La colonización de la subjetividad
Por José Pablo Feinmann
Será preciso (como “precisión” y como “necesariedad”) largar con el ejemplo de los taxistas. Muchos toman taxis en Buenos Aires. Durante algún tiempo creían recibir ahí (como servicio “extra”) cierta información sobre “lo que la gente piensa”. El taxi, caja de resonancias, le daba al taxista la envidiable condición de ser un portador de lo que “se dice”; no “la voz del pueblo”, pero, al menos, la voz de todos aquellos argentimedios capaces de pagarse un viaje en taxi.
Esto era posible porque el taxista decía lo que hablaba con sus pasajeros. Cierto clima de “opinión general” recibía uno y, a veces, lo creía, a veces no. Esto ya no es así. El poder comunicacional colonizó la subjetividad de los taxistas. Ahora, todos o casi todos, comunican al pasajero “sus” opiniones en lugar de comentarle lo que “se dice”.
Esta locuacidad tachera, este embanderamiento casi militante, surgió con una de las tantas maniobras del menemismo: se apoderaron de una radio de enorme potencia y (en este mundo comunicacional) lo que importa es más “oír” que “qué oír”. Así que los taxistas, abrumadoramente, escuchan esa radio que se ha calificado a sí misma con el más alto de los puntajes, diez.
El viaje en taxi, por consiguiente, se ha vuelto terriblemente aburrido. Uno sube, dice buenas tardes o buenas días o lo que sea y el taxista empieza a hablar. No bien dice las dos primeras palabras, uno ya sabe todas las otras que va a decir. No es él el que habla, es Radio Diez. El hombre cree que expresa sus ideas, pero expresa las ideas de otros.
Cree que habla un lenguaje, pero es otro lenguaje (o, digamos, el lenguaje de Otro) el que habla por él. Uno puede tomar esto como un juego y preguntar cosas puntuales, acaso muy precisas. La respuesta será la que uno ya sabe. No habla el taxista, habla el señor Hadad. No habla el señor Hadad, habla el señor Menem. No habla el señor Menem, hablan sus poderosos aliados y financistas. Un triunfo del poder comunicacional.
Han logrado que este servidor público se torne más locuaz que nunca y, además, exprese ahora, militantemente, “sus” propias ideas, ya que el triunfo del poder comunicacional ha consistido en hacerle creer que aquello que dice es lo que él dice, que las ideas que expresa son “sus” ideas, que su subjetividad le pertenece y hasta se encuentra habitada por convicciones fuertes, las más fuertes que tuvo en su vida.
No habla, es hablado. No tiene subjetividad, se la han colonizado, se la expropiaron y le pusieron otra que habla por él. Sin embargo, él se cree más libre que nunca y hasta tiene convicciones que le permiten pedir la muerte o la expulsión social de los “indeseables”: piqueteros, delincuentes, inmigrantes latinoamericanos.
No sería grave si esto les pasara sólo a los taxistas. Le pasa a “todo el mundo”. Es el nuevo proyecto de dominación mundial: colonizar las conciencias, someter la subjetividad. Hay quienes permanecen instalados en gravísimos problemas teóricos, que se expresan luego en problemas políticos y organizativos. Hay quienes dicen que a partir de la caída del Muro de Berlín se inicia una etapa “posrrevolucionaria”, también dicen “posmarxista”. Grave error.
Cierto arcaico “marxismo” no termina de entender eso que dijo Marx de la burguesía: que era una clase revolucionaria. A partir de 1989 lo que se consolida es una “revolución”. Una “revolución capitalista”. Otra más, tan trascendente como la francesa. Es la “revolución comunicacional”. Con ella, el capitalismo enterrará al proletariado (que era, según se sabe, el llamado a enterrarla por la dialéctica de la historia) y enterrará, tal vez, al entero mundo.
“Este, sin embargo, el viejo tema marxiano del Mago destructor burgués, no es (aquí) el nuestro. Nuestro tema se enuncia así: hubo una revolución, la hizo el capitalismo, se expande por el todo el planeta, arrasadoramente, aplana y conquista y manipula y coloniza las subjetividades. Es la revolución comunicacional.
Radica en eliminar de la Tierra la capacidad de negación, de diferenciación. En consolidar el Todo imperial. La globalización del tercer milenio. En encadenar, no ya los cuerpos sino los sujetos. Sujetar los sujetos. Sus principales armas no son tanques, ni misiles, ni neutrones. Es la televisión. Es el cine. Es el periodismo. Los magazines. Las radios. Los canales de cable.
