A contracorriente de las promesas de pronta recuperación que escuchamos cotidianamente de presidentes como García en Perú y Obama en los EE UU, las imágenes cotidianas y mass-mediáticas de millones de personas desempleadas, desterradas, familias sin hogar, hambrunas y epidemias masivas, violencias múltiples (de corte étnico-racial, religioso, sexual, doméstico, geopolítico) y guerras continuas, expresan una condición de malestar profundo que caracterizamos como crisis.
Los síntomas de crisis global se componen con huelgas generales en Francia, Grecia y Martinica, despidos masivos en Puerto Rico, 20 millones de desamparados en Afganistán y casi un país entero en la calle en Haití como productos combinados de desastres alegadamente naturales con intervención imperial.
Vivimos una situación de caos estructural en el sistema-mundo moderno/colonial capitalista que nos afecta seriamente a tod@s, y por eso es imperativo analizar dicha crisis sistémica, identificar sus dimensiones y entender sus dinámicas, pero también vislumbrar qué posibilidades de cambio ofrece para potenciar las posibilidades emancipatorias de esta coyuntura histórico-mundial.
Colonialidad del poder y modernidad capitalista
Para entender la crisis actual a profundidad es necesario un marco analítico claro, complejo y flexible, que nos permita ahondar en sus raíces de fondo, a la vez que nos facilite la posibilidad de indagar en sus matices y contradicciones. Aquí haremos un análisis breve de lo que denominamos crisis de la civilización occidental capitalista a partir de la analítica de la colonialidad del poder, perspectiva teórico-política cuyo autor inicial es el intelectual peruano Aníbal Quijano.
¿Qué entendemos por colonialidad del poder? Quijano la define como «un patrón de poder», es decir un entramado de relaciones que articula de manera compleja y desigual una multiplicidad de formas de dominación, explotación y conflicto en relación con la organización y apropiación de seis ámbitos fundamentales de la vida social: autoridad, comunicación, naturaleza, sexo, subjetividad y trabajo.
Dichos elementos están entrelazados a la vez que representan dimensiones particulares del espacio y proceso social. Otra estrategia de representación conceptual de la colonialidad del poder es como entrelace de cuatro regímenes modernos/coloniales de dominación, explotación y conflicto: capitalismo, racismo, imperialismo y patriarcado.
El patrón de poder moderno/colonial debe entenderse como un proceso histórico-mundial que nace junto con la modernidad capitalista y que caracteriza fundamentalmente el proceso de globalización que surge en el largo siglo XVI en el contexto de la conquista de las Américas, el comercio esclavista trans-Atlántico y la institucionalización del sistema de plantaciones, la emergencia de imperios europeos modernos, y eventualmente un orden geopolítico basado en un sistema de naciones-estado, y la emergencia de la ideología de Occidente como marco discursivo para darle sentido a las nuevas formas de dominación tanto religiosas y lingüísticas como culturales y epistémicas, lo cual implicó la emergencia de nuevos modos de identificación y de intersubjetividad.
Es en esta coyuntura histórico-mundial del largo siglo XVI cuando emerge el capitalismo centrado en el Atlántico, junto a las invenciones simultáneas de las Américas, África y Europa en cuanto categorías geohistóricas continentales y regionales. Asimismo se crean las formas de clasificación y estratificación racial, que conjugadas con las nuevos modos de explotación del trabajo subyugados a las dinámicas de acumulación de capital en el naciente mercado mundial, y con la redefinición del poder patriarcal, originan el patrón de colonialidad del poder que continúa primando mundialmente hasta hoy.
Denominamos las formas modernas de la dominación usando el sustantivo «colonialidad» para significar y acentuar no solo su origen colonial pero sobre todo la continuidad de estas jerarquías de poder y formas de desigualdad (económicas, geopolíticas, epistémicas, étnicas, sexuales, etc.) en el largo plazo de la historia de la modernidad capitalista.
Entendemos el poder no solo como dominación o como poder sobre, sino también como poder para y poder como capacidad e impulso vital humano, tomando la definición de Enrique Dussel de su filosofía política de la liberación.
