Masculinidad y emociones. Una aproximación a su construcción social (2016) Juan Carlos Ramírez Rodríguez

Introducción

Pareces mariquita. Aguántese m’ijo, ¿que no es hombre? Los niños grandes no lloran. Ya, ya hombre, no es pa’ tanto.

Las mujeres se guían por sus emociones y los hombres por la razón. Fue una afirmación propuesta a las y los jóvenes mexicanos como parte de la Encuesta Nacional de Juventud en el año 2005. Cada joven tenía la posibilidad de responder de “De acuerdo”, “Acuerdo en parte”, “En desacuerdo” y las opciones residuales “No sé” y “No contesta”.

La respuesta me sorprendió, porque esperaba una adhesión importante a esta creencia muy difundida y que suponía muy aceptada[1]. 21.4 y 19.9% a nivel nacional y en la zona metropolitana de Guadalajara, respectivamente, estuvieron de acuerdo con esta afirmación (Ramírez Rodríguez y López López, 2013). Esto es, apenas una persona joven de cada 5.

El “Pareces mariquita”, el “Aguántese m’ijo, ¿qué no es hombre?”, el “Los niños grandes no lloran”, el “Ya, ya hombre, no es pa’ tanto”, remite a pensar a los hombres, grandes y chicos, como individuos emocionales. ¿Cuál es la relación entre estas exigencias y las respuestas de las y los jóvenes en México y en la ZMG sobre la emoción y la razón en mujeres y hombres? Mejor todavía, ¿existe una relación entre ellas? Si la menor proporción de hombres y mujeres consideran a estos como no necesariamente racionales, ¿se puede suponer que ellos son tan emocionales como ellas?

Incluso ¿podría decirse que no es necesariamente la emocionalidad lo que define a los hombres y a las mujeres? Iniciar una problematización de la relación entre las emociones y el género de los hombres es el principal objetivo de esta comunicación. Pretendo cuestionar sobre la obviedad, esculcar sobre lo dicho acerca de las emociones en los hombres en algunos de los planteamientos teóricos sobre la construcción de las masculinidades.

También se presentará una breve incursión sobre algunos de los elementos teóricos de la perspectiva sociológica de las emociones, es particular, sobre la perspectiva constructivista. Incorporo algunos cuestionamientos sobre sus relaciones como posibilidades para conformar una línea de investigación de largo plazo.

I. Sobre las emociones en el género de los hombres.

Antes de presentar algunos de los señalamientos sobre las emociones que distintos autores hacen al proponer una concepción teórica del género de los hombres conviene puntualizar algunos puntos de partida. Cuándo nos referimos a la(s) masculinidad(es), al género de los hombres[2], ¿a qué nos estamos refiriendo o a qué queremos referirnos? ¿A ciertas características de ciertos hombres; al rol social que se les asigna; a los estereotipos que se construyen sobre ellos; a los significados que se les atribuyen; a las estructuras sobre las que se fincan las relaciones y las prácticas sociales entre hombres y mujeres?

Cada perspectiva tiene un sustento teórico y desde luego connotaciones interpretativas distintas. Es pertinente considerar las posibilidades y sopesarlas para una vez elegida una orientación, mantener una coherencia, y desde luego evitar la adopción acrítica de las propuestas teóricas. Aquí consideraré la masculinidad como:

a) Un proceso de búsqueda permanente y reafirmación constante de asimetrías y alternativas de cambio en las relaciones entre los géneros e intragenéricamente. Promover y mantenerlas o romper con ellas requiere un trabajo continuo que está estructurado socialmente.

b) La participación de los sujetos en este proceso de relaciones asimétricas se da tanto de forma consciente como inconsciente.

c) Es ante todo una relación de poder-resistencia-contrapoder. No es un sistema de complementariedad y distribución de papeles para los hombres y las mujeres que necesita un ordenamiento; más bien es un enfrentamiento de visiones del mundo y un espacio de prácticas sociales.

d) Es la construcción de un universo simbólico en constante cambio. Los significados que sobre el significante se construyen, se modifican con el tiempo. El universo de significantes encierra el mundo material y las relaciones sociales.

e) Las relaciones entre los géneros e intragenéricamente están traspasadas por la intersección del tiempo vital y secular. La temporalidad nos ayuda a comprender los procesos de simbolización y cambio de la masculinidad y de los géneros.

f) La masculinidad incide en el sujeto y lo transforma; éste, a su vez, posee elementos que pueden modificar la estructura social. La masculinidad es, entonces, una red de relaciones complejas de interconexión múltiple y no una relación lineal de dependencia entre estructura social (flecha) objeto sexuado (Ramírez Rodríguez, 2005).

