Por qué, a pesar de ocurrir en la misma época y ser conducidas por vanguardias igualmente calificadas, las luchas por la independencia en Estados Unidos condujeron al establecimiento de una democracia funcional con separación de poderes, estado de derecho y federalismo y no ocurrió así en Iberoamérica.
La respuesta es obvia. Mientras las nacionalidades iberoamericanas se gestaron mediante difíciles procesos históricos y las repúblicas no resolvieron las deformaciones estructurales introducidas por el colonialismo, principalmente la dependencia, los Estados Unidos nacieron por el acuerdo de 13 entidades. La libertad para escoger lo que querían, la total ruptura con la metrópolis, y la soberanía para ejecutar la elección y sin la menor interferencia, no fueron allí metas sino puntos de partida.
Sin el Congreso Continental de 1774 en Filadelfia, la Declaración de Independencia (1776), la adopción de los Artículos de la Confederación, la Convención de Filadelfia y la redacción de la Constitución (1789), los artículos del Federalista y la elección de George Washington (1789), no hubiera habido revolución americana, los Estados Unidos no hubieran existido y la democracia no hubiera debutado en el Nuevo Mundo. Ellos partieron del punto adonde los demás querían llegar.
Se trata de un proceso extraordinariamente singular realizado en los 13 años que median entre la Declaración de Independencia y la proclamación de la Constitución en los cuales tuvo lugar un intenso debate al interior de la vanguardia revolucionaria que les permitió dilucidar las reglas para el equilibrio entre el gobierno central y los estados, creando consensos duraderos en los principales ámbitos políticos.
En este debate, además de la Declaración de Independencia, hecha de “verdades evidentes” nunca refutadas, fueron de capital importancia los Artículos de El Federalista (The Federalist Papers) una serie de 85 artículos, escritos por Alexander Hamilton, James Madison, y John Jay publicados en los más importantes diarios de la época entre octubre de 1787 y agosto de 1788.
Aunque se trata de artículos periodísticos redactados con un lenguaje asequible al ciudadano políticamente activo de entonces, en muchas universidades estos textos, en particular los Federalista No. 10, considerado el más importante de todos, así como el 14, 39, 51, 70, 78, 84, son estudiados como clásicos de ciencias y filosofías políticas.
La institucionalidad estadounidense fue puesta a prueba durante la Guerra Civil (1861-1865) cuando 11 estados se separaron de la Unión y más recientemente cuando en enero del presente año, respondiendo a consignas emanadas desde círculos de poder, turbas ideológicamente intoxicadas asaltaron el Capitolio de Washington.
Desafortunadamente en Iberoamérica el camino se torció debido a intereses creados que no permitieron consumar el pensamiento de los próceres. De hecho, las oligarquías nativas asentadas en un trípode fuerzas integrado por los terratenientes, los militares y el clero, asumieron las repúblicas como botín, no permitieron la consolidación de las instituciones ni el florecimiento de la democracia y, en cambio impusieron el caudillismo, institucionalizaron el golpe de estado y prostituyeron el concepto de Revolución.
Obviamente no es posible desandar caminos ni volver atrás la historia, pero sí mirar adelante y avanzar con mente abierta. La solución a la debilidad de la democracia es fortalecerla y cuando falta instaurarla.
La democracia se alcanza con más democracia, nunca con menos. Como alguna vez apuntó Rosa Luxemburgo, la figura más destacada de la izquierda mundial, luchar contra una democracia imperfecta no puede significar, luchar contra toda la democracia. Allá nos vemos.
La Habana, 28 de diciembre de 2021