Crisis recurrentes y crecientes del capitalismo histórico
Los procesos político-económicos del patrón del poder, que en este aspecto denominamos capitalismo histórico, han sido azotados por crisis globales al menos desde la primera globalización propiamente dicha en el siglo XIX. En el estricto sentido económico son crisis de rentabilidad del capital (o sea de ganancias), lo cual implica disminución en los niveles de inversión acompañados por crecimiento del capital financiero, destrucciones masivas de capital, desempleo masivo, marginalidad y hambre para las masas trabajadoras, los sectores populares y los campesinados. Pero estas crisis globales del capitalismo no son provocadas simplemente por las contradicciones económicas del capital; son también producto de conflictos políticos como competencias entre imperios por hegemonía y control como fueron los conflictos entre potencias occidentales que llamamos Primera y Segunda Guerra Mundial.
Estas coyunturas de crisis también han servido y sirven de marco histórico-mundial para la emergencia de movimientos antisistémicos que a su vez catalizan las crisis. Para entender la crisis actual es necesario destacar dos atributos generales de las crisis recurrentes del capitalismo histórico; por un lado, su carácter cíclico y por otro lado el que su magnitud y profundidad es cada vez mayor. Si partimos de mediados del siglo XIX podemos identificar crisis cíclicas desde la crisis de 1870, la depresión de la década de treinta, y la crisis presente que emergió en los setenta.
Pero además de ser recurrentes, dichas crisis son cada vez mayores tanto en su escala espacial y profundidad de efectos, como en las áreas de la vida social que afectan. A este carácter creciente de las crisis del capitalismo histórico lo caracterizamos como una «tendencia secular» a ser cada vez mayor y por ende a desafiar la capacidad del sistema-mundo moderno/colonial capitalista de recuperarse y reestructurarse.
A propósito de esto hay dos elementos conexos fundamentales para entender la crisis actual. La combinación de una nueva revolución tecnológica, que implica mayor productividad del trabajo y por ende menos necesidad de trabajo vivo, con menores ganancias en el capital productivo (lo que conlleva una búsqueda de menores costos), han implicado por un lado la conversión del capital financiero y de la especulación en fenómenos dominantes y estructurales, y por otro, desempleo estructural, precarización e informalización del trabajo, y resurgimiento de servidumbres y esclavitud para la sobre-explotación del trabajo.
A esto añadimos que la globalización plena del capital ha agotado la búsqueda de nuevos mercados como solución parcial, lo que ha tenido como consecuencia una ofensiva feroz de promover «acumulación por desposesión» de tierras y recursos naturales que explican las ofensivas de recolonización del nuevo capitalismo extractivista.
Raíces y temporalidad de la crisis reciente
Hay diferentes modos de entender y explicar la crisis presente. La narrativa dominante en los medios de comunicación masiva, los centros de poder político y económico, y en el mundo académico, es verla como una crisis financiera de corto plazo, y en cada país, que se puede solucionar relativamente rápido a partir de mega-inyecciones de fondos de parte del Estado con el fin de restablecer las condiciones de rentabilidad del capital y por ende la salud de la economía en general.
En contraste, los análisis marxistas y radicales de la crisis actual la entienden como un problema fundamental, de larga duración, y de carácter global, pero aun tendiendo a enfocarse en lo económico. Aun si solo se ve la crisis en su dimensión económica, su temporalidad es mucho mayor que la debacle financiera y de bienes raíces de los Estados Unidos en el 2008. Tampoco es así con crisis similares como las que ocurrieron en México en los ochenta, en Asia del Este en los noventa y Argentina en el 2001.
Caracterizamos su aspecto económico como una crisis de acumulación de capital a escala mundial que comenzó a principios de los setenta, cuyos síntomas más patentes fueron la subida de los precios del petróleo en 1973, el déficit fiscal del Estado imperial estadounidense a partir de la guerra de Viet-Nam, y la combinación sin precedentes de inflación y estancamiento que se llamó stagflation.
Ese momento marcó una tendencia que persiste con sus altas y bajas hasta hoy de disminución de la tasa de ganancias, desempleo estructural, reducción de salarios reales, empobrecimiento creciente y masificación de la marginalidad social. Los procesos de globalización que denominamos como neoliberalismo son en gran medida estrategias de reestructuración de las condiciones de rentabilidad del capital a través de la elaboración de un nuevo paradigma de desarrollo capitalista basado en una revitalización y redefinición de las doctrinas del liberalismo económico que imperaron a finales del siglo XIX, la era del imperialismo de libre comercio bajo hegemonía británica.
