La gobernabilidad y el desarrollo no son incompatibles con la
democracia y con los principios que la protegen. Quien cree lo
contrario, y mira a las instituciones como un obstáculo, termina
rechazando la división de poderes e impone un estilo autoritario que
tarde o temprano afecta a la población.
Sí, el Frente amenazó con romper la institucionalidad, fustigó a los
medios de comunicación, estigmatizó a la empresa privada como
“explotadora” y unió su voz a las del socialismo del siglo XXI para
censurar al “imperio”, en referencia a los Estados Unidos de América.
Sin embargo, la dirigencia del FMLN no presentó un tan solo proyecto de
ley para modificar la forma de Gobierno. Nunca habló de reelección
presidencial, participó en las elecciones y ganó la presidencia en dos
ocasiones. Desde la Asamblea hizo una fuerte oposición al entonces
partido de Gobierno y supo pactar cuando fue preciso.
Ciertamente el FMLN amenazó con destituir a los integrantes de la Sala
de lo Constitucional. Respaldó la creación de comisiones ad hoc para
revisar su proceso de elección, mantuvo su apoyo al Decreto Legislativo
743 que pretendió establecer la unanimidad de los miembros de la Sala
para acordar inconstitucionalidades, y fue cómplice de designaciones
amañadas de magistrados que violentaban la regla constitucional que
establecía que a “una legislatura le correspondía una magistratura”.
La sociedad civil reclamó con severidad este tipo de atropellos a la
institucionalidad. Las organizaciones señalaron en repetidas ocasiones
la intención del partido de izquierda de controlar a la Sala de lo
Constitucional. Cuando fue necesario, los líderes civiles interpusieron
demandas orientadas a frenar cualquier intento que buscara desmantelar a
la máxime intérprete de la Constitución de la República.
El FMLN ratificó, cada vez que pudo, su vocación revolucionaria. Durante
su primer congreso, en 2015, nos recordó que su objetivo era alcanzar y
profundizar la hegemonía política, ideológica, económica-social y
cultural. Quería hacerlo a nivel nacional, en las instituciones públicas
y en el conjunto del sistema político. Una de las conclusiones de aquel
cónclave advertía que compartir la conducción del Estado con el resto
de fuerzas políticas no era una opción. Según sus ideólogos, el FMLN
quería comandar, solo, el futuro de los ciudadanos y para lograrlo,
pedía a su militancia emplear todos los métodos para destruir a “la
oligarquía y a sus cómplices”.
Al revisar el apartado sobre el “compromiso del presidente con la
democracia” en el documento “El Salvador. Año Político”, publicado por
10 años consecutivos por el Departamento de Estudios Políticos de
FUSADES, nos encontramos con un partido que, si bien reivindicó
constantemente su ideario socialista con una mezcla de
marxismo–leninismo, no concretó, durante los dos quinquenios al frente
del Ejecutivo, ninguna acción que ocasionara la ruptura del orden
constitucional. Lo intentó, en efecto. Y el sistema de frenos y
contrapesos se lo impidieron. El FMLN se sometió a las instituciones de
control. Entre 2010 y 2018, la Sala de lo Constitucional detuvo varias
de sus iniciativas. Estos fallos hicieron reaccionar a los expresidentes
Funes y Sánchez Cerén con diatribas en contra de los magistrados. Con
todo y lo anterior, no se sobrepasaron los límites. Se cumplieron las
sentencias y prevaleció el Estado de derecho.
El partido de izquierda fue muy ineficaz en la administración pública.
Hizo poco por desburocratizar al Estado y por disminuir la tramitología.
Dialogó mucho y concretó muy poco. Pero la improductividad de su
período no los animó a fracturar el sistema democrático. El énfasis de
sus reclamos, que durante los primeros cinco años de Gobierno se dirigió
principalmente en contra de los empresarios, no se tradujo en
iniciativas que violentaran la Constitución. Agitaron el ambiente, lo
crisparon al no condenar al régimen venezolano por graves violaciones a
los derechos humanos ni a los Ortega–Murillo ante la represión que
padecieron sus adversarios políticos. Pero al final, no rebasaron las
reglas; gobernaron dentro de los márgenes constitucionales y mantuvieron
las formas y el diálogo político.
Los hechos nos presentan un partido que generó muchas ansiedades antes
de su llegada al poder, en 2009. Se especuló sobre su determinación de
revertir la dolarización, las privatizaciones y los acuerdos
comerciales. Su predilección por las iniciativas totalitaristas de los
mandatarios del ALBA, que refundaron sus respectivos Estados, aprobaron
nuevas Constituciones, empujaron la reelección indefinida de los
presidentes y abusaron de las consultas populares para concentrar poder,
provocó una histeria colectiva que finalmente no derivó en ninguno de
los atropellos pronosticados.
Ya sea por convicción, por cálculo político o por las barreras que
protegen a la democracia, desde la Constitución y por parte de la
sociedad civil, lo cierto es que el FMLN supo jugar en democracia, donde
creció en diputados y en alcaldías hasta ganar la primera magistratura.
Doctor en Derecho y politólogo