La burocracia estalinista llevó a cabo una verdadera “demonización” de Trotsky como cobertura de una persecución que incluyó su exilio y su posterior asesinato en México. Fue el punto máximo de una persecución masiva a los trotskistas en la URSS que incluían la cárcel, los trabajos forzados en las minas de Siberia y muchos asesinatos. También se realizó contra militantes y dirigentes en otros países, que incluían desde su expulsión de los partidos comunistas estalinizados, las denuncias a la Policía y los asesinatos, como fue el caso de su hijo León Sedov y de su secretario Rudolf Klement. La “demonización” no acabó con el asesinato de Trotsky sino que se mantuvo durante varias décadas.
En estas condiciones muy difíciles, cuando se funda la IV Internacional, aún en vida de Trotsky, se reconocen menos de 6.000 militantes (más un número no explicitado de “trotskistas clandestinos” en la URSS), la mayoría de ellos en grupos pequeños, con algunas excepciones como el SWP (Socialist Workers Party de Estados Unidos) que aporta la mitad de ellos.
Una crisis de SWP a finales de la década de 1930, el asesinato de Trotsky, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y las persecuciones del estalinismo y del fascismo redujeron ese número, para el II Congreso Mundial, a 4.000, ya sin referencias a los “trotskistas de la URSS”.
Después de la Segunda Guerra Mundial, tal como había previsto Trotsky, se produjo un gran ascenso de masas y nuevas revoluciones. Pero el proceso no fue capitalizado por el trotskismo sino que fue dirigido por el estalinismo, que aparecía a los ojos de las masas como el artífice de la derrota del nazi-fascismo, y por movimientos nacionalistas burgueses.
Por eso, salvo algunas excepciones de organizaciones que lograron una gran influencia, como el Partido Obrero Revolucionario en la revolución boliviana de 1952 y el Lanka Sama Samaja Party (Sri Lanka), la IV y el trotskismo seguían siendo un movimiento de grupos pequeños.
Algunas organizaciones, incluso siendo pequeñas buscaban construirse ligadas a la clase obrera (como el Grupo Obrero Marxista de Nahuel Moreno, en Argentina), mientras otras se limitaban a su vida interna o a los debates con las otras organizaciones.
Estas condiciones se agravaron con la ruptura de la IV Internacional, en 1953, ruptura producida por la política y la metodología interna aplicada por la dirección pablista (por Michel Pablo, el dirigente griego que centralizaba la organización). Desde entonces no existe una organización internacional unificada de los trotskistas. Para profundizar sobre este período, recomendamos leer la serie dedicada a la fundación de la Cuarta, publicada en esa página en 2018 [1].
Se abre un espacio para el trotskismo
Stalin murió en 1953. Su sucesor Nikita Khruschov, en el XX Congreso del PCUS habló de “los crímenes de Stalin”, criticó el “culto a la personalidad” y prometió la apertura de un período posestalinista.
A pesar de las expectativas que generó en la militancia comunista, se trató, en realidad de un cambió apenas cosmético. Las peleas dentro del aparato burocrático dejaron de resolverse a través de la cárcel y las ejecuciones, pero la falta de democracia para los trabajadores y las masas, la represión a los disidentes y el férreo control de los países que estaban bajo la órbita de influencia de la URSS se mantuvo intacta.
Sin embargo, fue uno de los elementos que marcó un punto de inflexión en el prestigio internacional del estalinismo. Esto se sumó a la represión a las luchas contra la burocracia de varios estados obreros: la insurrección de Berlín oriental (1953), la revolución en Hungría (1956) y “la primavera de Praga” en Checoslovaquia (1968). Finalmente, se agrega el papel conservador y de defensor del sistema que los partidos comunistas y los sindicatos orientados por Moscú jugaban en los países capitalistas.
Todo esto se concentraría en el Mayo Francés de 1968: un proceso revolucionario nacido en el estudiantado y luego extendido a los trabajadores de las grandes industrias. Mientras el PC francés buscaba frenarlo desesperadamente, fueron organizaciones y dirigentes de otras corrientes de izquierda los que lo encabezaban: anarquistas, trotskistas, guevaristas, maoístas, etc.
