1. En las faldas sureñas del Himalaya, a orillas del río Rohini, se encontraba la ciudad fortificada de Kapila, capital del reino de los Sakyas. El Rey Suddhodana Gautama que heredara la sangre pura de sus nobles antepasados, gobernaba sabiamente, siendo aclamado con júbilo por el pueblo.
Su esposa, la Reina Maya, era hija del soberano del castillo Devadaha de la familia Corya, perteneciente al clan de los Sakyas. El Rey y la Reina eran primos.
Habían pasado 20 años desde su matrimonio pero todavía no habían sido bendecidos con un hijo. Una noche, la reina mientras dormía soñó que un elefante blanco penetraba en su vientre por el flanco derecho y quedó embarazada. La familia real y el pueblo esperaban con ansias el nacimiento del infante. La Reina Maya, en el décimo mes lunar, según la costumbre de su país, se dirigió a casade sus padres para dar a luz. A mitad del camino hicieron alto en el parque Lumbini para descansar.
El sol de primavera inundaba todos los rincones, y los árboles de asoka lucían bellas flores de un perfume encantador. La reina alargó su mano derecha para coger una rama, y en ese instante dió a luz. El cielo y la tierra elevaron voces de júbilo para felicitar a la madre y al recién nacido. Era el día 8 de abril.
La alegría del Rey Suddhodana era indescriptible y le puso como nombre al niño, Siddharta, que significa “el cumplimiento de todos los deseos”.
2. Sin embargo, a la par de esta alegría había también tristezas. Al poco tiempo la Reina Maya dejó de existir.
Desde entonces, Prajapati, la hermana menor de la Reina Maya, se encargó de cuidar al príncipe.
Por aquellos tiempos, un ermitaño llamado Asita que hacía sus meditaciones en la montaña, percátose de la extraña radiación que emanaba el castillo y se dirigió a él.
Viendo al príncipe, pronosticó: “Si el niño permanece en el castillo hasta su edad madura, llegará a ser un gran rey que dominará los cuatro mares, y si entra en la vida religiosa, será el Buda que salvará al mundo.”
Al principio, el rey se alegró enormemente al escuchar este pronóstico, pero luego se entristeció pensando en la posibilidad de perder al hijo de entrar éste en la vida religiosa.
A los siete años, el príncipe comenzó a estudiar el arte de las letras y de la guerra. Un día de primavera, en ocasión de una fiesta de la siembra salió al campo acompañando a su padre.
Contemplando cómo el agricultor labraba la tierra, vió que un pequeño pájaro se llevaba en su pico el pequeño insecto que había quedado prendido del arado al ser removida la tierra. “¡Pobres!, las criaturas vivas se comen unas a las otras”. Diciendo esto se sentó solo bajo un árbol a meditar.
La pérdida de su madre al poco tiempo de nacer y ahora este espectáculo de las criaturas que se comen entre sí, fueron grabando en el corazón del príncipe, desde temprana edad, los sufrimientos de la vida. Y como una herida hecha en un tierno árbol, que crece día a día, sumía cada vez más al príncipe en un profundo pensar.
El rey preocupado por el estado del príncipe y del pronóstico del ermitaño, trató de animar el espíritu del hijo por todos los medios. A la edad de 19 años decidió casarlo y eligió como esposa a la princesa Yashodhara, hija de Suprabuddha, señor del castillo de Devadaha que era también hermano de la fallecida Reina Maya.
3. Durante los siguientes 10 años, aunque llevaba una vida de alegría, rodeado de danzas y música en los diferentes pabellones de primavera, de otoño y de la época de lluvia, el príncipe no dejaba de sumergirse en profunda meditación para comprender el verdadero significado de la vida.
“El lujo de la corte, este cuerpo sano, esta juventud que todos admiran, a fin de cuentas, ¿qué sentido tienen para mí?. El hombre enferma y con el tiempo envejece. La muerte es ineludible. La juventud, la salud, y la existencia ¿qué significado pueden tener?”
“Vivir es estar en busca de algo. Sin embargo, en la misma búsqueda hay quienes buscan algo erróneo, mientras que otros lo verdadero. El que va en pos de lo erróneo es aquel que desea no envejecer, no enfermar y no morir, siendo estos hechos ineludibles.”
“La verdadera búsqueda es reconocer el error y buscar lo que está libre de los sufrimientos humanos, más allá de la idea de la vejez, la enfermedad, y la muerte. Ahora no soy más que aquél que busca lo erróneo.”
4. Siguieron así los días de meditación, pasaron los meses y los años, y a la edad de veintinueve años, cuando nació su único hijo Rahula, tomó la firme decisión de entrar en la vida religiosa. El príncipe salió del palacio en donde tantos años había vivido, en su caballo blanco, Kanthaka, acompañado sólo por el sirviente Chandaka.
Y así se transformó en un religioso, sin hogar en ninguna parte del mundo.
Enseguida se le acercó el demonio de la tentación.
