Las ideas socialistas en Costa Rica, 1880-1930

Las ideas socialistas en Costa Rica, 1880-1930
Mario Oliva Medina*

Mario Oliva Medina
Las ideas socialistas en Costa Rica, 1880-1930
Revista iZQUIERDAS
Año 1, Número 2
ISSN 0718-5049

I
Creo no equivocarme al afirmar que en Costa Rica, al igual que en otros países de América Latina, han existido tres actitudes respecto a la historia del socialismo: desconocimiento, olvido y desprecio. No ha habido interés por esta problemática, y el silencio y el ocultamiento de estas ideas son normales en los libros oficiales de historia del país.

Promediando los años 60 del siglo XX, el filósofo Constantino Lascaris realizó algunos acercamientos al desarrollo de las ideas en Costa Rica. De ellas, abordó las del anarquismo y el marxismo (Lascaris 1965: 191-203-267-271). Más tarde (años 70), Luis Barahona, en su estudio sobre las ideas políticas en Costa Rica, analizó el anarquismo y el socialismo presentes en varios pensadores costarricenses. Dando impulso al género biográfico a la luz de esta preocupación, su tarea incluyó figuras intelectuales tales como Joaquín García Monge, Omar Dengo, Robert Brenes Mesen, José María Zeledón, Carme Lira, Carlos Luis Fallas, entre otros.

Sin embargo, más allá de estas iniciativas, en general los estudiosos nunca han dado importancia al impacto del socialismo en la historia del país, en especial para su historia cultural, de las mentalidades o de las ideas. Algo se ha avanzado, pero su estudio se retarda, sea desde una visión de conjunto, como desde ángulos específicos.

Ciertamente, no hay tampoco adelantos en aspectos teóricos y metodológicos; en fin, la historia del socialismo no es una materia que en Costa Rica tenga credenciales académicas. El vacío no se debe sólo a la falta de un ámbito universitario donde, lógicamente, debiera producirse reflexión histórica, sociológica, lingüística, filosófica, etc.; uno de los mayores obstáculos corresponde a la complejidad y vaivenes de una disciplina aún frágil en sus métodos y objetivos, de suerte tal que su construcción necesita de un cuerpo y un alma colectivos.

La reflexión acerca de las ideas socialistas en Costa Rica debe poner atención a su producción, circulación y apropiación; debe también analizar si las ideas socialistas calaron y arraigaron en ciertos sectores sociales, expresando, como apunta Jean Ehrard, sus propios matices, ambigüedades o contradicciones (Ehrard, 1977:184), pues toda idea en movimiento es siempre un problema.

Por su parte, Franco Ventura nos indica que no se trata sólo de describir matices o sensibilidades, sino problemas reales que existían en una sociedad dada, y ver en qué medida una idea ha sido utilizada para abordar esos problemas (Ventura, 1977:188).

II

A modo de propuesta entremos a analizar la relación que hubo entre ideas socialistas y clases trabajadoras en el período 1880-1930. Una primera distorsión que debe ser corregida es la de crear, sin fundamento empírico o por mero arte de magia, pretendidas corrientes socialistas abstraídas de su contexto. Es también necesario renunciar a las etiquetas que buscan obviar la complejidad de lo que cubren, pretendiendo sustituir el análisis histórico con afirmaciones sumarias. Un acercamiento al socialismo de los años 1880-1930 exige, sobre todo, estudiar el arraigo de esas ideas en las realidades colectivas costarricenses o, más concretamente, en la mentalidad colectiva del pueblo trabajador.

En una sociedad no existe un único receptor o público medio, sino un abanico de públicos, a los que el historiador y estudioso de las ideas deben poner atención. Las vías de penetración y circulación del socialismo en Costa Rica tomaron variados rumbos. A finales de los años ochenta del siglo XIX, marca el momento de expansión de las organizaciones de trabajadores en su forma de sociedades mutualistas, cooperativas, sociedades de artesanos y clubes políticos.

Uno de los medios de trasmisión de las ideas asociacionistas fue la prensa, instancia donde llegaron a publicarse libros enteros y variados artículos sobre al tema. Otro elemento multiplicador de las ideas socialistas fue el aporte hecho por intelectuales extranjeros: Juan Fernández Ferraz, Dr. Rafael Machado, Eloy Truque. Ellos conocían el movimiento obrero de sus países y de otras latitudes, circunstancia que les permitió realizar campañas de divulgación de las experiencias y de las ideas organizativas internacionales entre los trabajadores urbanos costarricenses. Además, por medio de la prensa y de numerosas conferencias, ayudaron a redactar estatutos de no pocas organizaciones de trabajadores, llegando incluso a participar en varias de ellas.

