Durante los diez años en el poder, el colectivo de exguerrilleros que controlaban el FMLN y el gobierno extendieron entre su militancia la idea de que representaban a los miles de militantes. Más de alguno llegó a creer que sus ideas representaban al pueblo salvadoreño en general. Este colectivo decía practicar el centralismo democrático adoptado por las organizaciones marxistas leninistas, un concepto inventado para evitar largos debates y frenar el disenso que implica tomar decisiones en organizaciones acostumbradas al asambleísmo; un eufemismo para justificarse como autoridad y centralizar todas las decisiones en aras de ser más ágiles. Una agilidad que no sirvió para evitar la derrota más humillante de su historia y perder un millón de votos en el transcurso de cinco años.
Este fin de semana, el FMLN elige a su nueva dirigencia. Una que tendrá que defender una bandera que ya no promete ser mayoritaria y que parece estar resignada a competir por los residuos, residuos que alcanzan, en el mejor de los casos, para 10 diputados en las elecciones de 2021. Los más fuertes aspirantes a secretario general ya tienen pasados cuestionables: Arístides Valencia prometió $10 millones a las pandillas y representa los intereses de saliente secretario general. El otro es Óscar Ortiz, ex vicepresidente que representa el fracaso del gobierno de Sánchez Cerén, además de ser cuestionado por su sociedad con Chepe Diablo. Cledys Molina, la única voz autocrítica y sin pasado, no tiene padrino pero sí escasas probabilidades.
El FMLN perdió un millón de votos por la decisiones cerradas y erradas de este colectivo que se repartió el control del gobierno y del partido en una mesa de menos de diez personas. Un grupito élite que nunca salió de la comodidad de su poder y se aisló entre sus fanáticos: burócratas.
Esas ideas, bien distantes de la realidad, se extendieron hacia abajo. Tomaron decisiones basadas en información errónea, como cuando se aliaron a los partidos más cuestionados del espectro: PCN y GANA; o de cuando creyeron que el parche a la ley de pensiones era justo, o cuando usaron la maquinaria de esquilmar fondos públicos de la partida secreta. La mesa se blindó de ideas externas y fue así como el oxígeno de un partido que dice representar al pueblo empezó a extinguirse: todo dependía del pequeño grupo de veteranos y puristas comandantes. Unos puristas que justificaron una ley de amnistía general que favorece a los criminales y el despilfarro del primer presidente que llevaron al poder, Mauricio Funes. Justificaron lo injustificable.
La mesa del colectivo -cual concejo de ancianos o sanedrín- tenía fuertes debates, pero nunca transparentaron sus diferencias. Aunque no fue lo más grave. Esta mesa empezó a creerse el absurdo: creyeron a pie juntillas que las críticas externas provenían de una conspiración internacional contra la izquierda; empezaron a discursar sobre el avance de la derecha oligárquica y hasta llegaron a tal punto de creer que George Soros tenía una agenda en su contra. Empezaron a leer como ataque hechos muy cuestionables -por usar un eufemismo-.
Se negaron a explicar en público hechos que cualquier político está obligado a explicar. Sigfrido Reyes, uno de sus principales amigos exguerrilleros y asistente a las reuniones del colectivo, viajó una docena de veces en jets privados de Enrique Rais -empresario prófugo acusado de financiar mafias judiciales-. Hasta septiembre de 2017, Probidad cuestionaba a Sigfrido Reyes $1.4 millones en ingresos a sus cuentas bancarias. Óscar Ortiz, ex vicepresidente del país, se asoció a un presunto capo de la droga y su partido nunca rindió explicaciones al respecto. Hasta mayo de 2017, Probidad también le cuestionaba ingresos por casi $1.8 millones.
Salvador Sánchez Cerén, el presidente y más prominente de los adscritos a la mesa del colectivo, nunca rindió cuentas a la prensa ni a nadie sobre casi nada. A parte de la más de una decena de parientes directos que metió a su gobierno, debe explicar el uso de $1.5 millones que recibió para gastos discrecionales mientras fue vicepresidente del país. Dinero proveniente de la partida secreta. El presidente más venerado por la izquierda pura usó casi $180 millones de partida secreta y recibió sobresueldos.
Por estos hechos, de los que sí son conscientes, es que están tan cómodos con una Corte Suprema de Justicia que ha empezado a desvanecer los casos más cuestionables. Todos son hechos documentados por instituciones autónomas y no han sido explicados racionalmente. Y estos son solo algunos de los ejemplos más emblemáticos del tipo de dirigentes que llevaron al FMLN al borde de la extinción.
El FMLN creció en pluralidad de ideas y corrientes de pensamiento mientras fue opositor. Cuando convirtió el disenso en sinónimo de traición, la pluralidad se extinguió. En función de una unidad artificial y tramposa, este partido llegó al punto de no permitir nuevas membresías por peligro de infiltración. José Luis Merino, cabeza principal de las empresa Alba, uno de los seis del colectivo, se adueñó de la lista de militantes y rechazó miles de peticiones de afiliación. Es por eso que hoy el FMLN dejó de parecer una iglesia popular y es casi una secta.
La elección del próximo domingo 16 de junio no augura un cambio. Los dos más fuertes aspirantes a asumir como Secretario General del partido tienen un pasado sucio y cuestionable. Si la izquierda no se recompone seriamente y, por el contrario, juega a ser comodín, ¿quién será la oposición legislativa de Nuevas Ideas y el gobierno del Nayib Bukele?