Rousseau y la Ilustración

Rousseau y la Ilustración
José Álvarez Junco

nº 184 • diciembre / enero 2012/2013

Jonathan I. Israel
Radical Enlightenment. Philosophy and the Making of Modernity 1650-1750 Nueva York, Oxford University Press, 2001; Enlightenment Contested. Philosophy, Modernity, and the Emancipation of Man 1670-1752 Nueva York, Oxford University Press, 2006; Democratic Enlightenment. Philosophy, Revolution and Human Rights 1750-1790 Nueva York, Oxford University Press, 2011; A Revolution of the Mind. Radical Enlightenment and the Intellectual Origins of Modern Democracy Princeton, Princeton University Press, 2010 – David Edmonds y El perro de Rousseau: el relato de la guerra entre dos grandes pensadores de la época de la Ilustración Trad. de José Luis Gil Aristu Barcelona, Península, 2007 – 416 pp. 27 €
Robert Zaretsky y John T. Scott. La querella de los filósofos. Rousseau, Hume y los límites del entendimiento humano Trad. de Josep Sarret Barcelona, Buridán, 2010- 318 pp. 24 €

La Ilustración, reinterpretada

Cualquier momento debería ser bueno para reflexionar sobre la huella intelectual, política y estética dejada por Jean-Jacques Rousseau, un genio filosófico y literario de inmensa influencia tanto sobre su época como sobre las siguientes. Pero este año 2012 coincide con el tercer centenario de su nacimiento y el convencionalismo del número redondo nos invita a dedicarle una atención especial.
Ocurre, además, y esto sí que es importante, que se han publicado en los últimos tiempos diversas obras que obligan a repensar nuestros juicios heredados no sólo sobre Rousseau sino sobre toda su época. De especial impacto han sido los tres sólidos volúmenes –de unas mil páginas de apretada letra cada uno– escritos por Jonathan Israel sobre la Ilustración.
Con Democratic Enlightenment, aparecido en 2011, ha culminado una imponente trilogía iniciada con Radical Enlightenment (2001) y proseguida con Enlightenment Contested (2006).
Pese a sus dimensiones y su despliegue de erudición, son libros escritos con estilo vivo y apasionado, cuya lectura no reviste especial dificultad, aunque exige tiempo. Israel, debe aclararse desde el principio, no es un académico angloamericano al uso. Británico, actualmente en Princeton, y especializado en historia de Holanda y del judaísmo, es un cosmopolita, capaz de manejar casi una decena de lenguas, entre ellas el latín y el español.
La visión de Israel, panorámica y detallada a la vez, apenas deja rincón sin explorar. Lo que, en principio, debería hacer muy difícil resumir su idea central en unas pocas páginas. Pero no es así, porque la plantea de forma muy nítida (lo que es, quizá, su problema). Su gran pregunta versa sobre los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa, o de la modernidad occidental en general. Y defiende sin equívoco alguno que the big cause, la causa principal, de ambos acontecimientos fue la «filosofía moderna» (lo que hoy llamaríamos ideas políticas, económicas y sociales); y, dentro de ella, la «Ilustración radical». Un fenómeno desarrollado, según él, entre 1650 y 1800.
Algo que debería destacarse ante todo es que, frente a la tendencia dominante en las últimas décadas a ver la Ilustración como una multitud compleja de manifestaciones sin denominador común, nuestro autor intenta definirla de manera unitaria. Vuelve con ello al clásico planteamiento de Ernst Cassirer (La filosofía de la Ilustración, 1932), al que añade además un muy novedoso esfuerzo por verla desde ambos lados del Atlántico, con incursiones aun en Asia. Para Israel, la Ilustración fue un gran movimiento político-intelectual comprometido con la idea de que era posible y necesario mejorar la suerte de la humanidad gracias al uso de la razón para eliminar ideas o instituciones heredadas nocivas para la felicidad humana.
Un proyecto dirigido por la «filosofía», pero que inevitablemente desembocaba en principios políticos, como la libertad y los derechos humanos. Es decir, que abría el camino para las revoluciones que acabaron en la implantación de las actuales democracias representativas. «A Revolution of the Mind» llama, en efecto, a la Ilustración –en un compendio muy legible que sintetiza sus tres volúmenes–, y dice que fue el acontecimiento cultural más importante ocurrido en el mundo desde hace quizás un milenio, «con un significado crucial también para la comprensión de nuestra política y nuestra filosofía».
Frente a estudios recientes que distinguían la Ilustración francesa, alemana, norteamericana o escocesa, Israel sólo acepta dos variantes dentro del movimiento global: la Ilustración moderada y la radical; ambas comprometidas con la mejora de la condición humana, pero la primera, la más pública y notoria (mainstream), dominada por el escepticismo intelectual y el temor ante cambios políticos drásticos, aceptaba el compromiso con aristócratas y monarcas; apoyada por estos mismos poderes (court-sponsored), basada en un «complejo de superioridad eurocéntrico» y ligada al misticismo deísta de la masonería, no tenía reparos en distinguir entre el racionalismo que intentaba expandir entre las elites cultas y el mantenimiento de la religión y las supersticiones milagreras entre las clases populares, conveniente para que aceptaran su condición subordinada.
La otra rama ilustrada, la radical, creó una «conciencia revolucionaria completamente nueva» a partir del principio de la igualdad humana; pero vista en los círculos oficiales, tendió a expresarse de forma más clandestina y a ligarse al racionalismo de los Illuminati.
Esta división en dos ramas tuvo carácter universal, según Israel, pues no se limitó a Francia o Gran Bretaña, sino que apareció en la Europa central o en el mundo latino, e incluso en las colonias americanas que pasarían a ser los Estados Unidos, como ejemplifican las diferencias entre John Adams y Tom Paine.
Enemigos tanto de moderados como de radicales eran, por supuesto, los antiilustrados, que seguían apoyándose en la fe, en lugar de la razón, y cuyo saber por excelencia era la teología, a partir de la exégesis de los textos revelados. Los poderes existentes, anclados en el derecho divino y la legitimidad heredada, se alineaban en principio con estos últimos, pero el siglo ilustrado hizo que algunos de ellos giraran hacia posiciones ambiguas, dado su deseo de legitimarse también por su potencial para fomentar el progreso y el bienestar de sus súbditos.
La Ilustración moderada –continúa Israel– fue la dominante hasta 1770. Su origen, como ya señalara Cassirer para todo el conjunto, radicaba en Newton, que había compatibilizado ciencia y fe religiosa y había extendido la creencia de que las leyes de la física podrían aplicarse también a los fenómenos políticos y sociales.
Su primer adalid, en el XVIII, había sido Montesquieu, ferviente admirador de la división de poderes británica, y su gran patriarca era Voltaire, aunque también encarnaba en Turgot o Grimm; todos ellos estaban dispuestos a apoyar a déspotas reformistas en Austria, Prusia o Rusia y a exaltar las excelencias de la religión para el pueblo.
Entre los moderados se alinearían asimismo los ilustrados escoceses, aunque más en la práctica que en la teoría: Adam Smith, muy renovador en cuanto a la liberalización de los mercados, pero partidario del mantenimiento del imperio inglés y del poder aristocrático y eclesiástico; o Hume, de un escepticismo devastador en relación con la filosofía heredada, pero favorable a la aceptación de los hábitos dominantes, por razones prácticas, en lugar de predicar una reorganización social general a partir de normas universales de justicia o de moral. Todos eran, en definitiva, para Israel, «racionalizadores del Antiguo Régimen».

El programa moderado impulsó reformas, desde luego, pero era incapaz de realizar las transformaciones necesarias para acabar con los despóticos regímenes existentes. Eso sí, en su combate contra los radicales, los moderados difundieron involuntariamente sus doctrinas, con lo que facilitaron la transición a una segunda fase, dominada ya por estos últimos, que preparó el camino para la gran Revolución de 1789. No hará falta añadir que, al iniciarse esta, los moderados la rechazarían con horror, al revés que los radicales; pues la revolución se basaba en sus mismos principios: la igualdad de las personas, la destrucción de los privilegios arbitrarios y la creencia de que los gobiernos habían de trabajar por la felicidad humana y servir a los intereses globales de la sociedad en lugar de a los gobernantes. Otra cosa sería la evolución de cada cual a medida que el proceso revolucionario se despeñó hacia el Terror.

Un rasgo distintivo de la obra de Israel es su decidida localización del origen de la Ilustración radical. Al rastreo del nacimiento y desarrollo de esta línea de pensamiento, piedra angular de la modernidad, dedica este autor la mayor parte de su inmenso trabajo. Todo se remonta, para él, a Baruch Spinoza, protagonista de su primer volumen.

Su metafísica basada en el monismo materialista minó las creencias en la divina providencia y en la autoridad eclesiástica y llevó a la repulsa de la teología, la revelación, los milagros y la idea de recompensas o castigos tras la muerte, defendiendo, en cambio, a la razón como única guía legítima en los asuntos humanos. Este racionalismo extremo del spinozismo sería el rasgo fundamental de la Ilustración radical, frente a la moderada, que intentaría limitar la razón al papel de auxiliar o acompañante de la revelación y la autoridad eclesiástica. Y es también la llave que abre el camino al relativismo moral, la defensa de la igualdad, los derechos individuales, la libertad de opinión y la de cultos.
El materialismo spinoziano fue desarrollado en el siglo ilustrado por una serie de pensadores audaces: Bayle, Helvecio, Mandeville, Diderot, d’Holbach, Raynal. Frente a los moderados, que tendían a ser religiosos (protestantes, católicos o judíos), los radicales fueron deístas, agnósticos o ateos y combatieron el dominio social de las religiones. Ese deísmo o ateísmo que les caracterizó les ayudó también a rechazar cualquier compromiso con el pasado y a alinearse con quienes proponían barrer las estructuras sociales y políticas existentes. Los radicales predicaron el racionalismo universal, el materialismo, el secularismo, la tolerancia, el humanitarismo, la igualdad y, en definitiva, la democracia, único sistema en el que el individuo no abdica de su libertad y derechos naturales a favor de ningún grupo o individuo sino de su propia comunidad. Cimentaron, así, la modernidad política.
Israel se atreve a proponer otra serie de consecuencias del spinozismo que tiende a exagerar y, sobre todo, a englobar en un solo bloque. Una de ellas es el multiculturalismo, iniciado por la Histoire philosophique des deux mondes, de Raynal, obra clave (colectiva, como la Encyclopédie) que denunció la expansión colonial europea y sacó a la luz la codicia y la brutalidad de los colonos.
Ello permitió por primera vez un planteamiento universal de la opresión política (pues las atrocidades coloniales no se atribuían ya al carácter cruel de ciertos pueblos o religiones, sino a la estructura opresiva) y el respeto hacia otras culturas, frente a la tradicional defensa de la superioridad europea.
Al proclamar, como Helvecio, que sólo hay una moral, basada en la razón y aplicable a todos los habitantes del globo, los radicales condenaron la esclavitud, junto con el «fanatismo» y el «despotismo». A través de las observaciones de Raynal sobre la «tiranía» ejercida por los hombres sobre las mujeres en las tribus indias, situación que el «progreso» exigía superar, llegaron incluso al inicio del feminismo. En todo ello, los radicales se distanciaban de Rousseau, que idealizaba a los «primitivos» y consideraba natural y conveniente la subordinación femenina.
Lo más innovador en este tercer tomo de la serie de Israel es la conexión entre esta Ilustración radical y el planteamiento revolucionario. Dedica la cuarta parte del último volumen a los debates filosóficos inmediatamente anteriores a la Revolución Francesa, o contemporáneos con esta, muy centrados, según él, en el spinozismo.
La Revolución iniciada en 1789 no sería sino «la apoteosis de la Ilustración», pues sólo una ruptura completa con el pasado jerárquico y corrupto podía acabar con el yugo temporal que esclavizaba y degradaba a las sociedades. La exigencia de igualdad de la Ilustración radical derivó en la denuncia del privilegio y esta fue «the only important direct cause of the French Revolution».
En las radicales transformaciones que inauguraron el mundo moderno tuvo, por tanto, para este autor, una importancia crucial la «filosofía». Ella fue la que llevó a la conciencia de los derechos y la exigencia de democracia; y sin los debates alrededor de estos temas no puede entenderse por qué se desencadenaron las revoluciones americana y francesa. Pero no todos aquellos debates tuvieron un origen puramente intelectual. Un gran motivo de reflexión fue, por ejemplo, el terremoto de Lisboa en 1755 (precedido por otros varios, devastadores, en la América española, a lo largo del medio siglo anterior).

En páginas muy brillantes, Israel describe cómo impresionó aquel terremoto que, después de destruir buena parte de la capital portuguesa, fue seguido por un tsunami que quitó la vida a muchos de los que, agradecidos por haberla salvado, rezaban en las calles. Los radicales vieron aquella catástrofe en términos de ciegas fuerzas naturales y prueba contundente de la inexistencia de un Dios justo y misericordioso. Los clérigos, en cambio, lo presentaron como un castigo divino por los pecados colectivos. Y los moderados adoptaron la vía media: algunos terremotos podían ser expresión del disgusto divino, pero otros eran puramente naturales.

Aunque no centre su atención en ella, son de especial interés sus referencias a la Revolución Americana, tema, no hace falta decir, estudiado hasta la saciedad antes de su trabajo, pero no desde esta perspectiva del enfrentamiento entre Ilustración moderada y radical. La Declaración de Independencia estaba, para Israel, saturada de ideas moderadas, religiosas, lockeanas.

La base de su racionalidad, que nos presenta como «evidentes» verdades como que todos los hombres han sido creados iguales y dotados de derechos inalienables, como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, es la existencia de un Dios creador del universo. Pero, a través de Jefferson o Tom Paine, encuentra también en ella ideas radicales. De ahí la actitud crítica, a la vez que entusiasta, del radicalismo ilustrado ante el modelo americano.

A partir de lo dicho, no es difícil adivinar a cuántos y a quiénes va a irritar, o lo ha hecho ya, el planteamiento de Israel: a los fundamentalistas religiosos, a los estructuralistas y a los posmodernos, como mínimo. Los primeros se oponen, por supuesto, al secularismo defendido por este autor como aspecto crucial de la sociedad moderna y democrática. Los segundos, y en especial el marxismo, siguen denunciando la historia intelectual como «idealista» y atribuyendo las conmociones revolucionarias a intereses de clase o a la actividad de una «burguesía en ascenso».
En defensa de una historia basada en las ideas, Israel afirma tajantemente que quienes predicaron la posibilidad de un proyecto político contrario al «despotismo» y dirigieron incluso de hecho el proceso revolucionario fueron una elite de filósofos y publicistas. Lo cual, en el fondo, no es gran novedad. Que los grandes pensadores iluminan la marcha del mundo era un lugar común del racionalismo progresista. Y que la nouvelle philosophie, al minar la autoridad del rey y la Iglesia, había sido la culpable de la Revolución fue una denuncia lanzada desde el primer día por los clérigos antirrevolucionarios.
En cuanto al posmodernismo, es directamente contrario a la posición de Israel tanto por su declarada intención de cortar toda conexión entre metafísica, ética y política como por su denuncia de la Ilustración por machista y defensora de la superioridad occidental frente a las culturas alternativas; con su entronización de la razón y la ciencia, ha espetado a Israel algún crítico posmodernista, la Ilustración condujo a Robespierre, a corto plazo, y, a más largo, a Auschwitz.
Nuestro autor, por el contrario, defiende radicalmente la conexión entre metafísica y política, y arremete contra el relativismo. No creer en el carácter objetivo de la verdad es, según él, «una amenaza grave contra los valores igualitarios y democráticos y contra la libertad individual […] tan carente de coherencia moral como política».
Pese a las muchas críticas recibidas, el planteamiento de Jonathan Israel es muy atractivo. Interpreta de manera coherente una amplia etapa de la historia europea y se atreve a entrar en multitud de temas y a describir situaciones muy variadas sin aportar grandes novedades, pero sin decir desatinos. Su tesis de que dentro del marbete general de «ilustrados» existían facciones, y muy enfrentadas, es un punto de vista del que no será fácil prescindir de aquí en adelante.
También es cierto, sin embargo, que sus conclusiones son simplificadoras: ni el panorama ilustrado se dividía sólo en radicales y moderados, ni el radicalismo constituía un único bloque. Es palmaria, por otra parte, su predisposición favorable a los radicales, frente a la incoherencia o poquedad que encuentra siempre en los moderados. A lo que puede añadirse otra parcialidad más, que es su concentración en la Ilustración franco-holandesa, frente a la anglo-americana, encarnación para él de la «moderación», carente de cosmopolitismo y cargada de prejuicios (excepto Jefferson o Tom Paine, que son sus héroes).
Israel deja de lado datos como que los cuáqueros, por ejemplo, pese a ser religiosos, repudiaban la esclavitud, o que algunos Estados de la Unión la abolieron tempranamente. Y son injustas su negativa a incluir entre los radicales a Levellers y Diggers –de nuevo, por ser religiosos– o su escasa valoración de la contribución americana a la libertad de prensa.
La principal objeción que podría ponerse a la tesis de Israel, con todo, es su relativa falta de complejidad. Antes de él, los historiadores recientes habían tendido precisamente a lo contrario: a subrayar la coexistencia de religión e Ilustración o el origen escolástico de muchos avances racionalizadores. Él, en cambio, sólo encuentra ruptura, y ésta es completa, en Spinoza. Y relega la coexistencia de ideas viejas y nuevas al sector «moderado».
No es cierto que todo el que tenía creencias religiosas sinceras fuera por necesidad políticamente moderado. Como tampoco es tan automática la conexión de Spinoza con el reformismo radical y con la revolución. No siempre los avances más importantes en el pensamiento filosófico llevan a los puntos de vista más radicales en política.
Puede que Spinoza, aparte de no ser consciente de las consecuencias político-sociales a las que podía llevar su filosofía, ni siquiera hubiera estado de acuerdo con ellas; no parece que fuera, en realidad, un entusiasta de las revoluciones. También es excesivo atribuirle la paternidad de la idea de volonté générale, arrebatándosela a Rousseau.
No menos exagerado es atribuir una visión multicultural a todos los ilustrados radicales; más bien partían de lo contrario: una sola razón, y unos únicos principios políticos, aplicables universalmente. O defender que las ideas de Spinoza fueron más importantes para los revolucionarios que los agravios políticos de cada situación y país concretos. O que los radicales que quedaban vivos en 1789 recibieran el proceso político iniciado en Francia con palmas de alegría. El abate Raynal, uno de los héroes del relato de Israel, y el único radical importante vivo al iniciarse el proceso revolucionario, no se sintió muy feliz con lo que llegó a ver.
Tampoco fue la revolución tan coherente con los principios racional-liberales. Salvo en su primera fase, no estableció la libertad de expresión o de cultos. Y, sobre todo, ¿cómo explicar el Terror? Israel se lo plantea, desde luego, y concluye que hubo una primera «revolución de la razón», de 1788 a 1792, y una segunda «revolución de la voluntad», de 1792 a 1794.
La primera no sería responsable de los horrores de la segunda, porque los jacobinos eran «fanáticos rousseaunianos», es decir, antifilosóficos, antiateos y antimaterialistas: antiilustrados, en definitiva. La revolución se inició gracias a la influencia de las ideas de los ilustrados radicales, como Spinoza, Helvecio, d’Holbach, Diderot o d’Alembert (y no, desde luego, de Locke, Montesquieu ni Voltaire). Y evolucionó mal porque se escapó de las manos de sus herederos; para irse a las de los rousseaunianos.
Con lo cual llegamos a nuestro tema.
El sensible Jean-Jacques
La figura de Rousseau es imposible de clasificar dentro de un esquema, como el de Israel, tan tajantemente dividido entre antiilustrados, ilustrados moderados y radicales. Pero parece útil seguir esta distribución para analizar las complejidades del pensamiento rousseauniano, ya que el ginebrino tiene algo de las tres cosas. Quizá por eso, nuestro autor le profesa una nada disimulada ojeriza.
No llega, pero se acerca, a la línea de Graeme Garrard en su Rousseau’s Counter-Enlightenment (Albany, State University of New York Press, 2003), que lo veía directamente como el padre de la reacción antiilustrada. Para Israel, Rousseau fue hostil al radicalismo ilustrado, partidario de la censura, enemigo de la democracia representativa y de la sociedad en general, nacionalista, protototalitario, padre del «lado más oscuro» de la Revolución Francesa (pero no de la Revolución en sí, aunque los censores previos persiguieran con tanta saña sus obras; según Israel, los censores se equivocaban).
De lo que no hay duda es de que Jean-Jacques era complejo, como pensador y como persona. Hasta los treinta y tantos años, estuvo integrado en el círculo ilustrado radical de Diderot, Condillac y d’Alembert, que redactaba la Encyclopédie –de la que fue activo colaborador–, y visitó diariamente al primero de ellos cuando estuvo encerrado en la prisión de Vincennes.
Sin embargo, frente al materialismo ateo que dominaba en aquellos medios, siempre se declaró ferviente deísta. Como todos ellos, eso sí, era un apasionado partidario del principio de igualdad. De este principio, de la equivalencia en valor de cada uno de los ciudadanos, se derivaba como sistema político, para todos ellos, la democracia, basada en la toma de decisiones por una mayoría de las voluntades individuales, definidora del «interés público».
Pero la democracia en la que Rousseau pensaba era muy distinta a la de los demás. Porque para él era la forma de acercarse al estado de naturaleza, donde, a partir del sentimiento humano de compasión, había surgido la moral y la conciencia de los derechos políticos.
La convicción de que la naturaleza es buena y que la sociedad está, en cambio, corrompida, es el punto de partida para Rousseau. «La naturaleza ha creado todo de la manera más sabia posible. Nosotros queremos hacerlo mejor aún y estropeamos todo», escribió; o «la naturaleza me demuestra su armonía y proporción, mientras que la raza humana sólo me muestra confusión y desorden».
La sociedad nos corrompe porque hace que nos entreguemos a algo tan artificial y mudable como la opinión de los otros, en lugar de confiar exclusivamente en nuestros propios sentimientos. Frente al modelo hobbesiano de un mundo natural salvaje y en guerra, Rousseau cree que el hombre en estado de naturaleza no es sólo libre, dueño absoluto de sí mismo, sino que carece de agresividad; vive en igualdad con sus semejantes, lo que produce armonía.
De aquella situación salió la humanidad, para empeorar, al establecerse la propiedad privada: «el primero que valló un campo, que dijo “esto es mío” y encontró gente suficientemente crédula como para aceptarlo fue el verdadero fundador de la sociedad civil». La desigualdad institucionalizada en la propiedad dividió, a partir de aquel momento, a la sociedad y produjo injusticia, opresión y resentimiento. Un planteamiento que acerca a Rousseau a los círculos más extremos del radicalismo, partidarios de la igualdad o comunidad de bienes, y que desembocaría en Babeuf y el socialismo utópico.
También estaría de acuerdo Rousseau con los radicales en que, por medio del contrato social, el individuo transfiere a la colectividad su derecho a actuar libremente, aquella facultad absoluta que poseía en el estado de naturaleza. De ahí que el dominio de la sociedad sea también absoluto, que tenga derecho a imponer a todos sus miembros, sin límite alguno, sus leyes, expresión de la volonté générale.
En esto tampoco se distancia Rousseau de los radicales. La voluntad general, eje del pensamiento rousseauniano, no es ajena a Diderot y d’Holbach –y, según Israel, tampoco a Spinoza–, que se apartaron en este punto del individualismo de Locke y del corporativismo de Montesquieu.
Pero Rousseau introdujo un matiz: la voluntad general no deriva de (ni está limitada por) la «razón» y la «verdad», sino que deriva de la «voluntad del pueblo». La legitimidad no se basa en la razón, sino en la voluntad. Y la voluntad es de un pueblo concreto, de una comunidad específica que se autogobierna, es decir, que convierte en ley sus propios deseos; que son, por cierto, infalibles cuando esa colectividad decide sobre su propio interés.
Es voluntad particular, por tanto, no universal, al revés de lo que pensaba el círculo de Diderot, que creía en una voluntad general universal, basada en la razón; es decir, que la razón, la igualdad y la justicia, principios universales que deben guiar la acción de todo buen gobierno, eran comunes a la raza humana en su conjunto, pues esta no es sino una «vasta sociedad a la que la naturaleza impone las mismas leyes».
Coinciden, por tanto, Rousseau y la Ilustración radical de inspiración spinoziana en su rechazo absoluto de la tradición heredada, en su deslegitimación de las estructuras políticas existentes, en su igualitarismo, en su doctrina de la voluntad general o en su convicción de que la libertad individual debe someterse al bien común.
Pero hay, a la vez, divergencias cruciales tanto en su interpretación particularista de la voluntad general como en sus creencias sobre un creador e impulsor primero del universo, la inmortalidad del alma y la existencia de premios y castigos tras la muerte.
Lo que en Spinoza es planteamiento universal, basado en la razón –de la que se deriva la justicia– y lleva a Diderot o d’Holbach a denunciar el colonialismo o defender los derechos de la mujer, de los esclavos o de las razas no europeas, es en Rousseau «religión cívica», anclada en la voluntad de un pueblo (traducción, en definitiva, del sentimiento y, peor aún, del interés de ese pueblo).
Es, por tanto, particular, intolerante y puede llevar a la censura o al patriotismo agresivo; a Rousseau, recordémoslo, le entusiasmaba Esparta y en sus proyectos constitucionales para Córcega y Polonia recomienda inculcar a los ciudadanos un intenso patriotismo a la espartana.
En su esquema, no sólo puede obligarse al individuo a cumplir la ley sino también a que comparta el credo colectivo y adapte sus ideas y gustos a los de la colectividad. De aquí la deriva totalitaria de la Revolución. Este enfrentamiento teórico entre spinozismo y rousseaunianismo, según Israel, «impregna toda la lucha ideológica que comenzó en Francia en 1788»; es la fundamental diferencia entre «el republicanismo de Rousseau, que lleva a la revolución robespierrista, y el republicanismo democrático de los líderes revolucionarios de 1788-92».

En todo caso, Rousseau se alejó del círculo de Diderot y los enciclopedistas al mediar la década de 1750. Les reprochaba, sobre todo, su falta de fe en una providencia creadora y protectora del universo, pero también se sentía lejos de ellos por su propia opción por el sentimiento, frente a la razón, o por la naturaleza, frente a la sociedad. Tampoco podía, sin embargo, alinearse con los moderados, que no tenían inconveniente en cooperar con tiranos como Pedro el Grande (a quien Rousseau reprochaba no tanto que su poder no tuviera límites como que pretendiera hacer que sus súbditos fueran alemanes o ingleses en vez de «verdaderos rusos»).
Jean-Jacques había ganado ya, por entonces, el premio de la Academia de Dijon con su primer Discurso, el de las artes y las ciencias, al que añadió poco después el segundo, sobre el origen de la desigualdad, y escribió una ópera que se estrenó ante el propio Luis XV con mucho éxito. Pero cuando ganó renombre de verdad fue en 1761-1762, cinco años después de su alejamiento de los enciclopedistas, cuando publicó La nueva Eloísa, Emilio y El contrato social.
Estas obras, sobre todo las dos primeras, produjeron gran impresión y le atrajeron una muchedumbre de lectores fervorosos. Rousseau inauguró, en cierto modo, el fenómeno del mercado literario de masas.
En la década de 1760 se produjo también el acercamiento a, y muy poco después la ruptura con, David Hume, uno de los episodios más curiosos de la época y sin duda revelador de la gran distancia que pronto saldría a plena luz entre el racionalismo ilustrado y sentimentalismo romántico. Lo que hubo entre ellos no fue exactamente un choque intelectual, lo cual facilitaría su análisis, sino un problema personal, en el que los pronunciamientos teóricos se vieron muy afectados por el apasionamiento de la pelea.
Hace unos diez años, los periodistas David Edmonds y John Edinow (previamente autores de un best-seller con El atizador de Wittgenstein, sobre una historia en cierto modo paralela: el debate entre Ludwig Wittgenstein y Karl Popper) publicaron un libro de gran éxito sobre este tema bajo el título El perro de Rousseau. Ahora, Robert Zaretsky y John Scott han vuelto sobre aquel célebre conflicto con un libro muy distinto: The Philosophers’ Quarrel, aparecido en 2009. Son filósofos, especialistas en Rousseau. De ahí que expliquen con mucho más detalle las ideas tanto de Hume como de Rousseau y el ambiente intelectual de la época.
El gran filósofo escocés David Hume (en aquel momento conocido sobre todo como historiador) desempeñó en la década de 1760 el puesto de secretario de la embajada británica en París. Además de inteligente, Hume era un hombre encantador: él mismo se autodescribió una vez –pero otros muchos lo confirmarían– como «de disposición templada, de humor abierto, sociable y alegre, dotado para los afectos pero poco inclinado a la enemistad, de gran moderación en sus pasiones».
En París frecuentó los salones, hizo esfuerzos por expresarse en francés y trabó buenas amistades. «Le bon David», lo llamaban. Una de sus amigas, madame de Boufflers, le pidió que ayudara al gran Rousseau, al infeliz Rousseau, que era objeto de persecución por sus escritos tanto en Francia como en su Ginebra natal. Hume ofreció llevarlo a Inglaterra, donde le aseguró que podría escribir y vivir en libertad. Tras muchas dudas, y pese a no saber ni palabra de inglés, el ginebrino aceptó.
Sin hacer caso de quienes le advertían de que tendría problemas con esa «víbora que está criando a sus pechos» –d’Holbach dixit–, Hume viajó con él. Corría el año 1766. Todo había ido bien entre ellos hasta ese momento. Rousseau opinaba de Hume que tenía «grandes ideas, impresionante ecuanimidad, genio», y que estaría situado «muy por encima del resto del género humano si no se sintiera usted tan unido a él por la bondad de su corazón». Hume comparó al ginebrino con el perseguido Sócrates y dijo que le parecía persona «suave, amable, de buen humor» y que «su modestia no parece ser buena educación sino ignorancia de su propia excelencia».
Pero Londres era una ciudad demasiado poblada y ruidosa para Rousseau, que expresó su deseo de refugiarse en el campo. Hume apeló entonces a sus contactos para conseguirle un alojamiento digno y retirado, a la vez que le gestionaba una pensión real (a la que su protegido, en principio, no se negó). Seguía todavía Hume describiéndolo en términos favorables, aunque ya ambiguos: en la soledad del campo, escribía a un amigo escocés, Rousseau «será infeliz, como lo ha sido siempre. No tendrá ocupación, compañía ni diversiones. Ha leído muy poco a lo largo de su vida y ahora ha renunciado a leer ya. Ha visto muy poco y no tiene curiosidad por ver más. Ha reflexionado, en sentido estricto, y estudiado muy poco, y no tiene demasiados conocimientos. Sólo ha sentido, a lo largo de toda su vida; y su sensibilidad ha alcanzado un nivel superior a cualquier otro que yo conozca; pero eso mismo le produce más dolor que placer. Es como un hombre desprovisto no sólo de ropa, sino de piel».
El día en que Rousseau por fin salía de Londres, estalló el conflicto. Se debió a una pequeñez: el pago del coche que lo trasladaba a su nueva residencia, que habían asegurado a Jean-Jacques que era gratuito, cuando este sospechó, con razón, que sus protectores lo pagaban a sus espaldas. El ginebrino reprochó el engaño al escocés, en una escena teatralmente sentimental que terminó en un abrazo aderezado con lágrimas.
A partir de ahí, en el pecho de Jean-Jacques se levantaron sospechas que acabaron en cartas en las que denunciaba una gran conspiración contra él dirigida por el propio Hume: «usted me trajo a Inglaterra, aparentemente para conseguirme un refugio, pero en realidad para deshonrarme». Intentando rebajar la tensión, el filósofo se limitó, al principio, a pedir pruebas de aquellas acusaciones. Hasta el día en que no pudo más y perdió la calma.
Empezó a enviar copia de las cartas de Rousseau a sus amigos parisienses, preguntándoles si aquel hombre estaba loco o era, directamente, un malvado. El asunto –no hace falta decirlo– se convirtió en la comidilla de los salones parisienses. Y los amigos franceses animaron a Hume a publicar todos aquellos textos, comentados por él mismo, cosa que al final hizo. Esta vez, la actitud elegante correspondió a Rousseau, que respondió con el silencio. Voltaire, a quien también llegaron todos los textos, se mostró encantado: «Yo siempre he elevado a Dios una plegaria, muy corta: Señor, haz que nuestros enemigos sean ridículos; y Dios me lo ha concedido».
Si algo tenían en común Hume y Rousseau era su postura crítica en relación con la utilidad de la «razón» tanto para conocer el mundo como para guiar los actos humanos, lo cual les distanciaba de la mayoría de sus colegas ilustrados. Pero su crítica al racionalismo era de muy distinto carácter: Hume pensaba racionalmente para marcar, precisamente, los límites de la razón; veía imposible fundamentar racionalmente la ética, por ejemplo; en cuanto a la vida práctica, consideraba a la razón esclava de las «pasiones» y creía que los humanos nos dejamos guiar más por estas que por aquella.
Rousseau, en cambio, daba primacía directamente a las emociones sobre la racionalidad. Tampoco era sociable, como Hume, sino que odiaba el mundo urbano; de ahí su deseo de aislarse en el campo, que también coincidía con su creencia de que era mejor vivir cerca de las «emociones» primitivas. Hume era hombre de dudas; Rousseau, de certezas (su proclamación de la infalibilidad de la voluntad general es sintomático). Los dos, contrarios a las religiones reveladas. Pero Rousseau quería fundar una nueva religión civil y una nueva moral, basada en el republicanismo. Su intenso y sincero deísmo, expresado en la «Profesión de fe del vicario saboyano», fue la base del culto revolucionario al Ser Supremo. Nada semejante sería concebible en un Hume.
En muchos sentidos, Rousseau fue consecuente: se refugió en la soledad y acabó por rechazar la pensión que su majestad británica estaba a punto de ofrecerle. Pero también le encantaba ser conocido y cuidaba teatralmente sus apariciones –con una llamativa túnica y un gran gorro de piel armenios, y llevando en brazos a su perro Sultán– para que nadie pasara por alto su presencia.
Consecuente también con su filosofía, cuando Hume le pidió pruebas de sus acusaciones, le replicó que la principal fuente de su información era su propio corazón. Al exigir esas pruebas, «le bon David» también era, por su parte, coherente con su defensa de la evidencia empírica como base del conocimiento. Pero acabó dejándose llevar a terrenos muy emocionales, interceptó y abrió el correo de Jean-Jacques, se dedicó a investigar sus finanzas y participó en alguna maniobra nada limpia para desacreditarlo. De ahí el subtítulo del libro: «The Limits of Human Understanding».
La historia cuestiona y arroja luces muy dudosas sobre sus dos protagonistas. Hume era un enorme filósofo (el autor a quien había que leer para iniciarse en filosofía, según Ortega), cuyos principios escépticos llevaron nada menos que a la destrucción irreparable de sistemas filosóficos tan arraigados en la historia del pensamiento humano como los basados en el «Derecho natural». Fue su crítica, en muy buena medida, la que obligó a Kant a reformular los principios básicos del conocimiento humano.
Sabemos que la personalidad de Hume era, además, muy seductora: sociable, equilibrado, paciente y dotado de un envidiable sentido del humor. Pero la relación con el ginebrino puso a prueba todo eso; y zozobró. En cuanto a Rousseau, se había ganado muchos enemigos en el curso de su vida y en sus años finales estaba bastante desacreditado como pensador político en los círculos ilustrados franceses. Seguía siendo muy popular y leído, desde luego, pero no por su Contrato social sino por su Emilio o su Nueva Eloísa.
Sólo con el inicio de la Revolución, más de diez años después de haber muerto, su estatura política retomaría el vuelo. De nuevo, no fue su filosofía básica lo que atrajo; no fue su idealización del estado de naturaleza, ni su ataque a las ciencias o al progreso. Fue su retórica, su uso de términos como democracia, patriotismo, vertu publique, sus elogios a los sentimientos del «pueblo», o su negativa a aceptar unas instituciones intermedias, una representación o «poder constituyente» separado del pueblo soberano.
Con cada paso que avanzaba la Revolución, crecían las invocaciones a Rousseau, como disminuían las referidas a Montesquieu y al modelo británico. La Ilustración moderada era abiertamente inadecuada para la nueva situación revolucionaria. Pero tampoco la radical poseía la retórica que el momento exigía. La devoción debida a la «virtud pública», en cambio, era la mejor justificación para el uso de la movilización popular y la coacción consiguiente. Lo era igualmente aquella voluntad general que no admitía representación, es decir, asamblearia. Rousseau no poseía el universalismo moral de Diderot o d’Holbach pero, a cambio, proporcionaba el entusiasmo colectivista y patriótico del que estos carecían.
La batalla, en resumen, a muy corto plazo fue ganada por Hume pero, veinte años después, en la Europa que contemplaba con pasión la tragedia francesa, nadie hubiera subestimado la importancia de Rousseau. Han pasado más de dos siglos y se diría que nuestras simpatías –las de los pocos que hoy nos interesemos por estos temas– vuelven a recaer sobre Hume. Pero no podemos olvidar que Rousseau –su persona, sus escritos– suscitó durante mucho tiempo pasiones infinitamente mayores que su contrincante.
El peor favor que puede hacérsele a Rousseau es, en definitiva, simplificar su pensamiento y reducirlo a una categoría como revolucionario o reaccionario. Israel, me temo, lo hace: era un antiilustrado. Lo que significa no valorar los otros aspectos modernos, como los estéticos, en los que Rousseau sí estuvo en la vanguardia.
La Ilustración española e hispanoamericana
No podemos terminar un artículo sobre este tema en una revista española sin referirnos con algún detalle a un aspecto importante al que Jonathan Israel dedica bastantes páginas: la Ilustración española e hispanoamericana. En ellas se distancia abiertamente de la benévola versión iniciada por la gran obra de Jean Sarrailh L’Espagne éclairée de la seconde moitié du XVIIIe siècle (París, Imprimerie Nationale, 1954).
A partir de Sarrailh, se impuso entre nosotros la idea de que en España hubo una Ilustración potente, similar a la de tantos otros países europeos, e incluso más ejemplar que otras por su moderación y realismo. Visión hecha suya por José Antonio Maravall o por Julián Marías, en su La España posible en tiempos de Carlos III, y lanzada a bombo y platillo en los fastos de los centenarios, iniciados casi en la propia Transición, inspirados por la necesidad política de reconciliar modernidad y democracia con un pasado al que no le sobraban aspectos presentables.
Pero Israel –un generalista que, por una vez, y gracias a su amplio bagaje lingüístico, otorga un lugar relevante al mundo hispánico– no es tan optimista. La Ilustración española es, para él, el ejemplo extremo de la versión moderada. Una Ilustración muy moderada, abiertamente insuficiente en términos de libertades o reformas sociales. Bajo los Borbones, una serie de ministros e intelectuales quisieron hacer más eficaz la administración, impulsar la agricultura, la artesanía y la navegación, volver a controlar el comercio americano, todo ello sin meterse en debates filosóficos, sin críticas a la religión, sin revolución política ni disturbios sociales.
Eran ilustrados pragmáticos y sensatos. Se inscribían en la línea Locke-Montesquieu, con añadidos procedentes de Beccaria o Muratori. Pero fracasaron. No por falta de claridad de ideas ni de coraje, dice Israel, sino por la «incapacidad innata de la Ilustración moderada para funcionar en un contexto de ese tipo». En todos y cada uno de los problemas graves que los reformistas intentaron resolver se toparon con dificultades insuperables derivadas de la rigidez de la jerarquía social o del control del clero.
Toda iniciativa importante chocó con la unanimidad religiosa, la censura regia o la subordinación colonial a la metrópoli o suscitó cuestiones sobre el poder de la aristocracia, la Iglesia, las corporaciones privilegiadas o la propia monarquía. Para Israel, el caso español demuestra como ningún otro que las soluciones ilustradas «moderadas» no podían superar las dificultades estructurales ni evitar generar un proceso de debate político y cultural que amenazaba con engullir el sistema de poder civil y eclesiástico existente.
Problemas cruciales para superar el atraso económico eran, por ejemplo, el excesivo número de clérigos y conventos, la tierra amortizada y, por tanto, infrautilizada, el comercio monopolístico o hiperregulado con América y las Filipinas, los costes militares del mantenimiento del imperio o el bajo nivel de consumo debido a la miseria popular.
Campomanes y otros animaron, ciertamente, la discusión de estos problemas y las «sociedades económicas» dieron premios a memorias para solucionarlos, a la vez que establecían escuelas con el fin de mejorar la agricultura, minería, comercio, navegación, industria y artes. Eran sociedades nada subversivas, «antifilosóficas», nutridas por el clero y la nobleza junto con funcionarios y abogados prominentes. Pero se enfrentaban con problemas insolubles. El sueño era convertir a la nobleza castellana y aragonesa en una elite empresarial, basada en una ética del trabajo similar a la calvinista, cuando la repugnancia nobiliaria hacia el trabajo era precisamente un rasgo básico del mundo mental y la estructura social hispánicos.
Lo que realmente impulsó las reformas en el imperio no fueron las sociedades económicas ni las ideas ilustradas, sino las derrotas, especialmente la de 1763, la pérdida de Florida y otros territorios en el golfo de México, que obligó a reforzar las fortificaciones de La Habana y Nueva Orleans, y a profesionalizar el ejército y la armada frente a la creciente amenaza británica. Esto requería dinero y de ahí las reformas de Gálvez.
Desde la década de 1760 fue liberalizado el comercio con América, liquidando el monopolio gaditano, y creado el nuevo virreinato del Río de la Plata como barrera frente a la expansión británico-portuguesa en el Atlántico Sur.
También se dictaron medidas liberalizadoras del comercio interior, pero fue preciso dar marcha atrás después del motín de Esquilache. Aranda, jefe del partido aristocrático ilustrado, llegó entonces al poder y aprovechó para culpar a los jesuitas por el motín y expulsarles. La causa de aquella medida no fue tanto una política ilustrada como el disgusto del rey con el ultramontanismo de la Compañía y su inmenso poder tanto en España como en América, que les llevaba a rivalizar con el propio monarca en lugares como Paraguay.
La expulsión de los jesuitas proporcionó una oportunidad única para la reforma de la educación. Y en ese momento se comprobó que los reformistas regios no se planteaban en modo alguno sustituir la escolástica como línea oficial de pensamiento, sino abrir algún hueco a nuevas ciencias, como las matemáticas, medicina o física. La idea era establecer un compromiso entre teología y ciencia, pero manteniendo el control de la filosofía en manos de los eclesiásticos (pese a que las demás órdenes demostraron ser incapaces de llenar el vacío jesuítico).
El objetivo de los ministros reformistas no era, pues, secularizar la sociedad o reducir el poder de la Iglesia, sino someter al clero al control regio y reducir sus propiedades, exentas de tributación. Gozaron entonces del favor real obispos y publicaciones «jansenistas», en principio partidarios de una piedad religiosa más pura y menos ceremonial. Pero no era tampoco un impulso exactamente ilustrado, pues los jansenistas eran enemigos del secularismo y de las novedades filosóficas, que tomaban por impiedad.
Las ideas ilustradas –las moderadas, en general– tuvieron, pues, seguidores entre las elites cultas en España, pero estos de ningún modo podían lanzar sus propuestas en público sin provocar una reacción general antiilustrada. En la España de Carlos III, el mejor momento de la Ilustración española, no era posible ni siquiera defender la libertad de expresión, la tolerancia religiosa o la secularización universitaria. Voltaire, el buque insignia de la Ilustración moderada, no podía ser ni mencionado en ambientes hispánicos. No digamos Rousseau, profundamente religioso, pero considerado por la Iglesia enemigo de la religión; su naturalismo, se decía, era peor incluso que el ateísmo declarado.
Bacon, Locke, Newton o Muratori, los grandes defensores de la conjunción armoniosa de ciencia y teología, también tenían problemas para ser difundidos en los territorios de la monarquía hispánica. Beccaria, publicado en principio a iniciativa de Campomanes, y muy influyente por ejemplo sobre Jovellanos, acabó siendo prohibido en 1777. La Scienza de Filangieri, también publicada en 1787 con apoyo oficial, fue igualmente prohibida por la Inquisición tres años después.
La única posibilidad que tenía la Ilustración moderada de penetrar en territorios españoles era execrar todos esos nombres, pero adoptar solapadamente sus ideas. Así lo hizo, por ejemplo, el obispo de Puebla, Manuel de Lardizábal y Uribe, en su Discurso sobre las penas (1782). Quienes adoptaron una línea más abierta y desafiante, como Olavide, sufrieron las consecuencias por ello. El procesamiento y condena de este último mostró con toda claridad los límites de la Ilustración española.
Por todo lo cual, no es de extrañar que España siguiera siendo, para los ilustrados europeos, el prototipo de monarquía despótica e inquisitorial. La utopía de Louis-Sébastien Mercier L’An 2440 imaginaba el momento en que, en el siglo xxv, en París se erigiría una estatua a la humanidad sufriente. En ella, «España», «más criminal aún que sus hermanas», pediría perdón por la Inquisición y los treinta y cinco millones de cadáveres de las Indias. No hará falta decir que el libro fue prohibido por la Inquisición y el gobierno real, y quemado en público por el verdugo.
La persecución contra las publicaciones subversivas se intensificó, por supuesto, en el momento revolucionario francés. Aumentó el control sobre los libreros, como aumentaron las quemas públicas de libros y las detenciones de sus propietarios. La Inquisición nunca pudo evitar que grandes personajes, como Aranda, Almodóvar o Azara, poseyeran las obras de la Ilustración moderada y las comentaran en sus círculos cercanos. Pero detuvo a los hijos del fabulista Iriarte, por poseer traducciones de Voltaire, o a Bernardo María de Calzada, a quien se encontraron obras de Condillac, Diderot y Voltaire.
Un problema para que se desplegara en la monarquía católica la oposición entre las alternativas moderada y radical de la Ilustración era que ni la censura regia ni la inquisitorial eran capaces de distinguir entre ambas. Tan prohibidas estaban la Enciclopedia, Spinoza o Bayle como Montesquieu, Adam Smith, Beccaria o Voltaire.
Los círculos antiilustrados, en general eclesiásticos, aprovechaban además cualquier coyuntura, como por supuesto la revolucionaria francesa, para condenar a todo el que se hubiera apartado un ápice de la línea oficial (los clérigos «jansenistas», por ejemplo, o el clero criollo con proclividades autonomistas). Todo era «falsa filosofía», rebelión, inmoderados deseos de «pensar por su cuenta», falta de respeto hacia el altar y el trono; todo conspiraba en favor del desorden social.
El célebre fraile Jerónimo de Cevallos, en su Juicio final del Voltaire (1778), acusaba a toda la secta de los «filósofos», dirigida por Voltaire, Beccaria y Mirabeau. Deísmo, ateísmo, materialismo, libertinismo: todo caía dentro del mismo saco de la «falsa filosofía» y la subversión. El objetivo de todos era el mismo: reemplazar la Summa Theologica tomista, y la moral cristiana en general, por el Tractatus de Spinoza, el Leviatán de Hobbes, el De l’Esprit de Helvecio y la Enciclopedia en general.
Tras los acontecimientos iniciados en 1789, Cevallos atribuyó la Revolución a la conspiración filosófica previa. Para él, y para quienes él representaba, entre los «filósofos» no había dos bandos, sino uno solo, que había desatado una guerra contra la religión, los monarcas, la moralidad, la autoridad y el orden social. Ese grupo de rebeldes y ambiciosos estaba organizado como secta secreta, cuyos primeros dirigentes habían sido, sí, Spinoza, Bayle y Voltaire, pero cuya inspiración última se remontaba a Lutero. En conjunto, el asalto desatado en los últimos siglos contra la «verdadera filosofía» era el mayor sufrido por el cristianismo desde las persecuciones romanas.

