La realidad que enfrentamos, la realidad socio histórica, tiene múltiples significados. No es una realidad clara, inequívoca, con una significación cristalina y a la cual se le pueda abordar sencillamente construyendo teorías o conceptos. No es así por diversas razones, las cuales forman parte del debate que hoy día se da en el ámbito académico sobre el problema que afecta a las ciencias sociales, y que yo resumiría en un concepto: el desajuste, el desfase que existe entre muchos corporas teóricos y la realidad.
Esta idea del desfase es clave, ya que alude a los conceptos que a veces utilizamos creyendo que tienen un significado claro, y no lo tienen. Esto plantea la necesidad de una constante resignificación que, aun siendo un trabajo complejo, es también una tarea central de las ciencias sociales, sobre todo de aquellas de sus dimensiones que tienen que ver con la construcción del conocimiento.
Dicho de otra manera, es un tema central en el proceso de investigación y, por lo tanto, es un tema central de la metodología.
La necesidad de resignificar surge precisamente por el desajuste entre teoría y realidad.
Pero, ¿por qué el desajuste? Por algo elemental: el ritmo de la realidad no es el ritmo de la construcción conceptual. Los conceptos se construyen a un ritmo más lento que los cambios que se dan en la realidad externa al sujeto, por eso constantemente se está generando un desajuste.
Dicho así parece como un problema menor pero, en verdad, tiene consecuencias profundas porque en la medida en que no resolvemos este problema, podemos incurrir en discursos y enunciados, o manejar ideas, que, pudiendo tener una significación en términos de la bibliografía o, para decirlo de una manera más amplia, en el marco del conocimiento acumulado, no tengan necesariamente un significado real para el momento en que construimos el conocimiento.
En el ámbito de las universidades de América Latina, lo que decimos es un tema que debería ser abordado, pero que desafortunadamente no lo es. Se constata de manera clara en las políticas de formación de los científicos sociales en América Latina: no hay preocupación por el tópico, o bien, se cree que es exclusivo de los filósofos de la ciencia, de los lógicos, y no de quien quiere construir un conocimiento sin necesidad de incursionar en las problemáticas de la filosofía de la ciencia o de la lógica.
Al no tomar en cuenta esta dificultad en la formación de los científicos sociales, corremos el riesgo de que ellos estén pensando ficticiamente, es decir, que – aun cuando existan excepciones- estén pensando sobre realidades inventadas. Tan simple como eso.
Esto tiene evidentemente consecuencias de orden práctico, porque si no supiéramos construir un pensamiento sobre la realidad que tenemos por delante, y esa realidad la definimos en función de exigencias conceptuales que pueden no tener pertinencia para el momento histórico, entonces significa que estamos organizando, no sólo el pensamiento, sino el conocimiento dentro de marcos que no son los propios de esa realidad que se quiere conocer.
Esta situación que, tal como la estamos planteando, parece como elemental y obvia, sin embargo es parte de uno de los via crucis de las ciencias sociales.
Afortunadamente, desde hace algunos años a la fecha, hay grupos de intelectuales latinoamericanos que han comenzado a reaccionar frente a este hecho y que han puesto de manifiesto que muchos de los conceptos que utilizamos para entender el Estado, la sociedad, las desigualdades, la democracia, la cultura, incluso para entender las dinámicas sociales, la propia educación, no responden a conceptos que estén reflejando la realidad que llamamos histórica, sino que son conceptos acuñados en otros contextos y que muchas veces la academia los repite sin revisar debidamente si están dando cuenta de realidades concretas.
Al no tener conciencia que se está dando un desajuste entre la teoría y la realidad que se pretende denotar, resulta que estamos inventando realidades. Situación que podemos reconocer no solamente en el ámbito de la investigación o de la docencia, de la academia en general, sino que también en otro orden de discursos, por ejemplo el discurso político.
En ocasiones nos encontramos con que este frecuentemente está amarrado a conceptos que no son pertinentes, que no están dando cuenta de la realidad. Todo lo cual supone, entre otras implicaciones, plantearse la cuestión y tratar de resolverla; resolución que en ningún caso podríamos considerar que es exclusivamente teórica, en el sentido de que basta construir un cuerpo de proposiciones con una función explicativa que resuelva de una vez y para siempre el problema.
Precisamente es una cuestión que no se resuelve teóricamente, porque si así fuera, sería tanto como desconocer la naturaleza misma del problema. Si pienso que un desajuste de esta naturaleza se puede resolver a través de una teoría, no estoy tomando conciencia que el problema está en la teoría misma porque, por más brillante y genial que ésta sea, por definición corre el riesgo de desfasarse de la realidad.