La formación de clubes políticos con una amplia participación de artesanos y obreros serviría de apoyo a los candidatos oficialistas, o a cualquiera que
pretendiera llegar al poder. A su vez, estos se constituyeron en centros donde los trabajadores se informaron de las ideas democráticas, republicanas, socialistas utópicas, etc., llegando a adquirir nociones sobre sus derechos políticos.

Otra forma de difusión e instrucción de estas ideas, fue la iniciada por los monteristas (seguidores de Félix Arcadio Montero) en la década de los noventa en el siglo citado. Visitando continuamente los talleres de trabajo, discutían y propagaban sus ideas.

En esas prédicas, ha señalado De la Cruz, llamaban a los “chaquetas” a organizarse contra el “Olimpo”, forma despreciativa con que referían a los de arriba, es decir, a los gobernantes o ricos oligarcas.

A fines de 1901, la Liga de Obreros se propuso realizar la lectura en voz alta de periódicos nacionales y extranjeros. Así, por ejemplo, una invitación publicada en La Aurora, en Diciembre de 1904, apuntaba que “esta noche, de 7 a 8 p.m. se realizará la lectura en común entre los socios del club de instrucción y recreo de desamparados. La obra que se ha escogido para iniciar esta lectura en voz alta y comentada es La Guerra y Paz, de León Tolstoi”. La invitación se hacía al público de ambos sexos que “desearan oír la lectura”.

La lectura en voz alta fue una práctica común no solo en los clubes políticos o lugares de reunión de trabajadores. Entrado el siglo veinte, también lo fue en los talleres. Esta peculiar institución cultural pareció tener una larga y fructífera vida.

Carlos Luis Fallas (Calufa) rememora en su narrativa la práctica de la lectura de periódicos, folletos y libros entre trabajadores: primero, entre los trabajadores urbanos; luego, en los años treinta, esta práctica fue extendida a las zonas agrícolas de amplia concentración obrera, como las plantaciones bananeras, donde, luego de la jornada laboral, se reunían trabajadores a escuchar la lectura del Manifiesto Comunista y del periódico Trabajo, órgano del Partido Comunista. Indudablemente, así se sorteaba el obstáculo del analfabetismo entre el pueblo trabajador.

En todo este período (1880-1930), el movimiento obrero enfatizó la preparación intelectual de los trabajadores; fomentó la creación de escuelas nocturnas, de centros de tertulia y bibliotecas. Transitando el siglo XX, esta red educativa estaba extendida por toda la geografía nacional, completándose en la segunda mitad de la década del veinte con la fundación de la Universidad Popular y Obrera. En ella, prestigiosos intelectuales, conferencistas y propagandistas –humanistas y socialistas- dedicaron parte de su tiempo a la formación de los trabajadores.

En 1889 habían aparecido las primeras bibliotecas populares formadas por los trabajadores, más concretamente, por la Sociedad de Artesanos de San José, y por la Sociedad de Artes y oficios. Estas bibliotecas ofrecían revistas y periódicos nacionales y extranjeros, así con una selecta colección de libros. La biblioteca fundada por la Sociedad de Artesanos logró acumular más de cuatrocientos títulos, además de periódicos y revistas. Una particularidad de las bibliotecas fue la casi total ausencia de obras socialistas, anarquistas o marxistas (véase cuadro No.1).

Del total de libros, sólo seis obras eran de temas socialistas; entre ellas puede destacarse la obra de Fernando Garrido Historia de las asociaciones obreras en Europa, que describe el nacimiento, infancia y madurez del movimiento obrero en el viejo continente. Su influencia fue muy importante para la difusión del socialismo de Cabet, Fourier y Owen. Probablemente, la limitada bibliografía socialista de la mencionada biblioteca no fue algo casual y restringido a ese centro.

