Antes de hablar de alternativas, es necesario disponer de buenos análisis sobre la mundialización contemporánea de la economía capitalista. En efecto, esta última es más que el fruto de la tecnología, como a menudo la presentan para subrayar el carácter inevitable. De hecho, ella se inscribe en el interior de un proceso de recomposición de la acumulación del capital, conocido bajo el nombre de “consensus de Washington”.
Esta última fase se caracteriza sobre el plano del mecanismo, por la integración mundial de diversas etapas de la producción y de la distribución en lugares geográficos diferentes, sobre todo, gracias a las nuevas técnicas de la comunicación y de la informática (Robert Reich, 1993].
Ello ha hecho de la mundialización, como lo escribe Michel Beaud (Gemdev, 1999, 11), un “movimiento orgánico englobante”. Ella desemboca sobre una gigantesca concentración del poder económico, lo mismo que sobre el crecimiento de la “burbuja financiera”, facilitada por el abandono del patrón oro.
En cuanto a su función, se trataba de reforzar la parte del capital privado en los recursos producidos en relación con aquellos del trabajo y del Estado, seguidos por más de treinta años de política keynesista (o fordista) en las sociedades occidentales y el seguimiento de un desarrollo nacional y populista en la mayoría de los países del Sur. La baja de la productividad en el primer caso y el costo de las transferencias de tecnología y de know how en el segundo caso, fueron los factores decisivos en el cambio de orientación.
Es cierto, esta política permite mantener un crecimiento económico importante y sin embargo frágil, tal como testimonian las diferentes crisis. Ella empuja un considerable desarrollo tecnológico. Pero igualmente ha desembocado en el reforzamiento del poder de una minoría sobre el mundo con un débil efecto de arrastre sobre las capas sociales intermedias y el rechazo de millones de seres humanos en la pobreza y la extrema pobreza.
En efecto, para acrecentar su posibilidad de acumular, frente a una productividad decreciente de los sectores socialmente desarrollados de la economía, el capital ha dirigido una ofensiva contra los otros beneficiarios del producto social, el trabajo y el Estado, con las consecuencias sociales que ya conocemos, sobre todo en el Sur. No se trata, pues, de una mundialización cualquiera.
Una de las bases del sistema económico capitalista es de afirmar y hacer creer que no hay alternativas, que es necesario empujar la liberalización hacia adelante con el fin de poder resolver los problemas en suspenso y que el mercado es el verdadero regulador de la sociedad.
Los más abiertos entre sus seguidores dirán, en la línea de los neoclásicos, que es necesario procurar el restablecimiento de las leyes de la competencia para combatir los monopolios. Algunos agregan, incluso, que importantes sectores de la actividad humana pertenecen al sector no mercante y que un mínimo de Estado es indispensable para fundar eficazmente el cuadro legal del mercado, asegurar las tareas de educación y salud, realizar las infraestructuras colectivas y garantizar el orden público. En fin, frente a la inquietante tasa de miseria, todos están de acuerdo en poner en pie los programas de lucha contra la pobreza y movilizar los organismos voluntarios, especialmente religiosos, para remediarla.
Pero lo que no es reconocido en esos medios sigue siendo el hecho que el mercado es una relación de fuerza que, en el marco del sistema económico existente, construye las desigualdades y las requiere para poder reproducirse. Ello pertenece a su propia lógica: la rivalidad de intereses, la competencia, el mejor (el más fuerte) gana, acrecentar el beneficio, reducir los costos de producción, flexibilizar el trabajo, privatizar…
En una tal perspectiva, la relación social entre los miembros necesariamente tiende a la desigualdad, principalmente en la relación capital/trabajo. Más aún, la relación mercantil tiende a volverse la norma del conjunto de las actividades colectivas de la humanidad, después de la educación y la salud, hasta la seguridad social, las pensiones, los servicios públicos, las prisiones… Entonces, ¿cómo abordar las alternativas?
I. La cuestión teórica de las alternativas
La cuestión fundamental es saber si realmente existen alternativas al sistema económico actual que, de hecho, domina el conjunto del planeta, comprendidos algunos países socialistas en transición hacia el sistema de mercado. ¿sería entonces una objeción válida decir, en la línea de Adam Smith, que el capitalismo toma el ser humano tal cual es, mientras que las alternativas lo enfocan tal como se quisiera que sea?
En otras palabras, ¿Serían las alternativas -teniendo en cuenta las más recientes experiencias- meras utopías? En efecto, la historia del bloque soviético parece dar la prueba del fracaso de las soluciones de recambio. El socialismo real no es más una referencia creíble; de ahí, el vacío ideológico que deja el puesto al “pensamiento único”.
Más aún, solamente ahora se comienzan a estudiar las múltiples razones internas y externas que han provocado la caída de los regímenes del Este (Eric J. Hosbawn, 1999, 483-517). De otra parte, la creación destructora, que caracteriza el capitalismo, toma dimensiones planetarias y las contradicciones que conlleva sobre los planos ecológicos y sociales se vuelven cada vez más insoportables en el sentido literal de la palabra.