Y, formidablemente, Internet, donde algunos creyeron, muy ingenuamente o con decidida mala fe, que iba a instalarse la “sociedad transparente” que pregonaba Gianni Vattimo a comienzos de los noventa, fines de los ochenta. Internet es, hoy, el reino de la mercancía basura, de la mercancía idiotizante, de la compra-venta compulsiva y del sexo-mercancía, del sexo pornográfico. Cada vez lo es más (la rapidez de estos tiempos es la característica y, también, la degradación de la temporalidad) y cada vez lo será más obscenamente.
El tema del sometimiento de la subjetividad ha tenido venerables y hondísimos tratamientos en la filosofía. En un mail del mes de noviembre del 2003, Eduardo Grüner me preguntaba algo cuya respuesta (como yo) él tiene: “¿Qué hacemos con los pensadores de la derecha?” El más señalado por la pregunta es Heidegger.
Muy simple: son nuestros. Heidegger es uno de los más grandes filósofos que han sido y todo lo genial que haya pensado y nos sirva será nuestro. Como si se tratara de la Tesis 11 de Marx. Y pese a lo que haya dicho en Friburgo en 1933 y en 1935. Así, nos volvemos ahora sobre un tema de Ser y Tiempo que (salvando algunas “contextualizaciones” o “usos” que Heidegger y aun los lectores nacional-socialistas de Ser y Tiempo le hayan dado) dice sobre hoy más de lo que dicen muchos, y sobre todo más de lo que dicen aquellos que se “libran” de Heidegger con la excusa de su nazismo.
El poder del poder comunicacional radica en que todos pensemos “lo mismo”. Lo mismo que el Poder. El Poder impone el “se”. (“Man” en Heidegger; “on dit” en francés y en Sartre). Caer bajo el poder del “se” es caer “bajo el señorío de los otros” (Ser y Tiempo, parágrafo 27). Quien así cae “no es él mismo, los otros le han arrebatado el ser. El arbitrio de los otros dispone de las cotidianas posibilidades de ser del ‘ser ahí’”. (“Ser ahí” o “Dasein”, así señala Heidegger al hombre en su primera gran obra.) Este punto es esencial: el Poder, al someter mi subjetividad, elimina mis proyectos, mi futuro más propio, lo que hubiera querido hacer con mi vida.
Mis posibilidades –al caer bajo el dominio del “se”– son las del Otro, las del Poder, las que me vienen de afuera. Ya no soy yo quien decide, soy decidido. Escribe Heidegger: “Disfrutamos y gozamos como se goza; leemos, vemos y juzgamos de literatura y de arte como se ve y juzga (…) encontramos ‘sublevante’ lo que se encuentra sublevante”. Y luego: “Todo misterio pierde su fuerza”. (¿No define este concepto la explicitez, la obscenidad del poder comunicacional? Todo es directo, todo es banal, todo es brutal, todo es explícito. El “misterio”, es decir, lo que sugiere, lo que lleva a pensar y a revisar, a ir más allá, lo que “no se ve” de entrada, lo que impone una búsqueda, ha muerto.) Este mundo implica “el ‘aplanamiento’ de todas las posibilidades de ser”. Sigue Heidegger: “Distanciación, ‘término medio’, ‘aplanamiento’ constituyen, en cuanto modos de ser del “uno”, lo que designamos como “la publicidad’”.
El Poder comunicacional es publicitario, publicita una y otra vez sus mercancías y sus ideas fetiche. Las vuelve seductoras. Nos entretiene. Mata nuestra conciencia entreteniéndonos. Es un enemigo sagaz, brillante. Ahora, el “uno” “puede responder de todo con suma facilidad”.
El Poder da las respuestas. Es el taxista por cuya boca habla la radio que escucha todo el maldito día. Ese hombre “puede (como dice Heidegger) responder de todo con suma facilidad”. Lo poderoso del Poder es dar las respuestas. Al hacerlo elimina la posibilidad de las preguntas. Y sobre todo de la pregunta fundamental: “¿Es justo que el Poder sea el Poder? ¿Es justa la sociedad del Poder?” Y también: “¿Qué pienso ‘yo’ de todo esto?” Aquí asomaría ya la rebelión. Sofocar el surgimiento de esos estados de conciencia es la tarea de lo comunicacional en tanto colonización y oscurecimiento.
