Ese artefacto llamado futuro

Ese artefacto llamado futuro

28 enero, 2010 § 1 comentario

En la larga evolución del pensamiento humano, el futuro parece situarse dentro de un registro colateral, secundario y subalterno, del que solo el siglo XX parece haber sabido sacarlo.

CUANDO EL FUTURO TODAVÍA NO ERA FUTURO

Las sociedades mas antiguas de la humanidad (chinos, persas, sumerios, egipcios…) pensaron el futuro y lo incorporaron a su acervo cultural asociándolo con una serie de expresiones astrológicas, adivinatorias y predictivas, que nada tenían que ver con la tentativa moderna y postmoderna de construir modelos de futuro, tal como lo hace hoy la Prospectiva, mediante el recurso metodológico de los escenarios, tendencias profundas, hechos portadores de futuro y otras técnicas científicas.

Hay una tendencia desde el pasado en la evolución de la problemática del futuro, que va desde la astrología, la adivinación y la predicción (en la antiguedad y edad media), pasando por la utopía (en los siglos XV, XVI y XVII), y que desemboca hacia la previsión y la prospectiva en los siglos XIX y XX, respectivamente.

La razón humana se ha aproximado históricamente al futuro desde distintas perspectivas: en la Antiguedad, culturalmente dominada por mitos, tradiciones y leyendas, el futuro estaba estrechamente asociado a un destino ineluctable, a una verdad revelada y pre-escrita en los arcanos insondables de la divinidad, único detentor del porvenir individual y colectivo y hasta portador de la historia y de sus significados.

En la larga edad media, el futuro pasó gradualmente desde los astrólogos, adivinadores y sacerdotes a manos de los utopistas y otros intelectuales soñadores (Campanella, Moro) que se orientaron a la predicción, que pasaron por el fatalismo milenarista y que dejaron atado el porvenir a entidades sobrenaturales inalcanzables para los ordinarios mortales.

FUTURO Y MODERNIDAD

La modernidad en cambio, con su cortejo de realismo, de ilustración y de inclinación por la razón científica (Bacon, Descartes…), trajo de vuelta al futuro como objeto de reflexión y lo abordaron desde la filosofía, desde la política y la economía, a través de los grandes proyectos ideológicos del idealismo, del liberalismo, del marxismo y el socialismo (Kant, Hegel, Montesquieu Rousseau, Marx, Smith…), intentando salvarlo junto al ser humano de las llamas de los infiernos religiosos y de los apocalipsis finales. La utopía fue una forma de aproximación al futuro desde la crítica social, de la denuncia de los males del presente en código imaginario y de la construcción intelectual de una esperanza en un porvenir mejor.

Los grandes proyectos político-ideológicos de la modernidad y que se manifestaron entre los siglos xviii y xix son en esencia, constructos intelectuales totalizadores que estipulan un modo determinado de alcanzar y construir el futuro de toda la sociedad, conforme a un repertorio propio de dispositivos sociales, culturales y políticos que comprometen a grandes universos sociales. Pero el siglo xix se tradujo también en una mirada innovadora hacia el futuro: en aquella época el porvenir fue imaginado con el lenguaje de la ciencia ficción, tentativa de traducir el presente bajo una forma futura aceptable y positiva.

Y es en la modernidad donde el futuro aparece por primera vez como un instrumento con valor de uso (y hasta con valor de cambio), como un aparato conceptual utilitario, al tiempo que la reflexión futurista adquiere su estatuto epistemológico actual.

EL FUTURO COMO HERRAMIENTA DE LA RAZON

En efecto, afirmamos que el futuro es también y sobre todo, un constructo intelectual, un dispositivo de poder y del poder y una dimensión de la razón, que intenta aprehender los futuros posibles para asociarlos al presente.