Las resistencias se multiplican en diversos medios, sobre numerosos planos y en el mundo entero, en la búsqueda de alternativas. Sin embargo, nadie cree que pueda producirse un cambio en un lapso de corto tiempo, por una simple revolución política. El fracaso del socialismo real, al menos, habrá hecho tomar conciencia del hecho de que toda transición es un proceso de largo aliento.
Evidentemente, aún no es tiempo de hacer una síntesis de las proposiciones alternativas, tanto en el orden del pensamiento, como en el de las prácticas. La fascinación del mercado es omnipresente. Es suficiente con echar una mirada sobre China o Vietnam, para constatar que este último se volvió el objeto de la última consigna del partido comunista y que la integración a la mundialización es presentada como un objetivo nacional. Incluso si en esos países han encontrado algunas soluciones originales para conciliar mercado y socialismo, la integración de dichas perspectivas en el proyecto político está sumergida por la lógica del capitalismo, que no deja ninguna margen de maniobra. Sin embargo, frente a la opción neoliberal, se presentan hoy en día dos corrientes de alternativas: la neokeynesista y la poscapitalista.
1. La corriente neokeynesista
Esta orientación preconiza, en su modelo teórico, la aceptación de la lógica del mercado como motor de la economía, pero a condición de regular el sistema, de limitar sus efectos perversos e impedir que no desemboque sobre los abusos. Esta parece para muchos una solución razonable y realista.
El modelo de referencia es, en este caso, el de la sociedad europea de después de la segunda guerra mundial, con sus pactos sociales entre el capital y el trabajo, con el Estado como garante y árbitro de la repartición de las riquezas.
En una cierta medida, fue también así, en el Sur, la característica del modelo de Bandoung, según la expresión de Samir Amin, es decir, un proyecto de desarrollo nacional y populista formulado por los países recientemente independientes de Asia y Africa, igual para América Latina (desarrollismo). En esas regiones, la alianza entre una burguesía emergente y el sector organizado de los trabajadores de la economía formal se anuda en torno a un proyecto de desarrollo por sustitución de las importaciones.
La idea consiste en aplicar a escala mundial los principios del keynesianismo y de regular el sistema económico capitalista. Después del ultraliberalismo que condujo a la desregulación del mercado, de los flujos financieros y de la organización del trabajo y que engendra los programas del ajuste estructural, deformando las funciones del Estado, el reloj comienza su trayectoria inversa.
Se trata de restablecer las condiciones de la competencia, tratando siempre y al mismo tiempo de reducir la destrucción del medio ambiente y las injusticias sociales. Como hoy en día el problema no se plantea solamente a nivel de Estados, es necesario encontrar los medios de una regulación mundial y construir, a este efecto, los instrumentos adecuados. Según el neokeynesianismo, a ese nivel se plantea el problema de las alternativas.
Esta corriente conoce numerosas variantes, en dependencia de si los protagonistas ponen el acento sobre las regulaciones cuyo fin es salvar el capitalismo o sobre el establecimiento de los límites destinados a respetar un principio de precaución (ecología) y a salvaguardar los derechos elementales (trabajadores, la soberanía de los Estados…).
En la primera categoría puede situarse a ciertos voceros del Foro Internacional de la Economía, que tienen sus asientos anuales en Davos, incluido George Soros, genio de la especulación y filósofo de la economía, sin olvidar a ciertos dirigentes del Banco mundial y del FMI. En la segunda parte, el abanico es igualmente vasto, después de la Tercera vía de Toni Blair y de Bill Clinton, muy próximas según las cuentas, de la primera orientación, hasta la socialdemocracia y la democracia cristiana, ambas se pronuncian por una “economía social del mercado”.
Lo que caracteriza el conjunto de sus diversas posiciones es que ellas no vuelven a cuestionar la lógica del capitalismo, pero que tratan de remediar sus abusos y sus excesos. El capitalismo salvaje es rechazado, sea porque pone en peligro el sistema mismo, sea porque sus costos ecológicos y sociales son muy elevados.
En el primer caso, se basa sobre una ética interna del sistema: las reglas del juego deben ser respetadas, pero para hacerlo debe funcionar mejor. En el segundo caso, el juicio, más o menos severo, porta sobre los efectos perversos del sistema, atribuidos sobre todo a los agentes económicos, que es necesario enmarcar en las normas y controlar mejor. Entonces, la ética consiste en hacer un llamado a la conciencia de los actores en presencia y a establecer un cuadro normativo para el funcionamiento de la economía. La doctrina social de la Iglesia se sitúa netamente en esta línea.
2. La corriente poscapitalista
Aquí se considera la organización de la economía sobre otras bases diferentes a la del capitalismo, o de la que hoy en día llamamos, para parecer más civilizados, la economía de mercado (según Milton Friedman, Premio Nobel de Economía, se trata de la misma cosa).