La conclusión de Israel es que la Ilustración española fue muy débil y apenas llegó a formar parte ni de la corriente moderada. Un verdadero programa de reformas era imposible en España. Hubiera requerido abolir la Inquisición, reducir drásticamente el número de clérigos, eliminar su control sobre el mundo de la cultura, decretar la tolerancia religiosa; en la América colonial, abrir la inmigración a protestantes, musulmanes o judíos, liberar a los esclavos, eliminar las cargas opresivas sobre los indios, acabar con las restricciones mercantilistas sobre el comercio.
Ninguna de estas medidas podía tomarse sin romper la alianza histórica entre la corona, la Iglesia y la nobleza y sin cambiar radicalmente el carácter católico, aristocrático y militar del imperio. Con lo que todo quedó en un debate intelectual, aunque duro.
No siendo Jonathan Israel un especialista en historia española, nada de lo que dice es absurdo. Y coincide con algunas valoraciones recientes emitidas, por ejemplo, por Francisco Sánchez Blanco. No es, sin embargo, muy coherente con su visión de la América española. Pues defiende que allí las elites reformistas se vieron muy influidas por la Ilustración; y no por la moderada, sino por la radical.
En ello coincide con el relato canónico dominante hasta hace poco en América Latina sobre su propia salida de la situación colonial, según el cual la Ilustración había penetrado, vía Francia e Inglaterra, en las mentes de unos cuantos personajes egregios, que adquirieron conciencia de la situación de opresión que vivían sus países y encendieron la llama de la revuelta contra la atrasada y despótica España.
Los estudios más recientes, sin embargo, han tendido a variar ese relato (cosa que no ha afectado al discurso oficial, desde luego, que ha guiado las celebraciones de los centenarios). La causa de la revolución, se dice ahora, radicó más bien en la circunstancia, un tanto fortuita, de la invasión napoleónica y el vacío de poder creado por igual en la Península y el imperio. Israel se alinea, pues, con la posición tradicional y resalta la existencia de una corriente ilustrada radical en Iberoamérica (de raíz sobre todo francesa e italiana, más que inglesa y norteamericana) y el papel que estas elites desempeñaron en la lucha emancipadora.
La idea de una revolución sin más causa que «un accidente», escribe, es «intrínsecamente muy poco plausible». Pero él mismo se ve obligado a reconocer que las revoluciones americana y francesa tuvieron que causar gran impacto sobre el «unrelenting conservatism, monarchism, and religious subservience of traditional Spanish American culture and values». Del mismo modo que reconoce que existía un malestar previo, por la tradicional rivalidad entre criollos y peninsulares por los cargos y el sistemático favor de la corona hacia los segundos; y que los impuestos y reformas sobrevenidos a raíz de la Guerra de los Siete Años aumentaron ese malestar.
Para Israel, en todo caso, lo esencial fue el movimiento intelectual. Desde el tercer cuarto de siglo, las elites criollas estaban educándose mejor. A comienzos de la década de 1770 había ya «a highly articulated political dissent», y hacia 1780, «a fully conscious ideological clash». Así pues, el impacto de la Ilustración en la América española fue clave para comprender la emergencia de una conciencia revolucionaria.
Los intentos de introducir una nueva mentalidad ilustrada, por parte del poder español, se redujeron en definitiva a seguir enseñando escolástica más algo de «ciencias exactas útiles», como metalurgia, química, matemáticas, medicina o botánica. Eso sí, se realizaron más de una cincuentena de expediciones científicas, que estudiaron la flora y fauna desde California a Chile, siguiendo el sistema de Linneo. Pero, en conjunto, el esfuerzo fue «wholly anodyne from a religious and philosophical standpoint». Y no pudo fructificar en unas universidades desastrosamente equipadas para esta tarea.
Como es lógico, el cuadro que pinta para la América española no es muy distinto del que ofrece para España: pobreza cultural, debida a la incomunicación con el mundo exterior y a la doble censura regia e inquisitorial; atraso del mundo universitario, dominado por el clero y la escolástica tradicional; y, por supuesto, dificultad de aplicar reformas políticas o sociales. Y, sin embargo, su conclusión es diametralmente opuesta: la Ilustración desarrollada en la Península fue tan débil que apenas puede considerarse un ejemplo de la versión moderada y no tuvo consecuencias ni siquiera reformistas; mientras que en la América española fue fuerte y radical y tuvo consecuencias revolucionarias.
No se sabe qué opinaría este autor de la revolución gaditana; coherente con su firme hipótesis de que no hay revolución material posible sin una previa tormenta de ideas animada por un racionalismo radical, debería concluir que en España se había desarrollado también necesariamente en algún momento una fuerte corriente ilustrada radical.
En todo caso, se esté o no de acuerdo con sus juicios, no hay duda de que es muy útil valorar el fenómeno ilustrado español en términos comparados a partir de una descripción panorámica de tan impresionante amplitud. En esta clasificación europea y mundial, la Ilustración española queda en uno de los puestos más rezagados. Me temo que tiene más razón en sus juicios sobre España que en su tesis sobre la América colonial.
José Álvarez Junco es catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense. Es autor de Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX (Madrid, Taurus, 2001), que recibió el Premio Nacional de Ensayo en 2002, y ha editado, con Mercedes Cabrera, La mirada del historiador. Un viaje por la obra de Santos Juliá (Madrid, Taurus, 2011).

“Genealogía del marxismo mexicano”

“Genealogía del marxismo mexicano”: Gerardo Antonio Martínez
26/06/2018 Deja un comentario Go to comments

En la historia del marxismo el único lugar común es el disenso. Pero no se trata de un disenso movido por el capricho o por la subversión en sí misma, sino de una exploración permanente de los conceptos que Karl Marx expuso en su obra. Sobre ésta, generaciones de marxistas mexicanos han mantenido un diálogo permanente con lecturas surgidas en otras latitudes y con otras tradiciones políticas y filosóficas como el liberalismo, el historicismo, el empirismo y el cristianismo, entre otras.

El marxismo en México. Una historia intelectual (Taurus, 2018), de Carlos Illades, es una genealogía de esta corriente intelectual, una de las más influyentes en el mundo y que en México encontró terreno fértil entre los filósofos, dirigentes políticos y científicos sociales más destacados del siglo XX. Sus nueve capítulos abarcan desde Vicente Lombardo Toledano —quien se sirvió del marxismo para su interpretación de la Revolución mexicana—, el marxismo humanista de José Revueltas y Adolfo Sánchez Vázquez —quienes rompieron con el paradigma soviético—, hasta las discusiones que a inicios de los años 80 se dieron en el Partido Comunista Mexicano. Éstas, asegura, son los antecedentes más próximos del abanico que hoy entendemos como izquierda: marxismo crítico, postmarxismo, eurocomunismo y neozapatismo.

El estudio de Carlos Illades (Ciudad de México, 1952), en la colonia Chapultepec Morales de la capital, es también vestíbulo y sala de recepción para las visitas. Ahí se exhibe parte de los proyectos a los que ha dedicado su trabajo como historiador durante los últimos 30 años. Entre las obras que anteceden su libro más reciente están Rhodakanaty y la formación del pensamiento socialista en México (Anthropos-UAM, 2002), La inteligencia rebelde. La izquierda en el debate público en México (Océano, 2012) y De La Social a Morena. Breve historia de la izquierda en México (Jus, 2014), entre otros. En uno de los libreros, entre grabados y figurillas de parachicos, asoman lo mismo retratos de León Trotsky, Bertolt Brecht y Víctor Hugo, que las obras completas de Marx, Lenin e Isaiah Berlin, este último un liberal de referencia.

Los dos últimos capítulos de El marxismo en México los dedica a las polémicas posteriores a la caída del muro de Berlín, en especial el encuentro El Siglo XX: la Experiencia de la Libertad (1990) y el Coloquio de invierno (1992), donde las discusiones sobre la vigencia del socialismo, enfrentaron las posturas de Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze y Octavio Paz con las de marxistas como Adolfo Sánchez Vázquez, Cornelius Castoriadis y el británico Eric Hobsbawm, en un segundo momento.

Casi tres décadas después de estos debates, quizá los últimos en los que el marxismo tuvo amplia cobertura en la prensa mexicana, persiste la duda de si hoy existen representantes de la tradición —la crítica más fuerte a la civilización capitalista— en posibilidades de mantener debates de este tipo con posicionamientos liberales y neoliberales. Illades menciona a dos jóvenes académicos: Rafael Mondragón y Jaime Ortega, pues “el marxismo todavía tiene algo que decir con respecto a la sociedad contemporánea”.

¿Cuáles son las genealogías del marxismo en México?

El marxismo se divulgó en México sobre todo después de la Revolución rusa. La figura más destacada fue Vicente Lombardo Toledano junto con Wenceslao Roces, quien tradujo más de cien libros y buena parte de la obra de Marx. Lombardo intentó explicar la Revolución mexicana desde las categorías marxistas y Roces dio los insumos para las generaciones siguientes. Ahora, el marxismo que proponen es deudor del soviético. En cambio, la generación que le sigue —15 ó 20 años más joven— es la que llamaremos “marxismo humanista”. A ésta pertenecen Adolfo Sánchez Vázquez, José Revueltas y Eli de Gortari. Ésta generación fue la que leyó al joven Marx, fue prosoviética en parte de su vida y después se volvió crítica después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). De Gortari es un caso un poco más difícil de explicar porque él no rompió con el planteamiento soviético, aunque hizo aportes importantes en la historia de la ciencia.

Después vino una tercera generación. Ahí están Enrique Semo, Pablo González Casanova, Alonso Aguilar Monteverde, Ángel Bassols Batalla, entre otros. Si antes el marxismo estaba en la filosofía y la historia, con ellos llegó a la geografía, la economía, la antropología. Algunos textos clásicos de esta generación fueron La historia del capitalismo en México, de Enrique Semo. Luego vino una cuarta generación, la del 68, a la que llamo del “marxismo crítico”. Varios de ellos ya eran jóvenes profesores y estudiantes avanzados. Participaron en el movimiento estudiantil, pero no a un nivel central del movimiento. No fueron dirigentes. Destacan autores como Arnaldo Córdova, Carlos Pereyra, Roger Bartra, Alfredo López Austin y Bolívar Echeverría. Coincide su presencia con la emergencia de la llamada Nueva Izquierda, que se plantea agendas complementarias de la vieja tradición socialista, como los movimientos juveniles, los derechos de las minorías, los derechos de las mujeres. Ya no tienen el lastre del marxismo prosoviético, pues lo han asimilado por el lado de las ciencias sociales y convergen con los movimientos sociales.

Hay una quinta generación. Sus representantes fueron jóvenes marxistas que en su madurez rompieron con el marxismo. O se volvieron liberales en la línea de Norberto Bobbio o neoliberales. Un ejemplo es Jorge Castañeda, que en los años 90 se desplazó a una postura con muchos ingredientes neoliberales. En otras partes del mundo los que continuaron dentro del marxismo se volvieron postmarxistas, sobre todo en Sudamérica. Por eso en México no hay postmarxismo y si existe no viene de esa genealogía. Aquí no hay un Ernesto Laclau, un Jacques Rancière. Hoy quienes están leyendo marxismo son jóvenes profesores que se saltaron una generación.

¿En dónde vemos los aportes del marxismo en instituciones, en programas académicos o en políticas públicas?

Pablo González Casanova cuando fue rector de la UNAM creó los Colegios de Ciencias y Humanidades. Con las proporciones guardadas es algo similar a lo que hizo Gabino Barreda cien años antes. Introdujo la sociología moderna y los estudios sobre la dependencia a las universidades mexicanas. Él y Villoro eran los intelectuales del zapatismo. Enrique Semo creó un posgrado en Economía en la UNAM cuando regresó de su doctorado en Historia Económica en Alemania, y animó durante 20 años el debate comunista. Ha sido el intelectual más importante del Partido Comunista Mexicano (PCM) desde hace 40 años y se vinculó con López Obrador cuando fue su secretario de Cultura en el Gobierno del Distrito Federal. Le dio cierto sustento a la izquierda nacionalista sin abandonar la izquierda comunista. Adolfo Gilly ha animado la causa zapatista. Castañeda ha estado en todos los debates públicos, desde los que se dieron al interior del PCM hasta la transición del foxismo. Ahora es jefe de la campaña presidencial de Ricardo Anaya y antes quiso ser candidato independiente. Las mutaciones que a algunos les llevaron décadas a Castañeda le llevó meses.

¿De dónde viene el viraje teórico de algunos de estos marxistas?

Es distinta la evolución de ambos, aunque se han ido acercando con el tiempo. En 1981 ambos estaban en el PCM, que en esas fechas tuvo un debate muy fuerte sobre si se adoptaría la línea eurocomunista o no. Se dividieron en dos grupos: los renovadores y los dinosaurios. Los renovadores era el grupo que dirigía Enrique Semo, donde estaba Jorge Castañeda. Ellos planteaban conservar los principios básicos del leninismo. La otra línea fue la que dirigía Arnoldo Martínez Verdugo, presidente del PCM, en la que estaba Bartra. Ellos planteaban que en lugar de hacer un partido de cuadros, era necesario un partido de masas, abandonar los postulados leninistas y entrar a la vía electoral, daban un mayor valor a la democracia. En 1994, Castañeda publicó el que me parece su mejor libro, La utopía desarmada. Ahí planteó que acabado el socialismo real, la izquierda tenía una oportunidad muy grande, no sólo en México, sino en América Latina, porque ya no tenía el lastre soviético. Planteó que se podía entrar a una contienda mucho más franca con la derecha, incluso ganarla. Después del fracaso cardenista en 1988, Castañeda inició un desplazamiento hacia la derecha que se ha profundizado. Por su parte, Roger Bartra nunca fue cardenista ni coincidió con los zapatistas. En su libro La condición postmexicana, de 1999, expone el planteamiento que mantiene actualmente. No está con la postura indígena, pues sostiene que el propio concepto de “indígena” es colonial y, por otro lado, le parece que el enemigo a vencer es el nacionalismo revolucionario. Toma mucho de José Revueltas, el crítico más fuerte de la Revolución mexicana dentro de la izquierda, quien a finales de los 50 decía que la ideología de la Revolución mexicana era la loza que servía al régimen e impedía la emancipación de la clase obrera. Eso lo retomó Bartra y lo refuncionalizó. Entonces, para él, zafarse del nacionalismo revolucionario significaba salir de la jaula de la melancolía, deshacerse del PRI. Además equiparaba en ese libro, como si fuera un problema de época, la liberación del “priato” con la caída del socialismo real. Esa idea, en realidad, es de Paz. Es una mezcla de José Revueltas con Octavio Paz. Bartra, hasta el año 2000, consideraba que la derecha mexicana era antidemocrática. Después consideró que había llegado una derecha democrática, moderna, que reivindica los valores liberales, mientras que la izquierda había involucionado y se había adaptado al programa del PRI: autoritario, estatista, que se quedó con el nacionalismo revolucionario.

¿En dónde podemos encontrar las coincidencias y divergencias en las posturas de Paz y Revueltas?

Ambos desarrollaron posturas críticas, pero desde planteamientos distintos. Revueltas fue un disidente. Tuvo todas las mutaciones dentro del comunismo. Octavio Paz, con una postura más liberal, tuvo también una postura crítica. En eso se parecen. También se parecen en que ambos, en un periodo más o menos simultáneo, reivindicaron la democracia. Revueltas desde que estaba en la cárcel luego de 1968 y en sus textos sobre el movimiento estudiantil. Sostenía que en México debe haber una revolución democrática, no armada ni violenta, sino democrática. La diferencia es que Revueltas creía en una democracia sustantiva, no una democracia que se limitara a las elecciones, sino en la que se construyera ciudadanía, en la que los sindicatos no fueran corporativos, donde hubiera libertad extendida en medios para opinar, una acción más sustantiva con respecto a la democracia. Ambos encuentran una perspectiva democrática. ¿Qué diferencias tuvieron? Sobre todo en el último Octavio Paz, que tampoco coincide con Revueltas, quien muere relativamente joven. El último Octavio Paz, de 1973 en adelante, se volvió un intelectual de Estado. En cambio, Revueltas siempre fue un intelectual disidente. Paz fue acercándose a posturas gubernamentales. Ahí hay un acercamiento de Paz con el Estado mexicano que sería impensable en Revueltas.

¿Cómo fue la participación de los marxistas en el encuentro La Experiencia de la Libertad, que organizó Octavio Paz en 1990?

Fue una presencia bastante marginal. Invitaron a unos cuantos, pero para pegarles. Trajo figuras muy importantes, quizá ya no identificadas con el marxismo, pero sí con un pensamiento crítico, como Cornelius Castoriadis. Cuando ocurre ese encuentro hacía poco que Francis Fukuyama había publicado El fin de la historia, donde sostenía que el futuro sería una versión mejorada del presente caracterizada por una economía del mercado y una democracia representativa. Animada por esa perspectiva, La Experiencia de la Libertad, organizado por la revista Vuelta era en el sentido de que se estaba inaugurando un horizonte nuevo en el que América Latina, y por supuesto México se estaba sumando a esto. Quedaban atrás las dictaduras y el atraso. Era una idea triunfalista muy presente en el discurso de Octavio Paz.

En cambio, el Coloquio de Invierno, organizado en la UNAM en 1992, tuvo figuras destacadas, aunque me parece más valioso el de Vuelta. Una de las más interesantes de este coloquio fue Eric Hobsbawm, quien planteó un adelanto de su libro Historia del siglo XX. Dijo que no debían cantar victoria porque en realidad lo que estaba en crisis era la sociedad capitalista y que unas de sus características eran la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Ahí surgió la idea de recuperar un planteamiento de la izquierda pero fuera del marxismo, salvo algunas presentaciones como las de Adolfo Gilly y Pablo González Casanova. La idea era recuperar una izquierda, pero ya no marxista.

¿Quiénes podrían tomar la estafeta del marxismo en debates de estas características?

En la que podríamos considerar una sexta generación están Rafael Mondragón y Jaime Ortega, dos jóvenes académicos.

La economía política de los gobiernos del FMLN

La economía política de los gobiernos del FMLN. Un balance nueve años después (I)
Por Alberto Arene, Economista/analista
7 de Junio de 2018

El “modelo” económico implementado antes y después de los Acuerdos de Paz por la administración Cristiani (1989-1994) continuó en los gobiernos de Calderón Sol (1994-1999) y Flores (1999-2004) donde acabó mostrando claros signos de agotamiento: baja inversión y crecimiento, limitada creación de empleos decentes, déficit fiscal y deuda pública en crecimiento, altísimo déficit comercial financiado por flujo creciente de remesas. Una inserción invertida a la globalización con exportación de mucha gente y capital humano, y muy pocos bienes y servicios de limitado valor agregado.

Estos signos se exacerbaron en la administración Saca (2004-2009) y con los efectos de la crisis financiera internacional que golpeó severamente a El Salvador en 2009. El último semestre del gobierno saliente y el primero del gobierno entrante enfrentaron la crisis conteniendo sus peores efectos, retrasando la elaboración del Plan Quinquenal 2009-2014. Con más de una década de retraso, la administración Funes estaba llamada a diseñar y sentar las bases de la transformación económica y social de la posguerra.

Más allá de los errores del primer gobierno del FMLN, desde la Secretaría Técnica de la Presidencia con el Asocio para la Prosperidad con el gobierno de Obama, el FOMILENIO II y el Consejo para el Crecimiento conformado por representantes del Gobierno y del sector privado, se diseñó y comenzó a ejecutarse la más importante estrategia de transformación económica de la posguerra. Después de identificar los dos principales obstáculos al crecimiento (inseguridad y baja rentabilidad de los bienes transables) se identificó cómo aprovechar las potencialidades geoeconómicas de El Salvador.
Se partió de potenciar los grandes activos de la franja marino-costera con un énfasis en el desarrollo de la zona oriental –un tercio del territorio nacional improductivo abandonado a su suerte– priorizando la transformación productiva y educativa: sistema educativo, escuelas e institutos técnico-vocacionales, carreteras, tierras, playas, puertos, aeropuertos, zonas extraportuarias, e infraestructura logística.
Superar la trampa del bajo crecimiento y del alto endeudamiento a partir de la geoeconomía conllevaba, entre otros, fortalecer la competitividad y las cadenas de valor, aumentando la productividad y calidad (educación/formación) y reduciendo altos costos artificiales (burocracia y lentitud en instituciones, aduanas y logística, corrupción, contrataciones innecesarias), desarrollar aceleradamente la estrategia logística integral (carreteras, pasos fronterizos y aduanas, modernización y ampliación del Aeropuerto Internacional, concesión del Puerto de La Unión, desarrollo de las zonas extraportuarias, corredor logístico Puerto de La Unión-Puerto Cortés, dentro de una estrategia holística industrial-exportadora).
Todo ello dentro de un nuevo modelo de crecimiento hacia afuera liderado por las exportaciones que desatara la inversión privada, la creación de empleo decente, salarios dignos e ingresos fiscales, aumentando el crecimiento del PIB y reduciendo el déficit comercial, el déficit fiscal y la deuda pública.
En este contexto, los asocios público-privados eran –y siguen siendo– el gran instrumento para fomentar la inversión público-privada y el crecimiento sin endeudar al Estado y a sus instituciones autónomas, hacer las grandes y medianas obras para crear una gran plataforma productiva y exportadora competitiva, sacando al país de la postración y del estancamiento, recuperando tanto tiempo perdido y acelerando la construcción del futuro.
El gobierno del presidente Funes enfrentó la oposición del FMLN a las leyes de APP y su reforma, de facilitación y agilización del comercio y de aduanas, de extinción de dominio, y de procedimientos administrativos. Todo fue siempre contracorriente. Ante los riesgos de perderse la cooperación y el FOMILENIO II, con el apoyo de algunos dirigentes del partido y de la oposición, se logró superar lentamente dichos obstáculos, avanzando la asistencia técnica preparatoria y quedando listo el texto definitivo para la firma del FOMILENIO II. Por desavenencias crecientes con el presidente Funes, el Gobierno de Estados Unidos decidió firmarlo con el presidente entrante.
Las dimensiones del saqueo público del primer gobierno del FMLN que salió a la luz pública cuatro años después con el juicio de la Fiscalía General de la República pueden esconder la visión original, la estrategia de desarrollo económico-social, los programas y proyectos concretos en ejecución o muy cercanos de estarlo, que dicho gobierno dejó al país y a su sucesor. Y esconder también el que este último no los haya aprovechado debidamente.
El primer legado del presidente Funes al país fue contener el proyecto castro-chavista cuando los tres principales dirigentes del FMLN le propusieron conformar un Consejo de Estado coordinado por él donde se tomarían las grandes decisiones. Su diferente visión política, el medio millón de votos que aportó al triunfo del primer gobierno de izquierda electo de la historia y su considerable soberbia lo llevaron a rechazar semejante propuesta en el momento en que la billetera de Chávez era muy grande y disponían avanzar en el control del poder.
Inmediatamente después declaró que Lula y Obama eran sus referentes –ni Castro ni Chávez– aunque visitó a este último como presidente electo (19.5.2009) y restableció relaciones diplomáticas con Cuba el primer día de su mandato (1.6.2009). En mayo de 2012 Funes rechazó el ingreso de El Salvador al ALBA o Petrocaribe afirmando: “No creo que por ingresar a Petrocaribe vamos a encontrar gasolina más barata, eso es un mito”.
Esta identificación en el espacio internacional y su equidistancia del Castro-chavismo explicaría por qué Estados Unidos fue a su encuentro firmándose la Alianza para el Crecimiento y preparándose con la Secretaría Técnica de la Presidencia el impulso de Fomilenio II y la asistencia técnica para el impulso de los dos grandes asocios público-privados, apoyando además la concesión del Puerto de La Unión con el Banco Mundial y su Corporación Financiera Internacional como asesora del proyecto de concesión.
El Fomilenio II impulsaría proyectos de capital humano, clima de inversiones e infraestructura logística, contribuyendo a atraer inversión privada nacional y extranjera, incentivando el crecimiento económico y el desarrollo social, y creando un ciclo productivo que contribuya a la generación de empleo y reducción de la pobreza. Este fue el segundo legado del gobierno de Funes aunque su confrontación creciente y permanente con ARENA, con el sector privado, y con la misma embajadora de Estados Unidos, lo desgastaron y desdibujaron, y aún más el saqueo público en referencia.
Funes mandaba en su gobierno aunque negociara con el FMLN. En el segundo gobierno manda el partido, su visión y proyecto estratégico es el socialismo por etapas, sus grandes aliados estratégicos son Cuba y Venezuela que ofreció recursos multimillonarios con grandes expectativas de contribuciones entre $500 y 600 millones anuales. La cooperación de Estados Unidos la complementaría priorizando aquellas iniciativas que consideraran útiles y funcionales a su proyecto.
Y con esta dualidad comenzó precisamente el gobierno de Sánchez Cerén cuyo primer día firmó un Convenio de Cooperación con Petrocaribe y 4 meses más tarde con la Corporación del Reto del Milenio, el Fomilenio II, con una donación de $277 millones y una contrapartida del gobierno salvadoreño de $88.2 millones.
Pero a seis meses de iniciado el gobierno, el precio de petróleo internacional se redujo a la mitad, y comenzó el calvario económico-financiero y social de Venezuela, quedándose el gobierno salvadoreño sin sus recursos. Pero la cooperación de 3 millones de galones mensuales a la empresa ALBA Petróleos se mantuvo desde 2008 hasta nuestros días, con 50 % de la factura pagada a 90 días y el otro 50 % a 25 años con 1 % de interés anual. En sus primeros tres años, el segundo gobierno del FMLN fue bastante exitoso en conciliar y mantener su alianza con la Venezuela chavista y la cooperación de Estados Unidos.
El segundo gobierno del FMLN abandonó buena parte de la visión, estrategia e instrumentos de desarrollo dejados por el primer gobierno. La del Asocio para el Crecimiento y el Fomilenio II impulsaría un nuevo modelo productivo y exportador competitivo que priorizaría la inversión público-privada en proyectos estratégicos, superando progresivamente la trampa del bajo crecimiento y alto endeudamiento. Esta estrategia fue abandonada, priorizándose en su lugar el gasto público y el financiamiento del déficit fiscal con el aumento de tasas e impuestos, y con mayor deuda pública sin estrategia de sostenibilidad alguna. Terminaron llevando al país al impago y a un ajuste desordenado que recortó el gasto social y la inversión pública, relegando la estrategia de transformación productiva y retrocediendo la competitividad.
El gobierno de Sánchez Cerén llevó al fracaso la concesión del Puerto de La Unión (PLU) al incumplir con las dos condiciones para la concesión exitosa acordadas por el gabinete económico del gobierno Funes y la junta directiva de CEPA: 1. Que el gobierno incluyera en su proyecto de presupuesto 2015 –y en años venideros– $15 millones para el dragado del canal de acceso desde -7 m en algunos puntos a -10 m primero y -12 m después según demanda, evitando que los barcos quedaran atrapados en el lodo del azolvamiento.
Adjudicada la concesión, iniciaría el proceso licitatorio para los servicios de dragado, comprometiéndose el Estado a mantener transitable y seguro el canal de acceso. 2. Que el gobierno y CEPA alentarían y darían incentivos para la migración de los contenedores del Puerto de Acajutla al PLU para que la empresa ganadora de la concesión perdiera menos dinero en los primeros años de operación hasta alcanzar su punto de equilibrio 4 años después.
Y para que El Salvador no quedara sin puerto de contenedores después que puerto Quetzal concesionado –ahora bajo APM-Mearsk– dragando a -15 m para recibir barcos post-panamax que bajarían el valor del flete, pudiendo competir solo desde el PLU concesionado a una gran operadora internacional. Al incumplir con los requisitos 1 y 2, ninguno de los operadores interesados ofertó, eliminando el “apetito del mercado” y logrando el fracaso de la concesión.
Respecto a la ampliación del Aeropuerto Internacional (AI), el Plan Maestro elaborado por la empresa Kimley Horn and Associates. Inc. –ganadora de la licitación conducida por CEPA y financiada por el USTDA– fue presentado públicamente en casa presidencial en diciembre de 2013. El estudio del valor por dinero –financiada por el MCC– para evaluar la factibilidad y conveniencia de un APP para el financiamiento de la ampliación del AI concluyó en abril de 2014.
Adicionalmente, el BID preparó otro estudio-propuesta de financiamiento concluido en abril-mayo de 2014. Desde el 1er. día de la gestión del nuevo gobierno estaban listas las condiciones para estructurar la licitación que conduciría a iniciar las dos primeras etapas de la ampliación de la terminal, entonces y ahora con una capacidad de 1.6 millones de pasajeros anuales ya superada en 2013 en 732 mil pasajeros.
Dado las proyecciones de crecimiento de 5 % anual de tráfico por el hub de AVIANCA, urgía iniciar la primera fase de la ampliación (2014-2017) que llevaría la terminal a una capacidad de 3 millones con una inversión de $114.9 millones, continuando con la segunda fase (2018-2022) con 3.6 millones de pasajeros con una inversión de $100.9 millones, seguida de la tercera fase (2023-2027) con 4.1 millones de pasajeros con una inversión de $78.3 millones y la 4ª fase (2028-2032) con capacidad de 6 millones de pasajeros con una inversión de $198 millones para una inversión total de $492.2 millones.
La ampliación de la terminal tiene ahora más de 3 años de atraso, con una sobresaturación de 1.6 millones para un tráfico estimado de 3.2 millones al finalizar 2018, doblando su capacidad instalada. Para finales de 2020 el país requiere concluidas las dos primeras fases de la ampliación, igualando el tráfico proyectado e iniciando en 2021 la tercera fase de la ampliación.

Julio López Campos: “Daniel Ortega está en su charco”

Julio López Campos: “Daniel Ortega está en su charco”

Julio López Campos, histórico dirigente del FSLN reclutado por Carlos Fonseca y amigo de Ortega por 30 años, analiza la crisis humanitaria de Nicaragua
La Prensa, Managua, 10 de junio de 2018

Julio López Campos fue reclutado para el Frente Sandinista por Carlos Fonseca Amador en 1966. Desde muy joven fue amigo de Daniel Ortega Saavedra e incluso lo apoyó en los noventa cuando el caudillo “gobernaba desde abajo”. Sus caminos políticos se separaron con el cambio de milenio, pero López Campos asegura que incluso hasta antes del 18 de abril de 2018, si lo miraba en un evento, lo saludaba tranquilamente.

La masacre gubernamental que ha sumergido a Nicaragua en una crisis desde abril pasado ha sido un parteaguas para muchos, y los cientos de miles de manifestantes pretenden que lo sea para la historia y el futuro del país. Julio López afirma antes de comenzar la entrevista que la suya es una opinión desde el sandinismo, y que no le gusta darla con frecuencia a medios de comunicación, pero dice a la vez que la coyuntura actual “lo amerita”.

El analista político, comunicador y graduado en Europa en Ciencias Políticas, analiza la actualidad de Nicaragua y alerta sobre un recrudecimiento de violencia por parte de Daniel Ortega. “Él está en su charco”, advierte, y exhorta al sector empresarial a “involucrarse con convicción en esta lucha”, llamando a un paro nacional.

Hace cuatro años usted dijo en LA PRENSA que la alianza Gobierno-empresa privada era el “nacatamal mejor amarrado de la historia”, pero con la actual crisis esos dos sectores están públicamente divididos. ¿Qué pasó con ese nacatamal?
Carlos Pellas dijo públicamente que el modelo se había agotado. Ese modelo que ellos, Arturito Cruz, el Incae, ficharon con el nombre del “populismo responsable”. Así lo llamaron a este modelo de alianza. Y que lograron venderlo a mucha gente afuera, incluso a los Estados Unidos. Obviamente ese modelo colapsó. No solo se agotó sino que ha colapsado en la sangre santa de los nicaragüenses caídos. Y con ello ha pringado de esa sangre al sector empresarial que durante 11 años vivió en concubinato con Daniel. Y esto es importantísimo señalarlo por la razón siguiente: el empresariado nicaragüense tiene que reconocer que tiene una deuda política y moral con el pueblo de Nicaragua en lucha. Y es más: tienen la oportunidad histórica ahora, hoy, de reivindicarse junto al pueblo.

¿No lo están haciendo, a su juicio?
No, no. No han querido. A eso voy. En una crisis de esta magnitud es absolutamente crucial tener una lectura correcta de la correlación de fuerzas. Y de los principales sujetos de conflicto. Y yo creo que la empresa privada se está equivocando de manera grave en la interpretación del rol y el papel de Daniel (Ortega) en esta crisis. Ellos creen que pueden conducir a Daniel a una negociación efectiva. Ellos seguramente conocen mejor que yo al Daniel de la conciliación y del consenso de los intereses compartidos con el sector privado que produjo tanta riqueza y tantas cosas buenas, se dice, durante los últimos 11 años. Pero hay algo que ellos no interpretan ni leen correctamente. Es un Daniel Ortega en tiempos de crisis.

El Daniel Ortega al borde del precipicio. Y en eso ellos están totalmente equivocados. En esta situación de caos que tenemos en el país, caos creciente, Daniel Ortega no está sofocado. Daniel Ortega está en su charco. Enfrentarse a este tipo de circunstancias, que dicho sea de paso se parecen en algo a aquellas circunstancias cuando él decía “gobernar desde abajo”, es en estas donde Daniel cree que puede imponer a los demás sujetos de la vida política nacional su propósito. Está minando la capacidad de resistencia de la gente, de los sectores medios y del empresariado.

¿Cómo lo hace?
Imponiendo el pánico, el miedo, el terror. Una de las características de esta extraordinaria sublevación del pueblo nicaragüense, es cómo los sectores medios han marchado y están junto al pueblo. Pero en la apreciación de Daniel estos sectores medios son temerosos. Y entre más les aprieta con el pánico, con el terror, piensa disminuir la capacidad de resistencia de esta gente.
Y al sector privado, a los empresarios grandes, les comienza a tomar las tierras, a crear inestabilidad sobre la propiedad, les comienza a introducir inestabilidad sobre su seguridad. Ya la mayoría de los ricos mandaron a sus familias fuera de Nicaragua, de vacaciones temporales. Daniel con el caos le está diciendo al sector privado: “¿Ya ven cómo perdieron todo lo que tenían conmigo? Y esto es solo el comienzo. Las cosas van a ser peor desde que me dejaron”.

¿Daniel Ortega maneja mejor esta crisis que nadie más?
Si el sector privado cree que va a agotar a Daniel por el curso actual de su conducta, lo que va a ocurrir es una tragedia más grande para Nicaragua.

¿Qué cree que tiene que hacer el sector privado?
Te decía que es importante ver bien la correlación. O para usar el lenguaje del sector empresarial, los costos-beneficios de la acción que vos vas a tomar. El Cosep calcula muy bien los costos económicos que tiene la permanencia de la situación y lo que puede ocurrir más adelante en términos de su bolsillo. Pero en esos costos-beneficios hay dos cosas que no están tomando en cuenta y que son decisivas.

La primera es que ya entramos en un proceso de disolución del Estado nicaragüense. Las instituciones del Estado comienzan a colapsar y a diluirse en la crisis. El ejemplo más notorio es la Policía Nacional. La Policía Nacional colapsó. Está en ruinas. Reconstruir la Policía va a ser una tarea extremadamente compleja y que va a necesitar tiempo y de mucho talento. Pero a su vez están colapsando las demás instituciones del Estado. Las alcaldías ya no son funcionales. Los entes de la administración pública que tienen que atender las necesidades de la gente están entrando en un proceso de debilitamiento creciente. ¿Qué va a pasar cuando ya el Estado esté colapsado y las instituciones totalmente fallidas?

Ese costo no lo están midiendo bien desde el sector privado. En la Nicaragua en que vivimos hemos dependido del consenso que hemos decidido nosotros los nicaragüenses. Decidimos en un momento dado poner fin a la guerra. Y cada quien tuvo que poner su parte. Una contribución. Si aquí el Estado sigue colapsando, no solo vamos a tener un caos económico del que será difícil levantarse, sino que habrá perdido la sociedad el consenso. ¿Qué justicia hay en Nicaragua en este momento? ¡Absolutamente ninguna! Es la ley de la selva.

¿Pero qué puede hacer el Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep) entonces?
Lo que tiene que hacer el Cosep es entender que efectivamente una huelga no bota gobiernos. Pero una huelga con paro nacional consistente en conjunción con la multitudinaria participación del pueblo nicaragüense que grita: “¡Que se vaya!”, no hay manera de poder contenerla. En el cuerpo a cuerpo Daniel piensa que puede resistir por muchísimo tiempo.
¿Matando gente?
¡Matando gente! Y usando un abanico de medidas de presión, de chantajes y de muerte. Él lo puede hacer con un contingente pequeño de gente leal. Pero él sabe muy bien que si las masas se mueven, estas son indetenibles.
La última vez que una masa de nicaragüenses marchó pacíficamente Ortega mandó a matar. ¿Cómo analiza la masacre del Día de las Madres?

Hay dos cosas increíbles en esa marcha. No existe en Nicaragua otra marcha igual a esa en cantidad de gente. En ese trayecto, que ni fue trayecto porque había tanta gente, no se quebró un plato. No hubo ni un robo. Absolutamente nada ocurrió. Hasta que ellos creyeron que un grupo iba en dirección al estadio, donde ya ellos tienen situado su perímetro de seguridad. Y comenzaron a disparar. Hay que recordar que la explosión en Nicaragua se da, el verdadero detonante de la explosión fue la represión. Y toda la acumulación de resentimientos de un régimen autoritario.

¿Es comparable este estallido social con la insurrección sandinista?
Yo lo que puedo decir es que el pueblo de Nicaragua es el artífice de dos eventos absolutamente extraordinarios. La revolución popular sandinista fue realmente la primera revolución armada en el continente latinoamericano. Y esta revolución pacífica es el otro gran acontecimiento de la historia política en América Latina. Todo va a depender de cuál va ser el desenlace.
Usted fue amigo de Daniel Ortega y vivió la revolución armada desde el Frente Sandinista. ¿Cómo puede esta revolución pacífica tener un desenlace positivo para el país?

Tenemos que asumir y tenemos que explicarle a la gente que todos unidos podemos lograrlo. Y especialmente explicarle a la gente que es necesario plantearse una negociación real con Daniel Ortega. La fiera herida acorralada, necesitás abrirle un espacio para que pueda salirse. De otro modo la fiera herida y acorralada puede ser muchísimo más peligrosa. Hay que hacerle ver a Daniel Ortega que no le queda camino más que irse. Y que el pueblo de Nicaragua está dispuesto a negociar una salida con garantías para él y su gente. Pero que esa salida con garantías tiene que darse ahora. No dentro de dos años.
¿Hay que resignarse a que Ortega y su familia salgan y que no haya justicia para ellos, entonces?
Voy a tratar rápidamente de dar una idea del esquema: Señor, usted se va. Tiene, para decir algo, tres meses para irse. En esos tres meses vamos a determinar las condiciones de su salida. ¿Por qué? Porque necesitamos en Nicaragua hacer un montón de cosas. Decidir ya las elecciones adelantadas. Necesitamos reformar la Ley Electoral. Necesitamos cambiar todo el Consejo Supremo Electoral desde arriba hasta el nivel municipal. Necesitamos restablecer las condiciones de normalidad en la aplicación de justicia en Nicaragua, que está totalmente colapsada. Necesitamos tomar medidas que nos garanticen una rehabilitación temporal por lo menos de instrumentos como la Policía Nacional. Todo eso requiere un proceso de negociación. Necesitamos que Ortega ordene a sus subordinados en la Asamblea Nacional la aprobación de un conjunto de medidas inmediatas. Por eso es que necesitamos negociar en serio con él estas condiciones. Las otras variantes resultan mucho más peligrosas.
¿La otra variante es la guerra?
Exacto. La otra variante es que continuemos socavando las capacidades de resistencia del país y de la gente, y que caigamos en una anarquía y caos total. Y la gente, yo creo, constatamos en los barrios lo que significa el potencial de violencia que se puede desencadenar en Nicaragua. Y Daniel juega también con ese temor. Pero yo creo que las puertas aquí están cerradas. Lo que necesitamos es abrir el espacio para una negociación realmente seria y verdaderamente responsable.
En la masacre del Día de las Madres y en otros eventos desde el 18 de abril se habló de francotiradores, de rifles Dragunov, de la participación del Ejército Nacional al menos abriéndole el Hospital Militar a turbas parapoliciales. ¿Qué tan implicado está el Ejército Nacional?
Aquí es importante que estemos clarísimos todos de que el Ejército representa el punto límite después del cual lo que vendría, si se mete, es el caos total en el país. Si el Ejército interviene, será para matar. Y eso desencadenaría una situación caótica de la que difícilmente podríamos salir. Esa es la razón por la cual tenemos que darle un voto de confianza al Ejército. Y al igual que los jefes anteriores del Ejército, han dicho a esta Comandancia que no se metan. Que su papel es preservar la institución. Si las cosas se ponen más de color de hormiga y el Ejército es conminado a actuar contra el pueblo, entre la disyuntiva de estar al lado del pueblo o al lado del presidente Ortega, el Ejército tiene necesariamente que coger el camino de estar al lado del pueblo.
¿Usted ve eso posible?
Tenemos que confiar en su alto mando y en el Consejo Militar. Estar totalmente persuadidos que ellos no pueden ni deben disparar contra el pueblo. Eso sería el fin de la institución armada Ejército Nacional.
En Masaya dijeron que capturaron a una sargento del Ejército y enseñaron su cédula. Tenemos los videos del Hospital Militar del Día de las Madres… ¿Usted asegura que el Ejército no ha intervenido en esta crisis humanitaria?

Es tal la multiplicidad de circunstancias y de hechos que cualquier cosa podría introducirnos un ruido. Yo estoy totalmente persuadido que hasta el día de hoy el Ejército cumple con la decisión de no disparar contra el pueblo. Y confío en que el Consejo Militar y en la Comandancia General estén acatando el consejo de todos los anteriores jefes del Ejército. No deben involucrarse en estas circunstancias.
Ya son más de 130 muertos. Superamos en víctimas mortales a la revolución de Ucrania de 2014 y a la masacre de Venezuela en 2017. ¿Por qué el Ejército no ha intervenido ya para apoyar al pueblo?
Yo creo que el principal apoyo que nos pueden dar ahora es no meterse. Si llega el momento crítico en donde les den las órdenes de disparar contra el pueblo, ellos saben que esa orden no pueden cumplirla. Están en la obligación de rebelarse. Y este es un asunto que tenemos que decirlo con mucha claridad. Y el pueblo de Nicaragua debe respaldar la actitud actual del Ejército. Y persuadirlo de que solo tienen una alternativa: respaldar al pueblo.
¿Cómo toma Daniel Ortega todas estas muertes?
(Silencio)… Honestamente hay cosas que escapan a mi comprensión. Mandar a asesinar a esos muchachos, estudiantes, jóvenes, niños. Es un nivel de perversidad que yo no lo logro entender desde la perspectiva del sano juicio. Ni siquiera desde la obsesión de permanecer en el poder. Aquí estamos frente a un peligro aún mayor del que los nicaragüenses creemos. Por eso es necesario que todos nos unamos contra la dictadura. Es de primera importancia que el sector privado resuelva involucrarse con convicción en esta lucha. Se equivocan grandemente si creen que van a volver a un régimen de estabilidad como el que tenían antes con Daniel Ortega. Esa situación se rompió. Pero lo clave, la esencia, lo vital de este asunto, es que nos vayamos todos contra la dictadura. Si vamos todos contra la dictadura, nadie desde El Carmen podrá parar al pueblo. Esa es la encrucijada en la que estamos.
¿Qué es eso, ir a El Carmen?
A Daniel estas cosas no le dan miedo. Lo que sí tiene duda es que una multitud desencadenada marche sobre El Carmen. Y te digo, algunos querían en el Día de las Madres. Estaban con esa idea. El Carmen no podría detener una oleada masiva del pueblo que vaya multitudinariamente en busca de justicia y democracia. No podría ser detenido por ninguna medida de El Carmen.
Pero eso generaría un lago de sangre…
Sí. Él solo puede gobernar por la violencia. Y al final terminaría siendo víctima de esa violencia. Cuando ya perdiste vos la legitimidad, que fue lo que él perdió con estos crímenes, solo hay una manera en que vos podés seguir gobernando. Es con la fuerza. Él puede aguantar mucho. Él lo sabe. Él tiene poco respeto por las contrapartes en el terreno concreto de la lucha. Él no cree que los Pellas, los Sacasa, los estos, los otros, son interlocutores de él a la hora del conflicto. Él sabe que los sectores populares sí se le pueden parar. Si Managua despierta yo no sé si van a poder distribuir el periódico ustedes.
Daniel Ortega se reunió con los obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua el jueves pasado y ante el clamor democrático pidió 48 horas de reflexión, según monseñor Báez.
Es innegable que Daniel Ortega procura deshacerse de la Conferencia Episcopal. El óptimo ideal para él como mediador en este proceso de negociación es el secretario general de la OEA (Organización de Estados Americanos) Luis Almagro. Pienso que nosotros tenemos que sostener el esfuerzo de la Conferencia Episcopal y aspirar a una combinación de apoyo internacional que esté conformada por Naciones Unidas, la Unión Europea y la OEA. Ya no hay prórroga para Daniel.
Usted conoció a Carlos Fonseca Amador. ¿Qué pensaría Carlos Fonseca de saber que en 2018 Daniel Ortega está causando una masacre contra el pueblo?
(Guarda silencio) Fijate que no me he hecho esa pregunta… No quiero imaginar lo que diría… Esa te la debo.
Plano personal
Julio López Campos, 72 años, es originario de Managua. Está casado con la comandante Mónica Baltodano y es padre de la activista Mónica López Baltodano.
Fue reclutado para el Frente Sandinista de Revolución Sandinista (FLSN) en 1966.
Estuvo un tiempo preso y fue enviado a Suiza a finales de los sesenta, donde se graduó de Ciencias Políticas con especialidad en Relaciones Internacionales.
Durante la insurrección popular sandinista fue dirigente del Movimiento Pueblo Unido, donde “preparaba a las masas para la insurrección final”, según cuenta. También fue parte del Comité Político del Frente Interno.
En el primer año de la Revolución Sandinista fue secretario nacional de Propaganda y Educación Política del FSLN.
Y del segundo año hasta que entregaron el poder en 1990, fue jefe de Relaciones Internacionales.

