¿Desembarazarse de Marx? Avatares del concepto de clases sociales

¿Desembarazarse de Marx? Avatares del concepto de clases sociales
María Celia Duek y Graciela Inda *
Resumen
¿Es la teoría de Marx la expresión exclusiva de su propio tiempo histórico y no puede pretender explicar una época posterior? Son muchas las voces que pregonan el
agotamiento de los “antiguos” conceptos de clase y lucha de clases en la medida en que serían incapaces de dar cuenta de las “nuevas” y “más complejas” realidades, y la necesidad de suplantarlos por nuevas nociones. Frente a dicho menosprecio, en este trabajo se enfatiza el carácter primordial e insustituible del análisis en términos de clases y, en consecuencia, se retoma la discusión teórica en torno a este concepto. A través de sus páginas, se examinan las diferencias entre las dos grandes perspectivas teóricas sobre las clases sociales: la teoría marxista y el amplio abanico de la sociología académica.

Palabras clave
Clases sociales – lucha de clases – movimientos sociales – marxismo – funcionalismo

Get rid of Marx?
Ups and downs in the concept of social class

Is Marx’s theory the exclusive expression of its own historical time and therefore it
cannot seek to explain a later time? Many are the voices that proclaim the exhaustion
of the “old” concepts of class and class struggle – for they would be unable to take
into account the “new” and “more complex” realities -, and the need to supplant them
for new notions. Before this contempt, this work emphasizes the primordial and
irreplaceable character of analysis in terms of classes and, in consequence, the
theoretical discussion is taken up around this concept. Through these pages, the
differences are examined between the two broad theoretical perspectives on social
classes: the Marxist theory and the wide spectrum of academic sociology.

Key Words
Social classes – Class struggle – social movements – Marxism – functionalism

  • Facultad de Ciencias Políticas y Sociales – Universidad Nacional de Cuyo

Revista del Programa de Investigaciones sobre Conflicto Social – ISSN 1852-2262
Instituto de Investigaciones Gino Germani – Facultad de Ciencias Sociales – UBA
http://www.iigg.fsoc.uba.ar/conflictosocial/revista Page 2 Duek, María Celia e Inda, Graciela Inda – ¿Desembarazarse de Marx? Conflicto Social, Año 2, N° 1, Junio 2009

La irrupción teórica de las luchas sin clases

las últimas dos o tres décadas las denominadas ciencias sociales
se han visto caracterizadas fuertemente por el desplazamiento de sus
conceptos fuertes, y en particular, del análisis en términos de clases y
de lucha de clases, y el reemplazo por “nuevas” nociones, destinadas a
explicar realidades presuntuosamente inéditas.

Desde nuestra perspectiva, esta pérdida de atractivo académico de los
conceptos que otrora definían constitutivamente el análisis de lo social
no obedece ni a la desaparición histórica de las clases y sus luchas, ni
al agotamiento de la eficacia explicativa de las teorías de las clases. La
explicación última de este viraje teórico debe buscarse en grandes
transformaciones a nivel mundial y nacional (caída de los “socialismos
reales”, agresiva avanzada militar norteamericana en el resto del
mundo, dictaduras militares en América Latina en los setenta y auge de
las políticas neoliberales durante los años noventa, etc.), que tienen su
impacto en el terreno ideológico y que repercuten, por tanto, en el
mundo académico y en el debate intelectual, pues las posiciones
teóricas representan tendencias, posiciones, que tienen su origen en
otro lado: en los antagonismos sociales.

En este sentido, no pueden dejar de mencionarse como factores que contribuyen a explicar la caída en desuso de conceptos fundamentales, la hegemonía ideológica
del neoliberalismo y, en el plano de las “ciencias sociales”, el abandono
de la teoría y de los llamados “grandes relatos”, impulsado por el
discurso posmoderno, indisputablemente dominante en los últimos
quince años del siglo XX.

El lugar antes ocupado por los conceptos centrales del materialismo
histórico (modo de producción, formación social, ideología, dominación,
infraestructura económica, lucha de clases, clases, etc.), e incluso por
las categorías de la sociología académica que se le oponían (estratos,
sistema social, adaptación, funciones sociales, status, poder, etc.) no
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ha quedado vacío. Aparecen nuevos términos que hegemonizan las
investigaciones y debates en ciencia social: ciudadanía, movimientos
sociales, sociedad civil, espacio público, pobreza, exclusión social,
vulnerabilidad, nuevas desigualdades, cuestión social, nuevos actores
o sujetos, condición humana, posmodernidad, sociedad mediática, etc.

Creemos que el advenimiento de nuevas nociones es indicador de la
presencia de una nueva “problemática” teórica, una nueva matriz de
preguntas que domina en la teoría social y se sitúa en una verdadera
discontinuidad / oposición respecto de la problemática del marxismo.
Esta nueva problemática teórica es, en el terreno específico del estudio
de la estructura social, la de la integración y exclusión social y más
recientemente, la de la “cohesión social”. Más allá de las diferentes
terminologías empleadas, el supuesto fundante de este desplazamiento
es que las sociedades actuales son radicalmente diferentes a las
sociedades capitalistas del siglo XIX y siglo XX. Subyace la idea de que
estamos ante un nuevo tipo de sociedad, más “compleja”, que ya no
puede ser explicada por las antiguas categorías. Esta sociedad
presentaría “múltiples” contradicciones, mayor “heterogeneidad” y
“fragmentación” de los actores sociales y de los escenarios de conflicto,
así como la aparición de fenómenos que no remitirían a las categorías
antiguas de la explotación.

el “determinismo” y “esencialismo” de los teóricos de las clases,
aparece un posmarxismo que cuestiona el “reduccionismo clasista” y
se fija en el surgimiento de reivindicaciones parciales y acotadas,
articuladas en los “nuevos movimientos sociales”, precisamente
definidos por el hecho de que sus bases y consignas trascienden los
límites de las clases.

En el contexto de estas nuevas modas intelectuales, nos permitimos
disentir y señalar que no se ha inventado aún un concepto para la
explicación de la sociedad y la historia capaz de suplantar en su
eficacia al multidimensional concepto de clases sociales.

Para que deje de ser pertinente el análisis de clase tendría que
desaparecer, no sólo el capitalismo, con sus contradicciones de clase
específicas, sino la división misma entre propiedad y no propiedad de
los medios de producción, o lo que es lo mismo, el divorcio entre los
trabajadores directos y los medios de producción. No cabe duda alguna
de que el capitalismo no sólo sigue existiendo, sino que se ha
expandido en forma prodigiosa en todo el mundo, sometiendo o
disolviendo los otros tipos de relaciones sociales.

