En entrevista con Niú, la directora de CEPREV analiza las raíces de la violencia machista y propone soluciones para erradicarla Psicóloga, socióloga y periodista, Mónica Zalaquett Daher tiene más de 20 años desarrollando una metodología para erradicar la violencia. Directora del Centro para la Prevención de la Violencia (CEPREV), ha trabajado con hombres, mujeres y niños en Centroamérica para hablar de los miedos y traumas más profundos en nuestra sociedad.
En 2015, su organización fue víctima de una persecución por medios oficialistas, que la vinculaban a un individuo armado que atentó contra una manifestación opositora. Sin embargo, Zalaquett continúa con su trabajo de cambiar la mentalidad de las personas sobre la violencia imperante, especialmente la que sufren las mujeres de la región.
Ante las alarmantes cifras de atroces asesinatos contra mujeres, la experta considera que es necesario comprender de fondo el machismo, y trabajar junto a los hombres para deconstruir esas prácticas.
En esta entrevista con Niú, Zalaquett habla sobre las raíces de la violencia en nuestra sociedad, los femicidios, el machismo y el papel del Estado y los ciudadanos para cambiar esa realidad. «Cada uno de nosotros reafirma la cultura de violencia, eso es lo dramático, el Estado no es más que la expresión de todos nosotros allá arriba, y lo que le criticamos al Estado pasa en muchísimas familias», dice la experta.
¿Somos educados y educadas para ser violentos?
La violencia se inserta en la rutina a partir de la creencia que unas personas valen más que otras y por lo tanto tienen más derecho y de eso se derivan las relaciones de poder entre los seres humanos, que son la raíz de todas las formas de violencia.
Por ejemplo, si yo creo que valgo más que vos, o que un hombre más que una mujer, o yo más que vos porque soy una adulta y vos sos joven, a partir de esas creencias se generan apreciaciones, juicios sobre el valor de los seres humanos, se supone que un hombre vale más de una mujer, que una persona de tez más clara vale más que una de tez oscura y partir de eso se generan relaciones de poder y jerarquías entre los seres humanos.
La violencia debe empezar a erradicarse desde la niñez, dice la experta.
Las relaciones de poder son el camino rápido para el abuso del poder, cuando hay una relación en la que yo tengo más poder que vos, porque creo que tengo más valor como ser humano, y ejerzo aburridamente ese poder, ese ejercicio del poder, requiere de la violencia como un medio para funcionar, es decir la violencia es inherente a las relaciones de poder y al autoritarismo que se deriva.
¿Cuál es la diferencia entre un femicidio y un homicidio? ¿Por qué es importante hacer esa diferencia?
El femicidio acepta que hay una motivación de género para el asesinato de una mujer, y concretamente a qué nos referimos con una motivación de género, a la creencia precisamente de que un hombre tiene todo el derecho de hacer lo que quiera con el cuerpo y la vida de las mujeres, solo por ser hombres, y de que los cuerpos de las mujeres son una especie de pertenencia colectiva de los hombres.
Las personas empiezan a ejercer abusivamente ese sentido de propiedad sobre los demás, de ahí vienen las canciones como “sin ti no podré vivir jamás” o los dichos “Mío o de nadie”; y viene la desesperación de un hombre, en un momento en que las mujeres están cambiando en el mundo, en que están cambiando las creencias en la mujeres sobre sus propias vidas, en que salen a la vida pública, en que están cambiando las relaciones en la familia, económicas, porque ahora la mujer es un sujeto económico y antes no lo era.
El hombre está aún mucho más enojado, entonces existe una constante prueba de la masculinidad a través de la violencia, los hombres enojados con la pérdida de poder recurren a la violencia como una manera de reafirmar su poder, por eso es que si no entendemos las relaciones de poder, no podemos entender por qué existen femicidios.
¿Cuáles son los ejemplos en la cultura popular, que reafirman y justifican la violencia?
Me decía una niña en una conferencia, “yo no sabía que era violencia cuando mi mamá todos los días que llego de clase me dice, ya llegaste hija de la gran p*». Eso es un trato “cotidiano” para esa niña y ella no se da cuenta que es violencia. Hay tonos de voz, los gritos, palabras, la descalificación, el abandono, hay muchas formas de violencia, y todas esas formas violencia están conectadas entre sí.
No es tan diferente la violencia que se ejerce contra la niñez, de la violencia que se ejerce contra la mujer, todas tienen rasgos en común, en todas ellas hay aspectos de las relaciones de poder y hay abuso de poder. Cuando tú le pegas a un niño de cinco años, porque eres su mama, ese niño no te puede responder, pero cuando ese niño esté grande le va a pegar de la misma manera a su hijo.