La resolución, pues, no es teórica, en la medida que el problema es la teoría misma; por eso ésta requiere ser resignificada, revisada a la luz de las exigencias de las realidades históricas, muchas veces emergentes, nuevas, inusitadas, imprevistas. Ahora bien, si no es un problema que se va a resolver teóricamente, ¿cómo se resuelve? Es en este marco donde surge la cuestión importante de entender, y que se ubica en el plano de lo que de manera abstracta podemos definir como pensamiento.
Debo aclarar que no estoy identificando pensamiento con teoría, pues eso significaría volver al mismo vicio de creer que el desfase del que estamos hablando se corrige con el pensamiento teórico. En tanto es en éste donde cristalizan las teorías, correríamos el mismo riesgo de desfase o de desajuste del pensamiento teórico respecto de la realidad histórica.
Siendo así, cuando hablamos de pensamiento, ¿a qué nos referimos? A un pensamiento que se entiende como una postura, como una actitud que cada persona es capaz de construirse a sí misma frente a las circunstancias que quiere conocer.
No se trata de decir: tengo los conceptos y construyo un discurso cerrado, lleno de significaciones; se trata más bien de partir de la duda previa, anterior a ese discurso cerrado, y formularse la pregunta ¿cómo me puedo colocar yo frente a aquello que quiero conocer?
Lo que no es una cuestión teórica sino más propia de lo que llamaría una forma epistémica de resolver el problema. Surge entonces una discusión interesante que simplemente me limito a apuntar: la necesidad de distinguir entre un pensamiento teórico y un pensamiento epistémico, cuya diferencia está precisamente en el cómo se resuelve la relación del pensamiento con esa realidad que se quiere nombrar.
Me explico: en el pensamiento teórico la relación que se establece con la realidad externa – con la externalidad, para decirlo en términos más correctos, a la luz de las discusiones actuales- es siempre un pensamiento que tiene contenidos, por lo tanto el discurso de ese pensamiento es siempre un discurso predicativo, vale decir, un discurso atributivo de propiedad; ya que no es un pensamiento que puede dejar de hacer afirmaciones sobre la realidad pues un pensamiento teórico es un pensamiento que hace afirmaciones sobre lo real.
Quisiera poner un ejemplo para clarificar esta idea: si leemos un libro de un autor “X” y enfrentamos un problema que ese autor ha analizado, lo más inercial y frecuente es repetir las afirmaciones que el autor ha dicho sobre la realidad “A”, aunque estemos analizando la realidad “B”. Es decir, repetimos el mismo discurso aunque le agreguemos un enunciado con una serie de predicados, o para decirlo en términos más precisos, le agreguemos una hipótesis. Cuando hablamos de hipótesis estamos hablando de construcción de enunciados con predicados que dicen cosas, que no son vacíos; una hipótesis vacía es una contradicción, sería absurdo tener hipótesis sin contenido. Por lo tanto el pensamiento teórico es un pensamiento que ya tiene un contenido organizado y que puede ser el mismo contenido que se viene arrastrando (o puede ser un contenido diferente, pero lo fundamental es que tenga un contenido) y, por lo tanto, su estructura en términos de construir proposiciones es muy precisa.
En cambio, cuando hablamos de pensamiento epistémico nos referimos a un pensamiento que no tiene contenido y eso es lo que a veces cuesta entender. ¿Cómo puedo yo tener un pensamiento sin contenido? Si lo pusiéramos en términos de la discusión clásica, por ejemplo, con Karl Popper en su texto Conjeturas y Refutaciones, la centralidad del pensamiento epistémico es la pregunta, no es el predicado, no es la atribución de propiedades.
Esto, dicho así, aparece como de sentido común, pero el problema está en darle a la pregunta un status no simplemente de mera conjetura sino, más bien, de algo más amplio que eso, como es permitir que el pensamiento se pueda colocar ante las circunstancias. Se plantea la dificultad de colocarse frente a las circunstancias sin anticipar ninguna propiedad sobre ellas. Es un tema fundamental porque cuando se dice “colocarse ante las circunstancias”, frente a las realidades políticas, económicas, culturales, significa que estamos construyendo una relación de conocimiento sin que ésta quede encerrada en un conjunto de atributos; porque eso sería ya una afirmación teórica.
Es difícil esta forma de pensamiento epistémico porque la tendencia es ponerle siempre nombre a las cosas. Hay que vencer esta tentación; más bien la tarea sería preguntarse ¿cuántos nombres puede tener?.
Lo que decimos se viene discutiendo hace mucho tiempo, pues es un tema casi permanente en la historia de las ciencias, que no se termina por resolver de manera definitiva.
