Conformación apolítica de la subjetividad y su vínculo con modalidades evocativas traumáticas de pasados límites. María Eugenia Borsani. 2009

Semblanza del presente

Finales de la década de los años 80, interesante convivencia entre política y filosofía, o lo que procura hacerse pasar por filosofía, no siendo sino el discurso de la ideología dominante que tiene como intención mayúscula eliminar del planeta todo eco del término “ideología”.

Se proclama, casi por decreto del Pentágono, el fin de las ideologías y el fin de la historia, sólo queda como norte un “más de lo mismo” y perfeccionar el estado de cosas vigente: el derrotero neoliberal a la luz del mundo globalizado, patrocinado por muchos Francis Fukuyama. Momento de lamentables bienvenidas a las despedidas.

El historiador Dominick LaCapra dice en las primeras páginas de Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica que “el tan mentado fin de la historia podría ser también un intento ideológico de permanecer fijados a una condición histórica existente determinada, como la economía de mercado y la limitada democracia política”.[1]

Así, intelectuales mandatados generan artículos e intervenciones de distinta naturaleza que colaboran con el propósito de la extinción del pensamiento crítico y de discusiones de naturaleza ideológica en distintos rincones del universo; se muestra ante nosotros un presente erguido de pensamiento edulcorado, imperio de lo light, exposición de la vacuidad, ausencia de compromiso, apatía por el legado, amnesia política.

A la vez que esto ocurre, se multiplican diversas modalidades evocativas de pasados límites o manifestaciones varias de lo que bien podríamos llamar “la memoria insurgente”, dada la naturaleza indómita de la acción de recordar.

Resulta casi paradójico que, al tiempo que parece erigirse la falsa conciencia de un presente sin ayer, adelgazado de pasado, la memoria se hace ver y se hace oír.

Así, proliferan los debates sobre la relación historia-memoria: desde la filosofía, la historiografía, la sociología y más, el vínculo historia-memoria se vuelve un tópico de constante convocatoria en reuniones científicas y en publicaciones varias.

A su vez, “la memoria parece hoy invadir el espacio público de las sociedades occidentales, gracias a una proliferación de museos, conmemoraciones, premios literarios, películas, series televisivas y otras manifestaciones culturales, que desde distintas perspectivas presentan esta temática” comienza diciendo Enzo Traverso en Historia y memoria. Notas sobre un debate.[2]

La contienda que se da en este escenario discurre, entre otras cuestiones, en relación con qué recordar, para qué evocar y cómo hacerlo; esto es, cuál ha de ser el contenido del acto rememorativo, cuál la finalidad de tal acción y cuál la modalidad evocativa.

Interesa problematizar las diferentes aristas del problema, ya que entendemos que según cuál sea la finalidad del recuerdo, se montan maneras distintas para ponerlo en escena seleccionando entonces determinados contenidos del recuerdo, a la vez que neutralizando otros.

Por ello es que importa indagar la posible relación que pueda darse entre modos conmemorativos anclados en una lógica luctuosa —a la vez que mortificante— con la huida del compromiso con aquello que se recuerda, como efecto reactivo. Así, el presente trabajo sigue  como propósito poner en tensión la conformación de lo que llamaremos subjetividades políticas esmirriadas —según el molde triunfante de lo que Žižek denomina como el “universo posideológico pragmático moderno”—[3] con modalidades evocativas traumáticas de pasados  límite.

En sociedades que tienen como legado un pasado reciente genocida, el modo de dar cuenta y representar lo acaecido es decisorio si el objetivo que se sigue es el de contribuir a la formación de una conciencia histórico-crítica.

Bajo la premisa que abona la fecundidad de modalidades evocativas no traumáticas de pasados límites, se indagará si acaso la “huida de la comunidad”,[4] siguiendo a Bauman, en forma  de despolitizada existencia no es resultante, entre otras cuestiones, de  contraproducentes efectos colaterales de modos de conmemoración o de inscripción de la memoria que insisten en las tan lacerantes como infértiles escenificaciones del horror.

