03 de Marzo de 2013 Dora Téllez. Una pregunta que a mí me hacen a menudo es ésta: ¿Cómo es que Daniel Ortega llegó hasta ahí? ¿Cómo es que el FSLN terminó así? Es una pregunta con una respuesta no simple. La involución del Frente Sandinista es un asunto mucho más complejo. Y el corto tiempo que tengo en esta conversación no alcanza para describir exactamente todo el proceso. Así que hablaré sólo de algunos rasgos que creo esenciales.
En la historia del Frente Sandinista ha habido varias etapas. La primera, la de la lucha revolucionaria contra la dictadura. En esa etapa el Frente fue una organización clandestina, altamente centralizada como corresponde a una organización clandestina, sumamente reducida, con una militancia reducida tal vez unas 300 personas y con una conexión con la sociedad bastante reducida también. Organizada para la lucha armada. Ese proceso duró desde que el Frente Sandinista se fundó en 1961 hasta 1978. Era una organización forjada en medio de la represión de la dictadura, una organización cerrada, donde no había debate democrático ni podía haberlo. Era absurdo que lo hubiera cuando ni siquiera podía haber comunicación por la clandestinidad. Eran tiempos de muy limitada comunicación en todo el país, tiempos en que aún había teléfonos de disco, incluso de manigueta, con telefonistas que enchufaban y desenchufaban clavijas en la central telefónica de Matagalpa y en la de otros lugares. Y ni siquiera los usábamos en el Frente, por razones de seguridad. Nuestra comunicación era mínima y elemental: nos comunicábamos con papelitos chiquitos escritos con letra diminuta que llevaban y traían algunos mensajeros.
Después de la ofensiva guerrillera de octubre de 1977, y del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro en 1978, esa organización clandestina se conectó por fin con una enorme movilización social hasta que acabamos con la dictadura. Cuando eso sucedió el Frente Sandinista no era una única organización, eran tres. En 1975 el Frente se dividió en tres organizaciones distintas. No eran tendencias, como se decía entonces. Eran organizaciones distintas, cada una con su dirección, sus estructuras, su programa, su política, su filosofía de actuación. Cada una con su propio planteamiento ante la dictadura somocista. Lo que no cambió fue el nombre y se decía Frente Sandinista tendencia insurreccional tercerista, Frente Sandinista tendencia guerra popular prolongada, Frente Sandinista tendencia proletaria. A finales de 1978 a lo que llegan esas tres organizaciones no es a una unidad orgánica, sino a una unidad en la acción para el derrocamiento de la dictadura.
Con el triunfo de la Revolución en 1979 no se produjo tampoco una unidad orgánica como tal. Se fusionó la dirección de las tres tendencias y el Frente se rearticuló alrededor de las instituciones del Estado. Dirigiendo las instituciones clave se colocaron los miembros de la dirección nacional del Frente, que quedó como principal órgano político. Ése fue el mecanismo de rearticulación política que encontramos. Y había una corriente de quienes estaban en el ejército, otra de quienes estaban en el Ministerio del Interior, otra de quienes estaban en la reforma agraria, otra de quienes estaban en lo que se llamó “el partido” la organización partidaria propiamente dicha, otra de quienes estaban en las organizaciones de masas… Quienes estábamos en el aparato de “el partido”, decíamos que estábamos en el “ministerio de movilización de la Revolución”.
Esto significó que la articulación política no se produjo integradamente, sino alrededor de instituciones. En 1990 la derrota en las elecciones nos encuentra articulados alrededor de instituciones y teniendo que pasar a la oposición política. Dos desafíos enormes: articularnos como una organización política, como un partido político y pasar a hacer oposición.
Pero, ¿cuándo había sido el Frente oposición cívica, oposición política? Nunca. No teníamos ninguna experiencia. Años antes habíamos estado en la oposición armada. Además, nunca en Nicaragua un partido político en el poder había perdido las elecciones limpiamente. Nadie estaba habituado ni a ganar ni a perder elecciones limpiamente.
Todo era una novedad para el país… y para el Frente. Nadie entendía nada de la separación de poderes. La concentración de poderes en el Ejecutivo había sido en Nicaragua una tradición arraigadísima. Y la Constitución de 1987, la que hicimos durante la Revolución, había seguido ese mismo molde, no se apartó básicamente del sistema político anterior, basado en concentrar poder en el Presidente de la República y en restarle poder a todos los demás. Según la Constitución del 87, por ejemplo, el Presidente podía nombrar de dedo al presidente de la Corte Suprema de Justicia y al presidente del Consejo Supremo Electoral. La Constitución de 1987 consagró un sistema presidencialista bastante autoritario.
Al pasar a la oposición, el Frente Sandinista tenía otro dilema: cómo actuar en circunstancias tan difíciles, cómo hacer oposición ante quienes habían estado en contra de la Revolución y la habían combatido con las armas, cómo actuar ante la oleada conservadora que se nos venía encima. Y además, qué relación tener con las organizaciones sociales, con la ciudadanía, con la población. Eran muchos los desafíos, todo era nuevo. Esto agudizó los debates al interior del Frente, debates que ya teníamos antes de la derrota.