Es la lógica misma del capitalismo que se pone en tela de juicio, o sea, una economía de mercado centrada sobre ella misma o una actividad capaz de generar un máximo de beneficio que se traduce en acumulación, fuente de la actividad productora y del crecimiento. A ello el poscapitalismo opone una definición diferente de la economía: se trata de una actividad que permita asegurar las bases materiales del bienestar físico y cultural del conjunto de los seres humanos.
Mientras que la primera definición da más valor al esfuerzo de los individuos, de los cuales en esta visión de las cosas, la suma constituye la sociedad; la segunda definición, subraya el hecho de que la economía es una construcción colectiva y recuerda que el mercado es una relación social.
Se trata entonces de una crítica más fundamental que la posición neokeynesista e inevitablemente va a parar sobre las proposiciones de alternativas más radicales. Ello merece un examen más profundo, antes de abordar la cuestión de la credibilidad.
Cierto, entre los protagonistas del poscapitalismo hay divergencias. Encontramos una izquierda revolucionaria, que estima que la toma del poder es la llave de un cambio rápido y radical.
Cruzamos también los que se pueden curiosamente calificar de “conservadores” y que, en los países ex socialistas o, si se quiere, oficialmente socialistas, promueven un retorno a las soluciones soviéticas, incluso al estalinismo, en un esfuerzo de conjurar o de evitar el caos mafioso del mercado sin rienda, tal como por ejemplo se experimenta hoy en día en Rusia. Mientras tanto, la mayoría de los otros admiten la idea de que la transición hacia un modelo alternativo de economía es un proceso de larga duración.
Hoy en día se ha comenzado un esfuerzo teórico serio que reúne en un dialogo, antes impensable, a los pensadores marxistas de diversas tendencias y a los intelectuales de izquierda de diferentes orígenes, librepensadores y creyentes. Es cierto que la investigación teórica se encuentra aún en sus inicios, pero ha sido bien empezada, como lo prueban actividades como la celebración en París del 150 aniversario del Manifiesto del Partido Comunista, que reunió 1500 intelectuales de los cinco continentes y se constató la existencia de varias revistas que abordaron el tema.
Evidentemente, es apenas posible señalar el conjunto de las perspectivas consideradas; el aporte de Lucien Sève en su obra Commencer par les fins, es bien importante. El analiza sin concesiones los fracasos del socialismo real, pero aboga también por una reflexión teórica que no desprecie el pasado y que permita proseguir un trabajo intelectual; enfrenta con osadía al capitalismo en una perspectiva radical: “Rebasar el capitalismo sigue siendo, en el sentido más propio y más fuerte de la palabra, una revolución, o sea, un radical “derrocamiento” del orden existente” (Lucien Sève, 1999, 97); el autor insiste sobre la necesidad de la reflexión teórica para la acción.
Algunos dirán que se trata de una utopía. En respuesta, los protagonistas del proyecto les toman la palabra, pero dan al término un sentido diferente, el que Paul Ricoeur llama “la utopía necesaria”, es decir, un objetivo no precisado en el tiempo, pero que sintetiza las aspiraciones colectivas. En dicha condición, utopía no es sinónimo de irrealizable; pero la teoría no puede pararse ahí.
Debe también examinar los datos del análisis social y económico, permitiendo así dar cuenta de las experiencias del pasado y apreciar las múltiples resistencias al sistema capitalista que se manifiestan hoy en día. En efecto, estas últimas no son todas antisistémicas ni necesariamente aptas para formular las hipótesis de acciones alternativas, lo que recuerda la necesidad de criterios de juicio.
Para que una alternativa concreta sea creíble, no es suficiente con que ella funcione. Es necesario que se inscriba en un conjunto más vasto y que forme uno de los elementos de la construcción del objetivo último, sin el cual ella no puede transformarse rápidamente en uno de los elementos del sistema existente, este último posee una enorme facultad de adaptación y de absorción, de donde la importancia de la teoría para la construcción de las alternativas.
Queda bien claro que, para esta corriente, las alternativas se sitúan en la superación del capitalismo. Una tal gestión implica también un juicio ético. Como ya lo hemos dicho, los partidarios del neoliberalismo ponen en relieve, de una parte el estímulo de la iniciativa individual, que ellos estiman ser valorizante para el ser humano y, de otra parte, la convergencia de los intereses contradictorios que se anulan en el mercado, lo que conforma el carácter autorregulador de este último.
Algunos van incluso más lejos, como Michael Novak, quien en Estados Unidos defiende la idea de que el capitalismo es la forma de organización de la economía más próxima del evangelio, ya que ella alía el respeto de la persona con el bien común o, aún más, Michel Camdessus, ex director del FMI, quien declaraba una semana antes de su demisión, en un simposio de Pax Romana en Washington, que el FMI es uno de los elementos de la construcción del Reino de Dios.
La necesidad de rebasar el capitalismo supone, pues, una condición ética a la búsqueda de las alternativas. Es también -en la medida en que uno puede deslegitimarlo- posible movilizar la opinión pública y hacer converger las acciones. Ahora bien, en la perspectiva poscapitalista, esta acción va más lejos que una simple condenación de los abusos. Para reproducirse a largo plazo, todo sistema y especialmente el sistema capitalista tiene necesidad de instancias críticas que le permitan corregir sus disfuncionamientos. Es por eso que las reacciones, incluso radicales, no llegan a recuestionar las bases teóricas de su construcción, terminando por serle útiles.