En realidad, el keynesianismo que imperó desde la crisis mundial anterior, cuyos referentes principales fueron la gran depresión de los años treinta y dos grandes guerras entre las potencias del centro capitalista, no fue norma sino excepción en el modus operandi del capitalismo histórico.
Es decir, el Estado interventor a favor del desarrollo económico (en America Latina el Estado desarrollista y populista), el Estado benefactor en aras de empleo pleno y consumo colectivo (sobre todo en los países del centro) fue producto tanto de estrategias para lidiar con la crisis económica, como de las luchas históricas de los ciudadanos y sobre todo de las clases subalternas demandando extensión del sufragio a través de derechos sociales y políticos.
Por ende, es también necesario entender las crisis en relación con las luchas y acciones colectivas que denominamos movimientos antisistémicos para significar olas de luchas que tienen no necesariamente la vocación sino efectos de desafiar y transformar el patrón de poder.
La ola de movimientos sociales, que comenzó a mediados de los cincuenta (tres de cuyos referentes clave fueron la Conferencia de Países No-Alineados en Bandung, Indonesia, el movimientos de liberación negra en los Estados Unidos y la revolución cubana) y que culminó hacia el final de los setenta, cuya cúspide fue 1968 (con la ofensiva de Tet en Viet-Nam, la huelga general en Francia y el escalamiento de los movimientos anti-guerra de estudiantes y minorías raciales y sexuales en los Estados Unidos), fueron detonantes fundamentales de lo que catalogamos como crisis sistémica.
La emergencia de la doctrina y las políticas neoliberales a finales de la década de los 70 (dos marcadores fueron las políticas económicas de los «Chicago Boys» en el Chile de la dictadura de Pinochet y la crisis fiscal de la ciudad de Nueva York), marcó una nueva era que contrarrestó parcialmente la crisis tanto económica como política: abriendo mercados, facilitando mayor explotación del trabajo, redefiniendo el rol del Estado, y articulando nuevos proyectos ideológicos imperiales para Occidente y el capital global.
Esto implicó la constitución de lo que Aníbal Quijano denomina bloque imperial global, para significar el accionar conjunto de instituciones del capital global como el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio con los Estados metropolitanos y las corporaciones transnacionales, que presidieron un proceso de intensificación de la globalización del capitalismo con vocación de colonizar, mercantilizar y privatizar todas las áreas de la vida incluyendo los espacios públicos, la producción intelectual, los recursos naturales básicos y la corporalidad humana.
Este modelo de globalización que buscó agresivamente desmantelar el gasto estatal en bienes sociales, aminorar el nivel de salarios, abrir mercados sin fronteras para inversiones y productos del gran capital, y crear ganancias para el capital a cualquier costo, confrontó desafíos múltiples y luchas plurales desde sus inicios que han venido madurando en varias direcciones.
El capitalismo neoliberal ha sido confrontado por movimientos y movilizaciones a través del mundo, desde rebeliones populares espontáneas como el Caracazo en 1989 y nuevas luchas armadas como el levantamiento zapatista de 1994 (que conscientemente coincidió con la firma del tratado de libre comercio de América del Norte-NAFTA), hasta movimientos sociales de desocupados (como los Piqueteros en Argentina), campesinos (como los Sin Tierra en Brasil) y de la nueva clase obrera (como Conserjes por la Justicia de Trabajadores Inmigrantes Latinos en Los Ángeles, California).
Nuestra interpretación de las crisis cíclicas de la modernidad capitalista, y de la que encaramos ahora, trasciende los instrumentos de análisis de la economía política. Como bien arguye Fernando Martínez Heredia, hay que superar el economicismo y «colocar la crítica revolucionaria en el plano de la totalidad del sistema». En este sentido postulamos una crisis multifacética y polivalente.
