México se debate en cuanto al modelo económico a seguir para crecer más rápidamente, con mayor equidad, inclusión social y desarrollo sustentable. Todos parecen estar de acuerdo en que hay que mantener una razonable estabilidad macroeconómica en la esfera nacional e internacional; pero que ella no basta para crecer y que se requiere una visión de mediano y largo plazo y un proceso de desarrollo sostenido a lo largo de dos o tres décadas como lo hicimos en entre los 40s y los 70s. La pregunta crucial es el cómo, con qué instituciones, prioridades, recursos políticas e instrumentos.
Muchos economistas políticos hemos planteado durante los últimos sexenios, desde la academia, pero también desde la experiencia acumulada de gobierno, nuestras razones para no seguir con el modelo adoptado desde hace 35 años de crecimiento mediocre y estancamiento estabilizador, mala distribución del ingreso, una apertura frívola e indiscriminada al exterior, y una evolución productiva, impulsada en gran medida por salarios bajos, exportaciones con bajo valor agregado nacional, empresas de mayoría de capital extranjero y tecnología importada; lamentamos la exclusión social característica del modelo y el terrible daño que la violencia , la inseguridad, la corrupción y la falta de un estado de derecho han tenido sobre los ciudadanos y los inversionistas.
El Centro Tepoztlán Víctor Urquidi AC., el grupo Nuevo Curso de Desarrollo de la UNAM, el IDIC y otros grupos progresistas de reflexión y diálogo hemos planteado a partir de esa problemática propuestas convergentes de rutas a seguir. AMLO también reconoció estos problemas desde hace algunos años, durante su campaña y en sus primeros enunciados de gobierno enmarcados en la 4T.
Sin embargo, a 7 meses de haberse iniciado el nuevo gobierno, muchas incógnitas permanecen y diversas medidas adoptadas hasta ahora nos preocupan porque no garantizan el crecimiento deseable. No se trata de una resistencia al cambio, al fin de los privilegios y del dispendio. Estamos convencidos de que urge a México combatir la corrupción y la inseguridad de fondo. Quisiéramos contribuir a que México sea una nación más próspera y más justa. Pero advertimos que México tiene que hacerlo con un nuevo modelo de desarrollo que no observamos todavía en el horizonte mientras el tiempo se nos cuela entre los dedos.
Durante el último año un grupo de 6 economistas con experiencia académica y de gobierno- convocados por José Romero y Julen Beresaluce de El Colegio de México- nos abocamos a examinar las experiencias exitosas de largo plazo de 6 países destacados en sus procesos nacionales de crecimiento sostenido entre el siglo XIX y la hora actual: Alemania, Japón, China, Corea del Sur, Finlandia y Vietnam. Individualmente y en conjunto examinamos las razones de su éxito, buscando llegar a algunas conclusiones significativas aleccionadoras.
Los resultados los exponemos en nuestro libro de reciente publicación por El Colegio de México: “Estado Desarrollador. Casos exitosos y lecciones para México. El punto de partida tiene que ver mucho con valores, instituciones y la voluntad sostenida y creativa de sociedades por emprender un desarrollo a largo plazo y estar dispuestos a construir economías de mayor bienestar y realizar los sacrificios necesarios.
Como lo señalamos en la contraportada de nuestro libro, “la búsqueda de constituirse en un país próspero ha surgido muchas veces desde las cenizas de la destrucción, de la humillación nacional y de la condena a la desdicha eterna. En algunos momentos de la historia los países decidieron no resignarse a sus condiciones de pobreza” o aspiraron a un crecimiento mayor compartido para construir futuros sustentables.
Bajo la dirección de un estado fuerte, con la colaboración de empresarios nacionalistas e innovadores, trabajadores crecientemente capacitados y una burocracia profesional y comprometida, coordinaron un esfuerzo colectivo para realizar profundas transformaciones institucionales, productivas y tecnológicas y en última instancia sociales.
Las experiencias de los 6 países son muy diversas en el tiempo y el espacio.