La masculinidad como un campo de estudio forma parte y es deudor de los estudios de género con mujeres y del feminismo. No son espacios teóricos y de práctica social monolíticos, más bien su carácter multiforme los convierte en una fuente rica de proposiciones para comprender la realidad social en que están inmersas las mujeres y los hombres. Las proposiciones conceptuales son instrumentos elaborados críticamente para comprender fenómenos sociales particulares. Veamos ahora el sentido con que se aluden las emociones por parte de algunos estudiosos de la masculinidad.

Uno de los temas más relevantes en los estudios de género de los hombres son las relaciones de poder. El poder es generalmente concebido como control con diversidad de aristas. Kaufman (1997) en el artículo “Las experiencias contradictorias del poder entre los hombres”, cuestiona esta concepción que se presenta como unívoca y muestra sus contradicciones asociadas a la alienación y la opresión.

Por una parte reconoce que el poder también puede formularse «en función del potencial para usar y desarrollar nuestras capacidades humanas. Este punto de vista se basa en la idea de que somos hacedores y creadores, capaces de utilizar el entendimiento racional, el juicio moral, la creatividad y las relaciones emocionales.» (Kaufman, 1997:67).

En general el poder es entendido como imposición, como el control sobre otros y sobre sí mismo, “sobre nuestras indómitas emociones”. Este control sobre las emociones es uno de los costos que muchos hombres pagan para construirse como sujetos de masculinidad que respalda una hegemonía de género y reafirma las estructuras de la sociedad patriarcal.

La empatía, la receptividad, la compasión son rechazadas y generan dolor. El ejercicio de poder es fuente de dolor[3] y alienación porque el individuo y la colectividad, de la que forma parte, transforma su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debería esperarse de ella.

“La alienación de los hombres en la ignorancia de nuestras emociones, sentimientos y necesidades y de nuestro potencial para relacionarnos con el ser humano y cuidarlo (…) aumenta la solitaria búsqueda del poder y enfatiza nuestra convicción de que el poder requiere la capacidad de ser distante.” (Kaufman, 1997:72).

El aislamiento, consciente e inconsciente, produce una falta de diálogo entre hombres sobre como presentarse como sujetos de masculinidad durante las distintas etapas de ciclo vital. También se favorece la colusión, la complicidad entre hombres, que aunque juntos, difícilmente pueden llegar a intimidar, de manera que las dudas, confusiones y tensiones experimentadas como hombres terminan ocultándose por el temor a ser criticados. De esta manera se entretejen poder, dolor y miedo.

Una manera de presentar esquemáticamente esta compleja relación es la siguiente: la configuración de una práctica de género de un hombre opta por formas de control y dominación de sí mismo para poder hacerlo con los demás. Ello implica negar la expresión de emociones y de necesidades diversas (autocuidado, compasión, perdón. etc.), conlleva sufrimiento que no es posible manifestarlo porque sería signo de debilidad, feminización, generando temor, que se expresa como homofobia[4].

Para afirmarse masculino tiene que mostrar prácticas acordes a la concepción dominante de masculinidad. Existe una relación directa entre temor-dolor-control. El dolor y las heridas son producto de la forma en que se ejerce el poder patriarcal, que si bien es beneficiario de privilegios, deben también asumirse los costos implicados.

Nunca se llegan a suprimir las emociones, de manera que la represión genera intensificación y transmutación; una acumulación de energía emocional negativa (Turner, 2011) que nos hace más dependientes de ella y se buscan blancos socialmente aceptados para canalizarla, nos volvemos más dependiente de ellas expresándose en prácticas que infligen dolor que se es incapaz de reconocer, porque ha sido suprimido en sí mismos (Kaufman, 1999), entonces se presenta la violencia contra las mujeres, contra otros hombres, contra sí mismos.

La homofobia y la misoginia surgen como formas de acallar el miedo y dolor que genera en los hombres como constitutivo del ejercicio de poder patriarcal. Connell (1987) planteó en su libro Gender and Power. Society, the person and sexual politics, una estructura de relaciones para comprender la construcción de la masculinidad.