Crisis global del patrón de poder moderno/colonial capitalista
La manera más general y sintética con que podemos caracterizarla es como una crisis de la civilización occidental capitalista en su fase de globalización neoliberal. Es decir, más que una simple crisis económica, hay problemas en todas las aristas del patrón de poder. Por eso es una crisis de un modo de vida con sus formas de economía, política, ecología, ética, conocimiento y subjetividad.
Es una crisis de la modernidad capitalista que ha sido el patrón civilizacional dominante por más de 500 años. Aclaro rápidamente que no utilizo el concepto de civilización como una gran constelación cultural en el sentido de Toynbee, Elias o Huntington sino como el orden dominante de poder que configura una racionalidad económica, política, ética, estética y epistémica, en este sentido similar a como Braudel y Wallerstein entienden la civilización capitalista, a la vez que entiendo la noción de civilización occidental como ideología dominante y discurso hegemónico en la modernidad capitalista.
Buscando la raíz de la palabra crisis encontramos que procede del griego «krisis» que significa el momento crítico cuando se define el desenlace de una dolencia, a la vez que se relaciona con «krio» que denota decidir o juzgar y de ambos se deriva la noción de crítica. Por eso, hay un doble sentido en el concepto de crisis, por un lado una situación de dolencia grave y posibilidad de muerte, y por otro un momento de grandes posibilidades y promesas.
Cuando hablamos de crisis nos referimos a una situación insostenible, que requiere cambios sustantivos, y nuestro argumento es que no solo la economía y la política sino también las lógicas culturales, éticas, estéticas, epistémicas y ecológicas del sistema-mundo moderno capitalista sufren de esta condición.
Crisis ecológica y nueva política ecológica
Una de las dimensiones más críticas de la crisis civilizatoria actual es la ecológica. El llamado «cambio climático» es una especie de eufemismo para denominar la debacle ambiental causada por la acumulación en el tiempo de las injurias que el paradigma de desarrollo productivista y extractivista ha causado en la ecología planetaria.
La emisión indiscriminada de gases tóxicos alimentados por un modo de producción donde la naturaleza es vista como fuente de ganancia, la revitalización de la minería a costa de la erosión y mercantilización de recursos vitales como el agua junto con la amenaza a las formas de vida ancestrales de comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas, y la insistencia de los poderes occidentales (bajo el recalcitrante liderato de los Estados Unidos) de continuar con esa racionalidad económica que cada vez destruye más el ambiente y pone en peligro la vida misma del planeta, componen lo que definimos como una severa crisis ecológica.
Uno de los síntomas más notables es lo que comúnmente llamamos «calentamiento global», manifiesto en fenómenos como la reducción de las masas glaciales que podrían eventualmente causar tsunamis en varias partes del mundo, y en las enormes inundaciones alrededor del planeta que están ocasionando muertes y destrucción agrícola. En fin, la civilización capitalista occidental está destruyendo el planeta y hay un consenso global creciente de que hay que tomar medidas radicales al respecto como claramente lo demostraron las cumbres en Copenhagen y Cochabamba.
Aquí es importante subrayar el liderazgo de Evo Morales en la cumbre de Copenhagen y destacar que como primer presidente indígena de Bolivia revela el carácter protagónico de los movimientos indígenas en la conciencia ecológica que informa los nuevos paradigmas de emancipación.
Los esfuerzos del capital transnacional de obtener mayores ganancias a través de la agroindustria y la minería han implicado intentos de colonización de territorios relativamente fuera de su control tales como el Pacífico colombiano y las tierras ancestrales de comunidades indígenas en la región andina, para explotarlos con megaproyectos como el establecimiento de plantaciones de palma africana y la extracción de oro.
Estas iniciativas, promovidas por Estados como los de Colombia y Perú, son desafiadas por movimientos sociales de afrodescendientes, indígenas y campesinos que se oponen a la colonización de sus territorios ancestrales por el capital trasnacional a la vez que afirman su identidad étnico-racial y promueven una política ecológica que promueve formas de economía en armonía con el ambiente y basadas en modos comunitarios de autogobierno.
Esta conciencia ecológica es un componente clave en las nuevas culturas políticas de los movimientos antisistémicos en la época presente, una suerte de «nuevo sentido común contrahegemónico», como lo llama De Sousa Santos.
