Si se trata de anécdotas, considero que cada uno de nosotros que nos dimos cita a la Ciudad de Los Niños, llegamos de diferentes puntos, llámese Oriente, Centro y Occidente del país, tenemos historias que contar… Veamos…
Corría el mes de febrero de 1973… día lunes para ser exacto, llegué con mi madre pasadas las cinco de la tarde, pues ella se dedicaba a echar tortillas y debía atender a su clientela primero… en la glorieta, frente al edificio nuevo, no la que estaba por la piscina o frente a la oficina de la señorita Maria Julia Barahona, sino, como ya dije, en la ubicada en la parte alta de donde estaba la bodega. Me recibieron Pa Zavala, Pa Guayo y Pa Interiano. Ocurre que me asignaron dormir en el Prefabricado, cuya orientadora era la señorita Ofelia… ese día «anantío» alcancé a recibir un vale para la cena, sino la hubiera «marciado», después aprendí hasta a pedir «barbas», quedándome el dolor de ver partir a mi madre de regreso a San Salvador. Como dije, ya no había nadie -por la hora-, que me entregara en la bodega el colchón para dormir y por consiguiente, me tocó dormir en los meros barrotes y la pura malla ciclón, cuyo resultado fue las marcas en aquel cuerpo de cuya anatomía se podían contar las costillas fácilmente… pero bueno, el despertarme tan de mañana no era problema, pues a diario lo hacía para ir a vender el periódico que sacaba de las agencias que, por cierto, un día de tantos un bicho me dio una tunda de padre y señor mío, por lo que ese día, con los ojos inflamados de tanto llorar, me dije que un día no muy lejano ya no vendería la noticia, sino que yo la escribiría, Dios escuchó mis palabras porque ejercí el periodismo durante dos décadas, bueno, pero eso es otro pisto, porque no hay bicho que no se avive.
Con los días aprendí que en la bodega vendían pintura cuadriculada, que si se iba la luz, podía ir al taller de mecánica donde Pa Escamilla a comprar corriente en polvo y que, sino andaba buxo y me dormía en los catres al mediodía, corría el riesgo que me pusieran «calambre» -como ya lo ha dicho el chelito José Ramos-, que no era más que doblaran un pedazo de papel de diario y ponerlo en medio de los dedos prendiéndole fuego, para después reír a mandíbula abierta por la travesura cuando la víctima saltaba del susto y del dolor provocado por las quemaduras… fue en la CN donde al mediodía, mientras el Chele René Antonio Lazo (Dientes de Paleta), Edgar Alonso Henríquez, René Humberto Guevara, Guillermo «Negro» Hernández (Colocho), Callejas y Luis «Chele» Borja en la portería jugaban fútbol, yo me iba donde «mi tío Portillo» a hurtar naranjas, mangos… encontrándome el vigilante subido en el palo de mango y apuntándome con una pistola mohosa me gritaba que si no me bajaba con esa me haría bajar de dos «vergazos», tanto fue mi miedo que me tiré provocándome un esguince en el pie derecho, me fui corriendo y el vigilante detrás de mí, para evitar que me identificara cambié de ropa, pero mi sorpresa fue que al estar en formación veo al custodio y se me iban los colores, mucho más cuando dijo «Tachito», «ese que ahora andaba en el cerro hurtando mangos y naranjas que salga de la fila», la advertencia la hizo tres veces, «que salga o lo voy a sacar yo»…
A estas altura nuestro bien recordado y ponderado «Tachito» estaba hasta colorado de la colera, mientras yo me hacía el de los panes, cuando siento el primer mameyazo «Con usted es carajito» fue tan fuerte la palmada que salí gateando -igual como lo hizo con el » Cabo» Morán, de donde me levantó de nuevo, diciéndome que fuera a la dirección, que allá íbamos a hablar, dicho y hecho, no porque iba renqueando me salvé de la aplicación de la «ley de la CN», pues de allí salí hacia el hospital de donde regresé enyesado, a cuidar los talleres, que para mí no fue castigo tres meses, porque la pasé leyendo La Cabaña del Tío Tom, Los Viajes de Gulliber, El Lazarillo de Tormes, Trenes, de Miguel Angel Espino, Emilio Salgari, Los Cañones de San Sebastian, sin faltar Jicaras Tristes, del poeta niño Alfredo Espino… lo terrible fue que cuando me levantaron el castigo, fui a la colonia 2 al enterarme que no aparecía en la lista «negra» a preguntarle a Jorge López, conocido como pájaro, quien por cierto tenía un hermano mayor de nombre Eduardo… que si iría a su casa con permiso, respondiéndome que sí, entonces le dije que sí me esperaba para irnos juntos, pues vivía en el mismo barrio donde crecí, con tan mala suerte que al manifestar el Pájaro que si me esperaba salí corriendo como quien se quita una braza de allá, pero al iniciar mi descenso por las gradas que estaban por las cabañas 14-15, mi pie se fue en blanco hasta caer abajo, con otro esguince y tres meses más a esperar que me sanara del disloque del mismo pie dañado.