En el gran debate que se abrió con la derrota electoral surgió un elemento clave, que es el que más ha influido en la situación actual. Ese debate se centró en las causas de la derrota, en cuál sería la actuación del sandinismo en la oposición y en la demanda de democratización del partido. La corriente encabezada por Daniel Ortega insistió en tratar de retrasar o frenar el proceso de democratización interna del partido dada la situación adversa que atravesábamos. Para entonces, la democratización del Frente era ya una demanda bastante amplia. Se le sumaba el contexto interno, influido por los resultados electorales.
Después de la derrota electoral, la Dirección Nacional salvó su responsabilidad, delegándola en los cuadros intermedios del Frente. Los cuadros intermedios terminaron siendo los grandes culpables de todo. Y en todas partes les volaron la cabeza a todos. En esa tarea Daniel Ortega se empeñó a fondo. Así se preparaba el terreno para lo que sucedería después. Siguiendo a la dirección nacional, la base le echó también la culpa a los cuadros intermedios. Y como los cuadros intermedios era la gente que tenía más autoridad en el partido, la gente que podía debatir de tú a tú con la dirección nacional, una vez que fueron desapareciendo lo que fue quedando del Frente fue una dirección que tenía todo el poder y unos liderazgos de base con muchísimo menos poder.
El segmento que encabezaba Daniel Ortega también se oponía a una reforma constitucional que democratizara el sistema político, de corte presidencialista y autoritario. Eso también provocó rupturas. Finalmente, el grupo de Ortega terminó imponiéndose. Pudo hacerlo también porque cuando llegamos a 1990 Daniel Ortega había estado rodeado de un aparato de propaganda que trabajó mucho para cultivar y consolidar su personalidad.
El cultivo de su personalidad inició a partir de 1983. Primero bajo la tesis de que era necesario concentrar el poder para enfrentar la guerra contrarrevolucionaria. Y después, bajo la tesis de que había que fortalecer personalidades para enfrentar las campañas electorales, primero la de 1984 y después la de 1990. Poco a poco, la figura de Daniel Ortega fue concentrando más y más poder y también teniendo más relieve a nivel público, de manera que cuando perdemos las elecciones él es la personalidad del Frente Sandinista que tiene más ascendencia dentro y fuera del Frente.
¿Por qué fue Daniel y no fue otro dirigente del Frente Sandinista el que ocupó ese lugar? Mi respuesta a esa pregunta es tal vez un poco, un poco… exótica. Yo creo que él llegó ahí por eliminación. Cuando en 1978 se juntaron las tres tendencias del Frente Sandinista se dio un gran debate sobre cuántos miembros en la dirección conjunta que íbamos a formar le tocaban a cada tendencia. La tendencia tercerista reclamaba mayor participación que las otras dos tendencias porque era la más fuerte. Pero lograr eso se volvió un imposible y para volver posible la dirección conjunta se llegó al acuerdo de tres-tres-tres, tres dirigentes de cada tendencia para una dirección nacional de nueve. Naturalmente, la correlación de fuerzas no era tres-tres-tres y ahí comenzó la pugna. Y, obviamente, al triunfo de la revolución el tercerismo trató de ocupar las posiciones de poder más importantes.
El proceso de eliminación comenzó sacando a las dos figuras que tenían más relieve público al momento del triunfo de la revolución, Tomás Borge y Henry Ruiz. Luego se escogió a personalidades que no chimaran demasiado y tuviesen reconocimiento. Entre los que directamente estaban vinculados a cualquiera de las tres tendencias, se eligió a Moisés Hassan, un intelectual, profesor de física, bastante reconocido en los medios universitarios. Era de la tendencia guerra popular prolongada y gozaba de la confianza de los líderes de esa tendencia. Y no sacaba roncha. Luego, Sergio Ramírez, del Grupo de los Doce, un intelectual con prestigio, que gozaba de la confianza del liderazgo de la tendencia tercerista, pero tenía un perfil más amplio y un relieve importante.
Y de la Dirección Nacional del Frente, ¿quién estaría en la Junta de Gobierno? Se pensó en Daniel Ortega, de la tendencia tercerista, porque era un hombre tímido, callado, hábil en la maniobra, pero carente de liderazgo público. Parecía no representar una amenaza para nadie. Así, el tercerismo lograba imponer en la Junta de Gobierno una correlación favorable, acorde a la fuerza con la que contaba.
En la tendencia tercerista el que tenía vínculos en los frentes de guerra era Humberto Ortega y los que andaban en los frentes de guerra eran Víctor Tirado y Germán Pomares “El Danto”. Ésos eran los líderes. Como hombre retraído, no bueno en las relaciones públicas ni en la relación social ni en la relación con las estructuras, Daniel Ortega era la persona ideal. Daba la impresión de que no sería una amenaza para nadie. Ojo: casi siempre los que dan la impresión de no ser una amenaza terminan encaramándose. Fue, por ejemplo, el caso de Joaquín Balaguer en la República Dominicana. Tenía cara de baboso, era un secretario con ascendiente en el trujillato, pero nada más. ¿Por qué eligieron a Balaguer? Porque todo el mundo sintió que no iba a estorbar a nadie y que iba a mantener el estatus quo. Después, Balaguer demostró que tenía el colmillo bien guardado y se reeligió hasta cinco veces.
