Las mujeres de Nueva Guatemala en la jura de Carlos IV

Las mujeres de Nueva Guatemala en la jura de Carlos IV
Por Elena Salamanca *
Martes, 29 de Mayo de 2012

La fiesta tuvo una víspera que duró tres días, hubo corridas de toros durante tres tardes. Pasada la víspera, el frontispicio del cabildo se decoró con tela de Bramante y se iluminó con cera toda la ciudad de Nueva Guatemala de la Asunción. En el banquete se usó vajilla de plata, se bebió vino y horchata, se sirvieron marquesotes, espumillas, gaznates, panales, frutas en conserva y dulces de colación; también se contrataron músicos.
En la plaza mayor se reventaron canchinflines silbadores y fuegos artificiales. Era 17 de noviembre de 1789, la Capitanía general de Guatemala celebraba la jura de Carlos IV como Rey de España, casi un año después de su coronación en la capital del reino, y sus súbditos lo festejaban con una serie de actos políticos cuyos sabores y brillos fueron encargados a mujeres muy influyentes en la cotidianidad e identidad de la ciudad.

María Basconcelos, la pintora. Recibió sesenta y cinco pesos por los retratos de la reina María Luisa de Parma, consorte de Carlos IV de Borbón.
Estas mujeres no aparecen en las crónicas de la época. Para encontrarlas y estudiarlas debemos llegar a los espacios más íntimos: a los resquicios de los archivos, a las notas en los márgenes de las reseñas y crónicas. A los márgenes del papel. Propongo comprender a los márgenes no como marginalidad, no como exclusión, sino como un ejercicio de interpretación de mundo, de comprensión de una época, de tratamiento de una fuente y de discusión.
De esta ruta trazada en los márgenes, de ese mi interés por los resquicios, nace este artículo. Al leer documentos marginados, anexos, que en el momento de ser encontrados no tienen relación con el tema que investigo, pero en los que me detengo con una curiosidad mayor que en el tema capital, he encontrado a estas mujeres comunes en el siglo XVIII: unas de oficios domésticos en Guatemala de la Asunción y otras de oficios religiosos en San Lucas Cuisnagua, actual Cuisnahuat, en El Salvador.
Estas mujeres, con sus oficios de mano y aguja, como eran conocidos, en la cocina y en la costura, tuvieron incidencia cotidiana en el mundo manejado por hombres. Desde la cocina y el cuarto de costura se puede hacer política, y desde ahí las mujeres de Guatemala y Cuisnahuat participaron en momentos definitorios, como rendir fidelidad a un nuevo rey o custodiar al santo patrón del pueblo para sus ciudades o comunidades.
Se habla de la participación política de las mujeres en la Colonia vista desde el espacio público en las participaciones de insurgencia, como los movimientos emancipatorios o de independencia en América en el siglo XIX. Habría que pensar qué comprendemos por participación política y cómo los espacios delimitan lo que creemos que es.
Hay, sin embargo, que mirar la participación política de la mujer desde espacios más cotidianos, como sucede con estos casos. La fundadora de los estudios de cultura femenina novohispana, Josefina Muriel, miraba como acción política el momento en que una zapatera limeña del siglo XVIII pudo inscribirse en el registro municipal como lo que era: una zapatera. Estas incidencias deberían llevarnos a examinar cómo las mujeres coloniales, en este caso del siglo XVIII, tuvieron una participación en eventos de impacto político, para la ciudad y en relación al reino, sin salir a manifestarse a una plaza, sin ser encarceladas o sin haber escrito manifiestos, simplemente realizando los oficios que conocieron y heredaron de otras mujeres.