Postmodernidad y experiencia temporal: Fredric Jameson

Postmodernidad y experiencia temporal: Fredric Jameson
David Sánchez Usanos
Universidad Autónoma de Madrid

A lo largo de las siguientes páginas nos ocuparemos de examinar lo que consideramos una de las propuestas teóricas contemporáneas más sólidas en lo que respecta a la experiencia temporal. Se trata de la realizada por Fredric Jameson (de forma ubicua a lo largo de su obra y siempre en relación a un término a cuya acuñación contribuyó de manera decidida: el postmodernismo).
Fredric Jameson y el postmodernismo

Fredric Jameson es sin duda uno de las principales figuras intelectuales de la segunda mitad del siglo XX. Su carrera se ha desarrollado siempre dentro del ámbito de la teoría y crítica literaria, pero debe su mayor fama a su labor como crítico de la cultura (aspecto en realidad inseparable del anterior, como veremos).

Podemos considerarle con justicia un pionero en la introducción en Norteamérica de las principales corrientes de pensamiento crítico contemporáneo procedentes de Europa (algo de lo que dice sentirse muy orgulloso), labor que llevó a cabo mediante sus libros: Marxism and form; twentieth-century dialectical theories of literature y The prison-house of language; a critical account of structuralism and Russian formalism.

Es también autor de originales y reputados estudios en el ámbito de la teoría literaria como: The Political Unconscious: narrative as a social symbolic act (en el que se dan cita desde la semiótica de Greimas a la hermenéutica medieval pasando por las sutiles distinciones causales de Lukács). Pero, como decíamos, resulta mucho más conocido por su faceta de crítico de la cultura.
Con el artículo «Postmodernism, or The Cultural Logic of Late Capitalism», posteriormente ampliado hasta conformar un libro del mismo nombre, alcanzó reconocimiento internacional fuera del campo de los estudios literarios. Entre sus últimas obras traducidas al castellano cabe destacar: El giro cultural. Escritos seleccionados sobre el posmodernismo 1983-1998 (1999, Buenos Aires, Manantial), Una modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente (2004, Barcelona, Gedisa) y Arqueologías del futuro: el deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción (2009, Madrid, Akal); y su, por el momento, último libro publicado es Valences of the Dialectic (2010, Londres y Nueva York, Verso). Actualmente es profesor 1 en la universidad de Duke (Carolina del Norte, Estados Unidos).

A pesar de ser norteamericano se tiene a sí mismo por un «eurocéntrico», tanto su formación como sus principales referencias intelectuales así lo atestiguan. Realizó su tesis doctoral sobre Sartre, y quizá Adorno pueda considerarse su principal referente estilístico, su obra Filosofía de la nueva música (Tubinga, 1949) ejerció una tremenda influencia sobre él, especialmente el modo en que allí se ponen en relación estructura socioeconómica y manifestación cultural (la sociedad industrial y de masas y las composiciones de Arnold Schoenberg e Igor Stravinski).

Desde el comienzo de su carrera parece empeñado en una vindicación del pensamiento dialéctico, del examen de los fenómenos en toda su complejidad (y ambigüedad), huyendo de simplificaciones y combatiendo la, en su opinión, tendencia hacia la especialización y fragmentación dominante en el pensamiento angloamericano (y desde luego no ajena a los procesos análogos que se llevan a cabo en la producción industrial).

El marxismo supone para él, ante todo, un marco teórico, un instrumento de trabajo desde el cual proyectar su labor crítica. Lejos de cualquier ortodoxia, si por algo se caracteriza nuestro autor es por incorporar de manera fecunda elementos de la más diversa procedencia. Su lectura de Marx se encamina a subrayar lo que de Hegel hay en él (es decir, lo dialéctico); también emplea conceptos del psicoanálisis (Freud y Jacques Lacan) o de la semiótica (el cuadrado de Greimas) dándoles una nueva dimensión e integrándolos armónicamente en su propuesta teórica.

Algunos de los puntos en los que ésta se substancia son los siguientes:
˗ Vivimos en un momento del modo de producción capitalista en el que éste ha ocupado por completo la totalidad del globo y, lo que es más, el espectro completo de la actividad humana. Lo que antes podían constituir espacios autónomos desde los que ejercer la crítica, como el arte y la cultura, se rigen en estos momentos por los mismos parámetros comerciales que cualquier otro segmento de mercado.
˗ Hay, por tanto, una estrecha conexión entre la estructura socioeconómica que se da en un momento determinado y las manifestaciones culturales y artísticas que le son contemporáneas.
˗ La producción artística y cultural puede ser empleada como «material de diagnóstico» a partir del cual el intelectual y el teórico pueden examinar la tendencia de una determinada época, los anhelos e insatisfacciones colectivas que se manifiestan (con mayor o menor grado de inmanencia) en el texto artístico y literario.
˗ El modo de rastrear esa presencia de deseos insatisfechos en, por ejemplo, la literatura de una época no ha de ceñirse, al decir de Jameson, en la atención exclusiva a determinados contenidos a los que tradicionalmente se les atribuye una significación político-social desde la crítica literaria marxista. Es la propia relación entre forma y contenido la que ha de ser repensada a partir del modo en que los materiales disponibles en un momento histórico particular (que vienen determinados, claro está, por las condiciones sociales imperantes en ese momento) parecen exigir un determinado tratamiento formal.
Lo característico de los análisis de Jameson será, por tanto, un extraordinario rigor a la hora de examinar la estructura y materialidad del texto pero que, lejos de quedarse en un mero formalismo, relaciona esos dispositivos formales con la circunstancia socioeconómica que los envuelve. Y es que concibe la suya como una tarea esencialmente política, encaminada a reinscribir la historia en el seno mismo del texto y, en general, a tratar de recuperar cierto «sentido histórico» (en relación, por ejemplo, a la idea del carácter construido ―y por tanto transformable― de nuestro orden social) que parece ciertamente adormecido en nuestra época.
Por lo que respecta a la dimensión política (y económica) de su trabajo, creemos esencial mencionar la influencia del economista alemán Ernst Mandel de quien Jameson adopta su secuencia de las fases del capitalismo presentada en Der Spätkapitalismus.
Ofrecemos a continuación el modo en que Jameson recoge y adapta la mencionada evolución histórica del modo de producción capitalista vinculando cada una de sus fases (o «largas olas» del capitalismo) con la pauta cultural dominante que le corresponde en el tiempo :
1. Una primera fase, o «capitalismo nacional», puede ser descrita en términos de un capitalismo de tipo clásico donde el intercambio y la producción tienen lugar en el interior de cada país (que esté lo suficientemente avanzado en términos de industrialización, claro está). La pauta cultural dominante en esta fase es el «realismo».
2. En una segunda fase, «monopolista» o «imperialista», se crean grandes compañías que ejercen su influencia sobre terceros países de forma colonial. En el ámbito cultural es el momento del «modernismo».
3. En una tercera fase, las compañías pasan a ser multinacionales que extienden su área de influencia a todo el orbe y cuyas relaciones ya no cabe interpretar en los términos de las fases previas. La producción industrial se ve transformada completamente debido al exponencial avance tecnológico, la irrupción de la televisión, los medios de comunicación de masas y la informática. Esta transformación afecta al arte, la cultura, la política y a la práctica totalidad de la actividad humana. A este periodo del capitalismo «avanzado» o «tardío» le corresponde, en lo que respecta a la producción cultural, el postmodernismo.
El final de la segunda fase ―a la que corresponde el modernismo― tuvo lugar cuando acabó la tarea de reconstrucción tras el fin de la II Guerra Mundial. Y a pesar de que el estilo arquitectónico al que originalmente se refería el término postmodernismo hace tiempo que fue abandonado, en modo alguno eso significa que hayamos ingresado en un nuevo ―y distinto― orden socioeconómico. Estructuralmente nada ha cambiado ―tampoco tras el once de septiembre―, luego, siempre según Jameson, seguimos inmersos en la misma situación.
Fredric Jameson no inventó el término postmodernismo que, como decimos, fue usado con profusión en los debates de teoría arquitectónica de finales de los 70 y que, más o menos por la misma época, fue empleado por el crítico y teórico de la literatura norteamericano Ihab Hassan . Aunque su mayor difusión quizá se deba a un oscuro librito de Jean-François Lyotard: La condition postmoderne: rapport sur le savoir escrito en 1979 que poca justicia hace a la brillantez de que hace gala su autor (siempre en otras obras, como decimos); a pesar de esa circunstancia, dos son, en nuestra opinión, las figuras que de quienes podemos hablar como «los pensadores de la postmodernidad»: Jean Baudrillard y quien nos ocupa, Fredric Jameson.
La definición más precisa de qué entiende Jameson por «postmodernismo» nos la da el subtítulo de su obra más conocida, a saber el posmodernismo es precisamente «la lógica cultural del capitalismo avanzado».
Aunque por momentos puedan usarse como términos equivalentes, en un sentido estricto podríamos decir que mientras que «postmodernidad» hace referencia al momento histórico, o «situación», que atravesamos, «postmodernismo» es el nombre que recibe la pauta o estilo que gobierna las manifestaciones artísticas y culturales que se producen bajo esa situación determinada (que es y sigue siendo la nuestra: a saber la de un capitalismo refinado frente al que no se atisban alternativas, que se extiende por la totalidad del globo y cuya «lógica» controla facetas que antes escapaban a su dominio: la naturaleza, el arte o la propia psique).
El prefijo «post» proporciona una carga de paradoja a ambos términos ―postmodernidad, postmodernismo― que quizá haya contribuido en no poca medida a su difusión. Si por «moderno» entendemos tanto lo opuesto a lo clásico o a lo antiguo, como lo que, siendo contemporáneo, parece más avanzado de acuerdo a algún criterio, su referencia siempre parece estar situada en el presente.
Más aún, podríamos decir que lo moderno es lo que, aún dentro del presente, se encuentra más próximo al futuro. Y dado que «post» significa invariablemente aquello que viene después o detrás de algo (que es posterior, en suma), «postmodernidad» o «postmodernismo» significarían respectivamente, aquello que viene después de la modernidad o, por lo que respecta al estilo artístico, lo que sucede al modernismo; es decir algo que, por la contemporaneidad implícita en ambos sustantivos, no puede darse.
«Postmodernidad» y «postmodernismo» implicarían, por tanto, sendos juicios acerca de la modernidad y el modernismo: las características propias de la modernidad y el modernismo se siguen dando pero de un modo distinto, degradado, debido a que el contexto de referencia de ambos términos ha cambiado (para Jameson esa diferencia consiste, lo estamos viendo, precisamente en el ingreso en una nueva fase del modo de producción capitalista que, tras los cambios tecnológicos y sociales acaecidos tras la segunda guerra mundial, ha adoptado una forma que podría considerarse más pura y adecuada a la descripción que hiciese Karl Marx en El Capital que la que el propio Marx conoció en vida).
Evidentemente el significado de postmodernidad y postmodernismo vendrá determinado por qué se entienda por modernidad y modernismo, algo que varía enormemente en función del área de conocimiento que elijamos (y también del ámbito geográfico-intelectual). Por lo que respecta al modernismo sí consideramos necesario compartir con el lector un apunte de Octavio Paz que consideramos sumamente clarificador:
Hacia 1880 surge en Hispanoamérica el movimiento literario que llamamos modernismo. Aquí conviene hacer una pequeña aclaración: el modernismo hispanoamericano es, hasta cierto punto, un equivalente del Parnaso y del simbolismo francés, de modo que no tiene nada que ver con lo que en lengua inglesa se llama modernism. Este último designa a los movimientos literarios y artísticos que se inician en la segunda década del siglo XX; el modernism de los críticos norteamericanos e ingleses no es sino lo que en Francia y en los países hispánicos se llama vanguardia. (Paz, 2008, p. 98)
Tenemos entonces que tanto «postmodernidad» como «postmodernismo» señalan un cierto fracaso de sus referentes originales; en el caso de la postmodernidad la modernización, la modernidad o incluso la Ilustración, y respecto al postmodernismo, el proyecto estético de oposición a la cultura de masas y de renovación de la percepción que supuso el modernismo (usamos el término en el sentido del angloamericano más arriba mencionado).
Fracaso, decimos, porque de algún modo se entiende que ambos movimientos se han agotado sin lograr sus propósitos originales (sin cumplir las expectativas, o promesas, que habían suscitado), pero la situación es tal que no contamos con un andamiaje teórico propio que nos permita definir de una manera autónoma» ni lo que sucede en el ámbito socioeconómico (postmodernidad) ni en el artístico-cultural (postmodernismo) y nos vemos obligados a emplear una terminología un tanto parasitaria (que, de paso, conserva en la memoria la conciencia de aquel fracaso). Parece, en definitiva, como si el tiempo se hubiese detenido para nosotros. Yen el examen de este fenómeno consiste precisamente nuestra propuesta.
Experiencia temporal
A nuestro juicio uno de los aspectos más sugerentes del retrato de la postmodernidad que realiza Jameson es su insistencia en la superioridad del espacio sobre el tiempo como categoría rectora fundamental de la experiencia contemporánea.
Este predominio del espacio ―como tema y motivo, pero también como «tono espiritual»― resulta patente en las manifestaciones artísticas y culturales (así como en las preocupaciones teóricas) de nuestra época. La crónica de la historia intelectual de occidente se parece a menudo a la enumeración de los sucesivos bandazos de las preocupaciones y motivos de cada generación respecto a aquella que la ha precedido en el tiempo.
En opinión de Jameson el modernismo se distinguió fundamentalmente por su interés por la cuestión del tiempo, a este respecto la mención a À la recherche du temps perdu (1913-1927) de Marcel Proust resulta ya un lugar común, pero ahí están también, por ejemplo, Sein und Zeit (1927) de Martin Heidegger o el comienzo de Four Quartets (1944) de T. S. Eliot:
El tiempo presente y el tiempo pasado quizá estén ambos presentes en el tiempo futuro, Y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado. Si todo tiempo está eternamente presente todo tiempo es irredimible.
Pero, más allá de estas referencias, podría decirse que para el modernismo intelectual y literario, la cuestión del tiempo era sencillamente la cuestión. Los cambios experimentados después de la II Guerra Mundial en la configuración económica y social del globo (expansión del capitalismo, consolidación de la sociedad de masas…) determinan a su vez una modificación en la estructura psíquica del individuo.
Ello se ve reflejado tanto en el arte y la cultura de la postmodernidad como en el tipo de patologías a las que somos más propensos. En ambos casos lo que se observa es una sustitución del tiempo por el espacio como elemento central y determinante. Las siguientes palabras de Fredric Jameson en su célebre artículo sobre el postmodernismo resultan muy claras al respecto:
Sin embargo el decaimiento de la afectividad puede resultar también caracterizado, en el contexto más limitado de la crítica literaria, como el decaimiento de los grandes temas del alto modernismo acerca de las temporalidad, los misterios elegíacos de la durée y la memoria (algo que debe ser entendido completamente como una categoría de la crítica literaria asociada tanto al alto modernismo como a las propias obras).
En cambio se nos ha dicho a menudo que ahora habitamos lo sincrónico en lugar de lo diacrónico, y creo que resulta al menos empíricamente discutible que nuestra vida cotidiana, nuestra experiencia psíquica, nuestros lenguajes culturales, están hoy en día dominados por categorías espaciales antes que temporales (como sucedía en el período precedente del alto modernismo). (Jameson, 1991, p. 16)
Ese cambio en la disposición afectiva del individuo está en entrecha conexión con el «destino» de la experiencia temporal en la postmodernidad. Así, «Alienación» o «angustia» resultaban términos precisos para referirse a trastornos o estados de ánimo característicos de la modernidad. Pero para que se den tales sentimientos resulta imprescindible que el individuo disponga de la experiencia de una situación distinta (vivida o evocada) con la que comparar su quehacer cotidiano y concluir, en su caso, el carácter inauténtico, empobrecedor y enajenante de éste.
Pero ese cotejo resulta inviable en la postmodernidad, el modo de producción capitalista ocupa la totalidad de la realidad (y la imaginación), el individuo se encuentra desorientado ante una circunstancia (la del capitalismo tardío multinacional) que le envuelve pero que es incapaz de representarse, la imposibilidad de organizar su experiencia de un modo lineal y coherente es uno de los síntomas de esa situación.
Es por ello por lo que, siempre según Jameson, a la hora de hablar de la disposición mental que distingue a la postmodernidad términos como «fragmentación» y «esquizofrenia» resultan más apropiados.
El propio pasado se ha convertido en una suerte de depósito, de almacén disponible de motivos e imágenes de los que surtirse a la hora de confeccionar cualquier producto en el presente. El pasado ya no constituye un referente real que precedió a nuestro presente, su naturaleza, en nuestra postmodernidad, es casi ficcional, toda vez que muchos de sus elementos están presentes (recreación constante de estilos y tendencias que se mostraron exitosos; exposición continuada ―y a veces agotadora― a determinados productos y acontecimientos, tanto ficticios (películas o canciones de otras épocas) como reales (el asesinato de Kennedy, el atentado contra las torres gemelas).
Si bien nuestra época parece vivir en un «presente perpetuo» ―fruto de la incapacidad que tenemos tanto de representarnos la totalidad del sistema capitalista, como de imaginar un futuro realmente distinto (más allá de la escatología catastrófica)―, se encuentra, por otro lado, aquejada de una especie de «fiebre historicista» o compulsión por consumir otras épocas, otros momentos históricos (el fenómeno editorial de la novela histórica o la presencia constante de eventos como la II Guerra Mundial en videojuegos y películas son sólo algunas de sus muestras), que son interpretados más como motivos de evasión o elementos asociados a nuestra identidad (construida en torno a nuestros pasatiempos y aficiones) que como hechos realmente acontecidos.
Para Jameson, entonces, las cuestiones del tiempo y la temporalidad, son algo anacrónico, asuntos del pasado. En el año 2003 nuestro autor publicó un artículo con el provocador título de «El fin de la temporalidad» en el que comenzaba afirmando:
¿Después del fin de la historia, qué? No se divisan nuevos comienzos, sólo puede ser el final de algo más. Pero el modernismo ya terminó hace tempo y con él, presumiblemente, el tiempo mismo, del mismo modo que se ha rumoreado mucho con que el espacio ha sustituido al tiempo en el esquema ontológico general de las cosas.
Como mínimo el tiempo se ha convertido en un ser inexistente y la gente ha dejado de escribir acerca de él. Los novelistas y poetas lo han abandonado asumiendo, de modo enteramente plausible, que había sido ampliamente tratado por Proust, Mann, Virginia Woolf y T.S. Eliot y dejó pocas oportunidades de innovación literaria para el futuro.
Los filósofos también lo dejaron dado que, aunque Bergson seguía siendo letra muerta, Heidegger todavía seguía publicando un libro póstumo al año sobre el asunto. (Jameson, 2003, p. 695)
Naturalmente nuestro autor no está diciendo que el tiempo no exista, sino que ha dejado de ser la preocupación literaria y filosófica central, tal y como sucedía en la época inmediatamente anterior a la nuestra. El hecho de que el espacio le haya arrebatado ese puesto es, de hecho, un síntoma que nos permite distinguir históricamente nuestro período. Basta atender al espectacular incremento de libros publicados en torno esa cuestión o al auge académico experimentado.
Así que el dictum de que el tiempo era la nota dominante de lo moderno (o del modenismo) y que el espacio lo es de lo postmoderno tiene un significado a la vez temático y empírico: que lo que hacemos, de acuerdo con los periódicos y las estadísticas de Amazon, es lo mismo que lo que decimos que estamos haciendo. No veo cómo podemos evitar identificar en esto un cambio epocal, y ello afecta tanto a las inversiones (galerías de arte, comisiones de construcción) como a las cosas más etéreas también denominadas valores. (Jameson, 2003, p. 696)
Una de las claves de las innovaciones formales del modernismo reside, al decir de Jameson, en que el modernismo es ante todo la respuesta estética a una modernización incompleta. El capitalismo aún no se había implantado por completo, amplias zonas del occidente europeo aún se regían por sistemas más parecidos a lo que se daba en la Edad Media, todavía existían contrastes entre campo y ciudad, metrópolis y colonia, campesinado e industria.
La apreciación crítica de la nueva forma de vida que significaba el capitalismo únicamente resulta posible a partir del elemento comparativo que suponen esos otros órdenes y formas de producción que, como sabemos, terminarán por ser abolidos. La experiencia del tiempo que propiciaban la vida urbana y el trabajo en el taller fabril era completamente diferente de aquella que había regido hasta ese momento (más apegada a los ciclos naturales de las cosechas, a las estaciones o a la alternancia del sol y la luna). Con la progresiva extensión del modo de producción capitalista desaparece, entre otras cosas, toda experiencia alternativa del tiempo, esa homogeneidad de la experiencia parece entonces quedar mejor definida por un patrón espacial.
Espacio, además, cuyo dibujo proviene del progresivo aumento, tanto en intensidad como en extensión, de la planificación, la racionalización y control que se da en cada una de las mencionadas fases que atraviesa el modo de producción capitalista con respecto a la anterior. Ello conduce, como hemos señalado con anterioridad, a que en la postmodernidad no existan zonas ajenas a la lógica de la mercancía.
La intervención de Mandel en el debate postindustrial implica la proposición de que el capitalismo tardío, multinacional o de consumo, lejos de ser inconsistente con el gran análisis de Marx llevado a cabo en el siglo diecinueve, constituye, al contrario, la forma más pura de capital que hasta el momento ha emergido, una prodigiosa expansión del capital en áreas hasta el momento no mercantilizadas. Este capitalismo más puro de nuestro propio tiempo elimina, por lo tanto, los enclaves de organización precapitalista que habían sido tolerados hasta el momento y los explota de un modo tributario.
En conexión con esto, uno se siente tentado a hablar de una nueva e históricamente original penetración y colonización de la naturaleza y el inconsciente: esto es, la destrucción de la agricultura precapitalista del tercer mundo por medio de la Revolución Verde, y el auge de los medios de comunicación de masas y la industria publicitaria. En cualquier caso, habrá quedado suficientemente claro que mi propia periodización cultural de las fases de realismo, modernismo y postmodernismo está tanto inspirada como confirmada por el esquema tripartito de Mandel. (Jameson, 1991, p. 36)
El nuevo espacio en que consiste la experiencia contemporánea de la postmodernidad posee dos características que llaman la atención sobre las demás.
1. La desaparición del cambio
Dado que la forma mercancía ocupa todo el espacio de lo posible y que el modo de producción capitalista en su fase avanzada constituye la única experiencia del mundo que posee el individuo contemporáneo, la estructura socioeconómica ha dejado de vivirse como histórica y es contemplada, en cambio, como natural.
Fruto de esta situación acontece en nuestra psique un fenómeno ciertamente inquietante: la incapacidad para percibir los cambios (debido a que, quizá tomado el sistema en sus conjunto, efectivamente no acontezca cambio alguno) que a su vez está relacionada con esa falta de sentido histórico (o falta de aptitud para percibir la historicidad de determinados estamentos e instituciones ―el hecho de que tengan un origen en el tiempo y que puedan tener un final o verse alterados―) que Jameson se empeña en denunciar y conjurar una y otra vez (no se equivoca quien crea ver en este punto la influencia de Bertol Brecht y su táctica de «extrañamiento» u ostranenie ).
El apego al presente ―o «presente perpetuo» que anunciábamos líneas más arriba― adquiere numerosas formas, una de ellas es la moderna preocupación contemporánea por el cuerpo: Pues la reducción al presente, desde esta perspectiva, es también una reducción a algo más, algo bastante más material que la eternidad como tal. En realidad parece suficientemente claro que cuando no se tiene nada salvo el presente temporal, se sigue que no se tiene nada salvo el propio cuerpo. Por tanto la reducción al presente puede también ser formulada en términos de una reducción al cuerpo como el presente del tiempo.
Este movimiento explica la proliferación de teorías que se dan hoy en torno al
cuerpo y su valoración (así como la de su experiencia) como la única forma auténtica de materialismo. Pero un materialismo basado en el cuerpo individual (que de nuevo se encuentra en la investigación contemporánea en relación al cerebro y la filosofía de la mente y también en torno a las drogas y la psicosis) se identifica con el materialismo mecánico que proviene más de la Ilustración del siglo XVIII que del materialismo histórico y social como el que surgió de Marx y de una visión del mundo propiamente histórica (del siglo XIX). (Jameson, 2003, pp. 712-713)
Evidentemente ello no quiere decir que Jameson se sitúe políticamente en contra de aquellos que protagonizan esas vindicaciones (antes al contrario) , pero lo que critica nuestro autor es la función efectiva que cumplen dichas teorías en el capitalismo tardío, o lo que es lo mismo, las analiza en tanto que síntomas del propio sistema que dicen combatir / denunciar (algo parecido a lo que nuestro autor realizaba a propósito del estructuralismo y el postestructuralismo en The prison-house of language).
Hemos de afirmar, no obstante, que Jameson huye siempre de cualquier tipo de posición «moralizante» y, como respecto al postmodernismo o al propio capitalismo, evita hablar de bueno / malo también en este caso: «No es tanto lo correctas o incorrectas que tales teorías sean lo que aquí nos ocupa; en realidad, ya he sugerido que éstas no son las categorías adecuadas con las que juzgar cualquier posición intelectual de hoy en día, que más bien deben ser evaluadas en términos de la experiencia del mundo que organizan y reflejan así como de las funciones ideológicas a que sirven. En el caso de la reducción al presente y al cuerpo, es más importante subrayar los modos en que todas estas teorías reproducen la tendencia más profunda del propio orden socioeconómico.» (Jameson, 2003, p. 713) .
2. Desorientación
La desorientación es propia de la condición urbana del tardocapitalismo. Si por algo se caracteriza nuestro presente es por la cantidad de antiguas barreras que han desaparecido («todo lo sólido se desvanece en el aire» decían Marx y Engels en el Manifiesto comunista). La mencionada expansión e implantación del modo de producción capitalista ha acabado, lo veíamos desde el principio, con la antigua autonomía que ostentaban el arte y la cultura.
Ello no ha redundado en la desaparición del arte y la cultura. No al menos de un modo convencional. Lo que ha sucedido, más bien, es el aumento desmedido de aquello que es susceptible de ser considerado arte o cultura, asistimos a lo que podríamos denominar una «pan-estetización». Si en esta atmósfera cabe hablar de muerte del arte, dicho deceso hemos de atribuirlo sin ningún género de dudas, a su éxito. Si cabe decir que en nuestra época el arte ha muerto ―lema ya acuñado por Hegel― desde luego ha muerto de éxito.
Lo que sí resulta muy diferente en la postmodernidad respecto a la época del modernismo inmediatamente precedente es el desmantelamiento de la antigua frontera entre alta y baja cultura, o entre arte y cultura de masas. El artista del modernismo tenía conciencia de ser un desclasado, ante el nuevo orden que se estaba fraguando le acompañaba siempre un reconfortante sentimiento de marginalidad (asunto bien distinto es el posterior ingreso de las principales obras y artistas de ese período en el canon académico). Gustaba de percibirse a sí mismo y a su producción enfrentada a las mercancías destinadas al consumo masivo.
La progresiva incorporación de elementos procedentes de esa cultura de masas en la obra artística (primero, cierto es, bajo una voluntad ciertamente irónica) terminó por conducir (Andy Warhol es el ejemplo más citado) a un mimetismo casi absoluto. El predominio del collage y el kitsch en la postmodernidad (algo que no debe desvincularse de la compulsión historicista que mencionábamos más arriba) ha de entenderse dentro de esta tendencia.
Otra de las fronteras que se han desvanecido es la antigua distinción entre campo y ciudad. Con el sometimiento de la naturaleza (otrora fuente de lo sublime e indómito) a la disciplina industrial no existe hoy en día nada distinto a la ciudad. Nuestro mundo es un mundo urbano que desconoce, por ejemplo, los antiguos ritmos de la cosecha y las estaciones que servían, durante el período modernista, de contrapeso a la experiencia del tiempo impuesta por la producción fabril.
La ciudad postmoderna, como el sistema económico al que pertenece, ya no se encuentra, además, planificada de acuerdo a dimensiones y necesidades humanas. Cada vez resulta más difícil orientarse en ellas (a este respecto quizá la ciudad norteamericana de Los Ángeles sea uno de los ejemplos supremos). En general podemos decir que la sensación del individuo en el espacio postmoderno (es decir, del habitante de la gran ciudad) es la de un extravío permanente.
Se trata de un fenómeno físico pero, sobre todo, mental ya que enlaza con lo comentado acerca de la imposibilidad de generar una representación total del sistema, de la red del capitalismo mundial (de la que tenemos experiencia pero respecto a la cual carecemos de una imagen que nos permita orientarnos y actuar) y que, entre otras cosas, tiene un efecto paralizante pues las representaciones (incompletas) a las que tenemos acceso nos transmiten esa inmensa complejidad del sistema: «un desplazamiento convulso en nuestra cartografía cognitiva de la realidad que tiende a privar a la gente del sentido de hacer o producir esa realidad, de situarlos frente a la realidad de circuitos pre-existentes que carecen de agente, y condenarles a un mundo de recepción puramente pasiva.» (Jameson, 2003, p. 702) .
Pero Fredric Jameson, insistimos, no es que abogue por la desaparición del tiempo, de hecho apuesta fuerte por la historia. Lo que distingue, de hecho, al período histórico en el que estamos respecto a otros es precisamente el modo en que experimentamos el tiempo. Esa «espacialidad», imposibilidad de pensar el cambio y desorientación que nos caracteriza tiene como resultado una parálisis del juicio crítico y, por tanto, de la acción política.
Encaminado a corregir esa situación nuestro autor se esfuerza por hacer patentes esos rasgos mediante el análisis de productos artísticos y culturales contemporáneos (el primer paso para el cambio de una situación es percibirla; en este sentido Jameson siempre ha interpretado la labor del crítico literario como una tarea eminentemente política) y aboga también por una transformación de nuestra percepción (lo cual revela, por cierto, su educación bajo el canon modernista, pues ésa era ―la renovación de las facultades perceptivas― una de las máximas aspiraciones de los artistas de la época) de modo que volvamos a pensar la historia.
En una época, la postmodernidad, caracterizada por el dominio de lo espacial, y en un autor que reniega de todo humor nostálgico, la «solución» no puede provenir nunca de una estética, un arte y unas condiciones socioeconómicas pasadas pues ya no son las nuestras. Hemos de ser responsables y asumir nuestro propio tiempo, en este sentido Jameson confía en una propuesta artística y cultural ―a la que se refiere de un modo un tanto vago con el nombre de «cartografía cognitiva» ― que tenga siempre un horizonte pedagógico – político, que nos permita orientarnos a través de mapas cognitivos que nos procuren una experiencia más satisfactoria y nos permitan hacernos cargo de nuestro propio tiempo (y su eventual transformación).
Una estética de cartografía cognitiva ―una cultura pedagógica y política que busque dotar al sujeto individual con un nuevo sentido intensificado de su lugar en el sistema global― necesariamente tendrá que respetar la ahora enormemente compleja dialéctica representacional e inventar formas radicalmente nuevas de cara a hacerle justicia.
Claramente esto no es entonces una llamada a un retorno a algún tipo de sistema más antiguo, un espacio nacional más antiguo y transparente, o algún enclave más tradicional y tranquilizador desde el punto de vista de la mímesis o la representación: el nuevo arte político (si es que resulta posible) tendrá que mantener la verdad del postmodernismo, es decir, de su objeto fundamental ―al mismo tiempo que logra tremendo avance en una manera, aún inimaginable, de representarlo― en el cual debamos de nuevo comenzar a captar nuestra posición como sujetos individuales y colectivos y recuperemos la capacidad de actuar y luchar que ahora mismo se encuentra neutralizada por nuestra confusión tanto social como espacial.
La forma política del postmodernismo, si hay alguna, tendrá como su vocación la invención y proyección de una cartografía cognitiva global, a escala tanto social como espacial. (Jameson, 1984, p. 92 y final)
Bibliografía
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Paz, Octavio (2008), Los hijos del limo, Santiago de Chile, Tajamar ediciones
Proust, Marcel (1913-1927), À la recherche du temps perdu, París, Gallimard

En la Busqueda de Cuscatlan

En la Busqueda de Cuscatlan Paul Amaroli
UN PROYECTO ETNOHISTORICO Y ARQUEOLOGICO

Patronato Pro-Patrimonio Cultural
San Salvador, 1986
Proyecto financiado
por el Banco Cuscatlán

ADVERTENCIAS
1. Este informe contiene las ubicaciones de sitios arqueológicos que carecen de cualquier protección. Por lo tanto, la información sobre estos sitios no debe de difundirse al público.
2, En su presente estado, este informe es un borrador. Falta revisión para
corregir errores tipográficops, ortográficos y gramáticos, además de redacción general.

CONTENIDO

Introducción 1
Cuscatlán en la perspectiva etnohistórica 5
Los origenes pipiles 6
La ubicación de Cuscatlán 15
La provincia de Cuscatlán 2I
La población de Cuscatlán y su provincia
Introducción
Estimados poblacionales previos para el territorio salvadoreño
Estimados poblacionales para Cuscatlán y su provincia
Tendencias de cambio en la población de Cuscatlán y su provincia
Cuscatlán bajo el dominio español
La conquista
Esclavitud
Cuscatlán en encomienda
El reconocimiento arqueológico
Introducción
Hipótesis de trabajo
El área de estudio
Métodos
Resultados
Rasgos estrructurales registrados en el área de estudio
Análisis de materiales
Clasificación de los materiales 88
Materiales Posclásicos:
Cerámica Joateca
Cerámica rojo-sobre-beige bruñida
Comales
Metates tabulares
Punta bifacial a base de una navaja prismática
Cabeza modelada en cerámica
Materiales Clásico Tardíos:
Policromos relacionados con los grupos Arambala y Babilonia/Salua
Jarras con borde exterior reforzado
Mano plano-convexa
Materiales históricos o recientes:
Teja y ladrillo 93
Cerárnica vidriada “Quezaltepeque” 93
Otras cerámicas vidriadas 93
Porcelana pintada a mano 93
0tros materiales:
Hacha de niedra
Piedras “donut”
Metates de batea
Núcleo poliédrico de obsidiana
Mano elongada rectangular
Bahareque quemado
Incensario espigado
Puntas bifaciales
Navajas prismáticas
El fechamiento y localización de actividad humana en el área de estudio 96
Discusión de Evaluación de trabajo
Resumen
Etnohistoria
La población de Cuscatlán
Conquista y la época Posterior
El reconocimiento arqueológico
Conclusiones y recomendaciones
Referencias

Tablas
Pueblos en la jurísdicción de San Salvador: 1532.
Apuntes sobre los Pueblos en la Relación de 1532
3. Epidemias regionales.
4. Estimados de población en la comunidad de Cuscatlán: 1570-7842.
Tasas de cambio poblacional para 29 comunidades: 1532-I548.
Tasas de carnbio exponencial para las comunidades administradas por los
dominicos : 1548-1770.
La duplicación de topónimos autóctonos vecinos.
Encomenderos en la villa de San Salvador en 1532.
Materiales identificados en as colecciones del reconocimiento arqueológico.

Figuras
l. Pueblos tributarios de la villa de San Salvador: 1532.
2. Posibles límites de la provincia nativa de Cuscatlán.
3. Histograma de los números de casas Maíz en la provincia: 1532
Frijol
Chile
Cacao
Algodón
Ropa
Aves (pavos)
en 41 pueblos: 1532.
Sal y pescado
Cera y/o miel
Productos misceláneos
Curva de población estimada para Cuscatlán y 29 pueblos: 1524-1548.
Curva de población estimada para el pueblo de Cuscatlán: 1679-1842
Curva estimada de cambios exponenciales: 1532-1770.
Estructuras de edades en la comunidad de Cuscatlán.
Ciudad Vieja.
Casas totales repartidas a los encomenderos de la villa de San
Salvador: 1532.
El área de estudio.
La distribución de materiales culturales en el área de estudio.
Procedencias de las colecciones superficiales
Plátaforma residencial (Posclásica) .
Plataforma Clásico Tardía.
Cerámica del período Posclásico Tardío encontrada en el reconocimiento.
Artefactos Posclásicos, Clásicos e Históricos encontrados en el
Reconocimiento
La distribución de materiales del período Clásico Tardío.
26. La distribución de materiales del período Posclásico.
27. La distribución de cerámica Joateca un marcador del período Protohistórico
28. Tres áreas recomendadas para conservación inmediata .

INTRODUCCION

Cuscatlán es un nombre de alta significación para la historia salvadoreña. Se refiere a la provincia nativa de mayor importancia existente en el territorio nacional a la llegada de los españoles, y también designa a la capital de aquel modesto estado indígena.

Y aunque los españoles no perdieron tiempo en desmembrar la provincia de Cuscatlán, y su antigua capital se redujo precipitosamente a una aldea, Cuscatlán en su sentido dual de provincia y capital continuó, y aún continúa a jugar un papel influencial en la vida nacional.

Los linderos de su provincia prehispánica constituyeron, en parte, la base para algunas divisiones internas de la república actual, y de una porción de su frontera internacional. Hasta en la vida diaria, cuando se quiere referir a una persona de El Salvador por algún epíteto otro que “salvadoreña”, es común ocupar la palabra “cuscatleca”.

Pero Cuscatlán ha sido descuidado y hasta abusado.

Se ha fabricado versiones infundadas sobre su historia, invocando a héroes culturales mexicanos como “Topilzin Acxitl” en la fundación de Cuscatlán (Lardé y Larín 1976:II2), y llegando al extremo de inventar héroes propios, de los cuales Atlacatl es el ejemplo más notorio (Recinos y Goetz 1953:122).

En la actualidad, nuevas ubanizaciones se extienden sobre lo que parece haber sido el sitio de la antigua capital, y Ia pronta obliteración de sus posibles restos físicos es una certeza a menos que se implemente medidas de conservación.

Fue por esa última preocupación que se comenzó el Proyecto Cuscatlán. Las metas de este proyecto fueron de recoger las referencias etnohistóricas pertinentes para Cuscatlán para poder determinar la extensión y otros datos acerca de su provincia, y la ubicación e índole de su capital. El próximo paso fue de realizar un reconocimiento arqueológico en lo que se determinó ser la probable ubicación de la antigua capital, Para así identificar restos prehispánicos de la época correspondiente, que pudieran relacionarse con Cuscatlán.

El Proyecto Cuscatlán ha sido administrado por el Patronato Pro-Patrimonio Cultural de El Salvador, con financimiento del Banco Cuscatlán. El presente trabajo es el informe del Proyecto.

El lector interesado en conocer sus resultados en forma inmediata puede referirse a las secciones finales tituladas Resumen y Conclusiones y recomendaciones. Brevemente, se concluye que todavía existen restos de la zona residencial de Cuscatlán, y se ofrece recomendaciones para efectuar la conservación de una parte significativa de ella.

La organización del informe comienza con una consideración de la evidencia etnohistórica sobre Cuscatlán, donde se reune los datos pertinentes de esta comunidad y su provincia para establecer su índole general. De interés principal era determinar hasta el grado posible la posible ubicación de
Cuscatlán, pero se incluye discusiones de su población, economía y conquista.

En la siguiente división del informe se describe el reconocimiento arqueológico que se realizó en el área que se determinó como el probable sitio de la antigua comunidad. En el área de estudio que se definió se recorrió más de 700 hectareas en un reconocimiento intensivo, en el cual se registró restos arqueológicos y se efectuó recolecciones superficiales de materiales diagnósticos. Se discute los resultados del estudio de campo, que incluyó el análisis de los datos y materiales recuperados, enfocando en su fechamiento y su posible relación con la antigua comunidad de Cuscatlán.

La última parte de este informe presenta un resumen de la evidencia
etnohistórica y arqueológica para llegar a una serie de conclusiones con respecto a la situación y naturaleza de posibles restos materiales de Cuscatlán. Se define áreas de mayor interés, y se explica un procedimiento que podría conducir a su conservación efectiva, frente al rápido crecimiento urbano que caracteriza esa zona.

Existen varias formas en que se ha representado el nombre “Cuscatlán” Cuzcatan es sin duda la más correcta (compárese con Lardé y Larín 1976:110-111), pero fue abandonada hace más de 150 años en favor de
“Cuzcatlán” o “Cuscatlán” (tal como se resume en este informe).

“Cuscatlán” es la versión que fue adoptada por la municipalidad del lugar, y por esa razón es la que se ocupa aquí. Sería apropiado anotar en este espacio que las cedillas© del castellano antiguo citado en algunos documentos aquí han sido transcritas como zetas modernas.

Varias personas brindaron una colaboración importante en 1a realización del proyecto. El Arq. Carlos Hernández contribuyó la mayor (y mejor) parte de las ilustraciones, en las cuales también trabajaron el Arq. Sara Moreno y el Sr. Armando Ascencio. El Sr. Medardo Franco colaboró habilmente como el principal auxiliar de campo, frecuentamente en condiciones menos que óptimas. En el Archivo General de Centroamérica en Guatemala, donde se realizó parte de la investigación etnohistórica se contó con la gentí1 colaboración de don Manuel Rubio Sánchez.

Los miembros del Patronato Pro-Patrimonio Cultural se destacaron por su apoyo y paciencia, especialmente los Señores Mario Cristiani y Ernesto Raubusch, y las gerentes, Gina Vásquez de Sánchez y Julia de Alfaro. El inicio de este proyecto se debe principalmente al pasado presidente del Patronato, el Sr. Ricardo Gonzales. Conversaciones con el Sr. Stanley
Boggs eran de mucho beneficio en la evaluación de la evidencia arqueológica, y del problema general de ubicar asentamientos Protohistóricos. El Sr. Victor Marín proporcionó espacio para examinar las colecciones recuperadas en el reconocimiento. El Sr. Oskar Pank, recién fallecido, compartió sus ideas y tiempo gnerosamente con el autor.

CUSCATLAN EN LA PERSPECTIVA ETNOHISTORICA: “LA TIERRA DE PRESEAS”

Cuscatlán era el nombre de un modesto estado nativo y de su capital, existentes al extremo sureste de1 área cultural mesoamericano en vísperas de la conquista española.

Como lo han señalado varios autores (por ejemplo Daugherty 1969), Cuscatlán es un topónimo nahuat, que fue traducido como “tierra de preseas” por un sacerdote que trabajó en esta región durante el siglo XVII (Vásquez
1937:22O).

Se compone de los elementos cuzcat y el localitivo tan (Geoffroy 1973). Tlan es el variente nahuatl o azteca de este localitivo y no entró en uso general (o sea Cuzcatlán en vez de Cuzcatan) hasta alrededor de 1800, según los archivos coloniales en la alcaldía de Antiguo Cuscatlán. Esta “nahuatlización” ha sido notado para varios topónimos nahuat, y quizás se debido al prestigio de que gozaba el idioma azteca (Fowler 1981: 505 ) .

En diferencia a las acerciones de algunos escritores, cuzcat (cuzcatl en nahuatl) no quiere decir collar, sino unicamente joya, piedra preciosa labrada de forma redonda o cuenta para rezar” (Molina 1571:27v).

Obviamente el sentido correcto de la palabra en este caso es de joya, y “tierra de preseas” se considera como una traducción directa del topónimo Cuscatlán. En su excelente estudio ecológico acerca de El Salvador, Daugherty (1969) señala que “tierra de preseas” es un término acertado para esta región de suelos ricos que sostenían (antiguamente) una rica y diversa flora.

Lo que se puede conocer de la comunidad y provincia de Cuscatlán se basa en las muy escasas fuentes primarias, en algunas secundarias de la época colonial y en analogía con otras regiones de Mesoamérica. Datos arqueológicos auxilian en la comprensión de los orígenes y forma de vida de sus habitantes. No se dispone de una “memoria” nativa para Cuscatlán, que podría iluminar tanto acerca de su historia cultural y organización, tal como se ha logrado para los quiché, cakchiquel y otros grupos en el vecino país de Guatemala (véase por ejemplo Carmack et al. 1975).