Consideró tres dimensiones: la laboral, la de poder y la cathexia. Esta última dimensión la desarrolla teniendo como referente a Freud. Considera la cathexia como aquello que está vinculado a lo emocional, que tiene una carga psíquica o energía instintual asociada a un objeto mental o a una imagen.

Las emociones asociadas a los objetos o imágenes pueden tener una carga hostil, negativa y no solamente aquellas energías emocionales que muestren afectos positivos; otra manera es presentarse como ambivalentes, que es la forma más común en las relaciones de cathexia. En The Man and the Boys (Connell, 2000), presenta el análisis de la cathexia en jóvenes australianos. El interés se centra en las experiencias sexuales de los jóvenes.

En ello aparecen distintas emociones como los celos, el amor y la vergüenza, entre otros, no hay un análisis específico de las emociones, sino que se aluden a las mismas como anexas a las vivencias que los jóvenes experimentan en sus prácticas sexuales. De la misma manera registra las percepciones y experiencias que tienen los jóvenes con su cuerpo y con el cuerpo de otros para analizar la importancia de lo corporal como elementos constitutivo de la masculinidad durante su desarrollo.

Las emociones, se enlistan, pero no se analizan. De esta forma, el potencial de la categoría cathexia, como el ámbito de lo emocional en la estructura de la masculinidad, podría ser un ámbito de exploración y desarrollo amplio. Bourdieu discutió en distintos momentos de su obra una conceptualización sobre la dominación social (Bourdieu y Wacquant, 1995).

Al aplicar esa reflexión a las relaciones entre hombres y mujeres utilizó el concepto de dominación masculina (Bourdieu, 2000), que no es otra cosa sino una versión de la crítica feminista a las estructuras de poder patriarcal en las distintas sociedades, con la particularidad de estar sustentado en las bases teóricas del campo y el habitus.

Una limitante de esta orientación es la concepción binaria recurrente, dominador/dominada, hombre/mujer, documentada en distintos pasajes de su trabajo. En su libro “La dominación masculina” apunta la importancia de las emociones, pasiones y sentimientos como elementos de la violencia simbólica.

«Los actos de conocimiento y de reconocimiento prácticos de la frontera mágica entre los dominadores y los dominados que la magia del poder simbólico desencadena, y gracias a las cuales los dominados contribuyen, unas veces sin saberlo y otras a pesar suyo, a su propia dominación al aceptar tácitamente los límites impuestos, adoptan a menudo la forma de emociones corporales -vergüenza, humillación, timidez, ansiedad, culpabilidad-o de pasiones y de sentimientos- amor, admiración, respeto-; emociones a veces aún más dolorosas cuando se traducen en unas manifestaciones visibles, como el rubor, la confusión verbal, la torpeza, el temblor, la ira o la rabia impotente, maneras todas ellas de someterse, aunque sea a pesar de uno mismo y como de mala gana, a la opinión dominante, y manera también de experimentar, a veces en el conflicto interior y el desacuerdo con uno mismo, la complicidad subterránea que un cuerpo que rehúye las directrices de la conciencia y de la voluntad mantiene con las censuras inherentes a las estructuras sociales.» (Bourdieu, 2000:55).

Las emociones, pasiones y sentimientos no son elementos accesorios en la comprensión de la construcción de la masculinidad dominante, son parte de los diversos mecanismos que permiten consciente o inconscientemente reproducir los procesos de asimetría social, que garantizan y refuerzan las posiciones dominantes, aún contra toda voluntad de transformación, ya que como el mismo Bourdieu anota: «Si bien es completamente ilusorio creer que la violencia simbólica puede vencerse exclusivamente con las armas de la conciencia de la voluntad, la verdad es que los efectos y las condiciones de su eficacia están duraderamente inscritos en lo más íntimo de los cuerpos bajo forma de disposiciones.» (Bourdieu, 2000:55).

Por ello es complejo y difícil modificar las prácticas de relación de dominación (que se ejemplifican en la violencia de género, la conciliación de los espacios y prácticas laborales y domésticas, la relación en los grupos de pares) porque la dominación está instituida no en el campo de lo cognitivo de manera exclusiva, sino está inscrito en los procesos de percepción del mundo, en las creencias, en las estructuras que moldean las dominación como parte de las instituciones: familia, escuela, trabajo, redes sociales, diversión, el humor, etc.