Josepha o Josephina María recibió el 12 de noviembre el pago puntual por entregar la tela de Bramante para cubrir el frontispicio del cabildo.
Las mujeres comunes de Guatemala de La Asunción
En el fondo documental que en el Archivo General de Centroamérica se dedica a las fiestas reales celebradas en Guatemala –nacimientos de infantas e infantes, juras de reyes, natalicios de monarcas o consortes–, se encuentra uno que registra estas fiestas dedicadas a la jura del rey Carlos IV de España, en 1789.
Ahí hay un legajo de cuentas de la mayordomía de la fiesta de jura del rey, y entre listas de gastos y demás trámites van apareciendo nombres de mujeres: Juana Solórzano, panadera y cohetera; las hermanas Heredia, refresqueras: Manuela, la que firma, y su hermana que nunca firma; Francisca Velásquez y Juana Nevera, dulceras; Josepha María, que vendió telas para decorar el cabildo; y María Basconcelos, pintora de dos retratos de la reina María Luisa de Parma –que en el recibo ella llamará de Borbón–, consorte de Carlos IV. En este artículo se conservarán los nombres y apellidos de estas mujeres tal y como fueron escritos en los documentos.

Todas estas mujeres firman recibos de la administración o del ayuntamiento de la ciudad. Todas firman. Algunas tienen una caligrafía más fluida que otras, esto puede identificarse en el trazo de las letras, en los puntos que se dibujan en el papel cuando una detiene el ritmo de la pluma o si levanta la pluma del papel, si hay interrupción… Esto nos dice la frecuencia con que escriben y cómo escriben: Juana Solorzano firma con una letra humanística fluida, de un solo trazo, mientras que Josepha María y María Basconcelos dibujan con dificultad la letra de su nombre, pausan su escritura, pero finalmente rubrican. Esto implica, claro, que fueron mujeres con acceso a cierta educación, sabían leer, escribir y hacer cuentas. Hacían negocios.
La fiesta
La ascensión al trono de Carlos IV, rey de la familia de los Borbones, fue celebrada con pompa en el mundo novohispano. La jura de un rey consistía en un acto público de fidelidad, lealtad y vasallaje. El acto reunía a todos los habitantes de la ciudad o pueblo y podía durar días, semanas de fiesta, consistía en pasear el pendón por la ciudad y jurar, precisamente, la fidelidad en público. Muchas veces, como en el caso de las colonias novohispanas y en nuestro caso guatemalteco, la jura se realizaba en ausencia del soberano. Entonces era importante erigir un altar con el retrato del nuevo rey, al que sus súbditos conocían y reconocían por primera vez.
En Nueva Guatemala de la Asunción, actual ciudad de Guatemala, se festejó en aquel noviembre de 1789 y las cuentas de gastos se pagaron entre noviembre y diciembre del mismo año.
Son las cuentas de la ceremonia las que testifican que la fiesta tuvo una víspera de tres días, que se celebró con corridas de toros por las tardes, como consta en la cuenta entregada por Nicolás de Obregón y Pedro de Ayzinena. Pasada la víspera, en la fiesta propiamente dicha, se decoró el frontispicio del cabildo con tela de Bramante –género fino de común uso en la vida colonial–, y se iluminó toda la ciudad, como consta en un legajo destinado únicamente a la administración de los pagos de las ceras que iluminaron Nueva Guatemala. Se bebió vino y horchata hecha con pepitas de melón, tostadas. Los recibos dan cuenta de los marquesotes, las espumillas, los gaznates, los panales, las frutas en conserva y los dulces de colación. La vajilla de plata, los músicos y los fuegos artificiales también fueron debidamente pagados. En los recibos también consta que se mandaron a pintar dos retratos de cuerpo entero del rey Carlos IV, por Juan Josef Rosales, y dos de la reina María Luisa de Parma, por María Basconcelos.