Dos hechos aclaran mejor el sentido de nuestra afirmación: al revisar la existencia de libros de la biblioteca de la Universidad de San Tomás (1880), puede constatarse un panorama desolador en cuanto a obras socialistas; el único título que registra el catálogo es Ideas de la revolución en el siglo XIX, de Proudhon y Pelletan. En segundo lugar, es sintomática la pobreza que se desprende del estudio de los catálogos de la Librería Española (o Librería Lines) que, con toda seguridad, fue la más importante de Costa Rica en el siglo XIX.

Los antecedentes señalan que dispuso de escasos títulos socialistas y que,
después de 1896, no incorporó ningún título nuevo debido, en parte, a la situación cambiaría que se presentó al comenzar el nuevo siglo. Únicamente es posible detectar la importación de algunas obras de anarquistas importantes, como Kropotkin y Bakunin.

Ciertamente, la circulación de literatura socialista fue escasa en el siglo XIX
costarricense; pero tampoco podemos perder de vista que los artesanos y obreros podía tener contacto con ella por medio de la lectura de obras como las mencionadas. Por medios orales, pero también a través de la prensa exterior, pudieron conocer ideas socialistas que reprodujeron en sus propios periódicos, entrando en contacto con movimientos obreros más avanzados de Europa y América. Otra manera por la que se propagaron ideas socialistas, fue por medio de las novelas de Víctor Hugo, Eugenio Sué, Honorato de Balzac o Walter Scott, a las cuales se les unió la novela clásica rusa de Máximo Gorki, Dostoyevski o León Tolstoi, autores que atrajeron por décadas a los lectores, entre ellos, a los trabajadores urbanos.

En pleno apogeo del movimiento obrero-artesanal, un colaborador del periódico de los trabajadores La Aurora Social, quién había leído algunas novelas de Eugenio Sué, gracias a lo cual –exponía en abril de 1913- pudo tener mejor percepción de la escena social costarricense, escribió:
“Se nota con verdadero asombro la prostitución casi infantil que existe en esta capital (…) Ver a un imberbe, a un joven colegial chupar un cigarrillo con todo deleite, apurar una copa de licor o echárselas de bohemio en sus distracciones nocturnas, no es cosa de los famosos trasnochadores de París que nos pinta Eugenio Sué, sino que se nos presenta en la actualidad con funestos caracteres de una realidad palpable”.

Y es que esta novela se caracterizó por tratar los temas más variados convirtiéndose en una forma de enseñar historia, sociología, filosofía y moral. Muchos temas, como el derecho de asociación de los obreros, el trabajado de los niños, la pauperización provocada por la industrialización, la rehabilitación de delincuentes y tantos otros, fueron conocidos por medio de la novela.

Otro modo de extender la literatura de denuncia social, se dio por medio del encuadre en la parte superior de los periódicos obreros -Hoja Obrera, 1909-1914; La Aurora Social 1911-1914; La Unión, 1916- de algunas máximas de los escritores preferidos, entre ellos, Víctor Hugo, Eugenio Sué, Máximo Gorki y León Tolstoi, además de la reproducción de fragmentos de sus creaciones.

Otro multiplicador de relevancia en la expansión de esta literatura fue el cine. Novelas en su versión cinematográfica eran vistas por miles de personas. Una crónica de La información, de diciembre de 1916, señalaba: “El sábado 30 se estrena en el teatro Peralta de Grecia, la grandiosa obra de Víctor Hugo Los Miserables”. La película había batido récord en San José, donde varios teatros la presentaron por 32 noches seguidas. Parecida aceptación podían tener obras consideradas en aquellos años como inmortales, como por ejemplo, Germinal, de Emilio Zolá.

Las organizaciones de trabajadores no perdían la oportunidad de presentar entre sus asociados y allegados esas obras. En 1920, con ocasión del Primero de Mayo, se organizaron tres actos y en dos de ellos se incluyó la presentación de la película Germinal. El 30 de abril de ese año, la Sociedad de Ebanistas y Carpinteros (y, por lo menos, diez organizaciones más) proyectaron a las 9 p.m. en el Parque Morazán, la cinta mencionada. Por su parte, la Sociedad de Panaderos y la Confederación General de Trabajadores, en local de esta última, lo hicieron el día 1 de mayo por la noche.

Otro punto importante, es el de la peligrosidad de las ideas socialistas para ciertos sectores de la sociedad, lo que llevaba a ejercer vigilancia y censura. Los mecanismos de control constituyen un hecho de primera magnitud y su conocimiento resulta esencial para el entendimiento del pasado cultural. Esto lleva a plantearse hasta qué punto fue eficaz el control y si logró cohibir la difusión del ideario socialista, pues variadísimas fueron las vías que desarrollaron los trabajadores para que estas ideas pudiesen circular.