Tanto Žižek como Bauman vienen aportando significativas lecturas en relación con el estado de la cuestión de nuestra temporalidad. Sus análisis pueden ser tenidos como diagnósticos de nuestro presente, no por ello menos acertados de la “ideología subterránea” de hoy —esto último pertenece a Žižek— y que en Bauman toma forma de liquidez.

Si como dice este último, las condiciones de la sociedad individualizada son hostiles a la acción solidaria, y la sociedad individualizada es el topos de los más, de los muchos con intención de globalizarse como marca del presente, la acción política, la atención por el otro, el compromiso cívico con la comunidad, caen en el lugar del pasado y en las antípodas del sujeto normal.

Normalidad normatizada, apolítica, desvitalizada, viviendo a costa de la renuncia del compromiso con el otro, con los otros, en un inconsciente estado de impávido aletargamiento político, por eso es que entiendo que se trata de subjetividades políticamente esmirriadas.

Sin duda convergen distintos factores que conforman lo que denominamos subjetividades esmirriadas. Bien señala Bauman el declive de la comunidad como un signo del presente; nuestra actualidad es, según el autor, “zona despejada de comunidad”.[5]

Decadencia de la comunidad en tanto disolución de vínculos sostenidos en la filialidad y es “esta experiencia la que hoy se echa de menos, y su ausencia se describe como ‘decadencia’, ‘muerte’ o ‘eclipse’ de la comunidad”.[6]

El conservadurismo imperante, bajo la forma de desarraigado individualismo, es un fenómeno propio de sociedades en las que hizo mella el triunfante discurso neoliberal.

Evocaciones lacerantes y su nocivo efecto

Entendemos por tales modalidades aquellas que evocan el ayer recurriendo a representaciones que se instalan en la dimensión de lo mortificante, expuestas de maneras muy distintas. Bien pueden ser exposiciones del ayer que recalan en el relato de las torturas infligidas, o en recreaciones del padecimiento, por caso, los ya tan conocidos tour concentracionarios.

Las narrativas de las cuales echar mano en este tipo de evocación

son muy diversas, pueden ser relatos testimoniales anclados en las vejaciones recibidas, o la muestra de las secuelas psicológicas y físicas de atrocidades varias.

No obstante, el ayer puede también ser exhibido desde una toma de distancia y reprobación de tales estrategias de evocación por estimar que en nada contribuyen a la acción rememorativa que persigue el propósito de dar cuenta del ayer traumático apostando a un conocimiento crítico y toma de conciencia de lo ocurrido en su amplio espectro.

En el caso de los montajes evocativos de las dictaduras genocidas, y específicamente en relación con la acaecida en Argentina 1976-1983, se advierte una tensión entre conmemoraciones pergeñadas desde perspectivas opuestas: en ciertos casos nos encontramos con desgarradoras escenificaciones de lo acaecido instaladas en la muerte, en la desaparición y en la tortura que colisionan con otros diseños evocativos que invierten la lógica luctuosa, orientadas al recuerdo y reivindicación de la vida cejada.

Tal vez pueda pensarse que la insistencia en los aspectos dramáticos del pasado y de la memoria de ese pasado, reedita una lógica del terror. Si en el alcance del drama se subsume todo lo que del pasado se puede decir y recordar, poco o nada cabe ser ponderado en términos de “ejemplar”, poco o nada por recuperar y reiterar.

Así, la indiferencia e impavidez ante el acontecer político, signo de nuestros días en cierta parte de las capas generacionales más jóvenes —sobre todo de los sectores medios de la sociedad— pueden ser tenidas como resultante del efecto traumatizante que se sigue del modo como se evoca nuestro pasado reciente.

Esto es, si se estigmatiza el pasado en una absolutización de lo traumático, es posible que se sedimente como advertencia amedrentadora e inmovilizante y con ello la evocación provoca

como efecto lo opuesto que se propone, volviéndose al servicio, esto es, funcional a quienes propician la conformación de subjetividades amnésicas y políticamente esmirriadas, adelgazadas de todo vínculo solidario y colectivo.