A Humberto se le consideraba un dirigente con colmillo. Humberto siempre ha tenido colmillo y además siempre lo ha enseñado. En ese sentido es un hombre transparente. Él manejaba los frentes de guerra durante la lucha contra la dictadura, se malmataba con nosotros, teníamos discusiones fuertísimas con él en medio de la guerra. Es un hombre de opiniones fuertes, un hombre que escribía, que tenía sus tesis, que se ocupaba de temas estratégicos… Humberto es como es: apasionado, explícito, de carácter agresivo, bueno a la maniobra, pero también bueno a la tercia. Muy distinto de Daniel.
Daniel Ortega fue cultivando otra personalidad en el camino. La fue cultivando durante los años 80, a medida que se va concentrando poder alrededor de él. Y eso sucede a medida en que va agudizándose la guerra con la Contra. El momento más crítico de la guerra fue 1983. Ese año encuentra a la revolución con una institucionalidad nueva, que ya era fuerte, pero que estaba bastante dispersa. En 1983 había tal desconexión institucional para enfrentar a la Contra y la Contra había avanzado de tal manera que la necesidad de concentración de poder y de concentración institucional fue generalizada. A nivel regional, a nivel departamental, a nivel municipal, a nivel nacional todo se organizó de arriba a abajo, todo se centralizó.
Se crearon entonces mecanismos para vincular las instituciones estatales al partido. Es entonces cuando comienza a apuntalarse el poder institucional de Daniel Ortega, que se coloca como coordinador del Frente Sandinista no recuerdo exactamente el nombre preciso de la figura y como coordinador de la Junta de Gobierno. Todo eso sucede antes de las elecciones de 1984.
En 1985, cuando se celebró una gran asamblea sandinista que revisó la relación del Frente con las organizaciones de masas, aparecieron muchas críticas por la relación vertical que había entre el partido y la base social, una relación de subordinación, una relación autoritaria, de ordeno y mando. Hubo también debate sobre la estructura interna del Frente. Pero la tendencia que se impuso de nuevo en aquel momento fue la de seguir concentrando el poder. Porque, en efecto, la guerra estaba cruda, Reagan había ganado de nuevo las elecciones y sabíamos que iba a cumplir su palabra de atacarnos con todos los fierros.
La elección de 1984 nunca la consideramos una elección desafiante. Porque el candidato que hubiera podido ser competitivo, Arturo Cruz, se bajó del caballo a mitad del camino y no quedó nadie con posibilidades. Participaron siete partidos y la abstención fue elevada, pero esas elecciones no las consideramos un desafío, como sí consideramos las de 1990.
Ya para 1990 se había avanzado bastante en la consolidación de la figura de Daniel Ortega. Entre otras cosas porque el producto que salió de la elección de 1984 fue un Presidente y un Vicepresidente. La Junta de Gobierno dejó de existir y la figura presidencial comenzó a pesar. Daniel ya no coordinaba la Junta, era Presidente y lo era con todos los poderes que tenía en ese momento, y con los que le daba la Constitución de 1987.
En la elección de 1990 sí hubo un juego de personalidades, una verdadera competencia. Y la apuesta del Frente fue la misma: Daniel Ortega sería el candidato. ¿Por qué él de nuevo? Porque cambiar la apuesta hubiera significado introducir en el Frente Sandinista un gran debate. Y si en 1989 alguien hubiera abierto el tema de quién sería el candidato, hubieran aparecido varios: Tomás Borge y algún otro. Si hubiéramos abierto esa discusión en 1989 dentro del Frente se hubieran producido agrupamientos en torno a candidaturas, una situación y un debate desconocidos para nosotros, a los que seguramente les temíamos.
El otro debate que estaba pendiente, el de la relación del Frente con las organizaciones de masas que volvió a surgir en ese momento se resolvió con el acuerdo de hacer un Congreso después de que ganáramos las elecciones. Así que decidimos ir a las elecciones con los mismos candidatos y después hacer un Congreso que revisara a fondo muchos temas, que estaban ahí, pendientes. Apuntalamos a las mismas personalidades, al Presidente y al Vicepresidente.
La campaña electoral de 1989, la de Daniel Ortega presentado a la población como “el gallo ennavajado” terminó de elevar su figura. Pero ya en ese título que se le dio, y en otros muchos mensajes de aquella campaña, se empezaba a expresar la opción del FSLN de hacer política como siempre se había hecho en Nicaragua.
Todos los partidos políticos, y todas las personas, queremos primero transformar la realidad y después viene la tendencia de acomodarnos a la realidad. Eso pasó también con el Frente Sandinista. De manera que el Daniel Ortega que llegó a las elecciones de 1990 estaba ya completamente instalado como una figura de poder político bastante tradicional. Dentro del Frente y fuera del Frente, pero sobre todo fuera del Frente. Dentro todavía había ciertos balances, pero fuera del Frente, la figura de Daniel era indudablemente la de mayor peso. Faltando los cuadros intermedios, se comenzó a desplegar y a establecer el modelo de caudillo y masas, el cultivo de una relación directa y subordinada. En ese modelo, el engranaje de partido que es necesario es uno que esté solamente al servicio del caudillo.