La cuestión ecológica se refiere directamente a la crisis alimentaria provocada por una conjunción de la nueva «revolución verde» con el grave desequilibrio ambiental y la hiper-inflación del capital financiero. En otras palabras, la mecanización de la producción agrícola, la agroindustria a gran escala, y el modelo extractivista y exportador, junto con las políticas neoliberales de libre mercado a favor de las corporaciones transnacionales del agrocomercio, han tenido como consecuencia el empobrecimiento, desplazamiento y destierro de las masas campesinas del mundo y la desnacionalización de la producción agrícola, lo que se agrava con la financiarización de la economía y los desastres ecológicos.
Esta dinámica apunta hacia la profundización del hambre, la desnutrición y la alimentación tóxica debido a la proliferación de semillas transgénicas y la agricultura química promovidas por el gran capital agrícola sobre todo de los Estados Unidos. Estas condiciones han nutrido el crecimiento de los movimientos campesinos como vemos claramente en la coalición mundial Vía Campesina y en grandes organizaciones como el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil que enuncian un nuevo discurso de poder campesino, soberanía alimentaria y armonía ecológica que articula una nueva racionalidad no solo económica sino de vida colectiva para todo el planeta.
Crisis política: hegemonía imperial, legitimidad estatal, democracia liberal
La dimensión más estrictamente política la podemos definir como una triple crisis: de hegemonía del imperialismo, de legitimidad del Estado moderno, y de la democracia liberal representativa. Si analizamos lo político desde sus aspectos formales e institucionales podemos distinguir cuatro escalas: local-regional, nacional, regional-supranacional y global.
A escala mundial, la crisis se caracteriza por carencia de hegemonía combinada con pérdida creciente de la soberanía relativa de los estados-nación sobre todo en la periferia. Concordamos con GiovanniArrighi en que la historia de la modernidad capitalista se puede dividir en tres períodos de hegemonía: primero la holandesa en el siglo 17, luego la británica a mediados del siglo 19, y finalmente la estadounidense en el período posterior a la segunda gran guerra occidental (circa 1945).
La ola de movimientos antisistémicos de los sesenta y setenta marcó el principio del final de la hegemonía yanqui en el sistema-mundo moderno/colonial capitalista. Dicha crisis de hegemonía es a la vez causa y efecto de la crisis de legitimidad del Estado y de la crisis económica. En esta dinámica se conjuga la erosión de la democracia liberal representativa en el Estado-nación con la pérdida de hegemonía global del Estado imperial.
Aquí un ejemplo revelador es cómo el nuevo presidente Obama continuó la política antidemocrática de encarcelamiento sin juicio en Guantánamo y el Acta Patriótica, ahondando la guerra en Afganistán, y escalando la presencia militar en América Latina, a pesar de haber ascendido al cargo con una plataforma de cambios democráticos. Esta política imperial de mano dura es indicadora de la pérdida de hegemonía, como se demostró en la bienvenida a Cuba en la última conferencia de la Organización de Estados Americanos y el fuerte rechazo a las bases militares yanquis en Colombia en la última cumbre de UNASUR.
Desde otro ángulo de lo político, una de las características de la organización del poder político en la era de la globalización neoliberal es una combinación de mayor concentración del poder ejecutivo en detrimento de la participación ciudadana, junto con un giro participativo hacia el gobierno local. Esto ha implicado una serie de paradojas en la organización política entre las cuales podemos destacar el entrejuego de mayor participación local con menor incidencia pública en los escenarios nacionales.
Esta contradicción entre la socialización relativa del poder local y la centralización y privatización de la autoridad estatal se corresponde con la desnacionalización del poder a través del establecimiento de Estados neoliberales que tienden a servir de agentes globalizadores para las fracciones exportadoras y financieras de las burguesías criollas a la vez que responden y sirven a instituciones del capital global como las corporaciones transnacionales y el Fondo Monetario Internacional.
Una de las consecuencias de esta condición político-económica es que los Estados cada vez tienen menor voluntad y mayor dificultad en proveer bienes públicos como educación y salud, y de resolver problemas de desigualdad social como desempleo y hambre, situación que se agrava en las actuales condiciones de crisis. Este conjunto de factores también exacerba las tendencias autoritarias en los Estados modernos que crecientemente pierden la capacidad y voluntad de garantizar derechos civiles y políticos.