Los orígenes pipiles

Los habitantes de Cuscatlán eran del grupo étnico pipil . Se ha vertido muchas opiniones, entre factuales y fantásticas, acerca de Los pipiles y sus orígnes. No es la intención del presente estudio evaluar estas ideas.

Pero sí es apropiado resumir aquí lo que se considera como los conceptos más equilibrados y actualizados acerca de la gente que poblaban Cuscatlán, y a la vez aprovechar para incorporar nueva información arqueológica que todavía no ha sido publicada. En esta dicusión se depende del estudio sobre el tema realizado por Fowler (1981), y a menos que se note al contrario, la información que se presenta es tomada de su trabajo.

Al arribo de los españoles al área centroamericana, se hallaban varios grupos pipiles esparcidos en la región, con su mayor concentración en la parte correspondiente al centro y occidente de El Salvador (donde se encontraba
Cuscatlán y probablemente otro estado nativo).

El orígen mexicano de los pipiles era evidente aún para los españoles, quienes pudieron observar las semejanzas entre su cultura y, especialmente: su idioma y los de México central. Su idioma era nahuat, de la familia
lingüística yutonahua (o uto-azteca), ampliamente distribuida en Norte y Centro América, y específicamente de1 grupo nahua de esta familia (Kaufman 1974:24-25).

Este grupo consiste en varios idiomas estrechamente emparentados historicamente, siendo el más destacado el famoso nahuatl o azteca (Luckenbach y Levy 1980).

Las diferencias entre nahuatl y el nahuat de los pipiles no son muy grandes, y es generalmente aceptado que son mutuamente inteligibles. Como una prueba empírica de ésto es el hecho de que se ocupaba el diccionario
Castellano-Mexicano (náhuatl) de Molina (publicado en I577) en el trabajo misionero del convento de San Francisco en San Salvador. Los monjes habían anotado en su copia que en el nahuat local se faltaba el racimo “tl” que es tan común en nahuatl (Squier 1976:350)

Se puede representar ésta y otras de las principales diferencias como los siguientes cambios frecuentes (ocasionalmente determinados por su ambiente) del nahuat al nahuatl: t:tl, u:o, cal:calli (compárese con Schultze Jena 1980) .

Son éstos y otros cambios entre los dos idiomas, equivalente en dos de los casos citiados a una relativa simplificación del nahuat comparado con el nahuatl, que a menudo conducía a los observadores coloniales a referirse al lenguaje de los pipiles como “mexicano corrupto” (Ciudad Real 1873 ) , “lengua mexicana plebeya” (Vásquez 1944:59), o sencillamente como una versión menos pulida del idioma de México central (Betancor y Arboleda 1964:96).

Sin duda fue debido a esta misma “simplificación” que a los auxiliares mexicanos, cuya ayuda a los españoles fue instrumental en la conquista de Mesoamérica sureña, e1 nahuat de los pipiles les parecía como una versión mal hablada y aparentamente infantil de su propio idioma. Una actitud desdeñosa hacia el nahuat debería de haber originado el término pipil (compárese con Squier 1976: 347) como indica esta definición del siglo XVII:
“…algunos pueblos de la costa del Sur, que desde el lugar de Escuintepeque (Escuintla, Guatemala) se señalan con el nombre de los Pipiles, que en México tiene La etimología de “lengua o idioma de muchachos, ésta es su propiedad, porque a tanto como ésto quiere explicar qué había llegado su corruptela)…”
(Fuentes y Guzmán 1932-33, tomo I, libro 3).

Vásquez da una interpretación paralela que también fecha del siglo XVII:
“…una de aquellas naciones hablan la lengua mexicana corrupta o pipil (como si dijéramos lengua de muchachos o que hablan los poco inteligentes) …” (1944: 81)

La etimología de pipil claramente se deriva de algún término nahua como pipilpipil (“muchachuelos”) o pipillotl (“niñería”), y comunica el poco estimo que tenían los auxiliares mexicanos por sus remotos parientes (Molina
1571:82; Squier 1976:342). El lingüísta Schultze Jena define pipil en nahuat como “niño, muchacho o muchacha joven” (1982:182) .

Estudios glotocronológicos han demonstrado que nahuat representa una ramificación del grupo nahua varios siglos más antigua que nahuatl, entre 800-1250 dC, y es el mejor candidato para el idioma de los toltecas de México central (Kaufman 1974:49; Luckenbach y Levy 1980; Fowler 1981).

Las fechas para su ramificación corresponden con el período de mayor influencia tolteca en Mesoamérica (Diehl y Benfer 1975), y por 1o tanto se sugiere la posibilidad de que la dispersión de nahuat (y entre sus portadores, los pipiles) por el área centroamericano tuvo algo que ver con el auge de Io que se puede llamar la “esfera tolteca”, y ésto se ve apoyado en recientes descubrimientos arqueológicos en El Salvador.

A veces se hace referencia a dos migraciones “pipiles” tempranas hacia el sur de Mesoamérica, correspondiendo a la época de influencia directa teotihuacana (ca. 400-550 dC) y luego al establecimiento de 1a cultura cotzumalhuapa (ca. 500-900 dC) en las costas pacíficas de Guatemala y El
Salvador occidental (Borhegyi 1965a; Parsons 1969).

La influencia teotihuacana y 1a cultura Cotzumalhuapa marcaron la introducción a esta región de varios rasgos originados en México central. Sin embargo, no parece ni correcto ni útil denominar a los portadores de estas características mexicanas como “pipiles” solo por su mutua relación con el centro de México, puesto que representan horizontes culturales mucho más tempranos, sin evidencia de continuadad entre ellos y los pipiles históricos en esta región.

Es más, nueva evidencia de un sitio Cotzumalhuapa (Cara Sucia en el depto. de Ahuachapán, El Salvador) indica la posibilidad de que los pipiles jugaron un papel en el abandono del sitio (Amaroli 1984b).

En su exhaustiva evaluación de las fuentes disponibles para aclarar el problema de los orígenes pipiles, Fowler destaca que hay varios datos contradictorios y grandes lagunas en la información arqueológica y etnohistórica.

Según uno de los posibles escenarios que él propone, los precursores de los pipiles históricos hubieran llegado al sureste de Mesoamérica entre 800-1200 dC, una fecha apoyada en los citados estudios glotocronológicos y en e1 registro arqueológico. Este movimiento posiblemente fue solo una pequeña parte de los grandes cambios que surgieron a nivel regional, asociados con el colapso de la civilización maya Clásica y el resultante vacío de poder en su anterior esfera de influencia.

Fowler propone que hasta ese entonces el centro y occidente del territorio salvadoreño era poblado por gente de afiliación chortí (una división maya). Con la caída del principal centro chortí, la ciudad de Copán, se cree que grupos oportunistas de habla nahuat penetraron al territorio, desplazando los “nativos” hacia las marginales serranías de Chalatenango, donde todavía habían varias comunidades chortís en la época de la Conquista.

Las poblaciones intrusas, los antepasados de los pipiles históricos, se hubieran originado en México central, y frecuentemente se menciona la costa de Veracruz como un punto más específico. A ésto se debería su posesión de un patrimonio cultural tan semejante con aquella región. Los pipiles consevaban la tradición de un orígen en la capital tolteca de Tula, lo común con muchos otros grupos mesoamericanos (Carmack 1968:55; Ixtlilxóchitl 1950:395).

Nuevos descubrimientos arqueológicos ayudan en sostener que la relación entre los pipiles y Tula no era solo legendaria, e indican que se interesaban participar en el comercio de productos locales hacia México central y
viceversa, relacionándose en alguna manera con gente tolteca.

Desde hace muchos años se ha señalado la presencia en El Salvador de restos culturales emparentados con las corrientes dominantes en México central durante el auge tolteca. En Chalchuapa se contruyó dos pirámides (B-2 y
8-6) en el estilo contemporaneo mexicano, una de ellas redonda (B-6) y según parece, asociada con tres esculturas (Stanley Boggs 1985: comunicación personal) “ Las esculturas incluían dos “chacmules” y un jaguar agachado, los cuales eran temas comunes en otras regiones bajo influencia “tolteca”.

Uno de los chacmules y el jaguar poseían, sin embargo, un rasgo que aparentamente solo se ha reportado para México central y aquellas áreas fuertamente vinculadas con ello, como el norte de Yucatán, consistente en un pectoral en forma de mariposa (Thompson 194I:46 l las dos esculturas están en exhibición en el Museo Nacional “David J. Guzmán” ) .

En 1985 nuevas lotificaciones condujeron a1 descubrimiento de una zona residencial próxima a las estructuras B-2. y 8-6, y coétanea con ellas. Entre otros materiales recuperados de este sitio, lo pertinente para esta discusión son cuatro clases de artefactos que ocurrían juntas: obsidiana verde y los grupos cerámicos Plomiza Tohil, Policromo “Nicoya” y (tentativamente) cerámica
Anaranjado fino Silho (o “X”).

Estos grupos cerámicos son marcadores del período que se discute (el Posclásico Temprano), cuando figuraban entre las principales cerámicas
comerciales. Se cree que la Plomiza Tohil y esta variedad de Policromo Nicoya puedan haber sido productos (en parte) de1 territorio salvadoreño (Bruhns 1980; Fowler 1981).

Este mismo asemblaje de obsidiana verde y los tres grupos cerámicos fue encontrado en el sitio Loma China, dentro del embalse de la presa San Lorenzo en la cuenca baja del río Lempa. Los datos fascinantes de este sitio que se presenta a continuación se basan en el examen de los apuntes y colecciones presentes en la Dirección del Patrimonio Cultural en San Salvador.

En Loma China se encontró varios entierros que habían sido colocados en una plataforma pequeña, asociados con ofrendas de navajas prismáticas de obsidiana verde y un total de 19 vasijas “Nicoya”, cinco de Plomiza Tohil y una de Anaranjado fino Silho. El entierro central (los demás individuos posiblemente habían sido sacrificados como ofrendas) estaba acompañado por tres mosaicos formados de priita, turquesa, jade y concha, y por lo menos dos de ellos mostraban el motivo de un guerrero tolteca (con los característicos casco, escudo, “chaqueta” y sandalias) quien sostenía un escudo en una mano, mientras que la otra alcanzaba hacia una serpiente esplumada que volaba arriba.

Estos extraordinarios artefactos debían de haber sido fabricados en algún centro tolteca o “epitolteca” (es decir, un centro contemporáneo y relacionado). Sería razonable proponer que servían como insignias para su dueño (presumiblemente el individuo que acompañaban), quizás para advertir una relación especial con la esfera de influencia tolteca.

Centenares de placas muy pequeñas de turquesa también se hallaron asociadas con el entierro principal, y estaban esparcidas en la región de su cráneo. Pueden haber sido parte de una máscara mosaico que cubría su cara.

La única fuente de obsidiana verde conocida en Mesoamérica está ubicada en Pachuca, dentro de México central. La producción y exportación de obsidiana de Pachuca parecen haber sido controladas por los toltecas en el períoclo bajo discusión (Diehl y Benfer 1975:722).

Los sitios de Chalchuapa y Loma China disponían de una abundancia de obsidiana procedente de fuentes mucho más cercanas (especialmente Ixtepeque, en la jurisdicción de Asunción Mita, Guatemala), y sería difícil explicar la importación de obsidiana desde una fuente tan lejana como
Pachuca puramente para finalidades utilitarias. Se puede especular que la función de la obsidiana verde de Pachuca, cuya apariencia hubiera sido muy llamativa entre gente acostumbrada a ver las obsidianas grises y negras locales, era para simbolizar un fuerte vínculo entre sus poseedores y México central.

La evidencia de relaciones entre los dos sitios y México central no es unilateral. Excavaciones en el sitio de la antigua capital tolteca de Tula (o Tollan) revelaron cantidades sorprendentes de cerámica Plomiza Tohil, y de la misma variedad de Policromo Nicoya encontrada en Chalchuapa, Loma China y otros procedencias salvadoreñas (Cobean L974:37i Diehl et al. 1974) la identificación del Policromo Nicoya hecha por Diehl et al. como de la variedad Papagayo conocida en Nicaragua y Costa Rica, ha sido negada recientemente; los ejernplos que ilustran estos autores son idénticos a los especímenes completos de Loma China ).

Diehl et al. (I974:187) postulan la existencia de un gremio comerciante entre los toltecas y como antecedente de los famosos pochtecas y su organización documentados para los aztecas. Quizás el entierro principal de Loma China era de un tal comerciante, fallecido en una tierra lejana de la propia, y enterrado con sus insignias y mercanderías.

La sencilla presencia de mercaderes mexicanos no explicaría en sí la migración masiva atestiguada por la etnohistoria, lingüística y arqueología (Fowler 1981).

Como otra especulación, los puestos de avance de estos supuestos comerciantes pueden haber tomado el caracter de colonias, tales como fueron establecidas por los anteriores teotihuacanos, con un interes en entender su control político mucho mayor que lo de los mercaderes aztecas (Cheek 1977:450).

El problema intrigante de los orígenes pipiles claramente no está resuelto aún.
Fowler resume varios datos que demuestran la existencia de instituciones sociales mexicanas entre los pipiles, y acepta que su organización política incluía estados tributarios, caracterizados en parte por la posesión de leyes formales y los medios para imponerlas, ejércitos profesionales y un sistema del registro y colección de tributos. Estos estados serían equivalentes a las unidades políticas mexicanas comunmente llamadas “cacicazgos”,
“ciudad-estados”, “Señoríos” o “provincias”.

El liderazgo de las provincias nativas era basado en linajes nobles. Cabe mencionar aquí que el único nombre conocido de un “cacique” para Cuscatlán, fecha de 1740 y era de una mujer, “María Josepha” (documento A3.16.4/16054/537 en el Archivo General de Centroamérica (AGC), Guatemala.

Además de Cuscatlán, las provincias pipiles encontradas por los españoles incluían Izuintepeque, centrada por el actual pueblo de Escuintla, Guatemala (Gall 1968b:194-195; Ixtlilxochitl 1950:394) y probablemente “Los Izalcos” abarcando la mayor parte de los presentes departamentos de Sonsonate y Ahuachapán en El Salvador (Lardé y Larín 1977:327-332), Se discute la provincia de Cuscatlán en detalle más adelante.

La ubicación de Cuscatlán

La ubicación general de Cuscatlán es un problema sencillo que se ha complicado sin necesidad.

Pedro de Alvarado, enviado como capitán de Hernán Cortés en 1524 a conocer y conquistar esta región de Mesoamérica, dejó la primera mención de Cuscatlán.

Desafortunadamente, aunque no es difícil trazar su ruta aproximada hasta la cibdad de “Cuxcaclan” (Barón Castro 1978: mapa frente a página 128; Gall 1966:28-29), su informe sucinto solo indica que estaba más allá de Atehuan (Ateos), sin anotar ni la distancia ni el tiempo de tránsito. Presumiblemente estaba en el mismo trayectorio que había llevado hasta Atehuan, o sea hacia
el oriente.

La extraordinaria descripción hecha de la provincia de San Salvador en 1532 (Gall 1968a), que se utiliza extensivamente más adelante, tampoco no indica la posición de Cuscatlán relativa a pueblos vecinos, y sólo registra que la comunidad tenía “. . . sus labranzas a legua poco mas y menos en derredor…e questos son sus terminos e ques tierra llana parte della e lo demas varrancas y montes e ques tierra tenplada…” En otro testimonio del documento se agrega que los términos de Cuscatlán “. . . son hazia la vna parte dos leguas e hazian [sic] otra vna e media e vna poco mas v menos…” (Gall 1968a :2I4,223) Las medidas reales de las leguas usadas en este documento generalmente varían entre cinco y siete kilómetros. Asumiendo un radio promedio de 1.5 leguas para las tierras de Cuscatlán,se deriva un rango de área posible entre 44 y 87 kilómetros cuadrados. El área total de las tierras ejidales originales de Antiguo cuscatlán (incluyendo las tierras que le fueron restadas para Santa Tecla y Nuevo Cuscatlán) era de unos 90 kilómetros cuadrados (Browning L975:463) e correspondiendo al estimado más alto que se deriva arriba, lo cual deja abierta la posibilidad más obvia con respecto al problema de ubicación: que Antiguo Cuscatlán es el descendiente directo del Cuscatlán que visitó Alvarado.

EI primer indicio concreto de ésto era de la década de 1560-70, cuando López de Velasco (1891+) escribió que “La ciudad de San Salvador, quee en lengua de indios se llama Cuzcatlán, por un pueblecillo cle indios que está cerca dél…” En ese entonces San Salvador ya ocupaba su sitio actual.

Esta serie de datos parecen evidenciar que Cuscatlán estaba al oriente de Ateos, cerca de la actual ciudad de San Salvador y en un lugar en parte “tierra llana” y parte “varrancas y montes”. Varios sitios rellenarían estos requisitos, incluso la situación del pueblo moderno de Antiguo Cuscatlán.

La idea de que Cuscatlán estaba precisamente en los alrededores del actual Antiguo cuscatlán (por lo menos desde la segunda mitad del siglo XVI) se comprueba porvarias referencias, tal como señala Lardé y Larín(I976:1-16).
García de Palacio, un oidor (juez) de la Audiencia de Guatemala, deja esto en claro con su conocida’ “carta al Rey” de 1576:
“Asimismo en la falda de dicho volcán (de San Salvador) hay una hoya redonda de mucha anchura que muestra haber sido volcán y ardido mucho tiempo, porque en todo su circuito la tierra esta muy quemada y molida del fuego. Nace ahora en ella una fuente de bonísima agua, de que se proveee el lugar de Cuxcatan, que esta asentado a la orilla de ella.” (García de Palacio 1983:80).

La “hoya” y su agua era la antigua laguna de Cuscatlán (Gutiérrez y Ulloa 1962), ahora drenada y sitio del complejo industrial Puerta de la Laguna; Antiguo Cuscatlán está en la orilla del “cráter” que contenía el desaparecido lago.

En1586 el religiosos Alonso Ponce observó que “Cutzcatlán” estaba una “legua” al poniente de San Salvador y que otra “legua y media” más adelante (atravesandoa futura ubicación de Santa Tecla) se entraba la bajada del “callejón de San Salvador” que hoy conduce a Colón (Ciudad Real 1873).

Lardé y Latín (1976:116) cita una referencia de 1689 que ubica “los Santos Inocentes de Cuzcatlan” dos leguas al poniente de San Salvador y media legua del volcán de San Salvador. A diez cuadras del pueblo estaba su laguna que medía unos dos por cuatro cuadras.

Varias referencias adicionales concuerdan con éstas, y ubican Cuscatlán en las cercanías del pueblo actual de Antiguo Cuscatlán (Gálvez 1936; Cortés y Larráz 1958; Gutiérrez y Ulloa 1962). Además, el hecho de que la Alcaldía
de Antiguo Cuscatlán posee los documentos coloniales de “los Santos Inocentes de Cuscatan” (remontando hasta aproximadamente 1737 ) es, en sí, evidencia de que se trata del descendiente lineal del Cuscatlán original, tal como sugiere su nombre.

En la propuesta formulada para este proyecto (Amaroli 1984), el autor somete la “hipótesis de trabajo” de que el Cuscatlán de la Conquista se componía en una ciudadela sobre una meseta defendible que contenía las residencias de la
élite y otras estructuras principales, rodeada por extensos suburbios “ Este concepto estaba basado en analogía con el diseño de otros centros coétaneos de la región y de un indicio dejado por Pedro de Alvarado en sus informes a Hernán Cortés. En sus informes, Alvarado ocupaba uniformemente la palabra “ciudad” sólo con referencia a cuatro capitales indígenas: Utatlán (el Gumarcaah de los quichés), Guatemallan (el Iximché de los cakchiqueles), Atitlán (la capital tzutujil, también conocida como Chuitinamit) y Cuscatlán.

Los primeros tres centros han sido investigados arqueologicamente (véase por ejemplo Wauchope 197O). Todos tenían el aspecto general descrito arriba, con una ciudadela sobre una elevación y rodeada por zonas residenciales. En los tres casos, las ubicaciones de las capitales nativas, muy difíciles de acceso y fáciles de defender (en el evento de una rebelión indígena), no
concordaban con los propósitos españoles, encaminados principalmente a ejercer un mayor control sobre las población autóctona y de concentrar los sobrevivientes del desastre demográfico que se inició con la Conquista.

Las autoridades religiosas dominicas (quienes administraban Cuscatlán – véase Tratado s. f. ) y franciscanas impulsaron la “congregación” de comunidades indígenas, que involucraba el traslado y fusión de pueblos vecinos, y en el apogeo de su interferencia con asentamientos nativos, entre 1540 y 1550 (MacLeod 1973:121), se vió el abandono obligado de las tres capitales mencionadas. Los nuevos asentamientos de Santa Cruz del Quiché, Tecpán Guatemala y Santiago Atitlán fueron edificados en lugares más accesibles cercanos a las ciudadelas abandonadas. Los religiosos necesitaban el permiso del gobierno español para efectuar estos cambios legamente (Macleod 1973:121) .

Sobrevive una descripción del traslado de Atitlán realizado durante la administración de Alonso Maldonado como Presidente de la Real Audiencia de los confines (1542-1545). Los dos padres franciscanos que administraban los tzutujiles en su antigua ciudadela quejaban:
“…que el camino para los visitar era muy trabajoso y dificultoso y el modo y manera que estavan poblados para los mejor visitar y doctrinar, les parecio que era cosa muy conbiniente y necesaria dar noticia dello a la real audiencia de los confines. . . los quales. . .mandaron librar probision real para que…
sacasen a los naturales de…donde estavan poblados y en parte comoda y
combiniente los poblasen y asentasen en pueblo formado.” (Betancor y Arboleda 1964:97)

Y en esta manerar se exigió el traslado de varias miles de personas, por la comodidad de dos frailes, y como parte de su visión de efectuar una transformación social y cultural entre la población nativa (Macleod 1973:121)
El traslado de una comunidad menor de esta época supuestamente fue realizado por la comodidad de sus propios habitantes:
“…junto a la laguna (de Amatitlán, Guatemala) juntaron cinco pueblos, y el principal que estaba en un alto junto a la laguna, sitio enfermo y de mal servicio por el mucho trabajo que tenían en llevar el agua, que-solían malparir
las mujeres del cansancio, se pasó al llano donde ahora está. . . . “ (Remesal 1932:245-246) .

En consideración de lo que les sucedió a las otras tres “ciudades” mencionadas por Alvarado, se entretenía la posibilidad de que Cuscatlán originalmente ocupaba una de las mesetas cercanas hacia el sur del pueblo actual, y que hubiera sido trasladado a medianos del siglo XVI por trabajadores religiosos. Como se verá adelante, esta idea no encontró apoyo en los datos arqueológicos recuperados en este proyecto.

Es necesario mencionar que dos autores rechazan una ubicación en la vecindad de Antiguo Cuscatlán, y intentan localizar la comunidad antigua cerca del primer asentamiento de San Salvador, un lugar hoy llamado Ciudad Vieja (unos ocho kilómetros al sur de Suchitoto). Franz Termer (1961) y su amigo Francis Gall (1966) logran desatender toda la evidencia documental citada arriba por dos argumentos subjetivas. Primero, ellos creen que Pedro de Alvarado y sus acompañantes no hubieran podido subir con su caballería por el “callejón” entre Colón y Santa Tecla (en rumbo hacia el actual Antiguo Cuscatlán), y por éso tomaron una ruta desde Atehuan, al norte del volcán de San Salvador, y luego hasta Ciudad Vieja. Su objección carece de validez.

El dicho callejón era una ruta de tránsito importante después de la Conquista y fue viajado en 1570-1580 por el oidor García de
Palacio (1983:79-80) y en 1586 por Alonso Ponce (Ciudad Real 1873:400-401) Comentaron que era una cuesta difícil pero de ninguna manera imposible de atrevesar.

La segunda razón que avanza Termer y Gall para ubicar Cuscatlán en las proximidades de Ciudad Vieja es que:
“La técnica usual durante la Conquista consistía en que los primeros centros o colonias se establecían o fundaban donde se encontraban los antiguos núcleos poblados aborígenes, lo que sé demuestra con un gran número de ejemplos, desde México hasta Chile.” (Gall- 1966:34).

Sin embargo, una tendencia no es una regla, y hay varias excepciones a la práctica española notada por Termer y Gall, particularmente en áreas donde la población indígena se mostraba fuerte y combativa como era el caso de Cuscatlán.

Se puecle citar los ejemplos de Yucatán (su primera capital española fue en las ruinas de Chichén ltzá), Perú (Pizarro fundó su primera capital en un insignificante lugar costeño) y Guatemala (aunque primeramente establecida en Iximché, muy luego se trasladaba la capital española a varios lugares sin importancia anterior). De todas maneras, Ciudad Vieja representa el segundo establecimiento de la villa de San Salvador, y tal como en el caso de la presencia temporal de Santiago en Iximché, su primera ubicación bien puede haber sido en la vecindad de Antiguo Cuscatlán (véase Lardé y
Larín 1983) .

Aunque Las opiniones de Gall y Termer han sido aceptadas por varias personas, su caracter sujetiva es evidente, y están en contradicción con los hechos documentales.
La provincia de Cuscatlán

Los datos disponibles describen Cuscatlán como la capital de una modesta provincia nativa, abarcando varios pueblos tributarios.

Los españoles desarticularon sistemas tributarios semejantes al encontrarlos en Guatemala, entre los grupos mayas de las tierras altas. Los conquistadores repartieron los pueblos sujetos y las cabeceras de los estados autóctonos, y los tributos que antes fluían a los gobernantes nativos entonces fueron asignados a 1os conquistadores, en cantidades según su rango y hazañas.

En Guatemala se puede reconstruir la compleja estructura política nativa a base de las “memorias” indígenas como el Popul Vuh y los Anales de Los Caqchiqueles. A faltar éstos y otros documentos relacionados, la desaparecida estructura política de los estados quiché, cakchiquel y otros vecinos sería tan obscuro como la es para los pipiles. Es, entonces, necesario depender de otras fuentes para estudiar la provincia de Cuscatlán, y éstas consisten en las declaraciones de los testigos oculares de su Conquista y sus consecuencias inmediatas.

Se mencionó arriba que Pedro de Alvarado situó a Cuscatlán en la misma categoría que tres otras capitales regionales de las tierras altas guatemaltecas. El implicó así que Cuscatlán era la capital de una provincia
nativa análoga de los estados quiché, cakchiquel y tzutujil.

A manera de confirmación, solo cinco años después de su entrada a Cuscatlán, durante las sesiones de la pesquisa celebrada para investigar sus crueldades, se describe “Coscatlan” como la comunidad “más principal” de la provincia del mismo nombre, que después sería llamada de San Salvador por la villa española fundada en ella (Libro Viejo 1934:142).

Fray Bartolomé de Las Casas estuvo en esta provincia poco después de su conquista, en 1532 y luego entre 1534-1539 (Daugherty 1969:108 ) . El conoció e1 hijo del “señor principal de aquella ciudad (de Cuscatlán)” lo cual indica el valor potencial de su información.
Las Casas comentó:
“(Pedro de Alvarado) fue a la provincia de Cuzcatán…que es una tierra felicísima con toda la costa de la mar del Sur, que dura cuarenta y cincuenta leguas”’; la ciudad de Cuzcatán… era la cabeza de la provincia. . . “” (Las Casas 1958:152).

Las Casas reafirma la idea de que Cuscatlán era la capital de una provincia nativa que se extendía por una distancia que hubiera abarcado una porción significativa del área pipil salvadoreño.

Escribiendo en una fecha muy posterior, ya a mediados de la colonia, Vásquez (1937:235) harmoniza con esta idea al anotar que “…la provincia de Cuscatlán (así nombrado de un recio pueblo de indios, donde el cacique principal residía)….”

La evidencia no es abundante, pero si concuerda sin contradiciones en que la provincia indígena de Cuscatlán era residida por la comunidad del mismo nombre, y era equivalente a las provincias gobernadas por las otras tres
capitales regionales ya mencionadas. El concepto de equivalencia se repite en la probanza de méritos de los conquistadores Diego de Usagre y Francisco Castellón, donde se lee que “…en conquistar y traer en paz las dichas provincias Ide] Utatlan, Guatemala y Atitán se estuvo más tiempo de siete años…” Y luego de ésto, se fueron…a conquistar esta provincia de Cuzcatlán.” (Gall 1968b: 143,150)

En resumen, los testigos de la conquista de Cuscatlán y de sus resultados inmediatos, presentaron una imagen coherente del escenario político regional. Existían varios estados nativos equivalentes, especialemente los gobernados por Utatlán (quiché), Iximché (cakchiquel), Atitlán (tzutujil) y Cuscatlán (pipíl). Además de su cabecera, cada estado tenía una serie de comunidades sujetas, las cuales fueron desmembradas de su organización por los españoles para repartir sus tributos entre ellos. Hay evidencia directa de ésto para Cuscatlán. Referiéndose a la época inmediatamente posterior a su conquista, uno de sus participantes dijo que:
“…al tiempo que esta” provincia de Cuscatan se repartió se le dieron (al
destacado conquistador Diego de Usagre) los mejores pueblos indios della por lños merecer…” (Gall 1968b:195-196).

Los linderos del estado nativo de Cuscatlán no son explicitos en los documentos. Aparte del indicio dado por Las casas, la mejor pista que se tiene es la Relación de 1532 que presenta descripciones de los pueblos y sus encomenderos existentes en “la provincia de San Salvador” en ese año
(Gall 1968a). En 1532, a sólo cuatro años de la “pacificación” de la provincia y el establecimiento de la villa de San Salvador, los españoles residentes en la nueva villa fueron entrevistados acerca de los pueblos que les habían sido asignados para derecho de tributos. San Salvador fue fundada en la antigua provincia de Cuscatlán y se sugiere que eran similares en su extensión, con la diferencia que San Salvador abarcaba varios pueblos adicionales (compárese con Las Casas 1958:L52; Gall 1968c; Lardé y Larín 1976:1I4).

En esta fecha temprana, es muy poco probable que los españoles hayan hecho cambios grandes de linderos. Esta impresión se ve reforzada, por el hecho de que el documento refiere a pueblos que definitivamente estaban fuera de la antigua provincia nativa (como el pueblo lenca de Lolotique y el
Texucla (Tejutla) de habla chortí) con el término chontal; lo cual significaba “extranjero o forastero” en nahua (Molina 157I:21v) *

Fuentes parecidas a la Relación de 1532 han sido empleadas para definir las provincias nativas de Yucatán (Gates 1978:136-156) y de México central (Barlow 1949:1-2) mediante procedimientos similares a lo que aquí se ocupa.

La Relación de 1532- consiste en una serie de testimonios tomados a los 57 encomenderos residentes. Tuvieron que proveer datos sobre los pueblos que tenían encomendados, incluyendo sus nombres, las extensiones de sus tierras,
su número de casas, sus productos y si eran “chontales”.

En tabla 1 se resume esta información. Hay datos acerca de 90 pueblos totales. Unos 33 eran “chontales”, y relativamente pocos pudieron ser localizados debido a los nombres muy distorsionados que se registró. La mayoría de los pueblos “chontales” estaban en guerra en 1532, y evidentamente los españoles no tenían mucha información acerca de ellos todavía.

Los restantes pueblos, que no eran “chontales”, incluían alrededor de 47 que pudieron ser identificados con seguridad, dos con ubicaciones tentativas y ocho que no se podía localizar. En figura 1 se ilustra la distribución y tamaño (en números de casas) de los pueblos tributarios.

Se propone aquí que los pueblos que no eran “extranjeros” (“chontales”) eran los que componían la provincia nativa de Cuscatlán.

En figura 2 se ofrece una interpretación de los posibles límites de la provincia nativa. Sus linderos podrían alterarse ligeramente al lograr ubicar los ocho pueblos que no pudieron ser localizados.

Nahuizalco (“Naozalco”) y Santa Catarina Masahuat (Masagua) aparecen como una isla de territorio separado del cuerpo principal de la provincia, rodeada por pueblos de la presunta provincia de “los Izalcos”. En México central (de donde los antepasados de los pipiles hubieran traído sus ideas acerca de la organización de estados) era común que las provincias nativas abarcaban algunas comunidades alejadas de su área contigua. Aunque acceso libre es una ventaja obvia de controlar un territorio unido, lo que era importante para estos estados no era la incorporación de territorio en sí, sino la adquisición de tributo de comunidades, que bien podían estar rodeadas por comunidades que tenían compromisos tributarios con otra cabecera (véase Gibson 1964).

Los mismos límites (exceptuando los variospueblos “chontales”) todavía estaban en efecto por 1548, cuando se realizó la primera tasación reguladora de tributos en la región (Relación 1548-1551), y posiblemente hasta por lo menos la década de 1570-1580, al juzgar por l adescripción hecha
por García de Palacio (1983:81-82 ) .

En uno de los cambios más importantes de jurisdicción, y antes de 1676, Nahuizalco y Santa Catarina Masahuat fueron agregados a la alcaldía mayor de Sonsonate (Barón Castro 1978:2I9).

Es interesante y de relevancia actual que varios de los linderos propuestos para la antigua provincia nativa de Cuscatlán persistieron más o menos intactos a través del período colonial, y aún hasta hoy día funcionan como divisiones políticas. Su lindero oriental, determinado por el río Lempa, fue considerado como la división entre las gobernaciones de Guatemala y Nicaragua en 1531 (Rubio 1979:21), pero más tarde separaba las jurisdicciones coloniales de San Salvador y San Miguel, y todavía limita
los departamentos de San Vicente y Usulután.

Esta frontera es también muy conocida como un divisadero cultural dentro
del país moderno. En el suroccidental la dvisión colonial entre San Salvador y Sonsonate seguía aproximadamente los propuestos linderos prehispánicos y era similar a los límites norte y este del departamento de Sonsonate. El lindero noroeste propuesto para la provincia de Cuscatlán correspondía con la actual frontera internacional entre El Salvador y
Guatemala.

Aunque el lindero norte de la presunta provincia sigue algunos límites del departamento de Chalatenango, se inclina a pensar que en este caso no hubo una continuidad histórica.

La influencia de estados nativos en la formación de modernos linderos políticos ha sido notado en México central, 1os Andes centrales y en las tierras altas guatemaltecas (véase por ejemplo Veblen 1982).

Lothrop (L939:46) y Thompson (1970:95) sostienen que Ixtepeque, al extremo oriental de la propuesta provincia de Cuscatlán, era un pueblo “chontal”, basándose en el siguiente comentario de García de Palacio (1983:82):
“Del lugar dicho [“Yztepeque”], aunque es en la misma provincia, comienza otra lengua de indios que llaman los chontales. . . “

Para Lothrop y Thompson, García de Palacio quería expresar que el área “chontal” comenzaba en Istepeque, pero parece más razonable aceptar que el autor colonial intentaba decir que después de IstePeque comenzaba 1a
“lengua chontal”, y así fue interpretado por Squier (1976:340 [Squier trabajó con la versión de Herrera, que era una copia casi palabra por palabra de García de Palacio] ).

Al extremo opuesto de la provincia, el pueblo de Chalchuapa es otro posible punto de contención lingüística. Aunque se incluye aquí en la provincia de cuscatlán, su identidad como una comunidad aislada de habla pokomam (una división maya, también llamada pokom) es bien documentada (véase por ejemplo Cortés y Lattáz 1958).

Mediante evidencia arqueológica, se piensa que Chalchuapa era pipil al principio del período Posclásico, y que gente de habla pokomam llegaron a dominar e1 pueblo sólo en el Posclásico Tardío, entre 1700 dC y la Conquista (Sharer 1978:215). Nuevos estudios lingüísticos demuestran que
hablantes de pokomam estaban en una fase de expansión territorial inmediatamente antes de la Conquista, lo cual encaja con la interpretación arqueológica en Chalchuapa ( Campbell 1978 :45 ) .

Sharer (1978:215) entretiene la posibilidad de que Chalchuapa le fue conquistado a los pipiles por gente de habla pokomam. Sería difícil acomodar esta idea con la inclusión de Chalchuapa en una provincia pipil.
Una fuente colonial habla de la presencia de pokomames en “la Provincia de Cuscatlán” poco antes de la Conquista, probablemente una referencia a los habitantes de Chalchuapa (CampbelL 1978:30). Se puede especular que los pokomames fueron puestos o tolerados en Chalchuapa por el estado pipil de Cuscatlán para funcionar como un “amortiguador” fronterizo contra sus vecinos potencialmente hostiles.

El área de la provincia de Cuscatlán, tal como se propone, era de aproximadamente 7,000 kilómetros cuadrados. Aproximaba la distribución del idioma nahuat en e1 territorio salvadoreño, con una excepción importante: la zona de Izalco que como ya se discutió, parece haber constituido un estado pipil distinto.

El área de la propuesta provincia no es excepcional en comparación con otros estados nativos. Sólo sería como el 30% del área cubierto por el estado quiché en su extensión máxima, y .5 veces mayor que la pequeña provincia tzutujil (Carmack 1968: mapa 2). Su tamaño es comparable con la extensión de provincias nahuas en el “viejo dominio acolhua” de México central (Barlow 1949) lugares en donde pudieran haberse originado 1os antepasados de los pipiles.

Se puede derivar otro indicio más de la organización interna en la provincia de Cuscatlán. Los datos de la Relación de 1532 pueden ser ocupados en un intento para trazar una jeraquía de tamaños de sus comunidades, que podría tener una relevancia social o económica.

En figura 3 se presenta un histograma de los números de casas para aquellas comunidades con datos concretos que se supone eran miembros de la provincia. En el estudio de la demografía de Cuscatlán que ocupa la próxima sección del informe, se señala que las poblaciones existentes en 1532
representaban menos de la mitad de sus tamaños prehispánicos; pero lo que importa aquí son sus magnitudes relativas.

En la figura se puede notar que la mayoría de comunidades (88%) están fuertamente agrupadas entre 10 y 500 casas. Los demás seis pueblos están separados de la agrupación por una brecha marcada, y tienen entre 600 y 1300 casas cada uno.

Cuscatlán es el tercer comunidad en términos de su número de casas. La falta de comunidades en el rango intermedio demuestra una tendencia hacia centros “primates” en la provincia de Cuscatlán, lo cual conlleva implicaciones de un mayor grado de centralización, muchas veces considerado
como un rasgo frecuente en orgaizaciones preindustriales a nivel de estado.

La Relación de 1532 refleja la economía prehispánica con algo de precisión, antes de que los españoles habían logrado inducir cambios significativos en 1as clases y cantidades de los artículos producidos por las comunidades en la provincia de Cuscatlán, cambios que ya se hacen presentes sólo 16 años después (Relación 1548-1551). En sus testimonios de 1532, los españoles residentes en la villa de San salvador reportaron lo que producían “sus” pueblos tributarios, y también lo que comercializaban”. Una de las limitaciones de esta relación es que no parece ser comprensiva. Hay varios productos que escaparon mención, pero que deben de haber estado presentes, sin atraer la atención de los europeos. A pesar de que no aparecen en el documento, se puede suponer que había producción y/o comercialización de obsidiana, añil, bálsamo, plumas y yuca (la demora europea en aceptar cultivos de tubércolas es notoria).

Las Casa informa que cuando Pedro de Alvarado les exijió oro a los cuscatlecos, le entregaron “muy gran cantidad de hachas de cobre” que tenían una ligera aleación de oro (Las Casas l-958: l-52) . El Presidente de la Audiencia de Guatemala describió en 1579 como se hizo cinco cañones por la fundición de hachas de cobre recolectadas de los nativos, “conque cortan la madera y de que se sirven, que como tienen gastada la escoria estan purificadas y como de oro y au(n) dizen que tiene alguno. . . .” (Rubio 1977: 31) .

En realidad los indígenas de está región deberían de haber poseído bastantes hachas, ya que el peso total de las cinco piezas (fabricadas para defender el reino contra el pirata Francis Drake) era de 68 quintales, o sea unos 3000 kilógramas. Aún suponiendo que el peso promedio de cada hacha era de dos kilógramas se hubiera tenido que fundir unas 1500 para hacer los cañones. Se infiere que existía un tráfico importante de metal, quizás procedente de ciertas zonas de Guatemala y Honduras, y destinado para un amplio uso cotidiano.

Mesoamérica en general se ha caracterizado como un mosaico de medio ambientes distintos, cada uno de los cuales siendo productor de especialidades regionales que fueron intercambiadas entre las zonas ambientales, creando así una compleja y rica red económica (Sanders y Price 1968 ) . La provincia de Cuscatlán cabe dentro de esta generalización. Abarcaba una variedad de medio ambientes con siete formaciones vegetivas distintas entre la costa pacífica y sus elevaciones mayores de 2000 metros (Daugherty 1969:43-45) .

La Relación de 1532 describe 1a variedad ambiental de la provincia de Cuscatlán y refleja en cierto grado su correspondiente mosaico económico. Se reportan veinte producto. El documento no registra sus cantidades, sino sólo su presencia, y ocasionalmente indica si era poco o mucho que producía, o si era un producto principal.

Las figuras 5 a 12b presentan esta información en forma gráfica para los 49 pueblos localizados de la presunta provincia, y para varios de los pueblos “chontales”.

Los productos y sus figuras correspondientes son:
Maíz camarón
Frijol ocote
Piña sal y pescado
Cacao Miel y cera
Axí Cutaras
Pepitas de melón (pepitoria) cerámica
“grana desta de la tierra”
algodón
avés ( pavos ) ropas (toldillos, mantas)
olomina jornales (es decir el servicio de trabajo por sueldo)

Esta información económica merece un estudio aparte.

Aquí se limitará a ofrecer algunas observaciones generales. Los patrones de distribución más aparentes son de sal y pescado (probablemente salado) en la zona costera, granos en altitudes medianas y ocote en tierras altas.

La importancia de sal ha sido destacada últimamente, no solo como un importante producto de intercambio, sino también como un “primer motor” en el desarrollo de civilización en Mesoamérica (véase por ejemplo Andrews 1984). Otra evidencia de su extracción en las costas de Et Salvador y Guatemala ha sido estudiado por el citado autor.

Ropa, y en particular mantas, era un producto muy común. La manta había adquirido la posición de una unidad tributaria estandardizada antes de la Conquista en algunas regiones (Berlin 7947: nota 429), y su valor era tan fijo que se la comparaba con moneda. Mantas constituían un producto tributado importante hasta la independencia en el territorio salvadoreño.
Olomina es un pequeño Pescado del lago de llopango. Todavía se lo llama ulumina en el centro de El Salvador. La Relación de 1932 comenta que
olomina “. . . es un pescadillo menudo y de lo mismo dicen que les pcan los mismos indios. (Gall 1968a:211).

En Apocopa (Apopa) los naturales vivían de “”…hacer ollas e cosas de barro…” (Gall 1968ª: 221). Es muy interesante que probables ejemplares de esta cerámica han sido encontrados en Apopa como resultado de nuevas
urbanizaciones, y son discutidos en la sección arqueológica de este lnforme debido a su semejanza con la cerámica recolectada en la vecindad de Antiguo Cuscatlán.

El ocote de las tierras altas puede haber sido ocupado para alumbramiento.

Dos productos son sorprendientes encontrar en la antigua provincia. Cochinilla era la especialidad de Metapán, y no había sido documentada anteriormente para este período en el territorio salvadoreño. La presencia de dos pueblos que ofrecían jornaleros es interesante para en esta fecha temprana.

La comuniclad de Cuscatlán producía maíz, piña, frijol, chile, pavos, algodón, ropa, miel y cera. Se especificó que sus habitantes “…tratan de maíz, piña (y) ají” por los cuales se supone que recibían otros productos de las comunidades en su comarca, tales como pescado y sal del mar, olomina del lago de Ilopango y cerámica de Apopa.

Con respecto a sus relaciones exteriores, en la época de la conquista la provincia nativa de Cuscatlán estaba “en guerra” con el estado expansionalista cakchiquel (Libro viejo 1934:175,189). Sin duda fue por esta razón que los cakchiqueles le prestaron hasta 1000 guerreros a Pedro de Alvarado para su “entrada” a Cuscatlán, en la cual se aprovechó para atacar otra provincia pipil en el camino, Izcuintepeque, que también era enemiga de los mayas en Iximché (Ixtlilxóchitl 1950:394-395).

Fuentes y Guzmán (1932-33) menciona alianzas entre grupos pipiles y los
tzutujiles en conflictos contra los cakchiqueles, y aunque no los nombró, es razonable suponer que Cuscatlán figuraba entre ellos.

No se sabe nada de lo concerniente a la índole de relaciones que se manteía con sus vecinos “chontales”; es decir los pueblos de habla chortí al norte, y de habla lenca al noreste y este. Se acepta generalmente que la organización social de los hablantes de lenca, por lo menos, no sobrepasaba el nivel de la comunidad, sin una integración regional.

Quizás fue por éso que les costó esfuerzo a los españoles su conquista, y aún en 1532 varios pueblos “chontales” estaban de guerra, y en muchos casos sus encomenderos ni se habían atrevido a visitarlos.

Varios aspectos de las relaciones exteriores de Cuscatlán no están claros y merecen mayor atención, especialmente sus afiliaciones con otros grupos pipiles centrados en “los lzalcos”, Izcuintepeque y Asunción Mita.

LA POBLACION DE CUSCATLAN Y SU PROVINCIA

Introducción

La población de lo que ahora es El Salvador era densa en la época de la conquista y daba lugar al uso de términos superlativos para describir su magnitud. El conquistaclor Pedro de Alvarado escribió a Hernán Cortés que la región de Guatemala y El Salvador era “más poblada…y de más gente que toda la que vuestra merced hasta ahora ha gobernado….”. Al tratar los rumores de ciudades enormes “tierra adentro” de Guatemala, el capitán
español añadió que “…dicen que la una de ellas tiene treinta mil vecinos [”“ decir, hogares] no me maravillo porque según son grandes los pueblos de esta costa (las costas pacíficas y sierras vecinas de Guatemala y El Salvador] que tierra adentro haya 1o que dicen” (Alvarado 1924).

