. Incluso, la Comisión de Derechos Humanos de la OEA elaboró un informe gravemente acusatorio contra el gobierno de Romero. El gobierno Carter, como parte de las necesidades de su política hacia la dictadura de Somoza y Centroamérica en general, ha retornado, a su pesar, a las presiones aperturistas sobre el gobierno salvadoreño y despliega maniobras con una parte de las fuerzas opositoras. Resurge el descontento y la actividad golpista en el Ejército. La Iglesia, pese al martirio a que ha sido sometida por los fascistas y de lo que estos han conseguido dividir sus filas, no se les pliega y se mantiene en lucha. Un nuevo auge de la lucha de masas ha comenzado a levantarse, motorizado por el creciente movimiento huelguístico de la clase obrera; la unidad del movimiento revolucionario, una vez hecha la aleccionadora experiencia de los dos últimos años, desde el 28 de febrero de 1977, ha comenzado a dibujarse como una posibilidad real en el horizonte.

El desplome, a fines del año pasado, del régimen policial impuesto por los fascistas a la Universidad, con el llamado Consejo de Administración Provisional (CAPUES) a la cabeza, fue la primera muestra práctica de que el esquema de éstos no marcha. La reconquista de la influencia fundamental en la conducción de la Universidad por las fuerzas democráticas, fue un revés para los fascistas.

La reciente derogatoria de la Ley de Defensa y Garantía del Orden Público, instrumento típicamente fascista de represión, fue otra muestra de que el régimen necesita urgentemente de una maniobra política para capear la tormenta que se levanta en su horizonte.

Como lo apuntamos atrás, ante esta situación en la que el proyecto fascista se atasca y el peligro de revolución crece, una parte de las clases dominantes prefiere buscar una salida de tipo “aperturista”, antes de arriesgarse a que el desgaste de la dictadura militar facilite un mayor avance revolucionario, que puede volverse irreversible.

Por otra parte, la dirección del PDC, con la cual ha mantenido contactos sistemáticos la Embajada de los Estados Unidos, en San Salvador y el propio Departamento de Estado, de un modo más frecuente desde mediados de 1977, percibió lo que empezaba a ocurrir y trazó un esquema orientado a favorecer el agrupamiento y toma de posición de los señores de la burguesía incluidos a favor de una maniobra aperturista. Una parte de los dirigentes del PDC veían en ello y creemos que quizá ven todavía- sólo una táctica que busca estimular y utilizarlas para obtener algunas concesiones, que faciliten la lucha del pueblo. Otra parte de ellos miraban en esos acercamientos a los capitalistas y miran hoy con mayor determinación, la posibilidad de que el PDC asuma el papel real de partido de la burguesía y se le abra, así, el acceso al gobierno. Una preocupación común a toda la dirigencia del PDC es el lamentable estado de desorganización casi total de su Partido y el angustioso deseo de sacarlo a flote de nuevo, como condición indispensable para la continuidad de su movimiento y su ideología en la escena política del país.

El proyecto de llevar al PDC al servicio de la burguesía y de la política de Carter, implica, desde luego, su ruptura con el Programa de la UNO y con la UNO misma; ya que estos son claros compromisos con el movimiento popular, opuesto al imperialismo y a la burguesía, opuesto sobre todo a la dictadura militar en fascistización.

Desde mediados de 1978, empezaron a realizarse los encuentros entre dirigentes democristianos y señores del gran capital. A fines del año se había configurado un grupo bastante definido de éstos, a favor del ensayo aperturista y a comienzos de 1979 el PDC logró atraer a la masa de esas conversaciones a una representación del Arzobispado de San Salvador.

Paralelamente, con esto, la democracia cristiana latinoamericana conquistaba una posición de gran peso con el triunfo de Herrara Ca|mpins en las elecciones presidenciales de Venezuela y así la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), cuyo Presidente es José Napoleón Duarte, renovó sus negociaciones con el gobierno de Carter, en busca de un entendimiento similar al que existe entre éste y la Internacional Socialista, para la instalación de gobiernos alineados con la actual política de Washington. Sobre la naturaleza, objetivos, limitaciones de este entendimiento y los intereses autónomos de estas fuerzas, se habla en el documento “Fundamentos y Tesis de la Línea General del Partido Comunista de El Salvador”.

Todo parece indicar que el pacto entre la DC y Washington, relativo a El Salvador, ha sido concluido y ha comenzado a rumorarse sobre que el próximo gobierno estará presidido por Duarte; en medios de la burguesía se comenta con entusiasmo que “el PDC se transformará en el poderoso partido que se necesita”. (es decir, que necesita la burguesía).