La deslegitimación propuesta por el poscapitalismo, antes de ser moral, se apoya sobre la incapacidad del capitalismo de responder a las exigencias mínimas de la economía, definida como un mecanismo del conjunto social, que debe garantizar la seguridad material de todos los individuos y de todos los pueblos. Es lo que la repartición de las ganancias en el mundo, expresada en forma de copa de champaña por el gráfico del PNUD, muestra muy claramente.
Karl Polanyi, economista norteamericano de origen húngaro, lo había comprendido bien cuando explicaba que el capitalismo había desenclavado la economía de la sociedad y había hecho de ellas “una sola”.
Es necesario agregar que el capitalismo tiende a imponer sus leyes al conjunto de las actividades colectivas de la humanidad. El proyecto a largo plazo es de reinsertar la economía en la sociedad y por esta razón, el mismo autor no duda en proclamar la superioridad moral del socialismo sobre el capitalismo (Karl Polanyi, 1995).
Para la corriente poscapitalista, la reacción ética frente a los abusos se inscribe en una visión más global, ya que estos últimos no son simples accidentes del camino ni el resultado de perversiones individuales. El análisis poscapitalista los estima connaturales al sistema, lo que fácilmente es confirmado por el hecho que los mismos agentes económicos del “capitalismo civilizado” y comprendidos aquellos del capitalismo dicho “rhénan”, en el Sur y/o en el Este europeo, los promotores del “capitalismo salvaje”.
La rentabilización del beneficio o la ley de la competencia no conoce límites en el marco de las relaciones de fuerza. Es en la medida en que el capitalismo encuentra resistencias organizadas, cede terreno, pero no sin utilizar la represión, la fuerza, las dictaduras políticas e incluso las guerras para defender sus intereses.
En esta perspectiva, se trata de construir otra mundialización, la de las resistencias y las luchas (F. Houtart y F. Polet, 1999). Frente a la “globalización” del capital, se encuentra una fragmentación de los movimientos populares o de las organizaciones de defensa de diversos derechos, parcelación debida a la diversidad geográfica y sectorial. Sólo una convergencia permitiría construir una nueva fuerza. A pesar de sus imperfecciones, la acción contra la OMC comenzada en Seattle es un importante aliciente.
Los progresos tecnológicos y las cuestiones ecológicas también tienen su lugar en la visión poscapitalista. Los primeros no aparecen como un fin en sí, menos aún como un medio de rentabilizar el beneficio, pero sí como un medio para mejorar la suerte de los seres humanos sobre el conjunto del planeta; de ahí la atención sobre las condiciones sociales del desarrollo de las tecnologías (los costos humanos), de su función en el sistema económico (suprimir el empleo o bien mejorar las condiciones de trabajo), del reparto de sus aportes en las sociedades (reservadas a una minoría o repartidas entre todos), del caracter ético de su aplicación (biotecnología) y de sus consecuencias sobre el medio ambiente natural (CO², etc.).
En cuanto a los factores ecológicos, éstos son objeto de una atención particular, pues si Marx había dicho, hace siglo y medio, que el capitalismo destruye las dos fuentes de su misma riqueza, la naturaleza y los seres humanos, los regímenes socialistas no estuvieron nada atentos a las exigencias de la ecología. Nunca jamás, dirán los partidarios de una solución poscapitalista, el principio de precaución exige que la utilización de la naturaleza escape a la lógica de la mercancía y se inscribe en un marco que hoy en día sólo puede ser mundial.
Como el mercado es una relación social, en muchos casos es el derecho del más fuerte el que se impone. En la actual coyuntura, incluso si el polo central del capitalismo se encuentra repartido entre los tres elementos de una tríada que comprende Estados Unidos, Europa y Japón, que en conjunto, disfrutan de numerosos monopolios económicos, científicos y estratégicos, la fuerza militar que garantiza el sistema se encuentra en las manos de Estados Unidos.
Thomas Friedman, consejero de la secretaria de Estado, Madeleine Albright, escribía en el New York Times Magazine del 28 de marzo de 1999, un artículo titulado “Para que la mundialización funcione, Estados Unidos no deben tener miedo de actuar como la superpotencia invencible que es en realidad”, y dice: “La mano invisible del mercado no funcionará jamás sin un puño invisible. McDonald’s no puede extenderse sin McDonnell- Douglas, el fabricante del f-15. El puño invisible que garantiza la seguridad mundial de las tecnologías de la Silicon Valley se llama el ejército, la fuerza aérea, la fuerza naval y el cuerpo de marines de los Estados Unidos (Thomas Friedman, 1999, 61).