Inscrita en los cuerpos, en las emociones, sentimientos, percepciones, valoraciones y deseos, es una disposición duradera que se dispara en momentos clave como: la elección de pareja, la relación con hombres, con mujeres, la manera de relacionarse consigo mismo.

«La virilidad, entendida como capacidad reproductora sexual y social, pero también como aptitud para el combate y para el ejercicio de la violencia (en la venganza sobre todo), es fundamentalmente una carga. (…) el hombre <<realmente hombre>> es el que se siente obligado a estar a la altura de la posibilidad que se le ofrece de incrementar su honor buscando la gloria y la distinción en la esfera pública. La exaltación de los valores masculinos tiene su tenebrosa contrapartida en los miedos y las angustias que suscita la feminidad[5] (…) Todo contribuye así a hacer del ideal imposible de la virilidad el principio de una inmensa vulnerabilidad» (…) Al igual que el honor -o la vergüenza, su contrario, de la que sabemos que, a diferencia de la culpabilidad, se siente ante los demás-, la virilidad tiene que ser revalidada por los otros hombres, en su verdad como violencia actual o potencial, y certificada por el reconocimiento de la pertenencia al grupo de los <<hombres auténticos>>. Muchos ritos de institución, especialmente los escolares o los militares, exigen auténticas pruebas de virilidad orientadas hacia el reforzamiento de las solidaridades viriles. (Bourdieu, 2000:69-70).

Venganza, miedo, honra, angustia, vulnerabilidad, vergüenza, culpa. Un vendaval de emociones, sentimientos, pasiones que conducen a la configuración de una masculinidad caracterizada por la libido dominandi, a la que se sujeta y para fin de reafirmarse recurre a violaciones colectivas (un ejemplo reciente es la violación de turistas españolas en la ciudad de Acapulco[6]), visitas colectivas al burdel. Igual sucede con las formas de «valentía» reconocidas por el ejército o la policía (Figueroa Perea, 2007), por los grupos de élite, por las bandas de delincuentes (Cruz Sierra, En prensa), incluso colectivos en el espacio laboral, como los trabajadores de la construcción que rechazan medidas de seguridad, desafían el peligro a través de fanfarronerías y son responsables de accidentes y muertes (López Gallegos, 2008).

El principio de estas acciones está en el miedo al rechazo del grupo, ser considerado como débil. La valentía-cobardía, al parecer es una suerte de transmutación derivado del miedo reprimido (Turner, 2011). ¿Cómo sistematizar este complejo conjunto de emociones que surgen y dan sentido a las relaciones sociales, a la construcción del género de los hombres? ¿Son resultado de la estructura social o son parte de la misma? ¿Las emociones tienen origen y son expresión de nuestra condición biológica o son una suerte de procesos socioculturales o una combinación biosociocultural? ¿Son las emociones una ventana para comprender las configuraciones de las masculinidades o son atributos? ¿Nos ayudan a entender las prácticas de género de los hombres en sus distintos campos de relación social?

Sin el ánimo de dar respuesta a estos cuestionamientos, pero sí de brindar algunas pistas de la importancia de las emociones bajo una óptica sociocultural, pasemos al siguiente apartado.

II. Las emociones desde una perspectiva social

Hay distintas propuestas que tratan de caracterizar lo que son la emociones. Elster (2001) propone algunas de ellas, que considera que no se pueden universalizar. Así anota las siguientes: Sensación cualitativa singular Aparición súbita Imprevisibilidad Corta duración La desencadena un estado cognitivo Dirigidas hacia un objeto intencional Inducen cambios fisiológicos (excitación) Tienen expresiones fisiológicas y fisonómicas Inducen tendencia a realizar determinadas acciones Van acompañadas de placer o dolor (valencia) (Elster, 2001:35).

Estas características o propiedades de las emociones orientan a pensarlas como procesos complejos y multidimensionales que requieren de un ordenamiento no basado en sí mismas, sino en un sustento teórico que proporcione sentido, orden y estructura de éstas y quizá otras características. Más que campo disciplinar, las emociones convocan a diversidad de disciplinas para estudiarlas, aportando métodos y técnicas de aprehensión particulares para describir y analizar sus distintas facetas y relaciones (Stets y Turner, 2007). Veamos algunas de ellas. Se han propuesto tres modelos para su comprensión: Orgánico o biológico que considera las emociones como naturales, involuntarias y universales; Interactivo en que la génesis de las emociones es una mezcla biológica y social, las emociones son producto de las interacciones; Construcción social que las entiende como productos socioculturales con distinto grado de radicalidad, la más acendrada concibe incluso las emociones primarias como productos socioculturales porque intervienen procesos congnitivos (creencias, juicios) que no pueden atribuirse a seres no humanos.