Quisiera ejemplificar con dos autores que, desde disciplinas muy diferentes a las que nos ocupan, han planteado el tema y lo han resuelto de manera diversa. Uno es Bachelard ( en textos como La Racionalidad Científica y La Filosofía del NO) que afirma que la tarea de la ciencia es ponerle nombre a las cosas. Según Bachelard, el problema sería cuidarse de dos grandes riesgos: uno, de no ponerle nombre viejo a cosas nuevas y, dos, de creer que porque no tienen nombre, en el momento en que se plantea, son innombrables.
En ese tránsito entre no colocar nombres viejos a cosas nuevas y creer que porque no tienen nombre son innombrables, se ubica lo que estamos llamando pensamiento epistémico.
Otro ejemplo es el de Lakatos. Cuando él se pregunta por qué el ser humano ha podido progresar en la construcción de su conocimiento, contesta más o menos en los siguientes términos: “porque la razón humana ha podido pensar en contra de la razón”, porque el hombre ha sido capaz de pensar en contra de sus propias verdades, porque ha podido pensar en contra de sus certezas.
Analicemos estas dos expresiones: significan no atarse, no quedarse atrapado en conceptos con contenidos definidos, sino plantearse el distanciamiento respecto de esos contenidos, o de esas significaciones, para buscar qué significaciones o contenidos pueden tener las cosas que estamos tratando de pensar. Es la problemática de lo que aquí llamo pensamiento epistémico.
Puede parecer un ejercicio puramente formal, pero relacionémoslo con lo que decía al comienzo, esto es, con el hecho de que la realidad socio histórica es una realidad mutable, en constante cambio, cualidad ésta en la que radica la explicación de porqué se producen los desajustes entre la realidad denotada y el pensamiento teórico. Es algo que estamos viendo permanentemente y de una manera clara. En el ámbito de las ciencias sociales latinoamericanas se ha tomado conciencia de cómo el pensamiento social ha estado durante muchísimos años atrapado en un conjunto de conceptos que no estaban dando cuenta de la realidad y que hay que redefinir.
Conceptos como Occidente, indio, blanco, raza, estratificación social, diferenciación social, explotación, empresario, obrero, capas medias, Estado, legitimación, etcétera, son algunos conceptos que hemos heredado de los textos, sin discusión ninguna, y que hemos aplicado como si la realidad fuera homogénea en los distintos países.
En la medida que estos conceptos nos parezcan rigurosos, muy coherentes porque conforman discursos altamente lógicos y muy persuasivos, muchos de ellos, estamos realmente cobijándonos al interior del discurso sin poder salirnos de él, por lo que no estamos pensando la realidad histórica concreta, sino una realidad inventada. El problema, entonces, está en distanciarse de los constructos, y ese distanciamiento es la función del pensar epistémico.
Cómo se expresa esto, cómo se “operativiza” lo que no es sólo un problema metodológico, ya que ocurre que también el discurso metodológico puede desfasarse. Ya lo han planteado los metodólogos a lo largo de la historia de la ciencias sociales: el canon metodológico, o sea las normas metodológicas, pueden ser grandes trampas también para el pensamiento. De pronto, conceptos como rigor, claridad, coherencia científica terminan por transformarse en afirmaciones absolutas, en circunstancias de que conceptos relativo de lo que es claro y lo que no lo es, o bien lo que es coherente y lo que no, se van resignificando a lo largo del tiempo.
En la medida que no se entienda esto, quedamos prisioneros de un armazón metodológico que impedirá reconocer las nuevas formas, las formas emergentes de la realidad socio histórica.
Pero existe una celda adicional a esta prisión del pensamiento en el plano metodológico: las técnicas. Estas pueden ser también grandes trampas. Cuando se les maneja sin la claridad necesaria respecto de lo que significan, o sin el conocimiento de su lógica interna, terminamos por creer que la realidad posible de estudiarse es sólo aquella que la técnica permite ver. Estos puntos también son parte de los desafíos del pensamiento epistémico.
Pero, en que consiste todo esto, cómo se puede expresar, si es que no sólo se reduce al plano metodológico. Es aquí donde surge una de las cuestiones más interesantes pero muy mal entendida: el de las categorías. Quiero detenerme en esto porque el problema de las categorías es el eje del pensamiento epistémico.
Como muchos de los problemas que hemos mencionado, deben ser objeto de un desarrollo mayor. En primer término, no hay que confundir lo que decimos con la vieja discusión que se ha dado sobre las categorías en el discurso de la filosofía; es decir, no estamos aludiendo con el concepto de categoría, por ejemplo, a lo que las viejas corrientes del pensamiento filosófico al estilo de Kant, plantearon con respecto a las categorías donde éstas, en el fondo y en la forma, daban cuenta de lo que podríamos llamar dos grandes cuestiones: o del fundamento último de la ciencia o de las posibilidades mismas de pensar. Esa es una discusión que sin duda alguna hay que tener, pero aquí sólo hago el acotamiento correspondiente para que no se piense que estamos confundiendo distintos planos.
