Desde las superestructuras culturales del capitalismo podemos encontrar tres estructuras discursivas muy claras que realizan una exointerpretación con el mito de Prometeo. La primera de estas exointerpretaciones nos lleva hasta el Rockefeller Center de Nueva York, complejo de 19 edificios comerciales en pleno corazón de Manhattan.
El complejo, construido por la familia Rockefeller, está plagado de imágenes que lo conforman como un lugar lleno de simbolismo. Y hasta allí ha llegado Prometeo, y parte de su familia, porque también podemos encontrar a su hermano Atlas.
La historia del complejo Rockefeller comienza en 1920 y la intención del magnate de impulsar la economía de su “barrio”. Pero con el desarrollo del capitalismo, de Nueva York, de Estados Unidos, el complejo, adornado de titanes, adquirió tintes titánicos, como el resto de círculos concéntricos en que se escribía: la gran manzana, la economía, el capitalismo.
El Rockefeller Center es algo más que un monstruoso complejo comercial, es un canto, un símbolo de la fastuosidad capitalista, en pleno corazón de Nueva York, gran metrópolis por antonomasia de nuestra cultura capitalista, con sus rascacielos, sus complejos financieros, su Wall Street… es la Meca del mundo moderno, adonde peregrinan millones de turistas para ver el templo sagrado del sistema capitalista y dejarse fascinar por la monstruosidad sobrecogedora de su titanismo.
Es el emblema internacional de Estados Unidos, la joya de la corona capitalista, y en su corazón, en pleno corazón de Manhattan, este complejo comercial plagado de símbolos, de fuerzas mitológicas y prometeicas, sacando músculo y ostentando poder, el poder del titanismo económico, capitalista que lo vio nacer y del que se convierte en su canto.
Las estatuas de los titanes contribuyen a imprimir ese carácter simbólico, y Prometeo se erige en ese corazón capitalista con todo su esplendor (en un bronce dorado que fulge como el sol o el oro), activando sus significaciones de progreso y avance civilizador, del fuego entregado a los humanos para erigir la supercivilización capitalista.
El Rockefeller Center es un canto al capitalismo, y en su centro, Prometeo imprimiendo sus significaciones de progreso y civilización a ese canto. Un progreso basado en el hipercrecimiento, en un sistema económico y social basado en el crecimiento y desarrollo perpetuo, siempre creciendo, porque si se detiene, entonces se convierte en crisis. Una concepción monstruosa de crecimiento que amenaza con desbordar algún día los límites humanos.
Una civilización, un sistema, que quiere crecer y crecer hasta llegar a los dioses. La propia estatua de Prometeo en el Rockefeller center es una exhibición de poder. Solo un capitalismo hipermusculado podía permitirse el lujo de erigir una estatua de bronce dorado que irradia luz como el fuego, el sol, el oro.
Los grandes prohombres del capitalismo americano asumieron una naturaleza titánica, se adjudicaron la videncia prometeica de la civilización capitalista y esa suerte de hermanamiento titánico como aquellos monstruos que desde la sombra pretender desbancar a Zeus, como si dirigiesen el destino de los hombres y el dominio del mundo desde las profundidades de su sistema.
Con la estatua prometeica de Paul Manship (1934), junto al resto de titanes y símbolos escultóricos que vertebran el complejo capitalista por excelencia, la exointerpretación del capitalismo como fuerza de progreso que habría de llevar a la supercivilización estaba consumada.
Cabe resaltar que se han propuesto lecturas esotéricas de la estatua a través de la multitud de símbolos que en ella están inscritos. Esas lecturas recurren al satanismo prometeico, al vínculo entre los dos mitos ya recurrente en épocas anteriores, para construir su teoría conspiranoica de control y manejo secreto, oculto, de los hilos del poder y de la civilización.
La equiparación a la Atlántida, la lectura satánica, los paralelismos de Prometeo con Lucifer como portador de la luz, del fuego del
conocimiento que lleva al progreso, la mirada de Prometeo pareciendo dirigirse hacia el símbolo de capricornio contenido en el anillo que lo rodea, como una prefiguración visionaria del renacimiento de Lucifer, la utilización del mito prometeico no como advertencia sino como invitación, como modelo a seguir, con las ambiciones de control, dominio y transformación del mundo, modelado a la imagen y semejanza de la economía capitalista, y los poderes que dirigen el mundo en la sombra, y un largo etcétera, contribuyen a la conformación del símbolo.
