«…nuestra determinación es fortalecer más nuestra flota en el futuro, de manera que aseguraríamos que nadie disputaría con nosotros un lugar privilegiado en el mundo…»
Guillermo II de Alemania, discurso del 18 de junio de 1901 en Hamburgo, citado en McLaren, A. D. , Germanism from Within, Nueva York, E.P. Dutton and Company, 1916, pág. 31
«Para asegurar el asentamiento blanco contra la tribu nativa mala, inepta culturalmente y predadora, es posible que su erradicación pueda ser necesaria en determinadas circunstancias»
Comisionado de Asentamiento Dr. Paul Rohrbach, en Lusane, C. , Hitler’s Black Victims: The Historical Experiences of Afro-Germans, European Blacks and African Americans in the Nazi Era, New York, Routledge, 2003, pág. 43
El colonialismo como página negra del capitalismo occidental ha dado pie a una bibliografía abultada, polémica, donde se enfrentan los puntos de vista del viejo marxismo económico con la nueva historia que lo concibe como un método de prestigio político. Tan pronto como a inicios del siglo XX Hobson o Hilferding se preguntaron por este sistema como propia corrupción del capitalismo, mientras que Lenin fue más allá con el conocido panfleto “El Imperialismo, fase superior del capitalismo” de 1916.
De manera más reciente, en los 60 y 70 del siglo pasado, Charles André Julien en su historia de Algeria ha vuelto a defender esta tesis de explotación, mientras que Bruncschwig fue agudo al establecer de manera precisa cómo el sistema colonial no era exclusivamente económico –y éste como nos recuerda Wallerstein ya dataría del siglo XV- sino que equivalía a unos valores de prestigio político. En este sentido, Hobsbawm dejó claro cómo este sistema de subyugación económica tenía consecuencias sociales vinculadas a un ideología jingoísta:
“El sentimiento de superioridad que unía a los hombres blancos occidentales, tanto a los ricos como a los de la clase media y a los pobres, no derivaba únicamente del hecho de que todos ellos gozaban de los privilegios del dominador, especialmente cuando se hallaban en las colonias. En Dakar o Mombasa, el empleado más modesto se convertía en señor y era aceptado como un “caballero” por aquellos que no habrían advertido su existencia en París o en Londres; el trabajador blanco daba órdenes a los negros.”
Una de las potencias coloniales menores, apenas conocida para el gran epífagre histórico o la clásica propia novela colonial (Kipling, Conrad, los relatos cortos africanos de Maupassant…), es el propio II Reich Alemán, que primero de manera incipiente bajo Bismarck y especialmente bajo Guillermo II dejará su efímera huella colonial en el mundo. Anteriormente hubo colonias en alemanas en América, a inicios del siglo XVI, en la intitulada Klein-Venedig (Pequeña Venecia) situada en la actual Venezuela y Nicaragua. Ninguna de ellas hubo de prosperar, y los alemanes se encontraron a inicios del XIX sin ningún territorio de importancia, mientras que sus rivales, unidos ya políticamente, se repartían de manera progresiva el globo.
Sedán, en 1870, supuso la consagración del poder continental alemán en Europa, y aceleró para la década posterior la creación limitada de un primer Imperio colonial alemán, que contará en África con territorios en Mozambique, Burundi, Camerún o Namibia, mientras que en Oceanía a finales del siglo XX se verá un dominio circunstancial asociado a las Islas Salomón, las Marianas y Samoa. Ninguno de los territorios, ni siquiera las ciudades chinas con intereses comerciales, tuvieron un gran rendimiento económico, y este Imperio palideció respecto a sus rivales franco británicos.
Era una consecuencia del sistema de Realpolitik, instigado por Bismarck, que desconfiaba del esfuerzo colonial, y que había dicho en el Reichstag para 1884:
“…Me opongo absolutamente a la creación de colonias según un plan que considero
negativo y que consiste en adquirir un territorio y colocar en él una guarnición y funcionarios, y luego invitar a las gentes a que vayan a vivir en él.”
Hubo de ceder, claro está, bajo las peticiones de comerciantes de Hamburgo, e ir fundando pequeñas colonias, factorías más bien, en Gabón, Camerún bajo Woermann y en Guinea bajo la Badische Anilin. Para julio de 1884 se confirmará el protectorado en Camerún y Togo y en agosto será reconocido el sudoeste africano. Los 90 es la época de expansión del pacífico, del inicio de la Weltpolitik de Guillermo II, y se obtendrán las Marianas luego de la debacle española, Samoa y las Islas Salomón.