Como se verá adelante, la población de Cuscatlán y su provincia se redujo en más del 90% entre el primer contacto con los españoles y el año 1679. La pérdida espantosa de vida humana que significa estos números no era única
a Cuscatlán, sino parte de un proceso general, cuyos efectos se hicieron sentir mucho más allá del actual territorio salvadoreño, extendiéndose hasta 1os rincones alejados de las Américas.

Veblen (1982:43) ha manifestado que hubo tres factores principales en la depoblación de las Américas (anticipados en parte por Barón Castro 1978:745):
1. La pérdida de vidas en las batallas de la Conquista.
2. Resquebrajamiento de las sociedades indígenas, incluyendó la destrucción de sistemas agrícolas y comerciales.
3. “La introducción de enfermedades del Viejo Mundo en una población que carecía por completo de defensas contra ellas. “

Aunque engendró la “leyenda negra” de la conquista española, a mortalidad directa de las guerras no se considera enorme. Veblen comenta que “los últimos dos de estos factores, el choque cultural y el choque microbiano, fueron por mucho los más grandes destructures.” (1983:43).

Se podría añadir otro factor a este listado. Pero la falta de datos hace difícil interpretar su impacto demográfico en esta región. El comercio de esclavos del área centroamericano al Panamá y el Perú en los veinte años posteriores a la conquista jugó un papel muy importante en la despoblación de Nicaragua y Honduras, pero fue prohibido antes de que sus efectos fueran muy grandes en el territorio nacional (Macleod I973:51-55).

También es difícil juzgar cúales eran los efectos del “choque cultural”, pero el impacto de las nuevas enfermedades es evidente, y indudablemente fue el factor principal en la declinación de población.

La población de las Américas vivió en aislamiento biológico por varios miles de años, tiempo durante el cual los pueblos del Viejo Mundo se vieron afectados por el desarrollo y expansión de enfermedades contagiosas como
viruela, tifo, cólera, influenza y sarampión. Las poblaciones de Europa, Asia y Africa gradualmente adquirieron, mediante selección, inmunidad hereditaria que actuaba para reducir el índice de mortalidad de estas enfermedades.

Debido a su aislamiento, la población de las Américas no poseía ninguna inmunidad específica contra estas enfermedades, y cuando éstas fueron introducidas por los españoles, se propagaron con una rapidez mortífera.
Se ocupa el término “pandemia” para referirse a epidemias de esta clase, en la qtle virtualmente cada individuo de una población infectada se enferma.

La primera pandemia que afectó Mesoamérica se proyectó en 1519-1520 desde el área de penetración española en México central, y dentro de unos pocos meses se extendió a Michoacán y las tierras altas de Guatemala (rnucho antes de sus respectivas conquistas) y sin duda afectó a Cuscatlán
y varias regiones más,(MacLeod 1973:.40-41; Fowler 1981; Veblen 1982), Se cree que la pandemia consistía en viruela, posiblemente en combinación con tifo o cólera. Estimados conservadores de su mortalidad varían entre la tercera parte y la mitad de la población total (Veblen 1982:43-44).

Entre los efectos inmediatos de esta pandemia fue la pérdida del liderazgo de varios grupos (Recinos y Goetz 1953:115-117) y claramente de un porcentaje crítico de los defensores nativos. Estas circunstancias facilitaron enormemente la conquista española, y como lo expresa Macleod (1973:4I), fueron mayormente los sobrevivientes enfermizos de un desastre que encontraron Alvarado y sus hombres en la costa pacífica de Centro América.

Esta pandemia fue el principio de toda una serie que golpearon la región por más de un siglo, y su efecto cumulativo fue un virtual colapso demográfico. Tres otras pandemias notablemente mortíferas que siguieron en el siglo
XVI eran sarampión en 1532, una plaga llamda “gucumatz” entre 1546-7548 y el “peste” de I576-1577 (véase tabla 3 para un resumen de pandemias y epidemias regionales) .

No se logró sostener una recuperación en la población mesoamericana hasta medianos del siglo XVII (Cook y Borah 1968; MacLeod 1973; Veblen 1982; Lovell 1987; Zamora 1983).

Aunque la realidad de este colapso demográico masivo está establecido más allá de cualquier duda, su magnitud es difícil de estimar debido a la casi completa falta de fuentes demográficas nativas para la época anterior al
contacto con los europeos. Los registros de tributos coloniales, comunente empleados para estimar las poblaciones nativas, son variables en su calidad y precisión, particularmente aquellos clel siglo XVI, el período de cambio poblacional más crítico (véase Zamora 1983 para una evaluación ejemplar de las fuentes tempranas).

Los métodos que se han ocupado para reconstruir la población tal como existía en vísperas de la Conquista descansan, entonces, primariamente en evidencia circunstancial. Se ha basado en el tamaño estimado de ejércitos nativos para varias regiones, en lo que se reconoce ser un ejercicio atestado con errores potenciales debido, nuevamente, a la falta de datos concretos (Cook y Simpson 1948, Barón Casrro 1978:125-733; Daugherty 1969:112-1I9 ; Veblen 1982:34-42; Lovell 1982:283-285). Otros estimados se han basado en una variedad de datos registrados temprano en el período colonial, especialmente aquellos relacionados con la recolección de tributo de 1as comunidades nativas.

Se emplea esta información para estimar la población colonial, lo cual sirve como punto de referencia para proyectar hacia el pasado, tomando en cuenta los efectos reductivos de pandemias (Cook,y Simpson 1948; Cook y Borah
1968; Veblen 1982; LovelL 1982). De este último método se podría decir que con datos más tempranos, se va cerrando la brecha informacional hacia la población original, y el estimado que se deriva vuelve más confiable.

Al ser posible se trata de combinar estimados basados en los varios métodos distintos.

Por medio de estos métodos se ha calculado poblaciones inesperadas para varias regiones de Mesoamérica. En las tierras altas de Guatemala, que generalmente abarcan alturas mayores que las en la provincia de Cuscatlán, se ha estimado densidades poblacionales desde 14-16 personas por kilómetro
cuadrado (14-16 por Km2) hasta 60-150/km2 ( Lovell 1982; Veblen l982) . En ambos de los dos estudios citados, se nota la casi identidad de la densidad estimada antes del impacto de pandemias, y aquella regiStrada en los censos oficiales de 1950!

Estimados poblacionales previos para el territorio salvadoreño

En 1942 Barón Castro estimó los tamaños de los ejércitos nativos que enfrentó Pedro de Alvarado en Acajutla y Tacuxcalco, y luego intentó aplicar sus figuras para hacer el primer estimado de la población nativa en el territorio nacional para la época de la Conquista (que en adelante se llamará 1a población original) . Su población estimada de 116,000 a 130,000 (5.5-6.2/km2) ha sido calificado como “un errror extremo hacia el lado conservativo” (Daugherty 1969:106).
Se ha sugerido que Barón Castro, siendo un asociado de proponentes de una población americana original muy baja (como Angel Rosenblat), subestimó el tamaño posible de los ejércitos nativos, y luego postuló que habían procedido de una región enorme del territorio salvadoreño, en vez de representar sólo la planicie costera occidental donde batallaron (Daugherty 1969:110-11-9 )

El ecólogo Daugherty volvió a evaluar el tamaño de los ejércitos nativos, y derivó una población estimada de 113,600 para la planicie costera occidental y el valle del río Grande de Sonsonate. Luego, él extendió su estimado mediante una evaluación del potencial ecológico del restante del territorio, llegando a una población total mínima de 360,000 a 47 ,000, con una densidad promedia entre 17-23/km2 y densidades locales en ambientes óptimos de hasta 40/km2 (Daugherty 1969 :116-I20) .

Daugherty propone una declinación poblacional de 9o% entre 1524 y 1550, 1o cual sería una de los descensos más fuertes reportados para Mesoamérica. Fowler ( 1981 ) concuerda en parte con este descenso al estimar una pérdida de 80% o más para el mismo período.

Estimados poblacionales para Cuscatlán y sus provincias

Para estimar la población de Cuscatlán y del territorio considerado aquí como su posible provincia, no se puede utilizar el método basado en el tamaño de ejércitos nativos por la falta de datos. La mejor información disponible proviene de fuentes coloniales tempranas.

Algunos autores (véase Fowler 1981) han interpretado una población de 20,000 personas o más para la comunidad de Cuscatlán a base de una declaración de Bartolomé de Las Casas, quien informó a la entrada de Alvarado en “la ciudad de Cuscatán” en 1524, “le hicieron grandísimo recibimiento y sobre veinte o treinta mil indios le estaban esperando
cargados de gallinas (pavos) y comida.” (Las Casas 1958:152).

Las Casas no indicó que esta gente era solamente de Cuscatlán,y se considera más probable que se refería a una muchedumbre de curiosos procedentes de toda la provincia, y reunida para ver los intrusos exóticos (algo similar le sucedió a Cortés en su llegada al valle de México).

Aquí se descansará en la Relación de 1532(Gall 1968a) como el punto de referencia primario, junto con otros registros de tributo, para estimar la población de Cuscatlán y su provincia. El valor de este documento no es sólo en su fecha temprana (ocho años después de la primera entrada española), sino también en la relativa precisión de sus datos. Fue preparado mediante entrevistas con los encomenderos de la villa de San Salvador, bajo instrucciones reales que amenazaban penar informaciones falsas (Call 1968:202-204).

En la Relación se expresa el tamaño de las comunidades presuntamente de la provincia de Cuscatlán (las “no chontales” de tabla 1) en términos de casas. En este estudio se ocupa el multiplicador de cinco para convertir casas a población estimada (Cook y SimPson 1948:11).

Para el siguiente punto de referencia del año 1548 se dispone de la más conocida relación de tributos hecha bajo el administrador Alonso López de Cerrato (Relación 1548-1551). En este documento se expresa el número de
gente (tributaria) para las comunidades encomendadas, equivalente a hombres casados (con excepciones para ancianos, enfermos y nobleza), y que representaban a una familia cada uno (Scholes y Roys 1968:151).

Así que los términos casa de 1532 y gente de 1548 son equivalentes, y de nuevo se emplea el multiplicador de cinco para estimar población.

En este estudio limitado se utiliza tres otras referencias importantes. La Relación de 1572 (Veblen y Gutiérrez 1983 ) de el número de vecinos para los curatos en el antiguo reino de Guatemala, y una vez más se usa cinco para convertir vecinos a población estimada (Cook y Simpson 1948:11). Una tasación de 1679 del Archivo General de Centroamérica en Guatemala (A3.16.5/51291453) indica el número de tributarios para diversas comunidades regionales; de acuerdo con Cook y Borah (1,968:44) se deriva la población estimada multiplicando tributarios por 3.7 en el siglo XVII.

Finalmente, se incorpora las figuras de censos directos, registrados por Cortés y Larráz en 1770 (Cortés y Larráz 1958).

Se dispone de algunos datos adicionales para la comunidad de Cuscatlán, y éstos se presentan en tabla 4.

Primeramente, se puede estimar la población nativa original con sólo los datos de 1532. La Relación de 1’532 fue hecha unos meses antes de la pandemia de sarampión del mismo año (tabla 3), por lo cual se presume que la anterior pandemia de viruela en 1520 fue el factor que más pudo haber actuado para reducir la población original hasta la fecha de la Relación. Tal como se discutió arriba, se cree que la mortalidad causada por ésta pandemia fue de entre la tercera parte y la mitad de la población, conservativamente.

La Relación da un total de 11,677 casas para los pueblos que se supone integraban la provincia nativa (los “no chontales” de tabla 1), de las cuales 730 correspondían a Cuscatlán.

Se estima una población total de 58,385, con 3650 personas en Cuscatlán. Si se acepta una mortalidad de I/3 a ½ en la pandemia de 1520, ésto resultaría en una población original estimada de entre aproximadamente 87,000 y 116,800, o sea un promedio de unas 102,000 personas para la provincia.

Siguiendo el mismo procedimiento, Cuscatlán hubiera tenido entre 5,475 y 7,300 habitantes, con un promedio alrededor de 6,400.

Veblen (1982;59) considera que la mortalidad colectiva en el intervalo1520-1541 infligida por pandemias, guerra y resquebramiento social fue al orden del 75% en su área de estudio en Totonicapán, Guatemala. No hay datos de
154I de la provincia de Cuscatlán para efectos de comparación, pero 1os hay para 1548 (el uso de datos más tardíos tendría que resultar en estimados más conservadores en este período de rápida declinación poblacional) . Reuniendo los datos para aquellas comunidades dentro de los límites propuestos para la provincia de cuscatlán (Relación 1548-1551), se encuentra aproximadamente 7,783 gente, o 38, 915 personas estimadas en el átea, 1, 650 de las cuales pertenecían a la comunidad de Cuscatlán.

Una reducción presumida del 75% daría 155,700 personas para la provincia, con 6,600 habitantes en Cuscatlán. Estas figuras son muy cercanas a los estimados en forma independiente, en base a la Relación de 1537.

En adición, Veblen propone que la población de Totonicapán en 1,570 era sólo la octava parte de su tamaño original. Los datos relevantes para la presunta provincia de Cuscatlán no reflejan un cambio drástico en el plazo entre 1548 y 1570. De las 38,915 personas estimadas para 1548, los datos disponibles parecen indicar una declinación de sólo 7%, a 38,300 personas, hasta 1572 (la suma de los curatos de Guymoco, Ateos, San Salvador, Olocuilta, Tecoluca, Suchitoto, Texistepeque, Santa Ana y Nahuizalco, además de los siete pueblos administrados por los dominicos de San
Salvador – Veblen y Gutiérrez 1983). Los datos de Veblen exigirían un descenso de 50% en este intervalo. Aunque esta diferencia en declinaciones podría atribuirse a defectos en el alcance de los datos para 1548 (¡es decir, la falta de registro de casi la mitad de la población entonces existente! ) , se cree más factible aceptar una estabilidad relativa en 1a población local entre 1,548 y I572: en fuerte contraste a los altos descensos contemporáneos generales en México y Guatemala (véase por ejemplo Cook y Borah 1968; Veblen 1982).

Zamora ha señalado que la declinación poblacional del occidente de
Guatemala entre 1550 y 1570 fue notablemente menos que en el período anterior (1983:318), lo cual es reminiscente de la situación en la comarca de Cuscatlán. La idea de una relativa estabilidad poblacional para este área se apoya, pero sólo en parte, por los cálculos de cambio exponencial que se discute más adelante.

Debido al comportamiento particular de la poblacional local que se propone para el intervalo1548-1572, sería inapropiado utilizar los datos de 1572 para proyectar atrás hacia un estimado de a población original, tal como hacen
Veblen (1982) y Cook y Borah (1968).

Los dos estimados de población que se ofrece para la provincia de Cuscatlán son, entonces, 102,000 y 155,700 siendo equivalentes a densidades de 15-22/km2 en los 7,000 km2 estimados para 1a provincia. Estas densidades son
extremadamente próximas a aquellas estimadas por Daugherty por medio de procedimientos distintos, de 1-7-23/km2.

Se propone el estimado promedio de la población original en la provincia de Cuscatlán de aproximadamente 130, 000 personas. Para la comunidad de Cuscatlán se han calculado los dos estimados de 6’400 y 6,600 personas, dando un promedio de 6,500 habitantes en la antigua capital.

Tendencias de cambio en la población de Cuscatlán y su provincia

De acuerdo con el patrón común en Mesoamérica (MacLeod 1973), el colapso demográfico de Cuscatlán y su provincia continuó hasta medianos del siglo XVII, después de haber experimentado una declinación mayor del 90% de sus poblaciones originales.

En una muestra de 29 pueblos de la presunta provincia nativa con figuras claras para 1532 y 1548 se calcula una pérdida promedia de población de 37%, y una tasa promedia de cambio exponencial de -4.2% anual (tabla 5) *. La población estimada total de la muestra declinó de 37,705 a 19,405 en los
16 años representados, y los habitantes de Cuscatlán se vieron reducidos de 3,650 a 1,650 (figura 13a). La mortalidad en este plazo probablemente se debió a las pandemias de sarampión en 1532 y “gucumatz” ente 1546-1548 (tabla 3 ) .

De los cuatro pueblos costeros en esta muestra, que son Tonalá, Zoquitan, Tequepa y Zinacantan, los primeros dos exhiben las declinaciones de población más espectaculares en este intervalo, con un cambio en porcentaje promedio de -82%, y aunque ésto podría indicar un proceso de declinación más intenso en la zona costera (como ha sido observado en otras áreas de Mesoamérica – véase Macleod 1973:70-7I,76-79), las tasas relativamente bajas de los otros dos pueblos, con un promedio igual a lo general de -37%, actuan para complicar su posible significado.

Se ha calculado tasas de cambio exponencial para tres otros intervalos, para poder trazar la evolución demográfica en la comarca de Cuscatlán hasta albores de la independencia.

Los cálculos son para las comunidades administradas por los frailes del Convento de Santo Domingo en San Salvador escogidas por disponer de datos en los intervalos 1548-I572, I572-1679 y 1679-1770 (tabla 6)

Este estudio podría ampliarse considerablemente con la inclusión de datos para otras comunidades. Estas tasas están representadas en forma gráfica juntas con la tasa para 1532-I548 en figura 14.

En esta figura, primeramente se nota que los cambios exponenciales negativos siguieron hasta cerca del año 1650, cuando finalmente terminó el crecimiento negativo de la población, y dentro de 75 años después estaba aumentándose explosivamente, en una secuencia parecida a otras regiones
mesoamericanas (Cook y Borah 1968; Macleod 1973; Veblen 1982).

La bajada en la curva por el año 1560, seguida por una subida centrada por 1610 son interesantes, aunque es necesario destacar la posibilidad que sean “artefactos” de la muestra pequeña. La bajada por 1560 colaboraría con la observación anterior, al efecto de que esta región experimentó una declinación poblacional menos marcada que otras áreas durante la segunda mitad del siglo XVI. Cualquier beneficio que hubiera rendido esta pausa en el descenso fue restado por un aparente aumento en la tasa de pérdida, llegando a su punto máximo alrededor de 1610.

En 1679, cuando la población local ya había comenzado su recuperación, só1o existían 10% del número de habitantes estimadados para 1548 (tabla 6). La comunidad de Cuscatlán, una vez capital de la provincia, apenas sobrevivió el colapso demográfico, y emergió en 1679 como un pueblo pequeño, precario
y insalubre, con una población estimada en 35 personas (en la siguiente discusión véase tablas 3 y 4, y figura 13b).

Cuscatlán dió buen comienzo en la recuperación demográfica general, con un crecimiento exponencial de 3.4% entre 1679 y 1702, logrando duplicar su población.

El ciclo interminable de epidemias parece haber intervenido antes de su próxima tasación, ya que en esta fecha se muestra una pérdida estimada de 19% de la población registrada en 1702. Esta mortalidad podría ser en consecuencia del “peste” corriente entre 17IO-I711 en las tierras altas de Guatemala.

Otro episodio de crecimiento terminó con dos fuertes epidemias en 1728 (sarampión) y 1733 (viruela), que actuaron conjuntamente para reducir la población en el 36% con respecto a 1725.

Estos dos episodios de epidemias mortíferas dejó sus efectos marcados en la estructura de la población de Cuscatlán hasta muchos años después. Los datos son los suficiente completos en cuatro padrones ( censos ) para reconstruir las estructuras de edades de Cuscatlán para los años 1740, 1746, 1756 y 1813 (figura 15). Las estructuras reflejan claramente los daños demográficos infligidos por las epidemias.

Epidemias generalmente ejercen su mayor mortalidad entre infantes y ancianos. La pérdida de ancianos no es de mucha importancia demográfica, puesto que ya están fuera de la edad de procreación. En cambio, el fallecimiento de un porcentaje significativo cle una generación de infantes, tal como a menudo sucedía como el resultado de epidemias entre gente nativa
americana, puede ser desastroso (Randy Milliken 1980:comunicación personal) . No sólo se pierde el “producto” de una generación procreativa pasada, sino también lo que hubiera producido 1a misma generación de infantes afectada. Las consecuencias futuras muchas veces son estancamiento o declinación cte la poblacién en cuestión.

Los efectos de epidemias en Cuscatlán dejaron su huella en las generaciones infantiles afectadas. En figura 15 se puede notar las “muescas” en las siluetas de las estructuras de edades que resultaron de la mortalidad de epidemias.
La silueta para 1740 tiene depresiones para las categorías de eclades de 11-15 y 16-20 años (que representarían a las generaciones infantiles de 1a epidemia de sarampión en 1728) y en 2I-25 y 26-30 años (abarcando las generaciones
infantiles del “peste” de 1710-1711) .

En la silueta de 1746 se ve que las muescas de 11-20 años en 1740 han avanzado a 16-25 años con el envejecimiento de la población, y que la anteriormente gruesa categoría de 36-40 años ahora (entre 41/45 años) tiene muchas personas menos, de acuerdo con la caída general de población,
posiblemente por el tifo de 1746. La categoría infantil (0-5 años) también aparece deprimida, y quizás por la misma razón. Esta generación vuelve a manifestarse como una muesca diez años más tarde, en la silueta de 1756 .

La silueta para 1813 exhibe una notable depresión entre 16-25 años, correspondiente a la generación infantil de 1788 o algo más reciente. Es posible que ésto esté relacionado con un nuevo padrón hecho en 1791 (documento A3.16.4/5778/51,5 en el Archivo General de Centroamérica,
que incluye a Cuscatlán y unos 30 pueblos más de la comarca) quizás hecho a raíz de una epidemia regional. Las generaciones mayores de la silueta para 1813 son exageradamente deprimidas, y ésto puede ser el resultado
de esta posible epidemia, que hubiera reprimido el crecimiento poblacional entre 1770 y 1813.

La primera mención de ladinos (o “mulatos” ) en Cuscatlán es de 1740 (Gálvez 1936), y dentro de 30 años se convertieron en la fracción mayoritaria de la comunidad. Existe algo de confusión popular acerca del término ladino. Comunmente se lo considera, equivocadamente, como sinómino de mestizo, una mezcla racial entre gente indígena y europea. Vale la pena presentar la definición hecha por Batre Jáuregui (citada por Tax 1956: 95 ) :
“La palabra (ladino) significa en castellano antiguo “el romance o lengua nueva”, y de ahí vino que se llamaran ladinos en buen español, los que hablaban alguna o algunas lenguas, además de la propia, lo cual motivó que a los indios que hablaban ladino (o como ellos dicen, castilla) les llamaran ladinos. Hoy se ha extendido la significación de tal nombre a todos los de estos países que no son indios, o que a pesar de serlo, no conservan su primitivo idioma y sus costumbres.”

La integración del indígena a la categoría de ladino procedió (y aún procede) con mayor rapidez en zonas cercanas a los centros urbanos hispanos (Macleod 1973:229), y factor importante en el caso de Cuscatlán, situado en las proximidades de San Salvador.

En la curva de población para Cuscatlán, la declinación aparente después de 1740 en la población indígena se ve acompañada por el crecimiento reciproco de sus habitantes ladinos. Para el intervalo entre las dos fechas con datos confiables para ambas poblaciones, 177O y 1813, se documenta una declinación exponencial de -0.5% anuales para los indígenas, mientras que los ladinos aumentaron en +0.5 % anuales.

El crecimiento real de la población en este período era casi cero (0.1%) , quizás debido a la posible epidemia alrededor de 1790, señalada arriba.

Por el año 1842 este proceso de transformación cultural concluyó con la “extinción” de la población indígena de Cuscatlán. No se tiene referencias acerca de su población ladina en esta fecha, pero de acuerdo con un estimado
conservador basado en su crecimiento, podria haber sido entre 200 a 300 personas.

CUSCATLAN BAJO EL DOMINIO ESPANOL

La conquista de Cuscatlán

Se ha escrito varias obras sobre la conquista del territorio salvadoreño y el problemático establecimiento de la villa de San Salvador. La intención presente es sólo de examinar los aspectos pertinentes a este estudio de Cuscatlán, y el lector interesado en profundizarse en el tema de la Conquista de esta región deberá consultar Gall (1966, y su bibliografía) y Lardé y Larín 1983.

Lo que motivó la conquista de Centroamérica era, en cierto sentido, una contienda entre dos hombres. Hernán Cortés en ese entonces se vió entablado en una competencia con su contraparte en Panamá, Pedrarias Dávila, para agregar Centroamérica a sus respectivas juridicciones (Macleod I973:
42).

Pedrarias impuso más tensión a la situación cuando mandó un capitán suyo a explorar la costa salvadoreña en 1522, sólo dos años antes de la llegada del capitán de Cortés, Pedro de Alvarado. Alvarado se interesaba en prender tanto territorio hacia el sur de México como posible, y al llegar a lo que ahora es El Salvador, evidentemente se había sobre extendido.

En llegar al presente Guatemala, parece que Alvarado empleó existosamente una táctica española común para dividir y ganar provincias nativas, consiste en conquistar los enemigos de los grupos que se mostraban amistosos hacia los castellanos. Los cakchiqueles colaboraron por un tiempo con los españoles, y auxiliaron en la conquista de sus viejos enemigos quichés.

Parece que la decisión que tomó Alvarado de avanzar desde la capital cakchiquel sobre otros de sus enemigos tradicionales, los pipiles de Izcuintepeque y Cuscatlán, fue otra manifestación de esta estrategia, además de reflejar su esfuerzo para establecer derecho prior sobre tanto territorio hacia el sur como le fuera posible (Recinos y Goetz I953:121-123).

Existe, sin embargo, un dato contradictorio relativo al ahinco demonstrado por los cakchiqueles en ayudar los españoles en atacar sus enemigos. En la pesquisa de 1529 contra Alvarado (Libro Viejo 1934) se da testimonio de un incidente que ocurrió en la capital cakchiquel, antes de partir los españoles para el área pipil. Un español habló con una cautiva en la ciudad, quien tenía un amplio conocimiento de las ricas tierras en “la costa sur”. Su nombre nahuat era Suchil (“flor”), y es probable que se trataba de una mujer pipil, capturada en guerra. Cuando Alvarado supo de su existencia, procuró conseguirla como guia para su marcha hacia Cuscatlán, pero los anfitriones
cakchiqueles no se la entregaron hasta ser forzados, una actitud muy curiosa en vista de los demás indicios de la disposición cakchiquel en auxiliar los castellanos para talar las tierras pipiles. Alvarado consideró que Suchil
era de gran valor en su expedición a Cuscatlán.

La entrada de Alvarado a Cuscatlán en 1524 ha sido descrito en tantas ocasiones que sería redundante repetir más que los detalles esenciales aquí. Brevemente, Alvarado llegó al territorio salvadoreño acompañado por 100 jinetes,150 peones y por lo menos 5,000 a 6,000 “indios amigos” (Alvarado 1934). Una fuente pone el número de soldados indígenas aún mayor, en unos 11, 000, compuesto de mexicanos (mexica de la ciudad de México), “texcuanos” (de la ciudad de Texcoco) y de unos 1,000 cakchiqueles que se prestaron a esta entrada dentro de tierra enemiga ( Ixtlilxóchitl1950: 395 ) .

Desde Izcuintepeque hasta Atehuan (Ateos), Alvarado iba destruyendo pueblos y matando gente en su manera tipicamente despiadada. En algunos casos los habitantes locales lograron desocupar sus pueblos en anticipación de su llegada. El comportamiento violento de Alvarado disgustó a varios de sus compañeros españoles (Libro Viejo 1934; Gall
1966; Las Casas 1958; Ixtlilxóchitl 1950)

Llegando a Atehuan, a unos pocos kilómentro adentro de la provincia de Cuscatlán, Alvarado fue recibido por los mensajeros de “los señores de Cuxcaclan” para manifestarle su obediencia y invitarlo a su capital. Alvarado relata (siguiendo la paleografía de su carta original en Gall 1966):
“…y llegando que llegué a esta cibdad de Cuxcaclan, hallé muchos indios della, que me recibieron y todo el pueblo alzado y mientras nos aposentábamos, no quedó hombre dellos en el puebló que todos se fueron a las sierras.

Y como vi esto, yo envié mis mensajeros a los señores de alli á decirles que no fuesen malos y mirasen que habían dado la obediencia a su magestad… Enviáronme a decir que no conocian a nadie, que no querian venir, que si algo les queriar que alli estaban esperando con sus armas.”

Esto fue el comienzo de 17 días de “guerra de guerrillas” en las “sierras” cerca a Cuscatlán, durante los cuales, los defensores nativos lograron la hazaña notable de matar once caballos en “los montes e sierras…y hirieron españoles
e indios mis amigos” (Gall 1966) “

Alvarado terminó su estancia én Cuscatlán por sentenciar los habitantes por
traidores, imponer la pena de muerte a sus señores y:
“. . . a todos los demás (gente) que se hobiesen tomado durante la guerra y se tomasen después hasta en tanto que diesen la obediencia a su majestad fuesen esclavos se herrasen y dellos o de su valor se pagasen once caballos que en la
conquista dellos fueron muertos e los que de aquí en adelante matasen y más las otras cosas de armas e otras cosas necesarias a la dicha conquista sobre estos indios desta dicha cibdad de Cuxcaclan….” (Gall 1966).

Alvarado propuso recuperar el valor de los once caballos perdidos, además de recolectar en adelantado el valor de los caballos y armas que iban a ser necesarios para terminar la conquista de Cuscatlán, por medio de la venta de los esclavos que capturaron en Cuscatlán y otras comunidades comarcanas (Zavala 1947:206; Herrera 1934). Tres fuentes fijan el valor de un caballo en esta región y tiempo entre 400 a 1,000 pesos, con un promedio de 570 pesos (Gall 1968b), y entonces Alvarado buscaba recuperar unos 4,400 a 11,000 pesos (sin contar los gastos de la futura conquista), lo cual representaba una pequeña fortuna que excedía los ingresos anuales de los encomenderos más ricos de Centroamérica en 1550 (Macleod 1973:117). No se ha podido averiguar el precio de un esclavo en esos días, pero ocho años más tarde, un esclavo valía 40 pesos en México (Zavala 1947:271). A este precio, un promedio de unos 160 esclavos hubiera sido necesario para pagar sus caballos muertos, y muchos cautivos más hubieran sido necesarios para pagar su futura conquista.

Se vuelve a la cuestión de esclavitud más adelante.

Hay dos otras versiones sobre las actividades de Alvarado en Cuscatlán que colaboran para dar una imagen distinta de la “historia oficial” que él mandó a Cortés.

El interrogatorio número 24 en la pesquisa de 1529 contra Alvarado (Libro Viejo 1934:142) y 1a relación de Bartolomé de Las Casas se diferencian sólo por la adición de algunos detalles más en la versión de Las Casas. La cual se presenta aquí:
“…y en la ciudad de Cuzcatán…le hicieron grandísimo recibimiento (a Alvarado] y sobre veinte o treinta mil indios le estaban esperando cargados de gallinas y comida. Llegado y recibido el presente, mandó que cada español
tomase de aquel gran número de gente todos los indios que quisiese , para los días que allí estuviesen servirse de ellos y que tuviesen cargo de traerles lo que hubiesen menester. Cada uno tomó ciento o cincuenta o los que le parecía que bastaban para ser muy bien servido, y los inocentes corderos sufrieron la división y servían con todas sus fuerzas, que no faltaba sino adorarlos.”#

“Entre tanto este capitán pidió a los señores que le trajesen mucho oro, porque a aquello principalmente venían. Los indios responden que les place darles todo el oro que tienen, y ayuntan muy gran cantidad de hachas de cobre (que tienen, con que se sirven), dorado que parece oro porque tiene alguno. Mándales poner el toque, y desque vido que eran cobre dijo a los españoles:
“Dad al diablo tal tierra; vámonos, pués que no hay oro; y cada uno los indios que tiene que le sirven echélos en cadena y mandaré herrárselos por esclavos. “Hácenlo así e hiérranlos con el hierro del rey por esclavos a todos los que
pudieron atar, y yo vide el hijo del señor principal de aquella ciudad herrado.”

“Vista por los indios que se soltaron y los demás a tierra tan gran maldad, comienzan a juntarse y a ponerse en armas. Los españoles hacen en ellos grandes estragos y matanzas y tornanse a Guatemala. . . . “ (Las Casas 1958:152; ortografía parcialmente modernizada) .

Otro detalle más acerca de la estancia de Alvarado en Cuscatlán tiene que ver con el uso de los temidos galgos españoles contra los indígenas. Citando de nuevo la pesquisa en contra de Alvarado, uno de los regidores de la ciudad de México dió el siguiente testimonio:
“. . . los señores de los dichos pueblos (en la ruta que siguió Alvarado desde México hasta Cuscatfán) se le quejaron a este testigo diciendo que el dicho Alvarado había aperrado algunos de ellos especialmente en el pueblo de Cuscatlán… que todos ellos decían que le habían dado oro….” (Libro Viejo 1934:163; ortografía parcialmente modernizada) .

El historiador indígena Ixtlilxóchitl registró todavía otra versión más de aquellos acontecimientos en Cuscatlán. Ixtlilxóchitl puede haber utilizado tradiciones orales de los prticipantes “texcuanos” que habían acompañado a Alvarado (Fowler 1981). El informa que los españoles y sus aliados fueron invitados a entrar en la ciudad de Cuscatlán para luego darles muerte a todos, pero que este plan fue descubierto y así escapó Alvarado de tan interesante destino ( Ixtlilxóchitl 1958:396 ) .

Agrega este historiador laconicamente, “poco oro y riquezas hallaron en este viaje.” A pesar de que su versión es distinta, la relación de Ixtlilxóchitl no
contradice la de Las Casas, y puede ser válida.

Todas las relaciones están de acuerdo en que Alvarado no estableció ningún asentamiento español en la provincia de Cuscatlán durante esta entrada. Fue hasta el año siguiente que aparecen pruebas de una villa de San Salvador. Como anota Gall (1966:37), en mayo de 1525 se registró que allí vivía y servía de alcalde Diego Holguín, pero la única pista respecto a su ubicación es que estaba al límite de la juridicción de Nicaragua, en ese entonces formado por el río Lempa (Lardé y Larín 1983:58) Lardé y Larín especula que estaba en las inmediaciones de la ciudad de Cuscatlán (1957:4OO) Podría haber estado allí, pero en vista de la belicosidad de sus habitantes, también sería
razonable argüir por algún sitio a una distancia prudente de la capital cuscatleca.

Al año siguiente de 1526 la villa se hállaba abandonada y la provincia de Cuscatlán estaba en guerra (Vásquez 1937: 235; Rubio 1979:12). Más tarde en el mismo año, Diego de Alvarado (un primo de Pedro ) fue despachado de Guatemala para pacificar la provincia de Cuscatlán, una tarea que duró nada menos que dos años (Gall 1968b). Al finalizar la pacificación se fundó (de nuevo) la villa de San Salvador (Rubio 1979:12-14).

La segunda villa de San Salvador estuvo en el lugar actualmente conocido como Ciudad Vieja, a unos ocho kilómetros al sur de Suchitoto, donde permaneció unos 17 o 18 años antes de ser trasladada a su locación moderna
alrededor de 1545 (Tratado s.f.; Gall 1966:40; Rubio I979:30-32). Sus ruinas arqueológicas han sido conocidas desde hace muchos años, pero casi no han llamado la atención de los investigadores, a pesar de su evidente valor en la
comprensión de la forma de vida en la época de la Conquista.

Este lugar está lejos de las rutas naturales de comunicación y es singularmente pobre de recursos; no tiene buenas tierras agrícolas y aún carece de espacio
más o menos plano, siendo rodeado por lomas. Sus primeros
vecinos calificaron este sitio como “estéril” (Rubio 1979:35 ) .

La decisión de fundar la villa en este sitio puede haber sido para evitar la usurpción de tierras indígenas y el antagonismo que hubiera resultado. Fowler y Earnest (1983:28) avanzan la idea de una “zona amortiguadora” entre las poblaciones de habla nahuat y chortí en la cuenca media del río Lempa, como una especie de “tierra de nadie” sin asentamientos.”

La villa de San Salvador estaba lejos del centro de la provincia de Cuscatlán. Y más bien estaba en su orilla, según el presente estudio (Figura 2), en un
triángulo de territorio rodeado por la provincia al sur, pueblos de habla chortí al norte y otros de habla lenca al noreste. Este triángulo puede haber funcionado como una zona amortiguadora despoblada entre los tres grupos, donde los españoles pudieran asentarse sin violar derechos propietarios nativos.

Cuando se tomó la decisión de trasladar San Salvador a su presente sitio (en las cercanías de Cuscatlán) por el año de 1545, el colapso demográfico estaba en pleno efecto, y habían muchos menos nativos que pudieran haber quejado de la usurpción de sus tierras. En el plazo entre el establecimiento de la villa en 1528 hasta su traslado, la población estimada de Cuscatlán se había reducido desde 4,400 a 1,900, una declinación de 56%, y un pálido reflejo de la comunidad encontrada por Alvarado varios años antes.

En la fundación de la villa en Ciudad Vieja, los vecinos “tardaron quince días en trazar las calles, plaza e igtlsia…y en hacer algunas casas en que morar” (Rubio 1979:13). Se puede apreciar esta obra ahora en un plano de Ciudad Vieja, que representa el único estudio hasta la fecha de este sitio arqueológico histórico, reproducido aquí como figura 16. En el plano se ve que la villa tenía
una plaza irregular y callecitas serpentinas. Los muros que deben de marcar los antiguos solares de sus vecinos son también muy irregulares. Evidentemente, los vecinos no trazaron muy bien.

Dos estructuras substanciales estaban al sur y oriente de la plaza, y podrían corresponder a la casa de ayuntamiento y la iglesia, respectivamente. Se informa que en la esquina de cacla solar existe una plataforma idéntica a las
plataformas residenciales Posclásicas en esta región ( Stanley Boggs 1985: comunicación personal ) . Los españoles pueden haber estado viviendo en hogares de estirpe indígena.

Los antiguos cronistas atribuían el traslado posterior de la villa a los fuertes truenos y rayos que solían caer en sus cercanías (Tratado s.f.; Rubio 1979:30-37). Rubio cita fuentes coétaneas que dan motivos más creíbles, informando
que el sitio original era estéril y que la villa padecía de “mal asiento”. Se describe el lugar como poco deseable, dando la impresión de que su primer sitio no era lo de preferencia, sino que había sido por las circunstancias imperantes, lo cual presta algún apoyo a las ideas presentadas anteriormente.

Probablemente fue durante la conquista verdadera de Cuscatlán (1526-I528) que se estableció por lo menos alguno de los “barrios de mexicanos” en el territorio salvadoreño, que aparecieron en el área de San Salvador actual, Sonsonate, y el antiguo sitio de San Miguel en el departamento de Usulután – véase Lardé y Larín 1975; 1976; 1,977). Recientes estudios indican que los mexicanos de estos barrios se componían, en parte, de los antiguos
tlamamas (o tlamemes) cargadores que habían transportado los equipos y abastacimientos de los españoles y sus auxiliares nativos desde México hasta sus conquistas en Guatemala y El Salvador, y que luego eligieron quedarse
(Lawrence Feldman 1984: comunicación personal) “

Otros eran de los guerreros de las ciudades de México y Texcoco que acompañaron a Alvarado, y en adición tlaxcaltecas y zapotecas, quienes o llegaron con Alvarado o un poco después, y jactaban de haber ayudado en la conquista de esta región (Ixtlilxóchitl 1950; Vásquez 1944:249; Mexicanos 1730). Parece que su función provista era de guarniciones armadas para la leal defensa de los centros españoles vecinos en el evento de una rebelión
nativa (compárese con Vásquez 1944:249).

Uno de los conquistadores que vino con Diego de Alvarado en su conquista de Cuscatlán trajo su contingente personal de 70 guerreros mixtecas desde el valle de Oaxaca (Gall 1968b:146). Claramente los “indios amigos” de los
españoles eran una mezcla heterogéneo.

Esclavitud

La captura y venta de esclavos indígenas era una de las “industrias” españolas mayores en Centroamérica desde aún antes de su conquista hasta tarde en la década de 1540-1550 (Macleod I973:46-63).

La esclavitud era una institución nativa en Mesoamérica, y las élites de centros en Guatemala poseían esclavos para su servicio y para sacrificio (Betancor y Arboleda 1964;Zavala 1947:209-2I0) . Pero los españoles aumentaron el comercio de esclavos enormemente hasta un nivel crítico para la sobrevivencia de algunas poblaciones locales.

En teoría, los nativos que habían ofrecido resistencia contra los españoles podían ser capturados, herrados y empleados como esclavos. Los primeros años de conquista daban mucha oportunidad para adquerir esclavos más o menos “legítimos”, como en el caso de la entrada de Pedro de Alvarado a
Cuscatlán. Rebeliones subsecuentes también eran momentos de aprovechar para tomar esclavos “legalmente”, y existe evidencia que algunas sublevaciones nativas en Centroamérica fueron fomentadas por españoles, Precisamente como pretexto para convertir indígenas normalmente pacíficos en esclavos (Macleod 1973:300).

Otros esclavos podían ser comprados de caciques, quienes parecen haber participado en este tráfico con cierto entusiasmo (Zavala 1947). Algunos esclavos fueron empleados localmente, muchas veces para lavar oro, pero la gran mayoría feron vendidos y transportados a Panamá y luego al Perú, donde las guerras entre caudillos españoles habían creado caos y depoblación,
y un resultante vacío laboral.

El trueque de esclavos fue más intenso en Nicaragua, especialmente bajo la avaricia del antes mencionado Pedrarias Dávila. Ciertos autores afirman que hasta la tercera parte de la población nativa en Nicaragua fue exportada al Perú durante el auge de la esclavitud indígena, entre aproximadamente 1528 y 1548 (Macleod 1973:52).

Otra fuente habla de 12,000 nicaragüences vendidos en sólo dos años antes de 1536 (Zavala 1947:212) .

En los pequepos barcos destinados al Perú imperaban condiciones mortíferas para sus cargos humanos. Se informa del caso de un barco que partió de Panamá con 400 esclavos, de los cuales llegaron 50 vivos al Perú (Macleod 1973:54) .

Otros esclavos llegaron al Perú en la compañía de españoles procedentes de Centroamérica que buscaban nuevas fortunas en los escombros del imperio incaíco. Uno de éstos adventureros fue Pedro de Alvarado, quien llevó 4,000 esclavos de su posesión al Perú (probablemente originarios del territorio guatemalteco, salvadoreño y/o hondureño véase Macleod 1973:405 ) Mientras que se depoblaba Nicaragua por medio de este negocio, el enfoque del mercado cambiaba hacia las densas poblaciones de Guatemala y El Salvador.

En 1530 Pedrarias Dávila intentó extender no sólo su juridicción política, sino también su tráfico de esclavos hasta la provincia de
Cuscatlán.

Mandó su capitán Martín Estete a tomar la provincia y establece una nueva villa en el pueblo de Purulapa (Perulapán). La “ciudad de Caballeros” y la estancia de Estete duraron unos pocos meses, y cuando llegaron refuerzos leales a Alvarado de Guatemala, Estete huyó con 2,000 indígenas, aparentamente sacados de los pueblos encomendados a los vecinos de San Salvador, que pretendía vender en Nicaragua (Libro Viejo 1934; Herrera 1934).

Hasta qué grado jugó un papel la esclavitud en el territorio nacional es un tema importante que espera ser investigado. Se sabe que comenzó cuando Pedro de Alvarado esclavizó a centenares de personas en su entrada de 1524, se puede asumir que la pacificación de la provincia de Cuscatlán entre 1526 y 1528, junto con rebeliones posteriores dieron oportunidades para consguir esclavos “legales”.

Aún en 1532, la mayoría de las regiones lenca y chortí (es decir, el oriente y norte de El Salvador) estaban en guerra (tabla 1), y esclavos podían ser tomados.

Se supone que una vez entregada en encomienda, la población de los pueblos nativos hubiera sido protegida de esclavitud por sus encomenderos, puesto que representaba la fuente de sus tributos. Se presumiría entonces, que con el establecimiento de la villa de San Salvador en 1528 y la repartición de los pueblos a encomenderos, terminaría el esclavimiento comercial de sus habitantes, aparte de abusos individuales (Scholes y Roys 1968:149). Es curioso encontrar que no fue así. El liberador de los esclavos indígenas en San Salvador, Alonso López de Cerrato, comentó en 1548 que:
“…después que aquí llegamos (a San Salvador) habemos entendido en poner los indios que tenían los vecinos por esclavos en libertad lo cual ha hecho todos muy liberalmente porque todos conocen que fueron mal hechos v todos toma desde sus pueblos de encomienda aunque ellos echan la culpa a los gobernadores (¿fueron comprados los esclavos de caciques?) hábranse puesto en esta ciudad que será de cuarenta vecinos quinientos indios en libertad” (Rubio 1979 :34; ortografía modernizada,énfasis del autor).

Y luego en otra ocasión López de Cerrato escribió que:
“…a la verdad todos los demás de ellos (esclavos de los vecinos de San Salvador) que tenían encomendados y ninguno era de buena guerra ni de mala
(Rubio 1979 :37 ; ortografía modernizada. énfasis del autor) .

La evidencia presentada abajo sugiere que ésto fue un uso personal de esclavos, en vez de la exportación comercial al Perú, pero aún era una violación flagrante de la ley. Los esclavos no estaban distribuidos igualmente
entre los españoles de San Salvador, y probablemente la mayor parte no tenía ninguno.

La Relación de 1532 (Gall 1968a) menciona sólo seis encomenderos (del total de 57) con esclavos. En tres casos se da el número de ellos; 20, 60 o 70 y 100, y se supone que el total de esclavos en su posesión era por lo menos de 250 a 300 peronas. Tal como se hacia en Guatemala (Macleod 1973:56-60), se empleaba estos esclavos para lavar oro “en las minas”, que según las indicaciones del documento, coinciden con la famosa región de Gracias a Dios, Honduras (véase también Quiñónez 1631). Los seis encomenderos
explotaban sus pueblos encomendados para abastecer sus esclavos con ropa y alimentos en las minas, logrando así convertir los productos de sus pueblos en oro y plata.