En el marco de un fuerte proceso de ascenso internacional, al movimiento trotskista se le abrían espacios mucho mayores en la nueva vanguardia que surgía. Varias organizaciones dieron saltos importantes en su construcción e influencia. Entre ellas, la LCR francesa, el WRP inglés, el PST argentino y el SWP estadounidense. En Brasil, tres diferentes organizaciones trotskistas crecieron a cientos de militantes cada una.
El movimiento trotskista en la actualidad
Desde su división en 1953, no volvió a existir una organización unificada de los trotskistas. Hubo algunos intentos de reagrupamientos parciales, como la fundación del Secretariado Unificado, en 1963, o la del Comité Internacional entre el CORCI y la Fracción Bolchevique, en 1980.
Pero la tendencia general ha sido, en un primer proceso, la consolidación de varias corrientes internas: mandelismo, morenismo, lambertismo, los originados en la tendencia británica The Militant, los “capitalistas de Estado”, etc. A su vez, dentro de estas corrientes se han producido y se siguen produciendo nuevas divisiones. Sería difícil enumerar todas las organizaciones internacionales y nacionales (de distinto tamaño) que se reivindican “trotskistas” o se llaman de ese origen.
Entre todas suman seguramente algunas decenas de miles de militantes en el mundo. Por eso, muchos trabajadores y luchadores que ven con simpatía las ideas básicas del trotskismo preguntan si ese reagrupamiento no es necesario entre quienes reivindican la IV y sus bases programáticas fundacionales. Muchos opinan, además, que eso no se produce esencialmente por el sectarismo y la autoproclamación de las corrientes.
Es cierto que existen varias pequeñas organizaciones o “sectas trotskistas” más grandes (nacionales o internacionales) cuya actividad central no es desarrollar su construcción en el movimiento de masas sino parasitar a las otras corrientes para ganarles algunos pocos militantes. También que muchas organizaciones se autoproclaman como “la única IV verdadera”. Estas cuestiones existen pero, a nuestro modo de ver, no son los centrales que impiden la reconstrucción de la IV Internacional y su existencia como organización unificada.
El problema es que entre las organizaciones que reivindican las “bases fundacionales de la IV Internacional” hay profundas diferencias en las elaboraciones teóricas, en los análisis y caracterizaciones frente a los procesos revolucionarios y de lucha que se dan en el mundo y, finalmente, en la política que debe aplicarse en esos procesos.
Por fuera de las “marcas de origen” de esas organizaciones, uno de los factores centrales que profundizaron esas diferencias es lo que hemos denominado el “aluvión oportunista” que impactó a la izquierda en general (y a numerosas organizaciones trotskistas dentro de ella) luego de la restauración capitalista en los ex estados obreros, y de la interpretación que hicieron del significado de este proceso. La mayoría de las organizaciones giró a la derecha su programa y su acción política. Algunas lo hicieron de modo explícito, otras de modo encubierto [10].
Comencemos por el llamado SU (Secretariado Unificado) heredero del mandelismo. Desde la década de 1990, esta corriente abandonó explícitamente la estrategia de la dictadura del proletariado y el combate a la colaboración de clases, y la reemplazó por la política de “radicalizar la democracia” [burguesa]. Coherente con ello, también abandonó la construcción de partidos revolucionarios y pasó a impulsar la formación de partidos unificados de “revolucionarios y reformistas honestos”. Este sector impulsa sí un reagrupamiento internacional pero lo hace sobre bases teóricas, programáticas y organizativas que no tienen nada que ver con el legado de Trotsky [11].
Otras corrientes no han dado ese paso de modo explícito. Pero su política concreta también ha girado a la derecha, esencialmente hacia el electoralismo y el parlamentarismo como el centro de su actividad. Es el caso de la FT (Fracción Trotskista) encabezada por el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas de Argentina) que pasó de un sectarismo propagandístico a un oportunismo electoralista cada vez más acentuado [12].