Una segunda cuestión, sobre la cual habría que detenerse, es que las categorías, a diferencia de los conceptos que componen un habeas teórico, no tienen un contenido preciso, sino muchos contenidos. En ese sentido, las categorías pueden ser posibilidades de contenido, pero no son contenidos demarcados, perfectamente identificables con una significación clara, univoca, semánticamente hablando. También esta es una discusión antigua que no se da solamente en las ciencias sociales, sino también está presente en las ciencias de la naturaleza.
Si revisamos, por ejemplo, la historia de la ciencia a lo largo de dos mil quinientos años, nos encontraremos con esta tensión entre las categorías y lo que aquí llamamos conceptos teóricos. Hay categorías que se han mantenido a través de los siglos, aunque con distintos contenidos; incluso en un mismo momento, una categoría puede ser objeto de referencia de construcciones teóricas diferentes.
Pongamos algunos ejemplos.
El concepto de fuerza, de masa, y de energía, para poner tres casos de la ciencia de la naturaleza. En las ciencias sociales tenemos otros tantos como el concepto de poder, de sujeto, de masa social, de dinámica, y de conflicto. Esos no son conceptos que tengan una significación unívoca, ya que pueden tener muchas significaciones y es cuestión de revisar la literatura actual para ver que muchos de estos conceptos tienen presencia prácticamente en todos los textos, aún cuando sean textos discrepantes teóricamente entre sí.
El concepto de conflicto, por ejemplo, está presente en un Marx y está presente en un Parsons, por citar simplemente dos autores de referencia distantes entre sí teóricamente. En ambos se habla de conflicto, en ambos se habla de equilibrio, pero con significaciones muy diferentes porque los discursos teóricos –entendidos como la capacidad del ser humano de formular atributos a los fenómenos- son distintos.
Volvamos, pues, a la distinción entre pensamiento teórico pensamiento epistémico (idea que, por cierto, debo aclarar me la sugirió un alumno en un seminario en El Colegio de México).
En el sentido estricto de la palabra, el pensamiento epistémico es preteórico, funciona sin un corpus teórico y, por lo mismo, sin conceptos con contenidos definidos, con funciones claras de carácter gnoseológico o cognitivo, o para decirlo de otra manera, con funciones de determinación o con funciones de explicación.
Por lo contrario, son instrumentos del pensamiento epistémico, son categorías que me permiten plantearme esto que, de manera abstracta, he llamado “colocarse frente a la realidad”. Pero, en términos más concretos, ¿qué es colocarse frente a la realidad? Significa construir una relación de conocimiento, la cual es el ángulo desde el que yo me comienzo a plantear los problemas susceptibles de teorizarse.
Imaginemos, por ejemplo, que quiero analizar el conflicto social. Bien, ¿cómo puede ser nombrado éste? Si me retrotraigo al punto de pensamiento epistémico, me tendría que abrir a muchas posibilidades que, de hecho, son las posibilidades que se contienen en la historia de las ciencias sociales; podría yo decir, al conflicto social, yo lo voy a pensar –en el sentido de pensar para ponerle un nombre- con un contenido desde, por ejemplo, la teoría del rol set (que es la conjunción de roles, conceptos muy trabajados, desarrollados y volcados en investigaciones empíricas por la llamada sociología funcionalista y de mucha presencia entre los sociólogos y entre los politólogos). Pero también podría pensar al conflicto social a partir de la teoría de los grupos. Si yo elijo una u otra óptica, las posibilidades de encontrar contenido al problema llamado conflicto social son muy distintas. E incluso podría haber un tercer investigador social que diga ni rol set, ni teoría de los grupos, yo voy a pensarlo desde a categoría de clase social.
Este es sólo un ejemplo para dar cuenta de las múltiples posibilidades de teorización. Aquí todavía no hay ninguna teorización, sino solo las posibilidades, porque si yo trabajo estos tres ángulos, a manera de ejemplo, como posibles teorías, como posibles categorizaciones del fenómeno del conflicto social, los contenidos a los cuales voy a llegar son absolutamente diferentes. Y no podríamos decir que uno solo de estos hipotéticos investigadores está estudiando el conflicto social y el otro no, pero las posibilidades de teorización son totalmente diferentes.
El pensar epistémico consiste en el uso de instrumentos conceptuales que no tienen un contenido preciso, sino que son herramientas que permiten reconocer diversidades posibles con contenido. Esto hace parte de lo que podríamos definir como un momento pre-teórico, mismo que tiene un gran peso en las posibles teorizaciones posteriores. Decir pre-teórico, significa decir, construcción de relación con la realidad.