El capítulo de José Romero muestra que el llamado modelo asiático parte de un capitalismo administrado de raíz prusiana en Alemania, que en pocos años logró en el siglo XIX organizar a un grupo de reinos y ciudades militarmente ocupados en un imperio capaz de rivalizar económica y militarmente con Gran Bretaña. Examina el papel crucial de la política comercial, la banca universal y los cárteles en su desarrollo. ”Destaca la presencia de un estado fuerte y legítimo, que puede adoptar la forma de imperio, dictadura militar, estado comunista, etc.”… pero que, “no importa la forma que adopte el estado, se legitime por su historia y por sus resultados”.
El Japón analizado por Suárez Dávila es el de un estado desarrollador que, después de sus primeros pasos para superar la Gran Depresión y de coordinar el esfuerzo bélico, se empeña en la segunda mitad de los 40s en la reconstrucción con un proceso de industrialización planificada, liderado por un estado intervencionista -no socialista- encarnado en el poderoso Ministerio de Comercio Internacional e Industria (MITI). Promueve el desarrollo de la infraestructura y de sectores prioritarios manufactureros en los que la empresa primero importe, luego asimile y adapte y más tarde innove la tecnología extranjera e incursione en las fronteras del conocimiento.
Beresaluce examina cómo Corea del Sur, con una filosofía confuciana y un fuerte presidente militar, Park, recrea el modelo japonés y asigna un enorme esfuerzo a la educación, la capacitación obrera y la formación de una burocracia meritocrática, que permiten desarrollar ramas industriales clave, con la participación activa de empresarios innovadores y una reforma financiera que imprime una visión de largo plazo y a la vez exige rendición de cuentas.
China es un país grande y singular donde a partir de la revolución ideológica de Mao, surge con Deng Xiao-Ping un nuevo estado desarrollista que, aprovechando su vasto mercado interno ,abre sus puertas selectivamente a la Inversión y la tecnología extranjera directa, pero asegura, con visión de largo plazo, un proceso de alto crecimiento sostenido del ahorro, la inversión nacional, la producción y las exportaciones, la formación técnica y el aprendizaje creativo, que fortalece sistemáticamente la capacidad propia pública empresarial y más tarde la privada- manteniendo siempre un fuerte respaldo del estado. Oropeza atribuye en su ensayo un peso muy significativo al confucianismo y a la cultura china, que facilitan la disciplina y el poderoso rol del Partido Comunista.
Muy diferente el caso de Finlandia, país pequeño, muy preocupado por su soberanía y neutralidad, como vecino de Rusia, que busca siempre a través de un estado fuerte democrático y la política educativa, industrial y tecnológica aprovechar su posición geoestratégica y desarrollar sectores de avanzada que le den una ventaja comparativa . Lan Arthur Viianto, analiza bien las posibilidades bien administradas de un país pequeño frente a un vecino muy poderoso y la globalidad.
Finalmente, mi ensayo examina el rápido crecimiento de Vietnam, que huyendo de la dependencia externa y las cenizas de las guerras con invasores extranjeros, logra mantener una elevada cohesión nacional y emprende, a partir del DOI-MOI de 1986 , un proceso sostenido “a la china” de crecimiento productivo -basado en una política muy activa de desarrollo de su mercado interno, empleo y exportaciones crecientes de empresas extranjeras- que le permite alcanzar durante los últimos 25 años la 2ª tasa más alta de crecimiento del PIB (7.2% anual) después de China– con niveles razonables de equidad. Las políticas educativa, fiscal, financiera y de desarrollo productivo y regional han sido claves.
En conclusión, siguiendo las lecciones de los 6 países, se propondría revertir, “a la mexicana” con visión de corto y largo plazo, el modelo heredado de estancamiento estabilizador y desarrollo desigual; dar mayor prioridad a la producción y a la innovación sobre lo especulativo y financiero y a la inversión sobre el gasto corriente –doblar la inversión pública y privada- para llegar a tasas del 30 % del PIB (China invierte el 50%, India el 40%), utilizando de manera contra-cíclica los recursos parafiscales que puedan obtenerse mediante emisiones de bonos de la banca de desarrollo; realizar oportunamente reformas fiscales de fondo para contar con mayores recursos presupuestales y canalizarlos mejor hacia la infraestructura; la educación de calidad y la salud; el impulso a las políticas industriales y regionales de fomento, el desarrollo tecnológico propio, la protección del medio ambiente, la inclusión social y el combate a la inseguridad y la corrupción.