Heidegger fue uno de los más filosos críticos del capitalismo. No elaboró (ni se lo propuso) una teoría de “superación histórica” como lo hizo Marx. Su “compromiso” político, se sabe, fue lamentable. Dramática paradoja la de un anticapitalista… anticomunista. En 1933 identifica al Dasein con el Dasein del “pueblo alemán” y a la libertad, a la palabra auténtica con la voluntad del Führer. ¡Toda Alemania, de la mano de su “Maestro”, arrojada a depositar su “ser auténtico” en el ser del Führer! No pudo existir mayor incitación al “se dice”. “Se dice” y “se debe decir lo que el Führer dice”.
No obstante, en 1927, en Ser y Tiempo, Heidegger nos legaba herramientas notables sobre las miserias del tecnocapitalismo. El parágrafo 35 se ocupa de “Las habladurías”. Y el 36 de la “avidez de novedades”. “Todo” no está ahí, pero hay mucho. “Lo que importa es que se hable. El ser dicho, el ‘dicho’, la frase corriente son ahora la garantía de lo real y verdadero del habla y de su comprensión” (parágrafo 35). Atención: se trata de “trasmitir y repetir lo que se habla (…) La cosa es así porque así se dice”. Y no sólo están las “habladurías”, también las “escribidurías”. Se alimentan de “lo leído en alguna parte”.
El lector medio tiene una comprensión media y la comprensión media no busca la verdad sino que quiere la verdad para todos, “lo que se repite”. La “avidez de novedades” es otra faceta igualmente sometida, igualmente no verdadera, impuesta, exterior. “Sólo busca lo nuevo para saltar de ello nuevamente a algo nuevo” (parágrafo 36). Esta “avidez” no se detiene en la contemplación, en la serenidad y hasta en el ocio; no se demora nunca, es puro desarraigo, “falta de paradero”. El “tiempo” (como dice Heidegger en “Introducción a la metafísica”) es ahora solamente “rapidez”.
Se trata, en suma, de recuperar la subjetividad. De lanzarla hacia otras subjetividades. De conquistar lo intersubjetivo y la potencia constituyente de las conciencias libres. Pero es difícil. La revolución burguesa, la nueva, la más reciente, la de las comunicaciones, coloniza las conciencias, sometiéndolas. Estamos acribillados por imágenes, frases, ideas, polémicas que no son las nuestras. Por un sexismo torpe, mercantilista.
Por lo fashion. Por el mundo lejano, ilusorio, inalcanzable de las modelos perfectas, de los desfiles del despilfarro. Por Hollywood y las explosiones y los efectos especiales. Por la propaganda barata. Por esa televisión “abierta” a no sabemos qué, a las truculencias, a los chistes idiotas, a los comicastros “verdes”, a las heroínas ordinarias y siliconadas del infinito, sofocante Imperio Nacional del Culo.
Es, así, la hora del pensamiento crítico. Se trata de señalar sencillamente que este mundo es abominable y no tiene rescate. Se trata de una lucha civilizatoria. De una reconquista de la conciencia del hombre-mujer. De un rescate de lo femenino, mercancía del capitalismo más canalla. Una mujer no es un culo, señores. Es infinitamente más que eso.
Las modelitos del nuevo milenio, lolitas de tapa, estrellitas que trabajan más los glúteos que la dicción o la expresividad dramática, ofenden a las mujeres, y ofenden a los hombres al suponerlos tan primarios, monos idiotizados apenas capaces de ser atraídos por un traserito de gimnasio y no por las infinitas, complejas, sublimes o melancólicas facetas de ese sexo que no es el nuestro y al que buscamos comprender con pasión, con frecuencia para amarlo, nada menos. “La tarea del filósofo como analista crítico de nuestro mundo es algo cada vez más y más importante (…) Quizás el objetivo más importante de nuestros días es descubrir lo que somos, pero para rechazarlo”.
La frase –formidable– es de Michel Foucault y ahí donde dice “filósofo” pongamos “hombre de nuestro tiempo”. Y Sartre dijo, célebremente, algo muy parecido: “Uno es lo que hace con lo que hicieron de él”. Bien, no se puede entonces demorar más. Porque lo que todo el tiempo hacen con nosotros es basura. De nosotros depende hacernos otra cosa.