Esto no significa negar que las clases sociales y sus fracciones, así
como las relaciones que mantienen entre sí, hayan sufrido
transformaciones importantes en las últimas décadas y que estas
transformaciones ameriten profundas investigaciones y análisis
concretos de formaciones sociales también concretas. Sucede que los
cambios en las condiciones de vida o en los ingresos de los miembros
de las diferentes clases o los que afectan la importancia numérica de
las mismas o los referentes a sus posiciones en las relaciones de
fuerza, son procesos que afectan a las clases sociales, pero de
ninguna manera desmienten su existencia. Como se pregunta Balibar,

“(…) no será una gigantesca impostura proclamar así la desaparición
de las clases en un momento (los años setenta y ochenta) y en un
lugar (la crisis económica mundial, comparada por los economistas con
la crisis de los años treinta) en los que se observan una serie de
fenómenos sociales que el marxismo relaciona con la explotación y la
lucha de clases: empobrecimiento masivo, paro, desindustrialización
acelerada (…)”1.

1 Balibar, E. y Wallerstein, E. (1988). Raza, nación y clase. Madrid: IEPALA. Pág. 245.
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En relación a la problemática de los movimientos sociales, es preciso
preguntarse seriamente si los llamados “nuevos movimientos sociales”
vienen a dar por tierra, como presumen algunos, con las
contradicciones de clase. ¿No será que las “identidades blandas” (de
género, de raza, generacionales, religiosas, etc.) no sustituyen a las
“viejas” identidades (de clase, nacionales) sino que coexisten? Lo que
es cuestionable de los enfoques actuales no es la atención prestada a
los “nuevos sujetos” o nuevos agentes sino el hecho de que se los
coloque como eje exclusivo del análisis social y político, expulsando
totalmente la categoría de lucha de clases, con lo cual esos enfoques
caen recurrentemente en posiciones idealistas que acentúan lo
hermenéutico discursivo en desmedro de las condiciones materiales.

No es entonces que no existan desigualdades específicas y
concentradas en determinados conjuntos de agentes sociales (mujeres,
jóvenes, minorías raciales, etc.), distintas de las desigualdades de
clase, ni que esas desigualdades sean menos opresivas para quienes
las padecen. La división en clases no es el terreno exhaustivo de
constitución de todo poder: las relaciones de poder desbordan a las
relaciones de clase. No son su simple consecuencia ni tienen formas
idénticas. Pero lo que es cierto es que tales desigualdades o tales
relaciones de poder las relaciones hombre/ mujer, por ejemplo, sin
perder su especificidad, están atravesadas por la división en clases. La
posición de subordinación de la mujer en la clase obrera no se
equipara sin más a la de la mujer en la clase burguesa. Pero además, y
como dice Atilio Borón, en la sociedad capitalista las desigualdades
clasistas tienen un predominio indiscutido sobre cualquier otra, “porque
en el límite el capitalismo podría llegar a admitir la absoluta igualdad
social en materia de raza, lengua, religión o género, pero no puede
hacer lo propio con las clases sociales. La igualación de las clases
significa el fin de la sociedad de clases. Por consiguiente, la estructura
clasista cristaliza un tipo especial de desigualdad cuya abolición
produciría el inmediato derrumbe de las fuerzas mismas de poder
económico, social y político de la clase dominante. Tal como lo anotara
Ellen Meiksins Wood, el capitalismo puede admitir y promover el
“florecimiento de la sociedad civil” y las más irrestrictas expresiones de
‘la otredad’ o ‘lo diferente’, como gustan plantear los posmodernos.

hay una desigualdad que es un tabú intocable, y que no se puede
atacar: la desigualdad de clases. Los posmodernos y los neoliberales
son verdaderos campeones en la lucha por la igualdad en todas las
esferas de la vida social, menos en el espinoso terreno de las clases
sociales, ante las cuales guardan un cómplice silencio”2.

Hay que decir también que, afortunadamente, en los últimos cinco a
diez años han comenzado a sentirse en diversos circuitos intelectuales
algunas voces que dan cuenta de una cierta recuperación de estas
herramientas explicativas fuertes. La desilusión en Latinoamérica
respecto de los regímenes liberales y el retorno de gobiernos nacional-
populares en varios de sus países constituye el trasfondo político de
este rescate conceptual (aún extremadamente débil).

a estas voces que resisten el menosprecio del análisis de la
estructura social en términos de clases y lucha de clases, y en la
medida en que lo consideramos valioso e insustituible, creemos
oportuno revivir la discusión teórica en torno a estos conceptos.
En lo que sigue, nos proponemos analizar las diferencias entre las que
consideramos las dos grandes perspectivas teóricas sobre las clases
sociales: la teoría marxista (y aquí tomamos cierto recorrido teórico que
avanza desde Marx, Engels, Lenin hasta Nicos Poulantzas) y el amplio
espectro de la sociología académica (en el que inscribimos a Pareto,
Schumpeter, Weber, Parsons, Davis y Moore, Barber, Lenski,
Dahrendorf y Bourdieu, entre otros). A los desarrollos de estos autores
2 Borón, A. (2000). Tras el búho de minerva. Mercado contra democracia en el
capitalismo de fin de siglo. Buenos Aires: Fondo de cultura económica. Pág. 46.

de inspiración weberiana o parsoniana los agruparemos bajo la
denominación amplia y no poco conflictiva de teorías “funcionalistas” de
las clases3. Aunque no de manera abierta ni explícita, en esta segunda
corriente, paradójicamente, hunden sus raíces muchos de los
pretendidamente nuevos paradigmas teóricos.

Lejos de todo eclecticismo, partimos de la tesis de la discontinuidad
cualitativa entre los dos grandes enfoques mencionados. Mostrar esta
diferencia irreductible, al menos en algunos puntos esenciales, es el
objeto de este trabajo. Naturalmente, recurriremos a la “generalización”
para poder comparar. Diremos “el marxismo” o “la sociología
académica”, refiriéndonos a tendencias que dominan, a
representaciones que son mayoritarias, sin entrar en cada punto en las
consideraciones de los autores particulares, que obviamente pueden
tener ciertas divergencias4.

Teoría marxista de las clases versus sociologías de la
estratificación

Evidentemente desde ambos discursos se admite que las sociedades
no son homogéneas sino que se presentan divididas en clases sociales
o estratos, y es esta división la que tratan de explicar. Pero desde el
concepto de clase en adelante, todo difiere. ¿Cómo se define la clase?