Se imagina que la logística de transporte a las minas era compleja, puesto que las distancias entre ellas y sus pueblos abastecidores variaban entre un mínimo de 75 a más de 100 kilómetros.

El documento de 1,532 no reportó todos los esclavos que poseían los vecinos españoles de San Salvador (o quizás lograron conseguir muchos más en años posteriores) . En el tiempo que López de Cerrato libertó los esclavos, por el año de 1548, se informa que Pedro Cerón, quien no tenía
nigún esclavo registrado en 1532, tenía “docientos esclabos. y mas de los que se hisieron y cautibaron” que él ocupaba, nuevamente, para lavar oro (Quiñónez 163I). En la fuente citada otro testigo repite una queja común: “en
tiempo deel Lisenciado cerrato. . .Libertaron mucha cantidad de esclabos yndios que los vecinos de esta dicha ciudad de san salvador poseyan y tenian.”

Los 500 esclavos liberados por López de Cerrato en San Salvador eran parte de más de 10,000 personas que él puso en libertad dentro del antiguo reino de Guatemala (Ciudad Real I973:318).

La liberación de los esclavos por López de Cerrato, quien se apoyaba en las “Nuevas Leyes”, fue rápida y completa (Macleod Lg73:55). Aún esclavos en posesión de caciques fueron puestos en libertad (Betancor y Arboleda 1964)’

Los esclavos liberados tuvieron que ser repoblados en distintos lugares (no está claro por qué no fueron retornados a sus pueblos de origen), y como era de esperar, algunos encomenderos solicitaron avidamente que fueran ubicados en sus pueblos (para así aumentar sus rentas – Macleod 1973:111).

Algunos fueron poblados en nuevas comunidades (Los Esclavos en la costa de Guatemala fue una de ellas – Ciudad Real 1873:318), pero grupos familiares de ex-esclavos desplazados todavía eran comunes 18 años después en la jurisdicción de San Salvador (Tratado s. f. ) ‘
Hasta que se realice una investigación profunda de la esclavitud en el territorio salvadoreño, será imposbile evaluar el impacto pleno de este capítulo oscuro en la historia nacional.

Cuscatlán en encomienda

La recompensa que esperaba ganar el conquistador español, aparte de los posibles botines de batallas, era el derecho a los impuestos de las comunidades conquistadas, y ésto era el sistema de encomienda. El impuesto generalmente consistía en los productos locales y ocasionalmente en proveer servientes. Los conquistadores más destacados, o mejor conectados con los Alvarado u otra familia poderosa, recibían las mayores comunidades en encomienda, o áquellas con productos más codiciados, como el cacao (Gall 1968b; Macleod Ig73:113).

Los demás españoles, formando la gran mayoría, tenían errcomendados pueblos menores que apenas producían lo mínimo necesario para subsistir (Macleod 1973:1I4). Eventualmente esta distribución desigual contribuyó
a la formación de dos clases de encomenderos: ricos y pobres
(Macleod 1973:179-130).

Los encomenderos tenían la obligación de vivir en la cabecera española regional, San Salvador en este caso y de dar instrucción religiosa a los nativos encomendados. No hay evidencia que los conquistadores endurecidos se interesaban mucho en imponer cristianismo sobre las viejas religiones autóctonas (Scholes y Roys 1968:147, 154-155), algo que esperaba la llegada de monjes dominicos y franciscanos a medianos del siglo XVI.

Las comunidades más populosas usualmente fueron encomendadas entre dos (o raramente tres) encomenderos para llevar a cabo la división los dos encomenderos y un oficial visitaron la comunidad, y determinaron los límites
de sus respectivas mitades, de tal manela que cada mitad contenía un número igual de casas.

Aquí se propone que estas divisiones fueron el origen de los varios casos de la duplicación de topónimos autóctonos vecinos en El Salvador: san Juan y san Miguel Tepezontes, santo Tomás y santiago Texacuangos, san Martín y San Pedro Perulapán, San Antonio y San Pedro Masahuat y Tepecoyo y
Sacacoyo (éstos últimos con variaciones en sus prefijos nativos). Habían todavía más ejemplos en la época colonial que hoy están representados por un sólo pueblo (véase tabla 7).

Esta duplicación ha dado lugar a especulaciones acerca de tribus, de “tezacuanes” (los supuestos fundadores de los Texacuangos ) , “pulules” (los Perulapanes ) y “mazahuas” (los Masahuates ) , quienes se integraban los grupos pipiles invasores, según estas icleas fantásticas (Lardé y Larín 1976).

La Relación de 1532 (Gall 1968a) aporta descripciones breves de los pueblos en cuestión. Como se ve en tabla 7 , todos eran pueblos individuales en 1532: solamente había un Purulapán: un Tepezonte, etc. Estos pueblos que dentro de 150 años iban a aparecer duplicados, fueron todos divididos entre dos encomenderos en la manera que se describe arriba.

La Relación de 1532 contiene referencias a este Proceso:
“Alonso Gallego tiene por su repartimiento la mitad del pueblo de Tepezonte en compañía con Matamoros. Es pueblo que tiene casas y tierra y lo demás según le dicho Matamoros ha declarado en su mitad por que por cristianos fue viositadop y diviso por iguales partes.” (Gall 1968a:231;
ortografíá modernizada).

Y en otra sección se lee:
“Juan Diaz. . . tiene por su repartimiento la mitad del pueblo de Ateo en compañía de Melara. Es pueblo y tierra y tiene casas según el dicho Antonio Melara ha declarado. Habrá tres meses poco más o menos que partieron y lo visitaron y se entrego cada uno de la mitad por iguales partes” (Gall 1968ª: 232 ortografía modernizada).

Los encomenderos claramente se preocupaban por mantener sus respectivos intereses separados, y esto se manifestó en la separación física de algunos pueblos, originando en efecto dos barrios que tenían que responder, en forma independiente a sus respectivos encomenderos.

En algunos casos parece que los coencomenderos aprovecharon de un río para dividir sus pueblos como en Metapán (Lardé y Larín 1977) y Ateos (Lardé y Larín 1976).

En otros pueblos, las limitaciones topográficas de las angostas mesetas en que se ubicaban parecen haber resultado en el traslado de una “mitad” a una meseta vecina para mantener claras el patrimonio de cada encomendero.

Esto puede haber sucedido en Tepezontes, Texacuangos , Masahuat, Istepeque, Huizucar, Perulapán y Coyo (el único al cual se le agregó
distintivos autóctonos después de su división) .La pluralización de varios topónimos fue un producto de estas divisiones.

Algunos pueblos “duplicados” no sobrevivieron el colapso demográfico que se experimentó durante el período colonial, y o desaparecieron por completo o fueron unidos nuevamente. Ateos, Metapán, Huizucar y posiblemente Istepeque son ejemplos de esta posibilidad.

En tabla 7 también se presenta varios casos de pueblos originalmente divididos entre dos o tres encomenderos que no se duplicaron. Cojutepeque y Olocuilta pertenecían a dos o tres encomenderos en 1532, pero ya por 1548 ambas comunidades se habían consolidado bajo un encomendero cada una, lo cual quizás eliminó la necesidad de dividirlos.

Xalozinagua, Zuacanclan (o Zinacantan) y Ziguatepeque se extinguieron por completo durante el período colonial temprano, mientras que Cuscatlán y (Santa Catarina) Masahuat casi siguieron el mismo rumbo. Si bien habían estado divididos, su colapso demográfico habría resultado en su reconsolidación.

La única paradoja es Nonualco. El siempre populoso pueblo aparece en 1532 y 1548 con un sólo encomendero, Pero las referencias posteriores generalmente hablan de los tres Nonualcos actuales (Lardé y Larín 1976).
En resumen, la duplicación de topónimos autóctonos vecinos fue de origen colonial y no prehispánico, y es una relíquia vivente de la edad de los encomenderos.

La repartición de las comunidades nativas que componían la provincia de Cuscatlán comenzó con el final de su pacificación y el establecimiento de la villa de San Salvador en 1528 (Lardé y Larín 1917:384). Es probable que hubo una repartición anterior, correspondiente con la efímera villa de 1,525, pero no existe ninguna documentación al efecto.

La Relación de 1532 demuestra que tal como en otras regiones durante esta época temprana, los encomenderos llevaban una explotación sin control gubermental (es decir, de la corona) de sus pueblos encomendados, y “exigían tanto tributo y labor como les era posible” (Scholes y Roys
1968:148). Parece que pedían una parte de todos los productos de sus pueblos encomendados, y aunque esto da una buena idea de la economía prehispánica, les debería de haber sido gravoso y complicado de parte de los nativos el tener que reunir tal variedad de artículos (compárese con Scholes y Roys 1968:148).

La repartición de encomiendas en esta provincia fue muy desigual, como se puede apreciar en tabla 8 y figura 17. El mayor encomendero era Gomez de Alvarado, aparentamente un primo de Pedro de Alvarado, quien tenía alrededor de cuatro veces más casas asignadas que el promedio, que era 256.
De los 14 hombres con las encomiendas más pequeñas, la mitad eran analfabetos, y se toma este dato como indicativo de su baja posición en la restringida sociedad a que pertenecían.

Deberían de haber sido muy pobres aquellos como Pedro Hernández, que tenían que vivir del tributo de sólo 50 casas, en contraste con las 1,000 que le tocaba a Gomez de Alvarado. Se sabe algo de la vida de Diego de Usagre
(Gall 1968b), quien contribuyó mucho a la conquista de esta provincia, poniendo sus armas, caballos y 70 soldados mixtecas. Por sus contribuciones se esperaria que le correspondía una encomienda impresionante. Empero, él tenía asignado un número de casas casi igual al promedio general

Se cree que esta información refleja una red de favoritismo en que influía mayormente la familia Alvarado.

En 1532 la comunidad de “Cuzcaclan” siendo entre las tres mayores del área, se encontraba dividida entre dos encomenderos. Antonio Bermudez, un regidor de San Salvador en 1530 (Rubio 1979:16) y posiblemente un pariente del Bartolomé Bermudez quien figuró en la toma del peñol de Zinacantán (Lardé y Larín 1983), tenía encomendada la mitad con 330 casas, mientras que la otra mitad, con 400 casas era de Pedro Nuñez de Guzmán. La diferencia en números de casas entre las dos mitades (que originalmente hubieran sido iguales) se puede explicar en términos de la pérdida
desproporcional de población durante este período de colapso demográfico.

Los artículos producidos por cuscatlán en ese entonces ya fueron citados en relación a su economía.

En 1,548 hubo la primera tasación oficial de la entonces provincia de San Salvador, una de varias realizadas por la corona en un esfuerzo para fijar tributos justos y proporcionales a la población nativa (que caía aceleradamente en esa época) y los productos locales. Acciones paralelas
fueron aplaudidas por los indígenas en otras regiones (Scholes y Roys 1968:152). Los abusos anteriores por tasaciones excesivas eran notables en San Salvador. López de Cerrato escribió que allí:
“hallamos los indios muy mal tratados a causa de ser las tasaciones antiguas muy excesivas y allí se hizo la tasación de todos los indios que en aquella ciudad hay no sin gran queja de los encomenderos a causa de ser el exceso de los tributos muy grande” (Rubio 1979:37).

En la tasación impuesta por López de Cerrato en 1548, “Cuzcatan” se hallaba siempre dividido entre dos encomenderos. Pedro Nuñez de Guzmán mantenía su mitad, pero ahora con sólo 160 gente tributaria. Un nuevo encomendero, Juan Vásquez, tenía 170 gente en la otra mitad; él era el Alcalde Mayor de San Salvador dentro del intervalo 1550-1557 (Rubio
1979:37).

En los 16 años desde su primera relación, ya hubieron cambios en los artículos tributados por Cuscatlán, y por primera vez se detalle los montos involucrados. Los dos encomenderos gozaban de grandes cantidades de productos por año (y uno se pregunta de su magnitud durante el período
anterior de abusos ) , cuyas totales se da a continuación (Relación 1548-1551):

Maíz: 20 fanegas Miel: 70 cántaros
Algodón: 12 fanegas Gallinas: 312
Trigo: 24 fanegas Huevos: 312 docenas
Frijól: 4fanegas Toldillos: 960
Ají: 8 fanegas Calzado: 100 pares
Fruta: 104 cargas Cera: 20 arrobas

La mayor parte de los productos hubieran servido para la subsistencia de los encomenderos, pero sin duda se interesaban en comerciar algunos artículos. Toldillos (mantas) y cera eran productos comerciales comunes en esta época, y su valor total para Cuscatlán podría haber sido de 1,450 pesos, de acuerdo con los precios corrientes en México a medianos del siglo XVI (Borah y Cook 1958).

Para efectos de comparación, un obrero especializado en la ciudad de México de esa época tendría que trabajar unos 16 años (365 días al año) para ganar esta suma (Borah y Cook 1958:87).

Según la ley ( que frecuentamente fue ignorada ) las encomienclas duraban “dos vidas”, es decir, las vidas del encomendero original y luego de su heredero, y después revertía a la corona (Macleod 1973:11-3).

Por lo general, con el paso de los viejos conquistadores y sus hijos, se
llegaba al final de las dos vidas alrededor de los primeros años del siglo XVII. Cuscatlán definitivamente era un pequeño y pobre pueblo “vaco” por el año de 1679, cuando su tasación decía lo siguiente:
“Cuscatan paga cada tersio nuebe mantas Ide] una pierna y media rrematadas a quattro tostones = nuebe fanegas de mais a quattro Reales Dies Gallinas Y media de Castilla a Real Y medio que montta quarenta tostones un Real Y veinte sinco mr.s (máravedíes]” (Documento A3.16.5/5129/423 en eI Archivo General de Centroamérica, Guatemala ) .

La reducción del valor comercial de los tributos de Cuscatlán entre 1548 y 1679 era alrededor de 98.6%, y es muy semejante a la declinación poblacional estimada para el mismo plazo, de 97.9%.

EL RECONOCIMIENTO ARQUEOLOGICO

Introducción

El propósito del reconocimiento arqueológico fue de comprobar o negar la presencia de posibles restos de Cuscatlán dentro de un radio razonable de su probable sitio, tal como se lo determinó a a través de la investigación etnohistórica. Su objetivo, entonces, fue de encontrar vestigios pertenecientes a la última época prehispánica, designada aquí como el período Protohistórico , que podrían identificarse con el asentamiento de Cuscatlán.

Es necesario desde un principio señalar la dificultad de relacionar restos arqueológicos con comunidades Protohistóricas que carecen de una documentación muy amplia, como es el caso de Cuscatlán. La sencilla presencia de restos Protohistóricos en la zona donde se cree haber estado la
antigua capital no sería ninguna garantía de que sí son vestigios de ella. Siempre caberían posibilidades alternativas, tal como se discuten en el final de esta sección.

Tampoco no se puede esperar encontrar artefactos españoles del tiempo de la Conquista para asociarlos con la breve estancia de los castellanos en Cuscatlán. En la antigua capital cakchiquel de Iximché, donde radicaron los españoles por varios meses, e1 único legajo que dejaron en el registro arqueológico fue tres puntas de ballesta, encontradas durante las muy extensas excavaciones en ese sitio, ahora en exhibición en la ciudad de Guatemala.

Hipótesis de trabajo

A base de la información etnohistórica disponible para Cuscatlán y analogía con los más amplios datos etnohistóricos y arqueológicos acerca de otros centros regionales de su época, se formó una serie de hipótesis de trabajo sobre el eatácter de los restos arqueológicos que podrían representar a Cuscatlán, que se dan a continuación (Amaroli 1984a) :

Patrón de asentamiento.

Una característica muy difundida en la transición entre el período Clásico y Posclásico en Mesoamérica (cerca de 900 dC) era la tendencia de abandonar las viejas comunidades muchas veces situadas en planicies y de establecer nuevos asentamientos en lugares defensibles, tales como mesetas y islas. Asociado con esta tendencia es la marcada nucleación de algunas comunidades, que puede interpretarse como de índole defensiva también. La nucleación podría ser el resultado de la aglutinación de personas
llegadas desde pequeñas aldeas en zonas afectadas por la violencia de aquella época conflictiva, que buscaban la seguridad de poblaciones grandes (un proceso que se observa ahora en El Salvador).

Los suburbios de una comunidad nucleada pueden servir como un cerco humano para su centro (donde se ubican las residencias de la élite y otras estructuras principales ) en el caso de un ataque ( Stewart 1,977 ) .

Varios centros defensibles Protohistóricos han sido estudiados en Guatemala, e incluyen las capitales de Ias entidades políticas dominantes en las tierras altas a la llegada de los españoles. Ubicados en sitios estrechos sobre mesetas o lomas, estos centros aumentaron las defensas naturales de los lugares mediante fosos, portones y murallas. Albergaban las residencias de las familias nobles gobernantes, sacerdotes, artesanos y otros edificios
principales. En las afueras de las ciudadelas se extendían zonas residenciales de la gente común (Carmack et al. I975).

Así eran las comunidades que Alvarado llamó “ciudades” en 1524, como se ha discutido anteriormente y puesto que ocupó el mismo término para referirse a Cuscatlán, se especula que podría compartir las características físicas de las otras capitales nativas mencionadas.

Entonces se acepta como hipótesis de trabajo que la comunidad de Cuscatlán se componía de una ciudadela sobre una loma o meseta que contenía las residencias de la élite y otras estructuras principales, rodeada por suburbios.

A base de información no publicada acerca de los sitios Protohistóricos salvadoreños de Cerro Tégal y El Güisnay (en el departamento de Ahuachapán) y Atempa Masahua (en el departamento de Santa Ana – Ámaroli- 1979), además de datos comparativos con los centros guatemaltecos, se puede especular que el centro élite de Cuscatlán hubiera incluído plataformas largas dispuestas alrededor de plazas, posiblemente con pequeñas plataformas cuadradas en sus centros. Estas estructuras podrían éstar compuestas de dos o más cuerpos escolonados con terrazas verticales.

Se esperáría que un centro capital – contara con por lo menos un juego de pelota, situado al lado de una plaza, y que su cancha tendría la forma de “I”. Las zonas residenciales vecinas serían representadas por centenares de pequeñas plataformas rectangulares. Serían de tierra, con hileras de
piedras formando sus bordes, alcanzando dimensiones de unos tres por cinco metros, y de 20 a 50 centímetros en su altura. Estas plataformas hubieran sostenido casas perecederas semejantes a los “ranchos” actuales.

2. La ubicación de Cuscatlán.

De acuerdo con 1a evidencia etnohistórica, Cuscatlán se ubicaba en la vecindad del pueblo actual de Antiguo Cuscatlán desde, por lo menos, el año 1576, y ésto puede haber sido su sitio Protohistórico.

Como una segunda alternativa, se entretiene la posibilidad de que el Cuscatlán visto en 1576 representaba una porción sólo de su vieja zona residencial, o una ligera reubicación de la| comunidad prehispánica. Hacia el sur de Antiguo Cuscatlán existe una serie de mesetas cubriendo varios centenares de hectáreas, que serían sitios potenciales para la ubicación del tipo de centro élite que se postula para Cuscatlán.

3. Materiales arqueológicos diagnósticos.

Los restos de Cuscatlán tendrían que presentar materiales arqueológicos característicos de su época, es decir, el período Protohistórico.

Se anticipaba poder encontrar los siguientes materiales en la superficie del sitio que representaría a Cuscatlán (los que son marcadores especificamente Protohistóricos son indicados; los demás son diagnósticos del Posclásico general (900 dC hasta el final del Protohistórico ) :
a. Puntas de flecha bifaciales, hechas a base de navajas prismáticas de
obsidiana (Sheets 1978:15-16; apuntes de campo del autor para el sitio El
Güisnay).
b)Cerámica Rojo-sobre-blanco, o Rojo y negro-sobre-blanco, relacionada con
la llamada “tradición Policromo Chinautla” (Wauchope 1970:210-2L7,238;
apuntes de campo del autor para el sitio El Güisnay).
c)Cerámica Marihua (Haberland (1978) .
d. Cerámica Banbudal (Sharer L978264) – e.Cántaros rojos con tres asas verticales debajo del cuello (Manuet López 1-983: comunicación personal ) .
f.Sahumerios ( incensarios de cuchara ) con mangos huecos y elaborados en forma de cabezas de reptil u otros motivos, Y pintados con pigmento fugitivo blanco y/o az:ul. (Apuntes del autor de la colección Hananía (Sonsonate) de artefactos procedentes del Tacuxcalco ) .
g.Metates planos con tres soportes (Woodbury1965).
h.Mediciones de hidratación de obsidiana procedente de Ixtepeque de aproximadamente 2.0 micras o menos (basado en estudios preliminares del autor para obsidiana recolectada de El Güisnay y Cerro Tégal ) .
estudio incluía aproximadamente 710 hectáreas,
elevaciones desde 825 hasta 7075 metros.

El área de estudio

El primer paso anterior a la realización del trabajo de campo fue la definición del área de estudio. Este área, que se presenra en figura 18, fue trazada de acuerdo con la hipótesis acerca de la ubicación de Cuscatlán, y con la intención de abarcar desde el sector no urbanizado inmediato a Antiguo Cuscatlán, hasta las colinas hacia el sur, incluyendo tanto terreno como era factible examinar dentro de las doce semanas asignadas a esta etapa del proyecto por las limitaciones financieras.

El área de estudio incluía aproximadamente 710 hectáreas, elevaciones desde 825 hasta 7075 metros.

Con la excepción de algunas milpas y zacatales (sobre todo en su extremo sureste), cafetales cubrían este área. Muchos de los cafetales evidentemente no habían recibido ningún mantenemiento desde hace varios años, y el resultante follaje espeso, y gruesas capas de hojas en el suelo, hizo partes de este reconocimiento aún más costoso que lo normal para áreas boscosas.

Una consulta con el Registro Nacional de Sitios Arqueológicos, ubicado en la Dirección del Patrimonio Cultural, San Salvador, indicó que no había ningún sitio arqueológico conocido en el área de estudio. Sin embargo, hace más de cien años, fueron reportados unos dos montículos entre Antiguo y Nuevo Cuscatlán, y también se informó que dentro de excavaciones en Antigua Cuscatlán se hallaba “ollas, jarros y figuras como muiñecos construidos de
barro cocido” (Lardé y Larín 1976:117-118). Los residentes actuales de Antiguo Cuscatlán le comentaron al autor del hallazgo de materiales similares en la construcción de la Escuela “walter Deininger” en este pueblo, y durante la construcción de las colonias vecinas de Jardines de Guadalupe y La Sultana. Desgraciadamente, estas áreas habían sido modificadas en un 100%, y es imposible saber más de los recursos arqueológicos que fueron destruídos.

La única otra referencia concreta acerca de hallazgos arqueológicos en la vecindad del área de estudio concierne dos vasijas de Plomiza Tohil (un marcador de1 período posclásico Temprano: 900-1200 dc) en la finca san José
Aguacatitán, hacia el extremo sur. Se dice que las piezas no estaban asociadas con otros materiales (Stanley Boggs 1985: comunicación personal) .

Métodos

El reconocimiento arqueológico fue de la clase llamada íntensivo, consistente en caminar transectas paralelas, distanciadas a cada 20 o 30 metros, a través del terreno bajo inspección, con la excepción de barrancos y otras pendientes extremas. Al caminar, se examinaba eI suelo para restos culturales (tales como tiestos, obsidiana, manos, metates y construcciones), ocasionalmente empleando una cuchara de albañil para limpiar el humo cuando esto escondía la tierra (siendo el estado general del área de
estudio). Para mejor orientación en el campo, se procedió por unidades geomórficas distintivas, como colinas.

Al encontrar materiales culturales, se estimaba su abundancia relativa (escasa, moderada o abundante) y se hacía una recolección superficial “de arrebato” de artefactos que parecían ser diagnósticos, asignándolos un número de colección y regisrando su localización en los mapas. Los números se constituían de las últimas dos cifras del año, un guión y un número consecutivo. En 1984 se asignó los números 84-1 hasta 84-4, y en 1985 se recuperó números 85-1 hasta 85-45; es decir, un total de 49 colecciones individuales.

También se registraba observaciones sobre plataformas encontradas en el área, y de la abundancia relativa de piedras sueltas entre 20 y 40 centímetros en su diámetro.

Basado en las observaciones de campo, se cree que una parte significativa de estas piedras habían sido desplazadas de plataformas prehispánicas por medio del “ahoyado” del cultivo de café y por erosión, y casi todas las plataformas mostraban daños por estos agentes. El trabajo de campo fue realizado por el autor y un asistente familiar con el área entre diciembre de 1984 y febrero de 1985.

Resultados

Como resultaclo del reconocimiento arqueológico se pudo identificar restos prehispánicos en diversas zonas del área de estudio. Como se puede apreciar en figuras 1,9 y 20, en las inmediaciones del crater que antiguamente contenía
la laguna de Cuscatlán, se encontró restos muy extensos, y aunque variaban entre escasos y abundantes, eran esencialmente continuos (números de coleción 84-1:’ 85-2 ,3, 4,17,18,31,33,35,3 6,43 y 44) . En el campo se notó la
posibilidad de que capas aluviales hayan cubierto, y escondido posibles restos culturales en parte de esta zona, hacia el noroeste del área de estudio.

Hacia el sur de Antiguo Cuscatlán, en la serie de terrazas naturales sobre las colinas que ee levantan en esta dirección, se encontró otras localidades con restos extensos (divididos en los grupos con números 84-2,3 ,4; 85-1, 5,7, 8,9
y 10; número 85-6; números 85-1-L,25 y 26; y números 85-12, 13,14 y 15).

En todas las localidades arriba mencionadas, se hallaba tiestos, navajas prismáticas de obsidiana, ocasionales fragmentos de manos, metates y piedras “donut” y algunas plataformas de probable uso residencial (figura 19). Dos
localidades más parecen haber sido aisladas de las zonas extensas de restos por el crecimiento de Antiguo Cuscatlán (números 85-16,L9 y 20).

En las lomas de la mitad sur del área de estudio fueron identificados varias localidades muy limitadas de materiales culturales, y con una excepción, todas tenían muy escasos artefactos en sus superficies (números de colección B5-23,
24,28, 38,42 y 45). La excepción fue un sitio impresionante, tanto por su plataforma elaborada con bloques cortados de talpetate (descrito abajo) como por su dramático ubicación en una cima elevada (números 85-30 y 41).

Finalmente, se encontró dos sitios con materiales exclusivamente históricos, en ambos casos posiblemente del siglo pasado. Uno consistía en los restos de un pequeño asentamiento con varios “arranques” de ranchos, situado en una colina (números de colección 85-21 y 22). El segundo incluía los restos de una estructura de ladrillo y estaba ubicado en el extenso plan al suroeste de la antigua laguna (número de colección 85-34). Una tercera localidad histórica
(pero con una mexcla de materiales prehispánicos) era las ruinas de un trapiche establecido a medianos del siglo pasado (números de colección 85-12,13 y 15 ) .

Estas localidades podrían ser registradas como sitios arqueológicos individuales. El objetivo del presente estudio se limita a determinar la extensión de materiales de edad Protohistórica, gue podrían relacionarse con Cuscatlán.

Rasgos estructurales registrados en el área de estudio

Debido a su interés especial, aquí se discute por aparte los rasgos estructurales del área de estudio.

Se observó un total de ocho plataformas de probable uso residencial en áreas con materiales exclusivamente Posclásicos, tal como indicó el análisis de materiales que sigue (véase figuras 19 Y 20):
Números de colección Número de plataformas
84-2 y 3 2
B5-1 y 85-5 3
85-10 1-
85-17 y 85-18 1-
85-27 7

Las colecciones con números 85-17 y 27 (con diagnósticos Posclásicos ) fueron recolectadas directamente de 1a superficie de plataformas.

Figura 21 representa una plataforma típica. Fue construída mediante hileras rectangulares con rocas entre 20 y 4O centímetros en diámetro. Sin disponer de datos de excavación, se supone que el área interior fue rellenado con tierra, lo cual hubiera servido de piso para una vivienda (“rancho”) de bahareque.

Plataformas construídas en pendientes, como ésta, se semejaban más a terrazas debido a la necesidad de nivelar un área para leventar la sobreestructura.

Las plataformas observadas medían entre 2 × 3 y 3 × 5 metros, y parecían llegar a una altura igual al espesor de las rocas que formaban su borde.
Plataformas muy semejantes han sido reportadas de los sitios posclásicos de Cihuatán (Fowler 1981) y de Atempa Masahua (Amaroli 1979) .

Se observó abundantes rocas, del mismo tamaño como aquellas ocupadas en las plataformas, en las áreas cercanas a estas estructuras, y en otras áreas, pero siempre asociadas con cerámica prehispánica y otros materiales. Se presume que parte de estas rocas pueden haberse originado en plataformas similares, pero que habían sido desplazadas por el “ahoyado” de caficultura, y por erosión natural. Se presenta la distribución de estas rocas sospechosas en figura 19.

Se registró una plataforma más en el área de estudio, la cual fue hallado en una posición dramática sobre una alta colina (números de colección 85-30 y 41). Esta estructura aislada estaba asociada con cerámica Clásica Tardía (700-900 dc), y era muy distinta a las plataformas Posclásicas en su construcción y dimensiones. Medía 4 × 6 metros, y las hileras de piedra de contención en sus bordes eran de talpetate cortado en bloques rectangulares (figura 22).
Había cierta evidencía de gradas en el centro de su lado occidental. Su altura era alrededor de 50 centímetros.

Se discute el posible función de esta plataforma al final de esta sección.

Análisis de materiales

Después de concluir el trabajo de campo, se lavó las colecciones y luego se las examinó para clasificarlos, hasta el grado posible, con su edad siendo el principal variable de interés. Aunque la determinación de su función no estaba entre las metas de este estudio, algunas clases de artefactos tenían claras implicaciones funcionales que son tratadas en la sección final del informe.

Esta clasificación se basa en comparaciones con estudios existentes sobre la cultura material prehispánico regional.

No se intentó establecer nuevas clasificaciones en este. Las colecciones se componían principalmente de tiestos, seguidos en cantidad por las ubicuas navajas prismáticas de obsidiana, manos, metates y piedras “donut” fragmentarios y ejemplos limitados de vidrio y cerámica histórico. En la
clasificación de materiales que sigue, se divide Ios materiales en grupos temporales para cada uno de los tres períodos representados, del Posclásico (900 dC hasta el final del Protohistórico), el Clásico Tardío (700-900 dC) y el Histórico (aparentemente limitado al siglo pasado en el área de estudio).

Un cuarto grupo contiene los materiales que posiblemente pertenecen a más de un sólo período.

Puesto que el objetivo de este estudio es el período inmediato a la Conquista, se limita las discusiones extensas a los materiales más tardíos del Posclásico.
Se presenta los resultados de esta clasificación para las 49 colecciones del reconocimiento en tabla 9.

Las colecciones serán disponibles en la Sección de Arqueología de la Dirección del Patrimonio Cultural, San Salvador.

Clasificación de los materiales recuperados en el reconocimiento arqueológico

A continuación se detalla la clasificación de materiales según los tres grupos temporales descritos arriba: 1 ) materiales Posclásicos; 2) materiales Clásico Tardíos; y 3) materiales históricos o recientes. Un cuarto grupo abarca otros
materiales, posiblemente representativos de dos períodos o más.

1. Materiales Posclásicos (900 dc hasta el final del período Protohistórico) :

1a. Cerámica del grupo Joateca.

Tiestos del grupo cerámico Joateca eran muy comunes en las colecciones. Esta distintiva cerámica fue originalmente identificada en Chalchuapa, donde fue fechada al período de enfoque para este estudio, el Protohistórico
(Sharer 1978:64-65). La cerámica Joateca del reconocimiento correspondía a la variedad Joateca Estriada: Variedad Joateca, distinguida por las estrías horizontales irregulares en las paredes exteriores de ollas) con paredes
“recurvadas” y asas de correa horizontales (figura 23ª 1-2) . Las descripciones de pasta, supérficie y dimensiones en Sharer son idénticas con los ejemplares de las colecciones.

Sharer interpreta Joateca Estriada como ollas usadas para cocinar, basándose en su forma en en sus bases frecuentemente quemadas. Bases quemadas también fueron notadas para la Joateca del área de estudio.
Beaudry ( 1983 :175) nota la presencia de una grupo cerámico parecido
a Joateca en el valle de Zapotitán, pero sus formas y el patrón ilustrado de estrías son algo distintos, y ella lo define como un grupo aparte con el nombre de Granadillas. La ceramica Joateca es considerada el diagnóstico Protohistórico más confiable en el área de estudio.

1b. Cerámica beige bruñida
1c. Cerámica rojo-sobre beige-bruñida.

Estas dos clases sin duda se refieren a un sólo grupo cerámico, diferenciéndose en la presencia o ausencia de motivos pintados en
rojo. Sus formas incluyen: a) fuentes hemisféricas con bordes directos, a veces con [¿tres?] soportes cilíndricos o espigados huecos (figura 23a3,b1,3); b) posibles jarras globulares restringidas con cuellos altos y, posiblemente. asas de correa verticales (“cantaros”) (figuras 23c,d); y c) jarras restrigidas con bordes festoneados ( figura 23bZ) . Su superficie beige bruñida no parecía tener engobe en los ejemplos examinados. Cuando presente, se empleaba pintura roja no especular (5R 4/6) sólo en las paredes exteriores. Se notó
bandas horizontales juntas a los bordes defuentes (figura 23b3). Complejos diseños geométricos fueron realizados en los cuerpos de lo que se presume
eran cántaros, incluyendo “tablas de ajedrez” ( figura 23d3 ) , diamantes
concéntricos ( figura 23d1) y patrones dentados ( figuras 23c1 d2) . En sus formas y el uso del color rojo sobre un fondo beige, esta cerámica demuestra una relación con el grupo cerámico Marihua, propuesto desde hace muchos años como un diagnóstico Protohistórico
(Haberland 1978; Sharer 7978:63-64). Pero existen importantes diferencias entre los tiestos de las colecciones superficiales y la Marihua originalmente definida por Haberland. Para comenzar, la pintura roja especular definido como un rasgo de Marihua no se encuentra en estas colecciones (y tampoco en los tiestos clasificados como Marihua en Chalchuapa ( Sharer L978:63).
Haberland describe el engobe notable característico de Marihua, lo cual contraste con las superficies sencillamente bruñidas de las colecciones (y, de nuevo, en la “Marihua” de Chalchuapa). Finalmente, los motivos de
Marihua no corresponden muy bien con los ilustrados aquí. Motivos idénticos con los en las colecciones son comunes en otras clases de cerámica
Protohistórica guatemalteca (Wauchope 1970) .

Se ha indicado que la amplia distribución Protohistórica de ciertos modos de forma y decoración, inclusivos los de la cerámica bajo discusión, tienen el carácter de un estilo de horizonte, originándose en las extensas redes de interacción que se han documentado para este período (Glass 1966:161; Henderson et al. 1,979:190) . Cerámica parecida, y quizás idéntica, con la beige bruñida/rojosobre-beige bruñida recuperada en el presente estudio ha sido encontrada en el sitio Madre Tierra de Apopa en el curso de trabajos de rescate frente a su urbanización. Estos materiales que, están archivados en 1a Sección de Arqueología de 1a Dirección del Patrimonio Cultural , pudieron
ser comparados directamente con las colecciones del area de estudio. Sería fructífero llevar a cabo un anális formal de las relaciones entre los materiales de Madre Tierra y el reconocimiento arqueológico. La posible relación directa entre Apopa y el posible sitio de Cuscatlán vuelve más interesante en luz de los datos etnohistóricos de 1532, ya discutidos arriba. Tal como se expuso, los habitances de Apopa se especializaban en la producción de “ollas y otras cosas” de cerámica. En resumen, se considera la cerámica beige bruñida rojo-sobrebeige- bruñida como otro marcador Protohistórico en el área de estudio, y a la vez se señala la necesidad de definar lo que probablemente resultará como una serie de estilos rojo-sobre-beige para este período en El Salvador.

1.d Comales.

Comales planos con bordes en forma de “coma”, bruñidos en su lado superior y dejados sin bruñir en el otro (figura 23a4), fueron encontrados en asociación superficial con cerámica Joateca y beige bruñida /rojo-sobrebeige bruñida, pero también con materiales históricos. Comales de esta forma aparecen en el Poclásico Temprano ( 900-1-200 dC ) , y se consideran como un buen marcador del período ( Fowler 1981 ) . Sin embargo, la misma forma
persiste en las alfarerías tradicionales del centro y occidente del país. Este conservatismo estilístico limita el valor de comales como marcadores Posclásicos, especialmente en lugares que evidencian ocupación histórica o reciente, como lo es el área de estudio.

l-e. Metates tabulares.

Metates tabulares con y sin bordes laterales, de piedra volcánica escoriacea ( figuras 24b2-3) fueron coleccionados en el área de estudio.

Metates tabulares con bordes han sido encontrados en contextos Posclásicos en Chalchuapa ( Sheets 1978:31,) y Cihuatán (Fowler 1981); en el último sitio también se reportan metates tabulares sin bordes del mismo período. Al igual que lo comentado con respecto a los comales, la
producción tradicional de metates tabulares con y sin bordes continua en El Salvador,reduciendo su valor como diagnósticos arqueológicos

1f. Punta bifacial de obsidiana hecha a base de una navaja prismática

Un ejemplo fragmentario de este fuerte diagnóstico Posclásico (Sheets 1978:I5-16) fue encontrado en el campo de escuela de Antiguo Cuscatlán ( figura 24c1; número de colección B5-16). Como toda la obsidiana
coleccionada en el área de estudio, la fuente de esta punta (probablemente de flecha) era visualmente Ixtepeque (Demarest 1981).
1g. Cabeza modelada de cerámica.

Una cabeza modelada fragmentaria ( figura 24ª1) fue encontrada en asociación con cerámica Joateca y rojo-sobre-beige bruñida en un basurero erosionado (colección número 85-20).

Su cerámica era café muy rojizo, con abundantes inclusiones heterogéneas y pobremente quemada, siendo muy fragil. Su superficie era sólo alisada. En su parte posterior habían huellas indicando que estaba conectada a un tubo de
cerámica, de unos 2.5 centímetros en diámetro, sugeriendo que la cabeza podría haber formada el término de un mango de sahumerio ( incensario
de cuchara). El personaje retratado aportaba un bezote y orejeras, y tenía un tocado, lo cual, aunque fragmentario, parece haber sido una especie de turbante. Sus ojos y boca habían sido hechos por hundirle profundamente algo
duro que tenían la forma de una hoja como una navaja prismática de obsidiana. En su pasta y tocado, este artefactos se asemeja a algunas
figurillas recuperadas del sitio Posclásico Temprano de Cihuatán, aunque se difiere en el uso consistente de moldes para elaborar las caras en Cihuatán (Fowler 1981). La asociación de esta cabeza moldelada con cerámica
Protohistórica indica su fechamiento al mismo periodo.

2. Materiales Clásico Tardíos (700-900 dC):

2a.Policromos relacionados con los grupos Arambala y Babilonia/Salua.

En varias localidades se pudo identificar ejemplares de cerámica relacionada con el grupo Arambala ( Sharer 7978: 56-58 ) que invariablemente estaban muy erosionados (figura 24d1-2). Debido a su mejor coción, tiestos relacionados con el grupo conocido como Babilonia o Salua (Beaudry I982:8-11) estaban en mejor estado de conservación (figuras 24d3).

2b.Jarras con borde exterior reforado en un angulo agudo.

Distintivos tiestos de jarras restringidas (alrededor de 20-30 centímetros en su diámetro) con paredes gruesas y bordes exteriores reforzados fueron encontrados en asociación con policromos Clásico Tardíos, o en contextos mixtos Posclásicos y Clásico Tardíos ( figura 24e1) y tentativamente se la coloca en el período CIásico Tardío.

2c.Mano plano-convexa.
Aunque manos de esta forma tienen una larga duración en esta región (Sheets 1978227-28), en el área de estudio sólo una fue encontrada, en asociación directa con una plataforma Clásico Tardía ( figura 22) . Es de piedra
volcánica escoriácea.,

3. Materiales Históricos o Recientes:

3ª. Teja y ladrillo

Idénticos a ejemplos actuales.

3b. Cerámica vidriada “Quezaltepeque”.

Una cerámica hecha a torno, con vidriada de plomo, Es similar o idéntica con la cerámica producida en las alfarerías tradicionales de Quezaltepeque en el
departamento de La Libertad.

3c.Otras cerámicas vidriadas.

Misceláneas cerámicas vidriadas incluyendo ejemplos de “cream ware” (cerámica crema).

3d. Porcelana pintada a mano.

Porcelanas ingleses pintadas a mano entraron a los puertos pacíficos de Latinoamérica en grandes cantidades después de su independencia
(Adrian Praetzellis 1984: comunicación personal ) .Los ejemplos del área de estudio ( figura 24e2) posibler¡rente son ingleses.

4. Otros materiales:

4a. Hacha de piedra.

Una hacha fragmentaria de densa piedra verde oscura, con su filo pulido, fue encontrada en el área de estudio ( figura 24c3) . Exhibía daño moderado en su filo. Hachas como ésta (con muy poco cambio a través del tiempo) estaban en uso común en el sur de Mesoamérica desde el Preclásico hasta la Conquista, y se presume que fueron ocupadas para cortar árboles para leña, para limpiar milpas y para conscrucción (Woodbury 1965:164-165; Sheets 1,978:37).

4b. Piedras “donut”

Artefactos circulares de piedra volcánica escoriácea, con una perforación bicónica central ( figura 24a2 ) fueron encontrados en asociaciones superficiales con materiales diagnósticos Posclásicos y Clásico Tardíos
mixtos. Bien conocidos del sur de Guatemala y de El Salvador, donde han sido fechados desde el final del Preclásico (cerca a 250 dC) hasta la Conquista (Woodbury 1-965:165; Sheets 1,978:37-38). Se cree que eran usados como
pesas para palos de sembrar (“chuzos” ) , ayudándoles en hundir su punta. Sería interesante investigar el uso actual de estas piedras, supuestamente como pesas de chuzo, reportado en la Costa de Bálsamo (Andrés Goins 1986: comunicación personal ) .

4c. Metates de batea.

Fragmentos de piedra volcánico escoriácea en forma de batea, con sus bases levemente formadas, pero siempre irregulares fueron encontrados con materiales Posclásicos y Clásico Tardíos , pero se inclina a pensar que son Clásicos en el área de estudio. En Chalchuapa este estilo de metate no pudo ser fechado con mayor precisión, pero se evidenciaba estar presente en el Preclásico y Clásico (Sheets 1978:30-31 ) . Eran comunes en el sitio Quelepa durante el mismo plazo (Andrews V I976: 1’61-162).

4d.Núcleo poliédrico de obsidiana.

Aunoue comunes desde el Preclásico hasta después de la Conquista en Mesoamérica, el núcleo encontrado en el área de estudio tenía una plataforma de corteza, la cual era considerado como un rasgo tardío (Clásico Tardio y Posclásico) en Chalchuapa (Sheets 1978:14).

4e.Mano elongada rectangular ( figura 24b1) ,

Manos comparable de Chalchuapa fueron consideradas como Clásicas y Posclásicas en su edad (Sheets 1978:29). Son parecidas a algunos especímenes de Cihuatán (Fowler 1981) .

Se opina que probablemente son Posclásicas en el área de estudio, puesto que su forma se hubiera acomodada a los metates tabulares Posclásicos presentes allí, y no a los metates de batea que parecen ser más antiguos.

4f. Bahareque quemado.

Los fragmentos rojiza-arraranjados de bahareque quemado usualmente tenían impresiones de las cañas empleadas en la construcción de paredes en ranchos. En El Salvador, bahareque quemado (¿del incendio accidental de casas?) ha sido encontrado en contextos Preclásicos, Clásicos y Posclásicos.

4g. Incensario espigado.

Un pequeño tiesto, con una sóla espiga, de un incensario con pintura blanca fugitiva en su exterior fue encontrado aislado en una de las cumbres más elevadas del área de estudio (número de colección 85-23). Incensarios espigados eran comunes en Mesoamérica desde el Clásico en adelante (Andrews V 1,976:111-). Incensarios espigados con pintura blanca fugitiva
constituyen parte del grupo cerámico Chuquezate de Chalchuapa, identificado para el período Posclásico (Sharer L97B:6L-62) ; desafortunadamente el tiesto del área de estudio es demasiado
pequeño para comprobar su relación con este grupo cerámico tardío.

4h. Puntas bifaciales de obsidiana y silicato

Dos fragmentos de puntas bifaciales fueron encontrados. Uno era de silicato blanco-rosado (número de colección 84-1) y era una sección medial. El otro fragmento era una base de obsidiana (visualmente de Ixtepeque)’ con
“raneras” laterales y base levemente adelgazada ( figura 24c2) . En Chalchuapa se ha propuesto que la industria bifacial se introdujo en el
Clásico Tardío o Posclásico Temprano (Sheets 1978:25-26).

4i. Navajas prismáticas de obsidiana

Asociadas con cerámica y otros materiales culturales en el área de estudio: y presentes en cierta abundancia. Mayormente representadas por segmentos cortos de nava jas, todos visualmente del deposito de Ixtepeque (Demarest 1981). Aunque comunes en Mesoamérica desde el Preclásico, algunos de las navajas examinadas aquí tenían el rasgo de plataformas estregadas, presente en el intervalo entre el Clásico y Posclásico en Chalchuapa (Sheets
1978:12).

El fechamiento y localización de actividad humana prehispánica en el área de estudio
Con la información temporal del análisis de los materiales culturales recuperados en el reconocimiento arqueológico, se puede trazar las localidades donde hay evidencia de actividad humana para los dos períodos prehispánicos representados en e1 área de estudio, el Clásico Tardío (700-900 dC) y el período de interés para el presente estudio, el Posclásico. El Posclásico se
inicia en 900 dC, pero su última división, llamada el período Protohistórico, es de mayor relevancia aquí por ser el marco de tiempo en que existía Cuscatlán, y se fecha entre aproximadamente 1200 dC y un corto tiempo después de la Cónquista.