Uno de los opositores más frontales del socialismo fue la Iglesia Católica. Lo que puede considerarse como la opinión oficial sobre el tema, apareció en La Unión Católica del 9 de noviembre de 1890. Allí se enjuiciaron como obras calumniosas, mentirosas e inmorales las producciones literarias de Alejandro Dumas, Eugenio Sué, Flammarión y algunas obras de Víctor Hugo, entre otras. También la Iglesia buscó que los libreros no vendieran libros de estos autores, como una forma de prohibir su difusión.

A fines de los años 20 del siglo pasado, grupos católicos protagonizaron actos violentos en contra de la literatura socialista. El Correo Nacional, de orientación católica, informaba, en mayo de 1927, sobre una pesquisa de “libros malos” por parte de la Liga de Acción Social integrada por damas católicas, quienes habían desplegado, entre abril y mayo de ese año, una amplia actividad que incluía el boicot a ciertas librerías. La señora Rosa Quiroz, secretaria del citado club, manifestaba con orgullo “…grande ha sido la cosecha de libros malos (…) van marchando camino al
fuego”.

Entre las obras decomisadas por la Liga de Señoras, destacaban Los Miserables de Víctor Hugo, novela que según el Informe presentado por el caso, falsea el principio de autoridad y era una epopeya del socialismo. Otra novela de Hugo prohibida fue, Nuestra Señora de Paris. Honorato de Balzac también fue objeto de la censura, sobre todo La Piel de Zapa; Memorias de dos jóvenes recién casados y otras de ese estilo. Eugenio Sué aumentaba la lista de los proscritos: el Informe estimó sus obras como “perversas”, sobre todo Los Misterios de París, El Judío Errante, Los hijos del pueblo, Los siete pecados capitales y Martín el Expósito.

Ya en 1901 se había prohibido la literatura anarquista. En los años treinta, por orden del Ministro de Gobernación, se decomisaron libros, revistas y periódicos catalogados de comunistas. Sin embargo, ninguno, de estos ejercicios de controles ideológicos evitó la multiplicación del ideario socialista.

La relevancia de estos autores no solo puede apreciarse en el decomiso de sus obras, sino, como se ha señalado, porque ayudó a cierto sector de opinión, formado por intelectuales, artesanos y obreros cultos, a elaborar la crítica de las instituciones. No en vano sus obras tenían el conocimiento de las ideas reformadas y de avanzada de Europa. Fue tanto el prestigio de estos autores que existieron organizaciones que llevaron sus nombres, como el Club Cultural Víctor Hugo, de San José, en los años veinte.

A esta veta de novelas europeas se unieron, como ya lo mencionáramos, escritores rusos como Fedor Dostoyoevski, León Tolstoi y Máximo Gorki, los que atrajeron a decenas de lectores. Carlos Jinesta, en su brillante opúsculo relativo a Omar Dengo, al referirse a los primeros años del siglo veinte escribe: “se divulgaban los libros de León Tolstoi; se difundían las prosas de Ernesto Renán, y una juventud ansiosa de cultura, ofició bajo las tiendas tolstianas y renianas”.

La propagación de estas obras a principios del siglo XX fue ayudada por la aparición de varias librerías como la Lehmann o Falcó la Borrasé que, junto a la librería Española, nutrieron la demanda de los lectores.

En relación con las librerías y al tipo de libros sujetos a censura, El Orden Social de 1 de septiembre de 1901, se pronunciaba:
“en primer lugar, las señoritas librerías se han encargado de inundarnos con obras, novelas, escritos anarquistas o con sabor a esa conserva. De Máximo Gorki, Tolstoi, son obritas que abundan y cuestan poquita plata para que estén al alcance de todos y a ciencia y paciencia de las autoridades y de la policía que, así se preparan, cariñosamente, la soga para su pescuezo…”.

Las obras y artículos periodísticos de los autores rusos permitieron no solo conocer las condiciones de vida de ese pueblo, sino también sus luchas. Además, sus novelas tenían otra cosa que decir a nuestros intelectuales: daban cuenta del compromiso con la suerte de su gente, con sus tragedias y esperanzas.