3 Al decir teorías “funcionalistas” de las clases no estamos usando el término en el
sentido tradicional estrecho, que lo restringe a una corriente teórica muy específica
(estructural-funcionalismo) que reconoce su origen en el positivismo, el evolucionismo
o la antropología organicista (Malinowski, Spencer, Comte, Radcliffe-Brown). Por el
contrario, al hablar de problemática “funcionalista” de las clases sociales concebimos
el término en un sentido mucho más amplio, que es el que sugiere Nicole Laurin-
Frenette, y que implica incluir a un conjunto de teorías que están fundadas sobre los
mismos postulados relativos a la naturaleza del individuo y de la sociedad,
independientemente de que sus autores se reconozcan o no como parte de esa
tradición (para más detalle, véase Laurin-Frenette, N. 1989. Las teorías funcionalistas
de las clases sociales. Madrid: Siglo veintiuno editores).
4 Un estudio detallado de las concepciones de cada autor lo hemos realizado en otra
parte. Véase Duek, C. (2005). Clases sociales. Teoría marxista y teorías
funcionalistas. Buenos Aires: Libronauta Argentina.

O también, ¿qué es lo que determina que los agentes pertenezcan a una clase y no a otra?

La respuesta marxista no contiene ambigüedades: son las relaciones
de producción las que constituyen el fundamento de la división. Las
clases son definidas como conjuntos de agentes determinados
principalmente por su lugar en el proceso de producción -aunque no en
forma exclusiva, ya que lo político y lo ideológico juegan igualmente un
papel muy importante-.

Del lado de las teorías “funcionalistas” tenemos en cada autor una
definición del concepto en términos propios -lo que no significa
necesariamente contenidos diferentes-, pero lo que es evidente es que
todos rechazan la definición materialista de las clases por las
relaciones de producción, en última instancia por la relación de los
agentes con los medios de producción.

En tanto para el marxismo las relaciones de producción son
fundamentales en la determinación de las clases, ciertos teóricos no
marxistas intentan sustituir las relaciones de producción por relaciones
de dominación como causa determinante de las clases sociales. Así,
en sus enfoques, es la participación en el “dominio”, “autoridad” o
“poder” en las instituciones autoritarias lo que funda las clases. El caso
de Ralf Dahrendorf, por citar alguno, es paradigmático al respecto. Su
propósito es tratar de rebasar una concepción “economicista” de las
clases sociales, al proponer que éstas se fundan en la distribución
global del poder en todos los niveles en el interior de las sociedades
“autoritarias”, siendo las clases “económicas” sólo un tipo particular de
clases.
“Las estructuras de autoridad o dominación tanto si se trata de
sociedades completas como, dentro de éstas, de determinados ámbitos
institucionales (p. ej., la industria), constituyen, dentro de la teoría aquí
representada, la causa determinante de la constitución de las clases y
de los conflictos de clase. […] El control de los medios de producción
constituye tan sólo un caso particular de dominación y su conexión con
la propiedad privada legal, un fenómeno, en principio casual, de las
sociedades industrializadas europeas. Las clases no están vinculadas
a la propiedad privada, a la industria o a la economía, sino que, como
elementos estructurales y factores causantes de los cambios de
estructura, lo están a su causa determinante: al dominio y a la
distribución de éste. Sobre la base de un concepto de clase, definido
en función de las situaciones de dominio o autoridad, puede formularse
una teoría que abarque tanto los hechos descritos por Marx relativos a
una realidad pretérita, como los relacionados con la realidad
evolucionada de las sociedades industriales desarrolladas”5.

En los análisis marxistas, a diferencia de las concepciones
institucionalistas, el concepto de poder se refiere a la capacidad de una
clase para realizar intereses objetivos específicos. Es decir que este
concepto se relaciona con el campo de las prácticas de “clase” y tiene
como marco de referencia la lucha de clases en una sociedad dividida
en clases. La relación de poder es aquí una relación de dominio y
subordinación caracterizada por el conflicto de clases, donde la
capacidad de una clase para realizar sus intereses está en oposición a
la capacidad e intereses de otras clases.

Otros representantes de la sociología académica, derivan las clases de
las diferencias de status. Ahora bien, ya sea que dependan de la
desigual distribución del poder o de la desigual distribución del status,
lo que está detrás de las desigualdades de clase en la problemática
“funcionalista” son siempre -si se lleva el análisis hasta sus últimas
consecuencias- las diferencias individuales de atributos, aptitudes,
5 Dahrendorf, R. (1962). Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial.
Madrid: Ediciones Rialp. Pág. 180.

disposiciones, orientaciones, intereses. Es el valor personal expresado
en las cualidades y logros lo que en definitiva decide el lugar del
individuo en la estratificación social.

Toda esta representación es indisociable de la del mérito como criterio
determinante para la ordenación social. Las relaciones sociales son,
desde esta perspectiva, relaciones de competencia en las que triunfan
los mejores, es decir, los que por su esfuerzo, voluntad y lucha,
resultan ser los más competentes para actualizar sus cualidades. La
sociedad reconoce el mérito de estos individuos, que pasan así a
ocupar posiciones distinguidas.
Pese a ser fundamental, este importante principio de la problemática
“funcionalista” de las clases rara vez aparece expresado sin tapujos.
Vilfredo Pareto y Joseph Schumpeter son de los pocos que se atreven
a enunciarlo con todas sus letras.

En Schumpeter, la consideración de factores subjetivos (disposiciones
y comportamientos de los individuos) es esencial para la comprensión
del éxito y del fracaso económicos y de la movilidad social ascendente
y descendente. Las posiciones de clase de las familias, así como los
cambios que experimentan, se explican primordialmente por las
aptitudes y conductas de sus miembros. Así por ejemplo, la disposición
para ahorrar, la aptitud para el liderazgo o la capacidad de innovación – entendidas como virtudes de sus integrantes- serían causas
importantes de la posición aventajada de algunas dinastías
económicas6.

Esta es una primera diferencia importante en la conceptualización de
las clases desde una y otra posición teórica. De un lado, un punto de
vista materialista y antihumanista teórico que destaca la base
6 Véase Schumpeter, J. (1965). Imperialismo. Clases sociales. Madrid: Editorial
Tecnos.

económica material de la división de la sociedad en clases. De otro, un
enfoque individualista y humanista que remite todo hecho social a la
acción individual. Veámoslo un poco más de cerca.

El materialismo histórico afirma la existencia de lugares objetivos en el
proceso de producción y en la división social del trabajo en su conjunto,
es decir, lugares objetivos en las relaciones económicas, políticas e
ideológicas que son ocupados por los agentes, independientemente de
su voluntad. Los hombres participan y actúan en estas relaciones, pero
no lo hacen como “sujetos en un contrato libre” sino en tanto
prisioneros de esta relación. Según Marx, los hombres son “portadores”
de una función, “soportes” de una relación en el proceso de
producción7. En esto anida su “antihumanismo teórico”.