“Vuelve al palacio y espera la ocasión. Entonces este mundo será tuyo”. El príncipe respondió con fuerza. “Demonio, aléjate de mí, nada de lo que existe en este mundo me interesa”. El príncipe ahuyentó al demonio, se rapó la cabeza y se dirigió hacia el Sur mendigando alimento con su tazón en la mano.
El príncipe visitó primeramente al ermitaño Bhagava y observó sus prácticas, luego fue donde vivían Arala Kalama y Uddaka Ranaputta para aprender sus disciplinas.
Pero convencido de que ése no era el camino que le conduciría a la Iluminación, se marchó a la tierra de Magadha y comenzó a hacer su propia práctica en el bosque de Uruvilva a orillas del río que corre cerca del castillo de Gaya.
5. Fue una vida ascética intensísima, tanto que él mismo lo calificó de máxima austeridad, nunca practicada por nadie ni en el pasado ni en el futuro.
Sin embargo, ni este ascetismo le dió al príncipe lo que buscaba. Dejó esta larga práctica de seis años sin ningún pesar. Se baño en el río Neranjara para limpiar la suciedad del cuerpo, aceptó una taza de leche de manos de una mujer llamada Sujata, y recobró las fuerzas.
Los cinco religiosos que acompañaron al príncipe durante los seis años de vida en el bosque se asombraron al ver al príncipe recibir la leche de la mano de una mujer, pensaron que había sido vencido, lo abandonaron y se fueron a otras tierras.
Así, el príncipe quedó solo en el lugar. Se sentó bajo un árbol y en silencio entró en su última meditación aun con riesgo de perder la vida. “Que se seque la sangre, que se pudra la carne y se rompan los huesos, porque hasta encontrar el camino de la Iluminación no me levantaré de este lugar”. Esta era la resolución del príncipe.
Aquel día el alma del príncipe experimentó una lucha intensa e incomparable. Desesperación del alma, pensamientos confusos, sombras negras del corazón, figuras horribles de la mente. Todo esto sólo podía ser calificado como la terrible invasión de los demonios. El príncipe los persiguió hasta el más recóndito rincón del alma y los fue echando uno por uno. Fue realmente una lucha en la que la sangre se hizo más débil, la carne más floja y se desmenuzaron los huesos.
Terminó la dolorosa lucha y al amanecer, al ver la estrella de la mañana, el alma del príncipe brilló con luz divina, y alcanzó la Iluminación. Se hizo Buda. Esto fue en la mañana del 8 de diciembre, cuando el príncipe contaba 35 años de edad.
6. Desde entonces se le conoce al príncipe con diferentes nombres como Buda, El perfecto Iluminado, El Honrado del Mundo, Sakyamuni, El Gran Sabio de los Sakyas, y otros.
Primeramente fue a Mrigadava en Varanasi, en donde vivían los cinco religiosos que le sirvieron en los seis años de ascetismo, para explicarles el camino. Luego entró en el castillo de Rajagriha y predicó el camino al rey Bimbisara, e hizo de este lugar la base para propagar su Enseñanza.
Los hombres se reunieron alrededor de él como el sediento busca el agua y como el hambriento el alimento.
Más de 2 mil discípulos, entre ellos los grandes maestros Sariputa y Maggalana, creyeron en Él y se convirtieron.
El rey Sudhodana, el padre de Buda que sintiera gran pena por la pérdida de su hijo al alejarse éste, la madrastra Maha Prajapata, la esposa Yasodhara y príncipes y princesas de la familia Sakya, todos creyeron en Él y le siguieron como discípulos.
7. Así siguió durante 45 años los viajes de predicación y llegó a cumplir los 80 años. En el camino de Rajagaha a Savatti, en la ciudad de Vasali, cayó enfermo y predijo que a los 3 meses entraría en el Nirvana. Continuó el viaje y al llegar a Pava recibió de Cunda, el herrero, una ofrenda de alimento que le hizo mal, y empeoró. Soportando el dolor entró en Kusinara.
No obstante la debilidad se dirigió al bosque de salas que se encontraba en las afueras del castillo y se recostó entre dos grandes árboles de sala. Enseñó con amor a sus discípulos, predicó hasta el último momento, y concluyendo su misión como Buda, el Gran Maestro del Mundo, entró, en completa tranquilidad, en el Nirvana.
8. Siguiendo las indicaciones de Ananda, el discípulo preferido de Buda, los hombres de Kusinagara incineraron los restos entre lágrimas de tristeza.
Siete Reyes de las comarcas cercanas y el Rey Ajatasarthu, exigieron la repartición de los huesos de Buda. Los hombres de Kusinagara rehusaron esta petición debido a lo cual se armó una pelea entre ellos. Pero por advertencia del Sabio Drona, fueron los huesos repartidos en ocho partes. Otro jefe recibió el vaso de barro que había contenido los restos y otro las cenizas de la pira utilizada para la cremación. Diez grandes torres fueron edificadas en memoria de Buda para custodiar sus restos.