Al margen de su veracidad o no veracidad, de la posibilidad de esas lecturas e interpretaciones o el desvirtuamiento de las mismas respecto a las realidades significativas, lo que está claro es que su articulación contribuye a reforzar el simbolismo titánico implícito en la construcción del Rockefeller Center.
Una construcción discursiva, al cabo, cultural, donde el sistema capitalista encuentra su dimensión mítica, y se ofrece como la sabiduría prometeica que conduce a los hombres hacia el progreso y su idea de civilización, la supercivilización. Es la exointerpretación prometeica del capitalismo, del lado más oscuro y luminoso del Occidente contemporáneo.
Pero no es la única exointerpretación prometeica que el capitalismo nos ha dejado. Desde la producción simbólica de la publicidad también se yergue otra exointerpretación capitalista. Grandío Montes propone enfrentar la publicidad desde las reflexiones de Camus sobre el mito de Prometeo:
“El hombre actual es semejante al hombre anterior a Prometeo: desposeído de todo, especialmente de la libertad, vive a merced de los dioses que lo privan del fuego y del alimento. Y en este punto se presenta la figura protectora del Titán rebelde: «Prometeo es ese héroe que amó bastante a los hombres para darles al mismo tiempo el fuego de la libertad, las técnicas y las artes (2012: 161).
Desde esta perspectiva que arranca en Camus, la publicidad se erige como ese fuego sagrado prometeico que traerá a los hombres lo que necesitan. La falta de libertad de los hombres, sumidos en el devorador desarrollo tecnológico que los deshumaniza, se ve compensada por la vía de acercar tecnología, ciencia y progreso al arte que realiza la publicidad:
Vemos cómo la publicidad se convierte en un nuevo Prometeo en el sentido destacado por Camus que en su proceder -siempre nos recordará que cualquier mutilación del hombreno puede ser sino transitoria y que nada puede aprovechar el hombre si no es provechoso a todo su ser.
Y así ocurre pues, como sabemos, la publicidad no presenta mercancías útiles, sino productos cargados de valores simbólicos que inciden en determinados aspectos de la vida de los posibles consumidores. Una gran cantidad de los productos que se anuncian hoy son, a la vez, alimento para el cuerpo (función material) y para el alma (función espiritual) […]
En general arte y la belleza han quedado relegados en el mundo actual a un segundo plano frente a la omnipresente tecnología, materializada en la máquina. De nuevo la publicidad busca restituir lo que la modernidad se ha dejado en el camino: la belleza del arte. Para ello el producto se estiliza, se estetiza, se manipula igual que el potencial comprador […]
Se presenta el producto como un objeto fascinador y este carácter lo confiere, sobre todo, la estilización a la que está sometido (Grandío Montes, 2012: 166-168).
La publicidad se hace prometeica. Y junto a ella, en confabulación, emerge el sistema de marcas capitalista.
En este sistema, las marcas no son solo nombres, son marcas de amor. Una marca, nos recuerda Verdú, «es más que una cosa […] Una no-cosa que se convierte por sublimación en estilo, ideología, creencia», actuando como territorio simbólico y comportándose como soplo espiritual (2003: 124 y ss.).
El capitalismo convierte «los productos en ideologías» y optar por una marca es «optar por una ilusión de vida». En esta cultura del simulacro las marcas son caminos simulados que nos llevan a nosotros mismos, al portarla, como una suerte de anillo mágico, configura su hechizo, construyendo la ilusión de que somos lo que desearíamos ser al portarla. En la cosmología de la marca lo que importa no es la cosa sino el alma de la cosa, que es lo que, por identificación, se trata de adquirir (2003: 127).
Así pues, cuando la mercancía elige su nombre, no lo hace de cualquier forma, porque sabe que ha comenzado su proceso de constitución en marca, ha comenzado la construcción de su alma.
En este contexto, la mitología ha tenido su espacio también. Vemos muchos mitos erigirse en marcas comerciales, pero no todos los mitos llegan al espacio de la marca.
Porque los mitos tienen un alma de significaciones, y no todas son deseadas para la construcción almática de la marca. Así, Venus, por ejemplo, es un mito muy recurrente como marca, pero no abundan muchos productos que en la construcción de su marca asuman el nombre de Edipo. Como Venus, Prometeo es otro mito del que enamorarse al convertirse en marca. Enseguida se activan sus mitemas tecnológicos y civilizadores.
