Este cuento que te cuento, tiene muchos principios y no tiene fin. Tiene muchas geografías, y diferentes historias. Es una multitud de cuentos, y sigue siendo uno. Vos lo estás leyendo o escuchando, mientras yo lo sigo escribiendo muy lejos, del otro lado del océano, o atravesando el océano en este mismo momento.
Este cuento que te cuento, es el de los muchos viajes que realizamos los pueblos buscando caminos. Es el cuento de las veces que nos perdemos en esos viajes, y preguntando encontramos cómo seguir. Es el cuento de cómo conocemos, cómo aprendemos, cómo descubrimos el mundo que creíamos descubierto.
Es el cuento de la aventura de saber que no sabemos, y de seguir inventando lo desconocido y deseado.
Escribo este cuento en el País Vasco, un territorio rebelde en un extremo de Europa, entre mujeres y hombres que se sueñan libres, y afrontan prisiones brutales (más de 400 presas y presos políticos), por ejercer su derecho de soñarse independientes y de hablarse en euskera, su lengua. En ese territorio estuvimos varios días hablando de nuestros ensayos de una pedagogía emancipatoria.
En el encuentro había educadorxs populares de Perú, que acompañan las luchas de Cajamarca, del Conga No Va, feministas guatemaltecas que bordan clítoris en tejidos mayas y quichés, pedagogos del movimiento sin tierra de Brasil, activistas vascas y vascos, internacionalistas de Galicia, algunas brujas que nos enseñaron sus secretos para volar, incluso una chica Almodóvar, y hasta un grupo de campesinos andaluces, aceituneros altivos, que sospecho que trajeron junto a los poemas del niño yuntero, una travesura lorquiana enredada en el equipaje.
En algunos momentos vi asomarse a un viejito de barba tupida que se reía de nuestros apasionados diálogos, creo que con complicidad, pero enseguida el viejito se fue para otro lado. Me acordé entonces que semanas atrás en Venezuela, compartiendo con lxs compas sus intentos de revolucionar su revolución, de hacer más feminista su socialismo del siglo XXI, más socialista su feminismo, más internacionalista su patriotismo, más rebelde y liberadora su pedagogía, aquel viejito andaba por ahí, con la misma barba blanca y la misma sonrisa de picardía.
Está bien visto que en los cuentos haya duendes. Este viejito podría ser un duende. Tiene barba y sonrisa de duende. Pero no estoy segura que lo sea. Recuerdo ahora haberlo visto en lugares tan diferentes como Palestina, Chiapas, Bolivia…, y casi siempre por Pompeya. Ahora pienso que el viejito no es un duende, sino el rostro posible de un latido. Creo que el viejito podría llamarse Paulo Freire, pero eso tal vez le quite misterio a nuestro cuento. O tal vez sea mejor llamarlo así, porque no es su rostro ni su nombre el misterio de este cuento, sino el origen de su mirada y de su sonrisa en el cruce de caminos.
Este cuento que te cuento se escribe con una sonrisa en la mirada, que nos ayuda a espantar los dolores del mundo, y a ver más allá de nuestro horizonte inmediato. A reconocernos en otras miradas, de diferentes pueblos que sueñan y reinventan la libertad. Ya dije que en esta tierra que hoy piso, más de 400 de esas miradas están prisioneras. También en Palestina, muchas de esas miradas están arrinconadas en territorios ocupados brutalmente, o en regiones destruidas bajo las bombas israelíes.
Sabemos que algunas de esas miradas están amenazadas en Venezuela por un imperio que quiere su petróleo y terminar con su revolución. Pero así y todo, esas miradas y esas sonrisas resisten los encierros. Esto que te cuento lo he visto. Vi sonrisas libres tras los muros. Vi miradas libres en los campos de refugiados palestinos. Vi el juego del duende burlando al imperio en Venezuela.
Este cuento que te cuento, se cuenta como educación popular. Tiene los colores, los ritmos, y los sabores que le pone cada pueblo, y tiene la memoria más larga, que la barba del viejito brasileño. Este cuento que te cuento no tiene final. Es un viaje hasta el corazón de la sonrisa, hasta el origen del latido más intenso.
Paulo Freire nos habló en sus primeros ensayos de la educación como práctica de la libertad. Y su pedagogía de los oprimidos y oprimidas, la pedagogía de la esperanza, de la rabia, de la indignación, de la osadía, de la rebeldía, sigue alfabetizando en gestos, en palabras y en acciones. Paulo creyó en la dialéctica revolucionaria de nacer muchas veces, y de muchas formas.
Como el Che, que en un día como hoy nacía por primera vez… y que se ríe de asomarse en cualquier parte de este cuento, sólo para que le celebremos su cumpleaños, dice. Este cuento desordenado que te cuento es un latido intenso, contagioso, solidario. Es el duende guevariando todos los cuentos. Es la historia embrujada que sigue naciendo después de todas las inquisiciones de allá y de acá. Es la rebeldía que vive, che, en una sonrisa y en una mirada.
Claudia Korol, 14 de junio de 2015.