Por otro lado se encuentra una vertiente no radical o débil que considera tanto componentes biológicos como socioculturales (Enríquez Rosas, 2009). Otra manera de acercarse a analizar las emociones desde una orientación sociológica es la propuesta por Bericat Alastuey (2000), que distingue: la sociología de las emociones, la sociología con emociones, y la emoción en la sociología. La sociología ‘de’ la emoción estudia las emociones haciendo uso del aparato conceptual y teórico de la sociología, o sea, estudia las relaciones entre la dimensión social y la dimensión emocional del ser humano.

Considera a Kemper como uno de sus exponentes, que relaciona los conceptos claves como son el estatus y el poder con cuatro emociones negativas: depresión, vergüenza, culpa y miedo. La sociología ‘con’ emociones representa la voluntad de incorporar el componente emotivo en las investigaciones. En este caso, Hochschild muestra como la incorporación de las emociones en el estudio sociológico contribuye a descubrir fenómenos sociales y la definición precisa de su naturaleza. La emoción ‘en’ la sociología incorpora las emociones al análisis metateórico. En este vertiente Scheff trata la comprensión social de los sentimientos de vergüenza y orgullo. Él considera que “los vínculos instrumentales que puedan unirlos a las personas, nuestros vínculos propiamente sociales que se definen y alimentan por los procesos emotivos de la vergüenza y el orgullo. Una interacción social no susceptible de provocar los vergüenza u orgullo no constituye un vínculo social en sentido estricto.» (Bericat Alastuey, 2000:151).

Cada modelo u orientación representa un potencial para explicar distintos componentes de la construcción social del género de los hombres. Dado mi interés en la orientación constructivista, retomo el planteamiento que Bericat denomina como “sociología con emociones” y presento algunos planteamientos elaborados por Gordon (1990).

Gordon identifica cuatro dimensiones de las emociones: 1. El origen de las emociones que considera están sujetas a una definición social. 2. La temporalidad. Emociones como de corto plazo y largo plazo. Las primeras tienen particular importancia para la psicología, en cambio las de largo plazo (por ejemplo: el amor, la amistad, la venganza) lo son para las ciencias sociales. 3. La estructura se refiere a la organización social de las emociones que puede ser parcial o totalmente independiente de los que el individuo experimenta de manera particular. 4. El cambio de las emociones a nivel micro no tienen una causa psicológica pura.

¿Cómo describir las emociones? La experiencia y el comportamiento permiten acercarse a la descripción de las emociones considerando cuatro aspectos: 1. Sensaciones corporales. Son los estados orgánicos y sus transformaciones, cuando tienen impacto en la acción social, entonces adquieren relevancia para el análisis social. 2. Expresiones gestuales y acciones moduladas socialmente. 3. La situación social o relacional que tiene un componente cognitivo y otro social. 4. Cultura emocional. Para cada emoción aprendemos un vocabulario asociado, normas y creencias acerca de ella. Las emociones son un sistema abierto y por tanto todos los elementos que las componen y aquellos con los que entran en contacto son no sólo factibles de estudiarse sino que es deseable hacerlo.

Ahora bien, pensando en las implicaciones que tiene para los hombres ¿cómo se va construyendo el universo emocional ligado a la masculinidad? Una posibilidad es identificar el vocabulario que los hombres utilizamos para referir las emociones, vocabulario compuesto por: a) experiencias comunes compartidas por los hombres; b) atendiendo aspectos significativos de la interacción social; c) identificando las unidades que son suficientemente distintas. Al respecto cabe preguntarse ¿cómo se denominan las emociones por los hombres? ¿Existe una subcultura emocional entre los hombres? ¿El humor, el doble sentido, el albur forma parte del acervo emocional compartido por los hombres, o es un espacio sociocultural lúdico que favorece la expresión emocional y en tal sentido otro ámbito de discusión diferenciado de las emociones?

