Cómo y quiénes arruinaron al país

Cómo y quiénes arruinaron al país

A partir de esta columna se une a nuestro staff de analistas el reconocido político Joaquín Villalobos. Su trayectoria, visión y una demarcada conducta democrática lo vuelven una de las voces más serias respecto a la política salvadoreña e internacional. Bienvenido, Joaquín, y a nuestros lectores la solicitud de respeto para nuestro columnista

Última actualización: 16 DE SEPTIEMBRE DE 2013 00:40 | por Joaquín Villalobos

Costa Rica es un país muy estable, el salario mínimo es más del doble que en El Salvador; exporta muchos productos, la visitan millones de turistas, acogió a 500,000 inmigrantes nicaragüenses y no tiene problemas de violencia. El Salvador importa el doble de lo que exporta, la tercera parte de la población ha emigrado, ha sufrido golpes de Estado, una insurrección indígena, una guerra civil y miles de pandilleros lo han convertido en el segundo país más violento del planeta. ¿Por qué estas diferencias si ambos países son similares, sin riquezas naturales y ubicados en la misma zona geográfica?

El Salvador tiene buenas carreteras y población muy trabajadora, pero con bajo nivel educativo, las carreteras de Costa Rica no son tan buenas, pero su población es más educada. La elite costarricense se interesó más por la gente que por las calles y esa inversión en capital humano derivó en un país productivo, democrático, incluyente y con mejor institucionalidad. Las elite salvadoreña se resistió ferozmente a la democracia, sólo una guerra civil los hizo aceptarla. Costa Rica es un país más rico que El Salvador, pero las familias más ricas de El Salvador, que son pocas, son mucho más ricas que los principales capitalistas costarricenses.

Usando los conceptos que Acemoglu y Robinson establecen en su libro “Por qué Fracasan los Países” Costa Rica tiene instituciones y elites más inclusivas y El Salvador tiene instituciones y elites totalmente extractivas. Los ricos costarricenses transformaron positivamente su país y los salvadoreños se dedicaron a exprimirlo. Pocos impuestos, bajos salarios, trabajadores con bajo nivel educativo, poca innovación, intolerancia política y altos ingresos para las elites, crearon el caos que ahora vive nuestro país.

El trabajo “Diversified Business Groups and the Transnationalisation of the Salvadorian Economy” de Benedicte Bull (Journal of Latin American Studies, 2013- 45), describe los once grupos que controlan la economía salvadoreña, destacando la existencia de matrimonios y múltiples lazos familiares entre ellos. Esto produce una concentración todavía mayor de la riqueza y casi los convierte en una sola familia. En el pasado se los conocía como “los 14”, ahora los llaman el “G20”, pero no por el número, sino por el poder que concentran. Bull describe el impacto que tuvo la privatización de los bancos (1992) y su posterior venta a la banca internacional (1997-2006) en la transformación de la vieja elite en grupos transnacionales. Al descubrir que la emigración y las remesas iban en ascenso, asumieron a éstas últimas como modelo de “desarrollo”, abandonaron la inversión productiva y crearon una “falsa economía de servicios” para apropiarse de las remesas. Exportar salvadoreños se convirtió en el motor de la economía con instituciones extractivas, dinero fácil y el Estado como su patrimonio.

No les importó la parálisis económica, el desempleo masivo y la catástrofe social que dejaría la emigración. En la medida que las remesas aumentaban, la economía dejaba de crecer, los homicidios se multiplicaban, la emigración se disparaba y el G20 multiplicaba sus ingresos para invertirlos en el exterior. La crisis social y la violencia se agravaron mucho más porque entre 1989 y 2004 se desmantelaron o debilitaron las instituciones de protección social que existían. Desaparecieron el Instituto Salvadoreño de Fomento Industrial (INSAFI), el Instituto de Vivienda Urbana (IVU), el Instituto Regulador de Abastecimientos (IRA), la Campaña Nacional Antipalúdica, el Ministerio de Planificación, el Ministerio de Cultura y otras. Se privatizaron numerosas instituciones, se le dio ventajas a negocios como el azúcar, las medicinas, a la línea aérea que tiene bloqueada la interconectividad centroamericana y hasta la vivienda mínima se convirtió en un gran negocio del G20.

A partir de 1989 el entretenimiento dejó de ser política pública, se abandonó la construcción de parques y lugares turísticos. Los que fueron construidos entre 1948 y 1979 entraron en decadencia, entre éstos el Zoológico Nacional, Atecozol, Amapulapa, Ichanmichen y el resto. En vez de parques construyeron grandes centros comerciales en todo el país para extraer remesas. Recientemente apareció un zoológico privado con animales que curiosamente son en extremo difíciles de importar.

Era ingenuo no percatarse que la posguerra traería graves problemas sociales y de seguridad. Toda posguerra necesita un Estado fuerte y los gobiernos del G20 lo que hicieron fue desmantelarlo. No invirtieron en seguridad, mantuvieron reducida a la policía, le quitaron presupuesto al ejército y pretendían privatizar las prisiones. La seguridad privada se multiplicó, los ricos se acuartelaron en mansiones, las clases medias cerraron sus colonias y los pobres quedaron en manos de las pandillas. Los problemas de posguerra y la exportación de salvadoreños crearon una bomba social que explotó en la violencia actual. Cuando eso ocurrió el Estado no tenía instrumentos para atender la crisis. Entre 1989 y 2004 ARENA en realidad desató un incendio y al mismo tiempo despidió a los bomberos.

Esto empezó a cambiar con la rebelión que se desencadenó en el propio partido ARENA contra el G20. El gobierno de Antonio Saca fue considerado “populista” por desplegar políticas de atención a los pobres en medio del caos social que vivía el país y considerado “corrupto” por parar privatizaciones y negocios millonarios como los que se hacían en la CEL con contratos que obligaban a comprar energía cara a empresarios privados. No es la primera vez en la historia nacional que se produce una rebelión desde las filas conservadoras contra la oligarquía. Tampoco es la primera vez que ésta intenta explicar un problema político como un problema moral. No es casual que el viejo PCN y la Democracia Cristiana se hayan aliado con los disidentes de ARENA, tampoco es casual la proximidad entre el presidente Funes y Antonio Saca. Se ha producido una coincidencia entre quienes piensan que el Estado debe ser el garante de la seguridad y el interés colectivo, frente a ARENA y el G20 que tienen al mercado como una religión que les deja millonarias bendiciones.

Estamos frente a un poder oligárquico y esto no es un insulto izquierdista, sino un concepto de la ciencia política. La democracia no impide la existencia de una oligarquía. No existe un país desarrollado que tenga la riqueza concentrada. La concentración produce pobreza y violencia. Según datos de la consultora Wealth-X Guatemala, Honduras y El Salvador, la región más violenta del mundo, tienen más personas con fortunas superiores a los 30 millones de dólares que Costa Rica y Panamá que son las economías más prósperas de Centroamérica. Según esos datos El Salvador tiene 145 personas que poseen juntas veinte mil millones de dólares y Costa Rica tiene 85 personas que poseen 12,000 mil millones. Tenemos un capitalismo oligárquico de apellidos y el desarrollo sólo se logra con un capitalismo de oportunidades y méritos. Nuestra oligarquía ha mostrado históricamente una codicia descomunal, una ignorancia política brutal y una ausencia absoluta de compasión y sensibilidad; si llegara de nuevo al gobierno en el 2014, sería como poner al zorro a cuidar a las gallinas.

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