Sin embargo, y tal como lo planteáramos en otra ocasión, es importante que ese pasado sea reabierto desde una perspectiva reivindicatoria que desarticule de manera desafiante disciplinamientos de la memoria que, paradójicamente, resulten políticamente paralizantes, aun cuando, tal vez, no sea ése el propósito que persiguen, sino una consecuencia indeseable.

Esto último, en virtud de una significativa apreciación realizada por Dominick LaCapra cuando previene acerca de los efectos traumatizantes de esta perspectiva, que si bien la hace a propósito del film Shoah de Claude Lanzmann puede aplicarse a nuestro análisis: “Algunos usos de filmaciones de archivo o representaciones directas del Holocausto, tales como re-creaciones de escenas de muerte masiva, podrían ser presas de este enfoque armonizador y normalizador, aunque también podrían traumatizar al espectador”.[7]

Así, cabe pensar que la recurrencia al horror y los posibles alcances traumatizantes conducen injustamente al olvido de identidades hacedoras de ese ayer, desplegándose una lógica unidireccional de la memoria que opaca esas vidas subsumiéndolas en términos genéricos tales como víctimas o desaparecidos: anonimato sin más.

Es decir, se desdibuja cuánto de ejemplar —en términos de resistencia y de críticatuvo ese pasado y se resalta lo que deseamos sea irrepetible, a la vez que se omite que “la memoria ejemplar es potencialmente liberadora”,[8]en términos de Tzvetan Todorov.

Acaso sea momento de hacer hincapié en aquello que amerita sea reivindicado y que también constituyó el pasado reciente, hoy condensado sólo en el recuerdo del terror y por tanto evocación poco prolífica, toda vez que la ejemplaridad queda sofocada por lo ejemplificante.

Mientras que la ejemplaridad procura dejar una huella esperanzadora en su no reiteración y reivindicadora de quienes dieron testimonio de las atrocidades para dejarlo como legado para el futuro, lo ejemplificante provoca una advertencia intimidatoria.

Y aquí bien vale diferenciar lo ejemplar en Todorov con el planteo foucaultiano en Vigilar y castigar. Foucault muestra que determinados modos de sanción y condena se exponían públicamente por su carga ejemplificadora, el show que se montaba a su alrededor no era gratuito, perseguía claramente un cometido: algo así como: “Vengan y vean: esto puede ocurrirles, este vuestro padecimiento, este vuestro sufrimiento si acaso osaran cometer la misma acción que el reo”.

Escenificaciones de la condena orientadas a disciplinar conductas, normatizar subjetividades, advertir, contribuyendo a formar conciencias amedrentadas por la espectacularidad del castigo.

De ningún modo es ésta la orientación de nuestros análisis de los efectos colaterales e inesperados de los montajes del horror, no está en la representación del ayer la intencionalidad a priori de atemorizar, sino que cabe pensarlo como consecuencia indeseada y no como propósito de la puesta en escena de las “retóricas del horror”.[9]

El mensaje, cuando es ejemplificante, se distancia de manera abismal a la concepción de ejemplar según la ponderación de Todorov, adjetivo que le otorga a la memoria que no procura reeditar lo flagelante —memoria literal— sino en pos de un efecto liberador —memoria ejemplar.

Los modos de evocación traumatizantes del pasado traumático  invisibilizan el alcance del proyecto político genocida imperante en  Latinoamérica entre la década de los años 70 y entrados los 80 del siglo pasado, sin contribuir al conocimiento histórico, iluminando sólo aristas de desgracias que parecieran ser del orden individual y privado  desgajadas del contexto político en el que ocurrieron.

En tal sentido, podría decirse que contribuyen a solidarizarse empáticamente con el sufrimiento ajeno pero no se aportan elementos que colaboren a advertir la dimensión histórico-política de lo acaecido. Se acentúa el plano de lo meramente individual, lo que a tal varón o tal mujer le ocurrió, desamarrado de la comunidad, desconociendo su carácter en tanto miembro integrante de la sociedad política.