Juana Solórzano recibió 53 pesos por los marquesotes y los cachinflines que se usaron en los tres días de corridas de toros como víspera para la ceremonia de jura. Firmó el recibo el 28 de noviembre de 1789.
La celebración se extendió por varias partes del mundo novohispano y se manifestó igual: fiestas, banquetes, arquitecturas efímeras e iluminaciones. Hay registros de la celebración en Guatemala, Caracas, Panamá, Nueva Granada, Cali y otras ciudades de la actual América. “En Nueva España y en el resto de las posesiones de ultramar este tipo de festejo tuvo una gran repercusión al constituir una ocasión única para representar con toda pompa y boato el poder mayestático y se aprovechó para manifestar de forma pública la lealtad al nuevo rey que, aunque ausente físicamente, se materializaba de manera simbólica a través de la expresión artística”, explica la historiadora Fátima Halcón, de la Universidad de Sevilla en un artículo relacionado a estas celebraciones.
Varias de las labores que se llevaron a cabo en esta celebración fueron realizadas por mujeres que con su trabajo desde el hogar tuvieron relevancia en una de las celebraciones políticas y simbólicas más importantes del mundo novohispano. Un mundo que estaba a punto de transformarse: Carlos IV sería quien enfrentaría la Guerra de Independencia de 1808 y abdicaría al trono; estos momentos son el parteaguas de la relación del reino con el Nuevo Mundo, América. En los años siguientes, América entraría en un proceso de independencia de España, las naciones en formación atravesarían guerras regionales y nacionales y comenzaría una búsqueda de identidades.
La contabilidad y las mujeres en la fiesta
Ahora conocemos de estas mujeres lo que nos cuentan sus recibos. Esas cuentas que fueron escritas en la mitad de una hoja de papel y que fueron adjuntas a los libros de cuentas de las fiestas. Sabemos, por ello, únicamente su nombre, su oficio, lo que entregaron para la fiesta y el costo que tenía su trabajo. A través de estos recibos o estados de cuentas vamos conociendo lo que constituyó la fiesta, y vamos reconstruyendo su participación en ese entramado de historia colonial.
En mis lecturas no caza la manera de ver a la mujer como sujeto histórico únicamente cuando se relaciona directamente a la insurgencia o a la ejecución de un cargo público. Desde la esfera más íntima: la cocina, la labor manual, la mujer incide en la vida pública de manera crucial. En nuestro caso, en la fiesta novohispana, aún barroca, en sus altares de papel y luz, en su fiesta interminable. El altar dedicado al regente, por ejemplo, era sumamente importante, con su retrato. Ningún guatemalteco del siglo XVIII conocería a la reina María Luisa de Parma, nunca, pero la imaginaría, la sabría desde ese retrato pintado por María Basconcelos.
“Recibí del señor don Cayetano José Pavon sesenta y cinco pesos dos reales por los dos retratos que hice de nuestra Reina y Señora doña Luisa de Borbon, y para que conste firmo este en la Nueva Guatemala a noviembre de 1789”: firma María Basconcelos. De ella hay poco: este recibo, una firma y una intriga: ¿quién era esta mujer que pintaba en Guatemala y a la que se le solicitó el retrato de la nueva reina de España?, ¿dónde se educó?, ¿quién le enseñó a pintar?, ¿firmaba sus cuadros? ¿Por qué ella pintó los cuadros de la reina y no los hizo el mismo pintor de los retratos del rey?, ¿quién fue su modelo?, ¿había visto antes algún retrato de la María Luisa de Parma? Pero nuestra vislumbre de María Basconcelos es un registro administrativo, no hay más de ella, como no hay más de las otras mujeres.
Los recibos agrupados en las cuentas entregadas siguen dándonos información. En la fiesta se consumieron barquillos hechos por una mujer llamada Juana Nevera, se tomaron aguas de leche, limón, canela y horchata. Fueron, en total, 32 tinajas de aguas y dos de leche, por eso se entregaron 176 pesos y seis reales a Manuela Heredia, la que firma los recibos de las hermanas Heredia. Esto consta en la “Cuenta jurada que yo don José Mariano doy al Ayuntamiento de lo que se gastó en la Mesa de Refresco que en la Sala Capitular el día de la jura de nuestro católico señor don Carlos IV y es de la manera siguiente: 172 pesos y seis reales pagados a Manuela Heredia por los dulces y demás que hizo como pormenor consta de su cuenta que acompaño”. A las Heredia, conocidas como “Señoras Heredia” se les pagó también por los dulces de colación y las frutas servidas con los refrescos. Un informe de los dulces de colación reseña que se sirvieron además pasas y almendras, y “Se dieron a las Heredia por la colación de frutas, espumillas, gaznates, y panales, 301 pesos”. El final del informe de gastos se acompaña con la firma de Manuela Heredia.