En febrero todo parecía listo para que una delegación del gobierno, ya nombrada por éste, se incorporara a la mesa donde negociaban el PDC, el grupo de s encabezados por Francisco de Sola y los representantes de la Iglesia. Pero justamente en ese momento y en ausencia del General Romero que estaba de visita oficial en México, la Guardia Nacional asaltó el centro católico “El Despertar”, asesinando a varias personas, entre ellas el sacerdote Octavio Ortiz Luna. La Iglesia se negó entonces a concurrir a la misma mesa con el gobierno y éste mostró interés en acudir a la cita que había aceptado.

La Comisión Política llegó a la conclusión de que el asalto a “El Despertar” fue una deliberada provocación montada por los fascistas para frustrar aquellas negociaciones, con las que no están muy de acuerdo.

Por ese mismo tiempo, entró en circulación la famosa Carta Abierta al General Romero, del “Comité de Defensa Nacional”, nombre tras el cual se agrupa el sector fascista de la gran burguesía, encabezado por Roberto Hill, Lemus O´Byrne y otros, es decir, por los jefes de los grupos financieros “Desarrollo” y “La popular”, que son los principales beneficiarios de la política económica del gobierno y del crédito del Banco Central. En la carta acusaban a Romero de vacilar en el cumplimiento de su compromiso de aplastar al movimiento revolucionario y le exigían declararle una guerra total, cortar cualquier diálogo aperturista, hasta que se haya impuesto “La Paz”, etc.

La lucha dentro de ANEP entre estas dos tendencias de la burguesía, condujo a que ésta adoptara una posición ecléctica, que busca conciliarlas. Esta posición se contiene en el “Llamamiento a la reflexión” a ANEP. Publicado a comienzos de marzo, en el cual, como tributo al sector fascista, se atacaba al Arzobispado. Luego vino la formidable jornada huelguística de los trabajadores y entonces los empresarios realizaron urgentes asambleas de la ASI y la Cámara de Comercio, donde prevaleció la línea del “Comité de Defensa Nacional”.

El gobierno, en cambio, mantuvo frente el movimiento huelguístico en aquellos días una posición amenazante y en cierto momento directamente represiva, pero al mismo tiempo cautelosa.

Estos sucesos se reflejaron en la mesa de las negociaciones aperturistas. Ya no aparecieron allí los capitalistas ni la Iglesia, pero en cambio se iniciaron los encuentros entre el gobierno y el PDC. Cuando ambos habían logrado que los capitalistas y la Iglesia aceptaran concurrir de nuevo, fue el Alto Mando de la Fuerza Armada el que decidió dejar en suspenso indefinido esas pláticas por considerar que los dirigentes democristianos y el Arzobispado actúan deslealmente, ya que prosiguen “haciendo ataques al gobierno”. En el equipo superior del gobierno se han formado también una agrupamiento aperturista y otro el que persiste en el esquema fascista.

Así están las cosas hoy. Entre tanto, el Departamento de Estado cambió a dos de los más importantes funcionarios de su Embajada en San Salvador, nombrando a elementos con experiencia en las maniobras políticas. Esta es una obvia manifestación de la determinación de Washington a alcanzar aquí los objetivos que se ha trazado y sus compromisos con la DC.

Los fascistas, por su parte, han procedido a reorganizar las bandas asesinas y se disponen a llevar adelante una campaña de exterminio de dirigentes y cuadro del movimiento obrero, campesino y en general del movimiento popular.

Este cuadro de contradicciones, pasos y contrapasos de una apertura limitada, ilustra muy bien lo que ya dijimos atrás: una maniobra de este tipo resulta sumamente difícil y riesgosa en las condiciones de nuestro país. Pero no debemos subestimarla en absoluto.

La posición de nuestro Partido, trazada por la Comisión Política desde el año pasado, se resume así:
• La bandera de una salida democrática debe tomarla en sus manos el movimiento obrero, con una plataforma de demandas políticas consecuente con los intereses populares, en torno de la cual debemos reunir si fuera posible, a todas las fuerzas civiles y militares. El movimiento por una salida democrática a la crisis política no debe quedar en manos de la burguesía y el imperialismo.
• Sólo desde esta posición popular e independiente, puede sacarse un provecho real para la causa revolucionaria a la lucha por una salida democrática.
• Debemos tratar de atraer a la Iglesia a un compromiso con este frente de fuerzas democráticas encabezado por el movimiento obrero.
• No debemos permanecer impasibles ante el arrastre del PDC a las posiciones de la burguesía; debemos disputárselo, tratar de retornarlo al compromiso popular.
• Estimular las contradicciones que se han abierto en el campo enemigo y, si es necesario, negociar con los sectores no fascistas de ese campo, pero desde las posiciones del despliegue del movimiento popular por una salida democrática.