Después de la derrota electoral de 1990 Daniel Ortega va imponiéndose sobre el resto de líderes del Frente. Una parte de esos líderes se repliega. Algunos por razones obvias: tienen que buscar de qué comer. Otros se repliegan porque se repliegan. En el caso de los cuadros intermedios, a los que se les hizo la guerra, se repliegan también porque tenían que buscar un trabajo. Nadie quedó con un cargo, sólo los que quedamos de diputados. Y el ejército de profesionales que tenía el Frente Sandinista cuando perdimos las elecciones era enorme, poco menos de siete mil profesionales. Pero la inmensa mayoría no había terminado la carrera porque se había metido a la revolución, no tenían título de nada.
Y en 1990 había que salir a trabajar para comer. Pero, ¿a trabajar en qué? ¿Con qué título? “Yo soy especialista en organización del movimiento comunal”, “Yo soy especialista en organizar suministros para las milicias”… ¿Quién te va a dar trabajo con eso? Ésos no son oficios en una sociedad post-guerra. Entonces, unos a comprar y vender frijoles, otros a vender telas, otros a vender calzones, otros a buscarse un tramo en el mercado… El ejército de profesionales del Frente salió a buscar de qué vivir. ¿Quiénes quedaron solamente en el aparato del partido? Los que éramos diputados y Daniel Ortega. Nosotros teníamos un salario y él tenía recursos para mantenerse. Eso fue lo que quedó.
Daniel Ortega se ha dado a la tarea de decir que él fue el único que permaneció fiel después de la derrota electoral, el único que andaba del timbo al tambo con la gente. Ciertamente, él era el único que tenía recursos para andar del timbo al tambo. El resto tenía que buscar de qué comer y con qué vivir. Solamente los que habíamos quedado de diputados teníamos asegurado un salario para el debate político. Y exactamente eso fue lo que hicimos: el debate político.
Para mediados de los años 90 Daniel Ortega ya había logrado imponerse en el Frente Sandinista. Lo hizo por dos vías. Por tener el poder de ser la figura pública del Frente de mayor relieve. Y por la ya conocida estrategia de que cada vez que alguno no estaba de acuerdo con él le montaba la campaña: “traidor”, “vendido”, “agente de la CIA, del imperialismo, de la socialdemocracia internacional…” Esa campaña funcionó para mucha gente. Todavía me he encontrado, cinco o diez años después, a gente que me pide disculpas. Una vez un hombre me detuvo en la calle. “Yo quiero pedirle perdón a usted” “¿Y por qué?”, le dije. “Porque dije bascosidades de usted, diciendo que usted era traidora. Y ahora me doy cuenta de que era mentira, que usted tenía razón”.
Y es que la gente no ve argumentos, ve personalidades. Y si Daniel Ortega abre la boca y dice que acostarse con Arnoldo Alemán en la misma cama, desayunar, almorzar y cenar con él, es lo que necesita la revolución, hay mucha gente en el Frente que dice que eso es precisamente lo que necesita la revolución. Y si al día siguiente dice que ya no, mucha gente dirá que ya no. Porque cuando se deifica a una persona la referencia no es la realidad ni los principios ni el programa sino lo que esa persona dice y hace. Cuando Daniel Ortega se alió con Arnoldo Alemán, mucha gente en el Frente decía “Qué inteligente es el comandante, qué bárbaro ese maje, la sacó del estadio con esa alianza”. Pero si la Dora Téllez se aliara con Alemán dirían: “Qué traición la de la Dora Téllez, abandonó los principios y se fue a arrastrar con Arnoldo Alemán”. Así funciona mucha gente.
Lo que en 1995 no estaba completamente claro en el Frente era que Daniel Ortega no se detendría. Que Daniel Ortega estaba dominado por su afán de concentrar más poder. Y no se detuvo. Es más: no se ha detenido. Ni se detendrá por su voluntad. Habrá que detenerlo.
La primera oleada que salió del Frente fuimos nosotros, pero no cedimos. Salimos a formar un partido político, el Movimiento Renovador Sandinista. Para Daniel Ortega lo ideal hubiera sido que nos saliéramos, pero no a hacer un partido, sino que pasáramos a ser un grupo de hablantines dispersos. Después de nosotros vino una segunda oleada, y después la tercera oleada y después la cuarta oleada.Y en Jinotepe recientemente me encontré ya a la quinta oleada… Porque el proceso de concentración de poder incluye ahora a la familia de Ortega. Y eso requiere de la liquidación de los últimos vestigios de los líderes del Frente Sandinista que tienen que ver con el pasado. Les dicen “la chatarra de la revolución”. Ahora quienes forman el partido son jóvenes. ¿Y por qué jóvenes? ¿Porque son buenos? No. Porque ellos pretenden que esos jóvenes sean incondicionales con quienes los están poniendo ahí. Los empujan a no tener espíritu crítico, a obedecer.
El primer proceso que ha llevado a la involución del Frente Sandinista ha sido la concentración de poder, primero en la figura de Ortega, y ahora en la de su familia.
El segundo proceso que ha hecho involucionar al Frente Sandinista es el de pragmatización de la política. Ciertamente, los políticos tienen que ser pragmáticos y la política tiene que ser pragmática porque uno vive en la realidad con otros que no piensan como uno. Y en política siempre hay que negociar, siempre hay que transar para poder convivir. Y la convivencia tiene que ver con tolerancia y con un cierto nivel de transacciones para resolver problemas concretos. Siempre hay que negociar, pero hay que negociar sobre problemas concretos de la gente, sobre temas de fondo que afectan a la gente.