Se puede decir que en el proceso de conocimiento que caracteriza a la
teoría marxista, el individuo se encuentra “al final del camino” y nunca
es la instancia determinante. La posición no humanista de Marx
consiste justamente en este rechazo a fundar en el concepto de
“hombre” la explicación de las formaciones sociales y su historia.

En el aparato conceptual “funcionalista”, por el contrario, la categoría
de individuo o de actor tiene una importancia preponderante. De hecho,
estas teorías parten de la naturaleza individual del actor para explicar la
acción social, y a través de ésta, el hecho social. Más allá de todos los
rodeos y mediaciones, la desigualdad social o estratificación es
producto de desigualdades originales entre los individuos o actores.

7 Al respecto, recuérdese la advertencia hecha en el prólogo de El capital: “En esta
obra, las figuras del capitalista y del terrateniente no aparecen pintadas, ni mucho
menos, de color de rosa. Pero adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas
en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de
determinados intereses y relaciones de clase. Quien como yo concibe el desarrollo de
la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, no puede
hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente
criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas” (Marx, C.
(1982). El capital. Crítica de la economía política. Tomo I. México: Fondo de cultura
económica. Pág. XV).

“Así, pues, la desigualdad social (económica, política o de otro tipo)
nunca es concebida como la condición y el resultado de prácticas
colectivas, determinados por la naturaleza de los procesos sociales
capitalistas y encadenados a la explotación, la dominación y la
opresión que ellos mismos implican. Es concebida, por el contrario, del
mismo modo que todo hecho social: como una necesidad inscrita en la
naturaleza humana, como una contribución a la armonía esencial entre
el individuo, por un lado, y la sociedad como sistema de relaciones
racionales entre estas individualidades, necesarias para su respectiva
realización, por otro”8.

Pero no disponemos de espacio para explayarnos en cuanto al
humanismo de esta sociología de la acción. Lo que importa retener es
que se vislumbra en este aspecto de las teorías de las clases una
verdadera contraposición entre esta problemática y la marxista.
Los distintos criterios para la determinación de las clases se
corresponden a su vez con diferentes figuras o formas de
representación espacial de la estructura de clases.

En el “funcionalismo” la estratificación social expresa la desigual
distribución de una propiedad cuantificable -poder, capital, status,
prestigio-, por lo tanto se puede representar gráficamente como una
escala continua e ininterrumpida de posiciones individuales, ordenadas
jerárquicamente según el grado en que se posea ese atributo, desde
los niveles inferiores hasta los superiores. Los “estratos” -término
exclusivo de la problemática “funcionalista” de las clases- designan la
agrupación de individuos en posiciones cercanas, según límites
aportados de manera relativamente arbitraria por el propio científico
que estudia el fenómeno. La estratificación social es, en síntesis, una
jerarquía gradual en la que los sujetos particulares se alinean,
8 Laurin-Frenette, N. (1989). Las teorías funcionalistas de las clases sociales. Madrid:
Siglo veintiuno editores. Pág. 8.

situándose en escalones superiores o inferiores según la magnitud de su poder o de su prestigio.

Luego, la reunión en clases de los hombres en condiciones similares es
una división analítica, una construcción en base a algún criterio o
conjunto de criterios. Esto significa que los individuos son previos a las
clases y éstas no son más que conglomerados de individuos. Las
clases resultantes del análisis pueden ser, en cantidad, infinitas, según
la pauta empleada. Hasta podría haber tantas clases como individuos.
Finalmente, la imagen de una línea gradual ascendente o la imagen
alternativa pero no contradictoria de una pirámide, autorizan a pensar
en términos de clases “altas”, “medias” y “bajas”, o bien “superiores”,
“medias” e “inferiores”.

Entonces, en la literatura de la estratificación social, las clases terminan
siendo, muchas veces, simples categorías estadísticas: series de
personas que tienen en común ciertas características mensurables,
cierta posición social. Este es el sentido del concepto de clases
sociales en esta corriente sociológica: agrupaciones de personas
cercanas aunque distintas, jerarquizadas en un sistema de
estratificación. Clases, estratos y capas suelen ser términos
intercambiables.

En el pensamiento marxista todo esto es por completo distinto. El
término “estratificación” no es aceptado como sinónimo de estructura
de clases; no forma parte del sistema conceptual marxista. Las clases
tampoco son estratos o capas superpuestas; no integran un continuum
que haría desaparecer las barreras de clase en su sentido fuerte.

En contraste con la figura de la escala continua, la representación
marxista de la estructura de clases es la de un sistema constituido por
lugares antagónicos y contradictorios. En el modo de producción, nivel
de máxima abstracción, estos lugares son dos: el de la propiedad de
los medios de producción y el del trabajo. En función de las relaciones
de producción (relación de los agentes con los medios y por este
rodeo, de los hombres entre ellos), las dos clases antagónicas de todo
modo de producción son: la clase explotadora, política e
ideológicamente dominante, y la clase explotada, política e
ideológicamente dominada.

Como se puede ver, es la contradicción la que domina; las relaciones
de clase se definen por la contradicción. Las diferencias de clase no
son diferencias de grado, diferencias cuantitativas o de magnitud
respecto de alguna variable. No se trata del ordenamiento de unidades
individuales en torno a una línea ininterrumpida, que expresaría
diferentes grados de éxito en la obtención de un mismo bien escaso.

Se trata en cambio de lugares cualitativamente diferentes, constituidos
unos en oposición a los otros y condicionados recíprocamente.

En el modo de producción capitalista, por ejemplo, la existencia de un
lado de una clase que no posee más que su capacidad de trabajo, es
condición para la acumulación de capital en otro lado, es decir, para la
existencia de la clase burguesa. Y es que para la teoría marxista, las
clases no existen por sí mismas sino que se definen por las relaciones
que se establecen entre ellas, lo que significa además que es la lucha
de clases la que determina la existencia de las clases y no a la inversa.

“Las clases sociales significan para el marxismo, en un único y mismo
movimiento, contradicciones y lucha de clases: las clases sociales no
existen primero, como tales, para entrar después en la lucha de clases,
lo que haría suponer que existen clases sin lucha de clases. Las clases
sociales cubren prácticas de clase, es decir la lucha de clases, y no se
dan sino en su oposición”9.