El tema de la violencia es un tema muy complejo, pero hay unos aspectos clave como ese, como por ejemplo que muchas veces la violencia es la explosión de emociones y sentimientos altamente reprimidos, por ejemplo, si a un niño chiquito vos le pegás y le decís no llorés porque sos hombre y ese niño es violentado, es abusado de muchas formas y crece sin poder expresar lo que siente, se convierte en una bomba de tiempo que un día va a explotar, y se va a llevar por delante lo que tenga cerca, todo eso ese niño lo va a ir acumulando. Los hacés así, y matan y se matan, hieren a otras personas.
Hablemos del perfil de los femicidas, a propósito de esta ola de femicidios que cada vez son más crueles…
El machismo es una patología, no es la masculinidad normal y sana, es una distorsión, una desviación de la masculinidad sana. Una distorsión generada precisamente en la cultura patriarcal a partir de los intereses, del sentido de la propiedad sobre las personas. El machismo realmente viene siendo como la peor versión y la versión más enferma de la masculinidad, pero en nuestra sociedad se considera que eso es normal, porque la violencia es condición de la masculinidad.
Los hombres tienen mil formas en las que la sociedad les pide día a día que demuestren que son hombres, si no lo hacen dudamos. Eso es una opresión cultural tremenda. ¿Qué significa esto? Digamos que a un hombre que le dice su mujer, mira yo ya no quiero seguir viviendo con vos, los amigos vienen y le dicen, «mirá ¿cómo es posible? Esa mujer anda con otro, te las anda ‘pegando’, un hombre verdadero, no deja que eso pase». Ese hombre siente que si no hace algo con esa mujer, tiene una ira no solo causada por una situación concreta, sino por una creencia, la creencia de que él no es hombre si no hace algo por esa mujer, no la mata, no le pega o no la hiere.
Aparte de eso, si ese hombre fue un niño violentado por su madre de niño, sumale todas las cosas de la historia de vida. No se considera una justificación para la agresión, se considera que es urgente entender este fenómeno para evitar que ocurra, a mí no me interesa echar presos a los hombres, me interesa que no maten a la mujeres, porque si tenemos una sociedad que solo está pensando en las cárceles como solución a los problemas, así estamos repitiendo los mismos patrones de creencias que generan violencia, condenando presos a personas que a lo mejor no tendrían que haber acabado así.
Pero la respuesta institucional, no solo en Nicaragua sino en otros países ha sido esa, no atacar la raíz del problema…
¿Por qué? Porque estamos alimentando y defendiendo una cultura patriarcal a través de miles de acciones culturales, educativas, etcétera. Es muy complejo el fenómeno, tenemos que hacer cambios drásticos de las creencias en la educación, en los medios de comunicación, tenemos que aprender a comunicarnos porque no tenemos la menor idea como comunicarnos… La gente se ofende y se grita como algo cotidiano, son muchos patrones de conducta que alimentan la violencia, pero detrás de todos están las creencias de género y por eso hablamos de femicidio.
Si el Estado no hace nada porque reafirma esta cultura, ¿Qué es lo que se debería hacer?
El problema es que no es solo el Estado. Cada uno de nosotros la reafirma, eso es lo dramático, el Estado no es más que la expresión de todos nosotros allá arriba, y lo que le criticamos al Estado pasa en muchísimas familias. Claro, el Estado es la expresión máxima de esa cultura, y ellos no se van a interesar por hacer un cambio de raíz, ese cambio lo tenemos que hacer nosotros, nuestra organización se ha dedicado a eso por 20 años, y créeme que hemos logrado grandes cosas en Centroamérica…
En el taller que yo estaba la semana pasada en Honduras, una señora se paró y dijo: antes morían 12 jóvenes al mes en mi barrio, ahora solo muere uno. Ellos han recibido nuestros talleres y nosotros lo hacíamos aquí en Nicaragua, hasta que nos pararon, no es casualidad, nos pararon porque estamos trabajando por la raíz del problema.
«El cambio lo tenemos que hacer nosotros».
Hay intereses para mantener la violencia hacia las mujeres. De la misma cultura machista que se defiende como gato panza arriba porque son relaciones de poder. Estamos tocándole los huevos al toro, la Ley 779 fue tocarle los huevos al toro. El error ahí fue tocarle los huevos al toro sin proteger la vida de las mujeres, echar presos a los hombres no resuelve el problema.
Los agresores decían si me echan preso por pegarle a la próxima vez la mato, yo no voy a esperar a que me echen preso por un golpe… Es un problema complejo pero tenés que educar mientras avanzas en las leyes, los mecanismos coercitivos y las sanciones judiciales. Yo defiendo eso porque nosotros somos los que hemos obtenido más cambios evidentes en los comportamientos masculinos violentos.
El sistema necesitaba a la mujer, como un sujeto laboral, pero no necesita al hombre como un sujeto en la familia. Hemos integrado a las mujeres en el mundo pero no hemos integrado a los hombres en lo que nosotros queremos hacer, y es el camino para la vida y la seguridad de las mujeres, no hay otro. Y se puede y nosotros lo hemos demostrado, y nos tienen reprimidos, por eso.