Las Heredia. Cuenta de pagos del Ayuntamiento a Manuela Heredia, por los refrescos servidos en la sala capitular, noviembre de 1789.
Para el banquete se pagaron 28 pesos por las dos arrobas de dulces que hizo Francisca Velasquez (sic). Las cuentas también demuestran el papel preponderante del dulce, o de lo dulce, en la celebración; el dulce, lo azucarado, por estas épocas, y hasta el siglo XIX, se considerará como un lujo.
Los recibos arrojan información sobre prácticas culturales, muchas relacionadas con el consumo alimenticio, como sucede con el pan, el marquesote, que ahora conocemos como pan dulce. En otro recibo se lee “Entregado el dinero a la Juana Solorzano por los cachinflines y marquezotes (sic) que le mandamos hacer. Consta de recibo”. Juana Solórzano, panadera y cohetera, recibe 53 pesos por esta entrega.
El marquesote fue consumido en las corridas de toros de la víspera y se consumió acompañando al vino. Actualmente, esta práctica puede sorprendemos, pues consumimos el marquesote con café o chocolate, con bebidas calientes, donde la mayoría de veces lo chuponeamos –hundimos, mojamos, o sopeamos–.
Un estudio realizado en México por el historiador Sergio Antonio Corona Páez que localizó la receta del marquesote del siglo XVIII y la contrastó con la del actual puede ilustrarnos sobre el uso del marquesote de Juana Solorzano. El marquesote del siglo XVII, dice Corona Páez, “es algo reseco y bastante insípido (…) Esta clase de pan iba siempre acompañada del chocolate caliente. El uso masivo de tenedores y cucharas no era usual, así que en un acto público con muchos invitados los comensales sopeaban (…) Se trata de un tipo de repostería “de apoyo” para otros alimentos de sabor predominante, chocolate o vino”.
La parte estética de la celebración llega a nosotros con el recibo extendido a Josepha o Josephina María –a quien llamaremos Josepha por lo extendido del nombre pero que firma Jhp–: el 8 de diciembre de 1789, la mujer entregó esta constancia: “Recibi (sic) del señor mayordomo de esta ciudad don Juan Presilla diez (sic) y seis pesos y cuatro reales importe de sesenta y seis varas de Bramante, abrigo que vendi (sic) para parte del forro del frontispicio que se puso en la Azotea del Cabildo en la Jura del Rey, y para que conste lo firmo ut supra”, y rubricará como “Jhp (Josephina o Josepha) María”.
Muchos de estos recibos fueron escritos con la misma letra que se firmaba, como el de Juana Solórzano, pero en algunos casos, como el de Josepha María y el de María Basconcelos, la mano que redactaba el recibo no era la mano que firmaba.
La fiesta barroca como es esta fiesta de jura es vivencia alegre y desbocada: la comida, la bebida, la arquitectura efímera –enormes esculturas de papel, altares barrocos cargados de frutas y flores–, la pompa y el fuego de artificio son definitorios. Sin la obra de estas mujeres los días de fiesta no habrían tenido el mismo sentido; todos los elementos aportados por ellas constituyen la celebración, una celebración que, con sus variantes locales, era una tradición de años, de siglos, y se ceñía a los ceremoniales reales traídos a América.
Las mujeres de esta serie no son heroínas, no fueron mártires, tampoco fueron esposas de héroes, próceres, alcaldes, capitanes generales o virreyes. Son mujeres que con su trabajo desde el hogar contribuyeron en la ciudad, en el reino, aunque sus escenarios, por comunes, sean inusitados para las lecturas presentes. Son mujeres comunes.
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Fuente:
Archivo General de Centroamérica:
A1. 2 Legajo 6118 Cuenta que presentaron los regidores Don Nicolás de Obregón y don Pedro de Ayzinena de los gastos otorgados en las tardes de toros en nueva Guatemala, octubre 29 de 1789.
A1. 2 Legajo 1994 Mayordomia de propios de Guatemala rinde cuenta de lo gastado en la jura de Carlos IV, 1789.

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Próxima entrega:
Mujeres comunes del siglo XVIII: Las mayordomas de la cofradía de San Lucas
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  • Elena Salamanca es escritora y periodista, cursa una maestría en Historia Iberoamericana Comparada en la Universidad de Huelva, España.

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