Ya en los años 90, y con fuerza, se percibió en el orteguismo la tesis de que todo era negociable, con tal de conservar, aumentar, mejorar las cuotas de poder, sin importar ni programa ni principios ni los intereses nacionales ni los intereses populares. Esa tesis llevó a Ortega hasta el pacto con Arnoldo Alemán en 1998. Un pacto que Alemán creyó que era como los que se hacían durante el somocismo, que se firmaban, se cumplían y ahí se quedaban: primero repartición de cuotas al 60-40, después al 50-50 y así… La equivocación de Alemán fue creer que el pacto quedaba fijo, como sucedió en los pactos que hizo el somocismo. Lo que para Alemán era un modelo de estabilidad, para Ortega era un trampolín.
Con una obsesión por el poder político, el orteguismo se ha ido quedando sin programa político. Ayer hablaron contra el TLC con Estados Unidos y hoy negocian en el TLC con Estados Unidos, sólo por mencionar un ejemplo. Igual con el FMI y con el Banco Mundial. Antes eran los demonios, ahora son sus “pofis”. Si analizan las decisiones del orteguismo en la Asamblea Nacional verán que un día dicen A y otro día dicen B, el completo opuesto, y no les parece importante ser contradictorios.
En manos de la familia Ortega-Murillo el Frente Sandinista ha quedado huérfano de programa político. La concentración de poder en los Ortega y la hiper-pragmatización de la política ha significado liquidar la tradición de dirección colectiva que tuvo el Frente Sandinista y la orientación política de ser una fuerza con la aspiración de transformar la realidad.
El tercer proceso en la involución y la descomposición del Frente Sandinista es lo que Sergio Ramírez llamó “el huevo de la serpiente”: el dinero. El dinero fue un factor que no entró a jugar en las correlaciones de fuerza en el Frente Sandinista, ni en general en la política nicaragüense de los últimos años, hasta ya adelantados los años 90. La diputada conservadora Miriam Argüello fue Presidenta de la Asamblea Nacional y el salario máximo que lograron los diputados cuando terminó su período creo que eran 1,400 dólares. Y nunca vimos en tiempos de Miriam Argüello ningún otro privilegio para los diputados. El golpe de salarios se produjo después del pacto entre Ortega y Alemán, cuando el salario de cada diputado llegó a casi 5 mil dólares, sumado a otras prebendas.
Con el pacto comenzó también la multiplicación de los altos cargos, la repartidera de cargos y de prebendas. Arnoldo Alemán descubrió que el clientelismo político podía seguir siendo rentable y que en el Frente Sandinista había una cantidad importante de gente que era corruptible y lo único que hacía falta era enseñarles el dinero. Y se los enseñó.
Un cuarto proceso que explica la involución del Frente Sandinista es que ya, previo al pacto de 1998 con Alemán, Daniel Ortega y su grupo habían llegado a la conclusión de que en Nicaragua la política, para ser exitosa, tenía que ser como la política que se había hecho siempre. ¿Y cómo se hizo siempre? Con pactos, con clientelismo, con prebendas, con corrupción y con impunidad. Ahora, en este último tramo, Ortega ha añadido un elemento clave: la familia. Así era la política en la dictadura somocista: familia, pactos, impunidad, corrupción, prebendas y clientelismo político. Y en aquella época, también poder militar. En esta época a Ortega sólo le es necesario neutralizar el poder militar. Y todos los días trata de avanzar en esa dirección.
Ése es el Frente Sandinista de hoy. El orteguismo ha llevado al Frente Sandinista a abandonar totalmente su afán transformador de la sociedad para convertirlo en una continuidad del modelo de actuación política de la dictadura somocista. El Frente Sandinista ha dejado de ser un factor de transformación de Nicaragua para convertirse en un partido que ha vuelto los ojos al modelo somocista para darle continuidad.
El orteguismo ha vaciado de contenido al Frente Sandinista, alejándolo de su propia trayectoria. Como dijo un día Saramago: Daniel Ortega es indigno de su propia historia.
El Frente Sandinista actual dejó de ser un partido revolucionario, dejó de ser un partido de izquierda, dejó de ser un partido con afán de transformar la sociedad nicaragüense. Y dejó de ser un partido. Lo que es ahora es una maquinaria política al servicio de una familia en el poder, con un único objetivo: conservar el poder a toda costa. ¿Para qué conservarlo? Eso ya no importa.
Lo que ha experimentado el Frente Sandinista no es propiamente un proceso de involución. Es un colapso. La involución se fue produciendo durante años. Y hay que reconocerle el mérito a Daniel Ortega: él ha sido la cabeza, el inspirador y el diseñador del proceso que llevó al Frente Sandinista de ser un partido revolucionario a ser un partido legítimamente somocista.