La presencia oportuna y abundante de un buen marcador Protohistórico, el grupo cerámico Joateca, ha permitido afinar el control temporal dentro del Posclásico, junto con una cerámica rojo-sobre-beige que probablemente es
otro diagnóstico de la época de Cuscatlán.

La ausencia aparente de marcadores del Posclásico Temprano es curiosa, y forma una laguna entre la buena represencación de diagnósticos Clásico Tardíos y Protohistóricos.

Figura 25 depicta 1a localización de actividad humana en el período Clásico Tardío interpretada para el área de estudio. Una extensión total de aproximadamente 30 hectáreas evidenciaba actividad en este período. El sitio más dramático ocupado en ese entonces estaba situado sobre una alta colina en el occidente del área de estudio, y incluía una sóla estructura, una plataforma elaborada con bloques cortados de talpetate, lo cual sin duda se había conseguido de las capas de talpetate que se ven expuestas por erosión en la misma colina ( figura 22) . No había indicios de actividad en este sitio aparte de en este períódo.

Se identificó cuatro otros sitios con uso en el Clásico Tardío, y que también fueron ocupados posteriormente en el Posclásico. Tres de estas áreas estaban en las terrazas naturales que se levantan al sur de Antiguo Cuscatlán.

El cuarto sitio estaba junto al borde sur del crater que antiguamente contenía la laguna de Cuscatlán, y exhibía abundante cerámica del período, representada en particular por la colección número 85-44. La localidad de esta
colección posiblemente era un antiguo basurero, cortado por una calle de tierra.

Con una mínima de seguridad (por la falta de posibles viviendas aparentes), se interpreta la índole de uso en el Clásico Tardío como residencial, con la posible excepción del mencionado sitio sobre la colina, con su estructura única para el área de estudio. Por su ubicación y la relativa complejidad de su estructura, cabe la posibilidad de que este sitio tuvo una función especializada, Por ejemplo ceremonial.

En figura 26 se presenta las localidades de actividad interpretadas para el períódo Posclásico general. Es importante notar nuevamente que ningún diagnóstico de 1ª primera mitad del período fue encontrado, y esta ausencia
podría indicar una brecha en la actividad humana del área de estudio, entre el Clásico Tardío y el Protohistórico.

Para el Posclásico se ve la utilización extensa, y localmente intensa, de las áreas inmediatas al crater, y de las terrazas naturales al sur de Antiguo Cuscatlán.

Materiales Posclásicos fueron encontrados incluso dentro de la comunidad actual de Antiguo Cuscatlán, donde se halló un basurero erosionado con materiales Protohistóricos (número de colección 85-20). Algunas porciones de estas localidades habían sido ocupadas en el Clásico Tardío, pero la evidencia de su utilización en el Posclásico abarcando aproximadamente 85 hectáreas es casi tres veces mayor en su extensión.

Ocho plataformas fueron registradas en áreas con marcadores exclusivamente Posclásicos, y colecciones con diagnósticos del período fueron recuperadas directamente de dos de ellas. Parecían medir generalmente alrededor de dos por tres metros, y se interpreta su función como residencial, equivalante a los “arranques” de ranchos modernos. Una plataforma típica está representada en
figura 21,. Estas plataformas habían sido dañadas por actividades agrícolas y erosión. Se cree que las rocas comunmente asociadas con concentraciones de tiestos superficiales habían sido desplazadas de plataformas similares. Sin duda, los restos de muchas otras plataformas están enterrados en estas áreas.

Es posible que el tiesto del incensario espigado encontrado en una de las cimas más altas del área de estudio (colección B5-23) pertenece al Posclásico. En todo caso, representa una ofrenda tipicamente mesoamericana, dejada en una altura donde, se creía, moraban entidades sobrenaturales .

Arriba se expuso la posibiliclad de que todo el material Posclásico del área de estudio sólo era de la mitad tardía del período, es decir, del Protohistórico, siendo la época en que existía Cuscatlán. Fue sorprendente encontrar un
abundante marcador Protohistórico en el área que previamente sólo se conocía de Chalchuapa, el grupo cerámico Joateca.

Su distribución (figura 27) paralela en gran medida la ocupación interpretada para el Posclásico general, y esto tiende a reforzar la idea de que la ocupación Posclásica en el área de estudio era sobre todo. Protohistórica.

Discusión de los datos arqueológicos

La falta de materiales anteriores al Clásico Tardío en el área de estudio sigue un modelo de asentamiento humano diacrónico propuesto para el centro de El Salvador ( Sheets 1979:547-547 ; Fowler y Earnest 1983 :25-26) . Las densas poblaciones que habitaban el centro y occidente del territorio nacional en el Preclásico Tardío (400 aC a 250 dC) fueron sujetadas a una masiva erupción volcánica, originándose en la cáldera de Ilopango por el año 260 dC. La erupción consistía en “nubes ardientes” y la caída de enormes
cantidades de ceniza volcánica. Se supone que muchos poblados quedaron sepultados, mientras que los habitantes a mayor distancia de la erupción hubieran podido desplazarse fuera de la zona de desastre. La recolonización de la zona devastada tardó siglos para comenzar, hasta el Clásico Tardío.

Se ha sugerido que los colonizadores estaban relacionados con los chortí.

Los restos Clásico Tardíos identificados en el área de estudio (figura 25) serían un resultado de esta recolonización.

La ausencia en el área de estudio de materiales diagnósticos del Posclásico Temprano, como la cerámica Plomiza Tohil, podría deberse a un cambio en los patrones de asentamiento, o a error de muestreo debido a las limitaciones de pequeñas colecciones superficiales.

Para el período siguiente, que aquí se denomina el Protohistórico (1200 dC hasta poco después de la Conquista), se puede apoyar en el diagnóstico abundante de cerámica Joateca, y se ofrece la posibilidad que otros materiales del Posclásico general encontrados podrían fecharse especificamente al Protohistórico también (figuras 26 y 27).

Entre estos materiales se halla una cerámica relacionada con el grupo cerámico Marihua, y con las tradiciones cerámicas Protohistóricas de Guatemala. Dos plataformas de uso inferido residencial pudieron ser fechadas al Protohistórico en base a la presencia de cerámica Joateca en sus superficies, y se supone que seis plataformas adicionales podrían Pertenecer al mismo período. Se cree que existen vestigios de muchas otras plataformas enterradas en el área de estudio.

Para efectos comparitivos, en el muy bien conservado sitio arqueológico y etnohistórico de Atempa Masahua (cerca al lago de Güija), se registró aproximadamente 2.4 plataformas residenciales visibles por hectárea, con densidades locales arriba de cinco por hectárea (Amaroli 1979). Otros estimados de la densidad de residencias coétaneas (o sea, en uso durante un dado momento) por hectárea para distintos períodos en Mesoamérica son algo uniformes y mayormente varían entre cuatro y siete (Michels L979; Flannery 1’976).

Si se emplea cuatro como un multiplicador conservador, se derivaría un estimado de 340 residencias en los 85 hectáreas con materiales del período bajo discusión. Se cree muy factible que otra extensión por lo menos igual de restos de este período haya sido destruída por urbanización (en parte fuera del área de estudio, en Antiguo Cuscatlán, La Sultana y Jardines de Guadalupe) , lo cual daría un total de aproximadamente 680 residencias.

Erosión y deposición de suelos claramente han sido factores activos en la
destrucción o entierro total de restos culturales en los terrenos desiguales deL área de estudio. No existen datos comparativos en que basarse, pero al riesgo de ser acusado de “jugar con números”, parece razonable y hasta conservador estimar que entre la cuarta parte y la mitad de la extensión total original con restos arqueológicos coétaneos haya sido destruído o cubierto totalmente ( sin indicios en la superficie ) debido a los mencionados factores.

El total de residencias estimadas en este caso sería entre aproximadamente 900 a 1350, con un promedio de 1125.

Por costumbre y con algún fundamento en registros coloniales (Cook y Simpson 1,948) se estima un promedio de cinco personas por residencia en Mesoamérica, una figura que reconoce que la variación real pudo haber sido
considerable. De acuerdo con este multipticador, se estimaría la población del período bajo discusión en el área de estudio como alrededor de 5,600 personas .

Esta suma es extraordinariamente próxima al estimado de 6,500 personas para la población de Cuscatlán, que se calcula en este trabajo a base de fuentes demográficas para eI período inmediato a la Conquista.

La ocupación Protohistórica del área de estudio se extendía desde Antiguo Cuscatlán por los contornos del cráter de la antigua laguna de Cuscatlán y sobre algunas colinas cercanas. Esta es parte del área en que se anticipaba
encontrar vestigios de la antigua comunidad de Cuscatlán.

Evaluación de las hipótesis de trabajo

A este punto se puede retornar a la evaluación de las hipótesis de trabajo, presentadas al principio de esta sección. La primera hipótesis trataba del patrón de asentamiento de Cuscatlán, y la implicación que su centro élite estuviera situado sobre una meseta en el área de estudio se rechaza a base de la evidencia arqueológica.

Sin embargo, se acepta la implicación de una extensa zona residencial con las características predichas. Se puede ofrecer varias posibles alternativas por la aparente ausencia de un centro élite:
1.El centro élite estaba más allá del área de estudio. Al ser cierto, estaría extremadamente separado de la zona residencial Protohistórico
identificada en este estudio.
2.El centro élite había sido destruído completamente. Se considera como muy posible su destrucción mediante la urbanización de Antiguo Cuscatlán y las colonias aledañas. En este caso, el centro élite tampoco no hubiera estado sobre una meseta.
3.El centro élite era radicalmente diferente a los otros conocidos en Guatemala y el occidente salvadoreño, y no dejó restos reconocibles en
la superficie. Esta alternativa no se considera muy aceptable debido a la descripción de Cuscatlán como una “ciudad”, comparable con sitios
conocidos en Guatemala, tal como se explicó anteriormente.

4.El centro élite sí estaba en el área de estudio, pero no se lo localizó debido a error en el reconocimiento. Los errores en reconocimiento
siempre son posibles, y aún más cuando se trata del ambiente ocasionalmente confuso de zonas boscosas.

La segunda hipótesis se trataba de la ubicación de Cuscatlán, y se acepta la implicación de su posible ubicación en las inmediaciones de su sitio etnohistórico; es decir, la vecindad de Antiguo Cuscatlán. No está claro, sin
embargo, si ésto representa su ubicación original, o un traslado desde otro sitio desconocido dentro de poco después de la Conquista.

Finalmente, en la tercera hipótesis se predecía cuales materiales culturales caracterizarían los restos Protohistóricos de Cuscatlán. De las siete clases de artefactos anticipados, para el período Posclásico, y en parte exclusivamente para e1 Protohistórico, se identificó tres en este estudio:
1) una punta bifacial (de flecha) hecha a base de una navaja prismática; 2) cerámica relacionada con el grupo Marihua; y, probablemente, 3) un fragmento de sahumerio(incensario de cuchara) con mango hueco y elaborado en forma de una cabeza humana. El marcador Protohistórico que resultó ser de mayor importancia en el área de estudio, el grupo cerámico Joateca, ni había sido conseiderado e la formulación de esta hipótesis.

RESUMEN

Las investigaciones etnohistóricas y arqueológicas realizadas en este estudio han producido una variedad de datos relativos a la antigua comunidad de Cuscatlán, su provincia y sus probables restos arqueológicos.

Etnohistoria

Las escasas referencias de la época de la Conquista y de temprano en el período colonial concuerdan en describir Cuscatlán ( orginalmente “Cuzcatan”) como la capital de un modesto estado nativo que tenía el mismo nombre. La provincia podría haberse extendido por unos 7,000 kilómetros
cuadrados, un área que hubiera contenido alrededor de 56 pueblos tributarios ( figura 2) , En acuerdo con un patrón común en México central, donde se originó la mayor parte de la cultura manifestada por los habitantes pipiles de Cuscatlán, dos de sus probables pueblos tributarios
(Nahuizalco y (santa Catarina) Masahuat ) estaban “adentro” del territorio de otra jurisdicción política; o sea, se hallaban rodeados por pueblos dependientes de otro centro nativo .

Ha sido posible reconstruir, aunque en forma tenue,1a geografía económica de la supuesta provincia de Cuscatlán ( figuras 4 a 13 ) . Pueblos en distintas regiones se especializaban en una amplia gama de procluctos – más de
veinte que incluían sal, pescado, granos, ropa, tinta, cerámica y cacao. La comunidad de Cuscatlán era notable por su producción de piña. Se sugiere que los diversos productos alimentaban un intensivo intercambio regional, típico de los “mosaicos económicos” característicos de
Mesoamérica.

A través de muchos años, los pipiles de Cuscatlán y otras provincias vecinas han atraído el interés de varios autores, conduciendo a la publicación de muchas ideas especulativas acerca de ellos, y en particular de sus
orígenes. En consideración de la última evidencia etnohistórica, lingüística y arqueológica, es posible ahora trazar un bosquejo más concreto de los orígenes pipiles.

Al igual que muchos otros grupos mesoamericanos, ellos conservaban la tradición de que eran originalmente del famoso centro tolteca de Tula, pero para los pipiles, su relación con Tula parece haber sido más real que
mitológica. Por las distintas vias de evidencia citadas, se ha demostrado una relación directa e íntima entre el territorio salvadoreño y México central entre 900-1200 dC.

Fue en este lapso que se supone fue la llegada de los antepasados pipiles, trayendo con ellos una cultura e idioma vinculados con México central. La evidencia de otras migraciones “pipiles” es muy débil.

En vísperas de la Conquista, Cuscatlán y otra provincia pipil (Izcuintepeque) estaban en guerra con el estado expansionalista cackchiquel, centrado en las tierras altas guatemaltecas, una región caracterizada por pequeñas guerras continuas en la época anterior a la Conquista. Los conflictos encaminados hacia la expansión territorial se originaban, en parte, en las presiones demográficas cada vez más fuertes.

Con respecto a la cuestión de la localización de Cuscatlán, no hay referencias anteriores a 1576, cuando se situaba más o menos donde ahora está Antiguo Cuscatlán.

Esta escasa documentación dejaba abierta dos posibilidades:
1 ) Cuscatlán siempre ha estado en la vecindad del actual pueblo de Antiguo Cuscatlán, o 2) Cuscatlán compartió la experiencia de varios otros centros nativos regionales, y fue obligado a trasladarse dentro de pocos años después de la Conquista, posiblemente desde alguna colina en la comarca de su sitio nuevo.

La población de Cuscatlán

La población de Cuscatlán y su provincia puede ser estimada entre los parámetros de cautela que se ha considerado en este informe. La capital de la provincia puede haber tenido entre 6,400 y 6,600 habitantes en 1520, con 6,500 como una figura promedio. La población total de su provincia ha sido estimada aquí entre l02, 000 y 155,700 personas. Tomando Ia población promedia de 128,000 en sus 7,000 kilómetros de territorio estimado, se calcula una densidad de unas 18 personas por kilómetro cuadrado en la provincia. Esta densidad corresponde muy bien con los resultados de otro estudio anterior de la demoerafía nacional.

Como ya había sido ampliamente documentado para El Salvador y varias otras regiones de Mesoamérica, la introducción de enfermedades del Viejo Mundo fue nada menos que catastrófica para la población nativa, la cual carecía de cualquier inmunidad específica contra ellas. La primera pandemia (epidemia generalizada) debería de haber llegado al territorio nacional durante 1520, cuatro años en avance del arribo de los españoles a Cuscatlán. La mortalidad infligida por ésta y otras pandemias jugó un papel muy importante en facilitar la Conquista.

Debido a una serie continua de pandemias y epidemias regionales, la población de Cuscatlán declinó precipitosamente: alrededor de 75% en los primeros 30 años después del primer contacto con las nuevas enfermedades, y un total de aproximadamente 95% a mediados del siglo XVII, cuando la población llegó a su punto mínimo. Se señala el comienzo
de recuperación en la población después de 1650.

La Conquista y la época posterior
La lenta conquista de la provincia de Cuscatlán tardó varios años, desde 1,524 hasta el establecimiento permenente en 1528 de su nueva capital, la villa de
San Salvador. Tal como se mencionó, la conquista de esta región fue facilitada por el colapso demográfico nativo ocasionado por las nuevas enfermedades, que en parte procedieron a los españoles.

La villa de San Salvador era una colección humilde de ranchos, arreglados al contorno de una plaza irregular (figura 16). Se sugiere la posibilidad de que su ubicación (al sureste del volcán de Guazapa) fue escogida por ser una especie de “tierra de nadie” entre la provincia de Cuscatlán y los vecinos pueblos “chontales” (“extranjeros” en nahuat) de
habla lenca y chortí. Esta situación hubiera evitado conflictos con los nativos por la usurpación de sus tierras.

Cuando la villa se trasladó al sitio actual de San Salvador, aproximadanente 77 años más tarde, es posible que el 7O% de la población nativa original se había muerta en e1 catástrofe demográfico. Para ese entonces no podría haber habido mucha desconformidad con la intrusión de tierras ahora baldias en medio del valle de hamacas para reasentar la villa allí.

Con tanta pérdida de población, el peligro de rebeliones hubiera pasado también debido no sólo a la falta de guerreros sino a la destrucción acompañante de la organización social indígena.

Dependiendo de su rango, los vecinos españoles de la villa de San Salvador fueron asignados tributos de un número de casas indígenas; a veces les “repatieron” una fracción de las casas de un pueblo, o un pueblo entero y
ocasionalmente más de un pueblo. Estas asignaciones, o “encomiendas”, fueron muy desiguales.

Por ejemplo, un pariente de Pedro de Alvarado recibió cuatro veces más
casas de lo que era la cantidad promedia. La mayoría de los españoles con pocas casas asignadas eran analfabetos y seguramente tenían otras desventajas sociales (tabla 8 y figura 77 ) .

La división de las casas en un pueblo entre dos encomenderos parece haber sido el orígen de varios de los “pueblo gemelos” que aún existen en El Salvador, tales como San Juan y San Miguel Tepezontes ( tabla 7 ).

Aunque su provincia fue desarticulada con la Conquista, la comunidad de Cuscatlán persistió, bajando de sus varios miles de habitantes originales hasta sólo unos 35 en 1679 (tabla 4 y figura 13). A pesar de que la segunda mitad del siglo XVII marcó el comienzo de la recuperación demográfica de esta región, y de Mesoamérica en general,

Cuscatlán, bordando en la extinción total, nunca pudo recuperarse efectivamente. Su población en el siglo XVIII era enfermiza, duramente afectada por varias epidemias.

Antes de 177O el proceso de ladinización se llevó la primacía en su población, completándose por 1842. Esta transformación cultural acelerada puede atribuirse a su corta población v su proximidad a la ciudad de San Salvador.

El reconocimiento arqueológico

De principal importancia para este estudio fue el reconocimiento arqueológico que se realizó para confirmar o negar la presencia de restos culturales que podrían relacionarse con la antigua capital de Cuscatlán.

Basándose en una serie de argumentos derivados de la evidencia etnohistórica, se definió un área de estudio que se extendía desde Ia comunidad actual de Antiguo Cuscatlán hacia las colinas al sur, y por los contornos del cráter que hasta el siglo pasado todavía contenía la laguna de Cuscatlán, y hoy es llamado Plan de la Laguna (figura 18).

Se recorrió este área en forma intensiva, registrando materiales culturales y tomando colecciones superficiales con el objetivo de poder identificar artefactos coétaneos con Cuscatlán (figuras 19 y 20), Tabla 9 presenta la
clasificación de estos materiales.

Los datos del reconocimiento pudieron ser interpretados en la siguiente manera. Cualquier evidencia de actividad humana en el área de estudio anterior a la erupción masiva de Ilopango hacia 260 dC haya quedado sepultada debajo de ceniza volcánica. Tal como el resto del centro y occidente
del país, 1a recolonización posterior al desastre volcánico no tomó lugar hasta el Clásico Tardío (700-900 dC ) , cuando se estableció pequeños asentamientos a sur de la antigua laguna de Cuscatlán, y en algunas de las colinas que se levantan al sur de Antiguo Cuscatlán ( figura 25) .
Un sitio inusitado fue asentado sobre una colina alta, y su única
estructura era una plataforma hecha con bloques cortados de talpetate. A diferencia de los demás asentamientos, este último sitio pudo haber tenido una función especializada, posiblemente religiosa.

Después de una posible brecha en ocupación (durante el Posclásico Temprano, 900-1200 dC), se evidencia de ocupación en una zona de aproximadamente 85 hectáreas, cuatro veces mayor en su extensión de aquella interpretada para el Clásico Tardío (figura 26). Principalmente, y
quizás totalmente, esta ocupación era del período Protohistórico
(1200 dC hasta poco después de la Conquista), la época en que vivió la antigua capital de Cuscatlán, y representaba una zona residencial con varias plataformas residenciales todavía expuestas, que hubieran sostenido casas perecederas semejantes a los “ranchos” actuales.

Como un ejercicio arriesgado, se ha estimado la población durante este
período, compensando por las extensiones de restos arqueológicos que hayan sido destruídas por urbanizaciones y otros agentes. En base a procedimientos que han sido aplicados a sitios en Guatemala y México, se estima la
población Protohistórica en aproximadamente 5, 600 personas.

Este estimado concuerda en forma sorprendiente con el cálculo independiente derivado de fuentes demográficas coloniales, de 6,500 habitantes para Cuscatlán en vísperas de la Conquista.

CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES

Cuscatlán era la capital de un modesto estado tributario, que abarcaba un medio centenar de comunidades dentro de una extensión cerca a 7,000 kilómetros cuadrados.

El área general de su probable sitio fue identificado a través de evidencia etnohistórica como la vecindad de Antiguo Cuscatlán, lo cual es el descendiente lineal de la comunidad prehispánica. Mediante un reconocimiento arqueológico de esta área de estudio se pudo definir varias localidades más o menos contiguas con restos superficiales correspondientes a la época de Cuscatlán (el período Protohistórico), con un área total alrededor
de 85 hectareas. Se estima que por lo menos otra extensión igual había sido destruída, principalmente por e1 proceso de urbanización.

De acuerdo con 1a evidencia superficial, los restos eran de una zona residencial, muy posiblemente de un componente único Protohistórico en su mayor parte. Algunas localidades también mostraban evidencia de una ocupación anterior en el período Clásico Tardío. En un ejercicio
arriesgado, y tomando en cuenta su evidente destrucción parcial, se ha estimado una posible población de unas 5,400 personas para esta zona en el Protohistórico. Esta figura es muy similar a la población estimada para Cuscatlán a base de fuentes demográficas, de 6,500 personas en vísperas
de la Conouista.

Puesto que Cuscatlán era la única comunidad del período Protohistórico reportada en la vecindad del área de estudio, y dada la correspondenica notada arriba en las poblaciones estimadas, se concluye que los restos arqueológicos bajo discusión representan parte de 1a zona residencial de Cuscatlán.

Se esperaba identificar los restos del “núcleo élite” de Cuscatlán dentro del “área de estudio”. Se anticipaba que ésto incluiría las ruinas de las residencias de los gobernantes (“palacios”), priámides pequeñas y por lo menos una cancha del antiguo juego de pelota. No se localizó indicios de un núcleo étite en el reconocimiento arqueológico.

Hay varias posibles explicaciones por su aparente ausencia en el área de estudio, pero la más favorecida es que había sido destruido por la amplia urbanización de Antiguo Cuscatlán y las colonias aledañas.

Es necesario señalar otra posibilidad, aunque se considera más remota. Es concebible que la zona residencial arqueológica identificada en este estudio represente un reasentamiento posterior a la Conquista de La comunidad
de Cuscatlán, desde alguna ubicación desconocida. Se ha resumido varios casos de traslado fotzado de comunidades en Guatemala entre 1540-1550, y Cuscatlán podría haber formado parte de este patrón.

El acelerado proceso de urbanización en este sector parece garantizar la pronta destrucción de lo que resta de la zona habitacional de Cuscatlán. Sería muy recomendable conservar una parte de esta zona. Investigaciones arqueológicas futuras podrían extraerle datos valiosos para arrojar lus sobre la forma de vida e historia cultural dentro de la antigua comunidad, pero ésto sólo sería posible realizar si se eonserva un área inmediatamente.

Aparte de su valor potencial arqueológico, los restos de Cuscatlán representarían algo muy particular y especial en este país de “cuscatlecos”, siendo una parte integral del concepto local de nacionalidad.

Para atender la urgente necesidad de conservar una porción de este sitio, se recomienda lo siguiente:
A. Para determinar cúales son las áreas de mayor significado arqueológico, se debe de realizar un programa limitado de sondeo probabilístico a través del sitio.
B, Al determinar esta(s) área(s), se debería decidir la manera más factible de efectuar su conservación en negociaciones conjuntas con los propietarios, representantes pertinentes del gobierno y arqueológos.
C. Si el procedimiento descrito en A y B no puede ser implimentado, se recomendaría la conservación de las áreas indicadas en figura
28. Estas áreas fueron definidas únicamente a base de una evaluación superficial, pero exhibían una amplia variedad de materiales, incluyendo plataformas residenciales. Los linderos que se indican en la figura son
aproximados, y los límites reales deberían ser determinados por un arqueólogo en el campo. Las tres áreas pueden describirse como sigue:
1. Las colinas hacia el sur de Antiguo Cuscatlán con restos Protohistóricos y, en parte , CLásico Tardíos.
2.Un área plano inmediato al suroeste del crater de “Plan de la Laguna’, con restos Protohistóricos y Clásico Tardíos.
3. El sitio Clásico Tardío con una plataforma elaborada con bloques cortados de talpetate. Situado sobre una alta colina en el occidente del área de estudio.

D. Finalmente, por medio de reglamentos especiales u otras provisiones eficaces, se debe de condicionar 1a aprobación de proyectos de
construcción en las áreas con restos arqueológicos identificados en el área de
estudio (figura 19), para que no se modifiquen las áreas sin que se haya efectuado un estudio arqueológico para determinar el significado de
los restos presentes.

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Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /3. Giovanni Arrighi

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /3. Giovanni Arrighi
16 maggio 2013 di Daniele Balicco
(Le prime due parti di questo saggio, dedicate a Fredric Jameson e a David Harvey)

Anche il capolavoro saggistico di Giovanni Arrighi, Il lungo XX secolo21, è un lavoro teorico che parte dalla crisi capitalistica di inizio anni Settanta. Come Jameson, Arrighi decifra le trasformazioni violente che questa crisi ha generato, elaborando una periodizzazione di lungo periodo. Nello stesso tempo, il suo lavoro segue anche la direzione di Harvey, almeno per quanto riguarda l’attenzione con cui analizza le metamorfosi geografiche dei cicli sistemici di accumulazione.

E tuttavia, a differenza dei primi due, il suo lavoro si muove su coordinate davvero molto vaste, coordinate che coincidono, per quanto riguarda lo spazio, con il sistema-mondo; e per quanto riguarda il tempo, con l’intero ciclo dell’era moderna, dall’emergere del capitalismo nel sistema delle città-stato italiane rinascimentali, fino alla crisi dell’egemonia statunitense di questi ultimi decenni.

Tre sono gli autori guida alla base di quest’ambizioso progetto di ricerca: Marx, Gramsci e Braudel. Ma fra i tre è sicuramente quest’ultimo l’autore decisivo, quello con cui rilegge, riposizionandole sulla longue durée del sistema-mondo, tanto la logica dell’accumulazione marxiana, quanto la riflessione di Gramsci su dominio ed egemonia.

Può sembrare strano, ma Arrighi di formazione è un economista neoclassico. Si laurea infattti all’Università Bocconi di Milano alla fine degli anni Cinquanta, con l’intento di portare avanti l’azienda del padre, che è morto pochi anni prima. Il nonno materno, un ricco industriale tessile, gli sconsiglia però di mettersi a lavorare come imprenditore, perché, secondo lui, non ne ha la stoffa.
E infatti, dopo pochi anni, Arrighi capisce chiaramente che la sua passione è la ricerca: nel 1963 vince una borsa dell’Università di Londra per una cattedra di economia in Rhodesia (l’attuale Zimbabwe). Il contatto con la realtà politica africana – sono gli anni della decolonizzazione – e la conoscenza di antropologi come Clyde Mitchell e Jaap Van Velsen, che lavorano nella sua stessa facoltà, metteranno definitivamente in crisi i modelli matematici acquisiti nella formazione bocconiana.

Inizia qui il suo abbandono dell’economia neoclassica per la sociologia storico-comparativa. Risultato di questa metamorfosi teorica è il suo primo libro, Struttura di classe e sovrastrutture in Africa22, tradotto in italiano nel 1969 da Einaudi. Già in questo primo saggio emergono nitidamente due temi centrali della sua interpretazione del capitalismo.

Il primo: per comprendere le forme dello sviluppo di una qualsiasi regione o Stato-nazione è fondamentale conoscere la struttura del capitalismo, così come si è organizzata a livello mondiale: quali potenze dominanti, quali polarità, quali gerarchie. Il secondo: la trasformazione dei lavoratori in forza lavoro salariata non sempre e non ovunque è condizione necessaria per lo sviluppo del modo di produzione capitalistico.

Nel 1969 Arrighi torna in Italia, giusto in tempo per essere parte di quei movimenti antisistemici su cui poi rifletterà a lungo, almeno fino alla pubblicazione nel 1989 di Antisystemic Movements, insieme a Wallerstein e Hopkins23.

Il decennio italiano, prima come professore di sociologia a Trento, poi ad Arcavacata, è segnato infatti, oltre che dall’insegnamento, da un’intensa attività politica. Sono questi gli anni in cui fonda a Milano, insieme a Romano Madera e Luisa Passerini, il Gruppo Gramsci, con l’intento di elaborare una strategia politica orientata verso l’autonoma di classe24.
Da subito inizia ad interrogarsi sulla natura della crisi economica che in quegli anni sta sconvolgendo l’Occidente. Leggerà l’inconvertibilità del dollaro in oro, imposta da Nixon nel ’71, come un segnale non equivocabile: gli Stati Uniti stanno modificando le regole e l’organizzazione del capitalismo mondiale. Questo significa che l’ordine geopolitico costruito nell’immediato dopoguerra sta per essere superato.
Negli studi più importanti di questo periodo – Verso una teoria della crisi capitalistica25 e Geometria dell’imperialismo26 – Arrighi cerca costantemente di smarcarsi dalle intepretazioni marxiste dominanti. Anzitutto, legge la crisi di inizio anni Settanta come una crisi da caduta del saggio di profitto e non da sovrapproduzione, come fu, invece, quella del 1929.
Una lettura corretta e tuttavia parziale che solo negli anni successivi approfondirà introducendo, nel quadro generale, il fattore scatenante: l’esacerbarsi della competizione inter-capitalistica. Nello stesso tempo proverà a mettere in crisi anche il paradigma leninista e la sua interpretazione dell’imperialismo.
Attraverso la lettura di Hobson27 Arrighi scompone le forme di dominio inter-statale in età moderna in quattro modalità operative sempre coesistenti: colonialismo, impero formale, impero informale, imperialismo. L’imperialismo dunque non rappresenterebbe più, come invece in Lenin, l’ultima fase dello sviluppo dei rapporti inter-statali, quanto una modalità operativa standard, coesistente insieme ad altre.
Senza entrare nel merito di questa lettura, va comunque almeno segnalato che, adottando questa prospettiva, Arrighi di fatto elide il nodo centrale dell’interpretazione leninista che vede nell’imperialismo la proiezione geopolitica del potere finanziario, come unità di potere bancario e potere industriale28.
All’inizio di questo paragrafo abbiamo scritto che lo studio di Braudel rappresenta per Arrighi l’incontro teorico fondamentale, ma, come ora è evidente, è un incontro tardivo. È solo con il suo trasferimento nel 1979 al Fernard Braudel Center di Binghamton, nello stato di New York, che la lezione dello storico francese, mediata dalla scuola di sistemica di Hopkins, Wallerstein e Frank, si trasforma nella chiave teorica capace di decifrare il significato dell’espansioni finanziarie come fenomeno storico ricorrente e non come stadio ultimo e finale dell’accumulazione, come invece in Hilferding o, ancora, in Lenin.
Soprattutto nel Braudel di Civiltà materiale, economia e capitalismo29 Arrighi trova in un colpo solo l’interpretazione guida per comprendere il nesso che lega crisi economica degli anni ’70 e successiva espansione del potere finanziario statunitense. Per Braudel, infatti “ogni evoluzione complessiva [dell’ordine capitalistico] sembra annunciare, con lo stadio del rigoglio finanziario, una sorta di maturità: è il segnale dell’autunno”30.
Se si studia, infatti, la storia del capitalismo come la storia di lunga durata di un meccanismo astratto di accumulazione di potere e di ricchezza (e non esclusivamente come modo di produzione) è possibile rilevare alcune costanti di fondo e almeno una ricorrenza precisa: ogni volta che la potenza egemone di una determinata configurazione storica abbandona il campo della produzione di beni per la speculazione finanziaria, la sua sovranità sul sistema inizia a vacillare.
La finanziarizzazione rappresenterebbe dunque l’autunno di un potere, o più precisamente, il momento conclusivo del ciclo sistemico di accumulazione. Quest’ultimo concetto è particolarmente importante perché mostra come Arrighi riposizioni la struttura logica del modo di produzione capitalistico, così come è stato descritta da Marx nel Capitale, sulla longue durée dischiusa dalle analisi di Fernard Braudel:
La formula generale del capitale di Marx (D-M-D¹) può essere considerata descrittiva non solo della logica dei singoli investimenti capitalistici, ma anche di un modello ricorrente del capitalismo storico come sistema mondiale. L’aspetto principale di questo modello è costituito dall’alternanza di epoche di espansione materiale (le fasi D-M dell’accumulazione di capitale) e di epoche di rinascita e di espansione finanziaria (le fasi M-D¹).
Nelle fasi di espansione materiale il capitale monetario «mette in movimento» una crescente massa di merci (inclusa la forza-lavoro mercificata e le doti naturali); nelle fasi di espansione finanziaria una crescente massa di capitale monetario «si libera» dalla sua forma merce, e l’accumulazione procede attraverso transazioni finanziarie (come nella formula marxiana abbreviata D-D¹). Insieme, le due epoche o fasi formano un intero ciclo sistemico di accumulazione.
A questo punto, Arrighi inizia un’appassionante ricostruzione storica, economica e politica. Retrocede, insieme a Braudel, alla fine del Medioevo e prova a verificare la tenuta di questo modello interpretativo. Costruisce così una periodizzazione di lunghissima durata, individuando quattro cicli sistemici di accumulazione.
Il primo coincide con “il lungo XVI secolo italiano” (1350-1650), e si concentra in particolare sulla crisi del potere di Venezia, Milano e Firenze fino allo stabilirsi dell’alleanza politica fra Genova (potere finanziario) e corona castigliana (potere militare).
Se paragonate alle altre città stato italiane rivali, Genova è una piccola città di modeste dimensioni e priva di difesa militare. Cionondimeno, ha una classe capitalistica molto dinamica, organizzata in una diaspora cosmopolita, strutturata in una rete internazionale gravitante su alcune piazze controllate.
Per oltre due secoli, questa struttura reticolare riuscirà a dominare la finanza internazionale sfruttando la competizione europea per la conquista di capitale mobile a proprio vantaggio. La “nazione” genovese ha però un problema serio, essendo priva di protezione militare; di qui l’alleanza con gli spagnoli, a cui finanzia le esplorazioni fuori dal Mediterraneo, anche per mettere sotto scacco il monopolio veneziano delle rotte commerciali orientali.
Il centro di questo primo ciclo è per questa ragione anfibio: il potere militare e territoriale gravita intorno alla corona spagnola che si serve del potere finanziario genovese, in un primo tempo per consolidarsi, quindi per scoprire e costruire un vero e proprio impero mondiale.
Nel secondo ciclo sistemico, che va dalla fine del XVI secolo fino alla metà del XVIII, protagonista è invece l’Olanda. Rispetto a Genova, le Province Unite hanno una forma ibrida: conservano alcuni elementi delle città stato italiane che vengono però combinati con prerogative proprie dei nascenti stati nazionali. L’Olanda esprime infatti un’organizzazione interna capace di contenere potere sufficiente da renderla indipendente dalla Spagna imperiale e da riuscire a costruire, nello stesso tempo, una rete di avamposti esterni capaci di erodere, poco a poco, la supremazia marittima e commerciale spagnola e, nell’area dell’Oceano Indiano, portoghese.
Tra il 1620 e il 1740 Amsterdam diventa il primo mercato azionario internazionale in seduta permanente. Può essere considerata come la prima borsa mondiale, nodo strategico centrale di una rete internazionale di avamposti, costruita e controllata da “compagnie privilegiate”, come la potentissima VOC.
Con l’ascesa della Gran Bretagna, nella seconda metà del Settecento, si struttura il terzo ciclo sistemico, che si protrae fino agli inizi del XX secolo. Rispetto alle Province Unite, l’Inghilterra è un vero e proprio stato. Essendo un’isola, non ha grandi problemi territoriali, a differenza di Francia, Spagna, Germania e Olanda. La sua classe dirigente, non dovendo finanziare guerre per proteggere o espandere confini, si specializza subito nella competizione mercantile, riuscendo a costruire un impero marittimo senza precedenti per estensione e per possibilità di controllo di risorse naturali e umane.
Se dunque rispetto al ciclo genovese le Province Unite erano state capaci di coordinare capacità militare, strutture mercantili e potere finanziario, rispetto a quello olandese, l’Inghilterra riesce a incorporare al suo interno anche lo sviluppo produttivo: il controllo mondiale di materie prime e di forza lavoro si combina con la rivoluzione industriale, trasformando Londra, contemporaneamente, in centro manifatturiero del mondo e in centro finanziario.
L’ultimo ciclo sistemico è quello dominato dagli Stati Uniti d’America, dalla fine del XIX secolo fino ad oggi. Con l’emergere degli USA come potenza dominante si dilatano ulteriormente le dimensione interne del centro di accumulazione di potere – non più uno stato-isola, ma un vero e proprio stato-continente; inoltre, la capacità di produzione industriale raggiunge dimensioni tali da garantire protezione militare ed economica ad un numero elevato di Stati satelliti, subordinati o alleati. Ma nell’organizzazione complessiva del sistema mondiale, l’innovazione statunitense riguarda soprattutto il controllo dei mezzi di transazione: per la prima volta produzione e consumo vengono coordinati in un apparato produttivo multinazionale integrato.
Ridotta ai minimi termini, l’analisi di Arrighi è dunque abbastanza lineare: ogni ciclo sistemico conosce una prima fase di espansione materiale, nella quale il soggetto egemone coordina a proprio vantaggio il mercato mondiale; e una seconda fase di espansione finanziaria, dove la potenza egemone declinante abbandona il campo della produzione diretta per dominare il sistema attraverso la finanza, mentre nuove realtà si scontrano per emergere come leader del ciclo sistemico successivo.
Esattamente come con l’accumulazione marxiana, Arrighi riformula i concetti gramsciani di egemonia e di dominio spostandoli dal conflitto fra classi all’interno di uno Stato, al conflitto fra Stati all’interno del sistema-mondo: il concetto di «egemonia mondiale» si riferisce in particolare al potere di uno stato di esercitare le funzioni di leadership e di governo su un sistema di stati sovrani.
In teoria, questo potere può implicare solo la gestione ordinaria di tale sistema secondo le modalità proprie di ciascuna epoca. Storicamente, tuttavia, il dominio su un sistema di stati sovrani ha sempre comportato qualche tipo di azione trasformatrice che ha mutato in maniera fondamentale il modo di operare del sistema.
Questo potere è qualcosa di più e di diverso dal «dominio» puro e semplice. È il potere associato al dominio, accresciuto dall’esercizio della «direzione intellettuale e morale». […] [Per questa ragione] nel nostro schema, […] mentre concepiremo il dominio come basato principalmente sulla coercizione, l’egemonia sarà intesa come il potere aggiuntivo che deriva a un gruppo dominante dalla sua capacità di porre su un piano «universale» tutte le questioni intorno alle quali ruota il conflitto.31
Sta qui la ragione per la quale il passaggio da un ciclo sistemico all’altro avviene quando al dominio della potenza declinante si sostituisce una nuova egemonia capace anzitutto di mettere ordine al caos creato dai problemi del sistema precedente. La nuova leadership dovrà infatti essere in grado di innovare tanto le regole del mercato mondiale quanto l’esercizio della forza militare, assumendosi l’onore della coordinazione politica e delle tecniche di protezione dell’intero sistema.
Non è dunque un caso se ad ogni salto sistemico le dimensioni territoriali della potenza egemone si dilatano: tanto più grande lo spazio da governare tanto più complessi i problemi organizzativi, produttivi, finanziari e militari da risolvere e guidare. Nello stesso tempo, tuttavia, questa progressione lineare conoscerebbe al proprio interno anche un movimento in direzione contraria, di recupero di tecniche di governo sperimentate nel ciclo precedente.
Facciamo solo due esempi. L’Olanda rispetto a Genova è un piccolo stato nazione capace di incorporare i costi della protezione militare che la “nazione” genovese invece aveva appaltato all’esterno, alleandosi con la corona spagnola.
Nello stesso tempo, però, le Province Unite recuperano strategie militari e strutture di governo proprie del capitalismo monopolistico veneziano, il modello sconfitto dall’egemonia genovese. Allo stesso modo, gli Stati Uniti rispetto all’Inghilterra sono un continente capace di pianificare verticalmente produzione e consumo, ma per far questo utilizzano avamposti commerciali (le multinazionali) che recuperano modalità operative già sperimentate dalle compagnie “privilegiate” olandesi.
Questa oscillazione a pendolo viene interpretata da Arrighi attraverso l’alternarsi, nella storia del capitalismo mondiale, di due diverse tipologie di accumulazione: una cosmopolita/imperiale e una aziendal-nazionale. La prima – genovese/iberica e britannica – avrebbe avuto una funzione estensiva, essendo responsabile di gran parte dell’espansione geografica del capitalismo moderno.
Se infatti sotto i genovesi il mondo fu scoperto, sotto gli inglesi fu conquistato. La seconda tipologia – olandese e statunitense – invece avrebbe svolto una funzione intensiva, di consolidamento di potere. Sotto il dominio olandese la “scoperta” del mondo, operata dagli iberici, partner dei genovesi, fu consolidata in un sistema di depositi commerciali e società per azioni privilegiate convergenti sulla borsa di Amsterdam; sotto quello americano, la conquista britannica del mondo fu stabilizzata in un sistema di mercati nazionali e corporazioni multinazionali avente come suo centro di gravità il governo degli Usa.
Come si può evincere, anche solo da questa breve esposizione, la formazione neoclassica in Arrighi sicuramente scompare come lente teorica, ma sopravvive a tratti come forma mentis orientata da una continua, e talora ossessiva, attitudine modellizzante.
Il lungo XX secolo si chiude provando ad individuare l’area continentale che potrebbe sostituire il dominio americano esercitando una nuova egemonia. Arrighi scommette sull’Asia orientale, in particolare sul Giappone (ma siamo solo nel 1994) e su tutta la rete manifatturiera e finanziaria che si è sviluppata, a partire dalla Guerra di Corea, sotto la sua orbita di influenza (Corea del Sud, Taiwan, Singapore, Honk Kong).
L’evolversi del quadro internazionale nei decenni successivi avrebbe confermato e, nello stesso tempo, smentito questa previsione. Come indicava Arrighi, il centro manifatturiero del mondo si è spostato in Asia orientale, ma è la Cina, e non il Giappone, lo stato che più di ogni altro ha le caratteristiche sistemiche per sostituire la leadership mondiale degli Stati Uniti.
Due anni prima di morire, Arrighi pubblica Adam Smith a Pechino32, volume interamente dedicato alla Cina e alla “rivoluzione industriosa”, oltre che industriale, di cui sarebbe artefice. Va detto che il suo ultimo lavoro è un libro controverso, sicuramente più per le analisi fantasiose sulla presunta qualità smithiana dello sviluppo capitalistico cinese che per i ragionevoli interrogativi sui modi della transizione della leadership mondiale.
Ne riporto due. Il primo: nonostante la Cina sia di fatto il centro manifatturiero del mondo, gli Stati Uniti potenza economica declinante mantengono tuttavia il controllo mondiale dell’esercizio della forza militare (Standing Army), un controllo che non conosce, e per molto ancora non conoscerà, rivali credibili.
Il secondo: per la prima volta nella storia dei cicli sistemici la potenza declinante non è prestatrice mondiale di liquidità, ma, esattamente all’opposto, è epicentro del flusso di capitali mobili mondiali. Si apre così in realtà un plausibile scenario di caos sistemico, dove, parafrasando Schumpeter “prima di soffocare (o respirare) nella prigione (o nel paradiso) di un impero mondiale postcapitalistico o di una società mondiale di mercato postcapitalistica, l’umanità potrebbe bruciare negli orrori (o nelle glorie) della crescente violenza che ha accompagnato la liquidazione dell’ordine mondiale della guerra fredda.
Anche in questo caso la storia del capitalismo giungerebbe al termine, ma questa volta attraverso un ritorno stabile al caos sistemico dal quale ebbe origine seicento anni fa e che si è riprodotto su scala crescente a ogni transizione. Se questo significherà la conclusione della storia del capitalismo o la fine dell’intera storia dell’umanità, non è dato sapere”33
Bibliografia
G.Arrighi, The Long Twentieth Century, Verso Book, London- New York 1994 (tr.it Il lungo XX secolo, Il Saggiatore, Milano 1996).
Id, Adam Smith in Beijing: Lineages of the Twenty-First Century, Verso, London 2007 (tr.it Adam Smith a Pechino. Genealogie del Ventunesimo secolo, Feltrinelli, Milano 2008).
Id, Capitalismo e (dis)ordine mondiale, (a cura di) G.Ceserale – M.Pianta, Manifestolibri, Roma 2010
G.Arrighi–T.K.Hopkins–I.Wallerstein, Antisystemic Moviments, VersoBook, London-New York 1989 (tr.it Antisystemic Moviments, Manifestolibri, Roma 1992).
M.Postone, Theorizing the Contemporary World: Robert Brenner, Giovanni Arrighi, David Harvey in Political Economy and Global Capitalism: The 21st Century, Present and Future, (edited by) R.Albritton-B.Jessop-R.Westra, Anthem, London 2010.
G.Ceserale, La lezione di Giovanni Arrighi in G.Arrighi, Capitalismo e (dis)ordine mondiale, cit.
Note
21 G.Arrighi, The Long Twentieth Century, Verso Book, London- New York 1994 (tr.it Il lungo XX secolo, Il Saggiatore, Milano 1996)
22Id, The Political Economy of Rhodesia, The Hague, Mouton Press 1967 (tr.it Struttura di classe e sovrastrutture in Africa, Einaudi, Torino 1969)
23G.Arrighi – T.K.Hopkins – I.Wallerstein, Antisystemic Moviments, Verso Book, London-New York 1989 (tr.it Antisystemic Moviments, Manifesolibri, Roma 1992)
24“Consideravamo che il nostro principale contributo al movimento non fosse di fornire un sostituto di sindacati e partiti, ma un aiuto offerto alle avanguardie dei lavoratori da parte di studenti e intellettuali perché sviluppassero la loro autonomia – autonomia operaia – attraverso la comprensione dei processi più ampi a livello nazionale e globale all’interno dei quali si attuava la loro lotta. In termini gramsciani questo significava formare gli intellettuali organici della classe operaia” in I tortuosi sentieri del capitale. Intervista con David Harvey in G.Arrighi, Capitalismo e (dis)ordine mondiale, (a cura di) G.Ceserale – M.Pianta, Manifestolibri, Roma 2010, p.34.
25G.Arrighi, Verso una teoria della crisi capitalistica in «Rassegna Comunista», 2-3-4-5-7, 1972-3.
26Id, La geometria dell’imperialismo: i limiti del paradigma hobsoniano, Feltrinelli, Milano 1978
27J.Hobson, Imperialism, James Nisbet & Co., London 1902
28Su limiti dell’interpretazione di Arrighi del paradigma leninista seguo: G.Ceserale, La lezione di Giovanni Arrighi in G.Arrighi, Capitalismo e (dis)ordine mondiale, cit., p.13.
29F.Braudel, Civilisation matérielle et capitalisme, Colin, Paris1967 (tr.it Civiltà materiale, economia e capitalismo (secoli XV-XVIII), Einaudi, Torino 1982)
30Ivi, vol.III, p.235.
31 G.Arrighi, The Long Twentieth Century, cit. pp. 49-51.
32Id, Adam Smith in Beijing: Lineages of the Twenty-First Century, Verso, London 2007 (tr.it Adam Smith a Pechino. Genealogie del Ventunesimo secolo, Feltrinelli, Milano 2008)
33 Id, The Long Twentieth Century, cit. p.466.
[Immagine: Andreas Gursky, Chicago, Board of Trade II (gm)].