Pero ¿qué significa, a su vez, esto? Significa que si yo me estoy colocando frente a las circunstancias que quiero estudiar sin precipitar un juicio en términos de construir un predicado ya predeterminado con contenido sobre aquello que no conozco, entonces estoy distanciándome de la posibilidad de anticipar nombres teóricos a un fenómeno que no conozco; y ese distanciamiento frente a la realidad para no precipitar juicios teóricos que se van a expresar en enunciados predicativos, es lo que en términos más amplios podríamos llamar “Problema”.
Es decir, si yo construyo un enunciado teórico –no obstante lo valioso y coherente que sea, o los amplios antecedentes bibliográficos que tenga-, pero lo construyo y lo aplico por ejemplo a través del método hipotético deductivo a la realidad sin plantearme este distanciamiento que aquí estoy llamando “problema”, estoy retro-alimentando aquello que señale al inicio: el desfase, el desajuste o el divorcio entre mi pensamiento y la realidad.
Esto así, porque el encadenamiento entre el pensamiento y la realidad no conocida es la capacidad que tiene el sujeto de construir problemas, y la construcción de los problemas no puede ser encajonada en términos de determinados contenidos ya conocidos. Vuelvo a la advertencia de Bachelard: es más fácil llamar a las cosas con los nombres de siempre, en circunstancias en que se conoce el nombre pero no se conoce aquello que se quiere nombrar con ese nombre.
Así, muchas veces las investigaciones quedan reducidas a investigar el nombre, pero no aquello que se nombra. Esto pasa en la economía, en la antropología, pasa en todos los discursos porque es muy cómodo decir “yo he leído tantos autores y tengo tantos conceptos en la cabeza que preciso usarlos”, y obviamente “usarlos” es transformarlos rápidamente en nombres. Pero ocurre que, entonces, esa persona no está realmente construyendo conocimiento porque si hay un requisito elemental en este ámbito, es precisamente el de construir el conocimiento de aquello que no se conoce, no de aquello que se conoce.
Este es el fundamento de la principal función del pensamiento epistémico: éste funciona con categorías sin contenidos precisos y, en el quehacer concreto de la persona, se traduce en la capacidad de plantearse problemas. No necesito abundar en la dificultad que implica el plantearse un problema.
CONSTRUCCIÓN DE PROBLEMAS DESDE EL PENSAMIENTO EPISTÉMICO
Aquí hay varias cuestiones: las inercias mentales, la capacidad o no para plantearse problemas y la exigencia de no confundir problema con objeto. Sobre lo primero: los temores, el no atreverse, el estar pidiendo siempre reconocimiento de la autoridad, el estar constantemente refugiándose en la bibliografía, cobijándose en lo cierto o en lo verdadero, es olvidarse de la advertencia de Lakatos acerca de que si el ser humano ha podido avanzar en el conocimiento, ha sido porque se ha atrevido a pensar en contra de todo lo que estimaba verdadero y cierto.
En términos sicológicos esto es algo muy profundo: atreverse a estar en el desasosiego, a perder la calma, a perder la paz interior. Tan simple como eso. Quien no se atreva, no va a poder construir conocimiento; quien busque mantenerse en su identidad, en su sosiego y en su quietud, construirá discursos ideológicos, pero no conocimiento; armará discursos que lo reafirmen en sus prejuicios y estereotipos, en lo rutinario, y en lo que cree verdadero, sin cuestionarlo.
Lo que está en juego –segunda cuestión- es la capacidad, o no, de plantearse un problema, el aplicar o no un razonamiento que no quede atrapado en los conocimientos ya codificados; significa aquí ser crítico de aquello que nos sostiene teóricamente, o sea, ser capaces de distanciarnos de los conceptos que manejamos, así como también de la realidad observada.
Es decir, no solamente tenemos la obligación de distanciarnos de aquellas teorías que de alguna manera conocemos para no incurrir en una reducción de la realidad, sino también implica cuestionar lo empírico, lo que observamos, porque esto puede no ser lo relevante, puede ser sólo la punta del iceberg.
Y esa punta del iceberg que miramos morfológicamente no es el problema; en el mejor de los casos, puede ser un tema -por ejemplo, el de la pobreza, la injusticia, la desigualdad, la opresión- que voy a estudiar. Los temas pueden ser sólo enunciados que creemos claros porque son un recorte empírico de lo observable, pero en realidad solamente son un aspecto que asoma a la observación y, por lo tanto, ocultan la mayor parte de lo que son como problema. Esto se da con mucha frecuencia, por eso que no es de extrañar que las tesis, incluso las de Maestría y Doctorado, no pasan del tema (que es lo mismo que decir no pasan de lo morfológico, de lo observable, no pasan de la observación sin crítica a las estructuras de la información), pero no hay esfuerzo de problematización desde el tema.
Porque la problematización desde el tema, significa estar dispuestos a zambullirse debajo del nivel del agua y comenzar a ver qué hay más allá de la superficie, qué hay debajo de la punta del iceberg.