¿Ustedes oyen hablar de alguna dirección en el Frente Sandinista? Y lo digo a título de análisis sociológico y no a título de crítica política. ¿Alguien conoce la dirección del Frente Sandinista? ¿Se reúne el Congreso del Frente Sandinista a deliberar algo? ¿Cuáles son las reglas de ese partido? Lo último que vimos antes de las elecciones municipales de 2011 fueron los reclamos de bases del Frente en unos 40 municipios. Protestaban contra el “dedazo”, contra la imposición que Ortega hizo de los candidatos a alcaldes. ¿Y qué pasó con los que protestaron? Todos fuera, a todos les pasaron la cuchilla. El “dedazo”, la imposición de las candidaturas, sin consulta y sin debate, fue una expresión más de autoritarismo. Todo el que crea que un partido político autoritario dentro puede producir una sociedad democrática fuera, en la sociedad, es iluso. Si un partido político quiere producir transformaciones democráticas en la sociedad, tiene que ser democrático.
¿Qué hubiera hecho Sandino si hubiera seguido las mismas tesis del orteguismo? En febrero de 1934, Sandino se hubiera bajado de la avioneta en Campo Bruce, y en vez de ir a la casa presidencial a firmar la paz con el Presidente Sacasa, se hubiera cruzado la calle y hubiera buscado al embajador de Estados Unidos, Mister Hanna. Y se le hubiera cuadrado y le hubiera dicho: “Yo le voy a asegurar sus intereses en Nicaragua y a cambio déjeme ser Presidente en el próximo período”. Como había hecho Moncada, que se le fue a cuadrar a los gringos y terminó de Presidente.
Sandino pudo hacer eso. Ya le había ganado la guerra a los gringos y era en ese momento la persona más popular en todo el país. Pudo cuadrársele al embajador, pudo pedirle que le quitaran a Somoza de jefe de la Guardia Nacional, pudo pedirle ser él el jefe de la Guardia… Los gringos le hubieran comprado la idea, seguramente hubieran estado fascinados con esa solución… Pero, ¿a qué precio hubiera vendido Sandino “su primogenitura”?
Sandino no se vendía por cuotas de poder, no tenía una política pragmática, no miraba el dinero, quería otra política, otra Nicaragua. Cuando inició la guerra, ¿qué le había dicho Moncada a Sandino? “No seás caballo, te estás haciendo el sacrificado y los pueblos no agradecen”. Y entonces Sandino se le hizo el baboso a Moncada: “Está bien, general, pero ahora tengo que arreglar algo con unos levantiscos que andan por ahí, espéreme un momentito que ya vengo a firmar el papel”. Y Sandino se fue a encabezar a los levantiscos, a hacer la guerra, y después a enfrentar a los gringos, y ya nunca volvió donde Moncada. Y después, mientras Sandino estaba en la guerra, Moncada puso a todos los generales del Ejército Constitucionalista a escribirle cartas a Sandino. Y le escribían y le decían en julio del 27, en agosto del 27, en septiembre del 27: “General, bájese de ese caballo, los campesinos con los que usted anda son brutos, mire que ya nos estamos arreglando con los gringos, mire que los gringos lo van a joder a usted, mire que ya los liberales vamos para arriba, que ya nos dieron las cuotas que nos iban a dar, que usted puede ser jefe político de Matagalpa…”
¿Cómo se terminó la Guerra Constitucionalista? Con prebendas. ¿Qué pidió Moncada para terminar la Guerra Constitucionalista? Las jefaturas políticas de los departamentos considerados liberales. Y se las dieron. Pero Sandino no entró en eso y pasó a combatir a los gringos. Sandino no quería un cargo, una prebenda, quería otra Nicaragua.
¿Hubiera sido Sandino si sigue el camino pragmático de Daniel Ortega? Tuvo delante esa opción: me bajo del caballo, después me arreglo con los gringos, después agarro mi carguito, después voy subiendo en el Partido Liberal, me voy encaramando y después me tiro para Presidente… Pero eso no fue lo que él hizo. Si hubiera hecho eso no estaríamos hablando de él ahora. Él tomó una opción. Y por eso fue el Sandino que conocemos y admiramos.
Hay todavía gente que busca algo que se le parezca al Frente Sandinista de la clandestinidad, al Frente Sandinista que conocieron, al de la Revolución. Y eso ya no existe. El Frente Sandinista revolucionario es sólo historia, y está difunto. ¿Hay posibilidades de que resucite? ¿Pudimos nosotros hacer el cambio desde adentro? No, por eso nos fuimos. En el año 2000 hicimos un último intento, cuando se conformó la Convergencia Nacional, pero años después nos salimos de esa iniciativa, convencidos de que no había ningún camino por esa vía.
Algunos sostenían que se podía dar la pelea dentro. Herty Lewites y Víctor Hugo Tinoco decidieron darla, la dieron a fondo y los sacaron fuera. Todo el que ha querido dar la pelea dentro termina fuera. ¿Hay posibilidades de un cambio desde dentro de esa estructura que es hoy el Frente? Creo que ninguna. ¿Habrá otro candidato que le dé un giro al Frente? No. Mientras Daniel Ortega esté vivo será candidato a la Presidencia. ¿Cambiará Daniel Ortega y decidirá ser democrático y volver a sus principios? No, va a morir en su ley. ¿Alguien dentro del Frente hará el cambio, se atreverá alguien a levantar la mano para decir que no está de acuerdo con lo que está pasando? No, nadie lo hará, no veo a nadie que lo quiera hacer. Lo hizo Herty Lewites, lo hicieron los del “dedazo”. Resultado: nada cambió dentro y a todos los sacaron.