Kaufman (1997) entre otros autores[7] advierte que existe un semivacío emocional en los hombres, porque suprimen aquellas que lo pueden colocar en una situación de descrédito en su entorno, por tanto, parecería que no se cuenta con recursos para identificar determinado tipo de emociones. ¿Cuáles son los problemas que se desarrollan en la interacción social cuando se carece de nombres para las emociones o cuando un dominio emocional amplio como puede ser la tristeza es solamente discriminado por el lenguaje de una manera burda?

Esta inquisición sugerida por Gordon resulta pertinente para comprender la vida emocional de los hombres, que no tenemos un desarrollo amplio y suficiente para denominar las distintas experiencias emocionales por las que transitamos y se necesitan explorar éstas no sólo a través de listados de palabras referidas a emociones, sino reconocerlas en las conversaciones abiertas, en la gestualidad, en los sentimientos que se experimentan poniendo atención en el caló, en los regionalismos, en el leguaje ambiguo e incompleto, en los juegos en que participan.

Los hombres nos vamos construyendo como sujetos de género a lo largo del ciclo vital. La socialización en la familia es fundamental y es muy probable que esta sea una instancia de formación universal.

Los y las cuidadoras de los niños modelan su experiencia emocional de distintas maneras, al estimularlos ya sea sancionando o premiando: «los muchachos grandes no lloran», «no te escucho como si realmente estuvieras arrepentido»; las mujeres cuidadoras son menos tolerantes al enojo de los niños que los hombres. Esta socialización diversa relacionada con diferentes agentes de socialización nos pueden proporcionar información sobre el vocabulario, las normas, los estilos de expresión y la manera como se integran todos dentro de una persona que manifiesta un comportamiento y una experiencia emocional particular.

Sin duda alguna es relevante la socialización y cómo ésta impacta la construcción de las emociones. Berger y Luckman son enfáticos en señalar que la socialización primaria tiene un impacto en la configuración identitaria en la niñez porque está acompañada de un componente emocional, por tanto, es difícil su modificación. En cambio la socialización secundaria es más endeble y factible de modificarse (Berger y Luckman, 2011).

Considerando la socialización ¿cómo se vertebra la formación o educación emocional a lo largo del ciclo de vida? ¿Cuáles emociones son reconocidas, nombradas y estimuladas? ¿Existe un proceso secuencial en la construcción de la vida emocional de los hombres? Si es así, ¿cuál es la secuencia de socialización de las emociones entre los hombres? ¿Cuáles son los espacios y relaciones particulares de mayor fuerza: la familia, la escuela, los grupos de pares, el espacio laboral, los ámbitos recreativos y de ocio?

En las últimas dos décadas han aparecido grupos de hombres que trabajan con hombres atendiendo problemas de violencia por lo que es pertinente preguntarse ¿cuáles son las implicaciones emocionales de los hombres en procesos de resocialización de género? Hasta dónde ésta resocialización incorpora elementos moralizantes y si están presentes como impacta en la reconfiguración de las emociones de los hombres participantes. Otras fuentes socioculturales que impactan la construcción emocional de los sujetos son las publicaciones científicas; los discursos religiosos; los manuales de comportamiento cívico y urbano; las revistas de esparcimiento y ocio. Este es un espacio sociocultural privilegiado para el análisis por ser una vitrina que exhibe la manera como se promueve, reafirma, rechaza y sanciona expresiones emocionales genéricas que tensionan las relaciones entre mujeres y hombres, y entre hombres.

México que es reconocido como una país en que el promedio de libros leídos por persona en muy bajo, paradójicamente tiene grandes tirajes de comic’s como la revista “Vaquero” y que promueve no sólo prácticas sino una vida emocional de género, ¿qué impacto tienen este tipo de revistas en los hombres que las consumen? En iguales circunstancia se encuentran las revistas Playboy, Men’s Health, entre otras.

Otro ámbito de exploración de trascendencia es la institucionalización de las emociones. Las instituciones tienen asociadas formas de expresión emocional específicas, por ejemplo, la institución matrimonial institucionaliza emociones como el amor y la expresión sexual; los militares organizan el enojo o el regocijo en la batalla8[8]la religión gobierna la tristeza sobre la muerte y la pérdida; el deporte y el juego, la sorpresa.