El punto fundamental no es comenzar a decir lo que hay debajo del agua o de la punta del iceberg, porque eso significaría reducir lo que no está ni siquiera observado y mucho menos conocido, a un conjunto de conceptos que manejamos y que creemos mecánicamente aplicables.
Aquí es donde se ve casi analógicamente lo que significa “crear un problema”; en el fondo es zambullirse más allá de lo observable y para eso hay que contener la respiración, que en el caso de la investigación, equivaldría a recurrir al pensamiento crítico, el cual hace las veces de oxígeno. Si queremos zambullirnos para ver lo que hay debajo del iceberg, debemos tener capacidad de crítica y la capacidad de crítica, y ésta significa no contentarse con lo que se ve, con lo observable.
Los estadísticos, por ejemplo, tienen muy clara esta cuestión (aunque el que la tengan clara no significa necesariamente que la resuelvan) que, para decirlo en sus términos, consiste en la relación que hay entre un indicador de algo y el indicatum de ese indicador, es decir, aquello que subyace a ese indicador; si yo creo que ese indicatum está todo reflejado en el indicador, puedo cometer grandes errores conceptuales y por lo tanto no aproximarme a conocer lo que quiero conocer. Hay que zambullirse para ver aquello que no se ve, que es el indicatum, que es el resto del iceberg.
En la construcción de problemas, no hay que dejarse llevar por la observación morfológica, ni dejarse llevar acríticamente por la información o, para decirlo en términos más sintéticos, no creer que el tema que hemos podido enunciar, es el problema.
Para poder resolver esto –y aquí entramos a la tercera cuestión en relación a la formulación de problemas por el pensamiento epistémico- se requiere, fuera de lo obvio, paciencia, se requiere quizá resolver otra cuestión que en el plano de la investigación es muy usual: no confundir el problema con el objeto. Yo puedo tener un objeto –el cual puedo derivar de mis premisas teóricas- sin darme cuenta que éste supone implícitamente una construcción, y puedo entonces comenzar a repetir conocimiento sobre un objeto ya construido.
En la medida en que yo no haga el esfuerzo de construir este objeto desde el problema, también puedo caer, no digo en confusiones, sino en falsedades. Por ejemplo, si el teórico “A” transformó el problema de la explotación económica en un corpus teórico –el cual tiene contenido y por lo tanto es un objeto concreto identificable-, y yo no hago ningún esfuerzo por volverme a plantear el problema de la explotación económica, sino repito la conclusión de este señor en cuanto a objeto teórico derivado de otro contexto histórico, es evidente que no estoy estudiando necesariamente el fenómeno, sino a lo sumo estoy estudiando al autor “A” que dijo algo sobre el tema; mi esfuerzo se reduce a ver si lo planteado por ese autor mantiene la vigencia en un recorte de tiempo diferente, lo cual es muy distinto a decir que estoy estudiando el problema.
Desafortunadamente esto es lo que se ha dado en América Latina de manera casi permanente, y es lo que ha llevado a muchos autores a plantearse la necesidad de revisar el uso de los conceptos, aún de aquellos que pensamos que son muy claros y con significaciones muy precisas.
LA LECTURA DE TEORÍAS EN EL PENSAMIENTO EPISTÉMICO
Este punto se vincula de manera muy directa con la función más importante de lo que estoy llamando aquí pensamiento epistémico. Este se basa –como hemos visto- en la construcción de una relación de conocimiento, la cual, a su vez, en el fondo consiste en demarcar problemas antes que construir enunciados con atributos teóricos. Esta cuestión que es muy simple de decir, presenta, no obstante, varias dificultades; yo quisiera mencionar sólo una para ir circunscribiéndome a algunos tópicos: el problema de cómo leemos la teoría.
Este es un tema que quiero privilegiar aquí por una razón fundamental: porque es un tema que no sólo tiene implicaciones de carácter metodológico, sino también en el terreno pedagógico en un sentido amplio, esto es, en el marco de las políticas de formación; problemática que, por cierto no se restringe al ámbito preescolar o de la educación primaria, sino que está presente también hasta en el nivel de los posgrados
La cuestión a la que hago referencia es ¿cómo leemos? Todos sabemos leer, todos sabemos descifrar las palabras, pero no necesariamente sabemos leer. Detrás del aquí llamado pensamiento epistémico está la urgencia por saber leer los contenidos que todo mundo está recibiendo a través de las bibliografías de los distintos autores; saber leer un texto es no restringir la lectura a lo que podríamos definir como el “procesamiento del subcontenido” o, para decirlo de otra manera, el procesamiento de sus conclusiones o la esquematización de un conjunto de proposiciones que el autor nos hereda para poder trabajar con ellas frente a las realidades que queramos. Esta sería una lectura en el sentido clásico, es decir, a la larga, una lectura exegética, pero reducida a los contenidos teóricos, lo cual me parece altamente insuficiente.