Se omite enmarcar el ayer en el cuadro de situación del proyecto que para cierta parte del continente se planeó y se llevó a cabo, como si las situaciones atravesadas fueran acaso producto del albur y no del ardid político neoliberal de los años setenta.

Las modalidades del recuerdo que entendemos son infértiles, son aquellas en las que la referencia al ayer ancla en un verdadero “desborde del horror”,[10] consideración que corresponde a Hugo Vezzetti.

Incluso este tipo de puesta del ayer, en ocasiones, no es del agrado de quienes lo padecieron. Vezzetti dice: “…una sobreviviente que dio a luz en un centro clandestino, cuenta que en la época del juicio todos querían escuchar el relato terrible de su parto pero nadie se interesaba en las ‘definiciones políticas’ que la habían llevado a sufrir esa suerte”.[11]

Una reflexión en un sentido similar la encontramos en Cecily Marcus, quien rastrea las actividades culturales de resistencia que se realizaron en tiempos dictatoriales. Marcus lamenta el acento puesto en la destrucción, en todo lo que fue aniquilado o destruido y la poca atención dispensada a lo que en dicho periodo era hecho, invitando a “investigar el periodo de dictadura desde el punto de vista de lo que fue hecho en lugar de lo que fue destruido”.[12]

Esto es, se focaliza en lo pavoroso, centralizado en el desenlace y despolitizando en gran medida el cuadro de situación de aquellos años de dictadura. La apatía del presente puede pensarse como resultante de tal plan para el Cono Sur, siendo la disociación entre comunidad-individualidad uno de sus logros.

En términos de Todorov quedamos en la instancia de la mera literalidad y en su esterilidad, siendo que en la diferenciación establecida por Todorov lo deseable es la memoria ejemplar, que nada tiene que ver con la ejemplificación según la publicidad del horror, disciplinador de subjetividades.

Tomando el subtítulo del artículo citado de Enzo Traverso es primordial comprender la importancia de “la interpretación de pasado como desafío político”[13] y con ello, conforme a la interpretación que sobre el pasado se haga, evitar la conformación de este tipo de subjetividades políticamente esmirriadas.


[1] Dominick LaCapra, Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica, Buenos Aires, fce, 2006, p. 15.

[2] En Marina Franco y Florencia Levín (comps.), Historia reciente. Perspectivas y desafíos  para un campo en construcción, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 67.

[3] Slavoj Žižek, “Multiculturalismo o la lógica cultural del capitalismo multinacional”, en  Slavoj Žižek y Fredric Jameson, Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, Buenos Aires, Paidós, 2003. 4 Zygmunt Bauman, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, Buenos Aires,  Siglo XXI, 2003, p. 69.

[4] Zygmunt Bauman, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, Buenos Aires,

Siglo XXI, 2003, p. 69.

[5] Ibid., p. 69.

[6] Ibid., p. 59. Idea ésta que Bauman reconoce su inspiración en Maurice R. Stein, que data

de 1960

[7] Dominick LaCapra, “La Shoah de Lanzmann: ‘Aquí no hay un por qué’” en Espacios de Crítica y Producción. Dossier: Historia y memoria del Holocausto, Buenos Aires, Secretaría de Extensión Universitaria/Facultad de Filosofía y Letras/Universidad de Buenos Aires, núm. 26, octubre/noviembre, octubre 2000, p. 44.

[8]

[9] Denominación que utiliza Elizabeth Martínez de Aguirre: “Un espejo de la historia: miles de fotos. Aproximaciones al estudio sobre fotografías de personas detenidas-desaparecidas durante la dictadura militar en Argentina”, en Cristina Godoy (comp.), Prefacio a Historiografía y memoria colectiva. Tiempos y territorios, Madrid, Miño y Dávila Editores, 2002, p. 126.

[10] Hugo Vezzetti, Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 119

[11] Idem

[12] Cecily Marcus, “En la biblioteca vaginal: un discurso amoroso”, en Políticas de la Memoria,núm. 6/7, Buenos Aires, Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina, verano 2006/2007. 13 Enzo Traverso, op. cit, p. 67.

[13] Enzo Traverso, op. cit, p. 67.

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