Nosotros, en resumen, partimos de la base de que el problema de la “apertura” ha sido colocado en el centro del hacer político diario de todas las fuerzas, dominantes y dominadas; que este problema acarreará una mayor agudización de las contradicciones en el campo enemigo y también puede acarrear más contradicciones en el movimiento popular, prepararlo para aprovechar las contradicciones en el campo enemigo. La clave de esta táctica está en no ilusionarnos con la apertura de que hablan las clases dominantes y el imperialismo y no involucrarnos en su maniobra, como parte integrante, abierta o encubierta del frente de fuerzas que los aperturistas de “arriba” intentan formar en torno suyo. Así, mantendremos la independencia y podremos resolver bien los problemas de la formación y unificación del frente popular. He aquí los intrincados y complejos problemas que este momento concreto se plantean al trabajo de nuestro Partido por el Frente Único; y hemos de saberlo resolver correctamente.

Nosotros tenemos una línea clara y minuciosamente elaborada sobre el trabajo por el frente único y el aprovechamiento de las contradicciones en el campo enemigo. Esa es una gran ventaja para nosotros en este complicado momento.

Las orientaciones trazadas a este respecto por la CP el año pasado siguen siendo válida; y sólo eso, han comenzado a aplicarse con éxito. El Comité Coordinador Provisional del Movimiento Síndical, que como dijimos ya, abarca alrededor de las tres cuartas partes de éste, ha acordado convocar a un Foro de las fuerzas populares y democráticas para fecha próxima, en el que se discutirá el momento político actual y se buscará la formulación de una Plataforma común de demandas democráticas para la salida a la crisis política.

Este es, compañeros, un logro importante de nuestro trabajo que hemos de empeñarnos en llevar a su exitosa culminación.

VIII

Compañeros:

La convulsa situación que vive nuestro país forma parte de la crucial situación centroamericana actual. Centroamérica es la región donde radica hoy el centro más activo de la revolución latinoamericana. En Nicaragua, la revolución forcejea por derrumbar el último muro de contención; en Guatemala y El Salvador el proceso revolucionario ha tomado proporciones muy grandes, es un gran movimiento de masas.

La revolución, es cierto, enfrenta muchas dificultades y debe superar muchas debilidades de sus fuerzas organizadas. Especialmente, sufre por la división entre las organizaciones revolucionarias, que no facilita la tarea de reunir todas las fuerzas y lanzarlas concentradamente contre el enemigo común y principal. Es motivo de legítima alegría constatar que la unidad comienza a avanzar en Centroamérica. Nosotros saludamos la reunificación de las tres fracciones del Frente Sandinista bajo una dirección única; saludamos, así mismo, la creación del “Frente Patriótico” en Nicaragua.

Centroamérica está ahora más preñada de revolución que en ningún otro momento del pasado. Los comunistas debemos ser dignos de este momento, estar a la altura de sus exigencias. Nosotros celebramos con entusiasmo la nueva fase en que hemos entrado en las relaciones de los Partido Comunistas y Obreros de Centroamérica y México entre sí y de éstos con las demás fuerzas revolucionarias, fase de cooperación real, internacionalismo militante, crítica mutua fraternal.

Compañeros militantes del PCS, delegados a este VII Congreso; Compañeros de los Partidos hermanos que están aquí con nosotros; queremos concluir este informe de nuestro Comité Central, proponiendo a todos:

¡Viva el internacionalismo proletario y el marxismo-leninismo!

¡Viva la gran Comunidad Socialista encabezada por la Unión Soviética, bastión de la causa de todos los pueblos de la tierra!

¡Viva Cuba Socialista, ejemplar combatiente internacionalista!

¡Viva la revolución centroamericana y la unidad de todas sus fuerzas!

¡Viva la heroica clase obrera salvadoreña, nuestro combatiente movimiento popular todo!

¡Viva el Partido Comunista de El Salvador!

¡Viva el Comunismo!

San Salvador, 12 de abril de 1979.