Sintetizando, hay una ruptura entre ambas representaciones. Si para el
“funcionalismo” las clases son conglomerados de individuos,
agrupaciones de personas, para el materialismo histórico el aspecto
principal en la cuestión de las clases es el de los lugares en la lucha de
clases, no el de los agentes que las componen. El individuo no es la
base sobre la que se forman las clases.

La idea de que los hombres existen primero como “simples individuos”,
y sólo entonces se coaligan en clases (considerando a éstas como una
formación secundaria) no es aceptada por el marxismo. Para esta
teoría, la sociedad no es en principio un conglomerado de individuos
que, en un segundo momento, se pueden reagrupar en clases, las
cuales a su vez, en un tercer momento y bajo ciertas condiciones
particulares, pueden establecer luchas.

La sucesión lógica ‘individuos → clases → conflicto de clases’, que
subyace a la aproximación “funcionalista”, no es compatible con la
problemática antihumanista de Marx y sus sucesores. Ni el individuo es
previo a las clases ni éstas anteceden a la lucha de clases. En relación
a lo primero, convengamos que:

“Desde el punto de vista del marxismo, los hombres siempre actúan de
acuerdo a las relaciones antagónicas de clase que rigen su existencia.
Históricamente, siempre se mueven, no en su individualidad profunda y
única, sino debido ‘al conjunto de las relaciones sociales’, esto es,
como apoyos de las relaciones de clase. Es esta prefiguración la que
produce, bajo condiciones específicas, como resultado, un tipo
específico de individualidad: el individuo posesivo propio de la teoría
política burguesa, el individuo con muchas necesidades de una
9 Poulantzas, Nicos. “Las clases sociales en el capitalismo actual”. Pág. 12-13.

sociedad mercantil; el individuo contractual de la sociedad del ‘trabajo
libre’. Fuera de estas relaciones, el individuo -este ‘Robinson Crusoe’
de la economía política clásica, autosuficiente en un mundo
considerado exclusivamente desde el punto de vista de ‘sus’
necesidades y deseos- que ha sido el punto de origen natural,
ahistórico, de la teoría y la sociedad burguesas, de ninguna manera es
un punto de partida teórico factible. Sólo es el ‘producto de muchas
determinaciones’”10.

Pero si los individuos no son la base sobre la que se conforman las
clases, tampoco puede admitirse que clases sociales existen primero,
como tales, para entrar después en la lucha de clases.
Mientras que para el marxismo clases significa ineluctablemente
contradicciones y lucha de clases, todo el pensamiento no marxista
tiende a escindir o a mostrar la relación contingente entre estas
categorías. Distingue las clases, por un lado, y la lucha de clases, por
otro, dando a menudo primacía lógica o histórica a las clases antes que
a la lucha.

La introducción de diversos pares conceptuales con los que se divide a
la clase en una doble situación (clases y comunidades en Weber,
cuasi-grupo y grupo de interés en Dahrendorf, estrato y clase en Aron,
clase en el papel y clase real en Bourdieu, etc., y por qué no, clase en
sí y clase para sí)11 es una de las herramientas para esta disección. En
todos os casos, el primer término designaría a un grupo de individuos
en una situación común y en el segundo término estaría implicada la
10 Hall, S. (1981). “Lo ‘político’ y lo ‘económico’ en la teoría marxista de las clases” en
Allen, Garadiner Hall y otros. Clases y estructura de clases. México: Nuestro Tiempo.
Pág. 29-30.
11 Como lo hemos analizado en otro lado, la distinción entre clase en sí y clase para sí
halla su fuente en algunas reflexiones del propio Marx, muy anteriores a El capital, y
desde Lukács en adelante ha sido retomada por algunos “marxistas”, así como por
autores no marxistas que la reformularon en otros términos. (Véase Duek, C. e Inda,
G. (2007). “Lectura de Marx: tras el concepto de clases sociales”. Revista
Confluencia. N° 6, pág. 239 a 266. Mendoza).
Revista del Programa de Investigaciones sobre Conflicto Social – ISSN 1852-2262

idea de una acción de clase, de reivindicaciones, organización y por lo
tanto, de lucha. Lo que da a entender, y esto es lo sustancial, que
existirían clases sin lucha de clases.

“ […] Ellos piensan primero en la existencia de las clases y la lucha de
clases viene a continuación, como un efecto secundario, derivado, más
o menos contingente a la existencia de las clases y de sus relaciones
[…] Pero lo interesante son las consecuencias políticas de esta
concepción. Si la lucha de clases es un efecto derivado, más o menos
contingente, siempre se puede hallar el medio para dominarla,
tratándola con los medios apropiados: esos medios son las formas
históricas con los métodos capitalistas de la ‘participación’ obrera en su
propia explotación”12.

Aquí podemos mencionar la concepción de las clases de Pierre
Bourdieu, orientada por la intención expresa de establecer “rupturas”
con la teoría marxista. Según su modo de definirlas, las clases son “[…]
conjuntos de agentes que ocupan posiciones semejantes y que,
situados en condiciones semejantes y sometidos a condicionamientos
semejantes, tienen todas las probabilidades de tener disposiciones e
intereses semejantes y de producir, por lo tanto, prácticas y tomas de
posición semejantes”13. Pero como las disposiciones y conductas que
las convertirían en un verdadero grupo existen sólo como
“probabilidades” dice debemos denominar a éstas no clases reales
sino clases probables, clases teóricas o clases en el papel.

En sentido estricto, para Bourdieu, una clase sólo tiene existencia real
si conforma un grupo con iniciativa de acción conjunta, un grupo
movilizado para la lucha, con auto-conciencia, organización propia,
aparato y portavoz. Mientras esto no suceda, aquellas sólo son clases
12 Althusser, L. (1978). Nuevos escritos. Barcelona: Laia. Pág. 29.
13 Bourdieu, P. (1990). “Espacio social y génesis de las ‘clases”. En P. Bourdieu,
Sociología y cultura. México: Editorial Grijalbo. Pág. 284.

probables, grupos prácticos “en potencia”. Según Bourdieu, la
“reificación de los conceptos” o “ilusión intelectualista”, que supone
confundir las clases “construidas teóricamente” (agrupaciones ficticias
que sólo existen en la hoja de papel) con clases “reales”, es decir,
existentes en las sociedades concretas, representa un error frecuente
entre los teóricos marxistas.

Pero apuntemos que, al circunscribir el interés de clase y las prácticas
de clase al terreno de lo “probable”, de lo “posible” y de lo “potencial”, el
razonamiento, ya ensayado por Weber mucho tiempo antes, conduce a
relativizar el valor del análisis de la sociedad y la historia en términos
de “clases” y de “lucha de clases”.