La influencia de estos autores fue significativa en el movimiento obrero-artesanal costarricense: de ellos se desprendieron corrientes antiautoritarias, pacifistas y anticlericales, entre otras. Junto a los primeros escritores, estos últimos favorecieron y ayudaron a la crítica de las instituciones y de la injusticia social. En 1910 un obrero se refirió al acaparamiento de predios por parte de compañías y de particulares, y como solución planteó una justa distribución de las tierras, idea que, según él, sustentaba Tolstoi.

A comienzos del siglo XX ya fueron frecuentes las manifestaciones de descontento provocadas, en gran parte, por el rápido deterioro de los salarios y de las condiciones de vida de los trabajadores. Así, por ejemplo, la vivienda fue uno de los más serios problemas que afrontaban los artesanos y los nuevos trabajadores de la ciudad. En Hoja Obrera encontramos un artículo de un observador perspicaz en tono y lenguaje –quien, parece, había leído a uno de los grandes novelistas aquí citados- que nos dice:
“Nadie ignora que los tales chinchorros (lugar donde se amontonaba el proletariado) son verdaderos incubadores de los gérmenes de las enfermedades que afligen y diezman a la pobrería; da tristeza visitar esos antros en donde se presentan a los ojos del visitante, niños famélicos y con harapos de vestidos; mujeres flacas que abren los ojos con espanto, y
jóvenes anémicos que llevan en su rostro retratado el dolor; el desaliento de los desgraciados de Máximo Gorki”.
Hemos hecho esta larga cita, en gran parte, por su estilo vivaz y su bella prosa. Ese mismo columnista sostenía que las reglas de higiene entre los pobres eran
impracticables por el excesivo precio de los alquileres, la carestía de los alimentos de primera necesidad, el alto precio de las ropas, la escasez de trabajo y lo reducido del salario; y concluía que aquellos eran males endémicos entre los costarricenses.

En 1910, al morir el escritor ruso León Tolstoi, la prensa nacional y las revistas culturales y literarias, llenaron sus páginas con artículos alusivos a ese
acontecimiento de lo que se deduce el conocimiento que tenían de este autor. Muchos lo reconocían como el gran inspirador de sus ideas. Hoja Obrera publicó en la ocasión algunos artículos de artesanos y obreros. Uno de ellos, Arístides Rodríguez – conmovido por la muerte del que calificaba como gran anarquista- trató los diferentes tópicos explorados por Tolstoi en sus novelas: la guerra, el patriotismo, la religión, la propiedad, el trabajo, el Estado.

Mientras, un barbero, de nombre Octavio, añadía: “Tolstoi, con su pluma sentimental pintó los dolores de los humanos; con su pluma pintó paz y amor; con su pluma rebelde anatemizó a los poderes constituidos”. Montero había leído, según propia confesión, muchas de las obras del escritor ruso, como Cuentos para niños, Placeres crueles, Placeres viciosos, y Resurrección.

Las obras de todos estos escritores, de hondo contenido realista, sirvieron, más que todos los textos teóricos de por sí, escasos en el medio para difundir ideas socialistas. Es por ello que Carlos Rama, al tratar el tema del surgimiento de las ideas del socialismo latinoamericano, nos indica que “deben incluirse en la corriente del primer socialismo a autores de ficción literaria”. Y concluye: “que si no fueron creadores en el campo de la teoría, multiplicaron, por su adhesión a las nuevas ideas, sus afectos a través de un público extenso y no politizado”. (Rama, 1980: 53)

En efecto, muchos de los autores mencionados no fueron rigurosamente socialistas, pero su vital prosa de denuncia social, fue vista con simpatía por intelectuales y trabajadores de las décadas de finales del XIX y comienzos del XX.

Bibliografía
Luis Barahona Las ideas políticas en Costa Rica. Departamento de publicaciones MEP. 1977
Vladimir de la Cruz Los Mártires de Chicago. Editorial Costa Rica, San José, 1985.
Jean Ehrard. “Historia de las ideas e historia social en Francia en el siglo XVIII: Reflexiones de método”, en Niveles de cultura y grupos sociales, Editorial Siglo XXI, México, 1977
Arnoldo Ferreto Vida Militante, Editorial Presbere, San José, 1984
Constantino Láscaris Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica, Editorial Costa Rica, San José. 1965
Carlos Rama Los ideales socialistas en el siglo XXI, Editorial LAIA, Barcelona, 1976.

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