Podríamos continuar con las corrientes originadas en The Militant o en las que hemos denominado nacional-trotskistas pero no queremos aburrir a los lectores y quien tenga interés puede leer los artículos de la serie sobre la reconstrucción de la IV Internacional, a la que ya nos hemos referido.
En la década de 1970, Nahuel Moreno caracterizó que existía un “movimiento trotskista” que, más allá de sus diferencias, era “una corriente independiente de los aparatos burocráticos aunque no tuviera unidad organizativa”. Como parte del aluvión oportunista, ese movimiento ya no existe como tal: sectores importantes han “cruzado la línea” y abandonado el campo revolucionario, transformándose en correas de transmisión (y viviendo a expensas) de la democracia burguesa y parlamentaria, de los fondos del Estado, o de aparatos sindicales burocráticos.
Y quienes no la han cruzado de modo explícito acompañan a los anteriores en un su política. Baste señalar por ejemplo, que la sección brasileña de la LIT (el PSTU) se ha quedado en total soledad en la construcción de un partido revolucionario independiente, Mientras que casi todas las corrientes que se reivindican trotskistas integran un partido reformista (el PSOL). En ese marco, proponer un posible reagrupamiento inmediato sería equivocado y, a la vez, irresponsable.
¿Cómo reconstruir la IV?
Desde su propia fundación y la votación de sus estatutos en 1982, la LIT nunca se autoproclamó “la IV Internacional” y siempre puso el propio desarrollo al servicio de la reconstrucción de la IV. Entre otras cosas, esto implica, por supuesto, la búsqueda permanente de acercamiento y reagrupamientos con otras organizaciones trotskistas, algunos de los cuales fueron exitosos aunque muchos fracasaron, y no fue por sectarismo de nuestra parte.
Seguiremos haciéndolo en base a criterios claros: acuerdos programáticos profundos, coincidencias en las posiciones sobre los principales hechos de la lucha de clases, especialmente en los procesos revolucionarios, para poder desarrollar una acción militante común sobre ellos; relaciones leales y fraternas y, por supuesto, la defensa incondicional de una moral revolucionaria.
Sin la aplicación de estos criterios, todo intento de fusión y de reagrupamiento revolucionario está destinado al rápido estallido o ser apenas “una jugada para la tribuna”, como lo fue de hecho la reciente conferencia internacional abierta convocada por el FIT-U de Argentina [13].
La LIT-CI también sufrió las consecuencias del “aluvión oportunista” y, después de la muerte de Nahuel Moreno, pasó por una profunda crisis que casi llevó a su desaparición. Pero intentamos ser cada vez más obreros, marxistas e internacionalistas, sus secciones y militantes buscan intervenir activamente en los procesos reales de la lucha de clases.
La reconstrucción de la IV Internacional es una de las tareas estratégicas que nos deja el legado de Trotsky. En ese camino, tal como hemos dicho proponer un posible reagrupamiento estratégico de modo inmediato con otras fuerzas que se reivindican trotskistas sería equivocado y, a la vez, irresponsable. Quizá en el futuro, la lucha de clases permita ese acercamiento con algunas de las organizaciones que hemos analizado, o con otras. Cuando esa posibilidad se dé en la realidad, actuaremos como ya lo hemos hecho en el pasado: con seriedad, honestidad y lealtad, para intentar concretarla. Lo haremos con los criterios que ya señalamos en este mismo artículo.
Es necesario superar la profunda contradicción que significa la comprobación cada vez más clara por parte de los trabajadores y las masas de la degradación irreversible y cada vez más acelerada del capitalismo imperialista, y el hecho de que el legado de Trotsky pasó la prueba de la historia, por un lado, y la profunda debilidad de una alternativa de dirección revolucionaria, por el otro.
Por eso, la LIT-CI pone todas sus fuerzas al servicio de esa reconstrucción. Queremos hacer realidad las palabras finales de Trotsky en el Programa de Transición: Obreros y Obreras de todos los países, agrupaos bajo la bandera de la Cuarta Internacional. ¡Es la bandera de vuestra próxima victoria!