En términos económicos, en los que se analizaba el colonialismo los autores socialistas, las colonias fueron un rotundo fracaso, y para la década de los 90 del siglo XIX las exportaciones no llegaban al 0.17% del comercio exterior del Reich. Más aún, bajo Guillermo II se pasará de una explotación comercial, a la holandesa y centrada en pioneros, a una territorial, con el ejército en el terreno e implantación de población exógena alemana.
He ahí, para 1904, cuando los alemanes se enfrenten a una gran rebelión a su dominio incontestado: los Hereros.
Nación árida; habitantes belicosos
El territorio colonizado por Alemania en África no fue de gran riqueza, y destacaba por ello el sudoeste africano, explorado bajo el comerciante Adolf Lüderitz para abril de 1884. A finales del año será reconocido legalmente y la oficialidad colonial del Reich se hará cargo poco a poco del territorio. La tropa de seguridad colonial, la Schutztruppe, llegará para 1888. Con el crecimiento al norte, la colonia hubo de prosperar, pero siempre bajo inferioridad numérica de los colonos respecto a los autóctonos.
La colonia, de difícil acceso a través de la Bahía de Walvis –posesión británica– estaba mal comunicada también en el interior, aunque se construyó un ferrocarril de Swakopmund a Windhoek para 1902, que sería llave en la revuelta de los Hereros, por su incipiente territorialidad. El territorio era árido, malo para las granjas, y las tribus se encontraban en zonas fronterizas. Una fuente del tiempo afirmaba sobre el territorio:
“Todo parece muerto, sombrío, desierto (…) no había palmeras, ni madera, ni árboles, ni arbustos: sólo piedras, ricas y arenas…”
Sin ríos, apenas cartografiado el interior, el dominio era todavía relativo, más rodeada de tribus indígenas en ocasiones belicosas. Los Ovambos, en el norte de la colonia, son agricultores y tienen animales domésticos, con recolección. Tenían fama de belicosos, y los alemanes no intervinieron en su colonia de Ethosa Pan, aunque mantuvieron un fuerte en Namutoni. Al sur, los Khoikhoi –más conocido como los Hotentotes o Namas– dirigidos por Hendrik Witbooi, se rebelaron para 1893 hasta 1895, año en el que se pacificaba el territorio con una rendición pactad. Ganaderos, nómadas, solían estar peleados con los Hereros, aunque contribuyeron a su rebelión de 1904.
Estos últimos fueron, sin duda, el verdadero dolor de cabeza de los alemanes en esta colonia. Eran conocidos como los Damara por los Hotentotes, del grupo etnolingüístico Bantú, y se les acusaba de crueles y mentirosos. Se recoge un testimonio de los Herero sobre una razzia contra unos Hotentotes ladrones:
“Volviendo de Hornkranz nos cruzamos unos pocos Hotentotes los cuales por supuesto matamos. Ayudé personalmente a matar uno de ellos. Primero cortamos sus orejas diciéndole “Nunca volverás a oír el ganado de Damara mugir.”. Luego cortamos su nariz diciendo “Nunca volverás a oler a los Bueyes de Damara” Y entonces cortamos sus labios diciendo “Nunca probarás de nuevo a los Bueyes de Damar” Y entonces, finalmente, cortamos su garganta.”
Son ganaderos, aunque no matan a los animales; se alimentaban de productos lácteos y la recolección. Están virando, por aquel primer encuentro en 1880, de una sociedad tribal a una jefatura, aunque todavía el cabecilla se considera un igual. Afirma Marvin Harris sobre este sistema:
“Los cabecillas son líderes de aldeas o bandas autónomas. Los jefes son líderes de grupos de bandas y aldeas, aliadas más o menos permanentemente, que se denominan jefaturas. La diferencia principal entre las bandas y las aldeas autónomas, por una parte, y las jefaturas, por otra, es que estas últimas constan de varias comunidades o asentamientos. Los jefes tienen más poder que los cabecillas; sin embargo, los cabecillas que son redistribuidores prestigiosos son difíciles de distinguir de los líderes de las pequeñas jefaturas. Mientras que los jefes heredan su cargo y se mantienen en él aunque durante un tiempo sean incapaces de proporcionar a sus seguidores redistribuciones generosas.”
Todavía no existe una propiedad privada, pero sí un sistema proto-feudal de dependencias para los observadores alemanes del tiempo. Son patrilineales, aún con matrilinealidad en algunos casos de grupos (oruzo, su particular gens latina…), y tienden a alianzas entre ellos. Tienen cientos de palabras para el ganado, al que lo vinculan dentro de un sistema político-religioso.