En el caso de las ciencias sociales en particular, hay que hacer un esfuerzo adicional y éste no es otro que tratar de leer los textos como lo que son: construcciones, el constructo mismo; leerlos desde lo que podríamos definir como sus lógicas constructoras. A lo que aludo con “lógica constructora” es a tratar de reconocer detrás de las afirmaciones atributivas de propiedades que tiene un texto teórico por ejemplo, los problemas que pretende responderse el autor a través de tales proposiciones; es decir, reconocer cómo el señor “X” construyó su problema y cómo lo termina teorizando. Esto es algo fundamental, elemental, no en el sentido de simple, sino en el sentido fundamente: si yo leo un texto reduciéndolo simplemente al conjunto de proposiciones que el texto me ofrece –lo que siempre resulta más fácil- lo que estoy haciendo es olvidar que detrás existe una lógica de construcción.
Cuando digo, leamos no sólo las propuestas de un Weber sobre la burocracia, sobre los movimientos sociales, sobre las religiones, sobre lo que fuere, obviamente me refiero a ir más allá de la mera proposición que él haya podido hacer en torno del fenómeno A o Z; supone, por el contrario, rastrear como construyó esas proposiciones, y ese ¿cómo construyó? alude a lo que aquí de manera un tanto esquemática yo llamaba el discurso preteórico de Weber, o de Marx, o de Durkheim. Es el discurso epistémico implícito en su propia construcción teórica, la cual, de alguna manera, está basada en el uso de determinadas categorías, muchas de ellas no explicitadas sino, en la mayoría de los casos, están implícitas en los textos.
Es lo que los comentaristas de esos autores han llamado hasta hoy, la génesis del pensamiento de Durkheim, de Marx, de Weber; es precisamente en la génesis en donde es preciso descubrir el empleo de categorías desde las cuales ellos problematizaron y respondieron a ese problema a través de una serie de teorizaciones.
Las lógicas de construcción son muy claras en algunos autores, pero no en todos. Y Aquí quiero traer a colación una cuestión importante. Uno de los problemas que tenemos hoy a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, no solamente es el abuso de los textos de difusión o de resúmenes (que son fatales, por cierto), sino también la abundancia de un cierto tipo de libros, de producción, donde no se ve claramente lo que estoy llamando las lógicas constructoras.
Esto demuestra que podemos estar –y lo planteo como una hipótesis nada más y no como una aseveración- en presencia de una producción teórica débil (y aquí me alejo de la acepción de Vattimo que empleaba el concepto “debilidad del pensamiento” para decir que no era necesario encontrar el fundamento último de cualquier teorización).
Me estoy refiriendo a que no siempre está claro cómo se construyeron las aseveraciones en torno a un fenómeno. Es importante de tener en cuenta este punto para iniciar una discusión acerca de la función teórica actual.
Este problema, entonces, de las lógicas de construcción es fundamental, porque en tanto éstas se basan en el uso de categorías subyacentes, es lo que nos permite ver si un pensamiento puede o no estar vigente más allá del contexto histórico en que se construyó. Aquí voy a citar a Gramsci, quien señaló que el gran problema del conocimiento social es poder construir un conocimiento que sea capaz de crecer con la historia. Este es el punto, y no es problema teórico, es un problema epistémico. Hay categorías que resisten, por decirlo así, las mutaciones históricas más que otras; pueden ser categorías que se mantienen vigentes más allá del periodo histórico en el cual se forjaron inicialmente y, por tanto son susceptibles de ser recuperadas como elementos constructores de más conocimiento, o de nuevo conocimiento, más allá del momento, repito, en que fue gestado.
EL TIEMPO Y LA COMPLEJIDAD DE LO REAL
El pensamiento tiene que seguir a la historia en el sentido de adecuarse creativamente a los cambios de los procesos históricos. Esto supone asumir muchas cuestiones, por lo menos dos que son básicas: una, que los fenómenos históricos no son fenómenos lineales, homogéneos, simétricos, ni están sometidos a la mecánica celeste de nadie; son fenómenos complejos en su dinamismo, en el sentido en que se desenvuelven en varios planos de la realidad, no solamente en uno y son a la vez macro y microsociales. Esto supone, por ejemplo, que tenemos que estudiar esos fenómenos históricos en varios recortes de la realidad y no solamente en uno. Esa es una primera exigencia.
La segunda involucra al problema del tiempo. Las temporalidades de los fenómenos son muy variables, los tiempos son múltiples, no hay un solo tiempo que fije el fenómeno, sino muchos tiempos y eso, evidentemente, es uno de los grandes desafíos para el conocimiento.