Otra de las paradojas de los Estados capitalistas en la era neoliberal y su crisis, tanto en los centros metropolitanos como en las semiperiferias y periferias, es la combinación de reconocimiento de derechos culturales y étnico-raciales con la pérdida de políticas sociales a favor de la redistribución de riqueza y poder, lo que se traduce en una disyunción de la política de reconocimiento cultural con la política de redistribución de riqueza y poder.
Crisis civilizatoria y racionalidades alternas
Las dimensiones políticas de la crisis civilizatoria se corresponden al deslinde de dos tipos de crisis que plantea el intelectual boliviano Luis Tapia; por un lado, el malestar en la estabilidad de las instituciones del poder dominante como el Estado y la economía; y por otro, en su desafío y cuestionamiento a partir de las practicas emancipatorias de muchos movimientos sociales y espacios subalternos contra las formas patriarcales de alimentación, de explotación, organización política, ecología y de producción de conocimientos que dominan la vida social de nuestra región y el mundo.
Lo político se corresponde con las dimensiones culturales y éticas de la crisis sistémica. En este registro se integran la crisis de valores, de proyectos de vida, de modos de producción y comunicación de conocimientos, y de formas de identidad y subjetividad imperantes en la civilización occidental capitalista.
Esto es en parte resultado del fracaso de los modelos de desarrollo socioeconómico, ecología y organización política de la modernidad capitalista como también de sus lógicas culturales hegemónicas con sus elementos éticos, estéticos, cognoscitivos e identitarios. En este sentido planteamos que la liberación de historias, memorias, conocimientos y modos de vida no-occidentales es un síntoma positivo de esta crisis.
Una de las peculiaridades y novedades de la crisis actual es su severidad en tanto crisis de las estructuras de conocimiento de carácter eurocéntrico-occidentalista. Su contraparte en la búsqueda de justicia epistémica se ha convertido en una de las características y reclamos principales de una nueva ola de movimientos antisistémicos que ya sea en su vocación, alcance, o efectos, insurgen como actores protagónicos en los procesos crecientes de des-colonialidad del poder y el saber produciendo una nueva episteme y racionalidad de vida.
Crisis multifacética, movimientos antisistémicos & des/colonialidad
Muchos también caracterizarían la condición presente como una crisis de alternativas. Ahora se suele hablar del posneoliberalismo, pero con frecuencia sin una memoria histórica de fondo y sin un horizonte utópico alternativo. Esto es así en gran medida porque también hemos tenido una crisis del socialismo actualmente existente y por ende de visión y confianza en los paradigmas familiares de emancipación, lo que puede implicar escepticismo en la viabilidad de futuros posibles.
Contrario a esta visión, entiendo que muchos partimos de una visión más optimista, no solo por el poder positivo de la esperanza que es algo importante a cultivar, sino porque reconocemos la gran importancia de la nueva ola de movimientos antisistémicos que hoy día demuestra no solo que «Un Mundo Mejor es Posible», como reza la consigna de los procesos del Foro Social, sino también porque en esta región se construyen alternativas diariamente desde los cambios en lo íntimo y en las relaciones de género y sexualidad, y las pequeñas trincheras de autogobierno comunitario, hasta los difíciles y contradictorios procesos de gobiernos de «izquierda».
La resolución de este momento crítico, de esta coyuntura histórico-mundial crucial, es impredecible. Hay al menos dos cosas que creo debemos tener claras para construir alternativas colectivas: la primera es que es una crisis raigal en todas las aristas del patrón de poder, lo que ofrece el potencial de construir un mundo radicalmente distinto; la segunda es que la crisis abre la posibilidad de potenciar plenamente nuestras capacidades como sujetos históricos. En este sentido la crisis representa un momento crítico de auto-creación de la sociedad y auto-afirmación de los sujetos con potencial de construir un nuevo contrato social.
En esta coyuntura de crisis y transformación no es suficiente hablar de movimientos sociales sino más aún de movimientos societales, acciones colectivas que tengan la capacidad de provocar cambios a nivel de la sociedad en su conjunto con vocación y/o potencial de llegar a ser de carácter antisistémico.