Y así, encontramos parques infantiles de la marca Prometeo, sillas marca Prometeo, relojes suizos marca Prometheus y toda una gama variable de objetos que asumen como marca al titán. La tecnología como fuente de creación de comodidad y posibilidades insospechadas para el hombre contemporáneo activa el mitema prometeico.
Prometeo nos trajo la tecnología y la civilización, y qué mejor tecnología que la de una marca que proclama, con el nombre del titán, que es el último grito en evolución tecnológica para contribuir a la civilización humana. La exointerpretación vuelve aquí a realizarse. La mercancía, a través del complejo sistema afectivo y libidinal de la marca, convoca al titán para proclamar su desarrollo tecnológico en todo tipo de productos.
En una línea similar, pero desde otro mitema, encontramos la cara más humanística del capitalismo con el titán. Se trata de la construcción de la civilización desde la educación. Aquí, el titán recupera su carácter de sabio. La civilización lograda a través de la educación esla última de las construcciones que abordaremos aquí.
Prometeo nos trajo el conocimiento y traernos la civilización. Y desde otro ámbito discursivo, la cultura también da pie a una exointerpretación humanista de Prometeo. La civilización debe construirse desde ese mismo fuego prometeico, la sabiduría, la educación. Así, encontramos marcas prometeicas en editoriales, librerías, becas de investigación, proyectos de educación y desarrollo, y también encontramos a Prometeo insertado en el discurso científico humanístico.
Prometeo se contrapone a Epimeteo en la figura del educador en muchos discursos que abordan el tema de la educación.
Prometeo será convocado en artículos que abordan diferentes estrategias de intervención social educativa, o fallas de los sistemas educativos y ―la educación insuficiente‖.
Prometeo será convocado para hablar de proyectos sobre el genoma humano, o será el nombre que adopte la iniciativa del gobierno ecuatoriano para potenciar su sistema de investigación y desarrollo. Prometeo será convocado para hablar de política (―Prometeo en las urnas‖), o a Prometeo liberado se referirán para hablar de la biblioteca y las SGAE.
El fuego de Prometeo se convoca para investigar sobre Leonardo da Vinci, o para hablar de los cocineros más prestigiosos en sus fogones. Prometeo.UNIMET es un programa universitario de formación integral. A internet se han referido como ―la morada del postmoderno Prometeo.
El nuevo Prometeo es el nombre que se escoge para reflexionar sobre el liderazgo carismático en el contexto de las democracias modernas.
Prometeo, Prometeo, Prometeo, como un conjuro con el que se invocan las fuerzas civilizadoras de la educación, conformando la exointerpretación capitalista y globalizada más humanística.
Una exointerpretación que cierra el círculo llenando la
investigación humanística de metáforas prometeicas. Los grandes maestros, los grandes líderes educacionales o científicos, como antes fueron los artistas, se proclaman como Prometeos que a través de la educación y el conocimiento sientan las bases del camino que debe tomar nuestra civilización.
Como cuando Labrador(2008: 243), para describir al Einstein psicodélico fumando hachís que aparece en la portada del cómic Apaga y vámonos. Albert Einstein: historias subterráneas, de Vives (1976), utiliza la nomenclatura de “el moderno Prometeo”.
Como cuando Jorge Bustos (2016) adopta el título de El hígado de Prometeo, para abordar desde el ensayo y la concepción de la potencia y fragilidad del humanismo, «que muere y nace cada día, siempre amenazado y siempre reconstruido», una serie de héroes civilizadores que tratan de combatir la decadencia de la civilización.
La educación como labor prometeica, elaborada desde las marcas de mercancías que contribuyen al desarrollo intelectual, desde cientos de proyectos que asumen el nombre de Prometeo para dar forma a propuestas novedosas de educación y desarrollo o de investigación, desde la articulación del discurso científico que convoca el nombre del titán para todo lo que tenga que ver con el conocimiento y la propuesta humanística de la civilización, desde la metáfora prometeica para cualquier acto humanístico, o cualquier icono del conocimiento, se conectan para construir esta exointerpretación.
Un discurso cultural que se enfoca al conocimiento y la educación como piedras del desarrollo de la civilización, que se enfoca hacia el futuro más humanístico y humanizado desde la construcción del presente con un discurso prometeico. El Prometeo sabio, guía, gurú, filántropo, previsor de los hombres es la educación que dará lugar a la civilización que se proyecta y se busca construir desde este discurso humanístico, una civilización sentada sobre las bases de un moderno humanismo dirigido a cultivar a los hombres.