El futuro es un constructo intelectual (o sea, es una operación a la vez consciente e inconsciente de la razón socialmente determinada) en la medida en que social y culturalmente nacemos y vivimos determinados por determinadas concepciones del futuro y del tiempo. Nacemos y nos desarrollamos en una sociedad y en una cultura que integra en sus propios patrones culturales de referencia una determinada manera de leer, escudriñar y aproximarnos al porvenir, tanto en el plano individual como social y colectivo. Ese patron cultural de tiempo futuro, es el que hace posible que veamos el mañana con una mirada optimista o pesimista, que nos proyectemos en una lógica positiva o negativa y que nos permite leer los acontecimientos pasados u ocurridos a la luz de ese proyecto personal, grupal o social.

En la realidad de nuestras vidas y de los procesos sociales en que estamos inmersos, sin embargo, el futuro no es ni implica una ruptura total con el pasado ni siquiera con el presente. “Las soluciones posibles de nuestros futuros en perspectiva, se encuentran también en nuestras historias probables” (MCh), de donde se desprende que el futuro opera entre nosotros como un complejo juego interdependiente de probabilidades, como un abanico casi infinito de “salidas y entradas” posibles, que vienen ofrecidas desde nuestro pasado ahora leído desde el presente pero que se escriben en nuestra realidad a partir de las diferentes opciones que tomamos (choix), de las alternativas por las que optamos y de las encrucijadas que enfrentamos y en las que tomamos un camino … o un atajo…

El poder hace uso constante del futuro, como herramienta de planificación, de diseño organizacional y de sometimiento y encuadramiento de las vidas de las personas, los grupos, las instituciones y las entidades corporativas, en la medida en que todo el ejercicio de la gestión (política, social, jurídica, económica y cultural) de la sociedad y del Estado, se realiza sobre la base de una determinada predicción o pronóstico de los escenarios futuros más posibles. El futuro es una de las más poderosas y silenciosas herramientas de poder para el poder.

¿Y SI OCURRIERA QUE EL FUTURO NO EXISTE HOY?

En la actitud prospectiva entendemos que el futuro no está predeterminado ni pre-escrito (como en la lógica fatalista del destino), que no es algo inevitable, sino que, por el contrario, no existe un solo futuro posible sino que hemos de estr abiertos y despiertos a la perspectiva de que siempre existen varios futuros posibles y que ellos son el resultado del esfuerzo y de la voluntad humana. A toda actitud prospectiva, le acompaña una voluntad prospectiva.

El futuro no existe, hay que construirlo.

Al mismo tiempo, el futuro opera como una máquina demoledora del tiempo, una maquinaria nebulosa que trae imagenes de tiempos que aun no llegan y de la cual con frecuencia los seres humanos huyen.

El tiempo es uno de los artefactos más decisivos en la razón futurista. Y aquí resulta crucial entender que la cultura occidental, heredera de la tradición judeo-cristiana, funciona sobre una lógica temporal lineal que supone un continuidad “pasado – presente – futuro”, es decir, un tiempo que opera como una línea contínua de sucesos. Frente a esta lógica (que se nos impuso culturalmente), la mayor parte de ls culturas orientales y de los pueblos originarios en el mundo (y no solo en América), funcionaron y funcionan aun sobre una lógica temporal circular (o elíptica), que supone la existencia de sucesivos ciclos vitales, de espirales circulares que giran, que van y vuelven sin encontrarse en el mismo punto.

Si asumimos que el tiempo, es aquella poderosa metáfora cronológica que delimita, ordena y estructura social y culturalmente nuestras vidas, reconoceremos que el futuro es una construcción social y racional basada en un concepto histórica y socialmente determinado de tiempo, pero que el tiempo, objeto propio y exclusivo de la razón humana, puede escapar de los límites del futuro, cuando nuestra imaginación nos lleva al pasado, cuando destemporalizamos el pensamiento y cuando nos negamos a darle futuro a una realidad presente que deseamos cambiar.

No olvidamos sin embargo, que la mente humana (ambivalente ante su doble “vertiente pasado-futuro”) siente una fatal atracción/temor por el porvenir, como el atractivo mortal de los precipicios: deseamos saber por una permanente curiosidad, lo que se podría venir, pero también deseamos no saber, por miedo al vacío.

Manuel Luis Rodríguez U.

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