Para ponerlo en claro, mientras que para el marxismo, todas las
sociedades que hemos conocido desde la Antigüedad hasta ahora han
sido sociedades de clase, y es un factor objetivo el que las define como
tales (la separación entre los productores y los medios de producción),
para Bourdieu, la clase ‘real’, “suponiendo que haya existido
‘realmente’ alguna vez”, tan sólo es la clase movilizada.

“Las clases sociales no existen (aún cuando la labor política orientada
por la teoría de Marx haya podido contribuir en algunos casos, a
hacerlas existir por lo menos a través de las instancias de movilización
y de los mandatarios). Lo que existe es un espacio social, un espacio
de diferencias, en el que las clases existen en cierto modo en estado
virtual, en punteado, no como algo dado sino como algo que se trata de
construir”14.

Entonces, para sintetizar, si para el marxismo las clases no se dan sino
en su oposición, y es la lucha de clases, con sus efectos históricos y
14 Bourdieu, P. (1999). “Espacio social y espacio simbólico”. En P. Bourdieu,“Razones
prácticas. Sobre la teoría de la acción”. Editorial Anagrama. Barcelona. 1999. Pág.
24-25.

sus tendencias, la que determina la existencia de las clases y no a la
inversa, para la sociología académica, en cambio, el conflicto de clases
es una consecuencia posible de la división en clases.

Como expone Etienne Balibar, los sociólogos “[…] buscan, todos ellos,
una definición de las clases antes de llegar al análisis de la lucha de
clases. Notemos que, en la práctica, este punto de partida corresponde
exactamente a la tendencia fundamental de la ideología burguesa que
intenta mostrar que la división de la sociedad en clases es eterna, pero
no así su antagonismo; o también que éste no es sino un
comportamiento particular de las clases sociales, ligado a
circunstancias históricas (el siglo XIX…), ideológicas (la influencia del
comunismo…) y tansitorias, un comportamiento al lado del cual es
posible imaginar y practicar otros (la conciliación)”15.

En efecto, esta concepción está presente en la caracterización que de
las sociedades “avanzadas” hace la sociología académica. En este tipo
de sociedades según el diagnóstico de muchos pensadores se deja
entrever una desaparición de los antagonismos de clase, o bien -en un
lenguaje más moderado- una atenuación del conflicto de clase (a
nuestro entender, clases sin lucha de clases). Esto es causado por la
acentuada movilidad social ascendente que caracteriza a los sistemas
occidentales y delinea un tipo de organización social cada vez más
igualitaria. Pareciera que el “paso” de una clase a otra ha sustituido los
“conflictos” entre las clases (de ahí la importancia otorgada al
fenómeno de la movilidad social en la literatura de la estratificación).
Dahrendorf, por citar uno de los casos más ilustrativo, considera que la
realidad actual (siglo XX), con sus nuevas determinaciones, no puede
ser explicada por la teoría de las clases tal como Marx la formuló en el
15 Balibar, E. (1984). Cinco ensayos de materialismo histórico. México: Distribuciones
Fontamara. Pág. 49.

siglo XIX. La concepción marxista, apropiada para el siglo pasado, no
corresponde ya a la sociedad moderna.
Según su examen, el conflicto de clases se ha atenuado, disminuyendo
su intensidad y su violencia16; la contradicción capital / trabajo ha
quedado confinada a su campo particular como resultado del
aislamiento institucional de la industria17; y las clases se han vuelto muy
heterogéneas y complejas; todo lo cual torna cuestionable la utilidad
del concepto de clase, en el sentido marxista, para dar cuenta de los
conflictos de la sociedad poscapitalista.

Es sorprendente ver cómo aquellas tesis, formuladas por Dahrendorf
ya desde fines de los años 50, han constituido una muy importante
fuente de inspiración para toda la corriente del pensamiento actual de
la que hablamos al inicio de este trabajo, que promueve el abandono
de las antiguas categorías “duras” (clases, lucha de clases, etc.) y
fomenta el desplazamiento del interés teórico hacia otro tipo de
problemas, más acordes a la “nueva” realidad.

Volviendo a nuestra contrastación, para el enfoque marxista, ni en las
formaciones sociales dominadas y dependientes ni en las metrópolis
imperialistas, ha desaparecido la lucha de clases, en tanto no
desaparece la explotación de unas clases por otras (persiste la lucha
concreta en el seno de cada formación social, pero también las
16 Dahrendorf, R. (1966). Sociedad y libertad. Hacia un análisis sociológico de la
actualidad. Madrid: Editorial Tecnos.

17 “El ‘antiguo’ conflicto de clases existe aún, mas su acción ha quedado restringida a
la esfera institucional de la industria. Fuera de la industria, en la sociedad, la
‘burguesía’ y el ‘proletariado’ en el sentido marxista sólo constituyen una mera
prolongación de las clases industriales, ‘capital’ y ‘trabajo a salario’, y no los sujetos
del conflicto social en el sentido de la teoría de las clases” (Dahrendorf, R. (1962). Las
clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial. Madrid: Ediciones Rialp. Pág.
302).

relaciones de las clases de una formación con las de otras
formaciones).

De modo que la especificidad de la teoría marxista de las clases se
corrobora también en este punto: el análisis histórico de las clases no
es para ella más que el análisis de la lucha de clases.

Por otro lado, al no representarse la estructura de clases como una
escala gradual y continua de posiciones, el marxismo desecha la
nomenclatura de clases “alta”, “media”, “baja”. Estas palabras expresan
las categorías de una jerarquía ordinal (orden según el grado en que se
posee una característica), que para nada se ajusta a la imagen
marxista de la estructura de lugares antagónicos. Además, para esta
teoría, las clases no existen más que en formaciones sociales
históricamente determinadas. Las estudia no de manera abstracta, en
el vacío, sino siempre en relación a determinadas condiciones
histórico-sociales, siempre situadas en uno u otro modo de producción.
“[…] La existencia de las clases está vinculada únicamente a fases
particulares, históricas, del desarrollo de la producción […]”18, dice Marx
en su carta a Weydemeyer del 5 de marzo de 1852. Es decir, están
ligadas a ciertas relaciones de producción (por ejemplo, a las
relaciones capitalistas), y en este sentido se puede decir que tienen
una existencia histórica.