La aparición de los alemanes quebrará este sistema económico, y pronto los Herero adquirirán un sistema de clase, con conversión a ranchos y la aparición de grandes propietarios y asalariados. Theodor Leutwein contribuyó a una administración pactista, y llevó a la rápida expansión colonial. Estableció tres centros regionales, Windhoek, Otjimbingwe, y Keetmanshoop, y mejoró la comunicación con las costa. Mantuvo una tensión entre la violencia y el pacto, pero fue sorprendido y relevado por la rebelión de los Hereros.
Con la expansión colonial, los alemanes extinguieron los fuegos sagrados y los integraron progresivamente como trabajadores en las haciendas blancas. A ello se unía el problema de la deuda, y anteriormente a 1903 los Hereros debían créditos a los comerciantes blancos por objetos valiosos o ganado. Este mismo año, antes de la rebelión, los Herero se dividen en nueve tribus, siendo la más grande Okahandja con 23.000 habitantes en 150 aldeas. Samuel Mahadero es el líder, el reconocido como interlocutor por Alemania, pero en Omaruru está Manasse y en Otijimbingwe Zacharias. El poder dependía del ganado, y el líder debe decidir sus decisiones todavía con una asamblea.
En esta progresiva descomposición social, con la amenaza del ferrocarril, los tiroteos y violaciones a las nativas, según cita Sarkin, Mahadero escribió a su rival tribal Witbooi alentándole a la sublevación:
“Toda nuestra obediencia y paciencia con los alemanes sirve de poco, y cada día ellos disparan a alguien por ninguna razón…Muramos luchando en lugar de morir como resultado del maltrato, encarcelamiento y alguna otra calamidad. Di a todos los capitanes que bajen y se alcen para hacer batalla.”
El genocidio herero
La rebelión fue cuidadosamente preparada a lo largo de 1903, con reuniones informales donde planificaron el asalto en la propia Okahandia. Mahadero pudo instigar o unirse a ella una vez iniciada, pero es casi seguro que actuó en un doble juego. No atacaron directamente las ciudades, sino los granjeros y sus propiedades, el único elemento de dominio real en un territorio con mayoría numérica absoluta de las tribus.
El 12 de enero de 1904 los Hereros dominan Okahandia, y llegan a las 30 víctimas, casi todos granjeros para el 20 de enero. No llegaron a caer las fortificaciones, pero la revuelta dejó de 123 a 150 víctimas. Los herero fueron selectivos, y evitaron asesinar Boer –aunque murieron siete–, ingleses, mujeres y niños. La estrategia era forzar una negociación, no la aniquilación total de los alemanes. Cortaron las comunicaciones, también, entre Okahandia y Windhoek, y parte de la línea ferroviaria.
El 18 de enero el cánciller Bülow avisa al Reichstag de la situación, que provoca estupor entre los diputados, y ve en sus causas el antiguo orgullo guerrero del pueblo Herero. Bebel, el líder socialdemócrata, acusó a la deuda de los comerciantes de instigar a los Hereros a la revuelta. La suerte de Leutwein estaba echada, y fue pronto sustituido por un viejo militar prusiano llamado Lothar Von Trotha. La transición fue, en inicio, complicada ya que se pasó de una administración civil a una militar, manu militari, dirigida por Von Trotha y en línea directa con la cúpula militar de Guillermo II. Era la consecuencia del sistema político de contrapesos del II Reich, que permitía una intervención de los viejos poderes fácticos ajena al peso de la asamblea, en ocasiones sólo consultiva.
Se buscará, así, la Vernichtungspolitik, la política de destrucción, luego del apaciguamiento de Leutwein. Este último los venció en Oviumbo, lo que les llevó a una posición defensiva en Waterberg. Con la llegada de Trotha en junio de 1904 se declara la ley marcial, y la política de no hacer prisioneros se confirma de manera total. Para noviembre Leutwein está fuera, y comienza el reinado de la violencia en la colonia alemana.
El objetivo de Trotha fue, bajo la propia casuística prusiana heredada de Von Clausewitz, buscar una batalla aniquiladora que dejara la nación Herero en una posición de debilidad absoluta. Los 14.000 nuevos soldados alemanes utilizados por esta nueva administración alcanzaron la victoria en la batalla de Waterberg, a inicios de agosto de 1904, que decidió la suerte de los Herero para siempre. Con esta derrota Von Trotha publicará un comunicado para octubre del mismo año donde avisará a los Herero que están fuera de la administración colonial alemana:
“El pueblo herero tendrá que dejar el país. De otra manera, forzaré hacerlo con la fuerza de las balas. A lo largo de los límites alemanes, cada Herero, se encuentre armado o no, con o sin ganado, será disparado. No aceptaré ninguna mujer y niño más. Conduciré a la gente de vuelta con su grupo u ordenaré que sean disparados.