El proceso de involución del Frente Sandinista ha sido un proceso de opciones. Hay momentos en que las fuerzas políticas y las personas toman opciones. ¿Cuál es la opción? ¿Cambiar la sociedad para mejorarla, para que la gente más pobre mejore su condición, para que haya democracia, para que haya participación ciudadana verdadera? ¿O la opción es agarrar un cargo, tener una prebenda, conseguir un puesto, conservar el poder? Siempre es un asunto de opciones.
Nosotros decimos que el modelo en el que se ha instalado hoy Ortega es una dictadura. Hay gente que nos dice que no lo es porque no andan matando en las calles. ¿Y quién ha dicho que los Somoza siempre estuvieron matando en las calles? Eso fue en los momentos de crisis dura y, en especial, en los dos últimos años. En cada una de aquellas crisis, los Somoza reprimían ferozmente y luego se arreglaban con los conservadores y ya todo seguía tranquilo otra vez. Era una dictadura en la que ya la gente había aprendido a guardar silencio, a decir lo que tenía que decir para no buscarse problemas. El éxito de una dictadura es no tener necesidad de garrotear. Una dictadura es exitosa cuando ya uno dice lo que quieren que diga, el otro no dice lo que iba a decir y el otro pide que le paguen para no decir… Y eso ya está pasando en Nicaragua.
¿La política de Chávez y su dinero han influido en el aparataje de poder orteguista y en el modelo político actual? Sin duda. Estamos hablando de 2,500 millones de dólares en estos años, una cantidad de dinero considerable, que ha contribuido poderosamente a consolidar el actual modelo prebendario con el que funciona el orteguismo. Pero un modelo de esta naturaleza, prebendario, familiar, con impunidad, con corrupción, se monta donde una sociedad lo permite y lo soporta.
Chávez puede haber disparado 2,500 millones de dólares, pero si no hubiera habido en la Asamblea Nacional diputados orteguistas que consintieron que ese dinero no pasara por el presupuesto nacional, algo habría cambiado. Nuestros diputados se han quedado solos exigiendo que ese dinero pase por el presupuesto. Hasta cartas le hemos escrito al Presidente Chávez con ese reclamo. No, no tenemos el gobierno que nos merecemos, porque nos merecemos algo mucho mejor. Pero sí tenemos el gobierno que aguantamos.
El MRS tiene 16 años de ser un partido programático y no nos ha sido fácil. Porque siempre nos encontramos con la demanda de que seamos como son los otros partidos. Lograr que en el MRS no haya un estilo clientelista, cultivar la democracia interna, tampoco ha sido fácil. Porque todos en Nicaragua venimos de un molde autoritario en la familia, en la escuela, en la política. Y el molde autoritario es intolerante y sectario. Hoy, el ejercicio democrático al interior del MRS es un esfuerzo deliberado, empujado, pensado, todavía no es fluido. Acabamos de avanzar en un cambio generacional a nivel nacional, pero a nivel departamental tenemos resistencias para el cambio generacional. Porque en Nicaragua el relevo de figuras políticas es muy difícil y los dirigentes se hacen ancianos en el cargo y se mueren sin soltarlo.
En el MRS estamos claros que cambiar la manera de hacer política requiere tiempo y que es un camino más difícil. Lo más fácil hubiese sido votar por la reforma constitucional que quería Ortega para reelegirse legalmente y aceptar el dinero y prebendas que nos ofrecieron entonces. Pero hacerlo nos hubiera puesto en la acera de enfrente y con las mismas mañas.
Las opciones políticas de cambio se configuran en momentos críticos. El Frente Sandinista pasó de 1961 a 1978 siendo una absoluta, total y completa minoría. ¿Qué era el Frente Sandinista en enero de 1978, cuando mataron a Pedro Joaquín Chamorro? Una super-minoría, una ultra-minoría. Para darles una idea de la clase de minoría que éramos, a principios de 1980, a unos meses de iniciada la revolución, se decidió que íbamos a entregar carnets de militantes del Frente. ¿Y cuántos carnets repartimos? Solamente mil. Y tuvimos que hacer un esfuerzo sobrehumano para lograr repartir mil.
La minoría que fue el Frente Sandinista durante tantos años, ¿por qué se convirtió en un factor revolucionario? Porque había sostenido “el punto” y porque supo hacer un planteamiento en el momento de la crisis. No hay que tenerle miedo a ser minoría. Siempre han sido las minorías las que han impulsado los cambios. Decía Lenin que la política es también un asunto de números. Estamos claros de que es así, y especialmente lo es en la política electoral, que es asunto de números. Y el gran problema que tenemos hoy en Nicaragua es que en las urnas ya los números no valen, los votos no valen porque los cuentan siempre a favor de Ortega. Por eso, el primer objetivo es cambiar el sistema electoral.
Hay que decir en honor a la verdad que la oposición en Nicaragua no es una minoría. La elección municipal de noviembre pasado y la elección presidencial de noviembre de 2011 nos demostraron que el orteguismo sigue siendo una fuerza minoritaria en la realidad social nicaragüense. Si los votos se contaran bien, Daniel Ortega ya estaría fuera del poder por la vía cívica. Si el orteguismo fuera mayoritario ¿para qué necesitaría robarse las elecciones? Roba algo quien no lo puede tener legítimamente.