Tal declaración tenía, al menos, el mérito de la franqueza. La oposición al hegemonismo norteamericano se inscribe en dicha perspectiva y el cuestionamiento de la OTAN, que es una expresión mayor, no tiene otras razones (Samir Amín, 1999). Ella se manifestó en ocasión de la guerra de Kosovo, como fruto de un análisis que va más allá de lo inmediato y que se inscribe en la perspectiva global del poscapitalismo. El inicio de la institucionalización de la defensa europea que siguió esta guerra manifiesta una cierta conciencia de las contradicciones existentes al mismo seno de la tríada y ello indica también la posibilidad de una alternativa.
II. Las alternativas concretas
Cada uno de los dos proyectos a los que acabamos de referirnos propone alternativas; el primero, la orientación neokeynesista, con el fin de humanizar el capitalismo; y el segundo, el poscapitalista, para rebasarlo. El concepto de alternativa es entonces ambivalente, ya se trate de alternativas que se sitúan en el interior de la economía capitalista o las que preconizan una alternativa al sistema capitalista. Ambas formulan un pensamiento teórico, construyen una ética, alimentan las resistencias y proponen las etapas concretas.
Coinciden sobre algunos puntos políticos y recomiendan ciertas regulaciones, como por ejemplo la de los flujos financieros internacionales, pero la filosofía de base es muy diferente. Hay que estar atento para no equivocarse, pues numerosos factores de orden social e incluso cultural juegan su papel para desnivelarlos.
De otra parte, en ambos lados se habla hoy de alternativas (en plural), pero en sentidos igualmente distintos. Para los unos, no hay más objetivos globales, estos últimos presentan un riesgo de regreso a otro “pensamiento único”; en cambio, existe un conjunto de soluciones concretas que permiten presentar alternativas creíbles a la solución contemporánea, reconocida como insostenible. Es la concepción que más se acerca a las posiciones neokeynesianas.
Para los otros, las alternativas concretas no son creíbles que en la medida en que ellas se inscriben en un reemplazamiento progresivo del sistema capitalista, es decir, como etapas en una transición inevitablemente larga. Después de todo, ¿no le fue necesario más de cuatro siglos al capitalismo para construir sus bases materiales de su reproducción (la industrialización y la división del trabajo)?
Es normal, entonces, que otro modo de producción también tome su tiempo para construirse. “El problema del socialismo, decía Maurice Godelier, es que tuvo que aprender a caminar con las piernas del capitalismo”. La nueva revolución tecnológica podría ayudar a transformar las cosas, pero es obvio que ello no se hará automáticamente.
Antes de proponer los campos concretos en los cuales las alternativas creíbles son presentadas hoy en día, recordemos tres cosas. La primera es que las alternativas, que son el fruto de actores sociales, no pueden surgir más que de la deslegitimación de la situación existente, es decir, del capitalismo real. Esta etapa es indispensable. En otros términos, es necesario destruir la idea de que no hay más alternativas.
En efecto, en la medida en que una tal convicción siga prevaleciendo, ninguna solución será creíble y los juegos serán hechos con avance; de aquí la importancia del papel de las instancias morales para aquellos que quieren regular el sistema económico existente y, a la vez, para aquellos que quieren reemplazarlo.
El segundo recordatorio es acerca del hecho de que el mercado es una relación social y de que, en el marco de la mundialización, su transformación no se hará sino en el seno de un nuevo equilibrio que exija una convergencia de las resistencias y de las luchas a la misma escala. No se trata de utilizar solamente simples técnicas económicas o de gestión para cambiar el sistema económico y sus prolongaciones sociales, políticas y culturales. Hay, entonces, un abanico de acciones sociales y políticas indispensables a la puesta en marcha de las alternativas.
La tercera observación: es necesario cambiar el sistema (adaptarlo o reemplazarlo, según las perspectivas), pues la simple suma de alternativas, tan múltiples como sean, no bastarían para alcanzar este objetivo. Sin embargo, existe una cantidad de lugares y numerosos actores, probablemente muchos más que hace medio siglo. Hoy en día, el conjunto de las poblaciones del universo está implicado directa o indirectamente en las relaciones sociales del capitalismo:
directamente por la relación capital/trabajo; indirectamente por un gran número de otros mecanismos, como la fijación de los precios de los productos agrícolas de exportación o de las materias primas, los mecanismos de la deuda externa, la apertura de los mercados, la fluctuación de las monedas o la especulación financiera. En efecto, ¿cómo explicar no solamente la existencia de más de 20 millones de desempleados en Asia del Este y del Sur- Este, a partir de las crisis bancarias y financieras, sino también por el hecho que los dalits (intocables) de India se subleven en las luchas de castas (y no de clases), precisamente a partir del momento en que el país decreta la apertura de la economía a los principios del liberalismo, incluyendo entre otros la supresión de los subsidios a la alimentación de base; o más aún, que la revuelta de los pueblos indígenas de Chiapas en México coincide con la misma fecha de la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos? ¿Cómo comprender la radicalización social de los movimientos feministas en el Sur, sin ponerla en relación con la feminización de la pobreza? Y podríamos multiplicar los ejemplos.