Existe una tendencia a lo factorial, a reducir el fenómeno complejo a un factor o conjunto de factores, y analizar éstos en términos de la lógica de determinación causa y efecto. El problema es que eso no siempre ocurre en los fenómenos sociales, pues pueden haber múltiples factores aplicables o existentes en distintos niveles de la realidad. Los fenómenos históricos no ocurren de manera plana, longitudinal, sino tienen lugar a través de coyunturas, las cuales forman parte de los procesos, de las tendencias a largo plazo, y eso tenemos que tomarlo en cuenta.
Y por último, los procesos socio-históricos no son solamente económicos, políticos, sociales, institucionales, etcétera, sino que conforman una constelación, están relacionados entre sí, son parte de una matriz de relaciones complejas, que los lleva a que se determinen recíprocamente lo económico con lo político, lo político con lo cultural, y así sucesivamente.
Por otro lado, los fenómenos histórico-sociales hacen parte no solamente de contextos y de relaciones múltiples dentro de distintos niveles de la realidad, sino también de contextos, de significaciones -por usar un término-, o de universos de significaciones.
Por ejemplo, desde una perspectiva numérica, ser pobre en Bolivia, quizá ser comparable a ser pobre en otro país; pero el ser pobre en un país con un contexto cultural determinado, con una carga simbólica específica, y serlo en otro país que tiene una simbología diferente (por lo tanto una carga de significaciones diferentes), sin duda transforma cualitativamente al fenómeno. Aludo con esto a que no solamente no sólo están las complejidades anteriores, sino a que además los fenómenos son universos de significación, lo que aquí de alguna manera estamos tratando de llamar cultura.
Por otra parte, en el concepto de cultura está presente el hecho elemental de que cualquier fenómeno social que queramos estudiar, ya sea en corto o en largo plazo, es construcción de los seres humanos, de los sujetos, pero no de uno sólo, sino de muchos sujetos. Quizá uno de los grandes desafíos que nos hereda el siglo XX es precisamente la complejidad de los sujetos que construyen la historia, que están detrás de los fenómenos que queremos estudiar y que son complejísimos; sujetos múltiples que tienen distintas características, variados espacios, tiempos diversos, y visiones diferentes del futuro desde las cuales construyen sus realidades.
En síntesis, todo esto es lo que de alguna manera está detrás del enunciado “pensamiento y cultura en América Latina”; porque América Latina es una construcción de sujetos que se están transformando y que, a su vez, construyen realidades distintas a las que pueden eventualmente surgir en otros contextos culturales, como pueden ser lo asiáticos, los europeos, los africanos, o los norteamericanos. En la medida en que eso no lo tengamos en cuenta, evidentemente el conocimiento, en esa a veces absurda pretensión de universalidad, no va a ser nunca un conocimiento real, porque la realidad del conocimiento no está sólo en la universalidad, sino que está en lo que aquí yo llamaría la pertinencia histórica del conocimiento.
Y ésta se refiere a la capacidad que tiene el conocimiento de dar cuenta de la especificidad de los fenómenos, que es lo que resulta de entender a estos como ubicados en contextos muy complejos de relaciones múltiples y en distintos tiempos. Eso es un desafío, si es que realmente queremos llegar a construir un conocimiento que permita reconocer posibilidades de construcción y que no se limite simplemente a describir lo que ya se ha producido o se circunscriba nada más a dar cuenta de lo que ya da cuenta el discurso dominante.
Ese es el problema. ¿O es que la realidad social, económica, política e incluso tecnológica, se agota en los parámetros del discurso dominante?
Hay mucha ciencia social que lo cree así y hace ciencia, a veces rigurosa, al interior de los parámetros del discurso dominante, como si la realidad de la sociedad humana se redujera a los contenidos de ese discurso que hoy día es uno y mañana puede ser otro. La realidad es mucho más que eso, la realidad está siempre dentro y fuera de los límites del conocimiento, sea dominante o no. Por lo tanto, para poder reconocer esa realidad que está fuera de los límites de lo que se dice que es lo real en el plano de la economía, en el plano de los sistemas políticos, etcétera, necesitamos aplicar un razonamiento mucho más profundo, que rompa con los estereotipos, con los pre-conceptos, con lo evidente.
Esa es la función de lo que aquí he llamado el pensar epistémico, esto es, el plantearse problemas a partir de lo que observo pero sin quedarme reducido a lo que observo, sino ir a lo profundo de la realidad y reconocer esas potencialidades que se ocultan, que son las que nos van a permitir construir un conocimiento que nos muestre posibilidades distintas de construcción de la sociedad. Quisiera concluir con esa vieja advertencia de Braudel, el gran historiador francés, y que siempre habría que recordarla: “así como un país no tiene sólo un pasado, tampoco tiene sólo un futuro”.