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /2. David Harvey

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /2. David Harvey
9 maggio 2013
di Daniele Balicco e Pietro Bianchi

Molto diversa rispetto a quella di Jameson – che resta, nella solo apparente bulimia teorica, un marxista occidentale standard – l’impostazione teorica di David Harvey. A dire il vero, il suo percorso intellettuale è così particolare da poter essere considerato quasi un unicum all’interno delle vicende del marxismo internazionale di fine secolo. Non soltanto perché il suo ambito disciplinare – la geografia – lo colloca in una posizione strutturalmente eterodossa rispetto alla tradizione marxista, ma anche per il relativo isolamento che caratterizzerà buona parte della sua vita intellettuale, fino all’indubbio successo degli ultimi anni.

Harvey compie la sua formazione all’Università di Cambridge; le sue prime ricerche di geografia storica riguardano la coltivazione del luppolo nel Kent del XIX Secolo. Anche il suo primo lavoro importante, Explanation in Geography8, pubblicato nel 1969, è relativamente tradizionale. Tuttavia già in questi primi anni di apprendistato si nota un bisogno positivista di dare respiro sistematico ad un disciplina, come la geografia, ancora chiusa in quello che Harvey definisce «eccezionalismo», ovvero la tendenza a concepire i propri oggetti di studio come una sequenza di casi particolari sprovvisti di una qualsivoglia legge universale9.

La svolta, allo stesso tempo politica e accademica, avviene nel 1970 con il trasferimento negli Stati Uniti, alla Johns Hopkins University di Baltimora. Qui Harvey inizia a lavorare in un dipartimento interdisciplinare che amplia i suoi punti di riferimento teorici ben oltre i confini della geografia; incontra un milieu teorico già orientato verso tematiche radicali, il movimento contro la guerra del Vietnam e una città che può essere considerata un laboratorio di sviluppo urbano contemporaneo per le vertiginose ineguaglianze sociali che produce.

Il suo lavoro del 1973, Social Justice and the City10, rappresenta il suo definitivo incontro con il marxismo. Tuttavia è solo a partire dalla seconda metà degli anni Settanta, con The Limits to Capital11, il suo lavoro teorico più ambizioso e più sistematico, che la sua originale impostazione teorica raggiunge piena maturità.

Harvey ci lavora per quasi un decennio, trascorrendo anche un anno di studi a Parigi (esperienza alla base di un successivo studio – che è probabilmente il suo capolavoro saggistico – sulla trasformazione urbanistica, sociale e politica della Parigi di Hausmann12). Alla pubblicazione del libro, che avverrà solo nel 1982, le reazioni furono tuttavia abbastanza fredde. Il lavoro venne sostanzialmente ignorato, perfino nel dibattito economico marxista (unica eccezione, la recensione negativa di Michael Lebowitz sulla Monthly Review).

Harvey scontava senz’altro la poca familiarità che molti studiosi marxisti avevano con la disciplina geografica. Tuttavia, non è difficile riconoscere che la lenta penetrazione delle tesi di Harvey nel dibattito teorico internazionale derivi soprattutto dalla novità del suo approccio. Oggi, a distanza di oltre tre decenni dalla pubblicazione, The Limits to Capital è universalmente riconosciuto come il punto di riferimento imprescindibile di quanto, nella teoria internazionale, cade sotto il nome di «materialismo storico-geografico».

Harvey costruisce la propria argomentazione attraverso un confronto serrato con i tre volumi del Capitale, riducendo al minimo i riferimenti alla letteratura secondaria. La caratterista principale di quest’opera è infatti quella di essere un appassionato close reading del testo marxiano. Del resto, i suoi seminari universitari di lettura del Capitale, che vanno avanti ininterrottamente dal 1971 (e che hanno avuto negli ultimi anni, grazie alla pubblicazione su web – www.davidharvey.org – un successo planetario) oltre a provare il suo indubbio talento divulgativo, mostrano molto bene il suo metodo di lavoro.
L’idea di fondo di The Limits to Capital è relativamente semplice: analizzare il processo di accumulazione capitalistico attraverso la lente della sua articolazione spaziale. Diversamente da Jameson, Harvey astrae «da un certo tipo di complessità (la complessità empirica della vita di ogni giorno), in modo da rendere visibile un’altra complessità, la complessità dei processi sottostanti che appaiono nella forme»13.
Seguendo Marx, Harvey legge il rapporto di capitale come un rapporto strutturalmente fondato su una contraddizione: il processo di accumulazione, infatti, è per un verso caratterizzato da spiccati tratti di omogeneizzazione (l’universalità del valore divenuto denaro), ma per un altro tende ad esprimersi sempre in forme particolari differenti.
Alla coppia concettuale astratto/concreto, che Marx mutua da Hegel, si sovrappone così la coppia omogeneo/differente. Secondo Harvey, la mobilità e rapidità della ristrutturazione dei processi di accumulazione intrattiene sempre un rapporto dialettico con la dimensione concreta dello spazio.
Da un lato infatti, la dimensione spaziale permette e fluidifica i processi di accumulazione in un certo luogo, ma dall’altro lato può esserne un ostacolo nel momento in cui, ad esempio, la rigidità del capitale fisso impedisce la rapidità di un processo di ristrutturazione.
In Harvey dunque, lo spazio non è un’alterità inerte e immutabile che si oppone dall’esterno al processo di accumulazione; semmai è un soggetto in continua trasformazione (o meglio, il risultato di un rapporto sociale antagonistico) nel quale si sono sedimentati i cicli precedenti e le crisi che l’hanno attraversato. È qui che vediamo l’ambiguità della parola limit, essendo contemporaneamente un ostacolo che frena il processo di accumulazione e insieme il limite del modo di produzione capitalistico che deve essere superato ad ogni ciclo.
Per Harvey la circolazione di capitale è caratterizzata da una fondamentale e ineliminabile instabilità: da un lato perché si producano dei profitti è necessario impiegare lavoro vivo nel processo produttivo; dall’altro, l’innovazione tecnologica tende ad espellere sempre di più lavoro vivo – l’unica fonte del valore – dalla produzione.
Il lavoro vivo, pur necessario, tende paradossalmente ad essere sostituito dall’innovazione tecnologica nella produzione. Il risultato è quella forma di irrazionalità capitalistica che emerge nitidamente nei periodi di crisi, dove coesistono enormi capacità produttive inutilizzate e disoccupazione di massa.
In questi casi, i surplus sia di capitale fisso che di forza-lavoro, che non riescono a essere assorbiti, inducono un processo di svalutazione (sotto forma o di merci invendute o di capacità produttive sottoutilizzate o di disoccupazione). A rigor di logica sarebbe possibile avere, a seconda dei rapporti di forza o a causa di squilibri nella composizione, solo surplus di capitale fisso o solo di forza-lavoro.
Tuttavia, Harvey è interessato soprattutto a quei momenti storici nei quali il capitale incontra una crisi strutturale, dove vi è un surplus che non riesce a essere assorbito in entrambi i poli della relazione. Questa contraddizione fondamentale che non può essere risolta una volta per tutta, può tuttavia generare dei temporanei processi di ristrutturazione che si muoveranno lungo due direttrici: o temporali o spaziali.
Nelle direttrici temporali, attraverso la creazione di capitale fittizio, viene dilazionato nel tempo l’impatto con lo squilibrio fondamentale nella produzione (processi di finanziarizzazione). Ma è sulle direttrici spaziali che Harvey concentra la sua attenzione, contribuendo ad uno sviluppo innovativo delle teorie marxiane della crisi. La domanda fondamentale di The Limits to Capital sarà dunque: in che modo il capitale riesce a evitare momentaneamente la propria svalutazione tramite una ristrutturazione spaziale?
Secondo Harvey, è indubbio che Marx abbia privilegiato la dimensione temporale su quella spaziale: «il fine ultimo e l’obiettivo di chi è impegnato nella circolazione del capitale deve essere, dopotutto, controllare il surplus di tempo di lavoro e convertirlo in profitto all’interno del tempo di rotazione socialmente necessario»14.
Tuttavia, se si osservano le dinamiche geografiche dello sviluppo capitalistico, è altresì indubbio che storicamente il capitale esprima una continua tensione verso il superamento delle barriere spaziali o, più precisamente, verso l’annientamento dello spazio mediante il tempo. E tuttavia questa compressione spazio/temporale può essere raggiunta soltanto tramite una continua riconfigurazione spaziale. Si giunge così al paradosso di un’organizzazione dello spazio finalizzata, capitalisticamente, al superamento dello spazio stesso. Harvey definisce spatial fix il modo attraverso cui lo spazio organizza il superamento del proprio stesso limite.
Nonostante questi diversi significati di fix possano apparire contraddittori [ndr: “fissare” “inchiodare” e “aggiustare” “risolvere un problema”], sono tutti internamente legati all’idea che qualcosa (una questione, un problema) possa essere corretta e messa al sicuro. Nella mia concezione del termine, questa contraddizione può essere usata per far vedere qualcosa di importante delle dinamiche geografiche del capitalismo e delle sue tendenze alla crisi.
In particolare mi sono occupato del problema della “fissità” (nel senso di essere posto al sicuro) opposta al movimento e alla mobilità del capitale. Ho notato, per esempio, che il capitalismo ha bisogno di fissare uno spazio (in strutture immobili di trasporto e reti di comunicazioni, così come nella costruzione di fabbriche, strade, case, acquedotti, e altre infrastrutture fisiche) per superare lo spazio (raggiungere la libertà di movimento attraverso i bassi costi di trasporto e comunicazione).
Questo porta a una delle contraddizioni centrali del capitale: deve costruire uno spazio fisso (fixed) necessario per il proprio funzionamento a un certo punto della sua storia soltanto perché poi in un periodo successivo possa distruggerlo (e svalutare di molto il capitale là investito) per fare spazio per un nuovo spatial fix (e aprire nuove possibilità di accumulazione in altri luoghi e territori)15.
Dall’esportazione di capitali o di forza-lavoro attraverso l’inclusione di nuovi territori nel modo di produzione capitalistico (imperialismo) allo sviluppo di nuove tecnologie che accorciano tempi di spostamento di merci o capitali; dal governo territoriale sulla forza-lavoro (differenziali geografici nel mercato del lavoro) al mercato fondiario e così via, compito di una teoria marxiana dello spazio è quello di descrivere la modalità attraverso cui le contraddizioni fondamentali di un processo di accumulazione si esprimono e si attestano temporaneamente in un dato equilibrio spaziale.
A partire da The Condition of Postmodernity16 fino ai saggi pubblicati in questi ultimi anni (The New imperialism17; A Brief History of Neoliberalism18; The Enigma of Capital19), Harvey applicherà le categorie elaborate in Limits to Capital all’attuale fase di accumulazione e alla sua crisi.
In particolare, con il concetto di «accumulazione per espropriazione» (accumulation by dispossession) Harvey identifica la strategia con cui la classe dominante attuale sta cercando di ri-configurare un nuovo spazio adeguato alla ripresa dell’accumulazione.
Esproprio e privatizzazione di beni comuni, erosione di quel che resta del welfare universalistico, attacco alle conquiste sindacali di mezzo secolo, sono tutte azioni politiche solo apparentemente diversificate, ma che in realtà hanno come scopo comune l’appropriazione di una serie di “spazi” non del tutto messi a valore perché ancora parzialmente governati da una logica pubblica.
Con [accumulazione per espropriazione] intendo la continuazione e proliferazione di pratiche di accumulazione che Marx ha descritto come ‘primitive’ o ‘originarie’ durante l’ascesa del capitalismo. Queste includono la mercificazione e la privatizzazione della terra e l’espulsione forzata di popolazioni di contadini […]; la conversione di varie forme di proprietà intellettuale (comune, collettiva, statale, etc.) in diritti di proprietà privata esclusiva […]; la soppressione dei diritti ai beni comuni; la mercificazione della forza lavoro e la soppressione di forme alternative (indigene) di produzione e consumo; processi coloniali, neocoloniali, imperiali di appropriazione di risorse (comprese le risorse naturali); monetizzazione dello scambio e tassazione, in particolare della terra; la tratta di schiavi (che continua in particolare nell’industria del sesso); usura, il debito nazionale e, la più devastante di tutte, l’uso del sistema creditizio come mezzo radicale di accumulazione per espropriazione.20
Secondo Harvey, dunque, non si può separare il processo di finanziarizzazione, generato dalla crisi strutturale degli anni Settanta, dall’impressionante compressione spazio-temporale che l’ha accompagnato: nel mondo che abitiamo il tempo di accumulazione del capitale (e la conseguente ristrutturazione spaziale) si è infatti accelerato in questi ultimi quarant’anni in modo vertiginoso, creando squilibri e instabiltà che difficilmente potranno assestarsi in un nuovo spatial fix capace di armonizzarli, seppur transitoriamente, senza passare attraverso un lungo periodo di caos e di distruzioni massicce di capitale; e, naturalmente, di vita.
Note
8D. Harvey, Explanation in Geography, Edward Arnold, London 1969.
9 P.Anderson – D.Harvey, Reinventing Geography in New Left Review, IV, 2000, pp. 75-97.
10D. Harvey, Social Justice and the City, John Hopkins University Press, Baltimore 1973.
11Id, Limits to Capital, Blackwell, Oxford 1982.
12Id, Paris. Capital of Modernity, Routledge, London – New York 2003.
13 Ibidem.
14D. Harvey, The geopolitics of capitalism, in D. Gregory e J. Urry (a cura di), Social Relations and Spatial Structures, Macmillan, Londra 1985, pp. 128 – 163, (trad. it. di M. Dal Lago, La geopolitica del capitalismo, in G. Vertova (a cura di), Lo spazio del capitale. cit., p. 121).
15 D. Harvey, Globalization and the ‘Spatial Fix’ in «Geographische Revue», n. 2, 2001, p. 24 (traduzione di Pietro Bianchi).
16Id, The Condition of Postmodernity: an Enquiry into the Origins of Cultural Change, Blackwell, 1989, Oxford (UK) – Cambridge (Mass.) (tr.it La crisi della modernità, Il Saggiatore, Milano 1992)
17Id, The New Imperialism, Oxford (UK) – New York, Oxford University Press 2003 (tr.it La guerra perpetua, Il Saggiatore, Milano 2004)
18Id, A Brief History of the Neoliberalism, Oxford (UK) – New York, Oxford University Press 2005 (tr.it Breve storia del neoliberismo, Il Saggiatore, Milano 2005)
19Id., The Enigma of Capital and the Crises of Capitalism, New York, Oxford University Press 2010 (tr.it L’Enigma del Capitale, Feltrinelli, Milano 2011.
20Id, A Brief History of Neoliberalism cit., p.159.

Bibliografia
D.Harvey, Limits to Capital, Blackwell, Oxford 1982.
Id, Condition of postmodernity. An Enquiry into the origins of Cultural Change, Blackwell, Oxford – Cambridge (Mass.) 1989 (tr.it La crisi della modernità, Il Saggiatore, Milano 1991).
Id, Paris. Capital of Modernity, Routledge, London – New York 2003.
Id, A Brief History of the Neoliberalism, Oxford (UK) – New York, Oxford University Press 2005 (tr.it Breve storia del neoliberismo, Il Saggiatore, Milano 2005).
Id, The Enigma of Capital and the Crises of Capitalism, New York, Oxford University Press 2010 (tr.it L’Enigma del Capitale, Feltrinelli, Milano 2011.
David Harvey. A Critical Reader, (edited by) N.Castree – D. Gregory, Blackwell, Malden – Oxford 2006
Lo spazio del capitale, (a cura di) G. Vertova, Editori Riuniti, Roma 2009. [Immagine: Edward Burtynsky, Manufacturing in China (gm)].

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /1. Fredric Jameson

Interpretazioni del capitalismo contemporaneo /1. Fredric Jameson
3 maggio 2013/ di Daniele Balicco e Pietro Bianchi

Nel secondo dopoguerra, il marxismo ha occupato un ruolo importante nel campo della cultura politica europea, soprattutto in Italia, Germania e Francia. Ma è solo a partire dagli anni Sessanta che la sua influenza travalica gli argini tradizionali della sua trasmissione (partiti comunisti e socialisti; sindacati e dissidenze intellettuali) per radicarsi come stile di pensiero egemonico nell’inedita politicizzazione di massa del decennio ’68/’77.

Tutto cambia però, e molto rapidamente, con la fine degli anni Settanta: una serie di cause concomitanti (cito in ordine sparso: la sconfitta politica del lavoro, l’esasperazione dei conflitti sociali, l’uso della forza militare dello Stato conto i movimenti, una profonda ristrutturazione economica, la rivoluzione cibernetica, il nuovo dominio della finanza anglo-americana) modifica non solo l’orizzonte politico comune, ma, in profondità, le forme elementari della vita quotidiana.

In pochi anni, tutta una serie di nodi teorici (giustizia sociale, conflitto di classe, redistribuzione di ricchezza, industria culturale, egemonia etc…) escono di fatto dal dominio del pensabile; e in questa mutazione occidentale il marxismo, come forma plausibile dell’agire politico di massa, semplicemente scompare.

Sopravviverà contro se stesso come teoria pura, protetta in alcune riviste internazionali prestigiose (New Left Review; Monthly Review; Le Monde Diplomatique), in un eccentrico quotidiano italiano (Il Manifesto) e in alcuni i fortilizi accademici minoritari, per lo più americani (come per esempio Duke, CUNY e New School).

La maggior parte degli studi pubblicati in questo nuovo contesto sradicato e internazionale non riesce, come è ovvio, a superare il confine minoritario nel quale è imprigionato. E tuttavia esistono alcune eccezioni, come, per esempio, Postmodernism (1982-1991) di Jameson, Limits to Capital (1982) di Harvey, The Long Twentieth-Century (1994) di Arrighi.

Pochi altri testi – forse soltanto Empire (2000) di Hardt e Negri, escluso da questo saggio anche perché la sua tesi di fondo, già a distanza di pochi anni, veniva smentita non dalla teoria, ma dalla storia – sono riusciti infatti ad attraversare il deserto politico di questi decenni conquistandosi, magari retrospettivamente, il ruolo di bussola teorica di questo nostro tempo disorientato.
Prima di avvicinare questi lavori importanti, fondamentali per decifrare il capitalismo contemporaneo, sola una precisione: di questi tre autori – tutti e tre firme prestigiose della New Left Review – solo Jameson è americano; Harvey è britannico ed Arrighi italiano. Tuttavia, l’associazione non è impropria perché medesimo è il contesto nel quale hanno lavorato e pubblicato la gran parte dei loro studi.
Postmodernismo
Non è stato Fredric Jameson ad inventare il termine «postmodernismo»; e neppure Jean François Lyotard, sebbene lo scelga come aggettivo per il titolo del suo pionieristico saggio pubblicato alla fine degli anni Settanta2.
Tuttavia, è solo con il lavoro teorico di Jameson che la parola «postmoderno» diventa termine guida del dibattito teorico contemporaneo fino ad assumere la dignità di concetto storico periodizzante. Dopo la pubblicazione sulla «New Left Review» nel 1984 di Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism diventerà comune, infatti, pensare come postmoderna l’età contemporanea, qualificandola, con questo aggettivo, come «età della fine del processo di modernizzazione».3
La discussione teorica, che lo scritto ha inaugurato, sul significato di questa trasformazione profonda della vita quotidiana nelle società occidentali, ha occupato il centro della teoria critica internazionale per almeno vent’anni. Non stupisce che Postmodernism sia stato subito tradotto in moltissime lingue, fra cui, già alla metà degli anni Ottanta, il cinese mandarino.
Professore di letterature comparate alla Duke University in North Carolina, Fredric Jameson può, senza problemi, essere considerato come l’importatore negli Stati Uniti del marxismo critico europeo. Allievo di Auerbach e di Marcuse, Jameson ha infatti incarnato, con tutti i pregi e i difetti del caso, e forse fuori tempo massimo, una figura un tempo tradizionale per la cultura europea, ma sicuramente eccentrica per quella americana: il critico letterario di formazione marxista.
Con la differenza, però, che l’innesto di questa tradizione politica in un contesto asettico come quello dei campus americani – universi per lo più avulsi dal mondo reale ed estranei a qualsivoglia movimento sociale, organizzazione politica o sindacale – si è spesso trasformato in un esausto esercizio accademico. Anche nei saggi più riusciti di Jameson, come L’inconscio politico4 o lo stesso Postmodernismo, probabilmente i suoi due veri capolavori, è difficile non percepire il contesto da cui si originano.
Tanto la forma confusa e debordante dell’argomentazione quanto l’accumulo bulimico di eterogenei materiali d’analisi potrebbero senza difficoltà essere letti come una freudiana formazione di compromesso. O forse, molto più probabilmente, come la stanca trascrizione crittografica di un sismografo che segnala ad estranei la presenza di un terremoto avvenuto altrove.
La prima stesura di Postmodernism risale ad un famoso intervento pubblico di Jameson tenutosi al Whitney Museum di New York nell’autunno del 1982. Il titolo anticipa già la sostanza dell’argomentazione: Postmodernism and Consumer Society. La rielaborazione sarà pubblicata in una prima versione nel 19835, e in una seconda, più estesa e parzialmente differente, l’anno successivo, con il titolo, negli anni divenuto celebre, di Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism.
Tutti i lavori successivi approfondiscono spunti od intuizioni già presenti in questo primo saggio, davvero straordinario per condensazione di temi e proposte. Nel 1991 Jameson ha pubblicato in volume – ed è un libro ponderoso, di oltre 400 pagine – i suoi lavori più importanti sul tema, incluso, naturalmente, quel primo saggio apparso sulla «New Left Review» che ora dà il titolo e apre l’intera raccolta. Ed è questo il libro canonico per chiunque voglia iniziare ad occuparsi della “questione postmoderna”. Vediamo rapidamente come è costruito.
Il volume è diviso in due parti: la prima comprende nove capitoli e sono per lo più saggi già apparsi in rivista, e qui ripubblicati con aggiunte, modifiche, riletture, sistemazioni. La seconda, invece, è inedita e ha la forma di una laboriosa nota a margine, di un commento laterale alla prima sezione orientato verso alcune possibili linee di approfondimento.
Non a caso, molti dei saggi pubblicati negli anni successivi – da Geopolitical Aesthetic: Cinema and Space in the World System (1992) fino al più recente Archaeology of the Future: the Desire Called Utopia and Other Science Fictions (2005) – saranno effettivamente la sistemazione compiuta di quelle proposte originarie.
Nell’introduzione al volume Jameson descrive i quattro temi fondamentali della sua ricerca, così come si è sviluppata dal saggio originario del 1984: il problema dell’interpretazione dell’estetico, l’utopia come categoria necessaria del pensiero politico, le tracce della sopravvivenza del moderno, la “nostalgia” come ritorno del represso storico.
Le mosse teoriche di Jameson sono sostanzialmente due. La prima: il postmoderno è l’età storica del compimento del processo di modernizzazione («Il Postmoderno è quello che si ha quando il processo di modernizzazione è terminato e la natura è sparita per sempre»6). Jameson è subito molto chiaro: il suo studio ha un intento periodizzante, non vuole proporre un nuovo paradigma epistemologico, come Lyotard (La condition postmoderne); né descrivere un nuovo stile architettonico, come Jencks (The Language of Post-modern Architecture, Rizzoli, New York 1977); né tantomeno articolare un nuovo progetto filosofico, come Habermas (Modernity – an Incomplete Project, in Aa.Vv., The Anti-Aestetic, cit., pp. 3-15).
Il postmoderno, per Jameson, è, molto più semplicemente, una categoria storica. Descrive un’epoca caratterizzata, come chiaramente indica il prefisso “post”, dall’esaurimento del movimento moderno, dall’estenuarsi del suo processo di trasformazione sociale, economica e culturale.
Il ragionamento che guida la sua periodizzazione si origina, ed è profondamente suggestionato, dalla lettura di Late Capitalism (Humanities Press, London 1975) di Ernest Mandel. Seguendo l’interpretazione dell’economista trotzkista tedesco, Jameson è persuaso che ci siano tre fondamentali discontinuità nello sviluppo tecnologico moderno a cui corrispondono, in modo più o meno coerente, tre diverse fasi dello sviluppo economico, sociale, estetico.
La prima, situabile a partire dalla seconda metà del Settecento in Inghilterra, ma operativa lungo tutto l’Ottocento nel resto d’Europa, riguarda l’invenzione dei motori a vapore. A questo primo salto tecnologico corrisponde un’intensa stagione di trasformazioni sociali, politiche ed economiche: sono questi gli anni della prima rivoluzione industriale e della rivoluzione politica americana e francese.
Ma le trasformazioni naturalmente agiscono in profondità, trasformano il pensiero: è questa, infatti, l’età che pone, per la prima volta, il problema filosofico dell’emancipazione e della libertà individuale in un sistema post-cetuale, non comunitario; ma è anche l’età della catastrofe del sistema dei generi, se nel giro di pochi anni l’intero corpus letterario tradizionale si sfalda e il centro del campo estetico viene conquistato da due forme sostanzialmente nuove: la lirica moderna e il novel. Questa, nella periodizzazione di Jameson, ed è una lettura che corrobora le antiche intuizioni di Lukács, è “l’età del realismo”, l’età, fra gli altri, di Scott e di Balzac, di Hegel, di Beethoven e di Smith.
Dalla seconda metà dell’Ottocento diventa visibile, perché determinante, un nuovo poderoso salto tecnologico: l’invenzione dei motori elettrici, dei motori a scoppio, quindi lo sviluppo dell’industria chimica. Sono questi gli anni dell’invenzione del telegrafo e delle ferrovie. Successivamente, delle automobili, del telefono, della radio e degli aereoplani. Ognuna di queste invenzioni trasforma radicalmente l’uso e la percezione dello spazio e del tempo.
Del resto, questo mondo progressivamente rimpicciolito è anche un mondo progressivamente conosciuto, conquistato, controllato e spartito: il 1881 è la data del congresso di Berlino. Poi verranno le guerre mondiali. Secondo Jameson, è solo a questo punto dello sviluppo del capitale che diventa avvertibile e tragico il contrasto fra il nuovo universo sociale e percettivo costruito e plasmato dalle macchine e tutto ciò che, pur coabitandovi, tuttavia riesce ancora a preservarsi, rimanendone al di fuori, segno antropomorfico millenario in un universo sempre più accelerato e non-umano.
Di questa precisa contraddizione il modernismo è la soluzione simbolica. Che potenzi la forma come resistenza aristocratica ad un presente minaccioso (come, per esempio, in Flaubert, Proust o Mahler) o che viceversa esalti la modernità tecnologica attraverso strategie di luddismo estetico (e si pensi anche solo a Rimbaud, Marinetti, a Duchamp o a Beckett), quello che è comune alle due strategie è la percezione di essere in bilico fra due mondi, di percepirli, nel bene e nel male, ancora come differenti e antagonisti: Freud e Nietzsche, Einstein e Svevo, Keynes e Schönberg, Lenin e Le Corbusier, Ford e Ejzenstejn.
Non è un caso, secondo Jameson, che proprio in questi anni diventino centrali due concetti estetici: il concetto di “stile” e il concetto di “genio”. Entrambi esprimono la possibilità della totalizzazione del differenziato anticipata nella forma – ed è compensazione simbolica di un’oggettiva dépossession du monde, che nessuna esperienza personale potrà ormai più colmare – oppure pretesa, rischiata, combattuta nella politica – ed è la storia tragica, quanto meno negli esiti, del movimento operaio e delle rivoluzioni comuniste mondiali. Il modernismo esprime la sostanza di questa tumultuosa età di lotta fra forze oppositive, tanto nella possibilità di un nuovo equilibrio fra mondo umano e sistema delle macchine; quanto, viceversa, nella possibilità oggettiva del suo annientamento: Auschwitz e Hiroshima.
Il terzo salto tecnologico è spinto dall’invenzione dei motori nucleari e dalla cibernetica, a partite dagli anni Quaranta del secolo scorso negli Stati Uniti; più o meno dall’inizio degli anni Sessanta nell’Europa occidentale. Quello che è fondamentale capire di questa nuova trasformazione è, secondo Jameson, l’inedita capacità meccanica di plasmare le forme elementari della percezione umana, di invadere, in poche parole, il dominio dell’estetica.
Quindi, di elaborare, produrre ed esprimere cultura. Le nuove macchine, infatti, non producono oggetti, ma ri-producono il mondo. Sono depositi sconfinati e non-umani di linguaggio e di memoria. Della presenza, per quanto residuale, di un universo ancora pre-moderno cancellano la percezione, le tracce; e soprattutto la possibilità del ricordo. Si pensi anche solo a come sono stati trasformati la Natura e l’Inconscio, elementi ancora simbolicamente caricati e percepiti nelle età precedenti come irriducibili al processo di modernizzazione.
Secondo Jameson se lo sviluppo dell’industria culturale colonizza il secondo, invadendo l’immaginazione, manipolando il desiderio, estetizzando le pulsioni, l’industrializzazione dell’agricoltura, l’impiego della chimica e delle biotecnologie genetiche per il suo sviluppo intensivo, trasforma definitivamente la prima, il suo uso, il suo controllo, la sua conoscenza.
Di questo nuovo universo percettivo non antropomorfico il postmodernismo è la traduzione simbolica: dall’architettura di Las Vegas agli aeroporti internazionali, dalla pop art di Andy Warhol alla musica elettronica, dal movimento punk a quello new age. E, soprattutto, la video art che, insieme a design e architettura, occupa il centro del sistema estetico postmoderno. Per quanto il nuovo universo percettivo escluda a priori la possibilità dello stile, essendo l’età nella quale le macchine hanno conquistato il dominio dell’espressività, si possono ricordare almeno gli autori sui quali Jameson concentrerà il suo implacabile sguardo diagnostico: fra gli altri, David Lynch, Claude Simon, Frank Gehry, Robert Gober.
Come si vede, il ragionamento alla base di questa periodizzazione, tanto affascinante quanto discutibile, è di natura economico/tecnologica. Nella lettura di Jameson le trasformazioni tecnologiche sono sintomi, vettori periodizzanti di mutazioni molto più vaste. Il suo sguardo acrobatico si sofferma però solo sul loro impatto sociale e sensorio: marxianamente, è uno sguardo che non supera mai la soglia della sfera della circolazione.
Lontanissima da quest’analisi l’idea che i salti tecnologici siano anche momenti di conflitto interni alla storia dell’uso capitalistico della scienza. E che quest’ultima, incorporata nello sviluppo delle macchine, produca un’innovazione per lo più comandata contro il lavoro vivo e quasi sempre trasformata in un’arma nella competizione infra-capitalistica. Jameson preferisce adottare lo sguardo neutro e scettico dell’osservatore partecipante; scelta decisamente eccentrica, per un intellettuale che si autodefinisca marxista.
La sua periodizzazione infatti descrive solo la storia della progressiva espansione del dominio delle macchine su tutte le dimensioni dell’esistenza umana fino a conquistare, nel postmoderno, le forme elementari della percezione. Quello che rivela, infatti, l’analisi dell’estetica contemporanea, non è altro che il formarsi di una nuova e precisa antropologia: «il postmoderno deve essere visto come la produzione di persone postmoderne capaci di adattarsi ad un preciso e peculiare mondo socioeconomico»7.
Ed è questa la tesi che sostanzia il secondo movimento di fondo della sua impostazione. L’analisi dell’eterogeneo universo estetico postmoderno, dal celebre confronto fra Van Gogh e Andy Warhol sulla trasformazione e sul declino dello stile espressivo, all’analisi della “nostalgia” come forma estetica dell’impossibilità della narrazione storica in Ragtime di Doctorow o nel film Body Heat di Kasdan, fino all’interpretazione dell’organizzazione dello spazio del Westin Bonaventura Hotel di Portman in Downtown Los Angeles, serve a Jameson come verifica della tendenza.
Il suo è uno sguardo diagnostico, l’uso dell’estetico è sempre sintomatologico. Per questa ragione l’analisi non è interessata ad esprimere giudizi di valore, ma al reperimento delle tracce, al riconoscimento degli indizi significativi. All’altezza di questo primo saggio, Jameson li raggruppa sotto tre costanti, correlate e interdipendenti: il declino della soggettività espressiva, l’implosione del tempo, l’equivalenza dello spazio. Sono tre lati di uno stesso triangolo: la forma generica della nuova antropologia plasmata dal sistema delle macchine.
1L’articolo è stato pensato e discusso da entrambi gli autori; in particolare, Daniele Balicco ha curato l’introduzione e i capitoli su Jameson e su Arrighi; Pietro Bianchi è autore del capitolo su David Harvey.
2 F.Lyotard, La condition postmoderne: rapport sur le savoir, Minuit, Paris 1979; tr. it. La condizione postmoderna, Feltrinelli, Milano 1981
3 I due scritti fondamentali di Jameson sul postmodernismo sono: F. Jameson, Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism, Duke University Press, Durham, 1991 (tr.it Postmodernismo ovvero la logica culturale del tardo capitalismo, Fazi, Roma 2007); Id, The Cultural Turn. Selected Writing on the Postmodern 1983-1998, Verso, London-New York 1998.
4 Id, Political Unconscious. Narrative as a Socially Simbolic Act, Cornell University Press, Ithaca 1981 (tr.it. L’inconscio politico. La narrativa come atto socialmente simbolico, Garzanti, Milano 1990).
5 F. Jameson, Postmodernism and Consumer Society, in Aa. Vv., The Anti-Aestetic. Essay on Postmodern Culture, a cura di H. Foster, Bay Press, Port Townsend 1983, pp. 111-125.
6 Id, Postmodernism, cit, p. IX.
7 Ibidem, p.XV.

Bibliografia

F.Jameson, Marxism and Form. Twentieth-Century Dialectical Theories of Literature, Princeton University Press, NJ 1971 (tr.it Marxismo e forma, Liguori, Napoli 1975).
Id, Political Unconscious. Narrative as a Socially Simbolic Act, Cornell University Press, Ithaca 1981 (tr.it. L’inconscio politico. La narrativa come atto socialmente simbolico, Garzanti, Milano 1990).
Id, Postmodernism or the Cultural Logic of Late Capitalism, Duke University Press, Durham, 1991 (tr.it Postmodernismo ovvero la logica culturale del tardo capitalismo, Fazi, Roma 2007).
Id, Archaeologies of the Future. The Desire Called Utopia and Other Science Fictions, Verso, London 2005 (tr.it Il desiderio chiamato utopia, Feltrinelli, Milano 2007)
I.Buchanan, Fredric Jameson: live theory, Continuum, London-New York 2006.
M.Gatto, Marxismo culturale, Quodlibet, Macerata 2011.

¿Refundar o superar al PT?

¿Refundar o superar al PT?

El Partido de los Trabajadores debe realizar una autocrítica a la luz de los últimos resultados electorales. La izquierda precisa reconstruir su hegemonía.
Por Esther Solano
Octubre 2016

¿Refundar o superar al PT?

Los procesos de impeachment resultan traumáticos porque implican una fuerte ruptura en la estabilidad democrática e institucional. En Brasil, este trauma tuvo una dosis aún mayor de dramatismo porque expresó el colapso del sistema representativo en formato de presidencialismo de coalición y, a la vez, el ocaso del Partido de los Trabajadores (PT), cuyo proyecto representaba la hegemonía del campo progresista hasta hace algunos años.

La primera cuestión es de orden sistémico. Urge realizar una reforma política de gran envergadura que acabe con algunas de las aberraciones que invaden cotidianamente la política brasileña. La fiscalización eficaz de las «donaciones» ilegales en campañas electorales, la disminución del número de partidos con representatividad en las cámaras para facilitar la gobernabilidad y el fin de las coligaciones entre partidos para no desvirtuar el sistema de representación constituyen aspectos muy sensibles y sin los cuales el sistema político brasileño continuará en crisis. El problema es que estas reformas de gran calado precisan un mínimo consenso social y una situación de calma política para que se dé un debate serio y cauteloso. Esto es justamente lo contrario a lo que sucede hoy en el país.

Brasil se está acostumbrando a vivir en un estado de catarsis continua y de permanentes interrupciones en su escaso sosiego social. En este estado neurótico en el que la política de «adversarios» ha sido reemplazada por la de «enemigos» y en el que se está rompiendo el diálogo, no existe espacio alguno para la discusión programática. El debate sobre el país que queremos, sobre el modelo de sociedad y sobre las reformas necesarias para conseguirlo, carece de un contexto político propicio.

El gobierno de Michel Temer será incapaz de devolver la normalidad al país. Su fragilidad se deriva de dos aspectos fundamentales. Por un lado, la falta de confianza de la población1 hacia su liderazgo. Por otro, la heterogeneidad y la inconsistencia de sus aliados y sus bases de apoyo. Temer ni siquiera lidera realmente su propia organización –el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB)– que, más que un partido, parece la aglomeración de un conjunto de caciques regionales con muchas divergencias. A esto se suman las primeras elecciones presidenciales de 2018 en las que algunos de los aliados circunstanciales de Temer, como el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), se convertirán en enemigos. El tiempo de las puñaladas se acerca. Los mercados esperan ansiosamente reformas de cuño liberal: recortes, ajuste fiscal, disminución de gastos públicos, reforma laboral y cambios en el sistema jubilatorio. A menos de dos años de la próxima elección, ¿votará el Congreso a favor de estas reformas impopulares?

¿Y qué sucede con la izquierda? Durante mucho tiempo, las opciones progresistas en Brasil orbitaron en torno del PT. Tanto los sindicatos como los movimientos sociales fueron absorbidos por el poder petista y perdieron así gran parte de su autonomía. Sin embargo, el PT se institucionalizó, llegó al poder y para mantenerse en él tuvo que vender su alma de partido renovador de izquierda que venía de las bases y que respondía a ellas. En definitiva, se alejó del pueblo, se alejó de la izquierda y se transformó en un partido que no consigue representar las demandas de las mujeres, de los negros, de los indígenas y de los habitantes de la periferia. A esto se suman los enormes efectos políticos de la operación Lava Jato, uno de los cuales es un importante sentimiento que identifica al PT con prácticas corruptas.

El ejemplo más contundente de la decadencia petista es el dramático resultado de las elecciones municipales celebradas el pasado 2 de octubre. El PT perdió 59,4% de las alcaldías en todo el país. En San Pablo, donde Fernando Haddad, el candidato petista, disputaba la reelección, no fue ni siquiera necesario una segunda vuelta electoral. João Dória, del PSDB, ganó con 53,3% de los votos. La derrota de Haddad es grave, ya que representaba una posibilidad de renovación dentro del partido y era uno de los pocos dirigentes con cierta proyección. Los beneficiarios de esta debacle son el PSDB –que ganó 15,3% de los municipios– y una gran gama de partidos pequeños con poca capacidad programática y que a menudo representan proyectos personalistas de poder. El próximo congreso del PT, que se celebrará dentro de poco, evaluará el resultado de las elecciones. Las decisiones que deberán tomarse tendrán que partir de una severa autocrítica. La operación Lava Jato, claramente selectiva y partidaria, acabó golpeando duramente al PT, pero si este queda anclado en el discurso del victimismo y la persecución política sin hacer una profunda reflexión, el declive continuará.

Nos enfrentamos, por tanto, a dos desafíos. El primero es reconfigurar y refundar el PT para que vuelva a acercarse a sus bases y a su programa original. Desgraciadamente, la dirección del partido está lejos de demostrar que considera importante esta renovación. Continúan las viejas alianzas, continúan las maniobras que lo llevaron a esta decadencia y lo alejaron de la izquierda. Si el PT no realiza la esperada reforma interna, deberemos comenzar a reconstruir la izquierda por fuera de la hegemonía petista, cimentada tal vez en un pospetismo que permita pensar en nuevas formas de hacer política y que articule nuevas agendas para volver a acercar la política a los ciudadanos. El actor más relevante en este proceso es el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), que se ubica como la izquierda del PT y que, a pesar de ciertas posturas reprobables, es una de las organizaciones que habilitan el resurgimiento del debate sobre el progresismo. Lamentablemente, aún no encontró una fórmula de crecimiento electoral que le permita tener posibilidades de disputar la Presidencia o aumentar el número de diputados.

Toda crisis es un momento de oportunidad. El campo progresista en Brasil está catatónico pero, una vez superado el trauma colectivo del impeachment, deberá pensar en formas de organización para la lucha por derechos, tanto en el campo institucional como en las calles. Habrá quien afirme que un clima de apatía política se apoderó de los brasileños. Lo cierto es que cada vez más personas se muestran desinteresadas por la política institucional, pero no es menos cierto que existen nuevas e interesantes dinámicas de jóvenes en lucha. Las escuelas de estudiantes secundarios que fueron ocupadas durante meses como respuesta al proyecto de reorganización escolar del gobierno de San Pablo son el mejor ejemplo. El desafío es colocar en diálogo a la izquierda más institucional con estas nuevas formas de movilización.

Si la izquierda está pasando momentos de debilidad, los discursos conservadores y punitivos están ganando un espacio muy representativo tanto en el Parlamento como en las calles. En una investigación que llevé a cabo junto con el profesor Pablo Ortellado durante las manifestaciones en favor del impeachment, pude percibir el componente clasista y racista de las protestas. La inclusión social a través del consumo de millones de brasileños durante el periodo petista creó en Brasil un clima de tensión de clases y de discursos de odio que está muy presente en las rutinas políticas y sociales. 70,9% de los manifestantes afirmaba que las becas universitarias fomentan el racismo; 60,4%, que el programa de redistribución de renta Bolsa Família «financia a perezosos»; 86,40%, que la mejor manera de conseguir una sociedad en paz es aumentar las penas a los criminales y 70,40% afirmaba creer en el discurso de la meritocracia2. Con una izquierda frágil, el conservadurismo fundamentalista, punitivo y retrógrado gana más espacio. Propuestas de ley como la de flexibilización en la portación de armas, la reducción de la mayoría de edad penal o proyectos como el polémico «Escuela Sin Partido», que prohíbe las manifestaciones políticas de profesores y alumnos dentro de los colegios, avanzan rápidamente.

Si el gobierno de Temer no naufraga antes, enfrentaremos un 2018 muy complicado. No sabemos si Luiz Inácio Lula da Silva llegará a las elecciones o si su candidatura se verá comprometida por el Lava Jato. Si llega, los datos apuntan a que estaría en primer lugar en intención de voto3, dada la ausencia de un rival con su capital político en los partidos de oposición. Pero 2018 todavía está lejos y nos enfrentamos a un reto más inminente: ¿cómo reconstruir el campo de la izquierda? ¿Cómo absorber la riqueza de las movilizaciones populares que se suceden en las ciudades brasileñas e incorporarlas al debate institucional? En definitiva, una pregunta flota en el aire: ¿hay que refundar o hay que superar al PT?

1.

http://g1.globo.com/politica/noticia/2016/07/aprovacao-do-governo-temer-e-de-13-diz-pesquisa-ibope.html Las últimas encuestas nacionales de opinión muestran que sólo 13% de los brasileños aprueba el gobierno Temer
2.

Datos completos de la investigación llevada a cabo en las manifestaciones favorables y contrarias al impeachment https://gpopai.usp.br/pesquisa/
3.

http://datafolha.folha.uol.com.br/eleicoes/2016/07/1792816-com-rejeicao-menor-lula-lidera-corrida-eleitoral-por-presidencia-em-2018.shtml