Firmado. El Gran General del Kaiser Supremo, von Trotha.”
En el tiempo, se discutió sobre la veracidad del documental, pero se pudo encontrar el texto en el archivo original de Botsuana. La orden no procedió de Guillermo II, ni el canciller Bülow; fue el propio de Von Trotha el que actuó con libertad, planeando un exterminio étnico determinado. Si bien el ejército alemán tuvo unas bajas notables, casi todas por enfermedad, en torno a los 1500 hombres, y con un gasto de 600 millones de marcos en una colonia deficitaria, las cifras en el caso de los Herero y los Nama (que se unirán en octubre de 1904 a la revuelta) son escalofriantes: perecieron un 80% de Hereros de una tribu de 60.000 a 80.000 personas. Los Nama, que se rindieron bajo la presión de Trotha, perecieron en números en torno al 45 – 50%, de un total de 20.000 hombres.
Al exponer a los Herero a la aniquilación total, los alemanes actuaron sin cuartel, sin tomar prisioneros, exterminando sin control a los supervivientes de la batalla. El testimonio de Jan Kubar, nativo de Gootfontein y ayudante de los alemanes, es claro al respecto:
“Los alemanes no tomaban prisioneros. Asesinaron a cientos y cientos de mujeres y niños a lo largo de las carreteras. Los golpearon con bayonetas con la culata de sus fusiles. Las palabras no pueden encontrarse para relatar lo que pasó; era demasiado terrible. Estaban reposando exhaustos e inofensivos a lo largo de las carreteras, y los soldados los descuartizaban a sangre fría…”
La gran matanza, a pesar de todo, no tuvo como protagonista a la administración colonial, sino al propio desierto del Kalahari, que acabó por deshidratación y falta de comida con gran parte de lo que quedaba de los Herero luego de Waterberg. Trotha instigó un cordón de seguridad de 250 Km al oeste de la administración colonial haciendo imposible escapar de este exilio y muerte segura. Los superviviente fueron recluidos en campos de concentración, siguiendo el modelo español o inglés en Cuba o Sudáfrica. Más de un 45% de los internados perecieron.
Von Estroff, que había acompañado a Trotha en la batalla contra los Herero, juzgó apropiadas las medidas, justificando de este modo la actuación:
“…uno debe estar de acuerdo con los esfuerzos del General von Trotha de aniquilar el conjunto de la nación Herero o expulsarlos del país. Luego de lo que ha ocurrido [la revuelta], la coexistencia de blancos y negros será muy difícil, a menos que los últimos se mantengan en un status de trabajo forzado, un tipo de esclavitud. La guerra racial que ha surgido puede ser sólo concluida con la aniquilación o la esclavitud total de un bando.”
Justicia tardía
El escándalo internacional fue inmediato, y los legados de la administración colonial británica recogieron los testimonios de las matanzas. Con la llegada de las noticias al Reichstag, Guillermo II censuró a Trotha, pero el exterminio racial se había cometido por completo para diciembre de 1904. Bebel acusó al gobierno alemán, y a Trotha de regirse por leyes inhumanas, propias de bárbaros. El 19 de noviembre de 1905 Trotha fue relevado de su puesto. Será ascendido a general de infantería en 1910, muriendo diez años más tarde de fiebre tifoidea sin ser procesado.
A inicios de los 90 del siglo XX, con la independencia de Namibia, las autoridades políticas del país pidieron a Alemania una disculpa y una indemnización por el genocidio. Ésta se vio cumplida, aún sin indemnización, en agosto de 2004 cuando la ministra para el desarrollo Heidemarie Wieczorek-Zeul afirmó en el propio país.
“Nosotros alemanes aceptamos nuestra responsabilidad moral e histórica en las culpas incurridas por los alemanes de la época…Las atrocidades cometidas en esa época habría sido denominadas genocidio.”
Fue una disculpa tardía, quizá cosmética; un juicio de sus iguales, parafraseando a Kipling, el gran poeta del colonialismo:
“Take up the White Man’s burden—
Have done with childish days—
The lightly proferred laurel,
The easy, ungrudged praise.
Comes now, to search your manhood
Through all the thankless years
Cold, edged with dear-bought wisdom,
The judgment of your peers!”
Bibliografía
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