La desinstitucionalización de las emociones, pone como ejemplo la ritualización del coraje y la agresión entre los aficionados, que en el futbol mexicano han añadido elementos simbólicos y de territorialidad, el uso de un lenguaje insultante, agresivo y homofóbico.

La “Barra 51” del Atlas popularizó y fue acogido sin ninguna reserva por otras barras de clubes el grito “Eeeeeeeeeeeeehhh ¡puuutoos! En el momento de que despeja el portero contrario. Estos procesos en el que están en constante tensión la institucionalización y la desinstitucionalización de las emociones, en otras palabras lo que se controla y lo que se desborda y que configura formas de masculinidad tienen trascendencia por los efectos lesivos que producen y merecen atención.

III. A manera de cierre.

Se ha presentado un apunte sobre las emociones aludidas en algunos planteamientos teóricos sobre el género de los hombres, las masculinidades. No existe una homogeneidad sin distintos énfasis en el componente emocional. La sistematización teórica desde los estudios de género de los hombres sobre las emociones necesita ser desarrollada, porque, lo que si se evidencia es su centralidad en la definición de las configuraciones genéricas.

La sociología de las emociones, en particular el constructivismo social abren una ventana para sistematizar un estudio de largo plazo sobre la relación entre emociones y masculinidad.

Se han incorporado una serie de cuestionamientos preliminares con el fin de estimular una discusión que pueda fructificar en el corto plazo en la elaboración de una línea de investigación sobre este importante campo del conocimiento.

Referencias

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[1] 1 Es pertinente cuestionar acerca de esta afirmación y su respuesta que en apariencia es contundente. Habría que explorar las implicaciones que tiene la racionalidad como práctica social y sus formas de expresión, espacios, actores, etc. Por tanto, caben algunas preguntas como las siguientes: ¿Qué significa la razón? ¿Cómo se interpreta? ¿Cómo se ejerce o cuáles son sus formas de práctica social? ¿Cómo se constituye en una práctica social y se adquiere una connotación de género, de apropiación de la masculinidad o de una configuración(es) de masculinidad(es)? ¿Acaso no se contrapone con la herencia de la modernidad, con la ilustración, como argumenta Seidler (2000)? ¿Hasta dónde ha permeado esto en la sociedad mexicana, tapatía? ¿Tienes relación con la clase social o con el entorno cultural ilustrado, porque entre quienes no han desarrollado habilidades argumentativas que son producto del ejercicio racional, los argumentos son sustituidos por la coerción? Eso se puede observar en las relaciones de violencia, no sabemos nombrar las emociones, sentimientos, entonces se trasladan a acciones, a la quinesia corporal.

[2] Desde luego que otras perspectivas se contraponen a este planteamiento, por ejemplo la perspectiva mitopoética de la masculinidad, se sustenta en otras premisas teóricas, recurren a los arquetipos jungeanos que definirían desde un lugar del inconsciente colectivo lo que se considera como lo masculino con un carácter universal. En tal sentido puede consultarse a Moore y Gillette (1993) y Thompson (1993).

[3] «Las entrevistas con violadores y con hombres que han golpeado a mujeres muestran no sólo desprecio hacia ellas, sino frecuentemente un odio y un desprecio mucho más profundos hacia sí mismos. Es como si, incapaces de soportarse, atacaran a otros, posiblemente para infligir sentimientos similares a quienes han sido definidos como un blanco socialmente aceptable, para experimentar una sensación momentánea de poder y control.» (Kaufman, 1997:72) 4 Para una discusión sobre este concepto ver Núñez Noriega (2005), Kimmel (1994).

[4]

[5] Godelier (1986) describe en detalle los miedos que los hombres baruya experimentan por la resistencia con que las mujeres pueden enfrentar la dominación de ellos y que ha derivado incluso en asesinatos o suicidios.

[6] Lo refiero no porque sea algo extraordinario (que debería serlo), sino porque ha recibido atención mediática y ha sido del conocimiento general. Desafortunadamente es una práctica frecuente y silenciada (http://www.eluniversal.com.mx/notas/900757.html, http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/c177db937c7f4deb5ef6f32cca6aeec8).

[7] Seidler (2000) a partir del trabajo en grupos de consciencia entre hombres y la reflexión filosófica y de la teoría social; Castañeda Gutman (2002) desde la perspectiva psicoterapéutica.

[8] De la que tenemos experiencias cotidianas en nuestro convulsionado país, dada la violencia institucionalizada.

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