Así, las alternativas concretas (en plural) pueden ser consideradas sea como parapeto puesto al sistema, sin que este último no sea impugnado en su lógica fundamental, sea tanto como jalonear en la vía del rebasamiento. Es cierto que algunas proposiciones concretas pueden a veces coincidir con las diferencias de intensidad, pero a veces también se revelan casi idénticas.
La regulación de los flujos financieros es propuesta tanto por George Soros como por ATTAC, movimiento de origen francés, en favor del impuesto Tobin. Pero entre los dos polos representados, de una parte por el financiero americano y, de otra, por la iniciativa del Le Monde Diplomatique, hay mucho más que matices. Los últimos objetivos son opuestos; el primero quiere salvar el capitalismo y lo declara muy abiertamente. El segundo quiere sobrepasar, incluso si junta diversas corrientes.
Para abordar el problema de las alternativas creíbles, es necesario situarse en tres niveles diferentes: el de la utopía, el de los objetivos a mediano plazo y el de las medidas concretas. Desde luego, a estos tres escalones, debemos agregar hoy en día numerosas ideas, proposiciones y experimentaciones.
1. El nivel de las utopías
Hablando de las utopías, recordemos que no se trata de una ilusión, sino de un proyecto movilizador. Este último no puede ser una pura construcción del espíritu; debe ser enraizado en lo real, a sabiendas que este último se inscribe en un espacio y en un tiempo que forman una red de condicionamientos para los actores sociales que las ponen en marcha. No hablaremos aquí de la utopía neoliberal, que expresándose por la voz, entre otras, del primer director de la OMC, veía el fin de todas las miserias del mundo y la realización de la felicidad de la humanidad, a partir del primer cuarto del siglo XXI, a condición de liberar totalmente la economía. Es precisamente el olvido -quizá no tan inocente como parece a primera vista- de considerar el mercado como una relación social que vuelve ilusoria esta posición.
Las dos orientaciones, neokeynesista y poscapitalista, rechazan identificar la utopía con un futuro mítico, separándose radicalmente en el nivel de la definición del objetivo último. La primera concibe un mercado regulado, obedeciendo a los imperativos fijados por fuera de sí mismo y garantizados por las autoridades públicas, posición bastante cercana -por ciertos aspectos- a las neoclásicas, deseando sobre todo recrear las condiciones de la competencia, lo que quizá permite comprender el acercamiento entre liberales sociales y socialistas de la Tercera vía.
Para la lógica poscapitalista se trata de derrocar la lógica del capitalismo y, por ende, establecer las nuevas reglas del juego económico: el reemplazamiento de la noción de ganancia por el de necesidad, la toma en cuenta de la manera social de producir en el proceso de producción y en el desarrollo de las tecnologías, el control democrático no solamente del campo político, sino también de las actividades económicas, el consumo como medio y no como objetivo, el Estado como órgano técnico y no como instrumento de opresión, etc. Desde luego, en función de estos criterios las experiencias del socialismo real son juzgadas hoy en día por esta corriente, con el fin de analizar lo que no funcionó y el por qué.
El nivel de las utopías debe traducirse en programas; es, pues, necesario dar un paso más. Como ya lo hemos dicho, las alternativas a mediano y corto plazos, propuestas por las dos corrientes que no aprueban la fase neoliberal de acumulación capitalista, se ocultan muy frecuentemente. Son, entonces, los lugares de convergencia los que vamos a evocar.
2. Las alternativas a mediano plazo
Utilizando la expresión “a mediano plazo”, indicamos los objetivos generales que se estiman alcanzables pero que o, bien, deben ser traducidos en un gran número de proposiciones más concretas, tomadas de las alternativas a corto plazo y que se organiza según sus posibilidades o, bien, necesitan de un largo combate, frente a las fuerzas de oposición que encuentran. En seguida vamos a recorrer los dos campos principales de acción: de una parte, las alternativas económicas y sus dimensiones sociales y, de otra parte, las alternativas políticas.
a) Las alternativas económicas y sus dimensiones sociales
En el campo económico, el primer objetivo de una alternativa a mediano plazo es otro tipo de modulación de los intercambios mundializados. En efecto, la oposición a la mundialización no apunta sobre la universalización de las transaciones pero sí, sobre la manera como ellas se realizan en el mercado capitalista. Es eso lo que ha sido expresado en Seattle y en Bangkok.
Algunos sectores de las actividades interhumanas deben situarse por fuera de la lógica de mercado, so pena de perder su sentido. Es el caso de la cultura, la educación y de los medios de comunicación. La apertura de los mercados debe procurar márgenes de maniobra a las economías débiles. La libre circulación no puede concernir únicamente a los capitales y los bienes, sino que debe también incluir a las personas.
Las actividades especulativas que dominan la economía mundial deben ser canalizadas o totalmente eliminadas, etc. Para cada uno de estos puntos, se han propuesto soluciones.