La burguesía y el proletariado son clases que corresponden a una
etapa particular de la historia, así como también lo son los amos y los
esclavos o los señores feudales y los siervos. Desde el enfoque del
materialismo histórico no hay -como pretenden los sociólogos de la
estratificación- clases universales y ahistóricas, presentes en todas las
18 Marx, C. y Engels, F. (1972). Correspondencia. Buenos Aires: Editorial Cartago.
Pág. 56-57.

sociedades y en todas las épocas, que podrían designarse con los
rótulos de clase alta, media y baja, o de clases superiores e inferiores.
Pero no sólo eso. Además de pensar el carácter histórico de las
distintas clases, la teoría de Marx desmiente la idea de que todas las
sociedades que han existido y que vayan a existir en la historia sean
indefectiblemente sociedades de clase. Si para los “funcionalistas” la
división en clases es un fenómeno funcional y universal, que responde
a una necesidad de los sistemas sociales, y por lo tanto, toda sociedad
es una sociedad clasista, para Marx, la existencia de las clases está
vinculada únicamente a fases particulares del desarrollo de la
producción, y es imaginable que en algún momento se llegue a la
abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases.

Desde el punto de vista de la sociología no marxista, esta pretensión es
completamente quimérica. Parsons, entre otros, sostiene que la
estratificación y división de clases son inherentes a toda sociedad
industrial, ya sea ésta capitalista o socialista, puesto que en ella están
presentes la organización en gran escala y la diferenciación
ocupacional de roles, así como el sistema familiar. Este enfoque tiende
a considerar al industrialismo capitalista y al socialista como variantes
de un único tipo fundamental, y no como estadios radicalmente
distintos como pretendiera Marx en el siglo XIX.

“El ideal marxista de una sociedad sin clases es, según toda
probabilidad, utópico, sobre todo en tanto se mantenga un sistema
familiar, aunque también por otras razones. Las diferencias entre la
sociedades capitalistas y las socialistas, en particular con respecto a la
estratificación, no son tan grandes como Marx y Engels lo pensaron”19.
19 Parsons, T. (1959). “Clases sociales y lucha de clases a la luz de la teoría
sociológica actual”. En Parsons, T. Kornhauser, Lipset y Bendix. Estratificación social.
Buenos Aires: Cuadernos del Boletín del Instituto de Sociología, Nº 15. Pág. 173.
Revista del Programa de Investigaciones sobre Conflicto Social – ISSN 1852-2262

Señalemos para ser justos, y como el propio Parsons lo advirtiera20,
que esta valoración ya había sido hecha por Weber en tiempos de la
revolución rusa.

En su conferencia sobre El socialismo, el sociólogo alemán postula que
la estructura burocrática, con su cuerpo de funcionarios a sueldo y su
especialización profesional cada vez más intensa, es inevitable en el
Estado moderno, independientemente de su carácter capitalista o
socialista. Y lo mismo sucede con la economía21. El “socialismo del
futuro”, entonces, en la medida en que está destinado a seguir la senda
de la burocratización, no podría eliminar las desigualdades entre
individuos y clases ni la dominación del hombre sobre el hombre.

Finalmente, el marxismo tampoco comparte la concepción de la
división en clases como división puramente “analítica”, o lo que es
equivalente, la concepción de las clases como meros “artefactos
teóricos”, obtenidos por un corte arbitrario en el continuo indiferenciado
del mundo social. Las clases existen realmente (aunque no como
cosas o sustancias partes o subconjuntos de la sociedad que acto
seguido entrarían en lucha). No son -como pretenden algunos
sociólogos conservadores empeñados en demostrar que las clases no
existen- construcciones arbitrarias de los científicos, colecciones de
individuos reunidos por necesidades de la teoría según uno o varios
criterios (perspectiva conocida como “constructivista” o definición
“nominal” de las clases).

Otro de los puntos esenciales de diferencia entre la teoría marxista de
las clases y las diversas teorías de la estratificación social es que,
20
Parsons, T. (1968). La estructura de la acción social II. Madrid: Ediciones
Guadarrama. Pág. 631.
21 Weber, M. (2003). “El socialismo” en M. Weber, Obras selectas. Buenos Aires:
Distal.

mientras que para aquella la división en clases lo es todo, para éstas (o
para la mayoría de éstas) dicha división es sólo una de las
clasificaciones posibles.

Desde esta última perspectiva, la sociedad comprende varios sistemas
de estratificación claramente distintos, “múltiples jerarquías
independientes”, correspondientes a diversas dimensiones. Las clases
son, junto a otras divisiones, una subdivisión parcial y regional de una
estratificación más general.

El modelo weberiano de estratificación tridimensional es ejemplar al
respecto. Para Weber, las clases no son la única forma de abordar la
división de la sociedad. Junto a esa distribución -que cubre sólo la
dimensión económica- se halla de manera superpuesta la división en
estamentos (que cubre la dimensión social) y la división en partidos
(dimensión política)22.

Con este modelo Weber “autonomiza” las esferas económica, social y
política y rechaza la posibilidad de adjudicar a una de ellas la
determinación en última instancia: el hecho de que uno de los órdenes
condicione a otro depende siempre de la coyuntura histórica, y todas
las relaciones son en teoría igualmente probables. El efecto necesario
de esta argumentación es una relativización de la importancia
primordial otorgada por la teoría marxista a la división de la sociedad
en clases.

A partir de este principio, anclado en la independencia y equiparación
de los distintos órdenes sociales, Weber inaugura una representación
de las desigualdades sociales que va a atravesar los dispositivos
teóricos de muchos de los más destacados representantes de la
sociología académica del siglo XX, que construyen sus sistemas sobre
22 Weber, M. (1999). Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva.
México: Fondo de cultura económica. Pág. 682 a 694.

la base de tal supuesto. En estas teorías, generalmente, la división en
clases depende de criterios económicos, descubriéndose en las
relaciones políticas e ideológicas, grupos paralelos y externos a las
clases: elites políticas, grupos de status, etc. Consiguientemente, se
suele atribuir a estos grupos un papel más importante en la sociedad
que a las clases sociales. En algunos estudios se afirma que la clase
no es más que un aspecto que está perdiendo su importancia en la
sociedad moderna en beneficio de otros elementos de la estratificación
social.

Como dice Juan Carlos Portantiero respecto de Weber: “El conflicto
entre clases sería para él sólo uno de los conflictos posibles en el
mundo moderno pero no necesariamente más importante que los que
tienen lugar entre grupos políticos o entre naciones. El capitalismo
moderno configura un tipo de dominación cuya explicación no se agota
en la dimensión que alude a la propiedad sobre los medios de
producción. El proceso de expropiación de los trabajadores libres,
señalado por Marx, no se limita al campo de la producción sino que
engloba la totalidad de los órdenes institucionales: en todos ellos se
opera una ‘separación’ entre agentes y medios”23.