A pesar de todo, yo tengo una visión positiva y optimista de lo que pasa en Nicaragua. Las sociedades, como las personas, tienen procesos de crecimiento en los cuales aprenden, se van moldeando, van acumulando experiencia y energías. Esta sociedad, ciertamente, soporta el modelo orteguista. Pero también lo está cambiando. ¿Ha cambiado, por ejemplo, el papel de las mujeres en Nicaragua? Creo que sí. Es cierto que las siguen garroteando y matando, pero también es cierto que hay más denuncias, que hay más defensa, que hay más trabajo, que hay más conciencia. Y como ésa hay otras corrientes subterráneas en la sociedad que van cambiándonos a nosotros mismos, que cambian el papel con el que nos colocamos ante las realidades, que terminarán cambiando a la sociedad.
Creo, estoy convencida, que la sociedad nicaragüense está en una fase de acumulación, en una fase de maduración. Las revoluciones tienen una gran ventaja: borran el pizarrón, lo dejan limpio y llegamos a escribir en limpio. Pero llegas a escribir en limpio en materia legal, pero no en materia social. Las revoluciones tienen la ventaja de que provocan cambios radicales, pero tienen la desventaja de que esos cambios radicales no siempre son acompañados por el desarrollo propio de la sociedad.
La revolución sandinista produjo cambios profundos, cambió profundamente el diseño de esta sociedad. Desde la perspectiva de historiadora veo que nada de lo que existe ahora puede entenderse sin la revolución sandinista. Hoy estamos parados sobre los cambios que introdujo la revolución sandinista. Pero la hora de la involución, la ola del regreso al pasado, llegó.
Cambiamos leyes, cambiamos instituciones, pero no cambiaron los modelos mentales. Lo que la gente tiene en su cabeza no cambia tan rápido. Y hemos visto, por ejemplo, como en un modelo prebendario como el actual, una Policía que diseñamos para que estuviera al servicio de la comunidad, de la ciudadanía, y que de hecho lo estuvo durante años, se ha convertido ahora en una Policía política, en una Policía al servicio del engranaje de poder de una familia.
¿Qué hacer? Lo que hay que hacer es trabajar para hacer avanzar la conciencia de la gente, martillar sobre el mismo punto con perseverancia, con tenacidad. Hasta que llegue el momento en que el nivel de conciencia produzca resultados radicalmente distintos a los que vemos ahora. Que eso suceda tiene que ver muchas veces con los contextos. ¿Qué va a pasar el día en que el orteguismo no tenga ya dinero para más prebendas?
. Las condiciones económicas que favorecieron al orteguismo están cambiando, y se van a poner progresivamente difíciles. Los precios internacionales de los productos del campo, que han estado muy buenos, están bajando. Y en las ciudades va a golpear con más fuerza el alza de precios. Y el orteguismo se va quedar sin dinero para repartir. La sociedad tendrá que capitalizar políticamente estos cambios. ¿Cuál es la ventaja de optar por la vía cívica en estas circunstancias? Y lo repito: en estas circunstancias. La ventaja de la vía cívica es que se le da un plazo a la sociedad para que madure en otra dirección.
¿Qué hacer? Seguir haciendo lo que hemos hecho: fortaleciendo los liderazgos comunitarios, la organización de las comunidades, la organización de la sociedad. Y en lo que a nosotros nos toca como MRS construir una opción política consecuente con lo que andamos pregonando.
Tenemos la confianza de que todo se va a catalizar en un plazo más corto del que suponemos. Porque ésta es una sociedad agotada del profundo sectarismo que ha inundado el país. El sectarismo de una casta familiar, de castas familiares. El sectarismo en el municipio del secretario político y de su familia discriminando al resto de la gente. ¿Qué nicaragüense cree hoy que las instituciones del Estado nos sirven a todos? Ya nadie lo cree.
La gente está agotada del sistema de reparto prebendario a las castas de poder. Está agotada de hacer fila en el partido para que le den una beca, un trabajo, la matrícula…
La gente en Nicaragua está harta de ser tratada como personas sin dignidad. Cuando a un maestro le dicen que tiene que ir a la fila del orteguismo, ¿qué va a hacer? ¿Decir que no va? ¿Y si tiene cuatro hijos y sólo tiene ese salario? Se va a poner en la fila aunque por dentro proteste porque lo tratan con indignidad. El régimen de Daniel Ortega ha tratado de manera indigna a la inmensa mayoría del pueblo nicaragüense. La ha tratado como limosnera, como objeto, obligándola a hacer cosas contra su voluntad y contra su conciencia.
Eso todos lo tenemos guardado. Eso va a reventar. Eso está ahí. Eso son corrientes subterráneas que ahí van y como toda corriente subterránea buscará cómo salir fuera. Llegará la hora. ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Seguir fortaleciendo la dignidad de las personas, seguir fortaleciendo su protagonismo, seguir fortaleciendo su posición, seguir fortaleciendo sus demandas y sus luchas justas. Y seguir organizándonos y actuando para hacer que llegue esa hora.
Dora María Téllez, Comandante guerrillera del FSLN, Ministra de Salud en los años 80, Diputada del FSLN en los años 90, historiadora, fundadora y dirigente del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), reflexionó sobre la involución del Frente Sandinista en una charla con Envío que transcribimos.
Última actualización el Domingo, 03 de Marzo de 2013 14:22