La mundialización actual favorece los intereses económicos de las naciones más fuertes y, a la vez, a las empresas transnacionales en pleno proceso de concentración; los reagrupamientos económicos regionales constituyen igualmente otra manera de situarse en la “globalización”. De hecho, estos últimos corresponden a dos perspectivas alternas: de una parte, podrán responder progresivamente y mejor a las necesidades de las poblaciones, diversificando los intercambios internos y de otra parte, constituirán una base más sólida de negociación en una economía mundializada y ofrecerán así, un punto de partida a una pluripolaridad económica y política futura, frente a la unipolaridad actual, la de la tríada (Europa, Japón y Estados Unidos), bajo la hegemonía de estos últimos.
Para modificar las relaciones Norte-Sur, hay otro aspecto de la mundialización contemporánea; se trata de levantar los obstáculos al desarrollo de las economías dependientes, cambiando completamente la orientación de los flujos financieros que convergen hacia las economías desarrolladas, consecuencia de su peso en las relaciones mundiales.
Dichos obstáculos están constituidos por la fluctuación de los precios de las materias primas y de los productos agrícolas, los subcontratos y las zonas francas, a condiciones fiscales y sociales draconianas, la importancia del servicio de la deuda, las exigencias de las inversiones extranjeras, las tasas usureras de inversión a corto plazo (capitales golondrinas), la evasión de los capitales locales hacia lugares de más alta rentabilidad, etc. En todos esos dominios, las soluciones están avanzadas y algunas, de entre ellas, ya son parcialmente aplicadas o sometidas a discusión.
Continuando con las materias directamente ligadas a la mundialización, la reducción del comercio de armas y su estricto control internacional forman también uno de los objetivos a mediano plazo de las alternativas, como también las armas de destrucción masiva, de las cuales el control debería ser objeto de un poder realmente internacional y no solamente depender de algunas naciones que dominan el orden mundial.
Existen proyectos en ese sentido y son creíbles en la medida en que una voluntad política pueda ser despejada. Después del fin de la Guerra Fría, se ha hablado de “dividendos de la paz”. Esta noción, que ha conocido un debate de ejecución, podría ser entendida.
Como las alternativas significan una transformación o un reemplazo del capitalismo, hoy en día mundializado, no es suficiente con abordar únicamente la dimensión espacial, sino que es necesario también tener en cuenta una lógica que actualmente se ejerce a nivel mundial. En ese dominio, el primer aspecto es el de los límites puestos a la lógica mercante. Entre los que proponen las alternativas, nadie piensa en abolir el mercado, pues, si este último es una relación social, puede también construirse sobre la base de una verdadera reciprocidad.
A este efecto, el desarrollo de una economía social, incluso si el contexto actual limita considerablemente sus potencialidades, abre la vía a más de una solución, comprendida la propiedad de los medios de producción por el conjunto de los productores. Concretamente, se demuestra por los frenos puestos a la concentración de las empresas, escapando por ese cauce a las legislaciones o, aún más, por el paro de las privatizaciones en todas partes y sobre un plano positivo, por devolver el valor a los sectores no mercantes, en tanto que contribución real a “la riqueza de las naciones”. Lo anterior es objeto de reivindicaciones concretas de varios movimientos sociales.
La reorganización del proceso de producción y de distribución, que conoce en la actual fase neoliberal una etapa de considerable desregulación en función del criterio de rentabilidad, es también una de las alternativas a mediano plazo. Concierne sobre todo cuatro sectores: en primer lugar, la revalorización del capital productivo por relación al capital financiero, a fin de parar el decrecimiento relativo del primero y de reducir el carácter especulativo del segundo; luego, una utilización crítica de las tecnologías para evitar que la rentabilidad no sea el único criterio de su desarrollo y de su aplicación, introduciendo otros parámetros, tales como el bienestar humano, la dignidad de las personas, el respeto a la naturaleza.
En tercer lugar, se encuentra la redefinición del trabajo, que ha sido profundamente modificado por las nuevas tecnologías, pero que debe ser organizado en función de otros parámetros diferentes de la competencia salvaje entre las empresas (y que desemboca en la flexibilización del tiempo de trabajo, la individualización de los trabajadores, el trabajo de los niños, la presión sobre los costos de la cobertura social y de la seguridad de los lugares de trabajo, etc.).
Es necesario citar el factor ecológico, del que las exigencias son cada vez más reconocidas. Es posible que a corto plazo este último elemento sea el mejor e incluso forzar la adopción de alternativas a la lógica capitalista, ya que no es posible continuar con el actual curso de las cosas, caracterizado por la explotación de los recursos no renovables y la destrucción del medio ambiente para la simple obtención de un beneficio a corto plazo.