En definitiva, lo que se hace en la literatura no marxista al concebir de
esa manera singular a los grupos sociales, multiplicando e igualando
los criterios de diferenciación, es diluir las clases e impugnar la tesis de
la lucha de clases como motor de la historia24.
23 Portantiero, J. C. (1982). Los escritos políticos de Max Weber: la política como
lucha contra el desencantamiento. Desarrollo Económico, v. 22, N° 87. Pág. 434.
Buenos Aires.
24 No es casual que en su breve introducción al curso de Historia económica general
Weber arguya que la historia de todas las sociedades no es –como anuncia El
Manifiesto Comunista– la historia de la lucha de clases. Éste no es más que un
aspecto de la historia, importante, pero tanto como lo pueden ser otros. Dicho en sus
propios términos: “Por último conviene advertir que la historia económica (y de modo
pleno la historia de la ‘lucha de clases’) no se identifica, como pretende la concepción

Para la teoría marxista, en cambio, no existen grupos externos a las
clases, al margen o por encima de ellas. Los criterios políticos e
ideológicos no están en la base de divisiones exteriores a la división en
clases (económica). Por el contrario, intervienen en la misma
diferenciación en clases, y también en las subdivisiones dentro de
estas.

No existen para el materialismo “estratos” fuera de las clases y de la
estructura de clases. Los conjuntos salariales no productivos
(empleados de comercio, bancarios, de servicios, de oficina, etc.), por
ejemplo, no son estratos que se sitúan en una posición intermedia
entre las clases, y que por lo tanto, no pertenecen a ninguna clase; no
son capas intermedias sin adscripción de clase. Pertenecen a una
clase específica: la pequeña burguesía, o con más precisión, a una
fracción de esta clase, denominada nueva pequeña burguesía.

Las fracciones, capas y categorías sociales -cuya existencia es por
supuesto reconocida- designan diferenciaciones dentro de las clases,
no categorías capaces de existir fuera de éstas. La burguesía
comercial es una parte de la burguesía y la aristocracia obrera es parte
de la clase obrera. Es decir, las que hace el marxismo son todas
diferenciaciones en el seno de la división en clases.

No se trata siquiera dice Poulantzas de sostener que las clases son
los grupos “fundamentales” en el proceso histórico, admitiendo la
posibilidad de existencia en una coyuntura de otros grupos paralelos y
externos:
“La división de la sociedad en clases significa precisamente, desde los
puntos de vista a la vez teórico-metodológico y de la realidad social,
materialista de la historia, con la historia total de la cultura. Ésta no es un efluvio, ni
una simple función de aquélla; la historia económica representa más bien una
subestructura sin cuyo conocimiento no puede imaginarse ciertamente una
investigación fecunda de cualquiera de los grandes sectores de la cultura” (Weber, M.
(1997). Historia económica general. México: Fondo de cultura económica. Pág. 17).

que el concepto de clase social es pertinente a todos los niveles de
análisis: la división en clases constituye el marco referencial de todo el
escalonamiento de las diversificaciones sociales”25.

En el tratamiento de la cuestión de las “desigualdades sociales” entre
grupos o individuos también encontramos diferencias entre las
problemáticas bajo examen. Las teorías “funcionalistas” de la
estratificación se perfilan directamente como “teorías de la desigualdad
social”, pues la estratificación social alude justamente a las estructuras
sistemáticas de la desigualdad, a la desigual distribución de
recompensas materiales y simbólicas, o bien a la desigualdad en las
probabilidades de vida de los diferentes grupos humanos. En términos
generales, la estratificación es entendida desde este punto de vista
como la distribución desigual de recompensas materiales, poder y
prestigio entre los miembros de una sociedad.

Desde el punto de vista marxista, en cambio, la cuestión de las
“desigualdades sociales” no es la cuestión primera en el análisis de las
clases sociales, ya que estas desigualdades entre grupos o individuos
no son más que el efecto, sobre los agentes, de las clases sociales, es
decir, de los lugares objetivos que ocupan, y no pueden desaparecer
sino por la supresión de la división de la sociedad en clases. De aquí
que las desigualdades de ingreso, por ejemplo, sean desestimadas por
el marxismo como criterio esencial para la delimitación de las clases. Si
bien el nivel de ingresos o la jerarquía de los salarios reviste el valor de
un indicio importante de la determinación de clase, no es más que su
efecto, constituye el efecto de las barreras de clase, como es el caso
también del resto de las desigualdades sociales: el “reparto de los
beneficios”, de las recompensas, la imposición, etc.

25 Poulantzas, N. (1981). Las clases sociales en el capitalismo actual. México: Siglo
veintiuno editores. Pág. 184.

Y si esas desigualdades no son otra cosa que consecuencias o
productos de la estructura de clases, se comprende que la noción de
“pobreza” (y todas las que de ésta se derivan), o la distinción entre
“ricos” y “pobres”, que remiten a una división en la escala de ingresos,
no sean conceptos (en el sentido fuerte del término) que integren el
sistema conceptual básico de la teoría marxista. A lo sumo, ésta las
puede tomar como nociones descriptivas, como síntomas de una
realidad que hay que explicar, en sus causas y determinaciones.

Todas estas divergencias entendemos dan prueba de la
discontinuidad de esencia que existe entre ambas problemáticas, aun
cuando las formulaciones de algunos de los autores se pretendan
sintéticas y equidistantes respecto de las dos grandes fuerzas del
campo de batalla teórico: marxismo y “funcionalismo”, “teoría coactiva”
y “teoría del consenso”, “teoría del conflicto” y “teoría de la integración”,
“radicales” y “conservadores”.

Desde nuestro punto de vista, esa actitud conciliadora y ecléctica se
gesta porque el marxismo, al ser una ciencia de carácter
necesariamente “conflictual”, provoca lo que Althusser designa como
dialéctica “resistencia-crítica-revisión”. Esto significa que suscita no
sólo fuertes resistencias, enardecidos ataques y críticas, sino también
algo que es más sintomático aún: “intentos de revisión y de anexión”;
en otras palabras, apropiación de ciertos elementos para revisar su
sentido, para neutralizar “lo que tiene de verdadero y peligroso”26. Esto
depende, no obstante, de la correlación de fuerzas en el campo de
batalla teórico: cuando más desventajosa ha sido esa correlación para
el materialismo histórico, como en las últimas décadas del siglo XX
(como lo señaláramos al comienzo), la crítica pierde sutileza y apunta
directamente a “desembarazarse de Marx” y sus incómodos conceptos.
26 Althusser, L. (1978). Nuevos escritos. Barcelona: Laia. Pág. 111-112.

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