Para concluir voy a levantar algunas de las preguntas fundamentales que debatimos constantemente en espacios de construcción colectiva de conocimiento crítico y alternativas de vida, que varían desde asambleas comunales y caracolas hasta conferencias académicas. Estas preguntas y respuestas van conformando en el caminar una problemática común para «reinventar la emancipación» y crear juntos una nueva política de des-colonialidad y liberación. Aquí solo voy a traer cuatro:
1) ¿Qué significa y cómo construir formas justas, igualitarias, y plenamente democráticas del poder? ¿Cómo conjugar el poder constituyente con la institucionalidad política? Lo que Dussel representa usando el lenguaje de Spinoza como potentia y potestas. ¿Necesitamos refundar el Estado y/o crear nuevas formas de institucionalidad y comunidad política? ¿Qué significa y cómo se construye en términos concretos el buen gobierno y el mandar obedeciendo?
2) ¿Cómo traducir en proyec tos de país/región y en políticas concretas la nueva racionalidad de economía, ecología, convivencia y gobierno connotadas por principios ético-políticos anti-capitalistas/no-occidentalistas como Sumaq Kawsay (o «Buen Vivir» en quechua) y Unbutu en lenguaje surafricano? ¿Cómo construir economías y ecologías de armonía entre todos los entes existentes en vista del impulso neodesarrollista y poskeynesiano de los mismos gobiernos que declaran el socialismo del siglo XXI? ¿Cómo conjugar en práctica y teoría la política de lo posible con la utopía como horizonte de futuro?
3) ¿Qué estrategias de transformación radical se pueden perseguir a corto, mediano y largo plazo sin perder de vista las severas contradicciones que implican los procesos de des-colonialidad del poder? ¿Qué espacios de lucha y liberación son cerrados y cuáles posibilidades son abiertas por la crisis?
4) ¿Qué implicaciones tienen las transformaciones profundas que supone esta crisis raigal para los modos de producción, pedagogía y comunicación de conocimiento crítico?
Hoy día las luchas son clara y explícitamente múltiples, a la vez que los actores de cambio y sus reclamos plurales, lo que hace más complejo el desafío de articular bloques contrahegemónicos que puedan construir y mantener espacios sociales fundados en principios de igualdad, reciprocidad, libertad, paz, y vida; en contraste con las lógicas de desigualdad, competencia, opresión, violencia y muerte que imperan en la civilización occidental capitalista.
Para nosotros, como intelectuales comprometidos y como activistas de los movimiento sociales, debería ser imperativo producir conocimiento crítico con el fin de contribuir a combatir la cadenas de la colonialidad con hilos de solidaridad para construir «unidad compleja» a partir de las diferencias, como demandan las culturas políticas que insurgen en una nueva política de des-colonialidad y liberación en la región.
En su definición como momentos de malestar múltiple y profundo, las crisis son períodos de enormes riesgos y dificultades, pero como épocas insostenibles que demandan cambios fundamentales también pueden ser eras de grandes transformaciones con el potencial de producir un contrato social más justo e igualitario, coyunturas en las que podemos dar a luz futuros posibles, en las que estamos más aptos para crear fuertes suertes de liberación en aras del buen gobierno y el buen vivir.
Nuestro gran reto es construir ese nuevo pacto social dándole contenido concreto y positivo al buen gobierno y buen vivir desde nuestras múltiples trincheras de lucha y dimensiones de vida. En este sentido, un modo de recrear el quehacer crítico latinoamericano en el contexto del espectáculo de los bicentenarios es el vislumbrar y reinventar America Latina como un proyecto de descolonialidad del poder, desde cada sujeto, desde cada lugar, para tejer futuros de liberación para corazonar el mundo.
*Este texto se basa en las presentaciones de Agustín Lao-Montes en el Encuentro de Saberes y Movimientos: Entre las Crisis y los Otros Mundos Posibles, realizado en Lima entre el 26 y el 28 de mayo de 2010, y en el simposio internacional La Cuestión de la Des/colonialidad y la Crisis Global, efectuado en la Universidad Ricardo Palma entre el 5 y 7 de agosto de 2010.