Sobre un plano más general, puede decirse que los diferentes objetivos alternativos van en el sentido indicado por Polanyi de reinsertar la economía en la sociedad, sometiéndola a los imperativos sociales y ecológicos. La cumbre de las Naciones Unidas en Copenhague y la de Río de Janeiro (la Agenda 21), muestran que no es pura ilusión, incluso si los resultados concretos son todavía desalentadores. Recordemos sin embargo que la interpretación de esos objetivos alternativos a mediano plazo es diferente en las perspectivas neokeynesista y poscapitalista y que ello puede también tener una repercusión sobre las vías propuestas para su realización.
b) Las alternativas políticas
Las alternativas económicas no tienen ninguna oportunidad de salir a la luz sin las alternativas políticas. En efecto, la mundialización actual da al sistema económico capitalista un predominio del poder, es decir, una enorme capacidad de imponer sus normas al funcionamiento de la vida colectiva. En el sentido extenso de la palabra, el contrapeso sólo puede ser político; de ahí, un cierto número de objetivos a mediano plazo. Sobre el plano mundial, esencialmente se trata de reforzar las organizaciones internacionales y de democratizarlas.
Ello también concierne el Consejo de Seguridad, en su papel de mantener la paz, así como las organizaciones especializadas de las Naciones Unidas. En cuanto a las organizaciones nacidas de la conferencia de Bretton Woods (Banco Mundial, FMI y, más recientemente, la OMC) que se volvieron los instrumentos eficaces de la aplicación del Consensus de Washington, el regreso a su función original de regulación del sistema económico mundial, sobre otros criterios diferente a la simple rentabilidad del capital, es una de las perspectivas alternativas seriamente consideradas. Todo ello va a la par con la restauración del Estado en su papel de garante de los objetivos sociales y de las preocupaciones ecológicas, con el reforzamiento de su eficacia técnica y el crecimiento del control democrático a todas las escalas.
La realización de dichos objetivos alternativos a mediano plazo dependen, en el plano internacional, de tres factores esenciales: una convergencia de las resistencias al capitalismo y de las luchas sociales a todos los niveles; una voluntad política de todos los Estados; y el desarrollo del Derecho Internacional. Incluso puede afirmarse que la dinámica de estos tres factores va a dirigir la posibilidad de realización de las alternativas.
En el primer caso, el establecimiento de redes de movimientos sociales y la organización de acciones comunes están en curso de realización. En 1999, algunos eventos simbólicos sacaron a la luz pública su existencia, por ejemplo El Otro Davos, que reunió a cinco movimientos sociales importantes de 5 continentes, para afirmar que existe otra manera de concebir la economía mundial diferente de la del mercado, y la acción común llevada a cabo en Seattle, entre los sindicatos obreros norteamericanos, especialmente y otros movimientos sociales de diferentes categorías y de diversas regiones del mundo.
Algunas iniciativas a nivel de los Estados, especialmente sobre el plano regional, manifiestan una voluntad política de encontrar alternativas, por ejemplo el Merco-Sur y ASEAN, que desarrollan proyectos económicos, en clara oposición al establecimiento de zonas de libre intercambio entre países de la región y Estados Unidos. En el plano del Derecho Internacional, es necesario señalar las numerosas iniciativas en el dominio de los derechos humanos y del Derecho de los Pueblos en relación con el Derecho Mercantil, entre otras, las iniciativas del Tribunal Permanente de los Pueblos y de la Liga Internacional por los Derechos de los Pueblos.
3. Las alternativas a corto plazo
Para que pueda hablarse de alternativas creíbles, es necesario fijar no solamente una finalidad y formular los objetivos a mediano plazo, sino también hacer las proposiciones a corto plazo, que puedan construir la base de las acciones reivindicadoras y de programas políticos.
Es imposible hacer un catálogo, pero es suficiente con dar algunos ejemplos que prueban que la posibilidad de crear alternativas existe.
La mayoría se sitúa en el dominio de las regulaciones, pero se inscribe como etapas en un proceso a más largo plazo, sea para humanizar la relación social capitalista, sea para transformarla. Pueden clasificarse en diferentes campos: Regulaciones económicas: tasación de las operaciones financieras internacionales (tasa Tobin); fiscalidad regional e internacional; supresión de paraísos fiscales; anulación de la deuda de los países pobres; reagrupamientos regionales bajo la forma de mercados comunes o de zonas de cooperación económica; reestructuración de las instituciones financieras internacionales, etc.
-Regulaciones ecológicas: protección de los recursos no renovables; protección de las riquezas biológicas; establecimiento de reglas internacionales sobre la polución; aplicación efectiva de la Agenda 21, etc.
-Regulaciones sociales: legislación internacional del trabajo; código de conducta de las inversiones internacionales; participación de los organismos representativos de los trabajadores en las instancias regionales e internacionales, etc.
-Regulaciones políticas: constitución de poderes regionales con competencia reguladora en materias económica y social; reorganización de los órganos de las Naciones Unidas; gestión mundial del patrimonio ecológico y cultural; parlamento mundial, etc.
-Regulaciones culturales: protección de las producciones culturales nacionales y locales.
En conclusión, las alternativas existen. Que ellas son creíbles, no hay ninguna duda. Al final de cuentas, su realización está ligada a la voluntad de ponerlas en marcha. En ese momento la credibilidad no se sitúa en el nivel de las alternativas, pero si al de acción colectiva. Existen formas sociales capaces de portar los proyectos alternativos a corto y mediano plazos. ¿Existe una voluntad política para realizarlos? Ese es otro debate que sería bueno abrir rápidamente.